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JEFFRY A.

FRIEDEN

C A P IT A L IS M O G L O B A L
E l trasfondo económico
de la historia del siglo xx

Prólogo de Paul Kennedy

Traducción castellana de
Juanmari Madariaga

C R IT IC A
HAkCKLONA
Segunda parte

El mundo se disgrega,
1914-1939
1
« Todo lo establecido se desmorona.,.»

Kathe Kollwitz era una de las grandes artistas expresionistas alema­


nas. Uno de sus hijos, Peter, murió en el campo de batalla en las pri­
meras semanas de la Primera Guerra Mundial. KoUwitz diseñó un
monumento dedicado a él y a los demás muertos en la guerra y lo
hizo erigir en un cementerio de guerra alemán en Flandes. Aquellas
simples esculturas representaban dos figuras, unos atribulados padres
que tenían como modelo a la artista y a su marido, rodeados, como
decía Kollwitz, por las tumbas de «un sinfín de hijos perdidos».
Aquel monumento produjo un gran impacto emocional en una gene­
ración que todavía lamentaba miüones de muertes. Para Kollwitz, sin
embargo, la desesperación por el terrible estado de Europa aminoró
el efecto catártico de la inauguración del monumento en 1932. En
aquella ocasión Kollwitz escribió en su diario sobre una «situación
general indeciblemente difícil. La miseria. El desplome de la huma­
nidad en la oscuridad de la angustia. El repulsivo enardecimiento de
las pasiones políticas». Kollwitz y su marido llegaron a ver repetida su
tragedia personal cuando su nieto, llamado también Peter por su tío
fallecido, murió en el frente del Este durante la Segunda Guerra
Mundial, Dos semanas antes del final de esa guerra murió KoUwitz;
en su última carta escribió;: «La guerra me acom;pafía'basta:iel último
momento».
74 Capitalismo global

«Todo lo establecido se desmorona»,* escribieron Karl Marx y


Friedrich Engels en el Manifiesto comunista. Se referían a la forma en
que la sociedad capitalista se rehace constantemente al cambiar su base
económica, de lorma que «todas las relaciones estancadas y enmoheci­
das ... se disuelven». No podían imaginar la extraordinaria velocidad
con que las relaciones capitalistas globales previamente existentes se
iban a trastocar a partir de 1914. Conflictos militares de una ferocidad
sin precedentes destrozaron Europa. El declive económico más brusco
y profundo de la historia nrodema provocó guerras comerciales, mone­
tarias y financieras. El movimiento generalmente libre de mercancías,
capital y personas entre los países dio paso al cierre agresivo de las fi'on-
teras y los mercados. En el interior de muchos países la calma sociopo-
lítica saltó hecha pedazos dando paso a amargos conflictos.
El internacionalismo de mercado anterior a 1914 no era el bien
absoluto. La estabilidad nacional e internacional se basaba a menudo
en sistemas políticos que excluían a las clases media y obrera y en go­
biernos que ignoraban a los pobres. Sólo hacia el final de la época do­
rada obtuvo la clase obrera una representación política significativa y
los gobiernos comenzaron a atender a las preocupaciones de quienes
no pertenecían a la elite económica y política. Antes de 1914 los be­
neficios del crecimiento económico internacional sólo estaban a dis­
posición de alguna gente, y ni siquiera todo el tiempo.
Pero casi todo lo que vino después de 1914 era malo, o acabó
mal, para casi todo el mundo y todo el tiempo. Los conflictos sociales
se convirtieron en guerras civiles y las guerras civiles dieron lugar a
dictaduras brutales; las disputas mercantiles se convirtieron en gue­
rras comerciales y éstas dieron lugar a guerras auténticas. Las décadas
anteriores a 1914 no deben idealizarse, pero el horror de las posterio­
res es difícil de exagerar. En un libro muy influyente de 1939 el histo­
riador británico E. H. Carr llamaba a aquella época «la crisis que
duró veinte años», y sólo se equivocaba al hacer un cómputo prema­
turo; en realidad duró treinta años.^ Quienes caracterizaban el período

" Alies Stiíiidische iind Stehende vcrdampft, alies Mcilige wird cnfwciht, und
dle Mctischcn sind cttdlich gezmingen, íhre Lebensstdlimg, ihre gegen sel rigen
Be'/icliungeii mlt iiüctiterncti Augcii ¡ur/iisehcn, (A^ d ílt.')
E i mundo se disgrega, J 914-1939 75

de entreguerras como de guerra civil paneuropea también eran opti­


mistas, ya que se iba a convertir en una guerra planetaria antes de
amainar. Países que habían sido aliados se convirtieron en enemigos
encarnizados. Partidos y clases que habían colaborado afablemente se
lanzaron a asesinas cruzadas recíprocas. Naciones y grupos étnicos
que se habían ido aproximando al vincularlos la economía mundial
hallaron formas inimaginables para exterminarse unos a otros. La
polarización en cada país alimentaba el antagonismo hacia lo extran­
jero, y el conflicto internacional alimentaba el extremismo interno.
El círculo virtuoso de finales del siglo xix y principios del xx ha­
cía que la prosperidad reforzara la paz y la cooperación económica
internacional, que a su vez reforzaban los acuerdos nacionales. El
consenso en favor de la globalización económica y el gobierno m íni­
mo se mantuvo gracias al evidente éxito de ambas tendencias. Pero
en 1914 se vio sustituida por un círculo vicioso. El colapso económi­
co global provocó crisis nacionales, y las dificultades nacionales lleva­
ron a los grupos domésticos al extremismo. El consiguiente naciona­
lismo económico, militarismo y guerra intensificaron el calvario
económico internacional. El mundo se vino abajo, primero lenta­
mente y luego con terrible velocidad, al fracasar los intentos de frenar
la degradación.

C onsecuencias económicas de la G ran G uerra

I /a guerra entre las grandes potencias europeas no fue una sorpresa,


ya que las tensiones geopolíticas se habían venido agravando durante
varios años antes de 1914. Un siglo de debates no ha conseguido ex-
[ilicar totalmente la Gran Guerra, pero caben pocas dudas de que
parte de sus orígenes fueron económicos. Entre los países industriali­
zados se intensificaron los conflictos en torno a sus intereses colonia­
les y semicoloniales, desde Marruecos hasta China y desde el Golfo
Pérsico hasta el Caribe. Las discordias territoriales, como la que con-
remía a Alsacia-Lorena entre Francia y Alemania, se vieron a m enu­
do acrecentadas por el valor económico, real o imaginario, de esos te-
rti torios. Los conflictos pn raí ríen te económicos, como las disputas
1/6 Capitalismo global

comerciales, irtflajiiaban con frecuencia los sentimientos nacionalis­


tas, y \ñceversa. Y las aspiraciones de independencia económica y po­
lítica de muchos pueblos de Europa central, oriental y meridional
amenazaban a los imperios austro-húngaro, ruso y otomano y los ha­
cían particularmente sensibles a cualquier alteración en el equilibrio
militar. Una vez que comenzó la guerra, en cualquier caso, la contien­
da resultó más sangrienta, menos conclusiva y más prolongada de lo
que nadie había imaginado. Cuando concluyó a finales de 1918, sus
consecuencias se iban a prolongar más que sus causas.
La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias sacaron a los
beligerantes de la economía mundial y los volcaron en el esfuerzo de
guerra, arrastrando consigo a Estados Unidos al vacío resultante. La
economía estadounidense era desde hacía tiempo la mayor del mun­
do, pero antes de la guerra no se había entretejido apenas con el resto
del orbe. La Primera Guerra Mundial obligó a toda Europa a recurrir
al capital, el mercado y la tecnología estadounidenses y a buscar aUí
liderazgo político. Estados Unidos pasó de ser un observador pasivo
del lento colapso del orden clásico a convertirse en un h'der activo de
los intentos de reconstruirlo. «El cambio desde 1914 en la actitud in­
ternacional de Estados Unidos fue quizá —escribía el redactor finan­
ciero del Nent York Times— la transformación más espectacular de la
historia económica.»^
La primera fase de esa transformación fue la introversión de los
beligerantes europeos. Todos esperaban un conflicto corto y duro, y
cuando quedó claro que las hostilidades se prolongarían, las econo­
mías se reorientaron hacia la guerra. A principios de 1915 la armada
británica bloqueó los puertos alemanes del M ar del Norte, interrum­
piendo prácticamente todo el comercio oceánico del país, y las poten­
cias centrales dejaron de desempeñar un papel apreciable en la econo­
mía mundial. Los aliados, en cambio, siguieron siendo los principales
agentes económicos a escala global. Sin embargo, sus posiciones an­
teriores a la guerra se invirtieron. Antes de la guerra el Reino Unido,
Francia y Bélgica estaban en el centro del orden clásico, suministran­
do capital y productos manufacturados al resto del mundo. Ahora no
tenían capital ni productos industriales que exportar y de hecho ne­
cesitaban importar unos y otros, y se disparó su demanda de las mate-
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rías primas del resto del mundo, así como de alimentos e insumos
para fabricar material de guerra.
Estados Unidos estaba en la mejor situación para satisfacer la de­
manda de alimentos y armamento. En menos de tres años de neutra­
lidad oficial estadounidense, desde agosto de 1914 hasta abrU de
1917, las exportaciones estadounidenses se duplicaron. El superávit
comercial del país Uegó a quintuplicar el nivel de antes de la guerra
con más de 6.400 millones de dólares, casi todos ellos procedentes
del comercio con los aliados. Las ventas de municiones estadouni­
denses en el extranjero, alrededor de 40 mUlones de dólares en 1914,
alcanzaban los 1.300 millones en 1916, La agricultura se expandió
enormemente al sustituir Gran Bretaña a sus tradicionales abastece­
dores europeos de alimentos por los norteamericanos.
Los aliados pagaban sus compras en ultramar vendiendo lo que
podían — mercancías, oro y finalmente sus activos en el extranjero— ,
especialmente en el caso de Gran Bretaña, cuyos inversores poseían
grandes cantidades de acciones y obligaciones estadounidenses. Al
aumentar inmensamente la necesidad británica de dólares, el gobier­
no compró a sus ciudadanos 2.000 millones de dólares de títulos es­
tadounidenses — al principio en el mercado, y luego mediante requi-
— para venderlas a inversores estadounidenses a fin de comprar
Miministros. Los británicos utilizaron como agente de compras y coor­
dinador a la firma J. P. Morgan 6c Company, que durante décadas ha­
bía vendido acciones y bonos estadounidenses a los europeos que de-
sr.ihan invertir en Estados Unidos. Entre 1914 y 1917 las compras de
Morgan por cuenta de sus clientes aliados alcanzaron un promedio
dr mil millones de dólares al año, la cuarta parte de todas las exporta-
>iones estadounidenses, superando el gasto público anual del gobier­
no antes de la guerra.
Ijoa británicos se quedaron sin cosas que vender mucho antes de
iiiiiisíacer sus necesidades de guerra. Les habría gustado tomar a cré­
dito el dinero, pero al comienzo de la guerra el gobierno estadouni-
dt iiKt había decidido que los préstamos a los beligerantes no eran
I ompiitibles con la neutralidad. Sin embargo, en el verano de 1915 las
ft uciimrcs necesidades de los aliados, junto con la rentabilidad de
iiM, V e n ia s relacionadas con la guerra, llevaron a la administración
I7 S Capitalismo global

