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Prefacio Las décadas transcurridas desde la Segunda Guerra Mundial han asistido a una explosion de investigacién en historia de la ciencia antigua y medieval. Gran parte de esta investigacién es de asombrosa calidad, y ha enriquecido enormemente nuestra comprensién de los inicios de la ciencia occidental. Sin embargo, los esfuerzos de interpretacién y de sin- tesis comprensiva requeridos para comunicar los frutos de esta investiga- cién a. un ntimero mayor de lectores han sido sorprendentemente escasos. Efectivamente, mientras que la curva de las publicaciones de investiga- cidn sigue creciendo, la produccién de libros de amplio alcance y dirigi- dos al lector de cultura general y a los eruditos de otras especialidades pa- rece estar decreciendo. Un breve repaso de la literatura disponible sobre la ciencia antigua y medieval puede ayudar a mostrarlo. En la posguerra, la primera exposicién sustantiva, informada, de la ciencia antigua y medieval aparecié en un libro de E. J. Dijksterhuis, publicado originalmente en holandés como Mechant- sering van het Wereldbeeld (1950), subsecuentemente traducido al inglés como The Mechanization of the World Picture (1961). En el momento en el que la traduccion inglesa de Dijksterhuis estuvo disponible, el Agustine to Galileo (1952) de Alistair Crombie ya llevaba casi una década ayudando a determinar progresivamente el rumbo y a estimular el entusiasmo entre los historiadores de la ciencia medieval. Quizas el éxito de Crombie desalentd la competicion. Sea cual sea la raz6n, pasaron casi veinte afios antes de que apareciera otro trabajo sintético sobre la ciencia medieval: el breve Phys?- cal Science in the Middle Ages (1971) de Edward Grant, seguido tres afios mis tarde por el de Olaf Pedersen y Mogens Pihl, Early Physics and Astro- nomy: A Historical Introduction (1974), ambos restringidos (como sus titu- 16 LOS INICIOS DE LA CIENCIA OCCIDENTAL los indican) a las ciencias fisicas. Desde el libro de Pedersen y Pihl no ha aparecido nada excepto la coleccién preparada bajo mi direccién, Science in the Middle Ages (1978), que presentaba ordenadamente el talento de dieciséis distinguidos historiadores de la ciencia medieval para interpretar el estado actual de Ja cuestién para un publico relativamente avanzado. Aunque muchos de los ensayos contenidos en Science in the Middle Ages mantienen su estatus de gran autoridad, el libro como un todo sufre por la falta de unidad, los vacios en su alcance y su (creciente) vejez. Asi pues, los tinicos libros muy mencionados que tratan de un modo no meramente incidental la ciencia antigua son los de Dijksterhuis y el de Pedersen y Pihl. Para bien o para mal, la ciencia antigua y la ciencia me- dieval han desarrollado identidades separadas y literaturas interpretativas diferenciadas. E] libro de Benjamin Farrington Greek Science (en dos par- tes, publicadas en 1944 y 1949, respectivamente) abrid el camino de la historia de la ciencia griega. Pronto fue sustituido por el acreditado libro de Marshall Clagett, Greek Science in Antiquity (1957). Le siguié en 1961 The Origins of Scientific Thought, de Giorgio de Santillana. La ciencia ro- mana tuvo un tratamiento separado en Roman Science (1962), de William H. Stahl. Y a principios de 1970, G. E. R. Lloyd escribié los dos volime- nes ampliamente elogiados, Early Greek Science: Thales to Aristotle (1970) y Greek Science after Aristotle (1973), que han dominado el cam- po de modo indiscutido durante las dos tltimas décadas. Veinte afios después de Lloyd y cuarenta después de Crombie (el tl- timo autor que ha ofrecido una cobertura plena de la ciencia medieval) no parece demasiado pronto para un nuevo intento. El presente libro es un producto de esta conviccién. No espero que reemplace a sus predece- sores, especialmente los excelentes voltimenes de