Está en la página 1de 9

TEMA 19.

LA ORFEBRERÍA VISIGODA

Los visigodos llegan a la Península Ibérica en el año 415, fundando su capital en


Toledo, reino que perdurará casi tres siglos, ya que sólo sucumbirá ante la invasión
árabe que, proveniente de África, les vence hacia el año 711.
Los visigodos, como todos los pueblos bárbaros que tuvieron contacto con la
civilización romana, sintieron especial predilección por el uso de las joyas de oro
adornadas con piedras preciosas, semipreciosas, o simplemente vidrios de colores. Este
pueblo llegó incluso a tener fama de poseer las joyas más lujosas y ornamentadas.
La fama que la orfebrería visigoda alcanzó, fue tal, que existen crónicas como las de
Venancio Fortunato y Fredegario, que narran el aspecto deslumbrante de las basílicas
visigodas por la decoración de bellísimas coronas y cruces, muy ornamentadas.
También San Isidoro en sus textos, afirma que el arte visigodo en España y en especial
su orfebrería, era el más adelantado con respecto a otras zonas europeas.
Pero la riqueza de la orfebrería visigoda, también ha sido estudiada por autores más
recientes como José Ferrandis Torres, que realizó un gran estudio sobre las artes
decorativas visigodas para la colección de la Historia de España de Menéndez Pidal.
Balamaseda, centrará su estudio en el Tesoro de Guarrazar, Caballero Zoreda, en las
fíbulas aquiliformes y por último, autores como Orlandis o Ripoll Palol que se centran
en la Historia de los visigodos en España.
Pero tampoco debemos pasar por alto los catálogos elaborados para exposiciones
monográficas como “Los visigodos y su tiempo”, celebrada en el Museo de Santa Cruz
de Toledo en 1984.
Por otro lado, la producción de la orfebrería visigoda se basaba principalmente en
láminas de oro caladas, decoradas con piedras preciosas o semipreciosas y cristales de
roca. Dicha orfebrería es muy distinta de la que en esos momentos se utilizaba en la
Península, como era la hispanorromana. Esta última orfebrería utilizaba en sus obras el
modelado, mientras que la orfebrería visigoda utilizaba láminas de oro y piedras, con
carácter más efectista que artístico.
Los procesos técnicos de fabricación ofrecen un gran interés en la orfebrería visigoda,
ya que en la mayoría de las ocasiones se puede saber su procedencia y cronología.
El material que más trabajaban los visigodos era el oro, siguiendo la tradición antigua.
El primer lugar, se realizaba el batido de pepitas de oro hasta conseguir finas láminas
mediante la percusión a martillo o por medio del tórculo. Después se aplicaba sobre las

1
láminas una serie de técnicas decorativas, tales como el repujado, que se realizaba con
punzones golpeados con un mazo, el grabado, con instrumental punzante, el calado,
filigrana, damasquinado, incisiones, etc. Pero lo primordial en esta decoración es el
gusto por la utilización de piedras preciosas o semipreciosas, talladas a veces mezcladas
con vidrios de colores; éstos eran utilizados en sustitución de las piedras preciosas por
lo difíciles que eran éstas de tallar.
Estas piedras se adherían a la lámina de oro por medio de los engastes o sujeción de
pequeños cilindros que atravesaban la piedra, como es el caso de las perlas y los
aljófares.
Y una vez vistas las técnicas, materiales y decoración de estas piezas, pasamos con el
desarrollo del tema dividido en tres bloques. El primero es el estudio de objetos
pertenecientes a la iglesia; el segundo los objetos de uso personal y el tercero, el estudio
de los tesoros propiamente dichos. Antes de comenzar, aclararé que con orfebrería, me
referiré a aquellos objetos realizados en oro y plata; la metalistería designará a aquellos
realizados en bronce y la toréutica para el metal en general.
En cuanto al primer bloque, el de los objetos, los dividiremos por un lado en objetos
pertenecientes a la iglesia, de uso litúrgico o bien ofrendas votivas y por otro lado,
tenemos objetos de uso personal.
Comenzamos con los objetos de uso litúrgico puesto que las basílicas visigodas poseían
una gran cantidad de objetos de culto. Casi ninguno ha llegado a nuestros días, debido
por una parte a la invasión árabe, que se apoderó de muchas de estas obras, y por otra
parte a los abusos en algunos sectores clericales, que utilizaban vasos litúrgicos con
otros fines distintos que los religiosos. Por esta razón no nos queda ningún cáliz ni
ninguna patena en metal noble.
Pero sí nos han llegado piezas aunque incompletas y realizadas en bronce, como jarritos
litúrgicos cuyas partes se fabricaban por separado para luego ser soldadas; pátenas que
solían llevar una corona central con inscripciones alegóricas a su carácter religioso,
inciensarios de origen oriental, lucernas que son lámparas sagradas y osculatorios que se
han encontrado en enterramientos, por lo que se cree que debieron tener alguna
significación religiosa.
Y el segundo grupo de objetos pertenecientes a la iglesia, son los votivos. Y es que era
frecuente en la corte visigoda ofrecer a las basílicas ofrendas destinadas al culto como
depositar coronas, cruces, lucernas, etc. El ofrecer una corona votiva a la basílica tenía
un significado de entrega del poder terrenal al religioso, y la unión del poder real con el

