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Historias y Leyendas de «El Viejo Pérez»

Religiosidad y piedad marbellera de ayer y hoy (I)

Salida en procesión de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús desde la Iglesia de la Encarnación de
Marbella una vez bendecida por el obispo auxiliar de Málaga, monseñor Manuel González García, en
abril de 1917. Fotografía: Juan Gaytán, publicada el 26/04/1917 en La Unión Mercantil.
Leí en la prensa –ha hecho ya más de tres años— que “la ciudad de Marbella se
volcó con la procesión extraordinaria por el Año de la Fe”. Y, desde luego, al margen de
la Semana Santa, en nuestra –no sé si pintoresca, cosmopolita o exglamourosa—
ciudad, no se recordaban unos actos religiosos con tanta afluencia de público –fieles o
no—, sí descartamos la boda de Lolita en la Encarnación, desde abril de 1917 cuando se
celebraron varias fiestas religiosas con motivo de la bendición y entronización de la
imagen del Sagrado Corazón de Jesús por el ilustre obispo de Olimpo y administrador
apostólico de la diócesis de Málaga –hoy beato Manuel González García— que fue
“agasajadísimo por todos” los marbelleros y marbelleras.
Y es que, “el cristianismo enraizó en Marbella y sus tierras desde primera hora”,
afirmaba hace más de medio siglo el que fuese cronista de la diócesis de Málaga,
Lisardo Guede –por cierto, falleció por la fecha en que comencé a escribir este relato,
q.e.p.d.— y nos ponía de ejemplo los restos de la basílica paleocristiana de Vega del
Mar –prima hermana de las situadas en el Norte de África—. Templo, ubicado en uno
de esos parajes con sugerente nombre, «El Cementerio de los Moros», uno de esos
“dominios extraordinarios cuyo milagro ha sido el de sobrevivirnos” que nos describe
en su «Marbella Sagrada» el doctor Francisco Javier Moreno. Y que su doble ábside y
su excepcional baptisterio, tallado en una sola piedra con forma exterior de pez, de claro
simbolismo cristiano, y cuatrilobulada en su interior con los siete escalones que
corresponden a los siete grados del misterio del Espíritu Santo, la convierten en una
joya del arte que debiera ser mejor mirada por todos.
Y, sí, desde siempre, nuestro territorio ha dispuesto de imágenes milagrosas,
santuarios o lugares sagrados, espacios benditos y, en definitiva esas cosas que los
antropólogos llaman religiosidad o piedad popular –en cualquiera de sus definiciones, a
veces antagónicas—. Y parece que lo que luego se llamó el «Plao de San Francisco»

