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PARTE 3 RESUMEN

FLORES FERNANDEZ EINAR WILLIAM


Al ir por los países subdesarrollados, hemos sido una y otra vez
profundamente impresionados por el sorprendente contraste entre las
ideas sobre los hechos sostenidos por los intelectuales de esos países y de
muchos de los países occidentales y los hechos mismos. Los intelectuales
de todas partes dan por sentado que el capitalismo de libre empresa y el
libre mercado son instrumentos de explotación de masas, mientras que la
planificación Milton & Rose Friedman - Libre Para Elegir - 41 de 72
económica central es la ola del futuro que creará en sus países el camino
al rápido progreso económico. Tardaremos en olvidar el dardo que uno de
nosotros recibió de un prominente, exitoso y extremadamente versado
empresario indio –físicamente el modelo de la caricatura marxista del
obeso capitalista– como reacción a ciertas notas que él había
correctamente interpretado como críticas a la detallada planificación
central de India.
sin embargo, son muy diferentes. En cualquier lugar en el que
encontramos algunos de los elementos de la libertad individual, algunas
de las medidas de progreso material a disposición de los ciudadanos
ordinarios y una gran esperanza de un mayor progreso en el futuro,
también descubrimos que la actividad económica está organizada
principalmente a través del libre mercado. Allí donde el estado emprende
el control en detalle de las actividades económicas de sus ciudadanos,
esto es, donde la planificación central reina, estos ciudadanos están en
cárceles políticas, padecen bajos niveles de vida y tienen un escaso poder
para controlar su destino. El estado puede prosperar y construir
impresionantes monumentos. Las clases privilegiadas pueden disfrutar de
muchos bienes materiales, pero los ciudadanos normales son
instrumentos utilizados para los fines del estado, no recibiendo más que lo
necesario para mantenerles dóciles y razonablemente productivos.
Pueden comprar libremente periódicos y revistas que expresan una gran
variedad de opiniones. Hablan unos con otros o con extranjeros de
cualquier tema y expresan sus opiniones sin tener que mirar por encima
del hombro. Un paseo a pocos cientos de metros, tras pasar una hora en
la cola, rellenar impresos y esperar a que te devuelvan el pasaporte, te
llevará, como nos llevó a nosotros, al otro lado del muro. Allí, las calles
están vacías; la ciudad, gris y pálida; los escaparates vacíos; los edificios,
mugrientos. La destrucción ocasionada por la guerra no ha sido todavía
reparada después de más de tres décadas. El único signo de alegría o
actividad que encontramos durante nuestra breve visita a Berlín Este fue
el centro de entretenimiento.
país derrotado y devastado– se convirtió en una de las economías más
fuertes del continente europeo en menos de una década. Fue un milagro
del mercado libre. Ludwig Erhard, economista, era el Ministro de
Economía de Alemania. Un domingo, el 20 de junio de 1948, introdujo una
nueva divisa, el actual marco alemán, y simultáneamente abolió casi todos
los controles sobre los salarios y Milton & Rose Friedman - Libre Para
Elegir - 42 de 72 los precios. Lo hizo un domingo porque, como solía decir,
las oficinas de las autoridades laborales francesas, americanas y británicas
estaban cerradas ese día. Dada su favorable actitud hacia los controles,
estaba seguro que si hubiera actuado cuando las oficinas estuvieran
abiertas, las autoridades laborales se habrían opuesto a sus órdenes,
incluso países comunistas como países comunistas, Rusia y Yugoslavia,
ofrecen un contraste, aunque menos extremo. Rusia está estrechamente
controlada desde el centro. No ha sido capaz de eliminar completamente
la libertad privada y los mercados libres, pero ha tratado de limitar su
esfera tanto como le ha sido posible. Yugoslavia comenzó por el mismo
camino. Sin embargo, tras la ruptura de la Yugoslavia de Tito con la Rusia
de Stalin, aquélla tomó un rumbo radicalmente distinto. Todavía es
comunista, pero deliberadamente promueve la descentralización y el uso
de las fuerzas de mercado. La mayor parte de la tierra agrícola está en
manos privadas y su producto se vende en mercados relativamente libres.
