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UNIDAD 3-Generos Literarios Tema Conceptos Previos
UNIDAD 3-Generos Literarios Tema Conceptos Previos
Introducción
Íntimamente unida con la verdad que le compete a la Palabra de Dios (que no puede
engañarse ni engañar), ligada con los principios analizados está la cuestión de los géneros
literarios.
En efecto, a fin de dar con la clave que nos abra el pensamiento y las intenciones de un
autor, debemos disponer de algún registro, criterio o norma, que nos capaciten para apreciar el
alcance de sus expresiones y no atribuirles (por una errada interpretación nuestra)i más ni menos
de lo que ha querido decir.
Las víctimas de esta broma fueron juguete de un doble error. En primer lugar, la psicosis «atómica»,
que por aquella época alcanzaba un grado máximo, les impidió ponerse en guardia contra los excesos,
habituales, con todo, de lo que se podría llamar el «estilo» radiofónico. Y este primer error arrastró al
segundo. Desorientado el juicio, el público tomó un “sketch” demasiado realista por una información
real. En pocas palabras, se equivocaron de género literario (1957).
Tales confusiones, con mayor razón, pueden sucedernos con la Biblia, ya que se trata de
una literatura alejada de nuestra cultura y de nuestro siglo XXI. Cuanto más nos apartamos de
nuestras mentalidades, espacios o temperamentos, menos comprendemos el lenguaje de los
demás.ii Hasta es un lugar común decir que los hombres viven en perpetuos malentendidos o
que emplean palabras diferentes para decir la misma cosa,iii o que expresan cosas diferentes
por las mismas palabras.iv Es que, sin saberlo, nuestra vida cotidiana está tejida de una infinidad
de pequeños detalles concretos o imponderables. Dado que hemos nacido en medio de ellos,
los juzgamos necesarios, absolutos y eternos.v Pero la historia nos fuerza a reconocer su
perpetua movilidad.
Cada civilización, vi cada época,vii cada región,viii cada pueblo,ix cada grupo humano, x cada
individuo tiene su modo propio de pensar, vivir y obrar. Por espontáneo egocentrismo, cada uno
cree que su propio modo de vida constituye la norma objetiva, pero los contactos con los demás,
el estudio de la historia o la simple psicología nos obligan a ampliar el horizonte y a tomar
conciencia de la evolución viviente de todas las cosas.
Por sus características literarias, nos lleva a más de dos mil años atrás. Sin transición ni
preparación, nos introduce en el corazón de un mundo desaparecido. Todo el contexto de vida,
pensamientos y preocupaciones humanas en que se movía se nos ha convertido en extraño.
Ella nada nos dice de este contexto. Sus autores no se preocuparon más que los escritores de
todos los tiempos para facilitarnos la comprensión de ese contexto que dio vida a sus escritos.
Vista desde fuera, la Biblia es un libro cerrado que necesita un esfuerzo humano de
penetración, semejante al que exige toda literatura que no es de nuestra lengua o época.
No es suficiente, pues, abordarla en una traducción; porque toda versión de una a otra
lengua es una transposición y corremos el riesgo de caer en frecuentes contrasentidos.
Si, por ejemplo, el lector ignora que para un semita el “corazón” no es la sede de la
sensibilidad afectiva, sino el centro viviente e inteligente de la personalidad, puede dar a una
multitud de pasajes una interpretación que hace violenta el texto y le saca su belleza y fuerza.
Pero el mismo conocimiento de las lenguas originales es inútil, si no está vivificado por una
comunión de simpatía intuitiva con el genio propio de la civilización a la que pertenece el
escritor. Es necesario aprender a leer entre líneas, buscar y penetrar poco a poco en el
ambiente vital en que se mueve el autor y que se desprende de su texto sin él saberlo.
Una ciencia dirigida hacia lo real debe ser, ante todo, histórico–psicológica, si quiere hacer
entrever este contexto viviente. xii El sentido de la historia y el conocimiento concreto del
hombre deben ser los fermentos de una nueva filosofía más sumisa a lo real. Esta sabiduría,
bien concreta, será la mejor introducción al misterio de las Escrituras Sagradas.
Este esfuerzo no puede parecernos fastidioso. El espíritu moderno de corte más geométrico
que de fina belleza, le repugnan estas sutilezas. En cuanto a la razón, educada por “clara y
distinta” de las abstracciones, sospecha muy rápido que este relativismo histórico esconde no
sé qué ataques contra sus prerrogativas.
El caso de la Biblia es más complicado aún, porque la fe en su Inspiración divina ofrece un
nuevo y potente pretexto, a quienes quieren sustraerse a sus contingencias.
Al igual que algunas posturas ya examinadas, piensan así: si la Biblia es la Pala bra de Dios
¿no escapa a las leyes de las palabras humanas? No se dan cuenta de que, rehusándose a
suavizar la rigidez de espíritu para proporcionarlo a las modalidades terrestres del mensaje
divino, esa misma Revelación resulta amputada y rebajada al nivel de modalidades nuevas y
también bien humanas, si lo reducen a un mero sistema de ideas o doctrinas, despojándolo de
su entorno vivencial. La Biblia es una pre encarnación del Verbo que se hará hombre.
Una vez más nos encontramos ante el hecho de la complejidad de la Biblia, lo cual excluye
todo acceso uniforme hacia ella y, por el contrario, exige no sólo grandes dotes de paciencia
para ir ambientándose a ese mundo, sino también capacitación para apreciar sus claves.
