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Descartes y Maquiavelo
Autor(es): Simone Goyard-Fabre
Fuente: Revista de Metafísica y Moral, 78º año, nº 3 (julio-septiembre 1973), pp. 312- 334
Publicado por: Presses Universitaires de France URL
estable: http://www.jstor.org/stable/40901456
Consultado: 25-10-2015 15:47 UTC
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Descartes y Maquiavelo
Virlîi o uertu: es un prtnce obligado a -
sostener el cuchillo en la mano
†-.
Su obra contiene los principios de una filosofía política. Así que cuando la
princesa Isabel de Baviera le pidió su opinión sobre el tema, la cosa fue
sencilla. Él no estaba desprevenido, pero se mostraba reacio a seguir ese
camino. Isabel tuvo que pedirle oralmente que leyera El Príncipe de Maquiavelo
y que escribiera su opinión antes de que el filósofo se mostrara dispuesto
a dar algunos retazos de sus tesis políticas. La larga carta de septiembre de
1646 no es, pues, sólo un ejercicio crítico. Ofrece el balance de una larga
reflexión política y su interés reside mucho menos en la exégesis del texto
de Maquiavelo que en el esbozo de una metafísica de la visión política.
La lectura de Descartes exigida por Isabel I no fue tan fácil como pudo
parecer en un principio. En efecto, si en el siglo XVII se leía habitualmente a
Maquiavelo, éste parecía barrer todos los imperativos que, en la
Europa cristiana, habían vinculado la política a la moral. Al mismo
tiempo, este escritor que proclamaba la independencia de la política,
independencia tal que hacía posible una ciencia política, sumía en la
perplejidad a sus atentos lectores. Planteaba un enigma: ¿no parecía estar
proponiendo, en su Printe, un tratado sobre el despotismo y, en sus
Discursos sobre el Primer Destacamento de Z'ite-cinco, escritos al mismo tiempo, una
apología del ideal
¿republicano? Ciertamente, Maquiavelo no fue leído en los ç¡e c y xvriegiècles
Los hombres de hoy, al leerlo, proyectan sobre su obra, a su vez, para
"interpretarla", esquemas progresistas o conservadores, por no decir
revolucionarios o reaccionarios. Sin embargo, en aquella época, como en la
nuestra, los escritos del Secretario florentino eran ambiguos y equívocos. No sólo
su pensamiento variaba de una obra a otra, dando lugar a aparentes
contradicciones y, cuando menos, a paradojas, sino que, sobre todo, mucho antes
que Nietzsche, daba un vuelco a la mesa de los valores cristianos comúnmente
aceptados y se separaba de cualquier fundamento teológico. El fermento
de impiedad, o incluso de ateísmo, que acecha en los escritos de este escritor
político, no deja de ser preocupante. Todos estos elementos, que desde el siglo XVII
desconciertan a los lectores de Maquiavelo, explican que, desde hace más de
cuatro siglos, la polémica no haya encontrado aún una solución y que se hayan
hecho las lecturas más contradictorias de Maquiavelo.a
Así, los monarcas absolutistas, desde Sixto V hasta Napoleón I de Cathe-
1. R. POLIN, Éthique el Poliliqut, Sirey, 1968, p. 119.
2. Ya en abril de 1646 (A. T., IV, p. 406 -esta carta no aparece en la edición
de la Bibliothèque de la Pléiøde a la que nos remitimos para la mayoría de las citas
hechas en este artículo), Isabel había pedido a Descartes que escribiera sus
máximas sobre la vida civil -complementando las dadas en las cartas anteriores
tocando la vida de la comunidad t.
3. carta d ffìiznòetfi, Bibliothèque de la Pléiade, p. 1 236 f¢.
4. Pierre MøsnaRD, 2fss'ii sw ła morałe de Tiesc'irfes, Bolvin, 1936, pp. 190-200.
5. El Príncipe fue escrito en 1513, pero no se publicó hasta después de la muerte de
Maehiavel.
