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LUIS MARTIN SA NTO S

DIEZ
LECCIONES DE
EPISTEMOLOGÍA
EH.MM. - 2? CICLO
BACHILLERATO
DE CIENCIAS HUMANAS
Y SOCIALES

AKAL/TEXTOS
ISBN 84-7600-700-0

9 788476 007006
Colección: Textos
Maqueta: RAG

ganz1912
© Herederos de Luis Martín Santos
Ediciones Akal, S. A., 1991
Los Berrocales del Jarama
Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz
Madrid - España
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ISBN: 84-7600-700-0
Depósito legal: M. 8.662-1991
Impreso en Anzos, S. A.
Fuenlabrada (Madrid)
ganz1912
LUIS MARTÍN SANTOS

DIEZ
LECCIONES DE
EPISTEMOLOGIA
EE.MM. - 2° CICLO
BACHILLERATO
DE CIENCIAS HUMANAS
Y SOCIALES

AKAL
g a n z l9 1 2
LECCIÓN PRIMERA

LA EPISTÉMICA

En la arboleda de la Universidad de Harvard nació aquella pri­


mavera un gorrión muy listo. Sus padres, convencidos de que se
trataba de un superdotado, le aconsejaron que en cuanto estuviese
en condiciones de volar por sí solo se instalase lo más cerca posible
de la ventana del profesor Mandelbrot, famoso matemático.
Permaneciendo asiduamente junto a la ventana, el gorrión no
tardó en asimilar complejas cuestiones de geometría y álgebra.
Todo iba bien hasta que un día tuvo ciertas dudas provocadas por
la aparición de las nuevas plumas otoñales. Decidió consultar con
el profesor Mandelbrot.
—Me gustaría saber —le dijo — cuántas dimensiones tienen mis
nuevas plumas. Cada una de ellas parece que tiene dos dimensiones,
una a lo largo y otra a lo ancho, como si fuera un plano, pero como
también están formadas por filamentos, es posible que tengan una
sola dimensión.
Después de una pequeña pausa, añadió:
—Sin embargo, si tengo en cuenta lo mucho que me abrigan
durante la noche, hasta sería posible que tuvieran tres dimensiones,
por lo espesas que las siento.
El profesor Mandelbrot, sin decir una palabra, tomó una hoja
de papel y se puso a hacer cálculos. Con la distracción propia de los
sabios, que les impide saber si hablan con un gorrión o con un
alumno, le respondió:
—En el momento del vuelo tus plumas no tienen propiamente ni
una ni dos dimensiones —y mirando los resultados obtenidos, dijo
con seguridad—: Tienen 1,225. Y por la noche, cuando te abrigan,
no tienen ni dos ni tres, sino 2,337.
El gorrión quedó perplejo, pensando que era posible que así
fuese, pero un poco enfadado exclamó:
—Luego Euclides nos ha engañado.

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A lo que el profesor Mandelbrot respondió:
— Tal vez pueda hablarse así, pero de lo que no puede dudarse
es que ha simplificado demasiado.

I. El filósofo contra el enigma


Es muy posible que si Buda —como dice la leyenda— contem­
plaba su propio ombligo, fuera porque en él veía el enigma del
universo. Si, paralelamente, los filósofos contemplan sus propias
ideas es porque en ellas creen ver reflejada la verdad y la realidad.
Los filósofos, pues, se comportan como Budas que contemplan sus
ombligos filosóficos, que no son otra cosa que saberes más o
menos tortuosos en los que buscan la cifra y el secreto del mundo.
A veces, el filósofo consagra toda su vida a la contemplación umbi­
lical, sin lograr desatar lo que tan bien atado parece, y puede llegar
a viejo haciendo inútiles esfuerzos por conseguirlo.
Para completar el cuadro, ahora podemos imaginar una per­
sona que llega al claro del bosque en el que está meditando Buda.
Podemos llamarle El Testigo. Éste, al contemplar el espectáculo de
la meditación búdica, va a quedar algo sorprendido y tratará de
averiguar qué es lo que está pasando. Pronto se convencerá de que
lo que Buda está buscando es una verdad perdida, con la cual
estuvo en contacto, y para ello se sumerge en la contemplación de
lo que estuvo en contacto con aquella verdad. El Testigo en el
claro del bosque frente a Buda es paralelo al epistemólogo frente al
filósofo. No tendrá como misión intervenir, sino constatar que hay
una pasión de verdad y un método curioso que consiste en no
mirar alrededor, sino en autocontemplarse. Seguirá observando su
actuación, reconstruyendo sus pasos, anotando sus afirmaciones,
lo que finalmente le llevará a construir un simulacro de su compor­
tamiento intelectual. El epistemólogo permanecerá distante, sin
implicarse, de la manera más técnica posible, sin caer en la tenta­
ción de convertirse en la competencia, es decir, crear una filosofía
opuesta.

