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El Hombre al revés

En la era de la identidad virtual y la cultura de la apariencia, la primera gran


verdad que tenemos que descubrir es: ¿Quién soy yo?

Enseguida comprendemos que el camino que casi toda persona emprende para
buscar la verdad de su ser pasa por el tamiz de las reglas que gobiernan la
sociedad, sin reparar que el príncipe de este mundo es el Señor de la mentira.

La realidad de nuestro prójimo también es inaccesible. Todo se pone en duda


desde el momento en que nuestros sentidos no bastan para asegurar la
veracidad de lo que vemos o escuchamos.

Ya no es solo el engaño: avatares y filtros se interponen también entre nosotros y la


verdad. Y aún peor, la generalización de ideologías perversas que nos obligan a
dar por buenas las ficciones ajenas y que a lo blanco lo llaman negro.

François Mauriac dijo que no sentía el menor deseo de jugar en un mundo en


el que todos hacen trampa. Al revés que le sucedía a Don Quijote, que se negaba
a aceptar la realidad de su tiempo, es la realidad de nuestro tiempo la que no acepta
a los paladines de la verdad.

Don Quijote seguía incrustado en un código moral que se había quedado
obsoleto. Se negó a interiorizar los valores de la época que le tocó vivir y sufrió las
consecuencias: desencanto y escarnio público.

Las consecuencias para el hombre actual por no aceptar la ficción en la que vive
inmersa gran parte de nuestra sociedad van más allá de la desilusión personal y la
burla; hablamos de reprobación, censura, penalización y repulsa social.

¿Por qué tanta acritud? Sin duda, la profunda brecha entre la verdad y la realidad
de nuestra época en el mundo occidental, está ligada a la sustitución de los valores
cristianos por ideologías, al fanatismo que conduce a la violencia en toda su
extensión, a la ruina moral en definitiva.

© Gonzalo Sáenz. Jurista y editor. Director de Literatura Abierta.
director@literaturaabierta.com

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