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Reencuentro con la literatura

Cuando al director de cine alemá n Werner Herzog le preguntaron, en una


entrevista, que les aconsejaría a los jó venes cineastas, su respuesta me sorprendió
mucho. No mencionó nada sobre el esfuerzo, el presupuesto o los mejores á ngulos
de la cá mara; contestó sencillamente, y lo repitió varias veces, ‘leer’. Segú n Herzog,
si un aspirante a director de cine no lee, e hizo hincapié en la poesía griega y
nó rdica, nunca cultivaría una mente lo suficientemente rica para escribir un guió n
o para rodar una película. Me fascinó su énfasis en la importancia de la lectura y no
puedo estar en desacuerdo. Tanto es así que paso todo el semestre adoctrinando,
as náuseam, a mis estudiantes de escritura sobre la necesidad de leer en sus vidas
actuales y futuras. Inclusive me la voy a jugar en este artículo y decirlo de una vez:
una vida bien llevada y enriquecedora no puede ser sin literatura.

Parte del problema actual de nuestra relació n con ella es que la malentendemos. A
mi parecer, vemos a la literatura solamente como una distracció n, un pasatiempo,
para una vacació n en la playa o, en el mejor de los casos, como un regalo en
Navidad. Peor aú n, algunos la miran con mucho recelo: algo que es solo para los
literatos má s presumidos, o sea para una élite. Sin embargo, leer literatura debería
ser visto como una forma de estar, como la mejor terapia que existe.

Leer literatura es un bá lsamo para las extrañ as emociones que todos tenemos y,
muchas veces, no sabemos có mo manejar. Es un analgésico para los dolores de la
vida y un consuelo en nuestros momentos má s oscuros. La literatura, a diferencia
del estudio de la historia, por ejemplo, nos conecta en el tiempo con el abanico de
sentimientos humanos. Nuestras culpas no son nada comparadas con los de
Rodion Raskolnikov de Crimen y castigo de Dostoyevski. Nuestras vidas no llegan,
ni mínimamente, a ser tan trá gicas como las de los personajes de Shakespeare. La
literatura nos ayuda a poner en perspectiva nuestras ansiedades y nuestras
pérdidas.

Al mismo tiempo que la literatura nos provee de diferentes puntos de vista, nos da
la posibilidad de ser alguien má s, superando limites temporales y espaciales, o de
clase o nacionalidad. Nos permite saber como era ser esclavo y escapar de una
plantació n de algodó n en los Estados Unidos en la novela El ferrocarril subterráneo
de Colson Whitehead, o ser testigos del desarrollo emocional de un huérfano en
Londres del siglo IX en Grandes esperanzas de Charles Dickins. La literatura nos da
la llave para comprender las intimidades de otros seres humanos, una manera de
explorar distintas formas de existir y de estar en el mundo.

Muchas veces nos sentimos identificados con los personajes de las novelas que
leemos. Para mí, los pensamientos de Holden Caulfield de la obra de J.D. Salinger El
guardián del centeno me siguen haciendo eco hoy, muchos añ os después de haber
leído esta obra. Las voces de nuestros personajes favoritos nos acompañ an en
nuestro día a día e influyen en nuestra forma de pensar en la vida real. A veces
cuesta soltar un libro por no querer abandonar a nuestros nuevos amigos,
produciéndonos un book hangover (el chuchaqui del libro). La novela y sus
personajes nos marcan tan profundamente que, semanas, meses e, inclusive, añ os
después de leer la ú ltima pá gina, nos resulta difícil olvidarnos de sus protagonistas
y sus aventuras.

Considero que la literatura es uno de los mejores remedios contra esta sociedad
cada vez má s materialista, fatua y utilitaria. La literatura nos reconecta con valores
má s importantes, fá ciles de dejar en el abandono hoy por hoy, como la bondad, la
compasió n, y la empatía; en fin, leer nos hace má s humanos. Debemos,
activamente, buscar el tiempo y el espacio para leer literatura para reconectarnos,
contentar y enriquecer nuestra existencia.

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