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Lo que sea por hacerte feliz

Sophie Saint Rose


Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Capítulo 1

Madison salió del ascensor quitándose su abrigo de terciopelo negro.


Uff, qué calor hacía allí. Se pasaban con la calefacción. Al acercarse a la
puerta del piso de su amiga puso los ojos en blanco porque estaba a rebosar
de gente. De hecho, había varias personas bebiendo en el pasillo. Se le erizó
el cabello de la nuca y se detuvo en seco. Mierda. Entonces el click del
ascensor se escuchó de nuevo y las puertas se abrieron. Ella se volvió y una
ráfaga de viento alborotó sus rizos castaños cortándole el aliento, pero no
salió nadie. Su corazón se aceleró. Había llegado la hora. La emoción
invadió su alma. Al fin. Se volvió y se dijo que lo de la nuca era un efecto
secundario. No tenía importancia. —No, no le des importancia. Ni de
broma te vas a largar antes de conocer al amor de tu vida. Porque está aquí.
O está a punto de llegar. —Entró en la casa sonriendo a varios conocidos.
—¡Madison!
Vio que Meredith intentaba hacerse paso con dos copas en la mano. Su
amiga estaba loca de contenta. —¿Te puedes creer esto? ¡Ha venido todo el
mundo! ¡Soy popular!
—Sí que me lo puedo creer. —Forzó una sonrisa mirando a su alrededor.
—Quien no se lo va a creer eres tú al ver lo que te queda de la casa cuando
todos estos se larguen.
—En este momento me da igual.
—Si te has gastado una pasta en la decoración y…
—Tengo seguro. —Soltó una risita dándole la copa que tenía en la mano.
—Bebe y disfruta. ¡Y liga! ¡Qué no me enteré de que no te has comido un
rosco! —gritó alejándose antes de saludar a otro—. ¡Hola Charles!
Madison miró el vaso que tenía en la mano y levantó una ceja al ver el
líquido rosa. ¿Qué rayos sería eso? Acercó el vaso a su nariz y la arrugó al
llegar a ella el aroma dulzón. Una chica pasó a su lado con uno de esos
vasos en la mano. —Yo que tú no me tomaría eso.
—¡Si está muy bueno! —exclamó con voz de haberse bebido tres o
cuatro.
—Tú misma —dijo cuando se alejó. Dejó su vaso sobre una mesa repleta
y miró a su alrededor. Estaba atestado y se acercó a la ventana abierta antes
de que empezara a sudar como una descosida. Al sentir otra vez que se le
erizaba el cabello de la nuca se mordió el labio inferior. Debería largarse de
allí cuanto antes, pero qué podía pasar ¿eh? La última vez que había
experimentado esa sensación el tren del metro había descarrilado. ¿Qué?
Una tontería de nada. Si casi no había habido víctimas. Si recordaba bien,
solo había muerto una vieja de noventa años y había sido del susto. Los que
estaban graves al final se salvaron. O eso creía.
Miró a su alrededor. —¿Dónde estará? Vamos, vamos… —Se sentó en el
asiento de la ventana y miró hacia la puerta. —Igual está por llegar. A ver si
fue una ráfaga de aire sin más y te estás liando… —Entrecerró sus
preciosos ojos verde esmeralda. —No, lo que ha sentido tu corazón no da
lugar a dudas. Ha llegado el momento. —Hizo una mueca. —Que ya es
hora después de veinticinco años, leche. —Suspiró y un chico se sentó a su
lado.
Volvió la cabeza hacia él lentamente y este sonrió. —Hola, me llamo
Max y me he fijado en ti.
—¿No me digas? —Incómoda deslizó el trasero hasta la esquina y él la
siguió. Gimió resignada. —Así que Max, ¿eh?
—Soy tu futuro.
—¿Eso no es de una peli?
—No, creo que es de un libro. De esas romanticonas que lee mi
hermana. Una Sophie algo. No para de hablar de ella.
—¿No me digas? —Miró a su alrededor sin mostrar ningún interés.
—¿De qué conoces a Meredith?
—Soy su médium.
—Qué interesante.
A este le interesaría hasta que fuera destripadora de cerdos con tal de
llevarla a la cama. Forzó una sonrisa. —¿A que sí?
—¿Y qué es lo que haces exactamente? ¿Hablas con los muertos?
—Pues no. Aunque tu tía Gladys todavía está esperando que le pongas la
lápida de mármol de carrara que le prometiste. —Se levantó dejándole con
la boca abierta y pasó entre la gente. Fue cuando lo sintió. Miró hacia los
vasos en la mesa y vio como el líquido se movía. Palideció y empujó a la
gente para llegar a la cadena de música. La apagó y gritó —¡Callaos!
Todos la miraron y Meredith dijo —Madison, ¿qué haces?
—Shusss… —Todos se quedaron en silencio y entonces lo sintieron de
nuevo. Un ligero temblor.
—Bah, eso es el tren que pasa a dos calles de aquí —dijo Meredith—.
No hay de qué preocuparse, el agente inmobiliario dijo que era normal. Casi
ni me molesta. —Se echó a reír. —Te terminas acostumbrando a todo.
La miró a los ojos. —Hay que salir pitando de aquí.
Meredith palideció. —¿Qué?
El temblor volvió, pero está vez más fuerte y la gente gritó corriendo
hacia la puerta. Meredith chilló y Madison la cogió de la mano para ir hasta
la ventana. —¡Salta!
—¿Pero estás loca? ¡Es un tercer piso!
La agarró de los brazos. —¿Quieres morir? ¡Salta!
Meredith ni se lo pensó, se tiró sin mirar. Asombrada sacó la cabeza y al
verla espatarrada en el callejón gritó —¿Por qué no te has tirado al
contenedor?
—Ay, santa madre de Dios, qué golpe…
—¡Corre!
Meredith levantó la cabeza. —¡Cómo voy a correr si tengo las piernas
rotas!
—Mierda. —Al mirar hacia abajo vio que el contenedor estaba bajo la
otra ventana e hizo una mueca. —Un error de cálculo. —Corrió hacia la
otra y tiró el abrigo antes de sentarse en la ventana. —A la una, a las dos…
—Otro temblor hizo que dijera a toda prisa —¡Tres! —Se tiró y cuando
cayó sobre un montón de bolsas de basura suspiró del alivio justo antes de
que la explosión hiciera estallar las ventanas de todo el edificio. Se cubrió
con los brazos mientras los restos caían sobre ella hasta que algo hizo que le
ardiera la pierna y asustada apartó un brazo para ver que una tela en llamas
había caído sobre una de las bolsas de basura. Chilló levantándose de golpe
y saltó del contenedor.
—¿Madison? —Con la respiración agitada miró a Meredith que sollozó.
—¿Han muerto?
Miró hacia arriba apretando los labios y vio cinco estelas luminosas
ascendiendo. —Puede que no fueran tus amigos, igual son vecinos. —Se
acercó a ella cojeando y puso los brazos en jarras. —Bueno, una fiesta
estupenda. Las que acaban en los periódicos son las mejores, te vas a hacer
famosa en el trabajo.
Los ojos de Meredith brillaron. —¡Sí! Oye, ¿crees que esto lo paga el
seguro?
—Tranquila, que el dueño del edificio tendrá que daros un montón de
pasta. —Entonces le dio un vuelco al corazón y miró hacia el edificio. Sus
ojos brillaron. —El dueño del edificio… Es suyo. —De repente chilló
sobresaltando a Meredith. —¡Es el dueño del edificio!
—¿Qué?
El sonido de las ambulancias y de los coches de policía las distrajo y
miraron hacia la calle. Una chica vestida de uniforme entró en el callejón
corriendo. —¿Están bien?
—¡Necesitamos una ambulancia! ¡No puede moverse!
La chica se detuvo diciendo algo por la radio que tenía al hombro y
Madison se agachó. —Escúchame bien, a partir de ahora estás gravísima,
¿me oyes?
—¿Qué quieres decir?
—Échale cuento. Ah, y soy tu prima.
—¿Mi prima?
—Porque así podré acompañarte al hospital, ¿de acuerdo?
—¿Esto es importante?
—Importantísimo.
—Vale.

En la sala de espera también había varios familiares de los afectados.


Sintiendo su dolor se dijo que aquello no había sido buena idea. Una madre
lloraba a su lado porque no sabía el estado de su hijo. La verdad es que
según lo que había oído en aquella sala, no le extrañaba que la mujer
estuviera hecha polvo esperando noticias porque lo pintaban muy mal. La
explosión de la caldera había hecho que reventaran varias tuberías de la
calefacción y de ahí que se viera afectado todo el edificio. Su hijo al parecer
estaba en una de las plantas bajas cuando sucedió todo. Según decían era
una suerte que el edificio no se hubiera desplomado.
Mirando a todas aquellas personas se preguntó cómo podía ayudar. Miró
de reojo a la mujer y suspiró. —Deje de llorar.
La miró sorprendida. —Perdón, ¿qué ha dicho?
—Su hijo se pondrá bien. Bueno, no es que quede muy guapo con la
cicatriz que tendrá en la cara, pero se salvará.
—¿Cómo sabe que…?
—¡Mamá!
Un chico de unos quince años corrió hacia ella con un gran apósito en el
rostro. —¡Martin! —Le abrazó con fuerza. —Mi niño, ¿estás bien?
—Sí, mamá.
Se alejó para mirarle bien y su mano se acercó al apósito en la cara. —
¿Es grave?
—Doce puntos, pero no tengo nada más, dicen que ya puedo irme.
—Gracias a Dios que solo ha sido eso. —La miró de reojo algo asustada
y cogió la mano de su hijo. —Nos vamos a casa de tu tía hasta que esto se
solucione.
Cuando se alejó casi corriendo Madison chasqueó la lengua. —Eso te
pasa por hablar. —Suspiró. —Es que no aprendes nunca.
En ese momento llegó un hombre seguido de otros dos con pinta de
abogados. Bufó porque ninguno de ellos era quien le interesaba. Entonces
entrecerró los ojos viéndoles repartir unos papeles entre las familias
afectadas y se levantó. Uno de los hombres detuvo a la mujer que salía con
su hijo y le entregó una hoja como a los demás. Aquello le dio mala espina
y se acercó a los hombres. —Oigan, ¿qué hacen?
—¿Es familiar de algún afectado?
—Sí. Mi prima.
—Somos los representantes legales de Barrington Enterprises, los
dueños del edificio.
—Los dueños del edificio…
—¿Puede rellenar esto? Necesitamos ciertos datos para procurarle un
alojamiento a su prima. ¿O se queda con usted?
—No sé si cuando salga del hospital… Aunque en mi casa no cabe un
alma, la verdad.
—No se preocupe, si lo rellena nosotros nos encargaremos de todo.
Incluidos los gastos médicos sino lo cubre su seguro de asistencia sanitaria.
—¿De veras? Oiga, ¿por qué ha ocurrido esto?
—Se está investigando todavía.
Miró el papel y suspiró. —¿No me diga? Esto no será para que la gente
se confíe y después darles la patada, ¿no?
Varios murmuraron.
—No, claro que no —dijo otro de aquellos hombres—. Solo intentamos
ayudar. Nuestra empresa no va a eludir sus responsabilidades, si es que las
tiene. De momento, se hará cargo de los gastos hasta saber el resultado de la
investigación.
—¿Y si resulta que no tiene nada que ver con lo ocurrido?
—Bueno, entonces el responsable tendrá que pagar, señorita. Es lo
lógico, ¿no?
—¿Y si es insolvente?
—Señorita… ¿Su nombre, por favor?
—Madison Verdun.
—Señorita Verdun, no adelantemos los acontecimientos.
—Disculpe, pero si intentan escurrir el bulto y luego hacen responsable a
algún vecino, todos los demás se terminarán quedando sin nada. —Miró a
los demás. —Creo que deberíamos crear un grupo que nos represente a
todos y buscar asesoramiento legal.
—Sí —dijeron varios.
—Oiga, nos estamos ofreciendo a pagar los gastos.
—De momento, se están ofreciendo de momento. Mi prima se acaba de
mudar a un piso que les ha alquilado a ustedes y ha invertido miles de
dólares en muebles para decorarlo. Eso por no hablar de ropa y efectos
personales que no sabemos cómo están. ¿Se harán cargo del alojamiento?
No me fastidie. Hay gente que lo ha perdido todo está noche.
Varios asintieron y empezaron a protestar. Sonrió angelicalmente
mirando a los abogados y uno de ellos le arrebató la hoja de la mano. —
Pues que nos llame su abogado.
Los que estaban allí empezaron a gritar que eran unos usureros y cosas
mucho peores y los hombres temiendo por su integridad salieron corriendo,
haciendo que Madison parpadeara asombrada. Cuando se largaron todos
miraron hacia ella y gimió por dentro pensando por qué siempre se metía en
esos jaleos. Forzó una sonrisa y dijo intentando parecer resuelta —Bueno,
es evidente que necesitáis un buen abogado. ¿Sugerencias? —Nadie dijo ni
pío. —¿No? Tranquilos, que yo tengo amigos en todas partes. ¿Por qué no
apuntáis mi número para llamarme en caso de que haya algún problema? —
Abrió su bolso. —Iré haciendo una lista de los afectados. Una fila, por
favor.
Capítulo 2

—Joder Madison, ¿por qué te has metido en esto? —preguntó su prima


asombrada.
—¿Pues qué quieres que te diga? Ni idea. Estaba en una fiesta, sentí al
hombre de mi vida y perdí la cabeza.
Su prima chilló levantándose de la silla y rodeó el escritorio para
abrazarla. —¿Y cómo es? ¿Quién es? ¿Cuándo vamos a conocerle? ¿Es
guapo? ¿Alto? Seguro que es moreno, a ti siempre te gustan los actores
morenos. —Se apartó para mirar su rostro y frunció el ceño. —La leche…
—Sí, todavía no lo conozco.
Se enderezó apartando su cabello negro a la espalda. —Ya lo sé, está
entre los afectados. Les vamos a meter un puro que se van a cagar. ¡Cómo
te lo hayan dejado hecho un guiñapo, me van a oír!
Bueno, ahí iba. —Verónica, es el dueño del edificio.
—¿A quien vamos a demandar?
—Sí, pero…
Levantó una mano acallándola. —A ver si lo he entendido… Vas a una
fiesta, sientes al amor de tu vida. —Madison asintió. —Pero no está allí. Le
sientes porque es el dueño del edificio. ¡A ver si va a ser el portero!
—Muy graciosa, ¡lo sentí! Es él, sea quien sea.
Su prima fue hasta una de las hojas que había conseguido de los
afectados del hospital. —Crees que el dueño de Barrington Enterprises es el
hombre de tu vida.
Sonrió como una tonta. —Sí.
—¡Pero si puede vivir en Canadá!
Parpadeó asombrada. —Ah, ¿sí? ¿Crees que no es de Chicago? —
Frunció el ceño porque eso no se lo esperaba.
—Estás empresas tienen los tentáculos muy largos, Madison. Puede ser
de Los Ángeles, Nueva York… Hasta de Europa.
—Lo de mudarme no lo tenía previsto, la verdad. Mi familia, mis
clientas están aquí.
—¿No te ha dado por mirar en internet?
—Pues no, ¿crees que sale ahí?
Verónica bufó como si fuera un desastre y se sentó tras su ordenador
tecleando a toda prisa. —Vamos a ver… Bingo.
—A ver, a ver… —Corrió para ponerse tras ella y la vio mirando una
noticia del periódico. Al ver Sídney dejó caer la mandíbula del asombro. —
Mierda.
—¡Es una empresa australiana! —exclamó su prima—. Leche, son más
ricos que Midas. Tienen empresas por medio mundo y también se dedican a
los bienes raíces. Dice que sus acciones suben cada año porque invierten la
mitad de sus beneficios en edificios… —Deslizó la página hacia abajo y las
dos se quedaron con la boca abierta al ver a dos hombres de pie
flanqueando un enorme escritorio donde estaba sentado un hombre mayor
con cara de mala leche, pero Madison no podía dejar de mirar al que estaba
a su derecha. Era él. Al mirar sus ojos su corazón dio un vuelco. Le había
encontrado, era él. Ese sería el hombre con quien compartiría su vida.
Ansiosa por saber su nombre miró el pie de foto y leyó: “En el centro el
señor Kenneth Barrington, a la derecha Drevon Barrington y al otro lado
su hermano Kenneth Barrington”. Drevon… Impacientes sus ojos
volvieron a su rostro y escuchó su voz pronunciando su nombre.
Verónica se había quedado de piedra y ninguna de las dos dijo ni pío sin
dejar de mirar la fotografía. El pitido del interfono las sobresaltó y Verónica
gruñó alargando la mano para pulsar el botón. —Señorita Verdun, su cita de
las cinco está aquí.
—Que espere. —Soltó el botón y Madison la miró sin poder creérselo. Si
había podido verla en el trabajo era porque tenía libres veinte minutos. En
cuanto miró sus ojos abrió la boca de la sorpresa y Verónica la fulminó con
la mirada. —¿Qué has hecho?
—¿Yo?
—He sentido… —Se levantó furiosa para gritarle a la cara. —¡No quiero
esto! ¡No tengo tiempo para esto, arréglalo!
—¡Oye maja, que yo no tengo la culpa! —Entonces se dio cuenta de
algo y la miró mosqueada. —¿No será el mío?
—¿Cuál es el tuyo?
Ambas señalaron a un lado de la pantalla y suspiraron del alivio. —
Menos mal —dijo Madison—. Se avecinaba drama familiar.
—¡Si ni sabemos si están casados!
—Eso da igual —dijo tan pancha—. Son nuestros hombres, así que haz
las maletas que nos vamos.
—No puedo irme sin más, tengo clientes que atender. —Levantó la hoja
que le había llevado. —¡Y ahora todavía más!
—¿Quieres calmarte?
Verónica la miró aterrorizada. —¿De Australia? ¿Por qué? Nunca he
sentido tus pálpitos, tus premoniciones o como se llamen, ¿y me tiene que
pasar con un tío de Australia?
Sonrió antes de volverse. —¿Ves todo esto? ¿Este lujo, este prestigio,
todo lo que has conseguido trabajando tanto y estudiando media vida?
—Sí.
—Pues no vale para nada si no hay amor en tu vida. Si no puedes
compartir tus triunfos, tus ilusiones, tus alegrías con alguien que te ama. Si
no llegas a casa después de ganar un juicio y él te abraza. —Se volvió para
mirar sus ojos verdes. —Y sabes lo que has sentido, imagínate cuando le
tengas delante. ¿Cuántas citas has tenido en la vida? Cientos.
Su prima se sonrojó. —Lo dices como si fuera un pendón.
—No me entiendes, lo que quiero decir es, ¿con cuántos has sentido lo
mismo que con él? —dijo señalando la pantalla.
Verónica mirando la foto apretó los labios. —¡Mierda, mierda!
El sonido del intercomunicador la hizo gruñir de nuevo y pulsó el botón
de mala manera. —¿Qué?
—Perdone señorita Verdun, pero tienen prisa y…
—¡Y yo tengo una emergencia familiar! ¡Una grave emergencia familiar,
así que me importa un bledo si tienen prisa o no! May, sácame dos billetes
para Sídney de inmediato.
—¿De inmediato?
—Y llama a Clod, que pase por mi despacho. ¡Ahora! —Soltó el botón y
gimió. —Esto llega en el peor momento.
—Al parecer ahora tienes prisa.
—Dentro de un mes tengo el juicio más importante de mi vida. Llevaré
la documentación y trabajaré desde allí el tiempo que nos quedemos para
averiguar si es cierto esto que sentimos. Si sale rana, al menos no perderé
mi vida. —Levantó una ceja. —Ahora dame la razón en todo. Tengo que
conseguir el permiso de Clod.
—De acuerdo.
—Muy bien, empieza a llorar.
—¿Cómo?
—Tu madre está muy grave por un accidente de avioneta. Tengo que
llevarte a Sídney.
—¿Y por qué no puedo ir sola?
—Porque soy tu tutora legal y no puedes salir del país sin mí.
—¿Tengo tutora con veinticinco años?
Resuelta se acercó a su maletín y empezó a meter papeles. —Naciste con
un problema. Te faltó oxígeno al nacer y aunque pareces totalmente normal
tienes un deterioro cognitivo que te hace ser como una niña. No puedo dejar
que vayas sola y que te pase algo. Tú déjame hablar a mí, que sé por dónde
tirar.
—¿Y te has inventado eso en un minuto?
—Uy, si ves las trolas que le metía a mis profesores cuando estaba en la
universidad sí que alucinarías. ¿Lista? Llora.
Ella gimió poniendo cara de pena. Su prima no salía de su asombro. —
No, así no, que parece que te estás meando.
—¿De veras?
—Mierda. Da igual, pon cara de niña buena y sonríe mucho.
Sonrió de oreja a oreja pareciendo una loca.
—¡Así, perfecto!
La puerta se abrió en ese momento y un hombre de unos cincuenta años
entró en mangas de camisa. —Verónica, ¿qué ocurre?
—Una fatalidad, jefe —dijo como si estuviera apuradísima recogiendo
—. Tengo que irme a Australia de inmediato.
—¿Qué? —dijo espantado—. Eres mi mejor abogada —dijo mirando a
Madison de reojo.
—Mi tía ha tenido un accidente gravísimo. De avioneta. Un tour de esos
para turistas. ¡Se muere! —Se detuvo para mirarle y al ver que no le quitaba
ojo a Madison dijo —Oh, sí. Es mi prima, su hija.
—Pues no parece muy disgustada.
—Pues sí que lo está. —Se acercó a él y susurró —Es algo lenta, ¿sabes?
De pequeña no le llegó oxígeno en el parto y…
—Vaya, lo siento.
—Soy su tutora porque su madre vive en Sídney con su nuevo marido
y…
—¿No estaba de vacaciones?
—Sí, de vacaciones en otra parte de Australia de la que no recuerdo el
nombre. —Miró a Madison. —¿Cómo se llamaba?
Sin dejar de sonreír se encogió de hombros.
—Bueno, da igual, ya me enteraré.
—Pero tienes casos pendientes y…
—Encárgate tú, ¿quieres? No sé cuándo volveré.
—¿Y el caso Hamilton?
—Oh, a ese sí que vuelvo, como si tengo que traer conmigo a mi tía
inválida.
—¿Está inválida?
—Está en coma. Una tragedia. En este momento si nos dijeran que se
queda inválida sería una gran noticia. —Agarró a Madison del brazo. —
Oh… —Se volvió para coger la hoja con los nombres de los inquilinos. —
Encárgate también de esto, ¿quieres? Un chollo.
Los ojos de su jefe brillaron. —¿De veras?
—Con esto vamos a ganar una pasta. Son los afectados del edificio que
salió ayer en las noticias.
—Genial.
—Te llamo, ¿vale? —La cogió del brazo de nuevo y tiró de ella hacia la
puerta. —Vamos, cielo. Tenemos mucho que hacer.
—Verónica…
Se volvieron sobre su hombro y al ver su mirada Madison gimió por
dentro.
—Clod, tengo prisa.
El hombre puso los brazos en jarras. —¿Te crees que soy idiota?
—¿Perdón?
—Esta es tu prima, la de las visiones.
Abrió la boca para decir que ella no tenía visiones cuando su prima
jadeó. —Qué mentira.
—¡Si hasta un día me enseñaste una foto! ¡Las dos estabais de fiesta por
tu graduación! ¡Ella te había dicho que serías la primera de tu promoción y
lo fuiste, así que lo estabais celebrando a lo grande! ¡Con champán y todo!
—gritó indignado.
Verónica chasqueó la lengua. —La estás confundiendo con Madison.
—¡Ah, que esta no es Madison! —Volvió la hoja de lo del edificio. —
¡Pues aquí viene su nombre! —Verónica la miró como si la culpa fuera
suya. —¡Y su número de teléfono! —Dio un paso hacia ellas. —¿Eres
Madison Verdun?
Sonrió de oreja a oreja. —¿Qué quiere este hombre?
—Tranquila, prima. —Le fulminó con la mirada. —Me la estás
alterando.
—Menuda cara tienes.
—Te digo que mi tía…
Iba a tener que hacer algo drástico. De repente se puso a gritar dándose
palmadas en la cabeza y empezó a correr de un lado a otro del despacho
dejando pasmado al jefe de Verónica. —¿Ves lo que has hecho? —gritó su
prima desgañitada—. ¡A ver cómo la calmo ahora!
—Vaya, lo siento —dijo azorado—. ¿Está bien?
—No, ¿no lo ves? ¡Ahora tendré que llevarla al hospital para que la
seden! —Agarró a Madison de la mano. —Vamos cielo, que hay gente que
no tiene sensibilidad.
—¡Mamá, mamá!
—Sí, cielo. Vamos a ver a mamá. —Fulminó a su jefe con la mirada
antes de cerrar de un portazo y dijo por lo bajo —Corre.
—¡Mamá! —gritó haciendo que todos los que estaban en sus mesas las
miraran. Madison corrió hacia el ascensor y se dio manotazos en la cabeza
—. ¡Mamá!
—Oh, pobrecita. —Su prima dramática corrió hacia ella. —No pasa
nada —dijo pulsando el botón—. Mamá se pondrá bien, ya verás como sí.
Vieron por el rabillo del ojo como su jefe salía de su despacho y
Verónica le fulminó con la mirada sonrojándolo. —Tómate el tiempo que
necesites.
—¡Eso pensaba hacer! —exclamó sonrojándolo todavía más mientras se
metían en el ascensor—. ¡Me has disgustado, Clod! Creía que habíamos
creado un buen tándem, pero estoy muy disgustada. ¡Has desconfiado de
mí! ¡De mí que me he dejado la piel por la empresa!
—¡Mujer, ha sido un error! ¿Me perdonas?
Levantó la barbilla pulsando el botón. —Deja que me calme y hablamos.
—¡Sí, tú cálmate y lo hablamos!
—¡Los billetes en primera! —le gritó a su secretaria que estaba pasmada.
—Regalo de la empresa —dijo el jefe.
—Es lo menos que podías hacer —dijo mientras se cerraban las puertas.
Se echaron a reír y chocaros sus manos. —Pringado.
—Casi pierdes el trabajo.
—Sí, lo he visto venir, pero tu numerito ha sido de diez y me ha librado
el trasero. —Suspiró mirando hacia las puertas. —Bueno, ¿cuál es el plan?
—¿Ir allí y ver qué ocurre?
—¿Ese es tu plan?
—¿Alguna sugerencia?
Sonrió maliciosa. —Menos mal que viajas con tu abogada.
Sentada al lado de su prima en el avión miró asombrada el dossier que le
tendió. —¿Qué es eso?
—Sus vidas. O al menos todo lo que he podido conseguir en dos horas.
Admirada bebió de su copa de champán antes de cogerlo. —Es increíble.
¿Dos horas? ¿En un día qué harías? ¿Absorber su empresa?
—Si tuviera pasta me los comería en una semana.
Soltó una risita y lo colocó sobre la mesita auxiliar para abrirlo. —Madre
mía, ¿qué es todo esto?
—Todo lo que mi asistenta ha podido imprimir mientras hacía la maleta
a toda pastilla. Tampoco he tenido tiempo para mirarlo.
—¿Utilizas a tu asistenta como secretaria?
—Estudió derecho.
—¿De veras?
—Bueno, solo dos años, pero es un hacha en investigación. Le pago un
plus por algunos trabajillos. —Bebió de su copa. —Lee mientras trabajo,
¿quieres? Luego me haces un resumen.
—Hecho.
Su prima sacó su ordenador. —Perfecto. Vamos a aprovechar este
larguísimo vuelo.
Madison ya no la escuchaba mirando la misma foto que había visto en el
ordenador de su oficina. Su corazón se hinchó de felicidad mirando el rostro
de Drevon. No podía distinguir muy bien el color de sus ojos, parecían
azules. Sus largas pestañas negras hacían que parecieran más oscuros, pero
tenía la sensación de que sus ojos eran grises. Recorrió su nariz y sonrió por
el bultito que tenía en el tabique. Una juerga en sus años de universidad que
acabó en pelea por una chica. Menos mal que la había dejado. Miró sus
labios. Unos labios finos, pero ella sintió que todo su cuerpo ardía
deseándolos. Jamás había deseado tanto algo como esos labios y tenía que
conseguirlos. Mirando su rostro tuvo la sensación de que le costaría. ¿Le
costaría? No, sentía que se resistiría con uñas y dientes.
Madison miró el resto de la foto, pero fue su padre quien atrajo su
atención. Sentado tras su mesa con rictus serio como si aquella entrevista
estuviera siendo un engorro, dejaba claro con su actitud que era quien
mandaba. Madison se tensó por el pensamiento que pasó por su mente. Ese
sería el problema. —Verónica...
—¿Uhmm? —Distraída pulsó un botón del teclado.
—Este hombre nos va a poner las cosas difíciles.
Miró hacia la hoja. —¿El señor Barrington? ¿Por qué?
—Ya ha buscado mujeres para ellos. Matrimonios concertados.
Su prima no pudo disimular su pasmo. —¿Qué has dicho?
—Dos niñas ricas que se casen con sus herederos. Su familia lo lleva
haciendo desde hace años. —Hizo una mueca. —Así aumentan aún más su
fortuna. Este se casó con una mujer cuyo padre tenía empresas del metal.
¿Adivina quién dirigió esas empresas cuando falleció su suegro?
—No me fastidies —dijo entre dientes—. Estamos en el siglo veintiuno,
leche.
Miró el rostro del señor Barrington antes de mirar a su futuro marido. —
Él es el mayor, su orgullo. Aunque está orgulloso de los dos, Drevon será el
futuro de la empresa. Un hijo modelo excepto con las mujeres. Eso le
preocupa, ¿sabes? Teme que no respete a la mujer que ha elegido para él.
—¿Y el mío?
Le miró y levantó una ceja. —También es un pendón. Es atractivo, con
dinero y las mujeres se lo rifan. Al viejo le hace gracia su descaro con ellas.
—Sonrió. —Es más simpático y divertido.
—¿Que su padre?
—Que su hermano mayor. —Se mordió su labio inferior. —Tiene muy
mala leche cuando se enfada.
Su prima se tensó. —¿Cómo mala leche? A ver si porque se piensan que
viven en la edad media, ese tío se cree que puede hacer contigo lo que le
venga en gana.
—No, no es eso. No me va a pegar ni nada por el estilo, pero es que es…
—¿Qué?
—Es como su padre, le gusta mandar. Y siento que es algo dominante.
—Bueno, tienen a un montón de empleados a sus órdenes, es normal que
manden.
—Sí, igual tienes razón. —Pasó la hoja y empezó a leer la entrevista que
no habían podido revisar en profundidad en la oficina de su prima. En ella
se hablaba mucho de Drevon como un nuevo gurú de los negocios, él se
encargaba de las nuevas adquisiciones para la compañía. Su hermano se
encargaba de ayudar a su padre con las que ya tenían en su poder. Una
empresa que llegaba a tres continentes. Se sintió orgullosa sin poder
evitarlo, sentía que Drevon se dejaba la piel por la empresa y según decía el
reportaje desde que él había empezado a trabajar en la compañía, las
acciones se habían disparado. Pasó la hoja y se le cortó el aliento por la foto
del periódico donde estaba vestido de smoking al lado de una mujer
preciosa con el cabello pelirrojo. Él la cogía por la cintura sonriendo a la
cámara. Se mosqueó muchísimo por esa foto y a toda prisa leyó lo que
ponía debajo en un breve de sociedad.
“Drevon Barrington ha salido de su rancho para acompañar a su
querida amiga de la infancia al estreno de Una noche de verano. ¿Habrá
romance a la vista?”
Mierda. Esa mujer estaba loquita por él. Solo había que verla, se le caía
la baba mirándole. ¿Esa era la mujer que había elegido su padre para él?
No, no sentía que fuera algo serio. Un momento, ¿rancho? Se le cortó el
aliento y entonces frenética empezó a pasar las hojas.
Su prima dejó de leer la pantalla de su ordenador para mirarla
sorprendida. —Madison, ¿qué ocurre?
Se quedó sin aliento al encontrar la foto y la sacó para mostrar a Drevon
y a su hermano montados a caballo. —Nos hemos equivocado yendo a
Sídney.
—¿Qué?
—¡No están allí! —Señaló la foto donde había una enorme casa tras
ellos. —¡Están aquí! ¡Aquí es donde viven!
—Eso es imposible, estás equivocada.
—Que no.
—Tienen muchísimos negocios, ¿cómo van a vivir ahí? —Entrecerró los
ojos acercándose. —¿Eso es un rancho? Vaya, que guapos se les ve a
caballo.
—Porque son vaqueros.
Verónica se echó a reír. —Esta vez te equivocas, será una foto de alguna
fiesta o algo. Has visto todo lo que tienen, ¿cómo van a trabajar en un
rancho?
—Hay algo que se llama empleados, maja. —Señaló la casa. —Aquí
vive la familia y desde aquí lo llevan todo, te lo digo yo. Siento que solo
van a Sídney cuando hay una reunión importante. Un par de veces a la
semana. —Sus ojos brillaron. —En avión privado.
Su prima la miró con horror. —¿Cómo que un rancho? ¡Me dan asco los
bichos!
Madison miró la foto ilusionada. —Pues yo siento que es perfecto.
—¿Perfecto? ¡Estamos hablando de Australia, seguro que no hay nada
alrededor de ese rancho a mil kilómetros a la redonda! —Apretó los labios
mirando al frente y siseó —Me vuelvo en el primer vuelo.
No se lo podía creer. —¿Hablas en serio?
—Yo no he trabajado tanto para echar mi vida por la borda y meterme
ahí. Ni de coña. ¿Tengo que elegir? Mejor hacerlo antes de conocerle. Me
largo en cuanto llegue.
—Pero… Verónica no puedes huir de lo que sentiste. De lo que sientes.
—Claro que puedo —dijo enfadadísima—. Me he dejado las pestañas
estudiando para tener un futuro. Me encanta mi trabajo, ¿qué crees que
podría hacer yo ahí? Soy abogada de demandas civiles, Madison. Tendría
que dejar mi trabajo y es algo que no pienso hacer por ningún hombre. Ni
siquiera por él. Ya encontraré a otro que me haga sentir lo mismo.
Ni ella se creía lo que decía, pero era evidente que la asustaba vivir en un
sitio así. Y no le extrañaba, la verdad, era un cambio radical de vida, pero
tenía que darse cuenta ella misma de que Ken era su futuro. Por mucho que
le dijera en ese momento, no cambiaría de opinión. Ahora había entrado en
pánico y solo quería huir, pero recapacitaría. Sentía que recapacitaría. —
Bien, como quieras. —Sonrió cogiendo su mano. —No pasa nada.
—¿Seguro? Siento dejarte tirada.
—Eh, no me dejas tirada. Simplemente has cambiado de opinión y es
lógico. Todo esto es algo… —Soltó una risita. —Increíble.
—¿Qué vas a hacer? Ya no puedo acompañarte como tu abogada para
advertirles de la demanda. Esa era una excusa perfecta para conocerles.
—Algo se me ocurrirá. —Sus ojos brillaron de la ilusión. —Es mi
hombre, y no pienso darme por vencida.
Capítulo 3

Se detuvo ante el gran arco de hierro con la enorme B en lo alto y se dijo


emocionada que había llegado a su destino. —Siga adelante —dijo el GPS
—. Puso los ojos en blanco y aceleró. —A diez kilómetros habrá llegado a
su destino.
—Diez kilómetros —susurró impresionada mirando a su alrededor. Era
mucho más verde de lo que pensaba. De hecho, hasta había árboles.
Increíble. Al mirar al camino tuvo que frenar en seco al ver un canguro ante
el coche. Este llevaba una cría en su bolsa que mostraba su cabecita—. Eres
hermoso —dijo sin aliento.
El canguro dio un salto alejándose y ella fascinada le siguió con la
mirada. Soltó una risita. —Esto empieza genial.
Cuando algo saltó sobre el capó de su coche chilló del susto y pasmada
vio que era otro canguro que seguía al de la cría. De hecho, habían
aparecido como quince más y todos iban en la misma dirección. ¿De dónde
habían salido? —Madison, ándate con ojo que esto es el campo. —Miró
hacia los canguros de nuevo. —Solo te faltaba llegar diciendo que te habías
cargado a un canguro. —Al mirar al frente y ver el abollón sobre la chapa
gimió. —Mierda, cuando devuelvas el coche van a estar muy contentos. —
Suspiró acelerando de nuevo. —Bueno, hay que ser positiva. ¡Estás aquí!
—exclamó emocionada. Respiró hondo—. Tu nueva casa.
A medida que avanzaba su sonrisa se fue perdiendo poco a poco. Ya se
había dado cuenta de camino que aquello no era como Chicago, pero tanto
prado empezaba a ponerla nerviosa. No estaba acostumbrada a tan poco
bullicio. Y menudo calor hacía, parecía un horno. Ni el aire del coche daba
para enfriar lo suficiente. Aunque no debía funcionar muy bien porque era
evidente por el paisaje que aquella no era la zona más calurosa de Australia.
Mierda, iba a llegar sudando. Tendría que haberse detenido en un motel en
Charters Towers, que era la ciudad más cercana al rancho, y así asearse un
poco, pero es que había sido un viaje larguísimo y estaba impaciente por
llegar. De hecho, después del largo vuelo pensó mucho en alojarse una
noche en Sídney, pero algo le decía que era mejor apurarse. Fue en avioneta
hasta Townsville y después alquiló un coche para recorrer los casi
doscientos kilómetros que le llevaban al rancho. Podía haber alquilado otra
avioneta privada para ir hasta la ciudad más cercana, pero sus ahorros
estaban mermando rápidamente y no sabía cuánto tiempo se quedaría, así
que debía ser prudente con el dinero. Sí, algo le decía que se diera prisa.
Aceleró sin darse cuenta y se mordió el labio inferior cuando sintió el
cosquilleo en la nuca. —¿Qué es lo que pasa, Madison? —Entonces vio la
gran casa y se le cortó el aliento al ver la delgada columna de humo que
salía de una de las ventanas de arriba. Aceleró a tope y empezó a tocar el
claxon para alertar a los que vivían allí, pero solo salió la mujer pelirroja del
periódico y una mujer con un uniforme de sirvienta. Estupendo —dijo entre
dientes frenando ante el jardín delantero. Abrió la puerta a toda prisa y gritó
—¡Hay fuego!
—¿Qué? —preguntó la pelirroja—. ¿Cómo ha entrado aquí?
—Anda esta, por la puerta. —Corrió hacia el porche. —¿No me has
oído? ¡Hay fuego!
Pasmadas la vieron entrar en la casa. —¡Oiga!
Subió los escalones a toda prisa y fue hacia la parte derecha de la casa.
El olor a quemado la guió hasta una habitación y al coger el pomo chilló de
dolor llevándose la mano al pecho. —Mierda.
—¡Salga ahora mismo de esta casa! —gritó la muchacha corriendo hacia
ella.
—¿Es que no tienes olfato? ¡Hay fuego!
Esta se detuvo en seco y de repente gritó antes de correr en dirección
contraria —¡Rita llama a los chicos! ¡Esta loca está quemando la casa!
—¿Qué? —Sin tiempo para pensar entró en la habitación de al lado y
cogió una toalla del baño. La mojó en el lavabo y corrió de nuevo hacia la
habitación. Fue un alivio ver que la empleada llegaba con un extintor.
Madison abrió la puerta con la toalla para mostrar que el fuego se estaba
extendiendo rápidamente y empezaba a prender las cortinas. La mujer
mirándola con odio levantó el extintor dándole un porrazo en toda la cabeza
e Madison puso los ojos en blanco farfullando —Esto no lo has visto venir
—dijo antes de caer espatarrada en el suelo sin sentido.

