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Reflexionemos ahora un poco sobre estos cambios biológicos y sobre las posibles
consecuencias de cara a configurar el proceso de humanización, en el cual tendría un
papel decisivo el lenguaje.
Del primer tercio del recorrido por estos seis millones de años de especies homínidas
sabemos muy poco. Sólo la certeza del andar sobre un par de pies y algunos indicios
de cambios en la configuración mandibular –respecto de los chimpancés– consistente
en una escasa reducción de los colmillos y de los caninos, estos colmillos igual son
espada que escudo y, en cambio, una buena parte del camino de la hominización
resulta ser un proceso de reducción de estos elementos tan emblemáticos de los
grandes primates.
Esto nos conduce a interpretar la reducción de los colmillos en relación con los cambios
en la dieta que con los cambios en el sistema de competición y de lucha, lo que ligaría
con el hecho de que los dientes homínidos son cada vez más robustos, esmaltados y
preparados para triturar y que reflejan una adaptación para masticar fibras o comidas
caracterizadas por un cierto grado de dureza que requerirían una buena preparación
masticatoria antes de poder ser digeridas. Observemos que unas manos cada vez más
libres y una boca que gana en movilidad a la vez que ayuda a reconfigurar la cara son
elementos necesarios para empezar a disparar la comunicación hacia el componente
simbólico.
Al parecer, en los primeros Homo permanecen las áreas cerebrales primarias, mientras
que hay un considerable incremento de las áreas de asociación parieto-temporal y
prefrontal.
La pregunta clave sería el porqué del rápido crecimiento de las zonas prefrontales y de
asociación del cerebro en el punto de la evolución homínida que llevaría a la
emergencia del nuevo género del Homo habilis. Nuestra hipótesis pretende ligar la
prefrontalización del cerebro a la manipulación de signos mediante el uso de algún tipo
de lenguaje simbólico.
Esto explicaría el espectacular crecimiento de estas partes del cerebro tan ligadas a la
planificación, al despliegue de programas, a la atención y la concentración y al
aprendizaje. En este sentido, muy probablemente, la expansión prefrontal no sería
tanto la causa del despliegue del lenguaje –un protolenguaje– sino más bien su
consecuencia.
Justo es decir que el primer engrandecimiento de los prefrontales ya debía haber ligado
las vocalizaciones con objeto de llevarlas por el camino de la conciencia y ponerlas
bajo los criterios de la voluntariedad y de la intencionalidad, el cual era el primero de los
pasos para domesticar la voz, condición necesaria para tejer la red de un lenguaje.
Pensamos que las vocalizaciones de los primates no están controladas por la corteza
sino que responden a estructuras neurales más antiguas ubicadas en el tronco
encefálico y en el sistema límbico y que participan en la expresión de las emociones.