de Woodrow Wilson a cambiar de política. El secretario del Tesoro


WiUiam McAdoo le explicó a Wilson, quien también era su suegro,
que el comercio con los aliados era ñmdamental: «Para mantener
nuestra prosperidad debemos financiarlo; de otro modo se podría in­
terrumpir y sería desastroso»/
Morgan invirtió sus actividades financieras tradicionales, persua­
diendo ahora a los estadounidenses para invertir en créditos británi­
cos y europeos. Durante un año y medio a partir de octubre de 1915,
el banco de Morgan y otros asociados con él llevaron a Wall Street
unos 2.600 mUlones de dólares en bonos para los aliados. Se trataba
de una suma enorme, que duplicaba toda la deuda púbUca pendiente de
Estados Unidos en aquel momento.
Al retirarse los beligerantes del mundo subdesarrollado y hasta
de sus propias colonias en la batalla por su propia patria, el terreno
quedó despejado para el capital y las exportaciones industriales esta­
dounidenses. El cambio más sobresaliente se produjo en Sudamérica,
donde los intereses europeos habían predominado durante siglos. In­
cluso en la era de la diplomacia de las cañoneras, la influencia esta­
dounidense se había limitado a la cuenca del Caribe. En menos de
una década desde el comienzo de la guerra, Estados Unidos pasó a
ser la potencia financiera, industrial y comercial dominante en Suda­
mérica.
El liderazgo económico internacional de Gran Bretaña se iba
desmoronando. El presidente de una conferencia interministerial
británica convocada para estudiar cómo reducir la dependencia con
respecto a Estados Unidos informaba abatido a finales de 1916 que
«realmente no había nada que deliberar ... los suministros estadouni­
denses son tan necesarios para nosotros que las represalias, aunque
produjeran un tremendo trastorno en Estados Unidos, también inte­
rrumpirían prácticamente la guerra». Desde su puesto en el Tesoro
británico, John Maynard Keynes informaba al gabinete de su país:
«Las sumas que este país debe solicitar a crédito en Estados Unidos
durante los próximos seis a nueve meses son tan enormes, equivalen­
tes a varias veces su deuda nacional, que será necesario apelar a todo
tipo y condición de inversores ... No es ninguna exageración decir
que en el plazo de unos pocos meses el ejecutivo y el público estadou-
E l mundo se disgrega, 1914-1939 79

nidense estarán en condiciones de dictar sus condiciones a este país


sobre cuestiones que nos afectan a nosotros mucho más que a ellos»/
Los británicos tenían preocupaciones adicionales: que los inver­
sores estadounidenses perdieran el interés en prestar a los aliados a
medida que se prolongaba la guerra, como advirtió Morgan a sus go­
biernos clientes a principios de 1917. Sin embargo, la entrada de Es­
tados Umdos en la guerra en abril hizo innecesario el dinero privado:
el gobierno estadounidense aportó alrededor de 10 millardos de dó­
lares en préstamos de Estado a Estado para el esfuerzo de guerra
conjunto. Esos créditos provocaron dos controversias: en primer lu­
gar, acusaciones de que se destinaban a pagar las deudas contraídas
con los banqueros estadounidenses, denunciando la voluntad y capa­
cidad de los «mercaderes de la muerte» de llevar a la nación a la gue­
rra por razones de beneficio; en segundo lugar, recriminaciones inu-
ruas entre europeos y estadounidenses sobre la responsabilidad moral
]ior la Gran Guerra, e insistencia estadounidense en que las deudas se
saldaran totalmente y en efectivo, cuando muchos europeos creían
que se habían saldado suficientemente con sangre.
La guerra devastó Europa y en cambio convirtió a Estados Uni­
dos en la principal potencia industrial, financiera y comercial del
mundo. La producción industrial estadounidense casi se triplicó du­
rante los años de guerra, pasando de 23 millardos de dólares en 1914 a
60 millardos en 1919. En 1913 los países industriales de Europa jun­
tos —'Alemania, Gran Bretaña, Francia y Bélgica— producían sus-
lanciahnente más que Estados Unidos; a finales de la década de 1920
Estados Unidos superaba a esos países juntos en casi un 50 por 100.
Entre 1914 y 1919 Estados Unidos pasó de ser el país más en­
deudado del mundo a ser el mayor acreedor. Las potencias europeas
dt.;pendían del liderazgo financiero, comercial y diplomático de Esta­
llos Unidos para recuperarse de la guerra más destructiva que el mundo
había conocida. Y mientras que en la mayor parte de Europa la recupe-
lación era lenta y vacilante, Estados Unidos se reforzaba vigorosa-
Mientc: las economías alemana y británica no volvieron a alcanzar su
i'olumen de antes de la guerra hasta 1925, momento en que la econo­
mía csradoimideiisc era un 50 por 100 mayor que en 1914, Los países
df fuera de Kuropa, cuyas necesidades económicas habían sido satis-
i8o Capitalismo global

fechas durante mucho tiempo por el Viejo Mundo, ahora dirigían la


mirada a Estados Unidos.
Estados Unidos dirigía la planificación de la paz, incluidos sus
aspectos económicos. Muchos estadounidenses, especialmente los
empresarios y hombres de negocios que de la noche a la mañana ha­
bían llegado a dominar el comercio y las finanzas mundiales, dieron
la bienvenida a aquella oportunidad. Thomas Lamont, el socio más
influyente de J. P. Morgan, decía en 1915: «Cuando esa terrible nie­
bla sanguinolenta de la guerra desaparezca veremos que las finanzas
siguen firmes. Veremos el espectáculo de los hombres de negocios de
todas las naciones pagándose unos a otros sus justas deudas ... Vere­
mos a las finanzas dispuestas a desarrollar nuevas empresas; a aportar
dinero para cultivar nuevos terrenos; a contribuir a reconstruir un
mundo hecho añicos; a hacer brillar de nuevo los fuegos de la indus­
tria y a iluminar la tierra con los triunfos de la paz».^
El presidente estadounidense Woodrow Wilson controló en gran
medida la agenda de la Conferencia de Paz de Parias. Mientras la guerra
todavía proseguía, la administración Wilson hizo públicos sus famosos
Catorce Puntos, que vistos desde el contexto estadounidense represen­
taban una actitud «intemacionalista» por su énfasis en la cooperación
económica y diplomática. El tercer punto de Wilson proponía el «le­
vantamiento, en la medida de lo posible, de todas las barreras económi­
cas y el establecimiento de condiciones para la igualdad de comercio».
Esto no era sorprendente viniendo del líder del Partido Demócrata,
partidario del libre comercio, que había propuesto una gran reducción
de los aranceles estadounidenses cuando tomó posesión de la presiden­
cia en 1913, pero iba acompañado de una nueva simpatía estadouni­
dense hacia el libre flujo de mercancías y capital, que después de todo
tampoco era sorprendente dado que Estados Unidos dominaba ahora
el comercio y las finanzas internacionales y dada la preeminencia en la
delegación estadounidense de intemacionalistas tan representativos de
Wall Street como Thomas Lamont, J. P. Morgan, Norman Davis, Ber-
nard Baruchy un joven John Foster DuUes.
La acritud de Wilson era similar a la opinión liberal británica
clásica, aunque sus componentes no económicos incluían una insis­
tencia mayor en la autodeterminación de los grupos nacionales
E l mundo se disgrega, 1914-1939 i8 i

(mientras no fueran «de color»). Esto suponía un cambio considera­


ble en el papel de Estados Unidos en la economía pob'tica mundial,
pasando de ser un país periférico endeudado y proteccionista con
grandes prejuicios contra el oro a convertirse en bastión del orden
económico internacional. A medida que Estados Unidos iba reem­
plazando a Gran Bretaña en su posición hegemóníca, iba encontran­
do más atractivas las proclividades británicas antes sospechosas. El li­
bre comercio, la cooperación entre acreedores y el patrón oro parecían
mucho más sugestivos desde las alturas de mando de la economía in­
ternacional que desde zonas más bajas o intermedias. Wilson argu­
mentó a sus compatriotas: «Tenemos que financiar el mundo en gran
medida, y quienes financian el mundo deben entenderlo y gobernar­
lo con su propio espíritu y mentalidad» J
Estados Unidos ejerció una influencia abrumadora sobre la
Conferencia de Paz de París. El acuerdo se adecuaba a los Catorce
Puntos de W ilson y a su proyecto de una Sociedad de Naciones,
l^as posiciones estadounidenses no prevalecieron en todo: Estados
Unidos accedió a las demandas de sus abados sobre el pago de repa­
raciones por Alemania. Franceses y belgas, especialmente, insistían
en una indemnización sustancial que les compensara por las pérdi­
das sufridas en la guerra. La mayoría de los estadounidenses y mu­
chos europeos pensaban que aquellas exigencias eran exorbitantes y
quizá imposibles de cumplir y que sólo servirían para dar lugar a
nuevos conflictos. Pero franceses y belgas insistieron en que los ale­
manes pagaran por su pérdida de bienes y vidas humanas. Pese a
esas cesiones, el diseño general deí mundo de posguerra era incon­
fundiblemente estadounidense.
Pero el Senado estadounidense rechazó la opinión de W ilson y se
negó a ratificar el Tratado de Paz de Versalles y la participación esta­
llo un idense en la Sociedad de Naciones que debía poner en vigor el
nuevo orden mundial. La política interna de Estados Unidos no ha-
hin evolucionado tan rápidamente como su estatus económico inter­
nacional. En el país eran muchos los que creían que a Estados Unidos
tío le interesaba un vínculo demasiado estrecho con unos países euro­
peos tjuc parecían incapaces de gobernarse a sí mismos, o de admi-
iiuitrar sus relaciones con otros, sin caer en una violencia asesina.
tSz Capitalismo global

«En 1918 —escribía E, H. C a n ^ se le ofreció a Estados Uni­


dos, casi por consenso universal, el liderazgo m undial... [y] lo recha­
zó.»^ Abandonadas a sus propias fuerzas, las potencias europeas hi­
cieron lo que pudieron para reconstruir sus propias economías y la
infraestructura del comercio, las finanzas y las relaciones monetarias
internacionales, pero se vieron obstaculizadas por la inmensidad de
los problemas que afrontaban y por sus profundos desacuerdos.