Le iba a estallar la cabeza y gimió llevándose la mano a la frente. Notó


que estaba vendada. —Ya se despierta. —Escuchó pasos corriendo y que
alguien gritaba —¡Ya se despierta!
Madison elevó los párpados, pero notó que uno lo tenía como hinchado.
Pasó los dedos por él, pero alguien cogió su muñeca con delicadeza. —No
te toques —susurró una mujer a su lado—. Te puedes hacer daño.
Al mirar a la mujer de cabello cano, la vio en su mente con el extintor en
la mano y asustada se encogió apartándose todo lo que podía. La mujer hizo
una mueca. —Lo siento, creía que… Esto es difícil de explicar, pero Lisa
me dijo que tú encendiste el fuego y yo intentaba proteger la casa.
—¿Estás loca? —gritó sin poder evitarlo. Entonces notó algo en la
cabeza y se llevó la mano sana allí para ver que tenía una venda por toda la
cabeza —. ¿Qué es esto? —preguntó asustada.
—Te han tenido que poner diez puntos.
—Diez… —Chilló llevándose la mano a la nuca y al tocar su pelo
suspiró del alivio. Al menos no la habían rapado.
Escucharon pasos y miró hacia allí sintiendo que se le detenía el
corazón. Lo primero que vio fue la punta de su bota antes de que todo su
cuerpo apareciera en el vano de la puerta. Sus ojos subieron por sus
manchados pantalones vaqueros y cuando llegaron a su fuerte torso cubierto
por una camiseta azul casi sintió su piel como si pasara la mano por esos
pectorales. Madison elevó la vista hasta su rostro y supo sin ninguna duda
que no se había equivocado. Y sus ojos eran grises.
—¿Está mejor? —preguntó secamente.
—¿Mejor? —preguntó aún sin reaccionar.
—La ha revisado el médico y como se despertó durante el tratamiento
dijo que no era necesario llevarla al hospital, pero parece que está algo
confundida.
La gravedad de su voz hizo que mirara sus labios de nuevo y Drevon
frunció el ceño. —Oiga, ¿me entiende? ¡Lisa llama a una ambulancia!
¿Ambulancia? Ella no se movía de allí ni de broma. —Oh, no… Si ya
me ha visto el médico, ¿no? Pues ya está. —Alargó la mano sana. —
Madison Verdun.
—¿Verdun? ¿De qué me suena ese nombre? —Alargó la mano y cuando
la iba a coger la dejó caer. —La alborotadora de Chicago.
—¿Alborotadora?
—Nuestros abogados llevan ese caso. Y para que lo sepa, ya se ha
demostrado por un experto perito que se manipuló la calefacción en el
primer piso.
—Oh, pues qué bien para usted, ¿no?
Confundido miró a la mujer que se encogió de hombros. La pelirroja
entró en la habitación con un teléfono inalámbrico. —¿Llamo?
—No, no hace falta —dijo Madison a toda prisa—. Gracias Lisa.
Confundida contestó —De nada.
Drevon se cruzó de brazos demostrando que estaba a la defensiva. —
¿Qué hace en mi casa?
Sabía que lo que tenía que decirle no se lo tomaría bien, pero lo que la
había llevado hasta allí era parte de su carácter y si la amaba tenía que
amarla como era, así que no era bueno que se lo ocultara. —Bueno, es que
tenía algo que decirte y ya que estaba por aquí.
—¿Por Australia?
—Sí.
—¿De vacaciones?
Se señaló la cara. —Y han empezado genial. ¿Cómo se inició el fuego?
—Un ventilador viejo. Mi padre se lo dejó encendido.
—Vaya.
—Siento mucho haberte acusado —dijo Lisa—. Pero como llegaste
así…
—Vi el fuego desde lejos. Intentaba avisar.
Lisa forzó una sonrisa. —Ahora lo sé, lo siento.
—No debería haber entrado en nuestra propiedad —dijo Drevon
dejándola pasmada.
—Como es el destino, ¿no? Si la puerta de entrada a la finca no hubiera
estado abierta, no habría entrado y se te hubiera quemado la casa.
Él apretó los labios. —¿Le he dado las gracias?
Que no la tuteara no era buena señal sobre todo después de haberle
tuteado ella. —Pues no y tampoco te has disculpado.
—¿Disculparme? ¿Por qué?
—Por ser tan grosero al quitar la mano cuando me he presentado.
—¿Qué hace en mi casa? —preguntó fríamente.
—Pues aparte de que me desfiguren la cara, salvar tu hogar y estar de
vacaciones, tengo algo que decirte, ya te lo he dicho.
—¿Y eso tan importante como para venir hasta aquí es?
Le miró a los ojos. —Tengo pálpitos.
—¿Perdón?
—Bueno, si quieres llámalo premoniciones.
—¿Pero qué coño me está contando? —preguntó empezando a
cabrearse.
—¿Pero de qué habla esta mujer? —Lisa miró confundida a la que debía
ser el ama de llaves. —¿Llamo o no? Me parece que no está muy bien.
—¿No estoy bien? —preguntó con ironía—. Yo creo que estoy mejor
que nunca porque me acaba de venir el pensamiento de que te estás
escondiendo aquí. ¿Y me pregunto por qué?
Lisa se puso como un tomate. —¿De qué habla?
—Uy, uy que tengo razón. Esta huye de algo que ha hecho en la ciudad.
—¿Niña? —preguntó la mujer asombrada por su reacción.
—Te juro que no, Rita. Son locuras de esta. No sabemos cómo estaba
antes del golpe, pero igual no estaba bien. Drevon ha dicho que era una
alborotadora. ¿Llamo al sheriff?
Drevon mirando a Madison fijamente negó con la cabeza. —Todavía no
me has dicho por qué has venido.
—Me ha interrumpido ella. —Entonces al mirar sus ojos sintió que sus
almas eran una y fue algo tan intenso, tan fuerte que ninguno de los dos se
movió.
Lisa y Rita miraron a uno y después al otro. La pelirroja preguntó —
Drevon, ¿qué pasa?
Él saliendo de su estupor se tensó dando un paso atrás. —¿Qué haces?
—¿Yo?
—Drevon, ¿qué ocurre? —preguntó Lisa alarmada—. ¿Qué te ha hecho?
Madison susurró —No debes preocuparte, no pasa nada.
La miró furioso. —¿Qué me has hecho? —gritó alterándose.
—¿Qué ocurre, mi amor? —Lisa le cogió por el brazo.
Pasmada dijo —¿Mi amor? —Se echó a reír. —¿Mi amor? Esto es para
partirse.
—¿Pero de que se ríe esta loca? —preguntó Lisa sin salir de su asombro
—. Voy a llamar al sheriff, esta es peligrosa.
—¿Peligrosa? —Rio de nuevo. —¿Me has visto la cara, hermosa?
Vosotros sois mucho más peligrosos que yo. Sí, llámale… Me encantará
conocerle. Porque habéis cometido un delito. A esto se le llama agresión y
puede que hasta intento de asesinato.
Rita palideció. —¿Qué?
—Tranquila Rita, no te va a pasar nada —dijo Drevon.
—Claro que no —dijo Madison con burla—. Porque vamos a hablar
claro. —Miró hacia Lisa. —Ya le puedes ir diciendo a Drevon que te
ocurrió en Sídney. ¿O quieres que se lo diga yo?
Lisa muy tensa dijo —No sé de qué hablas.
—¿No?
—Será mejor que te refresque la memoria. Le has puesto los cuernos a
Drevon. —De repente abrió los ojos como platos. —Con Ken.
—¿Pero qué coño dices? —dijo ella ofendida.
—No sé qué te propones, pero ya te estás largando de mi casa. —Drevon
la cogió por la muñeca. —¡Levanta!
—¡Sé que tengo razón! —Se agarró a las sábanas y se fue deslizando
hasta el suelo. La verdad es que su primer encuentro estaba siendo de lo
más accidentado. —¡Drevon, basta! ¡Llama a Ken a ver si tengo razón!
—¡Mi hermano nunca me traicionaría!
—¡Te estaba ayudando, idiota! ¡Sabe que no quieres casarte con ella!
—¿Qué? —preguntó Lisa pasmada—. ¿Cómo que no quieres casarte?
Drevon se volvió hacia su prometida soltando a Madison que cayó sobre
la alfombra. —Nunca te he engañado, sabías lo que pensaba de este
matrimonio.
Los ojos de Lisa se llenaron de lágrimas. —Pero te iba a hacer cambiar
de opinión. Llegarías a quererme y seríamos felices.
Sentada en el suelo jadeó. —Sí, seríais muy felices tirándote a tu cuñado.
¡Tendrás cara!
Lisa la miró con odio. —¡Dile que has mentido! ¡Esto es culpa tuya! ¡Sé
que me quiere!
—No he mentido, maja. Mis pálpitos siempre dan en el clavo. —Sonrió
de oreja a oreja. —¿Ken es bueno en la cama? Porque mi prima se alegrará
de saberlo.
Lisa chilló tirándose sobre ella y le arrancó la venda de la cabeza
llevándose de paso varios pelos. Madison intentó defenderse, pero la muy
bruta estaba fuera de sí. De reojo vio como Drevon sonreía cruzándose de
brazos y sintió una decepción enorme porque ella jamás dejaría que nada le
hiciera daño. —¡Puta! —gritó Lisa arreándole un tortazo que hizo que su
cabeza se golpeara contra la mesilla de noche mareándola.
—¡Lisa para! —gritó Rita rodeando la cama y agarrándole un brazo.
Intentando apartarla miró a Drevon—. ¿No piensas hacer nada?
—Estoy contemplando el espectáculo.
Esa frase fue como una cuchillada en el estómago y a pesar de los golpes
miró a Drevon pálida. Este se tensó justo antes de que Rita tirada de Lisa
con fuerza y esta le diera una patada en el rostro a Madison. Incrédula se
llevó la mano a la boca y vio que le había partido el labio. La sangre en sus
dedos la hizo sollozar. Jamás en su vida llegó a pensar ni por un momento
que la persona que debía amarla y protegerla, dejara que la pegaran de esa
manera. Una lágrima recorrió su mejilla hasta caer en su mano y al verla
Drevon gritó —¡Basta!
Lisa dejó de gritar de inmediato. —Me largo de aquí. —Pasó al lado de
Drevon y gritó —¡Qué te den! ¡Qué les den a todos los malditos
Barrington! —Salió de la habitación y gritó desgañitada —¡La culpa es de
mi padre por meterme ideas estúpidas en la cabeza! ¡Qué os den a todos!
Se hizo el silencio en la habitación y Rita sin saber qué hacer miró a
Drevon. Este apretó los labios antes de dar un paso hacia ella. —¿Estás
bien?
—Me he equivocado —dijo con la voz congestionada de dolor. Rita se
tapó la boca de la impresión mientras Madison apoyaba la mano en la cama
para levantarse con esfuerzo dejando una mancha de sangre en la colcha.
Forzó una sonrisa mientras la sangre caía por su barbilla y sin dejar de
llorar rio—. Un error monumental. Qué estúpida, qué ridícula estúpida.
—Rita llama al médico otra vez.
—No, no lo necesito, gracias. Me tengo que ir.
—Pero no puedes irte así —dijo Rita impresionada—. Drevon haz algo.
Sabía que no la detendría. Pasó a su lado y llegó al pasillo. Donde vio la
sangre en el suelo y el hollín que salía de la habitación. El olor a quemado
lo invadía todo y no entendía como no se había dado cuenta antes. Se giró
hacia el otro lado del pasillo y una de sus rodillas se dobló, así que tuvo que
apoyar la mano en la pared haciéndose daño porque era la mano vendada.
Se llevó la mano al pecho y fue hasta la escalera. Al llegar hasta allí vio
entrar a Ken en casa y este dejó caer el maletín que llevaba en la mano al
ver su estado. —Pero, ¿qué…? —Se acercó a toda prisa subiendo los
escalones de dos en dos. —¿Está bien?
—Sí, gracias.
—¿Pero qué le ha pasado?
—Que algo falla.
Empezó a bajar los escalones y Ken se volvió hasta su hermano que la
observaba atentamente. —¿Qué coño ha pasado?
—¿Te has acostado con Lisa? —preguntó fríamente.
—Hostia, ¿te lo ha contado? Pensaba hacerlo yo esta noche y…
—Cállate —dijo muy tenso.
—¿Quién es esa? ¿Qué le ha pasado?
Drevon bajó las escaleras corriendo y al llegar al porche vio que ya se
sentaba en su coche. —¡Madison!
Estaba arrancando el coche cuando se abrió la puerta. —¡Baja!
Alargó la mano para cerrar la puerta, pero él se agachó para quitarle las
llaves. Ella se quedó allí sentada. —Mira, esto que ha pasado ha sido lo más
surrealista que me ha ocurrido nunca, pero no pienso dejar que te vayas así.
Baja y llamaremos al médico para que te cure.
Mirando al frente pensó en todas esas vanas ilusiones que había tenido
desde que había pasado lo de la fiesta. Cuatro días en los que se había
imaginado cómo sería su vida cuando se conocieran. Sabía que se resistiría,
que tendría la oposición de su padre, pero que la tratara de esa manera… Si
ahora quería que regresara era para que no le pusiera una denuncia y los
medios se enteraran de lo que había ocurrido, estaba segura. —No se lo diré
a nadie, así que no te preocupes por eso.
—Baja del coche, Madison.
—No te voy a denunciar, ni voy a llamar a la prensa.
—Baja de una maldita vez, joder.
—¿Ahora vas a secuestrarme?
Se agachó a su lado. —Mira, has sido tú la que has venido aquí y no te
vas a ir hasta que no sepa lo que quiero saber. Baja o te bajo yo.
Volvió la vista hacia él. —Hace dos minutos querías que me fuera.
—¡Pues he cambiado de opinión!
—Yo también.
La miró entrecerrando los ojos. —Pues haberlo pensado mejor.
En ese momento salió Lisa con una gran maleta y tiró de ella hacia su
Jaguar mirándolos con odio mientras Drevon se incorporaba. Ken desde el
porche sonrió metiendo las manos en los bolsillos del pantalón del traje que
llevaba. —Que tengas buen viaje. Cuando vaya a la ciudad si quieres
quedamos.
—¡Capullo!
Ken se echó a reír. —Te falta mucho para ser la señora Barrington,
bonita. Aspirabas muy alto.
—¡Ya hablaré yo con Stephany!
—Gracias por hacerme el favor, pero ya he hablado con ella esta tarde.
—¡Vete a la mierda! —Tiró la maleta en el portaequipajes y cerró el
maletero. Furiosa miró hacia Drevon. —¡Hasta nunca! —Fue hasta la
puerta del conductor y abrió de malas maneras antes de mirar sobre su
hombro a su exnovio. —¡Por cierto! ¡Dile a tu padre que ni se le ocurra
llamar al mío para intentar convencerle! ¡No volvería aquí ni muerta!
—Que tengas buen viaje, Lisa.
Con rabia se metió en el coche y arrancó.
—Despídete del jardín —dijo Madison sintiéndose agotada. Lisa pasó
por encima de los rosales destrozando medio jardín antes de acelerar para
salir de allí quemando yanta.
—Esas rosas las plantó mi madre —dijo él entre dientes antes de mirarla.
Alargó la mano y la cogió por el codo delicadamente—. Ven, tienes que
descansar. Cuando te encuentres mejor podrás irte.
La verdad es que no se sentía capaz de conducir hasta la ciudad más
cercana. Tenía que pensar, estaba exhausta y hecha polvo. Necesitaba
dormir y algo para el dolor porque le dolía la cabeza. Sintiendo que no tenía
fuerzas para resistirse se bajó del coche y él no soltó su codo. Cuando
llegaron a los escalones del porche Ken la observó preocupado. —
Hermano, le sangra la cabeza.
—Que venga el doctor Preston, rápido. —La cogió en brazos y cuando
iba a protestar dijo —No pesas nada.
Rita que bajaba las escaleras volvió a subir a toda prisa. —Que le suban
su equipaje y ayúdala a desvestirse. Tiene la camiseta llena de sangre.
—De la herida en la cabeza. Y ahora la boca, pobrecita…
Entró en la habitación y la dejó sobre la cama. En cuanto su cabeza se
posó sobre la almohada suspiró cerrando los ojos. —No Madison, no te
duermas, aguanta hasta que llegue el doctor. Quiero que vea que estás
consciente.
Abrió los ojos y él apretó los labios. —Joder, no me mires así.
—¿Cómo?
—¡Cómo si te hubiera defraudado! ¡No me conoces!
—Tienes razón, no te conozco. —Se volvió dándole la espalda. —
Ahora estoy cansada, no quiero hablar. ¿Tienes una aspirina? Me duele la
cabeza.
Observándola muy tenso apretó los labios antes de decir —Será mejor
que esperemos al médico.
—Sí, el médico…
—Madison no te duermas.
Suspiró volviéndose y Rita se acercó con su maleta dejándola al lado de
la cama. —Déjame ayudarte a quitarte esa ropa.
—No necesito ayuda. —Se sentó y se quitó la camiseta dejándoles de
piedra al mostrar sus pechos desnudos. Al ver como la miraba, como si
hubiera hecho algo incorrecto le retó con la mirada y se llevó las manos a la
cinturilla del pantalón. Drevon carraspeó volviéndose y Madison rio por lo
bajo. —¿Eres un puritano? Sí, tienes toda la pinta. Pero es obvio que solo te
comportas así en casa, ¿no? En la ciudad bien que te gusta tirarte a una y a
otra. Eso es algo hipócrita.
Rita a toda prisa cogió sus pantalones, pero los tiró diciendo incómoda.
—Te buscaré un camisón en la maleta.
—No uso camisón.
—Entonces te dejaré uno mío mientras te revisa el doctor.
En cuanto salió cerrando la puerta, Drevon se volvió para fulminarla con
la mirada. —Lo que yo haga con mi vida es asunto exclusivamente mío,
¿me oyes?
—Claro… No estoy sorda. Lo de escuchar es lo mío. —Rio. —A veces
escucho demasiado, mi cabeza no para.
—Pareces una loca.
—¿Y cómo sabes que no lo estoy?
Se acercó a ella y la señaló con el dedo. —No sé qué coño quieres, pero
me lo vas a contar.
—Sabes muy bien lo que quiero, lo has sentido.
—Estás loca. —Salió de la habitación dando un portazo.
—¡Niégalo si quieres, pero pregúntate por qué me has sacado de ese
coche! —Gimió porque se hizo daño en el labio y se llevó la mano allí para
ver que sus dedos se habían manchado de sangre de nuevo. Mierda,
necesitaría puntos porque a cualquier cosa que hiciera la herida se abriría.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ojalá su prima hubiera ido con ella, sabría
qué hacer. Se tumbó dando la espalda a la puerta intentando reprimir su
llanto. ¿Qué estaba haciendo? Ella nunca se comportaba así. Jamás había
expuesto tanto sus premoniciones con los que no eran sus clientes. ¿Y
desnudarse ante desconocidos? ¿Pero qué coño le pasaba? Estaba claro que
necesitaba un descanso porque verle y su reacción la había alterado. Pero
era lógico, tenía la cara como un mapa con ese recibimiento tan agradable.
Rita entró en la habitación y al verla llorar se acercó a toda prisa sin
darse cuenta de que dejaba la puerta abierta. —Lo siento, lo siento mucho.
Intentaba proteger a la familia.
—¿Y quién me protege a mí? —preguntó entre sollozos.
Drevon que la observaba desde el pasillo se tensó escuchando su dolor
antes de ir hacia la escalera. Ken se cruzó con él. —¿A dónde vas?
Su hermano no contestó saliendo de la casa dando un portazo. Ken al no
oír el sonido del motor de su coche, bajó los escalones y se acercó a la
ventana. Su hermano estaba sentado en la valla del corral de al lado del
establo observando a Lucero, el caballo blanco que iba a ser el regalo de
bodas para su prometida. Suspiró abriendo la puerta y salió de la casa.
Cuando llegó a su lado se subió a la valla como él y se quedó en silencio
durante unos minutos, pero cuando ya no pudo más dijo —No podía dejar
que te casaras con ella.
—Y te lo agradezco. No sabes cómo te lo agradezco.
—Entonces por qué estás así.
—Esa mujer…
—¿Alguien me va a explicar quién es?
—¿Recuerdas el edificio de Chicago? —Su hermano asintió. —La del
hospital que amenazó con la demanda.
—¿Y qué coño hace aquí?
Le miró con sus mismos ojos grises. —No me lo ha dicho, pero…
—¿Pero qué? ¿Eso que le ha pasado ha sido aquí? ¿Y por qué la
habitación de padre está quemada? Joder, habla de una vez.
—Cuando llegó había un fuego. Entró en la casa para ayudar y Rita le
hizo eso.
—¿Qué?
—Bueno, todo no. Cuando dijo que Lisa se había acostado contigo mi
exprometida hizo el resto.
—Hostia. Nos va a demandar…
Drevon miró al frente. —No busca eso.
—¿No? ¿Entonces qué busca?
—Creo que me busca a mí.
—Joder, no te entiendo. ¿Qué busca de ti? —Drevon se quedó en
silencio. —Un momento, no estarás hablando de algo romántico, ¿no? Si no
te conoce, no te ha visto nunca.
—Cuando me miró a los ojos… Joder, esa mujer tiene algo que me pone
los pelos de punta y a la vez es como si la conociera.
—Tío, ¿qué me estás contando? ¿Que te gusta? Si está hecha un cromo,
¿cómo puedes saber si te gusta? Además, intuyo que cuando esté sin tanto
golpe tampoco es para tanto, no como esas con las que sales.
—No es eso, esto de lo que hablo no tiene nada que ver con el físico,
joder, aunque es preciosa.
Le miró incrédulo y Drevon gruñó. —Olvídate de lo guapa que es,
¿quieres? Hablo de otra cosa. —Suspiró. —Déjalo, por mucho que intente
explicártelo no lo entiendo ni yo.
—¿Se va a quedar aquí?
—Le he dicho que cuando la atienda el médico puede irse.
—¿Puede irse? Eso suena como si antes no le permitieras largarse de
aquí, hermano.
—¡No iba a dejar que se fuera así! Rita tiene un disgusto enorme y se
siente responsable. Teme que la denuncie.
—¿Quieres que se quede hasta que se ponga bien?
—No lo sé. Temo que cuanto más se quede…
—¿Te cuelgues más por ella?
—No tiene gracia, no estás en mi situación. ¡Jamás me había sentido así
y no me gusta, hostia!
Ken le miró pasmado. —Tío, tranquilízate. Igual ha sido algo pasajero.
Algo que se te pasará en cuanto hables más de dos palabras con ella. —
Como su hermano no decía nada se mosqueó. —Me cago en la puta, ¿te has
enamorado de ella?
—No digas estupideces.
—A padre esto no le va a gustar un pelo.
—¿Crees que no lo sé? Si no fuera poco que te hayas acostado con mi
prometida resulta que le meto en casa a una mujer que tiene pálpitos.
—¿Pálpitos? ¿Tiene un problema de corazón o algo así?
—¡No palpitaciones, pálpitos! ¡Premoniciones!
Ken le miró como si tuviera cuernos y Drevon suspiró. —Lo sé, todo
suena rarísimo.
—Drevon, ¿no será que últimamente no paras de trabajar? Ahora que lo
recuerdo no te has tomado vacaciones. Las necesitas, es obvio que las
necesitas. Tanto estrés no es bueno, empiezas a imaginar cosas. En cuanto
llegue el doctor le digo que te recete algo para relajarte. ¿A que no duermes
bien?
—Ken déjate de tonterías. ¡Sabía que te habías acostado con Lisa!
—Me habrá investigado. Pretende demandarnos, igual ha contratado a
alguien…
Drevon frunció el ceño. —Sí, puede ser.
—No es que fuéramos muy discretos, no sería difícil de averiguar.
—Sí, en realidad todo lo que ha dicho puede averiguarse. Como eso de
que me he acostado con muchas mujeres.
—¿Ves? Eso lo sabe cualquiera. Hasta Lisa lo sabía antes de
comprometerse contigo. —Le palmeó la espalda. —Necesitas descansar, te
lo digo yo. Empiezas a ver cosas donde no las hay.
—Igual tienes razón, pero antes de irme, averigüemos qué quiere de
nosotros.
Capítulo 4

Madison se despertó cuando se abrió la puerta y al ver a Rita suspiró.


Qué pesada era esa mujer, no la había dejado dormir en toda la noche
entrando cada poco. Vale que se lo había pedido el médico, pero le había
dicho cada tres horas y ella la había despertado cada sesenta minutos
exactos. —Zi, eztoy dezpierzta.
Rita suspiró del alivio. —¿No puedes dormir? —Dio al interruptor y al
verla se detuvo en seco mientras ella intentaba acostumbrarse al cambio de
luz. Cuando Madison pudo ver, la mujer no estaba allí y escuchó el grito de
—¡Necesitamos un médico! ¡Está peor!
—¡Ozye, te eztoy oyenzdo! —Se levantó mostrando el camisón hasta los
pies y se acercó al espejo del tocador. Se quedó en shock. Aparte de tener el
ojo tan hinchado que no podía abrirlo, tenía un morado que bajaba desde la
frente hasta el pómulo que casi se unía al que rodeaba toda su boca. Si
podía llamarse boca, porque su labio inferior parecía una salchicha XXL. Se
lo agarró con cuidado y lo inclinó hacia adelante para ver el interior del
labio y los dos puntos que el doctor le había puesto el día anterior. —
Geznial, eztoy hezcha un crozmo.
—¿Cómo que está peor?
Mierda, si querías impresionarle esta es la manera, pensó escuchando sus
pasos en el pasillo. Se preparó mentalmente para su llegada, pero verle solo
con los vaqueros puestos fue un shock. Y eso que solo podía verle con un
solo ojo. Si le ve con los dos le da un infarto.
—Hostia… —dijo él acercándose a ella lentamente mirándola como si
fuera a morirse en cualquier momento—. ¡Ken, llama al médico! —gritó
antes de cogerla por los brazos—. Ven siéntate, no vaya a ser que te
desmayes.
—Eztoy bien —balbuceó mirando el vellito que recorría su pecho—.
Tiezne mala pinta, pero eztoy bien.
—¡Ken joder!
Su hermano llegó corriendo con otros vaqueros puestos. Leche, podían
hacer un anuncio de Levi´s y se venderían como churros. Lo que se estaba
perdiendo su prima.
—¡Joder, joder! ¿Qué le ha pasado?
—Que se le ha hinchado, ¿no lo ves? ¡Y habla raro! ¡A ver si le está
dando algo!
—¿El médico dijo que no había que llevarla al hospital? ¡Ese tío es un
incompetente! ¡Drevon hay que llamar a emergencias!
En ese momento sonó un dong y ella miró hacia arriba. —¿Qué ha zido
eso? ¿Lo hazbeiz oízdo?
Todos miraron hacia arriba antes de mirarla con el ceño fruncido. —Ken
llama a emergencias ya —ordenó Drevon.
Su hermano salió corriendo y entonces le llegó uno de sus pálpitos. —
¡Mi prizma! ¡Haz llegazdo miz prizma!
—Madre mía —dijo Rita muerta de miedo—. ¡Drevon haz algo que ya
tiene delirios! ¡Está viendo a su prima!
—Será mejor que te sientes.
Ella se sentó. —Ahozra sabreiz lo que ez bueno.
—Claro que sí, preciosa. Rita no te muevas de su lado, voy a vestirme.
—Sí, sí.
El timbre de la puerta sonó de nuevo y Drevon se detuvo en seco antes
de mirarla sobre su hombro. —Mi prizma —dijo tan contenta.
—¿Hola? —gritó Verónica desde fuera—. ¿Hay alguien en casa?
¡Porque veo luz! ¡Oigan, estoy buscando a mi prima!
Rita gimió. —Dios mío.
—Ve a abrir.
Ken llegó en ese momento poniéndose una camiseta. —Hay una tía en la
puerta.
—Sí Ken, ya la hemos oído —dijo irónico—. ¡Vete a abrir, joder!
—¿Hola?
Se miraron con los ojos como platos. —Ha entrado en la casa —dijo Rita
en susurros.
—Leche, qué choza —escucharon que decía—. ¿No hay nadie? —gritó.
—¿Prizma? —Los tres la miraron como si hubiera cometido un delito
grave. —¿Quez?
Drevon salió de la habitación. —¿Hola? —Su prima ya estaba en esa
planta. —Oh, ¿pero estaba ahí?
—Estaba aquí. ¿Eres la prima de Madison?
—Sí, ¿qué ocurre? ¿Por qué no me contesta nadie? Es obvio que estabas
despierto.
—¿Tienes costumbre de entrar en las casas ajenas sin consentimiento?
—Oye, no te pongas chulo conmigo, guapito. Busco a mi prima y es
evidente que la conoces porque me has dicho el nombre. ¿Madison?
—¡Aquiz!
—¿Madison?
Escuchó sus pasos ágiles sobre la madera del suelo. —Madi… —De
repente apareció y al verla se llevó la mano al cuello de la impresión. —
Dios mío. ¿Madison?
—Siz.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió hacia ella acuclillándose a su
lado. —¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido un accidente?
Ella levantó la vista hasta los tres que la estaban mirando con distintas
expresiones. Ken con interés, Rita estaba asustadísima y Drevon
entrecerraba los ojos como si aquello no le gustara un pelo. Verónica miró
sobre su hombro tensándose. —¿Qué pasa?
—Hanz sizdo ellos.
—¿Qué? —Se incorporó poniéndose en guardia y se giró lentamente
para hacerles frente. —¿Qué has dicho, prima?
—Elloz me han ezcho ezto.
—Eso no fue exactamente así —dijo Ken forzando una sonrisa—.
Díselo, Drevon.
—Cállate —dijo este entre dientes.
—¡Voy a llamar a la policía! —gritó su prima furiosa—. ¿Pero vosotros
de qué vais?
—Fue sin querer —dijo Rita al borde del llanto.
—Menztira.
—¡La madre que os parió! ¡No pienso parar hasta que acabéis en la
cárcel, hijos de puta!
—¡Entró en una propiedad privada sin consentimiento! —gritó Drevon
—. Es lógico que Rita defendiera la casa. ¡Creía que nos la estaba
quemando!
—¡Pero qué coño me estás contando! Ah, ya entiendo por dónde va esto,
¿estás intentando justificar que la habéis dejado hecha un cromo? —
Entrecerró los ojos. —¿Por qué mi prima no está en un hospital? —
Pasmada la miró. —¿Te han secuestrado?
—Siz. No me han dejazdo irzme.
Drevon dio un paso hacia ella. —¡No te muevas! —gritó Verónica—. No
des ni un paso más.
Drevon apretó los labios. —Sé que para ti no tiene justificación, pero…
—¡No, no la tiene! ¡Y no gastes saliva que todo esto se lo vais a contar a
la policía! —Sacó el móvil del bolsillo trasero del pantalón mientras Rita se
echaba a llorar y Drevon sonrió con ironía cruzándose de brazos. —Mierda,
solo tengo dos rayitas de cobertura, espero que sean suficientes en este
secarral alejado de la mano de Dios.
—Oye maja… —Verónica fulminó a Ken con la mirada y este cerró el
pico de inmediato. —Hostia, nos mira como mamá.
—El 112 es internacional, ¿no? —No esperó respuesta marcando. —
¡Oiga! ¡Han atacado a mi prima, necesito una ambulancia! ¿Que dónde
estoy? —El teléfono desapareció de su mano y acabó estrellado contra la
pared. Asombrada miró a Drevon. —Te aconsejo que des un paso atrás, me
voy a llevar a mi prima de aquí.
—¡No hasta que escuches lo que ha pasado!
—¡Lo que ha pasado me lo contará mi prima! —gritó sin intimidarse.
Alargó la mano hacia Madison y esta se la cogió de inmediato. —Ahora me
la voy a llevar. ¡Aparta!
—No pienso dejar que nos arruines la vida.
—Ah, ¿no? ¿Y qué piensas hacer?
—Piénsatelo bien, podemos decir que Madison estaba quemando la casa.
Puede que la perjudicada termine siendo ella.
—¡Si te estaba quemando la casa deberías haber llamado a la policía,
pero has decidido retenerla y eso aquí y en Pekín es secuestro! Aparta si no
quieres empeorar las cosas.
—Ez abogazda.
—Hostia —dijo Ken por lo bajo.
—Yz muy buezna —dijo orgullosa.
—¿No me digas? Pues como abogada sabrás que el allanamiento de
morada es un delito.
—Queria avizardles de que ze les quemaba la caza.
Verónica sonrió con maldad. —Os voy a comer vivos. Prepárate para
vaciar tu cuenta bancaria.
—¿Eso es lo que buscabais? —preguntó Drevon furioso—. ¿Dinero?
¿Por eso lo de la demanda del edificio? ¡Cómo visteis que de ahí no ibais a
sacar nada, habéis montado esto! —Madison le miró decepcionada y él juró
por lo bajo. —¡Todo han sido un cúmulo de circunstancias! ¿Tengo pinta de
secuestrar a nadie? ¡Tú quisiste quedarte! ¡No estabas en condiciones de
conducir!
—¡Entonces haber llamado a una ambulancia! ¡Y deja de gritar a mi
prima!
—Hermano, hablemos de esto…
Le miró furioso. —¿Sabes lo que pasará si hablan con la policía? ¡La
prensa nos destrozará y Rita puede ir a prisión!
Esta se echó a llorar y Ken la abrazó como si quisiera protegerla.
—¡Mi prima necesita un médico!
—¡Ya la ha visto un médico! ¡Dos veces!
—¡Necesita un hospital! Como le pase algo más…
—¡Deja de amenazarnos! ¡Ken sal de la habitación!
Su hermano lo hizo de inmediato y Madison sintió como a Verónica se le
cortaba el aliento. —¿Qué vas a hacer? ¡Llama a una ambulancia!
—Tú has querido esto. Antes de tu llegada estaba dispuesto a llevarla a
un hospital, pero tú lo has cambiado todo. —Salió de la habitación cerrando
la puerta con llave y Verónica corrió hacia allí para intentar abrir.
Madison sonrió por dentro antes de sentarse y suspirar. —Puez nada,
habraz que quedarzse.
Verónica pasmada la miró sobre su hombro. —Lo sabías.
—¿El quez?
—¡Qué iba a hacer esto! —Se volvió y puso los brazos en jarras. —
¿Estás loca?
—Shusss, están ezcuchando deztrás de la puerzta.
Su prima se acercó. —Eres una cabrita —dijo furiosa—. Lo has hecho a
propósito para que nos encerrara en lugar de avisarme.
—¿No te daz cuenzta? Ez nuestra oportunizdaz.
—¿Nuestra oportunidad de qué? ¿De conseguir a esos psicópatas?
—Ze ha porztado mal, peroz…
Se agachó ante ella. —Después de esto quítatelo de la cabeza.
Le miró angustiada. —No pozdré. Niz tú tampoco, por ezo haz venido.
Por cierzto, ¿qué tez haz parecido?
—Mierda. —La fulminó con la mirada. —¡Mierda! —Se levantó y
volvió hacia la puerta para empezar a aporrearla de manera frenética. —
¡Sacadme de aquí!
—No hasta que ella se recupere —dijo Drevon tan tranquilo.
Verónica corrió hacia la ventana abierta y sacó la cabeza. Madison se
puso en pie de inmediato. —¡No! ¡Te rompez laz piernaz!
—¿En serio o es otra de tus artimañas?
—¡Jamaz te he menztido!
—Mierda. —Miró a su alrededor y al ver la chimenea levantó una ceja
antes de acercarse y coger el atizador. —Se van a cagar. La peli el
resplandor no será nada comparado con esto. —Se acercó a la puerta y
Madison sonrió lo que pudo sentándose de nuevo. Su prima se lio a pegar
golpes con el atizador a la puerta y después de unos minutos en los que la
madera maciza casi ni se inmutó, suspiró agotada apoyando la espalda en
ella para mirarla. —No sirve de nada, ¿no?
—No.
—¡Pues habérmelo dicho!
—Nezesitaz desahogazte.
Preocupada se acercó. —¿Estás bien?
—Sí. Tiezne peor pinzta de lo que ez.
Se sentó a su lado. —Estoy agotada.
—Lo ze. Duerzme un pozco.
La miró atentamente, desde la venda de la cabeza bajando por su rostro
hasta su labio. —Lo tienes enorme.
Lo cogió para mostrarle el interior y su prima hizo una mueca de dolor.
—Ostras, ¿qué te ha pasado? ¿No has podido con esa vieja?
Se lo contó todo con pelos y señales. A medida que avanzaba su prima
se cabreaba más. —¿Y mientras esa tía te pegaba estando mal herida, no
hizo nada? Nos largamos de aquí.
—Vero…
—¡No! —Entrecerró los ojos. —¿Dónde está tu móvil?
Apretó los labios y su prima miró a su alrededor. Cuando vio el armario
de madera corrió hacia allí para abrirlo y agarró su bolso tirando su
contenido sobre el suelo. —¡Ajá! —Se agachó para coger el móvil y lo
desbloqueó ella misma. —Te he visto meter la clave mil veces. —Se puso
el teléfono al oído. —¿Oiga?
La puerta se abrió de golpe y Verónica chilló del susto. Antes de poder
decir nada Drevon ya se había acercado a ella y había agarrado su muñeca
para apartar el teléfono. —¡Estamos secuestradas! ¡Socorro!
Drevon consiguió cogerle el teléfono y sin dejar de agarrarla se lo puso
al oído. —¿Oiga? Soy del hotel Sunflower. No haga caso, es una borracha
que está haciéndose la graciosa. —Colgó y tiró el teléfono al suelo para
machacarlo con el tacón de su bota, mientras su prima revolviéndose no
dejaba de gritar que no le creyeran.
Madison suspiró mirando con pena su móvil. —No había pazado las
foztos al ozdenador. —Ambos la miraron incrédulos. —¿Quez? Teníaz laz
fotoz de la boda de July.
—¿Quién es July? ¿Otra prima? No vendrá por aquí, ¿no? —Sin esperar
respuesta miró a Verónica. —¿Quieres callarte?
—Capullo. —Le pegó una patada en la espinilla que le hizo gemir de
dolor, lo que provocó que la soltara y Verónica agarró el atizador
elevándolo para golpearle.
—¡No! —gritó Madison levantándose antes de gemir de dolor
llevándose la mano a la boca.
—¿Te has hecho daño? —preguntaron los dos a la vez antes de mirarse
con odio. Verónica iba a pegarle, pero de repente el atizador desapareció de
sus manos y Ken tras ella sonrió antes de recibir un puñetazo que ni le
inmutó y Verónica gimió de dolor cogiéndose el puño.
—Estate quieta —dijo Ken como si nada antes de sonreír—. Eres
peleona, ¿no? Esas son las que me gustan.
—¿Qué has dicho? —gritó mientras se sonrojaba de gusto. La patada en
la entrepierna Ken no la vio venir y cuando cayó de rodillas agarrándose sus
partes y blanco como el papel ella le gritó —¡Me importa un pito que te
guste o no! ¡Yo me llevo a mi prima de aquí para no volver jamás!
—¿Qué coño pasa aquí?
Todos miraron hacia la puerta para ver al hombre que en la fotografía del
dossier de su prima estaba sentado tras el escritorio. Iba vestido de traje y se
notaba que acababa de llegar a casa porque tenía la corbata floja y ese día
no se había afeitado. El señor Barrington dio un paso hacia la habitación
con una cara de mala leche que no podía con ella y observó a sus hijos y a
las chicas deteniéndose en Madison. —¿Qué diablos…? —Miró a su hijo
mayor. —¿Drevon?
Este se enderezó. —No te esperaba hasta el viernes.
—¡Será que he recibido una grata llamada del que iba a ser tu suegro!
¡Además, nadie coge el maldito teléfono! ¡Qué está pasando aquí!
—¡Nos han secuestrado! —dijo Verónica a toda prisa.
Eso sí que le sorprendió. —¿Perdón?
—¡Y le han hecho eso a mi prima!
Kenneth Barrington no salía de su asombro mirando hacia Madison de
nuevo. —Hijo… Estoy esperando una explicación. —Le miró como si fuera
a pegar cuatro gritos en cualquier momento. —Y más te vale que sea buena.
Drevon apretó los labios. —Madison llegó ayer y tu habitación estaba
ardiendo. Subió a ayudar, pero Rita y Lisa creyeron que había sido ella
quien había prendido el fuego.
—¡Y esa le arreó con un extintor en toda la cabeza! —gritó Verónica—.
¡Mire, mire como me la han dejado! ¡Y después la prometida de este le
pegó una paliza cuando no podía defenderse! ¡Le reventó la boca!
—¿Pero qué está contando esta mujer? —preguntó incrédulo—. ¿Está
borracha?
—¿Borracha? ¡Mire el teléfono de mi prima! —gritó señalándolo en el
suelo —. ¡Y aquel es el mío! ¡Nos han secuestrado para que no les
denunciemos!
El hombre no salía de su asombro y Drevon gruñó por lo bajo antes de
decir —Dicho así parece que son ellas las que tienen la razón, pero no fue
así del todo.
—Zi que lo fue —dijo Madison dejando un tenso silencio en la
habitación.
Kenneth padre apretó los labios antes de fulminar a sus dos hijos con la
mirada. —¿Es que estáis locos? —Miró a Drevon. —¿Dejaste que tu
prometida le pegara cuando no podía defenderse?
Se tensó aún más. —Se estaba… —Bufó. —¡Padre, no lo entenderías!
—¡Pues explícamelo antes de que llame yo mismo a la policía!
—¡Eso, usted llame que esto es muy gordo!
—Noz va a llamarz.
Todos miraron a Madison. —¿Ves? ¡A esto me refería! —dijo Drevon
señalándola—. ¡Tiene pálpitos!
—Hijo, ¿te encuentras bien? —preguntó pasmado.
—Padre, necesita unas vacaciones.
—¡Sabe cosas que van a ocurrir! ¡O que ocurrieron! ¡Como que Ken se
acostaba con Lisa!
—Solo fue una vez, padre —dijo a toda prisa viendo la cara que ponía de
furia—. Bah, no era de fiar. No querrías una nuera que no fuera de fiar, ¿no?
De repente miró a Verónica y le guiñó un ojo haciéndola jadear. —¡En
tus sueños, capullo!
—¡Silencio! —gritó el patriarca rojo de furia.
—Kenneth, ¿estás bien? —preguntó Rita preocupada, pero Madison se
dio cuenta de que había mucho más detrás, aunque no dijo ni pío esperando
la respuesta de ese hombre que era evidente que no tenía ni idea de qué
hacer.
Drevon dio un paso hacia él. —Padre, si las dejamos ir, nos van a
denunciar y será un escándalo que perjudicará a la empresa. Pero si dejamos
que Madison se recupere, no tendrán nada contra nosotros excepto la
declaración del médico que la ha atendido que es de nuestra plena
confianza. No dirá ni pío si nosotros se lo pedimos. Además, estuvieron
aquí los bomberos y la policía, pero nadie presentó denuncia.
—¡Porque mi prima estaba inconsciente del porrazo!
Drevon la miró como si quisiera cargársela. —¡La policía dijo que no
había delito!
—¿No? ¿Y ahora qué diría la policía? ¡Uy, la pila de años que os van a
caer! ¡De eso me encargo yo!
—Señorita…
—Verdun —dijo levantando la barbilla—. Verónica Verdun, abogada
especializada en pleitos civiles.
Kenneth entrecerró los ojos. —Usted es estadounidense, ¿no es cierto?
—De Chicago.
—Así que aquí no puede ejercer.
—Ya veo por donde va, amigo. Pero los delitos son parecidos en todos
los países civilizados. ¡Y esto es un secuestro con todas las letras! Ya
encontraré un colega que…
Miró a su hijo pasando de ella. —¿Estás seguro de esto?
Verónica jadeó por su grosería mientras Drevon contestaba —¿Qué otras
opciones tenemos?
El señor Barrington asintió apretando los labios y para pasmo de
Verónica salió de la habitación. —¡Oiga! ¡Llame a la policía!
—Cierra bien esa puerta —le dijo a Rita antes de alejarse—. Y se
cancela la barbacoa para este fin de semana, así que avisa a los invitados.
—¡Será capullo!
Sus hijos rieron por lo bajo y Madison puso el ojo en blanco. —
¿Pensabaz que ze iba a ponerz a nueztro favor? ¡Zon suz hijoz!
—¡Para que te fíes de los que parecen hombres como Dios manda!
—Piensa que estás aquí de vacaciones —dijo Ken divertido—. Muchos
matarían por unas vacaciones aquí, ¿sabes?
—¡Seguro que están tan pirados como vosotros! —Entonces echó a
correr esquivando a Ken para llegar al pasillo.
Rita chilló de la sorpresa, pero no pudo agarrarla. Drevon sin dejar de
mirar a Madison dijo —Atrápala.
Ken rio antes de salir corriendo y Rita salió tras ellos gritando que se
apurara. Cuando se quedaron solos se miraron a los ojos manteniéndose en
silencio varios segundos. —¿Te duele la cabeza?
—Sí, pero ez norzmal, ¿no?
—No tienes por qué sufrir. Tengo las pastillas que te ha recetado el
doctor.
—Haz menztido.
Se le cortó el aliento. —¿En qué, nena?
—Le haz dicho a tu padre que eztuvieron aquí los bomberoz y la polizía.
Es menztira.
—Estabas inconsciente, ¿eso cómo lo sabes? —Su fija mirada le puso
nervioso. —Rita consiguió arrancar las cortinas antes de que la cosa fuera a
más.
—No hay inforzme polizial sobre esto. Por eso quierez que me cure, para
que no haya ni una zola prueba en tu conztra.
Él sonrió. —Exacto, preciosa. En un par de semanas podrás largarte y
cada uno seguirá con su vida.
—Denztro de un par de semanaz no me dejaráz marchar. Si no me dejaz
irme ahora, menoz en unos díaz.
—Deja de hacer eso.
—¿El quéz?
—Todo es sugestión. Y si crees que sugestionándome vas a lograr que te
pida que te quedes, estás equivocada.
—¿Y por qué eztoy equivocada zi me lo pedizte ayer mizmo?
Drevon entrecerró los ojos. —Estás viendo cosas donde no las hay. No
quiero nada contigo. ¡Ahora dime de una maldita vez qué te ha hecho venir
hasta aquí, joder!
—Ah, que hezmos llegado a la faze de interrogaztorio.
—¿Qué era lo que tenías que decirme? ¡Qué te ha hecho venir hasta
aquí!
—Eztuve en una fieszta, en tu edifizio. —Su ojo brilló. —Y te zenti.
—Me sentiste —dijo pasmado.
—Zi. —Sonrió lo que pudo. —Azi que estoy aquiz.
—Estás aquí.
—¿No ze me entiende bienz?
Entrecerró los ojos dando un paso hacia ella. —¡Por eso se empeña tanto
tu prima en llevarte al hospital, porque a ti te falta un tornillo! ¡Ahora
entiendo por qué te estaba buscando! —La miró como si le hubiera
decepcionado. Hasta parecía cabreado porque no estuviera bien de la
cabeza.
Bufó levantándose y entonces se detuvo en seco mirando hacia arriba. —
¿Madison?
Levantó la mano acallándole y sin dejar de mirar el techo caminó
lentamente hacia la puerta. Él se interpuso y ella le miró a los ojos. —No
vas a salir.
—Nezesita algo.
—¿Quién?
—Tuz madre. Necezita algo. Algo que le falztaba cuando la enterrazteis.
Tu padre ze lo prozmetió y no lo ha hezcho. No dezcansa en paz por ello.
—Se llevó la mano al cuello mientras Drevon palidecía. —Quierez su
medazllón.
Él dio un paso atrás impresionado chocándose con la puerta. —¿Qué
coño dices? ¿Cómo sabes que la enterramos con él?
—Zon pensamientos que me vienenz a la cazbeza. —Se llevó la mano a
la sien. —Y no la enterrazteis con él. ¿Lo perdizteis? No, o Dioz mío se lo
robazron en su velatorio. —Negó con la cabeza. —Se lo quiztaron antes de
cerraz el ataúd.
—¡No digas estupideces! —gritó alterado—. ¡La enterramos con él!
Le miró. —¿Lo vizte antez de cerrazr la tazpa?
—Se lo puse yo mismo y…
—¿Lo vizte?
Drevon apretó los labios. —No hizo falta, ¿quién se lo iba a quitar?
Ahora sí que tengo claro que no estás bien.
—Tú mizmo acabaz de preguntaz cómo lo zabía. ¡Puez lo zé de la
mizma manera que zé donde eztá eze collar! ¡Enz un baúlz en el desvánz!
Un baúlz con el nomzbre de los Bazrrington.
—Estás loca, mi madre lo tiene en su cuello.
—No.
Entonces escucharon un chirrido en el piso de arriba y Drevon miró
hacia allí. —Noz ha oídoz —susurró ella—. Va a buzcarlo. Intenzta que no
le dezcubraz.
Drevon salió corriendo de la habitación y ella caminó hacia el pasillo
para ver como iba a una puerta en el otro extremo de la casa y como
después de abrirla empezaba a subir unas escaleras. Escuchó el chillido de
su prima en el exterior, pero no hizo caso mientras presentía que ese
descubrimiento iba a ser un auténtico drama en la familia. Kenneth salió de
su habitación jurando por lo bajo por lo que le iba a costar el arreglo de la
habitación y se detuvo en seco al verla. —¿Pero qué haces ahí fuera? ¡No
puedes escaparte!
—Shusss… —Se acercó a la puerta y estiró el cuello mirando escaleras
arriba.
—¿Qué haces aquí, Rita?
—¿Yo? Nada. Me ha parecido oír ratones y he subido. ¿Por qué?
Madison escuchó como un golpe y subió un escalón mientras el dueño
de la casa fruncía el ceño.
—¿Qué buscas? —preguntó Rita demostrando en su voz que estaba
asustada—. No lo revuelvas, por favor. Es el vestido de novia de tu madre
y…
Madison separó los labios cuando sintió que él encontraba el medallón
de su madre. —¿Qué coño es esto, Rita?
—Oh, Dios mío. Si lo llevaba…
—¡Qué coño es esto! —gritó.
Kenneth subió los escalones a toda prisa y Madison le siguió para ver
cómo se detenía en seco al ver el medallón que su hijo le mostraba a Rita.
—Pero…
Drevon miró sobre su hombro. —Padre, ¿sabías esto?
El hombre se acercó obviamente atónito y cogió el colgante de su mano.
Rita se echó a llorar tapándose el rostro y Madison separó los labios de la
impresión. —La ozdiaba. —Los hombres la miraron sin salir de su
asombro. —Ozdiaba todo lo que reprezentaba.
—¡No sabes de lo que hablas! —gritó Rita rota de dolor.
—Rita, ¿qué es esto? ¿Se lo quitaste tú? —preguntó Kenneth sin llegar a
creérselo—. ¿Le quitaste su medallón a mi esposa antes de que la
enterraran?
—Ella no lo merecía. ¡Era de los Barrington! ¡Delphine nunca mereció
ese apellido!
Se quedaron de piedra y la mujer sollozó volviéndose como si no
soportara ver sus rostros. Drevon miró a Madison. —¿Por qué lo hizo?
Dices que la odiaba.
—A vezes el amor noz hace comezter aztos de los que nos
arrepenztimos.
Rita se volvió furiosa. —Yo no me arrepiento.
—Hablazba de ella. —Suspiró sintiéndose agotada y se sentó en otro
baúl. —Ella fue la que ze arrezpintió y tú nunzca se lo perdonazte. Delphine
lo zabía. Nunca volzviste a tratarzla igual.
—¿De qué coño está hablando esta mujer, hijo?
—Padre, espera que se explique. —Madison se quedó con la mirada
perdida y dio un paso hacia ella. —¿De qué se arrepintió mi madre?
—¡Hijo, tu madre no tenía de que arrepentirse! Además, si no la conocía
de nada. ¿De qué hablas?
—¡Padre, ten paciencia! —Se agachó ante ella y cogió sus manos
haciendo que le mirara a los ojos. —Habla.
—Élz no quiezre que lo dizga en alzto. Intuzye de lo que hazblo, pero no
quiezre…
Drevon volvió la vista hacia su padre y este pálido dio un paso atrás. —
¿Padre?
—A los muertos hay que dejarlos en paz.
Madison negó con la cabeza. —Ella noz tiezne paz. Lo ziento. Necezita
saberz que la perzdonaz. Que la perzdonáiz.
—¡Hijo, echa a esta mujer de mi casa!
—No, padre. ¡Puede que la casa sea tuya, pero está hablando de mi
madre y quiero saber qué es lo que ocurre aquí! —Miró a Madison muy
tenso. —Habla.
Mierda, ¿por qué abriría la boca? Es que no sabía cuándo tener el pico
cerrado y así le iba. Suspiró antes de señalar a Rita. —Eza mujerz ez hizja
ilezgítima de tu abuezlo y enztró a trazbajar aquí por renzcor, pezro pozco a
pozco os fue cogiendo carizño. Vosoztros erazis unos nizños y fue
inezvitable. Pazra una perzona que no tenía famizlia, que perzdió a su
mazdre en la adolezcencia, vivirz con vozotroz fue marazvilloso. Os llezgó
a quererz tanzto que oz ziente zuyos. Cozmo a su herzmano al que llegó a
adzmirar y quezrer cozmo si se huzbieran criazdo junztos. Por ezo cuanzdo
emzpezó a verz cozas razras en tu mazdre con el cazpataz de la finzca
emzpezó a cabrearze. Tu pazdre se pazaba muzcho tiemzpo fueraz de caza
por nezgocios y pozco a pozco ella se dezjó zeducir. —Kenneth atónito
miró a Rita que sollozó mientras ella continuaba —¿Qué ozcurrió? Que
Rizta eztando en la caza les llezgó a sorzprender. Delzphine aterrozrizada
porzque se lo dijezra a su marizdo y perzderle le suzplicó que se cazllara.
Ella porz no hacezros dazño lo hizo, peroz jazmás la perzdonó. Jamás
volzvieron a tenerz la miszma relazción por muzcho que tu mazdre lo
intenztó. Por eso le quiztó el cozllar porzque conzsideraba que no ezra una
Bazrrington. Esa es la razón porz la que dizce que no sez lo merecía.
Kenneth no salía de su asombro. —¿Cómo sabes que mi esposa me fue
infiel?
Drevon se incorporó muy tenso y se volvió hacia ellos. —¿Es cierto,
Rita? —Esta sin ser capaz de hablar asintió. —¿Todo? ¿Es cierto que eres
hermana de mi padre?
Sollozó y corrió hacia la escalera mientras Kenneth aún en shock ni
sabía qué decir bajando la vista al traje de novia de su esposa. —Padre, ¿lo
sabías?
Sonrió con tristeza. —Hace muchos años se sentía desatendida. Era una
discusión tras otra. Me gritaba que mientras yo me divertía en la ciudad,
ella estaba aquí muerta en vida. Pero de repente todo cambió y volvió a ser
la de siempre.
—¿La mujerz zumisa que no poznía pezros a nazda? —preguntó ella con
ironía.
—¡Mi madre era feliz!
Apretó los labios haciéndose daño y se levantó. —Seráz mejorz que me
vazya anztes de que me hazga una herizda en la lenzgua de morzdérmela
tanto.
—¿No era feliz? —preguntó Kenneth preocupado porque le dijera que
no.
Al ver que se callaba Drevon gritó —¡Habla de una vez! ¡Ahora no te
reprimas después de sacar toda esta mierda!
Sabía que si les decía la verdad ella sería la mala por abrirles los ojos,
pero era evidente que hasta que todo eso no se aclarara, Delphine no se
sentiría liberada y tampoco era justo. —Noz, no eraz feliz.
Esa frase cayó como una losa sobre ellos y sabía lo que pensaban, que
ellos eran los responsables de esa infelicidad. Se le cortó el aliento cuando
el pensamiento del suicidio apareció en su mente y jadeó tapándose la boca
porque ellos no sabían nada. —Dios mío…
—No —dijo Kenneth espantado dando un paso atrás—. El médico dijo
que seguramente había sido un despiste.
Drevon incrédulo se llevó las manos a la cabeza volviéndose. —No
puede ser. Jamás la vi mal ni…. Siempre tenía una sonrisa en los labios. —
Furioso se giró. —¡Mientes! —Madison dio un paso atrás por la furia que
mostraba su rostro. —Qué diablos pretendes, ¿eh? ¡Qué diablos pretendes
con esto! ¿Quién te contó lo del collar? —La agarró por los hombros. —
¡Habla! Todo es por dinero, ¿no es cierto? ¿Quieres chantajearnos con esa
absurda historia? ¡Te juro que como vayas diciendo por ahí que mi madre se
suicidó, te mato! —La zarandeó. —¡Qué pretendes!
—¡Hijo, echa a esta zorra de mi casa!
Asustada por la furia que emanaba de ellos, gritó intentando soltarse y su
manga se rompió. Corrió escaleras abajo, pero con el ojo hinchado no vio
un escalón y cayó rodando hasta que su cuerpo quedó inerte en el pasillo.
Drevon con la respiración agitada bajó un escalón. No se movía y por la
posición de su cuello se temió lo peor. —¿Madison? —Bajó los escalones
corriendo y se agachó a su lado. —¿Madison?
El grito desgarrador de Verónica les puso los pelos de punta y Drevon
asustado levantó la vista hasta su padre que en la puerta del desván dijo
pálido —Hijo, llama a emergencias. —Apretó los labios. —Y cuando
lleguen me dejaréis hablar a mí.
Capítulo 5

