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LINDA R. MANZANILLA
Miembro de El Colegio Nacional
IIA-UNAM
INTRODUCCIÓN (figura 1)
I. E L CLÁSICO EN TEOTIHUACAN
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mas. Las grutas de Loltún en Yucatán fueron usadas principalmente para
explotar los yacimientos de arcilla y material pétreo con que elaboraban
cerámica y lítica pulida (Millet et al. 1978). De igual forma, numerosos
túneles del valle de Teotihuacan se crearon por haber sido sitios de ex-
tracción de toba y tezontle (observación hecha originalmente por el pro-
yecto de William T. Sanders), materiales que formaron el núcleo de las
estructuras y muros (Manzanilla, López y Freter 1996; Basante 1982,
1986).
Dado que en Mesoamércia, es frecuente también que la cueva sea reci-
piente de manantiales o ríos subterráneos, de ahí que las poblaciones
prehispánicas acudiesen a ellos para proveerse del líquido que, en el caso
del área maya, llegó a considerarse “agua virgen” (zuhuy ha) para rituales
(Bonor 1989: 17; Zapata et al. 1991: 13). En Teotihuacan —un valle vol-
cánico desprovisto de tubos de lava, y donde abundan piroclastos, tobas
y en las estribaciones, basaltos y andesitas—, algunas de las canteras de
tezontle, por estar asociadas a estructuras de importancia primordial
(figura 5) a nivel simbólico, se convirtieron en la base del axis mundi; si
no tuvieron manantiales de manera natural, se captaba el agua de filtra-
ción, y se recogía en canaletas de piedra (véase, como ejemplo, el túnel
prehispánico bajo la Pirámide del Sol).
La Pirámide del Sol de Teotihuacan es la única estructura cuyo núcleo
no está construido con tezontle que proviene de los túneles, excepto en
su revestimiento. En lugar de esto, tiene tierra orgánica y pequeños frag-
mentos de toba (Rattray 1974), que al flotarse contuvo semillas carboni-
zadas de maíz, frijol, tomate, amaranto, etc. (Aurora Montúfar, comuni-
cación personal, 1994), como si hubiesen raspado campos de cultivo del
Formativo y acumulada esta tierra en una gran elevación.
En 1989 entrevistamos a hombres y mujeres de edad sobre las oque-
dades de Teotihuacan; mencionaron el mito de que en tiempos antiguos,
en febrero, se veía a un hombre salir de bajo la Pirámide del Sol con
maíz, amaranto, ejotes y calabazas en las manos. Muchos añadían que,
bajo la construcción, había campos tipo chinampa donde se recogían
estos productos alimenticios.
En lugar de albergar manantiales, como Heyden (1973) propuso ori-
ginalmente para la Pirámide del Sol, y que sería un fenómeno muy
improbable en una geología de materiales volcánicos porosos como el
tezontle, quizá hubo filtraciones en el túnel mismo, como pueden ser
observadas hoy en día, filtraciones que eran canalizadas en piedras de
drenaje, quizá con propósitos rituales.
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Para las primeras épocas teotihuacanas, la construcción de la Pirámi-
de del Sol podría ser vista como un acto de apaciguamiento dirigido a los
volcanes en erupción de fines del Formativo (hacia 80 d. C.), y la conse-
cuente creación de montañas sagradas de los mantenimientos y la ferti-
lidad. El concepto de montaña de mantenimientos —el Tonacatépetl de la
tradición nahua— es frecuente en Mesoamérica, y también lo es la mon-
taña sagrada sobre una cueva de donde emerge agua. Proponemos que
la Pirámide del Sol fue concebida como un tonacatépetl o cerro de los
mantenimientos (Manzanilla 1994a, 1994b, 2005), por lo que la men-
ción en la Relación de Teotihuacan (Paso y Troncoso 1979) de que en su
cima había un ídolo de piedra denominado Tonacateuctli no nos sor-
prende. Otras “montañas de los mantenimientos” fueron construidas en
montañas sagradas importantes, productoras de lluvia, como el Tetzcot-
zingo y el Monte Tláloc, como Townsend (1993a) señala. Finalmente, el
Templo Mayor de Tenochtitlan sería una continuación de esta tradición.
