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En este trabajo, buscaremos hacer un abordaje que, desde las categorías de poder
formuladas por Michel Foucault (1996) indague en el modo en que Pedro Páramo ejerce una
función de poder dentro de la comunidad de Comala. En nuestra hipótesis de lectura el
vínculo entre los entramados de poder “micro” y “macro” se articulan en la obra con las
temporalidades que el autor propone para narrar lo que ocurre en el pueblo y lo que sucede
en la Historia mexicana. Un último aspecto sobre el que buscaremos reflexionar es el modo
en que el uso de una suerte de metáfora infernal (Burucúa y Kwiatkowski, 2009) atraviesa al
conjunto de la novela y es posible de ser leída como una reflexión historiográfica sobre las
comunidades rurales mexicanas.
II
La fragmentariedad o la organización caótica (Lespada, 1996) de Pedro Páramo lleva
a que el lector de la novela vaya accediendo a una comprensión cabal del mundo que Rulfo
propone, sólo una vez que logra construir una lógica de lectura, en la que trama, tiempo y
personajes comienzan a ensamblarse. Sin embargo, desde la llegada de Juan Preciado a
Comala, el clima que atravesará la narración se esclarece, aunque paradójicamente sea a
partir de una pregunta que le realiza este personaje a Abundio: “¿Y por qué se ve esto tan
triste?” a lo que el arriero responde “Son los tiempos, señor”. (Rulfo, 2018:14).
La tristeza será la que prime en ese poblado y sus alrededores, tristeza que se agudiza
por la propia incertidumbre que el relato siembra en las transposiciones constantes entre los
vivos y los muertos, tristeza que podemos arriesgarnos a plantear no es solo de esos tiempos
sino constitutiva y atemporal para las poblaciones rurales mexicanas. El mismo Rulfo ha
sabido definir a esta tristeza como propia de la región de Jalisco, de la cual es oriundo y que
se hace presente en la novela con referencias como Sayula o Contla, que son biográficas y
geográficas y que también plantean transposiciones entre territorios imaginarios y territorios
reales. Carlos Monsivais ha sabido captar perfectamente este aspecto de la prosa rulfiana, al
decir que “quizá el fatalismo sea memoria histórica y en donde sólo vemos acumulaciones
de símbolos, seguramente ocurren situaciones de todos los días” (Monsivais, en Rulfo,
1983:297).
En algún punto, esta tristeza constitutiva de la obra y los personajes de Rulfo, puede
ser pensada en el modo en que Michel Foucault selecciono los fragmentos que componen su
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obra La vida de los hombres infames (1989). En ella rescata partes de registros provenientes
de archivos policiales, archivos de encierro, ordenes reales, es decir del ámbito estatal durante
los siglos XVII y XVIII en Francia. La particularidad de los sujetos que rescata pueden
sintetizarse en la siguiente cita
“se trata de personajes sin duda miserables, la mezcla de sombría obstinación y la perversidad
de esas vidas en las que se siente, bajo palabras lisas como cantos rodados, la derrota y el
encarnizamiento (…) No había ninguna posibilidad de que estos individuos, con su vida y
sus desgracias, surgiesen de la sombra en lugar de tantos otros que permanecen en ella.
Podemos regocijarnos como si se tratara de una venganza por la suerte que permite que estas
gentes absolutamente sin gloria surjan en medio de tantos muertos, gesticulen aún,
manifiesten permanentemente su rabia, su aflicción o su invencible empecinamiento en vagar
sin cesar, lo que posiblemente compensa la mala suerte que había hecho concentrarse en ellas,
a pesar de su modestia y su anonimato, el rayo del poder (Foucault, 1989: 81)
¿Cómo no pensar a luz de estas palabras en personajes como Dorotea y Donis, los
hermanos incestuosos y espectrales con los que se relaciona Juan Preciado? ¿O en Miguel
Páramo, un ser cuyos rasgos de perversidad y malicia son recordados por todo Comala?