Cuatro meses después

Madison miraba fijamente la gota que bajaba por el cristal de la ventana


de su apartamento, mientras su amiga preguntaba —¿Qué opinas?
Distraída ni se dio cuenta de que sus ojos iban a parar a la calle donde
una mujer con su hijo pequeño intentaba resguardarse del chaparrón que
estaba cayendo. Más le valía irse, porque tardaría en parar.
—¡Madison! —Se sobresaltó volviéndose y Meredith levantó una ceja.
—Hija, a ver si te espabilas, llevas cuatro meses en la inopia. Y tengo un
problema gordísimo. ¡Ayúdame!
Suspiró caminando hacia el sillón y sentándose. —Muy bien, empieza de
nuevo.
—¡Será broma! ¡Guapa, cobras cien pavos la hora, ya podías estar más
atenta!
—¡Si nunca me pagas!
—Uy, que estás perdiendo la profesionalidad y eso sí que no. —La miró
preocupada. —¿Qué te pasa? Si puedo ayudar…
Sonrió con tristeza. —No puede ayudarme nadie.
—Pues céntrate en lo mío por si tiene solución, ¿quieres? Te decía que…
La puerta de su apartamento se abrió y entró su prima como Pedro por su
casa. —¡Ja! ¡Se van a cagar! ¡Estos cabritos no saben con quién están
tratando! ¡Me he dejado las pestañas, pero ha valido la pena! —Miró hacia
Meredith. —No sé para qué te esfuerzas, no está motivada.
—Eso ya lo veo. Oye, tú no habrás heredado…
—Una mierda, eso es lo que he heredado. —Se sentó a su lado dejando
el maletín en el suelo y se quitó el abrigo sonriendo de oreja a oreja. —¡Les
tengo!
Suspiró. —No servirá de nada.
Su prima perdió la sonrisa poco a poco. —No fastidies, ¿sabes todo lo
que he estudiado?
—Enviarán a un abogado que les represente y lo que es peor, ganarán.
—¡Serán cabritos! —Entrecerró los ojos. —Hay otra posibilidad, pero es
que es muy gordo.
Se le cortó el aliento enderezándose en su asiento mientras Meredith las
observaba de lo más interesada. —Cuéntame.
—Había pensado en demandarles a ellos para que dieran la cara, pero ya
que me lo has puesto tan negro, mejor ir a por todas. ¿Qué te parece
demandar al país?
Meredith levantó una ceja mientras ella sentía que algo renacía en su
interior. —Vas bien, vas bien.
—Genial. Nos extraditaron por las acusaciones que ellos vertieron sobre
nosotras, lo que nos dejó totalmente indefensas ante sus calumnias, así que
he pensado demandar a Australia. Al estado.
Meredith miró a una y luego a la otra. —¿Y con eso qué vas a
conseguir?
—¡Volver allí y dejar las cosas muy claritas! ¡Dejaron a mi prima dos
meses en un hospital con las vértebras rotas y la cara hecha un mapa! ¡Esos
hijos de puta van a pagar habernos acusado de intentar timarles! ¡Se van a
cagar! Pienso dedicarme a esto en cuerpo y alma, pienso amargarles la
existencia todo lo que pueda, ¡pienso hacer que hasta sueñen conmigo
llevando un hacha para cortarles en pedacitos que distribuiré por todo su
asqueroso país! Hasta he dejado mi trabajo, no te digo más. —Miró a su
prima. —¿Y bien?
Sonrió de oreja a oreja. —Volvemos a Australia.
Su prima chilló de la alegría saltando del sofá para abrazarla.
—¿Te vas otra vez? —preguntó Meredith decepcionada.
—Sí, te vas a casar con él —dijo soltando a Verónica.
—¿De veras? —No parecía nada ilusionada. —¿Y crees que mi suegra
durará mucho?
—En cuanto le des un nieto, te adorará.
Ambas vieron como sacaba el móvil de inmediato y se lo ponía al oído.
—¿Cariño? Me he comprado un body rojo que es una maravilla. —Soltó
una risita. —Sí, voy para allá.
En cuanto colgó se echaron a reír y Meredith se levantó para besarla en
la mejilla. —¿Vendrás a la boda?
—Claro, pero no la hagas al aire libre.
—Hecho. —Incorporándose respiró hondo. —Te echaré de menos,
¿sabes? Pero entiendo que tienes que vivir tu vida. Os deseo mucha suerte.
—Gracias hermosa, pero no la necesitamos —dijo Verónica con chulería
—. Me los voy a comer vivos.

Madison mirando el titular del periódico gimió. “Barrington en la picota


por mentir a la policía.” Y debajo ponía: “El gobierno se reúne con la
familia por el conflicto internacional que han provocado. No se descartan
acciones legales por perjuro y posible secuestro.”
Aquello no les iba a sentar nada bien. Bajó la vista hasta otro periódico
que había en el quiosco. “Los Barrington acusados de secuestro y
agresión” Y debajo una foto suya en el hospital con pinta de espicharla en
breve. El siguiente ponía: “¿Tráfico de influencias para ocultar un delito?
Las víctimas expulsadas del país. Barrington al estrado.”
A Kenneth padre le iba a sentar como una patada en el estómago.
Suspiró volviéndose hacia la entrada del hotel donde había un montón de
periodistas. Bueno, sabía desde el principio que su padre les pondría las
cosas difíciles. ¿Que ahora no podía ni verlas? Que se fastidiara. Ella no
tenía la culpa de que su mujer le hubiera puesto los cuernos. ¿Qué tenía que
hacer? ¿Callarse? La mujer no descansaba en paz porque creía que no la
habían perdonado. Uff… Se detuvo en seco y miró hacia arriba. No sentía
nada. Igual había suerte y la mujer ya había emprendido el vuelo al cielo.
Esperaba que sí, que después de diez años muerta ya era hora.
Se acercó a la entrada del hotel y nadie la detuvo porque
afortunadamente no podían reconocerla con aquella fotografía. Se hablaba
de ello en todos los noticiarios y estaban como locos por conseguir
declaraciones. Cruzó el hall tranquilamente y cuando llegó al ascensor un
hombre se puso a su lado. Sintió un cosquilleo en el corazón y parpadeó
antes de mirarle de reojo. ¡Era Drevon! Dios, qué guapo estaba vestido de
traje. Las puertas del ascensor se abrieron y él entró. Por su manera de
entrar en el ascensor y pulsar el botón, era evidente que estaba cabreado. —
¿Entra o no? —preguntó de malos modos.
Como en una nube entró en el ascensor. Dios, era evidente que no la
reconocía. Aunque no le extrañaba nada con la cara que tenía en aquel
momento. Fascinada por lo que le hacía sentir, se apoyó de costado en el
espejo sin quitarle ojo y las puertas se cerraron. Él ni se dio cuenta de que
no pulsó el botón porque le sonó el móvil en ese momento. Se lo puso al
oído. —Sí padre, estoy aquí. Te digo que lo arreglaré, ¿vale? Deja de
llamarme, ya te llamaré yo cuando termine de hablar con ellas. ¿Que si me
ha visto la prensa? ¿Te crees que soy tonto? Claro que no, los ascensores no
están a la vista. —Miró hacia las luces. —Oye, tengo que dejarte. Sí, ya sé
que Peter está arriba. ¡Ya te llamaré! —Colgó de malos modos y bufó
impaciente.
—Hola Drevon.
Sintió como se tensaban cada uno de sus músculos antes de volver
lentamente su rostro hacia ella. Cuando sus ojos se encontraron Madison
sonrió porque supo que no se había equivocado al regresar. La miró de tal
manera que su corazón pegó un vuelco en su pecho y cuando sus ojos grises
recorrieron su rostro sintió cómo su sangre se aceleraba en sus venas. Esos
ojos recorrieron su cuerpo pasando por sus alborotados rizos que caían
hasta debajo de su trasero y miraron sus piernas al descubierto por sus
pantaloncitos cortos hasta llegar a sus sandalias que mostraban sus uñas
pintadas de rojo. —¿Madison? —preguntó como si no se lo creyera.
Su voz ronca la hizo reaccionar y sonrió. —Cariño, te perdono.
Esa frase le sacó de su estupor y la miró furioso. —¿Perdonarme? Te
caíste sola.
—Ya, pero si no hubieras reaccionado así… —Las puertas se abrieron.
—Oh, ya llegamos. ¿Vamos? —Pasó ante él gimiendo por lo bien que olía y
enfiló el pasillo.
Drevon reaccionó siguiéndola. —La que habéis liado… Esa prima tuya
ha provocado un conflicto entre nuestros países.
—Hala, qué exagerado.
—¿Exagerado? ¡Me ha llamado el primer ministro!
—Eso es como ser presidente, ¿no?
—¡Madison hay que detener esto!
—¿Porque podéis ir a la cárcel? —Sacó la tarjeta del bolsillo trasero del
pantalón y la pasó por el sensor.
—¡Pues ya que lo dices sí! —Madison abrió la puerta mostrando a todos
los que estaban reunidos en el salón y su prima sentada en el sofá mirando
unos papeles levantó una ceja. Drevon entró furioso. —Tú…
—¿Seguro que quieres hacer esto ante nuestro abogado y el cónsul de los
Estados Unidos? —preguntó con burla.
El abogado de los Barrington se levantó. —Drevon, ¿qué haces aquí?
—¡Pues hacer algo, joder! ¡Porque gracias a ti estamos a punto de ir a
prisión!
El hombre se sonrojó antes de levantar la barbilla. —Estamos
negociando y puedo entender que estés nervioso, pero tu presencia es
totalmente inadecuada. Si me dejas a mí…
—Y una leche.
Harry se levantó. —Si no están de acuerdo con sus negociaciones no
llegaremos a ningún sitio.
—Un momento —dijo Peter—. Están de acuerdo.
—¿Seguro? Parece que no confía en su propuesta.
—¿Propuesta? —preguntó Drevon como si no supiera de lo que hablaba
—. ¿Qué coño está pasando aquí? —Señaló a su abogado. —¿Qué
propuesta?
—Tu padre me ha dejado margen de acción para negociar por vosotros.
—¿Y qué propuesta es esa? —gritó a los cuatro vientos.
El otro hombre que hasta ese momento había estado callado se levantó.
—Le aconsejo que se calme.
—¿Que me calme? ¡Desde que las conozco, estas dos mujeres han
puesto mi vida y la de mi familia patas arriba! ¡No me diga que me calme
cuando los míos y mi empresa están sufriendo un auténtico escarnio! ¿Sabe
cuánto han caído nuestras acciones y todo por lo que hemos trabajado toda
la vida?
—Eso deberías haberlo pensado antes de tratarnos así —dijo Verónica
sin cortarse—. ¡Casi dejaste a mi prima en una silla de ruedas! —Levantó
una foto que había sobre la mesa donde mostraba las lesiones de Madison.
Las fotos que le había hecho en el hospital. —¡Mírala! Casi la matas y te
juro que lo vas a pagar.
Drevon la miró. —¿No tienes nada que decir?
—Uff, que sed.
—¡Madison!
Abrió la nevera y sacó un refresco de cola antes de volverse. —No me
mires así. No hubieras hecho nada, lo sé.
Él apretó los labios. —¿Y qué querías que hiciera después de lo que
ocurrió, nena?
—¿Está admitiendo que sus lesiones son responsabilidad suya? —
preguntó el cónsul asombrado.
—Drevon cállate —dijo su abogado—. Estás empeorando las cosas.
Estábamos a punto de acabar y lo estás fastidiando todo.
Sin hacerle caso dio un paso hacia ella. —Muy bien, ¿qué quieres?
El cónsul levantó una ceja. —Oiga…
—¡Cállese, estoy hablando con ella!
—Prima, no digas ni pío. Ya casi les tengo pillados por las pelotas.
Drevon apretó los labios. —Empecemos de nuevo.
—¡Ya claro, para que después no pueda demandarte y quedar como
mentirosas ante todos! —protestó su prima.
Bebió de su cola y él no dejaba de observarla. —Nena… Has dicho que
me perdonas —susurró.
—Sí, te perdono —susurró—, pero hacemos esto por algo.
Se acercó aún más. —¿Por qué?
—¡Por los dos meses que me pasé en el hospital sin una sola visita tuya!
—le gritó a la cara.
Él hizo una mueca antes de mirar a los demás y gruñir. —¿De qué se
trata el acuerdo?
—Cincuenta millones de indemnización —dijo Verónica con ironía—. Y
retiraremos la denuncia contra el estado. Y el estado no os denunciará a
vosotros ni se presentarán cargos. —Levantó un papel. —Del fiscal general
dando su consentimiento al acuerdo.
—Y… —dijo Madison.
—Y… —Verónica soltó una risita. —Esto te va a encantar. Tu
compromiso y el mío.
—¿Compromiso de qué? —preguntó él sin entender.
Peter carraspeó. —Se han empeñado y…
—¿Empeñado en qué?
—Tu padre ha dicho que debía acabar con esto, Drevon.
—¿Quieres explicarte de una maldita vez? —gritó alterándose de nuevo.
Madison chasqueó la lengua. —Dígaselo, si en el fondo no le va a
parecer tan mal.
—Ah, ¿no? Pues parece que quiere desmembrarme.
—Es que es demasiado impaciente. ¿Verdad, cielo?
—Nena… ¿A qué tengo que comprometerme? ¿A no decir nada? Por
supuesto firmaré…
—Lo que tienes que firmar es el acta matrimonial —dijo su prima con
recochineo. Drevon la miró pasmado y está soltó una risita—. Y tu hermano
también. —Levantó la barbilla. —¿No os gustan los matrimonios de
conveniencia? Nos vais a ver hasta en la sopa. Y no creáis que vamos a ser
como tu madre, nosotras no nos cruzamos de brazos cuando algo nos
molesta. Creo que esto os lo dejará muy claro.
Pasmado miró a su abogado que forzó una sonrisa antes de decirle a
Madison —Pues no se lo ha tomado tan mal.
—¿Pero qué coño es esto? —gritó él sobresaltándoles a todos antes de
mirarla—. ¿Matrimonio, nena? ¡Cómo vamos a explicar que nos casamos!
—Ah, que eso es lo que te preocupa —dijo aliviada—. Tranquilo, que mi
prima lo tiene todo pensado.
—Oh sí, por supuesto —dijo esta—. Diremos que dado el tiempo que
hemos pasado juntos, se han aclarado todos los malentendidos a nuestro
alrededor y que os habéis enamorado locamente. Tanto que no habéis
podido evitar pedir nuestra mano en cuanto cerramos el acuerdo temiendo
que nos fuéramos del país. —Sonrió de oreja a oreja. —Y nos dejamos
convencer después de decir que os comportasteis como gilipollas, claro.
Tenso se volvió hacia ella. —¿Podemos hablar de esto a solas?
Susurró —Es que creo que intentarás convencerme y no es buena idea.
—Nena, no nos conocemos.
Se envaró. —Y lo que conoces de mí no te gusta.
—Yo no he dicho eso —dijo entre dientes.
—¡No me mientas! ¡A mí no puedes mentirme! —Fue hasta la
habitación y dio un portazo.
—Sí, eso lo aprendí de pequeñita —dijo Verónica —. Se chivó a mi
madre por una mentira de nada y la que me cayó encima. Después de
aquella ni se me ocurrió mentirle de nuevo. Aprende majo, que va a ser
como estar casado con un polígrafo. No falla ni una.
—¡Esto es ridículo! —Fue hasta la puerta y no la vio en la habitación,
así que fue hasta el baño donde Madison sin camiseta ni sujetador dejaba
caer sus braguitas al suelo quedándose desnuda ante él. —¿Pero qué estás
haciendo?
Mejor hacerse la tonta. —Ducharme. ¿Y tú?
Él carraspeó. —Pretendía hablar contigo.
—¿Te molesta mi desnudez? Si nos casamos me vas a ver mucho así. —
Como si nada entró en la ducha y abrió el grifo. De reojo vio que le miraba
el trasero sin ningún disimulo y Madison sonrió para sí. —Bien… Empieza.
Drevon levantó la vista hasta sus ojos. —¿Qué?
—Dime lo que no te gusta de mí, aunque lo sé de sobra.
—¡Deja de hacer eso!
—¡No puedo evitarlo! ¡Es como tu mal carácter! Y me aguanto, ¿no? Yo
te acepto como eres. —Le fulminó con la mirada. —Pero vuelve a
comportarte como en ese desván y vas a conocer mi mala leche.
Él entrecerró los ojos. —¿Te ha dicho algo más? —La expresión de
Madison mostraba que no sabía de lo que hablaba. —Mi madre.
—Oh… No. ¿Habéis metido el medallón en el ataúd?
—Sí.
—Pues se habrá ido contenta. Porque la habéis perdonado, ¿no?
—Sí —dijo a regañadientes.
—No, no puedes hacerlo así. Tienes que perdonarla de corazón.
—No estoy enfadado con ella, estoy enfadado con lo que hizo para
quitarse del medio. —Dio un paso hacia ella. —¿Sufría mucho?
Apartó la mirada. —Se sentía atrapada. —Suspiró metiéndose bajo el
agua y cerró los ojos. Se pasó las manos por la cara y sonrió. —Pero ya no,
ahora es feliz.
Suspiró del alivio. —Gracias a Dios… Mi padre lo ha pasado muy mal
con esta situación, ¿sabes? No quería aceptar que había fracasado en su
matrimonio.
—Pero aun así la ha perdonado. De otra manera ella no se hubiera ido al
otro lado.
—Siente haberle hecho daño. Le hubiera gustado hacerla feliz. Si
pudiera dar marcha atrás…
—Eso es imposible. —Le miró a los ojos. —¡Así que aplícate el cuento
y deja de resistirte!
—¡Es que esto es muy gordo, nena! ¡Apareces de la nada y esperas que
vivamos felices para siempre!
Se empezó a enjabonar el cabello. —Nada, que no lo acepta.
—Y tú eres como eres —dijo como si no la hubiera oído. Madison jadeó
viéndole caminar de un lado a otro del baño—. Te presentas en mi casa y
empiezas a decir cosas que ponen los pelos de punta. ¿Cómo quieres que
me sienta, eh? ¡Compartir la vida contigo va a ser muy difícil sino puedo
mentirte! —Ella dejó caer la mandíbula del asombro, pero él ni se dio
cuenta. —¡Eso solo trae conflictos! Y eso de que hables con los muertos…
—¡No hablo con los muertos! ¡Me llegan pensamientos! ¡Pálpitos!
—Nena, tienes que dejar de decir eso.
—¿Por qué? Me gano la vida así. —Levantó la barbilla. —Y soy muy
buena. Por cierto, el cónsul necesita una revisión médica inmediata.
¿Puedes ir a decírselo antes de que se vaya? Corre, corre…
Le miró pasmado. —No jodas.
Le rogó con la mirada. —Porfi. No voy a salir en bolas.
Gruñó saliendo del baño y Madison sonrió elevando la cara para que el
agua le diera en el rostro. Se aclaró el cabello y estaba enjabonándose el
cuerpo cuando él entró de nuevo. —¿Todavía estás así? —preguntó
indignado.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó pasándose la esponja por sus pechos. Él
pareció perder el hilo de sus pensamientos—. ¿Drevon? —Su mirada la
excitó muchísimo y sus pezones se endurecieron aún más. Él la miró a los
ojos. —No, hasta que no firmes el acuerdo, majo. —Se volvió aclarándose
bien y cerró el grifo. Al volverse vio como apretaba los labios. —No te
preocupes tanto.
—Vivo en el rancho. Me gusta vivir allí.
—A mí no me la cuelas, vienes a Sídney varios días a la semana por
negocios.
—Y cuando vengan los niños, ¿eh? ¿Vamos a ir de un sitio para otro?
Rodeó la mampara de cristal y cogió una de las toallas limpias. Se
agachó echando su cabello hacia adelante y rodeó su cabeza con la toalla
mostrándole todo el trasero. —Nena, ¿no te duele la espalda al hacer eso?
—Estoy bien —dijo enderezándose—. Las vértebras ya están curadas.
—No pretendía…
Madison se volvió con otra toalla en la mano. —Lo sé. Tenía que
haberme dado cuenta de que no se me erizó el cabello de la nuca. —La
miró como si hablara en chino. —Se me eriza cuando entro en una situación
peligrosa.
—Te caíste por las escaleras.
—No es cien por cien infalible, ¿vale? —dijo como si eso le molestara
muchísimo—. Sobre todo si soy yo la que meto la pata.
Drevon sonrió. —A ver si lo entiendo… Si la situación peligrosa es
ajena a ti, entonces la sientes, pero si te vas a caer y meterte un porrazo de
primera, no. ¿Es así?
Gruñó yendo hacia el lavabo. —Sí.
—Así que si te hubieras sentido en peligro por mi causa, se te hubiera
erizado y no fue así. ¡Entonces por qué coño te caíste por las escaleras! —
gritó sobresaltándola.
—Fue un acto reflejo, ¿vale? Estabais furiosos y no lo pensé mucho.
De repente él sonrió como el gato que se comió al ratón y metió la mano
en el bolsillo interno de la chaqueta sacando un aparatito. —¿Ves esto,
nena?
Se tensó enderezando la espalda. —Una grabadora.
—Acabas de confesar que no tuve nada que ver con lo que ocurrió en
esas escaleras.
—Ya, pero eso no indica que no me retuvieras contra mi voluntad.
—¡Si estabas encantada! ¡Era lo que querías! ¡Quedarte!
Soltó una risita. —Ya me vas pillando.
—Nena…
—No te preocupes tanto, todo irá bien. Y lo de los niños ya lo iremos
viendo. Igual el rancho es un buen lugar para que se críen, ya lo
decidiremos. —Se le cortó el aliento. —Tendremos seis.
—¿Seis? —preguntó espantado.
—Bah, los adorarás.
Se llevó la mano al nudo de la corbata como si le estuviera ahogando.
—¿Cielo? Estás algo pálido. ¿Necesitas sentarte? —Le cogió del brazo y
Drevon se sentó en la taza del wáter. —¿Te falta el aire?
La fulminó con la mirada y Madison chasqueó la lengua. —No te veo
muy conforme con el acuerdo.
—Mi padre nunca aprobará esto.
—¿Y? Ya eres adulto.
—¿Insinúas que no llevo mi vida como me viene en gana?
—¡Si lo acabas de decir tú! ¡E ibas a casarte con esa!
—¡Me convenía!
—¿Estás diciendo que no te conviene casarte conmigo? —Jadeó
indignada antes de ir hacia la habitación. —Yo también tendré dinero,
¿sabes? Veinticinco millones. —Deslizó la puerta del armario. —¿Cuántos
tiene esa?
—Tres mil cuatrocientos.
—Leche. —Se volvió para mirarle pasmada. —¿De veras?
Él apoyándose en el marco de la puerta sonrió. —De veras. Y subiendo
porque sus acciones se han disparado desde que estáis arruinando nuestra
reputación.
Se sonrojó sentándose en la cama y se mordió el labio inferior porque se
sintió culpable. Vale que ellos habían hecho mal al decir que habían
intentado timarles y que consiguieron que las echaran del país como si
fueran delincuentes, pero eso no quitaba que ahora ellas estaban
comportándose como los Barrington.
Él suspiró. —Nena, hay que detener esto. Os pagaremos setenta y cinco
millones. Diremos que hemos llegado a un acuerdo porque entendemos que
hubo un malentendido que os ha perjudicado. Que tus lesiones se
provocaron al caer por las escaleras cuando pretendíamos que os fuerais y
que entendemos que igual fuimos desconfiados, que no comprendimos bien
el propósito de vuestra visita. Así todos los implicados saldrán inmunes de
esto. Pero olvídate de las bodas, eso sería un escándalo. Nuestros
accionistas no lo entenderían. ¿Os pagamos una indemnización y nos
casamos con vosotras? ¿Dónde se ha visto algo igual?
Uy, que este estaba tan asustado por lo que sentía a su lado que quería
salir corriendo. Levantó la vista hasta él y sonrió. —Cariño, eres Drevon
Barrington, a los accionistas mientras les hagas ganar dinero les da igual
con quien te cases. —Él iba a decir algo, pero le interrumpió. —¿Quieres
olvidarte de mí? Eso no va a pasar.
—Te veo muy segura —dijo entre dientes.
Bajó la vista hasta su entrepierna que mostraba claramente que la ducha
había tenido su efecto.
—¡Eso es algo totalmente natural!
—Te mueres porque te la chupe.
—¡Madison!
—Lo sé.
—¡Deja de hacer eso!
—Nunca he practicado, se lame como un caramelo, ¿no? —Él carraspeó.
—Tranquilo, que aprenderé. —Sonrió maliciosa. —¿Te das cuenta de lo
bien que te lo vas a pasar si sigo mi instinto? Mis pálpitos te van a hacer
muy feliz, cariño.
Gruñó pasándose la mano por la nuca como si se sintiera incómodo. —
Un año.
—¿Para la boda o para el primer niño?
—¡Para la boda!
—Pues hasta entonces nada de nada, tú veras. —Le fulminó con la
mirada. —Y más te vale que me seas fiel.
—Esto es increíble —dijo por lo bajo antes de ir hacia la puerta como si
le persiguiera el diablo.
—Cielo, ¿sí o no?
—¡Sí! —Salió dando un portazo.
Madison soltó una risita. —Está loquito por tus huesos. —Suspiró
soñadora dejándose caer tumbada en la cama cuando la puerta se abrió de
golpe. Sorprendida vio que entraba de nuevo dando otro portazo y que iba
hacia ella cortándole el aliento. —¿Drevon?
La agarró por la muñeca poniéndola en pie y atrapó su boca entrando en
ella y saboreándola, provocando que todo su ser temblara de gusto, pero
Madison no se quedó atrás entrelazando su lengua con la suya, ligándose a
él. Drevon gruñó en su boca llevando las manos a su trasero para amasarlo
con pasión pegándola a su pelvis. Su miembro endurecido la encendió y ni
escuchó que llamaban a la puerta.
—No se toca la mercancía antes de tiempo, amigo —dijo la voz irónica
de Verónica.
Él apartó su boca fulminándola con la mirada mientras Madison aún con
los ojos cerrados seguía disfrutando de lo que le había hecho sentir.
Verónica levantó una ceja. —El contrato, ya lo he redactado. Llama a tu
hermano y a tu padre para que vengan. Ya.
—Tú…
—Cuñado, te va a encantar que emparentemos, ya verás.
—Seguro que Ken tiene algo que decir a esto.
—Claro que sí, dirá cómo y cuándo —dijo encantada de la vida.
Madison abrió los ojos y soltó una risita. —¿Te ha contado tu hermano
que cuando fue a buscarla…? ¿Recuerdas cuando se escapaba y fue a
buscarla? —Él asintió. —Pues la besó. Y menudo beso, ¿verdad prima?
—De película. Mucho mejor que este. A ver si te esfuerzas más, majo.
Mi prima merece lo mejor. —Soltó una risita. —La cara que ha puesto.
—Vete a decirles a esos que se larguen —dijo Drevon entre dientes.
—Será un placer. Y tú las manos quietas que te veo muy suelto cuando
todavía no se ha cerrado el trato. —Le señaló con el dedo. —Por cierto, te
aconsejo que no juegues conmigo y que convenzas a tu padre de que esto es
lo mejor para todos, porque como complique las cosas, yo no me voy a
cortar en seguir adelante con el juicio.
Apretó los labios. —Hablaré con él.
—Perfecto —dijo antes de salir.
Drevon se volvió hacia Madison y ella al ver sus ojos, sintió que el beso
le había gustado. Le había gustado muchísimo. El corazón de Madison casi
chilla de la alegría. Dio un paso hacia él pegándose a su cuerpo. —
Tranquilo.
—Padre no quiere ni veros, ¿cómo crees que se lo va a tomar?
—Mal.
—Estupendo.
—Sabía que sería el obstáculo en nuestra relación desde antes de
conocerte.
—Lo de madre le sentó como una patada en la boca. Y lo de esta
demanda… No os perdonará que hayáis embarrado nuestro nombre.
—¿Y no se alegra de todo lo bueno que le ha pasado gracias a nosotras?
Ha descubierto que tiene una hermana.
—Sí, ha descubierto que su padre le fue infiel a su madre y que su
hermana ha vivido casi en la pobreza hasta que empezó a trabajar para
nosotros. Y que en lugar de tener el estatus que le correspondía, nos ha
servido media vida. Se siente fatal por eso.
—¡Oye, que yo de eso no tengo la culpa!
—¿No te das cuenta de que desde el momento en que entrasteis en
nuestras vidas solo ocurren cosas? ¡Y no siempre son buenas, Madison! ¡Mi
padre no puede ni veros!
Se le cortó el aliento. —Me tiene miedo.
—¡Joder, es que todo esto es muy difícil de digerir! ¡Si al menos
disimularas un poco…, pero hostia es que sueltas tus pálpitos y te quedas
tan ancha!
Bufó alejándose de él. —No lo cuento todo.
—¿No me digas? —preguntó con burla—. ¡Desde que te conozco has
roto mi compromiso con los cuernos de mi hermano, has hablado por mi
madre, has descubierto que Rita es su hermana ilegítima, nos habéis
demandado y ahora exigís estos matrimonios! ¡A mi padre le va a dar algo!
Hizo una mueca. —Claro, es que si lo sueltas todo de golpe… —Se
cruzó de brazos. —Pues que sepas que no lo he contado todo.
—No jodas —dijo pasmado.
—No hablo de lo que puede hacer daño y ya no tiene solución. ¡No soy
cruel!
—Ahora sí que estoy acojonado. —Dio un paso hacia ella. —¿Qué es?
—Luego dices que…
—¡Dímelo!
Respiró hondo mirando sus ojos. —No es sobre vuestra familia.
—Ah, ¿no?
—Bueno, esta de ahora no. Es sobre algo que pasó en esas tierras hace
muchos años.
Drevon frunció el ceño. —¿El qué?
—Bueno, que el primer Barrington… Mejor dicho el que creéis el primer
Barrington…
—¿Nena…?
—Mató al dueño de las tierras y se las quedó como propias. Se cambió el
nombre y listo.
Pasmado dio un paso atrás. —¿Qué?
—Pero tranquilo, que de esto no se va a enterar nadie. Ni lo sabe
Verónica porque no quería que se hablara de ello. Al parecer era un fugitivo
de la ley —dijo maravillada—. Asaltaba diligencias. Pasó por allí y se dio
cuenta del parecido que tenía con aquel hombre... Era una manera de
empezar de cero. Se dejó barba y listo, se hizo pasar por él.
—A ver si lo he entendido. ¿Me estás diciendo que mi antepasado, el
primer Barrington que se asentó en Australia, pasó por nuestras tierras y las
robó a su legítimo dueño quedándose con su identidad porque le perseguían
por robar diligencias?
—Sí.
—¡Me cago en la puta! —exclamó horrorizado.
—¿A que es fascinante?
—¡Si llegó a ser alcalde del pueblo!
—Sí, apuntaba alto. Y porque la cascó con cuarenta y siete que
imagínate hasta donde podría haber llegado. —Se acercó y susurró —Mis
pálpitos me dicen que se parece a ti, ¿es cierto? Cariño, ¿tienes una foto o
un cuadro? No veo imágenes y…
—No puedes decirle esto a nadie.
—Y no iba a decirlo, pero insististe. Ya que vas a ser mi marido…
—Joder, como mi padre se entere de esto se muere. No hay nadie más
orgulloso de los Barrington que él. ¡O lo había porque después de lo de su
padre ya tiene la mosca detrás de la oreja! Dios mío, ni nos apellidamos
Barrington. Esto es el cataclismo. —Pálido tuvo que sentarse y preocupada
se sentó a su lado. —Nena, me estoy mareando.
—No es nada —dijo ella—. Y te apellidas Barrington, no digas tonterías.
Tranquilo, que no se lo voy a decir a nadie. Si fuera soltando todos los
pálpitos que me vienen te darías cuenta de que ninguna familia es perfecta.
Ni siquiera la mía. ¿Sabes que una tatara-tatarabuela mía fue quemada por
bruja? —Él levantó una ceja. —¡Eh, que ella no tenía pálpitos! La
quemaron porque sabía curar y el médico le tenía inquina. Todos tenemos
mierda bajo la alfombra. —Se acercó y susurró —El hijo de tu abogado es
del profesor de yoga, no te digo más.
—Hostia nena, deja de hacer eso.
Ella suspiró. —Lo siento.
Se la quedó mirando fijamente. —¿Desde cuándo te pasa esto?
—Desde pequeña. Mi madre decía que nací así. Nadie en mi familia lo
tiene.
—Debió ser duro.
Agachó la mirada. —Cuando fui consciente de que me llegaban estos
pensamientos de los que me rodeaban, creía que me lo imaginaba. Hasta mi
madre decía que me lo imaginaba, así que pensaba que tenía mucha
imaginación. Pero una noche sentí que mi padre no volvería de un viaje de
trabajo y se lo dije a mi madre llorando. Fue una semana después cuando se
dio cuenta de que tenía razón. Tenía una relación con su secretaria. De
hecho, tengo tres hermanos más de ese matrimonio, pero nunca les he visto
porque viven en Los Ángeles y mi madre nunca quiso dejarme ir. Además,
mi padre no quiere verme.
—Lo sabes por....
—No gracias a mis pálpitos, no hacía falta ser muy inteligente cuando
dejó de llamar hasta por mi cumpleaños. Los padres de Verónica nos
arroparon. Mi tío que es el hermano de mi padre se sintió responsable,
¿sabes? Incluso nos fuimos a vivir con ellos. —Sonrió con tristeza. —Es
como una hermana para mí. Ella ha sido la única que no ha tenido miedo de
mis pensamientos.
—Tu madre…
—Mi madre hizo su labor, pero después de ese episodio mantuvo las
distancias a nivel emocional, no sé si me entiendes.
—Joder nena, lo siento.
—La entiendo. Cada vez que decía algo que se salía de lo normal, me
reprendía diciendo que la gente se asustaría. Y después de mil discusiones
hace cuatro años que casi ni hablamos. Ha aprendido a que yo no puedo
callarme ciertas cosas y se mantiene a distancia. Pero me quiere, sé que me
quiere. Lo que ocurre es que no entiende que tenga que decir todo lo que
pienso. Cree que así ahorraría sufrimiento. —Le miró a los ojos. —¿Pero
qué diferencia habría en que yo no hubiera dicho nada sobre lo de mi
padre? La hubiera dejado igual.
Drevon asintió. —¿Y tus tíos?
—Me adoran. Cuando nos fuimos a vivir con ellos mi tío se cayó de una
escalera cuando subía a poner las luces de navidad al tejado. Todos decían
que se moría, pero yo sabía que no era así. Mi tía me creyó, fue un alivio
para todos. Tardó tres meses en salir del hospital, pero ahí está, hecho un
toro. Y vivirá mucho tiempo.
—Así que realmente tu familia son tus tíos.
—Sí.
—¿Y qué opinan de esto?
Soltó una risita. —¿De verdad quieres saberlo?
Él gruñó. —Es evidente que están de acuerdo.
—Si yo digo que adelante, es adelante.
—¿Nos ves futuro?
—No veo, solo…
—¿Piensas que nos irá bien?
Cogió su mano y la acarició mostrando su palma. —Pienso que eres mi
alma gemela. Que juntos somos más fuertes. Que me necesitas como yo te
necesito a ti. —Sintió como se le cortaba el aliento. —Siento que después
de conocerte, haber estado alejada de ti ha sido una tortura. Y sí, siento que
seremos felices. —Elevó la vista hasta sus ojos. —Después de que dejes de
temerme, claro.
—No te temo.
—Sí que lo haces. Temes que haga daño a tu familia y si lo pensaras
detenidamente te darías cuenta de que solo os he hecho bien y que a la que
habéis hecho daño ha sido a mí. —Él se levantó apartándose. —Mis
pensamientos hacen bien a mucha gente.
—Ni hablar. Si estás pensando en poner una consulta o algo así, vete
olvidándote.
—¿Por ser quien eres?
—¡Sí! ¡Sería el hazmerreír de la profesión!
—Cariño, crees que no sé contenerme, pero de verdad que sí. Y por
supuesto de lo que pasa en consulta nunca hablo. —Rio por lo bajo. —
Aunque me interrogarás.
—No.
—Sí, no podrás evitarlo. Solo serán los días que estemos aquí, tranquilo.
Cuando estemos en el rancho…
Se volvió llevándose las manos a la cabeza. —Esto es una puta locura.
—¿Llamas a tu padre? Mi prima no tiene paciencia.
La puerta se abrió de golpe dando paso a la aludida. —Oye, ¿van a tardar
mucho en venir?
—¿Ves?
—Madre mía, madre mía… —Ahora sí que estaba nervioso.
—¿Qué pasa? —Verónica entró en la habitación.
—Se está poniendo nervioso con la situación.
—Con lo hombretón que parece, para que veas.
—Oye guapa, ¿por qué no te vas a dar una vuelta? —preguntó él de mala
leche.
—Más quisieras. —Se cruzó de brazos. —Mi prima no tiene nada de
malo.
Miró a una y luego a la otra antes de enderezar la espalda. —Toda mi
vida he hecho lo posible para proteger mi apellido y a mi familia. Lo he
dado todo por la empresa, para hacerla crecer y que cualquier australiano
estuviera orgulloso de oír su nombre fuera de nuestras fronteras. Y
vosotras… —Apretó los puños con impotencia antes de salir de la
habitación a toda prisa.
Madison estiró el cuello. —Cielo, ¿vas a tardar mucho en volver?
El portazo en respuesta la hizo suspirar. —Me imagino que eso es que sí
—dijo su prima—. ¡Leche, he dado puerta al cónsul! ¿Y ahora qué? ¿Sigo
adelante con el juicio?
—No, espera. —Pensó en ello seriamente, pero no le venía ningún
pensamiento al respecto. Solo tenía dudas. —Veremos lo que hacen. —
Sonrió porque le vino que eso era lo correcto. —Sí, tendremos noticias
suyas antes de irnos a la cama.
Capítulo 6