Por eso, hay que confesar sin rodeos que la Biblia es difícil, como lo es la vida de fe, y que
se abre a aquellos que la buscan con tesón y la reciben, finalmente, más como un don del
Señor que como el fruto de sus propios desvelos.
La mentalidad hebrea
Antes de pasar a apreciar algunas pautas (los géneros literarios) que nos guiarán en nuestro
acercamiento a la Biblia, es menester tener presente el terreno común que alimenta a los
diversos autores y que está latente en sus diversos géneros. Es decir, previo al trabajo de
individualización de los diferentes géneros literarios, está el empeño de situarnos en la
“mentalidad” que puede ser participada por muchos, por diversos que sean sus caracteres o los
modos de escribir que adopten.
Genio y géneros literarios son nociones emparentadas, pero distintas y, para comprender
la Biblia, no basta determinar cuidadosamente el género literario propio de cada una de sus
partes, sino que también hay que penetrar en el genio que distingue el estilo hebreo de toda otra
literatura humana.
Así es muy diverso el género profético de un Isaías al estilo “crónica” de los libros de los
Reyes, pero en ambos se puede apreciar la mentalidad hebrea, rasgos de apreciación de las
cosas, que son anteriores a toda individualidad y que se com ponen con ella.
Tengamos presente, al hacerlo, que esto no significa una acusación a ésta última, ni se
pretende presentar al Oriente semítico como el único representan te de un tipo de espiritualidad
humana.xiii Solamente las ponemos una frente a la otra, para apreciar mejor sus diferencias y
propiedades y con la única finalidad de saber apreciarlas, sin interferencias indebidas de una
mentalidad a otra.
En Occidente, el genio griego (o si se quiere occidental) destaca la abstracción y persigue
la conquista y el dominio de la realidad. Hace un inventario del mundo: primero, el material;
después, el de las ideas, que construye a semejanza del primero, con aristas claras y distintas.
Por especulativo que sea, fácilmente es utilitarista. Más aún, pasa con agrado de un
extremo a otro, de un hiper espiritualismo al materialismo, del racionalismo al escepticismo.
Su pobreza sintáctica no es efecto, como se dice a menudo, de una falta de fineza o del
sentido de los matices. Refleja más bien un desdén por la expresión abstracta.
El gusto por lo concreto da al semita el sentido de la relatividad de las palabras. Para él,
el lenguaje no debe pretender expresar, sino solamente evocar, sugerir. Las palabras no son,
por otra parte, más que una parte de esta evocación: los gestos, las entonaciones, las pausas,
los silencios mismos desempeñan un papel esencial.
Y más que inventar formas de subordinación, impotentes para manifestar la riqueza de los
lazos que unen a todas las cosas, el genio semítico repite, xiv sobreentiende,xv simboliza.xvi
Así se desarrolla un amplio margen que bordea las palabras; un ritmo interior o
inexpresable regula su justa sonoridad.
Es, en algo, el procedimiento de los pintores impresionistas o, en poesía, el arte de un Péguy.
La evocación del pensamiento se encuentra realizada como por ella misma, por la acumulación
de pinceladas progresivas que, separadamente, se entrechocan, pero se integran después en el
conjunto con tanta mayor suavidad, cuanto que no han sido rígidamente fijadas.
Es verdad que tales lenguas son ineptas para formular especulaciones abstractas; pero
aciertan mejor a comunicar el estremecimiento de un pensamiento concreto y viviente
Géneros literarios
Un escritor dispone de posibilidades muy diversas de géneros literarios, según el fin que se
propone, según las orientaciones de su temperamento o el contenido de la obra. Un historiador
no escribe como un poeta, ni un novelista como un dramaturgo. Cada género tiene sus leyes y
sus costumbres, las cuales es indispensable conocer bien, si se quiere penetrar el pensamiento
del escritor.
Libros de carácter netamente histórico, como los de Samuel o los de los Macabeos,
Los Salmos constituyen también un género caracterizado, cuya forma poética, aunque
semejante, no permite que sean confundidos con el Cantar de los Cantares o con las
Lamentaciones.
El Cantar haría recordar más bien, a ciertos rasgos de nuestro género dramático;
Existe una realidad objetiva (mundo, hombres, Dios, hechos históricos, leyes...), que
generalmente se presenta como algo bastante complicado. El autor, que ha asimilado
espiritualmente esta realidad mediante el proceso cognoscitivo, cuando quiere comunicarla a
otros, la simplifica, considera sólo algunos aspectos que le interesan, en base a ciertos
criterios, a algunos puntos de vista bajo los cuales quiere dar a conocer aquella realidad.
Entonces, se tiene “una realidad que se quiere expresar”, es decir, no una realidad en bruto,
sino con los puentes y relaciones que hacia ella ha tendido el espíritu humano.
Para expresar esto, crea el autor una “forma exterior” que tiene como fin atraer la atención
del lector u oyente sobre lo que se quiere decir y conseguir, suscitar en la mente la idea de la
misma realidad según existe en el mundo interior del autor, del mismo modo que el cartógrafo
traza líneas quebradas para indicar las montañas y deja zonas en blanco para señalar las
llanuras.
Entre la forma exterior y la realidad que se expresa, hay, pues, una relación que depende de
la intención del autor y que hace resaltar un determinado aspecto de la realidad. Esta
relación es la que llamamos “género literario”.