Sin embargo, si en el caso de Foucault esos fragmentos de la “realidad” pueden ser
leídos en clave literaria por la descripción que detalla minuciosamente la “anormalidad” de
dichos sujetos, con Rulfo lo que aparece es la operación contraria. Es a partir de sus
procedimientos literarios que logramos acceder a una porción de realidad, que logra escapar
a las poéticas naturalistas e indigenistas clásicas para inscribirse en el plano de la
transculturación literaria (Rama, 1985). Si en el caso de las descripciones burocráticas
tomadas por el filósofo francés la decadencia de los sujetos en cuestión es evidente por la
misma naturaleza de su registro, en el caso de Rulfo accedemos a un conocimiento
fragmentado, difuso, necesario de ser construido por el lector de manera minuciosa. Pero aún
más, en la ficción de Rulfo el Estado como tal está ausente, no existe ninguna figura que lo
represente, ningún personaje que encarne esa autoridad estatal, y es esa ausencia la que nos
habilita otra reflexión, en este caso, en torno las relaciones de poder
III
Comala como territorio general y la media luna en términos aún más específicos son
las coordenadas geográficas acotadas en las que transcurre la novela, y son también, el topos
en el que Pedro Páramo ejerce su poder. Así lo define Abundio al acompañar la llegada de
Juan Preciado
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“Mire usted-me dice el arriero deteniéndose-: ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puercos?
Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá ¿Ve la ceja de aquel cerro?
Véala. Y ahora voltié para este oro rumbo ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que
esta? Bueno eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quién dice toda la tierra que se pude
abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. 1(Rulfo,2018: 17)
La afirmación “todo lo que se puede abarcar con la mirada” implica al mismo tiempo
el horizonte al que estos personajes pueden aspirar en sus vidas y el alcance al que llega el
poder de Pedro Páramo. Esta definición, rápidamente nos proyecta la a estructuración de las
relaciones de poder dentro del territorio, pero ¿cómo definimos este poder? Nuevamente
volveremos a Foucault, cuya obra ha sido fundamental para complejizar las concepciones
monolíticas al respecto. En palabras de Foucault:
Entre cada punto del cuerpo social, entre un hombre y una mujer, en una familia, entre un
maestro y su alumno, entre el que sabe y el que no sabe, pasan relaciones de poder que no son
la proyección pura y simple del gran poder del soberano sobre los individuos; son más bien el
suelo movedizo y concreto sobre el que ese poder se incardina, las condiciones de posibilidad
de su funcionamiento (…) Para que el Estado funcione como funciona es necesario que haya
del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que tienen
su configuración propia y su relativa autonomía (Foucault, 1992: 157)
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Las citas de Pedro Páramo corresponden la edición de la editorial “Hecho a mano”, Buenos Aires, 2018.
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-La semana venidera irás con el Aldrete. Y le dices que recorra el lienzo. Ha invadido tierras
de la Media Luna.
—Él hizo bien sus mediciones. A mí me consta.
—Pues dile que se equivocó. Que estuvo mal calculado. Derrumba los lienzos si es preciso.
—¿Y las leyes?
—¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros. ¿Tienes
trabajando en la Media Luna a algún atravesado?
—Sí, hay uno que otro.
—Pues mándalos en comisión con el Aldrete. Le levantas un acta acusándolo de «usufruto» o
de lo que a ti se te ocurra. Y recuérdale que Lucas Páramo ya murió. Que conmigo hay que
hacer nuevos tratos (Rulfo, 2018: 56-57)
El poder de Pedro Páramo excede al registro legal y al control estatal. En todo caso, él
encarna al Estado, pero sin necesidad de ninguna legitimación. Se podría decir más aún, el
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Estado logra erigirse gracias a que “los Pedros Páramos” que se extienden sobre territorios
que las mismas autoridades estatales no pueden controlar, dan un cierto orden que no sería
posible de otro modo. La conversación con Gerardo continúa, y ante la ausencia de una
compensación económica voluntaria por parte de su patrón, termina insinuando la necesidad
de ella que finalmente es sumamente inferior a lo esperado. En ese gesto, nuevamente se
refuerza que, en todo caso, si fue necesario un abogado, tuvo que ver con sostener una
apariencia de legalidad que encubra el verdadero entramado de poder, no hay necesidad de
pagar un monto elevado por algo que no se necesita.
