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Teresa Cristina de Borbón-Dos Sicilias

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Teresa Cristina de Borbón
Emperatriz consorte del Brasil

Emperatriz consorte de Brasil


30 de mayo de 1843 – 15 de noviembre de 1889
(45 años)
Predecesor Amelia de Beauharnais
Sucesor Título abolido
Información personal
Nombre completo Teresa Cristina María José Gaspar Baltasar Melchora Genara
Francisca de Padua Donata Bonosa Andrea de Avelino Rita Lutgarda Geltruda Venancia
Tadea Espidione Roca Matilde
Otros títulos Princesa de las Dos Sicilias
Nacimiento 14 de marzo de 1822
Bandera de Reino de las Dos Sicilias Palacio Real, Nápoles, Reino de las Dos
Sicilias
Fallecimiento 28 de diciembre de 1889
(67 años)
Bandera de Portugal Oporto, Reino de Portugal
Sepultura Capilla Imperial de la Catedral de Petrópolis
Familia
Casa real Borbón-Dos Sicilias
Padre Francisco I de las Dos Sicilias
Madre María Isabel de España
Cónyuge Pedro II de Brasil (matr. 1843; fall. 1889)
Hijos
Afonso, príncipe imperial de Brasil
Isabel, princesa imperial de Brasil
Princesa Leopoldina
Pedro, príncipe imperial de Brasil
Firma Firma de Teresa Cristina de Borbón
Teresa Cristina de Borbón-Dos Sicilias (Nápoles, 14 de marzo de 1822 – Oporto, 28
de diciembre de 1889) fue princesa del Reino de las Dos Sicilias y, a través de su
matrimonio con el emperador Pedro II de Brasil, emperatriz del Brasil. Hija de
Francisco I de las Dos Sicilias y de su segunda esposa, María Isabel de Borbón,
queda huérfana de padre en 1830. Aunque se la deja de lado por parte de su madre,
es criada en un ambiente conservador y desarrolla un carácter tímido y apagado.

Con un físico no tan agraciado, considera estar condenada al celibato hasta que, en
1844, se casa por poderes en Nápoles con el joven emperador Pedro II de Brasil. Sin
embargo, el primer encuentro entre los dos en Río de Janeiro es un fracaso y el
joven soberano latinoamericano se siente engañado al descubrir la poca belleza de
su ya prometida esposa. Con el paso del tiempo, la generosidad de la emperatriz
ayuda a crear una complicidad real con el emperador que une a la pareja y le da
rápidamente cuatro hijos. A lo largo de su reinado, Pedro II tiene algunas
relaciones extramaritales ante las cuales la emperatriz parece cerrar los ojos.

Discreta y piadosa, lleva una vida relativamente retirada, en la que la educación


de sus hijos tiene un lugar preponderante. Menos culta que su esposo y que su
rival, la condesa de Barral, la emperatriz se apasiona por el arte grecorromano y
crea, desde su llegada a Brasil, una colección de antigüedades que desde el 2014 y
hasta su destrucción en el incendio se expusieron en el Museo Nacional de Brasil.
Se interesa además por el mosaico y decora con ellos los jardines del palacio de
São Cristóvão.

En 1889, tras 45 años en Brasil, Teresa Cristina se tiene que enfrentar a la


proclamación de la república en Brasil que derroca a su esposo y le obliga a
exiliarse en el Reino de Portugal con su familia. Gravemente enferma desde hacía
algunos años, la anciana soberana ve cómo su salud empeora rápidamente y muere de
un paro cardiaco debido a problemas respiratorios un mes después de la abolición
del imperio brasileño.

Habría que esperar hasta 1921, durante la preparación de las fiestas relacionadas
con el centenario de la independencia de Brasil, para que sus restos mortales y los
de su marido fueran repatriados a su país. Los cuerpos de la familia imperial
reposan en la catedral de Petrópolis.

Familia

La familia del futuro Francisco I de las Dos Sicilias en 1820, pintado por Giuseppe
Cammarano. De izquierda a derecha, pueden apreciarse a los futuros: reina María
Isabel de Borbón, duquesa de Berry, gran duquesa María Antonieta de las Dos
Sicilias, duquesa de Cádiz, reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, príncipe
real de Nápoles (futuro Fernando II), infanta María Amalia de Borbón-Dos Sicilias,
rey Francisco I de Dos Sicilias, príncipe de Capua y conde de Siracusa.
La princesa Teresa Cristina era hija del rey Francisco I de las Dos Sicilias y de
su segunda esposa, la infanta María Isabel de Borbón, hija a su vez del rey Carlos
IV de España y de la princesa María Luisa de Parma. Por parte de padre, Teresa
Cristina pertenecía a la rama napolitana de la casa de Borbón mientras que, por
parte de madre, descendía de los Borbones españoles y los Borbones parmesanos.