La Pirámide del Sol sería la síntesis de tres conceptos íntimamente
relacionados: el Tonacatépetl, por un lado; el templo principal de una
advocación del dios estatal de las Tormentas (la presencia de entierros
de infantes en las esquinas de sus diversos cuerpos [Batres 1906; Millon
1981; 213] así lo sugiere), como deidad de la fertilidad; y la montaña
sagrada, centro del universo, representada como el centro de la flor de
cuatro pétalos, como López Austin (1989) sugirió. El túnel prehispánico
en forma de serpiente que cruza de la fachada oeste al centro, y que ter-
mina en una cámara de cuatro “pétalos” sería la materialización del infra-
mundo, el plano inferior del cosmograma mesoamericano, pero tam-
bién el pasaje del sol nocturno hacia el este. Frente a la entrada del túnel
se halló una gran escultura pétrea que podría referir a este concepto
(figura 1).
Por otro lado, los tiros verticales de algunos túneles o cámaras en
forma de botellón tuvieron una función de observatorio solar. Un ejem-
plo epiclásico destacado de este uso es el “observatorio” de Xochicalco,
una oquedad con un agujero en la cima en la que aproximadamente a
mediados de mayo se puede ver penetrar el sol cenital en línea recta.
Desde el siglo XVIII, hay descripciones precisas de estos túneles de Xochi-
calco por Alzate y Ramírez (Peñafiel 1890). Togno (1903) describe
nueve túneles interconectados en los sectores norte y noreste del sitio.
Sus muros estaban estucados y pintados de rojo (Krickeberg 1946: 212).
En Teotihuacan contamos con un ejemplo parecido: la “cueva astro-
nómica” que yace detrás de la Pirámide del Sol (a 250 m al sureste),
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Figura 1. Monolito hallado frente a la Pirámide del Sol.
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Figura 2. “Cueva astronómica” de Teotihuacan con lápida y rayo de luz que la cruza
en mayo (fotografía de Linda R. Manzanilla).
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y verdes, húmeros de ranas, amaranto, chile, tomate, quelites, nopal
y maíz, además de carbón bañado con resina de copal.
La reiteración del concepto de oquedad asociada a semillas, fertilidad
y abundancia aparece particularmente en el mural denominado “Tlalo-
can” de Tepantitla —uno de los principales de Teotihuacan— en el que
se puede observar a un ídolo (que algunos autores remiten a la “Gran
Diosa”) sobre una estructura con tablero-talud, que yace sobre una cueva
con semillas. Asociado a estos motivos hay un batracio con un manantial
(véase De la Fuente 1996, v. II: 233).
Figuras 3a. Cosmograma de los cuatro rumbos con el centro representado en una
vasija hallada en Teopancazco, por el proyecto “Teotihuacan: elite y gobierno”
(dirigido por Linda R. Manzanilla. Dibujo de Fernando Botas).
3b. Representación de la flor de cuatro pétalos,
quizás el glifo de Teotihuacan, según López Austin.
3c. Vista del núcleo de Teotihuacan,
con la yuxtaposición visual de las pirámide y montañas del horizonte.
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Las ideas que hemos planteado anteriormente y las sugerencias de
Doris Heyden (1975, 1981) estimularon nuestra curiosidad en torno a la
probable existencia de un sistema de túneles y cuevas en Teotihuacan,
que pudiese ser un modelo de inframundo o Tlalocan. Las exploracio-
nes de cuevas de Linné (1934) en San Francisco Mazapa; Carmen Cook
de Leonard, Juan Leonard y Alfonso Soto Soria (Millon 1957: 12) en
Oztoyahualco; Heyden (1975) para el túnel que pasa bajo la Pirámide
del Sol; Basante Gutiérrez (1982, 1986) en varios sectores del valle; Soru-
co (1985) en la cueva astronómica al sureste de la Pirámide del Sol ante-
cedieron a nuestros estudios.
