Está en la página 1de 31

La Tiranía sin tiranos

David Trueba

1
Preámbulo
Los griegos acuñaron el término idiota para describir a aquella persona que se
ocupa solo de sus intereses privados y no de la cosa pública. Dentro de la burbuja flota
feliz el bobo perfecto. Nosotros extendimos el concepto y, tantos años después,
llamamos idiota, más bien, a la persona que se perjudica a sí misma con sus acciones.
Idiota sería quien, por ejemplo, se golpea con una piedra en la cabeza repetidas veces
o alza el martillo para descargarlo sobre sus dedos. Sin embargo, cuando descubrimos
que lo hace convencido de perseguir su bienestar particular y el de los suyos, por más
equivocado que nos parezca, tendemos a mirarlo con ternura.

El siglo XXI es el siglo de la ternura. Nunca ha habido en la historia de la


humanidad tanta empatía hacia el otro, tanta hermandad, tanta solidaridad, a veces
expresada a tal velocidad que basta un aleteo de las redes sociales para levantar un
vendaval de cariño hacia alguien que no conocemos. Enternecerse es una acción
cotidiana que nos hace sentirnos mejores personas. Por mucho que pensemos que la
crueldad, la maldad o el cinismo aún dominan las emociones humanas. es la ternura la
que se impone a todas. Incluso quienes se quejan de que hay demasiados libros y
películas donde se celebra la acción, la violencia, la persecución, el exterminio y el
daño al otro, si fueran honestos en la contabilidad llegarían a la conclusión de que son
más las obras dedicadas a engrandecer la virtud de la ternura.

Entregamos a la multinacional del entretenimiento infantil Disney la elaboración


del discurso emocional de nuestros niños. A cambio, nos los devuelven convencidos
de que las sirenitas marinas existen y los animales poseen un mundo interior complejo
y romántico. Se teje una telaraña de sentimentalismo en torno a nosotros y actuamos
envueltos en melaza. ¿Cómo podría alguien molestarse ante tanta ternura? La lástima
es que la ternura de unos padres nunca ha garantizado la inteligencia de los hijos.

Durante siglos, el terror, el miedo, la amenaza fueron el arma para someter a los
más a los intereses de los menos. Los poderosos no encontraban mejor estrategia. Con
torturas abominables preservaban su posición de privilegio. La conquista de los
derechos fue una corrección necesaria, toda dominación tendría que ejecutarse dentro
de unos límites. Pero tras atravesar un siglo XX pleno de matanzas, con los modelos
de exterminio más sofisticados de la historia puestos en práctica con incondicional
apoyo popular, se percibió que incluso un sistema pensado para equilibrar los poderes,
como la democracia, podía verse incapaz de frenar la crueldad cuando la llamada a esa
crueldad se perfumaba con aromas emocionales como la patria, la raza, la fe y el
beneficio económico.
2
Ni siquiera la democracia lograba acabar con la tensión perpetua en las relaciones
humanas, donde se enfrentan los intereses de unos con los de los otros. Nadie es tan
ingenuo como para confiar en la bondad de los extraños salvo en la hora desesperada,
así que cada cual se protege para resistir el acecho de los oportunistas. Servidores y
señores intercambian sus papeles, pero cuando cae el disfraz, el argumento descubre
la misma comedia de ratón y gato. Para resolver ese conflicto se reforzaron los
controles institucionales y se promovieron las uniones regionales entre países. Si
aspirábamos a un mundo con valores intocables, convenía difuminar las fronteras
nacionales que tanto agravio provocaban. Sustituir la crueldad por la ternura era el reto.
Nacieron asociaciones e instituciones que promovían la bondad general, y hasta la
radiofórmula se llenó de mensajes de enternecedora ambición fraternal que coreaban
vivas a la gente y afirmaban que nosotros, we, un gran nosotros, éramos el mundo, the
world, tomados todos de la mano en un arco iris plurirracial.

De este modo, la ternura nos sedujo, y aunque prosiguieron los detectables


elementos de fraude, explotación y vejaciones, el discurso público se rebozó en
sentimentalismo. La acción política se reconvirtió en la búsqueda de solución a las
necesidades íntimas, a los intereses, a la comodidad, al estado de ánimo de la
ciudadanía. Y los ciudadanos lo recibieron con alborozo, hasta el punto de convencerse
de que ese político que les estrechaba la mano en el mercado durante la campaña
electoral los distinguía entre todos los demás. Un político para mí. El Estado perfecto
pasó a ser aquel que colocara tu interés personal por encima de los intereses colectivos.
Es decir, el Estado se ofrecía para fortalecer las paredes de tu búnker particular
desgajado de lo colectivo y, por regresar a la certera definición de los griegos, te
convertía en un perfecto idiota.

Uno le pedía a su gobierno ternura y el gobierno se la concedía. Ya no funcionaba


el señor amedrentador y las fuerzas de coacción, sino que debían ponerse en
funcionamiento las estrategias de seducción y adulación. Con la llegada de la televisión
a los hogares y la definitiva expansión de los medios de comunicación de masas, la
relación entre ciudadano y poder se transformó en una visualización de las virtudes del
poder. El acceso a él estaba reservado para quien demostrara firmeza, pero también
buenas maneras y una obstinada fe en la ternura. Esta ternura tenía que ser televisada,
y los gobernantes pasaron a emular a los vendedores de coches y aspiradoras que se
asomaban a la ventana de tu hogar para ofrecerte ventajas, comodidad y ahorro de
tiempo y energía. Los líderes mundiales empezaron a Visitar hospitales, a abrazar a
víctimas y a coger en brazos a cualquier niño que se les ponía a tiro.

3
Cuando llegaban al poder mandatarios autoritarios y líderes con mano de hierro
no era para aplicar esta mano sobre ti, sino sobre los demás, contra las reivindicaciones
colectivas que podían afectar a tu confort personal. Fueron los perros guardianes de
nuestros miedos. A quien bien te quiere, le permites que haga llorar a otros.

Este escrito trata de responder a una pregunta: ¿acaso no vivimos en una tiranía,
pero sin tiranos? Sería demasiado sencillo concluir con una afirmación ramplona y
describir cómo la ternura nos lleva a la injusticia. Porque nunca el mundo ha
experimentado tantos avances y tanto respeto por la opinión pública, nunca ha habido
tantas oportunidades de progreso, tan larga esperanza de vida entre muestras
asombrosas de solidaridad. Así los dos neandertales de la viñeta festejaban el aire puro
que rodeaba su caverna, la falta de estrés y masificación, para terminar por reconocer
que su esperanza de vida no alcanzaba los treinta cinco años, de modo inverso nosotros
podemos quejarnos de todos los males y amenazas, que afectan al mundo
contemporáneo, pero a cambio vivimos unas condiciones que nunca se han disfrutado.
Si nos sorprende el grado de abandono y mezquindad que sacude a una parte de la
población lo achacamos a una fatalidad consecuente con el tamaño ingestionable del
planeta. Pero cuando detectamos que nuestras condiciones de vida empeoran, quizá
tememos demasiado que la pregunta se vuelva incómoda: ¿y si el tirano fuéramos
nosotros?

La democracia como certificado de calidad


Si Stalin pudiera despertar y ojear el estado de su patria, convendría con el resto
de los líderes soviéticos que un presidente como Vladímir Putin ha demostrado mayor
habilidad que ellos para leer el signo de los tiempos. Paternal, duro pero entrañable,
aficionado a las aficiones más populares, exitoso en sus apuestas de éxito, lleva al
mando del país desde el año 2000 bajo un manto de ternura y el higiénico certificado
de calidad de la democracia. Mao Zedong, otro político de enormes ambiciones que
culminó su reforma con un sistema criminal, miraría de igual modo la conversión de
su patria china en la economía más potente del mundo. Gracias a un comunismo
político y una gestión capitalista, el mandatario Xi Jinping ha rediseñado las normas
para alargar su estancia en el poder más allá de lo que cualquier otro líder de su gigante
país logró jamás. Y las democracias sucumben a los encantos del dinero al eludir la
denuncia de la corrupción y los atropellos de los derechos humanos para ofertar, en
cambio, sus mecanismos de inversión al gran capital chino. Un capital que llega, como
los productos envasados, con el certificado de garantía de apto para consumo.

4
No son solo los países de tradición autoritaria los que han experimentado un
cambio esencial en su modo de abordar el poder. En los Estados Unidos gobierna un
campeón de los negocios, al modo en que logró Silvio Berlusconi el triunfo electoral
en Italia, aupados ambos por la ilusión ciudadana consistente en pensar que si los países
se gestionan como empresas privadas el resultado será saludable. Venció en las
elecciones a Hillary Clinton, que personalizaba el giro de las sagas políticas
occidentales hacia los valores monárquicos tradicionales. El poder hereditario, la
familia que se releva en el trono. los apellidos que invocan superioridad. Los más
exitosos líderes latinoamericanos han sucumbido a la tentación monárquica de
prolongar en el tiempo su mandato, sin los rigores de las limitaciones higiénicas y la
alternancia. Han surgido partidos políticos de un solo líder, unipersonales, y también
las sagas familiares se perpetúan en el poder, como i el parentesco dotara de mágicas
dotes de mando, algo que nadie se atreve a comparar con la cadencia hereditaria del
nepotismo monárquico.

Gran Bretaña le dijo a Europa, —tras un referéndum que evidenció la grandeza


y miseria del voto popular, en el que valen lo mismo las emociones que las razones,
las soflamas que las ideas y las mentiras que las verdades— que prefería caminar sola
antes que sometida a los rigores del acuerdo colectivo. Y es precisamente ese acuerdo
colectivo, cualquier acuerdo colectivo, el que peor prensa tiene entre las fuerzas
políticas más populares. Porque acordar es renunciar, el que acuerda traiciona.

