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Tema 8.1 - Reporte de lectura TRIBALISMO PORSMODERNO.

DE LA IDENTIDAD A LAS IDENTIFICACIONES

Proyecta una figu -ra de conjunto muy senciJla, que de hecho reaparece en todos los
periodos de profundas mutaciones. Está, por otro lado, la vida salvaje, acaso algo
anómica, en todo caso desordenada. Empero, en ocasiones es preciso "filosofar
martillo en mano". Literalmente, se ha abstraído de una realidad social que ya no la
reconoce como tal.
Esa lógica del "deber ser" apuntala el resentimiento y la hostilidad del policía, el juez
y el cura que llevan dentro todos aquellos que quieren o dicen querer hacer felices a
los demás, en su lugar y a veces incluso contra su voluntad. De allí ese mecanismo de
proyección, tan usual, que consiste en ver este mundo más miserable de lo que es,
para poder hacerse cargo de él, para poder salvarlo. Lukacs, en su época, a los
periodistas. No cabe duda que la expresión puede aplicarse al conjunto de la elite
moderna.

Allí radica precisamente su abstracción, su desarraigo. Allí encuentran fundamento


su arrogancia y su cinismo. Todo ello secreta pensamientos convencionales,
despierta buenos sentimientos y todo aquel "moralismo" que caracteriza a las
"almas superiores" instaladas en la cúspide de la jerarquía social. Encontrar las
palabras para decir nuestro tiempo.

En efecto, hace unos quince años, cuando todavía no e staba a la moda, propuse la
metáfora de la " tribu" para dar cuenta de la metamorfosis del vínculo social, para
atraer la atención hacia la saturación de la identidad y d e su expresión, el
individualismo. Algunos intelectuales -en ocasiones los mismos que lo criticaron-
aceptan otorgarle la debida importancia. La realidad del tribalismo está allí,
cegadora, por fortuna y por desgracia. Sí, el tribalismo, en todos los ámbitos, será el
valor dominante durante las décadas por venir.

Es preciso entonces ubicar sus "caracteres e senciales", según la expresión acuñada


por Durkheim. Semejante tarea no debe ser tomada a la ligera. No po r nada Le
Temps des tribus se publicó en inglés, español, portugués, italiano, alemán y
japonés. Si admitimos que el tribalismo es una tendencia de fondo, es preciso
elaborar, más allá de una sociología de las circunstancias, un pensamiento destinado
a durar.
Admito que es una auténtica paradoja indicar con certeza una dirección mediante
"palabras" carentes de la certeza del concepto. Es mejor que seguir dale y dale con lo
mismo, pronunciando palabras mágicas. En cualquier situación, ante cualesquiera
protagonistas, no saben hablar sino de ciudadanía, República, Estado, contrato
social, libertad, sociedad civil. He allí, en mi opinión, las dos raíces del tribalismo
posmoderno.
Intersticios en las palabras y en las cosas. En ocasiones, el verdadero saber está en lo
que se mueve, en el aspecto trémulo y estremecido de lo vivo. Allí radica la escasa
verdad, la verdad aproximada a la que podemos aspirar. Cabe en semejante
paradoja una auténtica exigencia intelectual, que se opone a la tendencia dominante
de nuestra época y que intenta tomar en serio los sueños colectivos sin por ello
imponer las cortapisas de los prejuicios teóricos.

De hecho, el pensamiento creador puede ser considerado como tal cuando es


congruente con la intuición creadora de una época dada. Recordemos aquí que la
intuición es aquella "visión interna" que percibe, de la manera más íntim~ la energía
propia de un individuo, una situación o un conjunto social dados. En ese sentido, el
tribalismo es un fenómeno cultural, antes que político, económico o social. Cabe
admitir que todo ello se aleja mucho de los valores universalistas o racionalistas que
caracterizan a los detentores de los poderes actuales.
No obstante, es seguro que dichos valores nativos son fuente de esas rebeliones de
la fantasía, esas efervescencias multiformes, ese abigarramiento de los sentidos tan
brillantemente ilustrados por esa especie de delirios colectivos contemporáneos que
he llamado en francés affoulements, que acaso podría traducirse como
"multitudelirios", retomando el juego de palabras entre Joule, "multitud", y
affolement, "enloquecimiento". " Sólo es posible pensar el aspecto nativo del
tribalismo partiendo de "las cosas en sf'. Desde ese momento, adoptando una
postura fenomenológica ampliamente ejemplificada por la meditación de Heidegger,
se asume que la verdad radica en la revelación de lo que está allí de antemano. He
señalado en repetidas ocasiones que la posmodernidad se caracteriza por el retomo
exacerbado del arcaísmo.