L a reconstrucción de E uropa

Europa central y oriental se hallaban sumidas en el caos. La guerra y


sus consecuencias desmantelaron los cuatro imperios multinacionales
que habían constituido hasta entonces la región. En el territorio
comprendido entre Finlandia y Yugoslavia, las dinastías de los Habs-
burgo en Austría-Hungría y de los Romanov en Rusia saltaron en
pedazos y en el este de Europa aparecieron de repente una docena de
estados e incluso una ciudad libre. El imperio otomano, que antes de
la guerra se extendía desde el Golfo Pérsico hasta Libia y desde Al­
bania hasta Yemen, quedó reducido a Estambul, la península de Ana­
to lia y un pequeño territorio en Europa. Alemania perdió sus colo­
nias y gran parte de su territorio y población.
Los estados recién nacidos tuvieron que empezar desde cero,
como prole huérfana de las autocracias derrotadas. Se esforzaron por
convertir las antiguas provincias en modernos estados-nación en me­
dio del hambre y el colapso económico. Los nuevos gobiernos tenían
pocas formas de pagar sus deudas aparte de imprimir dinero. El re­
sultado file una oleada de inflación que destruyó el valor de las mone­
das, destrozó las economías y en casos extremos amenazaba el propio
tejido social de las naciones.
La inflación de posguerra no era un aumento gradual de precios
como en ocasiones anteriores; de hecho, susdtó la invención de un nue­
vo término, hiperinjlación. Cuando los gobiernos consiguieron estabili­
zar los precios, las monedas de Checoslovaquia, Finlandia, Yugoslavia y
Grecia habían perdido entre el 85 y el 95 por 100 de sus valores anterio­
res; las de Bulgaria, Rumania y Estonia entre el 96 y el 99 fior 100. Pero
E l mundo se dhgrega, 1914 -1 9 3 9 .83

ésos no eran ios casos más extremos. La hiperinfladón en Austria y


Hungría aumentó los precios 14,000 y 23.000 veces respectivamente; no
im 14.000 por 100 y un 23.000 por 100, sino a niveles 14.000 y 23.000
veces más altos que al principio. En Polonia y Rusia los precios se multi­
plicaron jx>r 2,5 y 4,000 millones respectivamente; y en el caso más fa­
moso, cuando concluyó la hiperinfladón alemana a finales de 1923, los
predos eran u?¡ billón de veces más altos que en la inmediata posguerra. El
marco alemán, que previamente se cotizaba a 4,2 por dólar, acabó con un
cambio de 4,2 billones —4.200.000.000.000— por dólar. En los últi­
mos meses de la hiperinfUción alemana, el Banco Centi'al tenía que im­
primir tanto dinero que utilizaba más de treinta fábricas de papel, 29 fá-
bricas de planchas y 132 imprentas. El 2 de noviembre de 1923 el
gobierno emitió un billete de 100 billones de marcos, que equivalían a
312,50 dólares. Poco más de dos semanas después, cuando la hipcrinfla-
dón conduyó el 20 de noviembre, aquel billete sólo vaU'a 23,81 dólares.^
Al dispararse incontroladamente la inflación, los precios, salarios
y valores de la moneda no podían mantenerse a la par. Esto dio lugar
a intentos frenéticos de compensar los desequilibrios: cobrar a última
hora de la tarde en lugar de por la mañana significaba una importan­
te pérdida, y mantener el papel moneda unas pocas horas podría cos-
tarle al poseedor la mayor parte de su valor. La inestabilidad caótica
de las relaciones entre precios, salarios y valores monetarios provocó
situaciones estrambóticas con efectos perversos.
En septiembre de 1922 Ernest Hemíngway conoció lo que llamó
«un nuevo aspecto del cambio de moneda» cuando su mujer y él hi­
cieron una excursión de un día pasando de la ciudad francesa de Es­
trasburgo a la ciudad alemana de Kehl, al otro lado del Rin. Con la
liiperinflación alemana disparada, el valor del marco frente a otras
monedas iba cayendo más rápidamente de lo que podían subir los
precios. En la orilla alemana del Rin eran entre una quinta y una dé­
cima parte de los de la orilla francesa. Con el marco a unos 800 por
dólar, Hemíngway compró 670 marcos:

Aquellos 90 centavos nos permitieron a la señora Hemingway a


mí un día de grandes gasros ¡y al final de! día todavía nos quedaban
120 marcosl ^
184 Capitalismo global

Nuestra primera compra fiie en un puesta de frutas junto a la ca-


lie principal de Kehl, donde una anciana vendía manzanas, melocoto­
nes y ciruelas. Pedimos cinco apetitosas manzanas y le dimos a la an­
ciana un billete de 50 marcos. Nos dio 38 marcos de vuelta. Un anciano
cabaUen) con muy buen aspecto y barba blanca nos vio comprar las
manzanas y alzó su sombrero como saludo,
«Perdóneme, señor —dijo, con bastante timidez, en alemán—.
¿Cuánto íes han costado las manzanas?»
Conté el cambio y le dije que doce marcos.
Sonrió y sacudió la cabeza, «No las puedo pagar. Es demasiado.»
Siguió su paseo por la calle caminando como suelen hacerlo los
ancianos caballeros con barba blanca del viejo régimen en todos los paí­
ses, después de haber mirado con mucho apetito las manzanas. Pensé
que debía haberle ofrecido alguna. Doce marcos, aquel día, equivalían a
un poco menos de dos centavos. El anciano, cuyos ahorros de toda ima
vida había invertido probablemente, como suelen hacer la mayor parte
de las ciases no especuladoras, en bonos alemanes de preguerra y de
guerra, no se podía permitir un gasto de doce marcos. Era una muestra
de la gente cuyos ingresos no aumentan al mismo ritmo con que caen el
valor de compra del marco y de b corona.^**

La hiperirdlación se llevó por delante los ahorros de toda una


vida y la capacidad de compra de millones de germanos y eslavos.
Una combinación de políticas fiscales austeras y apoyo extranjero
acabó con la hiperinflación. Los gobiernos redujeron sus necesidades
de imprimir moneda elevando los impuestos y reduciendo el gasto.
Para ganarse la confianza de la opinión pública, las autoridades mo­
netarias solían tener que demostrar que contaban con el respaldo de
importantes potencias financieras, y eso es lo que hicieron, típica­
mente, bajo los auspicios de la Sociedad de Naciones, en colabora­
ción con los bancos centrales de las principales potencias occidentales
y con el respaldo de financieix)s privados londinenses y neoyorqui­
nos.^* La estabilización, aunque difícil y socialmente costosa, había
conseguido en gran medida sus objetivos al cabo de unos pocos años.
E l caso de Alemania era especial en varios aspectos. Uno de ellos
era el tamaño de su economía. La extenuante hiperinflación húngara
no afectaba al resto del mundo como el colapso de Alemania, la rna-
E l mundo se disgrega, 1914-1939 í«5

yor economía de Europa. Además, Alemania era la principal poten­


cia derrotada (Austria-Hungría y el imperio otomano ya no existían
y Bulgaria no era precisamente un país de primera línea). Por otra
parte, la hiperinflación alemana estaba estrechamente relacionada
con las reparaciones de guerra. Aquella relación era muy controverti­
da; los alemanes argumentaban que los intentos de exprimir dinero de
su economía en dificultades había provocado el colapso; los franceses
Insistían en cambio en que los alemanes estaban imprimiendo des­
preocupadamente dinero porque se negaban a hacer los esfuerzos ne­
cesarios para pagar las reparaciones. En Alemania hubo encarnizados
debates sobre la actitud que tomar frente a las potencias occidentales,
en los que algunos proponían la cooperación y otros el rechazo. Dado
que los franceses seguían insistiendo en exigir el pago, la economía
alemana se hundía cada vez más.
A l final quedó claro que aquel paseo al borde del abismo perjudi­
caba a todos y a finales de 1923 el gobierno alemán decidió hacerse
con el control de la economía. En 1924 las potencias occidentales y
Alemania negociaron el plan Dawes, que prometía doscientos millo­
nes de dólares para ayudar a estabilizar el marco y regularizó los pa­
gos de las reparaciones de guerra nombrando un supervisor estadou­
nidense. Dado que el gobierno estadounidense se había retirado de la
participación activa en los problemas europeos, el proceso se gestionó
privadamente; la mitad del crédito fue facilitada por J. P. M organ 6c
Lo., y se nombró agente general de las reparaciones a un socio esta­
dounidenses del banco.*^ A finales de 1924 Alemania también había
contenido la hiperinflación y había comenzado a crecer de nuevo.
Los colapsos macroeconómicos de principios de la década de
1920 dejaron una herencia política duradera. La devastación de la ¡n-
llación desacreditó aún más a los líderes políticos tradicionales. En
nnichos países los políticos y grandes capitalistas parecían ignorar el
suirimiento que la hiperinflación y la estabilización habían impuesto
a SU.S anteriores aliados de la clase media. Los ricos se podían prote­
ger mientras la moneda nacional perdía su valor —^invirtiendo en ac­
tivos reales o llevándose el dinero al extranjero, por ejemplo— , pero
las clases medias no tenían a menudo alternativa y perdieron todos
NuH ahorros eii el [ilazt) de meses. La desorganización de principios de
i86 Capitalismo global