2
divino, es por eso que de algunas coronas penden cruces latinas. Venía a sustituir a la
cruz del altar que el sacerdote miraba durante la misa.
Además la Corte Toledana promocionó una orfebrería que necesitaba la presencia de
unos talleres propios y de artesanos especializados, algunos de ellos derivarían de
trabajar las hebillas con piedras y celdillas rellenas de pasta vítrea. Pero a partir del siglo
VII la llegada de orfebres bizantinos hace de la orfebrería visigoda la etapa de mayor
esplendor.
Las joyas visigodas del siglo VII están representadas en los mejores ejemplos de estos
trabajos que se encuentran en los llamados tesoros, como son el Tesoro de Guarrazar y
de Torredonjimeno y que estudiaremos detenidamente más adelante.
En cuanto al segundo bloque, los objetos de uso personal, ya el Arzobispo hispalense
San Isidoro, enumeró las joyas con las que se complementaba la indumentaria de la alta
sociedad visigoda. Entre los objetos de adorno se encuentran coronas, mitras, diademas,
collares, pulseras, agujas, cadenillas, pendientes, fíbulas y anillos de diversas clases,
todos ellos en oro y piedras preciosas. Buen ejemplo de ello son dos objetos que se
guardan en el Instituto Valencia de Don Juan: son dos hebillas de cinturón, constituidas
por dos chapas de oro repujadas y cinceladas, unidas por clavos y rodeadas por hilos de
oro, con decoración vegetal y roleos.
Pero tal y como apunta Ferrandis, el objeto más importante se halla completando una
arqueta de ágatas, de estilo mozárabe, de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. Es
una placa de oro de forma rectangular lobulada que se decora con grandes cabujones de
variadas piedras preciosas, y su superficie se divide por bandas planas, en las que se
incrustan granates, siguiendo un estilo semejante al esmalte cloisonné. Su mayor
originalidad consiste en que las superficies lisas que quedan entre estas fajas presentan
animales aislados o pareados de varios colores, siguiendo la auténtica técnica del
esmalte.
Estos objetos de uso o adorno personal, hay que buscarlos en las necrópolis, y su
variedad e importancia dependerá de la posición económica del difunto. Estos ajuares
funerarios pueden agruparse en tres grupos: el periodo previsigodo, el visigodo y el
bizantino. En el primer grupo se ve que la población indígena se resiste al uso de los
objetos de los invasores y sigue utilizando los de la baja época romana. Pocos adornos
propiamente godos han llegado hasta nosotros de origen español. Las piezas del
segundo grupo constituyen el momento más original del ajuar bárbaro en España, y de
este tiempo son las más ricas necrópolis excavadas. Destacan sobre todo las fíbulas y