Lloyd, sino alcanzar al- gunas otras metas. En primer lugar, me he esforzado por tomar en cuen- ta un considerable cuerpo de investigacién del que no disponian mis predecesores. (Por ejemplo, alrededor de unos dos tercios de los item de la bibliografia al final de este libro no estaban disponibles para Lloyd y Grant, a principios de la década de 1970.) Segundo, uniendo la ciencia antigua y la medieval en un solo volumen, he conseguido la oportunidad de examinar cuestiones de continuidad entre la ciencia antigua y la me- dieval de un modo que el tratamiento en dos mitades no permite, y tam- bién me ha permitido plantear problemas de transmisién que de otro modo tienden a desaparecer en el corte. Tercero, como el subtitulo de este libro quiere sugerir, creo que he in- tentado situar la ciencia antigua y medieval en el contexto filoséfico, reli- PREFACIO. 7 gioso e institucional (especialmente educativo) mds persistentemente que los autores de estudios globales previos. No soy el primero en prestar atencién al contexto filosdfico. Pero no creo que exista otro estudio mo- derno que haya tomado en cuenta seriamente el contexto religioso sin empacho y sin un programa apologético 0 polémico. Si he hecho alguna contribucién original, probablemente radica ahi. Mi propésito en este libro es sintético mas que enciclopédico. Me es- fuerzo en ser amplio en el alcance, afrontando los grandes temas de la his- toria de la ciencia antigua y medieval, proporcionando a la vez suficientes datos fiables sobre los hechos para satisfacer las necesidades del lector que en principio no sabe nada sobre el tema. Desde luego, me he apoyado en la erudicién acumulada en el pasado, pero no he dudado en ofrecer nue- vas interpretaciones y nuevas opiniones sobre viejas disputas histéricas. Indudablemente he dependido mas de las tradiciones interpretativas de la ciencia antigua (en la que, con toda honestidad, soy un extrafio interesa- do) que de la ciencia medieval (mi propio terreno). Y, obviamente, no pre- tendo haber logrado todo eso «acertadamente» —o siquiera haber hecho todas las preguntas correctas— ya sea en el periodo antiguo o en el me- dieval. Lo que espero es que este libro sea recibido como una contribucién aun continuo didlogo sobre el tema que aborda. He escrito teniendo en mente a un publico variado. Los pasajes en los que sermoneo al lector sobre los modos adecuados de hacer historia y le advierto contra una variedad de peligros (un lector del manuscrito me ha reprendido por la frecuencia de mi «inoculaci6n anti-Whig») se recono- cern inmediatamente como producto de la larga experiencia docente. Y espero que efectivamente este libro resulte apropiado para el uso en cla- se. También espero que servird para el lector de cultura gencral y los his- toriadores que no estan especializados en la historia de la ciencia antigua y medieval. Finalmente, dos observaciones sobre las notas a pie de pagina” y la bi- bliografia. He usado las notas no sdlo con propésitos de documentacién y aceptacion de deuda académica, sino también como una oportunidad * A lo largo del presente libro hay numerosas citas, sobre todo de textos antiguos 0 medievales, En ocasiones, hay traducci6n castellana de las obras citadas y asi se ha indi- cado en la bibliografia. No obstante, las distintas traducciones incluso a un mismo idio- ma, sea éste el inglés o el castellano, de obras gricgas o latinas presentan a veces diferen- cias considerables. Tales diferencias pueden aumentar cuando se trata de una traduccion inglesa y una castellana de una misma obra clisica. En el caso que nos ocupa esto resul- taba muy obvio, y ha hecho aconsejable traducir los textos citados por Lindberg directa- 18 LOS INICIOS DE LA CIENCIA OCCIDENTAL para un continuo comentario bibliografico, en el que sugiero fuentes (fre- cuentemente de un nivel avanzado) en las que el tema en cuestién