Teresa Cristina era, además, la media hermana de la duquesa de Berry y la hermana


del rey Fernando II de las Dos Sicilias, de la gran duquesa María Antonieta de las
Dos Sicilias y de la reina regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.

Se casó con el emperador Pedro II de Brasil, hijo del rey Pedro IV de Portugal y de
la archiduquesa María Leopoldina de Austria, el 30 de mayo de 1843 en Nápoles, y
posteriormente el día 4 de septiembre de 1843 en Río de Janeiro. La pareja se
estableció en la capital brasileña, Río de Janeiro, y tuvieron cuatro hijos:
Alfonso, Isabel, Leopoldina y Pedro.

Biografía
Una juventud solitaria

Vista de Nápoles, capital del reino de las Dos Sicilias, donde Teresa Cristina pasó
los primeros años de vida. Cuadro de Sylvester Shchedrin (1819).
Véase también: Reino de las Dos Sicilias
Nacida el 14 de marzo de 1822,1 cuando el futuro Francisco I de las Dos Sicilias
era aún duque de Calabria,Nota 1 Teresa Cristina se quedó huérfana de padre con 8
años, en 1830. Su madre, que se casó con un joven oficial en 1839, era una persona
distante y Teresa Cristina tuvo una infancia solitaria, en un ambiente que los
historiadores como Pedro Calmon califican de supersticioso, intolerante y
conservador.2 Según otros autores, como Aniello Angelo Avella, habría que matizar
este análisis, teniendo en cuenta la construcción de la leyenda negra que se
produjo durante la unificación italiana.3 Al contrario que su piadoso padre y que
su impulsiva madre, Teresa Cristina tenía un carácter dulce y tímido.4 Poco segura
de sí misma, nunca se quejaba, sean cuales fueran las circunstancias en las que se
encontrara.5

No era ni guapa ni de aspecto agradable, sino bajita y algo rellenita.678910 Tenía


los ojos marrones11 y el pelo castaño.12 Aunque muchos la han descrito como coja,
se trataría, según el historiador Pedro Calmon, de una manera extraña de caminar,
ya que tenía las piernas demasiado arqueadas, lo que le obligaba a apoyarse
alternativamente en el pie izquierdo y en el derecho.13 Tenía, por el contrario,
una voz hermosa, practicaba canto con regularidad14 y se interesaba por la ópera y
la danza.15 También sentía pasión por el arte grecorromano y, de hecho, fue a
Brasil con diversas obras de arte provenientes de las ruinas de Pompeya y
Herculano.16

Un matrimonio que empezó mal


Un matrimonio concertado

El falso retrato de Teresa Cristina que fue enviado a Pedro II para alentar el
matrimonio imperial.
A principio de los años 1840, Vincenzo Ramírez, embajador de las Dos Sicilias en la
corte austriaca, se reunió en Viena con el enviado brasileño encargado de encontrar
en Europa una esposa para el joven Pedro II. Las casas reales consultadas se
mostraron prudentes, ya que temían, sin ninguna duda, que Pedro II iba a
desarrollar la misma personalidad de su padre, el emperador Pedro I, conocido por
su inconsistencia y sus numerosas relaciones extramaritales.1718 Por su parte,
Ramírez no le dio ninguna importancia a la reputación del soberano y le propuso la
mano de Teresa Cristina al emperador.192021 De hecho, los sentimientos poca
importancia tenían en aquella época y el papel de las princesas se limitaba a dar a
luz a herederos para su marido y su nación de acogida. No obstante, debido a que su
familia era bastante vasta, por lo tanto no le podía asegurar más que una dote
mediocre, y a que ya tenía más de 20 años (edad avanzada para casarse en la época),
Teresa Cristina apenas tenía esperanzas en contraer matrimonio y la perspectiva de
casarse con un emperador no podía ser desestimada tan rápido.2223

Para convencer a Pedro II para que aceptara el matrimonio, el gobierno napolitano


le envió al soberano un retrato de una joven chica guapa que supuestamente era
Teresa Cristina.19242526 Seducido por esta imagen, que le pareció que representaba
a una «princesa de cuentos de hadas», el emperador aceptó la unión con entusiasmo.
Sin embargo, según el historiador James McMurtry Longo, la persona que aparecía en
el cuadro no era la princesa y, cuando Pedro II descubrió el engaño, era demasiado
tarde para dar marcha atrás.27