El progreso lineal y cierto, causa y efecto de un evidente bienestar social, pro-gres o


"pro-greso", está cediendo el paso a una especie de "regreso", no una regresión sino
un "re-greso", que podríamos llamar en francés regres. Dicho "re-greso" es
característico del "tiempo de las tribus". Podríamos hablar a este respecto de
"regrediencia", retomo en espiral de valores arcaicos que acompañan el desarrollo
tecnológico. In-gresar sin pro-gresar, he allí a mi parecer el reto para nuestras tribus
contemporáneas.
objetivo por alcanzar, no les importa el proyecto económico, político o social por
realizar. Prefieren acceder al placer de estar juntos, a la intensidad del momento, al
goce del mundo tal cual es. De la misma manera, privan en ciertas ocasiones, desde
un punto de vista civilizacional, actitudes de "ingresión" que favorecen una
revivificación social, incitándonos a sumergimos en el inconsciente colectivo. Es
decir, a tomar en serio las fantasías comunes, las experiencias oníricas, las
manifestaciones lúdicas mediante las cuales nuestras sociedades vuelven a expresar
lo que las ata al substrato arquetípico de toda naturaleza humana.
Ya he indicado en otras ocasiones que el vitalismo en cuestión puede ser detectado
en las efervescencias musicales. Sin embargo, también es perceptible en la
creatividad publicitaria, en la anomia sexual, en el retorno a la naturaleza, en el
ecologismo circundante, en la exacerbación de lo piloso, de la piel, de los humores y
los olores corporales, en suma, de todo lo que de animal tiene lo humano. Tal es en
efecto la paradoja esencial de la posmodernidad, que escenifica el origen, la fuente,
lo primitivo y lo bárbaro. Así, al infundir -de manera no siempre consciente- un
renovado dinamismo a un cuerpo social en proceso de envejecimiento, la fidelidad a
las fuentes se convierte en factor de porvenir.

Desde semejante óptica, el tribalismo constituye la expresión de un arraigo


dinámico. Se trata del mito del niño eterno, del niño viejo, presente en ciertas
culturas. No tiene una identidad precisa, sino que asume identificaciones múltiples.
Algunos de mis detractores consideran que el tribalismo, que ya resulta
empíricamente indiscutible, pertenece a una sola categoría de edad, la de la
adolescencia prolongada.

El habla joven, la moda joven, la esmerada atención prodigada al cuerpo, las


histerias sociales, son algo ampliamente compartido. Todo individuo,.
independientemente de su edad, su clase o su estatus social, se halla contaminado
en mayor o menor medida por la figura del "niño eterno". La cultura heroica, propia
del modelo judeocristiano y también del modelo moderno, se basaba en una
concepción del individuo como ente activo, "amo de sí mismo", capaz de dominarse
y de dominar a la naturaleza.

El adulto moderno es una expresión consumada de semejante heroísmo.


Una vez más, es preciso encontrar la palabra apropiada para designar la vitalidad
inactiva de las tribus posmodernas. Se trata, pues, de la vitalidad del "niño eterno",
algo lúdica y algo anómica. Según la expresión acuñada por Guy Debord, esa
"prodigiosa inactividad" -un tanto amenazante para el orden establecido-
caracterizaba antaño a unos cuantos grupos vanguardistas, bohemios, marginales o
voluntariamente excluidos. Hoy por hoy, todos los pretextos son buenos cuando se
trata de vivir en grupo esa pérdida de sí en el otro, perfectamente ilustrada por
Dioniso, ese niño perpetuo, y por las bacanales que él promueve.

Induce otra manera de relacionarse con la alteridad, con ese otro que es el prójimo,
con ese otro que es la naturaleza. El "niño viejo" posee una tolerancia y una
generosidad indiscutibles, cuya fuerza proviene de aquella memoria inmemorial de
la humanidad que "sabe", gracias a su saber incorporado, que más allá o más acá de
las convicciones, de los proyectos de todo tipo, de las finalidades más o menos
impuestas, está la vida, con su inagotable riqueza, la vida sin finalidad ni uso, la vida
a secas. En suma, la esencia del judeocristianismo radica en la formidable tensión
hacia la "Ciudad de Dios", trátese del Paraíso en un sentido estricto o de la sociedad
perfecta. Dicha tensión religiosa o político-moralista exigía un adulto fuerte y
racional como actor.
Por ende, su actor es un "niño eterno" que, mediante sus actos, sus maneras de ser,
su música, la puesta en escena de su cuerpo, reafirma ante todo su fidelidad a lo que
es. Sería un error pensar que esa fidelidad equivale a la aceptación de un statu quo
político, económico o social. En mi propio trabajo, he establecido un vínculo
estructural entre Dioniso, el tribalismo y el nomadismo. Tal e s, también, el sentido
del tribalismo.
para recordamos, con gran pertinencia, que un lugar en el que el hecho de no morir
de hambre ha sido obtenido a cambio de morir de aburrimiento no amerita el
nombre de "ciudad" . En contraposición a la anemia existencial provocada por la
excesiva racionalización de lo social, las tribus urbanas subrayan la urgencia de una
socialidad empática, donde las emociones y los estados afectivos elementales sean
compartidos. Cabe recordar que el "trato comercial", fundamento de todo estar-
juntos, no es un mero intercambio de bienes, sino también un "intercambio de
ideas", un "trato amoroso". Recurriendo a términos más antropológicos, podríamos
decir que por momentos se observa un desplazamiento fundamental, cuando se
pasa de la polis a la thiasis, de un orden político a un orden fusional.