puede ser proseguido fructiferamente. Segundo, tanto en las notas como en la bibliografia (con el publico estudiantil y el lector no especializado en mente) he subrayado mucho la literatura en lengua inglesa. Las fuentes en lenguas extranjeras estén incluidas sdlo donde me parece que no hay nada comparable en inglés. Nadie cubre un tema tan amplio como éste sin mucha ayuda, y estoy profundamente en deuda con amigos y colegas que han hecho lo mejor que han sabido para instruirme en las complejidades de sus distintas es- pecialidades y me han sacado de la confusién y el error. No siempre he sido un pupilo apto, y algunos todavia encontraran en este libro interpre- taciones que no les gustan. Cada capitulo ha sido leido y comentado por colegas conocedores del tema tratado. Mi mayor deuda es con cuatro personas que leyeron el ma- nuscrito de principio a fin y me ayudaron a ver sus deficiencias mas ma- nifiestas: Michael H. Shank, Bruce S. Eastwood, Robert J. Richards y Al- bert Van Helden. Los que han Jeido uno 0 mas capitulos de sus areas de competencia son: Thomas H. Broman, Frank M. Glover, Harold J. Cook, William J. Courtenay, Faye M. Getz, Owen Gingerich, Edward Grant, R. Stephen Humphreys, James Lattis, Fannie J. LeMoine, James Longrigg, Peter Losin, A. G. Molland, William R. Newman, Franz Rosenthal, A. 1. Sabra, George Saliba, John Scarborough, Margaret Schabas, Nancy G. Siraisi, Peter Sobol, Edith D. Sylla, el fallecido Victor E. Thoren, Sabetai Unguru, Heinrich von Staden y David A. Woodward. El manuscrito fue evaluado por el uso en clase, 0 usado en test reales en clase, por varios es- pecialistas. Por la informacién proporcionada quiero dar las gracias a Edward B. Davis, Frederick Gregory, Edward J. Larson, Alan J. Rocke y Peter Ramberg. Por su ayuda en la identificacion y obtencién de ilus- traciones estoy en deuda con Bruce S. Eastwood, Owen Gingerich, Ed- ward Grant, John E. Murdoch y David A. Woodward. Y por los mapas doy las gracias al University of Wisconsin Cartographic Laboratory. Si esta lista es destacable por su longitud, s6lo puedo explicar que necesita- ba toda la ayuda que podfa conseguir. mente de su versi6n inglesa, sin acudir a las traducciones castellanas existentes de los ori- ginales antiguos o medievales. En ningén caso se trata de un juicio de valor sobre las mis- mas, sino simplemente de que asi lo exigia la fidelidad al texto de Lindberg. (N. del t.) PREFACIO 19 La idea de este libro surgié de las discusiones en la Universidad de Florida, en la primavera de 1986, sobre un posible proyecto de un libro de texto de historia de la ciencia. Por la inspiracién y el 4nimo quisiera dar las gracias a Frederick Gregory (la fuerza impulsora del encuentro) y a otros participantes en las discusiones, incluyendo a William B. Ash- worth, Richard Burkhardt, Thomas L. Hankins y Frederic L. Holmes. El libro fue escrito durante mi periodo como director del Institute for Re- search in the Humanities en la Universidad de Wisconsin. Es improbable que el proyecto hubiera seguido en marcha sin la indefectible eficiencia de mi ayudante administrativa, Loreta Freiling, y el firme estimulo y apo- yo de los colegas del Humanities Institute y del Departamento de Histo- tia de la Ciencia. El libro fue terminado durante la estancia de un mes en el Bellagio Study and Conference Center of the Rockefeller Foundation. Estoy en deuda con la fundacién y con los directores del Bellagio Center, Francis y Jackie Sutton, por proporcionarme un incomparable marco en el que reflexionar y escribir. Y finalmente, estoy profundamente agrade- cido por la paciencia de mi esposa, Greta, y mi hijo, Erik, que sirvieron como impagables consultores sobre el estilo de la prosa y conocen este li- bro como una serie de fragmentos desconectados, sin ninguna secuencia determinada.

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