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Introducción
-Sí, niña. Fui a ver en el diccionario y busqué la palabra melodrama. Dice así:
“especie de drama en que, con recursos vulgares, se procura ante todo mantener
la curiosidad y emoción del auditorio”. Entonces busqué la palabra drama y decía:
“obra de asunto serio y generalmente triste, que conmueve profundamente el
ánimo y suele tener desenlace funesto”.
-Señorita, una tía de mami se quedó soltera también por eso, un golpe de la mala
suerte: le prestó el vestido a una amiga que entró en la casa de un soltero, y el
novio de la tía de mami se creyó que era ella, y la esperó hasta que salió y la mató
y se escapó, y nunca nadie supo más de él. Y la tía de mami nunca más salió de
la casa. ¿Pero qué culpa tuvo ella?
-No, señorita, a mí me da miedo, voy a rezar mucho todas las noches para
salvarme de un destino melodramático.
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Buenas tardes. Una vez más, elijo abrir un ateneo con una referencia
literaria; a riesgo de repetirme, pero feliz en mi porfía, decidí compartir con Uds. un
texto que me parece pertinente y divertido. Pertinente en relación con el tema que
les proponemos el día de hoy, en tanto expresa claramente una divisoria de aguas
que subyacerá a nuestro andar. En tanto referencias teóricas, considero
ineludible distinguir de antemano dos conceptos heterogéneos, “sin común
medida” para nuestro abordaje de los llamados “trastornos específicos del
desarrollo”. Se trata, en primer lugar, de aquello que pone de relieve la intuición de
Manuel Puig, mediante esta escena escolar de mediados del siglo XX: la
existencia de dos posibles sujetos, el sujeto del conocimiento y el sujeto del
inconsciente, en la consideración de los hechos psicopatológicos. Si el primero –
premisa ideal inescindible del discurso científico- se pone “de manifiesto” a lo
largo de la mayor parte de este diálogo entre una niña y su maestra en la
construcción de un saber en ciernes, el segundo irrumpe de sopetón, y divide al
yo, con el miedo que embarga a la alumna normal. A partir de allí, este temor
quizás interfiera, como una idea parásita, la apropiación de nuevos conocimientos
de la pequeña neurótica. Y es que esta incipiente “cadena hipervalente de
pensamientos”, reconocible por Uds. como índice de una probable identificación
histérica por comunidad etiológica, marca el norte de un tipo de intervención
posible como psicopatólogos de orientación psicoanalítica en el campo de las
dificultades escolares y, por extensión, en el de los trastornos específicos del
desarrollo.
Tal como lo recuerda Ricardo Piglia, “decía Puig que el inconsciente tiene la
estructura de un folletín. Él, que escribía sus ficciones muy interesado por la
estructura de las telenovelas y los grandes folletines de la cultura de masas, había
podido captar esta dramaticidad implícita en la vida de cada uno”i. Esta dimensión
del inconsciente, reconocible en Freud como aquella que caracteriza a la novela
familiar del neurótico -relato cuya estopa significante insiste en torno a un carozo
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real, que encuentra una torsión particular en el terreno de los arreglos psicóticos-,
será pues una de las vertientes que tomaremos en cuenta en la exploración de
este capítulo de la clínica infanto-juvenil mediante el recurso a algunas breves
viñetas clínicas en la segunda parte del ateneo. Pero antes de pasar de lleno a
nuestro tema, haremos un breve racconto de la génesis de ambos conceptos,
cuyo abordaje nos lleva al terreno de la historia de las ideas.
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denomina aparato psíquico. En efecto, la ciencia levanta en la era moderna una
frontera inamovible entre su objeto y la subjetividad, dado que esta última se
constituye a partir de un lenguaje diferente al matemático, el lenguaje hablado y en
el campo del sentido.