Nuestro proyecto “Estudio de túneles y cuevas en Teotihuacan” (Man-
zanilla 1994a, 1994b, 2005; Manzanilla et al. 1989, 1994, 1996; Barba et al.,
1990; Arzate et al., 1990; Chávez et al. 1988, 1994) ha proporcionado evi-
dencia de que virtualmente todas las cavidades subterráneas del valle de
Teotihuacan fueron originalmente lugares de extracción de tezontle
para la construcción de la futura ciudad, hacia las fases Patlachique o
Tzacualli, comprobando la hipótesis de William T. Sanders; posterior-
mente, fueron reutilizados: algunos, como lugares de obser vación solar,
quizás otros probablemente como sitios de almacenamiento de semillas
y una recreación del Tlalocan en una manera similar a Balankanché,
Yucatán [Andrews IV 1970], y elucubramos que el de la Pirámide del Sol,
para rituales funerarios de la elite gobernante. Después de la caída de la
gran metrópolis clásica, estos huecos fueron usados ritual o doméstica-
mente por grupos post-teotihuacanos.
Así pues, Teotihuacan fue construido como una copia sagrada del cos-
mos mesoamericano. Su plano terrestre estaba dividido a los cuatro rum-
bos del universo (véase la traza de la ciudad), y tenía además un plano
celestial y un inframundo (figuras 3a, b y c).
Su avenida principal conectaba la montaña sagrada del cerro Gordo,
denominada Tenan, “nuestra madre”, donde Tobriner (1972) detectó
una cueva que hacía ruido de viento o agua, con la Pirámide del Sol
y con los manantiales del suroeste (Townsend 1993a: 41).
Un poco más tarde, en otra región, comienza a desarrollarse otra idea
del inframundo: el concepto del Mictlan como mundo de los muertos.
En el Montículo 2 del sitio Clásico tardío de El Zapotal en Veracruz se
halló un Mictlan o mundo de los muertos. Enormes figuras humanas en
arcilla representan sea a Mictlantecuhtli, Señor de los Muertos, sea a las
mujeres que murieron durante el parto, las cihuateteo, asociadas a entie-
rros humanos (Torres Guzmán 1972).
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Mary Pohl (1983: 86), al citar al obispo Núñez de Vega, señala que los
huesos de los fundadores de linajes que introdujeron el calendario maya
eran guardados en cuevas. La gente los veneraba ofrendándoles flores
y copal. Pohl (op. cit.: 99) también consigna que hay varios centros mayas
que tienen conexión ceremonial con cuevas, entre los cuales cita a la
Tumba del Gran Sacerdote en Chichén Itzá, que es un templo construi-
do sobre una cueva. Por otro lado, Pohl (Ibid.) menciona que el rito cuch
se llevaba a cabo por los gobernantes mayas al ascender al trono y para
renovar la energía de su linaje. La parte más sagrada de dicho rito se
hacía en una cueva, a la cual el gobernante descendía para recibir las
profecías de los dioses.
No descartamos que en túneles como el que corre bajo la Pirámide
del Sol se guardaran reliquias de ancestros, o se hiciesen rituales funera-
rios de los linajes dirigentes.
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Figura 4. Concentración de entierros de tiempos Coyotlatelco tardío
en el Túnel del Pirul.