Verónica al teléfono del hotel asintió. —Bien, ¿entonces mañana? A


primera hora os esperamos aquí. —Colgó sin despedirse y sonrió. —Vienen
mañana.
—¿Era Drevon?
—Sí. —Se sentó a su lado. —¿Qué crees que está pasando?
—¿De verdad quieres saberlo? —Su prima asintió impaciente. —Pues tu
Ken no se ha tomado todo esto muy bien y su padre aún menos. Nos toma
por unas sinvergüenzas que quieren robarle a sus preciosos hijos. Vamos,
que somos unas brujas de las que tiene que librarse.
—Cuando hablas de librarse…
—Hablo de que va a venir antes de que ellos firmen para aumentar la
oferta, a ver si así nos largamos de su vida.
—Este es tonto. —Frunció el ceño. —Así que Ken no se lo ha tomado
bien.
—¿Te sorprende? Están programados para salvaguardar su apellido, la
empresa y a su familia. Somos enemigas, no va a ser fácil. Te lo advertí. Ni
cuando se casen con nosotras será fácil porque desconfían.
—Creen que tenemos un objetivo oculto.
—A pesar de la atracción que sienten por nosotras, harán lo que sea para
librarse de lo que está pasando.
—A ver si nos quitan del medio.
Se echó a reír. —El padre lo ha pensado.
—No fastidies.
—Pero se ha dado cuenta de que con todos los medios sobre nosotros no
es buena idea.
—¿Mañana firmarán?
—Sí, pero solo para que nos confiemos. Al parecer ahora vamos a
conocer a nuestros hombres en su fase seductora. Van a intentar camelarnos
para retrasar esas bodas todo lo posible.
Verónica sonrió y de repente las dos se echaron a reír. —Serán
pringados. No se dan cuenta de que eso les colgará de nosotras.
—Es nuestra oportunidad —dijo ilusionada—. Tendremos unas semanas
para que se den cuenta de que nos necesitan y no debemos
desaprovecharlas. —Su prima de repente frunció el ceño. —¿Qué pasa?
—Pues que me acabo de dar cuenta de que puede que haya problemas si
nos llevan a la cama antes de tiempo.
—¿De veras? —preguntó asombrada.
—Sí, tú eres muy blanda y después de colarte por sus huesos, puede que
llegue a convencerte de ir retrasando esto hasta que encuentre una solución.
—Ah, no. Mis presentimientos me alertarían de que es una trampa. —La
miró como si no tuviera remedio y dudó. —¿Tú crees?
—Déjame esto a mí que sé más de hombres que tú.
—¿Qué vas a hacer?
—Dejarles muy clarito que no tienen escapatoria.

Madison abrió la puerta aún en albornoz para ver al mismísimo Kenneth


Barrington vestido impecablemente con un traje gris. Parpadeó porque eran
las siete de la mañana. —Un poco temprano, ¿no?
—Hablemos.
Entró en la habitación demostrando que a él no había quien le negara
nada. Suspiró. —Pues hablemos. Voy a llamar a mi prima.
—No creo que sea necesario.
—¿Cree que soy más débil sin ella? —Sonrió poniendo los brazos en
jarras. —Debo advertirle que se equivoca.
—Creo que hablo precisamente con quien debo hacerlo. Puede que ella
lleve la voz cantante en todo este circo, pero no daría ni un solo paso sin tu
consentimiento y aprobación.
Se tensó enderezando la espalda. —Mi prima es muy capaz de tomar sus
propias decisiones.
—Bien dicho —dijo Verónica saliendo de la habitación con un
pantaloncito corto, una camiseta y su cabello revuelto—. Buenos días, señor
Barrington. —Levantó el teléfono. —¿Un café?
—No es una visita social.
—Me lo imagino. ¿Oiga? Dos desayunos continentales para la
setecientos dieciséis. Y traiga dos jarras de café, enseguida llegarán
nuestros prometidos y seguro que quieren uno. —Sonrió maliciosa cuando
su futuro suegro se tensó. —Gracias —dijo antes de colgar el teléfono e ir
hasta el sofá con descaro.
Pero Madison no estaba tan relajada porque sintió que ese hombre tenía
un as en la manga y no le llegaba ningún pensamiento sobre lo que era. —
Por favor siéntese —dijo intentando hacer tiempo para que le llegara lo que
ocurría.
—Estoy bien así. —Se metió la mano en el bolsillo interno de la
chaqueta y dejó un cheque sobre la mesa de centro. —Cien millones de
dólares americanos. Os largáis de aquí y no sabemos nada más de vosotras.
Jamás.
—¿Qué teme? —preguntó sentándose ante su prima para que él se
relajara—. No tiene nada que temer de nosotras, no tenemos malas
intenciones.
Se puso rojo de furia. —¿No tenéis malas intenciones? ¡Desde que
entrasteis en nuestras vidas solo nos habéis perjudicado!
—¿No se alegra de saber que Rita es su hermana? —preguntó Victoria
divertida.
La fulminó con la mirada. —No hablo de eso.
—Oh, ¿habla de su esposa? Ahora descansa en paz, debería alegrarse de
ello si tanto la amaba y si ahora está en paz es por mi prima. Debería darle
las...
Madison levantó la mano interrumpiéndola. —Me tiene miedo porque
teme que le cuente a sus hijos cosas que no saben, ¿no es cierto, señor
Barrington?
—Cállese —dijo entre dientes.
—Tranquilo, jamás le contaría a Drevon que a pesar de hacer del marido
abnegado tuvo innumerables amantes.
—¡Fue después de su infidelidad! ¡Jamás la traicioné antes!
—¿Así se justifica? Ella le fue infiel por su desidia y nunca más volvió a
traicionarle. Su traición fue mil veces peor y aprovechó sus circunstancias
para que no pudiera echárselo en cara. ¿Quién traicionó primero? Usted con
su abandono y su comportamiento posterior.
—¡Cállese! —gritó torturado.
—Ahora se arrepiente y odiaría que Drevon y Ken se enteraran de esto.
Teme perderlos, adoraban a su madre. Por eso quiso que nos fuéramos del
país cuanto antes, por si me enteraba de esto. Pero lo supe desde el
principio y no lo dije en ese momento.
—¿Por qué?
—Porque no era lo que le torturaba a su esposa. Ella siempre se echó la
culpa del deterioro de su matrimonio por lo que hizo. No le culpaba a usted
por lo que hizo después. Toda la responsabilidad se la echaba sobre los
hombros. Que injusto que después de muerta se torturara con eso, pero fue
así. Afortunadamente ahora está en paz.
Kenneth no pudo disimular que el arrepentimiento se reflejara en su
rostro. —Te quiero lejos de mi hijo, ¿me oyes?
—Ni usted ni nadie podrá separarme de él. Así que olvídese de contratar
a alguien que nos quite del medio porque usted es transparente para mí.
Se tensó aún más. —Si creéis que vais a ganar esta batalla estáis
equivocadas.
—¿Qué piensa? ¿Qué puede hacer para remediar esto? Son nuestras
parejas, lo sé. Y no voy a dejar que sus remordimientos, que sus miedos nos
jodan la vida. ¿He sido clara?
—Si no os largáis de Australia de inmediato acabaréis en prisión.
Verónica levantó una ceja. —¿Y cómo piensa hacer eso?
—¿Os creéis que me he quedado de brazos cruzados? Os investigué en
cuanto salisteis de mi casa.
A Madison se le cortó el aliento. —Piensa acusarnos de matar a esa
gente en su edificio.
—Estabas en la fiesta, diste la voz de alarma. La calefacción fue
manipulada y el inquilino del piso jura y perjura que él no hizo nada. No
será difícil que recuerde como se cruzó contigo en su planta antes de salir
del edificio aquella noche. Lo demás caerá por su propio peso. Vuestro
acoso poniendo a los inquilinos en nuestra contra, seguirnos hasta aquí…
Las lesiones que te provocaste en mi casa para acusarnos. ¿Crees que Rita
no declararía a nuestro favor? Incluso Lisa si yo se lo pido. No contentas
con eso habéis llegado a demandar a mi país. Absurdo. Todo con un fin, los
cincuenta millones del acuerdo y esos matrimonios ridículos.
Era evidente que hablaba muy en serio. —¿Por qué nos da esos cien
millones entonces si ya se cree ganador?
—Esto es un trato. Jamás dirás nada a mis hijos de lo que ocurrió en mi
matrimonio y vosotras sacáis tajada.
—Uy prima, aquí hay mucho más detrás. —Mirándole fijamente supo
que su prima estaba en lo cierto. —Está cagado porque sus hijos lo
descubran.
—Jamás haría daño a Drevon.
—Tu palabra no vale nada para mí. En una hora llegarán mis hijos. ¿Sí o
no?
Miró a su prima que dijo a toda prisa —No.
—Ya la ha oído.
—Muy bien. —Sacó su carísimo móvil del bolsillo de la chaqueta y
después de pulsar se lo puso al oído. —¿Ken? No hace falta que vengáis.
Vamos a tomar otra vía. —Colgó sin esperar respuesta y sonrió malicioso
agachándose para coger el cheque. —Buena suerte.
—No la necesito, la verdad está de mi parte.
—Cómo se nota que aún eres joven e idealista.
Se levantó. —Su hijo me ha enseñado muchas cosas en el poco tiempo
que nos hemos tratado y una de ellas es que quiere a su familia por encima
de todo. Que haría lo que fuera por ellos, pero no pienso dejar que por sus
presiones renuncie a mí.
—¿A ti? Tiene cien como tú dando una patada a una piedra.
—Oh no, como yo no. Eso se lo aseguro. —Apartó una revista de la
mesa de centro mostrando la pantalla de su móvil que había estado
grabando toda la conversación. —Las miró con rabia. —Hay que saber
perder, suegro.
—No les digas nada. O te juro que…
—¡Oh, por Dios, déjelo ya! —exclamó su prima—. ¿No se da cuenta de
que no va a ganar? ¡Madison siempre irá un paso por delante de usted!
—Creo que lo mejor es que nos olvidemos de esta conversación, llame a
sus hijos y sigamos adelante con el acuerdo. —Dio un paso hacia él. —En
este momento le conviene firmarlo mucho más que hace diez minutos.
—Serás zorra —dijo furioso.
—No me pierda el respeto —dijo muy tensa—. Creo que será mejor que
se vaya y regrese en una hora con sus hijos.
Para su sorpresa él intentó coger el teléfono de la mesa, pero su prima
fue mucho más rápida. —Es evidente que no se da por vencido. —En ese
momento llamaron a la puerta. —Uy, mi café. —Verónica le rodeó para ir
hasta la puerta, pero Madison le hizo un gesto para que no abriera.
—Son ellos —susurró. Miró a su suegro a los ojos. —No empeore las
cosas. Le juro por mi vida que no les deseo ningún mal. Jamás se hablará de
esta conversación y si algún día me llega al pensamiento eso que le
preocupa tanto, valoraré si Drevon debe saberlo, si es lo mejor para la
familia o no. Le pido una maldita oportunidad, que es lo que hasta ahora no
nos han dado.
—Como les hagas daño, te mato —dijo entre dientes.
Bueno, eso no es que sonara mucho a tregua, pero a ella le valía.
Asintió a su prima que abrió justo cuando llamaban de nuevo. —Buenos
días cariñito. —Ken la miró como si fuera una serpiente venenosa a punto
de atacarle. —Vaya, ¿no te has levantado de buen humor?
Drevon muy tenso la miró a los ojos antes de volver la vista a su padre.
—¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que vosotros —dijo Madison como si nada—. Un último
intento de que nos echemos atrás. Cielo, ha sido muy generoso, ha ofrecido
cien. —Soltó una risita. —Si fuera mal pensada creería que no me quiere
como nuera.
Entraron en la habitación. —¿Cien millones? Te dije que no querían
setenta y cinco.
—Pensaba que solo era cuestión de cifras. Me acabo de dar cuenta que
no.
Verónica se acercó a Ken. —Ni por todo el oro del mundo renunciaría a
ti.
—Entonces los cincuenta millones no te afectan. Renuncia a ellos
también.
Verónica soltó una risita. —Casi cuela. Ese dinero es una lección sobre
cómo tratar a los invitados. Algo tenéis que pagar.
—Yo no hice nada —dijo molesto—. ¡Y lo sabes de sobra!
—¡No lo impediste y nosotras estábamos solas en un país extraño!
¿Sabes el miedo que sentí por lo que podía pasarle a mi prima? ¡Si en un
principio creí que estaba muerta! No me vengas con que tú no hiciste nada.
¡Precisamente por eso también vas a pagar!
Ken carraspeó antes de mirar de reojo a su hermano. —Di algo.
—Buenos días.
Madison sonrió. —Buenos días, cielo. Enseguida llega el café. —Se
acercó y le dio un suave beso en los labios que él no respondió, pero
tampoco rechazó. —Seguro que todo esto no te ha dejado dormir bien y
estarás cansado.
—Al contrario que tú, que estás preciosa.
Soltó una risita porque ya empezaba su juego de seducción y eso hizo
cambiar la cara de Ken hacia su prima que como no tenía un pelo de tonta
sonrió.
En ese momento llamaron a la puerta y fue Kent quien abrió dejando
pasar el carrito. —Que traigan tres desayunos más —dijo Drevon—. Y
café.
—Enseguida, señor Barrington.
Ahí fue realmente consciente de lo conocidos que eran.
—Nena ve a vestirte.
Se sonrojó. —Oh, sí. Ir comiendo. Vengo enseguida.
Fue hasta su habitación e iba a cerrar pensando en lo que había pasado
cuando Drevon pasó con ella. Cerró la puerta tras él. —¿Qué ha pasado?
—Ya te lo he dicho, vino a ofrecer más.
—Hace unos minutos llamó a Ken diciéndome que iba a seguir otra
estrategia.
—Se referirá a eso —respondió haciéndose la tonta.
—¿Me estás mintiendo, nena?
Se sonrojó. —Bueno, ha intentado intimidarnos.
—¿Con qué?
—Con el edificio de Chicago. Con que yo era la responsable de lo que
ocurrió. —Se lo contó por encima.
—Hostia, qué buena idea.
—¡Drevon!
—Nena tienes que reconocer que hubiera sido un golpe maestro. ¿Cómo
no se me ha ocurrido a mí?
Bufó yendo hasta el armario. —Será que no tienes tan mala baba. —Se
quitó el albornoz tirándolo a un lado.
—No, no creo que sea eso —dijo comiéndosela con los ojos al quedarse
desnuda ante él—. Joder, deja de quedarte en cueros.
—¿Sabes que soy muy tímida? Pero contigo no me pasa.
—Nena, mi padre está en la habitación de al lado —dijo entre dientes.
—He soñado contigo.
—¡Pues yo no he pegado ojo!
Soltó una risita. —Lo sé. Pensando en lo que me harías.
Se la comió con los ojos. —Vístete.
Maliciosa cogió una camiseta y se la puso sin sujetador. Sin braguitas
fue hasta el baño. —Cielo, ¿cuándo nos casamos?
—Dejemos que pase la tormenta y ya veremos. Un par de meses —
respondió sin seguirla. Ella estiró el cuello para ver lo que hacía a través del
espejo y vio como miraba en su bolso. Es que de verdad no le daba un
respiro. Bufó saliendo del baño con el peine en la mano y él distraído le
miró el trasero. La vio ponerse unos pantaloncitos cortos de flores y
carraspeó. —Se te ha olvidado la ropa interior.
—No se me ha olvidado —dijo maliciosa.
—Estupendo —dijo por lo bajo—. Nosotros haremos el comunicado.
Peter ya lo está redactando.
—Oh, lo ha redactado mi prima. Ya verás, te encantará.
—El día mejora por momentos.
Pasó ante él. —No seas gruñón.
Abrió la puerta y les vio a los tres sentados con una prudente separación
y con cara de funeral. —Sí, son la alegría de la huerta —dijo su prima.
Reprimió una sonrisa yendo hasta la cafetera. —¿Cielo?
—Solo, sin azúcar.
—Al contrario que a mí, que me gusta muy dulce.
—¿Firmamos de una vez? —preguntó Kenneth con ganas de pegar
cuatro gritos.
—Nos estamos conociendo. ¿No coméis?
Verónica se metió un buen pedazo de croissant en la boca. —Ellos se lo
pierden, esto está de muerte.
Madison cogió un plato de huevos con beicon. —Cielo, siéntate. Tienes
que desayunar, que presiento que vas a tener un día muy largo. —Drevon
levantó una ceja, pero se sentó. Encantada le sirvió un zumo. Cuando se
aseguró de que tenía de todo dijo —¿Suegro? Vamos, tiene que cuidarse.
No es bueno enfadarse con el estómago vacío.
No se movió del sofá y ella suspiró antes de sentarse ante Drevon con el
otro plato de huevos. —Cariño, ¿vendrás después de trabajar?
Él que se iba a meter el tenedor en la boca se detuvo en seco. —Tengo
que regresar al rancho.
—Genial, voy haciendo las maletas.
Era evidente que ninguno de ellos se esperaba eso y Verónica reprimió la
risa.
—¿No prefieres quedarte aquí un tiempo? La prensa…
—La prensa creerá que estamos limando asperezas. ¿Cómo nos vamos a
enamorar si no nos vemos? Precisamente tienen que ver que tenemos
relación.
Metió el tenedor en la boca y asintió antes de mirar de reojo a su familia.
—Pensaba regresar a la ciudad mañana
—Cielo, eso de ir de un lado a otro continuamente habrá que hablarlo.
—Tenemos avión privado. En una hora estoy en casa.
Sus ojos brillaron de la ilusión. —Eso significa que vas a poder ir a
dormir a casa todas las noches. Uy, entonces podemos vivir en el rancho y
solo quedarnos aquí si es necesario. A ti te gusta vivir allí, ¿no? Me dijiste
que sí.
—Claro que le gusta vivir allí, es su hogar —dijo su padre molesto.
—Estoy hablando con mi prometido si no le importa. —Kenneth iba a
decir algo, pero ella le ignoró sonriendo a su chico. —Pues genial,
cuadraremos agendas para venir juntos y que los niños no estén demasiado
tiempo solos.
Ken pasmado preguntó a su padre —¿Qué niños?
—Está claro que le falta un tornillo.
—Padre, ya está bien —dijo Drevon viendo como ella se levantaba —.
¿Nena?
—Los desayunos.
Cuando abrió y Ken vio allí al camarero, dejó caer la mandíbula del
asombro.
Verónica soltó una risita. —Pues esto no es nada. Tenías que verla jugar
al Simon. Sabe los colores antes de que se iluminen.
—¿Y esto vale para los números de la lotería?
—Desgraciadamente no —dijo su prima apenada—. En eso no da ni una.
Y mira que lo hemos intentado, pero nada.
Madison apretó los labios sintiendo la mirada de Drevon sobre ella
mientras abría la cartera y le daba la propina al camarero. —Gracias.
—De nada, señorita Verdun.
Entrecerró los ojos mientras ese hombre iba hacia la puerta. —¿Nena?
—Es periodista.
—No, está equivocada.
—Nos alojamos con otro apellido. Nos lo aconsejó nuestro abogado.
De repente el hombre sonrió. —¿Desean hacer alguna declaración?
—Hijo de puta. —Drevon se levantó y le cogió por el brazo tirando de él
hacia la puerta.
—Al parecer tienen una relación mucho más amable de lo que intentan
aparentar. ¿Qué es lo que ocurre aquí? Es evidente que ocultan cosas. ¿Han
llegado a un acuerdo? ¿La fiscalía presentará cargos finalmente? ¿Las han
comprado para que eso no ocurra? —preguntó resistiéndose.
—¡Sal de aquí! —ordenó Drevon mientras su hermano se acercaba para
ayudarle.
Entre los dos consiguieron sacarle mientras gritaba —¿Es cierto que todo
es una estrategia para comprar sus propias acciones y enriquecerse aún más
cuando vuelvan a subir?
Drevon cerró de un portazo. —Joder.
—Te lo dije. —Ken se pasó la mano por la nuca muy preocupado. —Te
dije que pensarían en algo así.
—Teníamos que comprarlas si no queríamos perder el valor de la
empresa.
Preocupada preguntó —¿Qué pasa, Drevon?
—Nada.
—¿Nada? —dijo su padre incrédulo—. ¿Nada cuando todo por lo que he
trabajado tanto está en peligro? ¡Diles que para pagar esos cincuenta
millones hemos tenido que vender acciones de otras compañías!
Asombrada miró a su futuro marido. —¿Es cierto?
—Nuestro patrimonio es extenso, pero en este momento sólo había
quinientos millones en el banco porque se invirtió casi todo el capital.
Cuando empezó a haber fugas de accionistas decidí comprar nuestras
propias acciones para evitar una opa. No pasa nada, todo va bien.
Preocupada miró a su prima que bufó. —¿Y si esto no se recupera pronto
y necesitáis más capital?
—Pues venderemos otras acciones.
—¡Dirás malvendemos! —gritó su padre
En ese momento ella se dio cuenta de que todo su patrimonio era como
un castillo de naipes cuyo pilar central era la empresa y si esta fallaba… —
Renuncio a mi parte.
—¡Madison! ¡Al menos pide acciones de la compañía!
—No necesito el dinero. Tú haz lo que quieras.
Todos miraron a Verónica que apretó los labios. —¡Está bien! Pero más
te vale que mi pensión sea buena.
—¿Pensión? —preguntó Ken sin entender.
Jadeó indignada. —¿Crees que voy a vivir del aire hasta que convaliden
mis estudios aquí?
—Ah, que piensas seguir trabajando.
—Claro, soy una mujer independiente. —Levantó la barbilla orgullosa.
—Y soy muy buena en mi trabajo.
—No te preocupes, siempre estamos buscando abogados que les dejen
las cosas claras a los buitres que quieren sangrarnos —dijo su suegro con
ironía.
—¡Oiga, que de momento usted no va a poner ni un pavo y se lleva dos
joyas!
—¡Eso es cuestión de opiniones!
—Tendrá cara, el viejo. Encima de todo lo que nos ha hecho.
—Vero cálmate. —Ken la cogió del brazo para apartarla y habló con ella
en voz baja para intentar aplacarla.
Drevon a su lado susurró —No tienes que hacerlo.
—Bah, tampoco sabría qué hacer con tanto dinero. —Le miró a los ojos.
—¿Estáis en problemas?
—Cuando salga de esta seré mucho más rico. Siempre nos crecemos con
las adversidades. Debemos tener más sangre de aquel tipo de lo que
imaginamos —dijo molesto—. Acepta el dinero.
—Es evidente que no tienes tanta sangre del pionero como piensas.
—¿Pionero?
—Claro, era un pionero. Mira todo lo que consiguió. Y no hay que
flagelarse por ello. A saber lo que han hecho muchos de los que se
asentaron aquí. ¿No has oído que algunos eran forajidos?
—Sí, lo he oído —dijo entre dientes antes de mirar de reojo a su padre.
—¿Veis? No sois los únicos con cadáveres en el armario.
—Joder nena, no digas eso.
—Cielo, mete ese dinero en un depósito para nuestros hijos si quieres,
me da igual. No me caso contigo por la pasta.
Drevon sonrió antes de mirarla a los ojos. —Te veo muy segura.
Le guiñó un ojo. —Menos mal que alguien está seguro de algo.
—Bueno, ¿firmamos o no? Tengo otras cosas que hacer —dijo Kenneth
levantándose.
—Les daremos el dinero —dijo Ken.
—Como queráis —dijo su padre—. ¡Pero acabemos esto de una vez!
Drevon apretó los labios. —Bien, ¿dónde está?
—Lo traigo enseguida. —Su prima salió corriendo hacia la habitación.
—Cielo…
—Déjalo así. Además, tenemos que justificar el acuerdo ante la fiscalía,
¿no es cierto?
Verónica se acercó con los papeles. —Precisamente por eso este acuerdo
consta de dos partes. Dos contratos. Un acuerdo prematrimonial que incluye
el compromiso matrimonial con una penalización de cien millones de
dólares en caso de que os echéis atrás. —Sonrió maliciosa. —Para que no
se os ocurran ideas raras como que vais a convencernos de que este
matrimonio no se celebrará o penséis dejarnos ante el altar compuestas y sin
novios. Tenéis un mes para decir sí quiero, tiempo de sobra para que os
hagáis a la idea. —Levantó otra de las hojas. —Y otro contrato donde
consta la indemnización de cincuenta millones por los daños ocasionados,
tanto físicos como psicológicos.
—Entiendo —dijo Drevon—. Es evidente que sabes hacer tu trabajo.
—No queremos que los de la fiscalía piensen que os chantajeamos con
unos matrimonios que no queréis, ¿no es cierto? —dijo con burla—. Y sí,
sé hacer muy bien mi trabajo. —Señaló uno de los documentos. —Ahí
firmáis los tres. En estos solo las parejas implicadas, por favor. Por
triplicado. Una copia se depositará ante notario.
—Joder con la picapleitos —dijo su futuro suegro con mala leche antes
de sacar una pluma del interior de la chaqueta.
Madison levantó una ceja mirando a Drevon que hizo un gesto para que
no le diera importancia. Cogió uno de los documentos y Ken otro. Lo
leyeron atentamente y su hermano dijo —¿En caso de divorcio os quedáis a
los niños?
—Tendréis los fines de semana y un mes al año de vacaciones. Y las
Navidades de manera alterna.
Drevon miró a Madison. —Nena…
—No te preocupes. Si algo no fuera bien, podrás verle cuando quieras.
—Eso dice ahora —dijo Kenneth molesto.
—¡Todo irá bien! —exclamó empezando a exasperarla todo aquello. Le
parecía todo tan frío… Se volvió abrazándose a sí misma. No debería ser
así, no debería haber ocurrido de esa manera. Tendrían que haberse
conocido como cualquier pareja normal, haber salido, y se hubieran
enamorado. Pero no, a ella no podía salirle nada de la manera habitual y le
dio muchísima rabia que hubieran llegado a eso cuando sabía, cuando
estaba convencida de que eran almas gemelas. Pero no tenía opción. Sabía
que aún tardarían en tener la relación que ella buscaba y esa relación solo la
conseguiría firmando esos papeles. Necesitaba tiempo a su lado y tal y
como estaban las cosas tenía que forzarle a esa relación hasta que se diera
cuenta de que era su mujer. La mujer con la que quería compartir su vida.
—Todo saldrá bien.
Los hermanos se miraron y Kenneth dijo —Firmemos.
No quiso mirar como firmaban los papeles. —¿Madison? —Su prima se
acercó. —¿Estás bien?
—Todo saldrá bien —dijo por lo bajo antes de volverse y forzar una
sonrisa—. ¿Me toca? —Se acercó resuelta y cogió el bolígrafo de oro que
tenía Drevon en la mano. —Este boli va a unir nuestros caminos. Lo
guardaré de recuerdo. —Firmó en todas las hojas que su prima le puso
delante y al terminar la última su corazón dio un vuelco. Ya estaba, sus
destinos estaban unidos. Dejó salir el aire que estaba conteniendo y se
incorporó. —Voy a hacer las maletas. Es evidente que en el rancho
estaremos más tranquilos
—Te acompaño —dijo su prima cogiendo los contratos y su móvil para
ir a la habitación. En cuanto entraron cerraron la puerta. —Dios mío, lo
hemos conseguido. —Soltó una risita. —Menudo cabreo tiene el viejo.
Eso le hizo pensar qué era lo que estaba ocultando con tanto celo. Era
evidente que tenía que ver con su esposa, y que por nada del mundo quería
que se enteraran sus hijos. Estaba sacando su ropa del armario mientras le
daba vueltas al asunto cuando su prima dijo ilusionada —Cuando Ken me
ha hablado antes, me sentí como si fuera su mujer.
Se le cortó el aliento y tuvo que apoyarse en la balda del armario
intentando recuperar la respiración.
—¿Madison? —Su prima la cogió por el brazo. —¡Madison!
La puerta se abrió dando paso a Drevon. —¿Qué pasa?
—No lo sé, se ha quedado pálida y parece mareada.
Drevon la cogió en brazos y la tumbó en la cama. —¿Nena?
—No es nada —susurró cerrando los ojos—. Han debido ser tantas
emociones.
—Madison mírame.
Elevó los párpados para mirar sus ojos y Drevon se tensó mientras su
prima corría hacia el baño. —¿Qué pasa, nena? —susurró.
—Nada. —Forzó una sonrisa. —Ya te lo he dicho, demasiadas
emociones.
—Yo también debo tener pálpitos porque estoy convencido de que me
estás mintiendo.
Cogió su mano. —Todo irá bien.
Verónica llegó con una toalla húmeda y se sentó a su lado para pasársela
por la frente. —¿Te encuentras mejor?
—Sí, gracias. —Intentó incorporarse, pero Drevon se lo impidió. —
Pero…
—Espera unos minutos —dijo su prima—. Yo me encargo de las
maletas. —Se levantó a toda prisa y agarró un montón de ropa del perchero
para descolgarla de golpe y tirarla sobre la maleta abierta que estaba en el
suelo. —Ya está.
Puso los ojos en blanco. —Nunca se le han dado bien las tareas de la
casa.
—Bah, podía permitirme asistenta.
—¿Y tú nena? ¿Tienes asistenta? —preguntó cogiendo un mechón de su
cabello.
—Nunca le han gustado que toquen sus cosas. Si deja esto ahí, lo quiere
ahí. Es así de rarita de toda la vida —dijo su prima cogiendo más cosas del
armario—. Recuerdo que de pequeña su parte de la habitación estaba
impecable, sabía dónde estaba todo mientras mi parte era un auténtico
desastre. Un día le cogí una barra de labios, la usé, la volví a colocar en su
sitio y se enteró.
—¿Un pálpito? —preguntó él divertido.
—No, no fue difícil descubrirla. La dejó en el lado contrario de la
habitación.
Su prima la miró asombrada. —¿De verdad?
—Sobre el alféizar de la ventana.
—No, recuerdo…
—Un desastre y cuando llegaban los exámenes era terrorífico compartir
habitación con ella… —Sonrió levantando la cabeza. —Ni se duchaba.
—¡Eh! Eso no se cuenta. —Miró a su alrededor —¿Qué más, qué
más…?
—Lo del baño, Verónica.
—Oh, sí. —Corrió hacia allí.
—Parece que tiene prisa por irse —dijo Drevon divertido.
—Ha arriesgado mucho por esto, ¿sabes? Su carrera, su reputación entre
sus colegas… Su familia a la que ha dejado atrás. Lo hemos dejado todo por
esto —susurró mirándole a los ojos.
Drevon apretó los labios. —Lo sé, nena. —Acarició su mejilla. —¿Estás
mejor?
—Sí. —Se sentó y le abrazó. —Sé que no confías en esto que sientes a
mi lado, que no confías en mí, pero te juro que por nada del mundo querría
hacerte daño. Haré lo que sea por hacerte feliz.
Sintió que no la creía y se apartó para mirarle a los ojos, pero esquivó su
mirada levantándose. —Nena, si te encuentras mejor tenemos que irnos.
Quiero estar presente en una carga de ganado esta tarde.
—Bien. Estaremos listas enseguida.
En cuanto él salió de la habitación su prima salió del baño con su
neceser. —¿Estamos en problemas?
—Sí —respondió mirando la puerta cerrada. —Sí que los tenemos,
porque ahora estamos entre la espada y la pared. Si lo contamos, nos
odiarán por ello. Y si algún día descubren que lo sabemos, nos odiarán por
no habérselo dicho.
—¿Es más gordo que lo de su padre con esas amantes? —susurró.
—Mucho, mucho más.
—Pues no me lo cuentes. —Madison no pudo disimular su sorpresa y su
prima gimió rogándole con la mirada. —Por favor, no me lo digas.
Sonrió con tristeza. —Tienes razón no tenemos que hundirnos las dos.
No es culpa tuya que yo tenga pálpitos.
—Sé que soy muy egoísta, pero… —dijo angustiada.
—No es egoísta luchar por tu felicidad. Lo entiendo. No te preocupes, no
te contaré nada.
Verónica forzó una sonrisa. —Gracias.
—No te preocupes más por esto. Ahora lo único que tiene que
preocuparte es Ken, debes abrirle los ojos para que se dé cuenta de que te
ama. Y cuanto antes.
—¿Tú piensas hacer lo mismo?
—Por supuesto. En este momento eso es lo único que salvaría nuestra
relación y pienso hacer lo que haga falta.
Capítulo 7

