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David Trueba
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Preámbulo
Los griegos acuñaron el término idiota para describir a aquella persona que se
ocupa solo de sus intereses privados y no de la cosa pública. Dentro de la burbuja flota
feliz el bobo perfecto. Nosotros extendimos el concepto y, tantos años después,
llamamos idiota, más bien, a la persona que se perjudica a sí misma con sus acciones.
Idiota sería quien, por ejemplo, se golpea con una piedra en la cabeza repetidas veces
o alza el martillo para descargarlo sobre sus dedos. Sin embargo, cuando descubrimos
que lo hace convencido de perseguir su bienestar particular y el de los suyos, por más
equivocado que nos parezca, tendemos a mirarlo con ternura.
Durante siglos, el terror, el miedo, la amenaza fueron el arma para someter a los
más a los intereses de los menos. Los poderosos no encontraban mejor estrategia. Con
torturas abominables preservaban su posición de privilegio. La conquista de los
derechos fue una corrección necesaria, toda dominación tendría que ejecutarse dentro
de unos límites. Pero tras atravesar un siglo XX pleno de matanzas, con los modelos
de exterminio más sofisticados de la historia puestos en práctica con incondicional
apoyo popular, se percibió que incluso un sistema pensado para equilibrar los poderes,
como la democracia, podía verse incapaz de frenar la crueldad cuando la llamada a esa
crueldad se perfumaba con aromas emocionales como la patria, la raza, la fe y el
beneficio económico.
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Ni siquiera la democracia lograba acabar con la tensión perpetua en las relaciones
humanas, donde se enfrentan los intereses de unos con los de los otros. Nadie es tan
ingenuo como para confiar en la bondad de los extraños salvo en la hora desesperada,
así que cada cual se protege para resistir el acecho de los oportunistas. Servidores y
señores intercambian sus papeles, pero cuando cae el disfraz, el argumento descubre
la misma comedia de ratón y gato. Para resolver ese conflicto se reforzaron los
controles institucionales y se promovieron las uniones regionales entre países. Si
aspirábamos a un mundo con valores intocables, convenía difuminar las fronteras
nacionales que tanto agravio provocaban. Sustituir la crueldad por la ternura era el reto.
Nacieron asociaciones e instituciones que promovían la bondad general, y hasta la
radiofórmula se llenó de mensajes de enternecedora ambición fraternal que coreaban
vivas a la gente y afirmaban que nosotros, we, un gran nosotros, éramos el mundo, the
world, tomados todos de la mano en un arco iris plurirracial.
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Cuando llegaban al poder mandatarios autoritarios y líderes con mano de hierro
no era para aplicar esta mano sobre ti, sino sobre los demás, contra las reivindicaciones
colectivas que podían afectar a tu confort personal. Fueron los perros guardianes de
nuestros miedos. A quien bien te quiere, le permites que haga llorar a otros.
Este escrito trata de responder a una pregunta: ¿acaso no vivimos en una tiranía,
pero sin tiranos? Sería demasiado sencillo concluir con una afirmación ramplona y
describir cómo la ternura nos lleva a la injusticia. Porque nunca el mundo ha
experimentado tantos avances y tanto respeto por la opinión pública, nunca ha habido
tantas oportunidades de progreso, tan larga esperanza de vida entre muestras
asombrosas de solidaridad. Así los dos neandertales de la viñeta festejaban el aire puro
que rodeaba su caverna, la falta de estrés y masificación, para terminar por reconocer
que su esperanza de vida no alcanzaba los treinta cinco años, de modo inverso nosotros
podemos quejarnos de todos los males y amenazas, que afectan al mundo
contemporáneo, pero a cambio vivimos unas condiciones que nunca se han disfrutado.
Si nos sorprende el grado de abandono y mezquindad que sacude a una parte de la
población lo achacamos a una fatalidad consecuente con el tamaño ingestionable del
planeta. Pero cuando detectamos que nuestras condiciones de vida empeoran, quizá
tememos demasiado que la pregunta se vuelva incómoda: ¿y si el tirano fuéramos
nosotros?
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No son solo los países de tradición autoritaria los que han experimentado un
cambio esencial en su modo de abordar el poder. En los Estados Unidos gobierna un
campeón de los negocios, al modo en que logró Silvio Berlusconi el triunfo electoral
en Italia, aupados ambos por la ilusión ciudadana consistente en pensar que si los países
se gestionan como empresas privadas el resultado será saludable. Venció en las
elecciones a Hillary Clinton, que personalizaba el giro de las sagas políticas
occidentales hacia los valores monárquicos tradicionales. El poder hereditario, la
familia que se releva en el trono. los apellidos que invocan superioridad. Los más
exitosos líderes latinoamericanos han sucumbido a la tentación monárquica de
prolongar en el tiempo su mandato, sin los rigores de las limitaciones higiénicas y la
alternancia. Han surgido partidos políticos de un solo líder, unipersonales, y también
las sagas familiares se perpetúan en el poder, como i el parentesco dotara de mágicas
dotes de mando, algo que nadie se atreve a comparar con la cadencia hereditaria del
nepotismo monárquico.