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La Cueva del Pirul contuvo 14 entierros, la mayoría de tiempos Coyo-
tlatelco tardío-transición Mazapa: dos adultos sedentes (uno con cráneo
bilobulado), dos adultos jóvenes dispuestos en posición fetal, y grupos de
infantes (cuatro) y perinatales (seis). Uno de los grupos consistió en seis
individuos (figura 4), la mayor parte infantes y perinatales, alrededor de
un cuenco matado del tipo “Jiménez Café Sellado”. Este tipo ha sido atri-
buido por Cobean (1990) a la Esfera Coyotlatelco y al complejo Corral;
sugiere que sirvieron para tomar chocolate. En nuestra excavación
hemos hallado numerosos ejemplos de este tipo, con diferentes motivos
sellados. Otro tipo que hemos hallado frecuentemente en el nivel de los
entierros es el de cuencos pintados al negativo, con círculos probable-
mente hechos con juncos.
Cerca de dos infantes y un neonato, se hallaron tres esqueletos com-
pletos y articulados de perro (figura 5): dos adultos (uno con malforma-
ciones) y un cachorro. Podrían haber representado los perros guías del
inframundo. También se hallaron algunos fondos modestos de silos, en
la primera cámara de este túnel (Manzanilla 1994a; Manzanilla, López
y Freter 1996).
En otro sector, se halló un neonato dentro de un cuenco (siguiendo
la tradición teotihuacana), cerca de uno de los adultos sedentes y otro
bebé de unos ocho meses en posición fetal cubierto con otro cuenco.
La presencia de los perros sugirió que la concepción del inframundo
de tiempos Coyotlatelco podría ser más bien la del mundo de los muer-
tos, en donde éstos son guiados por perros en su tránsito al más allá,
mientras que la gente Mazapa se adhería más firmemente a la tradición
mesoamericana, y por ende al Tlalocan.
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Figura 6. Vista de la cámara principal del Túnel de las Varillas.
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En particular en el valle de Teotihuacan y región de Texcoco, los gru-
pos chichimecas habitaron cuevas en Oztotícpac, Tepetlaóztoc, Tzinaca-
nóztoc, Huexotla, Techachalco, Oztotlítec tlacoyan, Tlallanóztoc y Tena-
yuca (Pérez Elías 1956: 34).
Otro de los túneles de nuestro proyecto, la Cueva de las Varillas, tuvo
50 metros de largo. Su cámara principal (figura 6), de 18 metros de diá-
metro, tuvo siete nichos pequeños y un túnel largo.
La cámara funeraria (denominada como Cámara 2) contuvo 13 entie-
rros bajo pisos mexicas: un grupo de tres adultos sedentes que miran al
sur, y dos entierros infantiles cerca de los adultos, pero al nivel de sus crá-
neos, con vasijas enteras o matadas ritualmente, así como puntas de pro-
yectil fuera de los cuerpos, que pertenecían a la época Mazapa (figura 7).
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Bajo el agujero del techo en esta cámara y que seguramente dejaba
caer un fuerte chorro de agua en tiempo de lluvias (figura 8), se halla-
ron varios entierros de neonatos de tiempos Coyotlatelco tardío, dispues-
tos en una banda este-oeste, como si bordearan la silueta a plomada del
agujero. Éstos sólo tuvieron triángulos o rectángulos de mica cortada, así
como algún fogón con candeleros teotihuacanos y puntas de proyectil
(Manzanilla 1994a; Manzanilla, López y Freter 1996).
En los túneles detrás de la Pirámide del Sol, la gente del Epiclási-
co/Posclásico temprano construyó un santuario a los tlaloques o asisten-
tes del dios Tláloc, representados por los siete recién nacidos deposita-
dos en la parte central de la cámara funeraria de la Cueva de las Varillas.
Los entierros de adultos, probablemente víctimas de sacrificio a Tláloc,
yacían sedentes viendo al sur. En algunos fondos de silos o cuexcomates,
se halló amaranto, una planta de la cual se hacían las máscaras para los
sacrificados a Tláloc (Manzanilla y McClung de Tapia, 1997). En San
Francisco Mazapa, Linné (1934: 37) halló una casa Mazapa sobre un
túnel, y en esta cavidad se hallaron grandes ánforas de almacenamiento
y una gran figura de Xipe Tótec.