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implica una etiqueta de “lesión” irreversible, sino verdaderamente un disfunción o alteración en
cierta funciones cerebrales” […] Más aún, en charlas informales, suelo sugerir, que todos
debiéramos reconocer en nosotros mismos algún signo de DCM, ya que es improbable que el
funcionamiento de nuestro SNC sea perfecto en todas sus áreas. ¿No es cierto, acaso, que
algunos somos más inquietos que otros, o menos habilidosos en las performances motoras y
deportivas habituales, o que tenemos diferencias en nuestras velocidades de lectura y
comprensión de textos? Pues bien, la persona que tiene dificultad para concentrarse o quedarse
sentada un tiempo prudencial, o no juega bien al fútbol a pesar de que le hubiera gustado hacerlo,
o requiere más tiempo para decidir hacia qué lado de su casa queda el negocio donde hace sus
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compras habituales, tendría entonces signos de DCM sin haberse sentido enferma.
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efecto, allende la disfasia o los trastornos disléxicos efectivos, insiste un sujeto
que responde a su modo a la dimensión traumática que vincula sexualidad y
lenguaje.
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estas mediciones, llaman al psicólogo clínico a adoptar una actitud crítica frente a
los distintos instrumentos conceptuales disponibles para cernir estas
presentaciones, cuyas diferentes articulaciones clínico-etiológicas redundan en
estrategias terapéuticas divergentes.
“los términos función supervisora o función directiva serían, probablemente, más exactos
en castellano, ya que [se refieren] a una función que realiza tareas de planificación y control de
otros sistemas, es decir, tareas directivas y de supervisión”vi.
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“La soltura que se permite Freud en este asunto es simple pero decisiva: introduce en él al
sujeto en tanto tal, lo cual significa no evaluar al loco en términos de déficit y de disociación de
funciones”viii
Así como con el loco, el meollo del asunto con el niño “hiperkinético” es
discernir de qué sujeto se habla, punto de separación irreversible entre la
neuropsicología o la psiquiatría y el psicoanálisis. Es que la idea de un sistema
ejecutivo averiado como explicación del síntoma actualiza la ilusión denunciada
por Lacan en la primera parte de “Cuestión preliminar” -texto que Uds. han
trabajado en Psicopatología I-, acerca de la función de garante del Percipiens en
relación con el problema del conocimiento. Este sujeto, supuesto agente de la
percepción y pretendido lugar de síntesis de la información múltiple y heterogénea
acerca del fenómeno a conocer, sería un rostro más de la función de
desconocimiento del yo. En efecto, si recordamos que la porción de realidad
abarcada por lo percibido está hecha de significantes, entonces debemos admitir
que en el niño que aprende, que se desarrolla, es necesario suponer un sujeto
que, en el mismo movimiento con que se dispone al conocimiento de la realidad,
será dividido, escindido por los significantes que le conciernen en toda percepción
singular de un objeto. Cuestión a lo que el psiquiatra o el psicólogo positivista
hacen “oídos sordos”.
Hecha este comentario acerca de la cuestión del sujeto, volvamos a la
perspectiva neurocognitiva del TDAH. Munido de esta conceptualización, el
discurso médico hace entonces de esta constelación empírica una enfermedad, en
tanto se la postula como un síndrome bio-comportamental, de presentación
heterogénea y con un componente genético importante, estrechamente
relacionado con una performance deficitaria del lóbulo frontal: conforme este punto
de vista, los circuitos involucrados (aquellos que conectan el córtex pre-frontal con
el estriado ventral -el núcleo caudado y el globo pálido-) estarían comprometidos
en la falla de las funciones ejecutivas interesadas en los procesos cognitivos: así,
esta manera de pensar es solidaria de la actual deriva nosográfica del trastorno,
que comienza a otorgar valor diagnóstico a ciertas presentaciones en las que la
distractibilidad de inicio tardío reviste un carácter exclusivo, sin inquietud ni
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conductas temerarias significativas, situándonos en los umbrales de un nuevo tipo
clínico del TDAH. Al igual que las monomanías de Esquirol de mediados del siglo
XIX, esta categoría naciente redobla la apuesta del empirismo al elevar un rasgo
observable aislado al estatuto de trastorno, en el marco del avance de la clínica
monosintomática. En tal sentido, cabe insistir una vez más, consideramos
imprescindible servirnos de la brújula conceptual que nos provee la enseñanza de
Jacques Lacan, para orientar la clínica, en tanto práctica que se organiza a partir
de la delimitación del detalle decisivo que permita precisar la articulación
fenómeno-estructura propia de cada presentación.
