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el jardín de un caballero
La escultura vasca de la posguerra
en la obra y el pensamiento
de Mendiburu, Oteiza y Chillida.
el jardín de un caballero
La escultura vasca de la posguerra
en la obra y el pensamiento
de Mendiburu, Oteiza y Chillida.
Presentación
Francisco Jarauta
Para Ana
Deseo manifestar el reconocimiento que este libro debe a
cuantos le han prestado su colaboración.
EL JARDIN DE UN CABALLERO
El jardín 19
En el nombre de la acción 37
Una cuestión de límites 59
La indiferencia 85
El campo y la ciudad 103
La materia de los sueños 137
Miradas y abrazos 163
El caballero 187
I. Metáforas de la peana.
II. Morir por añadidura.
11
Francisco Jarauta.
Oteiza en la puerta de su casa de Alzuza. (Fotografía de Paco Ocaña)
"Por otra parte, queda por resolver si servimos mejor al prójimo
corriendo sin cesar e inmediatamente en su ayuda y socorriéndole, lo que
sólo puede hacerse superficialmente, a menos de caer en la tiranía, o
haciendo para uno mismo algo que el prójimo vea con placer, por ejemplo,
un bello jardín tranquilo y reservado, con altos muros que lo defiendan de
la tempestad y del polvo de los caminos, pero también con una puerta
hospitalaria". Nietzsche, Aurora (III, 174).
19
EL JARDIN.
1
Georg Lukács, «Cuestiones liminares de la mimesis estética. Jardinería»
en Estética, vol.4, p. 168. (Ed. Grijalbo, 1967).
20
1
Quizá no se trate de una actitud relacionada con la edad sino con la
personalidad. Unamuno, un buen ejemplo de una personalidad de esta
clase, contaba en 1906 la siguiente anécdota: «siendo yo un mozo, oí en
mi pueblo a un sujeto que decía: aunque todos los bilbainos nos hiciéra-
mos carlistas, Bilbao seguiría siendo liberal». Y añade: «Paradoja, es
decir profunda verdad arbitraria, verdad de pasión, verdad cordial, que
no olvidé después nunca». Y poco más adelante, continúa: «Y todos los
21
1
R. Assunto, o. c , p. 94. En este punto ver J. J. Rousseau. Julia o la Nueva
Heloisa, 4º, carta XI a milord Eduard. (GF. Flamarión, p. 352, París 1967).
26
1
encontrar -con razón- a la entrada del Orinoco. Jardines de una
desesperanza apasionada, cercanos y sin embargo tan distan-
tes, como esas interminables cumbres, más alejadas cuanto
más próximas, siempre más allá -pero inmediatamente más
allá- del horizonte. Inalcanzables porque están situadas tras el
tenebroso umbral de la naturaleza
1
Ernst Bloch, El principio esperanza. Vol. II, p. 328. (Ed. Aguilar, 1979).
Sin embargo, para los antiguos la tierra de las Hespérides era precisamen-
te Andalucía, el extremo occidente del mundo conocido. En las leyendas
medievales, poniente era también el lugar de la noche y los abismos; el
territorio de la la muerte y de las regiones infernales. Tal vez por eso,
Occidente simboliza el lugar donde se fragua la aventura del hombre
moderno, « marchando de frente contra la noche», como le gusta decir a
Chillida.
2
J. W. Goethe, Memorias de la Universidad, p. 184. (Ed. Espasa-Calpe.
/Austral, 1952).
F. Paez de la Cadena en Historia de los estilos en jardinería., p. 257. (Ed.
Istmo, 1982), se refiere a Humphry Repton que «Al parecer, tras una
noche de insomnio, se decidió a escribir a sus conocidos y amigos,
ofreciéndose como 'jardinero paisajista'. 'He adoptado el término jardi-
ñero paisajista', escribía, 'como el más apropiado, ya que este arte sólo
puede perfeccionarse con la unión del pintor paisajista y del jardinero
práctico'.»
27
recoge la citada conferencia puede leerse: «Era necesario que hacia el año
50 del pasado siglo un inglés, mimado por su pueblo y, gracias a Dios, no
estropeado por un crítico de extraordinaria influencia en su tiempo
(Ruskin), dejara a la posteridad quince o veinte obras, las últimas de su
vida, para que la humanidad empezara a mirar con ojos más ingenuos la
Naturaleza. Estos ojos son los de la gran pintura. Este inglés se llamó
Turner, y con él, y en él, están y comienzan todos los elementos de la gran
pintura moderna.» (cursivas del autor).
1
Aunque en 1625 Bacon hablaba ya de praderas para su jardín ideal, hasta
finales del s. XVIII no comienza a separase la noción de parque de la de
jardín. «Mientras que el parque es una 'naturaleza idealizada y concentra-
da', el jardín sigue siendo sólo 'una vivienda más amplia». J. Ritter,
«Paisaje», en Subjetividad, p. 156. (Ed. Alfa, 1986).
31
1
Milton, o. c., lib. XI, p.269., (cursivas del autor). La cuestión sobre la
32
ceguera o lucidez que resulta del pecado original ha hecho correr mucha
tinta. El texto literal del Génesis, (111,7), dice que después de haber comido
del fruto prohibido, «Luego se les abrieron á entrambos los ojos: y como
echasen de ver que estaban desnudos...» Los estudiosos de la Biblia
piensan que esas palabras se refieren a los ojos de la inocencia perdida, los
de las miserias de la vida, los de la culpa y la muerte.
33
1,
Frente a ellas, el artista celebra el «enigma de la visión»
que está contenido en lo que somos capaces de ver sin auxilios
taumatúrgicos. «¿Qué le pide el pintor a la montaña, en ver-
dad?. Que desvele los medios nada más que visibles por los
2
cuales se hace montaña ante nuestros ojos» . Pero, embriagado
por el júbilo de la visión, el artista no advierte que la soberbia
del ojo y la malicia de los dioses -como al príncipe Siddartha-
acabarán mostrándole la muerte, y acaso sólo la muerte,
fraguándose en el interior de las cosas. La perplejidad y el
escándalo de esa visión descubre la hipocresía que envuelve el
duelo con lo invisible. ¡El verdadero conflicto está planteado
entre lo que se puede y no se puede mirar !. La tragedia del
hombre se desarrolla en torno de lo «admirable» y se recorre a
lo largo de una historia sembrada de miradas prohibidas. Todas
ellas se resumen en la que se ordena en el Exodo, (XXXIII -18
a 23):
1
A veces se predica una rara especialidad de los sentidos en relación con
las distintas artes. Según ella, la visión es lo propio del pintor, mientras
que el escultor, mejor relacionado con la materia, más realista por tanto,
debe conducirse como un ciego por el sentido que, según los clásicos, los
resume todos: el tacto. A esta cuestión se dedican unas páginas en el cap.
6º.
2
M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu., p.23. (Ed. Paidós, 1986). (cur-
sivas del autor).
34
* * *
1
Además de los citados, el arte vasco de este periodo puede exhibir una
lista numerosa de escultores extraordinarios. De los que estuvieron
relacionados -de distintas formas- con los grupos de la llamada Escuela
Vasca habría que citar entre otros a N. Basterrechea, J. Aguirre, V. Larrea,
J. Ramón Carrera.
2
Para una consideración de la evolución histórica del jardín como
metáfora de la vida, ver M. Venturi Ferriolo, Giardino e filosofia. (Ed.
Guerini, Milan, 1992.)
