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TEORÍA DE LA NOVELA
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DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
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Francisco Abad Nebot
© UNIVERSIDAD NACIONAL
DE EDUCACIÓN A DISTANCIA - Madrid,
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ÍNDICE
Nota preliminar
Sobre la voz «novela»
«Contar» y «cuento»
La novela como fenómeno comunicativo
El género «novela picaresca» española
Cervantes y la novela (Una frangia cervantina)
Historiografía del concepto «novela española de los siglos XIX y XX»
El título del libro —que nos ha sido sugerido por los editores— no tiene
ninguna nota de ambición: sólo se ha buscado en él la claridad pedagógica.
Nada más queremos sino que la lectura de nuestro trabajo sirva de enri-
quecimiento para cualquiera que se acerque al mismo: deseamos que al aca-
bar esa lectura posea más datos y más ideas de los que tenía antes. Con ese
propósito hemos trabajado, pues nada define a un profesor sino su alcance
pedagógico y los avances que logre en la investigación.
Este libro está dedicado ahora a la memoria de don Rafael Lapesa, con
el recuerdo para siempre de veintitrés años de amistad bondadosamente
correspondida; también recordamos con gusto en este momento y con senti-
miento amistoso a Francisco Rico, a M.ª José Vega Ramos, y a Lola Becca-
ria: es tan hermoso lo que dices y tiene tanto sentido, aunque yo no acabe de
comprenderlo del todo («La luna en Jorge»).
SOBRE LA VOZ «NOVELA»1
Vidal, quien concreta cómo la rosata novela «era otro complicadísimo pre-
parado de rosas» cuya fórmula no falta en las farmacopeas6. La voz novela
procede ahora asimismo del latín, y alude a un electuario nuevo.
En cuanto procedente del italiano novella ‘relato novelesco más bien cor-
to’, ya don Agustín González de Amezúa señaló que en la Comedieta de Ponça
—compuesta a finales de 1435 o principios de 1436 según sus editores
Gómez Moreno y Kerkhhof—, Santillana hace uso asimismo de la palabra:
e commo entre aquéllas hoviesse de affables,
por dar qualque venia al ánimo mío,
fablavan novelas e plazientes cuentos,
e non olvidavan las antiguas gestas
[…] 7.
Por el contexto vemos que en don Íñigo novela significa ‘relato oral’ agra-
dable, placentero.
En el mismo Cuatrocientos hay otro texto que importa —por ello ha de
volver a recordarse—, y que es de Jorge Manrique; nos ha sido transmitido
por la Academia en el Diccionario de Autoridades, e ilustra la acepción ‘his-
toria fingida’:
No quiero seguir la vía
del poético fingir,
en mis glossas,
dexo toda phantasía,
de novélas enxerir
fabulosas.
Vemos ahora que lo novelístico aparece claramente referido a la ficción,
a la fantasía, y además con algún sentido peyorativo; siempre desde enton-
ces en efecto el vocablo «novela» entendido en tanto narración, tendrá en la
lengua castellana una doble connotación favorable o negativa; a la misma
denotación o referencia a un ‘relato’ se une en los usos de la lengua castella-
na bien la connotación de algo agradable y deseable, divertido, etc., o bien la
de algo que se ha de evitar y condenar.
6 J. PÉREZ VIDAL, «Las golosinas de las monjas en el Libro de Buen Amor», en MANUEL CRIA-
DO DE VAL, ed., El Arcipreste de Hita, Barcelona, SERESA, 1973, pp. 473-478: p. 478.
7 MARQUÉS DE SANTILLANA, Obras completas, ed. de Ángel Gómez Moreno y Maximilian P. A.
M. Kerkhof, Barcelona, Planeta, 1988, p. 180. El presente testimonio fue aportado en su día
—quizá con auxilio de los ficheros lexicográficos de la Academia— por A. G. DE AMEZÚA Y MAYO:
Cervantes, creador de la novela corta española, Madrid, CSIC, 1956, I, p. 351n.
SOBRE LA VOZ «NOVELA»
8 «El sentido del término ‘novela’ en el castellano del Renacimiento —escribe la profª
María José Vega Ramos— no ha sufrido aún el proceso de especialización que le llevaría a desig-
nar únicamente la narración extensa»: cfr. en general su novedoso y excelente trabajo La teoría
de la novella en el siglo XVI, Salamanca, Johannes Cromberger, 1993.
9 Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Orígenes de la novela, Santander, CSIC, MCMXLIII, tomo
III, p. 76. Estas palabras de don Marcelino han sido repetidas luego —sin la obligada cita— por
algún estudioso del escritor valenciano.
10 W. PABST, La novela corta en la teoría y en la creación literaria, trad. esp., Madrid, Gredos,
1972, p. 211.
11 Juan TIMONEDA, El Patrañuelo, ed. de Mariano Baquero Goyanes, Madrid, EMESA, 1968,
p. 29.
12 Lucas GRACIÁN DANTISCO, Galateo Español, ed. por Margherita Morreale, Madrid, CSIC,
MCMLXVIII, p. 155.
13 Ibid.
14 Ibid., p. 156.
15 Cfr. Orígenes de la novela, pp. 38-39, en las que don Marcelino reproduce párrafos de
Juan Gaitán.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
CERVANTES Y LOPE
16 «Novelar y mentir son conceptos sinónimos para retórico tan progresivo entonces como
prodigio fueron las Novelas Ejemplares de Cervantes, surgiendo de improviso como sol de ver-
dad y de poesía entre tanta confusión y tanta niebla. La novela caballeresca, la novela pastoril,
la novela dramática, la novela picaresca, habían nacido perfectas y adultas en el Amadís, en la
Diana, en la Celestina, en el Lazarillo de Tormes, sus primeros y nunca superados tipos. Pero la
novela corta, el género de que simultáneamente fueron precursores don Juan Manuel y Boccac-
cio, no había producido en nuestra literatura del siglo XVI narración alguna que pueda entrar en
competencia con la más endeble de las novelas de Cervantes».
SOBRE LA VOZ «NOVELA»
21 LOPE DE VEGA, Novelas a Marcia Leonarda, ed. de Francisco Rico, Madrid, Alianza, 1968,
26 Cfr. Entre la rueca y la pluma. Novelas de mujeres en el Barroco, ed. de Evangelina Rodrí-
relo, Madrid, Librería de la viuda de Rico, 1906, pp. 14-15. Manejamos el ejemplar de la Biblio-
teca de Filología del CSIC.
28 Wolfram Krömer comenta al propósito que esto representa «una indicación de que la
33 TIRSO DE MOLINA, Cigarrales de Toledo, ed. de Luis Vázquez Fernández, Madrid, Castalia,
1996, p. 108.
34 Ibid., p. 355.
35 TIRSO DE MOLINA, Deleitar aprovechando, Madrid, Biblioteca Castro, 1994, pp. 8-9.
36 Ibid., p. 188.
37 Ibid., p. 500.
38 Formas de la narración breve…, p. 234. Sobre Deleitar aprovechando debieron incidir en
manera que está por precisar, los «Diez años sin licencias para imprimir comedias y novelas en
los reinos de Castilla: 1625-1634» a los que se ha referido Jaime Moll en el BRAE, LIV, 1974, pp.
97-103.
39 Parte segunda del Sarao…, p. 23.
40 Cfr. Luis VÉLEZ DE GUEVARA, El Diablo Cojuelo, ed. de Enrique Rodríguez Cepeda, Madrid,
Cátedra, tercera ed. corregida, 1995, passim. Ha llamado la atención sobre el presente texto Juan
Antonio Cardete, en su Memoria de Licenciatura realizada a sugerencia nuestra y con nuestra
dirección y gran esfuerzo por su parte, en la Universidad Nacional de Educación a Distancia
durante el curso 1992-1993.
SOBRE LA VOZ «NOVELA»
41 Rmo. P. Mro. Fr. MARTIN SARMIENTO, Memorias para la Historia de la Poesía, y Poetas
44 Benito PÉREZ GALDÓS, «La desheredada», en sus O. C., IV, Madrid, Aguilar, 19697, pp.
983-1181.
45 «Tormento», ibid., pp. 1469 y ss.
46 E. PARDO BAZÁN, «Dulce dueño», O. C., II, Madrid, Aguilar, tercera ed., 1973 (reimpr.), pp.
NOVELA CORTA
La expresión novela corta debió estandarizarse idiomáticamente en nues-
tra centuria y difundirse con la publicación de la serie «La Novela Corta»,
dirigida por José de Urquía y que en algún número se definió como «Revis-
ta de divulgación literaria»; ahora la lexía significa ‘relato escrito de exten-
sión breve’.
Hay que saber además que hubo colecciones que atendían al género dra-
mático y no novelístico, que hacían uso sin embargo de nuestra palabra: así
ocurre con «La Novela Teatral», y en esta fórmula la voz novela parece con-
notar ‘publicación periódica y en pequeño formato’. «La Novela Teatral»
imprimió textos de Galdós, Benavente, Arniches, etc.
NOVELA CORTESANA
Se trata de una acuñación hecha por don Agustín González de Amezúa
en 1929, quien la definía y situaba así:
[Es] una rama de la llamada genéricamente novela de costumbres […].
La novela cortesana nace a principios del siglo XVII; tiene por escenario la
Corte y las grandes ciudades, cuya vida bulliciosa, aventurera y singular-
mente erótica retrata; conoce días de esplendor y ocasos de decadencia, y
muere con el siglo que la vió nacer49.
Estamos ante una designación no enteramente afortunada; en todo caso
ha de saberse que «cortesano» era en efecto en el DRAE de 1925 inmediata-
mente anterior a que escribiese Amezúa lo ‘perteneciente a la corte’, y de ahí
el adjetivo empleado por nuestro autor, quien introdujo en los usos lingüísti-
cos en efecto —según decimos— el troquel novela cortesana50.
—como queda dicho— en Opúsculos histórico-literarios, Madrid, CSIC, tomo I, 1951, pp. 194
y ss.: p. 198.
50 De otra parte el DRAE del mismo año veinticinco registraba el sentido de cortesana
‘ramera’.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
FINAL
Tenemos por tanto —y a modo de conclusión parcial— que hacia las pri-
meras décadas del Seiscientos la palabra «novela» en castellano significa ya
‘relato extenso’, y que esta acepción se estandarizará y hará vigente desde el
Setecientos y sobre todo el Ochocientos.
«CONTAR» Y «CUENTO»
«CONTAR»
ORALIDAD Y DIVERSIÓN
CERVANTES Y COVARRUBIAS
LA LEXICOGRAFÍA ACADÉMICA
La voz cuento fue considerada ya con alguna amplitud por Vicente Salvá.
Acepciones de este vocablo cuento y documentación literaria del uso de la
palabra aparece en las páginas 546b-547b del Tomo segundo del Gran Dic-
cionario de la lengua castellana (de autoridades) por Aniceto de Pagés; a tal
documentación literaria remitimos de manera expresa en la imposibilidad
lógica de copiarla entera aquí.
Casares (1942) siguió a la Academia cuando en el Diccionario ideológi-
co… definía cuento en tanto ‘fábula que se cuenta a los muchachos para
divertirlos’; en conjunto hace un artículo notable, amplio, y que incluye fra-
seología, mejor acaso que el artículo que poco más tarde iba a aparecer en
VOX.
En efecto el diccionario Vox revisado por Gili daba ya en 1945 para
«cuento» estas acepciones: ‘relación de un suceso falso o de pura invención’;
‘chisme o enredo para indisponer a una persona con otra’; ‘cómputo’ (defini-
do a su vez en la entrada correspondiente como ‘cálculo’); ‘ant. millón’. Según
vemos el significado literario se estimaba que estaba comprendido en la pri-
mera de estas definiciones; además se aportaba alguna fraseología o ejem-
plos en que entra el vocablo.
«CONTAR» Y «CUENTO»
EL AUTOR NOVELÍSTICO
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los
mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando
vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de
cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay
hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hom-
bres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chum-
beras. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen
con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y
arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia
entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que
después nadie ha de borrar ya2.
Estamos ante líneas que a los entendidos en literatura empiezan por
recordarles el inicio de La vida del Buscón, que si se tiene algún hábito de lec-
tura llaman la atención por la prosa articulada y paralelística («Hay hombres
a quienes… / y hombres a quienes…»; «Aquéllos gozan… / estos otros
sufren…»), y que en todo caso llaman la atención asimismo por su conteni-
do: el «yo» narrador reflexiona acerca de los motivos que sustentan la mal-
dad humana cuando a alguien las fuerzas del destino le han llevado por un
camino de cardos y sus tatuajes, físicos y —viene a decírsenos— morales,
nadie los habrá de borrar ya.
La novela requiere así (como toda otra manifestación literaria) un lector
con algún grado de consciencia, pues si no la comunicación artística resul-
tará fallida: la novela exige algo que implícitamente reclama al lector —lo ha
dicho con estas palabras Darío Villanueva—, «para que con su cooperación
contribuya al éxito de la operación cocreadora que es la lectura»3. Ese algo
está constituido por afirmaciones, ironías, etc., presentes en el texto, que si
no se saben descodificar hacen que no se pueda entender el relato, y tales
afirmaciones o ironías las hace el llamado autor implícito o autor implicado.
Nosotros hablaremos simplemente por una parte de autor empírico o real (la
persona Ricardo León, en poner un ejemplo escogido al azar), y por otra de
autor literario, que es «de papel» y que no puede hablar nada más que desde
dentro del discurso narrativo —en el caso de este mismo ejemplo, el autor
que en la página 18 de la primera edición de Cristo en los infiernos expresa:
«Todo historiador sagaz u hombre entendido y curioso que se proponga
esclarecer las intrigas de tan oscuros anales y penetrar en lo íntimo de los
sucesos privados que son clave y alma de los públicos (y ello es precisamen-
te lo que aquí, so capa de novela, se persigue), habrá por fuerza de topar con
estos Gelves». Nos encontramos en este pasaje con la indicación de que la
novela se va a tratar de oscuros anales públicos cuya clave se encuentra en
sucesos privados, y esto nos lo hace saber ya desde el inicio el «autor litera-
rio», al igual que nos lo había sugerido y anticipado antes, en el «Prólogo» de
la obra, el «autor empírico», el hombre real Ricardo León.
2 Camilo José CELA, «La familia…», Obras Completas, Barcelona, Destino y Planeta-De
Agostini, I, 1989, pp. 7 y ss.: p. 25. Aunque popular, esta edición es de texto fiable.
3 D. VILLANUEVA, El comentario de textos narrativos: la novela, Júcar y Aceña, Gijón-Valla-
4 Ibid., p. 183.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
Lo mismo las formas que los contenidos de una obra narrativa se hacen
presentes a cada lector de acuerdo con su preparación técnica, su mayor o
menor sensibilidad y agudeza, etc.: el lector reacciona llevado por los relie-
ves que es capaz de percibir en la obra. Esos relieves que hacen para él de
estímulo los descubrimos justamente por la reacción de los lectores, se halle
acertada o erróneamente encaminada tal reacción de esos lectores: en este
sentido hablaba Riffaterre del «archilector», y lo conceptuaba diciendo que
«el archilector es una suma de lecturas, […] ni más ni menos que un instru-
mento para poner de relieve los estímulos de un texto»7.
El conjunto de lecturas o interpretaciones del Quijote, o de Tiempo de
silencio, podrá resultar más o menos certero o más o menos erróneo, pero en
todo caso responde por lo general a estímulos objetivamente presentes en sus
respectivos discursos, y tales estímulos que han operado sobre el lector ha de
tenerlos presentes el crítico en cuanto hechos de la textura novelística que él
ha de analizar.
5 Carlos REIS y Ana Cristina M. LOPES, Diccionario de narratología, trad. esp., Salamanca,
literarios de un novelista constituye «una cuestión fundamental para evitar que la relación del
autor con la narrativa sea ecuacionada en términos de rudimentaria proyección biográfica»
(Ibid.). Las mediaciones entre lo real y lo artístico son ciertamente complejas.
7 Loc. cit., p. 57.
LA NOVELA COMO FENÓMENO COMUNICATIVO
plo don Ricardo Gullón publicó el estudio rotulado García Márquez o el arte
de contar13.
Justamente al hilo de Forster, Vítor Manuel de Aguiar ha glosado cómo
la acción novelesca, que se desarrolla en el tiempo y muestra las interaccio-
nes de los personajes entre sí y de los personajes con el ambiente, represen-
ta en definitiva la urdimbre y el flujo de la vida 14.
Decimos que la novela contiene una historia, pero a diferencia de
Edward Forster hay que advertir que por necesidad tal historia no aparece
narrada en el orden de la sucesión temporal: la historia fictiva posee un
orden lógico y concatenado de hechos, pero tal como se nos presenta en el
discurso novelístico puede aparecer sin ese orden lineal, de modo que acon-
tecimientos posteriores se nos presenten antes, etc.: esto se ha dicho con la
fórmula de que el único tiempo textualmente pertinente es el tiempo del dis-
curso, no el tiempo de la historia narrada en sí. La construcción artística de
la novela hace de cualquiera de ellas —puede pensarse en El Doncel de Don
Enrique el Doliente, o en cualquiera otra— un «universo diegético» que posee
en cuanto parte de esa construcción su propia factura temporal, su tiempo
del discurso que no es necesariamente ordenado y lineal.
novela —ni obra literaria— sin significado, aunque ya decimos que no se tra-
ta de un significado claro y unívoco, sino borroso y un tanto abierto.
El signo novelístico que es una narración —e. gr., La aldea perdida de don
Armando Palacio Valdés— está formado por el conjunto de sus procedi-
mientos formales (significante), más su significación connotadora (signifi-
cado).
17 G. LUKÁCS, Teoría de la novela, trad. esp., Barcelona, Edhasa, 1971, pp. 93-95.
18 Tenemos que confesar que al leer en su día las palabras de Aguiar o las de Morán que
vamos a ver, que resumen la idea de Lukács de que la novela moderna narra la aventura de un
agonista que busca valores auténticos en un mundo problemático, de inmediato pensamos que
una narración que está informada por tal tesis lukacsiana es Tiempo de silencio de Luis Martín
Santos.
19 Loc. cit., pp. 89-91. Fernando Morán ha glosado así a Lukács: «La novela es la historia
de una búsqueda […] «demoníaca», puesto que el ángel caído aspira a su antigua condición. Per-
secución de valores auténticos en un mundo degradado, [valores …] que sin estar presentes
manifiestamente en la novela, organizan de modo implícito el conjunto del universo. [… La
novela] goza de una naturaleza dialéctica; por una parte, comunidad con el mundo; por otra,
ruptura» (F. Morán, Novela y semidesarrollo, Madrid, Taurus, 1971, p. 234).