Las pequeñas empresas (aquéllas que tienen menos de cinco
trabajadores) pueden ser poseídas y gestionadas por particulares. Estas
florecen, especialmente en la artesanía y el turismo. Las empresas más
grandes son cooperativas de trabajadores –una ineficiente forma de
organización pero que, al menos, otorga alguna oportunidad a la
responsabilidad y la iniciativa individuales.
el Lejano Oriente, Malasia, Singapur, Corea, Taiwán, Hong Kong y Japón –
cuyos sistemas descansan ampliamente sobre los mercados privados–
están prosperando. Sus gentes están llenas de esperanza. En estos países
se está fraguando una explosión económica. Tales cosas pueden medirse y
los ingresos anuales per cápita en estos países van desde los 700 dólares
de Malasia a alrededor de 5.000 en Japón. En contraste, India, Indonesia y
la China comunista, cuyos sistemas descansan fuertemente en la
planificación económica y han sufrido el estancamiento económico, la
planificación económica centralizada cantaron las alabanzas de la China de
Mao hasta que los sucesores de éste proclamaron el retraso de China y se
lamentaron de la falta de progreso los últimos 25 años. Parte de su diseño
para modernizar el país es dejar que los precios y los mercados jueguen un
papel mayor. Estas tácticas pueden producir considerables ganancias a
partir del actual bajo nivel económico del país –como sucedió en
Yugoslavia, un sistema de mercado parece menos probable, aunque como
optimistas incurables, no lo descartamos del todo. Igualmente, una vez el
anciano Mariscal Tito muera, Yugoslavia sufrirá una inestabilidad política
que podrá producir una reacción hacia un mayor autoritarismo o, bastante
menos probable, el colapso del sistema de organización colectivista
existente.
un lapso de tiempo de ocho décadas. En el resto de los aspectos ambos
países estaban en circunstancias similares en el comienzo de los periodos
comparados. Ambos eran países con civilizaciones ancestrales y
sofisticadas culturas. Ambos tenían una población altamente
estructurada: Japón tenía una estructura feudal con “daimyos” (señores
feudales) y siervos. India tenía un rígido sistema de castas con los
Brahmanes en la cima y los intocables.
das las diferencias favorecían a India más que a Japón. Los anteriores
gobiernos de Japón habían llevado a casi un completo aislamiento del
resto del mundo. El comercio internacional y el contacto con el exterior se
limitaban a la visita de un barco holandés al año. Los pocos occidentales a
los que se les permitía permanecer en el país eran confinados en un
pequeño enclave en una isla en el puerto de Osaka. Tres o más siglos de
obligado aislamiento habían hecho que Japón ignorara el mundo exterior,
ese crecimiento se convirtió en estancamiento en el periodo de
entreguerras por su lucha en favor de la independencia de Gran Bretaña,
pero no se le dio la vuelta. Las mejoras en el transporte habían terminado
con las hambrunas localizadas que anteriormente habían sido un
problema recurrente. Muchos de sus líderes habían sido educados en
países occidentales avanzados, especialmente en Gran Bretaña. El
gobierno británico les dejó un funcionariado altamente cualificado y
entrenado, con modernas fábricas y con un sistema de ferrocarriles
excelente. Nada de eso existía en Japón en 1867. India estaba
tecnológicamente atrasada comparada con Occidente, pero la diferencia
era menor que la de Japón y los países avanzados en 1867.
Japón dependía de sí misma. Ningún capital extranjero se había invertido
en Japón; ningún gobierno extranjero o fundación extranjera de ningún
país capitalista formó consorcio alguno para conceder subvenciones u
ofrecer crédito a bajos tipos de interés a Japón, que había dependido de
su propio capital para financiar su desarrollo económico. Tuvo, sin
embargo, un golpe de suerte. Pocos años después de la Restauración
Meiji, los cultivos europeos de seda experimentaron un desastroso fracaso
lo que permitió a Japón conseguir divisas que de otra forma no habría
podido conseguir. Aparte de eso, no había más fuentes de capital,
fortuitas u organizadas, importantes.
