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La laboriosidad de las abejas en el Exultet de Pascua.

Imágenes alegóricas para tiempos difíciles


Michele Curnis

La liturgia de la vigilia pascual prescribe la entonación del Exultet, un himno al


que se confía la bendición del cirio (laus cerei) el sábado santo por la noche, unas
pocas horas antes de la resurrección. Fue la tradición medieval la que elaboró tanto
el texto poético cuanto la dimensión musical y figurativa de esta oración que
simboliza la victoria sobre la oscuridad y la noche. Con su exhortación al regocijo
y al júbilo, el praeconium se dirige al coro de los ángeles, a la asamblea celestial y a
toda la tierra: Exsultet iam angelica turba caeolorum. Siendo al mismo tiempo
poesía, himno cantado y repertorio figurativo, el Exultet sabe armonizar literatura,
música e imagen dentro de una experiencia litúrgica basada en la espectacularidad
de la representación.
Entre los siglos X y XIV el celebrante, que generalmente era un diácono,
entonaba el texto, escrito en un rollo de hojas de pergamino cosidas juntas.
Mientras leía desde lo alto de un ambón, bien iluminado por imponentes
candelabros, desenrollaba el pergamino como un papiro, dejándolo caer en el aire.
El propósito de este lento proceso era permitir a los espectadores ver las escenas y
miniaturas pintadas en el pergamino, orientadas de manera opuesta a la escritura
para que los fieles apreciaran la interacción entre palabra e imagen. Especialmente
en el sur de Italia, en toda esa área de la cristiandad que había heredado la cultura
Beneventana de los Longobardos, pero también estaba imbuida de influencias
orientales y bizantinas, los artistas encargados de ilustrar los rollos del Exultet
podían inspirarse en el texto del himno, en el rico repertorio de imágenes bíblicas
y también en episodios de la tradición posterior, como el anástasis - el descenso de
Jesucristo al limbo con el fin de liberar a Adán y Eva, según el testimonio del
evangelio apócrifo de Nicodemo, introducido luego en los ciclos cristológicos a
partir de siglo VIII.
En algunas variantes antiguas del himno se da más espacio a temas específicos,
como el elogio de las abejas, un símbolo de la virginidad de María. Es la cera la que
alimenta la llama del cirio pascual; y son precisamente las abejas quienes la
producen, cooperando así en la propagación de una luz duradera. Entre todos los
animales sujetos al ser humano, dice el anónimo autor del himno que las abejas son
las más extraordinarias (Apis ceteris, quae subiecta sunt homini animantibus
antecellit). Su fuerza explota por el ingenio y se traduce en una laboriosidad
irreprimible: tan pronto como ha pasado el invierno, la abeja abandona el nido
inmediatamente, insta a la fatiga (statim prodeundi ad laborem cura succedit),
explorando campos y prados en busca de flores (prati ore legere flosculos). Una vez
que hayan captado su néctar, las abejas regresan a la colmena, como los soldados
de una ciudadela fortificada regresan a la defensa y la guarnición (ad castra
remeant) y allí dividen las tareas de acuerdo con una organización admirable: unas
de ellas construyen con arte exquisito las células, unidas por un poderoso
pegamento (ibique aliae inestimable arte cellulas tenaci glutino instruunt), otras
destilan el denso miel (aliae liquantia mella stipant), otras transforman las flores
en cera (aliae vertunt flores in ceram), otras dan forma a sus pequeños con la boca,
según una creencia que se remonta a la tradición biológica aristotélica (aliae ore
natos fingunt), y otras más concluyen el ciclo agregando el néctar recogido de las
hojas (aliae collectis et foliis nectar includunt).

Exultet de Bari, rollo 1

Los artistas que decoraron los rollos del Exultet entre los siglos X y XI quedaron
impresionados por tanto espacio dado a la vida de las abejas, y acompañaron la
página de pergamino con extraordinarias ilustraciones realistas, como en el rollo 1
del Archivo del Capítulo Metropolitano de Bari (probablemente el más famoso
entre todos los Exultet supervivientes, de cinco metros de largo) o el de la
Biblioteca Apostólica Vaticana, Barb. Lat. 592. Como observó Guglielmo Cavallo,
estas figuras son de un realismo pintoresco, en cierto contraste con el estilo más
compuesto y solemne que caracteriza la mayoría de las otras escenas: en un clima
de armonía feliz, vemos a hombres buscando una colmena para el jabardo ubicado
en la rama de un árbol, otros ofreciendo refugio a las abejas o recogiendo su miel.
Casi parece que el ser humano se acerque a este animal y lo domestique para robar
el secreto de su laboriosidad; la abeja por naturaleza es adicta a la fatiga, mientras
que el ser humano es por naturaleza consciente de los primeros principios de la
existencia, aunque no sepa explicarlos totalmente.

Exultet Vaticano

Nosotros también, como las abejas del Exultet, percibimos el cambio de estación
y el instinto de visitar la naturaleza, para cambiar los ritmos del invierno en los de
un tiempo más suave, aquella primavera que fomenta una existencia más dinámica.
Sin embargo, este año no es posible, así que somos como las abejas todavía
atrapadas dentro de la colmena, lejos del néctar de esos “primeros gustos” (la
fascinación de los primeros principios de la existencia), lejos de las tentaciones de
la vida social, así como de los afectos familiares más íntimos. Al no poder manifestar
la fuerza del movimiento que infunde la primavera, es esencial refinar el ingenio,
reorganizar la célula de la colmena, reflexionar sobre el camino del espíritu, incluso
antes de permitir que el cuerpo reanude el suyo.

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