El agua de Tales
Aristóteles conocía la afirmación de Tales de que «todo es
agua». No hay conocimiento de que se sintiese sorprendido por tal
afirmación, como sucede hoy cuando uno de nuestros contempo-
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• ráneos la oye por primera vez. Sabemos, en cambio, que la meditó
largamente para saber si era verdadera y, según parece, llegó a la
conclusión de que era plausible, aunque por razones no del todo
coincidentes con las de Tales.
Podemos imaginar que Aristóteles, iluminado por su propio
ombligo, es decir, por aquella idea tan suya de que el mundo es
una cosa sensata y relativamente bien hecha, llegó a la conclusión
de que si el agua es el elemento más abundante y el medio a través
del cual se transmite la vida, debería ser el elemento primordial. Lo
que significa que redujo las posiblidades de la realidad a las posibi­
lidades de su propio ombligo, como pudieron hacerlo otros
muchos, entre ellos Euclides.
Pero el epistemólogo actual no se preocupa ni poco ni mucho
de si la afirmación de Tales, recogida por Aristóteles, es o no ver­
dadera, cosa que, por otra parte, nunca se sabrá, pues depende de
lo que entendamos por agua, no de lo que creemos que entende­
mos. Lo que le interesa el epistemólogo, al constructor de simula­
cros, es averiguar cómo tuvo Tales de Mileto lo que bien pudiera
llamarse una ocurrencia. El epistemólogo pensará que lo hizo apo­
yándose en determinados modelos, en determinadas categorías
conceptuales, en su estilo personal; dicho a nuestro modo, apo­
yándose en su propio ombligo. Con esto hemos topado con el pri­
mer ombligo filosófico, el ombligo de Mileto y el primer taller
epistémico que conocemos.
Como ilustración podemos aventurar lo siguiente:
Tales ha pasado a la historia como lo que podría denominarse
un experto en sombras, puesto que era capaz de utilizarlas para
calcular la altura de monumentos inaccesibles, de pirámides, de
árboles que alargan horizontalmente su sombra por los campos.
Que las regiones de la altura, inaccesibles, celestes pudieran ser
medidas con sólo la ayuda de un bastón hincado en el suelo, equi­
valía a ser capaz de unir lo telúrico y lo celeste. Una proporciona­
lidad era indicio de que ambas cosas no están totalmente desco­
nectadas.
Que ésta fuera la idea-núcleo, su ombligo, se comprueba con su
geometría. El conocido Teorema de Tales dice: «Todo triángulo
rectángulo está inscrito en una semicircunferencia», lo que significa
que la hipotenusa del rectángulo se convierte en el diámetro de la
circunferencia. El resultado podría enunciarse así: El triángulo,
una figura que se corta a sí misma hasta tres veces, es compatible

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con la circunferencia, que no se corta jamás a sí misma, sino que se
continúa infinitamente. Lo compuesto por segmentos finitos se
inserta en una figura infinita, y lo mensurable se inserta en lo
inconmensurable.
El agua, el más cíclico de todos los elementos que Tales podía
conocer, envuelve los caminos infinitos que el hombre y la natura­
leza pueden seguir. En la mente de Tales, los mundos (¿real e
ideal?, ¿finito e infinito?, ¿material y espiritual?) se tocan por lo
menos en tres puntos privilegiados, lo que no deja de ser una prefi­
guración precoz del cartesianismo del contacto entre la extensión y
el pensamiento.
En fin, en el taller de Mileto, taller epistemológico, se manejan
como mediación fundamental la proporción y la inscripción. La
inscripción, que no es la identidad ni la fusión, es una categoría
importantísima que hoy sigue funcionando.

II. El saber científico frente al saber cotidiano

El científico pretende cavar una fosa entre su saber y el saber


cotidiano, que muchas veces degrada denominándolo saber vulgar.
Es una posición maniquea muy frecuente. Y es que el científico,
como casi todas las personas que se creen cultas, considera a la
ciencia como un monumento grandioso que la humanidad ha
levantado frente a los llanos saberes cotidianos. Cualquier manual
de filosofía comenzará con una alabanza muy retórica a las exce­
lencias del saber científico.
Frente a esto, la actitud epistémica practica la «epojé», la abs­
tención. Como las adulaciones a la ciencia no son ciencia, y si la
ciencia interesa es por presentarse como una producción de sabe­
res, también interesa el saber cotidiano, que es una indudable
fuente de saberes. Una vez decidida la «epojé» de los valores, no
tiene valor una diferencia jerárquica de saberes. Cuando el episte-
mólogo se encuentra con una fórmula científica, no ve en ella un
oscuro arcano de maravillas, sino una relación que también existe
en la vida cotidiana. La ciencia, como el saber vulgar, puede estar
llena de trivialidades.