Japón en 1867 y de India en 1947, el resultado ha sido en ambos casos
muy diferente. Japón desmanteló su estructura social y extendió las
oportunidades sociales y políticas a todos sus ciudadanos. El grueso de
hombres ordinarios mejoró rápidamente, aunque se produjo una
explosión demográfica. Japón se convirtió en una potencia a la que había
que considerar en la escena política internacional, apenas hizo gran cosa
para eliminar las barreras de casta, aunque hizo pequeños progresos en la
práctica. La diferencia en los ingresos y la riqueza de unos pocos y del
grueso de la población, no se redujo, sino que aumentó. También se
produjo una explosión demográfica, como sucedió en Japón ocho décadas
antes, pero la renta per capita no lo hizo, sino que permaneció casi
constante. Realmente, el nivel de vida del tercio de la población más
pobre probablemente disminuyó. Tras el gobierno británico, India se
enorgullecía de ser la mayor democracia del mundo, Muchos
observadores apuntan a las distintas instituciones sociales y a las
características humanas. Los tabúes religiosos, el sistema de castas, la
filosofía fatalista –se dice que todas ellas aprisionan a los habitantes de
India en la camisa de fuerza de la tradición. Se dice que los indios son poco
emprendedores y perezosos. Por el contrario, los japoneses son alabados
por ser muy trabajadores, enérgicos, deseosos de responder a las
influencias que reciben del extranjero e increíblemente ingeniosos a la
hora de adaptar lo que aprenden fuera a sus propias necesidades.
el progreso económico y social no depende de los atributos o de la
conducta de las masas. En todos los países una minoría marca el ritmo y
determina el curso de los acontecimientos. En los países que se han
desarrollado más rápida y exitosamente, una minoría de individuos
emprendedores que asumen riesgos se han forjado antes y han creado
oportunidades para los imitadores que les siguen, logrando que la mayoría
incremente su productividad, los refugiados chinos que llegaron a Hong
Kong después de que los comunistas se hicieran con el poder encendieron
su destacable crecimiento económico y se ganaron una bien merecida
reputación por su iniciativa, su ánimo emprendedor, su frugalidad y su
duro trabajo. La reciente liberalización de la emigración desde la China
roja ha provocado una nueva oleada de inmigrantes –del mismo tipo
racial, con las mismas tradiciones culturales fundamentales, pero
educados y formados en 30 años de comunismo. Hemos oído en distintas
empresas que contrataron a algunos de estos refugiados que éstos son
muy diferentes de los primeros que llegaron a Hong Kong.
En primer lugar, Japón confió en la cooperación voluntaria y el libre
mercado –según el modelo británico de su tiempo. India confió en la
planificación económica central –el modelo británico de su tiempo. El
gobierno Meiji desde luego que intervino de muchas maneras y jugó un
papel clave en el proceso de desarrollo. Envió a muchos japoneses al
extranjero para que recibieran formación técnica. Estableció plantas piloto
en muchas industrias y concedió muchos subsidios a otras, pero en ningún
momento trató de controlar la cantidad total o la dirección de las
inversiones o la estructura de la producción. El estado mantuvo su interés
en la construcción de buques y en las industrias del hierro y el acero que
se creían necesarias para mantener el poder militar y se hizo cargo de ellas
porque no eran atractivas para la iniciativa privada y requerían de
importantes subsidios gubernamentales.

PREGUNTAS
1. ¿Los norteamericanos cómo pagarían a los
japoneses? ¿les ofrecerían dólares en billetes? Ya
que le cambio delo yens por un dólar es más barato
en Japón
R.- Lo que en el mercado norteamericano no habría nada que
quisiesen comprar. Si los exportadores japoneses desearan quemar o
enterrar los billetes, sería fantástico para nosotros. Obtendríamos toda
clase de mercancías a cambio de trozos de papel verde que podemos
producir en gran abundancia y a bajo costo. Dispondríamos de la
industria exportadora más maravillosa que se pudiese concebir.