¿Y cómo podemos nosotros, separados por siglos del ambiente literario de la Biblia,
dar con la clave que nos haga apreciar esos indicios que nos guiarán hacia la verdadera
intención del autor sagrado?
Eso se obtiene mediante la comparación y análisis del vasto mundo literario del cercano
Oriente, que hoy día ha puesto en nuestras manos la investigación arqueológica, lingüística, etc.
Pero, entonces ¿quiere esto decir que la Iglesia, recién ahora, a partir del siglo XIX, está
capacitada para comprender el libro, que desde siempre constituyó el alimento, la luz y la
guía de la doctrina y vida cristiana?
Es además muy justo esperar que también nuestros tiempos puedan contribuir en algo a la
interpretación más profunda y exacta de las Sagradas Escrituras. Puesto que no pocas
cosas, sobre todo entre las concernientes a la historia o apenas o no suficientemente fueron
explicadas por los expositores de los pasados siglos, toda vez que les faltaban casi todas
las noticias necesarias para ilustrarlas mejor. Cuán difíciles fueran y casi inaccesibles
algunas cuestiones para los mismos Padres, bien se echa de ver, por omitir otras cosas, en
aquellos esfuerzos, que muchos de ellos repitieron, para interpretar los primeros capítulos
del Génesis; y asimismo por los repetidos tanteos de San Jerónimo para traducir los Salmos,
de tal manera que se descubriese con claridad su sentido literal (...) Hay, por fin, otros libros
o sagrados textos, cuyas dificultades ha descubierto precisamente la época moderna, desde
que por el conocimiento más profundo de la antigüedad han nacido nuevos problemas, que
hacen penetrar con más exactitud en el asunto. Van, pues, fuera de la realidad algunos, que,
no penetrando bien las condiciones de la ciencia bíblica, dicen sin más que al exégeta de
nuestros días no le queda nada que añadir a lo que ya produjo la antigüedad cristiana;
cuando por el contrario estos nuestros tiempos han planteado tantos problemas, que exigen
nueva investigación y nuevo examen y estimulan no poco el estudio del intérprete moderno
(...) Así, pues, el intérprete con todo esmero y sin descuidar ninguna luz, que hayan aportado
las investigaciones modernas, esfuércese por averiguar cuál fue la propia índole y condición
de vida del escritor sagrado, en qué edad floreció, qué fuentes utilizó, ya escritas ya orales y
qué formas de decir empleó.xxii
Así, por ejemplo, cuando dice Gen 11, 1:
En la Biblia los enemigos muchas veces son designados como aquellos que hablan un
lenguaje oscuro y que no se entiende, por balbucear sonidos ininteligibles. Así, por
ejemplo, habla Isaías de los Asirios, cuando anuncia su derrota y liberación a Jerusalén:
“No verás más a este pueblo audaz, a este pueblo de palabras oscuras y que no se
entienden, que tartamudea una lengua imposible de captar” (Is 33, 19; Ibid., 28, 11; Deut
28, 49; Jer 5, 15).
También los sumerios tuvieron la noción de esta desdicha. En un texto épico encontrado
en Nippur, la unidad de la lengua está nombrada entre los beneficios de la edad de oro:
«En aquellos días no había serpiente, escorpión ni hiena, no había león, perro salvaje, ni
lobo; no existían el miedo ni el terror; el hombre no tenía rival. En aquellos días Shubur, la
tierra de la abundancia y los decretos justos. Sumer, de una lengua armoniosa, el gran
país de decretos principescos. Uri, el país que tiene todo lo necesario. El país de Martu,
permaneciendo en seguridad. El universo entero, el pueblo al unísono. Una sola lengua
daba alabanza Enlil» (Chaine, 1949).
La unidad de lengua, subraya, más bien, la ausencia de litigios, sin detenerse en el aspecto
idiomático. Oigamos a otro autor, que ilumina el pasaje bíblico en cuestión, valiéndose de
paralelos contemporáneos.
Pues, no era raro que los antiguos reyes asirios hablaran en sus inscripciones, de que
ellos tenían «una tierra hecha una lengua», «hombres hechos de una boca». Es verdad
que cuando así se expresaban no excluían el sentido lingüístico. Pues el objetivo de sus
aspiraciones era también que los hombres de las tierras sometidas hablasen sólo una
lengua. Pero la finalidad de estos textos no reside justamente en poner de relieve el
sentido «lingüístico». «Hacer a las gentes de una sola lengua» significaba ante todo,
fundamentar una unidad política, cultural, administrativa, religiosa y popular, asegurándola
y fomentándola.xxiii
Por lo tanto, «la lengua de la tierra se divide», vendría a significar, en este mundo lingüístico,
que se derrumba aquella ambicionada unidad político–cultural” (Closen, 1955).
Podemos deducir en qué residen las diferencias, después de comparar estos ejemplos.
El primero se lanzaba a una erudita reconstrucción de prodigios psicológicos, partiendo de
“sus conceptos”.
Los posteriores (Chaine y Closen), al tanto de los documentos emparentados con el
mundo bíblico, no sacan del texto más de lo que en realidad dice.
No se niega que Dios pueda hacer esos portentosos cambios de hábitos mentales, pero se
busca con mayor sencillez lo que realmente hizo y hasta se presta mayor atención al texto
mismo, que, con anterioridad a este relato, ya hacía mención de las “lenguas”.