Con la excusa de que tenían que trabajar, los tres se sentaron aparte
mientras ellas una al lado de la otra no dejaban que les afectara su rechazo.
Era evidente que lucharían con uñas y dientes contra lo que sentían. Y
ahora que el acuerdo que habían firmado les comprometía a la boda, ya no
tenían que seducirlas para intentar convencerlas de retrasar algo que era
inevitable si no querían pagar cada uno cien millones de dólares.
—La única manera de que ganen es que seamos nosotras las que nos
neguemos a casarnos —dijo su prima la noche anterior después de
mostrarle el documento que había redactado.
—¿Estás segura de esto?
—¿Crees que no es lo correcto?
Miró el documento. —No sé…
—¿Ves cómo eres muy blanda?
Suspiró. —Igual tienes razón.
Pensando en ello se dio cuenta de que Drevon ahora haría lo necesario
para que fuera ella la que no se casara. De repente se le cortó el aliento
levantando la vista hasta su futuro suegro que la miraba con odio. No se
podía creer que hubiera pensado de nuevo en quitarlas del medio en el
rancho. Incluso había pensado en enterrarlas en un lugar donde nadie las
encontrara nunca. El contrato de su boda iba con ellas porque con las prisas
de irse al rancho no habían ido al notario a registrarlo y había pensado en
que después de matarlas solo tenía que deshacerse de él. Incluso se quedaría
su móvil con la grabación que había hecho en aquella habitación de hotel.
Si alguien preguntaba solo tenía que decir que después de cobrar su dinero
se habían largado. Era evidente que lo tenía todo muy bien atado después de
darle un montón de vueltas. Ahora entendía por qué estaba allí y la sorpresa
de Drevon cuando decidió acompañarles. Miró a su prima que estaba
distraída con una revista.
—Verónica —susurró.
—¿Uhmm?
—El viejo quiere matarnos.
Su prima se tensó, pero disimuló como pudo dando la vuelta a la hoja. —
¿No me digas?
—Los contratos…
La miró a los ojos. —Mierda.
—Exacto. Todas las pruebas están con nosotras.
—Joder… ¿Ellos saben esto?
—Eso no lo sé.
—Tendremos que estar atentas. ¿O prefieres soltar esa bomba que teme
tanto y arriesgarnos?
—No —dijo asustada por perderle—. En este momento le dolería tanto
que ya nunca conseguiría su amor. Me odiaría para siempre.
—Pues hasta que podamos detenerle, debemos tener los ojos bien
abiertos.
Asintió y miró hacia ellos. Sus ojos coincidieron con los de Drevon que
frunció el ceño porque estaba pálida. Se levantó sentándose frente a ella. —
¿Te encuentras mal de nuevo?
Sonrió. —Es que aquí hace algo de calor, ¿no?
Él hizo un gesto a la azafata que se acercó de inmediato. —Baje un poco
la temperatura del termostato y traiga un zumo.
—Enseguida, señor Barrington.
—Gracias —dijo ella.
La mujer sonrió alejándose y tocó unos botones que había en la pared. —
Enseguida llegamos.
La azafata regresó y le tendió un vaso de zumo. Madison lo cogió
dándole las gracias.
—Diez minutos para el aterrizaje.
—Que bien —dijo su prima—. Odio volar.
—Pues lo vas a hacer a menudo. —Observó como se tomaba el zumo.
—Bébetelo todo, tiene azúcar.
—Ya puedes acostumbrarte, aquí en verano hace un calor de mil
demonios —dijo Ken irónico.
—Me acostumbraré.
—Cuando lleguemos haré que venga el doctor. Igual es algo de tensión
arterial.
—¿Ese médico que no la envió al hospital la última vez? —preguntó su
prima con ironía.
Madison se pasó la mano libre por la frente. —Verónica…
—Vale, tregua.
—Bébete todo el zumo —dijo él ignorando a su prima.
Ella lo hizo y Drevon cogió su vaso para tendérselo a la azafata. —¿Te
encuentras mejor?
—Sí, gracias.
Se iba a incorporar, pero ella cogió su mano. —Tenemos mucho que
hablar.
—Después, nena. En casa.
Asintió y soltó su mano. Él se alejó para sentarse y se puso a leer unos
papeles. Su mirada coincidió con la de Ken. Sin poder evitarlo se sintió
avergonzada. Debía creer que estaban mal de la cabeza. ¿Pero qué estaba
pensando? Si estaban seguros de que eran unas sinvergüenzas. Leche, cómo
se estaba complicando todo. Sería cabrito, el viejo. Esperaba que le viniera
algún pálpito que le indicara cómo pensaba librarse de ellas, porque sino
estaban apañadas.

El avión aterrizó en una pista privada y apenas quince minutos después


los coches que habían ido a buscarles se acercaban al edificio principal.
Mirando atentamente la casa se dio cuenta de lo hermosa que era. La
primera planta era de piedra y el segundo piso estaba pintado de blanco. Su
mirada fue a parar a la ventana de la que había salido humo la primera vez
que había llegado. Parecía que había sido ayer y habían pasado cuatro
meses. Ahora se iba a casar con él, pero tenía la sensación de que estaba
más lejos de su objetivo que aquel día cuando la vio hecha una pena. Era
evidente que lo ocurrido con su padre había levantado un muro entre los
Barrington y ellas, solo visible para sus ojos. Abrió la puerta del coche y
salió con su prima detrás. Ambas miraron la casa elevando la vista hasta el
tejado. Los chicos se detuvieron a su lado y Drevon frunció el ceño. —
¿Ocurre algo?
—No —dijo Verónica—. Ken, cariño, ¿viviremos aquí?
—Yo voy y vengo cuando me apetece —respondió molesto—. Son
Drevon y mi padre quienes se encargan del rancho.
—Oh, ¿no montas a caballo? —preguntó seductora acercándose y
pasando el dedo por su corbata—. Con lo que me gustan los vaqueros.
Él carraspeó. —Sí que monto.
—Ken, ¿por qué no ayudas a tu hermano con esa carga? —dijo su padre
intentando alejarles—. Es una entrega importante.
—Claro, padre.
—Claro, padre —dijo Verónica con burla. En ese momento se abrió la
puerta del porche y salió Rita que forzó una sonrisa—. Pero mira quién está
aquí… Hola maja.
—Hola. —Confundida miró a su hermano.
—Se quedarán con nosotros una temporada —dijo Kenneth subiendo los
escalones del porche—. Chicos, en cuanto comais poneros en marcha. Hay
mucho que hacer.
Ellas entrecerraron los ojos antes de mirarse. —Todo un patriarca —dijo
Verónica irónica—. Ken, cariño, ¿coges mi maleta? —Se volvió para ver
que ya habían entrado en la casa y jadeó indignada. —Estupendo.
Rita bajó los escalones. —¿Se puede saber qué está pasando aquí?
—¡Nos vamos a casar con ellos! ¡Sorpresa! —exclamó Verónica.
—¿Qué?
—¡Estamos comprometidas con ellos! ¿A que es una noticia estupenda?
—¿Es una broma?
—Sí, eso es lo que deben pensar ellos. —Un hombre de unos treinta
años subió las maletas al porche. —Gracias…
El hombre se quitó el sombrero y sonrió de oreja a oreja. —Matt. Matt
Golbert a su servicio, señorita.
—Déjalas en el hall, Matt —dijo Rita—. Y después puedes irte. Si el jefe
te necesita ya te llamará.
—Entendido.
Entró en la casa y ellas suspiraron. Estaba claro que aquello iba a ser
todo un jolgorio. —Mierda, tenía que haber traído prozac.
Rio por lo bajo yendo hacia las escaleras del porche. —¿Qué tal, Rita?
¿Tienes el extintor a mano?
Se puso como un tomate. —Te veo bien.
—Ah, ¿pero la reconoces? Después de como salió de aquí, debe costarte
reconocerla.
—Lo siento mucho.
—Déjalo Rita, solo quiere provocarte.
—¿Es cierto que os vais a casar?
—Pues sí. —Entró en la casa y gritó —¡Drevon!
Él salió en mangas de camisa de una habitación de abajo con el teléfono
móvil en la mano. —Nena, estoy en una llamada con Nueva York. ¿Qué
pasa?
—Puesto que vamos a casarnos y ya es algo que prácticamente está
hecho, creo que no estaría mal que tuviéramos sexo. Así que me mudo a tu
habitación.
—Eh… —Se puso el teléfono al oído. —Te llamo luego.
Sonrió interiormente. —¿Tu habitación dónde está?
Se acercó y cogió su maleta. —Será mejor que te lleve yo.
Empezaron a subir las escaleras y Verónica gritó —¿Ken? ¡Te espero
desnuda en la cama!
Se escuchó un golpe en el piso de arriba y se detuvieron en la escalera
mirando hacia el pasillo donde de repente apareció Ken corriendo solo con
los vaqueros puestos. —¿Qué has dicho?
—La maleta, por favor.
Bajó a toda prisa y tuvieron que apartarse porque casi les arrolla. Cogió
su maleta, agarró su mano y empezó a subir a toda pastilla. Verónica se
echó a reír. —Qué impaciente.
Cuando desaparecieron Drevon y ella se miraron. —Nena, ¿intentáis
seducirnos?
—Sí —dijo de manera exagerada—. ¿La habitación tiene baño? Me
muero por una ducha.
—Sí, tiene baño. Joder, se me ha olvidado llamar al doctor.
—Estoy bien. ¿Vamos? —Él la miró con desconfianza. —Venga, no
pongas esa cara, hemos sido sinceras. Queremos sexo, algo lógico en una
pareja. ¿Ahora te vas a poner remilgado? —preguntó empezando a
indignarse—. ¿Es que no quieres acostarte conmigo? —Se llevó la mano al
pecho. —Oh, Dios. ¡No quieres acostarte conmigo!
Él carraspeó mirando de reojo a Rita que estaba en el piso de abajo con
la boca abierta. Drevon la cogió del brazo y siseó —¿Quieres ser más
discreta?
—¡No quieres acostarte conmigo!
La metió en una habitación y cerró la puerta. —Comemos en diez
minutos y después tengo que irme, ya te lo dije.
Escucharon como se caía algo en la habitación de al lado y Verónica
decía —¡Ay, Dios!
Drevon juró por lo bajo.
—Al parecer a tu hermano sus responsabilidades no le importan tanto
como a ti —siseó—. O sí. Todo depende del punto de vista en que se mire.
Él suspiró dejando la maleta en el suelo. —Discúlpame si no cumplo con
tus expectativas —dijo con ironía antes de ir hacia la puerta y largarse con
un buen portazo.
—¿Y para eso te trae a la habitación? —Confundida se volvió y teniendo
uno de sus presentimientos fue hasta el armario y al verlo vacío gruñó. —
Así que intentas poner distancia. Te voy a demostrar que eso es imposible,
cariño.

Apenas cinco minutos después bajó los escalones escuchando los


gemidos de placer en la planta de arriba. Qué bien se lo estaba pasando su
prima. Qué envidia. Pensando en la úlcera que le debía estar saliendo a su
suegro, entró en el comedor donde el patriarca ya estaba a la cabecera de la
mesa hablando con su hijo que estaba sentado a su derecha. Ambos la
miraron fijamente mientras se acercaba aparentando estar encantada de la
vida. —Dejar de confabular. No os servirá de nada.
—Estamos hablando de ganado —dijo Drevon molesto.
—Cariño, pareces enfadado. ¿Frustración sexual?
—¿Puedes tener un poco de decoro en la mesa? —preguntó su suegro
con mala leche.
—Sí, podría. Si quisiera.
—Nena… —Drevon la advirtió con la mirada. —¿Podemos comer en
paz?
Apretó los labios porque era evidente que quería olvidar su acercamiento
del día anterior y de esa mañana. Sus ojos decían que estaba al límite de su
control. —Está bien —dijo preocupada—. Comamos tranquilos.
En ese momento entró Rita con una bandeja en la mano y la puso en el
centro de la mesa para coger el plato de Kenneth. Empezó a servirle lo que
era un filete enorme con verduras y patatas. Le sonrió antes de coger el
plato de Drevon que le dijo a su padre —¿Entonces lo ves bien?
—Todo lo que consideres que es mejor para el rancho siempre me
parecerá bien, hijo. Será tuyo algún día y es lógico que tomes las riendas.
—De repente sonrió dejándola de piedra y palmeó el hombro de su
primogénito. —Tú lo llevarás a partir de ahora, no hace falta que me
consultes nada.
—Padre, ¿estás bien? —Esa frase indicaba que no se lo creía del todo.
—Claro que sí, hijo. Ya es hora de que te pongas al frente, ya tienes
treinta y cuatro años. De hecho, voy a empezar a desligarme del trabajo. Ya
soy viejo, quiero disfrutar algo de la vida.
Uy, este… Por la cara de pasmo de Rita era evidente que no se creían ni
una palabra, lo que indicaba que era un adicto al trabajo. Y si sus caras de
pasmo fueran poco, ahí tenía el pálpito que le decía que lo hacía para
marcarse un tanto con su hijo. Al parecer el viejo debía pensar que estaba
perdiendo terreno. Aunque no era de extrañar teniendo a uno de sus retoños
retozando en el piso de arriba con su prima.
—Me parece bien —dijo Drevon—. Has trabajado mucho durante
muchos años. ¿Por qué no te vas de crucero?
—De momento me quedaré aquí. Descansando en el rancho —dijo
mirándola de reojo—. Quizás más adelante.
—Suegro, debería buscarse una novia.
La fulminó con la mirada. —A mí déjame en paz.
Sí, era evidente que ese hombre no pensaba poner de su parte, pero era
algo lógico, se sentía amenazado. Habían amenazado a su familia y su
negocio. No podía esperar otra cosa de él. De hecho, no podía esperar que
claudicaran fácilmente ninguno de ellos. Decidió seguirle el juego y apoyó
los codos sobre la mesa. —¿Eso significa que no puedo dirigirle la palabra?
—Sería un alivio, la verdad.
—Sí, seguro que lo sería… ¿Esto va en ambos sentidos? ¿Dejará usted
de hablarme?
—Nada me gustaría más.
—Pues no se corte. —Drevon muy tenso a su lado no dijo palabra. —
¿No vas a decir nada? —Él apretó los labios. —Ya veo. ¿Vas a dejar de
hablarme tú también? —Se echó a reír. —Ya lo entiendo, has cambiado de
táctica. Habías planeado seducirnos para marearnos con la fecha de la boda
y que dijéramos que sí a todo hasta que consiguierais la manera de darnos
puerta, pero como el contrato te ha atado las manos, como os hemos dejado
sin una salida, ahora buscáis que seamos nosotras las que nos larguemos.
Pues no vais a conseguirlo. —Miró a Rita. —¿A mí no me sirves?
Tranquila, que me sirvo yo. —Se levantó y cogió un buen filete dejándolo
caer en su plato. —A comer. Tiene una pinta estupenda, se nota que es
carne de primera. —Se sentó y empezó a cortar el filete. Masticó con ganas.
—Está bueno. —Rita se sentó ante ella y Madison sonrió. —Así que te
sigues encargando de la casa.
—Me gusta mi trabajo —dijo a la defensiva.
—Sí, claro.
—Además ahora tengo ayuda.
—Qué interesante. —Miró a su suegro. —¿Y antes no la necesitabas? —
Rita se sonrojó antes de servirse un filete a toda prisa para mantenerse en
silencio. —Vaya, al parecer no se puede decir nada.
—No, nena. Se podría hablar de todo si no buscaras conflictos.
—Ahora soy yo la que busca conflictos. —Le miró sorprendida
aparentando ilusión. —¿Me hablas de nuevo o solo cuando te conviene?
—¿Ves?
—Era una pregunta, qué sensible estás, cielo. Por cierto, ¿cuándo es la
boda?
Juró por lo bajo y la fulminó con la mirada. —El contrato…
—El contrato especifica que tienes un mes. ¿Cuándo?
De repente sonrió con ironía. —¿Un mes? Pues será dentro de treinta
días, ni uno menos.
Ahora sí que estaba dejando claras sus intenciones. —Pues que gane el
mejor, cariño. —Se metió un pedazo de carne en la boca y masticó con una
sonrisa mientras le retaba con la mirada. —Iré mirando vestidos de novia.
—No esperes una gran fiesta.
—Cariño, no sé si te has dado cuenta, pero desde que te conozco me has
dejado claro que no debo esperar nada de ti, no hace falta que te repitas.
Se tensó enderezando la espalda y empujó su silla hacia atrás. —Será
mejor que me ponga en marcha, el ganado no espera.
—Sí hijo, hay mucho trabajo pendiente.
Se alejó sin mirarla siquiera y ella disimuló el malestar que le provocaba
su rechazo. Menudo retroceso en su relación. Al sentir la mirada de su
suegro sobre ella sonrió antes de seguir comiendo, pero el filete le estaba
sabiendo a suela de zapatos. Como no le ofrecían ni agua, cogió la jarra y se
sirvió ella misma. Sintiéndose observada en cada bocado se lo comió todo
mientras ellos no probaban la comida. Cuando terminó, suspiró antes de
limpiarse los labios con la servilleta. —Buenísimo, gracias. Esta noche haré
yo la cena.
—No es necesario —dijo Rita.
—Bueno… Presiento que aquí me voy a divertir muchísimo con tanto
entretenimiento. Me voy a dar una vuelta para bajar esta apetitosa comida.
—Se levantó con gracia. —No hay que ser perezosa, que luego todo se va a
las cartucheras. —Nada, ni pío. —Chaito.
Cuando llegó al hall vio como Drevon bajaba las escaleras con unos
vaqueros viejos y una camiseta azul que resaltaba el color de sus ojos. La
miró tenso y pasó ante ella para coger un sombrero del perchero. —Nena…
—¿Sí, cielo?
—No tenses la cuerda demasiado. —Se puso el sombrero. —Puede
llegar a romperse.
—Si hubiera sido por ti se hubiera roto hace cuatro meses. Yo tengo el
valor para intentarlo, es una pena que tú no pienses lo mismo. —Dio un
paso hacia él retándole con la mirada. —Pero cambiarás de opinión.
—¿Otro pálpito, nena? —preguntó con burla antes de dar un paso hacia
ella y acercar su cara a la suya—. No creas que te tengo miedo, hasta hace
unas horas para mí eras una aprovechada que solo estaba utilizando mi
apellido para ganar cincuenta millones, que es lo que pretendías con el caso
del edificio de Chicago. ¿Y sabes qué, preciosa? Cada vez se me hace más
plausible que vosotras provocarais ese fuego, pero aunque os salió mal no
queríais soltar a vuestra presa, ¿no es cierto? Así que vinisteis hasta aquí y
provocasteis todo esto. Buena jugada, os ha salido bien, pero deja de
tocarme los huevos porque como sigas en esta dinámica me vas a conocer
de veras y no te va a gustar nada lo que vas a encontrar.
Se le puso un nudo en la garganta. —Lo fingiste todo.
Él sonrió malicioso. —¿Hablas de mi comportamiento de esta mañana?
—Y de ayer por la noche.
—Claro que sí, nena. Quería conocer mejor a mi enemigo.
Palideció. —No soy tu enemigo.
—Sí que lo eres. Eres muy lista. Vas de dulce y has intentado seducirme
en varias ocasiones para conseguir tus propósitos. Eres una timadora de
primera, tengo que reconocerlo. Todavía no sé qué te propones con este
matrimonio, pero seguro que no tardas en mostrar tus cartas. ¿Qué va a ser,
nena? ¿Otros cincuenta millones por renunciar al matrimonio? ¿O
sangrarnos más cuando te quedes embarazada? Mencionas mucho a los
niños. —Ella iba a decir algo, pero él la interrumpió. —Jamás parirás un
hijo mío.
—¿Qué dices? —preguntó sin aliento.
—Puede que me muera por follarte, que haya una atracción entre
nosotros que es la hostia, pero eso nunca va a ocurrir, ¿me entiendes? —
siseó—. Puede que esté obligado a casarme contigo, pero en ningún sitio
dice que tenga que tocarte. Jamás.
Se volvió dejándola con la palabra en la boca y sintió pavor porque
hablaba muy en serio. Le siguió hasta el porche y le vio bajar las escaleras.
—¿Drevon?
—No, nena… —Se alejó. —Te aconsejo que te vayas ahora que estás a
tiempo.
Rabiosa apretó los puños. —¿Me estás amenazando?
Él siguió caminando sin hacerle caso. —¡Drevon!
Impotente le vio entrar en lo que parecía un establo y sintió que ese nudo
en la garganta la empezaba a ahogar. No, no podía ser. Sabía que se iba a
resistir, pero… Cambiaría de opinión, tenía que cambiar de opinión.
Escuchó una risa tras ella y se volvió para ver que Kenneth salía al porche
con un vaso de cristal tallado en la mano. Bebió del líquido ambarino y
tragó mientras sus ojos brillaban encantado con el rechazo de su hijo. —Es
hijo mío, tiene mi sangre. Y nadie se ríe de un Barrington.
—¿No me diga?
Escuchó el sonido de unos cascos y se volvió para ver como Drevon
salía a galope. Se le cortó el aliento porque si antes estaba segura de que era
su alma gemela en ese momento se dio cuenta de que estaba totalmente
enamorada de ese hombre y que nunca podría haber nadie más. —Drevon
—susurró mientras se alejaba.
—Jamás conseguirás nada de él.
Entonces entendió por qué había sentido ciertas cosas y sonrió
interiormente. —¿Sabe? Hasta hace unos minutos estaba convencida de que
su secretillo iba a causarme problemas. —Se volvió para mirarle de frente.
—Pero todo lo contrario… Porque si no quiere que lo cuente todo, va a
ayudarme con él.
Kenneth perdió la sonrisa de golpe. —No sé de qué me hablas.
—Ah, ¿no? Entonces igual debería llamar a Ken para ver cómo se toma
que su padre haya hecho lo mismo que su abuelo y tenga una hija ilegítima.
De hecho tiene dos, gemelas.
Dejó caer el vaso de la impresión y ella sonrió. —Pero seguro que lo que
más les sorprende son los años que tienen. Diez añitos. Increíblemente
coinciden con la fecha de la muerte de su mujer. ¿Qué ocurrió? ¿Se enteró
de su nacimiento y la terminaste de hundir? —preguntó tuteándole.
—Cierra la boca —dijo entre dientes.
—¿Qué pasa? ¿Temes que se entere Ken? Entonces descubriría que no
eres el padre perfecto que siempre han visto en ti. Buen padre, buen
empresario… Al parecer tienes los pies de barro. ¿Temes perder su
admiración? ¿O temes que te odien porque creerán que tú la enviaste a la
muerte? ¿Crees que puedes competir con su madre muerta?
—¡Cállate!
Dio un paso hacia él. —Y ella siempre se sintió culpable creyendo que
había roto vuestro matrimonio y que no la habías perdonado —dijo con
desprecio—. Y en realidad no la perdonaste, ¿no es cierto? De ahí las
amantes.
—¡No digas ni una palabra más!
—Pero es que ya no la querías y su infidelidad te vino de perlas.
Utilizaste su error para hacer lo que te venía en gana. Y te enamoraste de tu
secretaria. Un cliché, pero ocurrió. —Él palideció quedándose sin palabras.
—Vas a ayudarme con tu hijo o si no se lo contaré todo.
—Zorra.
—Suegro, un poco de respeto, que nuestra relación va a ser muy larga.
La agarró por el cuello. —¡Déjanos en paz! —gritó apretando con fuerza
—. ¡Maldita zorra, déjanos en paz! —Madison intentó zafarse, pero él
apretó aún más. Muy asustada sintió que el aire no llegaba y gimoteó
alargando la mano para arañar su cara. —¡Déjanos en paz! —Fuera de sí
siguió apretando mientras Rita gritaba agarrándole del brazo.
Ken apareció a medio vestir y agarró a su padre con fuerza provocando
que la soltara. Cuando el aire llegó dio un paso atrás y su pie perdió apoyo
en las escaleras del porche haciendo que trastrabillara hasta caer en el
sendero de la entrada. Se llevó la mano al cuello. Se puso de costado
respirando hondo y cuando sus pulmones se llenaron sus ojos se anegaron
de lágrimas.
—Dios mío… —Su prima se arrodilló a su lado. —¡Está loco! —La
cogió por el hombro para verle bien la cara. —¿Estás bien? ¡Llamad a un
médico!
—No ha pasado nada —dijo Ken.
—¿Que no ha pasado nada? ¡Llama a la policía!
—Calla —dijo Madison dejándola de piedra.
—Pero…
Apoyó las manos sobre el suelo para levantarse. Sería cabrito.
—Padre, ¿te has vuelto loco? —preguntó Ken asombrado.
Kenneth se soltó de malas maneras y entró en la casa. Ken se volvió
hacia ella. —¿Pero qué coño ha pasado?
—Nada, un malentendido —dijo con la voz algo ronca. Se enderezó y su
prima la cogió del brazo—. Tranquila, estoy bien.
—¿Seguro?
—Sí, seguro. —Subió las escaleras y Rita pálida le miró el cuello que en
ese momento estaba muy enrojecido por la presión que había ejercido. —
Creo que voy a acostarme un rato. Sí, ya pasearé otro día.
—Claro que sí, niña —dijo Rita—. ¿Te acompaño?
—Ya la acompaño yo, gracias—dijo su prima furiosa.
—Por supuesto. Si necesitáis algo…
—¡Sí que necesitamos algo, que dejen de agredir a mi prima!
Rita y Ken carraspearon incómodos. —No sé qué ha podido pasar —dijo
él.
—¡Qué nos odia, eso pasa!
—Prima déjalo —dijo Madison viendo de reojo como Kenneth se servía
un vaso de whisky en el salón con manos temblorosas. Sin decir una
palabra más caminó hacia las escaleras y empezó a subir mientras su prima
se enfrentaba a su prometido.
—Vero, no entiendo…
—¡Habla con tu padre! ¡Haz que lo acepte de una maldita vez! ¡Además
no sé por qué protesta tanto! ¿No quería un matrimonio de conveniencia
para vosotros? Pues ya lo tiene, así que deje de joder de una maldita vez. —
Se acercó a la puerta del salón. —¿Me has oído, viejo? ¡Vuelve a tocar a mi
prima, amenázanos de cualquier manera y te juro por mis muertos que vas a
acabar en prisión hasta que la casques! —Miró hacia la escalera y al ver que
Madison había desaparecido subió los escalones de dos en dos. —¿Prima?
Al llegar a su habitación se detuvo en seco al verla sentada en la cama
dando la espalda a la puerta. Nerviosa la cerró para acercarse a toda prisa.
—Deberíamos ir al médico. —Al rodearla vio su rostro lleno de lágrimas.
—Dios mío, cielo, ¿qué ha pasado?
—No querías saberlo —susurró con la voz temblorosa.
—No, ¿se lo has dicho? —preguntó espantada.
—Pensaba que si le forzaba a que me ayudara…
—¿A que te ayudara?
Era evidente que su prima no entendía nada. —Con Drevon. —Muy
inquieta se apretó las manos. —Ha fingido todo el tiempo. —Angustiada la
miró a los ojos. —Dice que el contrato no le obliga a tocarme y que jamás
lo hará.
Su prima separó los labios de la impresión. —No se resistirá. Si Ken no
ha tardado…
—Su orgullo, el orgullo de esta familia se lo impedirá. Y es ese orgullo
el que ha forzado a Kenneth a tomar la resolución de decirle a sus hijos que
tienen dos hermanas fuera del matrimonio.
—Madre mía, explícame eso porque presiento que van a saltar fuegos
artificiales.
—Y de los gordos. —Se miró las manos. —Y lo peor es que Drevon me
echará a mí la culpa de lo ocurrido.
Capítulo 8

Eran las nueve de la noche cuando escuchó que el caballo pasaba ante la
casa y a oscuras se acercó a la ventana de su habitación para ver como
metía su montura en el establo. Había llegado el momento. Tenía muy claro
que se lo iba a tomar fatal, pero era lo que había. Y casi lo prefería, porque
así no habría más secretos que pudieran enturbiar su relación en el futuro.
De todas maneras ahora ya la odiaba… Sí, quizás era lo mejor para empezar
de cero.
La luz que se filtraba por las ventanas de la casa le dejó ver cuando salía.
Estaba cubierto de polvo y su cara mostraba signos de agotamiento. No le
extrañaba nada cuando según él llevaba dos días sin dormir. Preocupada vio
cómo se acercaba y cómo juraba por lo bajo endureciendo más las facciones
de su rostro como si llegar a casa le mosqueara aún más. Suspiró dejando
caer la cortina y fue hasta la cama para tumbarse. Casi en penumbra
mirando el papel pintado de la pared escuchó a su prima gritando que ya era
hora de que llegara a casa. También escuchó a Ken intentando calmarla y
varias voces. Cerró los ojos queriendo dormir, necesitaba dormir.
—¿Qué coño me estás contando? —gritó Drevon.
—¡Casi la mata! —gritó Rita.
Los gritos se detuvieron durante varios minutos que a ella se le hicieron
eternos y de repente Kenneth gritó —¡Sí, lo hice!
Ya estaba. Ya había confesado su secreto y a ella la había expuesto ante
Drevon.
Oyendo gritos se mordió el labio inferior porque gritaban los unos sobre
los otros demostrando que sus hijos estaban incrédulos con lo que les estaba
contando. Al escuchar un golpe fortísimo se sobresaltó, pero entonces
escuchó —¡Mi prima no tiene la culpa de lo que hiciste tú! ¡No la
responsabilices de esto!
—¡Ha intentado chantajearme! ¡Pero eso es lo que hacéis, chantajearnos
con nuestra reputación, con nuestro trabajo! ¡Sois unas aprovechadas!
—¿Aprovechadas? —Su prima estaba de lo más alterada. —No, viejo.
¡Si fuéramos aprovechadas hubiéramos pedido cien millones y nos
habríamos largado! ¡No entendéis una mierda! Ken, ¿no vas a decir nada?
—Él dijo algo que no llegó a oír. —Pues te voy a decir algo yo… ¡Siempre
he confiado en los pálpitos de mi prima y después de conocerte estoy
convencida de que tiene razón! ¡Pero todo el mundo tiene un límite y no
voy a ser siempre yo la que luche por estar a tu lado! He renunciado a todo
por ti, ¿qué más quieres?
—¡Vero!
Escuchó como su prima llegaba al piso de arriba y daba un portazo.
También escuchó como alguien al final del pasillo daba unos golpecitos. —
¿Vero? Preciosa, déjame entrar. —Ken insistió durante varios minutos, pero
su prima no abría. —Sé que tú no tienes la culpa de que tu prima sienta
cosas, sé que no sabías nada de esto y que no lo has utilizado contra mi
padre… No estoy enfadado.
—¿De veras? —preguntó la voz llorosa de su prima.
—De veras, déjame entrar.
Al no escuchar nada más supuso que le había dejado entrar y se alegró
por Verónica, porque arreglarían las cosas. Entonces sintió una inquietud en
la boca del estómago y la puerta de su habitación se abrió mostrando la
silueta de Drevon. Por como apretaba los puños supo que estaba furioso.
Dio un paso hacia la cama y después otro hasta detenerse a una distancia
prudencial. La luz del pasillo mostraba el rostro de Madison que pálida no
se movió sin quitarle ojo. Dio otro paso hacia ella y susurró —Lo que ha
ocurrido esta tarde me demuestra que eres una zorra sin escrúpulos. —Se
agachó pasando los brazos a ambos lados de su cuerpo y acercó su rostro al
suyo. —Vuelve a intentar hacerle daño a mi padre y lo que te ha hecho hoy
no será nada comparado con lo que sufrirás. No sé de dónde coño te sacas
estas cosas, pero guárdatelas para ti y jamás vuelvas a mencionárselas a
nadie si no quieres pagar las consecuencias. Y las habrá, nena, te juro que
las habrá. Estoy hasta los cojones de vuestras tonterías. Lárgate aún que
estás a tiempo porque como me obligues a casarme contigo, me las
arreglaré para que jamás vuelvas a salir de esta finca. Nunca, ¿me
entiendes? —Madison no dejó de mirar su rostro. —¡Contesta! —gritó
sobresaltándola. La agarró por los hombros sentándola de golpe—. ¿Lo
entiendes o no, maldita bruja?
—Me ha quedado muy claro —susurró.
Él la soltó como si le diera asco antes de ir hacia la puerta y salir de allí
dando un portazo. Gimió por el dolor que recorrió su alma y se volvió
abrazando sus piernas mientras las lágrimas fluían incontrolables. Ni se
había preocupado por lo que le había hecho su padre, pero no era de
extrañar porque tampoco se había preocupado demasiado por su estado en
la ocasión anterior en que estuvo en esa casa. Puede que sintiera atracción
por ella, pero no la amaba. Además, sabía que lo ocurrido con su padre ese
día le daría problemas, así que no le extrañaba que todo hubiera empeorado
exponencialmente. Pero lo que sí la había dejado de piedra, porque no se lo
esperaba en absoluto, fue su amenaza de no dejarla salir de la finca una vez
casados. Que se guardara para ella sus pálpitos lo había dicho muy en serio.
Y eso sí que sería un gran problema, porque sus presentimientos formaban
parte de ella y no podía evitarlos, como no podía evitar respirar. ¿Y si no
llegaba a amarla nunca como era realmente? Ese pensamiento la torturó
porque algo dentro de ella le dijo que para ganarse su amor puede que
tuviera que disimular como le había pedido su madre tantos años atrás y no
podría hacerlo.

