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Qué es verdad y qué no en la historia de Adán y Eva?

Al discutir sobre Adán y Eva tenemos que partir del hecho de que tenemos dos puntos
ciegos, dos “X”, dos puntos oscuros, uno por el lado religioso y otro por el lado
científico. Comencemos por el científico. En este ámbito las hipótesis son bastante
efímeras, en el sentido de que es una rama del saber en continua evolución -valga la
redundancia-, continuamente hay nuevos datos que nos conducen a reformular o revisar las
hipótesis anteriores. El estudio de la evolución se encuentra en una continua construcción
o revisión. En líneas generales puede afirmarse que científicamente cabrían tres escenarios
diferentes:
a. Que descendamos de una pareja.
b. Que descendamos de un grupo poblacional que, aislándose del resto, evolucionó en un
sentido hasta llegar al hombre como lo conocemos actualmente.
c. La hipótesis del candelabro: que en diferentes lugares de la tierra hayan surgido hombres,
con rasgos distintos, pero fecundos entre ellos, conformando así una especie propia. No se
puede decir con absoluta certeza actualmente, y presumiblemente tampoco en un futuro
cercano, cuál de esas tres es la correcta, si es que alguna lo es. Para complicar el
panorama, ha habido muchos homínidos, algunos de los cuales
tienen visos de racionalidad (como el Neanderthal) de los cuales no descendemos. ¿Qué
significa un hombre racional del que no descendemos?, ¿cómo puede compaginarse con
la idea de que todos los hombres descendemos de Adán y Eva? De esta forma, hay también
distintas hipótesis sobre cuál fue el primer hombre racional. Está claro que el sapiens-
sapiens es racional, pero el sapiens a secas puede remontarse hasta hace 190 mil años,
¿Adán y Eva serán de por allí?
Otrosconsideran que habría que colocarlo en el Homo Erectus, porque tuvo que hacer un
a larga emigración fuera de África y se modificó la forma de realizar el parto, lo que supone
o requiere habitualmente una ayuda humana para que tenga éxito y poder dar a luz. Ambas
cosas suponen un cierto nivel de comunicación, un
lenguaje y así se resolvería el enigma de la racionalidad del Neanderthal, pues es posterio
r al Erectus. Otros, en fin, remontan al primer hombre racional al Homo Habilis, pues ya h
acía herra-mientas, lo que implica alguna forma de conocimiento universal, es decir, un
saber que va más allá del práctico sensible concreto, propio de los animales. En efecto, una
herramienta me sirve una vez y siempre. En resumen, desde un plano científico, no
podemos responder a la pregunta de forma definitiva, sobre si venimos de una pareja, un
grupo poblacional o varios. Otra cosa sería hacer un acto de fe en determinada hipótesis
científica, lo que no es correcto desde la ciencia misma, técnicamente se diría que es
epistemológicamente equivocado.
Pasemos al segundo punto oscuro: el dato bíblico. Para explicarlo, primero debemos decir
que la doctrina de la Iglesia es que la Biblia nos enseña “verdades para nuestra salvación”;
es decir, no cualquier tipo de verdades. No necesariamente nos enseña verdades
científicas, biológicas, geológicas, e incluso históricas. Depende del contexto; su finalidad
en cualquier caso, es proporcionarnos verdades salvíficas, esa es su misión, su fin y su
intencionalidad. Pedirle otra cosa es pedirle “peras al olmo”. Hay algunos textos que quiero