Petit - refiere la autora - es un niño bueno que juega con su perro. Y agrega:
Petit es un niño malo que tira del pelo a las niñas. Petit puede ser muy bueno con
el abuelo Paco… y puede ser malísimo con las palomas. Su mamá le pregunta: -
¿Cómo puede ser que un niño tan bueno a veces haga cosas tan malas? Petit no
sabe qué contestar. Y es que es difícil verlo claro! Porque Petit es malo cuando
cuenta mentiras y bueno inventando cuentos. ..
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He vuelto en varias ocasiones sobre este librito dado que resulta
sorprendente su capacidad de dejarnos a todos con los ojos abiertos en vez de
permitirnos conciliar el sueño.
MONSTRO, es cualquier parto contra la regla y orden natural, como nacer el hombre con dos cabeças, quatro
brazos, y quatro piernas; como aconteció en el condado de Urgel, en un lugar dicho Cerbera, el año 1343, que
nació un niño con dos cabeças, y quatro pies. Los padres y los demás que estavan presentes a su nacimiento,
pensando supersticiosamente pronosticar algún gran mal, y que con su muerte se evitaría, le enterraron vivo.
Sus padres fueron castigados como parricidas, y los demás con ellos.
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mensaje de los dioses que insiste en hacerse oir, a veces anudado al sufrimiento,
requiere de nuestra parte un primer movimiento en el terreno de la transferencia:
dejar hablar al niño y a sus padres, a los efectos de que lo incomprensible y
molesto que diera lugar a un pedido de atención profesional pueda desplegarse en
el plano discursivo y divida a alguno de los protagonistas de la historia. Es que si
lo que anima al analista en su quehacer clínico es el deseo de saber, este impulso
al saber sobre lo reprimido ya está en marcha desde el primer momento de todo
derrotero clínico, el de la operación del diagnóstico. Cabe agregar al respecto que,
en el psicoanálisis de orientación lacaniana, incluso en la extensión de esta
práctica al campo de la infancia, se entiende al diagnóstico a partir de una
concepción diacrónica, no descriptiva de la clínica, que busca situar una estructura
permanente en el cambio. Más allá del reconocimiento de similitudes observables,
se apunta a cernir los tipos de síntomas -neuróticos, psicóticos y perversos- como
hechos de discurso distintivos en el campo de la transferencia. Sólo a partir de
pasar por este nivel de particularidad puede delimitarse lo que hay de más
singular, de inclasificable en toda presentación sintomática. La posibilidad de que
se renueve la respuesta silvestre del sujeto a su malestar se alcanza a condición
de que podamos cribar lo que es del orden del caso por caso, en lo que atañe a la
ensambladura del síntoma, a la estructura y función del mismo.
