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Lo Que Sea Por Hacerte Feliz - Sophie Saint Rose
Lo Que Sea Por Hacerte Feliz - Sophie Saint Rose
Con la excusa de que tenían que trabajar, los tres se sentaron aparte
mientras ellas una al lado de la otra no dejaban que les afectara su rechazo.
Era evidente que lucharían con uñas y dientes contra lo que sentían. Y
ahora que el acuerdo que habían firmado les comprometía a la boda, ya no
tenían que seducirlas para intentar convencerlas de retrasar algo que era
inevitable si no querían pagar cada uno cien millones de dólares.
—La única manera de que ganen es que seamos nosotras las que nos
neguemos a casarnos —dijo su prima la noche anterior después de
mostrarle el documento que había redactado.
—¿Estás segura de esto?
—¿Crees que no es lo correcto?
Miró el documento. —No sé…
—¿Ves cómo eres muy blanda?
Suspiró. —Igual tienes razón.
Pensando en ello se dio cuenta de que Drevon ahora haría lo necesario
para que fuera ella la que no se casara. De repente se le cortó el aliento
levantando la vista hasta su futuro suegro que la miraba con odio. No se
podía creer que hubiera pensado de nuevo en quitarlas del medio en el
rancho. Incluso había pensado en enterrarlas en un lugar donde nadie las
encontrara nunca. El contrato de su boda iba con ellas porque con las prisas
de irse al rancho no habían ido al notario a registrarlo y había pensado en
que después de matarlas solo tenía que deshacerse de él. Incluso se quedaría
su móvil con la grabación que había hecho en aquella habitación de hotel.
Si alguien preguntaba solo tenía que decir que después de cobrar su dinero
se habían largado. Era evidente que lo tenía todo muy bien atado después de
darle un montón de vueltas. Ahora entendía por qué estaba allí y la sorpresa
de Drevon cuando decidió acompañarles. Miró a su prima que estaba
distraída con una revista.
—Verónica —susurró.
—¿Uhmm?
—El viejo quiere matarnos.
Su prima se tensó, pero disimuló como pudo dando la vuelta a la hoja. —
¿No me digas?
—Los contratos…
La miró a los ojos. —Mierda.
—Exacto. Todas las pruebas están con nosotras.
—Joder… ¿Ellos saben esto?
—Eso no lo sé.
—Tendremos que estar atentas. ¿O prefieres soltar esa bomba que teme
tanto y arriesgarnos?
—No —dijo asustada por perderle—. En este momento le dolería tanto
que ya nunca conseguiría su amor. Me odiaría para siempre.
—Pues hasta que podamos detenerle, debemos tener los ojos bien
abiertos.
Asintió y miró hacia ellos. Sus ojos coincidieron con los de Drevon que
frunció el ceño porque estaba pálida. Se levantó sentándose frente a ella. —
¿Te encuentras mal de nuevo?
Sonrió. —Es que aquí hace algo de calor, ¿no?
Él hizo un gesto a la azafata que se acercó de inmediato. —Baje un poco
la temperatura del termostato y traiga un zumo.
—Enseguida, señor Barrington.
—Gracias —dijo ella.
La mujer sonrió alejándose y tocó unos botones que había en la pared. —
Enseguida llegamos.
La azafata regresó y le tendió un vaso de zumo. Madison lo cogió
dándole las gracias.
—Diez minutos para el aterrizaje.
—Que bien —dijo su prima—. Odio volar.
—Pues lo vas a hacer a menudo. —Observó como se tomaba el zumo.
—Bébetelo todo, tiene azúcar.
—Ya puedes acostumbrarte, aquí en verano hace un calor de mil
demonios —dijo Ken irónico.
—Me acostumbraré.
—Cuando lleguemos haré que venga el doctor. Igual es algo de tensión
arterial.
—¿Ese médico que no la envió al hospital la última vez? —preguntó su
prima con ironía.
Madison se pasó la mano libre por la frente. —Verónica…
—Vale, tregua.
—Bébete todo el zumo —dijo él ignorando a su prima.
Ella lo hizo y Drevon cogió su vaso para tendérselo a la azafata. —¿Te
encuentras mejor?
—Sí, gracias.
Se iba a incorporar, pero ella cogió su mano. —Tenemos mucho que
hablar.
—Después, nena. En casa.
Asintió y soltó su mano. Él se alejó para sentarse y se puso a leer unos
papeles. Su mirada coincidió con la de Ken. Sin poder evitarlo se sintió
avergonzada. Debía creer que estaban mal de la cabeza. ¿Pero qué estaba
pensando? Si estaban seguros de que eran unas sinvergüenzas. Leche, cómo
se estaba complicando todo. Sería cabrito, el viejo. Esperaba que le viniera
algún pálpito que le indicara cómo pensaba librarse de ellas, porque sino
estaban apañadas.