La ausencia categórica del Estado como tal, sólo se ve atenuada por la fuerte presencia
de la única institución disciplinaria tradicional que forma parte del relato: la iglesia. Quién la
representa es el Padre Rentería, que de manera permanente pone de manifiesto sus
contradicciones respecto al rol que ocupa y su vínculo con la familia Páramo. Lejos de lograr
afianzar su rol en la comunidad debido a sus atribuciones “extra terrenales”, la relación que
establecerá con Pedro Páramo muestra que el poder sólo puede concebirse en términos
terrenales. Tal es así, que termina aceptando el dinero que le deja para que le otorgué el
perdón a Miguel Páramo tras su muerte, pese a los pecados cometidos. Este acto llevará a
lamentos constantes del párroco, al tiempo que deberá aceptar, al menos en su conciencia la
realidad material y su relación subordinada dentro de las redes de poder. En el pasaje 15, esta
actitud aparece de manera patente:
Todo esto que sucede es por mi culpa —se dijo—. El temor de ofender a quienes me sostienen.
Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento. De los pobres no consigo nada; las
oraciones no llenan el estómago. Así ha sido hasta ahora. Y éstas son las consecuencias. Mi
culpa. He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado su fe y me buscan para que
yo interceda por ellos para con Dios.
El pesar del Padre Rentería ira in crescendo a lo largo de la narración, quién termina
acudiendo a confesarse con el cura de Contla. El intercambio entre ambos da cuenta de las
penurias de la región, del estado de pobreza que es compartido por clérigos y el común de la
población. Hay varios pasajes de esa conversación donde justamente se pone de manifiesto
el aspecto que venimos abordando, y donde nuevamente se destaca el lugar subordinado de
la institución ante el poder de Pedro Páramo. Citamos algunos:
—Ese hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha despedazado tu Iglesia y tú se lo
has consentido. ¿Qué se puede esperar ya de ti, padre? ¿Qué has hecho de la fuerza de Dios?
(…)
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—Y sin embargo, padre, dicen que las tierras de Comala son buenas. Es lástima que estén en
manos de un solo hombre. ¿Es Pedro Páramo aún el dueño, no?
—Así es la voluntad de Dios.
—No creo que en este caso intervenga la voluntad de Dios. ¿No lo crees tú así, padre?
—A veces lo he dudado; pero allí lo reconocen.
—¿Y entre ésos estás tú?
—Yo soy un pobre hombre dispuesto a humillarse, mientras sienta el impulso de hacerlo
(Rulfo, 2018: 92 y 94)
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expresar Luis Harss: “Es como si la existencia misma de Comala dependiera de la voluntad
de un solo hombre. El poder del caudillo había dado a la región una cierta cohesión y
estabilidad. Ahora el derrumbamiento es completo” (Harss en Rulfo, 1983: 99).
IV
En una clave de análisis socio-histórico, Jean Franco (en Rulfo, 2983) aporta una
interpretación en la que, las relaciones de poder antes analizadas, pueden enmarcarse en las
coordenadas de la transición del mundo feudal, con sus propios valores, a una sociedad
capitalista o burguesa, donde el principal valor lo expresa el dinero. Este desacople entre
ciertos valores que persisten y nuevas lógicas que comienzan a instaurarse, se manifiesta en
la enorme angustia y desazón de los personajes que padecen la emergencia de “un
individualismo sin un estado burgués que mediatice los distintos intereses [mientras] que lo
que sobrevive de feudalismo (la estructura piramidal) asegura un máximo de injusticia sin el
sentido de deber que idealmente tenía el noble feudal” (Franco en Rulfo, 1983: 236). Aun
valorando la audacia de la interpretación, entendemos que en la concepción de Franco
subyace una lógica eurocentrista que no cala profundamente en la realidad expresada por el
devenir histórico de las sociedades latinoamericanas.