la década de 1920 parecía demostrar a las clases medías que las eÜtes
de preguerra no estaban preparadas para gobernar. Un pequeño em­
presario de Berb'n recordaba; «La Inflación puso un final miserable a
todos mis esfuerzos. No podía pagar a mi gente. Mis activos se habían
evaporado. Volvimos a sufrir hambre y privaciones ... La clase media
\Mittehtand\ todavía relativamente próspera quedó destruida, aque­
lla clase media que todavía se oponía al marxismo». Como conse­
cuencia de aquella experiencia, recordaba más tarde, se alejó «de un
gobierno que permitía aquella miseria», se unió al partido nazi y se
incorporó a una de sus patrullas de asalto.^^
Los fracasos económicos de los primeros años de posguerra con­
tribuyeron al ascenso de una nueva derecha, y a mediados de la déca­
da de 1920 movimientos de tipo fascista obtuvieron el apoyo popular,
e incluso el poder, en el sur y el este de Europa. Como reflexionaba
más adelante Stefan Zweig, un judío austríaco que dejó el continente
en 1934, «nada amargó más al pueblo alemán —es importante recor­
dar esto^—' nada le enfureció tanto, llenándolo de odio e Inclinándolo
en favor de Hitler, como la inflación, ya que la guerra, por mortífera
que hubiera sido, había proporcionado horas de júbilo, con el sonido
de campanas y fanfarrias de victoria ... mientras que la inflación sólo
servía para hacerlos sentir estafados, ofendidos y humillados; toda
una generación no olvidó ni perdonó nunca a la República alemana
aquellos años y prefirió reponer a sus carniceros».*’'
El colapso más espectacular de las clases dominantes de pregue­
rra fue el que tuvo lugar en Rusia. Ei fracaso del zarismo durante la
guerra provocó una revolución democrática en marzo de 1917, y lue­
go, en noviembre, la toma del poder por la facción extremista bolche­
vique del movimiento socialista ruso. El nuevo gobierno pidió la paz
y aceptó los duros términos de Alemania para conseguirla, sólo para
verse destrozado por la guerra civil hasta finales de 1920. Por enton­
ces, para gran sorpresa y aflicción de Occidente, los bolcheviques te­
nían todo el control del mayor país del mundo.
El líder bolchevique Vladimir Ilich Lenin no era el único que
pensaba que la revolución rusa sería el comienzo de una oleada de su­
blevaciones radicales contra el capitalismo europeo. En poco más de
un año desde que finalizó la guerra, las insurrecciones en Berlín y Ba-
E ! mundo se disgrega, 1914-1939 187

viera, la toma de] poder por ios comunistas en Hungría y una masiva
ocupación de fábricas en Italia parecían formar parte de una tenden­
cia más ampÜa hacia una revolución obrera. La corriente principal de
la mayoría de los partidos socialistas tuvo graves problemas al tratar
de resistirse a las nuevas facciones inspiradas por los bolcheviques. La
mayoría de los socialistas habían apoyado los esfuerzos de guerra na­
cionales, y esa asociación con una guerra impopular manchaba ahora
su imagen. Los éxitos electorales de los socialistas eran así una bendi­
ción ambigua, al verse implicados en gobiernos ineficaces. Las alas
insurreccionales de cada partido socialista ridiculizaban su apego al
patriotismo nacional y la creencia de que el voto en las urnas podría
cambiar la sociedad. Finalmente se constituyó una Internacional Co­
munista con base en Moscú que unió a los partidos socialistas radica­
les del mundo.
Aquel temprano optimismo revolucionario desapareció pronto,
dejando a Lenin y sus colegas la tarea de dirigir un país destrozado
que ni siquiera en sus mejores días había parecido un suelo promete­
dor para el socialismo, La recién constituida Unión Soviética tuvo
que afrontar la reconstrucción tras la guerra mundial, la revolución y
la guerra civil; era difícil imaginar la construcción de una sociedad
strcialista en un país que hacia 1920 liabía perdido siete octavos de su
capacidad industrial de 1913.^^ Durante los primeros años de pos­
guerra los soviéticos se concentraron en resucitar su economía. La
Nueva Política Económica de 1921 permitió poner en pie una frac­
ción sustancial de empresas privadas, especialmente en ios pequeños
negocios y la agricultura, y alentó a los campesinos a enriquecerse
cuanto pudieran. En 1924, como en otros territorios del este, la eco­
nomía había resucitado. La Unión Soviética permanecía aislada — en
Ilarte por propia decisión, y en parte debido a la hostilidad de los paí­
ses capitalistas que la rodeaban— , pero fue restableciendo gradual­
mente los lazos económicos con el resto del mundo.
Los aliados occidentales tuvieron que afrontar menos dificulta­
des en la posguerra que la Europa central y oriental. Incluso en Bél­
gica y el norte de Francia, donde la destrucción había sido más seve­
ra, la actividad económica normal se reanudó pronto. Hubo una
niplda expansión de las economías occidentales en 1919 y principios
i8 8 Capitalismo global

de 1920, seguida por una brusca recesión en 1920 y 1921, pero en


1922 ia simación de las empresas estaba volviendo a la normalidad.
Los europeos intentaron restablecer unas relaciones monetarias
internacionales normales restaurando el patrón oro, pilar central del
orden económico clásico. Dos conferencias monetarias europeas, en ■■
Bruselas en 1920 y en Génova en 1922, expresaron su apoyo a ese
objetivo, pero ni siquiera a los países que no habían sufrido la hiperin-
ñación les resultaba fácil. En Gran Bretaña los precios habían subí-
do tanto durante la guerra y en los primeros años de posguerra que
el intento de regresar al tipo de cambio frente al oro de 1913 reque­
ría una política monetaria muy restrictiva para reducir los salarios,
los beneficios y los precios. Incluso entonces, cuando la libra esterh-
na regresó en 1925 al nivel de preguerra frente al oro, gran parte de
A
la industria británica se veía perjudicada en los mercados mundiales
por sus precios. Como consecuencia de ello, al menos en parte, du­
rante la década de 1920 la tasa de desempleo se mantuvo en Gran
Bretaña por encima del 10 por 100, Los países escandinavos se esta­
bilizaron poco después de Gran Bretaña. Sus estrechos lazos con el
mercado británico y revaluaciones semejantes a la británica también
les castigaron con cifras de desempleo de dos dígitos durante toda la
década: el intento noruego de regresar al oro contribuyó a elevar en
1927 la tasa de desempleo por encima del 25 por 100. Bélgica y
Francia regresaron al oro poco después de Gran Bretaña, pero a di­
ferencia de ésta no intentaron restaurar los niveles de preguerra de
sus monedas. Esto les permitió regresar al oro con un coste relativa­
mente bajo y sin imponer notables presiones competitivas a sus pro­
ductores industriales.
El comercio internacional también se hallaba en dificultades. A
muchos gobiernos que habían impuesto barreras al comercio y la in­
.1
versión internacional durante la guerra les resultaba difícil eliminar la
protección comercial al terminar ésta. Elasta los británicos mantuvie^
ron algunas de las barreras comerciales adoptadas en tiempo de gue­
rra. En Estados Unidos se revocó la hberalización del comercio pues­
ta en vigor por W ilson y los demócratas en 1913, y en 1921 y 1922 la
administración y el Congreso republicanos restauraron el proteccio­
nismo tradicional,. I^or otra parte, la mayoría de los nuevos países de
E l mundo se disgrega, 1914-1939 189

Europa central y oriental eran más proteccionistas que los imperios


que les habían precedido.
Pese a todas las dificultades y decepciones, en 1924 Europa se
había recuperado esencialmente. Su producción industrial recobró
sus niveles de 1913, aunque existían diferencias considerables en el
seno de Europa. En el oeste la industria producía un 12 por 100 más
que en 1913, mientras que en Europa central y oriental la producción
industrial estaba más de un 20 por 100 por debajo de! nivel de 1913.
Estados Unidos estaba muy por delante, con un nivel de producción
industrial casi un 50 por 100 por encima del de 1913.** A pesar de la
devastación de la Primera Guerra Mundial, las economías de la ma­
yoría de los países habían recuperado, o casi, sus niveles de preguerra.

E l túbilo y estruendo de los años veinte

Desde mediados de la década se acrecentó notablemente la actividad


económica internacional volcada hacia el exterior. Entre 1925 y 1929
la producción industrial total creció más de un 20 por 100, y más rá­
pidamente aún en Europa occidental y Norteamérica, Las inversio­
nes internacionales alcanzaron niveles que recordaban sus años de
gloria a principios de siglo, aunque ahora procedían en su mayoría
de Estados Unidos más que de Europa. Las exportaciones duplica­
ban los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial; aun descon-
l ando la inflación, el comercio mundial era en 1929 un 42 por 100
mayor que en 1913 y suponía una proporción mayor de las economías
nacionales.*^ El patrón oro regía de nuevo los intercambios. La eco­
nomía mundial parecía haberse restaurado.
La expansión económica suscitó importantes cambios sociales,
Ihi la mayor parte del mundo industrial se generahzó una nueva pro­
ducción en masa de bienes de consumo. En cuanto a la pohtica, en
prácticamente todos los países democráticos el movimiento por la
emancipación femenina conquistó, entre otras cosas, el derecho de
voto; ia influencia del movimiento obrero y los partidos socialistas
aumentó espectacularmente. Los movimientos modernista y surrea-
lism revolucionaron )a cultura y el arte y el jazz saltó a la escena must-
19 o CapitaVurno global

cal internacional. El boom de finales de los años veinte fue tan pro­
nunciado y sus efectos tan amplios y profundos que en muchos países
recibió nombres específicos: el Renacimiento de Weímar o Die Gol-
dene Zuüanziger [los dorados veintes] en Alemania, los Roaring
Tweniies [rugientes veintes] o la época del jazz en Norteamérica, Les
Annéesfolies [los años locos] en Francia, los Felices Veinte en España,
la era Baldwin en Gran Bretaña, la Danza de los Millones en Cuba,
Colombia y otros países de Latinoamérica...^®
En cierta medida ese crecimiento supom'a ponerse al día tras el
tiempo de guerra; pero tenía también una poderosa dinámica propia,
y su eje era Estados Unidos, El capital y los mercados estadouniden­
ses impelían el crecimiento económico de Europa, Asia y Latinoa­
mérica. Los bancos y corporaciones estadounidenses inundaban el
mundo con dinero y tecnología. Wall Street sustituyó a Londres
como centro financiero mundial mientras las empresas estadouni­
denses establecían miles de sucursales en todo el mundo. En 1929
Estados Unidos había volcado más de 15 millardos de dólares en in­
versiones en el extranjero, casi la mitad de ellas en créditos y la otra
mitad en inversiones directas de corporaciones multinacionales, sin
contar los muchos millardos de dólares que debían los gobiernos ex­
tranjeros al estadounidense. En poco más de una década, el país ha­
bía conseguido una cartera de inversiones internacionales casi tan
grande como la del Reino Unido en 1913, al cabo de más de un siglo.
En palabras del secretarlo de Estado John Hay, «el centro financiero
del mundo, que precisó miles de años para trasladarse desde el Eufra­
tes hasta el Támesis y el Sena, parece haber Uegado al Hudson entre
el amanecer y el ocaso de un solo día».'^
Entre 1919 y 1929 salieron de Nueva York más de mU millones
de dólares al año en préstamos. En los años de mayor auge había en
Wall Street casi una cuarta parte de bonos extranjeros frente a tres
cuartas partes de obligaciones de las empresas estadounidenses.^
Entre 1924 y 1928 los estadounidenses prestaron en promedio cada
año 500 millones de dólares a Europa, 300 miUones a Latinoamérica,
200 millones a Canadá y otros 100 millones de dólares a Asia. Los
estadounidenses parecían tener un ínteres inagotable en financiar ne­
gocios en países de los (]ue pocos habían oído hablar una década an-
E l mundo se disgrega, 1914-1939 19Í