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siempre fue uno de esos parajes sagrados donde las historias y leyendas de hallazgos,
apariciones –incluidas las recientes de la «Niña del Cortijo»— y desapariciones de
imágenes, santos y frailes, estuvieron presentes. Así lo confirma el descubrimiento de
una ermita rupestre datada entre los siglos VIII y X por los arqueólogos Sebastián
Fernández y Antonio Soto. “Los muros de la supuesta ermita mozárabe” quedaron al
descubierto bajo el mandato del GIL. Muros que por muy sagrados que fuesen, en
octubre de 2008, se desmoronaban “ante el avance de la vegetación” –y así lo denunció
la Asociación Cilniana al diario Sur—. Y, también, contribuye a ello la coplilla que se
sentía en la Marbella de posguerra: “Millones tenía una burra, / la burra tenía un cerón, /
en el cerón echó a la Virgen / y en el Cortijo la escondió”. En referencia a la Virgen de
la Soledad que así pudo salvarse de la quema.
“Entregada Marbella a los Reyes Católicos en junio de 1485” –nos contó Fray
Arturo Curiel— se construyó la primera ermita de la cristianizada Marbal-la, fue la
Capilla Real de Santa Catalina. Después, aparecieron otras: San Cristóbal, San Roque,
Santa Cecilia, Nuestra Señora de los Remedios, San Ramón y San Sebastián. Todas en
“respuesta plástica al deseo popular de expresar, materializada, la piedad y cuanto
conlleva el sentimiento religioso” –afirmaba el padre Guede—. Y otros elementos que
han perdurado en el tiempo y “se inscriben en la estética urbana de la ciudad y
contribuyen a dotarla de carácter” –según la artista plática y antropóloga, Pilar Pérez
Camarero—. Son hornacinas de devoción de propiedad privada. La más recoleta, la de
la calle Pelleja –que en 1949 retrataba Fernández Casamayor—, reconstruida a
mediados del siglo XX, está dedicada a la Inmaculada Concepción, más antigua y
también dedicada a la misma virgen, es la ubicada en la parte superior de la fachada del
ayuntamiento. Su imagen, fue retirada de la hornacina en 1932 a petición de los
concejales republicanos –en sintonía con la Constitución de 1931— y posteriormente
fue repuesta, en 1940, tras triunfar la «cruzada española».
El entorno urbano donde se ubicó la ermita de Santa Catalina es una de las zonas
de la ciudad más cargada de sacralidad. Al inicio del siglo XVI, la real capilla dio paso
–ya viejo y agotado su ermitaño— al convento de la Orden de la Santísima Trinidad –
esas ruinas que están en el callejoncillo del Viento y que gracias a Dios y al protocolo
de intenciones firmado, en la legislatura anterior, entre nuestra alcaldesa y el promotor
de la idea, iba a acoger el Museo de Arquitectura y Diseño Moderno de Marbella en
menos de tres años— y treinta años después, su capellán, Francisco Gutiérrez, obtuvo
unas rentas totales de 13.824 maravedíes, el misterio es ¿Cuál será la renta que el
pueblo de Marbella obtenga del primer museo del mundo que “acogerá obras
emblemáticas de la arquitectura y el diseño”? En fin, como acostumbraba mi abuela,
encenderé una mariposa para que aprobemos, aunque sea en convocatoria
extraordinaria, esa parte de la asignatura aún suspensa –que leí el 2 de octubre de 2017
en el Sur—.
En la misma calle estaba la ermita del Hospital de la Encarnación –Hospital
Bazán, para que me entiendan—. Creada en el siglo XVI, esta «moderada» iglesia debía
servir “para atender las necesidades espirituales de los pobres enfermos y de
enterramiento de la familia Bazán” y su capellán debía ser “hombre muy recogido y de
buena vida” y depuesto si resultare ser “vicioso, de mala vida y ejemplo, descuidado del
servicio de Dios y de los pobres” –nos transcribió don Nicolás Cabrillana en su
Marbella en el Siglo de Oro—. El alcaide don Alonso de Bazán, también mandó
constituir una Cofradía de la Caridad para “remedio y beneficio de los dichos pobres e
no para condenación de las ánimas de los que en ello entienden”. Pero, lo que no mandó
fue esconder decenas “de pequeñas sepulturas” conteniendo los esqueletos y cráneos de