Eran las nueve de la noche cuando escuchó que el caballo pasaba ante la
casa y a oscuras se acercó a la ventana de su habitación para ver como
metía su montura en el establo. Había llegado el momento. Tenía muy claro
que se lo iba a tomar fatal, pero era lo que había. Y casi lo prefería, porque
así no habría más secretos que pudieran enturbiar su relación en el futuro.
De todas maneras ahora ya la odiaba… Sí, quizás era lo mejor para empezar
de cero.
La luz que se filtraba por las ventanas de la casa le dejó ver cuando salía.
Estaba cubierto de polvo y su cara mostraba signos de agotamiento. No le
extrañaba nada cuando según él llevaba dos días sin dormir. Preocupada vio
cómo se acercaba y cómo juraba por lo bajo endureciendo más las facciones
de su rostro como si llegar a casa le mosqueara aún más. Suspiró dejando
caer la cortina y fue hasta la cama para tumbarse. Casi en penumbra
mirando el papel pintado de la pared escuchó a su prima gritando que ya era
hora de que llegara a casa. También escuchó a Ken intentando calmarla y
varias voces. Cerró los ojos queriendo dormir, necesitaba dormir.
—¿Qué coño me estás contando? —gritó Drevon.
—¡Casi la mata! —gritó Rita.
Los gritos se detuvieron durante varios minutos que a ella se le hicieron
eternos y de repente Kenneth gritó —¡Sí, lo hice!
Ya estaba. Ya había confesado su secreto y a ella la había expuesto ante
Drevon.
Oyendo gritos se mordió el labio inferior porque gritaban los unos sobre
los otros demostrando que sus hijos estaban incrédulos con lo que les estaba
contando. Al escuchar un golpe fortísimo se sobresaltó, pero entonces
escuchó —¡Mi prima no tiene la culpa de lo que hiciste tú! ¡No la
responsabilices de esto!
—¡Ha intentado chantajearme! ¡Pero eso es lo que hacéis, chantajearnos
con nuestra reputación, con nuestro trabajo! ¡Sois unas aprovechadas!
—¿Aprovechadas? —Su prima estaba de lo más alterada. —No, viejo.
¡Si fuéramos aprovechadas hubiéramos pedido cien millones y nos
habríamos largado! ¡No entendéis una mierda! Ken, ¿no vas a decir nada?
—Él dijo algo que no llegó a oír. —Pues te voy a decir algo yo… ¡Siempre
he confiado en los pálpitos de mi prima y después de conocerte estoy
convencida de que tiene razón! ¡Pero todo el mundo tiene un límite y no
voy a ser siempre yo la que luche por estar a tu lado! He renunciado a todo
por ti, ¿qué más quieres?
—¡Vero!
Escuchó como su prima llegaba al piso de arriba y daba un portazo.
También escuchó como alguien al final del pasillo daba unos golpecitos. —
¿Vero? Preciosa, déjame entrar. —Ken insistió durante varios minutos, pero
su prima no abría. —Sé que tú no tienes la culpa de que tu prima sienta
cosas, sé que no sabías nada de esto y que no lo has utilizado contra mi
padre… No estoy enfadado.
—¿De veras? —preguntó la voz llorosa de su prima.
—De veras, déjame entrar.
Al no escuchar nada más supuso que le había dejado entrar y se alegró
por Verónica, porque arreglarían las cosas. Entonces sintió una inquietud en
la boca del estómago y la puerta de su habitación se abrió mostrando la
silueta de Drevon. Por como apretaba los puños supo que estaba furioso.
Dio un paso hacia la cama y después otro hasta detenerse a una distancia
prudencial. La luz del pasillo mostraba el rostro de Madison que pálida no
se movió sin quitarle ojo. Dio otro paso hacia ella y susurró —Lo que ha
ocurrido esta tarde me demuestra que eres una zorra sin escrúpulos. —Se
agachó pasando los brazos a ambos lados de su cuerpo y acercó su rostro al
suyo. —Vuelve a intentar hacerle daño a mi padre y lo que te ha hecho hoy
no será nada comparado con lo que sufrirás. No sé de dónde coño te sacas
estas cosas, pero guárdatelas para ti y jamás vuelvas a mencionárselas a
nadie si no quieres pagar las consecuencias. Y las habrá, nena, te juro que
las habrá. Estoy hasta los cojones de vuestras tonterías. Lárgate aún que
estás a tiempo porque como me obligues a casarme contigo, me las
arreglaré para que jamás vuelvas a salir de esta finca. Nunca, ¿me
entiendes? —Madison no dejó de mirar su rostro. —¡Contesta! —gritó
sobresaltándola. La agarró por los hombros sentándola de golpe—. ¿Lo
entiendes o no, maldita bruja?