37
1
EN EL NOMBRE DE LA ACCIÓN.
1
Este capítulo recoge la revisión del texto que fue publicado en los
catálogos de la Exposición Antológica de la obra de Remigio Mendiburu
celebrada en el Museo de San Telmo de San Sebastián en Diciembre de
1989.
38
1
El motivo de mi confusión era que existen dos versiones de esta obra. La
primera de 1970 lleva el título de Torso y está realizada en madera de haya
y poliéster. La segunda de 1972, Sin título, es de acero inoxidable, cobre
y bronce. La que estuvo expuesta en los Encuentros de Pamplona fue esta
última.
39
1
Ambos casos reflejan, sin embargo, diferencias fundamentales. La
experiencia de Mahoma parece decirnos que el tiempo de vivir, nuestro
tiempo, puede abrirse y extenderse casi sin límite. Que un sólo segundo
de nuestra existencia terrenal puede alumbrar un infinito, que la eternidad
nos pertenece y que se halla a disposición de nuestra conciencia. Segura-
mente, el caso de Mahoma no hace más que conducir al extremo de la
iluminación mística, una experiencia cotidiana según la cual, el tiempo
puede expandirse, trascurrir a distintas velocidades a expensas de la
atención que seamos capaces de prestarle de forma espontánea o estimu-
lada. En todo caso es un ensueño interesado en el crecimiento de la vida
y la conciencia. El abad Virila nos muestra lo contrario. La atención, la
conciencia, el tiempo de vivir, no son nada. Un atisbo de eternidad los
aniquila.
41
1
André Malraux. Antimemorias, p.325. (ed. Sur, 1976).
43
1
La constante promiscuidad entre los síntomas y los efectos de las
emociones más distintas, y la confusión que tal promiscuidad suscita,
están en el fondo de las controvertidas relaciones entre el arte y la guerra.
45
que cuenta Justino de los lidios: «Una vez -dice- que Ciro hubo dominado
la sublevación de los lidios, supo domeñar el tenaz espíritu de los mismos,
ansioso de libertad, ordenándoles que se dedicasen a las bellas artes y
otras cosas de alegría. Desde entonces no se ha vuelto a saber de ninguna
sublevación lidia; pero tanto más célebres son los restauradores, los
alcahuetes y los artistas lidios». Obras, «La Escuela Romántica»., p.527.
(ed. Vergara, 1964). (cursivas del autor).
47
1
Caminando o tumbado, tanto da. De lo que Nietzsche nos previene es del
pensamiento inducido por la escritura. Ver G. Colli, Después de Nietzche
«Dos maneras de pensar», p. 100, (Anagrama, 1988). Cioran se refiere a
una posición intermedia, la del que piensa parado pero erecto: «Sólo en
Occidente se piensa en pie. Quizá viene de aquí el carácter fastidiosa-
mente positivo de su filosofía». Cioran, El aciago demiurgo , p.134.
(Taurus, 1974.). Precisamente, a este asunto dedicó Unamuno un artículo
con el título de «Pensar con la pluma» que se recoge en el tomo VII, p. 870,
de sus Obras Completas (Ed. Escelicer, 1967).
Aunque estas consideraciones no puedan trasferirse automáticamente al
caso de la pintura, cualquier artista sabe que la posición física que se
adopta ante el cuadro tiene una influencia notable en el resultado que se
obtiene.
48
1
Véase, F. Schelling, La relación del arte con la naturaleza., p. 72.
(Sarpe, 1985)
51
1
Se trata de una película corta rodada en las Malloas, sobre Mendiburu y
su obra, por el cineasta Pedro de la Sota. Esta película debía acompañar
a otra sobre Oteiza, que por aquellas fechas vivía ya en Alzuza y que, por
disconformidad del escultor con sus planteamientos, no llegó a realizarse.
53
1
Parece ser que Unamuno recriminaba los, a su juicio, excesos carnales
54
* * *
1
W. Benjamin. «...cómo y hasta qué punto el estilo lingüístico de los
periódicos paraliza la imaginación de los lectores. «Sobre algunos temas
en Baudelaire» en Angelus Novus, p. 31,(ed. Edhasa, 1971).
2
W. Benjamin, o. c., ps. 70,71.
3
Plotino, Eneada, III-6, en El alma, la belleza y la contemplación (Ed.
Espasa-Calpe. Austral, 1949), p. 100.
57
1
Ch. Baudelaire, «San Pedro, renegador.» en Las flores del mal., p. 160.
(Ed. Visor, 1982).
2
Este texto fue escrito veinte años después de la edición de Lo imaginario
y publicado en castellano bajo el título: «Dedos y no-dedos», en el libro
Literatura y arte, Situations IV (Losada, 2º ed. 1977).
59
1
La escultura vasca de la posguerra está representada por
un conjunto de artistas que trabajaron a partir de unas ideas
familiares. Esta familiaridad -aunque los artistas que la formaban
convenían en la necesidad de renovar el arte vasco conforme a
las exigencias de una sensibilidad moderna- tuvo más que ver
con la voluntad de definir una identidad común de «artistas
vascos» que contemplara los aspectos sociales, políticos y
económicos de su trabajo, que con las ideas que informaban sus
obras respectivas.
1
Con esta expresión me refiero a aquellos artistas que, siguiendo princi-
palmente el impulso de J. Oteiza, formaron en 1966 los grupos de la
llamada Escuela Vasca . Hay que recordar, sin embargo, que escultores
como Moisés Huerta, Quintín de Torre, Julio Beobide o Fructuoso
Orduna entre otros, trabajaron hasta su muerte, que tuvo lugar muchos
años después de la Guerra Civil.
60
1
Catálogo de la exposición del grupo en la Galería Barandiarán de San
Sebastián, Abril 1966(cursivas del autor).
El grupo Gaur, que estaba formado por los escultores Oteiza, Chillida,
Basterrechea y Mendiburu, y por los pintores Balerdi, Sistiaga, Zumeta y
Amable Arias, reunía a los artistas guipuzcoanos. Este grupo constituyó
en 1966, con Emen (Vizcaya), Orain (Alava) y Danok (Navarra), la lla-
mada «Escuela Vasca».
61
1
En el Manifiesto del grupo Orain, publicado en Vitoria en Octubre de
1966, después de repetir las referencias de Gaur a la revitalización y puesta
al día de «nuestras tradiciones artísticas populares», se añade: «Por el
convencimiento de la importancia de lo popular puro y su proyección en
el mundo actual, vemos la necesidad de realizar y realizarnos en este
entorno nuestro en que hemos nacido o nos ha tocado vivir.» (cursivas del
autor).
64
1
El texto en que se formula la «Ley de los Cambios» fue escrito por J.
Oteiza en 1964 con el título Ideología y técnica desde una Ley de los
Cambios para el Arte, p. 40 . (Nueva Forma, Alfaguara, 1967). En 1991
la ed. Tristán - Deche publicó una nueva edición de ese texto con algunos
gráficos complementarios.