(1527) en t532. Los discursos se recopilaron entre 1513 y 15t8.
6. Se dice que Sixto Qulnt escribió de su puño y letra un resumen del Príncipe que
convirtió en su lectura diaria. Napoleón I-- pasó a los ojos de Chateaubrlønd por la
encarnación del prlnce de Machlavlen.
Isabel pidió a Descartes que leyera el Príncipe. Así que, concienzudo pero,
por lo mismo, igualmente concienzudo, se ciñó a esta única obra. Si, unas semanas más
tarde, lee los Zliscours', todavía no los ha leído en septiembre de 4646. Ni
los Discursos, ni £'Art de Garre, ni siquiera de 3fendrngore. Menos aún se
interesó por los temas y análisis que diversos escritos ocasionales habían
expuesto anteriormente. Lector acrupuloso, Descartes procuraba leer bien lo que
se le pedía. Pero, al mismo tiempo, simplificaba; incluso simplificaba mucho:
una simplificación tranquilizadora, ciertamente, pero también una simplificación
talsificadora a pesar de las referencias explícitas al texto. Descartes como
lector de Maquiavelo no penetra en el pensamiento de Maquiavelo, y la paradoja
es que su lectura fiel de un texto muy breve, por su apego a la letra,
traiciona su espíritu. Descartes sigue siendo un extraño para Maquiavelo. No
se establece la comunicación necesaria entre los dos pensadores, la única que
permite tanto la comprensión como la crítica. ¿Qué retiene Descartes de su
lectura del Príncipe?
Se trata ante todo de una imagen del "nuevo príncipe" que se impone a
Descartes, lector de Maquiavelo. Los problemas del derecho -tanto del derecho
interno como del derecho de gentes- no son, pues, el centro de la reflexión del
filósofo. De este modo, se ve que no se detiene en absoluto en el estudio de los
principados, que sin embargo ocupa los catorce primeros capítulos del Printe
— en Yemen, más de la mitad del libro. No le interesan los problemas jurídicos; la
ideología política que hay detrás no capta su atención. Además, los principados no son
más que abstracciones a sus ojos. El atractivo del libro reside en otra parte.
Descubrió en él un estilo, un nuevo tipo de escritura política, concreta, casi
fenomenológica. E, instintivamente, porque Descartes se ocupa del hombre -
no de ese yo impersonal cuya entera realidad es meramente pensar, sino del
hombre concreto comprometido en esa experiencia de muchos que es la vida
social y política-, se centra en los capítulos xv a xx de El Príncipe. En esto
no se equivoca. Se ha dicho que estos capítulos son los más famosos del libro y
se han considerado la esencia del maquiavelismo. Pero Descartes está ligado a
estas páginas porque Maquiavelo, que hasta ese momento sólo había contrastado
ligera y ocasionalmente al nuevo príncipe -César Borgia- con el príncipe del
estado hereditario -el rey Luis XII de Francia-, pinta un retrato de quien
debería tener el destino de los gobiernos
que opone a las repúblicas", un retrato positivo y preciso. Descartes percibe en ello el
tono justo del texto de Maquiavelo, mucho menos enamorado de un ideal político que
preocupado por las lecciones de la experiencia. Esta "discreción filosófica" en
materia política no es, evidentemente, propia del florentino; es incluso, en cierto
sentido, un signo de los tiempos: el Renacimiento italiano, en efecto, tentado por el
paganismo antiguo, apartándose de las grandes construcciones metafísicas,
procedió a una verdadera refutación del idealismo. Descartes lo sabe. Pero, con la
probidad intelectual que nunca perdió, reconoció con Maquiavelo que en política,
más que en ningún otro campo, no se puede tener razón contra los hechos. La
experiencia lo ha enterrado. También revela que, en este campo, es el más fuerte
quien tiene la victoria. Descartes es, pues, sensible al planteamiento realista de
Maquiavelo sobre el hombre y su historia. No llega a afirmar que el triunfo del más
fuerte sea el hecho esencial de la historia humana, pero aprecia el "espíritu positivo"
que, rechazando la utopía y la imaginación, comanda el audaz realismo político de
Maquiavelo, por el que siente una evidente simpatía.