—Me ha quedado muy claro —susurró.
Él la soltó como si le diera asco antes de ir hacia la puerta y salir de allí
dando un portazo. Gimió por el dolor que recorrió su alma y se volvió
abrazando sus piernas mientras las lágrimas fluían incontrolables. Ni se
había preocupado por lo que le había hecho su padre, pero no era de
extrañar porque tampoco se había preocupado demasiado por su estado en
la ocasión anterior en que estuvo en esa casa. Puede que sintiera atracción
por ella, pero no la amaba. Además, sabía que lo ocurrido con su padre ese
día le daría problemas, así que no le extrañaba que todo hubiera empeorado
exponencialmente. Pero lo que sí la había dejado de piedra, porque no se lo
esperaba en absoluto, fue su amenaza de no dejarla salir de la finca una vez
casados. Que se guardara para ella sus pálpitos lo había dicho muy en serio.
Y eso sí que sería un gran problema, porque sus presentimientos formaban
parte de ella y no podía evitarlos, como no podía evitar respirar. ¿Y si no
llegaba a amarla nunca como era realmente? Ese pensamiento la torturó
porque algo dentro de ella le dijo que para ganarse su amor puede que
tuviera que disimular como le había pedido su madre tantos años atrás y no
podría hacerlo.
Sin haber pegado ojo en toda la noche bajó las escaleras para desayunar.
No es que tuviera hambre porque se encontraba fatal, pero quería
comprobar que su prima estaba bien. Escuchó hablar en la cocina y se
acercó allí. Ya desde el hall vio que Rita se volvía del horno con un plato
lleno de bollos en las manos. Esta en cuanto la vio se detuvo en seco y
perdió la sonrisa mirándole el cuello. Madison forzó una sonrisa y
carraspeó antes de decir —Buenos días.
—Buenos días, has madrugado.
Entró en la cocina y al ver a los tres Barrington sentados a la gran mesa
se detuvo en seco y nerviosa por sus agresivas miradas se llevó una mano al
cuello sin darse cuenta.
—¿Te duele?
Confundida miró a Rita. —¿Qué?
—¿Te duele el cuello?
Apartó la mano de allí a toda prisa mostrando los morados marcados en
su pálida piel. —No es nada.
La mujer apretó los labios acercando el plato hasta la mesa. —Siéntate.
—Mi prima…
—Todavía no se ha levantado —dijo Ken antes de beber de su café.
—Son las seis de la mañana —dijo Rita—. ¿Quieres unos huevos?
No se sentía capaz de tragar nada. —No, gracias.
Drevon sin dejar de mirarla bebió de su café e incómoda porque no tenía
energías para un enfrentamiento susurró —¿Me puedes dar un café, por
favor?
—Claro que sí —dijo Rita a toda prisa yendo hacia la cafetera.
—Al parecer has recuperado los modales —dijo Kenneth con mala uva.
Sintiendo un nudo en la garganta de la impotencia ni le miró mientras
Rita le acercaba la taza. —Gracias —respondió con la voz ronca.
—¿Azúcar?
—No, gracias.
En silencio salió de la cocina mientras las miradas de los tres la seguían
hasta la puerta. Salió al porche y se sentó en una de las sillas de mimbre.
—Joder, que morados tiene en el cuello —dijo Ken. Sorprendida miró
hacia el final del porche donde las ventanas de la cocina estaban abiertas—.
Igual deberíamos llevarla a un médico. Habla con la voz ronca.
—¿Y cómo lo explicamos? —preguntó su padre como si fuera tonto.
—Rita, si viene alguien por aquí que no la vea —dijo Drevon cortándole
el aliento—. Eso solo empeoraría las cosas. Joder, no me quiero ni imaginar
lo que diría la prensa si la viera. Y como hable de lo de las gemelas…
—Pudo decir lo de mamá y no dijo nada —dijo Ken sorprendiéndola por
su defensa—. Igual no es tan mala como crees.
—¿Qué pasa, que su prima es tan buena en la cama que se te ha olvidado
cómo han terminado aquí? —preguntó Drevon con desprecio.
—¿Cómo han terminado aquí? Pues han terminado aquí porque Madison
sintió que tenía que venir, pero es evidente que se tenía que haber quedado
en Chicago porque aquí no han parado de dañarla.
—Lo que es evidente, es que tu amante te ha comido la cabeza esta
noche, hermano.