La dinámica de nuestro tiempo es acercar el poder al terruño, arrebatárselo a los


burócratas lejanos que se pintan como gestores desalmados y sin otra patria que las
aceleradas bolsas financieras, para devolvérselo a los nuestros, los que velarán por
nosotros y nuestro confort porque viven, o eso dicen, en la calle de al lado. O, peor
aún, los que responden a ese esquema mafioso y sentimental de la familia, la famiglia.
La lejanía, la distancia, que fue durante unas décadas el sueño de organización política,
ve ahora regresar a su contrario, la cercanía, la proximidad, el vínculo emotivo. Yo
quiero ser el poder y el poder quiere que yo lo sienta como una prolongación de mí
mismo. Estoy en política por ti.

La tendencia de todos los grandes países hacia el individualismo nacional es


paralela a la tendencia natural de las personas a considerarse a sí mismas y a los suyos
merecedores de mejores atenciones y cuidados que los demás. Vuelve de pronto el
cariño paternal, la caricia maternal, y todos somos niñoides. El yo contra el ellos, el
selfie contra el protagonismo ajeno. Esto me lleva a recordar aquella certeza de mi
amigo el guionista Rafael Azcona, que me hacía ver que todos los regímenes
totalitarios habían fracasado a lo largo de la historia por no atreverse a destruir la
5
familia y el vínculo familiar. Esa fuerza social minúscula, expresión más cercana del
poder y la complicidad, acaba venciéndolo todo. En la familia la ternura basta para
justificar los daños a otros, nos queremos mucho, luego nos perdonamos mucho, somos
indulgentes con nuestros crímenes. La ternura, pues, podría convertirse en monstruosa.

La ternura frente al mal


Cuando las mayorías consolidadas reclaman penas más largas de prisión, cuando
se enfurecen porque los códigos penales no incluyen un castigo mayor para los
culpables, no lo hacen como esas hordas linchadoras de otros tiempos, feas y fascistas.
Hoy lo hacen siempre amparadas en la ternura por las víctimas, por los familiares de
las víctimas, a los que acompañan en el sentimiento, y su dolor lo reciclan en
autoritarismo y reivindicación de más dureza. La víctima es un invitado de lujo cuyo
daño, que ya no podemos reparar, usamos de manera sutil para hacer frente a las
amenazas, aun a costa de mayor represión, jamás de prevención y deseo de reforma
del delincuente.

Las redes sociales han terminado por apoderarse de esta motivación. Son una
versión portátil del acceso universal a la televisión. Ahora la pequeña pantalla nos
acompaña en la mano y requiere nuestra atención a cada segundo para explicarnos lo
cómoda que es la vida, lo cerca que estamos de aquello que deseamos. Para ello tiene
que crear un mecanismo de intercomunicación. Ha quedado superado ese modelo
televisivo en el que alguien con autoridad nos hablaba y conducía. Ahora nos dejan a
nosotros el volante.

El mando a distancia nos permitía cambiar de canal con facilidad y nos dotaba
de sensaciones de libre elección. Ahora se trata de introducirnos nosotros en la pantalla.
Somos comentaristas a destajo, para que nunca dudemos de que somos los dueños del
juego. No hemos perdido poder, nos dicen, lo hemos ganado, y de manera irrebatible.
Para convencernos de ello, la realidad es transformada en una ficción digerible y la
narrativa nos obliga a aceptar ser personajes.

Ya somos personajes más que personas. Los individuaos que deciden exhibirse
se transforman en productos en venta, expuestos a la mirada de todos, pero siempre en
su pose de escaparate, la más favorecedora. De ser real la exposición y no una
impostura, la imagen resultante sería de un dolor insoportable. Pero si dejas la
amargura de la vida fuera del autorretrato provocarás la envidia. Lo interactivo consiste
en colocarnos en el centro de la trama. Tú eres el protagonista, dicen los lemas
publicitarios. Pero al asumir esa posición nos sometemos a una vigilancia voluntaria.

6
Son muchos los que han apreciado un parecido evidente con los fantasmas del Gran
Hermano de Orwell. Salvo que ahora te expones tú mismo a la mirada del otro al
incorporar una cámara que retransmite tus movimientos las veinticuatro horas del día
y revela lo que piensas y anhelas.

El linchamiento de las personas en las redes es una deriva natural de esa ternura
coaccionadora. Si nos exhibimos con la cara más vendible y amable, cualquier error
será para nosotros tan grave como el pecado cometido bajo la mirada del Dios medieval
que tanto temían las personas. Alguien superior los observaba en sus comportamientos
más íntimos y eso hacía que se viviera en el temor de Dios. Acaso Dios no sea más
que una cámara de vigilancia de calle, pero con una óptica tan amplia que lo ve todo.
Así, cuando alguien es pillado en falta, se le pasea por la red en cueros, para que todos
los asistentes al desfile disfruten al verlo alquitranado y rebozado en plumas y barro
como se hacía con los expulsados de los saloons del Salvaje Oeste. ¿O no es así
también como Adán y Eva fueron desalojados del Edén?

El pánico a la mala reputación


Las alertas describen el mundo de los adolescentes como un universo a dos
velocidades donde la virtual ofrece deseo y complacencia al instante. Pero la
exposición en pantallas también ofrece oportunidades nunca vistas para el acoso, el
aislamiento y la amenaza grupal contra la víctima. Regresamos al pánico a la mala
reputación que fue característico de la aldea. Puede que vivamos en un mundo sin el
rigor religioso de otros tiempos, que ha quedado reservado a ciertas dictaduras
musulmanas y movimientos evangélicos, pero los temores generales son los mismos.
Hemos regresado a esa Edad Media en la que el pánico era un arma de control de los
comportamientos y de sometimiento general. Toda era tiene sus miedos. Es más, la
historia de la humanidad es la historia de sus miedos.

Queremos ser buenos, queremos ser percibidos como bondadosos y ejemplares,


y eso se contradice con una parte de nuestras pulsiones. Así que, en un proceso de
adulación comercial nunca visto, lo que resulta más conveniente es que esas pulsiones
malignas no sean percibidas como defectos, sino también como virtudes. Virtudes de
firmeza, seguridad y protección, porque podemos ser buenos, lo somos, pero no
queremos que se nos tome por tontos, que alguien venga a aprovecharse de nuestra
bondad, de nuestra ternura. Nada nos indigna tanto como que algún avispado use la
ternura flotante de las redes sociales para robar dinero de donaciones tras mostrar la
enfermedad rara de su hija o suplique por sus necesidades urgentes y, tras despertar

7
nuestra solidaridad, se descubra que todo era falso. Sale a relucir entonces nuestro
instinto vengativo, con nuestra ternura no se juega.

Lo más hiriente es que en el proceso de beatificación de nuestras pulsiones más


negativas se ha naturalizado la maldad. Los ejemplos más llamativos residen en la
significación emocional de los distintivos nacionales y la protección frente a los
emigrantes. Europa, más unida que nunca en la gestión, parece reivindicar pueblo a
pueblo sus diferencias sustanciales. Yo quiero seguir siendo yo, parecen decir las
naciones como lo harían las personas, ellas sí con un comprensible sentido de la
identidad y la pertenencia puesto que son seres vivos y emocionales. Pero las naciones
no son niños, no son jóvenes necesitados de reafirmarse y matar al padre para, una
década después, reconocerse en él.

La individualidad es necesaria para las personas porque de no dotarnos de esa


significación seríamos tratados como ovejas. Aunque parezca un oxímoron, las
naciones individualistas están imponiéndose como la forma de gobierno más deseada.
De nuevo la ternura y la adulación obran milagros. Milagros tan controvertidos como
hacer renacer los partidos nacionalistas en lugares como Alemania, donde hace menos
de cien años provocaron la destrucción con recetas similares. Milagros como anular la
capacidad de los israelíes para disentir de las políticas de asentamientos y opresión a
los palestinos. También en el Este de Europa los países parecen correr hacia una
definición de sí mismos basada en la intransigencia con los demás, y raro será el país
que pueda mirar la paja en el ojo ajeno sin antes reparar en la viga que lo atraviesa.

En Polonia el gobierno acaba de aprobar una ley por la que se castigará al que
sostenga que los crímenes nazis en su territorio pudieron cometerse con colaboración
local. Turquía ya hace tiempo que aplica similar rasero para negar el genocidio
armenio, pero precisamente esa negación es delito en Francia, como lo es en
prácticamente todo el continente el negacionismo de los crímenes nazis. Las leyes, que
son la representación de ese autocontrol necesario para no pervertir las democracias,
parecen haberse convertido también en el brazo armado de los libros de texto de
historia.

España no es ajena a la imposibilidad de obtener un relato acordado en torno a


los asuntos de su pasado nacional, y serán las leyes también, si no lo son ya, las que
establezcan lo que se puede decir de la conquista y cristianización de América, de la
expansión imperial, la diversidad interna, las guerras de reconquista y las distintas
batallas civiles. ¿Por qué la ley?, se preguntarán algunos. Porque una rara
interpretación de la democracia concede a la fuerza numérica la capacidad para

8
imponer el canon, cuando precisamente la democracia es puesta en cuestión
permanente. Ahora la historia la deciden las mayorías, por votación. Sometamos todo
a referéndum. El que gana obliga a los demás a dejar de pensar, a dejar de ser.

Esto puede dar risa, pero funciona así. Los países parecen ahora querer votar qué
fue qué, cómo sucedieron las cosas, quién es bueno y quién es malo, qué estatua
representa la bondad del pasado y cuál debe eliminarse porque nos cuestiona en el baúl
de nuestra historia común. Hace poco vimos retirar en Barcelona la estatua de un rico
comerciante que había fraguado su fortuna con el comercio negrero, pero ¿no sería
entonces coherente derribar edificios levantados con ese dinero, despojar a familias de
su fortuna y devolver parte del producto interior bruto a Haití? ¿O se trata solo de
cosmética de a bondad, de la apariencia de ternura?