Sin embargo, para Descartes no se trata de una simple cuestión de método. Al
igual que la princesa Isabel, cuyo juicio sobre este punto aprueba, está
convencido de que la razón no gobierna la experiencia política porque, en efecto,
son los hombres irrazonables los que luchan en la arena pública. No llega a
afirmar, como Hobbes y el propio Maquiavelo, que la fuerza la mayoría de las
veces hace bien; pero sí considera el peso de los hechos y los poderes de lo
irracional en este asunto. Tampoco ignora que un príncipe o una reina tienen un
s i n f í n d e ocupaciones, y que es difícil que escapen a múltiples solicitaciones
para seguir rigurosamente el mejor camino. Descartes reconoce así en el
positivismo de Maquiavelo la necesidad de realismo que siente en cuanto piensa
en la vida política: la mediación y la teoría se detienen en el umbral de esta
existencia compleja donde se mueven intereses y pasiones, donde chocan
fuerzas y facciones. La especulación deja paso a la experiencia y el sentido
común se orienta hacia lo concreto. Los problemas políticos son ante todo
problemas de
1. Hay que señalar que las repúblicas son el tema de las Distours sur la première
décade de Z'ite-Lire y que el título latino del opúsculo denominado "El Príncipe" es en
realidad: De princi palibus: Des princi paulés {o Des Prineipats1.
2. La expresión procede de H. VÉnniNE, Mathiauel ou La science du pouvoir,
Seghers, collection t Philosophes de tous les temps t, 1972, p. 34.
3. J.-J. CuEvALLiEn, op. cit. p. 15.
4. La expresión es de A. RENAunzz, en Machiauel, Gallimard, 1956.
5. Siendo mi i n t e n c i ó n escribir cosas proflbles a los que las oirán, me pareció
más conveniente seguir la verdad real de la cosa que su imaginación. Muchos han
imaginado Repúblicas y Principados que nunca se vieron ni se supo que fueran
verdaderos. Pero del tipo que vivimos al tipo según el cual
debe vivir, que el que quiera aprender lo que se hace por lo que debe callar, aprenda
más bien perder que preservarse t, El Príncipe, cap. xv, p. 335.
6. - Hay dos maneras de luchar, una por leyes, la otra por fuerza; la
El primer tipo es propio de los hombres, el segundo propio de las bestias; pero como
el primero a menudo no es suficiente, es necesario recurrir al segundo. Por eso es
necesario que el príncipe sepa practicar bien la bestia y el hombre t, El Príncipe, cap.
xviii, p. 341.
7. Carta d e Isabel a Descartes, 25 abr 1646. Esta carta no aparece en
la edición de Pléiade. Gf. Correspondencia, edición Adam y Milhaud, P.U.F., t. YII,
8. Respuesta de Descartes a Isabel, ibid, p. 62.
9. Carta de Descartes a Chanul, 31 de marzo de 1649, Blbllothèque de la Pléiade, 328.
p. 1
hecho. Pero estos problemas son tanto más importantes cuanto que "sólo
corresponde a los gobernantes, o a los autorizados por ellos, inmiscuirse en
los asuntos de los demás".
