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Estos dos aspectos que propongo para la reflexión son especialmente significativos para
nuestro contexto latinoamericano y Caribeño puesto que la piedad popular y la concepción
de la Iglesia como “pueblo de Dios” configuran nuestra identidad católica y han marcado la
reflexión teológica y pastoral.
De esta manera para la vida de las Iglesias en nuestra realidad latinoamericana y caribeña
queda como un desafío y un camino abierto, continuar acompañando las ricas expresiones
de la piedad popular y darles su justa medida y su merecido lugar en la vida de los
creyentes de nuestro Continente.
El gusto espiritual de ser pueblo. Esta parte de la exhortación es una invitación a copiar
las actitudes fundamentales de Jesús en la tarea de la nueva evangelización. Eso lo
expresa cuando dice: “la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una
pasión por su pueblo” (n. 268).
La Iglesia en América Latina y El Caribe ha intentado mantenerse cercana y caminar junto
a las realidades muchas veces dramáticas que viven estos pueblos. Nuestro estilo pastoral
se ha caracterizado por la cercanía y el encuentro. Testigos de esto son los numerosos
pastores que han dejado un testimonio de cercanía y entrega generosa. Por eso las
palabra del Papa Francisco “Jesucristo no nos quiere príncipes que miran
despectivamente, sino hombres y mujeres de pueblo” (n. 271) son especialmente
significativas para los evangelizadores de América Latina. Nombres de pastores como
Óscar Romero, Helder Cámara, Raúl Silva Henríquez, entre otros, dan cuenta de ello, pero
a la vez son un enorme desafío para continuar en esta misma línea, que no es otra cosa
que el camino del Evangelio.
El Papa continúa: “sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien
de los demás, deseando la felicidad de los otros” (n. 272)… “si logro ayudar a una sola
persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios.
¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros
y de nombres!” (n. 273). Sin pretender hacer alarde de la tradición teológica y el estilo
pastoral de las Iglesias de América Latina y El Caribe, se puede afirmar que en medio de
sus luces y sombras, sobre todo después del acontecimiento del Concilio Vaticano II, se ha
ido haciendo camino en este sentido.
Queda mucho por hacer y estamos lejos de lograr hacer de nuestras Iglesia verdaderas
“casas y escuelas de comunión”, pero hay ya todo un camino abierto en esta línea, y la
palabra y el testimonio de un Papa que ha acompañado estos procesos pastorales, en
estos ambientes y en estas tierras, son para nosotros un aliciente para seguir caminando
por estos senderos.