Cosmética de la Ternura
¿Por qué sucede esto? Porque los nuevos ciudadanos necesitan considerarse del
lado del bien, exigen que la imagen de sí que les de-vuelve el espejo sea favorecedora.
Somos los buenos, se dicen, y empujan de manera evi-dente a los que se oponen o
disienten a ocupar el sector de los aguafiestas cuando no sencilla-mente de los malos.
La ficción permite este reparto de papeles tan grosero. Basta ya de le-yenda negra, les
dicen a los españoles, todos los demás países tuvieron su Inquisición, y de ese modo
logran que nos entre un orgullo re-verdecido. Y en ese reverdecer hay una vuelta a los
orígenes de la taifa, al gobierno tribal, a no cuestionarse nada de lo que nace de
noso-tros y nuestras emociones. Los enemigos de mi patria son mis enemigos, y si mi
patria incluye también a enemigos míos, entonces me conviene inventar una patria más
pequeña y más limitada para dejarlos fuera, porque yo solo quiero estar con los buenos,
con los míos.

¿Infantilismo? Quizá, pero nadie niega que con argumentos infantiles se puede
alcanzar una crueldad digna de los adultos. En uno de los clásicos del cine español.,
Chicho Ibáñez Serrador se preguntaba quién puede matar a un niño, y la pregunta
bastaba para dejarse vencer por la maldad de los inocentes. Las vallas que rodean el
territorio de los inocentes más afortunados se alzan como barrera de resistencia tras el
foso que conforman los mares. Los ricos se separan de los pobres por todos los medios
posibles. Como señores de las moscas, hemos convertido nuestros países en castillos
feudales casi inexpugnables. En tiempos de satélites hipersofisticados y conexiones
globales muy desarrolladas, tratan de alcanzar nuestra costa barcas de remo con
vecinos del África subsahariana a bordo, los mismos que intentan superar nuestras

9
vallas reforzadas con ganchos de concertina en asaltos espontáneos masivos, y estas
travesías medievales personifican el contraste entre lo moderno y lo antiguo.

Los tiempos se superponen


Sin que nos demos cuenta en nuestra era se combinan la sofisticación
vanguardista y la resistencia neandertal. En lugar de denunciar la crueldad, gana
terreno cualquier partido político que venda el control, la agresividad fronteriza.
¿Cómo es posible que en la era de la ternura se nieguen incluso los derechos humanos
básicos a los refugiados que salen de países en guerra, en un paso atrás que nos
devuelve al tiempo anterior a las convenciones humanitarias en caso de conflicto
bélico? Y por si quedaba duda de este retroceso moral para combatir al enemigo los
países occidentales han autorizado la tortura y los internamientos paralegales. Pero,
eso sí, con la mostrenca sutileza de levantar un limbo carcelario en Guantánamo, nunca
en casa.

Y, aún mejor, organizar cámaras de tortura en aviones en vuelo para no dejar en


mal lugar a ningún país soberano. Y asesinar selectivamente desde aviones no
tripulados manejados anónimamente en la distancia. Es la externalización de la
maldad, la subcontrata del sicariato.

De tanto en tanto la imagen de un niño muerto, alguna oleada de información


afrentosa desgaja estas certezas y recupera la ternura colectiva. Se desencadena
entonces una reacción visceral e inmediata que requiere reparación simbólica. Se salva
al niño o lo que quede de él, se protege por tierna distinción a su familia, se eligen
algunos ejemplos vivos para dotarlos de dignidad y que nos devuelvan al mismo
tiempo la dignidad a nosotros. Para calmar la culpa que provocan estas estrategias de
otra época, de los tiempos de la tortura medieval, han surgido organizaciones que
transitan por el mundo más desfavorecido con una plantilla de voluntarios esforzados.
Y así, los cooperantes son el ejército del bien entre tanto mal, nuestra ofrenda humana
y generosa que reproduce antiguas formas de caridad hoy consideradas zafias. La
madre de un amigo mío lanzaba monedas y caramelos desde lo alto de la escalera de
la iglesia de su pueblo a los niños pobres de la localidad. Hoy el lanzamiento de dulces
y calderilla se lleva a cabo de manera más sofisticada. Se provoca la escenificación de
la ternura colectiva y, una vez calmada esa indignación superficial pero terca,
recuperamos el convencimiento de que vivimos, pese a los defectillos ocasionales, en
el mejor de los mundos posibles.

10
Si no acaba de funcionar este sistema paliativo se utiliza otro más sulfúrico. Se
nos invita a ver que las víctimas no son tales, que también ellos han ejercido la
crueldad, que son enemigos latentes, que vienen a asesinar a nuestros hijos, que serán
incapaces de adquirir nuestros valores, se les despoja del manto de bondad e inocencia
y se les identifica como criminales en potencia, amenazantes. Entonces, la misma
oleada de reivindicaciones vira en lo contrario, se crean fenómenos como la denuncia
del buenismo, que es la que le recuerda a la gente que tiene buen corazón que con el
buen corazón no se llega a ningún lado. Jamás ha existido una demolición tan
concienzuda de los deseos sinceros de una parte de la población de ser mejores, de
comportarse mejor. La perfección no existe, nos dicen, aunque ya lo supiéramos, y nos
convencen por tanto de que el deseo de acercarnos a lo mejor nos condena a lo peor.
Somos guiados así, sin complejos, hacia el mal, pese a la pulsión de la ternura.

Pongamos dos casos como ejemplo. El del niño Aylan, hijo de padres sirios que
huían de las matanzas de Al Asad sufragadas por Rusia, que apareció ahogado en una
playa turca, escupido por el mar. Su cuerpo delicado de muñeco, vestido con ropa de
adulto reducido, boca abajo en la arena hasta que un policía de costas lo recogió. La
foto recorrió el mundo entero en un instante, sin duda el resultado formidable de
nuestra hiperconexión. Los lloros, la búsqueda de los padres, el propósito pertinaz de
que esto no vuelva a pasar y la solidaridad desencadenada durante días, semanas,
ablandaron incluso el corazón de la canciller Merkel, que ordenó a toda Europa regular
el paso de refugiados y acogerlos en grupos porcentuales por cada país. La negativa
clara de unos pocos, la más sutil de otros, el acuerdo incumplido de los más y
finalmente la nada. Nada coronada, todo sea dicho, por la pérdida de votos de Merkel
en su propio país, pues mostrarse blando dispara las alarmas. La llegada masiva de
inmigrantes se frenó cuando algunos de ellos, reunidos en una plaza de Colonia durante
las campanadas de Año Nuevo, abusaron de mujeres de manera vergonzante. ¿Todos?
No, pero el juicio ajeno lo hacemos con generalizaciones, mientras que el propio
exigimos que sea individualizado. La gente, la gloriosa gente la que siempre se pone
como modelo y dueño, estaba esperando una señal para poder justificar su renuncia
puntual a la ternura. Los ultras regresaron al Parlamento, el dictado para el resto de los
países vecinos fue claro. Las fotos son poderosas, sí, pero más los instintos.

En Hungría se impedía incluso la circulación de los refugiados, que no


pretendían asentarse sino acceder a países más favorecedores. En una de las franjas
fronterizas los reporteros cubrían las desbandadas de inmigrantes. Una periodista de
una cadena local zancadilleó a un padre cuando corría con su hijo en brazos. El hombre,
tras caer, se recuperó para correr más lejos, sin acabar de sacudirse del todo el asombro

11
por el odio que parecía despertar su desamparo. Era así, su imagen provocaba ternura
en países lejanos, pero esa ternura ajena provocaba en el país que pisaba odio y
resentimiento. La periodista recibió la condena del mundo entero, de nuevo la
inmediatez para denunciar su infamia funcionó, y poco más, pues ella regresó a su
puesto en antena. El hombre aún recibió una invitación para entrenar a un equipo de
fútbol, su dedicación, en un pequeño club de España. El club se promocionó y ensalzó
su imagen, se concedieron emotivas entrevistas, y una ola de simpatía envolvió el
gesto, pero en menos de una temporada el hombre fue despedido. No hay piedad para
los torpes. En une película de Hollywood habría ganado la liga, en el mundo real a
nadie le importaba ya. Lo dijo Warhol: todo el mundo tiene derecho a cinco minutos
de ternura y una vida entera de indiferencia.

Cada vez que muere un mantero de los muchos que pasean su mercancía por las
aceras de las poblaciones españolas surge una polémica sobre sus condiciones de vida.
La falta de permiso de trabajo, que en algunos casos se prolonga durante años y años,
condena a los ilegales a trabajos marginales y furtivos. Pero si la reivindicación de sus
derechos llega a incomodar de verdad a los locales, entonces no faltarán las escenas de
violencia, de resistencia a la autoridad, para devolver a la sociedad una imagen de ellos
que extinga las muestras de solidaridad y comprensión. El orgullo es un lujo que
concedemos al otro en dosis muy reducidas.

Escuela de sobreactuación
Ejemplos así no sirven para aleccionarnos. La sobreactuación es lo que tiene.
Porque vivimos en la era de la exageración, no de la prevención de daños. Contaré la
anécdota de un amigo cineasta que rodaba una escena con cientos de figurantes. La
producción, para ahorrar, no había contratado, como es habitual en escenas de mucho
personal, ningún servicio de ambulancia y primeros auxilios. Cuando alguien se
lesionó gravemente corrieron todos al hospital compungidos. La ternura tardía, de
nuevo.

Al día siguiente, el rodaje contaba con tres ambulancias móviles y un hospital de


campaña. No es pues un esfuerzo preventivo el que nos guía, sino una exageración
posterior, porque así nos liberamos de la culpa, aunque sea tarde y mal.

Si cae un árbol durante una jornada de temporal con la terrible consecuencia de


matar a alguien que pasaba por allí, no es raro que en los días siguientes se proceda a
talar todo árbol colindante. ¿Es prevención real o desmesura sedante?

12
De nuevo lo que buscamos no es la justicia y el bienestar, sino que no se nos
pueda culpar de indiferencia, de ser indolentes. Tapamos las fugas de agua cuando ya
han roto a manar, cuando se visualizan por la comunidad, aunque las veíamos desde
hacía tiempo y callábamos.