Lo que he propuesto llamar el "tiempo de las tribus", que indica la saturación de la


lógica de la identidad, describe precisamente esa transición. El tribalismo nos
recuerda, empíricamente, la importancia del sentimiento de pertenencia - a un lugar,
a un grupo- como fundamento esencial de toda vida social.

EL IDEAL COMUNITARIO

OrRA DE las claves, otro de los "caracteres esenciales" del neotribalismo


posmoderno radica efectivamente en la dimensión comunitaria de la socialidad, en
la puesta en escena de identificaciones múltiples. Es importante insistir sobre este
punto, pues a menudo se escribe o se dice que el individuo y el individualismo son la
marca esencial de nuestros tiempos. 234 ~ICHEL MAFFESOLI con proyectar sus
propios valores sobre el conjunto social. Basta con observar la importancia que han
cobrado la moda, el instinto de imitación, las pulsiones gregarias de todo tipo, las
múltiples histerias colectivas, los multitudelirios musicales, deportivos o religiosos
que he menoionado en repetidas ocasiones, para convencerse de lo contrario.

El asunto resulta aún más gracioso por el hecho de que la misma clase intelectual,
arrastrada por la tendencia de su época, funciona de manera inconsciente según un
tribalismo a prueba de todo. El mundo universitario nos brinda a este respecto un
ejemplo consumado, pues se halla constituido por un conjunto de clanes, cuyos
miembros se reconocen por su agrupamiento en tomo a un héroe epónimo. En
todos los casos anteriores, resultan claramente perceptibles el papel del amiguismo
y la importancia de las redes de influencia. Obedecen a un proceso endogámico que
justifica a menudo la relación entre mediocracia y mediocridad, relación cuya
importancia aún no ha sido cabalmente ponderada.

Y qué decir del mundo político y sindical, con sus corrientes y subcorrientes, sus
tendencias y demás clubes de pensamiento, que traducen en los hechos la
fragmentación de esas organizaciones homogéneas otrora fundamento de la
modernidad. Nuevamente, la fuerza de las cosas conduce al triunfo del tribalismo. El
proceso tribal ha contaminado ya las instituciones sociales en su conjunto. Las
preferencias sexuales, las solidaridades escolares, las relaciones amistosas, las
aficiones políticas o religiosas van a ser factores determinantes en la instauración de
redes de influencia, amiguismos y demás formas de ayuda mutua ya mencionadas,
que constituyen el tejido social.

Más vale admitir que, a contrapelo de lo social -racionalmente pensado y


organizado-, la socialidad es una mera concentración de pequeñas tribus que se
empeñan, en la medida de sus posibilidades, por avenirse, adaptarse, transigir entre
ellas. La única certeza es que la vida en sociedad ya no se construye a partir de un
individuo dotado de una identidad fuerte, de un individuo que sirve de fundamento
al contrato social, a la ciudadanía elegida o a la democracia representativa defendida
como tal. La vida en sociedad es ante todo emocional, fusional, gregaria. De hecho,
en todas las instituciones arriba mencionadas, el tribalismo es una práctica común,
más o menos disimulada.

El libre examen y la crítica individual distan de ser valores activos en la era


contemporánea. En efecto, se puede decir que ni el individuo, ni el individualismo
teórico que lo apuntala, hallan ya cabida ni en los ejemplos citados ni en todos
aquellos, tan numerosos, que constituyen empíricamente nuestra vida cotidiana.
Priva hoy la saturación, entendida aquí en su sentido más intenso, del elemento
fundamental de todos los sistemas teóricos occidentales. El "tiempo de las tribus" es
el revelador de dicha saturación.

En el fondo, tal es la revancha de lo "dionisiaco", tal es el ambiente erótico de la vida


social, tal es la importancia otorgada a la "proxemia cotidiana", tal es lo que pone en
juego el mito del puer aeternus. El imperativo categórico kantiano -imperativo
moral, activo y racional- cede el paso a lo que podríamos llamar, retomando las
palabras de Ortega y Gasset, un "imperativo atmosférico", que debe ser entendido
como un ambiente estético donde lo único que cuenta es la dimensión
transindividual, colectiva, inclusive cósmica. Tal es la saturación del sujeto, la
subjetividad de masa, a la que me he referido anteriormente como el "narcisismo de
grupo" y demás formas del urgrund colectivo. Entiéndase aquí el "fondo" como lo
más hondo que sirve de fundamento , y como capital fundamental .

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