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Llueve sobre mojado: la temporada de huracanes del Atlántico golpea

duramente a Centroamérica

En Centroamérica el 2020 no será únicamente recordado por el virus del COVID-


19. La región enfrenta la temporada más intensa de huracanes de la historia, ya son 31 los
fenómenos climáticos (entre tormentas tropicales, ciclones y huracanes). La lista ha sido
tan extensa que se han utilizado todos los nombres posibles para identificarlos, debiendo
recurrir al alfabeto griego como complemento.

por Victoria Musto

Para los centroamericanos, la temporada de huracanes no es ninguna novedad.


Iniciándose los primeros días de junio y finalizando los últimos de noviembre, todos los
años estos países deben prepararse para algún fenómeno climático de envergadura. Pero el
2020 fue excepcional: se registraron cuatro huracanes, de los cuales dos ellos tuvieron lugar
en noviembre cuando supuestamente el peligro ya debía estar finalizando.

Estos dos últimos huracanes, denominados Eta e Iota fueron especialmente


devastadores por su intensidad y por la cercanía temporal entre uno y otro. Eta alcanzó la
magnitud de huracán de categoría cuatro según la escala Saffir-Simpson (cuyo nivel
máximo es cinco) el día dos de noviembre golpeando durante a Nicaragua que reportó un
saldo de 30.000 personas evacuadas. Por otra parte, se calcula que en Guatemala unas
55.000 personas fueron afectadas directamente mientras que en Honduras 18 departamentos
estuvieron en alerta roja y 40.000 personas fueron afectadas por el temporal. Asimismo, los
riesgos producidos por el paso de Eta involucran la crecida de ríos y el correspondiente
desplazamiento de tierra por su desborde. Por último, los países involucrados lamentaron
un total de 200 muertos.

Cuando las poblaciones estaban intentando recuperarse de la desastrosa situación, el


diecisiete de noviembre Iota tocó suelo nicaragüense. La magnitud registrada por este
huracán ocupó la categoría cinco en la escala de Saffir-Simpson. Al momento de la
redacción de este artículo se contabilizaban 38 muertos de los cuales 18 personas eran
nicaragüenses, 2 colombianos, 14 hondureños, 2 guatemaltecos, 1 panameño y 1
salvadoreño. Sumado a estas dolorosas pérdidas humanas, los daños producidos en
términos de infraestructura son impresionantes. El impacto de estas tormentas abarca la
inundación de miles de viviendas y de regiones de cultivo, la incomunicación por el cierre
de carreteras por miedo al desborde de los ríos y la falta de luz eléctrica por la caída de
postes de luz. Otra dificultad presentada es la cantidad de personas que todavía continúan
atrapadas en los techos sin poder ser rescatadas. Por mencionar un ejemplo de la
devastación, las tierras colombianas afectadas incluyen los poblados de las islas de San
Andrés y Providencia, de esta última el 98% de la infraestructura está destruida.

