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Intelectuales - Paul Johnson
Intelectuales - Paul Johnson
Intelectuales
ePub r1.0
Leviatán 07.03.14
Título original: Intellectuals
Paul Johnson, 1988
Traducción: Clotilde Rezzano
Retoque de portada: Leviatán
E credenciales morales y de
juicio de ciertos intelectuales
notables, para aconsejar a la humanidad
sobres cómo conducir sus asuntos. He
tratado de que sea fáctica y
desapasionada, y siempre que fue
posible utilicé las obras, cartas, diarios,
memorias y citas del intelectual que
examinaba. Para los detalles de su vida,
hice uso de numerosas biografías, entre
las cuales las más importantes son las
que siguen:
En el caso de Rousseau la que me
resultó más útil fue la de Lester G.
Crocker, Jean Jacques Rousseau: The
Quest, 1712-1750 (La búsqueda),
Nueva York, 1974 y Jean Jacques
Rousseau: The Prophetic Voice, 1758-
1783 (La voz profética), Nueva Cork,
1973, aunque también gocé con la
vigorosa The Making of a Saint: the
Tragic Comedy of J. J. Rousseau, (El
devenir de un santo: la tragicomedia
de J. J. Rousseau) Londres, 1976 de J.
H. Huizinga.
Para Shelley me atuve sobre todo al
soberbio libro de Richard Colmes,
Shelley: The Pursuit (La búsqueda),
Londres, 1974, aunque no estoy de
acuerdo con él acerca de la criatura
ilegítima.
Para Marx apelé principalmente a
Marx, Londres, 1968, de Robert Payne.
Ibsen tiene un biógrafo ideal en
Michael Meyer, Henrik Ibsen: i. The
Making of a Dramtist, 1828-64 (El
devenir de un dramaturgo), Londres,
12970, ii. The Farewell to Poetry,
1864-1882 (El adiós a la poesía),
Londres, 1971; iii. The top of a Cold
Mountain, 1886-1906 (La cima de una
montaña fría), Londres, 1971, pero
también recurría Hans Heiberg, Ibsen:
Portrait of the Artist (Retrato del
artista), Trad. Londres, 1969, y a
Bergliot Ibsen, The Three Ibsen (Los
tres Ibsen), trad., Londres, 1951.
De las muchas biografías de Tolstoi
seguí más a la de Ernest J. Simons, Leo
Tolstoy, Londres, 1949, pero también
utilicé el formidable relato crítico de
Edgard Crankshaw, Tolstoi: The Making
of a Novellist (El devenir de un
novelista), Londres, 1974.
Para Emerson utilicé las obras de
Joel Porte, sobre todo su Representative
Man: Ralph Waldo Emerson in His
Time (Hombre representativo: R. W. E.
en su época), Nueva York, 1979.
Para Hemingway utilicé las dos
excelentes biografías recientes, la de
Jeffrey Meyers, Hemingway: A
Biography, Londres, 1985, y la de
Kenneth S. Lynn, Hemingway, Londres,
1987, a la vez que el estudio anterior, de
Carlos Baker, Hemingway: A life Store
(Historia de una vida), Nueva York,
1969.
Para Brecht utilicé Bertolt Brecht, A
Biography, Londres, 1983, de Ronald
Hayman, y el brillante estudio de Martín
Esslin, Bertolt Brecht: A Choice of
Evils (Surtido de vicios), Londres,
1959.
En el caso de Russell, la fuente
principal de datos biográficos fue The
Life of Bertrand Russell (La vida de B.
R.), de Ronald W. Clark, Londres, 1975.
Sastre: A Liar, trad. Londres, 1987,
de Annie Cohen Solal, y Simone de
Beauvoir, trad, Londres, 1987, de
Claude Francis y Fernande Gontier,
fueron mis fuentes para Sartre.
Víctor Gollancz: A Biography,
Londres, 1987, el relato completo e
imparcial de Ruth Dudley Edwards es la
fuente indispensable para Gollancz, y
para Lillian Hellman, la obra maestra
como trabajo detectivesco de William
Wright, Lillian Hellman: The Image.
The Woman (L. H.: La imagen. La
mujer), Londres, 1987, aunque también
me fue útil el libro de Diane Johnson,
The life of Dashiell Hammett, Londres,
1984.
Para el último capítulo utilicé sobre
todo Cyril Connolly: Diaries and
Memoir, Londres, 1983, de David Pryce
Jones; Mailer: A Biography, Nueva
York, 1982, de Hilary Mills; de Life of
Kenneth Tynan, Londres, 1987, de
Katheleen Tynan; Love is Colder than
Death: The Life and Times of Rainer
Werner Fassbinder (El amor es más
frío que la muerte: Vida y época de R.
W. F.), Londres, 1987, de Robert Katz y
Peter Berling, y The Furious Pasage of
James Baldwin (El pasaje furioso de J.
B.), de Fern Marja Eckman, Londres.
Quedo agradecido a todos estos
autores, En las notas sobre fuentes se
encontrarán referencias a muchas otras
obras consultadas.