Las redes sociales han terminado por apoderarse de esta motivación. Son una
versión portátil del acceso universal a la televisión. Ahora la pequeña pantalla nos
acompaña en la mano y requiere nuestra atención a cada segundo para explicarnos lo
cómoda que es la vida, lo cerca que estamos de aquello que deseamos. Para ello tiene
que crear un mecanismo de intercomunicación. Ha quedado superado ese modelo
televisivo en el que alguien con autoridad nos hablaba y conducía. Ahora nos dejan a
nosotros el volante.
El mando a distancia nos permitía cambiar de canal con facilidad y nos dotaba
de sensaciones de libre elección. Ahora se trata de introducirnos nosotros en la pantalla.
Somos comentaristas a destajo, para que nunca dudemos de que somos los dueños del
juego. No hemos perdido poder, nos dicen, lo hemos ganado, y de manera irrebatible.
Para convencernos de ello, la realidad es transformada en una ficción digerible y la
narrativa nos obliga a aceptar ser personajes.
Ya somos personajes más que personas. Los individuaos que deciden exhibirse
se transforman en productos en venta, expuestos a la mirada de todos, pero siempre en
su pose de escaparate, la más favorecedora. De ser real la exposición y no una
impostura, la imagen resultante sería de un dolor insoportable. Pero si dejas la
amargura de la vida fuera del autorretrato provocarás la envidia. Lo interactivo consiste
en colocarnos en el centro de la trama. Tú eres el protagonista, dicen los lemas
publicitarios. Pero al asumir esa posición nos sometemos a una vigilancia voluntaria.
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Son muchos los que han apreciado un parecido evidente con los fantasmas del Gran
Hermano de Orwell. Salvo que ahora te expones tú mismo a la mirada del otro al
incorporar una cámara que retransmite tus movimientos las veinticuatro horas del día
y revela lo que piensas y anhelas.
El linchamiento de las personas en las redes es una deriva natural de esa ternura
coaccionadora. Si nos exhibimos con la cara más vendible y amable, cualquier error
será para nosotros tan grave como el pecado cometido bajo la mirada del Dios medieval
que tanto temían las personas. Alguien superior los observaba en sus comportamientos
más íntimos y eso hacía que se viviera en el temor de Dios. Acaso Dios no sea más
que una cámara de vigilancia de calle, pero con una óptica tan amplia que lo ve todo.
Así, cuando alguien es pillado en falta, se le pasea por la red en cueros, para que todos
los asistentes al desfile disfruten al verlo alquitranado y rebozado en plumas y barro
como se hacía con los expulsados de los saloons del Salvaje Oeste. ¿O no es así
también como Adán y Eva fueron desalojados del Edén?
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nuestra solidaridad, se descubra que todo era falso. Sale a relucir entonces nuestro
instinto vengativo, con nuestra ternura no se juega.
En Polonia el gobierno acaba de aprobar una ley por la que se castigará al que
sostenga que los crímenes nazis en su territorio pudieron cometerse con colaboración
local. Turquía ya hace tiempo que aplica similar rasero para negar el genocidio
armenio, pero precisamente esa negación es delito en Francia, como lo es en
prácticamente todo el continente el negacionismo de los crímenes nazis. Las leyes, que
son la representación de ese autocontrol necesario para no pervertir las democracias,
parecen haberse convertido también en el brazo armado de los libros de texto de
historia.
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imponer el canon, cuando precisamente la democracia es puesta en cuestión
permanente. Ahora la historia la deciden las mayorías, por votación. Sometamos todo
a referéndum. El que gana obliga a los demás a dejar de pensar, a dejar de ser.
Esto puede dar risa, pero funciona así. Los países parecen ahora querer votar qué
fue qué, cómo sucedieron las cosas, quién es bueno y quién es malo, qué estatua
representa la bondad del pasado y cuál debe eliminarse porque nos cuestiona en el baúl
de nuestra historia común. Hace poco vimos retirar en Barcelona la estatua de un rico
comerciante que había fraguado su fortuna con el comercio negrero, pero ¿no sería
entonces coherente derribar edificios levantados con ese dinero, despojar a familias de
su fortuna y devolver parte del producto interior bruto a Haití? ¿O se trata solo de
cosmética de a bondad, de la apariencia de ternura?
Cosmética de la Ternura
¿Por qué sucede esto? Porque los nuevos ciudadanos necesitan considerarse del
lado del bien, exigen que la imagen de sí que les de-vuelve el espejo sea favorecedora.
Somos los buenos, se dicen, y empujan de manera evi-dente a los que se oponen o
disienten a ocupar el sector de los aguafiestas cuando no sencilla-mente de los malos.
La ficción permite este reparto de papeles tan grosero. Basta ya de le-yenda negra, les
dicen a los españoles, todos los demás países tuvieron su Inquisición, y de ese modo
logran que nos entre un orgullo re-verdecido. Y en ese reverdecer hay una vuelta a los
orígenes de la taifa, al gobierno tribal, a no cuestionarse nada de lo que nace de
noso-tros y nuestras emociones. Los enemigos de mi patria son mis enemigos, y si mi
patria incluye también a enemigos míos, entonces me conviene inventar una patria más
pequeña y más limitada para dejarlos fuera, porque yo solo quiero estar con los buenos,
con los míos.