Teresa Cristina y Pedro II tenían cierto grado de consanguinidad,Nota 2 por lo que


fue necesaria una dispensa papal del papa Gregorio XVI para llevar a buen término
los acuerdos matrimoniales.28 Cuando esta se obtuvo, se celebró una boda por
poderes el 30 de mayo de 1843 en Nápoles. Durante la ceremonia, el conde de
Siracusa fue el que representó al marido de su hermana pequeña.293031

Un marido decepcionado por el físico de su esposa


Véase también: Pedro II de Brasil

Cuadro de Eduardo de Martino (1872) que representa la llegada a Brasil de Teresa


Cristina a bordo de la fragata Constituição.
Una pequeña flota brasileña compuesta por la fragata Constituição y dos corbetas
abandonaron el Reino de las Dos Sicilias el 3 de marzo de 1843 para escoltar a la
nueva emperatriz.3233 La escuadra, acompañada por una división naval napolitana
compuesta por un navío de línea y tres fragatas, llegó a Río de Janeiro el 3 de
septiembre de 1843, tras seis meses de viaje.19343536

En cuanto Teresa Cristina llegó a Brasil, Pedro II se dirigió a su navío para


conocerla. Ante este gesto impetuoso, la multitud carioca aclamó a su emperador y
dispararon al aire de forma ensordecedora para saludarlo.37 Grande, rubio con los
ojos azules y descrito como un joven muy hermoso a pesar de su prognatismo, el
emperador de 17 años sedujo inmediatamente a la princesa napolitana. Sin embargo,
esto no fue recíproco y Pedro II se mostró abiertamente decepcionado por la
apariencia física de su prometida.678938 A los ojos del soberano, Teresa Cristina
era una «niña vieja» que aparentaba más de 22 años.10 Solo veía sus defectos
físicos y la diferencia entre el retrato que se le presentó y la realidad.6 Pedro
II no ocultó la repulsión que le causaba la princesa. Un testigo afirmó que estuvo
tan chocado que tuvo que sentarse al verla; otro, que se dio media vuelta. El
historiador Roderick J. Barman indica que, en su opinión, «pudieron suceder ambas
cosas».6 En todo caso, Pedro II abandonó el navío de la princesa rápidamente y esta
se encerró en su camarote. Al haberse dado cuenta de la desilusión causada a su
prometido, rompió a llorar lamentándose porque el emperador no la quería.6739

Una esposa decidida

La pareja imperial en la época del matrimonio (1843). Esta litografía ofrece un


retrato más realista de Teresa Cristina.
La misma tarde de su primer encuentro con su soberano, Teresa Cristina se dio
cuenta de que Pedro II basó sus expectativas en un retrato que no era demasiado
fiel. Abatida, escondió su angustia a su marido y a sus nuevos sirvientes. Estaba
decidida a hacerlo lo mejor posible para mejorar la situación y le escribió a su
familia: «Sé que mi apariencia es diferente a la que había sido anunciada. Haré
todo lo posible para vivir de tal manera que nadie se lleve a engaño por mi
carácter. Mi ambición será parecerme a María Leopoldina de Austria, la madre de mi
marido, y ser brasileña de corazón en todo lo que haga».40

Finalmente, aunque tuvo lugar un matrimonio por poderes en Nápoles, se organizó una
importante ceremonia nupcial el 4 de septiembre en la catedral de Río de Janeiro,
para unir públicamente al emperador y a la emperatriz.41424344 Teresa Cristina no
tardó en ganarse a sus sirvientes que apreciaban su disposición y su seriedad.
Algunos días después de llegar al país, recibió la expresión de afecto y la alegría
de todos, excepto de su nuevo marido.45

El objetivo del matrimonio entre Teresa Cristina y Pedro II era dar un heredero al
imperio y, por tanto, los brasileños esperaban con ansiedad el anuncio de un
embarazo. Sin embargo, los meses pasaban y la emperatriz tardaba en quedarse
embarazada por lo que la población empezó a especular sobre las razones que
impedían a la pareja tener un hijo. Rápidamente, algunos empezaron a sospechar que
el soberano sufría impotencia.12 Sin embargo, la realidad era bastante diferente:
el emperador sentía una aversión hacia Teresa Cristina y no tenía ningún deseo en
consumar su matrimonio. Ante el rechazo de su esposo en acostarse con ella, la
emperatriz acabó por pedirle un permiso para volver a Italia. Afectado por el dolor
que sentía su mujer, Pedro II consintió finalmente en tener relaciones sexuales con
ella. A pesar de todo, su actitud no cambió y siguió tratando a Teresa Cristina
fríamente.46

Una emperatriz apagada


El alejamiento del conde de Aquila
Véase también: Luis de las Dos Sicilias (1824-1897)

El príncipe Luis de las Dos Sicilias, conde de Aquila.