65
1
- espacio vacío- se guarda. Es
decir que las planchas metáli-
cas que vemos no forman parte
de la escultura, sino que desig-
nan su lugar en sentido aristo-
télico: lo primero que envuelve
a aquello (la escultura) de que
es el lugar, pero que no es parte
de la cosa (escultura) que en-
vuelve. Oteiza Caja vacía (1958)
1
Aunque, como Oteiza señala, la escultura vacía no es el resultado que se
sigue de la destrucción de la materia que la ocupa, sino que está -por
decirlo así- levantada, construida con el espacio vacío mismo, como si
este fuera el material de la obra, conviene tener presente la importancia
que la idea de desocupación física tiene en el proceso experimental que
condujo la obra del escultor desde los cuboides malevitch, generalmente
de piedra, hasta las cajas metafísicas, y la significación que tienen, al
respecto, las dos piezas denominadas Caja en Piedra, 1958., (nº 210 y
211. Cat, Fundación Caja de Pensiones).
66
arrancando la escultura de su
lugar. Ese cambio de lugar que
interrumpe bruscamente la «ley
de los cambios» y conduce la
obra de arte más allá de sus lí-
mites, precisa despejar la escul-
tura del lenguaje para transfor-
mar así la experiencia artística
en presencia mística, que no es
otra cosa que «lo inexpresable Oteiza
1 Estela a Madoz. Zarauz (1972)
que se muestra a sí mismo».
1
J. Oteiza. Op. c. p. 8. Se trata del informe que el escultor redactó para
acompañar a sus esculturas en la IV Bienal de Sao Paulo. En él se plantea
«la naturaleza estética de la estatua, como organismo puramente espa-
cial».
70
1
Oteiza, Quousque tándem...! - 77. (Ed. Txertoa, 1975).
2
El año 1983, con motivo de la celebración en el Museo de B.B.A.A. de
Bilbao de la exposición Correspondencias, 5 Arquitectos - 5 Escultores,
R. Serra pudo conocer la obra de Oteiza. Fue entonces cuando hizo esas
manifestaciones. Incluso insinuó el propósito -que no llegó a cumplirse-
de reunir en torno del escultor de Alzuza al grupo de artistas norteameri-
canos más conocidos del momento.
En los últimos años ha prosperado la idea de que la obra de Oteiza es una
anticipación del minimalismo. El propio escultor se ha hecho eco de esta
consideración en alguno de sus escritos. Esta relación se ha visto favore-
cida por una interpretación extensiva que no siente el menor reparo en
asociar íntimamente todos los movimientos geométricos entre sí, y por la
71
1
De la extensa bibliografía sobre la obra de Chillida, el libro de Martín de
Ugalde, Hablando con Chillida, Escultor vasco (ed. Txertoa, 1975), es el
que nos permite conocer mejor, en boca del propio escultor, las ideas que
informan su trabajo: su referencia constante a la naturaleza; su afán por
«dominar la materia» de forma «respetuosa»; el «sentimiento» de que su
escultura se halla más allá de los «límites» físicos del material.
73
Sin embargo,
en el caso de Chi-
llida, la cuestión
sobre la expresivi-
Chillida
Rumor de límites IX. (1971) dad del material hay
que considerarla
desde una perspectiva animista. Esto es, que por expresión no
debemos estimar tanto el resultado de poner en lo que se ve el
estado de ánimo del que mira, sino más bien la manifestación
somática del material mismo, su «propia mirada», acaso la
«voz oculta» con la que todo cuanto existe «confiesa y alaba al
Señor». De lo que se deduce que aquel poder del arte para
romper los límites entre lo real y lo figurado, esa capacidad para
abrir el mundo a lo imaginario, no puede reflejarse en un
prevalecer caprichoso de lo subjetivo sobre lo objetivo, en un
dar paso indiscriminado a cualquier posibilidad, en una opor-
tunidad para cualquier ocurrencia, sino que debe estar, en
cambio, animado por el «espíritu de la verdad», bajo pena de
vacuidad y pérdida del «sentido». Porque las cosas sólo pueden
ser lo que que permanece oculto en su naturaleza, «lo que son»
misteriosamente en el fondo insondable de la Naturaleza, es
decir, lo que deben ser. En este deber ser de la materia se
concentra todo el pensamiento estético de Chillida. Sus me-
táforas (oraciones) expresan un «ethos» tan vivo y exigente en
la conciencia del escultor como para encarnarse y engendrar el
74
1
C. Jung. El Hombre y sus Símbolos. (Ed. Caralt, 1981), p.270.
76
1
W. Benjamin, «Sobre algunos temas en Baudelaire» en Angelus novus,
p.64. (ed. Edhasa, 1971). Benjamin, al referirse al verso de Baudelaire, Le
Printemps adorable a perdu son odeur!, nos recuerda la propiedad de los
olores de despertar recuerdos dormidos en la memoria: «El hundimiento
total en sí mismo de la experiencia en la que en un tiempo anterior
participó es reconocido en la palabra perdu. El olor es el refugio inac-
cesible de la mémoire involontaire ».
77
1
Ese mañana expresa la «añoranza del futuro» en la que el pensamiento
romántico se reconoce mejor que en la nostalgia del tiempo pasado o del
lugar perdido. Baudelaire en El Salón de 1846, p.100. (Ed. F. Torres,
79
«¡Raza pasajera y
maldita, hija del
azar y del dolor!»,
clamaba Nietzsche.
Duchamp se
burla de tanta so-
lemnidad. Uno de
sus «ready-made»
vuelve a ofrecernos, Mendiburu
como R. Mendi-
buru, una caja cerrada. Me refiero al que realizó en 1916, con
el título de Un ruido secreto, y que consiste en dos planchas
metálicas unidas por cuatro tornillos que sujetan entre sí un
ovillo de cuerda, de tal forma que el espacio interior del ovillo
aparece cerrado por las planchas. Tenemos así configurada una
caja. Un espacio interior inaccesible, obviamente oscuro, donde
además se esconde algo. Parece ser, según cuenta el propio
Duchamp, que un amigo suyo -Walter Arensberg- introdujo,
sin que nadie lo advirtiese, en el interior del ovillo un pequeño
objeto desconocido, cuya presencia se delata por el sonido que
produce al mover la caja. He aquí el secreto.
LA INDIFERENCIA.
1
Ortega y Gasset. Notas, p. 161 (Ed. Universal, 1928).
87
1
Hamlet - acto V, (ed. Aguilar, 1951). La escena del cementerio nos
muestra un momento de intensa angustia, cuando Hamlet se deja caer en
la melancolía con la calavera de Yorick en la mano, y otro de indiferencia
cuando, inmediatamente después, representando un dolor desmesurado
se arroja a la fosa recién abierta de Ofelia y grita desde el fondo -¿a la
muerte?- su desafío: «Aqui está Hamlet, el danés.»
88
1
F. Hölderlin, Correspondencia completa., p. 368. (Ed. Hiperión, 1990).
(cursivas del autor)
92
1
B. Russell. Autobiografía, t. I, p. 239. (ed. Edhasa, 1990).
2
En El Viajero y su Sombra (16), Nietzsche llama irónicamente «curio-
sidades» a las preguntas que se refieren al fin del hombre, a su destino
después de la muerte, a sus relaciones con Dios, etc. Y afirma que es más
importante «que nos reconciliemos con los objetos inmediatos y que no
dejemos, como hasta aquí, pasar nuestra mirada sobre ellos con menos-
precio, para dirigirla a las nubes y a los espíritus de la noche».
3
Baudelaire, La Fanfarlo, p. 57. (Ed. Montesinos 1989). Quizá, como nos
recuerda B. Russell, (op. c. T.II, p.126), «Todos cuantos han producido
filosofías estoicas han tenido siempre comida y bebida suficiente».