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aspectos particulares y singulares del sujeto bajo la figura de un universal, la
especie del trastorno mental en cuestión. Más allá del tenor categorial o
dimensional de estas clasificaciones, puede aseverarse que todas coinciden en
una fragmentación y multiplicación de categorías cada vez más cercanas al
monosíntoma y acompañadas por una interpretación orgánica abusiva. Así, en el
DSM V, gran parte de los cuadros clínicos que en el viejo DSM IV correspondían a
los Trastornos de inicio en la infancia y la adolescencia, ahora integran los
Trastornos del llamado neurodesarrollo, entre los que quedan incluidos los
trastornos del espectro autista, la discapacidad intelectual, los trastornos del
aprendizaje y los trastornos por déficit de atención / hiperactividad. Tal como el
agregado del prefijo neuro lo anuncia, la asimilación de los trastornos globales, los
generalizados y los específicos en un mismo grupo, refleja el retroceso de un
criterio clasificatorio basada en una oposición descriptiva
(generalizado/sectorizado) frente al avance de hipótesis causales neurológicas
indiscriminadas. Así, esta deriva en la manera de aprehender las perturbaciones
del desarrollo, se puede considerar paradigmática del acendramiento de la
construcción de categorías a partir de la hipótesis de un déficit de base somática
que deja de lado la noción de respuesta subjetiva, propia de toda legítima
nosología psicopatológica. A guisa de ejemplos de este deslizamiento cada vez
más desembozado, examinaremos brevemente dos de ellas: el conocido
“Trastorno por déficit de atención/ hiperactividad” y el inédito “Trastorno de
desregulación disruptiva del estado de ánimo”. En cuanto al primero, es menester
subrayar que ya en el título se advierte un cambio pequeño pero significativo: la
preposición con que mantenía vinculados el déficit de atención y la hiperactividad
en el manual de 1994 en el DSM V ha sido reemplazada por una barra. Esta
modificación se liga, indudablemente, al paulatino borramiento de la demarcación
del cuadro clínico. Este obedece a cambios en las pautas diagnósticas. En lo que
atañe al criterio B, recordemos que el límite de edad antes del cual deben haberse
presentado algunos de los síntomas ha sido llevado de los 7 a los 12 años; en
cuanto al criterio A, para los mayores de 17, debe destacarse que el mismo ya no
exigen 6 síntomas sino sólo 5 de los apartados 1 y 2 que despliegan un repertorio
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de 9 síntomas posibles de inatención y 9 síntomas de hiperactividad-impulsividad,
respectivamente. De ello se desprende una creciente laxitud para la formulación
diagnóstica y el desdibujamiento del síndrome hiperkinético como uno de los
Trastornos específicos del desarrollo, “democratizando” el acceso a esta etiqueta
para el resto de la población.
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de algunas de sus partes en, por ejemplo, el enojo “patológico” de todos, una entre
las diversas categorías mórbidas que tendrán como complemento terapéutico una
substancia química con la que se intenta domar y silenciar lo que no anda. Así, el
avance incesante de la oferta de nuevos medicamentos va segregando una clínica
que se despliega, que se va estructurando en torno a los efectos que produce el
fármaco. No es ocioso insistir en la íntima colusión entre los efectos de los
medicamentos y los “síntomas” que resultan decisivos en la construcción de los
nuevos taxones. En tanto aquellos operan a nivel neuronal determinando un
incremento o disminución de los neurotransmisores, el efecto se refleja a nivel
comportamental también desde una perspectiva cuantitativa: más o menos
irritabilidad, mayor o menor impulsividad, tristeza o atención. Con la preeminencia
dada a estos descriptores aprehensibles en términos dimensionales, toda la
multiplicidad de matices cualitativos es susceptible de ser reducida al déficit de
una sustancia común a todos, que universaliza y oculta la heterogeneidad del
sufrimiento humano.
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elusivo a la intervención por la palabra en la medida en que no está amarrado al
lazo social, correlativo de lo que ha sido denominado la declinación social del
discurso histérico, modo de vinculación de los seres que hablan indispensable
para que un exceso de satisfacción encuentre algún anclaje en el campo de la
transferencia.
Pasemos entonces a las viñetas clínicas. Las tres primeras intentan poner
en primer plano distintas posiciones subjetivas a partir de un mismo aspecto
conductual. Estos niños –que transitaban el período de la latencia al momento de
la consulta- llegan derivados por dificultades escolares con un diagnóstico previo
de TDAH. La detección de los síntomas cardinales de dicho cuadro en estas
presentaciones había dado lugar a sendos intentos infructuosos de abordaje
psicofarmacológico, tanto con metilfenidato como con otros medicamentos de
segunda elección.