20 C. BOBES NAVES, La novela, Madrid, Síntesis, 1998, p. 28.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
24 Los anteriores párrafos pueden quedar desde luego ampliados y enriquecidos teniendo
EL CANON PICARESCO
1 G. SOBEJANO, «De la intención y valor del Guzmán de Alfarache», recogido en su libro For-
ma literaria y sensibilidad social, Madrid, Gredos, 1967, pp. 9 y ss.: pp. 28-29.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
mán supo captar lo que puesto a escribir le ofrecía el Lazarillo, y se sumó así
a sus procedimientos dando lugar por tanto al género picaresco.
Pero incluso en exposiciones elementales la crítica intuyó cómo se había
establecido el género «novela picaresca»2; por ej. Alonso Zamora, en el opús-
culo Qué es la novela picaresca, no deja de decir que lo más eficaz y claro en
el estudio de esta clase de literatura «es perseguir esas novelas desde su apa-
rición, viendo qué aportan y qué tienen de sujeción al canon establecido por
el Lazarillo y en qué medida se apartan de él»3. Ciertamente la trayectoria
literaria de un género es la de las repeticiones, variaciones y transgresiones
del canon que constituyen las reglas o rasgos de tal género4.
En definitiva Alonso Zamora sienta que «el género sufre una evolución»5,
y en particular respecto del de la picaresca en lengua española expone estos
caracteres:
a) forma autobiográfica;
b) narración de la ascendencia, educación, primeros pasos y fluir de la
vida del personaje;
c) de los episodios se desprende una actitud moralizadora6.
Los estudiosos han concretado luego que se trata de un objetivo morali-
zador dirigido a la reforma de las costumbres no sólo —podemos añadir—
religiosas sino laicas (políticas, etc.)7.
2 Los estudios sobre la picaresca española ilustran muy bien el desarrollo de la propia teo-
ría literaria, y por eso resulta de interés seguir la elaboración del concepto «novela picaresca».
3 Qué es…, Buenos Aires, Columba (Colección Esquemas), 1962, p. 14. Este trabajo no
sentan aquellas notas por las cuales se define dicho tipo de novela, un tipo
abstracto8.
El espíritu de estas palabras —en las que nos parece percibir la dedica-
ción de sociólogo de su autor—, nos dice que existen en verdad notas o carac-
teres que realizan el tipo ideal «novela picaresca»; el Lazarillo en particular
ofreció «el dechado a que debería ajustarse el subgénero llamado “picares-
co”»9, género que se ha de definir en tanto «relato autobiográfico escrito en
primera persona por sujeto imaginario de ínfima extracción social, quien
pasando por avatares sucesivos nos introduce en sectores y ambientes diver-
sos de la sociedad, que podemos así contemplar desde una perspectiva poco
favorecedora»10.
Estamos en todo caso ante un tipo ideal narrativo que se manifiesta en
novelas picarescas concretas; el actuar literario de los autores de la picares-
ca responde a la idea de narración que ya aparecía en el Lazarillo y al cual se
ajustaron luego otros escritores.
Además interpreta Francisco Ayala que en el proceso de redacción de la
obra publicada en 1554, quien era protagonista de los cuentos chistosos «se
reveló como una imitación verosímil de vida humana»11: surgía así la nove-
la moderna, pues nos hallamos en el caso de la narración anónima con la
experiencia de un sujeto individual. «De esta manera —concluye en definiti-
va Ayala— empieza a dibujarse la entidad de personaje novelesco que hace
de Lazarillo algo nuevo y distinto en el campo de la creación literaria»12.
EL FORMALISMO RUSO
8 Citamos según la reedición «con leves retoques y correcciones» del texto de Ayala: El
EN 1599
13 Boris TOMACHEVSKI, Teoría de la literatura, trad. esp., Madrid, Akal, 1982, pp. 211-212, a
grupo, y que este género rudimentario alcanza algo como una vida
propia, sugerente, que incita a la imitación»15.
Hace bien nuestro crítico en hablar de un «francotirador» a propósito de
lo que suponía la obra del autor del Lazarillo: se trataba de una innovación
en el arte de narrar que necesitaba sin embargo de que Mateo Alemán (pues
así fue) la entendiese y se sumase a ella. El género picaresco surgía por tanto
en 1599.
La crítica reciente opera de manera más o menos expresa con la idea de
la consistencia de los géneros literarios históricos manifestada por el forma-
lismo ruso. Sobre este fondo, F. Lázaro se sumó a la tesis de Claudio Guillén
y de hecho fue la que mantuvo al tratar del concepto de «novela picaresca»:
la picaresca en tanto género —decía— surgió cuando Mateo Alemán «apro-
vecha las posibilidades de la obra anónima» para sus designios de escritor16.
Por su lado Francisco Rico seguía asimismo a Guillén en el libro La nove-
la picaresca y el punto de vista, al decir que por un proceso de agrupación de
Lazarillo y Guzmán en la conciencia literaria del momento, «surgió la matriz
de la novela picaresca»17.
En fin Antonio Rey se suma asimismo a lo mantenido por C. Guillén, y
lo expone con claridad pedagógica18.
co», ahora en su libro El primer Siglo de Oro, Barcelona, Crítica, 1988, pp. 197-211.
16 Cfr. Fernando LÁZARO CARRETER, «Lazarillo de Tormes» en la picaresca, ed. aumentada,
Del Quijote puede decirse que constituye una literatura por sí mismo, en
el sentido de que es obra que ensaya diversas formas de la literatura vigente
en el Quinientos y se propuso hacer a partir de todas ellas algo nuevo y mejor,
una a modo de síntesis que a la vez igualase y superase en conjunto a los
géneros novelísticos entonces en uso; Cervantes se movía —según la antigua
tesis de Américo Castro— con pensamiento y con sensibilidad, y también
quería llevar a la práctica desde luego un nuevo arte de hacer novelas.
El autor literario escribe siempre en el contexto de su horizonte inme-
diato, y en el XVI los subgéneros novelísticos eran la novela caballeresca, la
pastoril, la histórica (Abencerraje), la sentimental (Juan de Segura), la bizan-
tina,…2, pero estos intentos —observa con sentido común don Dámaso— se
hallan alejados de lo que hoy se entiende por novela; los intentos de una
novela pastoril, caballeresca o morisca son “fracasados tanteos españoles
para la creación de la novela moderna”3.
Con La vida de Lazarillo de Tormes se ha llegado a todas luces a la narra-
ción realista, y Cervantes buscaba en su obra máxima llegar a otra clase de
narración que incluyese en sí esa novela realista y además los otros géneros
Terracini.
2 Cfr. en efecto la exposición que hacen en su cap. XIV Juan HURTADO y Ángel GONZÁLEZ
PALENCIA: Historia de la literatura española, quinta ed. aumentada, Madrid, Saeta, 1943.
3 Dámaso ALONSO, «Enlace del realismo», recogido ahora en los «Estudios varios» de sus
O. C., VIII, Madrid, Gredos, 1985, pp. 483 y ss.: pp. 484 y 497.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
4 D. ALONSO, «La novela cervantina», O. C., VIII, pp. 587 y ss.: pp. 590-591.
5 Vid. ahora Emilio OROZCO DÍAZ, Cervantes y la novela del Barroco, Universidad de Grana-
da, 1992, pp. 167 y 176. La anotación póstuma que se hace aquí de los textos críticos de Oroz-
co es de tal amplitud, que creemos hubiera sido mejor dar los escritos del autor tales cuales él
los dejó: muchas veces se duda acerca de qué fue lo que verdaderamente escribió nuestro críti-
co y lo que luego se ha añadido.
CERVANTES Y LA NOVELA (UNA FRANGIA CERVANTINA)
6 Este pasaje aparece citado en nuestro anterior artículo «El realismo de lo complejo en
Cervantes» (de F. ABAD, Estudios Filológicos, Universidad de Valladolid, 1980, pp. 121 y ss.), pági-
nas que complementan a las presentes.
7 El pensamiento de Cervantes por Américo Castro, Madrid, Junta para Ampliación de Estu-
dios, 1925, p. 41.
8 Ibid., pp. 73-74.
9 A. CASTRO, Cervantes y los casticismos españoles, segunda ed., Madrid, Alianza, 1974, p.
110. El ímpetu interior de Alonso Quijano le hace notar con agudeza al maestro granadino:
«Don Quijote intenta una revolución cuyos efectos son menos visibles en lo conseguido por él
que en las resistencias y vivas reacciones por él provocadas» (Ibid., p. 30).
10 Américo CASTRO, De la Edad conflictiva, Madrid, Taurus, tercera ed., 1972, pp. 210 y 213.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
CERVANTES Y LA PICARESCA
mundo [...]: en este aislamiento el pícaro encuentra su superioridad sobre el resto de los hom-
bres, y de esta superioridad saca su razón para juzgarlos» («Cervantes...», p. 315).
14 Gonzalo Sobejano matiza sin embargo cómo el «Coloquio de los perros» es «novela pica-
resca a carta cabal», y Cervantes de esta manera —a diferencia de como ha propuesto el prof.
Lázaro— «escribió novela picaresca, aunque no trató de pícaros» («El Coloquio de los perros en
la picaresca y otros apuntes», HR, 43, 1975, pp. 25-41).
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA
ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
DE QUÉ SE TRATA
MENÉNDEZ PELAYO
Menéndez Pelayo escribió coyunturalmente sobre novelistas de su época,
y la suma de esos escritos está recogida y ha podido leerse luego por ejemplo
en sus Estudios y discursos de crítica histórica y literaria.
En enero de 1896 hizo un escrito sin embargo sobre los «Jesuitas espa-
ñoles en Italia», que en realidad era una reseña un poco larga a una memo-
ria de Vittorio Cian; se remontaba por tanto al tercio último del Setecientos,
y al tener que nombrar a Montengón escribe, frente a la deficiencia que esti-
ma en la noticia que da de él Cian: «La verdadera importancia de Monten-
gón consiste en ser casi el único novelista español del siglo pasado, fuera del
P. Isla. No pasó de la medianía ciertamente, pero sus obras son muy curiosas
y todavía más bajo el aspecto de las ideas que de la forma literaria, que en
general es pobre y desaliñada. Su […] Rodrigo […] es una de las más antiguas
tentativas de novela histórica»1.
La reivindicación del jesuita como novelista y su papel en el desarrollo de
la novela histórica fueron estimaciones críticas que luego han servido a los
estudiosos y que han pasado a ellos.
SOBRE EL REALISMO
A Pereda le dedicó Menéndez Pelayo varios escritos, y en uno de ellos tra-
ta de la idea del realismo y dice:
Se tuercen los conceptos hasta el punto de llamarse realismo por algu-
nos a la seca, fría y grosera representación de los vicios y maldades huma-
nas, siendo así que esta producción, lejos de ser de lo real, peca de falsa-
mente idealista, primero porque representa como general lo que es
aberración y accidente; segundo, porque envuelve las más veces en el pen-
samiento de sus autores una mostruosa idealización y apoteosis del perver-
so estado social que se describe. […] El arte para nosotros […] consiste en
ver lo ideal en el seno de lo real2.
Nuestro autor está en contra del realismo de época, es decir, del de las
décadas finales del Ochocientos, y lo condena en cuanto le parece falsa y
monstruosamente idealista; el realismo como concepto estético lo entiende
en tanto la realidad idealizada, pues —añadía— «no se comprende realismo
1 Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Estudios y discursos…, Santander, Aldus, MCMXLII, IV, pp.
98-99.
2 Estudios y discursos…, VI, pp. 332-333.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
sin un ideal bueno o malo a que referirle, ni hay idealismo que no tenga algún
fundamento en la realidad»3.
Nuestro autor resulta quizá contradictorio, pues al realismo de su tiem-
po lo rechaza y lo tiene por idealista, y a la vez define al arte como la visión
idealizada de la realidad; don Marcelino lo que rechazaba verdaderamente
era el que llamaba realismo idealizador de lo «monstruoso», es decir, el que
simplemente —diríamos nosotros— se atenía a todo lo natural que existe,
incluido lo biológico-psicológico.
Habla Menéndez Pelayo de los procedimientos naturalistas de Pereda,
procedimientos que estima no responden en él a «escuela», sino a «su índo-
le»: Pereda —interpreta— emplea innegablemente procedimientos naturalis-
tas; va siempre tras lo individual y concreto; trata los detalles como lo prin-
cipal de su arte, y por ello se aventaja en la descripción y en el diálogo; ha
vigorizado su lengua con la lengua del pueblo;…4.
En otro momento escribió asimismo nuestro crítico: «Todo naturalista es
realista, si se mantiene fiel a los preceptos de su escuela; pero no todo realis-
ta es naturalista»5. Parece querer decir que el naturalista posee un ideal al
que referir la realidad aunque ese ideal fuese para él el de lo accidental y abe-
rrante o perverso, y que el resto de los realistas refieren la realidad a otro ide-
al menos audaz. Estamos ante una actitud estética por parte de don Marce-
lino que es a la vez una actitud ideológica conservadora: entiende que el arte
es una idealización de la realidad, pero desestima algunas de las idealizacio-
nes que pueden hacerse y en concreto la de los que consideraba perversos
estados sociales, que no eran sin embargo sino estados naturales del vivir o
estados a los que habían llevado con su opresión los poderosos.
Ha dicho nuestro autor que no todo realista es naturalista, y a continua-
ción prosigue:
Así, v. gr., tratando de Pereda todos dirán unánimes que es realista;
pero muchos negarán, y yo con ellos, que deba contársele entre los natura-
listas, por más que algunos de sus procedimientos de trabajo se asemejen
a los que emplea y preconiza la novísima escuela6.
Esos procedimientos naturalistas peredianos los debía entender nuestro
crítico sin duda como una idealización de parte de lo natural de la realidad,
por ejemplo del detalle de lo individual y concreto.
Vuelve Menéndez Pelayo a referirse al concepto estético de realismo, y
escribe este párrafo:
Esa modificación que el artista más apegado a lo real impone a los
objetos exteriores por medio de los dos procedimientos que llamaré de
intensidad y de extensión, arranca de la realidad material esos objetos y les
3 Ibid.
4 Ibid., p. 341.
5 Ibid., p. 345.
6 Ibid.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
imprime el sello de otra realidad más alta, de otra verdad más profunda; en
una palabra: los vuelve a crear, los idealiza [… Idealismo y realismo] van
encerrados en el concepto de la forma artística, la cual no es otra cosa que
una interpretación (ideal como toda interpretación) de la verdad oculta bajo
las formas reales. Merced a esta verdad interior que el arte extrae y quinta-
esencia, todos los elementos de la realidad se transforman, […] y hasta los
personajes que en la vida real parecerían más insignificantes se engrande-
cen al pasar al arte, y por la concentración de sus rasgos esenciales adquie-
ren valor de tipos […] y sin dejar de ser individuos rara vez dejan de tener
algo de simbólico7.
Tenemos que el artista idealiza la realidad, pues la refiere a una de las
idealidades posibles (la de lo natural sin tabúes en el caso de los naturalis-
tas, etc.): cuando se idealiza o interpreta en profundidad y logradamente un
elemento de la realidad, ese elemento queda tipificado y adquiere así carta
de nobleza y de perdurabilidad en las letras.
Añade también don Marcelino que «si realismo quiere decir guerra al
convencionalismo, a la falsa retórica y al arte docente y sermoneador, y todo
esto en nombre y provecho de la verdad humana, bien venido sea»8, y nues-
tro autor se expresa ahora en favor de los fueros del arte, de la innovación en
la serie literaria y de la verosimilitud ideal que encierre una verdad humana.
Hemos visto que Menéndez Pelayo notaba cómo Pereda llevó a su idio-
ma literario el habla popular de la Montaña, y no deja de subrayar que se tra-
ta en este caso de la lengua de más casta entre las variedades idiomáticas
peninsulares, ya que es una «lengua verdaderamente patricia y de legítimo
solar y cepa castellana, que no es la lengua de segunda o de tercera conquis-
ta, la lengua de Toledo o de Sevilla, sino otra de más intacta prosapia toda-
vía»9. Efectivamente la primera modulación o norma del español fue la cas-
tellano vieja, y luego fue otra vez esa norma castellano vieja la que se impuso
a la toledana y se repartió con la sevillana el dominio lingüístico de nuestro
idioma, según sabemos desde Menéndez Pidal; la primera en el tiempo y en
el espacio de las normas lingüísticas del español fue la de Castilla la Vieja, y
su superior identidad castiza la reivindica nuestro crítico en el caso de su
empleo por Pereda.
10 Téngase presente a propósito de lo que decimos, por ej. este párrafo de José María JOVER
13 Ibid., p. 94. Aunque hemos transcrito sólo en parte el fragmento, merece leerse todo
entero.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
na y más dureza sectaria está escrita La familia de León Roch»; con estas
obras más Doña Perfecta estimaba don Marcelino que abrió don Benito la
serie de sus «Novelas españolas contemporáneas», novelas que luego alguna
crítica ha estimado que no son sino las de 1885 a 1915: a las anteriores las
engloba tal crítica posterior en la denominación de «novelas de la primera
época».
En todo caso de estas Novelas españolas contemporáneas manifestó don
Marcelino en la Academia que venían a formar todas en conjunto
una especie de Comedia humana, que participa mucho de las grandes
cualidades de la de Balzac, así como de sus defectos. Para orientarse en
este gran almacén de documentos sociales conviene hacer por lo menos
tres subdivisiones […]. Pertenecen a la primera las novelas idealistas [Glo-
ria, etc. …]. La segunda fase (tercera ya en la obra total del novelista)
empieza en 1881 con La desheredada, y llega a su punto culminante en For-
tunata y Jacinta, una de las obras capitales de Pérez Galdós, una de las
mejores novelas de este siglo. En las anteriores, siento decirlo, a vuelta de
cosas excelentes, de pinturas fidelísimas de la realidad, se nota con exceso
la huella del naturalismo francés […] Tienen sobre todo [las novelas de este
grupo] un hondo sentido de caridad humana, una simpatía universal por
los débiles, por los afligidos y menesterosos, por los niños abandonados,
por las víctimas de la ignorancia y del vicio, y hasta por los cesantes y los
llamados cursis. […] Angel Guerra [es] principio de una evolución cuyo tér-
mino no hemos visto aún [… en la que Galdós] entra además, no diré que
con paso enteramente firme, pero sí con notable elevación de pensamien-
to, en un mundo de ideas espirituales y aun místicas, que es muy diverso
mundo en que la acción de Gloria se desenvuelve. Algo ha podido influir en
esta nueva dirección del talento de Galdós el ejemplo del gran novelista
ruso Tolstoi; pero mucho más ha de atribuirse este cambio a la depuración
progresiva aunque lenta de su propio pensamiento religioso14.