3
los broches de cinturón que veremos posteriormente. Y ya el tercer grupo, corresponde
al último momento de la permanencia de los visigodos en nuestro suelo. Se caracteriza
por el influjo bizantino, que triunfa e impone su arte sobre las otras aportaciones
extrañas, teniendo su máximo exponente en la joyería de Guarrazar.
Pero durante el siglo VI, cuando aún pervivían las tradiciones de la Antigüedad tardía,
se desarrolla una técnica de objetos visigodos germanos, como son los broches
circulares, realizados en oro, con incrustaciones de pasta de vidrio incrustada en
celdillas. Fue en la etapa de las grandes excavaciones del siglo VI, las del Carpio de
Tajo, Castiltierra y Herrera de Pisuerga, cuando se encontraron ajuares con influencias
germánicas.
Las piezas características de las necrópolis de la meseta son principalmente fíbulas de
arco y placas rectangulares de cinturón.
En cuanto a las fíbulas de arco, eran al principio macizas y mal proporcionadas, e iban
unidas por ribetes. Están formadas por una placa de resorte semicircular, con aguja y
guardapuntas, realizadas en plata y en bronce. Este es el tipo de fíbulas más antiguo, a
partir del que se desarrollará una rica tipología llamada “fíbulas de arco, tipo I, tipo II y
tipo III”.
Las del tipo I están realizadas en una sola pieza de bronce, con placa de forma
rectangular de enganche, con aguja y guardapuntas que apoya en charnela.
En el tipo II comienza la introducción de decoración de tipo geométrico, evolución de la
anterior. Se encuentra frecuentemente en las piezas visigodas hispánicas. La fíbula de
tipo III se fabrica también en bronce, pero se realiza con la técnica del molde, la
decoración es en este tipo más abundante, de forma geométrica y vegetal, con mayor
número de apéndices. Algunas de estas fíbulas, en su reverso, suelen usar material de
hierro.
Otro tipo de fíbulas más evolucionadas son las de arco y charnela, formados por un arco
plano triangular. Estas llevan decoración geométrica. Su origen lo encontramos en la
época romana, fueron posteriormente reutilizadas por los visigodos.
Por último hay que destacar la fíbula omega, de oro, circular abierta y rematada por dos
botones troncocónicos. Al igual que en los modelos anteriores, son de tradición romana
y adaptados por los visigodos.
Existen fíbulas aquiliformes, que en la mayoría de as opiniones proceden de la
orfebrería ostrogoda. La estilización de estas aves es muy esquemática, ya que
representan la silueta del ave sin garras, con la cabeza vista de perfil y las alas abiertas;

4
el cuerpo está formado por un círculo que lleva engastada una piedra o cabujón y,
resaltado con otro engarce, aparece la zona del ojo de la figura.
En cuanto a los broches de cinturón, suelen presentar placa rectangular de varios tipos:
decorada a base de cabujones y hebilla de forma oval, con mosaico de celdillas y hebilla
ovalada, con hebilla ovalada unida por medio de charnela y con lengüeta. En otros casos
los broches presentan forma de animal marino.
Al igual que ocurre con las fíbulas, hay dos tipos de broches de cinturón muy comunes,
que también se dividen en “tipo I y tipo II”. Los broches de cinturón del primer tipo
presentan una hebilla en forma de anillo ovalada articulada a una placa rectangular; es
un modelo típico de los talleres locales. Los pertenecientes al segundo tipo se realizan al
igual que los anteriores, pero presentan una decoración con celdillas de vidrio o pasta
vítrea coloreada.
En las necrópolis se han hallado asimismo las placas, de forma rectangular, fundidas en
un solo cuerpo, decoradas con apéndices, incisiones o láminas de plata. En algunos
casos presentan incrustaciones recubiertas de pasta, con cabujones en los ángulos y en el
centro, lo que aparece mostrar una evolución desde formas sencillas a decoración
diversa por toda la placa.
También existe un gran número de placas de hebilla de forma liriforme, que presentan
una decoración geométrica que, a medida que se va complicando la decoración
geométrica, van mezclándose con decoración vegetal. La mayoría se presentan con dos
resortes de sujeción del pasador y uno o varios apéndices. Su inspiración es claramente
bizantina, con influencias romanas, germánicas y merovíngeas.
En el siglo VII esta orfebrería visigoda fina desaparece por los nuevos modelos, que son
más estilizados, realizados mediante la técnica de fundición, grabado o calado, imitando
la los modelos francos, burgundios y, sobre todo, orientales.
Y continuamos el tema con el tercer bloque, que es el estudio propiamente dicho de los
llamados tesoros y que como ya comenté, no son más que depósitos de objetos votivos
enterrados apresuradamente al tener conocimiento de la invasión musulmana.
Probablemente, salvo alguna excepción, fueron ofrecidos como exvotos y exhibidos
sobre el altar de alguna iglesia de particular devoción. Corresponden pues, estos
hallazgos al calificativo de votivos.
En primer lugar estudiaremos el tesoro de Guarrazar, que se descubrió en el pueblo
del mismo nombre, cerca de Guadamur, en Toledo, por un desprendimiento de tierras
causado por las lluvias de 1858, siendo descubierto un año después. Entre los restos