Naturalmente, los japoneses no nos venderían mercancías útiles con el
fin de obtener inútiles trozos de papel para quemarlo o enterrarlos. Al
igual que nosotros, quieren tener algo real a cambio de su trabajo. Si
todas las mercancías fuesen más baratas en el Japón que en los
Estados Unidos al cambio de 360 yens por un dólar, los exportadores
tratarían de desembarazarse de sus dólares, procurarían venderlos al
cambio de 360 yens por un dólar al objeto de comprar las mercancías
japonesas más baratas. Pero ¿quién querría comprar los dólares? Lo
que es cierto para el exportador japonés lo es también para todos los
habitantes del Japón. Nadie desearía dar 360 yens a cambio de un
dólar si con 360 yens se pudiesen comprar más cosas en el Japón que
con un dólar en los Estados Unidos. Los exportadores, al descubrir que
nadie querría comprar sus dólares a 360 yens, estarían dispuestos a
cobrar menos yens por un dólar. El precio de un dólar expresado en
yens disminuiría: 300 yen por un dólar, 250 yens o 200 yens. Enfoque
las cosas al revés: necesitarían un número creciente de dólares para
adquirir un número dado de yens japoneses. Las mercancías japonesas
expresan su precio en yens, con lo que su precio en dólares
aumentaría. A la inversa, las mercancías estadounidenses expresan su
precio en dólares, por lo que cuantos más dólares obtuviesen los
japoneses por un número dado de yens, más baratas resultarían las
mercancías estadounidenses para los japoneses dispuestos a pagar en
yens. El precio del dólar expresado en yens disminuiría hasta que el
promedio del valor en dólares de las mercancías que los japoneses
comprasen a los Estados Unidos fuese más o menos igual al valor en
dólares de las mercancías que los Estados Unidos comprasen al Japón.
A este precio, todo el que quisiese comprar yens con dólares
encontraría a alguien que estaría dispuesto a venderle yens a cambio
de dólares. La situación real, como es natural, se presenta más
complicada que en este ejemplo hipotético. Varias naciones comercian
entre sí, y solamente los Estados Unidos y el Japón, y el comercio suele
seguir caminos indirectos. Los japoneses pueden gastar en el Brasil una
parte de los dólares que ganan; a su vez los brasileños pueden gastar
dichos dólares en Alemania, y los alemanes pueden hacerlo en los
Estados Unidos, y así sucesivamente hasta una complejidad
interminable. No obstante, el principio es el mismo. En cualquier país la
gente quiere dólares sobre todo para comprarse artículos útiles, no
para amontonar ese dinero o quemarlo. Otra complicación reside en
que los dólares y los yens no solo se utilizan para comprar bienes y
servicios en otros países, sino también para invertir y hacer
donaciones. A lo largo del siglo XIX los Estados Unidos tuvieron casi
cada año una balanza de pagos deficitaria, una balanza comercial
“desfavorable” que era buena para todos. Los extranjeros deseaban
invertir capital en los Estados Unidos. Los británicos, por ejemplo,
producían mercancías y nos enviaban a cambio de trozos de papel: no
billete de dólar, sino obligaciones, con la promesa de pagar más
adelante una suma de dinero más los intereses. Los británicos
deseaban enviarnos sus mercancías porque consideraban que esas
obligaciones constituían una buena inversión. En general, estaban en lo
cierto. Obtenían mayores ganancias por sus ahorros de las que podían
lograr de cualquier otra manera. En cuanto a nosotros, nos
beneficiamos de inversiones extranjeras que nos permitían
desarrollarnos con mayor rapidez que si nos hubiésemos visto
obligados a contar únicamente con nuestros propios ahorros. En el
siglo XX la situación se invirtió. Los ciudadanos estadounidenses se
percataron de que podían obtener mayores ganancias invirtiendo su
capital en el extranjero, que haciéndolo en su país. Consecuentemente,
los Estados unidos enviaron al exterior mercancías a cambio de
compromisos de deuda, como bonos. Después de la Segunda Guerra
Mundial, el gobierno norteamericano concedió préstamos al extranjero
en el marco del Plan Marshall y otros programas de ayuda exterior.
Enviamos bienes y servicios al extranjero como expresión de nuestra
creencia de que con ello contribuíamos a un mundo más pacífico. Estas
ayudas gubernamentales complementaban donaciones privadas de
grupos caritativos, iglesias que pagaban a misioneros, personas que
contribuían a la ayuda de parientes extranjeros, y así sucesivamente.