La cuarta y última formalización corresponde, como veremos, a un
pequeño en cuya presentación pudo cernirse la imbricación de dos cuadros
clínicos solidarios de perspectivas teóricas heterogéneas.
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Segunda parte: casos clínicos.
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Según su progenitora, Candela es el fruto de una breve relación con un
hombre que jamás se interesó por su hija. Agrega que hasta ese momento no le
ha hablado de su padre porque ella no ha preguntado. Luego de admitir el temor
angustiante que la embarga cada vez que considera tomar la palabra al respecto,
refiere que, en llamativo contraste con sus frecuentes olvidos de los deberes
escolares, Candela nunca deja de mostrarle las “comunicaciones a los padres”
que su maestra prende en su carpeta.
Por último, quisiera compartir con Uds. una viñeta clínica que no supone
una disyunción, sin una conjunción diagnóstica. Es traído a mi consulta un niño de
tres años y 10 meses con un retraso en la adquisición del lenguaje oral y una
cierta tendencia al aislamiento. Esta presentación había motivado la consulta de
sus padres tiempo atrás a otro equipo profesional. El cuadro clínico presentado
por Ernesto fue diagnosticado en aquella oportunidad como un Trastorno
Generalizado del Desarrollo, de tipo autista, según los criterios vigentes en ese
entonces del DSM IV. Basado en la constatación de supuestas limitaciones
significativas en la reciprocidad social, la imaginación y el juego simbólico y en la
comunicación verbal y no verbal, ejes que conforman la denominada Tríada de
Wing (Wing & Gould, 1979) este juicio clínico de pesadas resonancias pronósticas
decidió a los padres a hacer una nueva consulta.
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partir del funcionamiento del polo metafórico, la sustitución paradigmática. La
emergencia del sujeto de la cadena significante en este niño puede ser seguida en
sus declinaciones con algunas viñetas más.
Al igual que Pablo, el hombre de las ratas, Ernesto intenta apartar con su
“magia motriz” pensamientos que lo molestan, que irrumpen repentinamente
luego de haber agraviado a su padre. Las clases de catequesis constituyen la
fuente de la que extrajo las figuras religiosas que, una vez elevadas al rango de
significantes, anudan de modo singular su versión del complejo paterno.
Ernesto refiere que, desde hace un tiempo, Jesús “se mete” en sus juegos
de la play. Al momento de hacer uso de las armas virtuales, de ejercer la violencia
“como si”, Jesús no lo deja en paz, lo importuna con sus apariciones compulsivas.
Así como el temor de la alumna normal del relato de Manuel Puig reflejaba la
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división subjetiva propia de una identificación histérica, los autorreproches con
ropaje católico marcan otra escisión del yo, aquella que distingue al retorno de lo
reprimido en una neurosis obsesiva.
Bibliografía
Lacan, J. (1963) De los nombres del padre. Buenos Aires, Editorial Paidos, 2005.
112 p.
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Monfort, M., y Juárez Sánchez, A. (1993). Primera parte: aspectos teóricos y
descriptivos. En su Los niños disfásicos: descripción y tratamiento (pp. 11-62).
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i
Piglia, R. (2003) Los sujetos trágicos (literatura y psicoanálisis), en Virtualia #7, Revista digital de la Escuela
de Orientación Lacaniana. Abril-Mayo 2003, Año II, número 7.
ii
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Aires, p. 32.
iii
Op. cit., p. 32
iv
Op. cit, p. 67.
v
Op. cit. 67.
vi
Sánchez-Carpintero, R.; Narbona, J. (2001) Revisión conceptual del sistema ejecutivo y su estudio en el
niño con trastorno por déficit de atención e hiperactividad, REV NEUROL 2001; 33 (1): 47-53, p. 47.
vii
Op.cit. p. 47.
viii
Lacan, J. (1966) Presentación de la traducción francesa de las Memorias del Presidente Schreber, en
Intervenciones y textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1988.
ix
Se trata de una marina con un tema favorito del pintor español: el regreso a la playa de los botes almejeros
valencianos con su característica vela latina.
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