—Sí, hemos hablado toda la maldita noche y me ha contado miles de
cosas. ¿Sabes que una vez salvó la vida de quince niños que iban en un
autobús? Iba a cruzar la acera en un semáforo cuando lo sintió y se puso en
medio del paso de peatones para detenerlo. Para que no pasara cuando el
semáforo se pusiera verde e iniciaran de nuevo la marcha.
—¿Y cómo les salvó la vida si puede saberse? —preguntó Drevon con
burla.
—Un camión se saltó un stop cinco metros más allá y se empotró contra
un edificio de viviendas. Solo murió el camionero, pero si ella no hubiera
detenido a ese autobús…
—Nadie sabe lo que podía haber pasado —dijo Kenneth.
—Con todo lo que ha ocurrido no sé cómo podéis pensar que miente en
sus premoniciones. Y menos tú, padre.
—No digo que mienta —dijo entre dientes.
—Menosprecias su don cuando ya te ha dejado en evidencia dos veces.
—Igual debería usar ese don para no meterse en las vidas ajenas.
—Padre, muchísima gente pide su ayuda. Es una médium muy
reconocida en su ciudad.
—¿Qué dices? —dijo Drevon—. Si tiene una consulta de mierda en un
barrio de mala muerte en Chicago. Eso nos dijo el detective.
—Ese vio que era un barrio y supuso muchas cosas. Hasta ha ayudado a
la policía a resolver varios casos. Solo mira las fotografías y dice este es un
cacho de pan. Y descartado. Eso les va indicando si van por el camino
correcto.
—Me estás diciendo lo que te ha dicho su prima. Puede que tenga
presentimientos, pálpitos o que sepa cosas, pero a padre le han podido
seguir durante un año, dos…
—¿Y lo del medallón de mamá?
—¡No lo sé, joder!
—¿Y lo que siento por Vero? Lo que pasa es que eres tan cabezota que
vas a tirarlo todo por la borda por no dar tu brazo a torcer. ¿Sabes que
puedes joderlo todo? No aguantará todo lo que le echen. Si se larga perderás
tu oportunidad de ser feliz.
—¿Feliz con esa? —preguntó con desprecio—. Has perdido totalmente
la cabeza.
—Está obnubilado por esa abogaducha de tres al cuarto —dijo su padre
—. Pues escúchame bien, no te vas a casar con ella, ¿me oyes? A ver si
cuando te desherede se queda a tu lado. No le dura ese amor ni cinco
minutos.
—¿Me estás amenazando para que la deje? —preguntó pasmado—. ¿Y
el contrato?
—Déjate de contratos que esas no duran aquí ni una semana, de eso me
encargo yo.
—Padre…
—¡No! —El golpe en la mesa la sobresaltó. —Ni se te ocurra pensarlo
siquiera. Comparte su cama todo lo que quieras, pero se largará igual que su
prima.
—Igual el que me largo soy yo.
Se hizo el silencio en la cocina solo roto por los pasos de Ken hacia la
escalera y Rita dijo —Kenneth, creo…
—Tú no tienes que creer nada. Oír, ver y callar como has hecho siempre.
¡Aquí sigo mandando yo! ¡Y a quien no le guste ya sabe dónde está la
puerta!
Madison pasmada separó los labios de la impresión.
—Hijo, ¿no tienes cosas que hacer?
—Es que lo que acabas de decir no me gusta nada, padre —dijo Drevon
cortándole el aliento—. Puede que tú seas el dueño de todo, pero mi
hermano y yo nos hemos dejado la piel trabajando para la empresa y para el
rancho. Tus decisiones no son las únicas que importan, padre. Y jamás
vuelvas a hablar a Rita de esa manera, ¿me has entendido?
—¿Qué has dicho?
—Creo que todo esto te ha alterado mucho y lo entiendo, pero no olvides
que somos una familia.
—Que ellas intentan romper, ¿o es que no te das cuenta?
—¡Me doy cuenta de todo! ¡Y por eso precisamente ahora debemos estar
unidos! ¡Estoy aquí, aunque te juro que ayer al enterarme de que tengo dos
hermanas que nacieron antes de la muerte de mi madre lo hubiera enviado
todo a la mierda! Así que no se te ocurra ir de cacique conmigo, padre.
Bastante he aguantado ya.
Escuchó que algo caía al suelo y pasos que llevaron hasta el hall. Drevon
salió de la casa con el sombrero en la mano y al verla apretó los labios. —
¿Escuchando? —preguntó con burla.
—Solo quería tomarme el café tranquila —susurró antes de apartar la
mirada.
—Pues que lo disfrutes. —Bajó los escalones, pero de repente se detuvo
en seco. Apretó el puño como si dudara de lo que iba a hacer, pero al final
terminó por volverse hacia ella. —¿Necesitas un médico?