Ninguna de estas complicaciones altera la conclusión sugerida por el
caso extremo que hemos imaginado. En el mundo real, al igual que en
el mundo hipotético, no puede haber problema de balanza de pagos
mientras el precio del dólar expresado en yens, en marcos o en
francos, se determine en un mercado libre mediante transacciones
voluntarias. Es sencillamente falso que los trabajadores
norteamericanos que disfrutan de elevados salarios estén, como grupo
amenazados por la competencia “desleal” de trabajadores extranjeros
que perciben salarios bajos. Como es lógico, determinados
trabajadores pueden verse perjudicados si aparece en el extranjero un
producto nuevo o mejorado, o si los fabricantes extranjeros consiguen
producirlo con menor costo. Pero esto no difiere de los efectos que se
ejercen sobre un determinado grupo de trabajadores si otras firmas
norteamericanas desarrollan nuevos productos, los mejoran o
descubren la manera de producirlos más baratos. Esto es sencillamente
competencia de mercado en la práctica, la principal causa del elevado
nivel de vida del trabajador norteamericano. Si queremos
beneficiarnos de un sistema económico vivo, dinámico e innovador,
debemos aceptar la necesidad de la movilidad y de la transformación.
Puede ser aconsejable facilitar dichas transformaciones, y hemos
adoptado varias medidas para que así sea, tales como el seguro de
desempleo, pero debemos tratar de alcanzar ese objetivo sin destruir
la flexibilidad del sistema, lo que habría sido matar a la gallina de los
huevos de oro. En cualquier caso, todo lo que hiciésemos debería ser
imparcial con respecto al comercio exterior e interior

2. ¿CUALES FUERON LAS RAZONES POLÍTICAS PARA LA


LIBERTAD DE COMERCIO?
R.- La interdependencia es una característica omnipresente en el
mundo moderno: en la propia esfera económica, entre un grupo de
precios y otro, entre una industria y otra, entre un país y otro: en la
sociedad en general entre la actividad económica y las actividades
culturales, sociales y asistenciales; en la organización de la sociedad,
entre las disposiciones económicas y las políticas, entre la libertad
económica y la libertad política. También en la esfera económica, las
disposiciones económicas se entrelazan con las políticas. La libertad de
comercio internacional favorece las relaciones armoniosas entre
naciones de distintas culturas e instituciones, de igual modo que la
libertad de comercio interior favorece las relaciones armoniosas entre
individuos de distintas creencias, actitudes e intereses. En un mundo
que practique a libertad de comercio, como en una economía libre en
cualquier país, se efectúan transacciones entre entidades privadas:
individuos, empresas comerciales, instituciones benéficas. Las
condiciones en que se realiza cualquier transacción son aceptadas por
todas las partes que intervienen en la misma. La transacción no se
producirá mientras las partes no crean que van a resultar beneficiadas
con su realización. Como consecuencia de ello, los intereses de las
diversas partes se armonizan. La cooperación, y no el conflicto, es la
regla. Cuando intervienen los gobiernos, la situación es muy distinta.
Dentro de un país, las empresas buscan la concesión de subvenciones
por parte de su gobierno, ya se directamente o bien en forma de
aranceles u otras restricciones al comercio. Tratarán de escapar a las
presiones económicas de los competidores que amenazan su
capacidad de obtención de beneficios, o su misma existencia,
recurriendo a la adopción de presiones políticas que impongan costes a
los demás. La intervención de un gobierno en favor de las empresas de
su país hace que las empresas de los demás países busquen la ayuda de
sus propios gobiernos para contrarrestar las medidas tomadas por
aquel gobierno. Las disputas privadas generan las disputas entre
gobiernos. Cualquier negociación comercial se convierte en una
cuestión política. Altos funcionarios del gobierno asisten en todo el
mundo a conferencias comerciales. Las fricciones se multiplican. Varios
ciudadanos de todos los países resultan insatisfechos al final de las
negociaciones y terminan creyendo que han sido los que se han llevado
la peor parte. El conflicto, y no la cooperación, es la regla. Los cien años
que van desde la batalla de Waterloo hasta la Primera Guerra Mundial
ofrecen un notable ejemplo de los beneficiosos efectos del