¿Infantilismo? Quizá, pero nadie niega que con argumentos infantiles se puede
alcanzar una crueldad digna de los adultos. En uno de los clásicos del cine español.,
Chicho Ibáñez Serrador se preguntaba quién puede matar a un niño, y la pregunta
bastaba para dejarse vencer por la maldad de los inocentes. Las vallas que rodean el
territorio de los inocentes más afortunados se alzan como barrera de resistencia tras el
foso que conforman los mares. Los ricos se separan de los pobres por todos los medios
posibles. Como señores de las moscas, hemos convertido nuestros países en castillos
feudales casi inexpugnables. En tiempos de satélites hipersofisticados y conexiones
globales muy desarrolladas, tratan de alcanzar nuestra costa barcas de remo con
vecinos del África subsahariana a bordo, los mismos que intentan superar nuestras
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vallas reforzadas con ganchos de concertina en asaltos espontáneos masivos, y estas
travesías medievales personifican el contraste entre lo moderno y lo antiguo.
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Si no acaba de funcionar este sistema paliativo se utiliza otro más sulfúrico. Se
nos invita a ver que las víctimas no son tales, que también ellos han ejercido la
crueldad, que son enemigos latentes, que vienen a asesinar a nuestros hijos, que serán
incapaces de adquirir nuestros valores, se les despoja del manto de bondad e inocencia
y se les identifica como criminales en potencia, amenazantes. Entonces, la misma
oleada de reivindicaciones vira en lo contrario, se crean fenómenos como la denuncia
del buenismo, que es la que le recuerda a la gente que tiene buen corazón que con el
buen corazón no se llega a ningún lado. Jamás ha existido una demolición tan
concienzuda de los deseos sinceros de una parte de la población de ser mejores, de
comportarse mejor. La perfección no existe, nos dicen, aunque ya lo supiéramos, y nos
convencen por tanto de que el deseo de acercarnos a lo mejor nos condena a lo peor.
Somos guiados así, sin complejos, hacia el mal, pese a la pulsión de la ternura.
Pongamos dos casos como ejemplo. El del niño Aylan, hijo de padres sirios que
huían de las matanzas de Al Asad sufragadas por Rusia, que apareció ahogado en una
playa turca, escupido por el mar. Su cuerpo delicado de muñeco, vestido con ropa de
adulto reducido, boca abajo en la arena hasta que un policía de costas lo recogió. La
foto recorrió el mundo entero en un instante, sin duda el resultado formidable de
nuestra hiperconexión. Los lloros, la búsqueda de los padres, el propósito pertinaz de
que esto no vuelva a pasar y la solidaridad desencadenada durante días, semanas,
ablandaron incluso el corazón de la canciller Merkel, que ordenó a toda Europa regular
el paso de refugiados y acogerlos en grupos porcentuales por cada país. La negativa
clara de unos pocos, la más sutil de otros, el acuerdo incumplido de los más y
finalmente la nada. Nada coronada, todo sea dicho, por la pérdida de votos de Merkel
en su propio país, pues mostrarse blando dispara las alarmas. La llegada masiva de
inmigrantes se frenó cuando algunos de ellos, reunidos en una plaza de Colonia durante
las campanadas de Año Nuevo, abusaron de mujeres de manera vergonzante. ¿Todos?
No, pero el juicio ajeno lo hacemos con generalizaciones, mientras que el propio
exigimos que sea individualizado. La gente, la gloriosa gente la que siempre se pone
como modelo y dueño, estaba esperando una señal para poder justificar su renuncia
puntual a la ternura. Los ultras regresaron al Parlamento, el dictado para el resto de los
países vecinos fue claro. Las fotos son poderosas, sí, pero más los instintos.
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por el odio que parecía despertar su desamparo. Era así, su imagen provocaba ternura
en países lejanos, pero esa ternura ajena provocaba en el país que pisaba odio y
resentimiento. La periodista recibió la condena del mundo entero, de nuevo la
inmediatez para denunciar su infamia funcionó, y poco más, pues ella regresó a su
puesto en antena. El hombre aún recibió una invitación para entrenar a un equipo de
fútbol, su dedicación, en un pequeño club de España. El club se promocionó y ensalzó
su imagen, se concedieron emotivas entrevistas, y una ola de simpatía envolvió el
gesto, pero en menos de una temporada el hombre fue despedido. No hay piedad para
los torpes. En une película de Hollywood habría ganado la liga, en el mundo real a
nadie le importaba ya. Lo dijo Warhol: todo el mundo tiene derecho a cinco minutos
de ternura y una vida entera de indiferencia.
Cada vez que muere un mantero de los muchos que pasean su mercancía por las
aceras de las poblaciones españolas surge una polémica sobre sus condiciones de vida.
La falta de permiso de trabajo, que en algunos casos se prolonga durante años y años,
condena a los ilegales a trabajos marginales y furtivos. Pero si la reivindicación de sus
derechos llega a incomodar de verdad a los locales, entonces no faltarán las escenas de
violencia, de resistencia a la autoridad, para devolver a la sociedad una imagen de ellos
que extinga las muestras de solidaridad y comprensión. El orgullo es un lujo que
concedemos al otro en dosis muy reducidas.
Escuela de sobreactuación
Ejemplos así no sirven para aleccionarnos. La sobreactuación es lo que tiene.
Porque vivimos en la era de la exageración, no de la prevención de daños. Contaré la
anécdota de un amigo cineasta que rodaba una escena con cientos de figurantes. La
producción, para ahorrar, no había contratado, como es habitual en escenas de mucho
personal, ningún servicio de ambulancia y primeros auxilios. Cuando alguien se
lesionó gravemente corrieron todos al hospital compungidos. La ternura tardía, de
nuevo.