Su corazón dio un vuelco antes de mirarle a los ojos. Llegó hasta ella la
lucha que tenía en su interior y lo sintió muchísimo por él. —No.
Asintió antes de ponerse su sombrero. —Espero que cuando vuelva ya
no estés aquí.
—Sigue soñando, no te vas a librar de mí tan fácilmente —dijo con
rabia.
Sonrió irónico antes de alejarse. —Como quieras, nena. Pero al final te
irás.
Separó los labios de la impresión porque era algo de lo que estaba
convencido y no hablaba del presente, estaba segura de que hablaba del
futuro. Aparte de tener muchas dudas respecto a sus intenciones no quería
dar su brazo a torcer porque creía que ella se largaría de allí. —Mierda —
dijo entre dientes—. Esto era lo que te faltaba.
Rita salió al porche y ella la miró de reojo. Parecía angustiada y Madison
se levantó poniéndose alerta.
—Hazle caso, vete —susurró.
—¿Por qué?
La cogió del brazo y la apartó de la puerta como si temiera que las
escucharan. —Mi hermano nunca ha tolerado que le dejaran en evidencia.
Te odia. Y te aseguro que cuando odia a alguien no cambia de opinión.
Jamás lo había visto como ayer y estoy convencida de que si su hijo no le
hubiera apartado te hubiera matado.
—Lo sé.
—Pero lo que no pareces saber es que Drevon es igual. Kenneth le ha
criado a su imagen y semejanza porque iba a ser el heredero, su orgullo.
Ken nunca ha tenido tanta presión como él y se le han permitido más
licencias como irse de campamento en verano cuando Drevon siempre tenía
que quedarse en el rancho. Tenía que aprender a llevar el negocio.
¿Comprendes lo que te digo? —susurró.
Se la quedó mirando. —¿Por qué te has quedado todos estos años?
—Mi hermano no sabía nada y…
—Has cuidado de ellos y siguen tratándote como a una criada.
—Eso no es cierto, los chicos…
—Sigues trabajando para ellos.
Rita apretó los labios. —Yo insistí. Yo trabajo por mi comida, pero mi
hermano ha contratado a una chica que viene por las mañanas y…
—¿Y dónde está hoy?
Se tensó. —Kenneth insistió en que la llamara ayer por la noche para que
no viniera…
—Para que no nos viera. Para que no viera esto —dijo señalándose el
cuello. Se mantuvo en silencio lo que le dio la razón. —No quiere que nadie
sepa que estamos aquí. —La agarró del brazo. —¿Por qué me adviertes?
—Odio ver como discuten. Puede que no lo entiendas, pero son mi
familia y noto que la estáis resquebrajando. ¿No habéis hecho bastante
daño? —Le rogó con la mirada. —Sé que nos portamos mal contigo, que no
debí actuar como lo hice, pero lo que habéis hecho no tiene nombre.
—¿Te das cuenta de que podías haberme matado? ¿Que nos
secuestrasteis? ¿Que Kenneth podría haberme matado ayer? ¿Y dices que lo
que nosotras hicimos no tiene nombre? Suerte tenéis de que no acabéis en
prisión, así que no me des lecciones sobre cómo comportarme. Son ellos los
que tienen que cambiar su manera de ser y no solo con nosotras sino con
todo el mundo. No son reyes a los que todos deban pleitesía, son de carne y
hueso, tienen que aprender que los demás tienen sentimientos como los
tenía su madre, como los tienes tú. ¿Te das cuenta de que si lucharas en los
tribunales puede que la mitad de todo esto llegara a ser tuyo? ¿Y sigues
cocinando? ¿Te siguen pagando un sueldo? Esto es ridículo.
Rita se tensó. —Yo no quiero la mitad de nada. ¡Solo quiero a mi
familia!
—Acabo de oír lo que te quiere Kenneth a ti.
—Está alterado, ha hablado mal a su hijo y…
—¡Y se ha pasado tres pueblos! ¡Deja de defenderle! —La miró
fijamente. —Tú le encubrías, tú sabías lo de las niñas.
—Cállate —siseó mirando hacia la casa.
—Claro que lo sabías. No se te escapa nada de lo que ocurre en el
rancho, ¿no?
La fulminó con la mirada. —No lo sabía.
—Claro que sí, a mí no me la pegas. Eres como ellos. Odiabas a su
esposa por serle infiel y pasabas por alto los cuernos de tu hermano.
—¡Eso no es cierto! ¡Yo no sabía nada de lo de Kenneth! —De repente
se echó a llorar tapándose el rostro. —Si lo hubiera sabido…
Se la quedó mirando fríamente. —Lo sabías, a mí no puedes engañarme.