La vigilancia en las redes no nos ha vuelto más prudentes ni responsables, sino


más sobreactuados. Cada vez hay más departamentos de control de daños, de
manipulación de la respuesta mediática, y menos deseo de hacer las cosas bien cuando
nadie nos mira. La sensación generalizada es la de sentirse encima de un escenario,
con el público asomado sobre uno.

Lo público y lo privado han sido los protagonistas de la tragedia desde tiempo


inmemorial. Al público se le ha convocado siempre para terminar con la privacidad.
La información de cotilleo pasó de ser una marginalidad chusca del oficio periodístico
a convertirse en la más rentable de sus especializaciones. Porque el pueblo tiene
derecho a conocerlo todo y porque al pueblo hay que satisfacerlo. Las ejecuciones hoy
también son de asistencia masiva, asómate a Twitter a ver quién se quema en la
hoguera de hoy. Pero la esfera privada y el desarrollo de la individualidad
compensaban estas sobreactuaciones colectivas. Se trataba de perseguir el equilibrio
perfecto entre uno y todos, entre aquellas cosas que uno hacía para sí y lo que hacía
para los demás.

El teléfono móvil incorpora una socialización permanente. La soledad es hoy la


no recepción de mensajes ni llamadas, la marginación entre los más populares, la
imposibilidad de intervención. Los niños les piden a los padres el teléfono con idéntico
chantaje: soy el único de la clase que no lo tiene, estoy haciendo el ridículo, me van a
marginar. Igual que el automóvil creó la ordenanza vial, el teléfono entró en la sociedad
de los adultos y dictó sus normas y convenciones de comportamiento. Ahora ya no hay
excusas para no contestar de inmediato, para no reaccionar al segundo, para no estar.
No hay resistencia posible, ni tan siquiera estética, como no parece haber resistencia a
nada Impuesto por la mayoría, aunque sea feo y patético o esclavizante y acosador.

Aparición del público


Imaginemos un teatro al que acude un solo espectador. Él es el público. Su
opinión y su gusto particular resultan fundamentales. Ahora abramos las puertas y
dejemos que a su lado se acomoden cien, mil, diez mil espectadores más. ¿Dónde
queda la individualidad entonces? Exacto, sepultada, diluida entre las mil o diez mil
distintas individualidades convocadas. La tecnología ha logrado que siempre, ante

13
cualquier convocatoria, seamos público y esperemos a conocer el criterio mayoritario
para conformar el propio.

La transformación del público en clientela era una consecuencia natural. Ya


retirada, cuando Greta Garbo paseaba con un amigo íntimo por París si percibía que
alguien estaba a punto de reconocerla, aceleraba el paso, se subía el cuello del abrigo
y susurraba a su acompañante: Vámonos, que ahí viene un cliente, Los mecanismos
comerciales terminaron por imponerse frente a toda indefinición en ese relato entre los
de un lado y los del otro. Ei cliente siempre tiene la razón, dejaban claro muchos
letreros en los comercios abiertos al público. ¿Y por qué no habría de terminar
creyéndose el cliente esta adulación interesada? Pues si tengo la razón, dénmela.

¿Qué es lo que usted desea? Dígamelo, por raro o extraño que resulte, se lo
pondremos a su disposición y convocaremos a los que compartan su deseo. Crearemos
guetos del gusto sin interferencias ni disensiones y eliminaremos la angustia de haber
perdido la individualidad entre la masa. Que el cliente quede satisfecho es la primera
expresión de solvencia de un negocio y la garantía, seguramente, de su perpetuación.
¿Y qué sucede cuando el cliente declara su insatisfacción? La tienda no se cierra, sino
que, si está bien dirigida, le ofrecerá una opción distinta que acaso logre contentarle.
La democracia pasa a estar por tanto unida a la satisfacción del cliente. Eso, y no otra
cosa, es lo que la convirtió en Imbatible frente al resto de las alternativas, que si no
queda contento puede cambiar de producto. Frente a ella palidecían las tiranías del
escaparate vacío porque ofertaban un solo producto hasta su extinción.

Para las personas que se dedican a las actividades culturales, los entretenimientos
de masas son siempre un destino posible y una tentación por evitar. Un día, las élites
artísticas perdieron su potencia frente a la potencia de lo popular. Uno podía
enfrentarse a las escleróticas academias, pero ya no resultaba tan fácil sacudirse el
estigma de lo impopular. Los síntomas fueron evidentes. El público no podía
equivocarse. Cuando la revista Variety, la publicación más relevante de la industria
cinematográfica, comenzó a publicar semanal y luego diariamente la recaudación de
las salas de cine en los Estados Unidos, estableció un baremo deportivo, comprensible
para todos, sobre el éxito y el fracaso. Poco a poco, las calificaciones subjetivas de la
crítica fueron perdiendo su peso específico. Para paliarlo, trataron también de
someterse al arbitraje deportivo y crearon la calificación visual por estrellas. Podían de
este modo ofrecer un balance numérico del valor artístico que concedían a cada
película en cartel. Pero año tras año, ante la evidente fuerza del resultado comercial
como un galardón objetivo, los críticos vieron cercenada su importancia hasta el estado
actual, en que nadie se puede resistir a conceder a la taquilla la autoridad final sobre
14
un producto. Y, por lógica, las posibilidades de triunfar en taquilla son la máxima que
guía la aprobación de proyectos, su realización. Es decir, el público impone la
producción.

Pero ¿a través de quién se manifiesta el público para mostrar sus intereses por
anticipado? De nuevo son estudios de mercado, encuestas, conclusiones en apariencia
democráticas. Y al instante, sin el poso de un mínimo tiempo para la reflexión.
Recordemos que la noticia de la toma de la Bastilla en la Revolución Francesa tardó
trece días en llegar a Madrid, pero hoy no hay espacio para la duda ni la espera porque
el suceso es retransmitido con la falsa vitola de verdad que da lo inmediato. Cuando lo
verdadero es el poso. Los programadores de televisión, por ejemplo, han presumido
durante años de conocer lo que el público desea a través de los medidores de audiencia.
Se alzan como una especie de médium autodesignado para así imponer la intervención
y la censura más radical en nombre del éxito futuro, y a pesar de que de cada veinte
programas nuevos emitidos en una cadena solo uno de ellos logra el favor del público,
mantienen su puesto con altivez.

Porque la verdad es que el público no tiene cara ni presencia previa, sino que sus
elecciones son consecuencia de una mezcla de elementos variados, aunque quizá el
más relevante sea el empuje publicitario. Cuando se sostiene que el mercado nunca se
equivoca, que el público siempre tiene la razón, lo que se pretende realmente es
condicionar la creación individual y suprimir cualquier margen de libertad en favor de
lo ya impuesto. Hay algo obligatorio en esa farsa de libre albedrío. La publicidad actual
de las novedades advierte sobre el éxito que arropa el nuevo producto, porque nada
genera más éxito que el propio éxito.

Con la llegada de internet, la primera sorpresa fue que, si se le concedía al


público la potestad de mandar sobre la producción, se multiplicaba la distancia entre
lo exitoso y lo ignorado, no se reducía esa distancia. Los resultados eran algo diferentes
de los que imponían los ejecutivos televisivos, eso sí, la pornografía gratis ganaba por
goleada el primer puesto en los deseos de visionado de los espectadores. La crueldad
y la necedad serían los segundos clasificados, con una serie de vídeos donde las
personas exhibieran estas dos características de manera impúdica. Y finalmente los
gatitos los bebés y otras formas de ternura que vendrían a compensar la imagen
demoledora de nosotros mismos como depredadores. Somos, como decíamos al
principio, unas bestias sin alma, pero cargadas de enorme ternura.

15
Medir la fiebre
Así, los libros más vendidos, los discos más escuchados, el precio de venta de
las obras plásticas, de las entradas a los conciertos, las semanas en cartel de una obra
de teatro reciclaron los valores deportivos en valores culturales. Lo competitivo se
impuso también en el mundo de la cultura, y pasó a hablarse de ganadores y
perdedores, como en el fútbol, y medallas de oro, plata y bronce como en cualquier
disciplina de los Juegos Olímpicos. ¿Importaba algo que detrás de la comercialización
de una obra cultural hubiera factores que impiden la comparación con los cien metros
lisos? No, porque el deporte nos enseña que el débil puede ganar al fuerte. ¿Acaso no
ganan los etíopes, menos musculados que sus rivales y en ocasiones hasta descalzos,
las carreras de largo aliento? Así que los etíopes culturales o sociales no tienen nada
de lo que quejarse. Todos los que están en la línea de salida cuando suena el disparo
tienen la obligación de disputar por la victoria. El resto son excusas. Ganadores y
perdedores, eso lo entendemos todos, ¿Que te has quedado en el grupo de los
perdedores? Lo sentimos, pero en eso consistía exactamente el juego.

La primera consecuencia de este baremo de medida fue que, año tras año, la
complejidad en el arte y la cultura tuvo que dejar paso a la rotundidad de las
obviedades. Los deportistas se fueron convirtiendo en los reyes mediáticos. Porque,
puestos a medir el esfuerzo y el resultado, palidecen todas las disciplinas frente a las
que nacieron para ser medidas así. Si uno mira la importancia de los deportistas en el
mundo actual comprenderá que jamás en la historia de la humanidad fueron tan
relevantes. ¿Por qué? Porque el medidor que elegimos para juzgar determina el
producto. Es el termómetro el que concede la preponderancia a la fiebre sobre todos
los demás síntomas. Los economistas, ante esta simplificación de los estudios, han
llegado a sostener que hay países ganadores y países perdedores. Los que perdieron en
la crisis, los que ganaron. Mala suerte, amigo, ya te explicamos de qué iba esto, de
competir y nada más.