Vemos cómo don Marcelino, en esta periodización que hace de la obra
galdosiana, se para en subrayar el logro de calidad que supone Fortunata y
Jacinta, libro —estimaba— que da la ilusión de la vida y en el cual (en el pre-
sente recorrido historiográfico las palabras literales de nuestro autor resul-
tan necesarias) «la vida es tan densa; tan profunda a veces la observación
moral; tan ingeniosa y amena la psicología […]; tan interesante la acción
principal en medio de su sencillez; tan pintoresco y curioso el detalle, y tan
amplio el escenario, donde caben holgadamente todas las transformaciones
morales y materiales de Madrid desde 1868 a 1875, las vicisitudes del comer-
cio al pormenor y las peripecias de la revolución de septiembre»15.
Proclamaba asimismo el polígrafo santanderino el sentido de simpatía
por los débiles y los menesterosos de la obra de Galdós en las Novelas espa-
ñolas contemporáneas (y en los Episodios, podemos añadir); en realidad se
trata a veces —creemos nosotros— de una verdadera demofilia política que
supone una actitud democrática en don Benito; aunque él fuese elegido par-
lamentario por el sistema imperante de oligarquía y caciquismo, en verdad
su alma estaba en otra parte, en la demofilia intelectual y política. Esta
demofilia la edulcora conservadoramente don Marcelino al presentárnosla.
En fin habla Menéndez Pelayo del Galdós de los años noventa, el de la
fórmula de la novela novelesca y el del espiritualismo impregnado en parte
por la ascendencia rusa que se manifiesta en Ángel Guerra, en Nazarín,…
II
16 Emilia PARDO BAZÁN, «San Francisco de Asís (siglo XIII)», O. C., 27-28, Madrid, Pueyo
[1941].
17 Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Estudios y discursos…, V, p. 29.
18 Ha aludido al asunto Lily LITVAK, Transformación industrial y literatura en España (1895-
1905), Madrid, Taurus, 1980, pp. 198-199, aunque llama la atención que no aluda al San Fran-
cisco de Asís de doña Emilia.
19 ANDRENIO, El renacimiento…, Madrid, Mundo Latino, 1924. Otros escritos reunidos en el
volumen son «El ensayo y los ensayistas españoles contemporáneos» y «La enseñanza de la lite-
ratura», más un «Memento bibliográfico».
20 Op. cit., pp. 7-116: p. 20.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
21 Ibid., p. 21.
22 Ibid., pp. 25 y ss.
23 Ibid., p. 33.
24 Ibid., p. 52.
25 Ibid., pp. 53-55.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
tampoco caer en abultar su valor sólo por su proximidad: entre ellos cabe asi-
mismo una estimativa, entendemos nosotros.
III
MIGUEL ROMERA-NAVARRO
Una de las primeras Historias de la literatura española que se han hecho
en este siglo fue la de Miguel Romera-Navarro; en el Índice el autor rotula la
parte quinta de su libro «Decadencia de las letras: siglo XVIII y comienzos del
XIX», y la sexta «Renacimiento de la literatura: siglo XIX»: esta Parte sexta la
inicia hacia 183333.
La desestima que en general se hace de la novela del siglo XVIII bien se
deduce de este párrafo:
No es siglo de producción de obras de amena literatura, de verdadera
creación artística, […] sino de crítica literaria, de erudición, de investiga-
ción histórica […]. La literatura de aquel siglo es la menos original y valio-
sa de nuestra historia moderna. No faltaron sin embargo algunas figuras de
considerable relieve en el drama y en la poesía lírica34.
Vemos cómo el autor se mueve claramente en la idea de decadencia de
las letras bellas que él extiende en términos generales desde Antonio de Solís
hasta Francisco Martínez de la Rosa; de este siglo y medio solamente desta-
ca según podemos comprobar a algunas figuras en la lírica y en el teatro35.
En particular escribe Romera-Navarro que «en ningún género decayó
tanto la producción del siglo XVIII como en el novelesco», pues «sólo una»
novela de la centuria «ha conseguido aprecio y elogio»: el Fray Gerundio36;
en cuanto al Ochocientos nuestro autor mantiene que
con el realismo, se levanta a las mayores alturas la novela española,
surge la novela regional (Fernán Caballero, Pereda, Pardo Bazán, etc.) […].
Suele fijarse en 1882 la entrada del naturalismo en España. Es el año en
que se publica La Tribuna de la Pardo Bazán, novela que reviste algunos de
los caracteres de rigor en el naturalismo […]. En la última década del siglo,
Pérez Galdós cultiva la novela de significación ideal y simbólica37.
Ahora en el XIX el género de la novela se nos presenta como el que cier-
tamente ha alcanzado las mayores alturas, aunque Miguel Romera matiza la
estimación con la advertencia de que este género «no llegó a florecer con ver-
dadero brío en España sino después de pasada la fiebre romántica», formu-
38 Ibid., p. 500.
39 Ibid., p. 550.
40 Ibid., p. 566.
41 Ibid., p. 592.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
Sobre los novelistas entonces más recientes señalaba Miguel Romera que
la tradición del Ochocientos era continuada por Blasco Ibáñez, que muchos
autores cultivaban la novela de costumbres locales, que había surgido como
novedad «deplorable» la novela erótica, que Baroja reaccionaba «contra el
estilo literario» (¿?), y que Valle-Inclán era «quien mayor influencia ha ejer-
cido sobre los literatos jóvenes»42.
Tales eran las estimaciones sobre la novelística de nuestros siglos más
próximos por parte de Miguel Romera-Navarro. La investigación sabido es
que avalora más en nuestros días los decenios finales del Setecientos y la pri-
mera mitad del XIX, y además una actitud sin duda bastante conservadora lle-
va a nuestro autor a juicios que no siempre pueden compartirse.
IV
JUAN CHABÁS
Este prosista (y poeta) del Veintisiete fue autor también primero de una
Breve historia de la literatura española salida en 1933 y luego, en segunda edi-
ción revisada y ampliada, poco antes de iniciarse la guerra civil; en el exilio
escribiría además una Literatura española contemporánea.
Chabás organiza en la primera de sus obras el análisis de la novela ocho-
centista desde Fernán Caballero hasta Blasco Ibáñez con el rótulo de «La
novela costumbrista y regional», y plantea de inicio el asunto así:
El costumbrismo, característica del siglo XIX, […] se introduce también
en la novela contemporánea y le da especial fisonomía. A veces ese cos-
tumbrismo es localista, provinciano, y constituye todo el paisaje de nuestra
novelística regional que en el siglo XIX ofrece un curioso fenómeno de des-
centralización literaria. La novela de costumbres es además una síntesis de
ese costumbrismo de intención realista, y de todo el contenido sentimental
del romanticismo que en la segunda mitad del siglo aparece fundido a la
influencia naturalista que nuestros escritores reciben de Francia43.
Estamos ante autores entre los que Chabás enumera a Fernán Caballero,
Antonio de Trueba, Pedro Antonio de Alarcón, Manuel Fernández y Gonzá-
lez, Juan Valera, y José María de Pereda; en ellos vemos que destaca el que
llama curioso fenómeno de descentralización literaria, lo cual —hay que con-
fesarlo— es una conceptuación pobre de un hecho histórico de mucho relie-
ve: el del surgimiento del nacionalismo español y de las culturas regionales
hasta desembocar en un regionalismo político.
En cuanto a lo novelístico advierte nuestro autor con certera mirada el
fondo de romanticismo (aunque fuese decreciendo) que se da en toda la cen-
turia, romanticismo unido a la intención realista y a veces a la inducción
42 Ibid., p. 650.
43 J. CHABÁS, Breve historia…, Barcelona, Joaquín Gil, 1936, p. 236.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
naturalista. Más tarde —enseña Juan Chabás—, Galdós, Pardo Bazán, Pala-
cio Valdés, Luis Coloma, Jacinto Octavio Picón y Blasco Ibáñez «son los con-
tinuadores en el último período del siglo XIX de la novela de esa centuria.
Cuando ellos producen el romanticismo ha perdido su brío, y está transfor-
mándose en esas nuevas corrientes de realismo y naturalismo»44. En resu-
men para nuestro autor lo fundamental de la novela española decimonónica
es su realismo o a veces naturalismo que es además costumbrista y regional:
por supuesto este regionalismo constituye un componente de importancia
capital en la cultura y la política españolas de la centuria, y sólo en ese mar-
co de conjunto deberá quedar entendido y explicado. Con razón el historia-
dor José María Jover no entiende su visión de la España contemporánea
(1808-1939) al margen de las fuentes novelísticas45.
Chabás considera “epígonos de los novelistas del 98” a dos escritores de
«alta personalidad», Miró y Pérez de Ayala, y asimismo a otros autores que
estima «de mucha menor importancia»: Trigo, Concha Espina, Ricardo
León, o Wenceslao Fernández Flórez46. Sin duda esta caracterización de
«epígonos» ha de tomarse sin sentido peyorativo y nada más en el significa-
do cronológico, y desde luego hay que reconocer que resulta también un tan-
to globalizadora y pobre.
Juan Chabás ha de referirse a los novelistas jóvenes en 1936, es decir, a
los del Veintisiete, y habla de ellos así: «Nuestros escritores jóvenes […] no
se han especializado en ningún género. […] También la nueva generación,
estilísticamente, ha tenido importancia renovadora. […] Los nuevos valores
de estilo que estos escritores aportan son los mismos que [… aportan…] los
poetas. Valor nuevo de la metáfora, […]». Entre quienes le parecían que
acentuaban su carácter de novelistas menciona a Jarnés, Antonio Espina,
Domenchina, etc., a quienes dedica unas líneas, y Carranque de los Ríos,
Arderíus, Arconada, José Díaz Fernández, o Sender, a quienes nada más que
menciona47.
Tiene razón nuestro autor al destacar la individualidad y el valor elocuti-
vo que poseen varios de estos escritores, individualidad que todavía en nues-
tros días —y en contra de su estimación— todavía no ha encontrado registro
en las Historias de la lengua; el panorama que esboza parece en cambio un
44 Ibid., p. 240.
45 Cfr. en términos generales su bello artículo artículo «De la literatura como fuente histó-
rica», BRAH, CLXXXIX, 1992, pp. 23-42, en el que pide se le permita recordar “el esfuerzo que
llevó a cabo en la Universidad de Valencia por aquellos años [fines de los cincuenta y primeros
sesenta] un pequeño grupo de historiadores […] —Ubieto, Reglá y yo mismo—, por encontrar
una síntesis armónica, atenta a una reconstrucción entera del pasado, entre las distintas formas
de hacer historia que a la sazón competían en nuestra patria. Propugnamos entonces una aten-
ción equilibrada a los aspectos socioeconómicos, a los aspectos políticos, a los aspectos cultu-
rales de cualquier situación histórica, buscando su interconexión como único camino para
hacernos con una imagen total, no mutilada, de cualquier momento del pasado” (p. 31).
46 Op. cit., p. 278.
47 Ibid., pp. 308-310.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
VALBUENA
Obra que habría de alcanzar amplia difusión y vigencia quizá sobre todo
en los años cincuenta y primera mitad de los sesenta fue la Historia de la lite-
ratura española de don Ángel Valbuena Prat, editada por vez primera en Bar-
celona en plena guerra civil.
Por lo que ahora nos importa ha de recordarse que nuestro autor se refie-
re al Larra de El doncel de don Enrique el Doliente, y estima que «ciertos moti-
vos descriptivos, de elegante estilización, y detalles de atisbos de la fina sen-
sibilidad del autor merecen recordarse en esta obra, que en conjunto no pasa
de un mero valor arqueológico bastante inferior al de la pieza de teatro»; en
concreto a distintas imágenes y momentos de miniatura del texto los llama
el crítico «prerrafaelistas»48.
Más en general traza Valbuena el panorama de que la prosa romántica
resulta claramente inferior a los otros géneros, advirtiendo que la novela no
puede ofrecernos nada comparable a los dramas de Rivas o Zorrilla y a la
poesía de Espronceda49.
Nos encontramos por tanto con que en la época romántica no hay nove-
la de verdadero relieve —insiste nuestro autor—, y así «los nobles intentos de
López Soler, de Larra, de Enrique Gil sobre todo, no dieron un completo
resultado»50. Valbuena aprecia que «el genio hispano» del siglo XIX (apela-
ción más limitada y discreta que la de Romera-Navarro) no mostró capaci-
dad para la idealización retrospectiva, y que en cambio será la observación
de la vida la que impulsará la narrativa:
Cuando hacia la mitad del siglo —escribe— encontramos una podero-
sa escuela de novelistas, es el camino de la observación directa, de la vida
diaria, lo que constituye la fuerza y la vitalidad de las narraciones. Se hará
historia, es verdad, pero a base de lo próximo y semejante, y se llevará a ella
un aliento de vida actual, de problemas candentes.
Representa una fecha y un procedimiento típico en la evolución de la
materia romántica al costumbrismo, «La Gaviota», la mejor novela de
«Fernán Caballero»51.
48 Citamos por la primera edición de Ángel VALBUENA PRAT, Historia de la literatura españo-
HACIA EL SIGLO XX
A Clarín lo consideraba don Ángel un precursor del 98, el cual «en el
género de la novela revela el avance de un mundo nuevo» que tiene melan-
colía por la tradición y el pasado arrollados por la civilización moderna,
temática ciertamente presente alguna vez en Leopoldo Alas y luego en auto-
res noventayochistas y en otros posteriores (Juan Ramón, Lorca). Sobre La
Regenta dice Valbuena que «su técnica más detallada y concreta que las gene-
ralizaciones de Galdós, mira más que éste hacia el concepto lento y exacto de
la nueva geografía de la narración»53; parece pues avalorar más ahora a Cla-
rín que a don Benito por la narración mejor trabada y aprisionadora del lec-
tor, exacta y lenta.
Don Ángel registra ya «el segundo estilo» novelístico de Valle-Inclán, el
de «El ruedo ibérico» y Tirano Banderas54, pero al tratar de Miró se mani-
fiesta con palabras de casi ningún contenido y que bordean lo cursi: a
Gabriel Miró lo caracteriza ciertamente como «estilista fino y cuidado, autor
de una novela difusa, esfumada en el ambiente tibio y perfumado de naran-
jas de las tierras levantinas»55. En último término sobre Benjamín Jarnés
escribe un párrafo en la misma línea desafortunada que acabamos de ver, y
que debe transcribirse para que se compruebe tal desorientación:
Benjamín Jarnés, el fino técnico de la novela en lo contemporáneo, es
uno de esos escritores aragoneses, que, a diferencia del baturrismo popu-
lar, se distinguen por la trama conceptual, por el estilo exquisito, y la sen-
52 Ibid., p. 751.
53 Ibid., pp. 833-834.
54 Ibid., p. 867.
55 Ibid., p. 880.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
VI
56Ibid., p. 976.
57Juan HURTADO y J. DE LA SERNA y Ángel GONZÁLEZ PALENCIA, Historia…, quinta edición
aumentada, Madrid, Saeta, 1943, pp. 771-772.
58 Ibid., pp. 932 y ss.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
VII
fórmula. Acontece entonces que la sustancia del género novelesco no puede ser expresada. La
crisis de una técnica deviene al fin crisis de lo esencial de un género. Cuando la expresión no
nace de la necesidad viva de una obra, el agotamiento de las formas acaba mustiando el fondo»
(Ibid., p. 72).
65 Ibid., p. 74.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
VIII
66 Ibid., p. 76.
67 Jorge CAMPOS, «El movimiento romántico, la poesía y la novela», en G. DÍAZ-PLAJA, dir.,
Historia General…, IV/2, Barcelona, Vergara, 1968 (reimpresión), pp. 153-239: p. 217. En verdad
la presente aportación lleva algunas referencias a la bibliografía posteriores al año inicial de
1953 que figura como de su publicación.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
LA OBRA DE M. BAQUERO
El ya desaparecido profesor Mariano Baquero Goyanes era un demorado
especialista en el cuento y la novela decimonónicos, y participó en la Histo-
ria General… de Díaz-Plaja con una amplia exposición de dimensiones de
libro sobre «La novela española en la segunda mitad del siglo XIX»: estamos
ante una aportación de absolutamente necesaria consulta que se abre con
unas consideraciones de mucho interés y que vienen a incidir en el relieve del
que hemos visto se ha llamado siglo de oro de la novela nacional (aproxima-
damente coincidente con el «siglo liberal» español).
Baquero nos llevaba con sus palabras a la intensidad de la vida literaria
en nuestro Ochocientos, y escribía:
La vida literaria española alentó poderosamente en el siglo XIX. Nunca
se habló tanto, quizás, de literatura, y nunca acaparó ésta de manera tan
intensa el interés nacional. […] Es —la segunda mitad del siglo XIX— la
época de las revistas literarias, de las polémicas seguidas con atención por
muchos lectores […]; es el tiempo de los grandes éxitos de librería como El
escándalo y Pequeñeces.
Posiblemente el género más leído es la novela. Ya en tiempos de Fer-
nán Caballero, el marqués de Molins decía que su siglo era el más novelífe-
ro de cuantos registra la historia literaria. […] Andrés González Blanco
decía: «Nuestros hijos distinguirán seguramente el siglo que pasó con la
significativa y justa apelación de siglo de la novela».
La novela pasó a ser el instrumento de la educación —y de la ineduca-
ción— del pueblo70.
68 Ibid., p. 218.
69 Ibid., pp. 232-233.
70 M. BAQUERO GOYANES, «La novela española…», Historia General…, V, Barcelona, Verga-
Nos las habemos pues con una centuria de vida literaria poderosa que no
habrá de desconocerse: la literatura es una institución y la trama de esa vida
institucional se hace más compleja en nuestro Ochocientos, sobre todo según
avanza el siglo. En tal trama cobra el mayor relieve el género novela, que se
hace por la magnitud de su cultivo instrumento educativo; ya queda apunta-
do el relieve que desde el punto de vista sociocultural y de la historia de las
mentalidades tiene la novela en el siglo liberal español y aún en términos
temporales algo más amplios.
Cuando Baquero se refiere luego por ej. a don Juan Valera subraya que
difícilmente cabe encuadrar su obra novelística en las direcciones que el
género tuvo entre nosotros en la segunda mitad del siglo71. La valoración de
don Benito la estampa por otra parte así: «Galdós es el más importante nom-
bre en la novela española, y no sólo con relación al siglo XIX. El paso del tiem-
po […] en el caso de Galdós no ha hecho más que robustecer y afirmar su
gran importancia como novelista»; más adelante advierte —y las presentes
estimaciones se escribieron en 1958, cuando quizá no resultaban tan
obvias—, que Fortunata y Jacinta más La Regenta constituyen las más altas
cimas del arte narrativo del Ochocientos español72.