Tal vez porque vivió en una época en que Richelieu, luego Mazarino, tenía que
reprimir las conspiraciones de los grandes, la hostilidad de los hugonotes y
las sublevaciones campesinas, a Descartes no le gustaba la revuelta en materia
política; lo dijo claramente en sus Distomrs de 1637: No puedo en modo alguno
aprobar a estas humeuras confusas y preocupadas, que, no estando llamadas ni por
su nacimiento ni por su fortuna a la dirección de los asuntos públicos, no se
permiten hacer siempre alguna nueva reforma en sus ideas. La crítica, en materia
política, debe ser muy mesurada, incluso muy circunspecta. Un cierto optimismo
une así al filósofo al orden establecido y a la virtud que, respetando siempre
este orden, no deja de ser una fuente de satisfacción. El retrato que Descartes
hace del nuevo príncipe se condensa así, de entrada, en una imagen halagadora:
"un príncipe debe evitar siempre el odio y el desprecio de sus súbditos" - y
considerar que "el amor del pueblo es mejor que las fortalezas". Estos dos
preceptos maquiavélicos parecen "muy buenos" a Descartes, que encuentra en
ellos la nota sensible de su Tratado de la Passiona. Si el príncipe actúa de tal
manera que sus súbditos no pueden odiarle ni despreciarle, ¿no es que despierta
admiración y, correlativamente, estima, incluso amor? El príncipe no aparece
ante Descartes como un héroe dominador, sino como un hombre que, porque sabe
hacer buen uso de su libre albedrío, está en el camino de la sabiduría y la
satisfacción. Que el príncipe ame a su pueblo; a cambio, el pueblo amará a su
príncipe. En la ciudad así gobernada, el desprecio no tendrá cabida; tampoco
las fortalezas y las prisiones. El gobernante poseerá esa "verdadera
generosidad" que es la magnanimidad, y es perfectamente virtuoso. Como
escribió Descartes a Isabel el 8 de septiembre de 1645, al considerarse
parte de lo público, uno se complace en hacer el bien a todos"; e incluso, no
teme exponer su vida al servicio de los demás.
Sin embargo, Descartes no se limitó a leer los capítulos xi x y xx del
Príncipe y, deteniéndose, con el seus crítico que caracteriza su propio genio,
en el conjunto de los capítulos xv a xxiii, en los que la silueta viva del
"jefe" se perfila con sorprendente realismo, formula inmediatamente un nuevo
enfoque del tema.
1. Carta de Descartes a Ghanut, 20 de noviembre de 1647, Bibliothèque de la Plélade,
p. 1 285.
2. Discours de la Méthode, segunda parte, Blbllothèque de la Pléiade, p. 135.
3. Wcuinvsc, Le Printe, cap. xix, p. 343.
4. Jfiid. capítulo xx, p. 354.
5. £ellre de Dasooi-les ó I3Iizobeth, sepfemôrc 646, p. 1 236.
6. Tratado de las Pasiones, art. 53 ã 56 y art. 149.
7. Ibid, art. 152.
8. Ibid, art. 54.
9. Iblä., art. 153. El amor al pueblo no es, pues, en absoluto, para Descartes,
una enfermedad del alma (art. 160), como sostiene la tesis de Stolclen.
11. Nunca se repetirá bastante que Hachiavel no hace un retrato ideal del príncipe. La
verdad es lo único que le atrae (p. 335), hasta el punto de que, cuando presenta la
obra, no tiene más remedio que ir a por la verdad, o ir a por las cosas que son
verdad,
J. Giono no duda en hablar de un materialismo histórico (p. 1501). La expresión es
desafortunada, porque evoca una perspectiva completamente diferente, evidentemente ajena a
Maehlavelli. Pero Maehlavel repudia radicalmente los i lmaglnatlons - y ele
grandes reservas: - hay también otros (preceptos) que no puedo aprobar", dice.
En efecto, el príncipe según Maquiavelo no es el héroe generoso que soñaba
Descartes: el príncipe según Maquiavelo no tiene el deber de ser un sabio, y
debe aprender a no ser bueno - - ; una ambigüedad fundamental le caracteriza:
Recurre a la fuerza, a la duplicidad y a la astucia; y, para él, todo lo que es
necesario para la preservación del bien público, cualesquiera que sean los
medios utilizados, se considera justo... ¿Cómo conciliar estos rasgos, que
definirán el maquiavelismo, con el principio fundamental de la generosidad? Esta
ambición es insoportable p a r a Descartes.