93
1
La idea del héroe aparece en la literatura asociada al vivir cualquiera que
sea el momento histórico que se considere. Hay un «héroe» para el mundo
clásico, medieval, renacentista y romántico. Baudelaire nos habla del
héroe moderno, refiriéndose indistintamente al proletario, al burgués y al
artista. Incluso parece otorgarle una categoría especial al decir: «El héroe
es el verdadero sujeto de la modernidad». Hay, pues, según el tiempo de
que se trate, un héroe santo y pecador, celestial y terrenal, entusiasmado
y desesperado, antiguo y moderno, cuya característica común es la de
sentirse portador de una «misión», víctima de un «destino». Pues bien, el
héroe que corresponde a nuestro tiempo -sin misión y sin destino- en el
ocaso de la modernidad, es, si tal contradicción pudiera imaginarse, el
héroe indiferente».
2
La doctrina neoconservadora de estos días hace responsable a la cultura
de la modernidad de los males de la sociedad industrial. Daniel Bell acusa
al modernismo de «haber infectado la vida del mundo», y de obstaculizar
«el renacimiento religioso como única solución», (cfr. nota pág. 7). Por
su parte Joachim Ritter, en Subjetividad, (ed. Alfa, 1986), afirma, apo-
100
EL CAMPO Y LA CIUDAD.
1
La imposiblidad, absolutamente razonable por cierto, de «representar
nos» otro Dios que no sea el infinitamente justo, bondadoso e incompren
sible que describen los textos sagrados, es una prueba de «realismo», de
«inteligencia instrumental», gracias a la cual los creyentes podrían
disfrutar de las desdichas de la existencia como si se tratara de una
hermosa película de terror. Eso es lo que Max Scheler llama unfeliz padecer,
la raiz misma de la doctrina cristiana del sufrimiento. Ver El sentido del
Sufrimiento , p. 65. (Ed. y lb. Goncourt, B. Aires, 1979).
2
Pseudo-Longino, Sobre lo Sublime, (Ed. Gredos, 1979). En esta obra (4),
cita a Herodoto, que«llama a las mujeres hermosas: dolores para los ojos».
106
1
E. Burke, Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca
de lo sublime y lo bello, Parte 2º, Sec. I. (Ed. Tecnos, 1987).
I. Kant por su parte aunque considera también lo sublime como el
sentimiento que suscita complacencia, «pero con horror», distingue en él
diferentes especies: «Este sentimiento -dice- viene acompañado algunas
veces de cierto horror o también de melancolía, en otros casos únicamente
de admiración sosegada y, en otros además, de una belleza que se extiende
sobre un plano sublime. A lo primero lo llamo sublime-terrible, a lo se-
gundo lo noble y a lo tercero lo magnífico.» Observaciones acerca del
sentimiento de lo bello y de lo sublime., p. 32. (Alianza Ed., 1990).
2
En los Recuerdos de Carolina Jaubert se cuenta cómo Heine, una mañana
primaveral de 1948 en la que el poeta sintió una ligera mejoría de la
terrible enfermedad que le habría de ocasionar la muerte, quiso dar un
paseo, entrar en el museo del Louvre y sentarse frente a la Venus de Milo:
«Allí, en la media luz, por el influjo de aquella sonrisa divina, de aquella
107
de esas doradas
montañas». ¿Qué
significa la expe-
riencia mística sino
el triunfo de la na-
turaleza, y nuestra
derrota, que nos
impulsa a hallarnos
y reconocernos a Oteiza. Arri ernai zaitzailea (1974)
nosotros mismos
fuera de nosotros mismos, en el lugar que habita nuestro
sentimiento de la divinidad?. «Para el místico (el creyente),
1
Dios, sin duda, se ha volatilizado: el místico es Dios mismo» .
1
La presencia atormentada del hombre, la constante especulación meta-
física, las figuras distorsionadas y sufrientes y el predominio de lo
misterioso y sobrenatural, parecen responder a una tradición de la pintura
alemana que se inicia en el siglo XVI, con Grünewald y Cranach, y que
llega hasta nuestros días con las «acciones corporales» de los artistas
austríacos: Nitsch, Brus, o Schwarzkogler. La pintura de Friedrich y el
resto de los artistas románticos de principios del siglo XIX constituye un
«momento piadoso» en la tradición expresionista alemana.
Sin embargo, la pintura que mejor ilustra el sentimiento de lo sublime
en la Naturaleza, lo hallamos en los paisajistas norteamericanos de la
«Escuela del rio Hudson». Los tres paisajes que Thomas Cole pintó en
1842 con el título común Viaje de la vida, que se exponen en la Galería
Nacional de Washington, constituyen un ejemplo perfecto.
2
.Ch. Baudelaire. «De la esencia de la risa y en general de lo cómico en las
artes plásticas», en el libro Lo cómico y la caricatura, 5-pag.34. (Ed. Visor,
109
1989).
Bataille se refiere constantemente a la risa -inocente, voluptuosa, angus-
tiosa...-.»La risa fresca, sin reservas, se abre sobre lo peor y mantiene en
lo peor (la muerte) un sentimiento ligero de maravilla ( ¡ Al diablo Dios,
las blasfemias o las trascendencias! El universo es humilde: mi risa es su
inocencia). Sobre Nietzsche, «La -Taza de Té-, II». (Ed. Taurus, 1986).
«...la risa alcanza la inocencia divina...» El Culpable, «La divinidad de la
risa, II». (Ed. Taurus, 1986). «Pero ¿ no es el amor, al fin y al cabo, tanto
más angustioso porque hace reir ?». Las lágrimas de Eros, «Dionisios y
la Antigüedad, 5». (Ed. Tusquets, 1981).
1
Sin embargo, aquel «sentir trascendental» comparece periódicamente en
la historia «nocturna» del arte. La estética medieval, el barroco, el
romanticismo alemán, algunas manifestaciones expresionistas y neoex-
presionistas de nuestro siglo, incluso ciertas formas «body art» y «land
art» recientes, nos dan cuenta de cómo en el arte permanece aquel
«instinto primordial del hombre que no es la devoción a las cosas del
mundo, sino el terror. No un terror físico, sino un terror del espíritu». Ver
W. Worringer, Abstracción y Naturaleza, Apd.: «De la trascendencia e
inmanencia en el arte». (Ed. Fondo de Cultura Económica, 1983). (cursi-
110
***
1
Se trata de un verso de Cowper, citado por Lamartine en Nuevas Con
fidencias, p. 100. (Garnier Hnos, s /f - Paris), con el que el poeta concluye
y justifica su romántica condena de la ciudad: «Aborrezco las ciudades
con todo el poder de mis sensaciones... Aborrezco las ciudades como las
plantas del Mediodía aborrecen la sombra húmeda del patio de una cárcel.
Mis alegrías jamás son completas en ellas, mis penas son centuplicadas...en
esos focos de miradas, de voces, de ruido y de lodo...Estos receptáculos
de sombra, de humedad, de inmundicias, de vicios, de miseria y de
egoísmo»...
2
Según la interpretación mayoritariamente aceptada del Génesis (V-24),
Henoc vive todavía.
113
* * *
el Génesis.
