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un barón
Trilogía Waterloo 2
Rose Lowell
© Rose Lowell
Una dama escocesa para un barón
Primera edición: febrero de 2024
MARY WOLLSTONECRAFT
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Prólogo
Bruselas, junio de 1815.
NOTA INFORMATIVA:
―¡¿Quééé?!
Saffron se sobresaltó al escuchar desde el pasillo el bramido del barón.
«Tenía razón la señora Jones», pensó, «vaya si me iba a enterar cuando leyera la
rectificación del periódico».
Oliver paseaba por la habitación, una mano estrujaba el periódico y con la
otra mesaba su cabello nerviosamente. Era inaudito, imposible, el error se
había cometido ahora, no hace quince días.
En ese instante la puerta se abrió y se cerró a sus espaldas y un familiar
aroma a limón y eucalipto inundó la habitación.
El barón se tensó, su corazón comenzó a latir desbocado. No podía ser,
¿ella?, estaba aterrorizado de darse la vuelta para comprobar que simplemente
era un recuerdo evocado por la sorprendente noticia.
―Oliver ―susurró la adorada voz femenina.
El joven cerró los ojos. «Por favor, Señor», rogaba, pero… ¿qué rogaba?,
¿que ella estuviera allí?, ¿que fuese solamente una ensoñación? Su mente era un
torbellino de confusión hasta que notó una delicada mano posarse en su
hombro. Las ensoñaciones no podían tocar, ¿verdad?
Se giró, dispuesto a encontrarse cualquier cosa, y la vio. Casi cae de rodillas,
era ella, en su habitación. No se atrevió a moverse hasta que la mano pasó de
su hombro a acariciar su rostro.
Saffron, con el corazón a punto de salir de su pecho, observaba las
expresiones corporales del barón: desde su tensión al notar su entrada, hasta su
confusión cuando se giró y la vio.
Escrutó el rostro de Oliver, buscando alguna expresión que le indicara
algo… que la había perdonado, o incluso que la odiaba, pero el joven
permanecía inexpresivo.
―Soy yo, amor ―musitó.
El joven pareció despertar. Soltó el periódico, que todavía agarraba, y
lanzando su mano la enlazó por la cintura, la otra abarcó la nuca de la
muchacha. Se aferró a ella, desesperado. No quería pensar, ni cuestionar su
presencia, solo quería sentirla contra su cuerpo.
Saffron abrazó la cintura del muchacho. Los dos jóvenes solamente querían
sentirse el uno al otro.
Oliver alejó un poco el rostro de la pelirroja, lo justo para recorrerlo
durante un segundo con la mirada, bajó la cabeza y atrapó sus labios con su
boca.
La respuesta de Saffron fue inmediata, se abrió para él con la misma
necesidad que notaba en el joven.
El beso lo expresó todo: angustia, necesidad, ternura, pasión, amor.
El joven cesó el beso y, sin dejar de mirarla, la arrastró con él hacia el sillón
donde estaba sentado hacía unos minutos. Se dejó caer con ella en el regazo y
la muchacha rodeaba con fuerza su cuello con los brazos, como si temiera
soltarlo. Oliver enterró el rostro en el hombro de la joven, mientras una mano
la abrazaba y la otra recorría su espalda.
―Te amo, Oliver, ¿podrás perdonarme? ―susurró la pelirroja.
El barón paró de acariciarla y enredó la mano en su cabello. Levantó su
rostro para mirarla con ternura.
―¿Perdonarte? Soy yo el que necesita tu perdón, amor, me he comportado
contigo como un verdadero salvaje, fui un estúpido cobarde que no merecía
los esfuerzos que estabas haciendo por mí. Cuando pienso en cómo te traté el
último día…
Saffron, suavemente, le puso una mano en la boca.
―Te llevamos al límite, cariño. Pese a que nuestra intención era estimularte
para que superaras tus miedos, te hicimos daño, y lo siento, todos lo sentimos
enormemente.
―Estás aquí, y es lo único que me importa ahora. Y nuestro futuro juntos
―repuso Oliver.
―Debo explicarte lo que ha sucedido, las misivas al periódico.
―No ―contestó el joven.
―¿No?, ¿no quieres saber? ―respondió, sorprendida, la pelirroja,
observando los verdes ojos.
Albans acarició su cabello sin apartar la mirada de ella.
―Supongo que sí, que debería estar al tanto de todos los detalles, pero no
ahora. Ahora solo quiero hacerte feliz, hacerte el amor hasta acabar agotados.
Bajó la mano para acariciar con los nudillos la mejilla de la joven.
Santo Dios, cuánto amaba a esa muchacha. Tendría que pasar el resto de su
vida compensándola por su estupidez y agradeciendo el amor tan generoso
que ella le profesaba.
Abarcó su rostro con la mano para girarlo y besarla desde un mejor ángulo.
Cuando posó sus labios sobre los de ella, sintió que toda su vida encajaba por
fin.
Saffron enlazó sus brazos en el cuello de Oliver para atraerlo más hacia
ella. No se cansaba de sus besos, cada uno era diferente al anterior. Notaba
que el joven la estaba besando con ternura, ahora estaba expresando sin
palabras todo lo que sentía por ella, y no tuvo que esforzarse para
corresponder y devolver todo ese amor.
El barón pasó su brazo por debajo de las piernas de la muchacha, la
levantó y la depositó suavemente en su cama.
Su mirada hizo una muda pregunta.
―Sí ―fue la sencilla respuesta de la joven.
Se tumbó a su lado, apoyado en un codo para observarla. Nunca se
cansaría de mirarla: desde su magnífico cabello, sus maravillosos ojos violetas,
hasta su precioso cuerpo, toda ella era un tesoro, y gracias a Dios la había
recuperado.
Saffron lo miraba con una dulce sonrisa, había recuperado al valiente
oficial que le impactó hace tantos años.
Oliver alargó una mano y comenzó a acariciar su hombro sin dejar de
mirarla, con un dedo recorrió su clavícula hasta bajar su mano para acunar uno
de sus preciosos pechos.
Saffron gimió ante el contacto. Sus pezones se endurecieron y el barón
rozó uno de ellos con su pulgar. Introdujo su mano a través del escote del
vestido, desesperado por tocar su piel sin barreras, hasta que la joven, jadeante,
lo apartó.
Oliver la miró entre sorprendido y asustado.
―Si no lo deseas, puedo esperar ―musitó.
Ella no contestó, se enderezó en el lecho y le mostró la espalda.
―Si eres tan amable, no puedo sola.