Teresa Cristina no era el único miembro de la familia real de las Dos Sicilias que
atravesó el Atlántico para ir a Brasil en 1843: uno de sus hermanos, el conde de
Aquila también hizo un viaje a Río de Janeiro para conocer a la hermana de Pedro
II, la princesa imperial Januaria. En la época ella era la heredera presunta del
soberano y tenía prohibido abandonar el país. Deseoso por asegurar la sucesión
imperial, el gobierno brasileño ansiaba encontrarle un esposo a la princesa y la
llegada del conde de Aquila fue vista con buenos ojos. Además, los dos jóvenes se
enamoraron rápidamente y el conde de Aquila volvió deprisa a Nápoles para pedirle a
su hermano, el rey Fernando II de las Dos Sicilias, la autorización para casarse
con Januaria e instalarse en Brasil.47

El conde de Aquila llegó a Río definitivamente el 8 de abril de 1844 y los dos


jóvenes se casaron poco después de su llegada. La relación entre Pedro II y su
cuñado se degradó rápidamente y dejaron de dirigirse la palabra desde mediados de
julio. La personalidad extrovertida del conde de Aquila chocaba mucho con el
carácter reservado del emperador, al que le incomodaba la inclinación de su cuñado
por los placeres frívolos.4849 Por otra parte, Januaria no escondía el amor que
sentía por su marido y el contraste entre las relaciones entre las dos parejas
irritaba sobremanera al soberano, cuya inmadurez e inseguridad quedaron al
descubierto. El hecho de que tanto Januaria como Teresa Cristina se entendieran tan
bien con el príncipe de las Dos Sicilias hizo aún mayor el aislamiento del
emperador.50

Al mismo tiempo, algunos napolitanos que acompañaron a Teresa Cristina y a su


hermano a Brasil buscaban hacerse un hueco en el país. El confesor del conde de
Aquila buscó caldear las ambiciones del príncipe animándole a formar su propia
facción entre los cortesanos brasileños.50 Paulo Barbosa da Silva, el oficial
responsable del palacio imperial, se empezó a inquietar: él y Aureliano de Sousa e
Oliveira Coutinho, vizconde de Sepetiba, formaron a la llegada de Pedro II la
«facción cortesana», compuesta por servidores de alto rango y políticos
importantes.51 Este grupo ejerció una gran influencia en el soberano y no quería
compartir su poder con los recién llegados.50

La «facción cortesana» decidió explotar los desacuerdos familiares insinuando que


el conde de Aquila y sus partidarios confabulaban para hacerse con el trono. Sin
confiar en él, el joven emperador se dejó persuadir fácilmente y su cuñado acabó
siendo excluido de la corte. Por su parte, el conde de Aquila se quejó abiertamente
de la falta de consideración del soberano y criticó con desdén la sociedad y la
vida en Brasil. En diversas ocasiones, el príncipe napolitano pidió a Pedro II el
permiso para volver a Europa con su esposa. Al principio reticente, el emperador
acabó por aceptarlo tras haber discutido con su cuñado en público. El conde y la
condesa abandonaron Río de Janeiro el 23 de octubre de 1844.52 Para Teresa
Cristina, que no hacía más que intentar reconciliar a los dos hombres, la salida de
su hermano fue un golpe muy duro, ya que ella se encontraba sola en Brasil con su
esposo.53

Una madre marcada por la pérdida de dos de sus hijos

La emperatriz Teresa Cristina y sus hijos mayores: Isabel, Leopoldina y Alfonso.