La escultura vasca de la
posguerra, a diferencia de la
pintura etnográfica, no nos dice
nada acerca de la naturaleza,
sino que, al contrario, es la
Mendiburu. Txoria (1985)
118
1
ley-espíritu» de la naturaleza . Pero hay un aspecto positivo,
activo, de esa moral que se funda en la teoría «leibniziana» del
desenvolvimiento del mundo , según la cual las formas que
percibimos en la naturaleza, las leyes físicas que ordenan su
comportamiento, no pueden agotar la infinitud del espíritu que
alienta en ellas, de tal manera que el artista, animado por su
devoción, tiene el don y el deber de caminar por lo desconocido
«ensayando a explicar lo inexplicable», revelando, en un
proceso de continuado esclarecimiento, otras posiblidades de
la naturaleza, acaso menos reales, pero igualmente verdaderas.
«Lo mío es como una aventura en lo desconocido...atraído por
una especie de fe, lo que yo llamo un 'aroma', algo que está más
allá de los cinco sentidos y que me guía hacia la realización».
1
W. Benjamin. op. cit. pag 159.
2
Chillida. Arte español de s. XX -vídeo- (Visual, 1985).
3
Carlyle, Los Héroes, pag. 67. (Ed. Luis Miracle, 1938) (cursivas del
autor).
124
1
porque me has vestido de criatura humana» ;«.. .yo era una burda
repetición de Dios / sería Dios una pobre exageración mía «(n.
2); «Dios amanece con tos esta mañana / despierta tempestad
dormida en su rodilla»(n. 3); «...muere Quirón / aliento hipó-
dromo en su mano / (el caballo se arrodilla / chorro de eter-
2
nidad pierde su herida )» .
Oteiza
Distintas facetas (planos Malevitch) de la escultura anterior.
130
cuadrado o trape-
cio irregular para
aniquilar la forma,
para perseguir y
devorar perspecti-
vas; la manera en
que este pequeño
plano «ligero,
inestable, dinámi- Oteiza (vista cenital)
co y flotante»,
como un anticuerpo vigilante y voraz, descentra, multiplica y
confunde, con su prodigiosa movilidad, los puntos de fuga que
invaden el espacio y destruye las ligaduras que intentan orde-
narlo, reduciéndolo a una red de direcciones; y ello para
levantar entretanto, desde la concepción oteiciana del muro, el
cuerpo espacial de una escultura definitiva, vacía, libre y
sagrada.
1
Nidos y Jaulas son los títulos de dos series de esculturas que R. Mendi-
buru compuso entre los años 1967 y 1969. La imagen del artista como
131
De esas profundidades
Mendiburu emergió, milagro-
samente, con una nueva alma
indiferente, instalado en la ruti-
Mendiburu na de la materia que constituye
Jaula para pájaros libres (1969).
el ser de las cosas, materia cie-
ga, lanzada al tiempo y arrastrada por él sin destino. Su
escultura no tiene otra misión que la de deshacer los fantasmas
de lo imponderable y restaurar el mundo en su aparecer
desnudo. Pero el mundo, como las mujeres decentes, nunca
aparece desnudo; incluso se diría que no puede desnudarse. A
diferencia de Oteiza que se niega a aceptarlo y de Chillida que
persigue en él ocultas realidades, Mendiburu encuentra un
mundo sin misterio, completo en su apariencia. Este es el
1
sentido de las palabras de Bataille :
Mendiburu Mendiburu
Homenaje al aizkolari (1960) Puño maza (1966)
Mendiburu Mendiburu
Argi-Kabia (1978) Mugarri (1983) (cemento y madera)
134
ciones que implica el tiempo que contiene. Unas veces nos habla de la
sensualidad de la madera como en el Txoria de 1981, otras, de su enfer-
medad y su destrucción como en las Bitartekoa y las Casas Bombar-
deadas.
En los últimos años de su vida Mendiburu solía decir que, si alguna vez
su obra pasaba a la historia del arte sería por las esculturas de cemento y
madera.
1
W. Benjamin en El origen del drama barroco alemán, p. 224. (Ed.
Taurus, 1990) se refiere a la doctrina gnóstico-maniquea para la que «la
materia fue creada con vistas a la 'destartarización' del mundo, destinada,
por tanto, a absorber lo diabólico, a fin de que, eliminada ella, el mundo
se presentara purificado.»
2
H. Heine.»Religión y Filosofía en Alemania», en Obras, p. 699. (Ed.
Vergara, 1964). El texto continúa diciendo: «Pues el cristianismo, inca-
135
1
escultura que estamos tratando. Además, como es proverbial la
importancia que tienen los materiales para los escultores vascos
y evidente, al menos para mí, su vinculación con las respectivas
posiciones en relación con la naturaleza que aquéllos sostie-
nen, ésta es una de esas cuestiones imposibles de eludir por
embarazosas que resulten.
1
Sirvan estas explicaciones para aplacar a algunos filósofos profesionales
que, en nombre del derecho exclusivo que les asiste para administrar
conceptos, reciben con cierta sorna las reflexiones que los artistas se
atreven a hacer sobre su trabajo, aunque formen parte del mismo trabajo.
Esta actitud, casi superada hoy, pero que se conserva en algunos como una
protesta de naturaleza científica contra las infundables pretensiones del
discurso intuitivo, contra su insondable fluidez y evanescencia, no puede
ocultar además los prejuicios morales que la originaron.
139
1
L. Goldmann. El hombre y lo absoluto, p. 352 (ed. Península, 1985).
141
1
Hegel. Estética en «Sistema de las artes» p. 68 y 62 (Austral, 1947).
2
Oteiza. Existe Dios al Noroeste, p. 133.
3
Cioran, La tentación de existir., p.180. (ed. Taurus, 1989). (cursivas del
autor).
142
mente intuye que más allá, más al fondo y más cerca, en los
espacios vacíos, «mínimos e infinitos» que separan aquellas
partículas elementales, se descubre «la imagen por resonancia
de Dios». «Quizás -añade- este Vacío resonante, esta luz
espiritual, sea la estructura íntima de la Materia del Universo».
1
Susan Sontag, «La estética del silencio» en Estilos Radicales, p.22.
(Muchnik Editores, 1984). Unamuno, por su parte, se refiere también al
anhelo de inmortalidad del hombre trágico: «¡ Ser, ser siempre, ser sin
término ! ¡ Sed de ser, sed de ser más! ¡ Hambre de Dios! ¡ Sed de amor
eternizante y eterno! ¡ Ser siempre!¡Ser Dios!». «Del sentimiento trágico
de la vida» en Obras Completas, t. VII, p. 132. (Ed. Escelicer,
1967)(cursivas del autor).
145
1
Martín de Ugalde. o. c. p. 50. Según cuenta el propio escultor en una
entrevista televisada, en cierta ocasión utilizó el bronce, atendiendo una
petición del galerista Maeght. Como el resultado no le satisfizo, no lo
volvió a emplear.
147
1
Esta cita está recogida en la cinta de vídeo Chillida, Drt. L. Boulting,
(Visual, 1985).
2
Oteiza, Propósito experimental, cat. Fundacion Caja de Pensiones, 1988.
p.221.
3
G. Lukacs: «La ética quedaría definida como la medida de lo incon-
mensurable». Diario, 1910-1911, p.123. (Nexos, 1985).
4
Aristoteles. Etica Nicomaquea. En Obras, Lb. II, Cp. 6º, p. 308.
(Aguilar, 1982)
150
1
Efectivamente, Men-
diburu utilizó para su
escultura los materia-
les más diversos.