Párrafo aparte merece la situación en Honduras. La capital económica del país, San
Pedro Sula se encuentra totalmente incomunicada de Tegucigalpa, capital política del país,
como resultado de la increíble inundación que golpeó a esa ciudad, donde las rutas se
convirtieron literalmente en canales navegables. Según informó el medio digital El Faro,
colonias enteras desaparecieron como Asentamientos Humanos, Quitur, Cerrito Lindo,
dentro del Barrio Rivera Hernández, en la Canaán, la 23 de septiembre, o los habitantes del
kilómetro 6, kilómetro 2 y Los Cruces, en las cercanías de La Lima. Por su parte, el
presidente del país ordenó reducir la cantidad de agua contenida en la principal represa
hidroeléctrica por miedo a un desborde. Este escenario se agrava por la grandísima
fragilidad institucional del país. Honduras posee una Comisión Permanente de
Contingencias (COPECO), la cual fue la designada para lidiar con la pandemia y también
para hacer frente a catástrofes como las que se está viviendo. Desde marzo, COPECO ya
tuvo tres directores diferentes: los dos primeros fueron destituidos por casos de corrupción
relacionados con la construcción de hospitales para luchar contra el COVID que en los
hechos eran carpas comunes y corrientes. El director actual, al frente de la calamidad que
implica una pandemia mundial más dos huracanes es actualmente “Killa”, un cantante de
reguetón que no posee la formación ni la experiencia adecuada para gestionar la crisis. Por
último, la recuperación económica del país depende en gran medida de una zona que
concentra el 80% de la producción industrial, que tiene las tierras más fértiles, donde se
ubican los bancos y donde llegan la mayor cantidad de deportados hondureños. Esa zona es
el Valle de Sula, donde se ubica San Pedro Sula, ciudad que como se indicó al inicio fue
profundamente perjudicada. Como afirma Carlos Martínez, el motor del país está estancado
en el barro.
La extrema vulnerabilidad que sufren los países centroamericanos al día de hoy a
consecuencia de los desastres climáticos y el COVID-19 generan una tormenta perfecta.
Los desplazamientos de población hacia centros de refugiados es una de las soluciones más
utilizadas para hacer frente a los huracanes. Pero esta estrategia se contrapone a la que
busca lidiar con la pandemia, es decir evitar conglomeraciones de personas y mantener el
distanciamiento social junto a la utilización de mascarillas e higiene con intenso lavado de
manos y alcohol en gel. Según informaron las agencias de Naciones Unidas en territorio,
hoy en día los refugios están atestados de personas, donde existen grandes dificultades para
el acceso de agua potable y para garantizar la seguridad alimentaria de todas las personas.

Frente a esta situación, es pertinente suponer que se esperan nuevas migraciones de


Centroamérica hacia el Norte. Si a la lista de los migrantes por motivos económicos ya se le
habían sumado aquellos desplazados por cuestiones de seguridad – como resultado de las
altas tasas de homicidios y del incremento del delito de extorsión ejecutado por el crimen
transnacionalizado y las maras–, la temporada de huracanes en el Atlántico en este año
fomenta la presencia de la “diáspora climática” como la llama la investigadora Gabriela
Oviedo. Oviedo rescata los datos publicados por el director regional para América Latina y
el Caribe del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, Miguel Barreto,
quien observó que en los últimos cuatro años el 18 % de las personas que se fueron de
Guatemala lo hicieron por culpa de los efectos climáticos adversos, una cifra que se sitúa en
el 14 % en Honduras y en el 5 % en El Salvador.

La fragilidad legal de las personas expulsadas de sus países por motivos climáticos
es alarmante. Por un lado, según señala Oviedo, la definición de refugiado climático no está
contemplada en el derecho internacional, ya que esto significaría un cambio del paradigma
tradicional del refugio –definido actualmente como personas que huyen de su propio
gobierno o de agentes privados de los cuales el gobierno no puede o no quiere protegerlos–.
Una persona que huye de los impactos del cambio climático no escapa de su gobierno, más
bien huye como un mecanismo de adaptación. Asimismo, la autora afirma que tampoco
existe una norma explícita con relación a la protección de los derechos de personas
desplazadas internas o transfronterizas por estas mismas razones. Peor aún, no se ha
desarrollado ningún instrumento internacional que garantice los derechos de estas personas
y que establezca obligaciones específicas frente a este desplazamiento forzado.

Considerando la situación actual, los desafíos de la economía internacional y la


disputa estratégica que los Estados Unidos está teniendo con la República Popular China, es
difícil que Joe Biden defienda una postura muy diferente a Donald Trump con respecto a
los migrantes centroamericanos. Si bien la agenda climática se ubica como una prioridad
para Biden, no hay ninguna evidencia que permita afirmar la posibilidad de ligar la cuestión
del cambio climático con la de los migrantes, a pesar de que el vínculo entre ambos temas
es evidente.

La gravísima situación económica, sanitaria, habitacional y de seguridad alimentaria


y el desolador futuro que se avecina en Centroamérica remiten al ya clásico tema escrito
por Rodolfo Paez y Joaquín Sabina, que en su primera estrofa anuncia: “Hay una lágrima
en el fondo del río/ De los desesperados/ Adán y Eva no se adaptan al frío/ Llueve sobre
mojado”.

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