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De nuevo lo que buscamos no es la justicia y el bienestar, sino que no se nos
pueda culpar de indiferencia, de ser indolentes. Tapamos las fugas de agua cuando ya
han roto a manar, cuando se visualizan por la comunidad, aunque las veíamos desde
hacía tiempo y callábamos.
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cualquier convocatoria, seamos público y esperemos a conocer el criterio mayoritario
para conformar el propio.
¿Qué es lo que usted desea? Dígamelo, por raro o extraño que resulte, se lo
pondremos a su disposición y convocaremos a los que compartan su deseo. Crearemos
guetos del gusto sin interferencias ni disensiones y eliminaremos la angustia de haber
perdido la individualidad entre la masa. Que el cliente quede satisfecho es la primera
expresión de solvencia de un negocio y la garantía, seguramente, de su perpetuación.
¿Y qué sucede cuando el cliente declara su insatisfacción? La tienda no se cierra, sino
que, si está bien dirigida, le ofrecerá una opción distinta que acaso logre contentarle.
La democracia pasa a estar por tanto unida a la satisfacción del cliente. Eso, y no otra
cosa, es lo que la convirtió en Imbatible frente al resto de las alternativas, que si no
queda contento puede cambiar de producto. Frente a ella palidecían las tiranías del
escaparate vacío porque ofertaban un solo producto hasta su extinción.
Para las personas que se dedican a las actividades culturales, los entretenimientos
de masas son siempre un destino posible y una tentación por evitar. Un día, las élites
artísticas perdieron su potencia frente a la potencia de lo popular. Uno podía
enfrentarse a las escleróticas academias, pero ya no resultaba tan fácil sacudirse el
estigma de lo impopular. Los síntomas fueron evidentes. El público no podía
equivocarse. Cuando la revista Variety, la publicación más relevante de la industria
cinematográfica, comenzó a publicar semanal y luego diariamente la recaudación de
las salas de cine en los Estados Unidos, estableció un baremo deportivo, comprensible
para todos, sobre el éxito y el fracaso. Poco a poco, las calificaciones subjetivas de la
crítica fueron perdiendo su peso específico. Para paliarlo, trataron también de
someterse al arbitraje deportivo y crearon la calificación visual por estrellas. Podían de
este modo ofrecer un balance numérico del valor artístico que concedían a cada
película en cartel. Pero año tras año, ante la evidente fuerza del resultado comercial
como un galardón objetivo, los críticos vieron cercenada su importancia hasta el estado
actual, en que nadie se puede resistir a conceder a la taquilla la autoridad final sobre
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un producto. Y, por lógica, las posibilidades de triunfar en taquilla son la máxima que
guía la aprobación de proyectos, su realización. Es decir, el público impone la
producción.
Pero ¿a través de quién se manifiesta el público para mostrar sus intereses por
anticipado? De nuevo son estudios de mercado, encuestas, conclusiones en apariencia
democráticas. Y al instante, sin el poso de un mínimo tiempo para la reflexión.
Recordemos que la noticia de la toma de la Bastilla en la Revolución Francesa tardó
trece días en llegar a Madrid, pero hoy no hay espacio para la duda ni la espera porque
el suceso es retransmitido con la falsa vitola de verdad que da lo inmediato. Cuando lo
verdadero es el poso. Los programadores de televisión, por ejemplo, han presumido
durante años de conocer lo que el público desea a través de los medidores de audiencia.
Se alzan como una especie de médium autodesignado para así imponer la intervención
y la censura más radical en nombre del éxito futuro, y a pesar de que de cada veinte
programas nuevos emitidos en una cadena solo uno de ellos logra el favor del público,
mantienen su puesto con altivez.
Porque la verdad es que el público no tiene cara ni presencia previa, sino que sus
elecciones son consecuencia de una mezcla de elementos variados, aunque quizá el
más relevante sea el empuje publicitario. Cuando se sostiene que el mercado nunca se
equivoca, que el público siempre tiene la razón, lo que se pretende realmente es
condicionar la creación individual y suprimir cualquier margen de libertad en favor de
lo ya impuesto. Hay algo obligatorio en esa farsa de libre albedrío. La publicidad actual
de las novedades advierte sobre el éxito que arropa el nuevo producto, porque nada
genera más éxito que el propio éxito.
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Medir la fiebre
Así, los libros más vendidos, los discos más escuchados, el precio de venta de
las obras plásticas, de las entradas a los conciertos, las semanas en cartel de una obra
de teatro reciclaron los valores deportivos en valores culturales. Lo competitivo se
impuso también en el mundo de la cultura, y pasó a hablarse de ganadores y
perdedores, como en el fútbol, y medallas de oro, plata y bronce como en cualquier
disciplina de los Juegos Olímpicos. ¿Importaba algo que detrás de la comercialización
de una obra cultural hubiera factores que impiden la comparación con los cien metros
lisos? No, porque el deporte nos enseña que el débil puede ganar al fuerte. ¿Acaso no
ganan los etíopes, menos musculados que sus rivales y en ocasiones hasta descalzos,
las carreras de largo aliento? Así que los etíopes culturales o sociales no tienen nada
de lo que quejarse. Todos los que están en la línea de salida cuando suena el disparo
tienen la obligación de disputar por la victoria. El resto son excusas. Ganadores y
perdedores, eso lo entendemos todos, ¿Que te has quedado en el grupo de los
perdedores? Lo sentimos, pero en eso consistía exactamente el juego.