A mi primer nieto Samuel Johnson
1
JEAN JACQUES
ROUSSEAU:
«UN LOCO INTERESANTE»
El proletariado ejecuta la
sentencia que la propiedad
privada pronunció contra sí
misma al engendrar al
proletariado, al igual que pone
en práctica la sentencia que el
trabajo asalariado. Pronunció
para sí mismo al producir
riquezas para otros y miseria
para sí. Si el proletariado
resulta victorioso eso no
significa para nada que se
convierta en el lado absoluto de
la a, porque resulta victorioso
sólo al abolirse a sí mismo y a
su contrario. Entonces
desaparecen tanto el
proletariado como su opuesto
terminante, la propiedad
privada.
Un pionero intelectual
nunca puede tener una mayoría
a su alrededor. Dentro de diez
años quizá la mayoría haya
llegado al punto donde estaba
el doctor Stockmann cuando el
pueblo se reunió. Pero durante
esos diez años el doctor no se
ha quedado estacionado: se ha
adelantado por lo menos diez
años a los otros. La mayoría,
las masas, la plebe, nunca lo va
a alcanzar; nunca podrá
llevarlos detrás de él. Yo mismo
siento una compulsión
Igualmente implacable de
seguir avanzando. Ahora hay
una multitud donde yo estaba
cuando escribí mis primeros
libros. Pero yo ya no estoy allí.
Estoy en otro lugar, más
adelante que ellos, o por lo
menos así lo creo[40].
Había conocido en el
Tirol… a una jovencita vienesa
de un temperamento notable,
que de inmediato le había
tomado como confidente… no le
interesaba la idea de casarse
con algún joven educado
decentemente… Lo que la
tentaba, fascina y encantaba
era quitarles los maridos a
otras mujeres. Era una pequeña
destructora diabólica… una
pequeña ave de presa, que con
todo gusto le habría incluido a
él entre sus víctimas. La había
estudiado muy de cerca. Pero
ella no había tenido gran éxito
con él. «No me atrapó, pero yo
la atrapé a ella… para mi
obra»[49].
Adenauer, Adenauer,
muéstranos tu mano
Por treinta piezas de plata
vendes nuestro país, etc.
INGÚN intelectual en la
Después de mi primera
visita a la URSS en 1954, mentí.
En realidad quizá mentir sea
una palabra demasiado fuerte:
escribí un artículo… en el que
dije una cantidad de cosas
amistosas sobre la URSS en las
que no creía. Lo hice en parte
porque estimé que no es cortés
denigrar a nuestros anfitriones
en cuanto uno vuelve a su casa,
y en parte porque en realidad
no sabía dónde estaba en
relación tanto con la URSS
como con mis propias ideas[56].
E (1895-1972) es iluminador
porque nos permite establecer
una diferencia entre el hombre de letras
tradicional y el intelectual de la especie
que hemos estado examinando. Wilson
puede ser descrito en realidad como
alguien que comenzó su carrera como
hombre de letras, se convirtió en
intelectual en busca de soluciones
milenaristas, y luego —ya más triste y
más sabio— volvió a su interés juvenil
por la literatura, su verdadero oficio.
Cuando él nació, el literato
estadounidense era ya una institución
firmemente establecida. De hecho había
tenido un ejemplar destacado en Henry
James. Para Henry James la literatura
era la vida. Rechazaba con desdén la
opinión del intelectual seglar de que era
posible trasformar al mundo y a la
humanidad mediante ideas sacadas de la
nada. Para él la historia, la tradición, la
precedencia y las formas establecidas
constituían la sabiduría heredada de la
civilización y las únicas guías fiables
para el comportamiento humano. James
sentía un interés serio, si bien objetivo,
por los asuntos públicos; y su gesto de
adoptar la ciudadanía británica en 1915,
identificándose así con una causa que
consideraba justa, demostró que juzgaba
correcto que el artista se comprometiera
con las cuestiones importantes. Pero la
literatura siempre ocupó el primer lugar,
y quienes consagraban su vida a ella, los
sacerdotes que cuidaban sus altares, no
debían jamás prostituirse ante los falsos
dioses de la política.
Wilson fue en el fondo un hombre de
inclinaciones similares, aunque mucho
más vigoroso e incorregiblemente
norteamericano. A diferencia de James,
vio a Europa, especialmente a
Inglaterra, como fundamentalmente
corrupta, y a Estados Unidos, con todas
sus imperfecciones, como la
corporización de un ideal noble. Eso
explica por qué, bajo su caparazón
tradicionalista, a veces luchaba por salir
un activista. De todos modos, por
nacimiento, medio ambiente y, por lo
menos durante un tiempo, por
inclinación siguió el camino de los
jacobinos. Pertenecía a una inmensa
familia presbiteriana de Nueva
Inglaterra y en su infancia prácticamente
no conocía a nadie fuera de ella. Su
padre era abogado y había sido
procurador general del estado de Nueva
Jersey. Tenía los instintos de un juez y
Wilson los heredó. Decía que su padre
trataba a la gente «según sus méritos»
pero «en cierta medida, de haut en bas;
y como señaló Leon Edel, que se ocupó
de la edición de los papeles de Wilson,
la propensión a repreguntar a los
querellantes literarios y juzgarlos
despectivamente fueron los rasgos más
marcados de Wilson como crítico»[1].