Todo el mundo conoce la dureza del mundo de la gimnasia infantil. Para lograr
resultados brillantes en las Olimpiadas, niños elegidos de excelentes condiciones han
de someterse a un plan de entrenamiento de enorme exigencia. Cuando su exhibición
olímpica nos maravilla batimos palmas con entusiasmo. Cuando trascienden las vidas
machacadas, los padres abusivos, los entrenadores tiránicos, el robo de una infancia
para la obtención de una medalla, entonces, si la historia es lo suficientemente
dramática, nos llevamos las manos a la cabeza y buscamos culpables. Pero no hay que
buscarlos muy lejos, algunos siguen aplaudiendo al otro lado de la pantalla.

16
El éxito de jóvenes comunicadores en la red procede de ese mismo impulso de
explotar la precocidad. Ya no hay límite de edad para exprimir el talento, ni siquiera
un proceso formativo que respetar. Si tu niño conecta con espectadores permítele
representar esa aséptica expresión de democracia donde el sueño de vencer está al
alcance de cualquiera, la perfección del sistema es esa, fingir que cualquiera puede
lograr lo que desea, y lo que todos desean es dinero. El sueño americano es hoy el
sueño de YouTube.

En el mercado laboral, la traslación de esta nueva moral resulta en la figura del


emprendedor triunfante. Una gran idea comercial no puede ser obstaculizada por las
disposiciones legales, los reglamentos, las garantías de empleo. Nada debe
interponerse entre el hallazgo exitoso y el mercado. ¿Los derechos de los trabajadores?
Mejor fomentar al empleado autónomo, él, por sí mismo, tiene que garantizarse sus
derechos, sus condiciones, su seguridad. ¿No querías ser libre? La empresa lo utiliza
de manera higiénica, lo toma y lo deja cuando quiere. Los contratos temporales se
prolongan durante décadas, así no te sientes atado. No se trata de abaratar el despido,
sino de fingir que ahora son iguales el empresario y el trabajador. Dos seres autónomos
que en un paraíso deportivo se unen y se separan a capricho con la única perspectiva
de salir ganadores en la relación.

Con la implantación de la metáfora deportiva, perder y ganar se convirtieron en


los dos extremos de la barra de equilibrio. Un espectáculo que todo público podría
comprender. Sin sutilezas, tan frontal como el torneo de gladiadores del circo romano.
El mundo, no nos engañemos, asiste cada día a cientos de miles de desenlaces de ese
combate. Algunos desenlaces alcanzan los titulares o abren los informativos de
televisión. Otras de esas victorias y derrotas Son anónimas y minúsculas. El
espectáculo ya no es global sino íntimo, pero el torneo ha sido idéntico, siempre
deportivo. Lo importante es, pues, participar.

La política sufre en su expuesta carnalidad lo cruel de estas mediciones. El voto


desautoriza los liderazgos, y por eso las encuestas se han convertido en la única
ideología que los profesionales de la política respetan. Se les critica por ello de manera
habitual, pero es una crítica injusta: todos atizan a los políticos con las encuestas de
popularidad a mitad de mandato y luego pretenden que no deriven su actividad de esas
encuestas. Los partidos derrotados sustituyen a sus líderes como el tendero cambia la
mercancía de difícil salida. La novedad es el único valor de interés.

La última vez que una serie de políticos se enfrentaron a las encuestas y


decidieron actuar de espaldas a ellas de manera radical fue en la invasión de Irak

17
pactada en la isla de las Azores. Las armas de destrucción masiva en poder del gobierno
iraquí resultaban tan improbables e inencontrables que hubo que inventarlas para
despreciar la protesta social, en el primer episodio de la mentira que se ha dado en
llamar posverdad. Y, aun así, entre los encuestados eran más en número los que creían
que Elvis estaba vivo que los que consideraban que los líderes aliados decían la verdad.
Estos protagonistas políticos decidieron enterrar sus carreras ante compensaciones
mayores. Los bienintencionados dirán que para seguir sus convicciones
geoestratégicas. Los malintencionados sostendrán que durante generaciones sus
familias no pasarán hambre ni privaciones y eso compensa cualquier acto dañino.
También los individuos pueden triunfar usando las artimañas del engaño. La vida
pública tiene su propio código, vence quien convence.

La mayoría no puede equivocarse


El triunfo de lo estadístico no se limita solo a condicionar las carreras políticas o
la producción artística. Las grandes tiendas de ropa manejan una álgebra del gusto. Y
los chicos salen de la universidad como camisas demandadas o aquellas que ya nadie
quiere vestir. Los centros educativos pasaron a ser medidos mediante encuestas de
productividad intelectual, según las cuales los niños, sometidos a un examen,
expresaban con objetividad lo buena o mala que era su escuela. Así, se han establecido
rankings de colegios y universidades, y más allá incluso, una jerarquía de países en
función del resultado de sus estudiantes en esas pruebas. En España, el último informe
Pisa destacó el funcionamiento de las escuelas rurales que tenían pocos alumnos y de
edades mezcladas, es decir, señaló que la educación al modo tradicional era mejor que
aquella en la que se habían implantado los últimos avances pedagógicos.

En realidad, lo que venía a apuntar es que todo estudio debería tener en cuenta
los condicionantes. Dentro de las grandes ciudades, resulta espantoso que no se resalte
el origen social, el nivel económico y el progreso escolar de cada alumno desde que se
incorpora al sistema saturado. Mediríamos entonces el valor de la progresión personal.
¿Sería ofensivo acaso descubrir que Harvard puede ser peor lugar de enseñanza que la
humilde aula de una aldea africana? Por eso podemos considerar que el resultadismo
es un cáncer, porque solo sirve para atacar la Integración, la pluralidad, la igualdad,
Ya que todas ellas van en detrimento de los resultados, y por eso los educadores con
afán de triunfadores en esos exámenes estadísticos tratan de manipular a su alumnado
para quedarse con la mejor imagen que ofrecer. Viene a ser como esas familias que
escondían de las visitas al tonto y al tullido para que nadie dudara de la intachable
genética de su apellido.

18
Por supuesto que el examen y el análisis son esenciales para la corrección del
sistema. Pero aplicarles el baremo de ganadores y perdedores ofende al estudio. Pocos
se paran a relacionar el número de suicidios entre adolescentes con el grado de éxito
escolar en esas encuestas por países, por ejemplo. Pocos analizan los grados de
permeabilidad entre clases económicas dentro de un mismo país, el faro de igualdad
que consiste en no conocer tu destino según tu cuna. El termómetro que usamos para
medir la temperatura corporal no sirve para medir una infección gástrica ni detecta un
tumor. Cada valor tiene su sistema de estudio, y equivocar algo tan simple nos condena,
de aquí al futuro, a hacer un ridículo histórico donde un cronómetro medirá el placer y
una veleta la dirección del camino a casa. Puede que, en el colmo de la sofisticación
feng shui, usemos una brújula para orientar el cabecero de nuestra cama, pero en los
aspectos esenciales manejamos una cuchara de madera como si fuera una varita
mágica.

Algo parecido ocurre con la sanidad pública, a menudo medida tan solo por el
volumen de las listas de espera. Así, se está llegando a primar a los médicos por su
velocidad y no tanto por su desempeño satisfactorio. Lo numérico desvela que la
sanidad pública siempre tendrá un funcionamiento defectuoso. La valoración numérica
te convencerá, sin ninguna duda, de que en el seguro privado te saltas las listas de
espera y obtienes un rápido diagnóstico. No es raro que se descapitalice el esfuerzo
público y poco a poco se imponga la idea de que tendrás que salirte del sistema si
quieres estar satisfecho. De un modo similar, las pensiones precarias acaban por
empujar no a la subida de las pensiones, como sería lógico, sino a la promoción de las
pensiones privadas. Cuidado, te estás quedando entre los perdedores, nos dicen, y en
lugar de detener la degradación echamos a correr para salvarnos nosotros. De nuevo
los ganadores nos indican el lugar acertado en el que situarnos. La competición está en
marcha, ¿vas a perder tu oportunidad parándote a analizar el paisaje?

La idea de emergencia ha dejado de servir para la prevención. La afición por lo


exagerado nos pervierte al empujarnos en lo social a mecanismos de pánico, a un
síndrome de caos. Igual que en un incendio en el metro se acepta que unos pasajeros
pisen la cabeza de otros para ponerse a salvo, si logramos que la vivencia social cobre
la apariencia de una emergencia desesperada, no será raro que unos pisen a otros. Los
salvados contarán su epopeya de supervivencia y enterrarán, compungidos, a las
víctimas perdedoras en esa competición por la propia vida. ¿Cuántas veces nos servirá
de ejemplo la anécdota de los jugadores de rugby que tras un accidente aéreo en los
Andes se vieron obligados a comerse unos a otros?

19
La implantación del sistema medidor deportivo causa en la sociedad los mismos
daños que causó en la cultura la rendición a valores equivocados, a valores egoístas.
El egoísmo es la hipertrofia del yo, y por lo tanto no hay encuesta que pueda eludir el
riesgo de ser interpretada en el propio beneficio. Por más que sepamos que el
tratamiento médico de una enfermedad grave es el mayor motivo de bancarrota en las
familias norteamericanas, toleramos que día tras día los sistemas públicos de salud
europeos sean puestos en cuestión ante la gestión privada. Alguien con enorme talento
ha descubierto que, si nos promete prolongarnos la vida y la salud a nosotros en
particular, logrará que nos importe un carajo la salud de quienes nos rodean. Por
supuesto que el hombre puede ser una isla, vente a vivir a la nuestra.

En el transporte sucede algo similar. El transporte colectivo casi nunca ha


competido en igualdad de condiciones frente al transporte individual. El coche
particular es tan atractivo para el usuario que se le ha dado prioridad al diseñar nuestras
ciudades en perjuicio del valor urbanístico que tenían. La calle, como representación
de lo colectivo, ha perdido el valor de seducción frente a la casa, que nos ofrece una
cabina confortable y bien comunicada. El coche ha sometido a las ciudades a su
dictadura porque el coche es una segunda casa acogedora donde no sufrimos a los
demás. Los ciudadanos se parecen cada vez más a esos perros a los que los dueños
dejan salir sueltos a la calle desde el portal para que hagan sus necesidades y regresen
enseguida al calor del hogar. Deposita tu caca fuera y vuelve a casa.