La primera consecuencia de este baremo de medida fue que, año tras año, la
complejidad en el arte y la cultura tuvo que dejar paso a la rotundidad de las
obviedades. Los deportistas se fueron convirtiendo en los reyes mediáticos. Porque,
puestos a medir el esfuerzo y el resultado, palidecen todas las disciplinas frente a las
que nacieron para ser medidas así. Si uno mira la importancia de los deportistas en el
mundo actual comprenderá que jamás en la historia de la humanidad fueron tan
relevantes. ¿Por qué? Porque el medidor que elegimos para juzgar determina el
producto. Es el termómetro el que concede la preponderancia a la fiebre sobre todos
los demás síntomas. Los economistas, ante esta simplificación de los estudios, han
llegado a sostener que hay países ganadores y países perdedores. Los que perdieron en
la crisis, los que ganaron. Mala suerte, amigo, ya te explicamos de qué iba esto, de
competir y nada más.
Todo el mundo conoce la dureza del mundo de la gimnasia infantil. Para lograr
resultados brillantes en las Olimpiadas, niños elegidos de excelentes condiciones han
de someterse a un plan de entrenamiento de enorme exigencia. Cuando su exhibición
olímpica nos maravilla batimos palmas con entusiasmo. Cuando trascienden las vidas
machacadas, los padres abusivos, los entrenadores tiránicos, el robo de una infancia
para la obtención de una medalla, entonces, si la historia es lo suficientemente
dramática, nos llevamos las manos a la cabeza y buscamos culpables. Pero no hay que
buscarlos muy lejos, algunos siguen aplaudiendo al otro lado de la pantalla.
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El éxito de jóvenes comunicadores en la red procede de ese mismo impulso de
explotar la precocidad. Ya no hay límite de edad para exprimir el talento, ni siquiera
un proceso formativo que respetar. Si tu niño conecta con espectadores permítele
representar esa aséptica expresión de democracia donde el sueño de vencer está al
alcance de cualquiera, la perfección del sistema es esa, fingir que cualquiera puede
lograr lo que desea, y lo que todos desean es dinero. El sueño americano es hoy el
sueño de YouTube.
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pactada en la isla de las Azores. Las armas de destrucción masiva en poder del gobierno
iraquí resultaban tan improbables e inencontrables que hubo que inventarlas para
despreciar la protesta social, en el primer episodio de la mentira que se ha dado en
llamar posverdad. Y, aun así, entre los encuestados eran más en número los que creían
que Elvis estaba vivo que los que consideraban que los líderes aliados decían la verdad.
Estos protagonistas políticos decidieron enterrar sus carreras ante compensaciones
mayores. Los bienintencionados dirán que para seguir sus convicciones
geoestratégicas. Los malintencionados sostendrán que durante generaciones sus
familias no pasarán hambre ni privaciones y eso compensa cualquier acto dañino.
También los individuos pueden triunfar usando las artimañas del engaño. La vida
pública tiene su propio código, vence quien convence.
En realidad, lo que venía a apuntar es que todo estudio debería tener en cuenta
los condicionantes. Dentro de las grandes ciudades, resulta espantoso que no se resalte
el origen social, el nivel económico y el progreso escolar de cada alumno desde que se
incorpora al sistema saturado. Mediríamos entonces el valor de la progresión personal.
¿Sería ofensivo acaso descubrir que Harvard puede ser peor lugar de enseñanza que la
humilde aula de una aldea africana? Por eso podemos considerar que el resultadismo
es un cáncer, porque solo sirve para atacar la Integración, la pluralidad, la igualdad,
Ya que todas ellas van en detrimento de los resultados, y por eso los educadores con
afán de triunfadores en esos exámenes estadísticos tratan de manipular a su alumnado
para quedarse con la mejor imagen que ofrecer. Viene a ser como esas familias que
escondían de las visitas al tonto y al tullido para que nadie dudara de la intachable
genética de su apellido.
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Por supuesto que el examen y el análisis son esenciales para la corrección del
sistema. Pero aplicarles el baremo de ganadores y perdedores ofende al estudio. Pocos
se paran a relacionar el número de suicidios entre adolescentes con el grado de éxito
escolar en esas encuestas por países, por ejemplo. Pocos analizan los grados de
permeabilidad entre clases económicas dentro de un mismo país, el faro de igualdad
que consiste en no conocer tu destino según tu cuna. El termómetro que usamos para
medir la temperatura corporal no sirve para medir una infección gástrica ni detecta un
tumor. Cada valor tiene su sistema de estudio, y equivocar algo tan simple nos condena,
de aquí al futuro, a hacer un ridículo histórico donde un cronómetro medirá el placer y
una veleta la dirección del camino a casa. Puede que, en el colmo de la sofisticación
feng shui, usemos una brújula para orientar el cabecero de nuestra cama, pero en los
aspectos esenciales manejamos una cuchara de madera como si fuera una varita
mágica.
