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El siglo sin ti

Año 1 (33 años)

El tren que me llevaba era cómodo y morado, los pasajeros del vagón comedor, mezcla
heterogénea de juventud y vejez, se deslumbraban por los caballos salvajes que galopaban
furiosos por la estepa tratando casi de alcanzar la velocidad de la propia máquina. Yo medio
que dormitaba, apoyada la nuca en el bolso lleno de libros apretujados, temblaba del
hambre y de la sed. Parece que viajé todo ese año sin parar, huyendo de la imagen final: tú,
dentro de un cajón, descendiendo tres metros bajo tierra, de las lágrimas alrededor, de las
pocas personas presentes en el cementerio, del viento que tibio soplaba entre las tumbas
olvidadas, del pasto seco de ese mediodía de diciembre fatídico, en que se me fue, no
digamos que el amor, pero sí, tu rostro para siempre, el suspiro cansado del final de la
jornada expresado en la intimidad de la cama, una que otra cachetada, la madre de mis dos
hijos, la mujer de ojos verdes, Dios, la música, un estornudo junto a mi hombro en una
caminata de invierno.

Año 33 (66 años)

La mochila que cargaba, estoy seguro, pesaba más de la mitad que mi propio cuerpo. La
pala, el corta alambre, el rastrillo y los guantes, los compré en una ferretería de pueblo que
casi se llovía. Un empleado gordo y fuerte de dientes amarillos cargó todo el material hacia
mi camioneta. No le di propina.

Ubicar el lugar exacto no fue mayor impedimento. Aún mantenía fresco el recuerdo de los
senderos, los panteones familiares del frontis, y el camino lateral que llevaba al pabellón de
las tumbas blancas en donde yacías, hace 33 años ya, enterrada y desterrada finalmente de
mi vida. La reja de alambre, casi oxidada, es probable, mas no certeramente, de que
todavía haya sido la misma que entonces. Un orificio perfecto en la reja dibujó la silueta por
la que finalmente entré. La lápida, olvidada, llena de helechos, dejaba a la vista
borrosamente un epitafio, tus fechas y tus nombres:

Luz María Serrano Martínez

1965 - 1995

“Madre de dos vidas, ojos del amor verde que habitará siempre en el corazón de Mario”

La excavación me tomó alrededor de 3 horas sin parar. No cedí ante mi lumbago crónico, ni
ante mi artrosis de rodillas. El gancho (olvidado en la bodega de casa por años) terminó por
destruir uno de los lados del ataúd. El orificio fue el suficiente para que mis manos lograran
hacerse de tu frío esqueleto. Ordené los huesos encima del pasto, que todavía, a pesar de
las tres décadas pasadas, seguía seco. La calavera que antaño afloraba ese pelo rubio, las
costillas, que, en su frontis, alguna vez fueron cubiertas en la superficie de la piel, por dos
grandes y redondos senos perfectos, y dos fémures, muslos carnosos y musculosos de
atleta descompuestos por el paso del tiempo, eran lo único que tenebrosamente
representaba algo que alguna vez fuiste. Me senté en la tierra de alrededor a contemplar tu
esqueleto de mujer muerta. Pasó una hora, tal vez dos, mientras fumaba y fumaba sin
parar. Al acercarme nuevamente a tu cuerpo pasado, todos los huesos, al instante se
desintegraron por completo, en polvo se convirtieron, mezclándose con la ráfaga de viento
que te empezó a alejar cada vez más, en remolinos iluminados por la luna, que subían y
subían en espiral hacia el cielo. Esa fue tu última muerte, esa fue tu verdadera muerte final.
Y con eso, yo fui feliz.

Año 66 (99 años)

“Hoy 24 de octubre de 2028, un día antes de que cumpliera 100 años, falleció Mario
Dagoberto Osorio Osorio en el penal de Colina 1. Condenado a cadena perpetua por el
asesinato de su esposa Luz María Serrano Martínez en 1995. El sujeto que entonces
contaba con 67 años de edad, descuartizó a su esposa en el baño de la casa en donde
habitaban. Luego de tener los restos del cuerpo de la mujer en una bolsa plástica durante
dos días debajo de su cama, el individuo decidió sepultarlos en el cementerio Parroquial de
la comuna de Peñaflor, sector de Malloco, forzando la entrada y posteriormente cavando
una tumba con una pala que trajo consigo, a eso de las 11 de la noche del día 5 de octubre.
El primero en dar aviso a la policía fue el nochero del cementerio José Emilio Pacheco,
quien pasada las 6 de la mañana del día siguiente, divisó a un hombre tumbado durmiendo
al lado de la excavación, con un montón de cajetillas alrededor, que posteriormente seria
identificado como el homicida”.

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