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«La vida humana se convierte en instante, y no porque supere la duración, sino porque se

desvanece en la nada manifestando su vanidad en el seno de la mala finitud del tiempo en sí.
En el ruidoso tic-tac del reloj se percibe el desdén de los años-luz por el palmo de la propia
existencia. Las horas que ya han pasado como segundos antes de que el sentido interno las
haya asimilado, anuncian a éste, arrastrándolo en su precipitación, que él y toda memoria
están consagrados al olvido en la noche cósmica. Un olvido del que los hombres hoy se
percatan de un modo obsesivo. En su estado de total impotencia, que se le ha dejado vivir le
parece al individuo el plazo breve de un ajusticiado. No espera vivir por sí mismo su vida hasta
el final. La posibilidad de la muerte violenta o el martirio, presente a cada uno, se continúa en
la angustia de saber que los días están contados y la duración de la propia vida establecida en
las estadísticas de saber que el envejecer en cierto modo se ha convertido en una ventaja
ilícita que hay que sacar con engaño de los valores medios. Quizá esté ya agotada la cuota de
vida dispuesta, con carácter revocable, por la sociedad. Una angustia semejante registra el
cuerpo en la huida de las horas. El tiempo vuela.»

Theodor W. Adorno: Mínima moralia. Editorial Taurus, pág. 166. Madrid, 2001.

TGO

@bocadosdefilosofia

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