Conservamos obras
suyas en barro, esca-
yola, cemento y hor-
migón; en piedra, már-
mol y alabastro; en
hierro, acero, bronce,
cobre y plomo. Y en lo
Mendiburu con el tronco de Atari.
que a la madera se re-
fiere, el haya, en primer lugar, y el roble, son las más frecuentes en su
escultura. (La primera gran escultura en roble fué el Atari, para el que el
escultor necesitaba un árbol de gran tamaño. Después de no pocas
dificultades encontró dos, a la medida de sus deseos, en los montes de
Oroquieta. El primero de ellos, un árbol magnífico de casi dos metros de
diámetro, se abrió de arriba abajo al caer al suelo, ocasionando al escultor
un disgusto memorable). Pero Mendiburu empleó también: acacia, ave-
llano, nogal, olmo, aliso, abedul, pino, fresno, boj, tejo, tilo, cedro,
guinea... Semejante profusión de materiales indica que, para el escultor,
con excepción de «la madera» misma, ninguna de sus variedades, como
ningún otro material, alcanzó el significado simbólico de una «naturaleza
nuestra», tan frecuente en otros escultores vascos.
153
Probablemente la escul-
tura vasca nunca ha alcanzado
los límites inhumanos que al-
canzó el Argi-iru-zubi que yo vi
en el taller de las Malloas antes
de su conclusión. ¡Cabría pen-
sar que esa es la recompensa
que la naturaleza otorga a quie-
Mendiburu
1
Ch. Baudelaire. «Por qué la escultura es fastidiosa». En El Salón de 1846,
p.190. (F. Torres, ed. 1976).
156
1
La presencia de cilindros torneados en la escultura de Mendiburu es
159
anterior a esta fecha. Las Jaulas para pájaros libres de 1969 están hechas
con este material, pero en este caso, como en las diez piezas colgantes
realizadas al final de su estancia en las Malloas en 1974, los tubillones no
son tales porque ( aunque la significación de ambas series es muy distinta
al mediar entre ellas la experiencia de los Zugar) se han liberado de la
función que les distingue, que no es otra que la de unir dos piezas de
madera. Algo semejante podría decirse, buscando el precedente más
remoto, del Homenaje
a la txalaparta de 1961,
aunque en esta ocasión
es evidente que las cu-
ñas que entran y salen
del tronco horizontal,
además de definir un
ritmo, simbolizan los
golpes que recibe el
instrumento y los so-
Mendiburu. Homenaje a la txalaparta (1961). nidos que emite.
1
El Argi-hiru-zubi, figura en el catálogo del artista con la fecha de 1977.
Sin embargo, esta fecha es la del momento en que la escultura, que había
sido abandonada por el escultor en la conciencia de su interminabilidad,
fue diríamos que recogida por él mismo años después de bajar de las
160
MIRADAS Y ABRAZOS
1
Georg Ch. Lichtenbreg, Aforismos., p. 115. (Ed. Edhasa, 1990).
2
Hegel, Sistema de las artes, p. 22 y 23. (Ed.Espasa-Calpe. - Austral,
1947). (cursivas del autor).
3
Platón, «Timeo o de la Naturaleza» en Diálogos , p.684. (Ed. Porrúa,
1989).
165
* * *
Sin duda que ése era el motivo por el que Rodin protes-
taba continuamente contra las máquinas: «La máquina mata el
2
espíritu», «ahuyenta el ensueño» . Como si su mediación inte-
rrumpiera «la unión admirable, profunda y misteriosa de dos
cuerpos» que Rilke describe como «creación». Algo semejante
debieron pensar los dirigentes prusianos del III Reich cuando
obligaban a cortar a mano las grandes piedras destinadas a la
1
R. M. Rilke. «Cartas de Rilke». En Rodin, p. 140 (ed. El Ateneo. Buenos
Aires, 1947).
2
Paul Gsell. Las opiniones de Anatole France, p. 123. (ed. Siglo Veinte,
1944). Esta obra dedica uno de sus capítulos a transcribir, en boca del
escritor, la conversación que éste sostuvo con Rodin una tarde en su casa-
taller de Meudon. A. France nos presenta al escultor, en aguda crisis
romántica, encolerizado por los estragos de toda índole que a su juicio
estaban ocasionando las nuevas tecnologías y «la máquina» que las
simbolizaba. «Las cosas de que nos servimos diariamente ofenden el buen
gusto. Vasos, platos y sillas son horribles. Las fabrican a máquina».
171
1
L. Mumford, Arte y Técnica, p. 13, (ed. Nueva Visión, 1968).
2
Miguel Delibes. «Por esos mundos». En Obra Completa, t. IV, p. 7. (ed.
Destino, 1970).
172
1
En la obra de Martín de Ugalde tantas veces citada, p. 55 y 56, Chillida
insinúa esa distinción entre máquina y herramienta. Al respecto G.
Simmel, en Sobre la aventura, «El asa», p. 111. (Ed. Península, 1988),
escribe:« De la herramienta se ha dicho que no es sino la prolongación de
la mano o de los órganos humanos en general. En efecto: así como para
el alma es la mano un instrumento, también el instrumento es para ella una
mano. Pero el hecho de que el carácter instrumental separe alma y mano,
no impide la íntima unidad con que las inunda el proceso de la vida».
173
1
Lucrecio, De la Naturaleza, p. 82. (ed. Alma Mater, 1961).
175
1
Me parece obligada una consideración de esta naturaleza, cuando, en un
año como éste de 1992, se han levantado en nuestro país dos de los
«monumentos» más característicos de nuestro tiempo: la Exposición
Universal de Sevilla y las Olimpíadas de Barcelona
178
1
Una anécdota, que tuvo
lugar en la Galería de los
Uffizi con El niño de la
espina, ilustra esta con-
ciencia. Parece ser que
la escultura le produjo
una fuerte impresión y la
inmediata necesidad de
expresar su entusiasmo
a los amigos que le
acompañaban, explicándoles la maravilla que tenían la oportunidad de
181
* * *
1
F. Nietzsche, Así hablaba Zaratustra. «De las Transformaciones»
(cursivas del autor)
Oteiza, Odiseo.
187
EL CABALLERO.
I. Metáforas de la peana.
Desde esta
actitud, sólo al al
cance de la intui
ción intelectual, la
polémica con el
padre Altuna sobre
la naturaleza del
crómlech parte de
un malentendido
Cromlech
penoso. Lo que
para el científico y
sacerdote son «monumentos funerarios de la Edad de Bronce
o de Hierro que protegen enterramientos e incineraciones», es
decir, tumbas, para la conciencia metafísica del hombre trágico
son «almarios», es decir, «espacios sagrados, simbólicamente
vacíos, estéticamente, religiosamente, políticamente...». De
modo que, cuando el padre Altuna excava en el interior de los
crómlechs, y halla en ellos huesos y cenizas, y los muestra en
prueba de sus hipótesis..., el escultor, a punto de perder la
paciencia, enumera las razones que podrían exhibirse simé-
1
J. Oteiza, «Propósito experimental, 1956-57» en Oteiza, 1933, 68., p. 15.
(Ed. Alfaguara, 1967) (cursivas del autor).
