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Comentarios a poemas de Baudelaire

El ideal

Al poeta (referido metonímicamente: “pecho”, “corazón”) no le agradan las


bellezas femeninas al uso, es decir, las contemporáneas, que son difundidas a través de
las ilustraciones (“viñetas”) en revistas de la época y que están aderezadas de tópicos
falsos (“castañuelas”, “borceguíes”) que acentúan su superficialidad. Están asociadas en
la mentalidad del siglo XIX a un romanticismo costumbrista y trasnochado.

En el segundo cuarteto, el poeta critica a un dibujante que plasmaba un tipo de


belleza romántico que tenía como ideal femenino la mujer lánguida y enferma
(metaforizada en “rosas pálidas”) y lo contrapone al su aspiración (sinestesia: “rojo
ideal”) por encontrar una “flor” (metáfora de mujer) mucho más intensa, intensidad que
cromáticamente se expresa en la gradación “rosas pálidas”-“rojo ideal”.

En los tercetos, el poeta pone ejemplos concretos de mujeres que a él le gustaría


amar, como Lady Macbeth, personaje de Shakespeare, que simboliza la maldad
femenina, un tipo de mujer opuesto al anterior tanto física como psicológicamente:
violenta (“crimen”), trágica (“sueño de Esquilo”), casi masculina (“alma fuerte”),
nacida de la imaginación de los poetas más grandes (Shakespeare, Esquilo) o –pasamos
ya al segundo terceto- de los artistas más geniales, como Miguel Ángel, cuya escultura
“Noche” representa la figura de una mujer atlética en posición desinhibida mostrando
sin pudor todo su esplendoroso físico digno de titanes.

En fin, el ideal del poeta se manifiesta en mujeres que no han existido en


realidad y que se deben a la inspiración de geniales creadores. De ahí lo inalcanzable del
ideal femenino de Baudelaire, tal y como está formulado en este poema.

Perfume exótico

Partiendo de una simple sensación (“el olor de tu seno”) al lado de su amante


Jeanne Duval, el poeta evoca todo un mundo exótico e ideal contrapuesto al de la
realidad más inmediata (antítesis: “otoño” / “monótono sol”). La evasión hacia un lugar
idílico (“isla”), dominado por una Naturaleza salvaje (“jubilosas riberas”, “frutos
sabrosos”, “singulares árboles”) y por unas gentes nativas que el poeta retrata
idealmente: “vigorosos y delgados cuerpos”, junto a mujeres desinhibidas que miran
cara a cara a los hombres, supone todo lo contrario a la vida artificial y condicionada
por una moral burguesa que Baudelaire ve en París.

Con una alusión sinestésica (“dulces climas”), el poeta, transportado por su


imaginación (“por su aroma llevado”), evoca una estampa idílica marinera que transmite
paz y sosiego. Las sensaciones olfativas (“perfume”, “nariz”) juegan un papel
fundamental en la evocación, junto con las visuales (“verdes tamarindos”) y auditivas
(“canciones marineras”), todas ellas mezcladas y confundidas en una misma impresión
de felicidad y de dicha.
Spleen (77)

Como si de un cuento popular se tratara, el poeta nos retrata la figura de un rey


eternamente descontento y sin solución posible a su estado anímico. El primer verso nos
da la clave para interpretar el poema: “Yo soy como aquel rey de un lluvioso país (la
Francia monárquica anterior a la Revolución Francesa). El poeta, en vez de desnudar
impúdicamente su alma ante el lector, opta por utilizar un correlato histórico con el que
se identifica y que le sirve para expresar todo cuanto siente.

La descripción del monarca, a base de contrastes antitéticos, nos habla de un


personaje psicológicamente enfermo y deprimido: “rico, mas impotente”, “joven y ya
muy viejo”, “se aburre”, “enfermo cruel”, “joven esqueleto”, “corrupto”, “alelado”, etc.,
opuesto a todas las posibilidades de felicidad que le ofrecería su condición regia:
“venias”, “perros”, “halcón”, “caza”, “bufón”, “damas”, “oro”…

La muerte, consecuencia del “spleen” (aburrimiento, tedio, depresión), le


acecha: “el lecho en tumba se convierte”, “muerto alelado”, “joven esqueleto”. Su vida
no tiene ningún aliciente, ni siquiera las mujeres, los bufones o la actividad cinegética le
distraen y se muestra indiferente ante el dolor ajeno de sus súbditos (alusión a la
matanza de S. Bartolomé ordenada por el rey Francisco II). Cualquier remedio contra su
tristeza ha fracasado, tanto de alquimistas como de tradiciones paganas. El último verso
revela, con la alusión al Leteo, río del olvido, la muerte que lleva dentro de su ser el rey
(es decir, el poeta), “verde agua” simbolizaría la muerte y “sangre” la vida.

Spleen (75)

Estamos ante un soneto de inspiración barroca, ambientado en un París frío e


invernal, lluvioso y triste, una ciudad muerta (uno de los tópicos simbolistas) cuyos
habitantes son “gentes pálidas”, es decir, personas condenadas a la muerte, tal y como
se describen en el primer cuarteto.

En el segundo cuarteto, del ambiente exterior pasa el poeta a describir el interior


de su casa y se fija en el gato y en él mismo, autorretratado como alguien decrépito,
alma en pena abocada a la muerte. En el primer terceto la muerte se anuncia por el
sonido del bordón, al que acompañan otros sonidos igualmente tétricos (“madera
ahumada”, “reloj resfriado”, “falsete”) y olores desagradables (sinestesia: “aromas
sucios”). Se cierra el poema con un toque de humor macabro, en el que dos personajes
de una baraja cobran vida y evocan “sus amores muertos”.