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consignar para que se entienda y contextualice el alcance de lo que afirmo. El primero es
de Galileo: “La Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo llegar al cielo”. Expresa en
forma sintética y adelantándose más de 3 siglos, a lo que enseñará solemnemente el
Concilio Vaticano II en su
Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum: “Hay que confesar que
los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error la verdad que Dios
quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (n. 11). Y en otro lugar
extiende esta idea más allá de la Biblia a toda la Revelación: “Mediante la revelación divina
quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos
decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres” (n. 6). (El subrayado es
nuestro).
En segundo lugar, quisiera citar a san Agustín, donde nos advierte que no debemos hacerle
decir a la Biblia lo que no tiene intención de decir, y que, en cualquier caso, deberíamos
siempre interpretar la Biblia en armonía con la razón y con los conocimientos bien fundados
que tengamos. La referencia a este santo, que vivió entre los siglos IV y V, descalifica toda
crítica que vea en la doctrina de la Iglesia una artificial y oportunista adaptación
camaleónica a los avances científicos, con el velado intento de sobrevivir reformulándolos
de forma adecuada. En efecto, este santo, con más de un milenio de anticipación, responde
a las cuestiones acerca de la compatibilidad entre conocimientos profanos sobre el universo
y el dato bíblico: "Sucede de hecho, muchas veces, que un no cristiano tenga conocimiento
o bien por una razón evidente, o bien por experiencia personal sobre la tierra, el cielo u
otros elementos de este mundo, o sobre el movimiento, la revolución o también el tamaño
y la distancia de los astros, o sobre los eclipses del sol y de la luna, sobre el ciclo de los
años y de las estaciones, sobre la naturaleza de los animales, de las plantas, de las piedras
y todas las cosas de este género. Sería una cosa vergonzosa, dañina y necesaria de
evitarse a cualquier precio, si aquel escuchase a un creyente decir cosas absurdas
sobre aquellos argumentos como si fueran las propias Escrituras (…) Cuando
han encontrado a un cristiano sostener su propio error en nuestros Libros sagrados, en
aquello que conocen perfectamente, ¿cómo tendrán fe en estos Libros cuando lean sobre
la resurrección de los muertos, sobre la esperanza de la vida eterna y sobre el reino de los
cielos, desde el momento que juzguen que estos escritos contengan errores relativos a
cosas que han podido conocer ya por propia experiencia o mediante cálculos matemáticos
seguros."
En tercer lugar, a san Juan Pablo II refiriéndose precisamente a los textos bíblicos que nos
narran los misteriosos orígenes del mundo: “La propia Biblia nos habla del origen del
universo y sus componentes, no con el propósito de enunciar un tratado científico sino en
orden a establecer las relaciones apropiadas del hombre con Dios y con el universo. Las
Sagradas Escrituras desean simplemente declarar que el mundo fue creado
por Dios, y con el fin de expresar esta verdad se expresan en términos de la cosmolo
gía conocida en los tiempos del escritor sagrado” (el subrayado esnuestro). Por último
, una precisión oportuna es la que hace la Pontificia Comisión Bíblica a una pregunta
expresa del Cardenal Suhard de París, señalando que no tenemos claridad sobre el género
literario de los 11 primeros capítulos del Génesis, que son los que nos hablan de la
Creación, Adán y Eva, Matusalén, el Arca de Noé y la Torre de Babel: “Bastante más oscura
y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del
Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y

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no se pueden juzgar a la luz de
los géneros literarios grecolatinos o modernos” (Pontificia Comisión Bíblica, carta al
Cardenal Suhard, 16-I-1948) Es decir, que la exégesis o interpretación de los mismos es
un tema abierto. No se puede dirimir en forma definitiva: no podemos decir que no contienen
nada de historia, ni que son simplemente metáforas, o que solo contienen elementos
míticos.
Con este marco, no podemos dar respuestas definitivas. Lo más coherente con la fe es
pensar que Adán y Eva fueron dos personas concretas, nuestros primeros
padres. Hay un motivo teológico fuerte:explicar el origen y transmisión del PecadoOriginal.
Ahora bien, en el hipotético caso de que científicamente se demostrara alguna de las
otras hipótesis, el único problema sería explicar teológicamente cómo se verificó tal pecado
y cómo se transmite. Pero eso no sería una novedad absoluta: ya anteriormente se ha
reformulado la teología ante la presencia de datos nuevos e incontrovertibles, por ejemplo,
respecto a la necesidad del bautismo, al descubrir América, desarrollándose por entonces
la teología del bautismo de deseo. En cualquier caso, cabe hacer notar, y poniéndolo en
relación con la pregunta precedente, que el “monogenismo”, es decir, la doctrina de que
venimos de
una única pareja, no forma parte de las enseñanzas contenidas en el Catecismo de la I-
glesia Católica. Dicho mal y pronto, uno puede pensar que Adán y Eva no fueron persona
s concretas, y no deja de ser católico por ello. No te conviertes en hereje, precisamente
porque no forma parte de la doctrina oficial reconocida por la Iglesia. Qué duda cabe de
que, si no es doctrina oficial, es coherente con la misma y conveniente, por ello, hasta que
no se demuestre lo contrario, sea por vía científica, sea por exégesis bíblica, personalmente
sigo pensando que venimos de ellos. Pero si en un futuro se demostrara que no es así, no
se tambalea mi fe por- que no forma parte del contenido de la fe.
De hecho, Benedicto XVI recientemente, al hablar del pecado original obvia la cuestión del
monogenismo, dejando la puerta abierta y subrayando en cambio que, de lo que no
podemos dudar porque tenemos experiencia habitual y cotidiana de
ello, es del Pecado Original y sus consecuencias palpables: “Como hombres de hoy,
debemos preguntarnos: ¿qué es el pecado original? ¿Qué enseñan Pablo y la Iglesia? ¿Es
sostenible hoy aún esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la
evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se
difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de
la Redención y del Redentor perdería su fundamento.
Por tanto: ¿existe el pecado original o no? Para poder responder debemos distinguir dos
aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una
realidad concreta, visible, diría yo, tangible para todos. Es un aspecto misterioso, que afecta
al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción
en nuestro ser. Por una parte, el hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente
también lo quiere realizar. Pero, al mismo tiempo, siente también otro impulso a hacer lo
contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le apetece aun
sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el
prójimo. San Pablo en su Carta a los Romanos ha expresado esta contradicción en nuestr
o ser con estas palabras: «querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto
que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (7, 18-19). Esta