Los dedos del barón se movían torpes para deshacer la hilera de botones
que cerraba la espalda del vestido. Murmurando maldiciones, estaba a punto
de rasgarlo cuando la ropa se deslizó por los hombros de Saffron. La giró y sus
manos tironearon hasta sacarla de la maldita vestimenta. Sin camisola, se
mostraba gloriosamente desnuda para él.
Lanzó el vestido al suelo y sus manos volaron hacia la camisa, que se sacó
rápidamente, los pantalones siguieron el mismo camino hacia el suelo.
Los dos se observaron durante unos instantes, hasta que Oliver atrapó los
labios de la muchacha con un beso apasionado y las manos de ella se dirigieron
al cuello de él.
El joven besaba sus ojos, sus mejillas, su cuello, hasta tomar en su boca
uno de sus pechos, rodeando con su lengua el endurecido pezón, mientras con
una mano acariciaba el otro. La muchacha apretaba su cabeza contra la
almohada totalmente excitada y notó que una mano de Oliver acariciaba su
vientre hasta bajar a su centro de placer, se removió separando un poco más
las piernas dándole más acceso a la errante mano.
El barón comenzó a acariciar su rosado botón y, sin dejar de acariciar el
pecho de la muchacha, regó su vientre con tiernos besos hasta llegar al lugar
donde tenía posada su mano. Separó los blancos muslos de la muchacha y, al
mismo tiempo que seguía besándola, introdujo su cabeza entre sus piernas,
separó sus rojos rizos para rodear con su lengua el ya húmedo botón.
Saffron jadeó, era una sensación maravillosa, bajó su mirada para
contemplar la hermosa cabeza del muchacho entre sus piernas y esa visión aún
la excitó más. Una de sus manos acarició el cabello del joven hasta que la
excitación la hizo aferrar la cabeza de Oliver.
Al notar la respuesta de la muchacha, el barón chupó con más fuerza su
centro de placer, arrancando suaves gemidos a Saffron, hasta que la muchacha
comenzó a convulsionar presa de los primeros espasmos de placer. Oliver
continuó moviendo su lengua notando la proximidad de su liberación, hasta
que el cuerpo de la joven estalló en un potente éxtasis.
Absurdamente orgulloso de su masculinidad, el joven subió por el cuerpo
de la pelirroja para depositar en sus labios un beso húmedo, aún con el sabor
de su feminidad.
Ella, todavía bajo los efectos de la ola de placer que la invadía, abrió su boca
para recibirlo, degustando sorprendida su íntimo sabor.
Oliver agarró su miembro con una mano, empujó con sus rodillas las
piernas de la muchacha para abrirla aún más e introdujo su palpitante virilidad
en su interior.
La sensación que lo recorrió era de maravillosa paz, de haber encontrado
por fin su sitio, feliz, y empezó a moverse rítmicamente dentro de ella. La
joven salía a su encuentro impulsando sus caderas hacia las de él.
Los movimientos se hicieron más rápidos y más fuertes, hasta que los
músculos interiores de la muchacha apretaron su miembro, consiguiendo que
al mismo tiempo que él derramaba su semilla en su interior, lanzando un
gutural gemido, Saffron se arqueara presa de otro maravilloso éxtasis.
Una vez los espasmos de su liberación remitieron, Oliver intentó separarse
de la pelirroja, sin embargo, ella lo apretó contra sí.
―No, quiero sentirte ―susurró la muchacha.
―Peso demasiado, amor ―contestó. En ese instante, el joven se alzó sobre
sus brazos liberando a la joven de su peso― ¡El bebé! ―exclamó, pálido― ¡Le
haré daño! ¿Lo habré lastimado? No debimos…
Saffron, al ver que el muchacho no dejaba de farfullar incoherencias, lo
empujó hacia un lado y colocó la cabeza encima de su pecho.
―El niño está bien, tranquilízate, cariño.
―¿Cómo puedes estar segura? ―respondió Oliver, mirándola con
preocupación.
―Porque si su madre es feliz, él sentirá esa felicidad, y eso no puede
dañarlo.
Al oír su respuesta, el barón bajó la cabeza para volver a besarla con ardor.
En el instante en que se separaron, todavía jadeantes, Oliver acarició el
vientre de Saffron.
―Nuestro hijo ―susurró, emocionado. Apretó a la muchacha contra él
mientras seguía acariciando el vientre de su mujer.
«¡Mi mujer!», pensó, maravillado. «Mi mujer, mi hijo, mi propia familia».
Saffron acariciaba el pecho de Oliver. Tenían que hablar, expresar de una
vez todos sus sentimientos para confiar sin reservas el uno en el otro.
Abrió la boca para comenzar a explicarse, cuando Oliver habló.
―Creí morir cuando vi el anuncio de tu boda. ―La muchacha movió la
cabeza para poder mirarle a los ojos, Oliver tenía la mirada perdida en el techo
de la habitación―. No tenía idea de que el corazón pudiera doler, pero ese
dolor era infinitamente superior a los que padecía por causa de mi espalda. Y
al leer que estabas embarazada, todo se derrumbó.
»Lo que más me angustiaba era que estaba disponiéndolo todo para ir a
por ti. No a causa tu embarazo, ya que nada sabía, sino porque no podía
perderte. Me había asegurado de que mis absurdos temores no volverían y, en
el caso de que así fuese, contigo a mi lado volvería a superarlos.
»No te di opción a elegir por ti misma, Saffron. Yo decidí que estarías
mejor sin mí, decidí que nuestro amor no iba a ser suficiente, decidí lo que
debías hacer con tu vida y no tuve en cuenta en ningún momento tus
sentimientos.
«Por fin está abriéndose», meditó la muchacha, llena de felicidad. Oliver
estaba dando un gran paso expresando todo lo que guardaba en su corazón,
dejando a un lado el orgullo absurdo que tanto lo había limitado.
Oliver continuó:
―No soportaba pensar que tú te hubieses convencido de que no me
importabas, que no te amaba, y ni siquiera me quedaba el recurso de poder
decirte que te amaba más que a mi vida, pero que era demasiado cobarde. Te
habías casado y no podía destrozar tu reputación escribiendo a una dama
casada.
Tenía que decírselo, se lo debía. Se acabó la vergüenza, el orgullo, no tenía
ninguna intención de volver a ocultar sus sentimientos, no con ella. Oliver
sentía que, con cada frase dicha, aliviaba un peso de su alma. Llevaba mucho
tiempo guardándose sus sentimientos, la sensación de liberación que ahora
experimentaba hacía que se sintiera todavía más cerca de Saffron.
Saffron le interrumpió.
―Leí la carta que le escribiste a mi padre.
―¿Te permitió leerla? ―quiso saber Oliver.