Su llanto se interrumpió en el acto y levantó la vista para mirarla
fríamente lo que le heló la sangre. —Dios mío, le hacías la vida imposible.
Sonrió de medio lado dándole la razón.
—Eras la dueña de la finca y estabas al lado de los tuyos, no le dabas
tregua con tus comentarios maliciosos. —Dio un paso atrás porque ese era
el verdadero cáncer de la familia. —¡Tú has manejado los hilos como has
querido en esta casa! Malmetiendo, erosionando la relación hasta que ya no
quedó nada. Ella creía que había sido la culpable porque tú también se lo
hiciste creer. ¡Delphine no tuvo la mínima posibilidad en cuanto cometió
ese error que le arruinó la vida! ¡Y ahora quieres hacer lo mismo con
nosotras! ¡Somos enemigas y harás lo que sea por hacer que logren su
objetivo de sacarnos de aquí!
—Estás loca.
—¿Eso era lo que le decías a Delphine? —preguntó con ironía dando un
paso hacia ella—. No te creas que vas a poder con nosotras. Ni todos los
Barrington del mundo podrán con las Verdun. —Fue hasta la puerta. —Y te
lo advierto, si sigues por este camino la que perderá al final serás tú porque
mi hombre entrará en razón.
—Te he avisado y quien avisa no es traidor.
Le hizo una pedorreta y Rita apretó los puños de la impotencia antes de
mirar hacia el final del porche y ver como Drevon salía del establo tirando
de su caballo. La miró fijamente. Ella le saludó con la mano. Madison vio a
través de la ventana del hall como sonreía encantada mientras Drevon se
subía al caballo y se alejaba. Lo del medallón tenía que haberla alertado de
que era una zorra de cuidado. Leche, aquella casa era un nido de víboras.
—Psss…
Miró hacia arriba para ver a su prima vestida únicamente con una
camiseta y braguitas haciéndole señas desde la escalera antes de correr
hacia su habitación. Subió lo más aprisa que pudo y entró tras ella cerrando
la puerta. —¿Qué pasa?
—Lo he oído todo. —Señaló la ventana y la miró con los ojos
exageradamente abiertos. —Vaya con la mosquita muerta.
Miró a su alrededor. —¿Y Ken?
—¿Ken? No sé.
Frunció el ceño. —Creía que estaba contigo.
—No, cuando me desperté por los gritos en la cocina no estaba.
—¿Y a dónde ha ido?
—Madison, ¿qué pasa?
Levantó una mano para que se callara. —¿Y dónde está Kenneth?
—Por mí como si se muere.
—No hay que perder de vista a los enemigos, sobre todo cuando quieren
convencer a un aliado de que se cambie de bando.
—¿Un aliado? ¿Mi Ken? Si ayer después de echarme un polvo me dijo
que no me hiciera ilusiones.
—Pues en la cocina dijo que habíais hablado de mucho más.
Se sonrojó. —Bueno, le comenté algunas cosillas, pero fue por hablar de
algo.
Escucharon un portazo en el piso de abajo y ambas se acercaron a la
ventana para ver como Ken salía furioso de la casa. —Ahí va después de
una buena reprimenda de su padre por dejarse llevar y defendernos.
—Avanzamos un paso y damos dos atrás. Tienes que acostarte con
Drevon.
—Se le ve muy dispuesto —dijo con ironía.
—Tiran más dos tetas que dos carretas, algo podrás hacer. —Se acercó a
ella. —Puede que su padre vaya de jefe, pero es Drevon quien lo lleva todo.
Ahora es el jefe, aunque disimule que no lo es por respeto a ese vejestorio.
—Lo sé. Me ha quedado claro en el desayuno cuando le ha parado los
pies y su padre no ha dicho ni pío.
—Si Drevon da el visto bueno, ya no habrá vuelta atrás. Tendrá que
tragarnos.
Preocupada asintió, pero no tenía muy claro cómo conseguirlo cuando le
había dicho por activa y por pasiva que no quería tocarla ni con un palo. Su
prima la abrazó por la espalda. —Puedes hacerlo. —La besó en la mejilla.
Sintiendo un nudo en la boca del estómago susurró —Estoy asustada.
A su prima se le cortó el aliento y la agarró de los hombros para
volverla. —¿Asustada? ¿Crees que ese chiflado nos quitará…?
—No, ahora no creo que llegue a tanto después de lo de ayer.
—Entonces, ¿qué temes?
Miró hacia la ventana. —¿Y si no consigo su amor?
—Madison, eso no va a pasar. Solo tienes que conseguir que se deje
llevar. El tiempo que pase a tu lado hará el resto.