Sin haber pegado ojo en toda la noche bajó las escaleras para desayunar.
No es que tuviera hambre porque se encontraba fatal, pero quería
comprobar que su prima estaba bien. Escuchó hablar en la cocina y se
acercó allí. Ya desde el hall vio que Rita se volvía del horno con un plato
lleno de bollos en las manos. Esta en cuanto la vio se detuvo en seco y
perdió la sonrisa mirándole el cuello. Madison forzó una sonrisa y
carraspeó antes de decir —Buenos días.
—Buenos días, has madrugado.
Entró en la cocina y al ver a los tres Barrington sentados a la gran mesa
se detuvo en seco y nerviosa por sus agresivas miradas se llevó una mano al
cuello sin darse cuenta.
—¿Te duele?
Confundida miró a Rita. —¿Qué?
—¿Te duele el cuello?
Apartó la mano de allí a toda prisa mostrando los morados marcados en
su pálida piel. —No es nada.
La mujer apretó los labios acercando el plato hasta la mesa. —Siéntate.
—Mi prima…
—Todavía no se ha levantado —dijo Ken antes de beber de su café.
—Son las seis de la mañana —dijo Rita—. ¿Quieres unos huevos?
No se sentía capaz de tragar nada. —No, gracias.
Drevon sin dejar de mirarla bebió de su café e incómoda porque no tenía
energías para un enfrentamiento susurró —¿Me puedes dar un café, por
favor?
—Claro que sí —dijo Rita a toda prisa yendo hacia la cafetera.
—Al parecer has recuperado los modales —dijo Kenneth con mala uva.
Sintiendo un nudo en la garganta de la impotencia ni le miró mientras
Rita le acercaba la taza. —Gracias —respondió con la voz ronca.
—¿Azúcar?
—No, gracias.
En silencio salió de la cocina mientras las miradas de los tres la seguían
hasta la puerta. Salió al porche y se sentó en una de las sillas de mimbre.
—Joder, que morados tiene en el cuello —dijo Ken. Sorprendida miró
hacia el final del porche donde las ventanas de la cocina estaban abiertas—.
Igual deberíamos llevarla a un médico. Habla con la voz ronca.
—¿Y cómo lo explicamos? —preguntó su padre como si fuera tonto.
—Rita, si viene alguien por aquí que no la vea —dijo Drevon cortándole
el aliento—. Eso solo empeoraría las cosas. Joder, no me quiero ni imaginar
lo que diría la prensa si la viera. Y como hable de lo de las gemelas…
—Pudo decir lo de mamá y no dijo nada —dijo Ken sorprendiéndola por
su defensa—. Igual no es tan mala como crees.
—¿Qué pasa, que su prima es tan buena en la cama que se te ha olvidado
cómo han terminado aquí? —preguntó Drevon con desprecio.
—¿Cómo han terminado aquí? Pues han terminado aquí porque Madison
sintió que tenía que venir, pero es evidente que se tenía que haber quedado
en Chicago porque aquí no han parado de dañarla.
—Lo que es evidente, es que tu amante te ha comido la cabeza esta
noche, hermano.
—Sí, hemos hablado toda la maldita noche y me ha contado miles de
cosas. ¿Sabes que una vez salvó la vida de quince niños que iban en un
autobús? Iba a cruzar la acera en un semáforo cuando lo sintió y se puso en
medio del paso de peatones para detenerlo. Para que no pasara cuando el
semáforo se pusiera verde e iniciaran de nuevo la marcha.
—¿Y cómo les salvó la vida si puede saberse? —preguntó Drevon con
burla.
—Un camión se saltó un stop cinco metros más allá y se empotró contra
un edificio de viviendas. Solo murió el camionero, pero si ella no hubiera
detenido a ese autobús…
—Nadie sabe lo que podía haber pasado —dijo Kenneth.
—Con todo lo que ha ocurrido no sé cómo podéis pensar que miente en
sus premoniciones. Y menos tú, padre.
—No digo que mienta —dijo entre dientes.
—Menosprecias su don cuando ya te ha dejado en evidencia dos veces.
—Igual debería usar ese don para no meterse en las vidas ajenas.
—Padre, muchísima gente pide su ayuda. Es una médium muy
reconocida en su ciudad.
—¿Qué dices? —dijo Drevon—. Si tiene una consulta de mierda en un
barrio de mala muerte en Chicago. Eso nos dijo el detective.
—Ese vio que era un barrio y supuso muchas cosas. Hasta ha ayudado a
la policía a resolver varios casos. Solo mira las fotografías y dice este es un
cacho de pan. Y descartado. Eso les va indicando si van por el camino
correcto.
—Me estás diciendo lo que te ha dicho su prima. Puede que tenga
presentimientos, pálpitos o que sepa cosas, pero a padre le han podido
seguir durante un año, dos…
—¿Y lo del medallón de mamá?
—¡No lo sé, joder!
—¿Y lo que siento por Vero? Lo que pasa es que eres tan cabezota que
vas a tirarlo todo por la borda por no dar tu brazo a torcer. ¿Sabes que
puedes joderlo todo? No aguantará todo lo que le echen. Si se larga perderás
tu oportunidad de ser feliz.
—¿Feliz con esa? —preguntó con desprecio—. Has perdido totalmente
la cabeza.
—Está obnubilado por esa abogaducha de tres al cuarto —dijo su padre
—. Pues escúchame bien, no te vas a casar con ella, ¿me oyes? A ver si
cuando te desherede se queda a tu lado. No le dura ese amor ni cinco
minutos.
—¿Me estás amenazando para que la deje? —preguntó pasmado—. ¿Y
el contrato?
—Déjate de contratos que esas no duran aquí ni una semana, de eso me
encargo yo.
—Padre…
—¡No! —El golpe en la mesa la sobresaltó. —Ni se te ocurra pensarlo
siquiera. Comparte su cama todo lo que quieras, pero se largará igual que su
prima.
—Igual el que me largo soy yo.
Se hizo el silencio en la cocina solo roto por los pasos de Ken hacia la
escalera y Rita dijo —Kenneth, creo…
—Tú no tienes que creer nada. Oír, ver y callar como has hecho siempre.
¡Aquí sigo mandando yo! ¡Y a quien no le guste ya sabe dónde está la
puerta!
Madison pasmada separó los labios de la impresión.
—Hijo, ¿no tienes cosas que hacer?
—Es que lo que acabas de decir no me gusta nada, padre —dijo Drevon
cortándole el aliento—. Puede que tú seas el dueño de todo, pero mi
hermano y yo nos hemos dejado la piel trabajando para la empresa y para el
rancho. Tus decisiones no son las únicas que importan, padre. Y jamás
vuelvas a hablar a Rita de esa manera, ¿me has entendido?
—¿Qué has dicho?
—Creo que todo esto te ha alterado mucho y lo entiendo, pero no olvides
que somos una familia.
—Que ellas intentan romper, ¿o es que no te das cuenta?
—¡Me doy cuenta de todo! ¡Y por eso precisamente ahora debemos estar
unidos! ¡Estoy aquí, aunque te juro que ayer al enterarme de que tengo dos
hermanas que nacieron antes de la muerte de mi madre lo hubiera enviado
todo a la mierda! Así que no se te ocurra ir de cacique conmigo, padre.
Bastante he aguantado ya.
Escuchó que algo caía al suelo y pasos que llevaron hasta el hall. Drevon
salió de la casa con el sombrero en la mano y al verla apretó los labios. —
¿Escuchando? —preguntó con burla.
—Solo quería tomarme el café tranquila —susurró antes de apartar la
mirada.
—Pues que lo disfrutes. —Bajó los escalones, pero de repente se detuvo
en seco. Apretó el puño como si dudara de lo que iba a hacer, pero al final
terminó por volverse hacia ella. —¿Necesitas un médico?
Su corazón dio un vuelco antes de mirarle a los ojos. Llegó hasta ella la
lucha que tenía en su interior y lo sintió muchísimo por él. —No.
Asintió antes de ponerse su sombrero. —Espero que cuando vuelva ya
no estés aquí.
—Sigue soñando, no te vas a librar de mí tan fácilmente —dijo con
rabia.
Sonrió irónico antes de alejarse. —Como quieras, nena. Pero al final te
irás.
Separó los labios de la impresión porque era algo de lo que estaba
convencido y no hablaba del presente, estaba segura de que hablaba del
futuro. Aparte de tener muchas dudas respecto a sus intenciones no quería
dar su brazo a torcer porque creía que ella se largaría de allí. —Mierda —
dijo entre dientes—. Esto era lo que te faltaba.
Rita salió al porche y ella la miró de reojo. Parecía angustiada y Madison
se levantó poniéndose alerta.
—Hazle caso, vete —susurró.
—¿Por qué?
La cogió del brazo y la apartó de la puerta como si temiera que las
escucharan. —Mi hermano nunca ha tolerado que le dejaran en evidencia.
Te odia. Y te aseguro que cuando odia a alguien no cambia de opinión.
Jamás lo había visto como ayer y estoy convencida de que si su hijo no le
hubiera apartado te hubiera matado.
—Lo sé.
—Pero lo que no pareces saber es que Drevon es igual. Kenneth le ha
criado a su imagen y semejanza porque iba a ser el heredero, su orgullo.
Ken nunca ha tenido tanta presión como él y se le han permitido más
licencias como irse de campamento en verano cuando Drevon siempre tenía
que quedarse en el rancho. Tenía que aprender a llevar el negocio.
¿Comprendes lo que te digo? —susurró.
Se la quedó mirando. —¿Por qué te has quedado todos estos años?
—Mi hermano no sabía nada y…
—Has cuidado de ellos y siguen tratándote como a una criada.
—Eso no es cierto, los chicos…
—Sigues trabajando para ellos.
Rita apretó los labios. —Yo insistí. Yo trabajo por mi comida, pero mi
hermano ha contratado a una chica que viene por las mañanas y…
—¿Y dónde está hoy?
Se tensó. —Kenneth insistió en que la llamara ayer por la noche para que
no viniera…
—Para que no nos viera. Para que no viera esto —dijo señalándose el
cuello. Se mantuvo en silencio lo que le dio la razón. —No quiere que nadie
sepa que estamos aquí. —La agarró del brazo. —¿Por qué me adviertes?
—Odio ver como discuten. Puede que no lo entiendas, pero son mi
familia y noto que la estáis resquebrajando. ¿No habéis hecho bastante
daño? —Le rogó con la mirada. —Sé que nos portamos mal contigo, que no
debí actuar como lo hice, pero lo que habéis hecho no tiene nombre.
—¿Te das cuenta de que podías haberme matado? ¿Que nos
secuestrasteis? ¿Que Kenneth podría haberme matado ayer? ¿Y dices que lo
que nosotras hicimos no tiene nombre? Suerte tenéis de que no acabéis en
prisión, así que no me des lecciones sobre cómo comportarme. Son ellos los
que tienen que cambiar su manera de ser y no solo con nosotras sino con
todo el mundo. No son reyes a los que todos deban pleitesía, son de carne y
hueso, tienen que aprender que los demás tienen sentimientos como los
tenía su madre, como los tienes tú. ¿Te das cuenta de que si lucharas en los
tribunales puede que la mitad de todo esto llegara a ser tuyo? ¿Y sigues
cocinando? ¿Te siguen pagando un sueldo? Esto es ridículo.
Rita se tensó. —Yo no quiero la mitad de nada. ¡Solo quiero a mi
familia!
—Acabo de oír lo que te quiere Kenneth a ti.
—Está alterado, ha hablado mal a su hijo y…
—¡Y se ha pasado tres pueblos! ¡Deja de defenderle! —La miró
fijamente. —Tú le encubrías, tú sabías lo de las niñas.
—Cállate —siseó mirando hacia la casa.
—Claro que lo sabías. No se te escapa nada de lo que ocurre en el
rancho, ¿no?
La fulminó con la mirada. —No lo sabía.
—Claro que sí, a mí no me la pegas. Eres como ellos. Odiabas a su
esposa por serle infiel y pasabas por alto los cuernos de tu hermano.
—¡Eso no es cierto! ¡Yo no sabía nada de lo de Kenneth! —De repente
se echó a llorar tapándose el rostro. —Si lo hubiera sabido…
Se la quedó mirando fríamente. —Lo sabías, a mí no puedes engañarme.
Su llanto se interrumpió en el acto y levantó la vista para mirarla
fríamente lo que le heló la sangre. —Dios mío, le hacías la vida imposible.
Sonrió de medio lado dándole la razón.
—Eras la dueña de la finca y estabas al lado de los tuyos, no le dabas
tregua con tus comentarios maliciosos. —Dio un paso atrás porque ese era
el verdadero cáncer de la familia. —¡Tú has manejado los hilos como has
querido en esta casa! Malmetiendo, erosionando la relación hasta que ya no
quedó nada. Ella creía que había sido la culpable porque tú también se lo
hiciste creer. ¡Delphine no tuvo la mínima posibilidad en cuanto cometió
ese error que le arruinó la vida! ¡Y ahora quieres hacer lo mismo con
nosotras! ¡Somos enemigas y harás lo que sea por hacer que logren su
objetivo de sacarnos de aquí!
—Estás loca.
—¿Eso era lo que le decías a Delphine? —preguntó con ironía dando un
paso hacia ella—. No te creas que vas a poder con nosotras. Ni todos los
Barrington del mundo podrán con las Verdun. —Fue hasta la puerta. —Y te
lo advierto, si sigues por este camino la que perderá al final serás tú porque
mi hombre entrará en razón.
—Te he avisado y quien avisa no es traidor.
Le hizo una pedorreta y Rita apretó los puños de la impotencia antes de
mirar hacia el final del porche y ver como Drevon salía del establo tirando
de su caballo. La miró fijamente. Ella le saludó con la mano. Madison vio a
través de la ventana del hall como sonreía encantada mientras Drevon se
subía al caballo y se alejaba. Lo del medallón tenía que haberla alertado de
que era una zorra de cuidado. Leche, aquella casa era un nido de víboras.
—Psss…
Miró hacia arriba para ver a su prima vestida únicamente con una
camiseta y braguitas haciéndole señas desde la escalera antes de correr
hacia su habitación. Subió lo más aprisa que pudo y entró tras ella cerrando
la puerta. —¿Qué pasa?
—Lo he oído todo. —Señaló la ventana y la miró con los ojos
exageradamente abiertos. —Vaya con la mosquita muerta.
Miró a su alrededor. —¿Y Ken?
—¿Ken? No sé.
Frunció el ceño. —Creía que estaba contigo.
—No, cuando me desperté por los gritos en la cocina no estaba.
—¿Y a dónde ha ido?
—Madison, ¿qué pasa?
Levantó una mano para que se callara. —¿Y dónde está Kenneth?
—Por mí como si se muere.
—No hay que perder de vista a los enemigos, sobre todo cuando quieren
convencer a un aliado de que se cambie de bando.
—¿Un aliado? ¿Mi Ken? Si ayer después de echarme un polvo me dijo
que no me hiciera ilusiones.
—Pues en la cocina dijo que habíais hablado de mucho más.
Se sonrojó. —Bueno, le comenté algunas cosillas, pero fue por hablar de
algo.
Escucharon un portazo en el piso de abajo y ambas se acercaron a la
ventana para ver como Ken salía furioso de la casa. —Ahí va después de
una buena reprimenda de su padre por dejarse llevar y defendernos.
—Avanzamos un paso y damos dos atrás. Tienes que acostarte con
Drevon.
—Se le ve muy dispuesto —dijo con ironía.
—Tiran más dos tetas que dos carretas, algo podrás hacer. —Se acercó a
ella. —Puede que su padre vaya de jefe, pero es Drevon quien lo lleva todo.
Ahora es el jefe, aunque disimule que no lo es por respeto a ese vejestorio.
—Lo sé. Me ha quedado claro en el desayuno cuando le ha parado los
pies y su padre no ha dicho ni pío.
—Si Drevon da el visto bueno, ya no habrá vuelta atrás. Tendrá que
tragarnos.
Preocupada asintió, pero no tenía muy claro cómo conseguirlo cuando le
había dicho por activa y por pasiva que no quería tocarla ni con un palo. Su
prima la abrazó por la espalda. —Puedes hacerlo. —La besó en la mejilla.
Sintiendo un nudo en la boca del estómago susurró —Estoy asustada.
A su prima se le cortó el aliento y la agarró de los hombros para
volverla. —¿Asustada? ¿Crees que ese chiflado nos quitará…?
—No, ahora no creo que llegue a tanto después de lo de ayer.
—Entonces, ¿qué temes?
Miró hacia la ventana. —¿Y si no consigo su amor?
—Madison, eso no va a pasar. Solo tienes que conseguir que se deje
llevar. El tiempo que pase a tu lado hará el resto.
Sus ojos brillaron. —Eso es, necesita tiempo a mi lado. Solos, él y yo
solos. —Agarró sus manos. —Escúchame, tienes que convencer a Ken para
regresar a la ciudad.
—¿Cómo?
—Tienes papeles que arreglar para nuestra residencia o algo así. Algo
que sea ineludible.
—¿Y su padre? Ese no se larga de aquí ni a tiros.
Entrecerró los ojos. —Si tiene un problema médico tendrá que irse a
hacer las pruebas que se consideren necesarias, ¿no?
Verónica sonrió. —Vas a hacerle lo mismo que a ese vecino tuyo que no
te tragaba.
—Ahora ya saben que tengo presentimientos. En cuanto diga que tiene
mala cara no tarda en venir el doctor. Y como no le encontrará nada…
—Sus hijos insistirán en que vaya a hacerse un chequeo.
—Exacto.
—¿Y Rita? —Verónica levantó una ceja. —Tiene que desaparecer.
—¿Una enfermedad genética?
—¿Que se manifiesta en este momento?
—¿Un poco raro?
—No colará.
Entrecerró los ojos pensando en ello. —Rita debería quedarse.
—Ah, ¿sí?
—Para no levantar demasiadas sospechas. Dirás que aprovechas el viaje
de su padre para irte con ellos a la ciudad.
—Entendido.
—Esa bruja no podrá estar siempre por el medio por mucho que lo
intente, ¿no?
—Tú eres la que tienes presentimientos, guapa.
Bufó porque no es que estuviera demasiado segura de lo que hacían.
Estaba tan llena de sensaciones que no sabía si pensaba con claridad. Pero
había que decidirse. —Pues vamos allá. Será hoy en la comida, pero solo si
vienen todos a comer.
—¿Por qué?
—Para tomarles por sorpresa a todos juntos. Sino esperaremos a la cena.
—Muy bien, ensayemos todas las posibilidades.
Capítulo 9

A la hora de la comida ni habían aparecido por allí y Kenneth había


comido en su despacho. Rita no había hecho la comida para los demás
Barrington, así que la muy bruja sabía de sobra que no iban a aparecer.
Igual era algo habitual porque ella no había oído nada sobre eso durante el
desayuno.
Comieron un sándwich y a media tarde ya se aburrían como ostras. No
estaban acostumbradas a tanta inactividad, ambas tenían trabajo y amigos.
Las dos salían mucho y aquello empezaba a parecer un cementerio.
Ya era casi la hora de la cena y sentadas en el sofá bebiendo unas
cervezas que habían cogido ellas mismas, se quejaban del calor y eso que
casi era de noche.
—Estoy a punto de arrepentirme —dijo Verónica antes de beber un trago
—. Si no fuera tan bueno en la cama saldría pitando.
—Lo mismo digo. —Verónica la miró divertida. —¿Qué? He tenido
sueños de lo más eróticos, te lo aseguro. En ellos hacía maravillas.
Escucharon que chirriaba la mosquitera de la puerta principal y pasos en
el hall, así que las dos estiraron el cuello para ver a Ken lleno de polvo con
el sombrero en la mano. —Hola, mi vida —dijo Verónica con una sonrisa
de oreja a oreja—. ¿Qué tal el día?
—Horrible. —Entró en el salón mirando a su alrededor. —¿Y mi padre?
—Lleva todo el día en su despacho. —Se levantó con gracia. —¿Una
cervecita?
—Primero voy a ducharme.
Verónica se acercó, pero él dio un paso atrás demostrando que las cosas
habían cambiado desde esa mañana. Al parecer la discusión había hecho
mella en su relación. Su prima no se cortó en mostrar su decepción. —¿No
me das un beso?
—Tengo que cambiarme para la cena —respondió molesto antes de ir
hacia las escaleras.
Verónica se volvió con los brazos en jarras y Madison hizo una mueca.
—Paciencia.
—Sabes que no tengo de eso. —Se acercó para susurrar —¿Y si no
quiere venir conmigo?
—Claro que sí. Lo hará aunque sea para controlarte —respondió en voz
baja—. No te preocupes. Divide y vencerás, ¿recuerdas?
Su prima asintió y en ese momento llegó Kenneth vestido con unos
pantalones de vestir y una camisa blanca. La verdad es que para la edad que
tenía no estaba nada mal.
—Buenas noches.
Asombradas se miraron antes de responder a la vez —Buenas noches.
—Veo que ya os habéis servido. —Se acercó al mueble bar y se puso un
whisky.
—¿Qué tal el día, suegro? —preguntó Madison a ver en qué acababa
aquello.
Él levantó una ceja. —¿Vamos a tener una conversación civilizada?
—Eso espero.
Suspiró como si estuviera agotado sentándose en un sillón. —Pues ha
sido una mierda, la verdad.
—Al parecer los Barrington hoy no han tenido un buen día. —Él levantó
una ceja de manera interrogante. —Ken acaba de llegar y ha dicho algo
parecido sobre su día.
—Vaya, algo ha pasado. Ya me extrañaba que no llegaran antes. ¿Y
Drevon?
—No ha llegado todavía —dijo haciéndole un gesto con la mano—.
Tranquilo, está bien.
Bebió de su whisky y tragó mirándola fijamente. —¿Cómo lo haces?
—No lo hago, simplemente pasa.
—Le ocurre desde niña.
—Qué interesante. —Dejó el vaso sobre la mesa de centro y apoyó los
codos sobre las rodillas. —¿Cómo lo descubriste?
—Creía que era lo normal. —Se encogió de hombros. —Pienso una cosa
y suele ocurrir.
—¿Suele?
—Bueno, no soy infalible al cien por cien, pero no suelo equivocarme.
—Cuando murió mi abuela, mi padre estaba destrozado, como es lógico,
pero también estaba muy preocupado. Pues Madison se levantó una mañana
diciendo que los papeles que buscaba estaban pegados bajo cierto cajón de
la cómoda. Eran los papeles de su seguro de vida y con ellos mi padre pudo
terminar de pagar la casa, ¿sabe? Si no hubiera sido porque Madison sintió
que estaban allí a saber lo que hubiera ocurrido porque el sueldo de mi
padre no daba para pagarlo todo.
—Pero no pudiste evitar la muerte de tu abuela.
—Sabía que no tenía que ir al supermercado y se lo dije, pero no me hizo
caso. No sabía que iba a morir, solo sentí que no debía ir.
—A partir de entonces vaya si le hacemos caso —dijo Verónica con
segundas—. Una vez me dijo que fuera al dermatólogo a hacerme una
revisión de mis lunares. Me quitaron dos porque podían dar problemas en el
futuro.
—Y ahora lo entiendo, aquí da mucho el sol —dijo Madison antes de
sonreír de oreja a oreja.
Él gruñó antes de coger su vaso y beber. En ese momento entró Rita en
el salón. —Ya está la cena preparada. ¿Y Drevon?
—Tranquila, está bien —dijo Kenneth divertido.
—¿Puedo preguntarte algo que me intriga, suegro? —Este no respondió.
—¿Por qué tu hijo mayor lleva el nombre de Drevon?
—Era el nombre de mi padre.
—Ah…
—En nuestra familia, los hijos mayores llevan el nombre de su abuelo.
Una vez hubo cinco Drevon. Porque el abuelo había tenido cinco hijos y
todos ellos pusieron Drevon a su hijo mayor.
—Vaya. ¿Me está diciendo que a mi hijo mayor tengo que llamarle
Kenneth?
—Claro —dijo como si fuera lo más obvio del mundo—. Eso si te
quedaras, que no te vas a quedar.
—¿No habíamos hecho una tregua? Vaya, ha durado poco.
Él gruñó de nuevo. —Rita llama al móvil del chico, se está retrasando
demasiado.
En ese momento escucharon los cascos de un caballo y Verónica se
levantó para correr hacia la ventana. —Es él, jefe. Y tiene una cara de
cabreo que no puede con ella.
—Estupendo —dijo su padre entre dientes—. Han rodado cabezas. —
Maldijo por lo bajo levantándose y se acercó a Verónica para mirar por la
ventana. —Joder…
—¿Qué ocurre?
—Que casi no tenemos vaqueros, eso ocurre —dijo Rita divertida—. Y
si los echa a la mínima, mal vamos a llevar el rancho.
—Mi hijo no tolera la incompetencia y hace bien.
—Lo sé. —Soltó una risita. —Pero eso implica tener menos vaqueros.
—Algo encontraremos. —Se volvió. —Me han hablado de una
asociación que ayuda a exconvictos…
A Madison se le pusieron los pelos de punta. —¡Ni hablar!
Todos la miraron. —Cielo, muchos necesitan otra oportunidad —dijo su
prima. Pálida negó con la cabeza—. Jefe, si ella dice que no más le vale que
le haga caso.
Kenneth entrecerró los ojos. —Me lo pensaré.
Ken llegó en ese momento vestido como su padre. —¿Qué pasa?
—Madison dice no a los exconvictos —dijo Verónica.
—¿De veras? Solo tienen delitos menores.
—No —dijo Madison tajante.
—Uy, que no se baja de la burra. Mejor olvidaros del tema.
Se escucharon pasos en el hall y cuando apareció Drevon lleno de polvo
y sudoroso Madison se levantó. —Cielo, los exconvictos no.
—¿Qué?
—Madison no te preocupes —dijo su prima.
Sin hacerle caso se acercó a Drevon. —Olvídate de los exconvictos, va a
pasar algo muy malo como vengan aquí. Todavía no sé por qué, pero…
—Nena, ¿de qué hablas? —Miró a su hermano sin entender.
—Padre ha pensado en una asociación que ayuda a exconvictos a
encontrar trabajo. Para los nuevos vaqueros que necesitamos.
Drevon miró a su padre. —¿Cuándo pensabas informarme de ello?
¿Acaso no llevo yo el rancho?
—Hijo, no me ha dado tiempo con todo… esto. La verdad es que ni lo
había recordado hasta verte la cara al llegar. ¿A cuántos has echado hoy?
—¡A cuatro! —Puso los ojos en blanco como si no pudiera con él. —
¿Qué? ¿Sabes lo que han hecho? Se han emborrachado y han dejado que la
manada campara a sus anchas hasta la finca de los Greyson que está a
kilómetros de aquí. ¡Y he tenido que sacrificar a doce porque se habían
enredado en sus vallas de púas! ¡Hemos perdido más de diez mil dólares en
un día! ¡Eso sin contar la reparación de su valla que por supuesto me han
exigido!
—Joder —dijo Ken.
Su hermano le miró. —¿Cómo ha ido lo tuyo?
—Esto te va a encantar… De la manada del norte tenemos más de
cuarenta reses enfermas. —Drevon juró por lo bajo. —El veterinario las ha
puesto en cuarentena.
—Mañana sacrifícalas a todas.
—Pero…
—¡No podemos dejar que se extienda, Ken! ¡Perderemos toda la
manada!
—No. —Todos miraron a Madison. —Se pondrán bien. No es nada.
—Nena, si se extiende…
—No pasará. Lo que ha hecho el veterinario es lo correcto. Se pondrán
bien, ya verás.
—No puedo arriesgarme —dijo entre dientes.
—Si lo dice mi prima no es un riesgo, te lo aseguro.
—Hijo, por esperar un par de días a ver si hay más enfermas no pasa
nada.
—Puede que sea demasiado tarde.
—Te aseguro que no —dijo Madison—. Con lo caras que son esas reses
deberías…
—¿Por qué no vendéis el rancho?
Todos miraron a Verónica como si estuviera loca. —¿Qué? Es evidente
que os da un montón de problemas y estoy segura de que ganáis mucho más
con las empresas que con esto. ¿Para qué continuar? Puerta y a otra cosa.
—El rancho es nuestra casa —dijo Ken como si hubiera dicho un
disparate mayúsculo—. ¡El buque insignia de todo lo que vino después!
—La joya de la corona —dijo su padre orgulloso—. Un millón de reses
repartidas en doscientas mil hectáreas de terreno.
—Ellas no lo entienden —dijo Rita como si fueran tontas—. La sangre
de los nuestros se derramó para conseguirlo. Venderlo sería una traición a
todos ellos.
—Bien dicho, hermana.
Rita sonrió encantada y sintió algo de pena porque necesitara la
aprobación de su hermano. Era evidente que se moría por tener el cariño de
su familia y se desvivía por ellos para conseguirlo.
—Pues cuando nosotras nos fuimos de casa mis padres vendieron la casa
de la abuela y tampoco fue para tanto —dijo Verónica—. Menudo crucero
se hicieron. El dinero es para disfrutarlo.
—Me da que estos no hacen muchos viajes por placer —dijo Madison
divertida—. Con todo el dinero del mundo y no se divierten.
—Sí que nos divertimos —dijo Ken antes de mirar a su padre y a su
hermano—. Bueno, ellos se divierten menos.
—Tranquilo cariño, que yo te enseño —dijo Madison antes de guiñarle
un ojo a Drevon.
Este gruñó. —Voy a cambiarme.
—¿Quieres que vaya contigo para frotarte la espalda?
—No, gracias.
—Tú te lo pierdes.
Le escuchó gruñir de nuevo subiendo las escaleras y sonrió porque se
moría porque le frotara la espalda y mucho más.
—Ken, ¿quieres una cerveza? —preguntó Rita.
—Sí, gracias.
Su tía salió pitando para ir a buscarla. Ken miró a su alrededor y no sabía
muy bien que hacer, así que se acercó a su padre y se sentó en el sofá. Se
hizo un incómodo silencio y Verónica entrecerró los ojos. Madison se
acercó a ella y la advirtió con la mirada. Se sentaron en el sofá de enfrente
al suyo y en ese momento llegó Rita con la cerveza en la mano. —Aquí
tienes, cielo.
—Gracias. —Bebió como si estuviera sediento.
—¿No teníais previsto volver pronto a la ciudad? Creí que Drevon había
dicho que regresaba hoy. Eso fue lo que dijo en el hotel.
Ken se detuvo con la botella en alto antes de tragar y apartarla para mirar
a su supuesta novia a los ojos. —¿Eso dijo? Ha debido cambiar de opinión.
—¿Y mañana irá? —Verónica se miró las uñas como si su respuesta le
importara poco.
—No lo creo. Aquí hay mucho que hacer. En todo caso iría yo para unas
reuniones que…
—Ah, ¿y eso cuándo será?
—Mañana. —Su padre asintió imperceptiblemente como dándole el
visto bueno. Seguramente para apartarle de Verónica.
—Oh, pues entonces mi prima irá contigo —dijo Madison a toda prisa.
—¿Cómo? —Ambos parpadearon. Ken negó con la cabeza. —Mejor se
queda que…
—Oh, es que tengo que ir al notario —dijo Verónica con mala leche—.
Además, tengo que ir al consulado para firmar unos papeles que tengo
pendientes. Me esperan esta semana.
—¿Entonces por qué habéis venido aquí? —preguntó Kenneth molesto.
—Porque Drevon dijo que volvía hoy. —Verónica puso morritos. —
Quería pasar tiempo con Ken, aunque solo fueran unas horas.
Ken suspiró. —Así que tienes que volver.
—Sí, ¿ocurre algo?
—No, claro que no. —Miró de reojo a su padre. —Por supuesto que
podéis volver.
—Oh, mi prima se queda aquí.
—Ah, ¿sí?
—No querrás que en el consulado vean su cuello, ¿no?
Carraspeó. —No, claro que no.
—Tengo un poder, puedo hacer cualquier gestión en su nombre.
En ese momento entró Drevon en el salón vestido con una camisa azul y
unos vaqueros desgastados que le quedaban de miedo. Era evidente que no
era tan formal como su padre a la hora de vestir y ella lo veía lógico. Por
Dios, era un rancho y estaban en familia. Rita en la puerta atenta a sus
necesidades le tendió su cerveza. —Gracias.
—Voy a ver cómo va la cena. No quiero que se enfríe.
Drevon asintió antes de beber de la botella sin dejar de observarla. Se
acercó a ellos y para su sorpresa se sentó a su lado dejando la botella en la
mesa de centro. La cogió por la barbilla con cuidado para elevar su rostro y
cuando gimió de dolor fue evidente como se tensó. Además, los morados
cada vez estaban más oscurecidos y mostraban claramente los dedos de su
padre sobre su suave piel. —Tiene peor pinta que esta mañana si eso es
posible. ¿Te duele?
—Me duele algo el cuello, pero estoy bien.
La soltó y miró a su padre muy tenso. —Al parecer Verónica no había
exagerado nada.
Su hermano le miró como diciéndole ya te lo dije. Drevon cogió de
nuevo su cerveza y bebió. —Últimamente nos estamos llevando muchas
sorpresas y ahora que estáis todos aquí, creo que lo mejor es que nos
calmemos y lleguemos a un entendimiento.
—Creía que eso ya lo habíamos logrado con el acuerdo —dijo Verónica
con ironía antes de beber—. Sois vosotros quienes queréis romperlo.
—No ha sido justo y lo sabes —dijo Ken—. Nos habéis presionado…
—No pienso discutir de nuevo algo que ya estaba cerrado. Esos
cincuenta millones nos los debíais por capullos. Y seguir así y os vamos a
quitar hasta los higadillos.
—Prima…
—¿Qué? ¡Casi te matan tres veces!
Drevon se envaró. —La segunda vez se cayó por las escaleras.
—¡Porque la asustaste! ¡Y no me extraña que se asustara después de que
esa le reventara la cabeza a golpes! —Bufó. —No quiero hablar más de
esto. Al cura que vais, leche.
—¿Cómo que al cura? —preguntó Ken espantado.
—Perdón, ¿qué has dicho? —preguntaron las dos a la vez con cara de
mala uva.
—Yo me caso como Dios manda —dijo Madison.
—Nena, estamos negociando.
—Ni de coña. Como ha dicho mi prima está negociado. ¿O crees que
puedes conseguir un trato mejor?
Sonrió como el gato que se comió el ratón. —Puede.
—Lo dudo —dijo Verónica divertida.
—Dices que soy el hombre de tu vida, ¿no? Tu pareja.
—Sí.
—Pues en el trato no dice nada de que tenga que tocarte como bien te he
dicho, ni de que tenga que serte fiel.
Eso la mosqueó, la mosqueó muchísimo. —Drevon no vayas por ahí.
—¿Quieres fidelidad mientras estés aquí? ¿Quieres sexo? Por cada
noche que compartamos se quitará un millón a la indemnización que
debería pagarte si no hay boda. Si al final de mes no quiero casarme serán
unos cuantos millones menos.
Verónica estaba pasmada. —Anda este, debe creerse la leche en la cama
para que una noche cueste un millón de dólares.
Era evidente que se moría por estar con ella y solo buscaba una excusa.
Aunque también era evidente que creía que al final de mes podría
rechazarla. —Yo tengo un trato mejor aún. —Su corazón se aceleró de la
emoción. —Por esos cien millones me darás días. Cien días tú y yo solos. Si
al final de ese periodo no quieres casarte conmigo, nos iremos cada uno por
nuestro lado tranquilamente.
—¡Madison! —Verónica se levantó indignada. —Eso no es justo.
—Yo solo quiero algo de todo esto y no tiene nada que ver con el dinero.
Si después de estar conmigo cien días los dos solos, todavía no me quiere,
no merece la pena —susurró antes de mirar a Drevon—. ¿Hecho?
—Nena, no puedo estar fuera tres meses.
—Cien días. Tres meses son noventa.
—No puedo estar fuera cien días.
—¿Quién ha dicho nada de estar fuera? Son esos los que tienen que irse.
Nos quedamos los cuatro.
Verónica abrió los ojos como platos. —Esto es aún mejor que lo que
habíamos pensado.
—Y que lo digas.
Verónica chilló de la alegría antes de mirar a Ken. —¿Hecho?
—Joder preciosa, claro que sí.
—¿Pero qué diablos estáis diciendo? —gritó Kenneth al borde de la
apoplejía.
—Padre es un trato justo. Un millón por día, es un chollo —dijo Drevon
comiéndosela con los ojos.
—¿Y los negocios?
—Tendrás que encargarte tú tres meses.
—Cien días —le rectificaron ellas a toda prisa.
—Cien días. —Drevon se levantó y alargó la mano. —¿Hecho?
Se la estrechó sonriendo de oreja a oreja. —Cielo, claro que está hecho.
Ahora serás mío.
—No lo creas, pero seguro que serán cien días de lo más interesantes.
Capítulo 10

En la cena el patriarca no hacía más que gruñir mientras que Ken,


Verónica y ella estaban encantados. Drevon tenía cara de póker y Rita no
dejaba de hablar sobre que no sabía por qué tenía que irse ella y qué rayos
iba a hacer cien días fuera de la casa.
—¿Seguro que no puedo quedarme? ¿Quién os hará la comida?
Madison levantó una ceja. —Sabemos cocinar, ¿sabes? Y necesitamos
intimidad. Además, si alguno de los dos matrimonios sale adelante, ella
sabrá lo que le espera viviendo aquí. Y no queremos malas caras ni malos
rollos a nuestro alrededor. Solos nosotros y a ver qué ocurre.
Rita cogió una fuente de mala manera. —¿Y yo soy la que da malos
rollos? ¡Pues que sepas que después de esos meses volveré!
La fulminó con la mirada. —Ni tú ni nadie podrá romperlo después.
La miró como diciendo que no tenía ni idea de con quien estaba
hablando y Drevon entrecerró los ojos viendo cómo iba hacia la puerta que
conectaba con la cocina. Volvió la vista hacia Madison que levantó una ceja
antes de coger su copa de agua y darle un buen sorbo.
Ken carraspeó. —Preciosa, ¿entonces nuestro periodo empieza cuando
volvamos de la ciudad?
—No, si puedo arreglarlo por teléfono y por mail… —Alargó la mano
para coger la de Ken. —Solo quería estar a solas contigo.
Él sonrió. —Ahora tendremos tiempo para eso.
Verónica soltó una risita para disgusto de su suegro que se levantó de
repente. —Si me disculpáis, me voy a la cama.
—Hasta mañana, suegro —dijo Madison—. Si no le veo, que tenga buen
viaje. —Drevon la fulminó con la mirada. —¿Qué? Me estaba despidiendo.
Y bastante educada soy después de lo de ayer.
Gruñó antes de volverse hacia su padre. —Antes de irte verás la copia
del contrato. Lo redactaremos ahora.
—Revísalo bien —dijo entre dientes.
—Tranquilo.
Kenneth asintió antes de salir del comedor. Rita llegó con el postre y
prácticamente lo tiró en el medio de la mesa. —¡Qué os aproveche! Me voy
a hacer las maletas.
—Tía, no te lo tomes así —dijo Ken—. En la ciudad lo pasarás muy
bien.
—¡No me gusta la ciudad! —gritó antes de largarse.
—Empieza la diversión —dijo Verónica haciendo sonreír a los demás—.
Así que vamos a redactar el contrato. —Pasó el dedo por el merengue de la
tarta. —Se me ocurren un par de cosillas para añadir.
—Estoy deseando verlas —dijo Ken antes de chupar el merengue de su
dedo.
—Oh, por Dios —dijo Drevon antes de ver el dedo de Madison lleno de
merengue ante él—. Nena…
—Has cambiado el trato a tu conveniencia, cielo. Ahora atente a las
consecuencias —dijo sintiéndose muy feliz.
Él cogió su mano y lamió el merengue poniéndole el estómago del revés
de la impresión. Separó los labios sintiendo como lamía su yema. Madre
mía, serían tres meses con él, esperaba que su corazón lo resistiera.
Drevon apartó su boca y se pasó la lengua por su labio inferior, el salto
que pegó su corazón en su pecho la dejó sin aliento. —Dios mío, hay que
firmar ese contrato ya.
—Sí, sí… —Verónica se levantó a toda prisa y los demás hicieron lo
mismo casi corriendo hacia el salón, donde Ken cogió el portátil de su
prima. —Gracias, cielo.
Se sentó en el sofá y levantó la tapa. Jamás la había visto teclear tan
rápido. —Cien días con nosotros con sexo obligatorio —dijo Ken a toda
prisa—. Apunta, apunta… —Ambas parpadearon y él carraspeó. —Bueno,
era una idea.
Verónica negó con la cabeza. —Estáis obligados a tener sexo con
nosotras cuando nosotras queramos. Algo tenéis que darnos por los cien
millones, guapo. Nosotras exigimos.
—A mí me vale —dijo Ken a toda prisa—. ¿Qué opinas, hermano?
Gruñó sin dejar de mirar a Madison. —Está bien.
—Y tenéis que pasar tiempo con nosotras —dijo Madison a toda prisa—.
No vaya a ser que se pasen todo el día trabajando.
—Al menos seis horas sin contar las horas de sexo. —Su prima tecleó
como una maniaca. —Y los fines de semana son para nosotras. Nada de
trabajo.
Drevon carraspeó. —Nena, esto es un rancho.
—¿Y cuando estáis todos en la ciudad?
—Bueno, hay un capataz, pero…
—Pues eso —dijo firme. Él gruñó como si eso no le gustara un pelo—.
No protestes tanto que te vas a ahorrar una pasta.
—Y no podéis echarnos más en cara la indemnización anterior de los
cincuenta millones. —Su prima tecleó. —Si lo hacéis, o mejor dicho cada
vez que ocurra se sumará un millón al trato si no hay boda.
—Y no podéis hablar con tu padre ni con Rita.
—Ni hablar —dijo Drevon—. ¡Nena, tengo negocios que atender!
—¡Me importa un pito! ¿No es el jefe? ¡Pues que se dé cuenta de cuánto
os necesita!
La miró fijamente. —¿Otra lección a mi padre, preciosa?
—Le vendrá bien para bajarle los humos, te lo aseguro. —Él apretó los
labios antes de asentir y Madison sonrió encantada. —¿Algo más, prima?
Su prima tecleó. —Como alguien atente contra nuestra vida, el trato
queda cancelado siendo vigente el contrato anterior.
—Eso no va a volver a pasar —dijo Drevon.
—Sí, dámelo por escrito.
—Hermano, es normal que desconfíen.
—Ahora corto y pego las cláusulas prematrimoniales… —Su prima
sonrió radiante. —Ya está.
—Repásalo, prima. No vaya a ser que hayamos pasado algo por alto.
Verónica pasó el dedo por el ratón central varias veces leyendo
atentamente la pantalla y Ken se sentó a su lado para leer con ella. Drevon
la cogió por el brazo para apartarla. —Te das cuenta de que en cien días
tendrás que irte sin nada, ¿no?
—Cielo, en cien días serás todo mío.
—No estés tan segura —dijo entre dientes.
—Prima apunta ahí que no podemos hablar de la decisión que vamos a
tomar hasta dentro de cien días. Sino este me lo va a estar recordando
continuamente.
—Encima que te advierto que no te enamores. La que lo vas a pasar mal
eres tú.
—Uy, si lo apunto porque este va a ser muy machacante. Primero éramos
unas interesadas y ahora piensa en nuestros sentimientos. A ver si te
aclaras.
Drevon carraspeó. —Que renunciéis al dinero indica que tampoco os
interesa tanto como creíamos al principio. —Ambas levantaron una ceja. —
¿Qué?
—Esperamos una disculpa—dijo Madison.
—Será coña. ¡Tendrás que reconocer que todo esto es muy raro! ¡Es
normal que desconfíe!
—Este es de los que no reconoce un error ni a tiros.
Puso los ojos en blanco. —Ya me he dado cuenta. —Se volvió hacia su
prima. —¿Todo está bien?
—Sí —dijo emocionada.
—Pues a imprimir.