―Oliver ―continuó la muchacha―, el anuncio de mi supuesta boda fue
para proteger mi reputación. Tenía intenciones de pasar el embarazo en
Londres junto a mi padre y Darcy y, una vez nacido el niño, irme a Escocia.
Sin un marido resultaba imposible que pudiera permanecer en Londres sin
perjudicar también la reputación de mi padre o de Darcy.
»Me sentía culpable ―prosiguió― por alejarte de tu hijo, pensar que nunca
lo conocerías me destrozaba, pero no tenía más opciones, el embarazo
avanzaba y tú habías dejado claro…
―Fui un idiota, no soy capaz de explicarme cómo en el nombre de Dios te
induje a buscar a otro hombre, incluso en la supuesta posibilidad de un
embarazo. ―La voz de Oliver tenía un matiz de frustración―. Te hice daño,
pero mi estupidez no me dejó ver que a quien hacía más daño era a mí mismo,
sabía que no soportaría estar sin ti y aun así te alejé.
»No puedes imaginar la vergüenza que sentí cuando me di cuenta de mis
errores. Había insultado a dos de los mejores oficiales en jefe con los que tuve
el honor de servir, a mis dos mejores amigos, a la esposa de uno de ellos y,
sobre todo, a ti. Cuando recuerdo de lo que te acusé…
―Todos ellos lo entienden, cariño. ―Lo detuvo Saffron―. Ni siquiera
tenías que solicitar su perdón porque para ellos no había nada que perdonar,
de hecho… ―La muchacha se mordió el labio, pensativa.
―¿De hecho…? ―la apresuró Oliver.
―En tres días se presentarán todos aquí para pasar la Navidad ―soltó de
corrido, cerrando los ojos esperando su reacción.
―¿En serio?
Saffron abrió los ojos y miró sorprendida a Oliver, el tono de felicidad en
su voz era inconfundible.
―Sí ―murmuró―. ¿No estás molesto?
―¿Por qué habría de estarlo? Es maravilloso que no me guarden rencor,
además de poder disfrutar, después de tantos años, de una verdadera Navidad
en familia.
Saffron se incorporó sobre el pecho del joven, atrapó su rostro entre sus
manos y posó sus labios sobre su boca.
―Mmm… Oli…
―Cállate. O me besas o hablas y, sinceramente, prefiero lo primero ―la
frenó Oliver, tomando el control del beso.
Esa noche durmieron poco; el alba los sorprendió después de
conversaciones, risas y hacer el amor impetuosamente unas veces y, rebosantes
de ternura, otras.
A la mañana siguiente, cuando bajaron a desayunar entre las sonrisillas del
personal, que ambos prefirieron ignorar, Oliver envió a Murphy a Londres a
comprar una calesa.
No tenía intención ninguna de permitir a su mujer cabalgar en su estado y,
puesto que a él no le hacía falta otro medio de transporte que su caballo, no
contaba con ningún carruaje. Si quería que su mujer lo acompañara en sus
visitas por sus tierras, tendría que ser cómodamente instalada en su propio
carruaje.
Ese día lo dedicaron a pasear por los jardines que rodeaban la hacienda,
comentando los trabajos que habrían de realizarse. Saffron tenía intención de
tener un huerto para sus plantas medicinales y juntos buscaron el lugar más
adecuado.
Oliver no cabía en sí de felicidad: tenía a su lado a su preciosa médica de
ojos violetas que portaba a su futuro hijo y, pronto, recibiría a sus mejores
amigos. Era un hombre afortunado.
Dos días más tarde, tres carruajes llegaban a Albans Hall.
Capítulo 15
Milford House era un hervidero de actividad. A la impaciencia de Darcy por
ver a su amiga se añadía el desasosiego de Drake porque su marquesa viajara
en su estado. Aunque era un viaje relativamente corto, de apenas medio día de
camino, el marqués insistió en hacer al menos una parada para que su esposa
descansara.
El vizconde Lewes había aceptado la invitación de Moray. Sin ningún
compromiso interesante para la Navidad, era una buena oportunidad para
pasar unos días con sus amigos. Damian se había ofrecido para llevar a Moray
puesto que Saffron había utilizado el carruaje del conde para viajar a Albans
Hall.
Saldrían de sus respectivas residencias y se encontrarían en una de las
posadas que había a medio camino. Desde allí seguirían viaje todos juntos.
Lady Connors también había aceptado la invitación, tanto ella como su
hijo preferían pasar la Navidad en Hertfordshire, donde estaría su familia, que
solos en Londres.
Un cuarto carruaje los seguiría. Pertenecía a Moray House, mucho más
modesto que el que usaba habitualmente la familia pero más grande, ya que
habitualmente se destinaba a trasladar al personal y equipaje del conde y su hija
cuando estos viajaban. En él viajaban los valets de ambos condes, del vizconde
y del marqués, junto con la doncella personal de lady Connors. Lucas sería
atendido por el valet de su tío y a Darcy la asistiría la doncella personal de su tía
Laura.
El carruaje trasladaba también las pertenencias de Saffron. Lady Connors y
Darcy se habían encargado de dirigir a dos de las doncellas del servicio de
Moray para recoger el vestuario y los útiles personales y profesionales de la
joven.
Cuando el carruaje del vizconde llegó a la posada «El ciervo y el halcón»,
el resto de los viajeros ya se encontraba allí. Damian y Moray descendieron del
carruaje, entraron en la posada y fueron dirigidos por el dueño hacia una sala
privada donde se hallaban los demás.
Después de los pertinentes saludos, Moray y Damian se sentaron
dispuestos a degustar una caliente y reparadora taza de té.
Moray se dirigió a todos y a nadie en particular.
―Antes de llegar a Albans Hall debemos hacer otra parada. Será breve,
solamente yo bajaré, vosotros podéis esperar en los carruajes.
Se miraron unos a otros, sorprendidos, ¿otra parada? Drake dirigió una
mirada a Lewes.
―¿Te advirtió de esa parada durante el viaje hasta aquí?
Damian negó con la cabeza.
―Acabo de enterarme, igual que vosotros. Bedford tomó un sorbo de té y
se dirigió a Moray.
―Solamente avisa al hombre, no marques ninguna fecha. Por una vez deja
que ellos decidan, Malcolm.
―¿Decidan? ¿Quién tiene que decidir qué, exactamente? ―inquirió Drake
pasando su mirada de un conde a otro.
―¡Ay, Dios! ―exclamó Lewes―. Más tretas no, por favor. Me gustaría, si es
posible, pasar la Navidad con mi cara intacta ―gimió.
Bedford y Moray soltaron una carcajada.
―Más vale que les digas el motivo de la parada, Malcolm, o pasarán el resto
del viaje angustiados. Tú tendrás que soportar a Lewes y mi hija tirará a Drake
del carruaje en un par de millas.