A doña Emilia la avalora Baquero en cuanto cuentista, y en todo caso
manifiesta de ella:
En una época en que Valera desdeñó o infravaloró [la] novela rusa, la
actitud y la intuición de la Pardo Bazán no pueden dejar de sorprender. La
verdad es que los críticos y escritores de su siglo parece que no supieron
perdonarle el ser mujer e inteligente, y no desperdiciaron ocasión de repro-
charle su mimetismo snobista —cierto, por otra parte— y su prurito pedan-
te de querer estar al día en toda novedad artística, literaria73.
Algo de lo dicho por nuestro crítico es cierto sin duda, y así quizá como
luego en nuestro siglo ocurrió a María Moliner, no se les acabó de perdonar
que fuesen mujeres inteligentes y laboriosas (y en el caso de doña María, de
clara vinculación a la República).
Doña Emilia escribió en efecto La revolución y la novela en Rusia según
recuerda don Mariano, texto testimonialmente importante en el fin de siglo
español, y ella misma llegó a hacer novelas de «un nuevo sesgo» (lo dice así
Baquero) a comienzos de nuestro siglo. Don Mariano Baquero ya hemos
dicho que la destaca con énfasis en el género del cuento, y enjuicia que en tal
género «Emilia Pardo Bazán no tiene realmente rival en nuestras letras del
XIX. […]. El conjunto de los creados por [ella] no admite parangón en nues-
tra literatura ni casi fuera de ella, en lo que a la cantidad y riqueza imagina-
tiva se refiere»74.
71 Ibid., p. 94.
72 Ibid., pp. 100 y 109.
73 Ibid., p. 114
74 Ibid., p. 120.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
IX
ÁNGEL DEL RÍO
En 1963 salió al fin —y desaparecido ya su autor— la edición revisada de
la Historia de la literatura española de Ángel del Río: el capítulo cuarto, rotu-
lado «Post-romanticismo y realismo (1850-1898): La novela y la crítica»,
alcanzó a ser escrito por entero por él, y cabe que nos refiramos al mismo en
el presente balance de las cambiantes estimaciones de la crítica.
Ángel del Río advertía que ciertamente la novela adquiere un auge enor-
me en particular en la segunda mitad del Ochocientos que llega hasta nues-
tro tiempo, y advertía también que «la nota común que presta continuidad a
esta novela moderna es la técnica realista», o sea, el arte de reproducirlo
todo, «la realidad externa y lo individual interno», por lo que estamos ante lo
contrario de muchas novelas propiamente románticas. La novelística poste-
rior de Baroja, Valle o Pérez de Ayala —matiza del Río— «es más lírica e inte-
lectual», pero en bloque estamos desde hacia 1849 ante un ciclo artístico
completo realista77.
En lo que llama un «cuadro general» de esta segunda mitad de siglo,
nuestro crítico establece una clasificación, a saber, haciendo notar que todos
los autores menos Galdós cultivan la novela regional: novela psicológica de
análisis, Valera, Clarín y en menor medida Alarcón, la Pardo Bazán, Palacio
Valdés; novelas de tesis sobre cuestiones religiosas o morales, Alarcón (El
escándalo) y Pereda; novela social, Blasco Ibáñez. Galdós participa de todas
las tendencias —con excepción de la regional—, y las reúne en síntesis78.
Al llegar a Valera, Ángel del Río manifiesta su disparidad respecto de
Pereda, lo que le lleva a insistir en la necesidad crítica de atender a la indivi-
dualidad de cada escritor79. Se detiene luego con cuidado en Galdós, y nues-
75 Ibid., p. 123.
76 Este crítico volvió una y otra vez a la presente temática: editó La Regenta (Madrid, Espa-
sa-Calpe, 1984), y escribió e. gr., La novela naturalista española: Emilia Pardo Bazán (1955), ree-
ditada por la Universidad de Murcia, 1986.
77 Angel DEL RÍO, Historia…, ed. revisada, New York, Holt, Rinehart and Winston, 1963, II,
p. 179.
78 Ibid., p. 181. Galdós en verdad cultiva en parte el regionalismo madrileñista.
79 Así escribe en concreto: «Dentro de la unidad de tiempo, ambiente y rasgos comunes a
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
tro estudioso escribe entonces una página entera que debería ser reproduci-
da, página de gran eficacia pedagógica en la que se dice:
El verdadero creador de lo que entendemos por realismo moderno en
la novela española […] es Benito Pérez Galdós. […] Su primera novela, La
Fontana de Oro (escrita en 1867, impresa en 1870), de tema histórico pero
de técnica enteramente realista, antecede en varios años a las novelas lar-
gas de Pereda, Alarcón y Valera. Fue el primero en asimilar la lección de
Balzac y de Dickens, al par que supo dar sentido nuevo al retorno hacia el
antiguo realismo español, apropiándose lo substancial y rehuyendo la
trampa de la imitación externa, cuyo resultado fue en muchos casos un fal-
so casticismo arcaizante. Absorbió también mejor que ningún otro nove-
lista las posibilidades del costumbrismo —Larra y Mesonero—, integrando
la descripción de costumbres en la estructura de la novela. […] Su supe-
rioridad en relación con los otros novelistas se afirma cada día con mayor
certidumbre, y hoy toda la crítica le conceptúa como el más grande de los
novelistas españoles después de Cervantes.
Por tal capacidad creadora es además don Benito el novelista español
moderno que puede equipararse con los grandes novelistas franceses, ingle-
ses y rusos del Ochocientos80.
Ángel del Río pondera el realismo estético galdosiano, aprendido en Cer-
vantes y en los autores europeos de su siglo, estima asimismo su asimilación
del costumbrismo, y avalora en fin su precedencia.
De los autores más jóvenes nuestro crítico aborda un tanto sumariamen-
te a doña Emilia, y destaca en particular a Clarín; en un manual breve como
el del autor el espacio concedido a Palacio Valdés y a Blasco, y no digamos a
Jacinto Octavio Picón y a Luis Coloma, tiene por fuerza que resultar bastan-
te limitado.
GONZÁLEZ LÓPEZ
Emilio González López escribió sobre Valle-Inclán, sobre Baroja, de
temas históricos, y asimismo fue autor de una Historia de la literatura espa-
ñola en dos volúmenes, el segundo de los cuales lleva el subtítulo «La edad
moderna (siglos XVIII y XIX)». Ciertamente la literatura moderna es la de los
siglos XVIII, XIX y XX, y a esto debe referirse la alusión a la «edad moderna»
la novelística española, no cabe concebir dos escritores más opuestos que Valera y el hidalgo
montañés José María Pereda. En todo —personalidad, vida, cultura, ideas, estética y estilo—
podrían servir para un estudio de contrastes. Lo cual prueba lo limitado y a veces engañoso de las
denominaciones histórico-literarias —en este caso, la novela realista española del siglo XIX—, y
cómo bajo ellas se cobijan formas muy distintas de arte y de entender la realidad. Y sin embar-
go son de uso forzoso, siempre que no se olvide que lo fundamental —en cada época, en cada
género, e incluso en cada escuela—, es la personalidad del escritor y su estilo, la manera de dar
vida artística a su visión de la realidad» (Ibid., pp. 192-193).
80 Ibid., p. 197.
HISTORIOGRAFÍA DEL CONCEPTO «NOVELA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XIX Y XX»
81 Emilio GONZÁLEZ LÓPEZ, Historia de la literatura española. La edad moderna (siglo XVIII y
XIX), New York, Las Américas Publishing Company, 1965, p. 374.
82 Ibid., pp. 374-375.
83 Ibid., p. 375.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
XI
textos de Juan Manuel ROZAS La generación del 27 desde dentro, Madrid, Alcalá, 1974.
LAS VOCES «REALISMO», NATURALISMO»
Y «ESPIRITUALISMO»
SOBRE «REALISMO»
cia a representar la realidad tal como es’, lo cual supone una definición hecha
con claridad y sentido común; los autores autorizan e ilustran el presente sig-
nificado con un fragmento de un manual de Historia de la literatura, aunque
acaso podía haberse autorizado con otro de mayor envergadura y solvencia
científica; no obstante el mencionado tiene a favor su mucha difusión, y qui-
zá por eso fue elegido.
«NATURALISMO»
1 Vid. la selección de textos llevada a cabo por Ricardo NAVAS RUIZ, El Romanticismo espa-
ñol. Documentos, Salamanca, Anaya, 1971: pp. 264-265. A este crítico lo tenemos por un estu-
dioso serio y sólido del Romanticismo; cfr. desde luego su El Romanticismo español, cuarta edi-
ción renovada, Madrid, Cátedra, 1990.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
7 NAVAS, p. 273.
8 Ibid., p. 274.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
9 Ibid., p. 276.
10 Ibid., p. 277.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
tan»11: condena asimismo por tanto las novelas históricas que estén hechas
con una inverosimilitud falsa, y en el mismo orden de apreciaciones avalora
a Walter Scott, quien por contra alcanza a presentar de manera global esce-
nas «tan exactamente ajustada[s] a la verdad histórica, que el lector se
encuentra transportado a los lugares en que ocurren los sucesos y vive allí
imaginativamente como si fuera un contemporáneo»12.
La novela para el Duque de Rivas ha de ser verídica y además de inten-
ción juiciosa; equipara tal intención con que no pervierta en sus aspiraciones
sociales a las gentes, y así rechaza la novela socialista y se manifiesta en tono
de trueno apocalíptico.
FUENTES DOCUMENTALES
Don Benito Pérez Galdós sabido es que en 1870 estampó unas «Observa-
ciones sobre la novela contemporánea en España» que importan y que debe
intentarse interpretar bien13. En tales «Observaciones» galdosianas pedía el
autor que se atendiese en el género a todas las clases sociales, y decía así:
La novela, el más complejo, el más múltiple de los géneros literarios,
necesita un círculo más vasto que el que le ofrece una sola jerarquía, ya
muy poco caracterizada; se asfixia encerrada en la perfumada atmósfera de
los salones, y necesita otra amplísima y dilatada donde respire y se agite
todo el cuerpo social14.
de pensamiento» que trajo la revolución de 1868, se refirió Clarín en un momento de sus Solos
de clarín, reed., Madrid, Alianza, 1971, pp. 65 y ss.
14 Citamos por el útil volumen ya aludido: Benito PÉREZ GALDÓS, Ensayos de crítica litera-
ria, selección, introducción y notas de Laureano BONET, Barcelona, Península, 1972, pp. 115 y
ss.: p. 121.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
media estricta, sino al «proletariado burocrático, […] masa resultante de la hibridación del pue-
blo con la mesocracia» (Benito PÉREZ GALDÓS, Miau, ed. de Robert J. Weber, Navarra, Editorial
Labor, 19952, p. 334).
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
MENÉNDEZ PELAYO
21 Marcelino MENÉNDEZ PELAYO, Estudios y discursos de crítica histórica y literaria, VI, San-
tander, CSIC, MCMXLII, p. 332. En parte han de considerarse de nuevo textos del autor que
tenemos vistos a otro propósito.
22 Ibid., p. 342.
23 Ibid., p. 343.
24 Ibid., p. 344.
25 Ibid., p. 345.
26 Ibid.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
81 y ss.: p. 98.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
30 Una estimación de tal escrito en tanto análisis concienzudo del asunto en Walter T. PAT-
TISON, El naturalismo español, Madrid, Gredos, 1969 (reimpr.), p. 14.
31 Manuel DE LA REVILLA, «El naturalismo en el arte», incluido en Obras de D. Manuel de la
Revilla, Ateneo de Madrid, 1883, pp. 147-168: pp. 148-149. Utilizamos el ejemplar de esta obra
que se encuentra en la Biblioteca Pública del Estado de Málaga.
32 Ibid., p. 149.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
33 Ibid., p. 150.
34 Ibid., p. 153.
35 Ibid., p. 156.
36 Ibid., pp. 162-163.
37 Ibid., pp. 164 y 165.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
ALAS
38 Ibid., p. 166.
39 Ibid., p. 168.
40 Sergio BESER, ed., Leopoldo Alas: teoría y crítica de la novela española, Barcelona, Laia,
43 Ibid., p. 131.
44 Ibid., p. 140.
45 Ibid., p. 142; el subrayado es nuestro.
46 En particular sobre la autora gallega vid. toda la primera parte («Los juicios críticos»)
de la extensa monografía de Nelly CLEMESSY Emilia Pardo Bazán como novelista, Madrid, FUE,
1981; no sabemos publicada la tesis doctoral de Marisa SOTELO VÁZQUEZ, «Las ideas literarias y
estéticas de Emilia Pardo Bazán» (1988).
47 Emilia PARDO BAZÁN, La cuestión palpitante, ed. de José Manuel González Herrán, Bar-
49 Ibid., p. 157.
50 Ibid., p. 169.
51 Ibid., p. 173.
52 Ibid., pp. 173-174.
53 Ibid., p. 186.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
ÉMILE ZOLA
54 Ibid., p. 187.
55 Ibid., pp. 258-259.
56 Ibid., p. 263.
57 Ibid., p. 264.
58 Ibid., p. 269.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
sión que reclama cada ser humano por ese hecho de la comicidad o ridicu-
lez trágica de su vida y su destino. En fin este carácter fatalista del Natura-
lismo estricto lo considera doña Emilia incluso «una inmoralidad» por par-
te del movimiento59; no obstante se aclara a sí misma indicando también que
descartada tal perniciosa herejía de negar la libertad humana, «no puede
imputársele otro género de delito»60.
RAFAEL ALTAMIRA
59 Ibid., p. 282.
60 Ibid., p. 322.
61 Todas las citas literales que hagamos proceden directamente de la publicación del texto
en La Ilustración Ibérica.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
62 «La verdad —dirá en otro momento—. Zola novelista me deslumbra por su color y la
malas, más ó menos perfectas; que el Arte no es tratado de moral que deba
ofrecer los modelos perfectos.
Sienta nuestro autor los principios de la veracidad en la mímesis estéti-
ca, la individualización de los tipos artísticos que de ella se deriva, y la míme-
sis independiente de la moral: se llega así a la fórmula de que la literatura
«ha de reflejar la realidad en todos sus aspectos», escogiendo cada autor «el
que más le agrada», de lo que surgirán las personalidades artísticas.
De manera que coincide aproximadamente con la formulación de Me-
néndez Pelayo, Rafael Altamira sienta en la traza a su vez de Goethe que el
problema de la literatura es «expresar idealmente la realidad viva», es decir,
«comprender la Realidad, representársela fielmente en imagen, tener luégo
idea clara de ella, verla en su verdadero aspecto, y expresarla en fin»: así se
cumple el proceso del conocimiento, por el que el objeto conocido se con-
vierte en idea (como modificación del sujeto que conoce); luego viene la
expresión plástica o verbal.
El Realismo posee además una función educativa, pues literariamente se
fundamenta en el principio de la experimentación y educa en que se tenga un
verdadero concepto del mundo: el Realismo viene a ser pues «la pedagogía
de la literatura». Después de esta experimentación «ofrécese como elemento
y condición de la estética realista la verdad de lo que se narra», subraya otra
vez Altamira, quien proclama: «Todos los esfuerzos del Arte deben concurrir
á la expresión exacta de la naturaleza y de la vida humana; fuera de una y
otra no hay belleza legítima»63.
63 Dirigiéndose a Valera, nuestro autor le dice: «¿Con que se contenta V. señor Valera con
la novela bonita? […] Porque eso de pintar las cosas no como son, sino más bellas de lo que son,
es mentir lisa y llanamente».
64 Leopoldo ALAS «CLARÍN», Galdós, novelista, ed. de Adolfo Sotelo, Barcelona, PPU, 1991,
pp. 87-88.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
Don Juan Valera escribió según se sabe unos «Apuntes sobre el nuevo
arte de escribir novelas»; ese nuevo arte era el del Naturalismo, y él va a
manifestarse sobre el mismo.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
67 «Apuntes…», en Nuevos estudios críticos por D. Juan Valera, Madrid, M. Tello, 1888, pp.
73 Ibid., p. 46. «Todo hombre de ciencia —añade— se reirá á casquillo quitado de las vanas
De esta manera el presente escrito dice también en sus últimas tres lí-
neas: «No concibo el arte de otro modo. Sin duda que la poesía debe curar»77.
LA REVOLUCIÓN EN RUSIA
77 Ibid., p. 263.
78 Recuerdan este dato bastantes autores, por ej. J. OLEZA, «El movimiento espiritualista y
la novela finisecular», epígrafe de la Historia de la literatura española, Madrid, Espasa Calpe, 9,
pp. 776 y ss. : p. 783.
79 Cristina PATIÑO se ha referido a la dependencia de nuestra autora respecto de Vogüé, y
ha concluido que doña Emilia es original en el sentido de que recuerda o enseña —según el caso
en que se encuentre el lector— lo ya sabido. Cfr. su escrito «La revolución y la novela en Rusia
de Emilia Pardo Bazán, y Le roman russe de Eugène-Melchior de Vogüé, en el círculo de la inter-
textualidad», en J. M. GONZÁLEZ HERRÁN, ed., Estudios sobre Emilia Pardo Bazán, Universidade
de Santiago de Compostela, 1997, pp. 239 y ss.
80 En efecto el Diccionario enciclopédico hispano-americano de Montaner y Simón anotaba
en la entrada espiritualismo que todas las versiones del mismo tienen «como nota común la afir-
mación incontrovertible (por percepción directa) de la realidad del espíritu y de su categoría pri-
maria la inteligencia»; cfr. Tomo séptimo de este Diccionario, Barcelona, 1890, s. v.
81 Emilia Pardo Bazán revelará entonces —según glosa José María Jover— «la existencia
de otra vía, más directa y profunda que la aportada por el positivismo, para el conocimiento de
la realidad humana. […] La buena noticia que la autora de La cuestión palpitante trae de París
a los oyentes del Ateneo madrileño en 1887 consiste en el descubrimiento, en la experiencia de
que hay «otro naturalismo» más veraz y realista que el de Zola, más profundo en su indagación
de la condición humana. […] Vamos a encontrar en la cultura española sólidos indicios de que
esa atención misericorde al desvalido, esa compasión hacia el que sufre y trabaja en la miseria,
estaba en condiciones de acoger, en la sensibilidad colectiva de las clases medias y de parte de
la burguesía, el mensaje de la otra Europa recién transmitido por Emilia Pardo Bazán». Vid. su
escrito «Contexto histórico de la obra del Dr. Simarro», aparecido en Investigaciones psicológi-
cas (Univ. Complutense), 4, 1987, pp. 37-53: pp. 41-42.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
82 Emilia PARDO BAZÁN, «La revolución y la novela en Rusia», cuarta ed., O. C., tomo 33,
Madrid, R. Velasco, impresor, s. a., p. 9. Citamos esta reimpresión del texto, que hemos encon-
trado en librería de viejo.