Sus ojos brillaron. —Eso es, necesita tiempo a mi lado. Solos, él y yo
solos. —Agarró sus manos. —Escúchame, tienes que convencer a Ken para
regresar a la ciudad.
—¿Cómo?
—Tienes papeles que arreglar para nuestra residencia o algo así. Algo
que sea ineludible.
—¿Y su padre? Ese no se larga de aquí ni a tiros.
Entrecerró los ojos. —Si tiene un problema médico tendrá que irse a
hacer las pruebas que se consideren necesarias, ¿no?
Verónica sonrió. —Vas a hacerle lo mismo que a ese vecino tuyo que no
te tragaba.
—Ahora ya saben que tengo presentimientos. En cuanto diga que tiene
mala cara no tarda en venir el doctor. Y como no le encontrará nada…
—Sus hijos insistirán en que vaya a hacerse un chequeo.
—Exacto.
—¿Y Rita? —Verónica levantó una ceja. —Tiene que desaparecer.
—¿Una enfermedad genética?
—¿Que se manifiesta en este momento?
—¿Un poco raro?
—No colará.
Entrecerró los ojos pensando en ello. —Rita debería quedarse.
—Ah, ¿sí?
—Para no levantar demasiadas sospechas. Dirás que aprovechas el viaje
de su padre para irte con ellos a la ciudad.
—Entendido.
—Esa bruja no podrá estar siempre por el medio por mucho que lo
intente, ¿no?
—Tú eres la que tienes presentimientos, guapa.
Bufó porque no es que estuviera demasiado segura de lo que hacían.
Estaba tan llena de sensaciones que no sabía si pensaba con claridad. Pero
había que decidirse. —Pues vamos allá. Será hoy en la comida, pero solo si
vienen todos a comer.
—¿Por qué?
—Para tomarles por sorpresa a todos juntos. Sino esperaremos a la cena.
—Muy bien, ensayemos todas las posibilidades.
Capítulo 9
Querido Drevon.
Estoy convencida de que en este momento estás furioso y defraudado
por enterarte de mi partida cuando te había dicho que no me iría, pero te
aseguro que es lo mejor para los dos. Sobre todo para mí. Siento ser tan
egoísta, pero no podía enfrentarme a tu rechazo en cuanto pasaran esos
tres meses. Tres meses que solo aumentarían mi amor por ti mientras que tú
solo te darías cuenta de lo inadecuada que soy para compartir tu vida. Sé
que te atraigo, que sientes que me necesitas, pero cuando llegara el
momento serías muy consciente de todo lo que nos separa y decidirías que
podrías seguir tu camino sin mí. Y seguramente podrás hacerlo, pero yo en
ese momento ya no podría y ya no sabría qué hacer. Soy una cobarde, no
puedo enfrentarme a ti y decírtelo en persona, lo reconozco, pero es que no
sabía cómo decirte que a pesar de entrar en tu vida, de ponerla patas
arriba no tengo el valor de llegar hasta el final. Ahora estás enfadado, pero
dentro de unos días te darás cuenta de que es lo mejor para los dos. Sé que
me recordarás siempre como yo a ti y que algún día sonreirás al pensar en
los momentos que hemos pasado juntos. Momentos muy locos y
surrealistas, pero únicos. Te deseo toda la felicidad del mundo. Deseo que
la persona que elijas te ame por encima de todo, porque jamás dudes que
mereces ese amor.
Tuya siempre,
Madison
Posdata:
Por favor no la tomes con Verónica por esto, ¿quieres? Ella no tiene la
culpa de nada y quiere muchísimo a Ken. Sé que él apostará por su
relación y merecen una oportunidad a pesar de lo que diga nadie. Dios, la
voy a echar muchísimo de menos. Nunca dudes que dejo ahí gran parte de
mi corazón.
Dejó caer la mano que tenía la carta antes de volverse para mirarles
incrédulo. —¿Qué es esto, Verónica?
—No he podido detenerla —dijo con lágrimas en los ojos—. Estaba
convencida de que no te casarías con ella.
Ken asombrado dio un paso hacia él. —¿Es cierto? —Drevon apretó los
labios. —¿Firmaste el último acuerdo pensando en dejarla? Creía que eso
había quedado atrás después de oírla hablar con Rita.
—No puedo negar que he tenido mil dudas. ¡Pero todavía era pronto!
¡Dijo que no se daría por vencida!
Verónica incrédula susurró —¿Pero quién te crees que eres? —Él se
tensó arrugando la carta en su mano. —¡Quién te crees que eres para jugar
así con sus sentimientos! Creí que le darías una oportunidad. ¡Después de
todo lo que pasó por estar a tu lado se la merecía!