Algo parecido ocurre con la sanidad pública, a menudo medida tan solo por el
volumen de las listas de espera. Así, se está llegando a primar a los médicos por su
velocidad y no tanto por su desempeño satisfactorio. Lo numérico desvela que la
sanidad pública siempre tendrá un funcionamiento defectuoso. La valoración numérica
te convencerá, sin ninguna duda, de que en el seguro privado te saltas las listas de
espera y obtienes un rápido diagnóstico. No es raro que se descapitalice el esfuerzo
público y poco a poco se imponga la idea de que tendrás que salirte del sistema si
quieres estar satisfecho. De un modo similar, las pensiones precarias acaban por
empujar no a la subida de las pensiones, como sería lógico, sino a la promoción de las
pensiones privadas. Cuidado, te estás quedando entre los perdedores, nos dicen, y en
lugar de detener la degradación echamos a correr para salvarnos nosotros. De nuevo
los ganadores nos indican el lugar acertado en el que situarnos. La competición está en
marcha, ¿vas a perder tu oportunidad parándote a analizar el paisaje?
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La implantación del sistema medidor deportivo causa en la sociedad los mismos
daños que causó en la cultura la rendición a valores equivocados, a valores egoístas.
El egoísmo es la hipertrofia del yo, y por lo tanto no hay encuesta que pueda eludir el
riesgo de ser interpretada en el propio beneficio. Por más que sepamos que el
tratamiento médico de una enfermedad grave es el mayor motivo de bancarrota en las
familias norteamericanas, toleramos que día tras día los sistemas públicos de salud
europeos sean puestos en cuestión ante la gestión privada. Alguien con enorme talento
ha descubierto que, si nos promete prolongarnos la vida y la salud a nosotros en
particular, logrará que nos importe un carajo la salud de quienes nos rodean. Por
supuesto que el hombre puede ser una isla, vente a vivir a la nuestra.
En el fondo, el primer signo de esta irrupción salvaje del todos contra todos llegó
de la mano de la piratería en la red. Por supuesto, que la gente joven demandaba
mejores precios, accesos más sencillos para el entretenimiento masivo, pero al mismo
tiempo la permisividad con el robo digital personificó la destrucción de unas personas
por otras. La eterna historia de la selección natural. Si los músicos se han hecho ricos
con la música a mi costa, tengo todo el derecho a demoler su negocio desde los
cimientos sin renunciar a mi placer.
En ningún país como en España se han denunciado tanto las subvenciones al arte
y la cultura para avergonzar a sus profesionales, mientras se ocultaba la magnitud de
subvenciones similares a sectores industriales, empresas privadas y explotaciones de
recursos. Hemos sabido tarde que se construían autopistas y se exploraban los recursos
del subsuelo gracias a contratos con el Estado tan certeros que si la empresa resultaba
un fracaso, el que pagaba la factura era el contribuyente. Todo esto mientras los
subvencionados eran los artistas. Tras esa degradación en la opinión pública de los
oficios artísticos, costeada por la prensa y empresas de tecnología, no hubo alternativa:
tan solo los más fuertes encontraron un nuevo acomodo, aunque ahora sí, entre
rencores sociales. Nos quitamos todos la careta, unos éramos exterminadores de los
otros, la cuestión estaba en quién ganaba. Como en los casinos, el que gana pasa la
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noche feliz, los demás desperdiciaron su oportunidad. La oportunidad es la destrucción
del otro, aprovéchala, corre a hacer de tu crueldad un factor de supervivencia. Así, en
la era de la más avanzada comunicación, regresábamos a la jungla cruel de la selección
natural.
Cuando Facebook censura incluso los desnudos en las pinturas clásicas nos está
diciendo que vela por la salvaguarda de nuestra moral. Cuando los gobiernos deciden
poner a su fiscalía en acción para mandar a los juzgados a los bromistas, a la gente de
poco talento la ironía y a los ostentadores de mala educación, nos repiten lo mismo:
nosotros velamos por su seguridad. Pero no es eso lo que nos pone a salvo, esa es su
invención del mundo higiénico. Son innumerables los ejemplos en que se impulsó la
anarquía para reforzar finalmente la represión. Porque resulta difícil la transición entre
el todo vale y el algunas cosas no valen. Ya sabemos lo complicado que fue pasar de
la conquista del territorio norteamericano a la convivencia en ciudades pioneras, o lo
terrible que es controlar el comportamiento civil en la retaguardia durante los tiempos
de guerra. La impunidad es un cáncer irreparable durante generaciones.
El regreso a la placenta
El ser humano, como cualquier animal, regresa mentalmente al lugar de origen
cuando busca protección. La comodidad del feto es un recuerdo que nos persigue, por
eso es tan sencillo empujar a las personas a volver a la placenta. La burbuja nos libra
de todo mal.
El mandato desde casa implantó las teletiendas, de las cuales nos burlábamos por
su ridícula oferta escenificada. Pero hoy ya todo es teletienda. Si de verdad
perseguíamos la liberación de la oferta, resulta raro presenciar la sumisión actual al
catálogo impuesto, como esas plataformas audiovisuales cuya oferta es tan limitada y
dirigista y que, sin embargo, nos parecen la panacea. Filmotecas de doscientas
películas. ¿De verdad perseguíamos la libertad o era ese aroma de libertad lo que
interesaba vender para machacar al mercado antes conocido y mucho más plural?
La más inteligente de las tiranías es la que pone a unos contra otros para
finalmente provocar el reinado tranquilo de quien ha causado ese enfrentamiento.
