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Había una vez un hombre llamado Martín, un padre de familia que se encontraba atrapado

en un remolino de estrés y problemas en su trabajo. Las presiones diarias, las


responsabilidades y las preocupaciones parecían aplastarlo. Cada día, al regresar a casa,
su rostro reflejaba la fatiga y la tensión acumulada.

Un sábado por la tarde, mientras caminaba por el centro comercial con su hija, Martín notó
una tienda peculiar: Cerealísimo. El escaparate estaba lleno de cajas de cereales de todos
los tipos y sabores. Las etiquetas coloridas mostraban imágenes de tigres saltando sobre
copos de maíz, ositos sonrientes flotando en leche y arcoíris de malvaviscos.

Intrigado, Martín decidió entrar acompañado de su hija mayor. El tintineo de la campanilla


anunció su llegada. El interior estaba bañado en una luz cálida y acogedora. Las estanterías
se alzaban hasta el techo, repletas de cajas de cereales. El aroma a vainilla y canela
llenaba el aire.

Martín se detuvo frente a una sección que le recordó su infancia. Allí estaban los cereales
que solía comer cuando era niño: "Chispitas Mágicas", con sus bolitas de colores que se
volvían fluorescentes al mezclarlas con leche; "Aventura en el Bosque", con figuras de
animales salvajes; y "Estrellas Brillantes", que brillaban en la oscuridad.

Sin pensarlo, Martín agarró una caja de "Chispitas Mágicas" y la sostuvo como si fuera un
tesoro. Recordó las mañanas en la cocina de su abuela, cuando ella le preparaba un tazón
de estos cereales antes de ir a la escuela. Las risas, los juegos y la sensación de que todo
era posible inundaron su mente.

Un chico joven que trabaja en la tienda, con una sonrisa amable, se acercó a Martín.
"¿Recuerdas estos cereales?", preguntó. Martín asintió con nostalgia. "A veces,
necesitamos volver a ser niños para olvidar nuestros problemas", dijo la dueña. "Los
cereales tienen ese poder".

Martín compró la caja de "Chispitas Mágicas" y se sentó en una de las mesas del rincón.
Vertió los copos en un tazón y añadió leche. Al dar el primer bocado, algo mágico sucedió.
El estrés, las preocupaciones y las tensiones se desvanecieron. Martín se sintió ligero,
como si flotara en un mar de nostalgia y alegría.

Durante unos minutos, Martín fue un niño otra vez. Recordó las tardes de verano, las risas
con sus amigos, las aventuras en el parque y los sueños sin límites.

Las lágrimas se mezclaron con la leche en su tazón, pero esta vez eran lágrimas de
gratitud.

Cuando salió de Cerealísimo, Martín llevaba consigo más que una caja de cereales.
Llevaba un pedacito de su niñez, un recordatorio de que incluso en los momentos más
oscuros, siempre hay un lugar donde podemos encontrar la magia y la esperanza.

Y así, con una sonrisa en el rostro, Martín regresó a casa. Aunque los problemas seguían
allí, ahora sabía que también existía un rincón de felicidad en forma de cereales
multicolores.

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