Sin embargo, poco importa que una ignorancia de los géneros literarios antiguos haya
llevado a exégetas católicos de otros tiempos a no comprender un libro según su verdadero
género literario, si la fe y las costumbres no sufrían por ello, si, así comprendido, el libro inspirado
ha guardado para la Iglesia su papel de libro «constructivo de la doctrina y de la vida cristiana».
La providencia divina no tenía por qué impedir estos errores accidentales de interpretación.
Puede suceder, pues, que encontremos hoy un libro, interpretado antes como historia estricta y
que, en realidad no era más que una especie de apólogo moral, destinado a inculcar una lección
edificante y no a afirmar hechos históricos (Levie, 1958).
Por lo mismo, no se ha de pasar por alto que lo fundamental del relato sobre Babel fue
también captado por los exégetas anteriores a los descubrimientos de los últimos siglos.
Crelier, por ejemplo, en 1901, percibió correctamente el orgullo de la empresa humana, con
la pretensión de levantar aquella torre, así como lo esencial del castigo: “Confundir las lenguas
equivalía a confundir su orgullo”. Sin culpa suya, se aventuró además a elucubraciones sobre
milagros psicológicos, innecesarias, a la luz del uso literario, sólo ahora mejor conocido.
Se podría decir, en cierto sentido, que los poetas antiguos componían por encargo de la
sociedad. Si el escritor estaba inmerso en la vida de la comunidad y no se separaba en una
corporación, su obra será un eco de los sentimientos comunitarios y, por eso, esos cantares
arcaicos tienen un sabor popular, permaneciendo las más de las veces en el anonimato.
Pero la vida social, que se repite a sí misma, vuelve a ofrecer ocasiones similares (victorias,
nupcias, culto, etc.), frente a las cuales un nuevo poeta debe cumplir la misma función de
“resonador” de su gente, expresando con sus cantos lo que vagamente anda disperso en el
alma popular.
Así, por ejemplo, el impulso creador del culto cristiano incide en la forma tradicional de la
basílica romana y la cambia. De una concepción centralizadora de su arquitectura, pasa a una
dinámica longitudinal que tiende hacia el altar. La ópera renovada en el “drama lírico” de Wagner,
etc.
Por lo tanto, el género se origina de la repetición de una forma original de expresión: surge
en un individuo fecundo, se presenta con un valor ejemplar e imitable, pero al mismo tiempo, con
cierta tendencia constrictiva, limitadora, a causa de la autoridad de la tradición.xxv
Clasificación y ley
El crítico o investigador que quiere clasificar y comprender la producción literaria por
inducción define el género, sus características y evoluciones.
Esta labor no la realizaron los israelitas, poco inclinados a la reflexión sistemática. Con todo,
como veremos después, de un modo empírico existía también entre ellos cierta clasificación.
Una clasificación sistemática fue elaborada con admirable perfección por los griegos
(Aristóteles, los alejandrinos). Esas clasificaciones son útiles a los poetas, a los lectores e
investigadores.
En un segundo estadio, algún crítico (no siempre poeta) eleva aquella clasificación al rango
de ley, urgiendo su fuerza constrictiva; así de una clasificación descriptiva, hace una “preceptiva
literaria”.
Pero el culmen de esa legislación artística lo alcanzó el siglo XVIII, bastante infecundo en
las letras europeas. En aquel entonces, había que observar rígidamente las leyes y el “buen
gusto” era decretado. Así, por ejemplo, Voltaire decía que Shakespeare habría escrito “sin la
menor chispa de buen gusto y sin el menor conocimiento de las reglas”. La tiranía de la preceptiva
impedía a un espíritu tan fino como el de Voltaire, captar la genialidad del dramaturgo inglés.
Precisamente, este imperio de la “preceptiva” provocó la revolución del romanticismo. Hoy
llamamos “academismo” al espíritu, siempre más o menos sobreviviente, de la preceptiva.
Hacia una definición de los géneros literarios
Recapitulando lo analizado, si consideramos al poeta, él es quien los crea. Los demás
reconocen la forma dada a luz, la siguen o modifican, surgiendo así la tradición y la historia. El
género existe y perdura como una institución literaria, como una estructura preexistente y
una posibilidad de orden.
Si se considera a los lectores, el género literario es como el terreno común y conocido, para
entrar en comunicación con el poeta; es una estructura ideal de referencia, un esquema que hace
más fácil la percepción total de una unidad mayor.xxvi
Si se considera al crítico, es quien individualiza ese terreno común de relación entre el autor
y su público. Lo determina por medio del análisis comparativo.
Pero, podría surgir esta duda: ¿Qué obras y con qué criterio las elegirá y unirá, para ser
analizadas? ¿De dónde sabe que esas obras individuales pertenecen al género, si todavía
desconoce el género? ¿Deducirá el género de las características o las características del
género?
Esto es un dilema más teórico que práctico, pues este proceso crítico se va forjando y
apoyando mutuamente en un movimiento alterno de intuición y deducción; no es un círculo
vicioso, sino un círculo metódico.
En las cosas de la naturaleza, existen ya los fundamentos para clasificar a los seres en
géneros y especies individuales, por ejemplo, la animalidad y la racionalidad en todos los seres
humanos, lo cual conduce a constatar una esencia universal y abstracta: hombre.