Cuando uno se fabrica una burbuja no se interesa por lo que pasa en las burbujas de al
lado. El mundo del siglo XXI vive cargado de ternura, de buenos sentimientos, pero
está enfangado en el destrozo del espacio del otro. Si existiera un engaño, su mérito
consistiría en haber logrado esta actitud. Regresamos a la imagen inicial. No podemos
llamar bobos a quienes se perjudican a sí mismos, puesto que lo hacen pensando en
obtener un beneficio. No podemos llamar idiotas a los que se han desentendido de los
asuntos colectivos para festejar su satisfacción personal. Sin embargo, de lo único de
lo que de verdad están satisfechos es de su faceta de consumidores.
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adonde se dirige. En las películas porro, los saciados no abren la nevera a ver si pueden
preparar algo de cena después del coito. Hagamos de nuestra vida una película así.
¿No son los padres que asesinan a sus hijos el ejemplo perfecto del machismo
vengativo? ¿De la relación de pareja entendida como la perfección o nada? Y si se
fracasa, es imprescindible establecer el reparto entre vencedores y vencidos. Ya no les
basta con poseer a la mujer, sino que poseen la familia entera, todo lo creado juntos es
suyo. Los cursillos acelerados para aprender un idioma en veinte días palidecen ante
las propuestas de resolver los agujeros de la convivencia sentimental en minutos. La
relación clientelar parece adueñarse del sexo en ofertas de comunidades virtuales del
ligue. Pero no es por ninguna maldad racionalizada, sino por ahorrarle tiempo, todos
tenemos demasiadas cosas que hacer como para andar perdiendo el rato en
relacionarnos. Serán las impresoras en tres dimensiones las que resolverán finalmente
los desencuentros humanos. Deje de relacionarse con un igual, porque ahí va a perder
el dominio, utilice en cambio sus recursos para concederse la satisfacción por medio
de objetos sumisos.
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Igual que los tutoriales que te enseñan a hacer el nudo de la corbata o a
maquillarte los ojos, servicios fenomenales de la red, el problema está en exportar estas
funciones a ámbitos más íntimos. Las grabaciones de ambientes naturales, el sonido
de fondo de una cascada o de un paraje selvático, sustituyen a la búsqueda de paz en
un lugar que además está lleno de mosquitos. Importa el lugar de destino, pero ya casi
nada el viaje, el proceso, como si te bastara tomar la fotografía para conocer el paraje
turístico, apoderarte de él. Los conceptos de tiempo, presencia y desplazamiento han
mutado. ¿Por qué no te va a atender el médico a distancia si además con ello
contribuyes a sostener un sistema de salud pública inviable?
Para consolidar ese disparate se han hecho también lecturas culturales erróneas
presentando como victorias de género lo que son derrotas, porque el error de cualquier
actitud es oponerse con encono a las evidencias vitales. En lugar de mejorar las
condiciones laborales de las mujeres, el derecho de compaginar la maternidad y la
productividad laboral, nos hemos enredado en hacer a una la enemiga de la otra.
Congela tus óvulos para no perder el tren del éxito.
A los abuelos los tenernos atendidos con una pulsera que activan si se caen. la
alarma de casa sirve también para controlar el horario de la limpiadora y vigilar a la
persona que se queda cuidando de los niños; la distancia no transmite culpabilidad,
sino que es gestionada de manera eficaz si hay una sensación de presencia, de cercanía.
Las cámaras en la calle nos proporcionan una atmósfera de seguridad, de la misma
manera que el móvil de los hijos pequeños nos tranquiliza, están a tiro de llamada. Pero
es la ficción de cercanía lo que resulta preocupante. Podríamos llegar en el futuro a
reunirnos por pantalla de plasma en Navidad, aunque es ridículo apostar por la ciencia
ficción, que es el arte de errar en las predicciones.
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jóvenes, los convierta en cínicos primero y luego en profundamente desgraciados. ¿A
quién se le ocurrió cortarles las alas?
Los jóvenes sin alas son muy útiles. Cuando uno mira a esos niños que utilizan
el móvil como un chupete, sabe que su futuro estará demasiado sometido a lo único
que conocen. La hipercomunicación como aislamiento. Una juventud demolida y
frustrada podría ser interesante para frenar su ansia de cambio. Toda juventud necesita
sentir que cambia el decorado en el que irrumpe, sin ese delirio de la percepción no
hay alegría de vivir. Porque son precisamente los jóvenes los que saben rebelarse
contra la autoridad, y tendrá que venir de ellos la crítica al sistema, aunque sea tan solo
para perfeccionarlo. Ellos ya saben que nada es gratis, que la dominación bajo la que
viven es rentable para algunos, Sus padres, en cambio, están petrificados, no tienen
capacidad de reacción porque no viajan hacía el futuro, sino que han llegado a él. Si
esto era lo que soñábamos, no podemos aspirar a más. Como nos decían los mayores
a los jóvenes españoles que crecimos en el descontento de los años ochenta: si os
hemos traído la democracia, ¿qué más queréis? Pues todo lo demás queríamos.