les, 36 bancos de inversión estadounidenses competían por el privile­


gio de sacar a la bolsa los bonos de la ciudad de Budapest, 14 compe­
tían por los de Belgrado, y a un pueblo de Baviera que deseaba un
crédito de 125.000 dólares lo convencieron para que se endeudara en
3 millones de dólares.
Estados Unidos concedía más de la mitad de los nuevos créditos,
pero no estaba solo en esa recuperación de las finanzas internaciona­
les. Después de regresar al patrón oro se reabrió el mercado londi­
nense, pero también lo hicieron los de París, Amsterdam y otras capi-
fales más pequeñas de Europa. Gran Bretaña concedió alrededor de
una cuarta parte de los nuevos créditos durante la década de 1920, y
otros países europeos otra cuarta parte.^ Después de diez años de
preocupaciones internas y restricciones en los negocios internaciona­
les, ni los prestamistas ni los prestatarios pai'ec/an dispuestos a autolí-
1 Hitarse en la resurrección de los mercados mundiales de capital.
Los industriales estadounidenses también recorrían el mundo en
busca de oportumdades de inversión rentable, no créditos sino inver­
siones «directas» en sucursales y otro tipo de filiales. Las empresas es­
tadounidenses invirtieron más de 5 millardos de dólares durante la
década de 1920, al concluir la cual estaban bien establecidas en todas
la.s economías importantes, así como en muchas más pequeñas. H as­
ta los bancos comerciales estadounidenses, que antes de la Ley de
lícserva Federal de 1913 tenían casi prohibido operar fuera del país,
aprovecharon la oportunidad que les brindaba esa ley y a finales de
los años veinte teiuan casi doscientas sucursales en el extranjero.
El boom de la década de 1920 fue aún más pronunciado fuera de
I .uropa. En Latinoamérica los créditos e inversiones directas esta­
dounidenses quedaron asociados con el crecimiento más rápido de la
legión que cupiera recordar. En k década de 1920 Latinoamérica
iieció más de un 50 por 100 más rápido que Europa occidental y
Norteamérica^ y en ese proceso su estructura industrial maduró sus-
í.iiteialmente; en 1929, por ejemplo, Brasil producía tres cuartas par-
(rs dcl acero que necesitaba.^^ En toda la región las economías se iban
inodcrni'/ando; las clases obrera y media, ampliadas, cobraban prota-
gunÍHiiiu político, y los regímenes democráticos .se estabilizaban.
192 Cap itítlismo gfobal E l mundo se disgrega, 1914 -1 9 3 9 I9J

E stados U nidos se aísla anunciaron su disposición a prestar ayuda al Banco de Inglaterra; la


pura noticia de que contribuirían si era preciso con grandes sumas
Aquellos años de recuperación y expansión recordaban la época do­ para salvar la situación contribuyó a calmar a los inversores. En 1898
rada anterior a la Primera Guerra Mundial, pero con Estados Unidos británicos y franceses ayudaron a estabilizar los mercados financieros
como centro en lugar del Reino Unido. Durante la época anterior alemanes; pocos años después los austríacos ayudaron también a cal­
Londres financiaba la actividad económica en todo el mundo, en mar el mercado berlinés. Entre 1900 y 1914 hubo al menos siete oca­
gran medida medíante créditos pero también mediante la inversión siones más en que los franceses acudieron en ayuda de los británicos
de empresas privadas. Los países deudores conseguían el dinero que en una muestra de lo que el Banco de Francia llamaba «la solidaridad
necesitaban para pagar los intereses y el principal de la deuda expor­ de los centros financieros».^^
tando a Europa, especialmente al mercado británico, grande y abier­ Ni el liderazgo británico ni la cooperación europea eran altruis­
to; y el sistema se sostenía gracias al compromiso con un patrón mo­ tas. Los beneficios de los grandes capitalistas británicos dependían
netario común, el oro. En 1925 funcionaba un sistema parecido, en el de un buen fimeionamíento de la economía mundial. La economía
que el capital fluía desde Estados Unidos al resto del mundo, el resto británica y sus principales firmas e inversores dependían del comer­
del mundo vendía m udio en el mercado estadounidense, y casi todas cio y las inversiones extranjeras y de las finanzas internacionales.
las monedas importantes contaban con un respaldo en oro. Además, Francia, Alemania, Bélgica, los Países Bajos, Austria y Ru­
Sin embargo, la segunda encamación de ese orden recuerda la sia estaban profundamente integradas en el orden monetaria y finan­
observación de Marx de que aunque la historia puede repetirse, si lo ciero centrado en Londres; la inestabilidad en el centro se habría
hace es da primera vez como tragedia y 1.a segunda como farsa», ya transmitido hacia la periferia, poniendo en peligro las bases de apoyo
que aunque las piedras angulares de las dos épocas fueran similares de los líderes políticos y económicos de otros países del sistema. La
—el acceso del mundo al capital y los mercados del Reino Unido y Es­ riqueza y poder de los dirigentes de las finanzas y las industrias euro­
tados Unidos respectivamente— , el comportamiento de uno y otro peas dependían del sistema de comercio y pagos internacionales cen­
centro del sistema difería sustancialmente. trado en Londres. Todos los grupos poderosos tenían interés en man-
Antes de 1914 el patrón oro clásico tenía su centro en Londres y icner aquel equilibrio.^®
lo mantenía en vigor el Reino Unido.^^ El abmmador peso comercial Pero si antes de 1914 el interés ilustrado proporcionaba al patrón
y financiero de Gran Bretaña, combinado con el inconmovible com­ oro un director fiable y una orquesta armoniosa, ni una cosa ni otra se
promiso de su elite empresarial y política con la economía mundial, podían dar por garantizadas después de 1920. El desbarajuste de la or­
permitía al gobierno británico actuar decisivamente cuando era nece­ questa era lo más obvio: por muchas preocupaciones económicas co­
sario para estabilizar las relaciones monetarias y financieras interna­ munes que pudieran tener los europeos continentales, no compensa­
cionales. ban la prolongación económica de las trincheras de la Primera Guerra
Aunque el Reino Unido era, en palabras de John Maynard Key- Mundial. El armisticio sólo había dado paso a otra fase del conflicto
nes, «el director de la orquesta internacional», no podría haber soste­ Iraneo-alemán, y fi-anceses, belgas y alemanes seg^an riñendo acerca
nido el patrón oro sin los instrumentistas.^^ La estabilidad dcl patrón de las reparaciones de guerra. Los franceses no tenían intención de
oro clásico dependía del fuerte apoyo de Francia, Alemania y otros iTSCiitar a un país que en su mayoría creían que todavía no había paga­
países europeos más pequeños. Por ejemplo, cuando el colapso en do por su agresión militar, y ningún político alemán podía ser visto
1890 del importante banco británico Barings amenazaba desestabili­ (.■oul ratcrnízando con los banqueros internacionales y sus adláteres en
zar el mercado londinense, los bancos centr;des de Francia y Rusia !o (|uc la mayoría de los alemanes veían como un tratado de paz criini-
Capitalismo global
194

nalmente inicuo. Casi todos los países de Europa se alineaban con un


bando u otro, y hasta las cuestiones técnicas monetarias y financieras
se veían arrastradas al áspero conflicto diplomático.
La ausencia de un director fiable de la orquesta dorada de Keynes
constituía el fallo más serio de la economía poKtica de entreguerras.
La semejanza entre el papel económico internacional de Gran Breta­
ña antes de 1914 y el de Estados Unidos después de 1920 era tan no­
toria como la diferencia entre sus papeles jraííticos internacionales. El
Reino Unido y Estados Unidos eran los principales centros industria­
les, financieros, comerciales e inversores de una y otra época. Como
iban a demostrar los años posteriores a la Segunda Guerra Mimdial,
sólo había un corto paso de la hegemonía económica estadounidense
a su lidera2go político en cuestiones internacionales. Pero desde 1920
hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos se
negó a dar ese paso.
El capital y los mercados estadounidenses dominaban la econo­
mía mundial en la década de 1920 como lo habían hecho sus homólo­
gos británicos antes de 1913, pero el gobierno estadounidense estaba
casi totalmente ausente, mientras que el britámco había estado siem­
pre presente. Aun si hubiera querido comprometerse y no quería ,
ía administración estadounidense tenía prohibido por el Congreso el
compromiso oficial en discusiones internacionales sobre las cuestiones
económicas (y muchas otras). El Banco de Reserva Federal de Nueva
^fbrk, cercano a los banqueros internacionales de Wall Street, hizo un
esfuerzo concertado por participar en los asuntos económicos globa­
les, pero lo hizo subrepticiamente. De hecho, los representantes esta­
dounidenses en las conferencias monetarias internacionales solían ser
banqueros privados de J. P. Morgan & Co. La política comercial esta­
dounidense era decididamente proteccionista, por mucho que se su­
piera que eso dificultaba a los deudores de ultramar obtener los dola­
res necesarios para pagar sus créditos. Incluso el compromiso del país
con el patrón oro era sospechoso, ya que una nueva oleada de populis­
mo antiaurífero recorrió el cinturón agrícola estadounidense cuando
los precios agrarios cayeron más del 30 por 100.
El aislacionismo estadounidense se convirtió en política guber­
namental oficial desde marzo de 1920, cuando el Senado rechazó los
E l mundo se disgrega, 1914-1939 195