Obra de Ferdinand Krumholtz (1850).
Aunque la relación de la pareja imperial era tensa en un primer momento, Teresa
Cristina se esforzó, durante su matrimonio, en ser una buena esposa. Su aplicación
en sus deberes oficiales y el nacimiento de algunos hijos hicieron que el carácter
de Pedro II se endulzara. Tras algún tiempo, los dos esposos descubrieron intereses
comunes y el amor que sentían por sus hijos creó una especie de felicidad
familiar.54 De hecho, tras el nacimiento de su primer hijo, Alfonso, en febrero de
1845, la emperatriz dio a luz a tres hijos más: Isabel en julio de 1846; Leopoldina
en julio de 1847 y Pedro en julio de 1848.55

Sin embargo, el 11 de junio de 1847, la pareja imperial vivió el dolor por la


pérdida del mayor de sus hijos. Mientras jugaba en la biblioteca del palacio de São
Cristóvão,56 empezó a sufrir convulsiones y murió poco después, dejando a sus
padres con un gran dolor. Para Teresa Cristina, el choque fue tan grande que se
temía por su salud, pues estaba embarazada de la princesa Leopoldina, que nacería
sin complicaciones un mes más tarde.57 La familia sufrió otra tragedia cuando el
segundo varón de la familia, el príncipe Pedro, murió el 9 de enero de 1850. Tras
esta nueva desaparición, los soberanos no tenían más que dos hijas herederas y,
aunque Brasil no tenía ley sálica, el problema sucesorio era fuente de
preocupaciones para la pareja imperial, que estaba convencida de que solo un hombre
podía dirigir el país. Consciente de su deber de dar a luz a un nuevo heredero,
Teresa Cristina no se negó a quedarse nuevamente embarazada.55 Sin embargo, no
nació ningún niño más en la familia imperial y, ello influyó en la atracción que
Pedro II sintió hacia otras mujeres más guapas, más inteligentes y más cultas que
su esposa.58

Una mujer a la sombra de su marido

El emperador Pedro II de Brasil en 1850. Obra de Ferdinand Krumholtz.


Entre 1844, fecha de la salida del conde y de la condesa de Aquila de Brasil, y
1848, año en el que nació el último hijo de la pareja imperial, el comportamiento
de Pedro II evolucionó considerablemente. Más maduro y más seguro de sí mismo, ya
no creía en los rumores de complot, había aprendido, además, a discernir cuando lo
intentaban manipular y rechazó la influencia de la camarilla. De hecho, conforme se
iba haciendo adulto, sus debilidades disminuyeron mientras que se afirmó su fuerza
de carácter. Cuando ejerció el poder por sí mismo, su trabajo se volvió más eficaz
y su imagen pública mejoró.59 Esta evolución no desagradó a Teresa Cristina.
Primero porque con el tiempo, las tensiones entre su esposo y su hermano
disminuyeron60 y segundo porque la emperatriz odiaba la «facción cortesana» y se
alegró cuando su marido la alejó del gobierno y de palacio.6162

Por su parte, la emperatriz aceptó fácilmente su papel, cada vez más circunscrito
al que su esposo la relegaba. Sin interés en la política, se pasaba el tiempo
escribiendo, leyendo, haciendo trabajos de costura, rezando y ayudando en obras de
caridad.6364 De hecho, el único ámbito en el que Teresa Cristina parecía ejercer
una cierta influencia era en el de la inmigración. Deseosa de hacer progresar la
educación y la sanidad en su país de adopción, la emperatriz animó a Pedro II a
favorecer la inmigración de numerosos intelectuales y trabajadores italianos, tanto
en la capital brasileña como en el interior del país.65

A pesar de su limitada educación, a Teresa Cristina le apasionaban las artes, la


música y la arqueología. Desde que llegó a Brasil, empezó una colección de obras
grecorromanas y recibió centenares de antigüedades que su hermano, el rey Fernando,
le enviaba a cambio de objetos de arte indígena, destinados al museo Borbónico de
Nápoles.6667 Organizó además, dirigida por ella misma, excavaciones en los dominios
que había heredado en Veyes, un yacimiento etrusco situado a una quincena de
kilómetros al norte de Roma.68 En su tiempo libre, se dedicó, sobre todo, al arte
del mosaico. Decoró con este arte fuentes, bancos y muros del jardín de las
princesas del palacio de São Cristóvão así como con conchas y porcelanas,
adelantándose 50 años a las obras de Gaudí y Jujol.69

En Brasil, Teresa Cristina tenía pocas amigas, a excepción de sus damas de compañía
y, en particular, de la baronesa y después vizcondesa Josefina da Fonseca Costa.
Apreciada por el personal de palacio, mostraba ser buena jueza del carácter de los
visitantes y los cortesanos. Sin pretensiones y con un carácter generoso, era una
madre y, posteriormente abuela, afectuosa. Modesta en los actos y en sus vestidos,
nunca llevó joyas, salvo en las ceremonias oficiales. Muy reservada, daba a
aquellos que tenía cerca la sensación de estar siempre algo triste.63

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