librecambismo sobre las relaciones entre las naciones. Gran Bretaña
era la primera nación del mundo, y en el transcurso de dicho siglo
desarrolló una libertad de comercio completa. Otras naciones,
especialmente las occidentales, entre las que se encontraban los
Estados Unidos, adoptaron una política económica similar, si bien en
forma menos decidida. En lo esencial, la gente era libre de comprar y
vender mercancías de quien y a quien quisiese dondequiera que
viviese, tanto si habitaba el mismo o distinto país, y en las condiciones
que acordaban mutuamente. Aún hay algo que nos puede sorprender
más en la actualidad, y es que la gente era libre de viajar por toda
Europa y por gran parte del mundo sin pasaporte y sin demasiadas
inspecciones de aduana. Tenía libertad para emigrar y podía entrar y
hacerse residente y ciudadana en casi todos los países, especialmente
en los Estados Unidos. Como consecuencia de ello, el siglo que va de
Waterloo a la Primera Guerra Mundial fue uno de los más pacíficos de
la historia humana entre las naciones occidentales, y se vio sacudido
únicamente por algunas guerras secundarias: la de Crimea y las franco-
prusianas fueron las más destacadas, y, naturalmente, una importante
contienda civil en los Estados Unidos, consecuencia de la cuestión
capital de la esclavitud, que había apartado al país de la libertad
política y económica. En el mundo moderno, los aranceles y
restricciones similares al comercio han sido una fuente de fricciones
entre los países. Pero una fuente mucho mayor de perturbaciones ha
sido el trascendental intervencionismo en la economía de estados tan
colectivistas como la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la
España de Franco, y especialmente en los países comunistas, desde
Rusia y sus satélites hasta China. Los aranceles y las restricciones
similares perturban las señales trasmitidas por el sistema de precios,
pero al menos da libertad a los individuos para responder a dichas
señales perturbadas. Los países colectivistas han introducido
elementos autoritarios de mucho mayor alcance. Las transiciones
completamente privadas son imposibles entre ciudadanos de una
economía predominantemente de mercado y de un Estado colectivista.
Una parte está representada necesariamente por funcionarios
gubernamentales. Las consideraciones políticas son ineludibles, pero
las fricciones se minimizarían si los gobiernos de las economías de
mercado diesen a sus ciudadanos la máxima libertad posible de acción
para hacer sus propios negocios con los gobiernos colectivistas.
Tratando de emplear el comercio como arma política, o las medidas
políticas como un medio para incrementar el comercio con los países
colectivistas, sólo se consigue empeorar las inevitables fricciones
políticas.

3. ¿QUE NOS QUERIA DECIR CON LA LIBERTAD HUMANA


MILTON FRIEDMNA Y ROSSE D. FRIEDMAN?
R.- Las restricciones a la libertad económica afectan inevitablemente a la
libertad en general, incluso en aspectos tales como la libertad de prensa y
de expresión.
Consideremos los siguientes párrafos de la carta que envió en 1977 Lee
Grace, en aquel momento vicepresidente de una asociación de
productores de petróleo y gas, a los miembros de ésta. Con respecto a la
legislación sobre energía escribió:
Como ustedes saben, el verdadero problema no es tanto el precio por
metro cúbico sino el mantenimiento de la Primera Enmienda de la
Constitución, la garantía de la libertad de expresión. Con una
reglamentación cada vez mayor, mientras el Estado omnipotente nos mira
fijamente por encima del hombro, tenemos miedo de expresar la verdad y
nuestras creencias acerca de los que es falso y está mal hecho. El temor a
las revisiones del IRS (Internal Revenue Ser vice: Servicio de Inspección
Fiscal), la estrangulación burocrática o el hostigamiento gubernamental
constituyen armas poderosas contra la libertad de expresión.
En el número publicado el 31 de octubre de 1977 de la revista U. S. News
e World Report, y dentro de la sección “Washington Whispers” [Los
rumores de Washington] se observaba que “los dirigentes de la industria
petrolífera manifiestan que han recibido este ultimátum del secretario de
Energía, James Schelesinger: Apoyen el impuesto que la administración ha
propuesto sobre el crudo o, de lo contrario, enfréntense a una
reglamentación más dura y a una posible presión para deshacer las
"holding" petroleras”.