Solo cuando hemos llegado a niveles de contaminación intolerables algunos se


han replanteado la hegemonía del automóvil. Pero este replanteamiento no se lleva a
cabo para suprimir los coches y recuperar el transporte colectivo. No, se redibuja para
fabricar con subvenciones y regulaciones legales nuevos coches eléctricos y de baja
contaminación. Es decir, es tal el dominio del automóvil que nunca se lo percibe como
una amenaza, sino como una dominación que debe cambiar de cara. Nos han
convencido de que el coche será la solución al problema del coche. Algo así como si
tu padre te pegara y pretendiéramos solucionarlo cambiándole el tinte del pelo.

Los escándalos de falsedad en los análisis de contaminación en automóviles


diésel de fabricación alemana no condujeron al cierre de marcas, sino a equilibrios
propagandísticos que venían a decir: tranquilos, estamos trabajando en ello. Cuando
descubrimos que en algunos análisis sobre el mismo asunto utilizaban a monos e
incluso a personas, no nos invadió el estupor, sino cierta confianza, puesto que las
empresas automovilísticas se tomaban la contaminación tan en serio que estaban
dispuestas a experimentar con cobayas humanas para llegar a conclusiones que nos
salvaran la vida a nosotros los elegidos.
20
En el colmo de la utilización del daño para hacer más daño, las políticas
municipales de corrección del parque móvil castigan a los más pobres, aquellos a
quienes les resulta más complicado cambiar su viejo coche contaminante por lo que
impone el sistema. La penalización del perdedor es un sádico lugar común en nuestro
tiempo. Y el coche nos muestra una metáfora del cambio de comportamiento humano
según su grado de aislamiento: al volante, en su cabina, todo conductor eleva su nivel
de desprecio al rival, de agresividad, de humor desafiante.

El egoísmo como oportunidad de negocio


La última pata en la demolición completa de un estado anterior de las cosas es la
economía colaborativa. Gracias a ella hemos podido sondear de verdad la condición
moral de la ciudadanía. El daño que las plataformas de alquileres causan en las
ciudades icónicas para el turismo ha revelado que los ciudadanos son capaces de
anteponer su propio beneficio y comodidad a la sostenibilidad del espacio en el que
viven. El alza de precios expulsa a los vecinos hacia las periferias en una batalla
inmobiliaria nunca antes vista que deja, de nuevo, derrotados y triunfadores. Nos ha
revelado que el egoísmo es mucho más fuerte que la felicidad colectiva. Unos contra
otros hasta el exterminio del rival. Somos el padre que prostituye a su hija.

En el fondo, el primer signo de esta irrupción salvaje del todos contra todos llegó
de la mano de la piratería en la red. Por supuesto, que la gente joven demandaba
mejores precios, accesos más sencillos para el entretenimiento masivo, pero al mismo
tiempo la permisividad con el robo digital personificó la destrucción de unas personas
por otras. La eterna historia de la selección natural. Si los músicos se han hecho ricos
con la música a mi costa, tengo todo el derecho a demoler su negocio desde los
cimientos sin renunciar a mi placer.

En ningún país como en España se han denunciado tanto las subvenciones al arte
y la cultura para avergonzar a sus profesionales, mientras se ocultaba la magnitud de
subvenciones similares a sectores industriales, empresas privadas y explotaciones de
recursos. Hemos sabido tarde que se construían autopistas y se exploraban los recursos
del subsuelo gracias a contratos con el Estado tan certeros que si la empresa resultaba
un fracaso, el que pagaba la factura era el contribuyente. Todo esto mientras los
subvencionados eran los artistas. Tras esa degradación en la opinión pública de los
oficios artísticos, costeada por la prensa y empresas de tecnología, no hubo alternativa:
tan solo los más fuertes encontraron un nuevo acomodo, aunque ahora sí, entre
rencores sociales. Nos quitamos todos la careta, unos éramos exterminadores de los
otros, la cuestión estaba en quién ganaba. Como en los casinos, el que gana pasa la
21
noche feliz, los demás desperdiciaron su oportunidad. La oportunidad es la destrucción
del otro, aprovéchala, corre a hacer de tu crueldad un factor de supervivencia. Así, en
la era de la más avanzada comunicación, regresábamos a la jungla cruel de la selección
natural.

Cuando se quiso poner freno a esos desmanes se lanzó el desasosegante mensaje


de que en la red no regían las mismas leyes que en la vida real. A día de hoy, el nivel
de amenazas y violencia verbal que reina en las redes sociales confirma que se hizo
bien el trabajo de desangrado. Ahora se reeduca a la gente a destajo para tratar de llegar
a acuerdos colectivos sobre lo que se puede decir o no, lo que se puede enseñar o no,
lo que se puede compartir o no, y los distintos poderes usan su músculo para manipular
la alarma social en favor de lo que a ellos les conviene en términos de libertad de
expresión.

Cuando Facebook censura incluso los desnudos en las pinturas clásicas nos está
diciendo que vela por la salvaguarda de nuestra moral. Cuando los gobiernos deciden
poner a su fiscalía en acción para mandar a los juzgados a los bromistas, a la gente de
poco talento la ironía y a los ostentadores de mala educación, nos repiten lo mismo:
nosotros velamos por su seguridad. Pero no es eso lo que nos pone a salvo, esa es su
invención del mundo higiénico. Son innumerables los ejemplos en que se impulsó la
anarquía para reforzar finalmente la represión. Porque resulta difícil la transición entre
el todo vale y el algunas cosas no valen. Ya sabemos lo complicado que fue pasar de
la conquista del territorio norteamericano a la convivencia en ciudades pioneras, o lo
terrible que es controlar el comportamiento civil en la retaguardia durante los tiempos
de guerra. La impunidad es un cáncer irreparable durante generaciones.

Pero ese egoísmo que ha afectado a la industria hotelera, periodística, al sector


del taxi, y ahora ya a los mercados de proximidad y los locales comerciales, tenía una
coartada magnífica. La comodidad del usuario, la satisfacción del cliente. Regresamos,
pues, al pecado original, a colocar el yo y mis comodidades al frente de todo designio,
de toda decisión. Nadie duda de que el egoísmo ha sido un motor para el ingenio
humano, pero todo tiene sus límites. Cuando ese mismo egoísmo se convierte en
depredador en lugar de innovador, llega la hora de cuestionarlo. Porque solo la idiotez
puede justificar un comportamiento así. El ciudadano, al final del proceso de vaciado
de su sociedad tal y como la conocía, se da cuenta de que eso no solo no le ha hecho
la vida más fácil, sino que ha condenado a ciudades del mundo desarrollado a ver en
su vía pública muestras patentes de esclavitud. Muchachos repartidores que cruzan la
ciudad de punta a punta para entregar comida y todo aquello que uno no tiene ni tiempo
ni ganas de ir a comprar en persona y que viven de propinas y de salarios precarios.
22
Este ahorro de esfuerzo es posible que implique la mayor degradación de las fuerzas
laborales de los últimos cien años.

El regreso a la placenta
El ser humano, como cualquier animal, regresa mentalmente al lugar de origen
cuando busca protección. La comodidad del feto es un recuerdo que nos persigue, por
eso es tan sencillo empujar a las personas a volver a la placenta. La burbuja nos libra
de todo mal.

El mandato desde casa implantó las teletiendas, de las cuales nos burlábamos por
su ridícula oferta escenificada. Pero hoy ya todo es teletienda. Si de verdad
perseguíamos la liberación de la oferta, resulta raro presenciar la sumisión actual al
catálogo impuesto, como esas plataformas audiovisuales cuya oferta es tan limitada y
dirigista y que, sin embargo, nos parecen la panacea. Filmotecas de doscientas
películas. ¿De verdad perseguíamos la libertad o era ese aroma de libertad lo que
interesaba vender para machacar al mercado antes conocido y mucho más plural?

La más inteligente de las tiranías es la que pone a unos contra otros para
finalmente provocar el reinado tranquilo de quien ha causado ese enfrentamiento.
Cuando uno se fabrica una burbuja no se interesa por lo que pasa en las burbujas de al
lado. El mundo del siglo XXI vive cargado de ternura, de buenos sentimientos, pero
está enfangado en el destrozo del espacio del otro. Si existiera un engaño, su mérito
consistiría en haber logrado esta actitud. Regresamos a la imagen inicial. No podemos
llamar bobos a quienes se perjudican a sí mismos, puesto que lo hacen pensando en
obtener un beneficio. No podemos llamar idiotas a los que se han desentendido de los
asuntos colectivos para festejar su satisfacción personal. Sin embargo, de lo único de
lo que de verdad están satisfechos es de su faceta de consumidores.

La sociedad de consumo ha terminado por fabricar un nuevo dogma, que es el


propio consumo. Tengo lo que quiero, soy un ganador, se fabrica lo que yo pido que
se fabrique, me lo entregan en mano, no tengo que salir de casa, no tengo que
relacionarme con nadie, es más, puedo hasta tener una vida sexual satisfactoria con la
alimentación pornográfica de la red. Las formas de masturbación se han expandido
hasta afectar a las relaciones entre personas: ya no hace falta quedar a cenar o a tomar
un café si lo que se pretende es follar. Pues claro, dicen las páginas de encuentros,
libérate de los tiempos muertos, como si la vida fuera una película acelerada. O peor,
una película pomo acelerada. En las películas uno aparca siempre a la puerta del lugar

23
adonde se dirige. En las películas porro, los saciados no abren la nevera a ver si pueden
preparar algo de cena después del coito. Hagamos de nuestra vida una película así.

El ahorro de tiempo se ha convertido en la excusa perfecta del despotismo.