planes de paz de Woodrow Wilson y la incorporación de Estados


Unidos a la Sociedad de Naciones. Se confirmó y profundizó en no­
viembre, cuando las elecciones nacionales dieron a los republicanos el
control de la presidencia y el Congreso. Aunque algunos republica­
nos apoyaban la Sociedad de Naciones, quienes dirigían las adminis­
traciones republicanas y los congresos que gobernaron el país hasta
1933 miraban con sospecha o desdén la implicación estadounidense
en los asuntos europeos. Esta opinión se extendía prácticamente a to­
dos los aspectos de la diplomacia económica internacional y hasta
principios de la década de 1930 teñía todas las cuestiones económicas
globales.
La política estadounidense estaba en el núcleo de las reparacio­
nes de guerra, que constituían el principal problema financiero en la
posguerra. Los intentos de los gobiernos alemanes moderados de
Welmar de mantener sus compromisos internacionales eran muy im­
populares entre la población alemana, y muchos europeos comenza­
ron a entender como contraproducente el duro plan de pagos. Pero
los aliados europeos todavía debían al gobierno estadounidense diez
miUardos de dolare, y los gobiernos francés y belga veían las repara­
ciones como un mal necesario mientras el gobierno estadounidense
siguiera insistiendo en que se le pagara esa deuda. Había una manera
f ácil de salir de aquel atasco: perdonar las deudas de guerra. «Esas
deudas —como dijo J. P. Morgan— deberían darse por canceladas.»^^
A cambio, los aliados podrían reducir sus exigencias de reparación,
listo habría atenuado la presión económica sobre Alemania, que se
I ransformaba en tensión política que a su vez exacerbaba el senti­
miento nacionalista y revanchista, lo que bloqueaba cualquier inicia­
tiva económica internacional conjunta.
Pero los sucesivos congresos y presidentes estadounidenses re­
chazaron categóricamente la cancelación de las deudas de guerra.
Mientras que en Europa muchos pensaban que se habían pagado su-
llcientemente con la sangre de millones de jóvenes, la mayoría de los
estadounidenses las entendían como auténticas deudas, puras y sim­
ples. En palabras de Calvin Coohdge, «alquilaron el dinero». Así que
tnientras el gobierno estadounidense insistía en que se le pagara, los
li vinceses y belgas insistían en las reparaciones.
]

ig6 Capitalumo global

Aun sin cancelar las deudas de guerra y las reparaciones, Estados


Unidos podría al menos haberles hecho más fácil a los europeos la ob­
tención del dinero necesario para satisfacer sus obligaciones. El merca­ *. ■ Si

do estadounidense, el mayor del mundo, quedó de hecho sustancial­ Ph


mente abierto por la nueva legislación comercial de 1913; pero cuando
los republicanos, partidarios de los altos aranceles, regresaron al go­
bierno, elevaron de nuevo las barreras comerciales incluso por encima
de su invel anterior a la guerra. La respuesta del Congreso a las dificul­ m.
tades económicas en Europa fue de hecho una actitud aún más protec­
cionista en 1921, en 1922 y en 1930, con la extremada Ley Arancelaria
de Smoot-Hawley. Los inversores estadounidenses se oponían al pro­
teccionismo de sus gobernantes, ya que las barreras comerciales hacían Si m' .1

más difíciles a sus deudores obtener dólares. El banquero neoyorquino r.


Otto Kahn suphcaba así a sus compatriotas: «Habiéndonos convertido r

en una nación acreedora, tenemos que adecuamos ahora al papel que A


nos corresponde como tales. Tenemos que acostumbrarnos a ser más -5:
hospitalarios con las importaciones» Pero esas peticiones de los par­
tidarios del hbre comercio quedaban sin respuesta, ya que los intereses
de los prestamistas y los de las industrias protegidas estadounidenses
eran diametralmente opuestos. Unos querían que los extranjeros tuvie­
ran un fácil acceso al mercado estadounidense de manera que pudieran
pagar sus deudas y los otros querían un mercado estadounidense tan ti
cerrado como fuera posible a la competencia extranjera.
La paradoja de la incoherente actitud internacional de Estados
Unidos —liderazgo financiero e indiferencia u hostUidad pohtica
no pasaba desapercibida a la opinión pública estadounidense. Fran- i
í ■
Idin D. Roosevelt prestó mucha atención a las contradicciones de la f|;
pohtica económica exterior de los repubhcanos en la campaña presi- : Air
dencial de 1932, comparándola con el mundo de fantasía á t A licia en
el País de las M aravillas'.
il;
Una desconcertada y algo escéptica Alicia hizo algunas preguntas
a la dirección del Partido Republicano:
—La impresión y venta de más acciones y bonos, la construcción
de nuevas fábricas y el aumento de eficiencia, ¿no producirá más ar­ ■ i
mi
tículos de los que podemos compnu? :^}i.

1 ;:^
E l mundo se disgrega, 1914-1939 197

—¡No! —gritó Flumpty Dumpty—. Cuanto más produzcamos


más podremos comprar.
—¿Y qué pasa si producimos en exceso?
—Bueno, se lo podemos vender a los consumidores extranjeros.
—¿Y cómo lo pagarán los extranjeros?
—Bueno, les prestaremos el dinero.
—Ya veo —dijo la pequeña Alicia—, comprarán nuestro exceden­
te con nuestro dinero. Por supuesto, ¿esos extranjeros nos venderán a
cambio sus propios productos?
—¡Oh, no, en absoluto! —dijo Humpty Dumpty—. Contamos
con una alta muralla a la que llamamos aranceles.
—«Y entonces —dijo Alicia para finalizar— ¿cómo pagarán los
extrairjeros sus créditos?
—«Eso es fácil —respondió Humpty Dumpty—, ¿Has oído ha­
blar alguna vez de una moratoria?»
Y así, por fin, amigos míos, hemos llegado al núcleo de la fórmula
mágica de 1928.^^

Hasta las cuestiones técnicas entre los expertos estadounidenses


y [os de otros países se veían bloqueadas por el aislacionismo del
Congreso y el ejecutivo. Una conferencia de banqueros centrales para
discutir sobre la situación europea, propuesta en 1921 por la Reserva
lAderal y el Banco de Inglaterra, fue vetada. Incluso cuando la inicia­
tiva provenía en gran parte de Estados Unidos, como sucedía con los
planes Dawes y Young de 1924 y 1930, la participación oficial esta­
dounidense fue imposible; J. E Morgan y otros financieros de Nueva
York fueron los interlocutores estadounidenses de los ministros de fi­
nanzas y directores de los bancos centrales de Europa. El contraste
con el liderazgo de la P a x B rita n n k a hasta 1914 no podía ser más lla­
mativo.
Otras funciones que hasta 1914 solían llevar a cabo los gobiernos
tic las potencias hegemónicas fueron «privatizadas» debido al aisla­
cionismo oficial estadounidense. Por ejemplo, durante la época dora­
da de los préstamos internacionales antes de la Primera Guerra
Mimdlal,, comités de acreedores —tenedores privados de bonos y go­
biernos, todos juntos— solían supervisar las finanzas de los países
endeudados con problemas económicos. Pero las reticencias del go-
198 Capitalismo global

biemo estadounidense a participar en tales comités haaan que el pa­


pel de supervisor de los créditos recayera en ciudadanos privados, de
los que uno de los más destacados era Edwin Kemmerer, el «doctor
monetario internacional»- Kemmerer, economista de IHinceton cuyo
primer empleo había sido como asesor financiero de la colonia esta­
dounidense en Filipinas, asesoró a muchos gobiernos pobres sobre
cómo estructurar sus economías para que resultaran atractivas para el
capital estadounidense. Su participación privada en esos asuntos se
mantuvo durante un período de veinte años, durante los cuales traba­
jó para México, Guatemala, Colombia, Ecuador, Perú, Bolívla, Chi­
le, Alemania, Polonia, Turquía, China y Sudáfirica. Sus recomenda­
ciones —invariablemente en favor de presupuestos equilibrados y del
patrón oro— tenían mucho peso entre los prestamistas estadouni­
denses, por lo que los gobiernos trataban de seguirlas. Como escribió
Kemmerer, «un país que nombra asesores financieros estadouniden­
ses y sigue su consejo para reorganizar sus finanzas de acuerdo con lo
que los inversores estadounidenses consideran las b'neas modernas
con mayor éxito, aumenta su probabilidad de resultar atractivo para
los inversores estadounidenses y de obtener de ellos capital en térmi­
nos favorables».^^
Muchos estadounidenses apoyaban la participación de su gobier­
no en las finanzas internacionales. Lo que se conoaa como «interna-
cionaiismo» era especialmente fuerte en regiones y sectores de la po­
blación con importantes intereses económiaK en el extranjero. En
primer lugar estaban los bancos y corporaciones cuyas inversiones y
ventas en ultramar habían crecido rápidamente desde 1914. Muchos
agricultores que producían para la exportación simpatizaban con el
apoyo del gobierno a la reconstrucción de los mercados extranjeros y
eran históricamente partidarios del libre comercio. La posición ofi- ;
cial del Partido Demócrata seguía rondando alguna variante del in­
ternacionalismo wilsoniano, y entre los republicanos también había
una fuerte facción intemacionalista, especialmeate grandes capitalis­
tas de Nueva York y otros centros finandam.
Pero el sistema estadounidense seguía dominado por el aislado-
nisino económico y político. Algunos aislacionistas eran chovinistas
de derechas; otros eran antiimperialistas de izquierdas. Algunos se
A
E l mvndo se disgrega, 1914-1939 199

oponían a la participación en el extranjero sobre bases morales, y


otros por puro pragmatismo. También desempeñaba un papel el tra­
dicional choque de culturas en Estados Unidos entre la eHte anglofila
y las masas patrióticas. Pero desde un punto de vista económico, la
razón primordial de la esquizofixrúa del país en cuanto a las relacio­
nes con el extranjero era la naturaleza desigual de la participación del
país en esas relaciones. La economía británica clásica había estado
muy volcada hacia el exterior, hacía los clientes, abastecedores e in-
^^rso^es extranjeros. En Estados Unidos, en cambio, la orientación
económica internacional variaba tremendamente. Wall Street era
muy extrovertido, como lo eran muchos agricultores y parte de los in­
dustriales del país. Pero el grueso de la industria estadounidense se­
guía mirando hacia el interior y mantenía la tradicional actitud aisla­
cionista y proteccionista. Para las industrias orientadas hacia el
exterior —maquinaria, vehículos de motor, caucho, petróleo— las in­
versiones fuera del país eran de diez a veinte veces más importantes
que para el resto del sector industrial.^^ Una parte poderosa y dinámi­
ca de la economía estadounidense estaba muy vinculada a la econo­
mía mundial —de hecho la dirigía—, pero el grueso de los dirigentes
c:conómicos del país seguían siendo hostiles o indiferentes a esos vín­
culos con el extranjero. En Estados Unidos no había un consenso del
tijx) britámco en cuanto a la particip^ón o liderazgo internacional.

,i R e s t a u r ,^ c i ó n d e l m u n d o a n t e r i o r ?