190
consecuencia, po
sibilidad de distin
guir en ella la de
recha de la iz
quierda, el delante
del detrás o el arri
ba del abajo. Impo
sible, por tanto,
Oteiza imaginarles una
Par espacial ingrávido (par móvil) (1956).
peana. Sus obras
catalogadas, ex
puestas o vendidas, o son aproximaciones, formas avanzando
hacia la escultura, testimonios del proceso experimental que
concluye en un vacío último, espiritualidad absoluta que se
precipita en la Nada en busca de su misma esencialidad, o, en
otros casos, aplicaciones desprendidas de aquella estatua única
e indescriptible, que adoptan pasajaremente -y no sin cierta
repugnancia- materia y lugar, tiempo y espacio, para servir al
1
hombre «que tiene que vivir y que no sabe».
que debió haberse dicho primero tal cosa- dice: 'Nada digno de ser
probado puede probarse / ni desaprobarse, y, por lo tanto, sé prudente y,
/ ateniéndote siempre a la parte más soleada de la duda, / agárrate a la fe
más allá de las formas de la fe!'», o. c., p.189.
1
J. Oteiza, «Ideología y técnica desde una Ley de los Cambios en el Arte»
en Oteiza 1933, 68, p. 41. (Ed. Alfaguara, 1967).
En Interpretación Estética de la Estatuaria Megalítica Americana
escribe Oteiza refiriéndose a la escultura: «El supremo y único objeto
metafísico del artista queda determinado por la necesidad absoluta del
hombre en vencer a la muerte...».
192
1
Según los comentaristas más antiguos de la Biblia, esta serpiente,
además de ser muy grande, debió de ser levantada sobre un varal o
columna de gran altura para que pudiera ser vista desde todos los puntos
del campamento israelita que ocupaba dos leguas a la redonda.
193
1
Dios.» . Esa escul
tura, conforme se
desocupa de la ma
teria, el tiempo y el
espacio físico -Na
turaleza vaciándo
se de la muerte-,
constituye el em
brión que engendra
Oteiza
y alimenta a la cria Friso de los apóstoles. Aránzazu (1952-61)
1
J. Oteiza, «Conceptos generales para una interpretación estética» en
Oteiza. Propósito Experimental p. 220 (Ed. Fundación Caja de Pensiones,
1988).
2
J. Oteiza. Oteiza - 1933, 68., p.41. (Ed. Alfaguara, 1967). Hay un aspecto
de la relación de Oteiza con sus esculturas que suscita un cierto estupor
por el menosprecio y la indiferencia con que el artista parece tratar su
194
1
«Tomo el nombre de lo que acaba de morir» -, empinándose
sobre su peana metafísica en espera de la inmortalidad. Abierto
en canal y desentrañado, como uno de sus Apóstoles de Arán-
zazu, atendiendo anhelante, en la altura, el momento inminente
en que el espacio infinito, desplomándose sobre sus espaldas,
sepulte toda su agitación en la bóveda del cielo. «Izarra» (la
2
estrella), donde el centauro Quirón se enciende con la muerte ,
es el signo de la superación mística de la existencia. Como
propia obra. Podría citar numerosos ejemplos de esta actitud que suele
resultar incomprensible para quienes no están familiarizados con la
función que el artista otorga a la escultura. «Las cajas vacías -murmuraba
un día- son latas vacías de cuyo contenido me he alimentado; restos. Las
odio...».
1
J. Oteiza., o. c., p.15. La desocupación de la estatua y su conclusión en
un espacio vacío, de protección, señala para Oteiza el instante crucial de
la creación artística, en virtud del cual el hombre ocupa el lugar de la
estatua, la sustituye, haciéndose cargo de su estatuto inmortal. Como el
centauro Quirón, la obra de arte muere después de ceder al artista su
inmortalidad. En «El origen de la tragedia», Nietzsche escribió: «El
hombre no es ya un artista, es él mismo una obra de arte». En Obras in-
mortales , t. I, p. 487. (ed. Teorema, 1985). E. A. Poe relata en El retrato
oval la situación inversa: el terrible caso de «una doncella de extraordi-
naria belleza y tan amable como llena de alegría» que accedió a servir de
modelo para un retrato tan perfecto que paulatinamente fue despojándola
de la vida para apropiársela.
2
La muerte, dice Oteiza, es un invento de nuestra cultura. Un descubri-
miento tardío. Para los preindoeuropeos la muerte no existía. Morir sólo
significaba cambiar de lugar, situarse en el espacio celeste. En la memoria
que acompañaba al proyecto para un cementerio en Ametzagaña el
escultor escribió: «En reciente exploración de nuestro arranque cultural
preindoeuropeo parece definirse un mito de metamorfosis de la muerte
que hasta lingüísticamente encuentra apoyo. La raíz preindoeuropea ARR,
nada, utilizada como arro, «hueco», «concavidad», alude en nuestro
195
1
L. Kolakowski, Si Dios no existe..., p. 182. (Ed. Tecnos, 1988).
2
L. Andreiev, Las Tinieblas y otros cuentos, p. 41. (Ed. Espasa-Calpe,
Austral, 1958)(cursivas del autor).
198
1
J. Oteiza, «(este escrito sobre la impotencia)», o. c., p. 116 y ss. (cursivas
del autor).
«El grito está en el comienzo de la vida del hombre en la tierra. El grito
de caza, de guerra, de amor, de terror, de alegría, de dolor, de muerte»...
«La evocación al grito es la música originaria de los humanos». E.
Severino, El parricidio fallido, p. 55 y 56. (Ed. Destino, 1991).
2
Pertenece al diálogo entre lady Ana y el duque de Gloucester de Ricardo
III (acto I, escena 3º)de W. Shakespeare.
200
do con la muerte.
Un estertor inter-
minable y tan terri-
ble como que es, al
mismo tiempo, fí-
sico y espiritual.
Agonía y condena-
ción . La aniquila-
ción total, absolu-
Oteiza. Hombre creado
ta, resulta ser el fe- (homenaje a Lehmbruck) (1966)
roz sustituto de la
unión mística.
1
Blumenberg, o. c., p. 118.
2
W. Benjamin, El origen del drama barroco alemán, p. 227 y 228. (Ed.
Taurus, 1990).
201
1
disgustaría...ser fusilado.» Entonces descubrimos, a la sombra
del genio de la pasión, el duende del teatro. Me refiero a la
presencia, en su personalidad radicalmente escindida, de otro
yo positivo y sentimental, irónico y malicioso antagonista de sí
mismo, que cuando se divisa solemnemente encaramado en la
peana, se burla, derrama una sonrisa escéptica sobre sus
tormentos mayores, bromea con las imágenes de lo sagrado y
hasta llora -sin pudor-, tibia y engañosamente, sobre su carnal
desconsuelo. Se trata de una conciencia enemiga, cuya maligna
propiedad es la de descubrir el placer contumaz que la vida
proporciona; en suma, la de socavar los instantes de stasis con
un guiño de complicidad inaceptable, sellar todos lo abismos
de desolación, por insondables que sean, con el estigma de lo
inauténtico y lo fingido. «Entonces se coaguló en el estupor y
se preguntaba vagamente qué Dios de ira, no contento con
haberlo condenado a muerte, lo obligaba a morir en la insin-
2
ceridad».
1
Se trata de una entrevista publicada en el diario El País de Montevideo
y que se transcribe en el libro de Pelay Orozco, Oteiza, su vida, su obra,
su pensamiento, su palabra, p. 447 a 450. (Ed. La gran enciclopedia vasca,
1978).
2
J. P, Sartre, o. c , p.379. Para Sartre, como para cualquier otro moralista,
«el hombre se define por la acción». El arte, en cuanto sustituto de la
acción, es, por tanto, señal de la corrupción de ese hombre-agente, y el
artista, un individuo que interioriza su impotencia convirtiéndose en
actor, sin otra misión que la de expandir la corrupción que el arte significa.