Para una comprensión más ajustada pensamos que las lógicas de poder antes
analizadas, sólo son posibles de entender si consideramos las características de ciertas
sociedades latinoamericanas como “formaciones sociales abigarradas”. Este concepto,
acuñado por el ciencista social, boliviano y de formación marxista, René Zavaleta Mercado
(1986) implica la coexistencia de distintos tiempos históricos y tipos de relaciones sociales
de producción dentro de una misma sociedad. En términos de Luis Tapia:
En una formación social abigarrada no sólo coexisten varias relaciones sociales y jurídicas de
producción, sino que básicamente se trata de una heterogeneidad de tiempos históricos. Este es
un tipo de diversidad profunda, ya que en la medida en que existe esta diferencia, también hay
diferencias en las estructuras políticas y la cultura general, diferencias que son más o menos
irreductibles. Otra característica de una formación social abigarrada es la diversidad de formas
políticas y de las matrices sociales de generación. Esto hace que, por un lado, exista un estado
político nacional o pretendidamente nacional con rasgos jurídico formales más o menos
modernos y, por el otro lado, un conjunto de estructuras locales de autoridad (diversas también)
que no corresponden a la representación local del gobierno nacional, ya que tampoco son
designadas por él, sino que son la forma local endógena (Tapia, 2002: 309)
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De este modo, lo que se ve alterado es la lógica positivista y moderna de un desarrollo
histórico cuyo devenir sea irremediablemente la conformación de un estado-nación burgués.
Pedro Páramo, por lo tanto, no sería un señor feudal aburguesado que se escapa de las
responsabilidades asignadas socialmente, sino que es representante de un tipo de dominación
política tradicional posible de sostenerse por la ausencia e imposibilidad de un orden
establecido por el Estado. Es esto lo que lo pone en el centro de las redes de poder que se
articulan en Comala. En diálogo con lo anterior, coincidimos con la definición de Harss al
decir que “Pedro Páramo es el caso representativo del hacendado mediano que existía en
Jalisco, un hacendado que está sobre sus tierras y las trabaja. Es capaz de tomar el arado y
sembrar. Pero eso no impide que reine con absoluta rapacidad en la región donde manda”
(Harss en Rulfo, 1983: 96).
También en el caso del tiempo histórico de la novela vamos a encontrar esta concepción
abigarrada. Cómo hemos mencionado, el relato de lo que ocurre en Comala es fragmentario
y caótico, escapa a la dimensión lineal del tiempo. En este punto es posible identificar la
persistencia en la narración de lógicas temporales que remiten a la cultura azteca (Lespada,
1996), en las que se articulaban las dimensiones lineales y cíclicas del tiempo histórico. De
este modo, el devenir de la historia para los aztecas, conjugaba el desarrollo de nuevos
acontecimientos, con la repetición de patrones que una y otra vez (aún asumiendo nuevas
formas) iban haciéndose presentes 2.
A diferencia del caos temporal en el que se narra lo que ocurre en Comala, el único
desarrollo temporal lineal que aparece en la novela de Rulfo es el que refiere a diversos
momentos de la Revolución Mexicana. Así queda expresado en el pasaje 67:
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Un trabajo que ha abordado extensamente esta cuestión es el de Susan Gillespie (1993), acerca de las
genealogías de gobernantes aztecas. Ver: Gillespie, Susan (1993) La construcción del gobierno en la historia
mexica, Siglo XXI, México.
