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INTRODUCCIÓN

La elección y la vida

El tema de este libro es una pregunta que me


obsesiona creo que desde que tengo uso de razón.
Aún más o aún peor: es la pregunta que ha dado
sentido al uso de mi razón y también la que me ha
revelado los límites de tal racionalidad. Para empe-
zar, ingenuamente, puedo planteada así: ¿en qué
consiste la libertad? Pero nada más formulada se
me enreda con otras -como suele ocurrir con las
verdaderas cuestiones filosóficas- que obstaculizan
y aplazan su respuesta directa: ¿existe realmente la
libertad? ¿es algo que tengo antes de sabedo, algo
que sólo adquiero al saber que lo tengo o algo que
para tenerlo debo renunciar a saber con precisión
qué es? ¿soy capaz de libertad o soy libertad y por
ello capaz de ser humano? Y tantas, tantas otras:
demasiadas preguntas. Por optimismo o pereza, su-
puse que la experiencia de los años me traería las
respuestas y por ello fui difiriendo la redacción de
esta obra, que imagino como el núcleo esencial
de cuanto he escrito. Pero ahora ya sé que ni el
tiempo ni tampoco el espacio sirven para despejar
nuestras perplejidades. Es inútil dejar para mañana
10 EL VALOR DE ELEGIR

lo que mañana me será tan difícil o imposible de ha-


cer como hoy. Por lo tanto, sin respuestas conclu-
yentes, concluyo por intentar responder. Es la pri-
mera y más decisiva de las elecciones de las' que ha-
blaré en las páginas siguientes.
En la mayoría de los casos, cuando los filóso-
fos se empeñan en buscar la «esencia» de un «con-
cepto» lo que realmente hacen es intentar una de-
finición compleja y completa de cierta palabra.
Platón fue ante todo el padre de la semántica, o al
menos de una suerte de semántica trascendental.
La dificultad estriba en que la «esencia» de cada
palabra está también formada por palabras y que
rara vez las palabras que precisan lo esencial de un
término relevante son más fáciles de definir que
'este. De modo que se imponen nuevas búsquedas
no menos esenciales ni menos sujetas a la elucida-
ción semántica. De tales engarces crecientemente
complejos entre definiciones de términos y defini-
ciones de los términos que sirven para definir han
surgido los sistemas filosóficos, construcciones men-
tales a menudo risibles pero a veces intelectual-
mente apasionantes (y de vez en cuando ambas co-
sas juntamente), cuyo mejor exponente moderno
es la Gran Lógica de Hegel, el discurso de un Dios
que antes de crear el mundo pensó que lo más ur-
gente era saber de qué estaba hablando y no qué
estaba haciendo. Salvo casos epigonales y simpáti-
camente patológicos, nuestros contemporáneos fi-
lósofos han renunciado ya a tan vastos empeños.
Hoy ya sólo quedan dogmáticos de la fijación in-
vulnerable de esencias entre algunos de los llama-
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dos científicos sociales pero suelen serIo sólo por


ingenuidad.
¿Nos resignaremos pues a definiciones tentati-
vas que, aunque enriquecidas y vitaminadas hasta
donde sea posible, aceptan desembocar en otras vo-
ces que se dan por establecidas o sabidas, es decir
por abandonadas al sentido común sin ulteriores
indagaciones? Ni aun así tendremos garantizado el
mínimo reposo. Como Nietzsche advirtió implaca-
blemente en su día, sólo los términos al margen de
la historia -en la medida en que tal milagro sea
posible- admiten una definición mínimamente con-
vincente. De modo que podemos definir bastante
bien qué es el número dos, pero no qué es la de-
mocracia o la justicia. Quiere la mala suerte -mi
mala suerte, en este caso- que «libertad» sea pre-
cisamente uno de los conceptos históricamente
más sobrecargados. El término en sus diversas va-
riantes ha sido empleado para designar la condi-
ción social de quienes no padecían esclavitud o de
los ciudadanos de las polis no sometidas al arbitrio
de otras, así como para nombrar la capacidad del
alma de rebelarse o acatar la Ley de Dios, para ce-
lebrar la ausencia de coacciones del sujeto agente,
para señalar derechos políticos o económicos, para
ensalzar la creatividad del artista y para distinguir
a determinadas naciones del mundo sometidas al
capitalismo de los particulares de otras que sufren
el capitalismo del Estado, etc., etc... Demasiadas
peripecias que atosigan a quienes pretenden des-
cansar tranquilos en una sola fórmula de tamaño
manejable.
12 EL VALOR DE ELEGIR

Los problemas insolubles sólo tienen, como es


sabido, malas soluciones: en este caso que nos
aqueja habría que optar por el dogmatismo que
zanja y simplifica o por el escepticismo que, tras
encogerse de hombros, abandona. Pero, como ob-
servó Erasmo a quienes le urgían a optar entre el
Papa de Roma y Lutero, «no navega mal quien pasa
a igual distancia de dos males diferentes». La nave-
gación de este libro intentará un derrotero seme-
jante, sin temer en exceso -hasta aceptando con
activa resignación- su más que posible derrota. En
la primera parte, la más conceptual y menos histó-
rica, habrá de intentarse una antropología de la li-
bertad: con mayor precisión quizá, una antropolo-
gía a partir de la libertad, es decir considerando la
libertad como diferencia específica del género hu-
mano. Como el término mismo está tan sobrecar-
gado de connotaciones inextricables, procuro retra-
sar su salida a escena lo más posible, merodeando
antes en tomo a él con cuestiones sobre la elección,
lo voluntario y lo involuntario, la intención, el azar,
etcétera. Es lo que podríamos denominar «Procedi-
miento Tiburón», en honor de la genial película de
Spielberg que durante buena parte de su metraje
sólo apuntaba al monstruo a través de la cámara
subjetiva y de una música inquietante, exhibiendo
entre tanto víctimas, manchas de sangre y falsos es-
cualos hasta que finalmente lo revelaba en todo su
perverso esplendor.
La segunda parte será un breve repertorio de op-
ciones libres argumentadas, destinadas a compro-
meter las abstracciones de la primera con la peripe-
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cia actual que vivimos y en la que somos. Trato de


algo así como ofrecer unos ejercicios de libertad,
que en cada caso me parecen oponerse a las rutinas
avasalladoras de lo que nuestro padre Sartre llama-
ba «lo práctico-inerte». No pretendo que el resulta-
do de ambas mitades de este caprichoso bocadillo
sea perfectamente satisfactorio: me conformaría
con que fuese plausible en su detalle y sugestivo en
su conjunto. Es decir, una incitación no a cerrar el
capítulo de lo ya pensado sino a continuar pensan-
do y repensando. Como he dicho en otras ocasiones,
la filosofía nunca es para mí la cancelación definiti-
va que nos permite salir de dudas sino el acicate que
nos arroja a ellas, permitiéndonos vivir con digni-
dad inteligente en la ausencia de certidumbres ab-
solutas.

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