En esta cámara funeraria también se hallaron siete fondos de proba-
bles silos distribuidos en diferentes sectores y profundidades. A 50 m de
la entrada de la cueva se hallaron, en una cámara interior, seis fondos
de silos sin asociación a entierros, uno de los cuales aún tenía las impron-
tas de manos y sandalias de quienes apisonaron su fondo. La mayoría de
éstos contuvo semillas de huauhzontle (Manzanilla y McClung de Tapia
1996).
La cámara funeraria nos dio, pues, elementos para confirmar las tres
funciones que hipotéticamente hallaríamos en los túneles: áreas de
almacenamiento quizá relacionadas con ritos de fertilidad en el vientre
de la tierra, entierros vinculados al concepto del inframundo, y cuerpos
de bebés asociados a la idea del Tlalocan, es decir, sitios de petición de
lluvia.
Un último aspecto que debe ser mencionado es que Xipe Tótec tenía
un templo en Tenochtitlan denominado Netlatiloyan, en cuya base
había una cueva donde las pieles de los desollados se guardaban (Saha-
gún 1969, t. I: 237). Es interesante notar que Linné (1934; Scott 1993)
halló una escultura de Xipe Tótec asociada con 16 entierros del periodo
Mazapa en sus excavaciones en San Francisco Mazapa, en el valle de Teo-
tihuacan.
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EL POSCLÁSICO TARDÍO EN EL VALLE DE TEOTIHUACAN
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dientes, ídolos negros y verdes, etc. Las vasijas pudieron haber sido dis-
puestas para recibir el agua de infiltración. Los incensarios son citados a
menudo en las ceremonias de petición de lluvia, y los ídolos son símbo-
los de la fertilidad (Broda y Maldonado 1994).
El monte Tetzcutzingo cerca de Texcoco es una “montaña de los man-
tenimientos” hacedora de lluvia (Townsend 1993a), en la que el comple-
jo manantial-depósito de agua-batracios es hallado al aire libre. Así,
el Tonacatépetl, la montaña sagrada arquetípica, era la casa del maíz
y del agua, y los tlaloques eran sus guardianes.
Por otro lado, la mitad de Tláloc en el Templo Mayor de Tenochtitlan
era la recreación mítica de la montaña primigenia de los mantenimien-
tos (Broda 1989: 40). Diferentes ceremonias que relacionan el agua y las
deidades de la lluvia con los montes y las cuevas han sido estudiadas por
Broda (1971, 1982, 1987, 1989, 1991a, 1991b, 1994). En aquellos ritos
relacionados con las cuevas, Broda enfatiza que el Tonacatépetl era el
depósito de agua y alimentos, y que el agua salía del Tlalocan a través de
los manantiales (Broda 1971: 259).
Si en el Posclásico el Mictlan cobra importancia especial, no por ello
minimiza la relevancia del Tlalocan como inframundo donde cursos de
agua, fertilidad de la tierra, montañas sagradas y deidades acuáticas se
conjugan.
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En San Francisco Mazapa, en el valle de Teotihuacan, se registró una
leyenda en 1922, en la cual una cueva era usada para predecir buenas o
malas cosechas. Si las piedras de la boca de la cueva estaban húmedas, se
esperaba buen clima (Christensen 1962: 247). En la montaña de Guerre-
ro, se pueden constatar ceremonias de petición de lluvia, particularmen-
te en Ostotempa (Sepúlveda 1973), donde una falla profunda recibe las
ofrendas propiciatorias para que los cuatro gigantes que viven en cuevas
(y que son representantes de los vientos), traigan lluvia benéfica.