5
arquitectónicos que aparecieron en los muros de una pequeña habitación, especie de
cámara lateral de una iglesia, se descubrió una serie de joyas, que debieron guardarse
intencionadamente para ponerlas a salvo de la invasión árabe.
El Tesoro de Guarrazar se dispersó a través del comercio de antigüedades, estando
algunas de sus piezas en París, hasta la recuperación de las mismas por parte del
Gobierno español en el intercambio realizado con Francia en 1941. Fueron
posteriormente depositadas en el Museo Arqueológico Nacional. Otra parte del tesoro
fue adquirido por Isabel II pasando a la Armería Real, donde sufrió una serie de
expolios.
Dicho tesoro estaba formado por una serie de coronas votivas, cruces, cadenas de oro y
otros restos de orfebrería visigoda de menor valor, destacando principalmente las
coronas votivas. Éstas eran donadas por los reyes visigodos a las basílicas, en donde se
colgaban en su interior, suspendidas por cadenillas. Casi todos los estudiosos de la
orfebrería visigoda coinciden en la influencia de este rito, tomado por la Corte e
Bizancio, de la etapa de Justiniano, cuando donó a la iglesia de San Vital de Rávena una
patena de oro y su esposa Teodosia un cáliz del mismo material, imponiéndose a finales
del siglo VII esta costumbre en la monarquía.
Destacan tres coronas: la de Suintila, la de Recesvinto y la del Abad Teodosio. La
primera fue robada en 1921 de la Armería Real, era de doble chapa de oro enriquecida
con piedras semipreciosas, pendían unas letras con la frase “SUITHINTHILANUS REX
OFFERET”; con lo cual podemos fecharla entre los años 621 y 631. El fondo del dibujo
lo formaban finas placas, que producían el efecto de esmalte, ajustándose los engastes a
las formas de las piedras.
La corona de Recesvinto es quizás la más espléndida, está formada como la anterior por
dos piezas semicirculares, movidas por charnelas y cerradas por pasadores; está
realizada con la técnica de doble chapa de oro, lisa en su interior y decorada en el
exterior. La superficie decorada está formada por una zona central y dos pequeñas
franjas al extremo que la encuadran. La parte central presenta decoración geométrica
romboidal que alterna con cabujones y aljófares unidos por verdugones repujados y
calados, así como rellenos con piedras semipreciosas. Al igual que la Corona de
Suintila, presenta letras pinjantes con la inscripción “RECCESVINTHUS REX
OFFERET”.
La Corona del abad Teodosio es la más sencilla de las tres; consiste en una lámina
finísima de oro repujada, sin incrustaciones de piedras y luce en el centro la inscripción

6
“OFFERET MULUSCULUM SCO STEFANO THEODOSIUS ABBS”, lo que nos
indica cómo la costumbre real de ofrendar a la basílica coronas votivas pasó a
extenderse a otros estatus sociales.
También componen el Tesoro de Guarrazar nueve diademas de oro, de carácter votivo,
éstas sin ningún tipo de inscripción y presentando una gran variedad ornamental como
engarces de piedras preciosas, aros repujados con decoración vegetal, aros calados y
composiciones de enrejado con pequeñas piedras semipreciosas.
Acompañando a las coronas se encontraron unas cruces en las que se destacaba la
misma técnica de chapa calada. La cruz colgante de la corona de Suintila era una pieza
de disco central y brazos desiguales. La cruz de la Corona de Recesvinto está formada
por una serie de cabujones que contiene piedras semipreciosas y perlas pareadas sobre
cápsulas altas en los extremos. En el reverso de la cruz hay una aguja, que debió ser
originariamente un broche de sujeción. Los últimos estudios la suponen un pectoral de
uso personal de monarca, con especial exvoto. Es esta cruz la que algunos historiadores
del arte creen que supone una pieza importante, quizás del mundo bizantino, privando
de la creatividad existente en el mundo hispanovisigodo, aunque el material, técnica y
procedimiento de la chapa calada son técnicas de la orfebrería visigótica, patente en
todas las piezas del Tesoro de Guarrazar. Además, esta técnica fue asimilada y mejorada
por los visigodos de los talleres romanos, porque utilizaron un sistema parecido en la
joyería por medio de chapas circulares cóncavas con rosetas caladas, tratamiento muy
parecido al de la cruz de la Corona de Recesvinto.
Por lo tanto, las coronas del Tesoro de Guarrazar demuestran una técnica más avanzada
que la de la orfebrería ostrogoda y lombarda, conservadas en Rávena. El oficio de
orfebre pudo ser aprendido en las estancias de los visigodos cerca del Danubio, y una
vez que se instalaron en Hispania, evolucionan hasta crear una orfebrería propia
visigoda. Por otro lado, la orfebrería del Tesoro de Guarrazar fue especialmente
realizada como piezas votivas, para ser suspendidas en los altares de las basílicas y
producir efecto deslumbrador de la corte visigoda.
Además se ha encontrado en la Corte toledana visigoda una esmeralda perteneciente al
Tesoro de Guarrazar, correspondiente a la adquisición de la Armería Real, grabada una
escena iconográfica religiosa de la Anunciación. Aunque el estilo de ésta es oriental,
parece que se trata de una pieza reutilizada por los orfebres visigodos. Lo mismo sucede
con la fíbula circular de oro encontrada en Medellín, con la escena de la Adoración de