El retrato que hace del príncipe tiene, por sus rasgos precisos y concretos, un gran
valor, no sólo para su corresponsal Francesco Vittori (véase su carta del 10 de
diciembre de 13, pp. 1434 y 1435). El retrato que pinta del príncipe está destinado, por
sus características precisas y concretas, a ser de gran valor, no sólo para su
corresponsal Francesco Vittori (véase su carta del 10 de diciembre de 13, pp. 1434-
1438), sino también para Julián de Médicis, a quien, por otra parte, el opúsculo
estaba orlgliosamente dedicado.
t. Carta de Destarles a il i z a b e f h , 16 de septiembretb, p. 1237.
2. El Príncipe, cap. xv, p. 335; cJ. también El arte de la guerra, libro I, cap. ii, 731, y
p. Discurso sobre la primera década y 7'ite-Lise, libro II I, cap. xxx, p. 685
• La bondad es poderosa (...}, la maldad insaciable.
3. The Printt, cap. xvi, p. 336.
4. Ibid, cap. xvii, p. 338.
5. Ibid, cap. xviii, p. 341.
6. Ibid, cap. xvii, p. 339.
7. Ibiä., cap. xxvi, p. 368.
8. El Príncipe es también el La observación de Maquiavelo en sus Historias de
único que Oportunidades de que la inacción habría dejado ocultas
/forcnfines : - La acción descubre t,
los capítulos xvi i i, p. 1245. diplomático C.hanut fechado el 20 de noviembre de
9. En una carta al
1647 Echemos
reserva un vistazo a esta
(Bibllothèque de la Pléiade, p. 1 285), Descartes se que para
Es mi costumbre",
moralidad, y dice 11, "negarme a escribir mis pensamientos sobre
dos razones: una, que no hay asunto del que los malignos puedan sacar más
fácilmente pretextos para calumniar; otra, que sólo las almas, o quienes están
autorizados por ellas, pueden meterse en la moral de los demás. -
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Descartes y Maquiavelo
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atrevidos y eupidos, que suelen tener más ventaja en hacer mucho daño; que se
arruinarían si, por aventureros, q u i s i e r a n ser buenas personas --;
que, en consecuencia, no se arredran ante la violencia o la mala fe y
que,ensus despiadadas confabulaciones,hacentriunfar lo viril sobre lo
/Es cierto que, para ellos, estas máximas se convierten en la regla
comúnmente aplicada. Es cierto que, para ellos, estas máximas se convierten
en la regla comúnmente aplicada. Así, las artimañas de F'rançoiø Sforza-, la
duplicidad de Perdinando de Aragón-, la crueldad8 de Aníbal -o de G8sar Borgia-, la
impenetrabilidad y el descaro de todos aquellos que òfachiavel cita como
ejemplo, son todas expresiones de una especie de rabia por dejar que
No son los únicos que tienen sentido del decoro o de las convenciones que
requiere una sociedad organizada y pacífica. Su dictadura opresora tiene su
fuente en el ririù, que no es otra cosa que esa fuerza bruta o dureza de
carácter que permite al príncipe ser -como el tutor de Aquiles, Ghiron, mitad
caballo y mitad hombre- a la vez zorro y león... zorro para conquistar las
redes y león para espantar a los lobos. El príncipe usurpador -zorro o león,
da igual-, por haber negado una vez la justicia y la legitimidad, se ve lanzado
al ciclo interno en el que
crueldad llamando a crueldad8 y vicio llamando a vicio, la inhumanidad impone su sabia
ley. César Borgia, debido de Valentinois, era un príncipe, pero no era un hombre...