Pero en la esfera del arte, donde se da lugar a la libertad, faltan aquellas características
fijadas por la misma naturaleza. Por eso, se da gran lugar a la intuición, de manera que los
caracteres comunes, a veces, hasta son “creados” por el crítico y, otras veces, son realmente
fruto patente de una deducción de datos evidentes.xxvii
el argumento peculiar,
Por lo tanto, siendo así que los géneros clasifican obras literarias, no se puede tomar un
fragmento o miembros de la totalidad como género literario independiente.
Así, un soneto es un género literario que puede ser asumido en un género más amplio y
pasar a la categoría de miembro de ese otro género; no así con el “exordio” o la “peroración”,
que no son géneros literarios, sino miembros peculiares del género oratorio. Igualmente, en
música existe la forma acabada “Rondó”, que, a su vez, puede ser incorporada en una “sonata”
o en una sinfonía, pero no existe el género “cadenza” o “coda”.
Conclusión
De esta breve explicación, queda claro que los géneros literarios ordenan tipológicamente el
material de cualquier literatura y, por lo tanto, contribuyen en el plano de las exigencias
sistemáticas de la ciencia, y no por el hecho de tratarse de literatura o poesía, ha de declararse
que se trata de una construcción artificial a priori, sino que se establece legítimamente, por
intuición o inducción: está claro que se trata de géneros reales reconocidos, aceptados y
evolucionados por los poetas, cuya contribución se realiza de esta forma (es decir, no restringida
ni a los géneros narrativos, sino teniendo en cuenta toda clase de expresión literaria, ni a la
Sagrada Escritura, sino estudiada en toda literatura).
Parece, entonces, que no hay lugar a controversia alguna y más bien, causará admiración
que se haya levantado tanta polvareda entre católicos en torno a una solución tan simple.xxix
A no ser que se pruebe lo contrario, no sólo debe suponérselos, sino que hay que
investigarlos, para entender la misma Biblia.
Pero sucedió que muchos, ofuscados sólo por “salvar” la veracidad de las Escrituras,
tergiversaron bastante el concepto de “género literario”.
Para ellos, consistían en “aquello que hay que quitar de un texto para que aparezca su
sentido literal”.
Esta teoría u opinión se pudo formar por el uso (o el abuso) de algunos intérpretes, que
dejaban los versículos de difícil interpretación, explicando su oscuridad por causa del género
literario, mientras admitían como históricos y veraces los demás versículos.
El género era, entonces, una especie de glosa que debía ser extirpada en la explicación final.
Era un modo simplista y cómodo de librarse de las dificultades de pasajes oscuros.xxx
A su vez, esta opinión radica en una distinción demasiado tajante entre la materia y la forma,
entre “lo que pretende decir” el autor (mensaje, ideas) y el “modo como lo dice”.
Como si el escritor ya tuviera bien dispuesto en su mente todo lo que quiere expresar y sólo
después agregara, como una veste extrínseca, la “forma” de decirlo.
El lector u oyente debería hacer la operación inversa: desnudar el “contenido” de la “forma”
con que está ataviado para que aparezca “lo que se pretende”.
Es verdad que una idea puede ser expresada a través de diversos géneros, por parte de
diferentes sujetos: poetas y filósofos, por ejemplo. Ahora bien, no es un hecho indiferente el que
éste haya elegido esta forma y el otro aquella otra, pues la misma forma expresa, a su vez, algo
más.
Puede entenderse de otro modo la fórmula: “lo que pretende decir”, a saber: el componente
conceptual.
De los muchos elementos que contiene una lengua (y más en un lenguaje literario) y se
funden en una unidad artística, el conceptual adquiere un enorme relieve, suma importancia, a
veces: los conceptos, los juicios, las ideas.
Este factor puede ser extraído “a posteriori” de la unidad del lenguaje en que estaba
amalgamado, con lo cual se obtendría un “extracto”. Si se llamara a este elemento “lo que se
quiere decir” o el “sentido”, se dejarían muchas cosas para que se concentre la atención sólo en
un “resumen”.
De una lectura artística, se hace una lengua técnica. Pero, en tal caso, hay que temer que la
precedente explicación desagradará mucho a los poetas, literatos y peritos en letras.xxxi
Reencontramos aquí lo que esbozáramos más arriba, a propósito de la influencia del juicio
práctico sobre la composición de una obra.
La elección del “género literario” no es otra cosa que la ejecución concreta de los principios
que analizamos entonces. Y el gran interés de los géneros literarios reside en explicar el juicio
del autor, no sólo bajo uno u otro aspecto, sino respecto a todos sus elementos a la vez.
Resumiendo, el género literario de una obra es como la clave que le da su tonalidad y nos
entrega su inteligencia.
Así como en música, si uno no respetara la clave en que está escrita una partitura y en vez
de tocar en “fa” lo hiciera en “sol” o sin respetar bemoles y sostenidos, esa ejecución sería un
desastre. Igualmente, con la literatura, si sólo busco en ella “ideas”, desatendiendo todo otro
aspecto.
En esta exposición sistemática, hay que tener en cuenta que se habla como si cada obra
tuviera un género literario que la preside por entero.
Se da por supuesto que un autor puede variar de género en el transcurso de su composición.
El lector que lo analiza deberá percatarse de ello y apreciar cada uno de los pasajes que lee de
acuerdo a la modalidad del momento.