«Su propósito -dice- es transformar al hombre honrado en esteta: ¿hay un
desquite más bello contra el espíritu de seriedad?». Y más adelante añade:
204
1
En el libro de Martín de Ugalde, p. 135, Chillida, apostillando una
consideración del autor que refiriéndose al papel del artista en la obra dice:
«Este proceso, es doloroso.», añade: «Vamos a decir, agónico; a la
manera en que lo entendía nuestro compatriota Unamuno, el vasco que
está conmigo, y a veces contra mí, tantas veces; una agonía es una especie
de punto álgido de un combate en el punto más alto de los peligros.»
208
1
La verticalidad que expresan peanas, estelas, columnas... está asociada a
la idea de orden y espiritualidad. «El obelisco, que es la suprema
manifestación de la vertical, reduce la materialidad al extremo ». S.
Giedion, El presente eterno: los principios de la arquitectura., p. 420.
(Ed. G. Gili, 1988). (cursivas del autor)
214
párrafo 88 continúa diciendo: «... y este globo, por ejemplo, debe ser
destruido y reparado por vía natural en las ocasiones en que lo exija el
gobierno de los Espíritus para castigo de unos y recompensa de otros».
1
Es así, a mi juicio, como hay que entender las palabras de Chillida antes
citadas: «Yo, por una parte, casi no creo en la forma».
217
1
Este es el modelo más celebrado, y más antiguo, de formación moral. En
la mitología griega Demeter, diosa de la naturaleza cultivada y la cultura,
educaba a los jóvenes en su templo de Eleusis en los ritos del sacrificio.
Se basaban en el entrenamiento, en el fortalecimiento paulatino que debía
conseguirse sometiéndose disciplinadamente al misterio iniciático y la
mortificación física. Mediante estas prácticas podía alcanzarse incluso la
inmortalidad. Así es como la diosa entrenó a Ceón para la gran prueba de
la vida eterna: cada mañana ungía el cuerpo del niño con ambrosía y cada
noche lo entregaba a las llamas del hogar.
Esta idea del sacrificio se conserva renovada en la concepción cristiana
del dolor. Max Scheler nos dice cómo el sentimiento cristiano nos lleva
a amar el sufrimiento y utiliza para ello la imagen del escultor que conduce
(da forma) a la perfección mediante el sacrificio: «...; a amarlos <los
sufrimientos> como los compasivos golpes de martillo por medio de los
cuales el divino escultor extrae la forma de un yo ideal, a partir del
material de una existencia perdida inicialmente en la confusión de lo
sensual ». O. c., p. 67. (cursivas del autor). El cristiano sabe que si es
necesario, y habitualmente debe serlo, este dolor se continua post morten
en el fuego del Purgatorio, aunque existen dudas razonables sobre el
sufrimiento que tales tormentos pueden acarrear. Efectivamente, Pruden-
cio comparaba el Purgatorio con un agradable "baño María". Leibniz en
una carta dirigida en 1706 a la Princesa Carolina escribe como un
cortesano consumado "... creo que sereis purificado como un agua bendita
que se pusiera al sol". Ver Leibniz, Filosofía para Princesas (sl. de Javier
Echeverría), p. 141 (Alianza Ed. 1989).
218
1
Aquí es necesario recordar el Homenaje a Udarregui de Usúrbil, un
ejemplo singular de monumento público. La pequeña escultura que lo
corona, que en principio pudiera evocar una Caja metafísica de Oteiza
trasladadada al bronce, refleja misteriosamente, en su materialidad, la
presencia y la ausencia religiosa y popular del bertsolari cuya persona-
219
1
J . L. Borges, «El aleph - El inmortal», en Prosa completa, 2º vol, p. 19.
(Ed. Bruguera, 1980)
221
1
De todas las maneras de referirse a la muerte, la que la considera como
el punto culminante de una experiencia artística-religiosa es la más
perturbadora. Su origen está relacionado con la atracción de lo invisible,
lo indecible y lo absolutamente incógnito. Intuye, como los antiguos ritos
sagrados, que es preciso ofrecer una catástrofe al espíritu del hombre para
que se manifieste en todo su esplendor. Presume, igual que Simmel, que
«la muerte hace naufragar a la vida para, por así decirlo, dejar en libertad
la intemporalidad de sus contenidos» («Para una metafísica de la muerte»
en El individuo y la libertad, p. 61, ed. Península, 1986), o, como Jünger,
que «en el ser humano reposan también cualidades que sólo la muerte
desplegará» (o. c., v.1º, p. 113). Benjamin, por su parte, al hablar de la
experiencia como el saber acumulado por el tiempo dice: «Los aconteci-
mientos sólo son capaces de entregarnos su significado porque mueren».
Aunque el contexto y la intención de Benjamin poco tienen que ver con
los de Jünger, una interpretación tal vez poco meditada de estas palabras
nos permitiría apoyar en ellas la idea de que en nuestra propia muerte se
guarda la promesa de un saber extraordinario. La luz que Goethe pedía o
223
1
G. Bataille, La experiencia interior, p. 22 (Ed. Taurus, 1989).
226
1
sabiduría» .
1
W. Blake, «Las bodas del cielo y el infierno», en Poesía completa., p.
216. (Ed. Orbis, 1986).
227
1
Hay momentos íntimos en los que el escultor se divierte a costa de su
personalidad trágica. Recuerdo una mañana en la que estuvo discurriendo
con especial intensidad «metafísica» sobre el tiempo y la presencia de la
muerte. Poco después, más distendido, remató su reflexión exclamando
entre risas: «... ¡ Ya me está jodiendo tanta inmortalidad!».
228
fiere a la capacidad
creadora que, en
este caso, se ejerci
ta interrogando a
los materiales en los
límites que su con
frontación pone al
descubierto. El día
en que Mendiburu
Mendiburu. (1985) (madera y cemento)
reunió en una mis
ma escultura dos
materiales dispares en pie de igualdad -es decir, olvidada la
peana-, estaba resuelto a poner a prueba las esperanzas que
hemos depositado en el tiempo y en la naturaleza. Con anterio
ridad había utilizado ya distintos materiales simultáneamente,
230
1
Las esculturas de materiales combinados comienzan siendo de distintas
maderas. El Zugar del Museo de BB. AA. de Alava es de 1969 y está
realizado en acacia y nogal. La serie Espalak como las diez piezas col-
gadas de madera torneada de 1973 son de madera y cuerda. Excepcional-
mente, sin embargo, algunas piezas como los Torso de 1970 y 1972 (a que
me he referido en el cap. 1º)y algunas otras obras de pequeñas dimensio-
nes, ensayan por las mismas fechas con los materiales más diversos.
2
Conviene recordar que unos años antes, en 1965, Chillida había iniciado
con el Homenaje a Kandinsky la larga serie de esculturas en alabastro
Elogio a la luz que suponen su reconciliación con el arte griego y en la que
el escultor atribuye al alabastro la misma significación espiritual.
231
1
En este punto hay que mencionar que Mendiburu, que tuvo durante toda
su vida una salud muy precaria, padeció, entre muchas enfermedades, una
232
litiasis recurrente que le hacía expulsar por vía urinaria, con grandes
dolores, las piedras de su riñon.
233
1
J. P. Sartre, El ser y la nada, p. 668 y 669 (Ed. Losada, B. Aires, 1966).
234
* * *
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1. Juan Luis Moraza
"Seis sexos de la diferencia. Estructura y límites,
realidad y demonismo". 1990
7. Pedro Manterola