Su juicio aparece ampliamente confirmado por la conducta exterior de
dichos ejecutivos. Desarmados por las denuncias del senador Henry
Jackson que les acusaba de estar obteniendo “beneficios obscenos”, ni
uno solo miembro de un grupo de directivos pertenecientes a la industria
petrolífera contestó. o incluso abandonó la habitación y se negó a
someterse a un insulto personal mayor. Los ejecutivos de las compañías
petroleras, que en privado muestran una fuerte oposición a la compleja
estructura actual de controles federales bajo los cuales actúan, o al
considerable aumento de la intervención gubernamental propuesta del
presidente Carter, hacen blandas declaraciones públicas en las que
aprueban los objetivos de los controles. Pocos hombres de negocios
consideran que los llamados controles voluntarios precios y salarios vayan
a representar un camino efectivo o deseable para combatir la inflación. Sin
embargo, un ejecutivo tras otro, una organización empresarial tras otra,
han alabado el programa, han dicho cosas bonitas de éste, y han
prometido cooperar. Sólo unos pocos, como Donald Rumsfeld, antiguo
congresista, funcionario de la Casa Blanca, tuvieron el valor para
denunciarlos públicamente. A ellos se les unió George Meany, rudo,
octogenario y antiguo jefe de la AFL-CIO (American Federation of Labor-
Congress of Industrial Organizations: Federación Norteamericana del
Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales).
Es absolutamente lógica que los individuos deben soportar un costo -
aunque solo sea el de la impopularidad y la crítica- por el hecho de hablar
con libertad. Sin embargo, el costo debiera ser razonable y no
desproporcionado. En palabras de una famosa sentencia del Tribunal
Supremo, no debería “inducir al desánimo” sobre la libertad de expresión.
Sin embargo, no hay duda de que en la actualidad este resultado se
produce en los ejecutivos de las sociedades anónimas.
Esta inducción al desánimo no se restringe a estos ejecutivos. Nos afecta a
todos. Nosotros conocemos profundamente la comunidad académica.
Muchos de nuestros colegas de los departamentos de economía y ciencias
naturales reciben ayudas del National Science Foundation; los que
pertenecen al departamento de humanidades, del National Foundation
for the Humanities; aquellos que dan clases en Foundation for the
Humanities; aquellos que dan clases en universidades estatales reciben su
salario en parte del legislativo del estado. Creemos que el National Science
Foundation, el National Foundation for the Humanities y las subvenciones
fiscales a la educación superior son indeseables y deberían desaparecer.
Indudablemente, este punto de vista es minoritario dentro de la
comunidad académica, pero dicha minoría es mucho mayor de la que
cualquier persona pudiera reunir a partir de declaraciones públicas sobre
este punto.
La prensa depende en gran medida del gobierno, no sólo como una de las
fuentes principales de noticias, sino en otras numerosas cuestiones que
afectan a su funcionamiento diario. Consideremos un curioso ejemplo
proveniente de Gran Bretaña. Uno de los sindicatos del Times de Londres,
un gran periódico, impidió su publicación un día hace varios años debido a
un artículo que el rotativo pensaba publicar sobre el intento de dicho
sindicato de influir en su línea editorial. Posteriormente, las disputas
laborales condujeron al cierre patronal. Los sindicatos pueden ejercer este
poder porque el gobierno les ha concedido inmensidades especiales. Un
sindicato de Periodistas a escala nacional en Gran Bretaña está ejerciendo
presión para lograr una asociación cerrada, y está amenazando con
boicotear los periódicos que den empleo a trabajadores no afiliados. Todo
esto en el país que fue el origen de tantas de nuestras libertades.
Con respecto a la libertad religiosa, los granjeros de la comunidad amish
(que vive en los estados de Pennsylvania, Ohio e Indiana, cultivan la tierra
con ásperos antiguos y se oponen a los avances de la civilización) vieron
sus casas y otras propiedades embargadas porque se habían negado, por
razones religiosas, a pagar las cargas de seguridad social (pero también a
aceptar sus prestaciones). Los alumnos que iban a las escuelas de la iglesia
fueron denunciados por hacer novillo, violando las leyes de asistencia
obligatoria, porque sus profesores no tenían las papeletas obligatorias que
certificaban que habían cumplido las exigencias del estado.
A pesar de que estos ejemplos sólo constituyen una muestra, ilustran la
proposición fundamental de que la libertad es todo, que cualquier cosa
que la reduce en una parte de nuestras vidas puede afectarla en otras
partes.

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