Nerviosa se apretó las manos viendo como Drevon cogía el bolígrafo


mientras su prima y Ken que ya habían firmado se comían a besos sobre el
sofá. —¿Por qué has cambiado de opinión? —susurró. Él firmó el
documento y se enderezó para mirarla a los ojos. —Dijiste…
—Sé lo que dije. —Tiró el bolígrafo sobre el contrato y dio un paso
hacia ella. —Escuché vuestra conversación esta mañana. Con Rita. —
Separó los labios empezando a entender. —Y tenías razón sobre lo que
ocurrió. Mi madre siempre se estaba quejando de que Rita la hacía de
menos en su casa y mi padre no le hacía caso. En realidad, nadie le hacía
caso. Eso me ha hecho preguntarme muchas cosas y me he dado cuenta de
que todo se había salido de madre. ¿Y si realmente querías lo que decías?
¿Y si no hay nada más detrás? Cuando hablaste con Rita dijiste una frase
que se me quedó grabada. Mi hombre entrará en razón. Y lo dijiste con
tanto convencimiento que me hizo dudar.
Dio un paso hacia él. —Te juro que no pretendo hacer ningún mal a
nadie y menos a ti.
Acarició su mejilla y de repente se escuchó un golpe tremendo.
Asombrados vieron que su prima y Ken habían caído al suelo y seguían
besándose como si nada.
—¡No tenéis vergüenza!
Sobresaltados los cuatro miraron hacia la puerta para ver a Rita roja de la
rabia. —¡Vuestro padre arriba sufriendo por esta situación y vosotros
entregándoos a estás zorras!
—¡Oiga! ¡Qué es mi prometido! —dijo Verónica indignada.
—¡Tú jamás serás una Barrington!
—Rita, te estás pasando —dijo Drevon muy tenso—. Eso lo decidirá mi
hermano.
—Ah, ¿sí? —preguntó este sorprendido antes de recibir un codazo de
Verónica.
Rita entrecerró los ojos mirando fijamente a Drevon. —Al parecer has
cambiado de opinión.
—He decidido darle una oportunidad. No solo por lo que siento sino
porque ha demostrado que solo está interesada en mí al firmar ese
documento. Y tú no eres nadie para meterte en lo que hago ni dejo de hacer,
así que sube a hacer las maletas ahora mismo. Tanto si me caso con ella
como sino no volverás a esta casa nunca más.
Rita palideció. —¿Qué dices? ¡Soy tan Barrington como tú!
—Puede que lleves nuestra sangre, pero solo por cómo trataste a mi
madre en vida no volverás a pisar la finca. —Dio un paso hacia ella. —
¡Tendríamos que haberle hecho caso en su momento, pero solo pensábamos
que te tenía inquina! ¡Y después de lo que he oído esta mañana, de lo que
he visto, estoy seguro de que tú tuviste mucho que ver con que se quitara la
vida!
Ken se puso en pie. —¿Qué dices?
Sin hacerle caso a su hermano señaló a Rita. —Puede que seas hermana
de mi padre, pero sabes de sobra que no te corresponde una mierda del
rancho ni de nada de los Barrington por el testamento del abuelo. —A
Madison se le cortó el aliento porque estaba realmente convencido de lo
que decía. —¡Te daremos cinco millones y desaparecerás de nuestras vidas!
¡Ya estoy harto de tus tejemanejes! ¡Puede que padre los tolere, pero yo no!
—¡Mi hermano todavía es quien manda en esta familia!
—Entonces tendrá que elegir de qué bando está. ¡A quién crees que
elegirá cuando nos ha antepuesto a sus otras hijas!
—Iré a los tribunales. ¡Se sabrá todo!
—¿Te crees que ahora me importa? —preguntó con desprecio—.
¡Hemos estado ciegos respecto a ti, pero después de esta conversación estoy
aún más convencido de que hago lo correcto! ¡Fuera de mi casa!
Sus ojos se llenaron de lágrimas de la impotencia. —Solo he querido lo
mejor para los míos.
—Te crees que no tengo memoria. —Dio un paso hacia ella amenazante.
—Siendo un niño te escuché hablar con mi madre. Le decías que mi padre
no la merecía. Aparentabas ser su amiga y mientras mi madre lloraba por su
manera de ignorarla tú la animabas y le decías que había otros hombres.
Que podía empezar de nuevo. ¡Tú la indujiste a que le fuera infiel!
—¡Ella tomó la decisión! ¡Era una prueba para comprobar lo férreo que
era su amor!
—¡No estaba bien y la confundiste! ¡Y después la castigaste por la
decisión que tomó! ¡Una decisión que destrozó su vida al lado del hombre
que amaba, porque padre nunca se lo perdonó! ¡Y cuando se enteró de que
había perdido su amor, de que amaba a otra mujer y que había tenido dos
hijas suyas, se quitó la vida! Tu sonrisa esta mañana cuando Madison te
acusó me ha confirmado ciertas sospechas que he tenido siempre sobre que
no eras realmente sincera en tu manera de ser. Me recordó miles de cosas
que he oído a lo largo de los años. Aunque me negaba a creerlo, no podía
admitir que actuaras con maldad cuando siempre nos habías cuidado. Pero
hoy he abierto los ojos y te juro que al descubrirte se me revolvieron las
tripas, porque no fui capaz de ver que mi madre necesitaba ayuda
desesperadamente y ni siquiera la recibió de sus hijos.
Ken pálido dio un paso atrás como si acabara de recibir un golpe brutal.
—Drevon, ¿qué dices?
Apretó los labios y le miró sobre su hombro. —Cuando Madison dijo
que la odiaba era cierto, hermano. Porque ella representaba todo lo que le
hubiera gustado ser, era hermosa, educada y era una Barrington. Y eso llevó
a mamá a la muerte, sintiéndose cada vez más sola, cada vez más aislada en
esta casa. Ellos fueron culpables, pero nosotros no hicimos nada.
Odiando que se echara la culpa cogió su brazo llamando su atención. —
Cielo, como has dicho eras un niño.
—Cuando murió ya era un hombre —dijo con rabia—. Pero ya no hay
marcha atrás. Ella está muerta y nosotros vamos a seguir nuestro rumbo. —
Miró a Rita. —Y tú no estarás para verlo.
—¡Hablaré con tu padre!
—No hace falta.
Se le cortó el aliento al oír la voz de Kenneth al otro lado del hall. Salió
de la cocina demostrando que había escuchado todo lo que podía sobre el
acuerdo y se detuvo en medio del hall. —Rita haz las maletas. Mañana te
llevaré a la ciudad y como ha dicho mi hijo no volverás, así que no te dejes
nada.
—No puedes hacer esto. —Le rogó con la mirada. —Soy tu hermana.
¡Lo he dado todo por vosotros!
—¿Por qué nunca me dijiste que eras mi hermana? —Ella sollozó
tapándose el rostro con las manos. —Me lo he preguntado millones de
veces y te lo he preguntado a ti, pero nunca das una respuesta clara.
A Madison se le cortó el aliento y Drevon la miró. —¿Tú lo sabes?
—Que lo diga ella, cielo.
Rita con rabia se volvió hacia ella. —¡Tú no sabes nada!
—No me retes.
—¡No, no lo sabes! ¡No lo sé ni yo! Me daba miedo y…
—Mientes.
—Nena, dilo de una vez.
—No estaba segura. Su madre estaba casada y cuando su marido murió
le dijo de quien era hija, pero no podía estar cien por cien segura.
—¡Sí que lo estaba!
—Eso era lo que querías creer, porque el que todos pensaban que era tu
padre era un borracho y un ladrón de poca monta. Era mucho mejor creer
que tu padre era el dueño de los contornos que un despojo humano —dijo
con desprecio—. Pues entérate bien, ese padre que ahora desprecias te quiso
más que a sí mismo. ¡Y te lo demostró mil veces cuando tu verdadero padre
le dio a tu madre quinientos dólares para que se deshiciera de ti!
—¡Eso es mentira! —gritó rabiosa—. ¡Mi madre me dijo que cuando era
pequeña me hacía regalos, pero luego murió y no pudo reconocerme!
Su historia era tan absurda que nadie se la creyó. —Por Dios, sube a tu
habitación —dijo Kenneth.
—No, no. —Desesperada se arrodilló ante él. —Por favor, no tengo a
nadie más que a vosotros.
—Has hecho tanto daño... —Los ojos de Kenneth no podían disimular su
pena. —A mi mujer, a mis hijos…
—¡Todo lo hice por ti! ¡No te merecía!
—Era yo quien no la merecía a ella. Yo la defraudé, yo la abandoné aun
conviviendo con ella y es algo que no podré perdonarme nunca. —Apretó
los labios. —Como tampoco te perdonaré a ti todos los comentarios
maliciosos que hacías de ella. Envenenaste nuestra relación aun sabiendo
que me hacía feliz. —Madison se llevó una mano al pecho por el dolor que
reflejaba su voz. —Llegué a odiarla por lo que había hecho y no se lo
merecía.
—Por favor, por favor… Creía que era lo mejor para ti.
—Y hasta hace unos minutos yo creía que hacía lo mejor para mis hijos,
pero me he dado cuenta de que son ellos quienes tienen que tomar la
decisión. —Miró a Drevon y a Ken. —Perdonarme, no me inmiscuiré más.
La decisión es vuestra. —Fue hasta la escalera y subió un escalón antes de
detenerse. Hundido susurró sin ser capaz de mirarles —Siento mi
comportamiento. Me disculpo por ello.
Madison se dio cuenta de que se lo decía a ellas. —No te preocupes, lo
entendemos.
Verónica hizo una mueca y Ken la apremió con la mirada. —Vale, yo
también lo entiendo. Todo ha sido un poco raro desde el principio y es
lógico que desconfiaras.
Le observaron subir las escaleras y cuando desapareció de su vista Rita
chilló de la rabia captando su atención. —¡Ellas también os defraudarán y
después me daréis la razón!
—Que coñazo de tía, no se larga —dijo Verónica—. A esta vais a tener
que sacarla de la casa a rastras.
Rita gritó furiosa antes de salir corriendo y los cuatro estiraron el cuello
para verla abrir el armario de debajo de la escalera. Madison empezó a
sentir el hormigueo en la nuca. —Cielo, el hormigueo.
—¿Qué?
—Hostia, ¿no será ese hormigueo que me dijo Verónica de que hay un
peligro? —preguntó Ken.
—Sí.
Drevon hizo una mueca. —Pues me da que no busca la maleta.
Cuando Rita sacó la escopeta ellas chillaron buscando donde esconderse
mientras los chicos corrían hacia su tía.
—¡Sal por la ventana! —gritó Verónica corriendo hacia la primera que
pilló. Tiró hacia arriba, pero no la subió y Madison fue hacia la de al lado
—. ¡No se abre!
—¡Abre el pestillo, inútil! —Tiró hacia arriba y sacó una pierna cuando
un tiro impactó en el marco de la ventana. Gritó de miedo lanzándose al
otro lado para caer en el porche de costado y gimió. —¿Por qué me pasan
estas cosas?
—¡Corre! —gritó su prima antes de cogerla del brazo para tirar de ella
cuando aquella loca salió al porche apuntándolas. Gritaron saltando la
barandilla. Su prima gimió—. No ha sido buena idea venir a Australia.
Escuchó gritos en el porche y Madison de rodillas estiró el cuello para
ver que los chicos la agarraban. —¡Qué coño pasa aquí!
Se escuchó un disparo y un grito. —¡Padre!
Madison estiró más el cuello para ver que Kenneth con cara de susto
bajaba la vista hacia su vientre donde su camisa se estaba machando de
sangre. —¡Qué nos matan al suegro!
Verónica se levantó de un salto. —¿Qué?
Corrió hacia las escaleras y subió en dos zancadas para acercarse a
Kenneth. Pasmado la miró. —¿Rita me ha pegado un tiro?
—Siéntate.
Drevon seguía forcejeando con ella y perdiendo la paciencia le pegó un
puñetazo que la desmayó. Su cuerpo cayó desmadejado en los brazos de
Ken y este la soltó dejándola caer al suelo.
Ambos se acercaron de inmediato a su padre. —¡Ken llama a
emergencias!
—Tranquilo, se pondrá bien.
Suspiró del alivio. —Hijo no te fíes que no es cien por cien fiable. ¡Me
muero!
—Que no…
—¡Pero tú has visto esto! —gritó mirándose la barriga.
—Las balas en el vientre tardan mucho en matar —dijo Verónica como
si nada.
Ken llegó con el teléfono en la mano. —¡Sí, un disparo! ¡Hostia, dense
prisa!
Se agachó a su lado. —¡Apretad la herida!
—¡No! —gritó Kenneth con horror—. ¿Sabes lo que duele esto?
—¡Hay que detener la hemorragia!
Drevon la miró como si supiera que hacer en una situación así y se
encogió de hombros. —Se salva igual. Creo.
—¿Crees? ¿Crees?
—Oye, que yo no tengo la culpa de que esa loca sacara la escopeta.
—Nena, no me hagas hablar.
—Nada, que al final siempre tengo la culpa de todo.
De repente Kenneth se echó a reír dejándoles de piedra. —Me recuerda a
tu madre.
Madison se llevó una mano al pecho. —¿De veras? Debía ser muy maja.
Se echó a reír a carcajadas. —Al principio me sacaba de quicio.
—¡Oye! —Miró a Drevon. —¿Te saco de quicio?
—¡Nena, creo que tenemos cosas más importantes entre manos!
—Pero lo hablaremos luego.
—¡Luego igual tengo que organizar un funeral!
—Ya ponen excusas para no pasar tiempo con nosotras. No te dejes,
prima.
Todos miraron a Verónica como si estuviera chiflada. —¿Qué? Un
contrato es un contrato y siempre hay que cumplirlos.
Kenneth se echó a reír de nuevo. —Al menos no os aburriréis.
—¿Y quién llevará las empresas ahora? —preguntó Madison.
—Pues nosotros —contestaron los dos a la vez.
—Ah, no. —Las primas negaron con la cabeza.
—¡Nena, esto es una emergencia!
—¡Como si se está acabando el mundo! ¡Durante los próximos tres
meses eres mío!
—Madison sé razonable.
—¿Por qué siempre tengo que ser yo la razonable?
—Eso —dijo Verónica—. Por ahí vas bien.
—Mi trabajo…
—¡A la mierda tu trabajo! ¡Yo he dejado el mío por ti! —Entrecerró los
ojos. —Y ni sexo me has dado que es para matarte. Mira la ventaja que me
lleva mi prima. Al menos se ha llevado ya diez orgasmos.
Kenneth miró impresionado a su hijo pequeño. —¿De veras? Hijo, estás
hecho un toro. Si llegaron ayer.
—Le tenía ganas, padre, ¿qué puedo decir?
Le guiñó un ojo a Verónica que se puso como un tomate. —Prima esas
cosas no se cuentan.
—Es para que lo sepa, que va muy perdido por la vida.
—Que yo voy… Nena, nos acostaremos cuando llegue el momento —
dijo entre dientes.
—¡A este paso seré vieja! ¡Y marchita! ¡Ay, que los niños me van a salir
medio bobos por parir a los cuarenta!
—Pues según un estudio —dijo Verónica—, salen más listos.
Madison la fulminó con la mirada. —¡Cierra el pico! Claro, como tú ya
vas servidita…
—Pues no creas.
—Ah, ¿no? —preguntó Ken pasmado.
—Siempre me dejas con ganas de más —dijo comiéndoselo con la
mirada.
Preocupado dio un paso hacia ella. —Pero en el buen sentido, ¿no? Tú
llegas.
—¿Que si llego? ¿Por qué crees que quiero más? Si no me hicieras llegar
no te daría ni la hora.
—Ah…
—Este es tonto —dijo Madison.
—¡Eh!
Madison miró a Drevon como si quisiera soltarle cuatro gritos. —¿Ves
cómo me tienes?
—Intentaré remediarlo cuanto antes.
—Genial. —Se levantó de un salto. —Vamos.
—¡Ahora no! ¡Mi padre se muere!
—¿No te he dicho ya que no la casca? A ver cuando empiezas a creerme,
que ya me estoy cansando.
En ese momento escucharon un sonido que se acercaba y que cada vez
era más fuerte. —¿Qué es eso?
—El helicóptero de emergencias.
—Anda, aquí los de las ambulancias vienen en helicóptero —dijo
Madison mirando al cielo.
—No siempre, en las ciudades no. Solo en los lugares donde no hay un
hospital cerca —dijo su prima—. La otra vez te trasladaron así.
—¿De veras? No lo recuerdo.
—¿Cómo lo ibas a recordar si estabas inconsciente? —preguntó Drevon
exasperado.
—Oye, ese tonito lo controlas, ¿vale? ¡Qué contenta me tienes!
Drevon la cogió por la cintura pegándola a él antes de capturar su boca y
saborearla hasta detenerle el corazón. De repente se apartó haciéndola
trastrabillar hacia atrás medio mareada y le escuchó gritar —¡Dense prisa!
—Te ha gustado, ¿eh? —preguntó su suegro satisfecho—. Es que mi hijo
todo lo hace bien.
—Madre mía, me tiemblan las piernas —susurró haciendo que su suegro
riera de nuevo.
Los de emergencias al verle reír no se lo podían creer, pero eficientes se
arrodillaron a su lado para atenderle.
—¿Ves como no te mueres, suegro? Ya te lo decía yo.
—Sí, niña. Me siento mucho más tranquilo.
—Si tiene un agujero en el estómago —le dijo un sanitario al otro por lo
bajo.
—Y de escopeta.
—¡Si mi nuera dice que no me muero, es que no me muero!
—Sí, sí, por supuesto. Nosotros haremos todo lo posible para que eso no
ocurra.
—Más os vale —dijo Drevon muy tenso.
En ese momento se escucharon el sonido de unas sirenas y Madison miró
hacia el camino por donde se acercaban dos coches que debían ser de la
policía. Miró hacia Rita que aún estaba inconsciente. La pena que había
sentido por ella se había disipado completamente, así que dijo por lo bajo
—La que te espera. Tú sí que la vas a cascar, pero bien encerrada dentro de
unos cuantos años. —Miró hacia arriba y vio una estrella que brilló más
haciéndola sonreír. —Delphine está contenta, al fin todo se ha puesto en su
sitio.
Capítulo 11

Suspiró pasando la hoja de la revista que se había comprado en el


quiosco de delante del hospital, mientras su suegro en la cama aún seguía
grogui por la anestesia.
Drevon se levantó. —¿Por qué no se despierta?
—Cielo, lo hará pronto. —Volvió la revista. —¿Quién es esta?
Drevon miró la foto. —Una actriz muy famosa que…
—Pues está preñada.
La miró como si le hubieran salido cuernos. —¿Qué has dicho?
—Ajá… —Se encogió de hombros. —A veces me vienen estas cosas. Si
fuera un bicho me forraba con los paparazzis.
—No, tienes que estar equivocada. Su marido lleva casi tres meses fuera
del país por negocios y…
—Uy, uy… cuernos a la vista.
—No jodas. ¡Su marido es mi mejor amigo!
Mirando la foto gimió antes de levantar la vista hacia Drevon que estaba
pasmado. —Igual ella se ha hecho un viajecito para verle.
—¡Hace una semana hablé con él y se quejó de que su mujer no podía
viajar por los rodajes!
—Pues sí, entonces son cuernos.
—Hostia, esto a Pete le va a hundir. La quiere muchísimo.
—Eso le pasa por abandonar a su mujer tres meses —dijo molesta—.
Mira tu madre.
Drevon se quedó en silencio mirando al vacío y Madison se preocupó
dejando la revista a un lado para acercarse y acuclillarse ante él. —Cielo,
¿qué pasa?
—Pensó en irse mil veces.
—Pero no se fue, lo intentó.
—Mi abuela se largó.
Leche, qué curriculum tenía esa familia. —Bueno, tu abuelo le era infiel.
Entrecerró los ojos. —No tenemos buena sangre. Igual es por ese el
forajido.
—No digas eso, tú no eres así.
—Ya, dejo que te peguen y no hago nada.
—No me conocías. Ahora no lo harías.
—¿Y crees que te seré fiel?
—Claro, porque lo veré venir y como se te pase por la imaginación te
cortaré eso que os importa tanto a los hombres.
—¿Y si te equivocas? No eres infalible.
Sus ojos brillaron. —Sí que lo soy.
Drevon separó los labios de la impresión. —Mentiste con lo de la lotería.
—Claro que sí. Quiero muchísimo a mi familia, pero sabía que si
sobraba el dinero en casa ya nada sería lo mismo. Así que mentí. Ellos
felices y yo también.
—Pues nena, tengo unas acciones…
—Ni se te ocurra terminar esa frase.
Drevon rio por lo bajo. —¿Tengo ya demasiado dinero?
Acarició sus muslos. —Tu dinero no me importa nada.
—No me conoces.
—Te aseguro que lo que voy conociendo me deja sin palabras. —Sus
manos llegaron a su entrepierna y le acarició por encima del vaquero
provocando que su sexo se endureciera.
—Hostia, nena. —Cerró los ojos como si sus caricias le encantaran y eso
la hizo sentirse poderosa, así que siguió acariciándole. —Joder, como sigas
así me voy a correr.
—Hay baño —susurró.
En ese momento entró el médico mirando un historial y Drevon se puso
de pie en el acto al igual que ella. Drevon la cogió por la cintura para que
cubriera su miembro erecto y dieron un paso a un lado a la vez para que se
acercara a su paciente. Madison sacó su trasero hacia atrás para rozarle y le
escuchó jurar por lo bajo.
—Parece que va muy bien —dijo el doctor Lucas satisfecho.
—Ajá… —contestaron los dos a la vez.
—Si todo va bien despertará en una hora como mucho.
—Qué bien —dijo Drevon con voz ronca antes de que Madison elevara
el trasero rozándose con su sexo. —¡Es una buena noticia!
—Sí que lo es. No las tenía todas conmigo, ¿saben? Su edad… —
Chasqueó la lengua. —Pero ha aguantado como un campeón. —Miró hacia
ellos y ambos sonrieron. —¿Están bien? Están sonrojados y parece que
respiran muy rápido.
—Aquí hace algo de calor —dijo ella.
—Lo siento, pero el aire no se pone más frío por los pacientes. Al estar
en cama suelen tener más frío que nosotros.
—No pasa nada. Tomaré un helado. Un polo. ¿Tienen polos en la
cafetería? Así puedo chupar.
El médico sonrió mientras Drevon gemía tras ella. —Sí, creo que los
hay. Para los niños.
Apretó su trasero hacia atrás. —Perfecto. —Los dedos de Drevon
apretaron sus caderas mientras su sexo liberado de su pantalón acariciaba su
nalga por debajo del vestido. Madison se quedó sin aliento de la sorpresa.
—Volveré esta tarde. Ya estará despierto. Recuerden, no puede comer
nada.
—De acuerdo —dijo ella con voz chillona sintiendo como su sexo
pasaba entre sus húmedos pliegues hasta rozar su clítoris. Creyó que se
moría de la impresión, pero disimuló sonriendo a aquel hombre que le
devolvió la sonrisa amablemente.
El médico salió de la habitación y Drevon la agarró por la nuca para
volverla y atrapar su boca. Se besaron como posesos y ansiosa se abrazó a
su cuello elevando las piernas para rodear su cintura mientras él la agarraba
por los glúteos y la volvía para pegarla a la pared. Al sentir su sexo rozando
la entrada de su vagina gimió apartando su boca. —Tu padre…
—No se despertará en una hora —dijo antes de besarla de nuevo.
Se apartó de nuevo. —Puede entrar alguien.
—¿Va a entrar alguien?
Pensó en ello. —No, tenemos una hora.
—Joder menos mal. —Entró en ella de un solo empellón y Madison
gimió arqueando su cuello lo que la pared le permitía mientras cerraba los
ojos por el placer que la traspasó, algo realmente maravilloso que la
recorrió de arriba abajo. —Nena, eres preciosa. —La llenó del todo y sus
caderas se alejaron para volver a llenarla. —Estás muy mojada, ¿deseabas
esto? —La agarró por la nuca haciendo que su rostro le mirara. —Abre los
ojos, nena. —Los abrió muy lentamente embriagada de placer y cuando lo
hizo entró de nuevo en ella provocando que un gemido saliera de su
garganta. —Ah, no… No puedes gritar. —La mano de su nuca fue a parar a
su boca. —No grites. —La llenó de nuevo y un jadeo salió de su garganta.
—Joder nena, no grites o nos echarán del hospital. —La agarró por el
trasero y la llevó hasta el baño cerrando la puerta con el pie antes de
sentarla sobre el lavabo. El movimiento de su miembro la volvía loca y con
cada embestida su cuerpo pedía más, así que los jadeos se volvieron gritos
de necesidad. Sus manos se aferraron a su cuello y Drevon entró en ella con
más fuerza de una manera tan contundente que la dejó al borde del abismo
y frustrada clavó las uñas en él exigiendo más. Y regresó, la llenó de nuevo
y ambos temblaron al unísono explotando en un orgasmo que les dejó sin
aliento. Madison jamás sintió tanta felicidad como en ese momento aferrada
a él y entonces pensó que disfrutara de ello ahora que podía porque no iba a
ser para siempre. Drevon no lo permitiría.

—Estás muy callada —dijo Verónica mirándola preocupada.


En la cama del hotel donde los chicos habían insistido que se
hospedaran, se volvió para ver que estaba sentada en la cama de al lado. —
No pasa nada.
—Siento que me ocultas algo. Llevas una semana de lo más rara.
Suspiró sentándose. —Las declaraciones de Rita en el juzgado me
preocupan.
—Que le den a esa bruja. Que les den a todos.
—Hemos quedado como dos locas. Hasta han salido dos de mis clientes
de Chicago hablando de mis pálpitos.
—¿Y? Así tendrás más éxito cuando pongas la consulta.
—Drevon no quiere que la ponga.
—¿Por qué? Ayudas a mucha gente.
—Nunca aceptará que tenga una consulta aquí. Nunca aceptará lo que
soy.
Verónica se levantó de su cama y se sentó en la suya. —Pero eres así. No
haces nada malo.
—¿No? Desde que hemos llegado le he dicho que su madre le fue infiel
a su padre, que su padre le fue infiel a su madre y encima tiene dos
hermanas. Que su asistenta es hermana de su padre, que su tía malmetió en
su matrimonio y eso ha hecho que casi maten a Kenneth…
—Nada de eso ha sido culpa tuya. En esa familia hay demasiados
secretos.
—¿Y quién soy yo para sacarlos a la luz?
—Fueron las circunstancias, no eres responsable de sus errores.
—No, soy responsable de los míos. Las gemelas no pueden salir de casa
por el acoso de la prensa.
—Ahora sabrán lo que es ser una Barrington. Tarde o temprano lo iban a
pasar.
Negó con la cabeza. —Hace tiempo que sabía que no aceptaría mi
condición, pero decidí ignorarlo por todo lo demás. Por Dios, si hasta he
descubierto que la esposa de su mejor amigo le es infiel y está embarazada.
Pete es feliz y ahora Drevon se siente responsable de saber que ella está
embarazada de otro, dice que tiene que contárselo.
—Bueno, si fuera mi amigo, a mí me gustaría saberlo.
—¿No te das cuenta de que Pete sufrirá?
—Por los cuernos de su mujer, tú no tienes la culpa de que esa sea un
pendón. —La cogió por la barbilla para que la mirara. —Eh, Ken me ha
dado las gracias por todo lo que has hecho.
—¿De veras?
—Dice que al menos sabe la verdad sobre la muerte de su madre y aún
están a tiempo de conocer a sus hermanas. Imagínate si se hubiera
descubierto todo cuando se abriera el testamento del viejo. Además, la
madre de las niñas está loca de contenta porque se sepa todo y se alegra
muchísimo de que los chicos no se lo tomaran mal. ¿Te das cuenta de todo
el bien que les has hecho a esas niñas? ¿De todo el bien que has hecho a
esta familia? Rita era un veneno, un auténtico bicho que ha malmetido
desde hace años. No te flageles por haberles librado de ella.
—No sé… —Se pasó la mano por la frente.
—Ahora dime realmente lo que ocurre. ¿Qué no va bien con Drevon?
Suspiró antes de mirarla a los ojos. —No habrá boda.
Verónica separó los labios de la impresión. —Pero si se os ve genial
juntos. A cada rato os escapáis del hospital para tener sexo salvaje. A pesar
de todo lo que ha pasado está contento. Dijiste que era tu pareja.
—Y lo es. Y yo soy la suya, pero no puedo luchar contra lo que él es y
no querrá ser mi marido cuando llegue el momento. Lo he sentido. —Sus
preciosos ojos se llenaron de lágrimas. —Dios mío, ¿qué voy a hacer?
—Tienes que estar equivocada. A veces te equivocas. Estabas
convencida de que es el amor de tu vi… —Su prima lo entendió. —Eso no
significa que tengáis un futuro juntos.
Se echó a llorar tapándose el rostro. —Tenía que haberme dado cuenta
desde el principio. Su rechazo, su desdén, él nunca me amará.
—No digas eso. —Apartó sus manos. —Claro que te amará, tiene que
amarte.
—¿Por qué? No soy nada de lo que él quiere en una esposa. Es más, solo
le proporciono escándalos. Desde que nos conocemos su apellido está en
boca de todos. ¿Cómo crees que han sido las esposas Barrington hasta
ahora, eh? Mujeres calladas, sumisas, elegantes, discretas… ¡Todo lo
contrario a mí! ¿Crees que me elegirá en lugar de otra que no le dé
problemas? ¿Cualquier niña rica preparada para ser la esposa de alguien
importante desde su nacimiento? ¡Yo no soy nadie! ¿Por qué crees que su
padre las casaba con hijas de sus iguales? ¿Me ves a mi dándole la mano al
primer ministro? ¿Al presidente de los Estados Unidos? Venga aquí, que le
voy a decir cuatro cosas sobre lo que pasa en el despacho oval. ¿Crees que
sería capaz de cerrar la boca? Drevon sabe que no. Sabe que no estoy
preparada y no querrá dar el paso.
Verónica apretó los labios. —Tienes que hacer algo.
—¿Y qué puedo hacer? Mira cómo se ha comportado desde que su padre
está en el hospital. Es amable, atento y muy apasionado cuando estamos
juntos, pero bien que ha mantenido las distancias enviándonos a este hotel.
—Por la prensa.
—Exacto. ¡Rompiendo nuestro acuerdo!
Los ojos de Verónica brillaron. —Precisamente, tú lo has dicho.
Se le cortó el aliento. —¿Qué estás pensando? ¿Es lo que creo?
—Han roto el acuerdo. Los dos.
—No metas a Ken en esto. No te ha defraudado y puedes cabrearle.
—Tenemos que hacerlo las dos para que Drevon no la pague contigo.
Déjame a Ken a mí.
—No lo entenderán, su padre está en el hospital. Se van a enfadar
muchísimo. —Asustada por su prima cogió su mano. —No lo hagas.
Apretó los labios. —Las dos hemos venido hasta aquí y o triunfamos las
dos o se rompe la baraja. Pienso apoyarte en esto.
—No tienes que sentirte mal por aquello del secreto de su padre, hiciste
bien.
—Te traicioné y es algo que no pienso volver a hacer jamás. Me sentí
miserable pensando solo en mi felicidad. O las dos o ninguna, prima.
Se abrazó a ella llorando en su hombro y Verónica acarició su espalda
dejando que se desahogara. —Shusss, todo va a salir bien. —Madison
sollozó muerta de miedo. ¿Y si destruía también la posibilidad de su prima
de ser feliz? Se apartó para mirarla. —No puedes hacerlo.
—Lo voy a hacer, quieras tú o no.
—Estás embarazada.
Verónica palideció. —¿Qué?
—Vas a tener un hijo suyo, no puedes hacerlo.
—Pero…
—Escúchame. —Cogió sus manos. —Sé que hemos estado siempre
juntas, pero no puedes arriesgarlo todo por mí.
Los ojos de Verónica se llenaron de lágrimas. —Prima…
—No eres egoísta por luchar por tu felicidad, por tu hijo y por Ken.
Ahora son tu familia.
—Tú eres mi familia.
—Y jamás dejaré de serlo, pero debes seguir tu camino. Yo siempre
estaré ahí para ti y tú estarás para mí.
—En este caso no quieres que esté a tu lado. —Sollozó. —Por favor
tienes que luchar y lucharé contigo.
—No puedo. —Entonces supo que decisión tomar. —Cuando más
tiempo pase mayor será el dolor y no podré soportarlo. Tengo que irme
ahora, es lo mejor para todos.
—¡Pero ahora él es feliz a tu lado!
Sonrió con tristeza. —Si fuera feliz a mi lado no hubiera insistido en que
durmiera aquí. Y sabes que Ken te pidió lo mismo porque lo hacía su
hermano. Se notaba que él no quería.
—¡Pero lo hizo!
—Si tú no hubieras venido conmigo, la falta de Drevon se hubiera
notado mucho más. Ken no quería dejar en evidencia a su hermano y lo
sabes.
Su prima sollozó. —No puedes irte. —Se abrazaron con fuerza. —No
recuerdo la vida sin ti.
—Tienes avión, irás a verme.
—Eso no lo dudes. Te quiero.
—Y yo a ti. Eres la hermana que nunca tuve. —Acarició su cabello y se
apartó. —Prométeme una cosa.
—Lo que quieras.
—Voy a escribir una carta para Drevon y quiero que mañana le llames
cuando mi avión se haya ido. Debe venir aquí y quiero que la lea en
privado. Tiene que estar solo, prométemelo.
—Te lo prometo.
Capítulo 12

Verónica muy nerviosa abrió la puerta y Drevon entró seguido de su


hermano. —¿Qué haces tú aquí? —preguntó pasmada a su novio.
—Todo esto me parece muy raro y quiero enterarme. —Miró a su
alrededor. —¿Dónde está Madison? ¿No habrá salido sola con toda la
prensa en la puerta?
—Sí que ha salido. Ha salido del todo.
Drevon juró por lo bajo. —¿A dónde? ¿Qué puede ser tan importante
como para salir del hotel?
—Tenía que coger el avión.
Drevon entrecerró los ojos. —¿Qué avión? ¿Ha vuelto a la finca? Walter
no me ha llamado para decir que iba a preparar el avión.
—No, no se ha ido a la finca. —Cogió el sobre de encima de la mesilla
de noche y se lo tendió. —Ha vuelto a Chicago.
Le arrebató el sobre. —¿Qué coño me estás contando? —Rasgó el papel
para sacar lo que había dentro.
—¡Espera! —La miró. —Ella quería que estuvieras solo cuando la
leyeras.
Ken cogió su mano. —Esperaremos en el pasillo.
—No hace falta —dijo entre dientes sacando las hojas.
Verónica y Ken vieron como leía la carta a toda prisa.

Querido Drevon.
Estoy convencida de que en este momento estás furioso y defraudado
por enterarte de mi partida cuando te había dicho que no me iría, pero te
aseguro que es lo mejor para los dos. Sobre todo para mí. Siento ser tan
egoísta, pero no podía enfrentarme a tu rechazo en cuanto pasaran esos
tres meses. Tres meses que solo aumentarían mi amor por ti mientras que tú
solo te darías cuenta de lo inadecuada que soy para compartir tu vida. Sé
que te atraigo, que sientes que me necesitas, pero cuando llegara el
momento serías muy consciente de todo lo que nos separa y decidirías que
podrías seguir tu camino sin mí. Y seguramente podrás hacerlo, pero yo en
ese momento ya no podría y ya no sabría qué hacer. Soy una cobarde, no
puedo enfrentarme a ti y decírtelo en persona, lo reconozco, pero es que no
sabía cómo decirte que a pesar de entrar en tu vida, de ponerla patas
arriba no tengo el valor de llegar hasta el final. Ahora estás enfadado, pero
dentro de unos días te darás cuenta de que es lo mejor para los dos. Sé que
me recordarás siempre como yo a ti y que algún día sonreirás al pensar en
los momentos que hemos pasado juntos. Momentos muy locos y
surrealistas, pero únicos. Te deseo toda la felicidad del mundo. Deseo que
la persona que elijas te ame por encima de todo, porque jamás dudes que
mereces ese amor.
Tuya siempre,
Madison
Posdata:
Por favor no la tomes con Verónica por esto, ¿quieres? Ella no tiene la
culpa de nada y quiere muchísimo a Ken. Sé que él apostará por su
relación y merecen una oportunidad a pesar de lo que diga nadie. Dios, la
voy a echar muchísimo de menos. Nunca dudes que dejo ahí gran parte de
mi corazón.

Dejó caer la mano que tenía la carta antes de volverse para mirarles
incrédulo. —¿Qué es esto, Verónica?
—No he podido detenerla —dijo con lágrimas en los ojos—. Estaba
convencida de que no te casarías con ella.
Ken asombrado dio un paso hacia él. —¿Es cierto? —Drevon apretó los
labios. —¿Firmaste el último acuerdo pensando en dejarla? Creía que eso
había quedado atrás después de oírla hablar con Rita.
—No puedo negar que he tenido mil dudas. ¡Pero todavía era pronto!
¡Dijo que no se daría por vencida!
Verónica incrédula susurró —¿Pero quién te crees que eres? —Él se
tensó arrugando la carta en su mano. —¡Quién te crees que eres para jugar
así con sus sentimientos! Creí que le darías una oportunidad. ¡Después de
todo lo que pasó por estar a tu lado se la merecía!
—Pensaba intentarlo.
—¡A mí no me mientas! ¡Solo querías ahorrarte los cien millones,
maldito egoísta!
—Eso no es cierto. —Pálido miró a su hermano. —¡No es cierto!
—Puedes intentar mentirle a ella, pero yo he hablado de esto contigo
varias veces. Incluso la mañana en que dispararon a papá pensabas en
echarla a patadas. ¡Fui el primer sorprendido cuando mencionaste una
nueva negociación!
Verónica entrecerró los ojos. —Dios mío, ¿qué ocultas?
—¡No sé de qué hablas!
—¿Qué ocultas para que Madison haya salido corriendo? ¿Qué es lo que
no me ha dicho?
Drevon de repente les miró sorprendido y se volvió llevándose las manos
a la cabeza y Verónica palideció. —¿Qué has hecho? —gritó histérica.
Ken preocupado dio un paso hacia él. —Hermano, ¿qué ocurre?
Dejó caer las manos y se volvió para mirarles. —Esto tiene que ser por
Pete… No se me ocurre otra cosa que haya podido molestarla.
—¿Tu amigo? —preguntó Verónica antes de dar un paso atrás
impresionada—. Es hijo tuyo.
—Claro que no, ¿estás loca? Pero me lo pidió.
—¿Qué? —Ken no se lo podía creer. —¿Te pidió que te acostaras con su
mujer?
—Claro que no, ¡quería que fuéramos a una clínica! Pero no me sentí
capaz. ¡Solo pensar que un hijo mío creciera sin saber que yo era su padre
me revolvía las tripas! Pero ella debió buscar otro donante. Al principio
pensé que le había puesto los cuernos a Pete, pero después de darle vueltas
me di cuenta de que habían hecho lo mismo con otro. Por eso él se fue del
país, para no estar presente en ese momento.
—¿Y qué tiene que ver eso con Madison?
—¡Ha debido creer que el niño era mío!
—Mi prima no es tonta. ¡Es otra cosa!
—Te juro que no. Piénsalo bien, tiene que haber una razón poderosa para
que se fuera. Para que se diera por vencida al creer que no me iba a casar
con ella. Y si piensa que voy a tener un hijo con otra… —Perdió todo el
color de la cara dando un paso atrás. —Lisa.
Ken juró por lo bajo. —No jodas. ¿Y de quién es, tuyo o mío?
—¿Cómo que tuyo? —gritó Verónica exaltada.
—Preciosa cálmate.
—¿Que me calme? —Le señaló con el dedo. —¡Más te vale que no sea
tuyo! ¡Qué manía tenéis los Barrington de ir haciendo niños por ahí!
—Solo fue una noche, cielo.
—¡Con eso basta!
Drevon gritó —¡Callaos! ¡No puedo ni pensar!
Ambos le miraron. —Si Lisa está embarazada debe estar de más de
cuatro meses. ¿Por qué no ha dicho nada? —dijo Ken.
—Por nuestro escándalo.
—Está esperando que las cosas se calmen —dijo Verónica—. ¿Su padre
no era también un pez gordo?
—Sí, no querrá verse envuelto en todo esto.
Ken asintió. —En tres meses se habría olvidado. Ella daría la noticia y
dejarías a Madison compuesta y sin novio por cumplir con tu deber. Por eso
se ha ido. ¡Por eso dice en esa carta que no es adecuada para ti!
—¡Porque una pija que es mucho más adecuada para ser tu esposa va a
tener un hijo tuyo!
—¡Joder, joder! —Drevon se volvió y miró por la ventana. Durante
varios segundos miró la ciudad antes de bajar la vista hasta su mano donde
aún estaba la carta.
Una lágrima recorrió la mejilla de Verónica porque él mismo había dicho
lo que ocurriría si una mujer tuviera un hijo suyo. Se le revolverían las
tripas porque creciera sin él. —No vas a ir a buscarla, ¿verdad?
Sonrió con tristeza. —Me conoce mucho mejor de lo que creía. —Se
volvió. —No, no voy a ir a buscarla. —Fue hasta la puerta. —Se merece
algo mejor que un Barrington.

Cuatro meses después

Madison se despertó sobresaltada y se sentó con la respiración agitada.