En trabajos etnográficos recientes en la sierra de Puebla, con grupos
de habla náhuat, Aramoni (1990) y Knab (1991) han evidenciado la per-
sistencia del concepto de Tlalocan (Talokan). Sus entradas son cuevas,
y los informantes señalaron que Tamoanchan es la parte más profunda
del Talokan. Dice Aramoni: “Más allá de las puertas del inframundo, en
las profundidades, hay un mundo esplendente. Allí reside el milagro de
la fertilidad...” (Aramoni 1990: 144). “En el Talokan se encuentran, ade-
más, los seres humanos que vendrán al mundo, así como todas las espe-
cies de animales...” (Aramoni 1990: 145). “Las semillas, plantas y demás
sustentos del hombre se piensa que brotan en el Talokan... De Talokan
surge también todo poder, dinero y riqueza, la cual se encuentra concen-
trada en el Corazón del Cerro, el Tepeyólot o ‘tesoro del cerro’” (Aramo-
ni 1990: 146; véase también López Austin 1994).
En su reciente estudio sobre los grupos de habla náhuat de la sierra
de Puebla, Tim Knab describe la geografía del inframundo o Talocan,
según concebida por los moradores de San Miguel Tzinacapan. Las cue-
vas son entradas al inframundo; éste tiene todas las características de la
superficie del mundo: montañas, ríos, lagos, cascadas, pero no tiene
plantas. Existe un gran árbol de tierra en el centro del inframundo, so-
bre el cual apoya la Tierra.
El Talocan es un mundo de oscuridad; no hay luz, día ni sol. Tiene cua-
tro entradas, de las cuales las del oriente y el occidente son también
entradas y salidas para el sol en su viaje por el inframundo. Debajo de la
plaza de San Miguel hay una cueva, que es la residencia de Táloc melaw,
Señor del Inframundo; las posiciones de la iglesia y la presidencia muni-
cipal no son azarosas; también en la parte central de la plaza existe un
pozo de donde sale una corriente de agua que se dirige a la cueva (Knab
1991: 27). Esta última, denominada “la iglesia del Talocan”, ha sido equi-
parada con la cámara tetralobulada debajo de la Pirámide del Sol (Knab
1991: 51).
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Por último nos referiremos a la geografía del inframundo o Talocan
concebida por los grupos de habla náhuatl de la Sierra de Puebla (Knab
1991).
En el inframundo, la entrada del norte se llama mictalli o miquitalan;
está representada por una “cueva de los vientos” y el acceso al mundo de
los muertos. Los dueños de esta porción son el Señor de los Vientos y el
Señor de la Muerte que viven en grandes cuevas. La entrada del sur se
llama atotonican y es un lugar de calor. El punto focal es un manantial de
agua hirviente que produce vapor y nubes. Este manantial se encuentra
al fondo de una cueva.
El acceso del oriente es apan, un gran lago en el inframundo que se
une con el mar. En medio del lago viven los Señores del Agua. La entra-
da del occidente está en un sitio denominado tonalan, en el que hay una
montaña donde se para el sol en su viaje. El portal del inframundo del
oeste está encima de la montaña que captura al sol, y sólo se puede pasar
después de medianoche.
Un hecho que llamó nuestra atención es que de las cuatro entradas,
dos son topónimos cercanos al valle de Teotihuacan, que tiene la cuen-
ca lacustre de Apan al este (paralela al lago del inframundo que se llama
apan también en el mito) y el monte Tonalan al oeste (paralelo a la mon-
taña tonalan del oeste en el mito). Las otras dos entradas también tienen
paralelismos con detalles geomorfológicos del Valle de Teotihuacan.
Hemos hecho un recorrido por el tiempo y el espacio en el valle
de Teotihuacan. Sin duda, la tradición mesoamericana fue construida de
manera conjunta por pueblos que, aun con lenguas diversas, concebían
al mundo como una sucesión vertical de planos en cuyo centro yacía un
monte de los mantenimientos, un árbol con raíces profundas y ramas
entrelazadas, fincado en un inframundo lleno de sorpresas.
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