Por esto, desde que se comenzó a dar a los autores humanos de la Biblia y a su psicología
concreta, la importancia primordial que se les debe, se cayó en la cuenta de la urgencia que
había en conocer sus géneros literarios, si se querían captar sin error sus pensamientos e
intenciones.
Por otra parte, la cosa no es nueva del todo. Ya algunos Santos Padres se daban cuenta al
respecto y los “modos” de que habla Santo Tomás no son otra cosa que nuestros géneros
literarios. Así:
Unos negaron la cosa a priori, por afirmar que los géneros que se permitan esa
libertad o ficciones son “indignos” de la Verdad divina;
Otros respondieron que no nos pertenece a nosotros dictaminar los modos que
convienen o no a Dios; y que ante todo, hay que referirse al libro que refleja
concretamente las intenciones divinas: a la Biblia, para sólo entonces, después del
análisis e inventario, proceder a admitir tal o cual género literario.
No se ve por qué la Inspiración divina prohibiría por principio a los escritores sagrados el uso
de géneros, de los que se servían sus contemporáneos, sin embaucar en nada a sus lectores.
Porque nadie se dejaba engañar por estos géneros “ficticios” en el antiguo Oriente, donde la
composición de la historia era tan diferente de la nuestra.
El tenor general del libro mismo y las costumbres literarias de la época, instruían
suficientemente al público sobre las verdaderas intenciones del autor.
Por lo tanto, Dios no engañaba a nadie, si hacía hablar a su intérprete
por ficción o por “aproximaciones”.
Puede ser que los occidentales de nuestro siglo, alimentados de lógica aristotélica, formados
en las técnicas más rigurosas de la búsqueda histórica, sientan cierto estorbo o dificultad en
reencontrar esta simplicidad un tanto rudimentaria de los tiempos antiguos. Pero son ellos
quienes tienen que hacer el esfuerzo de adaptarse. Porque Dios ha escogido hablarles no
directamente en su lenguaje, sino a través de antiguos orientales y según sus usos.
Será tarea del exégeta encontrar y comprender estos usos antiguos del Oriente literario.
Deberá guardarse de todo sistema “a priori” y de toda clasificación artificial. En este terreno, es
la realidad objetiva quien tiene la palabra. Pero si cree, después de atento examen, encontrar en
los libros sagrados así como en la literatura contemporánea, ciertos géneros históricos bastante
libres o más o menos mezclados de ficción, se inclinará ante el hecho y no temerá reconocer
que Dios ha podido servirse de tales géneros sin comprometer su verdad.
NOTAS
i De hecho este tratado también podría ser ubicado en la parte final de esta Introducción General a la
Sagrada Escritura, donde se encaran los asuntos referentes a la “interpretación” o “hermenéutica” de
la Palabra de Dios. Los “géneros literarios”, en efecto, son un parámetro imprescindible, para poder
desentrañar el sentido de un determinado texto.
Pero, esta consideración también puede ser conectada cómodamente con el tema del “verdad” de
la Biblia, ya que los usos literarios son asimismo una regla insoslayable, para acertar con el grado de
afirmación (juicio, verdad), con que se expresa un autor.
ii
Aún dentro de una misma lengua. Así, si en España, un latinoamericano dijera: “Yo vivo en la otra
cuadra”, entenderían que mi domicilio está entre caballos.
iii
“Banana” en nuestras tierras, “plátano” en la Península Ibérica. “Porotos” en América Latina (y no en
todas partes, ya que algunos los llaman: “frijoles”), “judías” en la Madre Patria.
iv “Tinto” equivale” a “una clase de vino” en muchas regiones, pero significa “café” en Colombia.
v Así, un español, que estudiaba alemán, al enterarse que en esa lengua “el sol” es del género femenino
(die Sonne), exclamó: “¡Hombre! ¡Que el sol toda la vida ha sido masculino!”.
vi Oriente u Occidente.
vii Medioevo, renacimiento, época moderna, postmoderna.
viii Mediterránea o desértica, montañas o pampa, polar o ecuatorial...
ix Nórdico (brumas: “Nibelungen = hijos de la niebla. “Scotland” = tierra de la “skotía”: oscuridad);
meridional (luminosidad).
x Catalán, vasco, gallego (en España). Flamenco, walón (en Bélgica). Aborígenes y colonizadores.
xi No se quiere insinuar que sea inútil una terminología técnica y abstracta. Sólo se advierte que la
pobreza del lenguaje abstracto se hace más contingente, en el sentido de quedar reducido al ámbito
selecto, que tiene acceso a sus fórmulas. La abstracción ya está hecha y no ofrece toda la riqueza de la
expresión imaginativa, que posibilitaría otra transposición diferente a la realizada por un sistema ya
acabado.
xii Así, para leer con fruto, “Las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, hemos de
trasladarnos a la España del siglo XVI, con su fervor por los libros de caballería (recuérdese cómo Íñigo
de Loyola, para entretenerse durante su convalecencia, pidió literatura de este mismo tipo). Y no sólo,
también hemos de ir más atrás, situándonos en el Medioevo, sus ideales caballerescos y sus héroes:
Amadis de Gaula, Lanzarote, el Rey Arturo, etc.
xiii
Así, no porque un sesgo de pensamiento sea predominante en la Escritura, sobre todo del AT, ha de
ser esgrimido como perfecto desde todo punto de vista. Siempre se ha de recordar la “provisoriedad” de
ciertos panoramas vetero testamentarios. Tampoco se ha de perder de vista, que hacia fines del AT el
pensamiento hebreo entró en diálogo con el griego, del cual se benefició, sobre todo en el libro de la
Sabiduría.
