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Las carreteras, que conectan casi todas las poblaciones de los países
desarrollados, forman hoy parte de la cotidianidad. Son el resultado de una ingente
tarea colectiva y de una evolución histórica en la que las exigencias de movilidad
dieron lugar a sucesivas innovaciones técnicas.
Hacia 1820, el ingeniero escocés John Loudon Mac Adam desarrolló carreteras con
tres capas de grava, compactadas por rodillo y algo elevadas del suelo para facilitar
el drenaje. El macadán –así se le llamó–fue utilizadísimo en Europa y Estados
Unidos. Exigía un cuidado continuo, pues su duración era limitada, si bien hacia
1848 comenzó a usarse alquitrán para mejorar su resistencia.
El proceso fue rápido en Gran Bretaña y los países europeos avanzados, así como
en Estados Unidos. En España, con un desarrollo de los vehículos de motor más
lento –4.000 automóviles en 1910, 32.000 en 1920–, esta necesidad se sintió en los
años veinte. En 1926 se constituyó el Circuito Nacional de Firmes Especiales, para
renovar las principales vías. La depresión del 29, la guerra y la paralización de la
posguerra retrasaron la modernización de las carreteras, que alcanzó un ritmo
creciente desde la década de 1950.
No solo fue el caso de España. Durante la segunda mitad del siglo XX se construyó
en todo el mundo una extensísima red de carreteras (actualmente, más de 33
millones de kilómetros), a medida que se propagaban el automóvil y el transporte
de mercancías por camiones. Permiten hacer con fluidez largos recorridos y acceder
a todo tipo de lugares, superando las distancias físicas y dificultades de
comunicación propias de otros periodos históricos.