I..H ausencia de Estados Unidos era una importante debilidad de la


economía mundial de posguerra; pero observadores astutos señala­
ban otras causas de preocupación menos obvias. Keynes insistía en
I |iie la economía política nacional e internacional del período de en-
Ireguerras no se atenía a los ideales Victorianos a los que aspiraban la
mayoría de los gobiernos.
El propio Keynes tenía sus raíces en el final de la época victoria-
(la. ’’*Su padre, John Neville Keynes, era un discípulo sobresaliente de
Alfred Marshall, destacado economista británico de finales del siglo
y principios del xx, y siguió los pasos de éste como catedrático en
zo o Capitalismo global

Cambridge, aunque para decepción de Marshall no se convirtió en


economista profesional; finalmente acabó como principal ftinciona-
rio administrativo de la universidad. Su madre era partidaria de la re­
forma social y fue la primera mujer que ocupó la alcaldía de Cam­
bridge, John Maynard Keynes fiie fiel a las tendencias académicas y
políticas de sus padres.
Había nacido en Cambridge en 1883. Tras una brillante carrera
en Eton ingresó en el King’s College de su alma máter en 1902 con la
intención de graduarse en matemáticas, pero sus trabajos en econo­
mía (que sólo entonces comenzaba a tratarse como un tema separa­
do) atrajeron la atención de Marshall, quien lo conocía a través de su
padre. Pero aunque Reynes admiraba mucho al «viejo maestro que
me convirtió en economista»,el primer amor del joven fue la filoso­
fía, y los miembros de su círculo de amistades pasaban mucho tiempo
en acalorados debates sobre cuestiones filosóficas. Como ha señalado
el biógrafo de Keynes, Robert Slcidelsky, en aquellos «círculos radica­
les de Cambridge» dos de las cuestiones más debatidas eran «sodo-
nruay ateísmo», y el propio Keynes se volcó entusiasmado en ambas.^^
Tras varios años de estudios y relaciones homosexuales se graduó, y
después de dudar si hacer o no carrera académica se incorporó al fun-
cionariado de la Oficina para la India.
Keynes sentía un gran interés por la política, pero poco respeto
por los políticos. Desde muy joven consideraba ridículo el encapri-
chamiento Victoriano por la monarquía. Cuando todavía era adoles­
cente había escrito sarcásticamente, después de conocer en persona a
la reina Victoria, que «sin duda debido al frío que hacía aquel día, su
nariz lucía desdichadamente roja»; después de ver al káiser Guiller­
mo, anotó que «su bigote estaba muy por encima de mis expectati­
vas.»^^ La actitud de Keynes hacia los políticos salidos de las urnas
era también despectiva, especialmente cuando (como era habitual)
los consider^a intelectualmente deficientes. Prefería mirar la poh'ti-
ca desde fuera, como suministrador y defensor de buenas ideas y crí­
tico de las malas.
El primer puesto de Keynes en la administración duró sólo dos
años. Tuvo mucho éxito en la Oficina para la India, pero en 1908
Marsha]] se retiró y lo propuso para un puesto de profesor de econo-
E l mundo se disgrega, 1914 -1 9 3 9 201

mía en Cambridge. Keynes aceptó y pasó el resto de su vida como


economista universitario. A partir de su experiencia en asuntos in­
dios, no obstante, escribió su primer libro, Iridian Currency a n d F i-
nance. Publicado en 1913, mientras Keynes formaba parte de la Co­
misión Real sobre el tema, el libro fue muy bien recibido y contribuyó
a darlo a conocer como un importante experto en economía. Su prin­
cipal argumento era que k modificación en k India del patrón oro —lo
que llamaba «patrón oro de cambio»— suponía de hecho una mejora
que permitía una «gestión científica» de la situación monetaria. El
sistema indio era menos rígido que el patrón oro de los libros de tex­
to y daba al gobierno una flexibilidad muy conveniente para respon­
der a las condiciones locales. Las ideas económicas del libro eran tra­
dicionales, pero demostraban que Keynes estaba buscando nuevas
fórmulas fiiera de k camisa de fuerza de la ortodoxia monetaria del
patrón oro.
En cuando a la política comercial, las opiniones de Keynes eran
estrictamente liberales, como «liberales» eran los gobiernos británi­
cos de la época.* En 1910 defendió el Ubre comercio y criticó el mo­
vimiento proteccionista en favor de la reforma arancelaria en un de­
bate de k Cambridge Union: «La reforma de los aranceles se basa en
el principio de hacer las cosas relativamente escasas. Para quienes se
ocupan de fabricar esas cosas, es sin duda una medida ventajosa; pero
provoca mucha incomodidad en otros sectores. El conjunto de la co­
munidad [británica] no puede esperar obtener una ganancia de hacer
artificialmente escaso lo que el país desea»
Keynes era también una figura central en los círculos culturales
más importantes de Gran Bretaña. El grupo de Bloomsbury reunía a
escritores, filósofos, artistas, etc., muchos de ellos amigos de Keynes
desde los días de Cambridge. Entre sus miembros estaban Leonardy
Virginia Woolf, Clive y Vanessa Bell, Lytton Stracheyy E. M. Fors-
Icr, Keynes ayudó a obtener financiación para las actividades colecti­
vas dcl grupo y alquiló ks casas en las que muchos de ellos vivían y se

* líiitrc 1906 1922 ocuparon d puesto de primer ministro de Su Majestad


Y

Sir I lenry Campbell•'Banncrmiin, Herbcrt Henry Asqiúth y David Lloyd Geor-


ge, liiHires dd Partido Liberal. C/V.
c le lt,)
202 Capitalismo global

reunían en comidas y discusiones. La partidpación de Keynes en el


grupo de Bloomsbury era muy acorde con su rechazo modernista de
la moral y las creencias victorianas; la homosexualidad de su círculo
de Cambridge estaba relacionada con una intensa atención a la belle­
za y a la amistad, en contraste con el énfasis tradicional en el deber y
la religión. Y aunque las actividades profesionales de Keynes estaban
mucho más cerca de lo establecido que las de sus amigos de Blooras-
bury^ no desentonaba con su intelecto sofisticadamente culto y filosó­
ficamente perspicaz.
La Primera Guerra Mundial devolvió a Keynes a la administra­
ción» donde pronto se convirtió en el principal experto financiero del
Tesoro. Aunque no estaba de acuerdo con la guerra y llegó a solicitar
el estatus de objetor de conciencia (gratuitamente, como debía de sa­
ber, dado su puesto en la administración), le entusiasmaba la tarea de
hallar una forma de financiar los esfuerzos de guerra sin hacer caer en
la quiebra al gobierno. Pero a medida que se prolongaba la guerra se
iba decepcionando. «Trabajo —le dijo a un amigo - para un gobier­
no que desprecio y con fines que considero criminales.»' Su trabajo
para el gobierno generó fricciones con otros miembros del grupo de
Bloomsbury, que no alcanzaban a entender cómo podía separar sus
opiniones contra la guerra de sus esfuerzos para financiarla. Pero
Keynes encontraba los problemas financieros intelectualmente desa­
fiantes y pese a su desazón creía que Gran Bretaña merecía la victo­
ria; su objeción de conciencia, por otra parte, estaba motivada más
por la imposición del llamamiento a filas que por la propia guerra.
Keynes fue el principal representante del Tesoro en la delegación
británica a la Conferencia de Paz de París que diseñó la situación de
posguerra. Una vez más se sintió hastiado de la realidad política, es­
pecialmente por la insistencia de los abados europeos en obtener re­
paraciones exorbitantes. El presidente W bson había dicho a los bri­
tánicos: «¿Cómo se puede esperar que sus expertos o los nuestros
elaboren un nuevo plan para proporcionar capital a Alemania cuando
empezamos privando defiberadamente a Alemania del escaso capital
con el que cuenta actualmente?». A Keynes le disgustaban los aires de
predicador de Wilson, pero admitía «la verdad sustancial del punto
de vista del presidente».*^*’
E l mundo se disgrega, 1914-1939 203

Keynes consideraba «insensatas» las condiciones impuestas a


Alemania. En mayo de 1919, durante un descanso en las negociacio­
nes, escribió a un amigo:

Puedo asegurar que si yo estuviera en el lugar de Alemania me


moriría antes de firmar ese Tratado de Paz ... Pero si lo firman, eso será
realmente lo peor que puede suceder, ya que posiblemente no podrán
cumplir algunas de las condiciones y eso generará desorden y una con-
flictividad general. Entretanto no hay comida ni empleo en ningún si­
tio, y los franceses e italianos están enviando municiones a Europa
central para armar a todo el mundo contra todo el mundo. Paso en mi
habitación horas y horas recibiendo delegados de los nuevos países, y
ninguno de ellos pide alimentos ni materias primas, sino ante todo ins­
trumentos de muerte contra sus vecinos. Y con tal Paz como base no
veo esperanza por ninguna parte. Anarquía y Revolución [jíV] es lo me­
jor que puede Uegar, y cuanto antes mejor.^^

A principios de junio de 1919 Keynes abandonó asqueado la dele­


gación británica y el trabajo para el gobierno; tres semanas después los
antiguos beligerantes firmaron el Tratado de Versalles. Keynes regresó a
Inglaterra y en menos de cinco meses redactó una crítica implacable del
acuerdo. L as consecuencias económicas de la paz. era en parte crónica, en
parte explicación y en parte polémica, pero sobre todo era una denuncia
de ciertos políticos a los que Keynes presentaba como miopes, codicio­
sos y corrompidos. Las exigencias a Alemania eran inmorales e imposi­
bles de cumplir; insistir en los términos del tratado sólo provocaría el
desastre. Si se mantenían, «la venganza, me atrevo a predecir, no tardará.
Nada podrá entonces retrasar mucho tiempo una última guerra civil en­
tre las fuerzas de la reacción y las desesperadas convulsiones de la revo­
lución, frente a la que los horrores de la última guerra con Alemania pa­
recerán una broma, y que destruirá, cualquiera que sea el vencedor, la
civilización y el progreso de nuestra generación»
El libro fue un éxito internacional. El análisis económico de Key­
nes fue aclamado, su perspicacia política elogiada y su estilo admira­
do. Al cabo de seis meses se habían vendido cien mil ejemplares de la
edición en inglés del libro y al cabo de un año se había traducido a
doce lenguas, algo muy notable para una obra que incluía un análisis
204 Capitalumo global