7
los Reyes Magos, acompañada de un rótulo griego y de clara influencia de los talleres
sirios.
Y ya por último, el Tesoro de Torredonjimeno es el otro conjunto importante de la
orfebrería visigoda, su descubrimiento fue fortuito, a principios de siglo XX, 1926, en la
localidad del mismo nombre en Jaén. Tras una serie de incidencias casi se terminó con
los objetos de este tesoro, resultado del desconocimiento de su valor artístico e
histórico. En la actualidad se encuentra repartido entre los museos arqueológicos de
Córdoba, Barcelona y el nacional de Madrid.
Está constituido por un conjunto de fragmentos de coronas votivas, pequeñas cruces y
otros fragmentos, en un material de oro de baja aleación, con esmaltaciones e
incrustaciones de almandinas.
En el Museo de Arqueología de Córdoba se hallan cruces lisas cuyos brazos se
ensanchan al exterior, con decoración vegetal formada por hojas y flores con los tallos
serpenteantes y repujadas con doble lámina de oro; poseían anillas para pinjantes hoy
desaparecidos.
En el Museo Arqueológico de Barcelona hay una cruz semejante a la anterior, pero con
los brazos ligeramente iguales, decoración vegetal repujada y chatón central.
Pero la más importante es la que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, que,
aunque incompleta, presenta una decoración semejante a la del Tesoro de Guarrazar,
pero con dibujo de trazo más fino.
En algunas cruces del Tesoro de Torredonjimeno aparecen inscripciones con los
nombres de las Santas Justa y Rufina, por lo que el profesor Almagro Basch cree que
dicho tesoro podría haber formado parte del tesoro de la Basílica de Santa Justa y Santa
Rufina de Sevilla, y que al producirse la invasión árabe un grupo de fieles intentó salvar
este tesoro llevándolo a Jaén.
Las restantes cruces del Tesoro de Torredonjimeno son lisas y de menor tamaño, sin
ninguna inscripción y recortadas directamente de la chapa. Hay otra serie de cruces
llamadas “Deauratas et gemmatas” con una decoración a base de piedras y vidrios de
colores.
En general, la orfebrería del Tesoro de Torredonjimeno, a pesar de utilizar la misma
técnica que las del tesoro de Guarrazar, posee una calidad inferior, por lo que habría de
pensar en la existencia de dos talleres, uno en la Meseta, en Toledo, cerca de la Corte,
de mayor brillantez, y otro en Andalucía, Sevilla o Córdoba, inferior, pero al alcance de
una clase social elevada.

8
Existen también otros tesoros menores como el de Villafáfila, en Zamora, formado por
cruces recortadas en láminas, decoradas con piedras preciosas de diversos colores.
Y ya para concluir, apuntaremos que la conversión al cristianismo hizo que
desapareciese este tipo de ajuar visigodo, pasándose a realizar más piezas de carácter
litúrgico.
La orfebrería visigoda continúa en la Alta Edad Media, aunque introduce en esta nueva
etapa algunas diferencias en la ostentación de los orfebres visigodos, pasando a un gusto
más discreto, con técnica muy minuciosa, que recuerda a modalidades bizantinas,
existiendo mayor afición por los camafeos y entalles antiguos. Debían existir coronas
como las del Tesoro de Guarrazar y cruces procesionales que no han llegado hasta
nuestros días. Aunque sí podemos destacar que la mayoría de las piezas de las que
hemos hablado con anterioridad podemos verlas en las colecciones del Museo
Arqueológico Nacional y en el Instituto Valencia de Don Juan.

También podría gustarte