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de Lengua Castellana y Literatura Bachillerato


Comentarios de texto

APELLIDOS Y NOMBRE:
GRAMATICALES TILDES LETRAS NOTA

1. Realiza el resumen (2 puntos), la coherencia -tema (1,5 puntos), estructura (1,5 puntos) y tipología (1
punto)- y comentario crítico (4 puntos).

De todo lo que aprendí de mis padres hay algo que siempre agradeceré: la pasión por la lectura, el
hábito de leer. Fue un enorme privilegio, que determinó mi vida y que hasta mucho tiempo después
no valoré. Mi madre y mi padre leían a todas horas, así que seguí leyendo yo también. Lo que
había por casa para un chaval como era yo –Los Cinco, Los Siete Secretos, las novelas de Sherlock
Holmes…– y también lo que sacaba del bibliobús, que llegaba a mi pueblo una vez por semana y
donde solo podías coger prestado un tebeo por cada dos libros sin dibujos. Y así la letra fue
entrando, edulcorada con los Astérix, los Blueberry, los Superlópez, los Mortadelo, los Tintín y los
Lucky Luke. Era una infancia donde no había Internet, ni apenas videojuegos, ni dibujos animados
fuera del horario infantil, ni nada en el ocio a mi alcance que pudiera ni lejanamente competir con
los mundos increíbles de Emilio Salgari, de Michael Ende, de Arthur C. Clarke o de Isaac Asimov.

Sobre aquellas lecturas de la infancia construí mi gusto literario posterior. Fue una evolución
inevitable y hasta lógica, como una tabla de multiplicar. De los Cuentos de la Taberna del Ciervo
Blanco, de C. Clarke, pasé a El Aleph, de Jorge Luis Borges. Y de los cuentos de Borges a los de
Ted Chiang. De Salgari a Jack London y, de ahí, a La isla del tesoro. De Robert Louis Stevenson al
Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez y, desde ahí, a Cien años de soledad.

De joven también descubrí que no hay conocimiento sin letra escrita, que sin el hábito de la lectura
es muy difícil el pensamiento abstracto, o la imaginación. Aún me sigue pasando, ¿a quién no?
Nada abre más la mente que la palabra escrita. Y viceversa: tampoco sé ordenar mis pensamientos
sin antes sentarme a escribir.

Ahora, el padre soy yo. Dos niños. El mayor tiene 14 años y logré engancharle a los libros gracias
a Michael Ende –empezando por Jim Botón y Lucas el maquinista–, pero sobre todo al maravilloso
Harry Potter de J. K. Rowling. Desde ahí, ya voló él, en una escoba mágica aún más difícil, porque
por su atención compiten los Youtube y los TikTok. De Hogwarts saltó a Ready Player One, de
Ernest Cline, a El Juego de Ender, de Orson Scott Card, a Proyecto Hail Mary de Andy Weir…
Prohibirle tener móvil hasta hace muy poquito también ayudó. La única pantalla permitida de lunes
a viernes era su libro electrónico: ni tele ni ordenador.

Con el pequeño –año y medio– solo acabo de empezar. Con cuentos ilustrados donde lo que más le
emociona es descubrir a cada gato que hace “miau” y a cada perro que hace “guau guau”. Y ojalá
esta herencia que me dejaron mis padres y que ahora lego a mis hijos llegue a mis nietos después,
si es que los tengo alguna vez. Si es que el libro existe para entonces, que quiero pensar que sí. Y
ojalá ninguno de ellos se parezca en lo más mínimo a Donald Trump, que presume –en su
ignorancia– de no leer. “Si no quieres ser como estos, lee”, que decían en La bola de cristal

Ignacio Escolar
16 de enero de 2024 El diario.es

Lo que da miedo de 2024 no es la inteligencia artificial, sino la estupidez humana. Lo tenebroso no


son las nuevas formas de trabajar y relacionarnos que traerá la tecnología futura, sino las viejas
lecciones de vida que trajeron las tecnologías pasadas y que no hemos aprendido. Y la principal es
que cualquier cambio disruptivo ocasiona ganadores y perdedores y, si no te toman medidas
proactivas, la enorme riqueza que genera una tecnología, como los molinos medievales o las
máquinas de tejer en la revolución industrial, acaba en las manos de una élite y no de los
campesinos, obreros o hiladoras.