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—Entonces vete a descansar.
—¿Con el vuelo que llevo?
—Haz lo que quieras, entonces.
—Me iré a reforzar al padrecito. Me gusta cómo gritan. Además lleva uno ganada la salvación.
—Haz lo que quieras (Rulfo, 2018: 146)
El tiempo del ámbito rural asume características inciertas incluso difuminando los
límites entre vivos y muertos, en cambio la Historia (con mayúscula) mexicana es resumida
por Rulfo en una sumaria lista. La década que va del levantamiento de Carranza a la rebelión
cristera es planteada de modo lineal, sin mayores detalles. En algún punto, estos
acontecimientos “macro”, parecen no influir en el desarrollo “micro” de lo que ocurre en
Comala. Frente a un “macro” poder que no encuentra representantes duraderos, se imponen
las lógicas “micro” que atraviesan el funcionamiento capilar del pueblo. El poder allí, seguirá
en manos de Pedro Páramo, que verá en acomodarse, si es necesario (pasaje 54 y 55), con el
bando que este ganando, infiltrando personas de su confianza y traicionándolas también si
así la situación lo amerita. Más aún, el tiempo del Estado mexicano y los grandes cambios
que en él suceden corren por carriles separados de las vidas campesinas que son narradas por
Rulfo, sea este lugar Comala o cualquier otro punto de ese universo abigarrado. Con cierta
ironía ácida, Rulfo muestra los devenires de la revolución mexicana, los “mecanismos y las
manipulaciones con que los poderosos desvirtuaron los postulados zapatistas” (Lespada,
1996: 65) de ese proceso.
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En el libro “Cómo sucedieron estas cosas.” (2014), los historiadores Emilio Burucúa
y Nicolás Kwiatkwoski indagan acerca de las diversas representaciones con las que se ha
buscado dar cuenta de las masacres y los genocidios en la historia. En un profundo análisis
de un heterogéneo corpus que va desde obras pictóricas a historietas, desde folletines
populares a diversas interpretaciones filosóficas, destacan que uno de esos modos es lo que
denominan como “metáfora o fórmula infernal” (Burucúa y Kwiatkwoski, 2014: 133). En
dicho capítulo, recorren la evolución de esta fórmula, reconociendo que la trayectoria de la
misma implica un “giro en el uso del infierno que lo despoja de toda condena y reivindica
incluso a las víctimas” (Burucúa y Kwiatkwoski, 2014: 134). Los dos extremos son el
infierno que a grandes rasgos plantea el cristianismo como lugar de castigo y la asociación
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del infierno al Holocausto o incluso a la última dictadura militar argentina en la que son las
víctimas quiénes aparecen confinadas a tales castigos.
En el caso de Pedro Páramo, Comala es presentada, desde el comienzo bajo esta
metáfora infernal (“la mera boca del infierno” en palabras de Abundio a Juan Preciado). Sus
personajes oscilan entre la vida y la muerte, adquieren a lo largo de la novela una condición
fantasmal. El mismo Rulfo, en una entrevista brindada al periodista español Joaquín Soler
Serrano en 1977 afirma que Pedro Páramo “fue una novela de fantasmas, que cobran vida y
vuelven a perder”. Los fantasmas, las duplicaciones, las siluetas, son también en el trabajo
de Burucúa y Kwiatkwoski formas de representación de las masacres y genocidios. Carlos
Monsivais, al indagar sobre las particularidades de la obra rulfiana afirma que
ante la bruma dirigida que circunda al universo rural, se requieren interpretaciones desde
dentro, que nos permitan vislumbrar o examinar el ámbito genuino de aquellos sentenciados
por un genocidio apenas encubierto. Entre otras cosas, la obra de Rulfo es la versión límite del
acontecer de estos condenados de la tierra (Monsivais en Rulfo, 1983: 296)
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Bibliografía
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