Si nos fijamos en este retrato del príncipe y en la desaprobación que
muestra a Descartes, podríamos estar tentados de pensar que el filósofo se
propone, como Frédéric vástago de Voltaire, "devolver el género humano a la
virtud" y "oponer un antídoto al veneno de 6iachiavel" para "defender a la
humanidad contra un monstruo que quiere destruirla". La mentación es tanto mayor
cuanto que Des- cartes declara expresamente a Isabel que, "para instruir a un
buen príncipe, [ ... ) hay que proponerle maimesø todo lo contrario -'- a los
preceptos avanzados por Maohiavel". De hecho, Descartes, tan
profundamente imbuido de los valores cristianos, está convencido de que las
acciones monstruosas y cínicas de un príncipe como Fiesar Borgia son una forma
de contradecir los valores de la moral establecida. Rechaza la máxima de que
el hecho es la ley y pasa por alto descaradamente el imperativo moral.
Semejante comportamiento requiere una verdadera inversión de valores, lo que
implica que el hombre bueno es sólo un simple hombre supereficaz, que no se
atreve a dar la batalla.
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el día de reposo. Envuelve una misología que se come a menudo al sentido común y a
la premisa peasimista que postula la trágica módiocridad de la naturaleza
humana-. La sabiduría cartesiana sólo puede oponerse a la técnica política
expuesta por Maquiavelo. "No se puede decir que el primero sea el que está en mejores
condiciones de hacer todo lo que la verdadera razón le dicta, sino que lo mejor es tratar de
ser siempre --. El hecho de que sea mucho más importante hacer temer que amar no puede
constituir ni el principio de la sabiduría ni una regla política segura, porque
-como se dio cuenta el propio Descartes- el miedo sólo se mantiene por el
temor al castigo. Pero como tal auscita una cierta aversión -que es semejante
al horror, del que se sigue una inevitable tristeza, que siempre es infeliz. En
cualquier caso, un príncipe que hace que la gente le tema se prefiere a sí mismo
a cualquier otro hombre, y, hinchado de suficiencia y orgullo -que siempre es muy
antiguo- se ve privado de esa generosidad que acompaña a la humildad; olvidando
que todo hombre, aunque sea súbdito de un Estado, tiene también libre albedrío, y
que debe poder utilizarlo, trata de rebajar a todos los demás hombres para
afirmar mejor su poder y saborear su gloria. Su búsqueda hipócrita del fingimiento,
su tendencia a preferir el ser al estar, su indiferencia ante la reputación de
crueldad para mantener a todos sus súbditos en unión y obediencia, la imagen
venerable y terrible de sí mismo.
la idea de que el arte de gobernar implica el arte de la guerra... son todas traitas
cuya refutación exige la moral de Descartes. La f'raiiè des Pensions, en
efecto, preconiza la generosidad, la benevolencia, la devoción y ese amor al
prójimo" que, del afecto a la devoción, atestigua la solidaridad universal de todas
las cosas; y, como esta solidaridad es un deber para el hombre porque es un hecho
para Dios, el altruismo cartesiano está metafísicamente fundado. Si el prineo
mahiavélico corresponde al retrato que Descartes trazó de él después de su
lectura, no es ni más ni menos que un deapote odioso cuya tiranía no se justifica
ni moral ni axiológicamente.
Sin embargo, la desaprobación de Descartes no le lleva a proponer un Anti
blaehiavel. Se limita a observar que es un tema muy malo para hacer libros, el
comprometerse a dar tales preceptos, que, al fin y al cabo, no son
Descartes se niega a creer que "uno pueda ser odiado tanto por sus buenas
acciones como por las malas". Esto sólo ocurre con los envidiosos, movidos por
una especie de odio. Ahora bien, los príncipes no son envidiados por sus
súbditos; sólo son envidiados por los grandes o por los príncipes vecinos. Por lo
tanto, el príncipe nunca debe abstenerse de hacer el bien. Esto significa que,
según Descartes, la autoridad política conferida al príncipe le exige conocer el
bien y obedecer la ley del deber. No sólo debe aspirar y respetar el bien último
al que aspira toda moral, sino que también debe comportarse de manera
ejemplar, tanto en política interior como exterior. Descartes, en efecto, como la
mayoría de los autores del siglo XV, concibe el poder político como algo
semejante al poder paterno y, más allá, al poder divino. De este modo, adopta la
teoría tradicional de la Iglesia católica con respecto al poder político, que es
inseparable de su fundamento metafísico y teológico, y no puede sino insuflar a
las tesis de Maquiavelo un olor a herejía y ateísmo. Como antes, lo que
cuestiona son los postulados implícitos del pensamiento de Maquiavelo. Y si
antes, en su carta a Isabel, denunciaba la usurpación como señora de la tiranía,
ahora denuncia en los medios ilegítimos que utiliza una herejía política: perversa
por sus efectos, es viciosa por sus principios, ya que niega el origen divino del
derecho de los gobernantes.