Es la advertencia que Daron Acemoglu y Simon Johnson hacen en su libro Poder y progreso. Los
datos apuntan a un aumento de la desigualdad tanto entre personas como entre territorios. Por
ejemplo, en EE UU el 90% del crecimiento en el sector de la innovación se produce en tan solo
cinco ciudades (Boston, San Francisco, San José, Seattle y San Diego), cinco oasis cada vez más
luminosos en el creciente desierto en el que se convierte el continente norteamericano.

La robotización está eliminando y precarizando trabajos a la velocidad de un nanosegundo en el


metaverso, pero no es inevitable. La inteligencia artificial puede tener dos efectos contrarios sobre el
mercado laboral: automatizar los trabajos que hacen los humanos para, así, sustituirlos (como con
los cajeros de supermercados) o aumentar los trabajos facilitando dispositivos tecnológicos a las
personas que hagan más valiosos sus puestos de trabajo. Es lo que ocurre cuando se facilitan
aparatos de radio-imagen a los sanitarios para que los usen en visitas a domicilio, o software
complejo a los mecánicos de coches.

Y, hasta ahora, automatizar ha sido la prioridad sagrada. Pero no es solo de las empresas privadas,
obsesionadas por reducir costes laborales, sino también de las administraciones públicas y los
organismos que financian los proyectos científicos de inteligencia artificial. El ingenio que se suele
premiar con una beca o un trabajo es el de quien es capaz de desarrollar un algoritmo que haga lo
mismo que una persona a un coste inferior. El objetivo es derrotar al ser humano, no hacerlo más
productivo.

Para conseguir una prosperidad compartida no necesitamos pues tanto un cambio de política o
economía, como de filosofía: poner a la persona en el centro de la máquina.

Víctor La Puente
2 enero 2024 El País

Solo desde el desconocimiento más absoluto o la maldad más profunda se puede negar a las mujeres
trans. Y eso lo hemos sabido con ellas, a su lado, escuchándolas y aprendiéndolas contra tanta
marginación, tortura y muerte sufrida a lo largo de la historia.

Entre mis películas favoritas del año están 20.000 especies de abejas de Urresola, sobre la infancia
de Lucía, una niña trans de 8 años, y sobre más temas de mujeres que no quiero destripar (…) ¿Se
puede ser inmune al sufrimiento, no de Lucía, que también, sino de la realidad de las mujeres trans
hasta que han llegado adonde estamos, que no es en absoluto suficiente? Además, entre mis lecturas
favoritas de este año está La mala costumbre, de Alana Portero (…). Leí esta novela dos veces
seguidas (…). Hace tiempo que no me entretenía tanto ni aprendía ídem; tampoco me he
emocionado de esta manera con un libro desde hace mucho, mucho tiempo: no hay en esa novela
nada que tenga que ver con mi infancia y adolescencia, más allá de querer atravesar techos de plomo
incomparables en grosor, y sin embargo, es una novela que recomiendo y regalo a todo el mundo,
como si fuera un poco mi descubrimiento (…) Tanto me impactó que yo creía que después de
publicarse esta novela, nadie con un mínimo de empatía e inteligencia podría renegar de las mujeres
trans como mujeres, apartándolas a un círculo aparte, sin serlo del todo. Yo ya estaba convencida,
pero este libro nos daba la fórmula -creía- para convencer a quienes no quieren o no saben
convencerse de lo que hay y es. Por eso la releí y volveré a hacerlo, para no olvidar ni una letra de
esa prosa brutal ni un detalle de ese relato tierno y feroz, reflejo de lo que tenemos aquí al lado.

En Madrid, a finales de este año 2023, el gobierno de la comunidad, por primera vez desde la
llegada de la democracia a España, ha recortado los derechos LGTB+ y, además, desde el gobierno
del Estado se ha elegido como directora del Instituto de las Mujeres a una mujer que en el pasado
reciente tuvo tuits profundamente transfóbicos. Por favor, reflexionen con el largo y despiadado
padecimiento de este colectivo trans en la mano, en un libro o en una película, pero abran los ojos y
no nieguen, como la ultraderecha, una realidad incontestable.
Está comprobado que en una ciudad como Barcelona hay más perros que criaturas menores de 12
años. Salen de paseo más animales que la chiquillería. Cuanto más alejado se vive de la naturaleza,
más afición a tener en casa perros, gatos y demás. Entre los urbanitas, el contacto con seres vivos no
humanos se ha hecho progresivamente deseable.