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Para poner un ejemplo, podemos mencionar la ley de Ohm, y
conste que hay cientos de casos semejantes:

I= D / R
donde «I» es la intensidad de la corriente del potencial que circula;
«D», la diferencia de potencial y «R», la resistencia del conductor.
Pero esta fórmula, que parece brotar del abismo del saber, no es ni
más ni menos que la intuición cotidiana que el hombre ha ido
poniendo en claro a lo largo de su experiencia personal y colectiva.
Cuando en clase quería, como profesor, transmitir mis, llamémos­
les, fluidos de saber de la manera más eficaz, sabía que tendría que
tener en cuenta, por lo menos, dos cosas fundamentales:
a) que la diferencia de niveles de saber entre los alumnos y yo
había de ser lo suficientemente amplia, pues a más diferen­
cia, más fácil era el tránsito;
b) que el desinterés presumible de los alumnos se manifestaría
en forma de resistencia, y que si aquél era alto, tendría que
compensarlo con el nivel del que yo partía.
Pero, a poco que se piense, se verá que esta relación ternaria
puede generalizarse y ser aplicada a campos tan diversos como el
periodismo, la emisión de mensajes, la literatura, etc. Incluso hay
casos de seducción que pueden estudiarse como un caso de la ley de
Ohm. Por lo menos, el seductor actúa como si no conociese la ley.
Las leyes de la mecánica clásica tienen muchas conexiones con
la vida cotidiana, y, aunque a los científicos no les guste recono­
cerlo, es muy probable que no sean más que una transformación
inconsciente. Propongo, como adiestramiento, que se procure apli­
car las leyes del movimiento de Newton a la propia acción co­
tidiana.
Fórmulas, leyes, estructuras científicas son isomórficas con las
acciones cotidianas. Y como el científico ha sido niño antes que
científico (¿no está Piaget en el horizonte?), en las más elaboradas
metodologías vamos a encontrar hábitos infantiles. A veces tene­
mos el testimonio histórico. La química orgánica recibe su empu­
jón definitivo en un autobús de Londres, y Kekulé descubre el ani­
llo de benceno, la apertura de la vía real para la química orgánica
y la industria que va a promover, mientras el sabio adormilado
ante el fuego de la chimenea se deja llevar por fantasías ado­
lescentes.
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Los testimonios pueden multiplicarse, y quizás Einstein nos ha
dejado el testimonio más fehaciente, como espero poder mostrar
en las últimas lecciones. También tendremos ocasión de compro­
bar que las cuatro maneras de explicar científicamente la fuerza de
atracción corresponde a cuatro maneras de relacionarse los
hombres.

III. H umanismo frente a ciencia

Si la ciencia ha tratado de distanciarse del saber vulgar, los


humanistas han tratado de hacer lo mismo frente a los científicos,
a los que consideran sistemáticos, rígidos y sobre todo abstractos.
Los humanistas, llenos de autocomplacencia, señalan que su saber
es más rico y plural que el mundo lineal y plano de la ciencia.
Cuando en vez de la ciencia se trata de la técnica, el rictus de
desdén se acentúa.
El epistemólogo tiene otra idea. La distribución de lo abstracto
y lo concreto no es tan sencilla, pues hay muchas acciones que
distan de ser concretas; al contrario, tienen todos los rasgos de lo
abstracto. Cuando actúo teniendo en cuenta el valor de cambio,
disto mucho de estar realizando una acción que termina en mi
concreto movimiento. Nuestras acciones se mezclan con soltura
con lo universal. Por el contrario, muchas de las ideas de los
humanistas son dogmáticas y están alejadas de la realidad; abstrac­
tas en el peor sentido de la palabra.
Habría que proceder con mucho tacto para no caer en la tenta­
ción de participar en el proceso contra los humanistas, aunque esté
de moda considerarlos esquizofrénicos, siervos del poder, etcétera.

IV. La epistémica

La denominación epistemología es relativamente reciente y una


de tantas muestras de la barbarie de los cultos. Hoy su sentido
permanece ambiguo. Para unos, Piaget entre ellos, es sinónima de
teoría del conocimiento; para otros, Einstein entre ellos, es una
teoría de la ciencia. Es precisamente esta ambigüedad lo que es
interesante, pues permite abarcar tanto las cuestiones del pensa­
miento cotidiano como las del pensamiento científico. Pero la epis­