No futuro
La cifra icónica de 2001 registró, a través de la novela y la película, el límite
exacto del futuro para varias generaciones. De tanto decir que el futuro llegaría ese
año, muchos se lo creyeron. Y ahora la sensación de varias generaciones es la de
habitar en el futuro y que el futuro no ha colmado sus expectativas. Ni tan siquiera las
tecnológicas, por más avances que haya: los transportadores de materia no se han
puesto en funcionamiento y los coches sin conductor atropellan ciclistas pese a que
aún circulan en prototipos con un operador vigilante. La depresión generalizada
consiste en entender que hemos alcanzado el futuro y no nos convence. La humanidad
necesita tener fe en un nuevo futuro, hay que inventar otra ficción como lo fue tiempo
atrás ese 2001 fronterizo con algo nuevo y por descubrir. Los ideales son la cuerda de
la que tiramos para avanzar; si nos cortan esa cuerda, desistir, perecer es la única
posibilidad.
Porque, según estamos, ¿dónde quedan las dimensiones del ser humano distintas
a la de consumidor, a la de objeto de deseo de los fabricantes y comerciales? ¿Dónde
quedan sus otros deseos y ambiciones? ¿Dónde se pinta ese futuro más allá de
promesas tecnológicas vacuas y que apenas afectan a la esencia del ser humano?
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hace por su bien, no es raro que se acabe por exterminar a los que no quieren
acomodarse a ese ideal. Hoy hay un exterminio de la disensión, de quienes se niegan
a compartir este modelo de vida autoimpuesto. Todas las tiranías fueron derrotadas
tarde o temprano por el ansia de las personas de ser contradictorias. Si se elimina ese
factor, nos matamos a nosotros mismos. Cuando uno ve expresadas ciertas normas de
vida como obligaciones comienza a temer que estemos entrando en la dictadura de las
costumbres. De ahí el querer prohibir todo lo que da placer a los demás si nosotros no
lo disfrutamos, de ahí la vergüenza de reconocer que somos quienes somos. Los
defectos que acumulamos no conviene esconderlos como si no existieran, sino convivir
con ellos. De ahí el peligro de que la mayoría dicte cada aspecto del vivir.
Bajo la supuesta solución a cada una de las demandas personales hay una
sumisión a la comodidad. Los negocios se presentan como un mayordomo dispuesto a
servirte y difuminan la sospecha eterna de que alguien viene a aprovecharse de ti. Todo
lo contrario, mi intención es la opuesta, nos dicen, dime lo que te falta y yo trataré de
solucionarlo. Y gratis. Con una estrategia tan afinada es normal que poco a poco nos
vayamos inclinando hacia la patria de uno, la fabricación de un país a nuestra medida.
No transigimos en acordar los términos de convivencia, mi patria es mi casa. El himno
nacional español no tiene letra, así que debemos componer unos ripios válidos para
nosotros, al igual que elegimos la canción de nuestra vida o de nuestro matrimonio. Ya
hay quien compone la letra del himno en un arrebato personal en un día de añoranza
de lo que siente que es su patria, como si otro no la pudiera sentir de distinta manera.
No, si no sientes tu país como lo siento yo, entonces márchate. Resulta que el
desacuerdo, la desigualdad más grande, llega bajo la invocación a que todos vamos a
estar conectados, accesibles, presentes y enlazados las veinticuatro horas del día.
La hipertrofia del espacio propio debe ser combatida. Los ricos y famosos han
repetido siempre que su mayor renuncia por culpa del éxito fue perder la vida cotidiana,
la normalidad. Hoy nos quieren hacer a todos ricos y famosos, aislados del mundo tras
la valla de seguridad y el chófer que es al mismo tiempo guardaespaldas. Pero nos
regalan el daño que esconde el triunfo sin tan siquiera concedernos las ventajas.
Aislados y temerosos, pero sin chalet ni guardaespaldas. Entonces el Estado regresa
para darnos la seguridad y la promesa de confort en una mansión llamada patria.
En las partidas de póquer, dicen los sabios profesionales que cuando miras a los
contendientes y no das con el pardillo, con el tonto que va a ser desplumado, es que
vas a serlo tú. Pues en la sociedad actual, cuando sigues pensando que todo es más
cómodo, que todo es más certero, que todo es más a tu medida, que todo se consigue
con menor esfuerzo, que todo es más rápido, que estás de verdad a gusto en ese regreso
a la placenta, y sin embargo no encuentras placidez, ni comodidad, ni certezas, ni tu
acomodo personal, entonces, amigo mío, es que hay muchas posibilidades de que el
pardillo seas tú. Y claro que sí, puede haber una tiranía sin tiranos, porque el mundo
siempre contiene tiranteces, pero cuando no das con el tirano de manera clara, es que
a lo mejor el tirano lo eres tú.
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La tiranía sin tiranos
Preámbulo ............................................................................................................. 2
La democracia como certificado de calidad.......................................................... 4
La ternura frente al mal......................................................................................... 6
El pánico a la mala reputación .............................................................................. 7
Cosmética de la Ternura ....................................................................................... 9
Los tiempos se superponen ................................................................................. 10
Escuela de sobreactuación .................................................................................. 12
Aparición del público ......................................................................................... 13
Medir la fiebre .................................................................................................... 16
La mayoría no puede equivocarse ...................................................................... 18
El egoísmo como oportunidad de negocio .......................................................... 21
El regreso a la placenta ....................................................................................... 23
Contra el calendario biológico ............................................................................ 25
El día después del apocalipsis............................................................................. 26
No futuro ............................................................................................................ 27
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