En las sociedades rurales, perros y gatos eran animales utilitarios que se ganaban el sustento por sí
mismos o se les complementaba el alimento porque cumplían una función, realizaban un trabajo.
Los canes vigilando, yendo de caza; los gatos persiguiendo y eliminando ratones. Si no servían
adecuadamente, se los exterminaba. En cambio, ahora, en las urbes occidentales adineradas se han
convertido en mascotas de las que disfrutar. No se pretende que aporten un beneficio práctico, y no
importa cuánto cuesta su mantenimiento. Collar, chip, correa, pienso industrial, juguetes, productos
de limpieza y desinfección, esterilización, veterinario más de una vez y caro, adiestramiento, aún
más oneroso.

Los animales de compañía son cada vez más apreciados en los entornos en que todo es asfalto y
rascacielos, más apreciados a medida que las familias se constriñen. Lejos queda la familia extensa
compuesta no solo por progenitores y descendientes sino también por abuelos y abuelas, tíos y tías
solteros. La compañía no faltaba nunca, y si acaso entraban y salían gatos y perros, no solían
sentarse en el regazo de los humanos para ser acariciados. No eran un entretenimiento ni para los
niños y niñas ni para los adultos.

El negocio que actualmente mueven las mascotas es enorme. Tiendas vendiendo camas, rascadores
para que no arañen el mobiliario [del hogar], algunos como palacios, cuencos para el agua y la
comida, areneros. Se calcula que en España hay más de 12.000 empresas dedicadas a las mascotas.

Cada época tiene sus símbolos, y entre los más significativos de la nuestra se encuentra esta afición
a las mascotas. Perros y gatos, sin olvidar los pájaros enjaulados o algunos animales exóticos, en
ocasiones peligrosos. Los dos primeros ocupando el lugar preferencial. Definitivamente
domesticados, invalidados para sobrevivir en el exterior luchando por su comida, ya convertidos en
semihumanos.

(Eulàlia Solé, “La afición a las mascotas”, LA VANGUARDIA, 12/11/2022)

Puestos a escoger a alguien para recibir insultos racistas, mejor que sea un futbolista. Pero no uno
cualquiera, tiene que ser rico y famoso o la cosa no da para generar una gran consternación
mediática, encendidos debates sobre si un país entero es o no racista y detenciones ejemplarizantes.

No es lo mismo insultar a un futbolista rico que apalear a unos cuantos negros pobres y desesperados
en la frontera, esto no es nada discriminatorio como no lo es que se explote y viole a las temporeras
de la fresa. Esas moras muertas de hambre no van a provocar nunca la misma ola de solidaridad que
un chico que dedica su joven fuerza de trabajo a algo tan útil para la humanidad como perseguir una
pelotita por el campo. Para recoger fruta doblegada todo el día por un sueldo de miseria no necesitas
talento, solo tener que dar de comer a tus hijos. Tampoco son buenas víctimas de racismo los
trabajadores que se levantan de madrugada. ¿Cómo va a ser sujeto político la mano de obra barata?
Por no hablar del asunto con el que les doy la vara cada dos por tres: el sesgo racista que pone en
suspenso el feminismo cuando las que sufren el machismo son cuatro negras o cuatro moras. Por eso
es un escándalo que se le griten cosas feas a Vinicius, pero no que haya mujeres encerradas en
prostíbulos para ser violadas todos los días, todas las horas, con permiso del Estado y el beneplácito
de progres que dicen que eso es trabajo (…).

Ojalá que un día a un futbolista le nieguen el acceso a un alquiler o a un trabajo, que lo condenen a
vivir en esos barrios en los que nadie quiere vivir porque, ya saben, a “ellos les gusta juntarse con
los suyos”. Ojalá que los hijos de los futbolistas sean segregados a escuelas donde todos son
inmigrantes o tengan, como por casualidad, mayores tasas de fracaso en los estudios. Así nos
escandalizaríamos por lo que es el racismo real y cotidiano que afecta a los pobres, que por no tener
no tienen ni la empatía de la muy concienciada y repentinamente antirracista opinión pública.

Najat El Hachmi. El País, 26.05.2023

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