83 Ed. cit., pp. 74-75.
84 Ibid., pp. 19-20.
85 Ibid., pp. 159-160.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
LA NOVELA EN RUSIA
86 Ibid., p. 419.
87 Ibid., pp. 163-165.
88 Ibid., pp. 301-302.
89 Ibid., p. 357.
90 Ibid., p. 363.
91 Ibid., p. 372.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
Por otro lado está el conde Tolstoy, el más excelso de los novelistas rusos,
quien «después de buscar en la orgullosa ciencia humana, en la filosofía, la
convicción y el reposo, […] vendrá á encontrarlos en la humildad y en la sen-
cillez de la gente más ínfima»92. Tolstoy opina en Mi religión —informa asi-
mismo doña Emilia— «que toda la doctrina de Jesucristo se cifra en un prin-
cipio solo: el de no resistir al malvado, ó sea presentar la otra mejilla; no
juzgar al prójimo, no airarse, no matar»93, y así condena las instituciones
humanas en general y también a la Iglesia griega, a la que achaca «que ha
sustituído el espíritu con la letra, la palabra de Dios con la del siglo»94. En
definitiva sucede que el conde Tolstoy formula el mismo principio dominan-
te en las letras rusas según avanzaba el Ochocientos: el de «sentir desapode-
rada ternura y cariño por los seres inferiores»95.
La Pardo Bazán recapitula un poco hacia el final de su obra, y subraya
entonces que entre 1840 y 1850 apareció en Rusia la novísima escuela natu-
ral, que «profesaba el principio de guardar fidelidad estricta á lo real y copiar
exactamente la vida en sus detalles más humildes y bajos», cosa que había
que hacer en la novela al tratarse de un país sin libertad política en el que no
cabían motines o asonadas96; «Rusia —llegará a escribir asimismo— cifró en
la novela nacional su carácter ensoñador, su sed de aventuras políticas, y su
ansia de transcendentales reformas. Una importantísima y capital, la eman-
cipación de los siervos, puede decirse que es obra de la novela»97.
Insiste nuestra autora e indica que si para los latinos la novela es un
medio de entretenimiento, los rusos exigen del novelista que sea el profeta de
un porvenir mejor, quien haga cara a la tiranía y revele el ideal98; con Voguié
repite —en este mismo orden de razonamientos— que los realistas franceses
desconocen «la mejor parte de la humanidad, que es el espíritu»99.
Resulta que en la novela rusa «repercuten todos los sentimientos, sueños
y agitaciones de su país»100, y así doña Emilia afirma de ella misma que ha
deseado demostrar «la ardiente caridad, la piedad dolorosa, la ternura no
sólo hacia el oprimido, sino hacia el criminal, el sér abyecto, el idiota y la
ramera que descuellan en esa sociedad y en esa literatura», y que «el ele-
mento espiritualista de la novela rusa […] es uno de sus méritos más singu-
lares»101.
La voz de la Pardo Bazán traía en efecto a una parte de la sociedad espa-
ñola la noticia del espiritualismo ruso de raíces schopenhauerianas y tam-
bién cristianas, raíces que ella misma advierte; en definitiva Emilia acabará
por encontrar como fórmula novelesca mejor la naturalista teñida de cristia-
nismo de los rusos102.
En tanto rectificación —al menos así lo decía él— de sus artículos que
quedan vistos en torno al realismo, don Rafael Altamira publicó luego unas
páginas más breves incorporadas al volumen Mi primera campaña; ahora
nuestro autor expone entre otras cosas:
a) Todo el esfuerzo de algunos críticos se ha dirigido a probar «que no se
debe mentir, que es preciso decir la verdad toda, que hay que pintar
las cosas como ellas son»103.
b) El vocablo realismo se aplica a una obra «no en cuanto los elementos
que la forman han de tener la mera realidad de lo que existe […,] sino
en cuanto resulta más ó menos perfecta la ecuación entre lo observa-
do y sentido como objeto real, y la descripción é imagen que de él se
forma»104.
c) «El realismo contemporáneo y el naturalismo han ensanchado los
horizontes del arte; han incorporado á la novela y á la poesía esferas
de la vida social antes despreciadas. Con ellos la burguesía y el pueblo
han subido á la escena; el reinado de los humildes y de los tristes ha
empezado, y la mujer y el niño se convierten en protagonistas. Corre
por todas las páginas de esta literatura un sentimiento de piedad y de
humanismo que la hace juntamente simpática y triste […]. Por eso el
realismo de hoy vale tanto por la observación como por la emoción
con que sus obras han sido escritas»105.
El presente párrafo último es acaso el que en verdad encierra una nove-
dad en el planteamiento de Altamira: se comprueba y aprueba ahora el realis-
mo y naturalismo que hacen comparecer en el discurso literario a los humildes
y a los menesterosos, y que así se hallan impregnados de piedad; en definitiva
102 Según interpreta Nelly Clemessy, «Rusia poseía la rara cualidad de una producción
novelesca cuyo realismo concordaba con sus propias aficiones y realizaba plenamente sus de-
seos, pues vibraba en ella una nota cristiana que […] le daba todo su valor. Algunos años des-
pués de haberse pronunciado con […] reservas […] en favor de la novela francesa moderna, la
Pardo Bazán encuentra en el realismo espiritualista de los escritores rusos la realización de la
fórmula estética que ella prefería» (Op. cit., p. 154).
Se menciona La revolución y la novela…, pero no parece haberse tenido a la vista y por tan-
to no se analiza —pese a su importancia—, en la ya citada Historia de la Literatura… de Espasa,
9, pp. 776 y ss.: p. 783.
103 Rafael ALTAMIRA, Mi primera…, Madrid, José Jorro, 1892, pp. 1-42: p. 9.
104 Ibid., p. 13. De esta manera el realismo se basa «en el principio del estudio objetivo, de
que solo las cosas reales y la vida interesan y deben interesar, muy por cima de los oropeles de
la ficcion» (p. 14).
105 Ibid., p. 23.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
106 Leopoldo ALAS «CLARÍN», Ensayos y revistas, Barcelona, Lumen, 1991, pp. 151 y ss.: p.
156.
107 Ibid., p. 161.
108 Ibid., pp. 162.
109 Tomo décimotercero, 1893, s. v.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
112 Cfr. «Trabajo. Novela de Emilio Zola», en la misma Obra olvidada, pp. 216 y ss.: p. 228.
113 Ibid., pp. 233-234.
114 E. PARDO BAZÁN, La literatura francesa… III. El Naturalismo, Madrid, Renacimiento, s.
a., p. 12.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
LA CRÍTICA
Doña Emilia Pardo Bazán trata también en esta obra suya del género
«crítica literaria» francesa en la época del Naturalismo, y vamos a recoger de
sus páginas dos ideas. Advierte en primer lugar con desenfado el hecho bien
sabido de que por entonces todos quienes escribían se hicieron en algún
momento críticos, y en concreto manifiesta:
Hay en los tiempos naturalistas un momento en que nadie se quedará
sin endilgar su artículo crítico. El fenómeno pudo notarse hasta en Espa-
ña, donde por los años en que el naturalismo se discutió acaloradamente,
llovieron y granizaron críticos libres, de levita, chaqueta, uniforme y so-
tana124.
Ciertamente desde la crítica de autores libres de alma hasta la de quienes
llevaban sotana como Conrado Muiños, se ocupó de la que era cuestión pal-
pitante y por esa misma discusión resultó justamente «palpitante». En tér-
minos generales y en lo que respecta a la literatura española, no es inopor-
tuno decir ahora en este sentido que la polémica en torno al arte nuevo
lopeveguesco, la polémica sobre las Soledades gongorinas, y esta polémica
del Naturalismo constituyen las tres grandes cuestiones doctrinales debati-
das en nuestra serie artístico-verbal, con el añadido acaso de los manifiestos
surrealistas y en general vanguardistas.
Señala nuestra autora en segundo lugar y por lo se refiere en efecto a la
crítica literaria del Naturalismo, que «bien pudiera este período de lucha
cifrarse en dos personalidades: la de Zola predicador del naturalismo, y la de
Brunetière impugnador»125: sobre ellos se detiene en sus páginas.
A la vez que las Meditaciones del «Quijote», el joven Ortega y Gasset pen-
só en otros escritos que darían lugar a una serie de Meditaciones una de las
cuales iba a estar dedicada a Baroja.
Poseemos ya —publicado en fragmentos— todo lo que escribió Ortega
sobre don Pío, que data según él de 1910, pero que no empezó a ver la luz
sino un lustro más tarde; tales fragmentos se encuentran en nuestros días en
los volúmenes preparados por Paulino Garagorri Ensayos sobre la generación
del 98 y Meditaciones del «Quijote»126, y vamos a seguirlos según el orden en
que parece los concibió Ortega: según veremos se entremezclan en ellos el
análisis del novelista, la meditación sobre los géneros literarios, y perspecti-
vas filosóficas que no tienen que ver directamente con estos asuntos.
ÉPICA Y NOVELA
alguna vez. Mas el pasado épico huye de todo presente […] La épica es
arcaísmo y esencialmente no es sino arcaísmo. El tema de la épica es el
pasado ideal […] El arcaísmo es la forma literaria de la épica, el instru-
mento de poetización132.
La épica en cuanto género se define por su temática de un pasado ideal,
indica Ortega y Gasset, pasado arcaico y mítico; así las figuras épicas son
naturalezas únicas e incomparables, poéticas por sí mismas133.
Por contra la novela es la actualidad, y sus personajes «tómanse no del
mito […] sino de la calle, del mundo físico, del contorno real vivido por el
autor y por el lector»134. La novela la define Ortega en tanto la actualidad
como tal actualidad, o sea, un fondo o tema que es una trama actual: por eso
los libros de caballerías tuvieron los caracteres de la épica (salvo la creencia
en la realidad de lo contado)135. En la novela nos interesa la descripción, y
«desatendemos a los objetos que se nos ponen delante para atender a la
manera como nos son presentados», es decir, que madame Bovary no es inte-
resante, sino que interesa el verla captada dentro de un libro136.
Nuestro autor parece decir que el género novelístico se caracteriza por-
que su tema es el proceso de descripción de un contorno real y actual; en tal
manera de describir un mundo presente se halla la esteticidad novelesca.
Esta descripción caracterizadora de la novela la abordará por extenso el crí-
tico cuando en 1924/1925 vuelva a tratar del género.
La épica tiene por objeto el pasado, y el objeto de la novela es la actuali-
dad, repite en otro momento Ortega137, quien añade asimismo que «el siglo
XIX —siglo burgués, democrático y positivista— se ha inclinado con exceso a
ver la comedia sobre la tierra»138.
Ilustra de otra forma su pensamiento nuestro autor al venir a sugerir (al
menos tal como entendemos nosotros su discurso) que la épica es el «querer
ser», y la novela el «creer que se es ya»139: nos encontramos con la temática
de lo arcaico heroico en el primer caso, y con la de la actualidad de un mun-
do real en el segundo.
SOBRE BAROJA
145 ORTEGA Y GASSET, Ideas sobre el teatro y la novela, ed. de Paulino Garagorri, Madrid,
Asistimos ahora a una proclama sobre buena parte del género: la novela
moderna no consta fundamentalmente de peripecia sino del hacer y el decir de
los personajes, y de esta manera ocurre que el autor de una buena obra ha de
«aprisionar [al lector] en un pequeño horizonte hermético e imaginario que
es el ámbito interior de la novela»152.
Para nuestro autor no importa tanto la imprescindible peripecia noveles-
ca cuanto el «cuerpo cóncavo», el mundo imaginario de personajes en que
consiste la narración: por eso —y como expresa con agudeza— «para gozar
novelescamente tenemos que sentirnos rodeados de novela por todas partes»,
y el género resulta así un género hermético y e interiormente tupido153.
149 Ibid., p. 36
150 Ibid. Insiste Ortega y escribe también: «Siendo la acción un elemento no más que mecá-
nico es estéticamente peso muerto, y por tanto debe reducirse al mínimum. Pero a la vez y fren-
te a Proust, considero que este mínimum es imprescindible» (Ibid., p. 37).
151 Ibid., p. 42.
152 Ibid., p. 44. «Observémonos —continúa Ortega— en el momento en que damos fin a la
lectura de una gran novela. Nos parece que emergemos de otra existencia, que nos hemos eva-
dido de un mundo incomunicante con el nuestro auténtico. […] Yo llamo novela a la creación
literaria que produce este efecto. Ese es el poder mágico, gigantesco, único, glorioso, de este
soberano arte moderno. Y la novela que no sepa conseguirlo será una novela mala, cualesquie-
ra sean sus restantes virtudes» (Ibid., p. 45).
153 Ibid., pp. 48-50.
REALISMO, NATURALISMO, IDEALISMO Y VANGUARDIA
a) «El ensayista quiere una novela aséptica; el novelista a su vez exigiría una
filosofía aséptica. Siempre está uno inclinado a pedir la asepsia para el
vecino».
b) «Yo creo que la novela tiene mucha vida aún y que no se vislumbra su
desaparición en el horizonte literario previsto por nosotros».
c) «—No se puede inventar una intriga nueva —dice nuestro ensayis-
ta—. El filón está agotado.
—No lo creo. Ni aun en las ciencias que parecen más firmes se ha dicho
la última palabra»154.
Don Pío proclama así la perdurabilidad del género novelístico, la posibi-
lidad de invención de peripecias originales para el mismo, y la licitud de un
fondo de connotado de sustancias de contenido en las obras.
154 PÍO BAROJA, «La nave de los locos», O. C., IV, tercera edición, Madrid, Biblioteca Nueva,
1 A. SÁNCHEZ BARBUDO, Estudios sobre Galdós, Unamuno y Machado, tercera ed., Barcelona,
ritas del Águila venían en línea recta de algún archipámpano o del rey de
Babilonia? Pues si venían que vinieran. El cuento era que a la hora presente
no tenían sobre qué caerse muertas, y su propiedad era… lo que las perso-
nas bien habladas llaman un mito…, un pleito que se ganaría allá para la
venida de los higos chumbos. ¡Ea, nada de repulgos ni de hacerse el chi-
quitín! Bien podían las tales darse con un canto en los pechos, que brevas
como él no caían todas las semanas. Pues ¿a qué más podían aspirar?
¿Había de venir el hijo mayor del emperador de la China a pedir por espo-
sa a Crucita, ya llena de canas, o a Fidelita, con los dientes afilados de tan-
ta cáscara de patata como roía? ¡Ay, ya iba él comprendiendo que valía más
de lo que pesaba! ¡Fuera modestia, fuera encogimientos […]!2.
Estamos ante la traducción literaria de un proceso histórico real: la alian-
za o transacción entre nobleza y burguesía como manera de revolución
liberal y acabamiento del Antiguo Régimen entre nosotros. Los hechos his-
tóricos han mediado el texto novelístico, que interpreta e ilustra imaginati-
vamente el dato real del pacto entre burguesía y nobleza, que Galdós nos
figura en don Francisco Torquemada y las señoritas del Águila.
«Torquemada en el Purgatorio»
Más explícitamente asistimos en Torquemada en el Purgatorio al afán y el
cumplimiento ascensional de Torquemada a la senaduría y al marquesado.
Vemos así por ejemplo a Fidela plantear al avaro don Francisco la impe-
riosidad de pagar los derechos por el marquesado de San Eloy: «Pero sobre-
vino en aquel tiempo nuestra desgracia, y de lo menos que nos ocupamos fué
del marquesado de San Eloy, pues lo primero que había que hacer era pagar
los derechos que por transmisión de títulos del Reino… […]. Pero, hijo mío,
si no hay más remedio que sacar el título, antes que lo saquen los Romeros
[…]. Haz de tripas corazón y apechuga con ese gasto…»3.
Pero sobre todo aparece isotópicamente en la narración el motivo de la
consecución de una senaduría. El gusto de economizar lleva a Torquemada
a afirmarse en no caer en gastos, pero a la par se deja querer ante el afán de
transacción del estrato superior con la burguesía, en este caso ante el hecho
de que él fuese llevado a alcanzar el Senado: «Todo por la suposición, por
este hipo de que soy potencia… ¡Dale con la manía de la potencia! Pues ¿y la
tabarra que me dieron anoche ella y el amigo Donoso con que, velis nolis, me
han de sacar senador? ¡Senador yo, yo, Francisco Torquemada, y por conte-
ra, Gran Cruz de la reverendísima no sé qué…!. Vamos, vale más que me ría
y que, defendiendo la bolsa, les deje hacer todo lo que quieran, inclusive
encumbrarme como a un monigote para pregonar ante el mundo su vani-
dad…»4.
2 Benito PÉREZ GALDÓS, «Torquemada en la cruz», O. C., V, Madrid, Aguilar, 19675, pp. 937
y ss.: p. 971.
3 Benito PÉREZ GALDÓS, «Torquemada en el Purgatorio», O. C., V, pp. 1018 y ss.: p. 1071.
4 Ibid., p. 1048.
PARODIA, EROTISMO Y NOVELA VANGUARDISTA EN EL PRIMER TERCIO…
Incorporado al estrato superior, don Francisco será objeto del trato que
en la sociedad de una burguesía conservadora se concede a su nueva posi-
ción, y así el novelista nos relata los homenajes desmesurados que desde el
Bierzo le llegaban por unas tímidas iniciativas públicas: en un ambiente de
mentalidad conservadora se presta de inmediato reconocimiento y lisonja a
los estratos económicos y sociales más encumbrados5.
La narración vemos que sigue en su mímesis la misma marcha de los
acontecimientos del mundo, en este caso de la sociedad española de la segun-
da mitad del Ochocientos: lo literario es específico y aparte de lo real, pero
en las novelas de Torquemada se nos narra inmanentemente el mismo pro-
ceso que ocurre en la realidad concreta6.
Incidiendo en la nueva situación de clase social que ha alcanzado don
Francisco, su cuñado Rafael le expresará:
Porque no sólo le admite la sociedad, sino que se adapta usted admi-
rablemente a ella. Crecen como la espuma sus riquezas, y la sociedad, que
nada agradece tanto como el que le lleven dinero, no ve en usted el hombre
ordinario que asalta las alturas, sino un ser superior, dotado de gran inteli-
gencia. Y le hacen senador, y le admiten en todas partes, y se disputan su
amistad, y le aplauden y glorifican, sin distinguir si lo que dice es tonto o
discreto, y le mima la aristocracia, y le aclama la clase media, y le sostiene
el Estado, y le bendice la Iglesia, y cada paso que usted da en el mundo es
un éxito, y usted mismo llega a creer que es finura su rudeza y su ignoran-
cia ilustración…7.