Milford rodó los ojos cuando oyó la risilla de Darcy y miró a Damian,
quien se encogió de hombros.
Lady Connors, divertida, observaba el intercambio mientras un
sorprendido Lucas escuchaba atento a su tío y a los otros hombres.
―El día que acudí al periódico a solucionar el problema de la boda de
Saffron… ―comenzó a explicar Moray.
Drake lo interrumpió, sarcástico.
―Problema es un eufemismo. Desastre, querrás decir.
Moray le lanzó una mirada que haría que otros hombres enmudecieran
durante varios días, pero Drake se limitó a encogerse de hombros.
Damian soltó una risita entre dientes que cortó en seco cuando la mirada
de Moray se dirigió hacia él.
―Si se me permite continuar… ―observó el conde. Comprobó que tenía
la atención de los allí presentes, y siguió―: Bien, ese día no solo me cobré
algún favor en el periódico… ―Se detuvo al oír el carraspeo de Bedford.
―Nos cobramos algún favor ―aseveró, inclinando la cabeza hacia Moray,
quien correspondió al gesto.
―Lo que intento explicar es que, antes de acudir al periódico, me cobré
otro favor y, esta vez, sí fue un favor personal mío ―afirmó mirando a
Bedford―. Solicité una licencia especial, que me fue concedida, para Oliver y
Saffron.
―¿Necesitaste cobrar un favor para obtener una licencia especial?
―inquirió Lewes, extrañado―. Solo es necesario tener dinero para obtener una.
―Efectivamente ―asintió Moray―. Pero el favor consiste en que en esta
licencia no consta fecha alguna: nadie sabrá cuándo fue obtenida.
―Con lo cual ―remató Bedford―, se podrá poner como fecha del enlace la
del primer anuncio matrimonial de Saffron, finales de octubre, eso sí, previa
generosa donación al vicario de la parroquia a la que pertenece Albans Hall.
―Y esa, damas y caballeros, será la próxima parada: la vicaría.
n
Malcolm salió completamente satisfecho de la visita al vicario. Este era un
hombre relativamente joven, el conde suponía que superaría por poco la
cuarentena. De mediana estatura y cabello castaño con algunas canas en las
sienes, sus ojos, también castaños, expresaban sabiduría y calidez. Tercer hijo
de un vizconde, estaba casado con una de las hijas menores de un baronet y era
padre de dos hijos: un muchacho que se proponía ser abogado y una joven que
ejercía de maestra en la escuela local, la cual subsistía apoyada por fondos
provenientes de los feligreses de la vicaría.
Desde el mismo momento en que el conde de Moray lo puso al corriente
de la situación del barón y su hija, el hombre, comprensivo, no puso ningún
reparo a celebrar la boda y datarla con una fecha anterior. Como le comentó al
conde, no veía necesidad alguna de dañar la reputación de lady Saffron o, en su
caso, del futuro heredero del barón. Rechazó de plano la generosa donación de
Moray, sugiriéndole que en la escuela estarían felices de contar con una
donación de libros y material para los niños.
n
Oliver y Saffron supervisaban nerviosos la preparación de las habitaciones
destinadas a sus invitados.
Oliver decidió que Saffron ocupara durante la estancia de su familia, y
hasta que pudieran casarse, la habitación que había utilizado en sus anteriores
visitas. «Por cierto», se recordó, «debería hacerle una visita al vicario». Decidió
hacer la visita acompañado del padre de la novia.
El personal que acompañaría a sus invitados ya tenía dispuesto su
alojamiento en la zona de servicio.
El barón y la joven esperaban nerviosos en la salita a que se les avisara en
cuanto avistaran a los carruajes.
Saffron observaba el rostro inescrutable de Oliver, sentados uno al lado del
otro. El joven mantenía una de las manos de la muchacha entre las suyas y la
pelirroja notaba la tensión del muchacho por la forma en la que agarraba su
mano.
―Tranquilo, todo irá bien ―intentó calmarlo.
La mirada de Oliver se dirigió hacia ella e instantáneamente sus ojos
brillaron, cálidos. Acarició su mano.
―Me siento incómodo, amor. Después de cómo los traté, dependo de que
sientan la suficiente generosidad como para olvidar mi grosería.
―Ni siquiera lo recordarán, cariño… Bueno, quizás Lewes recuerde algo
―comentó, sonriendo divertida.
Oliver también sonrió. Ambos recordaron el resultado de los golpes del
barón en el rostro del vizconde al que, siendo justos, había que reconocer que
no los devolvió, sino que se limitó a protegerse.
En el momento en que Wilson entró en la salita para comunicarles que los
carruajes estaban haciendo su entrada atravesando las verjas abiertas que
conducían al camino interior de la finca, ambos se levantaron de un brinco
y salieron a la puerta principal cogidos de la mano.
Conforme paraban los carruajes, los lacayos empezaron a abrir las puertas.
Darcy saltó del carruaje apenas la mano del lacayo asomó para ayudarla. Se
dirigió hacia la pareja seguida por el marqués con expresión resignada.
Saffron soltó la mano de Oliver para correr a abrazar a su amiga. Mientras
ambas se abrazaban, Drake se acercó al barón. Ambos se miraron. Mientras
Oliver lo observaba inseguro, el marqués lucía una brillante sonrisa, tomó al
barón por un hombro y lo acercó para darle un fuerte abrazo.
―Bastardo del demonio, te ha salvado el embarazo de mi mujer; si no, te
juro que hubiera venido y te habría quitado tu maldito orgullo a golpes ―le
espetó, sonriente―. Me has tenido muy preocupado. ―Remató con una fuerte
palmada en el hombro del barón.
―Gracias, Drake, siento haberme comportado como un cretino
―contestó.
Drake soltó una carcajada.
―Eso sí que te lo concedo, te comportaste como un completo majadero.
El siguiente en acercarse a Oliver fue Damian.
―¿Te importaría meter las manos en los bolsillos mientras te doy un
abrazo? ―dijo, sonriente―. Me costó un par de semanas que el ojo volviera a
su tamaño original.
―Damian, de veras que siento haberte golpeado, fue excesiva mi reacción.
El vizconde le palmeó la espalda.
―Tranquilo, hombre, yo habría reaccionado igual si hubiera estado en tu
pellejo.
Oliver le sonrió agradecido. Gracias a Dios que no había perdido a sus
amigos.
Bedford se acercó con la mano extendida, que Oliver estrechó y, haciendo
un gesto hacia lady Connors y Lucas para que se acercaran, hizo las
presentaciones correspondientes.