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contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta
todos los días. Y sobre todo vemos siempre en torno a nosotros la superioridad de esta
segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia,
mentira, lujuria. Cada día lo vemos: es un hecho.” (Benedicto XVI, Audiencia 3-
XII- 2008). En resumen: no lo sabemos todo. No podemos decir con absoluta certeza si
existieron Adán y Eva o no. Pero claramente el relato del Génesis resulta muy fecundo
teológica y espiritualmente. Pues el proceso del primer pecado lo repetimos continuamente
los hombres. A veces escucho lamentarse: “¡si Eva no hubiese comido la manzana!”, “¡si el
tonto de Adán no le hubiera hecho caso!” Pero todos nosotros tenemos experiencia de
saber que algo está mal, que no le agrada a Dios, y sin embargo lo hacemos. Todos
nosotros tenemos experiencia de ese intento vano de ocultarnos de Dios o de huir de Dios
ante la vergüenza por nuestro
pecado, exactamente igual a como nos narra el Génesis que les sucedió a Adán y Eva. E
s decir, se trata de un tipo o un modelo que se repite continuamente en la historia. Por ello,
acudiendo a una idea platónica, podemos decir que el mito es más real que la historia, en
el sentido de que, sin verificarse concretamente en un caso, se verifica constantemente en
muchos. La respuesta sería entonces, incluso aunque fácticamente no hubieran existido
Adán y Eva, su historia es verdadera porque nos transmite una verdad intemporal, que
trasciende las fronteras del tiempo, y que es un modelo que continuamente se repite y del
cual podemos aprender.
Dos últimos comentarios sobre el relato del Génesis. Primero que no es del todo original.
Modernamente diríamos que contiene algunos “plagios” de textos
mesopotámicos más antiguos, como “El poema de Gilgamesh”. Así, la figura de Noé, por
ejemplo, tiene claros antecedentes en la épica de Atrahasis (Acadios),
Utna- pishtim (Babilonia), Ziusudra (Sumerios). Esto no es ninguna irreverencia o sorpres
a, está implícito en el texto citado de san Juan Pablo II más arriba (“se expresan en térmi-
nos de la cosmología conocida en los tiempos del escritor sagrado”). Pero deberíamos
decir que es un “plagio creativo”, depurado y enriquecido. Depurado de sus adherencias
politeístas, propias de la cultura sumeria donde se originan, y enriquecido con un hondo
contenido teológico. Por ejemplo, san Juan Pablo II realiza toda una catequesis sobre el
significado de la sexualidad humana,
plenamente actual, con base en el relato del Génesis. La última idea es un intento de
explicación teológica que me parece interesante, formulada por el teólogo André Leonard.
Para él, Adán y Eva existían en un universo diverso del nuestro. En efecto, las
características que acompañaban la vida en el Paraíso: no dolor, no enfermedad, no
cansancio, no muerte, no son compatibles con el universo que conocemos. Para Leonard,
una vez que hubieron pecado y fueron arrojados fuera del Edén, aparecieron en la Tierra,
siendo los primeros homínidos evolucionados en poseer la conciencia, como característica
propia de la espiritualidad humana. Personalmente me gusta esta explicación preliminar
que, por ser teológica, no es un artículo de fe, pero que explica la fe en forma coherente con
los conocimientos que actualmente poseemos.

(Extracto del libro Teología para millenials. P. Mario Arroyo Martínez F.)

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