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miércoles, 4 de marzo de 2009

Concepto de héroe
Concepto de héroe
El héroe del mundo clásico o el del mundo medieval es un modelo de los valores
que la sociedad entiende como positivos. En el héroe se encarnan las virtudes a las
que los hombres aspiramos en cada momento de la historia. De igual manera, las
obras literarias también ofrecían ejemplos de lo que no se debía hacer, modelos
para que, con su contemplación, los hombres comprendieran lo errado de sus actos.

El héroe es siempre una propuesta, una encarnación de ideales. La condición de


héroe, por tanto, proviene tanto de sus acciones como del valor que los demás le
otorgan. Esto permite que la dimensión heroica varíe en cada situación histórica
dependiendo de los valores imperantes. La sociedad engendra sus héroes a su
imagen y semejanza o, para ser más exactos, conforme a la imagen idealizada que
tiene de sí misma.

El héroe es el gran ausente, el que entra en la Leyenda y, por lo tanto, escapa de la


realidad. El héroe es el que ya no está o nunca ha estado, el desaparecido o el que
sólo ha vivido en los sueños y ficciones. La distancia permite ennoblecer a los
personajes históricos y olvidar su auténtica existencia. Hace mejores a los amigos y
peores a los enemigos. Purifica las intenciones de los hombres desvistiéndolas de
los ropajes de la ambición y el deseo.

Cuando nos planteamos qué tiempos han sido mejores, miramos a sus héroes. En
ellos tratamos de ver lo mejor de cada época, aunque sólo veamos sus deseos de ser
de una forma o de otra y nuestras propias carencias.

Extraído del artículo “Héroe y sociedad...”


Por Joaquín María Aguirre.
Revista espéculo
LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA LITERATURA