En el momento en que Moray se acercó, Oliver se tensó. Haría todo lo
posible por volver a ganarse el respeto del conde. Dudaba que volviera a mirar
a la cara a un hombre que se comportara de la manera deshonrosa en que él se
comportó.
Sin embargo, la reacción de Malcolm fue esbozar una sonrisa y alargar su
mano. Oliver, aliviado, la estrechó.
―Si no tuviera la certeza de que estáis enamorados, mi reacción hubiera
sido otra ―comenzó―, pero yo también he cometido errores: no debí
intervenir, sino que debí permitir que tomaseis vuestras propias decisiones sin
manipularos. Te conozco, y sé que hubieras ido a por ella, con o sin embarazo.
―Metió la mano en un bolsillo y le alargó un documento.
Oliver tomó el papel y, después de leerlo, miró al conde, sorprendido.
―¿Una licencia especial de matrimonio?
Malcolm enarcó una ceja.
―Supongo que harás uso de ella.
Oliver se apresuró a calmarlo.
―Por supuesto. De hecho, tenía pensado visitar al vicario contigo
durante tu estancia aquí para preparar la boda.
―Me he permitido solicitar la licencia antes de venir ―comentó Malcolm―.
Sin ella, necesitaríais esperar al menos cuatro semanas para llevar a cabo la
boda mientras se publican las amonestaciones, además de que la fecha no
coincidiría con el comunicado enviado al periódico.
Oliver volvió a releer la licencia.
―No tiene fecha de expedición.
Moray simplemente contestó:
―Me he cobrado algún favor. Mañana podríamos ir a ver al vicario y elegir
la fecha. Sería estupendo aprovechar que toda la familia está aquí.
―Será una maravillosa sorpresa para Saffron ―admitió Oliver―. Gracias,
Moray.
Entraron juntos en la casa, donde ya se hallaban los demás. Saffron,
acompañada de la señora Jones, se encontraba en el piso superior mostrando
los dormitorios a las damas.
n
Saffron estaba preparándose para la cena ante el espejo, retocando su
peinado, cuando el barón, después de llamar a la puerta, entró y se acercó por
detrás, enlazó su cintura y, observando su rostro en el espejo, le colocó la
licencia delante de su cara.
La joven tomó el papel y se giró hacia Oliver.
―¡¿Una licencia especial?! ―exclamó, mirando al barón ilusionada.
―Tu padre la consiguió. Mañana iremos a visitar al vicario, ¿te parecería
bien una boda dentro de dos días?
―Sería maravilloso ―respondió.
―¿Será tiempo suficiente para preparar… no sé, lo que sea que preparéis
las novias? ―preguntó.
―Más que suficiente ―sonrió la muchacha.
―Entonces habrá que hacer las cosas bien, como las debería haber hecho
―Saffron lo miró interrogante.
Abrió los ojos como platos cuando Oliver se arrodilló delante de ella y
sacó una cajita del bolsillo.
―Mi preciosa Saffron, te amo más que a mi propia vida, de hecho, eres mi
vida. ¿Me harías el gran honor de casarte conmigo? ¿Aceptarías ser mi esposa?
El rostro de la joven resplandecía.
―Te amo, Oliver. Será un honor convertirme en tu esposa.
Oliver se levantó, abrió la cajita y se la entregó. Saffron ahogó un
jadeo: era una preciosa sortija. Una amatista con tres diamantes a cada
lado.
―La compré en París cuando volvía a Inglaterra. En ese momento no supe
por qué, no tenía ninguna intención de casarme, pero al verla en el escaparate
de la joyería no pude resistirme, tuve que comprarla.
Tomó la mano izquierda de la muchacha y encajó la sortija en el dedo
anular.
―Y ahora sé por qué. Es exacta al color de tus ojos, el color de los ojos de
la chiquilla pelirroja que encontré en un jardín de Bruselas una noche de hace
unos cuantos años.
Saffron elevó sus brazos para rodear el cuello de Oliver y este bajó la
cabeza para darle mejor acceso a sus labios, compartiendo un apasionado beso.
Cuando el beso cesó, Saffron observó, pensativa:
―Oliver, puede que a tu hermano y a tu cuñada les hubiera gustado acudir
a tu boda, no me importaría retrasarla para que pudieras tener a tu familia
contigo.
―Adam y Celia estarían encantados de acompañarme, pero me temo que
en estos momentos no será posible. Celia espera su tercer hijo y el embarazo
está lo suficientemente avanzado como para que no deba emprender un viaje
que, aunque no es muy largo, no sería nada cómodo para la futura madre.
»Me gustaría que os conocierais ―prosiguió Oliver―, podemos esperar a
que el niño nazca y visitarlos después. Yo también deseo ver a mi hermano,
solíamos estar muy unidos.
―Sería maravilloso, me encantará conocer a tu familia, ¿te parecería bien
que entre tanto les escribiese?
―Por supuesto, amor, les encantará recibir noticias de mi esposa.
Sus caras irradiaban felicidad cuando bajaron a reunirse con los demás para
la cena.
Hicieron el anuncio de su próxima boda. Mientras los hombres felicitaban
a Oliver, Saffron mostró su maravilloso anillo a las damas.
―Es magnífico, una verdadera belleza ―halagó la tía Laura.
―Vaya, si tiene el mismo color de tus ojos ―observó Darcy, mirando
suspicaz a Oliver―. Me pregunto cuándo lo compró.
Saffron y Oliver intercambiaron una mirada cómplice, Darcy se quedaría
sin satisfacer su curiosidad.
Al día siguiente Oliver y Malcolm visitaron al vicario. El hombre estuvo
encantado de facilitarles las cosas y se decidió que la boda se celebraría en dos
días. Tiempo suficiente para que la novia realizase los preparativos que deseara.
n
El día de la boda amaneció soleado, un prodigio en pleno diciembre. Los
hombres, menos Malcolm, ya habían partido hacia la vicaría. Drake había
aceptado encantado ser el padrino de Oliver.
Laura y Darcy finalizaban los últimos arreglos del peinado y vestido de la
novia.
Laura se alejó un poco de Saffron para observar el resultado.
―Preciosa ―exclamó.
La joven vestía un precioso traje corte imperio con mangas hasta el codo
en terciopelo de color azul medianoche. Unas sencillas tiras de encaje en un
tono de azul un poco más claro bordeaban el escote. El pelo lo llevaba con un
sencillo recogido flojo al que le habían soltado algunos mechones que caían
por su espalda. Un pequeño ramo compuesto de nomeolvides complementaba
a la perfección el atuendo de la novia.
Sonó un golpe en la puerta y al momento se abrió. Malcolm entró en la
habitación y sus ojos se empañaron al ver a su preciosa hija. Darcy y Laura
salieron para darles un poco de intimidad.
