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duramente a Centroamérica
Párrafo aparte merece la situación en Honduras. La capital económica del país, San
Pedro Sula se encuentra totalmente incomunicada de Tegucigalpa, capital política del país,
como resultado de la increíble inundación que golpeó a esa ciudad, donde las rutas se
convirtieron literalmente en canales navegables. Según informó el medio digital El Faro,
colonias enteras desaparecieron como Asentamientos Humanos, Quitur, Cerrito Lindo,
dentro del Barrio Rivera Hernández, en la Canaán, la 23 de septiembre, o los habitantes del
kilómetro 6, kilómetro 2 y Los Cruces, en las cercanías de La Lima. Por su parte, el
presidente del país ordenó reducir la cantidad de agua contenida en la principal represa
hidroeléctrica por miedo a un desborde. Este escenario se agrava por la grandísima
fragilidad institucional del país. Honduras posee una Comisión Permanente de
Contingencias (COPECO), la cual fue la designada para lidiar con la pandemia y también
para hacer frente a catástrofes como las que se está viviendo. Desde marzo, COPECO ya
tuvo tres directores diferentes: los dos primeros fueron destituidos por casos de corrupción
relacionados con la construcción de hospitales para luchar contra el COVID que en los
hechos eran carpas comunes y corrientes. El director actual, al frente de la calamidad que
implica una pandemia mundial más dos huracanes es actualmente “Killa”, un cantante de
reguetón que no posee la formación ni la experiencia adecuada para gestionar la crisis. Por
último, la recuperación económica del país depende en gran medida de una zona que
concentra el 80% de la producción industrial, que tiene las tierras más fértiles, donde se
ubican los bancos y donde llegan la mayor cantidad de deportados hondureños. Esa zona es
el Valle de Sula, donde se ubica San Pedro Sula, ciudad que como se indicó al inicio fue
profundamente perjudicada. Como afirma Carlos Martínez, el motor del país está estancado
en el barro.
La extrema vulnerabilidad que sufren los países centroamericanos al día de hoy a
consecuencia de los desastres climáticos y el COVID-19 generan una tormenta perfecta.
Los desplazamientos de población hacia centros de refugiados es una de las soluciones más
utilizadas para hacer frente a los huracanes. Pero esta estrategia se contrapone a la que
busca lidiar con la pandemia, es decir evitar conglomeraciones de personas y mantener el
distanciamiento social junto a la utilización de mascarillas e higiene con intenso lavado de
manos y alcohol en gel. Según informaron las agencias de Naciones Unidas en territorio,
hoy en día los refugios están atestados de personas, donde existen grandes dificultades para
el acceso de agua potable y para garantizar la seguridad alimentaria de todas las personas.
La fragilidad legal de las personas expulsadas de sus países por motivos climáticos
es alarmante. Por un lado, según señala Oviedo, la definición de refugiado climático no está
contemplada en el derecho internacional, ya que esto significaría un cambio del paradigma
tradicional del refugio –definido actualmente como personas que huyen de su propio
gobierno o de agentes privados de los cuales el gobierno no puede o no quiere protegerlos–.
Una persona que huye de los impactos del cambio climático no escapa de su gobierno, más
bien huye como un mecanismo de adaptación. Asimismo, la autora afirma que tampoco
existe una norma explícita con relación a la protección de los derechos de personas
desplazadas internas o transfronterizas por estas mismas razones. Peor aún, no se ha
desarrollado ningún instrumento internacional que garantice los derechos de estas personas
y que establezca obligaciones específicas frente a este desplazamiento forzado.