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Opinión Sobre mi hija de la autora Kim Hye-jin

Cuando terminé de leer el libro, no estaba segura de cuál había sido mi parte favorita. Había marcado tantas
escenas, frases y párrafos que simplemente no podía elegir solo una. No obstante, mientras fui revisando mis
anotaciones, me di cuenta de que había una parte que me había hecho sentir todas las emociones que había
experimentado durante la lectura, pero que ahora las exponía con fuerza en un mismo momento. Me había
estrujado el corazón porque las lágrimas que derramé mientras leía esa escena, no sólo fueron de tristeza,
sino también de esperanza y de calidez.

La parte de la que hago mención es aquella que reúne a los cuatro personajes femeninos más importantes
del libro; a las cuatro mujeres que tanto me hicieron sentir a lo largo de la novela; a las cuatro personas que
estoy segura siempre conservaré entre mis recuerdos: madre, hija, novia y anciana. Juntas en un mismo
lugar, juntas frente a la adversidad del triste hecho de que una de ellas estaba por dejar este mundo, estaba
en sus últimos instantes, pero que había logrado lo que hasta el momento parecía imposible.

Cito: “Toda mi atención está puesta en Jen, por eso parece que me he olvidado por completo que estoy
compartiendo el mismo espacio que la chica, así como la incomodidad y molestia que eso me causa. Estos
momentos tranquilos, naturales y sosegados, parecían imposibles. Es un instante de paz, una tregua que nos
brinda Jen. Este fue su último obsequio”.

Leer lo anterior fue un cúmulo de emociones que me hicieron temblar. Repasé en mi mente todo el recorrido
para llegar hasta esa parte que ahora le daba un nuevo sentido a la vida de aquella mujer que sufría, que
experimentaba la desolación, que creía que algo había hecho mal para que las cosas con relación a su hija
resultaran de esa manera, pero que ahora estaba segura de que por alguna razón, en esos instantes, ella
había olvidado lo que la angustiaba y que probablemente su corazón estaba comenzando a cambiar. Y
aunque Jen no se fue precisamente cuando estaban todas juntas conviviendo mientras disfrutaban de una
tarta deliciosa, sino que más bien lo último que vio fue a unos niños, el simple hecho de que la madre, nuestra
protagonista, hubiese deseado lo primero, ya decía mucho sobre el rumbo que estaba tomando su propia
vida.

Es bonito, es dulce, pero se siente un poco cruel decirlo, ¿por qué los seres humanos hemos de estar unidos
cuando las cosas están mal?, ¿por qué hemos de apaciguar nuestra inconformidad para luchar por una causa
en común?, ¿por qué esto nos hace ser lo que somos y cómo somos? Hacía tanto que no lloraba así, que no
lloraba por tantas cosas a la vez, es decir, ¿acaso se puede llorar de tristeza, pero al mismo tiempo sentir una
especie de esperanza, o quizá una pizca de alegría? Y es que de verdad durante toda la lectura lo único que
deseaba era que la madre pudiese llegar al entendimiento, a la comprensión, pudiese dejar por un instante
ese rechazo hacia la orientación de su hija, hacia lo que ella era y hacia su novia, y que en su lugar, estuviese
orgullosa de ella, que aceptase su relación o que al menos hiciera un intento por aceptarla tal cual era. Sin
prejuicios.

La vida es difícil y es aún más tortuosa cuando las cosas no son como se esperaba que fueran. Pero ¿y si
dejamos a un lado la expectativa?, ¿y si aceptamos que cada individuo, cada ser, elige vivir de una forma
diferente a la que uno esperaría que fuera lo normal?, En sí, ¿qué es lo que define ser normal?, ¿de verdad
vale la pena debatir sobre ello? En un momento estás con tu hija y ¿acaso no podría llegar a pensar que
quizá en algún otro ya no? La gente queer está en constante lucha. Le gente queer merece ser aceptada,
respetada y no tendría por qué ser juzgada o señalada. No tendría que generar expectativa sobre “lo normal”.
No deja de ser un ser humano, no deja de ser una persona que tiene sentimientos.

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