«La vida es un reflejo», pienso. Sin embargo, nunca intentamos asir ese efímero destello,
sino que más bien nos comportamos como si nuestra existencia se quedara prisionera dentro
de la imagen del cristal que solo vemos. Ese es nuestro gran error, porque la verdadera vida
huye en apenas un instante, justo el que dura ese centelleo en el que casi nunca reparamos.
Este es un fragmento de la primera página de la novela Los últimos pasos de John Keats, y si
lo he traído aquí, es porque quiero que todos reflexionemos acerca de una idea que lleva
tiempo rondándome la cabeza. Esta idea no es otra que LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA
LITERATURA. A lo largo de la historia de la literatura, podemos ver cómo hay escritores que
han sido capaces de crear héroes a los que han convertido en protagonistas de sus libros. De
ahí, que yo me pregunte: ¿puede el escritor convertirse en un héroe de carne y hueso en la
sociedad actual?, o ¿puede traspasar las páginas de la ficción de los protagonistas que crea a
la realidad?. En este sentido, el escritor austriaco Stefan Zweig reflexiona sobre el concepto
del héroe, y afirma que el mundo está compuesto de héroes, de personas que resisten, se
enfrentan, pelean y se sacrifican, por eso, de una forma natural podríamos interrogarnos
acerca de que: ¿acaso la figura de determinados escritores está muy alejada de estos
parámetros? Entre otros, el crítico norteamericano Lionel Trilling en su libro titulado, El yo
antagónico (publicado en España por Taurus ediciones en 1974), ya aborda este concepto, y
hace hincapié en el escritor enfrentado a su tiempo en el apartado «El poeta como héroe:
Keats en sus cartas, donde nos dice lo siguiente: "El doctor Leavis dijo que, al pensar en
Keats como poeta, tenemos que comprender que los documentos importantes son sus
poemas, no sus cartas. Nadie lo pone en duda. Cuando pensamos sobre Keats como poeta,
sus cartas son por supuesto, iluminadoras y sugestivas, pero en relación con Keats como
poeta no son primarias, sino secundarias; solo son iluminadoras y sugestivas. Sin embargo,
el hecho es que a causa de las cartas es imposible pensar en Keats solo como poeta;
inevitablemente, pensamos en él como en algo más interesante que un poeta, pensamos en
él como en un hombre, más aún, como en una cierta clase de hombre: el héroe.»     En los
manuales de historia las características del héroe son: la fuerza, el atractivo, la autoridad, la
inteligencia y el coraje. Si trasladamos esta idea del hombre como héroe a este arranque del
siglo XXI, nos encontramos que en esencia poco o nada ha cambiado, pues estos catorce
años y medio que llevamos del presente siglo, aparte de los múltiples avances tecnológicos,
también nos han traído el retroceso del ser humano en la conquista y consolidación de más
libertades individuales y colectivas. Este retroceso antinatural tiene muchos protagonistas,
donde el poder económico y su falta de escrúpulos sin duda es uno de ellos, pero al que
también hay que unir, la ausencia de unos líderes políticos a los que los ciudadanos de a pie
puedan confiar su voto en aras de que, además de representarles, defiendan sus intereses,
tanto individuales como colectivos. Esa ausencia de liderazgo que se extiende desde los
niveles más bajos de la Administración a los más altos puestos de responsabilidad nacional e
internacional, conlleva que los individuos sientan la necesidad de asociarse fuera de los
partidos políticos que ya no les representan. Un mundo sin líderes, capaces y honestos, es
un mundo que carece de los mínimos principios de convivencia y lealtad, lo que desarrolla de
una forma alarmante movimientos violentos a las puertas de las sedes parlamentarias de los
países del primer mundo.     Todo ello en su conjunto, y por desgracia, es un magnífico caldo
de cultivo a la hora de buscar respuestas más allá de los cauces establecidos, ya sean estos
los medios de comunicación o los líderes políticos. De ahí, que a la hora de buscar
respuestas, muy bien podrían buscarse en la literatura, por ser este un campo donde
siempre podemos encontrar claros ejemplos de personas ancladas en la honesta obligación
de erigirse en difusores de la cultura y el pensamiento sin más, lo que no se nos debe
olvidar, que siempre conlleva unas mayores dosis de libertad, tanto personal como colectiva;
es decir, que estas personas tienen, muchas veces, esa cualidad ausente en otras áreas de la
sociedad, de cara a convertirse en los verdaderos héroes de nuestro tiempo.     Es una
obviedad decir que leer alimenta el espíritu, o que la lectura nos proporciona una visión más
rica de la vida, pues nos transmite ideas y vivencias que por nosotros mismos no
conoceríamos, pero no por ello es menos cierto decir que, el amor a la lectura, aparte de ser
un instrumento de primer orden a la hora de instruirnos en aquello que nos acerca a la
libertad, es hoy un bien común que se hace más necesario, si cabe, en aras de reivindicar su
importancia y su trascendencia en nuestras vidas, pues como he dicho antes, nos hace más
libres. Ahora, que parece que todo se dirime en las redes sociales, estas nos recuerdan casi a
diario eso de que: el que lee vive más.     Sin embargo, jugar con las palabras no es nada
gratificante, al menos, cuando se empieza, pues como en todas las facetas de la vida, la falta
de conocimiento nos embrutece el espíritu, aunque este también sea el mejor acicate para
combatir la ignorancia en aquellos que de verdad quieren saber. Es verdad, todo comienza a
ir bien cuando somos conscientes que una palabra puede ser el inicio de un sueño, o el
comienzo de una utopía a la que adornamos de adjetivos, que también son palabras, pero
que necesitan de los verbos para ganar en consistencia. La literatura y sus actores son un
todo que engendra ideas y sueños capaces de transformar la realidad. Como decía Vargas
Llosa: "la lectura convertía el sueño en vida, y la vida en sueño". Sí, porque de lo que
deberíamos ser conscientes desde el principio es que, si algo queda después de intentar unir
una palabra tras otra, es esa sensación de transformación, que a veces logra llegar a lo más
alto y a lo más profundo del ser humano. Kipling afirmaba que: "las palabras constituyen la
droga más potente que haya creado la humanidad". La palabra en sí misma es un camino;
una vía alternativa a ese inframundo en el que unos y otros nos han metido, pero también,
en el que unos y otros nos hemos metido. No se me ocurre mejor estandarte, que este, a la
hora de plantearnos una nueva senda por la que transitar.     A buen seguro, que cada uno
de vosotros tenéis vuestros propios héroes literarios, ya estén estos vivos o muertos. Yo, por
supuesto, también tengo los míos, e incluso en alguna ocasión ya los he nombrado, pero hoy
quiero ir más allá y recordaros solo a dos de ellos; dos que antes no estaban en esa relación
mágica que todos agrandamos a través de nuestras lecturas. Como imagino que ya habréis
adivinado, hoy quiero nombrar a John Keats y Fernando Pessoa como fieles representantes
del poder intrínseco de la palabra y su capacidad para transformar el mundo.     John Keats
murió joven, enfermo, pobre y olvidado, y sobre todo, lejos de la tierra que le vio nacer y de
su familia y amigos, si exceptuamos al bueno de Joseph Severn que le acompañó a Roma.
Sin embargo, a día de hoy está considerado uno de los grandes poetas ingleses de todos los
tiempos, tanto por sus famosas odas como por alguno de sus poemas, justo aquellos que
compuso antes de dejar Inglaterra. John Keats es uno de los pocos poetas que puede decir
que ha vencido al paso del tiempo, pues su figura se ha ido levantando de las cenizas del
olvido hasta llegar a sobreponerse al paso de los años. La figura del poeta romántico
representa, como quizá pocas cosas hoy en día lo pueden hacer, el ansia de libertad que se
transforma en una nueva visión sobre la vida y en una nueva forma de vivirla. Una
particularidad que, en el caso de Keats, se convierte en el más puro estandarte del cambio y
de la transformación al alcance del ser humano, lo que sin duda, le hacen ser uno de los
mejores ejemplos de la necesidad del héroe en la literatura.     Algo parecido le ocurrió a
Pessoa, aislado de una forma voluntaria del mundo exterior donde le tocó vivir, para
entregarse, como él mismo decía, a la noble tarea de la literatura. Abandonó los estudios,
dejó a su amada y solo se permitió trabajar dos días a la semana para tener lo mínimo
indispensable para vivir y no dejar de lado esas voces que, en forma de heterónimos, le
llenaban sus pensamientos. Pessoa solo publicó un poemario en vida, Mensagem, y algunos
artículos en revistas culturales de las que muchas veces formaba parte, sin embargo, hoy
está considerado un héroe nacional y el mejor de los reclamos de cualquier marca comercial
que quiera exportar al resto del mundo la imagen de una orgullosa Portugal. Tampoco
podemos obviar que, Pessoa, que en un principio fue enterrado en el cementerio Dos
Prazeres de Lisboa, ahora ya descansa en el Monasterio de Los Jerónimos de Belém, junto a
los más grandes portugueses de todos los tiempos, como Vasco de Gama o Luis de Camoes,
y en donde en uno de los laterales del monumento funerario que le hicieron al efecto, se
puede leer ese poema que, en la voz del heterónimo Ricardo Reis, nos lo dice todo: "Para ser
grande, sé entero: nada/ tuyo exageres o excluyas./ Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/
en lo mínimo que hagas./ Así la luna entera en cada lago/ brilla, porque alta vive".     Este
breve esbozo de ambos escritores nos viene a decir que, por encima del caprichoso destino y
de los avatares que uno y otro tuvieron que sufrir a lo largo de sus vidas, ellos les ganaron la
batalla a través de la palabra. De ahí que, como ya he dicho en otras ocasiones, no haya
nada más sublime que levantarse de las cenizas de una vida que mediante el intrínseco
poder de la palabra, pues como nos dice Lionel Trilling en el libro anteriormente mencionado:
"... parte de su efecto proviene de Keats de vivir la vida al estilo heroico... lo que no se
trataba, por supuesto, de una fórmula ni de algo racional, sino más bien de un modo de ser
y obrar"; una cualidad kantiana que, sin duda, hoy está en desuso y que también podría
extenderse a Pessoa.

Ángel Silvelo Gabriel


El Héroe Literario

La palabra héroe proviene del griego antiguo  (hērōs) y podía ser


utilizada tanto con hombres como con mujeres ilustres. El concepto
apareció por primera vez en Grecia y fue aplicado en la cultura
por Píndaro, quien distingue entre dioses, héroes y hombres.
Hesiodo, ya en época romana, define al héroe como un «semidios»
o «dios local», mientras que Aristóteles declara que los héroes eran,
tanto física como moralmente, superiores a los hombres.
Si bien en este caso nos estamos refiriendo al héroe mitológico, el
héroe literario, al beber de estas fuentes, no será, sobre todo en los
orígenes, demasiado distinto.
El héroe literario es el personaje central de una historia. En la
literatura, al contrario que en la mitología, el héroe no será perfecto.
Un personaje perfecto es demasiado aburrido y ofrece al escritor
muy poco margen para trabajar. El héroe literario puede tener
graves defectos, físicos, mentales o morales. Estos rasgos acercan
la figura del protagonista al lector, lo hacen más real y por tanto más
atractivo.  Los protagonistas de Shakespeare, por ejemplo,
acumulan defectos; la locura de Hamlet, la ambición de Lady
Macbeth, los celos de Otelo, etc. Y no solo los trágicos: en sus
comedías también encontraremos una larga lista de personajes que
nos parecen más humanos porque son egoístas, necios o
mezquinos. Esta desidealización del héroe nos llevará a la otra
figura de nuestra charla: El antihéroe.
El antihéroe

El antihéroe puede ser antisocial, inteligente, enajenado, cruel,


desagradable, pasivo, lamentable, obtuso… En otras palabras: un
antihéroe es un protagonista que vive por la guía de su propia
brújula moral, esforzándose para definir y construir sus propios
valores, opuestos a aquellos reconocidos por la sociedad en la que
vive. A veces un antihéroe no está demasiado lejos de la figura de
un villano.
Lo habitual es que el antihéroe se forje en un pasado trágico y que
esto dé origen a su personalidad y una perspectiva distinta a la de
los héroes; puede decirse que el antihéroe vive en una zona gris,
donde lo bueno y lo malo dependen, sobre todo, de la perspectiva
del lector.
Partiendo de esta base, en Bibliofórum le daremos un pequeño
repaso a la evolución del héroe literario, viendo su evolución a
través del tiempo e intentando averiguar los motivos de estos
cambios ¿Qué nos lleva de los héroes esencialmente buenos de
Tolkien a los personajes creados por R.R Martin? ¿Por qué surgen
estos cambios? Y sobre todo: ¿Qué nos gustan más, los héroes o
los antihéroes?

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