5 «Para que se vea la suerte loca de Torquemada y la razón que tenía Cruz para empujarle,
velis nolis, por aquella senda, bastará decir que a poco de tomar asiento en el Senado, aproba-
da sin dificultad su acta, limpia como el oro, votóse el proyecto de ferrocarril secundario de
Villafranca del Bierzo a las minas de Berrocal, empantanado desde la anterior legislatura, pro-
yecto por cuya realización bebían los vientos los berzanos, creyéndolo fuente de riqueza inago-
table. ¿Y qué sucedió? Que los de allá atribuyeron el rápido triunfo a influencias del nuevo sena-
dor (a quien se suponía gran poder), y no fué alboroto el que armaron aclamando al preclaro hijo
del Bierzo. Algo había hecho don Francisco en pro del proyecto: acercarse a la Comisión, hablar
al ministro en unión de otro leonés ilustre; pero no se creía por esto autor del milagro ni mucho
menos, ni ocultaba su asombro de verse objeto de tales ovaciones. Porque no hay idea de los
telegramas rimbombantes que le pusieron de allá […]» (Ibid., pp. 1073-1074).
6 José María Jover ha glosado que «tardará todavía mucho tiempo en extinguirse […] ese
mágico prestigio del conde, del marqués o del duque, independientemente del poder político o
económico de que sean portadores. Estamos, claro es, ante uno de los símbolos más resistentes
de esa pervivencia del Antoguo Régimen en el siglo XIX y aún en buena parte de nuestro siglo XX,
pervivencia que es una de las claves para entender el conjunto de nuestra historia contemporá-
nea»; cfr. J. M. JOVER, «Situación social y poder político en la España de Isabel II», estudio incor-
porado a Política, diplomacia y humanismo popular. Estudios sobre la vida española en el siglo
XIX, Madrid, Turner, 1976, pp. 229-344: pp. 303-304.
7 «Torquemada en el Purgatorio», p. 1108.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
El propio Rafael del Águila dibujará en charla con don Francisco la situa-
ción del orden social que se ha ido gestando tras 1834: «La monarquía es una
fórmula vana; la aristocracia, una sombra. En su lugar reina y gobierna la
dinastía de los Torquemadas, vulgo prestamistas enriquecidos. Es el imperio
de los capitalistas […]. No sé quién dijo que la nobleza esquilmada busca el
estiércol plebeyo para fecundarse y poder vivir un poquito más»8.
La dinastía verdaderamente reinante es la de los enriquecidos, y la anti-
gua nobleza sólo puede sobrevivir al arrimo de esa dinastía conservadora,
aunque le aporta su respetabilidad. Jover ha advertido —pensando en los
hechos reales— tal respetabilidad que don Benito nos traslada plásticamen-
te en su serie novelística9.
La voz del narrador o la del personaje Rafael del Águila nos transmiten
ciertamente los agasajos que derivan de la respetabilidad adquirida por don
Francisco Torquemada tras haberse unido a la aristocracia decrépita.
Luis Taboada
Luis Taboada fue funcionario público y secretario particular de políticos
avanzados, pero desde luego su novela cómica Pescadero, a tus besugos resul-
ta sumamente conservadora y creemos nosotros que parodia lo que hemos
visto se nos cuenta en las novelas segunda y en particular tercera de la serie
Torquemada.
Pescadero… se publicó en 1905, poco antes de la muerte del autor y cuan-
do él se acercaba ya a los sesenta años, y es obra de comicidad burlesca, y
burda y disparatada; dirigida a lectores elementales, resulta casi una especie
de astracanada novelística.
Argumentalmente nos presenta a un pescadero adinerado, don Remigio
Chamorro, que también alentará aspiraciones políticas de una senaduría, y
que frustrado al final oye cómo le dicen: «No hay cosa peor que salirse del
tiesto… Pescadero, a tus besugos»10.
Diríamos que la moraleja no puede resultar más inmovilista y conserva-
dora: es una historia ejemplar que acaba en el fracaso del protagonista, un
poco al modo del Buscón de Quevedo, que se caracterizaba por su afán de
medro estamental y asimismo fracasa en el mismo; la presente historia de
don Remigio se diría una parodia o imitación burlesca de un aspecto del Tor-
quemada galdosiano, pues también se narran en ella las aspiraciones de
8 Ibid., p. 1110.
9 «Grandes […] y títulos cubren con su atávico prestigio social una realidad enteramente
nueva: el poder […] adquirido en una forma no enteramente respetable para la sensibilidad
moral de las clases medias —en unas compras vergonzantes de bienes eclesiásticos, en una gue-
rra civil, en una turbia especulación financiera—, recibía la cobertura de la respetabilidad que
aporta el tabú nobiliario» (J. M. JOVER, loc. cit., pp. 314-315).
10 Citamos la obra según esta edición: Luis TABOADA, Pescadero, a tus besugos, Madrid,
11 Ibid., p. 6.
12 Ibid., p. 21.
13 Ibid., p. 31.
14 Ibid., p. 48.
15 Ibid., p. 69.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
16 Ibid., p. 97.
17 Ibid., p. 111.
18 Ibid., p. 180.
19 Ibid., p. 248.
PARODIA, EROTISMO Y NOVELA VANGUARDISTA EN EL PRIMER TERCIO…
20 Ibid., p. 215.
21 Ibid., pp. 270-271.
22 Eugenio G. DE NORA, La novela española contemporánea, I, segunda ed., Madrid, Gredos,
24 Citamos por una reimpresión de la posguerra que hemos encontrado en librería de vie-
jo: Pedro MATA, Un grito en la noche, Madrid, Colección Popular Literaria, 1954, p. 5.
25 Ibid., pp. 6-7.
26 Ibid., p. 11.
27 Ibid., p. 18.
28 Ibid., p. 21.
PARODIA, EROTISMO Y NOVELA VANGUARDISTA EN EL PRIMER TERCIO…
a pasar inadvertidos. Pero esto es muy difícil, muy difícil. El autor en este ins-
tante no sabe qué hacer. Está perplejo ante un grave y dificilísimo dilema: se
ha propuesto ser en este libro absolutamente sincero, absolutamente. […] Él
desearía ardientemente que en todos los momentos de esta ficción, que por
muchos motivos tanto se asemeja a un pedazo de la vida real, apareciese esta
mujer [Rosarito Carvajal] limpia, pura, sin mácula, a todas horas intachable,
siempre como un dechado de perfección y de virtud. Verse obligado a confe-
sar en ella una claudicación, tener que descubrir sus defectos, sacar a relucir
sus imperfecciones y sus faltas, es para el autor un desconsuelo29.
Según decimos debía agradar a un público en definitiva elemental esta
incursión en la que el autor literario muestra su sacrificio de cara justamen-
te al lector: el autor hubiera deseado no descubrir las imperfecciones de la
heroína o protagonista, pero se debe a la vida real y a la sinceridad respecto
de esa vida30.
Hay otro momento en que el autor literario de Un grito en la noche hace
protestas —que debían agradar asimismo a sus lectoras— de sencillez inte-
lectual y de falta de pretensiones: «le agrada más gozar la vida que com-
prenderla», manifiesta31. Igualmente hace protestas de pudor, a la vez que en
otros momentos se mueve en el erotismo naturalista: se trata de un no pero
sí estimulante en último término para las lectoras:
El autor quisiera, por su gusto, reproducir aquí, con todo género de
detalles, sin omitir un gesto ni una coma, el interesantísimo curso prepa-
ratorio de amor que Maruchi explicó a su discípulo Agustín […]. Pero no
se atreve. Si el libro de Ovidio le valió a su autor el destierro de Roma por-
que, según el propio Augusto, más que arte de amar era arte de cometer
adulterios, ¿qué dirían las personas timoratas y honestas de esta sociedad
si vieran reproducidas las enseñanzas de Maruchi, que en esto del amor
sabía más que Ovidio? Muchísimo más que Ovidio, que no en vano han
pasado desde Ovidio a Maruchi veinte siglos de civilización, que es lo mis-
mo que decir de refinamiento y de perfidia32.
El presente equívoco de anunciar y no decir las cosas del amor presta sin
duda al texto un estímulo erótico con el que convergen fragmentos discursi-
vos del mismo más explícitos: un recurso del arte literario es la convergen-
cia, el que por diferentes procedimientos se resalte convergentemente un
contenido o un procedimiento.
Al llegar a la tercera parte o desenlace de la novela, Pedro Mata se refiere
a sí mismo como autor con fama inmerecida de inmoral, y descarga ense-
guida las culpas en su público: «¿Dónde está la inmoralidad? —exclama—
¿En la sinceridad del autor o en la malicia y en la suspicacia del lector? ¿En
lo que se ve o en lo que se adivina?33. Tras haber inducido a lo que se adivina
Lo rosa y lo melodramático
Ya queda dicho que la narración posee un componente de relato rosa o
sentimentaloide, y en ocasiones melodramático —el desenlace de Un grito en
la noche es a la vez melodramático y rosáceo36. Por ejemplo encontramos
este breve pasaje de tono melodramático: «¡Ay, pero no es así. Será muy
cruel, muy duro declararlo; pero no es así. Rosario Carvajal no llora por
eso»37, o estos otros: «Tu tía Rosario es muy buena; con nosotros no ha podi-
do portarse mejor; tenemos que besar por donde pisa»; «Mas si no estaba
enamorada de él, si sólo la sospecha de la posibilidad de este amor le pug-
naba y le ofendía, ¿por qué este tormento y por qué este dolor? Rosario nece-
sitaba darse a sí misma una explicación»; «¡Había sentido tantas veces en su
boca la boca de Rosario, y sin embargo el deseo siempre había tenido que
detenerse en la boca!»38.
Erotismo y naturalismo
Los pasajes de contenido naturalista y erótico se hallan diseminados iso-
tópicamente a lo largo de casi toda la narración.
Entendemos que son erótico-naturalistas por ejemplo estos momentos,
parlamentos o intervenciones del autor implicado: «Desvanecida la obceca-
ción, calmado el arrebato, aquietada la ráfaga de locura que por un instante
le trastornó el cerebro, al mirarse olvidado y herido en el lecho de un sana-
torio, Javier Ossorio vió con profundo desaliento, con desolada amargura,
[… que] no hay mujer en el mundo que valga no una vida, un momento
34 Ibid., p. 116.
35 Ibid., p. 117.
36 La protagonista y su hija quieren al mismo hombre, que muere en accidente de auto-
móvil ante la casa de ellas; la primera lo ha poseído, pero no la segunda, quien se lamenta tam-
bién por esto.
37 Ibid., p. 24.
38 Ibid., pp. 61, 74 y 111.
PARODIA, EROTISMO Y NOVELA VANGUARDISTA EN EL PRIMER TERCIO…
siquiera de dolor»; «Créeme: no hay nada como las mujeres para avisparle a
uno. ¿Tú no has tenido nunca una querida?»; «Hasta ahora, todo lo que ha
pasado se ha ido encadenando de una manera perfectamente lógica; todo lo
que ha sucedido tenía que suceder. Agustín Montoro se enamoró de su tía
Rosario Carvajal porque tenía la imperiosa necesidad de enamorarse de
alguien»; «¡Bendito amor que todo lo embellece, padre de la salud, de la feli-
cidad y de la alegría! Triunfo del amor y de la carne. Ante ello no había más
que doblegarse y acatar el mandato de la vida. La vida es así. ¡Cómo ir con-
tra la vida!»; «Le había costado tan poquísimo esfuerzo acogerse a la idea de
que era preciso doblegarse al mandato imperioso de la vida, que llegó casi a
considerarse una víctima propiciatoria de la Naturaleza»39.
Escena clara y un tanto trivialmente erótica de la narración es esta:
El vizconde la cogió dulcemente de la muñeca, acercó los labios al codo
y se sorbió el bombón. Luego se relamió.
—¡Exquisito!
Todos los hombres a una, solicitaron de Concha que los obsequiara por
el mismo procedimiento. Ella, complaciente, accedió. Arremangóse el bra-
zo para no manchar los encajes y con el codo fue aplastando bombones y
fondants y ofreciéndoselos a la concurrencia40.
La novela Grito en la noche buscaba ciertamente responder a las expec-
tativas de lectura de un público sobre todo femenino y pequeño burgués o
burgués más acomodado: de ahí su construcción rosa-melodramática a
veces, naturalista y erótica otras, y con suficientes interpolaciones del autor
literario que debían satisfacer a su público porque en ellas se decía lo que se
gustaba oír.
41 Benjamín JARNÉS, El profesor inútil, ed. de Domingo Ródenas, Madrid, Espasa Calpe,
padecen esa zozobra del que no sabe ser bien alguna cosa, algo así como la
inquietud del comensal tímido en un banquete de gala. La verdad es que no
saben con certeza si lo que tienen delante fue puesto aquí para subrayar la
ignorancia de quien lo mire o, sencillamente, la de quien lo ha pintado o
esculpido. […] Los lugares comunes acerca del arte suelen repartirse por
igual entre autor y espectador. El primero acusa al segundo de incompren-
sión, mientras el segundo acusa al primero de caprichosa oscuridad45.
Se trata de uno de los problemas del arte en general y de algunas clases
de arte más específicamente: el de que hay quienes no lo entienden. Benja-
mín Jarnés parece ponerse del lado de estos últimos, pero enseguida hay un
momento en que le brota su estética de vanguardia y define en definitiva lo
artístico en tanto pequeño mundo encantado: «Siempre la obra de arte fue
un misterio. La luz que irradia desdeña muchas pupilas. Es un pequeño
mundo encantado dentro del gran mundo trivial»46.
Avanza el texto, y el profesor inútil se nos muestra otra vez como un ena-
morado de la vanguardia:
A las fórmulas ascéticas prefiero las fórmulas cubistas. A Valdés Leal,
Picasso, el humorista. Rápidamente los brazos de Carlota se me truecan en
cilindros; los senos en pequeñas pirámides […]; los muslos en troncos de
cono, invertidos… [Carlota] es una pura geometría47.
El cubismo es figuración geométrica, sentimiento puramente plástico y
como tal estético.
Hay algún pasaje en El profesor inútil que posee también un tono orte-
guiano, como parte de los que hemos visto acerca del arte: el protagonista de
la narración se siente bien en una «mañana de vacación» —así se rotula el
capítulo—, y es el estar bien de Ortega y de Jorge Guillén, la sensación de bie-
nestar del existir humano. El protagonista del relato piensa y por ello existe,
y al existir es feliz:
Hoy puedo darme cuenta de que existo plenamente, seguir pulsación a
pulsación, metáfora a metáfora con el ritmo de la carne, el ritmo del espí-
ritu. Tengo unas horas para asistir a mi propio espectáculo, para echarme
de pechos en el pretil de mi vida y contemplar lo más hondo del cauce. […]
Oigo blasfemar de la lluvia a unos vendedores ambulantes. Oigo bendecir
a la lluvia a unos limpiabotas. Se entrecruzan pintorescamente los insultos
con las jaculatorias. Yo, ni blasfemo ni rezo: contemplo. Asisto alegremen-
te a mi propia contemplación. Y soy feliz, porque puedo pensar toda la
mañana en que lo soy48.
El profesor inútil expresa ahora el bienestar de simplemente existir, la
comodidad y la alegría vegetativa de hallarse con vida y sentirse existente: la
45 Ibid., p. 137.
46 Ibid., p. 138.
47 Ibid., p. 178.
48 Ibid., pp. 146-148.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
La autenticidad individual
En la otra novela Locura y muerte de nadie (1929/1937) hay un pasaje en
que se está en contra del arte trivial, del que sólo percibe en el corazón huma-
no algunas emociones y no mira a otras; esta idea de que la fauna de pensa-
mientos y sentimientos humanos es muy amplia y ha de atenderse a toda ella
y entenderla en su complejidad, tiene sin duda la impronta de Ortega y Gas-
set.
En Locura y muerte… leemos:
—Entra definitivamente en el olvido, abuelo mío.Te pasaste la vida bus-
cando consonantes, como quien busca sellos de correo. Fuiste un coleccio-
nista más. Recorriste de álbum en álbum todos los salones cursis de tu
siglo. Cantabas a la patria que te vio nacer y a las nubes que recogían tus
estúpidas miradas. Construiste poemas a medida, hechos de metáforas tra-
dicionales, burdamente cosidas con alambre retórico barato. […] No tuvis-
te ni aun ingenio para disimular tu incultura, como tantos de nuestros poe-
tas que aún viven. Hablabas del corazón humano, y nunca llegaste a
conocerlo, como no lo conocieron tampoco la mayor parte de tus compa-
ñeros de rimas enchufadas. Lo simplificabais hasta el extremo de anularlo.
Le asignabais dos o tres vulgares resortes, y de toda la complicada máqui-
na emotiva sólo visteis alguna patente ruedecilla. […] Erais Nadie, porque
no lograbais añadir un verso al precioso mundo lírico de vuestros antepa-
sados. Tú eras Nadie, porque tus versos estaban tomados a crédito a la his-
toria, y deformados y trivializados luego, en vez de devolverlos bien bruñi-
dos, con aderezo nuevo. Eras Nadie, como yo, tu descendiente51.
Jarnés parece mostrarse en contra del arte más convencional y trivial, el
de una retórica barata de rimas enchufadas que no conoce la complicada
maquinaria emotiva: las emociones humanas tienen sin embargo un espec-
tro muy amplio, y se trata de no trivializarlas simplificándolas al igual que se
trata de no incurrir en un arte trivial tomado falsamente al pasado. Jarnés
49 Ibid., p. 162.
50 Ibid., pp. 163-164.
51 Benjamín JARNÉS, «Locura y muerte de Nadie», editada en Joaquín de Entrambasaguas,
Las mejores novelas contemporáneas, VII, Barcelona, Planeta, 1965 (segunda ed.), pp. 1385-1570:
p. 1494.
PARODIA, EROTISMO Y NOVELA VANGUARDISTA EN EL PRIMER TERCIO…
52 Ibid., p. 1457.
53 Ibid., pp. 1508-1509.
54 P. ILIE, «Benjamín Jarnés: aspectos de la novela deshumanizada», recogido en D. VILLA-
NUEVA, ed., La novela lírica, Madrid, Taurus, 1983, pp. 225-239: p. 233. Este crítico sugiere asi-
mismo que la faceta formal o técnica de la novela poligráfica «se halla representada por el meca-
nismo de cinematografía literaria» (p. 232).
55 Ibid., pp. 1518-1519.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
En la traza de Ortega
Benjamín Jarnés noveliza ideas y estimaciones de Ortega: personalmen-
te creemos que El profesor inútil remite a contenidos que en particular se
hallan presentes en «La deshumanización del arte» y en «El tema de nuestro
tiempo», y así tenemos que acudir a los pasajes de estos textos orteguianos
con los que se muestra concordante el novelista (y a los que tengan asimis-
mo pertinencia de «Ideas sobre la novela»).