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historia. En una palabra, sería un fracaso. Pero esto no nos permite oponer el
supuesto empirismo político de Descartes a su racionalismo, ni su pesimismo
socio-histórico a su optimismo intelectual. Descartes sabía que la sociedad no
está formada por "personas perfectamente razonables, como deberían ser todos
los hombres" y que, por ello, la tarea de un jefe de Estado es tanto más difícil
cuanto que tiene que enfrentarse a situaciones en las que se cuela el propio
desorden de lo irracional. El ejemplo de Richelieu bastaría para demostrarlo.
Después de todo, ¿no hizo escribir al canónigo Machon una Apología de
Maquiavelo? Sin embargo, Descartes rechaza de plano la tentación maquiavélica:
"Desapruebo", dice, "la máxima del capítulo xv: Que, puesto que el mundo está muy
corrompido, es imposible no arruinarse, si se quiere ser un buen hombre durante mucho
tiempo; y que un príncipe, para poder hacer muchas cosas, debe aprender a ser un
buen hombre, cuando la ocasión lo requiera". En política, como en cualquier otra
parte, un hombre bueno es, a los ojos de Descartes, aquel que hace todo lo que
le dicta la verdadera razón. Ninguna razón de Estado puede adquirir precedencia
absoluta y definitiva sobre la "verdadera razón", es decir, sobre la recta razón,
que es capaz de asegurar e l triunfo del orden y del equilibrio en todas las
reuniones. En nombre de
En este contexto, revisten especial interés los siguientes puntos: "la verdadera
razón", que seguirá siendo siempre, en el terreno práctico, como en el teórico,
sinónimo de "sentido común" - "es cierto que lo mejor e s ser siempre (un hombre
bueno)". -. Un príncipe no tiene por q u é ser cruel, malvado o mentiroso. Estas
"virtudes", que algunos califican de marciales, no son en absoluto la marca d e un
jefe de E s t a d o . El ideal pagano que reflejan puede ser un signo de virilidad,
pero no de humanidad. Descartes era demasiado respetuoso con los valores del
cristianismo como para aceptar dar a su filosofía política el horizonte romano que
tentaba al pensamiento renacentista. El llamado "maquiavelismo" de Descartes
revela, pues, su falsedad. Si es cierto que, según el filósofo, una política puramente
racional sigue siendo un ideal inalcanzable, al menos una política razonable merece
todos los esfuerzos de los gobernantes. No cabe duda de que encontrarán muchas
dificultades en este camino, sobre todo cuando se vean obligados a satisfacer -como
sucede a m e n u d o - a partidos que juzgan de forma distinta a lo que es justo. Ser
razonable, pues, es conceder algo a las dos partes - '- pues no es humanamente
posible hacer entrar súbitamente en razón a los que no están inclinados a oírla; pero
es necesario intentar poco a p o c o , ya sea por escritos públicos, ya sea por las
voces de los predicadores, ya sea por tales otros medios, hacerles concebirla - ".
1. Ibid, p. 1233.
3. £elb-e de Descai-(es à Elizabeth, seplambre 28d6, p. 1 239-1 240. ; ef. MnciiixvEc,
El Príncipe, cap. xv, p. 335.