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otros tantos neonatos, que durante una excavación se halló en la capilla –según he leído
en el libro Miedo, pobreza e irrealidad—.
Hace ahora más de cuatro décadas, no muy lejos de allí, al volver la esquina con
la calle Salinas, en «The Apple», vi yo por primera vez a un hippy de esos que
pretendían hacer el amor y no la guerra, con barba y pelo largo –estaba «espirituaito» y
parecía la viva imagen de Jesús—. Metro arriba, metro a bajo, se levantó en 1994 la
capilla del Santo Sepulcro, donde el «Novio de la Muerte» llega cada Viernes Santo con
sus fusiles para rendir honores a la talla de un yacente que me recuerda a aquel hippy –
¿Hasta cuándo seguirá aparcada la Ley de Libertad Religiosa?—.
La Casa Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno me trae a la mente la
Semana Santa de 1968. Recuerdo, el Miércoles Santo, entre «El Perote» y «La Lola»,
toda la calle Peral repleta de marbelleros –más que nada marbelleras— con una vela en
la mano, muchas de ellas descalzas, cumpliendo sus promesas –tanta devoción siempre
me impresionó—. Y recuerdo que, cuando estaba el trono de María Santísima
justamente debajo del «Barcón de la Virgen de los Dolores», en el Puente Ronda –yo
quedé arrinconado contra la hornacina de la cruz de hierro— irrumpió la burra de
«Cantorá» que desbocada –aunque presumida y marbellera como la que más— corría
calle abajo, liándose la marimorena hasta que la pillaron los municipales –desconozco el
castigo recibido por la jumenta—. Pero lo que mejor recuerdo es el eclipse total de luna
–anunciado en la prensa “como un símbolo cósmico de duelo por la muerte de
Cristo”— que en la «madrugá» del Viernes al Sábado Santo me tuvo mirando al cielo,
igualmente impresionado, un buen rato.
Y, al final del callejón, en la plaza, la iglesia matriz de Santa María de la
Encarnación que comenzó a construirse en 1618. Hoy, en su fachada un azulejo
recuerda a los “Pueblos que rezaron en Marbella” y en el centro de la plaza la imagen de
San Bernabé, patrono y alcalde perpetuo de la ciudad. Por cierto, llevaba cuatro años
nombrado, cuando coincidió la constitución de una nueva corporación municipal, en día
y hora, con la procesión del Santo Patrón. “Al conocerse que ambos eventos
coincidirían, hubo gestiones para que la procesión volviera a su horario antiguo de la
tarde, pero la iniciativa colisionó con la negativa tajante del cura párroco de la
Encarnación, quien recurrió a un argumento contundente: No hay más alcalde que el
alcalde perpetuo” –según publicó el diario Sur—. No es el único conflicto entre el
ayuntamiento y una hermandad de la ciudad. Ya en 1902, cuando el concejal
Domínguez Pérez se disponía con otros miembros de la Corporación a coger el palio
para iniciar una procesión, como de costumbre se venía haciendo, los hermanos del
Santísimo Sacramento se lo impidieron alegando que el palio lo habían pagado ellos. El
concejal acudió al cura párroco y este dio la razón al Ayuntamiento. Los cofrades no
conformes recurrieron al obispo y los concejales al gobernador civil –hay quien dice
que entre Iglesia y Estado debiera haber una separación—.
La iglesia de Santiago, fue la parroquia más antigua de Marbella –creada en
1485 sobre los restos de una mezquita— y pasó a la categoría de ermita un siglo
después. Hoy la cofradía del Santísimo Cristo del Amor, María Santísima de la Caridad
y San Juan Evangelista –por cierto, antes de ser de esta cofradía estuvo arrestado varios
años por bailar el Domingo de Ramos— tiene su sede en esta ermita de San Jacobo.
Desconocemos el origen de “una no muy antigua costumbre, iniciada en la época de la
posguerra y ahora recuperada por la Cofradía” –escribía José María Luna Aguilar en
1994—, consistente en la liberación de un preso del Arresto Municipal –como «El
Rico» malagueño lo hace desde el tiempos de Carlos III—. Quizás, viéndolas venir, su
hermano honorario y posterior alcalde de la ciudad, ese que repartía escuditos de su
equipo durante la procesión, con el escapulario puesto, y al que los saeteros le

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dedicaban sus fervientes y devotas coplas por aquellos tiempos, recuperase la costumbre
pensando en que el Cristo del Amor lo sacaría de la cárcel cuando entrase en ella.
Esta ermita me recuerda siempre a mi padre, porque a él le encantaban las
acelgas con un «majaillo amarillo» –pan y ajos fritos con un papelillo de «El
Aeroplano»— y una vez me contó que las mejores acelgas que había comido en su vida
fueron las del treinta y seis: “las sembraron en el Huerto del Cura” –aquel que
protagonizó «Una pelea entre curas por culpa de la política»— y se la despacharon en el
economato que se instaló en la ermita de Santiago a cambio de un cupón que le dieron
en el Comité de la calle Montenebros. Más arriba de esa calle, y en la otra acera, siglos
atrás, habían estado las ermitas de Nuestra Señora de los Remedios y, más tarde, la de
San Sebastián o Santa Ana. Y en la plazuela, la ermita del Santísimo Cristo de la Vera
Cruz, en aquellos días, sede del Sindicato Único de Oficios Varios. Hoy acoge a la
hermandad de Nuestro Padre Jesús atado en la Columna. Recuerdo como en la
procesión del lunes santo de 1974 –que por mimetismo con la cofradía de Málaga—, se
corrió la voz de que aquel era «el Cristo de los gitanos» de Marbella y varios artistas
marbelleros como «Taroque» con una gran troupe detrás del trono fuero cantando por
alegrías desde la salida hasta la llegada a su templo. No debió gustar mucho aquella
iniciativa espontánea a los cofrades de la Columna –payos o gitanos— ya que no se ha
vuelto a repetir.
Al convento de San Francisco subiré otro día que me encuentre más descargado
de cilicios y otras penitencias más terrenales, como el trabajo.

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