Apuntaba el filósofo entre otras cosas la impopularidad del arte nuevo, y
de hecho por ello comenzaba: el arte nuevo es antipopular por esencia, y la
mayoría no entiende la obra joven. El arte nuevo —manifestaba a la letra
Ortega, como bien se sabe—
divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los
que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de com-
prensión negado, por tanto, a los otros; que son dos variedades distintas de
la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo
como el romántico, sino que va desde luego dirigido a una minoría espe-
cialmente dotada. Cuando a uno no le gusta una obra de arte pero la ha
comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas
cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido,
queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su infe-
rioridad56.
Nuestro novelista parece mostrar alguna impregnación de este diagnós-
tico, y asimismo comparte el de que el arte nuevo resulta específicamente
estético y no vale en principio por los sentimientos humanos que encierra.
Ortega y Gasset notaba que en efecto a la gente más común le gustaba el pro-
ducto artístico si encajaba en su sentimentalidad primaria: «A la gente le gus-
ta un drama —expresaba— cuando ha conseguido interesarse en los destinos
humanos que le son propuestos. Los amores, odios, penas, alegrías de los
personajes conmueven su corazón», y así esa gente carece de la actitud espi-
ritual específica en que consiste el goce estético57.
El filósofo insistía en que «el arte nuevo es un arte artístico», y tiende a
evitar las formas vivas58, y esa descripción es análoga a la que luego hará Jar-
nés; para entender tal arte hacen falta por tanto «sentimientos específica-
mente estéticos»59.
Don José Ortega manifestaba agudamente cómo por ejemplo el cubismo
«de pintar las cosas se ha pasado a pintar las ideas»60, y esto hemos visto que
tiene eco en un momento de El profesor inútil, en el que en realidad se nove-
liza la percepción orteguiana: Carlota era una pura geometría. Hay además
56 José ORTEGA Y GASSET, La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, ed. de Pau-
61 Ibid.
62 Ibid., p. 42.
63 José ORTEGA Y GASSET, Ideas sobre el teatro y la novela, ed. de Paulino Garagorri, Madrid,
VALORACIÓN
UN RELÁMPAGO DE LA SACRALIDAD
1 Citamos por la edición aparecida en Destinolibro (n.º 65), de texto fiable: Barcelona,
1979.
UN EJEMPLO DE NOVELA CONSIDERADA DESDE LA HISTORIA DE LAS…
Pero el niño es sagrado, […] y por eso la vida es sacrílega cuando pro-
fana al niño, cuando atenta contra él… Un niño enfermo es una blasfemia
que profiere la vida. Por el mal de los niños descubrimos que «la vida no es
noble, ni buena, ni sagrada». Descubrimos lo que la vida tiene de alimaña
ciega, de cebarse en sí misma. Casi todos los movimientos del universo son
estúpidos, y el atentado contra la vida del niño es una destrucción de la úni-
ca sacralidad de la existencia. La biología es blasfematoria.
La lógica del mundo está presidida por la estupidez (proclama nuestro
autor), y sólo queda en el mundo la única sacralidad del niño: cuando la bio-
logía —de acuerdo con tal lógica estúpida—, atenta contra el niño, incurre
en blasfemia, se sitúa así frente a la sacralidad.
La vida aparece no como sagrada sino como estúpida, y su necedad resul-
ta tan intrínseca o consustancial que la lleva a moverse en contra de lo úni-
co que queda de sagrado: el niño. La proclama de Umbral posee un tono ele-
gíaco y a la vez muy desesperado y nihilista; no queda sino la lógica estólida
de la marcha del mundo.
El novelista vuelve en otro pasaje a notar que el niño es lo sagrado de la
vida, y entonces no es ya la biología la que se hace blasfematoria sino el pro-
pio autor, quien proclama también cómo no adorará a nadie en los cielos ni
venerará tampoco a nadie en la tierra: el hijo tenido y perdido constituye el
resplandor en lo inexistente como falta de sentido, es decir, en la lógica
absurda y necia del Universo. Mortal y rosa argumenta en efecto:
No hallo nada que respetar ni venerar en el cielo ni en la tierra, ni un
solo ser, ni un solo hombre merecen mi devoción, desde hace mucho tiem-
po, pero gracias a este hijo tenido y perdido habrá ya siempre para mí, en
lo más puro de la luz, en el resplandor de lo inexistente, un ser sagrado, una
criatura de oro, de modo que el hijo se constituye en criatura aparte de la
creación, en relámpago de la sacralidad que no se ha dado jamás en todo
el universo.
El hijo que en su infancia ha sido destruido por la muerte constituye algo
aparte de la creación, y en él ha residido una sacralidad que no existe fuera
de él mismo: así no queda —blasfema y nihilistamente— nada que venerar
en los cielos o en la tierra; la verdadera blasfemia (viene a manifestar nues-
tro autor) es la de la estupidez de la biología en contra del hijo, no la blasfe-
mia de los cristianos. Si lo sagrado nada más está en el hijo, a nadie queda
por venerar o por respetar, para nadie cabe ya devoción.
En el caos cruel y estólido de la vida y del mundo surge sin embargo el
hijo que ha nacido y que ha muerto ya, y que constituye la luz de lo inexis-
tente, es decir, la única luz en medio de los males. Ante la muerte del hijo,
Umbral proclama con exclamación nihilista que nada halla que respetar ni
venerar en el cielo ni en la tierra.
Poco antes de la publicación de la novela de Umbral había salido el tex-
to primero de Femando Savater, quien en un tono convergente había procla-
mado a su vez cómo la vida resulta «igual a lo peor de sí misma», y cómo las
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
LOS «LAÍNES»
CONCLUSIÓN
1. Manifestaciones medievales
Sobre el «Libro del caballero Zifar», Juan Rodríguez del Padrón, Diego
de San Pedro y el Amadís, unas páginas tradicionales y canónicas son por
INICIACIÓN BIBLIOGRÁFICA RAZONADA
2. El siglo XVI
Sigue siendo necesaria la lectura de Menéndez Pelayo, ampliada ahora a
los capítulos VII y VIII.
Referencias sobre el Lazarillo en Simón, pp. 394-397, y en la «Bibliogra-
fía» de Bienvenido C. Morros incorporada a la mejor edición del texto con la
que contamos, la de Francisco Rico: Madrid, Cátedra, 1987 (pp. 169-191).
Cfr. también los «Repertorios bibliográficos» sobre el Lazarillo y la picaresca
de que hace inventario Aldo Ruffinatto en su propia edición: Las dos caras del
«Lazarillo», Madrid, Castalia, 2000 (p. 16).
Entre otros nombres de los mencionados por Morros, los de Bataillon,
Cros, Lázaro (por su libro de 1972), J. A. Maravall (una destacadísima obra
de 1986, a veces malinterpretada por los filólogos), Molho, A. Redondo, el
propio Rico (libros de 1970 y 1987), Rumeau, Vilanova,…, son los de autores
de escritos inexcusables, aunque como es lógico no se coincida a veces línea
a línea con todos ellos.
No debe olvidarse el volumen clásico preparado por Martín de Riquer La
Celestina y Lazarillos, Barcelona, Vergara, 1959 y reimpresiones posteriores.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
3. El siglo XVII
4. El siglo XVIII
A «la narrativa del siglo XVIII» y hasta comienzos del XIX se halla dedica-
do el cap. 11 del tomo 7 de la Historia de la literatura española de Espasa
(Madrid, 1995), con Bibliografía en las pp. 981-993.
Exposición amplia es la de Joaquín Álvarez Barrientos: La novela del siglo
XVIII,
Madrid-Gijón, Júcar, 1991, asimismo con Bibliografía.
Cfr. la edición crítica hecha por José Jurado de José Francisco de Isla,
Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, Madrid, Gredos,
1992.
Del tramo temporal que va de los años ochenta hasta 1808 tratan Álvarez
Barrientos, op. cit., «Tercera parte», y brevemente Juan Ignacio Ferreras, La
novela en el siglo XVIII, Madrid, Taurus, 1987, cap. 8: «Los renovadores de los
años 80». Ferreras hace una enumeración de autores y títulos desde Cadalso
y Montengón hasta Zavala y Zamora y escribe: «Quizás no nos hallemos ante
grandes novelas, pero sí ante novelas de estructura nueva que se oponen
frontalmente a todo lo escrito hasta estos momentos» (p. 48); tales palabras
han de tomarse como hipótesis de trabajo, y quedan por demostrar en de-
talle.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
Gredos, 19851; antes hay que ver lo que sobre la «Celestina» escribió Menén-
dez Pelayo en Orígenes de la novela, Santander, CSIC, vol. III, MCMXLIII, y
a la vez que a don Dámaso ha de leerse el libro de Ramón Pérez de Ayala,
Principios y finales de la novela, Madrid, Taurus, 1958.
Los presentes escritos de Dámaso Alonso no son siempre inobjetables en
lo que se refieren a la novelística europea; desde luego importan en general
para la novela española de los siglos XVI y XVII.
1 «España y la novela» era el título de un previsto libro que Dámaso Alonso no llegó a ulti-
mar, y de cuyos materiales proceden con toda verosimilitud estas páginas a las que aludimos.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
8. La novela histórica
Nos hacemos cargo de la subdivisión genérica propuesta por el mismo
Juan Ignacio Ferreras en su otra monografía El triunfo del liberalismo y de la
novela histórica (1830-1870), Madrid, Taurus, 1976, que debe leerse com-
pleta.
Cfr. las referencias que incluye Simón, p. 601 —con visibles erratas o
errores incluso en nombres bien conocidos—, más los textos pertinentes del
cap. 6 del vol. 5 de la Historia y crítica… de Rico, y las páginas 218-233 del
volumen 5/1 de esa misma Historia, escritas por Enrique Rubio Cremades.
INICIACIÓN BIBLIOGRÁFICA RAZONADA
Deben tenerse asimismo a mano los tomos 5/1, 5/2 y 5/3 de la Historia crí-
tica del pensamiento español de José Luis Abellán, Madrid, Espasa Calpe,
1989-1991, rotulados globalmente «La crisis contemporánea», en alusión a
toda la trayectoria que desemboca en los trágicos hechos de 1936-1939, tra-
yectoria que en realidad se cumplió en todo el espacio 1808-1939.
El mismo autor ha vuelto luego a considerar algún momento del proce-
so: vid. El 98 cien años después, Madrid, Aldebarán, 2000. José Luis Abellán
viene a sugerir que el «modernismo» se vincula al pensamiento antipositi-
vista y liberal y más tarde al exilio republicano, mientras el «noventayocho»
vino a coincidir objetivamente con el posterior pensamiento franquista; por
nuestra parte creemos que las cosas son complejas, y que esta dicotomía no
expresa sin más la realidad.
Toda la extensa bibliografía existente sobre la Institución Libre de Ense-
ñanza es de manejo recomendable, por ej. el libro de Vicente Cacho Viu, de
quien asimismo es necesario tener presentes sus otras contribuciones, de las
que enumeramos e. gr.: La Institución Libre de Enseñanza. I, Madrid, Rialp,
1962; Revisión de Eugenio D’Ors, Barcelona, Publicaciones de la Residencia
de Estudiantes y Quaderns Crema, 1987; Repensar el 98, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1997; El nacionalismo catalán como factor de modernización, Barce-
lona, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes y Quaderns Crema,
1998; Los intelectuales y la política. Perfil público de Ortega y Gasset, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2000. Cacho fue un agudo y relevante historiador de la cul-
tura de la Baja Edad Contemporánea española.
El prof. Carlos Serrano —hijo de Arturo Serrano Plaja— ha dedicado
muchas páginas al «fin de siglo», y sus obras deben verse; para nuestro fin
de siglo en el marco universal cfr. las indicaciones de José Luis Comellas, El
último cambio de siglo, Barcelona, Ariel, 2000.
Hay referencias pertinentes en los textos de Cacho —como queda dicho—,
y en algunos más de Jover: cfr. por ej. la penetrante exposición de «Contexto
histórico de la obra del Dr. Simarro», Investigaciones Psicológicas (Universi-
dad Complutense), 4, 1987, pp. 37-53, así como la más específica de «Aspec-
tos de la civilización española en la crisis de fin de siglo», conferencia publi-
cada en J. P. Fusi y A. Niño, eds., Vísperas del 98, Madrid, Biblioteca Nueva,
1997, pp. 15-46.
En el Diccionario… de Gullón hay una entrada sobre la «crisis de fin de
siglo», y asimismo ha de verse el capitulillo de Lissorgues (1. 5.) en la Histo-
ria… de Espasa, 9 (1988).
Otra orientación bibliográfica en Blanco, II, pp. 210-218.
16. Alarcón
Las entradas bibliográficas que le dedica Simón, en pp. 608-610; también
cfr. Rico, vol. 5, cap. 7, y vol. 5/1, cap. 7.
No debe olvidarse el Discurso académico de nuestro autor sobre «La
moral en el arte», recogido en Juicios literarios y artísticos de D. Pedro Anto-
nio de Alarcón, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1921, pp. 8-58.
Exposición de conjunto en los Diccionarios de Marías y de Gullón; asi-
mismo en Alborg, V/1, pp. 480-588, con referencias a los escritos —que deben
verse— de Mariano Baquero Goyanes y Vicente Gaos.
Monografía de necesaria consulta es la de don José F. Montesinos, reedi-
tada y aumentada: Pedro Antonio de Alarcón, Madrid, Castalia, 1977.
A partir de ahora y para todos los llamados «novelistas del Realismo» hay
una enumeración de bibliografía reciente en el aludido tomo 9 de la Historia
de la literatura española de Espasa Calpe, al que remitimos de una vez por
todas: allí se pueden completar nuestras referencias. Estamos no obstante en
tal lugar ante una enumeración bibliográfica no valorativa (pp. 457 y ss; 591
y ss; etc.).
17. Pereda
Referencia amplia en Simón, pp. 682-685; también Rico, vol. 5, cap. 7, y
vol. 5/1, cap. 7. Vid. asimismo el artículo que el novelista tiene en Gullón, s. v.
El tratamiento de Alborg es bastante amplio: V/1, pp. 589-742, y en él se
subraya la monografía de José Manuel González Herrán, La obra de Pereda
ante la crítica literaria de su tiempo, Santander, Ayuntamiento y Librería Stv-
dio, 1983. González Herrán codirige asimismo una edición actual de las
Obras Completas de José María de Pereda, Santander, Eds. Tantín, 1989 ss.
Monografía clásica es la de J. F. Montesinos, Pereda o la novela idilio,
Madrid, Castalia, 1969, pero en la exposición de Alborg hay mención de otros
críticos más jóvenes (Bonet, Miralles, Antonio Rey,…) cuyos trabajos asimis-
mo han de verse.
Exposición de conjunto es la del mismo José Manuel González Herrán en
el cap. 4. 6. del propio vol. 9 de Espasa coordinado por Leonardo Romero.
2 De la obra de Montesinos se tiraron sólo 1000 ejemplares, y es la única que no está incor-
porada a la serie suya de «Estudios sobre la novela española del siglo XIX» de Editorial Castalia.
INICIACIÓN BIBLIOGRÁFICA RAZONADA
18. Galdós
De Galdós cabría decir acaso aquello de Borges respecto de Quevedo, que
por sí mismo constituye casi una literatura. Nuestras indicaciones estarán
presididas —como en todas estas páginas— por una selección pedagógica
que sea orientadora y que es inevitablemente incompleta; cfr. el “Catálogo…”
de la Biblioteca Nacional (con cientos de entradas para nuestro autor).
Simón, pp. 684-701 puede ser útil, puesto al día en los respectivos capí-
tulos 8 de Rico, vols. 5 y 5/1: estos capítulos deben verse bien, y por igual el
respectivo artículo que tiene el novelista en los Diccionarios de Marías y de
Gullón.
En las colecciones de Clásicos de las editoriales Castalia, Cátedra, de Tau-
rus («Temas de España»), Labor, etc. —alguna ya dejada de publicar—, hay
ediciones valiosas que deberán utilizarse en general con toda preferencia; no
obstante para el autor en su conjunto hay que acudir aún a la tradicional edi-
ción de Ed. Aguilar.
Sus Ensayos de crítica literaria aparecen reunidos cómodamente y según
hemos dicho por Laureano Bonet: Barcelona, Península, 1972.
Resulta útil la Vida de Galdós por Pedro Ortiz-Armengol, Barcelona, Crí-
tica, 1995, quien también hizo una edición actual de Fortunata…; este texto
cumbre lo han editado luego también Francisco Caudet, Susana Sánchez,
Isabel Sinovas, Nieves Rosa de Santos y Antonia Sánchez, Madrid, Ed. Cáte-
dra, y por igual los estudiosos Adolfo Sotelo y Marisa Sotelo: Barcelona, Ed.
Planeta.
Las clásicas monografías panorámicas de Joaquín Casalduero y de Mon-
tesinos (Galdós, Madrid, Castalia, 1968 y ss., tres volúmenes más un previs-
to cuarto tomo que quedó pendiente de hacer por la muerte de su autor), son
de obligada consulta.
En la serie «El escritor y la crítica» de Ed. Taurus apareció un volumen
de conjunto dedicado a él (1973) y otro dedicado a «Fortunata y Jacinta»
(1986). Por ejemplo lo que atañe a «Ángel Guerra» de Benito Pérez Galdós y
sus críticos lo ha registrado también Marisa Sotelo: Barcelona, PPU, 1990.
Una exposición de conjunto está en el capítulo 5 de la Historia… de Espa-
sa, tomo 9, con bibliografía (como está dicho).
Cfr. Iris M. Zavala, Ideología…, cap. V. Asimismo han de verse las páginas
de sus más constantes o certeros estudiosos —repárese cuando se lean en
que a veces se han editado páginas críticas sobre Galdós un tanto diluidas o
poco concretas—: Ángel del Río (Estudios galdosianos, New York, Las Amé-
ricas, 1969), Ricardo Gullón (Galdós, novelista moderno, Madrid, Gredos,
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
20. Clarín
Leopoldo Alas es autor al que los estudiosos han dedicado constante afán
en estos últimos veinte o treinta años.
Simón, pp. 610-614 supone una orientación inicial; importan Gullón, s.
v., y Rico, vols. 5 y 5/1, cap. 9 en ambos casos. También la Historia de Espa-
sa, 9, cap. 6.
Para los textos clarinianos han de verse especialmente las colecciones
Castro —en la que los textos los edita Santos Sanz—, Castalia, Lumen, PPU,
etc., de clásicos; enumeración de sus obras y de la bibliografía aparece en la
edición colectiva preparada por nueve profesores del Departamento de Lite-
ratura Española de la Universidad de Valencia de La Regenta (Ed. Cátedra)3.