Vamos a ahorrarle tiempo. La ansiedad actual consiste en vernos inoculados por el
virus de la impaciencia, por la duda de si estamos infrautilizando algún minuto de
nuestra preciosa existencia. Calcule todo el tiempo malgastado en una relación que en
demasiados casos termina en ruptura y decepción. Nosotros le garantizamos la
optimización absoluta de su tiempo. Ternura a la carta en la dosis justa. Los emoticonos
expresan en un grafismo escueto emociones que nos tomaría mucho tiempo comunicar.
La relación personal se transforma en otro producto de consumo en el que no habrá
lugar a la decepción porque no habrá lugar a la confianza, al respeto mutuo. Total, si
también en las relaciones afectivas el otro es el enemigo, venza usted.

¿No son los padres que asesinan a sus hijos el ejemplo perfecto del machismo
vengativo? ¿De la relación de pareja entendida como la perfección o nada? Y si se
fracasa, es imprescindible establecer el reparto entre vencedores y vencidos. Ya no les
basta con poseer a la mujer, sino que poseen la familia entera, todo lo creado juntos es
suyo. Los cursillos acelerados para aprender un idioma en veinte días palidecen ante
las propuestas de resolver los agujeros de la convivencia sentimental en minutos. La
relación clientelar parece adueñarse del sexo en ofertas de comunidades virtuales del
ligue. Pero no es por ninguna maldad racionalizada, sino por ahorrarle tiempo, todos
tenemos demasiadas cosas que hacer como para andar perdiendo el rato en
relacionarnos. Serán las impresoras en tres dimensiones las que resolverán finalmente
los desencuentros humanos. Deje de relacionarse con un igual, porque ahí va a perder
el dominio, utilice en cambio sus recursos para concederse la satisfacción por medio
de objetos sumisos.

Ya hay médicos que atienden por Skype. Es consecuencia de un nuevo dogma


tecnológico según el cual no verse ni tocarse mejora las prestaciones de los seres vivos.
No hay médico que no someta a su paciente a las pruebas más sofisticadas para llegar
a saber lo que le pasa. Pero si la máquina determina el mal con precisión absoluta, el
doctor será prescindible; podrá atenderte primero un técnico y luego un empleado de
la empresa te leerá los resultados del examen. Lo que perturba de la robotización no es
la pérdida de empleos, sino la pérdida de interlocutor. Pasó con las compañías de
telefonía, que agredieron de tal modo a sus clientes, derivándolos hacia voces
electrónicas y empleados a distancia, que terminaron por ser el enemigo y no un
servicio de prestaciones.

24
Igual que los tutoriales que te enseñan a hacer el nudo de la corbata o a
maquillarte los ojos, servicios fenomenales de la red, el problema está en exportar estas
funciones a ámbitos más íntimos. Las grabaciones de ambientes naturales, el sonido
de fondo de una cascada o de un paraje selvático, sustituyen a la búsqueda de paz en
un lugar que además está lleno de mosquitos. Importa el lugar de destino, pero ya casi
nada el viaje, el proceso, como si te bastara tomar la fotografía para conocer el paraje
turístico, apoderarte de él. Los conceptos de tiempo, presencia y desplazamiento han
mutado. ¿Por qué no te va a atender el médico a distancia si además con ello
contribuyes a sostener un sistema de salud pública inviable?

Contra el calendario biológico


Las empresas de fertilidad y de gestación subrogada han generado un negocio
floreciente gracias a hacer madre a alguien cuando se reducen sus condiciones para
serlo. Esta ventaja científica se une a una concepción generalizada de la ciencia como
una magia que nos saltarnos toda norma vital. Es un avance positivo, salvo si termina
por dar carta blanca para abusar laboralmente de las mujeres. Si se utiliza para forzarlas
a consumir su biología de manera contraria al calendario vital, empujándolas a ser
madres cuando no son fértiles e inhabilitándolas para embarazarse cuando todo sería
sencillo si se respetara la naturaleza. No es casualidad que España, Italia y Grecia sean
los pegan con maternidades más tardías y tasas de natalidad más bajas.

Para consolidar ese disparate se han hecho también lecturas culturales erróneas
presentando como victorias de género lo que son derrotas, porque el error de cualquier
actitud es oponerse con encono a las evidencias vitales. En lugar de mejorar las
condiciones laborales de las mujeres, el derecho de compaginar la maternidad y la
productividad laboral, nos hemos enredado en hacer a una la enemiga de la otra.
Congela tus óvulos para no perder el tren del éxito.

Para redundar en el nuevo negocio floreciente del embarazo a destiempo fue


necesario desacreditar el sistema de adopciones, considerándolo problemático y
riesgoso: un hijo de otros puede ser un enemigo en casa. Luego hubo que empujar a la
pareja gay hacia el matrimonio, un símbolo de que no bastaba con reconocerles las
uniones de manera igualitaria, tenían que someterse al sacramento y además hacerlo
no de manera forzada, sino voluntaria y entusiasta. De nuevo la familia era el mejor
antídoto contra la transgresión, la insumisión radical que representaba la
homosexualidad. Y luego, una vez ganados los gays para la idea de familia, faltaba
ganarlos para la paternidad, como si sin esos elementos se sintieran fuera del mundo
sensible. Una jugada del sistema que ya se utilizó antes con las mujeres.
25
La prolongación de la esperanza de vida es una de las mayores conquistas
contemporáneas, sin embargo, no sabemos qué hacer con ella. Ya hay gente que
sostiene que los viejos no son productivos, porque se comen con sus pensiones nuestra
balanza contable. La información diaria sobre el envejecimiento de la población quiere
provocar ese rencor de clase, ahora ejercido por los jóvenes, que están obligados a
mirar a los ancianos como si fueran sus enemigos. No caemos en la cuenta de que los
viejos son tan productivos como los jóvenes, pero el dinero de sus pensiones va a parar
a multinacionales de la geriatría porque son las únicas que se ofrecen para atenderlos.
Es una productividad que se evapora delante de nuestros ojos, pero los estados no
quieren saber nada de cuidar a viejos, están demasiado ocupados en pagar las
infraestructuras necesarias para que empresas privadas exploten las demandas básicas
de la población. Ningún gran negocio ha progresado sin aprovecharse de nuestras vías
de comunicación, de nuestros datos, y, sin embargo, vamos camino de ser más pobres
que nunca porque regalamos los esfuerzos colectivos a los negocios particulares.

A los abuelos los tenernos atendidos con una pulsera que activan si se caen. la
alarma de casa sirve también para controlar el horario de la limpiadora y vigilar a la
persona que se queda cuidando de los niños; la distancia no transmite culpabilidad,
sino que es gestionada de manera eficaz si hay una sensación de presencia, de cercanía.
Las cámaras en la calle nos proporcionan una atmósfera de seguridad, de la misma
manera que el móvil de los hijos pequeños nos tranquiliza, están a tiro de llamada. Pero
es la ficción de cercanía lo que resulta preocupante. Podríamos llegar en el futuro a
reunirnos por pantalla de plasma en Navidad, aunque es ridículo apostar por la ciencia
ficción, que es el arte de errar en las predicciones.

El día después del apocalipsis


El discurso apocalíptico suele caracterizar a las personas que biológicamente se
acercan a la extinción. Pretenden hacernos creer que su decrepitud es la decrepitud del
mundo, pero el mundo acoge cada día gente nueva cargada de ilusiones. Cada día sería
el día después del apocalipsis sí hiciéramos caso de tanto profeta. El resultado es cierta
indiferencia ante el clamor y el pánico. Las epidemias, ya sea la gripe aviar, las vacas
locas, el virus del Ébola o la sequía nacional, se anuncian con histeria y concluyen en
indiferencia, con el desgaste terminal del músculo de la prevención. Nos da igual todo,
no nos da miedo nada porque a todo pánico le hemos encontrado su respuesta. y ello
sirve para que nadie perciba un peligro real en los síntomas del cambio climático. Pero
la más dañina actitud de nuestros días es la de advertir a los jóvenes que vivirán peor
que sus padres. Es algo tan repetido y grotesco que es normal que desincentive a los

26
jóvenes, los convierta en cínicos primero y luego en profundamente desgraciados. ¿A
quién se le ocurrió cortarles las alas?

Los jóvenes sin alas son muy útiles. Cuando uno mira a esos niños que utilizan
el móvil como un chupete, sabe que su futuro estará demasiado sometido a lo único
que conocen. La hipercomunicación como aislamiento. Una juventud demolida y
frustrada podría ser interesante para frenar su ansia de cambio. Toda juventud necesita
sentir que cambia el decorado en el que irrumpe, sin ese delirio de la percepción no
hay alegría de vivir. Porque son precisamente los jóvenes los que saben rebelarse
contra la autoridad, y tendrá que venir de ellos la crítica al sistema, aunque sea tan solo
para perfeccionarlo. Ellos ya saben que nada es gratis, que la dominación bajo la que
viven es rentable para algunos, Sus padres, en cambio, están petrificados, no tienen
capacidad de reacción porque no viajan hacía el futuro, sino que han llegado a él. Si
esto era lo que soñábamos, no podemos aspirar a más. Como nos decían los mayores
a los jóvenes españoles que crecimos en el descontento de los años ochenta: si os
hemos traído la democracia, ¿qué más queréis? Pues todo lo demás queríamos.

No futuro
La cifra icónica de 2001 registró, a través de la novela y la película, el límite
exacto del futuro para varias generaciones. De tanto decir que el futuro llegaría ese
año, muchos se lo creyeron. Y ahora la sensación de varias generaciones es la de
habitar en el futuro y que el futuro no ha colmado sus expectativas. Ni tan siquiera las
tecnológicas, por más avances que haya: los transportadores de materia no se han
puesto en funcionamiento y los coches sin conductor atropellan ciclistas pese a que
aún circulan en prototipos con un operador vigilante. La depresión generalizada
consiste en entender que hemos alcanzado el futuro y no nos convence. La humanidad
necesita tener fe en un nuevo futuro, hay que inventar otra ficción como lo fue tiempo
atrás ese 2001 fronterizo con algo nuevo y por descubrir. Los ideales son la cuerda de
la que tiramos para avanzar; si nos cortan esa cuerda, desistir, perecer es la única
posibilidad.