A través de los objetos y mediante personificaciones de los mismos, el poeta


transmite una impresión de rutina y fealdad que delatan el estado anímico del poeta,
próximo a lo que hoy llamaríamos depresivo. De ahí el título del poema. Podemos
concluir que estamos ante un poema decadente que transmite el tedio, la sensación de
melancolía, que produce un triste día de invierno en el alma del poeta.

El veneno

La mujer fue un constante motivo de inspiración para Baudelaire. Su erotismo y


sensualidad, que ejercieron tan poderosa influencia en el poeta, le lleva a comparar el
poder destructor de las drogas con la fascinación y goce proporcionados por la mujer.
En la primera estrofa, el poeta asegura que del vicio más insano (alcohol, drogas,
“vino”, “opio”) puede nacer la inspiración más exquisita. Esta idea está expresada
mediante antítesis: “tugurio” / “lujo”; “sol” / “cielo nebuloso”. Las drogas expanden el
espíritu hasta límites insospechados, según el poeta, que incluso escribió un tratado
sobre el hachís. El uso de hipérboles resalta el poder alucinógeno de las drogas: “alarga
lo ilimitado”; sus efectos sobre el individuo son exaltados: “deleites”, “placeres” y son
infinitos: “acrecienta”, “alarga”, “hace profundo”, “ahonda”, “colma”…

Sin embargo, en la tercera estrofa se pone por encima de cualquier droga la


contemplación de los ojos verdes de la amada, equivalentes a un veneno por el peligro
de adicción que suponen, y metaforizados en “lagos” y “abismos”. En ellos encuentra el
poeta calma y correspondencia misteriosa.

En la cuarta estrofa, en la boca y en los besos ardientes (“saliva que muerde”)


halla el poeta su salvación erótica pero tambien su condena a la destrucción (“orillas de
la muerte”) porque el Tiempo destruye al poeta y lo sume en el olvido.

El vampiro

Igual que un vampiro ejerce una atracción hipnótica sobre su víctima, el poeta se
siente irresistiblemente ligado a su amada (“atado como el forzado a su cadena”), que
consume su vida y el provoca dolor (“pecho doliente”, “alma sometida”). La mujer es
identificada con el mal mediante símiles: “como una puñalada”, “cual rebaño de
demonios” y la relación con ella es comparada a las peores adicciones: la ludopatía (“el
jugador tenaz al juego”), el alcohol (“el borracho a la botella”) o el parasitismo (“los
gusanos a la carroña”). Por esa razón, los apóstrofes dirigidos a la mujer no pueden ser
más denigrantes: “Tú”, “infame”, “maldita seas”.

La idea del suicidio (“espada”, “veneno”, personificados en el poema: “me


desdeñaron y me han dicho”) como solución final a este sufrimiento no sirve, puesto
que el amor es tan intenso que el poeta resucitaría en forma de vampiro gracias a los
besos de la amada (recreación del tópico clásico del amor post mortem).

Una carroña

A partir de un paseo que el poeta dio acompañado de una dama, se nos cuenta la
anécdota de un trozo de carroña en fase de descomposición hallado en el camino. Su
descripción no puede ser más naturalista, pues no ahorra detalles escabrosos, y resume
el ciclo biológico de la vida y de la muerte: “insectos”, “larvas”, “hedor”, “osamenta”.
Compara la carroña con una mujer obscena: “cual lúbrica mujer”, “una flor abrirse”. La
personificación del sol y del cielo como testigos del proceso de putrefacción y las
emanaciones pestilentes producidas por el calor estival impresionan la sensibilidad
femenina.

El poeta expresa la paradoja de que la muerte, a su vez, produzca vida y se sirve


de varias antítesis para expresarlo: “subía” / “descendía”; “el cuerpo […]
multiplicándose vivía”. Luego la imagen se desvanece (“las formas se borraban”) y
queda “una música extraña”, es decir, queda la esencia del recuerdo.
La segunda parte del poema constituye la advertencia a la dama (tópico del
memento mori) de que ella acabará igual que la carroña. Los apóstrofes con que se
dirige a ella el poeta revelan el amor que siente por su dama: “mi pasión y mi ángel”,
“estrella de mis ojos”, “sol de mi naturaleza”, “reina de las gracias”, “mi hermosa”. Pero
el realismo con que describe su final no puede ser más crudo: “a enmohecerte vayas”,
“en medio de las osamentas”, “gusanos”. Sin embargo, el poeta, en un último verso,
salva a su amada de la muerte y del olvido porque ha dejado memoria de ella (“esencia
y forma”) en sus poemas.

El gato

Baudelaire sentía fascinación por los gatos. En el poema personifica al animal


hasta el punto de evocarle la presencia de la amada. En el primer cuarteto, trata de atraer
al felino hacia sí con imperativos: “Ven”, “guarda”, “déjame”, e insinúa rasgos
femeninos en el animal: “bellos ojos”. En el segundo cuarteto, el poeta describe las
sensaciones (placer, gusto) que le produce el contacto con el felino: “acarician”,
“palpar”, siempre a través del tacto.

En el primer terceto, se revela la correspondencia con la dama (“creo ver a mi


dama”), sobre todo en los ojos de ambos cuando se miran. Los de la dama son
ambivalentes, ya que igual que atraen repelen, como manifiesta el poeta en el segundo
terceto. Esta ambigüedad peligrosa (“como un dardo”) es expresada por el oxímoron
“aire sutil o aroma peligroso”.

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