3. Leftre de Descentes ö 2ffiso6ef?i, septiembre J6d6, p. 1240.
4. Discours de la lMéMode, Parte I, p. 126.
5. £etLi-¢ ds Descazles à Af'zoôef/t, sepfemgre ig 6, p. 1 240.
6. Descartes contribuye a la historia del Antirrenacimiento tanto en el ámbito político
como en el científico y filosófico. C/. H. GOUHIER
Pensiez dz Descartes, Gonfriöuïion à î'7tisfoire de /*Anfi-/tcnaissonce, brin, 1958.
7. La expresión es de P. Msssnnn, en Essai sur fa morale de Descartes, Bolvin, 1936, p.
190.
8. - Hay, pues, un polltlque razonable, aunque no puede haber polltlque racional,
H. Gounier, ÛS80i8 4fIf Descartes, p. 276.
9. Lelü-e de Descarlec ä 2fïise#etfi, eeplambre 1848, p. 1240.
10. Ibid, p. 1220.
11. ïbtd. p. 1240.
I. Ibld. en 1240.
2.Véase M cnIAVEL, €C Printc, cap. xxi, p. 357.
3.Descartes aprobaba que Richelleu utilizara toda una prensa política, no sólo para
informar a aquellos de sus súbditos que podían leerla, sino también para mantener un clima
de opinión que le fuera favorable.
4.- La arrogancia de los príncipes, es decir, la usurpación de cualquier autoridad, de
cualquier derecho, o de cualquier honor que el pueblo) crea que no le es debido, es odiosa
para ellos sólo porque la consideran como una especie de injusticia", Carta de Descarles a
Isabel, 8 de septiembre de J8, p. 1240.
5.DESCARTES, Discours de la mêMoäe, segunda parte, p. 134: t Nous ne voyons
polnt que se derriban todas las casas de una ciudad con el único fin de rehacerlas de otra
manera [...]. Con cuyo ejemplo estoy persuadido de que no habría apariencia real de que
un particular pudiera reformar un Estado cambiándolo todo desde los cimientos y
derribándolo para enderezarlo.
6. C/. R. Ports, Ética y política, p. 126.
7.En su estudio sobre Maquiavelo (Club del Libro Francés, 1958), G. Mou- nin recuerda
(p. 152) que el Príncipe fue utilizado sobre todo en el siglo XV e incluso en el XVII
para justificar las luchas contra el Papado, cuyas ambiciones territoriales habían sido
tlagrantes. Maehlavel fue ampliamente acusado de impiedad y ateísmo. Más tarde,
autores como Grotlus, Pufendorf, e incluso Loeke y Montesquieu, tuvieron
dificultades para citarlo debido a su anticlericalismo.
8. G. Ronis-Lxwis, La 54orale de Descarles, P. U. F., t957, p. 105.
331
1. MaciiixvEz, El Príncipe, cap. xv, p. 335; Dlscows, libro I, cap. rir, p. 389.
2. RoussExu, Le C.onfraf soci'if, libro IV, cap. viii.
3. Rcmxvzz, The Prlnee, cap. xv, p. 335.
4. MxciiixvEz, Discows sw la premiêrz ãécade ãe Time-Liat, llvre I, cap. x, p. 410.
5. Dzscxnzzs, Z'rnifé desI Pasiones, , art. 50, p. 72t.
6.' J.-M. Gxanune,
t/nioercifé i Libertad
dz f'oufouse, 253. la filosofía reductora de la voluntad -, Annnfes
1971,yp.razón,
de7I .Carta a Deccarles ã Zflisnéetfi, J nem fõzi, p. i 193. C]. comienzo del lem:ra b Ghanut
8B0 onsosvueamrb ro /6J7,p. 1 286.
Eu8. ,
Politique firme de 1'Ecrilwa Sainle, hwe I I, art. I, propositlon vii.