―Esperaremos abajo ―dijo Darcy, tomando del brazo a su tía.
Malcolm carraspeó.
―Estás preciosa, cariño ―murmuró, emocionado.
―Gracias, papá.
Con mucho cuidado para no estropear el perfecto atuendo de su hija,
Malcolm la tomó de una mano y la acercó a él. Se abrazaron y su padre
depositó un tierno beso en la frente de su hija.
―Estoy muy orgulloso, Saffron. Siempre has llevado las riendas de tu vida
y la situación en la que te has visto envuelta no habría sido fácil para muchas
damas, creo que para ninguna. Y, al fin, no has permitido que tu controlador
padre siguiera manipulando tus decisiones.
―Papá, me has ayudado mucho, incluso cuando pensabas que me estabas
manipulando, sobre todo no obligándome a reparar mi reputación con un
matrimonio forzado. A pesar de tus argucias, o gracias a ellas, Oliver y yo
estamos juntos.
―Es un gran hombre, Saffron. Cometió errores, pero ¿quién no? Y ha
sabido reconocerlos y responder con honor.
―Le amo, papá.
―Y él a ti, cariño. ¿Estás lista? Me temo que si nos retrasamos más lo
encontraremos inconsciente del puñetazo que le propinará Drake para
calmarlo.
Riendo, bajaron las escaleras para reunirse con Darcy y Laura. Los cuatro
irían juntos en el carruaje del conde.
En la vicaría, ocupando varios bancos, se hallaba el personal de servicio de
los aristócratas. No era usual, ni siquiera adecuado, que el servicio acudiera a la
boda de sus amos, pero estos hombres y mujeres no eran considerados meros
sirvientes. Habían servido juntos en la Península y habían sido leales durante la
guerra y después, en tiempos de paz. Habían cuidado con devoción de todos
ellos y habían sufrido por ellos hasta que consiguieron superar los traumas
derivados de los horrores vividos.
Oliver paseaba nervioso observado por cuatro divertidos hombres, cinco
contando con el vicario.
―Tranquilízate, Albans, no es como si no fuera a presentarse ―observó
Damian con una carcajada.
La mirada que le lanzó el barón cortó en seco las risas.
―Está tardando demasiado ―murmuró, sin dirigirse a nadie especialmente.
Bedford le puso una mano en el hombro.
―Es su privilegio, muchacho, hacer esperar al novio.
Las puertas de la vicaría se abrieron y los hombres corrieron a ocupar sus
puestos. Oliver y Drake, como su padrino, delante del altar y Bedford, Lewes y
Lucas, en el primer banco situado en el lado del novio.
Darcy y lady Connors entraron precediendo a la novia. Darcy sonrió a su
marido, que la miraba orgulloso.
En el momento en que las damas se situaron en el banco situado detrás de
la posición que ocuparía la novia, hicieron su aparición Saffron y su padre.
La mirada de Saffron buscó a su futuro marido, que ya la observaba
embelesado. La muchacha le dirigió una radiante sonrisa. Oliver, por su parte,
no podía apartar sus ojos de ella, ¡Dios!, era preciosa.
Malcolm, al llegar a la altura del novio, colocó la mano de su hija en la del
muchacho, le dio un beso en la mejilla y alargó su mano para estrechar la del
que se convertiría en unos instantes en su nuevo hijo.
Oliver no apartaba la mirada del rostro de Saffron, sin prestar atención a
las palabras del vicario, hasta que un carraspeo del mismo y unas risitas
procedentes del primer banco en el que se hallaban sus amigos le obligó a
separar su mirada de la novia y dirigirla al paciente párroco.
El vicario, tolerante, instó al barón.
―Milord, me temo que es necesario que proclame sus votos.
Oliver se volvió hacia Saffron y, con voz clara a pesar de los nervios
agarrados a su estómago, recitó las palabras que lo unirían a ella. Saffron, un
poco más serena, hizo lo mismo.
Fueron declarados marido y mujer entre los aplausos de todos los
asistentes.
n
Esa Navidad fue una de las más felices en la vida de los dos amigos.
Para Oliver porque, aunque había disfrutado de una infancia feliz, después
de su ingreso en el ejército la Navidad dejó de tener sentido para él.
Y en cuanto a Drake, él nunca había disfrutado de una familia cariñosa.
Para el caso, de una familia, por lo que casi celebraba su primera Navidad.
Los dos con sus preciosas y audaces esposas, sus manipuladores suegras y
su mejor amigo agradecieron que, al final, la vida les compensara por todos los
horrores vividos.
Capítulo 16
Los barones Albans se trasladaron a Londres a comienzos de primavera para
que Saffron pudiera asistir el parto de Darcy.
La marquesa se había negado en rotundo a retirarse a Bramson Manor para
tener a su hijo, alegando que quería que fuera Saffron la que la atendiera en el
nacimiento y, ante el avanzado estado de la baronesa, Oliver no quiso ni oír
hablar de regresar a Albans Hall, por lo que se habían quedado en la residencia
del padre de Saffron, Moray House.
A Saffron la atendería en el nacimiento de su hijo, su padre. No era
habitual que un padre supervisara el nacimiento de su propio nieto, pero
Saffron no quería ni oír hablar de otro médico. Su padre había traído al mundo
a decenas de criaturas y quién mejor que él para ayudarla.
Drake y Darcy habían sido padres hacía tres meses de un varón, un niño
con los ojos verdes de su madre, para deleite de su orgulloso padre, al que
habían llamado James. Drake se había empeñado en elegir para su hijo el
segundo nombre de Oliver.
Oliver, inquieto, paseaba de un lado a otro de la salita privada de su mujer.
―Saffron, por favor, permite que avise a tu padre.
―Estoy bien, amor, todavía no es el momento.
―Llevas con dolores desde ayer.
―Y continuarán durante el día de hoy.
Saffron sabía que el parto se aproximaba, pero evitaba alterar aún más a su
ya nervioso marido.
La aldaba de la puerta de Moray House resonó y, a través de la puerta
entreabierta, vieron al mayordomo dirigirse a abrirla.
Darcy irrumpió en la salita seguida de su marido, que sostenía en los
brazos al joven vizconde. Detrás, la niñera del pequeño.
―¿Darcy? ―saludó Saffron.
―Hola, cariño, salimos a pasear con James y decidimos acercarnos a ver
cómo estabas ―contestó la marquesa mientras se acercaba a su amiga para
besarla en la mejilla.
Saffron se levantó trabajosamente del sofá en el que se hallaba para
caminar hacia el marqués y su hijo.
―Cómo ha crecido ―exclamó, contemplando al joven vizconde bajo la
mirada orgullosa de su padre, que asentía complacido.