Por eso, son de atender estas advertencias de un gran biblista español: “Todas estas afirmaciones
que circulan en el mercado de las ideas (...) derivan de un gran aprecio por la antropología hebrea,
seguida, según se afirma, por el Nuevo Testamento; y de una depreciación de la antropología dualista
griega por ser filosófica, por no ser bíblica. Pero una antropología, por ser bíblica, ¿ha de ser
forzosamente antropología exacta y precisa?. Y una antropología, por no ser (supuestamente) bíblica,
¿ha de ser despreciada? ¿No oímos constantemente a los biblistas: no busquéis ciencia en la Biblia,
porque su finalidad no es enseñar ciencia, cosmogonía, paleontología, geología, astronomía, etc. ¿De
qué deriva este moderno aprecio de la ciencia antropológica de la Biblia? El que se la conozca mejor
en nuestros tiempos, no es razón para que se la considere superior. Como veremos a través de las
páginas de este libro, es antropología primitiva, imperfecta, imprecisa (...). La antropología bíblica ni
siquiera posee un término que signifique la persona” (Díez Macho, 1977).
De lo dicho se sigue, que, siendo necesario ubicarse en la “mentalidad” bíblica, para poder
comprender un determinado libro o pasaje, estadio del pensamiento y de la revelación, no menos se ha
de atender a su ulterior evolución, cuando se dé.
Xiv
Así, careciendo de “superlativo”, reitera la misma palabra: “Santo, Santo, Santo” (Is 6, 3) =
santísimo. “Cantar de los cantares” = Cántico por excelencia.
XV
En el caso ya citado del “ruedo del vestido de Dios”, sin manifestarla, deja barruntar la grandeza, de
la que no da cuenta explícita.
XVI
Las “nube”, que acompaña al pueblo en el desierto (Ex 14, 20). No es aferrable en una imagen
definida, pero deja percibir suficientemente su presencia.
XVII
Esta distribución según estilos y géneros es presupuesto para gustar el arte. No puedo escuchar a
Violetta Valery, protagonista de “La Traviata” de Verdi, emitiendo un “do de pecho”, cuando muere,
reaccionando en clave puramente médica: “Es imposible que una tísica, tenga tal capacidad en sus
pulmones”.
Las bibliotecas son clasificadas según “géneros literarios”: ciencias, lenguas, novelas, poesía,
historia, filosofía, Teología, diccionarios, manuales...
XVIII
En la actualidad, ya más de “un siglo y medio”.
XIX
Como explica M. Marangoni: “Para un artista el asunto es, sobre todo, un pretexto, una ocasión para
despertar su fantasía, o sea que él, al lado del significado práctico descubre un significado artístico–que
a menudo puede ni siquiera tener relación lógica con la acción del asunto mismo–, significado que está
en armonía con su temperamento (...) El mismo artista, pintor o poeta, no sabría, por lo demás, traducir
lógicamente el significado de su obra. «Cuando llegará el día en que no se pregunte más qué es lo que
hemos querido decir con nuestras obras musicales», exclamaba Schumann” (1951: 55).
Así el “Buey desollado” de Rembrandt es más hermoso que un “Calvario” representado por Vassari. El
“asunto”, tan vil, se transfigura en manos de un genio. Un argumento sublime, se vuelve convencional en
el pincel de un mero artesano.
XX
Se ha de notar que el punto de vista de la “verdad” entra sólo paralelamente en una clasificación de
géneros literarios. Nos encontraríamos, por tanto, bastante apurados, si tuviéramos que poner sobre cada
género la etiqueta que especificara su contenido como “verdadero” o “no verdadero”, “objetivo, real” o
“subjetivo, ideal”. “La Araucana” de Ercilla (1533–1594) es ciertamente un poema, que difiere totalmente
de una “crónica” del encuentro entre españoles y araucanos, en Chile. Con todo, el contenido de esta
oda no deja de ser histórico. El asunto, tomado de la historia, no ha tenido parte en la clasificación del
género literario, sino el punto de vista subjetivo, emocional, bajo el cual se ha considerado el contenido.
Historia y lírica no se oponen como lo objetivo y lo subjetivo, lo verdadero y lo fingido, pero en algunos
casos podemos tener odas que prescinden de la realidad histórica. Aún más instructivo es el caso tomado
del género literario de la fábula clásica (Esopo, Fedro). Ante una composición como la de “El lobo y el
cordero”, estamos tentados de poner de inmediato el rótulo: “no es cierto”. Pero entonces se dejaría en
mala parte la verdadera psicológica y moral expresada con tanta evidencia en la fábula. El caso de los
dos animales no es verdadero ni falso, sino el medio usado para expresar la verdad. Lo verdadero o falso
está en el pensamiento que se expresa en el juicio (Adecuación del entendimiento con la cosa) y no se la
puede atribuir al medio. Éste será más o menos apto para comunicar el pensamiento, pero no podrá,
como tal, ser verdadero o falso.
XXI
Así, Tchaikowsky, siembra “indicios” en su Obertura “1812”, que dan a entender lo que su música
quiere celebrar: acordes de la “Marsellaise” y trozos de un coral religiosos ruso, evocan la invasión
napoleónica a Moscú, derrotada por los rusos.