complejo de un intrincado acuerdo internacional. Keynes era ahora


una figura política planetaria y el economista más conocido del mun­
do, y había mostrado el fracaso de aquel intento particular de restau­
rar el mundo anterior a 1914.
La aparición de Keynes como un vigoroso crítico de las grandes po­
tencias lo rehabilitó ante sus amigos de Bloomsbury, pero pronto volvió
a poner a prueba su indulgencia al casarse con Lydia Lopokova, una fa­
mosa bailarina de San Petersburgo. El nuevo estilo de vida de Keynes
asombró a la mayoría de sus amigos y molestó a algunos de ellos; pero
permaneció felizmente casado con Lopokova hasta su muerte.
Durante la década de 1920 Keynes desarrolló su análisis de la
economía poÜtica de posguerra. Sus opiniones económicas anteriores
habían sido tan tradicionales como heterodoxo era su estilo de vida; a
medida que éste se hacía más tradicional, su economía se hacía más
heterodoxa. Keynes desempeñó un papel decisivo en el principal de­
bate sobre política económica de los años veinte, sobre si el país debía
retornar al patrón oro y cómo. El gobierno había desvinculado la li­
bra esterlina del oro cuando comenzó la guerra y los precios habían
subido un ISO por 100. Después de la guerra los precios habían caído
sustancialmente, y muchos miembros de las comunidades financiera
e inversora querían un regreso al oro tan pronto como fuera posible,
con el tipo de cambio (<<paridad») anterior a la guerra mundial de
4,86 dólares por libra esterlina. Esto exigía una nueva deflación, pero
los partidarios argumentaban que sería relativamente simple reducir los
precios y salarios, como se había hecho con tanta frecuencia durante
la vigencia del patrón oro clásico.
Pero Keynes, como algunos otros economistas, percibía que los
precios y los salarios eran ahora menos flexibles. La economía no se
ajustaba tan fácilmente como lo había hecho antes de 1914, Se había
vuelto enormemente peligroso «aplicar los principios de una econo­
mía que se estableció sobre las hipótesis del laissez-faire y de la com­
petencia libre, a una sociedad que está abandonando rápidamente
esas hipótesis».'*^ El problema principal era la rigidez de los precios y
especialmente de los salarios, que ahora no bajaban como era necesa­
rio para mantener la competirividad de las empresas y el empleo esta­
ble. Keynes le dijo a un grupo de banqueros londinenses; «i„a prcten-
E l mundo se disgrega, 1914-1939 205

sión de reducir ciertos niveles de salarios ... hasta el equilibrio es casi


desesperada, o llevará mucho tiempo».'”
El mundo moderno había evolucionado hacia un capitalismo
más estructurado, con una rigidez sustancial en los precios y salarios.
Las economías políticas de los países industrializados ya no eran
como en la época dorada. En las economías industríales más simples
que prevalecían antes de la Primera Guerra Mundial había gran nú­
mero de granjeros independientes, pequeños empresarios y trabaja­
dores individuales. Las pequeñas empresas y ios trabajadores no or­
ganizados se habían aproximado a los ejemplos de texto de las
economías de mercado: reaccionaban ante la situación de forma muy
elástica, aceptando los precios o salarios que dictaba el mercado. Pero
las economías industriales habían cambiado. Las grandes empresas
habían acumulado suficiente poder de mercado para ejercer cierto
control sobre sus precios. Los sindicatos se habían hecho más habi-
males, de forma que las movilizaciones de los trabajadores también
podían afectar a los salarlos. Incluso allí donde los sindicatos eran dé­
biles o no estaban presentes, la creciente complejidad de la produc­
ción industrial privilegiaba la fuerza de trabajo fiable y especializada
que no se podía despedir y volver a contratar a voluntad. Había im­
portantes sectores industriales en los que empresas y sindicatos tenían
un comportamiento rígido, con la capacidad de fijar —dentro de
ciertos límites, por supuesto— precios y salarios.
La mayor organización de muchos mercados laborales y de pro­
ductos significaba que los precios y salarios no podían bajar tanto
como se precisaba para mantener o restaurar el equilibrio económico,
0 para permitir a la libra esterlina vincularse al oro con el tipo de cam­
bio de 1914. Las grandes empresas monopolistas podían decidir ma-
ximizar los beneficios vendiendo menos automóviles a un precio más
alto, en lugar de dejar caer los precios. Los trabajadores organizados
t'u sindicatos podían resistirse a las reducciones salariales. Las empre­
sas de muchos sectores industriales se mostraban reacias a despedir
trabajadores bien entrenados y de alta calidad que quizá no podrían
volver a contratar más tarde. Los precios y salarios reaccionaban a la
nferia y la demanda, pero en muchos sectores de las economías indus-
1 ríales esa reacción podía ser lenta y parcial."'^
2o 6 Capitalismo global

En diciembre de 1922, cuando hacía furor el debate sobre el oro,


Keynes publicó un B reve tratado sobre la reforma m onetaria en el que
argumentaba que los gobiernos debían actuar para estabilizar los pre­
cios y salarios, en lugar de esperar pasivamente a que se ajustaran au­
tomáticamente por su cuenta. En uno de sus pasajes más famosos ri­
diculizaba el argumento ortodoxo de que debían ignorarse los
problemas de ajuste a corto plazo para permitir que los mecanismos
de mercado y el patrón oro restauraran las condiciones normales a
largo plazo: «Ese largo p la z o es una orientación equivocada para los
asuntos actuales. A largo p la z o todos estaremos muertos. Los econo­
mistas se plantean una tarea demasiado fadl y demasiado inútil si
cuando azota la tormenta sólo nos pueden decir que al cabo de cierto
tiempo ésta pasará y el océano volverá a estar en calma»."**
Keynes se opuso vigorosamente al intento de volver a fijar la pa­
ridad de la libra esterlina con el oro en su nivel de 1914. Cuando los
conservadores se aseguraron la mayoría parlamentaria a finales de
1924, le tocó decidir a su ministro de Economía y Hacienda, Wins-
ton Churchill. En la prensa, ante comités parlamentarios y en cartas
privadas, Keynes argumentó que la política necesaria para hacer que
la libra regresara a la paridad de preguerra «probablemente será social
y políticamente imposible»."*^ Se indignaba contra los que pretendían
reducir los salarios de los mineros del carbón para acelerar el ajuste:
«Como a otras víctimas de la transición económica en tiempos pasa­
dos, se va a ofrecer a los mineros la opción entre el hambre y la. sumi­
sión, cuyos finitos beneficiarán a otras clases. Pero a la vista de la de­
saparición de una movilidad efectiva de la fuerza de trabajo y de un
nivel salarial competitivo entre diferentes sectores industriales, no es­
toy seguro de que no estén peor situados, en cierto modo, que sus
abuelos... Ellos (y otros a continuación) constituyen el “moderado sa­
crificio” todavía necesario para asegurar la estabilidad del patrón
oro». 48
Keynes perdió aquella batalla pero ganó la guerra. Churchill se
decidió por el oro y en abril de 1925 se restableció la paridad de la li­
bra esterlina anterior a la guerra.* El resultado file el estancamiento y

* 1libra csttrlinii = 4,86 dólares =0,24.1 ona:is de oro - 6,889 de oro. (A^. d e lt.)
E l mundo se du^ega, 1914-1939 207

un alto desempleo en el Reino Unido hasta que la Gran Depresión


empeoró aún más las cosas. Entretanto Keynes reprodujo su anterior
denuncia pública de la equivocada política del gobierno con un folle­
to titulado L a s consecuencias económicas de M r. Churchill.f en el que pro­
nosticaba las eventuales consecuencias de las medidas adoptadas.
Keynes acabó criticando el propio patrón oro, que constituía el
núcleo de la visión clásica del mundo, calificándolo como una «reli­
quia bárbara» y pidiendo una política monetaria activa para mantener
estables el empleo y la economía. Refinó su argumentación durante
el resto de la década de 1920, cuhninando con la publicación en 1930
de Tratado del dinero. Estaba alarmado, según le dijo a un director del
Banco de Inglaterra, «al ver que usted y otras autoridades afrontan el
problema de los cambios que ha sufrido el mundo durante y tras la
guerra con ... opiniones e ideas de antes de la guerra. Cerrarse a la
idea de mejoras revolucionarias en el control del dinero y el crédito es
sembrar la semilla de la perdición del capitalismo individualista. No
sea usted el Luis XVT de la revolución monetaria».
Pero el oro ejercía una atracción magnética sobre las economías
nacionales. Representaba la estabilidad y prosperidad de la economía
mundial antes de 1914. Apartarse del oro, argumentaban las autori-
ilades en la materia, significaría permitir a los gobiernos degradar sus
monedas sin un impacto real sobre la economía. Los defensores del
oro también tenían preocupaciones pragmáticas: las instituciones fi­
nancieras y las «clases acreedoras» en general poseían títulos denomi­
nados en monedas respaldadas por el oro. Una devaluación significa­
ba la correspondiente reducción del valor de las acciones o bonos
emitidos en esa moneda. Reducir el valor en oro de, digamos, la libra
esterlina equivalía a reducir el valor de las inversiones en acciones,
obligaciones y otros instrumentos financieros denominados en esa
moneda. Los defensores del patrón oro estricto consideraban un
cnrn]iromiso del gobierno con el oro como una promesa guberna­
mental de mantener el valor de sus propiedades. El oro protegía a los
inversores frente a la inflación; la devaluación era una expropiación.
I ,ns argumentos de Keynes tenían poco peso en una batalla con inte-
i' scs T a n poderosos. Costó una década y una depresión conceder cre-
ililiilidad a las objeciones de Keynes a la ortodoxia.
2o 8 capitalism o global

C a íd a e n e l v a c ío

El aislacionismo estadounidense dejó a la economía mundial sin el


compromiso político de su principal valedor. La rivalidad entre las
grandes potencias bloqueó la cooperación en el frente monetario, fi­
nanciero y comercial internacional. La evolución de la industria mo­
derna redujo la eficacia de las políticas económicas prevalecientes. El
propio pilar central del intento de restaurar la integración económica
global, el patrón oro, estaba agrietado.
Pero el dinero estadounidense seguía fluyendo hacia Europa,
Asia y Latinoamérica, pese a la ausencia oficial de Estados Unidos.
Mientras el resto del mundo pudiera recurrir al capitaly los mercados
estadounidenses, la economía mundial seguiría creciendo. Las infra­ f k £ Ixiiá
estructuras institucionales y de otro tipo que habían servido para esta­
bilizar la economía mundial antes de 1914 habían desaparecido, pero r:!
el mundo seguía funcionando sin ellas. Una corriente aparentemente:
infinita de dólares parecía un sustituto razonable. En cualquier caso, - í j
no parecía haber otra alternativa. ■=1 i
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