Leopoldo Alas en la perspectiva de sus contemporáneos en María José
Tintoré, «La Regenta» de Clarín y la crítica de su tiempo, Barcelona, Lumen,
1987, y en Adolfo Sotelo, Leopoldo Alas y el fin de siglo, Barcelona, PPU, 1988,
libro que contiene en efecto «los juicios de escritores de su tiempo».
Clarín en conjunto por una parte y La Regenta por otra, tienen también
dedicados sendos volúmenes de la serie «El escritor y la crítica» de Ed. Tau-
rus, el primero recopilado por José M.ª Martínez Cachero (1978), y el segun-
do por Frank Durand (1988); igualmente vid. S. Beser, ed., Clarín y «La
Regenta», Barcelona, Ariel, 1982.
Como perspectiva global cfr. asimismo Gonzalo Sobejano, Clarín en su
obra ejemplar, Madrid, Castalia, 1985.
3 Llama la atención quizá el muy estrecho parecido que tienen algunas de las formulacio-
nes que se hacen en esta edición a la que aludimos ahora, con las que había hecho antes Gon-
zalo Sobejano en la suya, e. gr.: «La Wamba: Gran campana de la catedral de Oviedo, fundida en
el año 1219» (Sobejano) // «Wamba: […] Gran campana de la Catedral de Oviedo, fund[i]da en
el siglo XIII» (ed. de Cátedra); «“Presidente”: Es el nombre que ha prevalecido. El de “Regente”
era usado todavía en 1854» (Sobejano) // «“Regente” y “Presidente” son términos sinónimos […].
Se usó el primero hasta mediados del siglo XIX, por lo que D. Víctor Quintanar sería uno de los
últimos “regentes” de España» (ed. de Cátedra). Desde luego —creemos nosotros que se puede
añadir— don Víctor Quintanar no fue nunca regente, ya que es un ente de ficción.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
De José Ortega y Munilla cfr. Cleopatra Pérez, ed. de Juan Ignacio Ferre-
ras, Madrid, Cátedra, 19822; aún se encuentra en librerías —lo decimos anec-
dóticamente— su pequeño volumen Relaciones contemporáneas, aparecido
en 1919 en la Colección Universal de Calpe. Sobre Ortega vid. la noticia apa-
recida en Gullón, s. v., y Ruth Schmidt, Ortega y Munilla y sus novelas,
Madrid, Ed. Revista de Occidente, 1973.
Para Silverio Lanza cfr. la entrada que tiene también en el Diccionario de
Gullón, y el volumen que allí se ficha preparado por Luis Sánchez Granjel.
Luego se ha editado su Novela, Madrid, Fundación Banco Santander Central
Hispano, 1999, con Bibliografía.
Sobre Ciro Bayo igualmente Gullón, s. v., y las dos entradas bibliográfi-
cas reseñadas en ese artículo.
«El Naturalismo radical» es el título del capitulillo de Pura Fernández en
el poco antes aludido tomo 9 de Espasa; vid. referencia de sus otros escritos
concordantes en p. 831 de tal volumen. Sawa está ahora en un volumen de
Ed. Alhambra que edita Iris Zavala, en un tomo de la BAE (preparado por
Francisco Gutiérrez),…
27. El 98 menor
Sobre los «noventayochistas menores» vid. en conjunto Martínez Cache-
ro, pp. 516-517: alude a Manuel Bueno, Ciro Bayo, Salaverría, Ciges, etc.; un
análisis en Nora, I, caps. V y VI. Acerca de Isidoro Acevedo hay un artículo
en Gullón.
Alguna referencia al novelista quizá frustrado y autor muy conservador
Salaverría hay en Simón, p. 902.
Vid. el artículo sobre Manuel Bueno en el Diccionario… de Gullón.
Sobre Pármeno cfr. también la entrada que le está dedicada en el mismo
Diccionario, y los trabajos de Sergio Beser, etc., mencionados allí. Simón no
dedica apartado alguno a López Pinillos, pero sí por ej. a López Anglada (¡!).
Para orientarse en Manuel Ciges Aparicio lo mejor quizá es ver las refe-
rencias a textos suyos y estudios sobre él que aparecen en las recientes ree-
diciones de sus novelas La romería, Madrid, Viamonte, 1996, o El vicario,
introd. de Cecilio Alonso, València, I. Alfons el Magnànim, 1999 (este estu-
dioso es hoy el mayor especialista en el autor, y había editado sus Novelas en
1986). No debe olvidarse que Ciges escribió sobre cuestiones histórico-polí-
ticas, por ej. sobre Joaquín Costa.
libro que vamos a citar de Litvak, con referencia a los trabajos de A. Cruz
Casado, Sáinz de Robles, Sánchez Granjel, etc. Asimismo Rico, vol. 7, cap. 2
(hacia el final), y vol. 7/1, cap. 2.
Un artículo dedicado respectivamente a Carmen de Burgos, Cristóbal de
Castro, Andrés González Blanco, Luis Antón del Olmet y Álvaro Retana apa-
rece en el Diccionario de Gullón.
Pero ha de acudirse a los textos originales, parte de los cuales se encuen-
tran aún en librería de viejo; algunos han sido reeditados en Lily Litvak,
Antología de la novela corta erótica, Madrid, Taurus, 1994, con estudio preli-
minar, y en Gonzalo Santonja, ed., Las Novelas Rojas, Madrid, Ediciones de
La Torre, 1994.
Vienen apareciendo monografías que analizan esta literatura: cfr. por ej.
Ideología y texto en «El Cuento Semanal» (1907-1912), Madrid, Eds. de la
Torre, 1986; G. Santonja, La novela revolucionaria de quiosco (1905-1939),
Madrid, El Museo Universal, 1993; Alberto Sánchez Álvarez-Insúa y Carmen
Santamaría Barceló, La Novela Mundial, Madrid, CSIC, 1997; Roselyne
Mogin-Martin, La Novela Corta, Madrid, CSIC, 2000; José M.ª Fernández
Gutiérrez, La Novela Semanal, Madrid, CSIC, 2000 (esta colección específica
del CSIC —«Literatura Breve»— no ha satisfecho siempre a los críticos en
todos sus volúmenes).
Asimismo vid. las colaboraciones de Miguel Ángel Lozano Marco y
Manuel Martínez Arnaldos en Monteagudo, 30 época, n.º 1, 1996, así como la
bibliografía a la que ellos remiten tanto propia como ajena.
Cfr. los artículos que están dedicados a D’Ors, Manuel Abril, Gómez de la
Serna, Ortega y Gasset, Jarnés, Mario Verdaguer, Arderíus, Moreno Villa y
Corpus Barga, en el Diccionario mencionado de J. M. Bonet.
Importan Rico, vols. 7 y 7/1, caps. 2 y 4 en ambos casos, que deben
verse.
«Bibliografía» muy adecuada de obras y ediciones de Gabriel Miró y de
estudios sobre la misma la ha hecho Miguel Ángel Lozano en su ed. de Las
cerezas del cementerio, Madrid, Taurus, 1991.
De Ramón están apareciendo unas ambiciosas Obras Completas en el
sello editorial Círculo de Lectores (1996 y ss.): los tomos IX y ss. están dedi-
cados a su «Novelismo».
***
En la antología crítica ya mencionada La novela lírica, el tomo I se ocu-
pa de Miró y el II de Pérez de Ayala y Benjamín Jarnés.
Sobre Fernández Flórez hay que acudir al análisis de conjunto de José
Carlos Mainer (Ed. Castalia).
Además sobre Pérez de Ayala ha de verse el artículo que aparece en el Dic-
cionario… de Gullón y la bibliografía escogida que allí se menciona (artícu-
lo debido a Andrés Amorós, especialista en el autor); lo mismo cabe decir res-
pecto de Luis Araquistáin, Arderíus, Corpus Barga, Benjamín Jarnés
(bastante estudiado ahora, sobre todo en el ámbito intelectual aragonés),
Moreno Villa y Salvador de Madariaga.
A Jarnés se dedica también D. Ródenas: Los espejos del novelista. Moder-
nismo y autorreferencia en la novela vanguardista española, Barcelona, Penín-
sula, 1998, y B. Jarnés, El profesor inútil, ed. de D. Ródenas, Madrid, Espasa
Calpe, 1999 (Ródenas ha editado asimismo una antología de Prosa del 27,
Madrid, Espasa, 2000).
Sobre Ramón Gómez de la Serna la entrada que aparece asimismo en
Gullón, s. v., aunque no tiene la misma fiabilidad toda la bibliografía a que
allí se remite, y R. Senabre, Capítulos…, pp. 293-323.
Para Mario Verdaguer vid. el texto que reproduce Entrambasaguas.
Los textos de Ortega y Gasset pueden verse en cualquiera de sus edicio-
nes, pero son más fiables en la versión que da de ellos Paulino Garagorri en
la serie de «Obras de José Ortega y Gasset» que publica Alianza Editorial,
serie que revisa los textos y los amplía con otros inéditos.
Exposición de conjunto en Nora, I, cap. VIII. 2; II, caps. V-IX; III, cap. I;
hay asimismo indicaciones en Soldevila, La novela desde 1936, y las empieza
a haber en el excelente tratamiento de Gonzalo Sobejano, Novela española de
nuestro tiempo, Madrid, Prensa Española, 1970. Sobejano no obstante hace
al propósito alguna afirmación de la que personalmente no estamos seguros,
por ej. : «La […] mejor parte de la producción de Sender surge en el exilio,
después de la guerra». Ha de verse Rico, vol. 7, caps. 10, 11 y 14, y vol. 7/1,
los mismos capítulos. Asimismo el mencionado estudio de Ródenas, Los
espejos del novelista.
Véase en Marías, las entradas dedicadas a Chacel, Barea y Pedro Salinas;
artículos del Diccionario… de Gullón —de otra parte— que por un motivo u
otro también resultan orientadores o proporcionan algún dato útil son los
dedicados a Antonio Espina, Mauricio Bacarisse, Juan Chabás, Rosa Chacel,
Francisco Ayala, Bartolomé Soler, Esteban Salazar Chapela, César González
Ruano, Julián Zugazagoitia y Alicio Garcitoral. En el Diccionario de las van-
guardias… de Bonet véanse asimismo los artículos que tratan de Antonio
Espina, Bacarisse, Chabás, Rosa Chacel, Francisco Ayala, Jardiel, Neville,
López Rubio, Tomás Borrás, Salazar Chapela, González Ruano, Díaz Fer-
nández, Arconada, Carranque de los Ríos, A. Garcitoral, Sender, Aub, Foxá,
Pedro Salinas, José M.ª Hinojosa, Cernuda, Alberti, María Teresa León, Ra-
fael Dieste y Antonio Botín.
Una antología más breve estudio y documentación resulta ilustrativa:
Ramón Buckley y John Crispin, Los vanguardistas españoles (1925-1935),
Madrid, Alianza, 1973, selección que atiende asimismo a algunos autores
novecentistas.
Antonio Espina es autor que despierta ahora interés y que nosotros
encontramos también de interés. Noticia bibliográfica sobre el mismo puede
verse en las pp. 49-51 de su Luis Candelas. El bandido de Madrid, ed. de Jai-
me Más Ferrer, Madrid, Espasa Calpe, 1996; para ambientarse en el presen-
te escritor remitimos a las páginas introductorias de Gloria Rey Faraldos en
la ed. que ha hecho de sus Ensayos sobre literatura, Valencia, Pre-Textos, 1994
(pp. 9-80). Recientemente se han editado títulos suyos que aunque no sean
novelísticos prestan a Espina una dimensión de relieve que pide algún estu-
dio serio de conjunto sobre su obra: se han editado e. gr., El cuarto poder,
Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1993; Las tertulias de Madrid, Madrid, Alianza,
1995; etc.
Juan Chabás es otro autor bien atractivo, que escribió como se sabe fic-
ción y por igual de Historia literaria; sus dos títulos novelescos Puerto de
sombra y Agor sin fin han sido reeditados conjuntamente ahora en un volu-
men de la col. Austral —el 437—, y en el mismo se encontrará la bibliografía
del escritor y sobre él (pp. 79-86). A veces se olvida que Chabás publicó ya en
1933 una primera versión de su Historia de la literatura española, Madrid-
Barcelona-Valencia, Ediciones Populares IBERIA.
INICIACIÓN BIBLIOGRÁFICA RAZONADA
allí en n. 52. Novelas, escritos sobre teatro y otros textos del propio Aub se
están editando ahora: e. gr., La gallina ciega, Barcelona, Alba Editorial, 1995,
y Diarios (1939-1972), Barcelona, Alba Editorial, 1998; «Campo cerrado» y
los restantes y siguientes títulos de El laberinto mágico se encuentran en el
sello Alfaguara.
Max Aub es un autor que personalmente nos parece de interés para la
Historia de la lengua, que lo tiene sin embargo olvidado; los estudios desde
la perspectiva literaria asimismo parecen desconocer este aspecto.
A «la narrativa de los poetas» se refiere el mismo I. Soldevila en pp. 55 y
ss., con una enumeración de autores y obras a la que añadimos a Hinojosa
por sus textos de La Flor de Californía, analizados en Julio Neira, Viajero de
soledades. Estudios sobre José María Hinojosa, Sevilla, Fundación Genesian,
1999, análisis glosado a su vez por Guillermo Carnero en Saber Leer, n.º 134,
Abril de 2000.
En la narrativa de los dramaturgos y ensayistas hay que tener presente a
Rafael Dieste: vid. el artículo que se le dedica en Gullón, s. v.; asimismo la
extensa tesis doctoral de Arturo Casas, La teoría estética, teatral y literaria de
Rafael Dieste, Universidade de Santiago de Compostela, 1997, con amplia
referencia a la bibliografía de los especialistas (Axeitos, Irizarry, Tarrío, el
propio autor, etc.). De Rafael Dieste se están editando unas Obras Completas
desde 1995, cuya «dirección xeral» corre a cargo de Darío Villanueva.
También puede verse el artículo «novela rosa» de ese mismo Dicciona-
rio… de Gullón.
pio Santos Sanz, «La narrativa del exilio», en J. L. Abellán, El exilio espa-
ñol…, IV, Madrid, 1977, pp. 109-182. Etc.
El estudio que acabamos de mencionar de S. Sanz Historia de la novela
social española se compone de una «Primera Parte» de carácter general, que
sirve útilmente por sus indicaciones acerca de la cultura general española de
los años cuarenta, cincuenta y sesenta; el análisis novelístico concreto empie-
za en la p. 225.
Para Sánchez Barbudo, Serrano Plaja y Herrera Petere vid. las entradas
respectivas que les dedica el Diccionario de Bonet.
A Gonzalo Torrente, Francisco Ayala, Cela y Miguel Delibes se les ha pres-
tado particular atención crítica: no cabe dejar de ver esos estudios monográ-
ficos, empezando por el ya tradicional de Alonso Zamora Camilo José Cela
(Acercamiento a un escritor), Madrid, Gredos, 1962; remitimos de nuevo al
respectivo cap. 3 de Rico, vols. 8 y 8/1, y en todo caso a los trabajos que allí
se mencionan de Raquel Asún4, Óscar Barrero, Carlos Blanco Aguinaga, José
María Castellet, Patrick Collard, Pablo Gil Casado, Germán y Ricardo Gullón
(importa el libro del segundo La novela española contemporánea, Madrid,
Alianza, 1994), David K. Herzberger, Rosario Hiriart, Paul Ilie, Estelle Iri-
zarry, Joaquín Marco, Emilio Orozco, Janet Pérez, Gemma Roberts, E. Ruiz-
Fornells, Robert C. Spires, Darío Villanueva, etc. Asimismo remitimos a algu-
nos de los volúmenes colectivos o números de revista que allí también se
mencionan (sobre Francisco Ayala, Miguel Delibes,…).
De Francisco Ayala cfr. asimismo: Obras narrativas completas, con «Pró-
logo» de Andrés Amorós (pp. 7-96), México, D. F., Aguilar, 1969, y los varios
volúmenes dedicados a su obra que están en Ed. Cátedra.
La Editorial Destino viene publicando el texto de algunas novelas de su
catálogo con estudio preliminar a cargo de un crítico generalmente solvente,
y en ese caso tales ediciones son preferibles.
«CORNELIA BORORQUIA»
Uno de los diferentes textos que surgen en los orígenes de la novela deci-
monónica es la narración Cornelia Bororquia, según Gérard Dufour apareci-
da por vez primera en París en 1801, y en segunda edición «revista, corregi-
da y aumentada» en 18021; su autor fue Luis Gutiérrez.
La obra —glosa bien su editor Dufour— constituye una «defensa e ilus-
tración de la tolerancia religiosa» y por tanto una condena de la Inquisición2;
en general una condena del absolutismo. Vemos así por ejemplo al noble
Meneses escribirle al Gobernador de Valencia:
Un hombre sabio y razonable conoce la crueldad e injusticia de la Inqui-
sición y jamás aprueba sus atropellamientos y vejaciones, antes bien los vitu-
pera en secreto. Un reo del santo, o por mejor decir, del infernal oficio, es
siempre a los ojos de las personas sensatas una desventurada víctima sacri-
ficada o al furor, o al interés, o a la ambición de unos hombres que son el
azote de la humanidad y la deshonra de la religión3.
No cabe pues pensar en infamia propia ante el parecer de las personas
sensatas, cuando se es víctima de esta intolerancia absoluta y ciega de la
Inquisición, que no se reduce en definitiva sino a unos hombres que des-
honran la religión por sus ambiciones e intereses.
5 Ibid., p. 105.
6 J. A. MARAVALL, Estudios de Historia del pensamiento español. Siglo XVIII, Madrid, Monda-
dori, 1991, pp. 256 y 265.
7 Ed. cit., p. 114.
8 Ibid., p. 177.
TEORÍA DE LA NOVELA Y NOVELA ESPAÑOLA
gunta al fin que cuándo será el día en que los príncipes se desengañen de la
maldad de los pérfidos inquisidores, y entonces, «atentos a sus intereses y a
los de sus pueblos, mand[e]n poner fuego a los tremendos edificios donde se
albergan majestuosamente estos perversos, escándalo de la humanidad y
deshonor de la razón y de la justicia»; la respuesta es la de que tal dichosa
época «está muy remota y lejana»9.
El personaje Meneses apela al escándalo de la humanidad y el deshonor
de la razón, lo que constituye asimismo una apuesta ilustrada: la humanidad
y la razón se encuentran ultrajadas por el llamado Santo Oficio, y a favor de
ellas ha de desearse otra época en la que ya no imperen los poderes absolu-
tos.
La crítica estima que ciertamente en Cornelia Bororquia se dan unos per-
sonajes que viven y saben moverse y expresarse en el universo novelesco, y
con tal apreciación coincidimos nosotros.