XXII
Cita sólo en parte. Se encuentra todo el párrafo en; Ench. Biblicum, 555.
XXIII
De hecho, al momento de afirmar semejante cosa, bajo el dominio asirio se encuentran hititas,
arameos y otros pueblos en el uso de sus propios idiomas. Ello no impide la afirmación de “una sola
lengua” entre todos los súbditos del vasto imperio.
XXIV
Compárese, por ejemplo, la forma literaria: sermón y trasladémonos a los tiempos de Fray Luis de
Granada con los pasos bien marcados: Exordio (Ave María), cuerpo, peroración. Pasemos al formalismo
retórico y hueco del siglo XVIII, ingeniosamente satirizado por el P. Isla, en su “Fray Gerundio de
Campazas, alias Zotes” y lleguemos finalmente a la “homilía”, que auspicia la Constitución “Sacrosanctum
Concilium” del Vaticano II.
XXV
Fue una especie de escándalo, que Beethoven suprimiera en sus sinfonías el clásico “Menuetto” del
tercer movimiento, sustituyéndolo por un “Scherzo” u otro aire más fogoso.
XXVI
Así, se acomodará la mente al “western” o a un “musical”, moviéndonos entre los convencionalismos
aceptados en tales géneros, para sintonizar con el artista, si quiere divertir o comunicar un mensaje. Y
esas mismas reglas nos harán pasar por alto o no nos harán confundir ante detalles, que, en la “prosa
de la vida” pasa- rían como inverosímiles: Por ejemplo, desarrollar “cantando”, en la ópera, cada paso de
la convivencia normal. Etc.
XXVII
Podemos corroborar este proceso de individuación de “formas literarias” con este análisis de L.
Castellani: “Ha aparecido en nuestros tiempos un género literario nuevo: que no previó Brunetière en sus
famosas conferencias sobre los géneros (L‘Évolution des genres, II, 66) y que se podría llamar literatura
de pesadilla; y creo que así la llaman en la facultad de Letras (...). Noté los rasgos característicos
comunes desconocidos antes, a saber: son libros contra la esperanza, no tienen sentido y carecen de
resolución, para usar un tecnicismo musical. La materia (...). es diversísima: historia de brujas o diablos
(ghost–stories); descripciones de tiranías, morbosos relatos de suplicios físicos o morales: cuentos
teológicos sin Teología, ni siquiera mala; parábolas horrendas para representar la perdición” (“Literatura
de pesadilla” en 1976).
Así “Romeo y Julieta” es un drama de Shakespeare, una obertura sinfónica de Tchaiskowsky y un
XXVIII
Ballet de Prokofiev.
Hubo muchas críticas indebidas a la aplicación de estos “géneros”, sobre todo al NT (“La historia de
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las formas: “Formgeschichte”), pero la polémica se extendía también al AT Uno de los que combatió estos
análisis fue el Card. Ruffini, en tiempos casi inmediatos al Vaticano II. Un artículo suyo en L’Osservatore
Romano (24 / VIII/ 1961), no veía más que peligros al respecto. Indirectamente se refirió a este asunto,
admitido francamente por Pío XII en la Divino Afflante Spiritu, llegando a emplear la palabra “absurdo”.
(Ver: L. Alonso Schökel, “Hermenéu- tica racional: los géneros literarios” en Alonso Schökel, 1969: 432).
xxx
Pongamos por caso: Apoc 11, 8. Sitúa la exposición de los cadáveres de los dos testigos en “la plaza
de la Ciudad grande (llamada simbólicamente Sodoma y también Egipto), allí mismo donde el Señor fue
crucificado”. La última acotación no puede aludir a otro lugar que a “Jerusalén”. Pero muchos exégetas
no aciertan a com- binarla con “Sodoma y Egipto”. Por eso Boismard, Giet, Wellhausen, sospechan que
la última parte del versículo es una “glosa” (Ver: Biblia de Jerusalén en su primera edición).
En realidad el autor, califica de “Sodoma y Egipto” a la misma Jerusalén, debido a sus crímenes históricos.
Ya la había reprendido agriamente Ez 16, 46: ”Tu hermana mayor es Samaría (...) tu hermana menor es
Sodoma”.
XXXI
La forma induce, a veces, no sólo contenidos conceptuales, sino impresiones acústicas, musicales,
onomatopeyas (“ónoma– poiéin”: el nombre, que no sólo significa, sino que también hace. Por ejemplo:
“ronronear, ulular, bla–bla–bla).
Así, Virgilio, cuando recuerda la lanza, que Laocoonte incrustó en el Caballo de Troya, pudo haber
dicho simplemente: “Haesit hasta in equo” (= se clavó la lanza en el caballo). Pero, queriendo también
dar a entender, cómo quedó vibrando, escoge las palabras, para hacer percibir, tanto el temblor con que
quedó clavada, como el sonido que despertó en las cavidades del doloso ofrecimiento de los griegos:
“Stetit illa tremens, uteroque recuso insonuere cavae” (Aeneida, II). Multiplica “ies” y “t” para despertar
la sensación de “tiritar”, así como las “u”, insinuando el eco profundo, que se produjo.
El poeta español J. Zorrilla, acumula las “r”, para evocar el fragor de la tormenta: “El ruido con que
rueda la ronca tempestad”.