Se pasó la mano por su sudorosa frente. —Dios mío… —Se tiró al teléfono
y llamó a su prima, pero no lo cogían. —Vamos, vamos… —Volvió a
marcar, pero esa vez ni dio tono. Saltó de la cama e histérica empezó a
caminar de un lado a otro marcando de nuevo. Se maldijo por no tener el
número de Ken. Entonces se le cortó el aliento recordando las llamadas con
Drevon durante esa semana en Sídney antes de irse del país. Apretando los
labios marcó su número porque no tenía más remedio.
—¿Nena?
Su voz indicaba que estaba ansioso por hablar, pero Madison no estaba
para pensar en eso en ese momento. —Sí, soy yo. ¿Dónde estás? ¿Estás en
el rancho? ¿Dónde está Verónica?
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?
—¡Dónde está Verónica!
—Está aquí en la ciudad con Ken. Mañana tenían cita en el médico.
Gimió llevándose la mano a la nuca. —Dame el número de su piso,
tengo que hablar con ella.
—Nena…
—¡Ahora Drevon! ¡Es importante!
—Apunta.
Nerviosa miró a su alrededor y corrió hacia su escritorio cogiendo un
boli. —Dime.
Él dijo número por número y cuando terminó colgó sin despedirse.
Volvió a marcar, pero se dio cuenta cuando terminó de pulsar el último
número de que no había puesto el prefijo de Australia. Gritó de la rabia y
volvió a marcar. Impaciente se lo puso al oído, pero no contestaba nadie.
Volvió a marcar y ocurrió lo mismo, así que volvió a llamar a Drevon. —
¡No lo cogen!
—Habrán salido. Nena, aquí son las seis de la tarde.
—¿Dónde estás?
—En la oficina. ¿Me quieres decir qué ocurre?
—He sentido que está en peligro.
—Trataré de localizarles, ¿de acuerdo? Tú no te preocupes.
—¿Cómo no voy a preocuparme? —gritó de los nervios.
—Nena, ya salgo de la oficina. Te llamaré en cuanto sepa algo.
—Sí, hazlo. —En cuanto colgó se sentó en la cama muerta de miedo
porque a su prima le pasara algo. Entonces sintió que tenía que ir y antes de
darse cuenta estaba vistiéndose. Apenas veinte minutos después estaba en
un taxi camino del aeropuerto. Se puso el móvil al oído y esperó.
—No les encuentro, Madison. El portero dice que les vio salir a las
cuatro. Se subieron a un taxi y aún no han vuelto.
—¡Llama a la compañía de taxis! ¡Averigua a dónde fueron!
—No van a darme esa información.
—¡Eres Drevon Barrington! ¡Di que temes que se haya cometido un
secuestro o algo así! ¡Se cagarán encima pensando en una posible demanda!
—Te equivocaste, nena. Podrías haber sido una Barrington con todas las
letras —dijo antes de colgar.
—¿Me equivoqué? —Miró el teléfono. —¿En qué me equivoqué?
—¿Qué?
Miró a su alrededor. —¿Todavía vamos por aquí? ¿No le he dicho que se
dé prisa?
Una hora después estaba ante la cola de embarque en un vuelo que le
había costado cinco mil dólares. —Malditos usureros. —Estaba
cabreadísima y Drevon sin llamar. Solo pensar en el larguísimo vuelo que
tenía por delante se ponía como una moto. Miró la cola que no se movía y
el mostrador que estaba ante la cola. —¡Eh! ¡A ver si espabiláis, guapas!
¡Una se maquilla en casa! —gritó a las auxiliares de vuelo que se pusieron
como tomates. Señaló a la pantalla de televisión. —¡Ahí pone embarcar!
¡Para que nos llamáis y después nos hacéis esperar!
Abrieron el cordón de inmediato. Estaba a punto de llegar a dar su billete
cuando sonó su móvil y tuvo que salir de la fila. —¿Les has encontrado?
—Les dejaron ante unos cines. Vieron una película y ahora no hay ni
rastro.
—Drevon… —dijo angustiada.
—No sé qué pasa con sus teléfonos. ¿Te ha venido algo más? ¿Alguna
pista, un pálpito?
—No, solo sé que debería estar en el rancho, así que algo en la ciudad la
pone en peligro.
—Nena, seguiré insistiendo. Volveré a su piso. Aunque el portero está
avisado de que deben llamarme.
—Entonces es que no han llegado. Prométeme algo, Drevon.
—Lo que quieras, pídeme lo que quieras.
—Si les encuentras antes de que pase cualquier cosa, súbela al avión
para regresar a la finca.
—Te lo prometo. Tú no te preocupes.
—Te llamaré cada hora. En el avión hay teléfono de tarjeta de crédito.
—¿Estás de camino? —preguntó pasmado.
—¿Tú que crees? —preguntó de los nervios.
Él carraspeó. —Pues muy bien, nena. Enviaré a alguien a recogerte.
—Gracias. ¡Encuentra a mi prima!
Drevon colgó el teléfono y suspiró dejándose caer en el sofá de la casa
de su hermano. —Está de camino.
—Perfecto —dijo Verónica con la boca llena de helado de chocolate
sentada en la butaca con el pie vendado sobre la mesa de centro—. Siempre
ha sido muy exagerada desde lo de mi abuela.
—Creo que más vale prevenir y estaba muy asustada —dijo Drevon
molesto—. Joder, no ha sido buen idea que no contestarais al teléfono. ¡Va a
llegar de los nervios!
—Está de camino, ¿no? ¡Era lo que querías! Lo que pasa es que estás
cagado porque a ver cómo le explicas lo que ha pasado.
—Mierda… —Se levantó y escuchó la risa de su hermano. Giró la
cabeza para fulminarle con la mirada. —¿Te hace gracia?
—No fuiste a buscarla por una mujer que embarazada de otro ha
intentado colarte que el niño era tuyo. Una mujer que te ha tomado el pelo
durante dos meses hasta que su amante, amigo tuyo y de Pete, te confesó
que se habían acostado. Caíste en la trampa más vieja del mundo, hermano.
—¡Y Madison no me avisó!
—¿Encima que la dejas tirada quieres que te avise?
—Si lo hubiera aclarado todo, no hubiera pasado nada —dijo entre
dientes.
—Claro, como vuestra relación se basa en todo lo que confías en mi
prima… Lo has demostrado desde el principio. Siempre le has dado todo tu
apoyo.
Drevon miró a su hermano. —Joder, qué boca tiene.
Ken rio por lo bajo. —La verdad es que te has lucido con tu mujer. A ver
cómo lo solucionas.
Verónica chasqueó la lengua. —Lo más interesante es que Madison no
ha mencionado ese tema en absoluto en ninguna de las ocasiones que
hablamos por teléfono. —Se metió la cuchara en la boca. —De hecho no
quiere hablar de ti para nada. Aunque sí me habla de Bill, lo que me indica
que ya ha pasado página.
Se tensó. —¿Bill? ¿Quién es Bill? ¡Por qué no me has hablado de él! —
gritó sobresaltándola.
—Bueno, pensaba que tampoco querías hablar de ello. ¿No fue lo que
dijiste? Merecía algo mejor que un Barrington.
—¿Quién es Bill?
—Su nuevo novio.
—¿Su qué? —preguntó incrédulo—. ¡Ya veo cuánto me quería!
—Bah, solo es una distracción. Loquito le tiene. Bueno, ella tiene
ventaja para ligar porque siente cuando le atrae a un hombre, pero no creo
que le dure mucho.
—¡Claro que no le va a durar!
—Uy, qué posesivo cuando la dejó tirada.
—Que yo la dejé… Mira, no me hagas hablar. ¡Ella se largó!
—La ibas a dejar tirada. ¡De hecho la dejaste tirada!
Gruñó volviéndose y Verónica soltó una risita por sacarle de quicio.
—Preciosa, dale una tregua, ¿no ves que está de los nervios?
Drevon se volvió de repente. —Necesito un plan.
—¿Un plan?
—¡Para que no se largue en cuanto le cuente lo que ocurrió! —Miró a
Verónica. —Tienes que ir al rancho.
—Mañana tengo médico.
—¡Allí hay un médico estupendo!
—Estarás de coña.
—Ya lo tengo, adelanta la cita. Dile a la doctora que ha surgido algo y
que necesitas que te vea a primera hora. Madison todavía no habrá llegado.
Cuando llegue tú ya irás camino del rancho y… Cuando la recoja en el
aeropuerto os seguiremos. Le prometí que te enviaría al rancho, así que
asunto arreglado. —Verónica miró a Ken que hizo una mueca. —¿Qué? ¿A
qué viene esa cara?
—Teníamos previsto quedarnos toda la semana. El sistema legal
australiano es distinto al americano y ha tenido que estudiar mucho para
intentar convalidar sus estudios. Tiene el examen este viernes.
—Joder… —Se llevó las manos a la cabeza. Entrecerró los ojos. —
Bueno, no tenéis por qué estar allí, sino que ella tiene que pensar que estáis
allí. Eso es, lo importante es que llegue.
—No sé si me gusta este plan —dijo Verónica—. Se va a preocupar
cuando no me encuentre allí. ¡Y después se va a cabrear porque la vas a
secuestrar!
—Qué va. Secuestrar es una palabra muy fuerte.
—¡Cómo sino lo hubieras hecho antes!
—Eso fue distinto y lo sabes.
—Sí, claro. —Asombrada se volvió hacia Ken. —¿Es que no puede
declararse y ya está?
—Mi hermano es un poco inútil a la hora de expresar sus sentimientos
—dijo Ken a punto de reírse.
—Muy gracioso.
Verónica se adelantó. —Mira, esto es sencillo. Solo tienes que ser
sincero respecto a lo que sientes.
—¡Cómo si fuera tan fácil después de lo que ha pasado!
Salió dando un portazo y Verónica soltó una risita. —Se lo va a comer
vivo. Le va a pillar en cuanto ponga un pie en este país. Eso si ya no está
mosqueada con el asunto, que puede ser.
—¿Eso crees? —Su novio se sentó a su lado. —Preciosa, deberíamos
ayudar.
—No, majo. Mi prima se basta y se sobra.
—Me refería más a mi hermano.
Le fulminó con la mirada. —¿Ayudar a tu hermano? ¿Ese que creía que
iba a tener un hijo con otra y que la dejó ir? ¿A ese quieres que ayude? ¡Qué
se busque la vida! —le gritó a la cara.
—Preciosa, ¿te duele el tobillo? Estás muy gruñona.
—Si me hubieras cogido al salir del cine, no hubiera acabado espatarrada
en la acera. ¡Casi la casco porque tú ibas mirando el móvil! ¿Y si hubiera
caído en la calzada y me hubiera arrollado un taxi?
Ken la miró pasmado. —¿Y ahora quién está exagerando?
—¿Exagero? Pues si mi prima viene de camino es por algo. ¡Así que
vigílame!
Agarró el envase de helado. —Mejor eliminamos el azúcar que te estás
alterando un poco. Y sobre eso de la vigilancia no pienso quitarte ojo. ¿Qué
tal si vamos a la cama que es un lugar muy seguro?
Verónica soltó una risita. —Me parece una idea buenísima.
Capítulo 13

Sentada en el asiento de primera que le habían dado entrecerró los ojos


colgando el teléfono. Qué raro estaba Drevon. Parecía… ¿Nervioso? Leche,
si hasta acababa de tartamudear diciendo que su prima se acababa de subir a
un avión para ir a la finca y que estaba bien. Uy, qué mentira… ¿Qué estaba
pasando allí? Miró el teléfono y volvió a meter la tarjeta de crédito para
marcar el número del móvil de Verónica.
—¿Diga? —susurró.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, me torcí el tobillo.
Suspiró del alivio. —¿Solo eso?
—Bueno, fue una caída de aúpa, porque intentando cotillear lo que Ken
miraba en el móvil no me di cuenta de que había un bolardo y me pegué
una leche de primera, pero estoy bien y el niño también.
Uf, menos mal. —¿Y qué le pasa a Drevon? ¿Por qué no me dice la
verdad? ¿Es que no has hablado con él? —Se hizo el silencio al otro lado.
—¿Verónica?
—Shusss, Ken está en la ducha. —Madison escuchó como se alejaba. —
¿Qué has sentido?
—Que me miente con cada palabra que dice.
—No vas nada mal. ¿Y sabes por qué?
Entrecerró los ojos. —No fue a buscarme después de que esa zorra se la
jugara.
—Caliente, caliente. ¿Por qué no me dijiste nada?
—Porque sabía lo que dirías y la decisión era suya. Y la tomó. No me
quiso en su vida, pero ahora se arrepiente, ¿no? ¡Pues se va a arrepentir de
veras! —gritó haciendo que todos los que la rodeaban la miraran. Miró
hacia ellos y dijo —Un mal novio. Pésimo.
Varias asintieron y una dijo —Pues dale caña.
—Eso pienso hacer.
—¿Con quién hablas?
—No importa. ¿Estás en el rancho?
—No, tengo el examen el viernes.
—Es verdad. ¡Le dije que te llevara al rancho! Es que nunca me hace
caso.
—Estoy bien.
—¿Seguro? Tú por si acaso no salgas de casa en un par de días.
—Mañana tengo médico.
Lo pensó. —No, no es eso. El niño está bien. De hecho ahora me siento
mucho mejor, creo que todo ha pasado, pero por si acaso…
—No seas paranoica.
—¡Es este hombre que me tiene de los nervios! ¡Cuatro meses sin
llamar! —Las mujeres a su alrededor entrecerraron los ojos con cara de
mala leche. —Y ahora qué quiere, ¿eh? —Se llevó la mano al pecho de la
impresión por el pensamiento que la asaltó. —¿Secuestrarme de nuevo?
¡No tiene vergüenza!
La que estaba al otro lado del pasillo dijo —Llama a la policía.
—Señora, métase en sus cosas. Mi hombre es un poco rarito, pero muy
íntegro y si me quiere secuestrar es asunto nuestro.
—Ah…
—¿Quién es esa?
—Una cotilla.
La mujer jadeó mientras su prima decía —Pasa de ella. ¿Qué vas a
hacer?
—Uy, qué mala leche se me está poniendo…
—No me extraña, guapa. Si mi Ken me hace algo así, le capo.
—Oye, ese contrato que firmamos…
Verónica soltó una risita. —Ya veo por donde vas. Quizás se lo recuerde
yo también a Ken, que no ha mencionado la boda preñada como me tiene.
—¿Se está relajando? —preguntó bien alto—. ¡Prima ponle las pilas!
—Eso pienso hacer. Y te aconsejo que hagas lo mismo.
—Ya verás la cara que va a poner cuando le reclame la pasta. —Soltó
una risita sintiéndose genial. —Cien millones. Se le van a caer los palos del
sombrajo.

Tiró de su trolley sintiéndose con fuerzas renovadas. A ver por dónde le


salía. En cuanto salió de la recogida de equipajes le vio al otro lado de la
valla de plástico y para su sorpresa sonrió como si estuviera encantado de
verla. Se acercó a toda prisa. —¿De qué te ríes? ¿Te has quedado tonto con
tanto sol? ¿Dónde está mi prima?
Perdió la sonrisa de golpe. —Nena, ya te he dicho que está en el rancho.
—¿De veras? ¿Y por qué no me coje el teléfono?
—Pues no lo sé.
—Ya verás cuando la pille. ¡Me tiene de los nervios!
Varios les miraron y Drevon carraspeó. —¿Nos vamos?
—¡Claro que nos vamos, no he venido hasta aquí para quedarme en el
aeropuerto! —Rodeó la valla de plástico y dejó la maleta ante él antes de ir
hacia la puerta.
Drevon sonrió siguiéndola a toda prisa. La pilló en la acera mirando a su
alrededor. De repente fue hacia un coche y el chófer confundido miró hacia
él, pero abrió la puerta ella misma para meterse en la parte de atrás y cerró
dando un buen portazo que bien podría haber hecho la puerta giratoria. Si
que le funcionaban los pálpitos, sí. De repente se detuvo en seco. Los
pálpitos. Joder, seguro que ya le había pillado. Mierda. Se quedó mirando el
coche y la ventanilla se bajó para mostrar su rostro y era evidente que
clamaba venganza. —¡Vamos!
—Nena… —Le entregó la maleta al chófer y abrió la puerta para
sentarse a su lado, pero no se movió un milímetro para dejarle pasar. Gruñó
cerrando la puerta y rodeó el coche para abrir la otra puerta sentándose a su
lado. —¿Estás enfadada?
—¿Yo? No, qué va… —dijo con ganas de sangre.
—Si dejas que me explique…
Giró la cabeza como la niña del exorcista. —Explícaselo a mi abogada,
guapo. Por cierto, ya puedes ir firmando el cheque que ya que estoy aquí
me lo llevaré conmigo cuando regrese.
—¿Perdón?
—¿El cheque? Cien millones de dólares. No hubo boda, ¿recuerdas?
—¡Te fuiste!
—En ningún momento renuncié al contrato. Me lo ha dicho mi abogada.
Fuiste tú quien no cumpliste ninguno de los dos tratos. Y mira que te di
facilidades… Pues nada. Incumplimiento de los dos contratos, así que tengo
derecho a mi indemnización. —Se acercó y dijo —Suelta la pasta
Barrington.
—No pienso soltar nada. ¡Te fuiste!
—Nada, que no lo pilla. Ya te lo explicará mi prima que es más lista que
el hambre. Por cierto, también tendrás que pasarme la pensión.
—¿Qué pensión? —preguntó asombrado.
—La de cincuenta mil al mes hasta que la niña tenga veinticinco años.
Perdió todo el color de la cara. —¿Estás embarazada? ¡Si no se te nota
nada!
—Estoy de cuatro meses, idiota. ¿Qué pensabas, que me iba a inflar
como un globo desde el principio?
Estiró el cuello de la camisa como si le ahogara. —Vamos a ver, nena,
creo que no lo entiendo bien. Cuando hablas de niña… ¿Vamos a tener una
niña?
—¡No! —Suspiró del alivio cabreándola aún más porque cuando aquella
zorra abortó al que creía su hijo se había enfadado muchísimo, pero si ella
no estaba embarazada hacía fiesta. Le iba a sacar hasta los higadillos, por
capullo. —¡La voy a tener yo! ¡Tú solo vas a pagar! —Miró hacia la
ventanilla. —¿Este a dónde va?
—Vamos a la pista privada donde está el avión. Vamos al rancho.
—Bien —dijo haciéndose la tonta—. Tengo que ver a mi prima cuanto
antes. Y que así te deje las cosas muy claritas con eso del contrato. El
primero, porque el segundo ya no tiene efecto.
—¿Por qué?
—Será porque han pasado cuatro meses y no has cumplido ninguna de
sus cláusulas. Así que es el primero el que estaba vigente, hasta que pasó el
mes, claro. Al no haber boda pierdes la pasta.
—No estabas aquí. Tú tampoco cumpliste tu parte.
Suspiró como si fuera un fastidio. —A ver si te queda claro, me dejaste
en Chicago compuesta y sin novio. Mi amiga Clare lo organizó todo, la
iglesia estaba llena de flores, el convite preparado y un montón de cosas
más que ya se me ocurrirán. Y no te presentaste.
—¡Eso es mentira!
—Ya, pero el juez no lo sabe. Solo tengo que llamar a Clare para que
venga a declarar. Es prima de esa que vive en tu edificio y que se rompió las
dos piernas cuando se tiró por la ventana en la explosión de gas.
Drevon sonrió de oreja a oreja. —Eso ya es bastante para dejarla en
evidencia. Gracias nena.
—¿Eso crees? Puede que sí, pero da la casualidad que su marido es
fotógrafo y hacía las fotos de la boda. Te va a encantar como quedó todo.
Fue un poco triste con los invitados consolando a la novia, pero seguro que
al juez le encantan las pruebas graficas que presentaré.
—Eso nunca ocurrió.
—¿Estás seguro? —Le miró con odio. —Tengo mucho rencor dentro y
en avión se llega en un plis plas a los Estados Unidos. No me costará nada
montar toda la escena. Mi amiga hasta me conseguirá el vestido de novia. Y
tengo muchos amigos, a ver cómo les rebates a todos.
—Nena, haya paz.
—La paz eterna te daré como no me des mis cien millones.
—¿Me estás amenazando? —preguntó pasmado.
—No, cielo. Solo te estoy dando lo que querías, una razón para dejarme
tirada. Ah, no que eso ya lo hiciste por esa pija de tres al cuarto que no
hacía más que ponerte los cuernos. —Sonrió con malicia. —Casi se me
olvidaba, ¿qué tal está Lisa?
—¡Qué le den a Lisa!
—Sí, lo suponía. Le diste puerta, ¿no? Claro, es que para ella era muy
vergonzosa la situación. Imagínate después de acostarse con los dos
hermanos y con ese amigo tuyo, ¿qué le iba a decir a su padre? Pues que era
tuyo, claro. Y a ti eso te vino de perlas para darme la patada. Eso puede que
le interese a la prensa. Sería jugoso, ¿no?
—Nunca harías algo así.
—¿Eso crees?
—¡Sí, eso creo, porque me quieres y no me harías daño!
Sería creído. —¿Que te quiero? ¡Tengo novio! ¡Te olvidé en cuanto puse
un pie en los Estados Unidos, capullo!
—Bueno, bueno… Que me estoy cabreando… —Tiró de su corbata para
deshacer el nudo y se abrió el primer botón de la camisa como si le ahogara.
—Intentemos relajarnos.
—Estoy relajadísima. ¡Quiero mi cheque!
—Pues no va a haber cheque, así que deja de dar por saco con el asunto.
—A Verónica que vas. ¡Espera que hable con ella, te vas a cagar!
—Nena, te noto algo alterada. ¡Y me estás alterando a mí!
—¡Que te den!
—¿Que me den qué?
—Que te den por…
Él le tapó la boca mientras ella soltaba lo que no estaba escrito hasta
quedarse de lo más a gusto. Drevon rio por lo bajo y ella jadeó bajo su
mano de la indignación antes de lanzarle puñales con los ojos. De repente
esos preciosos ojos verdes brillaron de la ilusión antes de llenarse de
lágrimas. —Sí, nena —susurró antes de acercarse y besar su frente—. No te
he olvidado. —Madison cerró los ojos disfrutando de su contacto y las
lágrimas recorrieron sus mejillas. —No puedo dejar de pensar en ti y tenías
razón en cada cosa que me dijiste, no podría olvidarte. Te necesito y haré lo
que sea porque perdones todo lo que hice. —Besó sus mejillas y apartó su
mano para besar suavemente sus labios, pero ella ni se movió sintiendo mil
emociones. Alegría porque no la había olvidado y se moría por estar a su
lado y una rabia horrible porque habían perdido cuatro meses.
Él se apartó mirándola preocupado. —Nena…
Se volvió hacia la ventanilla intentando ocultar su rostro y Drevon apretó
los labios. —Sé que te he hecho daño.
—No soy suficiente.
—No se te ocurra decir eso.
—¿Por qué? ¡Es lo que pensabas!
La cogió por los brazos para que le mirara. —¡No vuelvas a decir algo
así! Cuando leí tu carta supe de inmediato que tenía que haber una razón
poderosa para que tomara la decisión de no casarme contigo. —Madison
sollozó. —¡Así es como descubrí lo de Lisa porque solo un hijo podría
impedirlo!
—¡Suéltame! —Le empujó por los hombros. —¡A mí no puedes
mentirme! Siempre supe que no me querías en tu vida por lo que siento, por
lo que soy. ¡Por cómo he sido criada! ¡No soy una de esas niñas ricas que tu
padre quería para ti!
Drevon palideció. —Sí, es cierto. Debo reconocer que somos de dos
mundos distintos, que tu poder me da miedo, que nunca sé por dónde vas a
salir, como irte de repente cuando no había razón para ello.
—¿No había razón? En cuanto esa mujer hubiera hablado contigo me
hubieras dado la espalda. Y no hablo después de los tres meses en los que
estaríamos juntos por contrato. Hablo de cinco días después de mi partida.
¡Ni me hubieras dado la oportunidad, así que ve haciendo el cheque!
—¡Joder, creía que era hijo mío! Entiendo que te sintieras traicionada,
pero…
—¡Sí! ¡Me sentí traicionada desde el mismo momento en que decidiste
salir de ese hotel y no ir a buscarme!
Drevon asintió soltándola. —Lo sé, cielo. Y me arrepentí mil veces de
tomar esa decisión.
—Tomas demasiadas decisiones equivocadas.
—¿De veras? —Metió la mano en el interior de la chaqueta y sacó un
papel arrugado. —¿Y cuándo debo hacerte caso, nena? Cuando me dices
que no te irás, que no me libraré de ti, cuando me dices que somos el uno
para el otro… —Abrió el papel. —O cuando me dices que al irte haces lo
mejor para ti, que sientes ser egoísta y que me deseas lo mejor. ¿Cuándo
debo creerte, nena? ¿Cómo no voy a tomar decisiones equivocadas si ni tú
sabes qué camino tomar?
Jadeó. —¿Me estás echando en cara mi comportamiento? Yo vine aquí
dejándolo todo. ¡Casi me dejo la vida y aun así regresé haciendo el ridículo
ante todo tu país para conseguirte! ¡Yo lo di todo! ¡No te atrevas a juzgarme
por largarme cuando sabía la decisión que ibas a tomar!
—¡Pues es evidente que te equivocaste porque si en lugar de subirte a
ese avión me hubieras dicho que el niño no era mío todo hubiera sido
distinto, así que no te hubiera cambiado por nadie!
—¡En ese momento yo no sabía que no era tuyo! ¡Me enteré semanas
después! —gritó cortándole el aliento—. ¡Pero es la decisión que hubieras
tomado si hubiera habido niño y lo harías de nuevo si otra apareciera con un
bombo!
—¡Menos mal que ahora la del bombo eres tú!
Parpadeó. —La del bombo soy yo.
Drevon sonrió. —Sí, nena. Tú vas a tener a nuestra hija.
Sin aliento miró al frente. ¿Este no querría casarse con ella por la niña?
No, claro que no, si no lo sabía hasta unos minutos antes y era verdad que
no la olvidaba. Eso lo había sentido claramente. No, estaba dejando que sus
miedos la hicieran dudar. Negó con la cabeza y Drevon se tensó. —¿No
qué? ¿Eso no significará que no quieres volver? ¡Pues entérate bien, ahora
voy a ser yo quien no te deje en paz hasta que te des cuenta de que tenías
razón!
—Ah, ¿sí? —preguntó pasmada porque estaba realmente asustado de
que no le perdonara.
—¡Sí! ¡Y nos vamos al rancho!
—Ya.
—¡A pasar tres meses juntos! —La miró con cara de loco. —¡Me vas a
ver hasta en la sopa!
Su corazón dio un vuelco. —¿De veras? —Sus ojos brillaron de la
ilusión. —¿Me enseñarás a montar a caballo?
—¿Estás loca? Vas a tener un bebé.
—Ah, que así no se puede.
—¡Pues no tengo ni idea, pero no voy a arriesgarme!
—Ah, que ahora te preocupas por mí.
—Esa pregunta tiene muy mala leche.
—¿De veras?
Miró al frente. —¿Por qué estamos tardando tanto? —gritó al chófer.
—Ya casi estamos llegando, señor Barrington.
Él se pasó la mano por la nuca y Madison le miró fijamente. —Cariño,
¿qué pasa?
La miró a los ojos. —Me ha dado como un escalofrío en la nuca.
—¿De veras? No he sentido nada.
Drevon se tensó. —Nena, algo va mal. —La cogió de los brazos. —
¿Estás bien? Tú no sientes nada cuando se trata de ti.
—Estoy cansada por el viaje, pero me encuentro bien.
—El bebé…
—Drevon estoy bien.
—Igual no deberíamos irnos. Aquí hay mejores médicos…
—¿Ya te echas atrás?
Entonces llegó otro coche y asombrada vio cómo se bajaba Kenneth. —
¿Qué hace aquí tu padre?
—Ni idea —dijo entre dientes—. Nena, quédate aquí.
—¿Qué? Acaso piensas esconderme.
Entonces del coche bajó una mujer rubia y detrás de ella dos niñas de
cabello negro hasta la cintura. —Joder…
Asombrada por el pensamiento que le llegó de repente le miró. —
¿Todavía no las conoces?
—Mi padre ha puesto todas las trabas del mundo. —Entrecerró los ojos
viendo como subían al avión. —No entiendo por qué ahora las lleva al
rancho.
Sin dejar de observarlos susurró —Cielo, no es la primera vez.
—No jodas.
—Tu padre no sabe que venías.
—Claro que no lo sabe, se suponía que me quedaba toda la semana en
Sídney. Y si ha hablado con Ken sabe que tampoco irán hasta el fin de
semana.
—¿Entonces como sabía que el avión estaba preparado?
—Ha debido hablar con Walter para pedir el avión y este debía pensar
que ambos sabíamos que veníamos.
—¿Y no ha visto el coche?
—Este no es mi coche habitual. Normalmente siempre conduzco yo, así
que debe pensar que es un coche para otro de los aviones. —Abrió la puerta
y cogió su mano. —Vamos, nena. En este momento debe estar enterándose
de que somos nosotros.
—No estaremos solos.
—Preciosa, ¿quieres irte? Mi padre se lo tomará como un insulto a su
novia y a las niñas.
Tenía razón. Al fin y al cabo eran familia. —Cielo…—Tiró de su mano.
—Si siento algo o me llega un pensamiento…
Drevon apretó los labios. —Me lo cuentas a mí y decidiremos juntos si
mi padre debe saberlo.
—No digas nada del bebé todavía.
—¿Por qué? ¿Crees que mi padre se lo va a tomar mal? —preguntó
tenso.
—No, no es eso. Las niñas… Prepárate, cielo. Os tienen celos.
—Joder, lo que nos faltaba.
—Ponte firme desde el principio. Ya las consiente demasiado tu padre.
—¿Las consiente? —preguntó pasmado.
—Entiende que no tiene la misma edad que cuando os tuvo a vosotros.
—Esto cada vez se pone mejor. —Miró hacia el avión. —Quédate aquí.
—¿Qué vas a hacer?
—No pienso enfrentarme a esto ahora cuando acabas de llegar. Lo de la
nuca me indica que no es buena idea. Además, te he prometido que
estaremos solos y lo estaremos. Lo que menos necesitamos son más
problemas.
Se le cortó el aliento viéndole ir hacia el avión, entrando en él y
desapareciendo de su vista. Era la primera vez que la anteponía a su familia.
Su corazón se hinchó de felicidad y vio como Kenneth y él se acercaban a
la puerta del avión. Su padre miró hacia allí y asintió antes de darle una
palmada a su hijo en la espalda. Madison suspiró del alivio porque no se lo
había tomado mal. Drevon bajó la escalerilla a toda prisa y se metió en el
coche. —Llévanos a mi casa.
—Entendido jefe.
—¿A tu casa?
Él sonrió. —Creo que te va a sorprender, nena.
Le miró a los ojos. —Tú sí que me has sorprendido.
—Ahora somos tú y yo. Lo demás es secundario.
Emocionada le abrazó y Drevon la pegó a su cuerpo. —Va a salir bien,
cielo—susurró él antes de besarla en la sien—. Te juro que va a salir bien.
—Lo sé.
Él rio por lo bajo. —Cómo no, nena. Lo has sabido desde el principio.
Se apartó para mirar su rostro. —Y haré lo que sea para hacerte feliz.
Él besó suavemente sus labios. —Me has leído el pensamiento, mi vida,
porque pienso hacer lo mismo. —Acarició su labio inferior haciéndola
suspirar de placer. —Te amo, no me puedo creer cuanto te amo, cuanto te
he echado de menos...
—Pues créelo, porque lo siento en el fondo de mi ser y eso significa que
será para siempre.
Epílogo

Se asomó a la barandilla de madera que mostraba la costa de Sídney y


suspiró acariciándose el vientre. Le encantaba esa casa. Le gustaba mucho
estar en el rancho, de hecho ya lo sentía su hogar, pero allí estaban muy a
gusto porque era donde estaban solos. Escuchó las risas de sus familiares en
el salón y chasqueó la lengua porque eso sí, los domingos que estaban en la
ciudad se le llenaba la casa de gente para la comida obligatoria. ¿Es que
acaso no se veían bastante en el rancho? Descalza caminó por la terraza
mirando hacia las rocas y al ver cerca de la orilla a Drevon pescando con las
gemelas puso los ojos en blanco porque volvían a acapararlo. Lo que le
faltaba, tener celos de dos chiquillas. Desde que su marido les había pegado
el primer grito le miraban con adoración y era realmente la figura paterna
de esas niñas, que hasta ese momento no habían recibido ningún límite en
su crianza. ¿Pero tampoco había que abusar, no? Era su marido, leche. —
¡Cariño! —Él miró hacia arriba. —¡Vamos a cortar la tarta! ¿Acaso no
queréis postre?
—¡Ya voy!
—Uy, uy… ¿Problemas? —Se volvió para ver a Verónica que con un
plato de fruta en la mano se acercaba. —Un poco pesaditas, las cuñadas.
—Esta mañana se nos han metido en la cama —dijo exasperada.
—No fastidies.
—Durmieron aquí porque su madre tenía que ir a la gala con Kenneth.
—¿Y no saben lo que es una niñera?
Suspiró volviéndose para verles subir por las escaleras. —Le necesitan,
no debería ser tan egoísta. Su padre es demasiado mayor, no juega con ellas
y su madre no es que les haga mucho caso.
—¿Y cuando lleguen los peques en un mes cómo se lo van a tomar? —
La miró levantando una ceja. —Mal, ¿eh? Leche, esto va a ser de lo más
interesante.
—¡Vero! —Ken salió con el móvil en la mano.
—¿Qué pasa?
—A mi tía le ha dado un ataque de nervios o algo así y la trasladan a un
hospital psiquiátrico.
Madison apretó los labios. —Y no va a salir de allí.
—Joder…
En ese momento llegó Drevon y al verles tan serios dijo —Niñas ir a
beber algo, estaréis acaloradas. —Las niñas protestaron, pero una mirada
suya y salieron corriendo. —¿Qué pasa?
—Rita. Ha sido trasladada a un hospital psiquiátrico. Al parecer ha
perdido la cabeza del todo —respondió su hermano.
—Un hospital estatal, supongo.
—Sí.
Miró a Verónica. —¿Puedes hacer que la trasladen a un hospital privado?
Al fin y al cabo, es nuestra tía y nos ha cuidado, aunque sea a su manera.
¿Puedes hacerlo?
—Sí, no te preocupes. Déjame a mí.
—Gracias.
Ken y Verónica se alejaron. Drevon la abrazó por la cintura para besarla
en los labios. —Nena, se irán esta tarde.
Haciéndose la tonta dijo —¿No me digas?
Rio a carcajadas. —Qué mal disimulas.
Ella sonrió. —Vas a ser un padre estupendo.
—¿Es uno de tus pálpitos?
—Por supuesto mi amor, y sabes que nunca me equivoco.
—Te amo, preciosa. Estos meses a tu lado han sido los mejores de mi
vida.
—¿A pesar de mi consulta y de lo que nos molestan mis clientes?
—Hay que ser tolerante.
Se echó a reír. —Tendrás cara, lo dices para que no proteste por tu
familia.
—¿Ves lo bien que nos entendemos?
Sus ojos demostraron todo lo que le amaba. —Somos el uno para el otro,
mi vida.
Besó sus labios. —Ya no tengo ninguna duda, preciosa. Ninguna duda.

FIN
Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años
publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su
categoría y tiene entre sus éxitos:

1- Vilox (Fantasía)

2- Brujas Valerie (Fantasía)


3- Brujas Tessa (Fantasía)

4- Elizabeth Bilford (Serie época)


5- Planes de Boda (Serie oficina)

6- Que gane el mejor (Serie Australia)


7- La consentida de la reina (Serie época)

8- Inseguro amor (Serie oficina)

9- Hasta mi último aliento


10- Demándame si puedes

11- Condenada por tu amor (Serie época)

12- El amor no se compra

13- Peligroso amor


14- Una bala al corazón

15- Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el tiempo.

16- Te casarás conmigo

17- Huir del amor (Serie oficina)


18- Insufrible amor

19- A tu lado puedo ser feliz

20- No puede ser para mí. (Serie oficina)

21- No me amas como quiero (Serie época)

22- Amor por destino (Serie Texas)


23- Para siempre, mi amor.

24- No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25- Mi mariposa (Fantasía)

26- Esa no soy yo

27- Confía en el amor


28- Te odiaré toda la vida

29- Juramento de amor (Serie época)

30- Otra vida contigo

31- Dejaré de esconderme

32- La culpa es tuya

33- Mi torturador (Serie oficina)

34- Me faltabas tú
35- Negociemos (Serie oficina)

36- El heredero (Serie época)

37- Un amor que sorprende

38- La caza (Fantasía)


39- A tres pasos de ti (Serie Vecinos)

40- No busco marido

41- Diseña mi amor

42- Tú eres mi estrella

43- No te dejaría escapar

44- No puedo alejarme de ti (Serie época)


45- ¿Nunca? Jamás

46- Busca la felicidad

47- Cuéntame más (Serie Australia)

48- La joya del Yukón

49- Confía en mí (Serie época)

50- Mi matrioska

51- Nadie nos separará jamás

52- Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)

53- Mi acosadora

54- La portavoz
55- Mi refugio

56- Todo por la familia

57- Te avergüenzas de mí

58- Te necesito en mi vida (Serie época)

59- ¿Qué haría sin ti?


60- Sólo mía

61- Madre de mentira

62- Entrega certificada


63- Tú me haces feliz (Serie época)

64- Lo nuestro es único

65- La ayudante perfecta (Serie oficina)

66- Dueña de tu sangre (Fantasía)

67- Por una mentira

68- Vuelve

69- La Reina de mi corazón

70- No soy de nadie (Serie escocesa)

71- Estaré ahí

72- Dime que me perdonas

73- Me das la felicidad

74- Firma aquí

75- Vilox II (Fantasía)

76- Una moneda por tu corazón (Serie época)

77- Una noticia estupenda.

78- Lucharé por los dos.

79- Lady Johanna. (Serie Época)


80- Podrías hacerlo mejor.
81- Un lugar al que escapar (Serie Australia)

82- Todo por ti.

83- Soy lo que necesita. (Serie oficina)

84- Sin mentiras

85- No más secretos (Serie fantasía)

86- El hombre perfecto

87- Mi sombra (Serie medieval)

88- Vuelves loco mi corazón

89- Me lo has dado todo

90- Por encima de todo


91- Lady Corianne (Serie época)

92- Déjame compartir tu vida (Series vecinos)

93- Róbame el corazón

94- Lo sé, mi amor

95- Barreras del pasado

96- Cada día más

97- Miedo a perderte

98- No te merezco (Serie época)

99- Protégeme (Serie oficina)

100- No puedo fiarme de ti.

101- Las pruebas del amor


102- Vilox III (Fantasía)

103- Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104- Retráctate (Serie Texas)

105- Por orgullo

106- Lady Emily (Serie época)

107- A sus órdenes

108- Un buen negocio (Serie oficina)

109- Mi alfa (Serie Fantasía)

110- Lecciones del amor (Serie Texas)

111- Yo lo quiero todo

112- La elegida (Fantasía medieval)

113- Dudo si te quiero (Serie oficina)

114- Con solo una mirada (Serie época)

115- La aventura de mi vida

116- Tú eres mi sueño

117- Has cambiado mi vida (Serie Australia)

118- Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)

119- Sólo con estar a mi lado


120- Tienes que entenderlo

121- No puedo pedir más (Serie oficina)

122- Desterrada (Serie vikingos)


123- Tu corazón te lo dirá

124- Brujas III (Mara) (Fantasía)

125- Tenías que ser tú (Serie Montana)

126- Dragón Dorado (Serie época)

127- No cambies por mí, amor

128- Ódiame mañana

129- Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)

130- Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)


131- No quiero amarte (Serie época)

132- El juego del amor.


133- Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)

134- Una segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana)


135- Deja de huir, mi amor (Serie época)

136- Por nuestro bien.


137- Eres parte de mí (Serie oficina)

138- Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)


139- Renunciaré a ti.

140- Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)


141- Eres lo mejor que me ha regalado la vida.
142- Era el destino, jefe (Serie oficina)

143- Lady Elyse (Serie época)


144- Nada me importa más que tú.
145- Jamás me olvidarás (Serie oficina)

146- Me entregarás tu corazón (Serie Texas)


147- Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)

148- ¿Cómo te atreves a volver?


149- Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie

época)
150- Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie época)
151- Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)

152- Tú no eres para mí


153- Lo supe en cuanto le vi

154- Sígueme, amor (Serie escocesa)


155- Hasta que entres en razón (Serie Texas)

156- Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)


157- Me has dado la vida

158- Por una casualidad del destino (Serie Las Vegas)


159- Amor por destino 2 (Serie Texas)

160- Más de lo que me esperaba (Serie oficina)


161- Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)

162- Dulces sueños, milady (Serie Época)


163- La vida que siempre he soñado
164- Aprenderás, mi amor
165- No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)

166- Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)


167- Brujas IV (Cristine) (Fantasía)

168- Sólo he sido feliz a tu lado


169- Mi protector

170- No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)


171- Algún día me amarás (Serie época)

172- Sé que será para siempre


173- Hambrienta de amor

174- No me apartes de ti (Serie oficina)


175- Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)

176- Nada está bien si no estamos juntos


177- Siempre tuyo (Serie Australia)

178- El acuerdo (Serie oficina)


179- El acuerdo 2 (Serie oficina)
180- No quiero olvidarte

181- Es una pena que me odies


182- Si estás a mi lado (Serie época)

183- Novia Bansley I (Serie Texas)


184- Novia Bansley II (Serie Texas)
185- Novia Bansley III (Serie Texas)

186- Por un abrazo tuyo (Fantasía)


187- La fortuna de tu amor (Serie Oficina)

188- Me enfadas como ninguna (Serie Vikingos)


189- Lo que fuera por ti 2

190- ¿Te he fallado alguna vez?


191- Él llena mi corazón
192- Contigo llegó la felicidad (Serie época)

193- No puedes ser real (Serie Texas)


194- Cómplices (Serie oficina)

195- Cómplices 2
196- Sólo pido una oportunidad

197- Vivo para ti (Serie Vikingos)


198- Esto no se acaba aquí (Serie Australia)

199- Un baile especial


200- Un baile especial 2

201- Tu vida acaba de empezar (Serie Texas)


202- Lo siento, preciosa (Serie época)

203- Tus ojos no mienten


204- Estoy aquí, mi amor (Serie oficina)

205- Sueño con un beso


206- Valiosa para mí (Serie Fantasía)

207- Valiosa para mí 2 (Serie Fantasía)


208- Valiosa para mí 3 (Serie Fantasía)

209- Vivo para ti 2 (Serie Vikingos)


210- No soy lo que esperabas

211- Eres única (Serie oficina)


212- Lo que sea por hacerte feliz (Serie Australia)

Novelas Eli Jane Foster

1. Gold and Diamonds 1

2. Gold and Diamonds 2


3. Gold and Diamonds 3

4. Gold and Diamonds 4


5. No cambiaría nunca

6. Lo que me haces sentir

Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se pueden


leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford

2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada
4. Dragón Dorado

5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor
7. La consentida de la Reina

8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor

10. Juramento de amor


11. Una moneda por tu corazón

12. Lady Corianne


13. No quiero amarte

14. Lady Elyse

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