—Pensaba intentarlo.
—¡A mí no me mientas! ¡Solo querías ahorrarte los cien millones,
maldito egoísta!
—Eso no es cierto. —Pálido miró a su hermano. —¡No es cierto!
—Puedes intentar mentirle a ella, pero yo he hablado de esto contigo
varias veces. Incluso la mañana en que dispararon a papá pensabas en
echarla a patadas. ¡Fui el primer sorprendido cuando mencionaste una
nueva negociación!
Verónica entrecerró los ojos. —Dios mío, ¿qué ocultas?
—¡No sé de qué hablas!
—¿Qué ocultas para que Madison haya salido corriendo? ¿Qué es lo que
no me ha dicho?
Drevon de repente les miró sorprendido y se volvió llevándose las manos
a la cabeza y Verónica palideció. —¿Qué has hecho? —gritó histérica.
Ken preocupado dio un paso hacia él. —Hermano, ¿qué ocurre?
Dejó caer las manos y se volvió para mirarles. —Esto tiene que ser por
Pete… No se me ocurre otra cosa que haya podido molestarla.
—¿Tu amigo? —preguntó Verónica antes de dar un paso atrás
impresionada—. Es hijo tuyo.
—Claro que no, ¿estás loca? Pero me lo pidió.
—¿Qué? —Ken no se lo podía creer. —¿Te pidió que te acostaras con su
mujer?
—Claro que no, ¡quería que fuéramos a una clínica! Pero no me sentí
capaz. ¡Solo pensar que un hijo mío creciera sin saber que yo era su padre
me revolvía las tripas! Pero ella debió buscar otro donante. Al principio
pensé que le había puesto los cuernos a Pete, pero después de darle vueltas
me di cuenta de que habían hecho lo mismo con otro. Por eso él se fue del
país, para no estar presente en ese momento.
—¿Y qué tiene que ver eso con Madison?
—¡Ha debido creer que el niño era mío!
—Mi prima no es tonta. ¡Es otra cosa!
—Te juro que no. Piénsalo bien, tiene que haber una razón poderosa para
que se fuera. Para que se diera por vencida al creer que no me iba a casar
con ella. Y si piensa que voy a tener un hijo con otra… —Perdió todo el
color de la cara dando un paso atrás. —Lisa.
Ken juró por lo bajo. —No jodas. ¿Y de quién es, tuyo o mío?
—¿Cómo que tuyo? —gritó Verónica exaltada.
—Preciosa cálmate.
—¿Que me calme? —Le señaló con el dedo. —¡Más te vale que no sea
tuyo! ¡Qué manía tenéis los Barrington de ir haciendo niños por ahí!
—Solo fue una noche, cielo.
—¡Con eso basta!
Drevon gritó —¡Callaos! ¡No puedo ni pensar!
Ambos le miraron. —Si Lisa está embarazada debe estar de más de
cuatro meses. ¿Por qué no ha dicho nada? —dijo Ken.
—Por nuestro escándalo.
—Está esperando que las cosas se calmen —dijo Verónica—. ¿Su padre
no era también un pez gordo?
—Sí, no querrá verse envuelto en todo esto.
Ken asintió. —En tres meses se habría olvidado. Ella daría la noticia y
dejarías a Madison compuesta y sin novio por cumplir con tu deber. Por eso
se ha ido. ¡Por eso dice en esa carta que no es adecuada para ti!
—¡Porque una pija que es mucho más adecuada para ser tu esposa va a
tener un hijo tuyo!
—¡Joder, joder! —Drevon se volvió y miró por la ventana. Durante
varios segundos miró la ciudad antes de bajar la vista hasta su mano donde
aún estaba la carta.
Una lágrima recorrió la mejilla de Verónica porque él mismo había dicho
lo que ocurriría si una mujer tuviera un hijo suyo. Se le revolverían las
tripas porque creciera sin él. —No vas a ir a buscarla, ¿verdad?
Sonrió con tristeza. —Me conoce mucho mejor de lo que creía. —Se
volvió. —No, no voy a ir a buscarla. —Fue hasta la puerta. —Se merece
algo mejor que un Barrington.
FIN
Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años
publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su
categoría y tiene entre sus éxitos:
1- Vilox (Fantasía)
34- Me faltabas tú
35- Negociemos (Serie oficina)
50- Mi matrioska
53- Mi acosadora
54- La portavoz
55- Mi refugio
57- Te avergüenzas de mí
68- Vuelve
época)
150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época)
151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)
195- Cómplices 2
196- Sólo pido una oportunidad
1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada
4. Dragón Dorado
5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor
7. La consentida de la Reina
8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor