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Los artistas que decoraron los rollos del Exultet entre los siglos X y XI quedaron
impresionados por tanto espacio dado a la vida de las abejas, y acompañaron la
página de pergamino con extraordinarias ilustraciones realistas, como en el rollo 1
del Archivo del Capítulo Metropolitano de Bari (probablemente el más famoso
entre todos los Exultet supervivientes, de cinco metros de largo) o el de la
Biblioteca Apostólica Vaticana, Barb. Lat. 592. Como observó Guglielmo Cavallo,
estas figuras son de un realismo pintoresco, en cierto contraste con el estilo más
compuesto y solemne que caracteriza la mayoría de las otras escenas: en un clima
de armonía feliz, vemos a hombres buscando una colmena para el jabardo ubicado
en la rama de un árbol, otros ofreciendo refugio a las abejas o recogiendo su miel.
Casi parece que el ser humano se acerque a este animal y lo domestique para robar
el secreto de su laboriosidad; la abeja por naturaleza es adicta a la fatiga, mientras
que el ser humano es por naturaleza consciente de los primeros principios de la
existencia, aunque no sepa explicarlos totalmente.
Exultet Vaticano
Nosotros también, como las abejas del Exultet, percibimos el cambio de estación
y el instinto de visitar la naturaleza, para cambiar los ritmos del invierno en los de
un tiempo más suave, aquella primavera que fomenta una existencia más dinámica.
Sin embargo, este año no es posible, así que somos como las abejas todavía
atrapadas dentro de la colmena, lejos del néctar de esos “primeros gustos” (la
fascinación de los primeros principios de la existencia), lejos de las tentaciones de
la vida social, así como de los afectos familiares más íntimos. Al no poder manifestar
la fuerza del movimiento que infunde la primavera, es esencial refinar el ingenio,
reorganizar la célula de la colmena, reflexionar sobre el camino del espíritu, incluso
antes de permitir que el cuerpo reanude el suyo.