Pero también heredó de su padre un
amor apasionado por la verdad y la
decisión tenaz de encontrarla. Esto
finalmente le salvó.
La madre era una verdadera filistea.
Le gustaba trabajar en el jardín y se
interesaba por el fútbol universitario.
Hasta el final de su vida asistió a los
partidos de Princeton. Su deseo era que
Wilson fuese un atleta distinguido, y no
se interesó en absoluto por lo que
escribía. Quizá fuera mejor así, ya que
se evitaron las tensiones destructivas
que se interpusieron entre Hemingway y
su madre inteligente y literata. Wilson
fue a la Hill School, la escuela
preparatoria de la Ivy League, y luego a
Princeton de 1912 a 1915, donde recibió
buenas enseñanzas de Christian Gauss.
Pasó una temporada en un campamento
del ejército y lo detestó, trabajó como
periodista en el New York Evening Sun,
fue a Francia con una unidad
hospitalaria y terminó la guerra como
sargento de Inteligencia.
Wilson siempre fue un hombre capaz
de leer persistente y sistemáticamente.
Sus notas muestran que entre agosto de
1917 y el Armisticio, quince meses
después leyó más de doscientos libros:
no sólo a escritores anteriores, como
Zola, Renan, James y Edith Wharton,
sino una amplia gama de
contemporáneos, de Kipling y
Chesterton a Lytton Stachey, Compton
Mackenzie, Rebecca West, y James
Joyce. Nadie leyó nunca con más
profundidad y atención que Wilson; con
su actitud de juez, leía como si sobre el
autor pendiera una sentencia de muerte.
Como escritor, sin embargo, fue mucho
menos sistemático. Parecía incapaz de
planear a largo plazo. Sus libros se
desarrollaban y se alargaban, cuando no
escribía ficción sus libros comenzaba n
como simples ensayos, sus novelas
como cuentos. Al empezar su capacidad
de atención era la de un periodista;
luego, a medida que se interesaba
emocionalmente por el tema, su pasión
judicial por descubrir la verdad le
obligaba a profundizar más y más. Pero
pasó algún tiempo antes de que
descubiera qué quería hacer. En la
década del veinte trabajó en Vanity
Fair, luego en New Republic; intentó la
crítica teatral en el Dial, y volvió a New
Republic; escribió poesía, cuentos, una
novela, I Thought of Daisy (Pensé en
Daysy), y trabajó mucho en un estudio
de los escritores modernos, Axel’s
Castle (El castillo de Axel).
Llevó la vida privilegiada de un
soltero de la Ivy League, probó
brevemente (1923-25) el matrimonio
con una actriz, Mary Blair, anduvo libre
de nuevo, y se casó por segunda vez, con
Margaret Canby, en 1929. Para entonces
ya era un joven hombre de letras, con un
amplio campo de intereses literarios y
una reputación envidiable por su juicio
agudo y objetivo.
La prosperidad de los años veinte
fue tan espectacular, y pareció tan
durable, que inhibió al radicalismo
político. Hasta Lincoln Steffens, cuyo
Shame of the Cities (Vergüenza de las
ciudades) de 1904, una compilación de
sus artículos sobre la corrupción, había
sido un hito en la era progresista, sugirió
que el capitalismo de Estados Unidos
quizá fuera tan válido como el
colectivismo soviético: «La raza se
salva de una manera o de la otra y, creo,
de las dos maneras»[2]. Nation comenzó
una serie de tres meses escrita por Stuart
Chase, sobre la continuidad de la
prosperidad, cuyo primer episodio se
publicó el miércoles 23 de octubre de
1929, cuando la primera gran baja del
mercad. Pero cuando toda la magnitud
de la bancarrota y la subsiguiente
depresión se hicieron evidentes, la
opinión intelectual rebotó en la
dirección opuesta. Los escritores se
vieron especialmente afectados por la
depresión. En 1933 la venta de libros
llegó sólo al 50 por ciento de la cifra de
1929. Little Brown, la vieja firma de
Boston, describió el período 1932-33
como «el peor hasta ahora» desde que
empezaron a publicar libros en 1837.
John Steinbeck se quejó de que no podía
vender nada en absoluto: «Cuando la
gente está quebrada lo primero que
suprime son los libros»[3]. No todos los
escritores se inclinaron a la izquierda,
pero la mayoría lo hizo, incorporándose
a un movimiento amplio, vago, poco
organizado y a menudo disputador, pero
incuestionablemente radical. Al
recordarlo, Lionesa Trilling vio la
emergencia de esta fuerza a principios
de la década del treinta como un
momento crucial en la historia de
Estados Unidos:
Acepté manuscritos de
Rusia, buenos o malos, porque
eran «ortodoxos»; rechacé
otros de socialistas genuinos y
hombres honestos, porque no lo
eran… publiqué tan sólo libros
que justificaban los Procesos, y
envié la crítica socialista de
ellos a otra parte… Estoy tan
seguro como lo puede estar un
hombre (entonces estaba seguro
en lo más profundo de mi ser)
de que todo esto fue un error.