Existe en los humanos, y ese es nuestro consuelo, una pulsión de congregarse, lo


malo es que cada vez está más sometida a la llamada artificial, a la convocatoria
interesada. Hasta juntarse tiene que fundarse en un evento inducido. Ser humano
significa ser caprichoso e impredecible, esa es la esperanza más cierta, que las señales
de nuestro empeño en perjudicar nuestra convivencia sean vencidas finalmente por una
revolución de la curiosidad. La construcción de un futuro mejor es la obligación de
todo movimiento generacional, el fracaso en la puesta en escena de esos ideales es el
27
síntoma de nuestro tiempo. Queda la parodia de ternura en la que creemos vivir, pero
nos falta la perseverancia para forjar un mañana que merezca la pena. Está ahí, basta
con perder el miedo a soñar. Basta con dejar de insistir en esa visión ceniza del
porvenir, con dejar de repetirles a los jóvenes eso tan bobo y manido de que les espera
lo peor. Queremos que nuestro apocalipsis sea creíble, pero a ellos nuestro fracaso no
les sirve de modelo de comportamiento.

Porque, según estamos, ¿dónde quedan las dimensiones del ser humano distintas
a la de consumidor, a la de objeto de deseo de los fabricantes y comerciales? ¿Dónde
quedan sus otros deseos y ambiciones? ¿Dónde se pinta ese futuro más allá de
promesas tecnológicas vacuas y que apenas afectan a la esencia del ser humano?

¿De verdad la autoayuda puede sustituir a la ayuda como el hágaselo usted


mismo sustituyó a los artesanos? ¿De verdad la autogestión puede suprimir a los
gestores? ¿De verdad los autónomos pueden sustituir a los empleados y empleadores?
¿De verdad el tomate de plástico sustituye al tomate con sabor? ¿De verdad mi propia
satisfacción puede sustituir a la satisfacción de dar satisfacciones a otros? ¿De verdad
el solipsismo y el aislamiento provocan mayor felicidad que la justicia colectiva y el
rigor moral? No sé si estas son preguntas o afirmaciones, respóndaselo usted mismo.
¿Acaso no exigimos cada vez más a los libros que se correspondan a lo que esperamos
de ellos? ¿No nos perturba la prensa afín que leemos cuando no nos da la razón? ¿No
queremos ser fanáticos de lo que no nos decepciona nunca?

El fomento del egoísmo y del fundamentalismo individualista puede llegar a


límites perversos. Se ignora el deseo de las personas de darse a alguien, de compartir,
de tener un trabajo que no les hará ricos, pero les acercará a la plenitud, todo eso es
vetado por la reclamación errada de que la gran consolidación de tus derechos es que
nadie te importune, es alcanzar el triunfo y padecer el aislamiento que trae como
consecuencia. Es contradictorio que algunas normas de vida contemporánea nieguen
incluso las necesidades sentimentales. El amor no desaparece porque no nos convenga,
sino porque nos expone a los deseos de otro, pero esa es la base del amor, encontrar
una complicidad. Quien pretende evitarnos los disgustos de la vida nos está robando
también los gustos. Un futuro perfecto es un futuro aterrador.

El espíritu de contradicción del ser humano es su motor, nuestra complejidad es


la mejor muestra de humanidad, por eso todas las determinaciones de resolvernos la
vida han acabado siempre en crímenes, en tratarnos como carneros en el matadero. El
Big Data es una amenaza en cuanto pretende convertirnos eres previsibles incapaces
de apreciar lo accidental. Cuando se finge que la gente importa mucho, que todo se

28
hace por su bien, no es raro que se acabe por exterminar a los que no quieren
acomodarse a ese ideal. Hoy hay un exterminio de la disensión, de quienes se niegan
a compartir este modelo de vida autoimpuesto. Todas las tiranías fueron derrotadas
tarde o temprano por el ansia de las personas de ser contradictorias. Si se elimina ese
factor, nos matamos a nosotros mismos. Cuando uno ve expresadas ciertas normas de
vida como obligaciones comienza a temer que estemos entrando en la dictadura de las
costumbres. De ahí el querer prohibir todo lo que da placer a los demás si nosotros no
lo disfrutamos, de ahí la vergüenza de reconocer que somos quienes somos. Los
defectos que acumulamos no conviene esconderlos como si no existieran, sino convivir
con ellos. De ahí el peligro de que la mayoría dicte cada aspecto del vivir.

Bajo la supuesta solución a cada una de las demandas personales hay una
sumisión a la comodidad. Los negocios se presentan como un mayordomo dispuesto a
servirte y difuminan la sospecha eterna de que alguien viene a aprovecharse de ti. Todo
lo contrario, mi intención es la opuesta, nos dicen, dime lo que te falta y yo trataré de
solucionarlo. Y gratis. Con una estrategia tan afinada es normal que poco a poco nos
vayamos inclinando hacia la patria de uno, la fabricación de un país a nuestra medida.
No transigimos en acordar los términos de convivencia, mi patria es mi casa. El himno
nacional español no tiene letra, así que debemos componer unos ripios válidos para
nosotros, al igual que elegimos la canción de nuestra vida o de nuestro matrimonio. Ya
hay quien compone la letra del himno en un arrebato personal en un día de añoranza
de lo que siente que es su patria, como si otro no la pudiera sentir de distinta manera.
No, si no sientes tu país como lo siento yo, entonces márchate. Resulta que el
desacuerdo, la desigualdad más grande, llega bajo la invocación a que todos vamos a
estar conectados, accesibles, presentes y enlazados las veinticuatro horas del día.

La hipertrofia del espacio propio debe ser combatida. Los ricos y famosos han
repetido siempre que su mayor renuncia por culpa del éxito fue perder la vida cotidiana,
la normalidad. Hoy nos quieren hacer a todos ricos y famosos, aislados del mundo tras
la valla de seguridad y el chófer que es al mismo tiempo guardaespaldas. Pero nos
regalan el daño que esconde el triunfo sin tan siquiera concedernos las ventajas.
Aislados y temerosos, pero sin chalet ni guardaespaldas. Entonces el Estado regresa
para darnos la seguridad y la promesa de confort en una mansión llamada patria.

La calle es nuestra, no es el enemigo. El edificio donde vivimos tiene que servir


a las necesidades colectivas. La patria no tiene que ser la unidad rotunda de mis
intereses, gustos y pasiones, sino un conjunto de diferencias y disparidades que se
convocan para un acuerdo maduro y razonable. La concentración de poder, por más
blando que se represente ese poder, ha aumentado de manera peligrosa. Hoy ya
29
sabemos que Facebook y Google hacen negocio con nosotros, no son solo un servicio
blanco de intermediación. El monopolio generado por nuestro modo de vivir amenaza
la escala racional de nuestra expresión ciudadana.

Las nuevas tecnologías han progresado de una manera sorprendente, pero no se


ocupan de los grandes problemas que afectan a la humanidad. La desigualdad, el drama
migratorio, la degradación ecológica, todo ello está fuera de su modelo de negocio.
Redirigir su iniciativa hacia esos problemas es nuestra misión fundamental. El
consumo es consciente es el único resquicio para protegernos del control ajeno. Cada
vez más personas se dan cuenta de que su acción, por pequeña que sea, tiene
consecuencias enormes. La respuesta social al varapalo que han significado las
medidas de ahorro político, los recortes de gasto público la inevitable sensación de
abandono que los ciudadanos experimentan frente a sus gobiernos han empujado al
repliegue y la desafección de los proyectos colectivos. Y los buitres se han
aprovechado de la emocionalidad para presentar su utopía de conveniencia.

En el proceso de regresar a la placenta, al líquido viscoso y protector que nos


aísla, pero nos conserva seguros, hay mucho de regresión. Ya sabemos que avanzar en
el tiempo no significa siempre progresar. El tiempo no es consecutivo, sino que se
superpone. De manera repetitiva a lo largo de la historia, en las primeras décadas de
cada siglo hay un deseo impotente de volver al pasado reciente, de recuperar esa
seguridad de lo conocido. Pero la verdadera libertad nunca es cómoda, exige
arriesgarse a la intemperie y precisa del esfuerzo de activar la amistad cívica entre
ciudadanos de la que hablaba Aristóteles. No se trata de añorar el vientre materno, vivir
consiste en nacer cada día, en salir a la luz cada mañana y enfrentarse a todos los
miedos. En romper el cascarón. En renacer.

En las partidas de póquer, dicen los sabios profesionales que cuando miras a los
contendientes y no das con el pardillo, con el tonto que va a ser desplumado, es que
vas a serlo tú. Pues en la sociedad actual, cuando sigues pensando que todo es más
cómodo, que todo es más certero, que todo es más a tu medida, que todo se consigue
con menor esfuerzo, que todo es más rápido, que estás de verdad a gusto en ese regreso
a la placenta, y sin embargo no encuentras placidez, ni comodidad, ni certezas, ni tu
acomodo personal, entonces, amigo mío, es que hay muchas posibilidades de que el
pardillo seas tú. Y claro que sí, puede haber una tiranía sin tiranos, porque el mundo
siempre contiene tiranteces, pero cuando no das con el tirano de manera clara, es que
a lo mejor el tirano lo eres tú.

30
La tiranía sin tiranos
Preámbulo ............................................................................................................. 2
La democracia como certificado de calidad.......................................................... 4
La ternura frente al mal......................................................................................... 6
El pánico a la mala reputación .............................................................................. 7
Cosmética de la Ternura ....................................................................................... 9
Los tiempos se superponen ................................................................................. 10
Escuela de sobreactuación .................................................................................. 12
Aparición del público ......................................................................................... 13
Medir la fiebre .................................................................................................... 16
La mayoría no puede equivocarse ...................................................................... 18
El egoísmo como oportunidad de negocio .......................................................... 21
El regreso a la placenta ....................................................................................... 23
Contra el calendario biológico ............................................................................ 25
El día después del apocalipsis............................................................................. 26
No futuro ............................................................................................................ 27

31

También podría gustarte