Darcy rodó los ojos.
―Dudo que en estos dos días que no lo has visto haya crecido tanto
―contestó.
La marquesa observó a Saffron y luego miró interrogante a Oliver.
Se dirigió hacia el desencajado barón y le preguntó en un susurro.
―¿Cuánto tiempo lleva con dolores?
―Desde ayer ―respondió Oliver―. No me permite avisar a su padre.
Darcy contempló al atribulado barón.
―Tranquilo, Oliver, sabe lo que hace ―aseguró la marquesa.
Saffron levantó su mirada hacia Drake, que contemplaba jocoso la escena.
―Por supuesto que sé lo que hago y dejad de susurrar, os estamos oyendo
―dijo, guiñando un ojo al divertido marqués.
De repente, un dolor más agudo hizo que Saffron se agarrara con fuerza al
brazo del marqués. El gesto no pasó desapercibido para ninguno de los
presentes y Oliver, desencajado, alzó en brazos a su esposa.
―¡Se acabó! ―exclamó, dirigiéndose hacia la puerta seguido de una
preocupada Darcy.
―¡Fergus! ―gritó, mientras subía a la carrera las escaleras hacia la alcoba
matrimonial con su esposa en brazos―. ¡Manda aviso al conde!
Saffron sabía que el momento se acercaba. Por encima del hombro de su
marido lanzó una mirada conocedora a Darcy, que los seguía a paso rápido.
Una vez llegaron a la alcoba, Oliver depositó a su mujer en el suelo.
―Ahora mismo te vas a acostar, quiero que mi hijo nazca en una cama, no
en tu salita o en las escaleras ―exclamó aturullado.
―Sí, amor, creo que será lo mejor ―respondió Saffron.
―Claro que es lo… ¡¿No vas a protestar?! ―exclamó sorprendido Oliver.
―Por supuesto que no, ha llegado el momento, cariño. Darcy se adelantó
para ayudar a Saffron a desvestirse.
―Oliver, baja con Drake y envía un mensaje a tía Laura, yo atenderé a tu
mujer.
El barón no era capaz de soltar a su esposa.
―¿Ya? ¿Ya es el momento? ―exclamó, aterrado―. ¡Tu padre no ha llegado!
Darcy rodó los ojos.
―Oliver, por Dios, va a parir ella, no su padre. Suéltala de una vez para que
pueda desvestirla y acostarse.
En ese momento una cabeza rubia se asomó por la puerta.
―Vamos, Oliver, estarás mejor abajo, Moray no tardará en llegar y si vas a
gritarle por no llegar a tiempo, es preferible hacerlo fuera de la vista de tu
mujer ―apuntó, sonriente.
Darcy le dio un manotazo al barón.
―¡Que la sueltes! ―Oliver seguía aferrado a su esposa― ¡Drake, sácalo de
aquí de una maldita vez!
―Ve con Drake, cariño, estaré bien ―intervino Saffron, acariciando el
rostro de su marido.
Oliver pareció despertar con la caricia de su esposa. La besó tiernamente y,
soltándola, se dejó guiar fuera de la habitación por su amigo.
Drake tomó del hombro a Oliver.
―Vamos, hombre, todo saldrá bien. El barón lo miró intranquilo.
―Para ti es fácil decirlo, no es tu mujer la que está sufriendo.
―No, a mi mujer ya le tocó hace unos meses, ¿recuerdas? ―contestó,
jocoso.
Oyeron la puerta principal volver a abrirse y vieron a lady Connors
dirigirse a la carrera hacia las escaleras que ambos estaban bajando. Los dos
hombres se echaron a un lado para evitar el torbellino de faldas.
Laura espetó:
―¿Ya ha empezado? ¿Está Darcy con ella? ¿Moray? ―Sin esperar
respuesta, siguió precipitada hacia la alcoba.
Oliver meneó la cabeza, resignado.
―¿Para qué pregunta si no espera que se le responda? ―masculló.
Drake rio entre dientes.
―Parece que no tendremos que enviarle ningún mensaje. Me pregunto
cómo harán las mujeres para enterarse de todo. En fin ―continuó divertido―,
vamos a la biblioteca, estoy impaciente por verte tan angustiado como estaba
yo cuando Darcy tuvo a James. Te repetiré alguno de los valiosos consejos que
me diste en esa ocasión.
Estaban a punto de entrar en la biblioteca cuando la puerta principal volvió
a abrirse.
―Más vale que sea Moray ―murmuró Oliver mientras se daba media vuelta
para comprobar quién acababa de llegar.
Drake, al ir detrás de Oliver, no tuvo más que girar la cabeza.
―Pues sí, es Moray ―asintió, empujando a su amigo hacia el interior―.
Ahora no es el momento, ha llegado a tiempo y eso es lo importante.
Palmeó el hombro de Oliver y lo hizo entrar en la biblioteca, cerrando la
puerta tras ellos.
―¿Por qué cierras? Drake suspiró.
―Estarás más tranquilo si no oyes mucho alboroto.
―¿Alboroto? ¿Llamas alboroto al sufrimiento de mi mujer? Alboroto es
una discusión entre pescaderas, una pelea en una taberna…
―Santo Dios, Oliver ―lo interrumpió el marqués al ver que el joven
comenzaba a alterarse―. Es una manera de hablar.
De un empujón, lo sentó en uno de los sillones. Se acercó a los
decantadores y sirvió un par de copas de brandy.
―Toma, bebe un poco y cálmate. Según mi experiencia, esperaremos
durante bastante tiempo.
―¿Tu experiencia? Has tenido un hijo, Drake, no siete ―masculló Oliver,
mirando airado al marqués.
Drake se encogió de hombros.
―Bueno, el caso es que tengo más práctica que tú, ¿verdad?
Los dos amigos se arrellanaron, uno más intranquilo que el otro, delante de
la chimenea, resignados a esperar durante bastante tiempo.
Al cabo de lo que a Oliver le parecieron muchas horas y completamente
desquiciado, se levantó y se acercó a la puerta.
Drake levantó la mirada de su copa.
―¿Se puede saber qué te propones? Sabes que no puedes subir, ni siquiera
deberías acercarte a las escaleras.
―Voy a abrir la puerta ―contestó Oliver, malhumorado―. No se oye
apenas nada ―afirmó mientras abría.
―Empieza a resultar inquietante este silencio ―murmuró Drake.
―¿Qué has dicho?
―Nada, nada ―respondió el marqués. En realidad, apenas se escuchaban
unos apagados quejidos y alguna que otra voz, Drake pensó que no tenían
nada que ver con el alboroto que armó su mujer en su trabajo de parto. Aún se
estremecía recordando los gritos de su esposa.
Oliver entraba y salía de la biblioteca, se acercaba a las escaleras e inclinaba
la cabeza hacia arriba, como si así pudiera escuchar algo más, hasta que se oyó
cerrar una puerta.
Drake también salió de la biblioteca y se puso de pie junto a su amigo.
Ambos observaron a Laura bajar tranquila hacia ellos. Las miradas de ambos
se clavaron en la tía de Darcy.
A Oliver le fue imposible articular palabra y Laura, viendo su rostro
desencajado, alzó una mano como si intentara tranquilizarlo.
―Saffron me pidió que te dijera que todo va bien. Para ser su primer hijo,
el parto está siendo rápido. ―Laura colocó cariñosa su mano en el brazo de
Oliver―. Tranquilízate, está bien atendida. Tengo que volver, si todo va como
hasta ahora, el bebé no tardará en llegar.
Laura se giró para volver a subir cuando Oliver la detuvo, preocupado.
―No se le oye, no oigo quejarse a mi esposa ―murmuró asustado.
Laura lo observó con cariño.
―Porque sabe cómo respirar y cuál es la posición más cómoda para ella.
Dirigió una irónica mirada hacia Drake, que escuchaba atento la
conversación.
―No como otras, que no hicieron ningún caso de los consejos de Saffron
para paliar un poco el dolor.
Dicho esto, Laura empezó a subir las escaleras mientras oyó a Drake, que
murmuraba resignado.
―Hay mujeres tercas como mulas.
Transcurrieron algunas horas más y ya había anochecido cuando un llanto
interrumpió el nervioso paseo de Oliver.
Los dos jóvenes intercambiaron una mirada y, ante la sonrisa de Drake,
Oliver subió las escaleras como si lo persiguiera el mismísimo Satanás.
Llegó a la alcoba al mismo tiempo que la puerta se abría y Moray,
emocionado, salía. Los dos hombres se miraron.
―Los niños están bien, sanos y preciosos ―comentó el conde.
―¿Los…? ¿Cómo…? ―farfulló Oliver. Malcolm asintió.
―Un niño y una niña, hijo.
Moray alargó una mano, dispuesto a estrechársela a su aturdido yerno, pero
Oliver lo tomó por los hombros para darle un abrazo. Deshaciendo el abrazo,
con los ojos empañados por la emoción, Oliver murmuró:
―Soy padre… dos hijos. Malcolm asintió.
―Pasa, hijo, ahora puedes verlos a los tres.
Laura apareció en la puerta y tomó el brazo de Moray.
―Ahora deberíamos bajar. Un té o, en su defecto, algo más fuerte, nos
vendría muy bien, ¿no crees? ―comentó, mirando al conde.
Moray palmeó con cariño la mano que Laura había apoyado en su brazo y
asintió. Mientras bajaban las escaleras, Oliver suspiró y entró en la habitación.
Darcy, al verlo entrar, se acercó y se irguió para besarlo en la mejilla.
―Enhorabuena, son dos bebés preciosos y sanos ―le dijo, sonriente―.
Dirigió una cariñosa mirada a su amiga y salió de la habitación.
Saffron se hallaba recostada en la cama con sus hijos en brazos, ya la
habían aseado. Oliver la observó un momento antes de acercarse: estaba
preciosa, nadie diría que acababa de dar a luz a dos niños.
«¡Dos!». Aturdido, al darse cuenta, se precipitó hacia la cama donde se
hallaba su mujer. Saffron levantó la mirada hacia él y sonrió.
―Mellizos, amor.
―Lo sabías ―afirmó, más que preguntó. Saffron sonrió, pícara.
―Sí, pero quería que fuera una sorpresa.
Oliver se acercó y extendió una mano para acariciar el cabello de su mujer.
―Y lo ha sido, cariño, lo ha sido.
Oliver se sentó a su lado y la besó, tierno. Acarició suavemente las caritas
de los dos bebés.
―¿Cuál es la niña? ―preguntó, emocionado. Saffron movió un brazo.
―Esta, ¿quieres cogerla?
―¿Puedo?
―Cariño, vas a tener que cogerla muchas veces, claro que puedes.
Oliver tomó a la pequeña en sus brazos. Como si notara que estaba con su
padre, la niña abrió los ojos y lo miró fijamente.
―¡Tiene tus ojos, mi amor! Tus maravillosos ojos violetas. Saffron sonrió.
―Y él tiene los tuyos, tus preciosos ojos verdes ―comentó, mirando hacia
su hijo.
Oliver rio entre dientes.
―Tendré que vigilar estrechamente a James. Saffron rodó los ojos.
―Queda mucho tiempo para eso, amor.
―Me temo que si el niño sale al padre, no tanto, cariño, no tanto
―contestó.
―Por cierto ―prosiguió―, ¿has decidido ya sus nombres?
―Alexander Drake Fleming y Mara Diane Laura Fleming ―aseveró.
―Mara Diane Laura ―murmuró Oliver―. Tu madre…
―La madre de Darcy y tía Laura ―prosiguió Saffron―. Y Alexander por
Damian, es su segundo nombre ¿te parece bien?
Oliver asintió.
―Por supuesto, sigue siendo uno de mis dos mejores amigos.
El barón devolvió la niña a su madre para coger en brazos a su hijo y,
mirando a la madre con ternura, musitó:
―Te amo, Saffron.
Cuando se inclinó con cuidado para besarla, ella susurró en sus labios:
―Y yo a ti, mi terco comandante.
Epílogo
Bedford se despidió de Moray después de salir del club donde se habían
reunido para celebrar el nacimiento de los nietos mellizos de Moray y se dirigió
dando un paseo hasta su residencia.
Sanders le recibió en la puerta para recoger su sombrero y su capa y
entregarlos a uno de los lacayos.
―Milord, un caballero le espera en la biblioteca.
―¿No te ha dejado tarjeta? ―preguntó Bedford, sorprendido de que su
mayordomo no le hubiera entregado ya la tarjeta del visitante.
―No, milord, es el vizconde Lewes.
―¿Lewes? ―murmuró, inquieto, el conde.
Un presentimiento lo recorrió y avanzó a pasos agigantados hacia la
biblioteca. La puerta se encontraba abierta, entró y cerró tras sí.
El vizconde se encontraba de pie frente al ventanal, ojeando uno de los
libros.
―¿Damian?
Damian cerró el libro, se giró y dirigió una tensa mirada a su antiguo oficial
en jefe.
―Necesito su ayuda, coronel.
«¿Coronel?», reflexionó Bedford. Mirando fijamente al angustiado
vizconde, preguntó:
―¿España?
Damian solo asintió.
Fin