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temología ha tenido históricamente un rasgo, a mi juicio, rechaza­
ble, y es su dependencia de la filosofía (de la neokantiana sobre
todo) y de la ciencia, como si fuera de nuevo la famosa ancilla,
bien de una, bien de otra. Por eso, durante algún tiempo creí que
sería necesario añadir el calificativo de nueva, incluso escribirla
con mayúscula: Nueva Epistemología, lo que permitiría atribuirle
una situación menos dependiente. En efecto, la epistemología ha
de ser independiente, aunque esto horrorice a los filósofos dogmá­
ticos del tipo de Althusser, pero teniendo cuidado de no caer en el
otro extremo y convertir a la epistemología en una venganza con­
tra la filosofía (piénsese en los científicos anglosajones).
Me gusta más la denominación epistémica, que ante todo
carece de la terminación helénica de «-logia», que suena tan pre­
tenciosa. Pero es difícil introducir un término nuevo, porque
muchas veces produce más obstáculos a la comprensión que un
viejo y gastado término. Piénsese, por ejemplo, en el término de
filosofía.
Considero la epistémica como un saber singular entre los sabe­
res por las siguientes razones:

a) Es un saber ocasional, iluminativo, momentáneo que brota


frente a la praxis del saber.
b) Es un saber efímero, válido en cada caso, y no formaliza-
ble. Este último rasgo la diferencia de la lógica, que en su
comienzo tuvo una posición semejante.
c) No es un saber transitivo (con «transfer»), sino una tarea;
en muchos casos, una aventura apasionante, y siempre, una
apuesta.
d) No es empírica, sino racional.

V. Coda

Sin duda, vivimos en un momento en el que se puede aceptar


un nuevo tipo de saberes accidentales y no formales. Saberes que
no son sistemáticos ni divinos, sino oscuros, titánicos. Hace algu­
nos años, esta propuesta hubiera sido considerada bochornosa,
pero se abre paso la creencia de que para acercarse al mundo puro
y precategorial de la «Leberswelt», la vida-mundo originaria, es
decir, para asistir a una génesis del saber cotidiano y científico, es
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necesario un saber totalmente abierto. Es el momento de la epis-
témica, el saber fractal de nuestro tiempo, el saber libre que no
admite las fronteras entre los saberes y que recuerda la opinión de
Marx de que los sistemas filosóficos se construyen de la misma
manera que los ferrocarriles, aunque con distintos medios. Adhe­
sión a Marx que, por supuesto, tampoco está libre de sospecha y
de reconstrucción epistémica.

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LECCIÓN DOS

LA REALIDAD

El rey se volvió a los ciegos de nacimiento y les dijo: «¡Oh, cie­


gos! ¿Os he mostrado ya el elefante?» «Sí, majestad, nos has mos­
trado ya el elefante». «Decidme entonces, ciegos, ¿cómo es un
elefante?»
Aquellos de entre los ciegos de nacimiento que habían exami­
nado la cabeza del elefante, dijeron: «Un elefante es como un
caldero».
Aquellos que habían examinado la oreja del elefante, dijeron:
«Un elefante es como un abanico». Los que habían examinado el
colmillo, dijeron: «Un elefante es como la reja de un arado» (...). Y
lo mismo ocurrió con los demás. Según hubieran examinado el
lomo, el pie, el trasero, el rabo o la punta de los pelos del rabo,
compararon el elefante con un granero, un pilar, un almirez, una
estaca o una escoba.
B uda

I. Los CAMINOS DE LA REALIDAD

A) El camino de la imaginación: los asteroides tranquilos


Aprendemos a vivir entre cosas. Las cosas se comportan con
nosotros de una manera tranquila, regular, se diría honesta, y para
nosotros no es difícil adaptarse.

N ota: La intención del sermón de Buda era censurar a los monjes dogmáticos.
Desde el punto de vista epistémico, cabe una interpretación diferente: los ciegos
de nacimiento simbolizan los filósofos que han aceptado las condiciones del
conocimiento impuestas por el poder. Filósofos, por la pretensión de verdad, y
sometidos, porque han experimentado en el lugar que el poder ha elegido y lo
que él les ha mostrado.

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Claro que junto con las cosas existen también las personas, y
tenemos que vivir junto a ellas, pero éstas son demasiado compli­
cadas y desconcertantes, lo que hace que la adaptación sea más
difícil.
Pero las cosas no son materia bruta, no son simplemente
madera, metales o plásticos. Las cosas normalmente funcionan o
pueden hacerse funcionar.
El niño aprende a contemplar la estilográfica de papá, las pin­
zas de mamá, su tambor y otras cosas que con gran regularidad
producen los efectos esperados. Las cosas-máquina enseñan, edu­
can; así, pues, son mucho mejores maestros que los hombres, pues
enseñan la constancia, el carácter, la paciencia.
A medida que la vida avanza, aparecen nuevas-cosas, y el
mundo del niño se va poblando de un verdadero cinturón de aste­
roides regulares, familiares. Aparecen la máquina-cuchara, la má­
quina-plato, la máquina-orinal. Son máquinas dóciles, pero llegan
a imponerse, y un día el niño vive definitivamente en un mundo
maquínico con el que ha aprendido a convivir. La realidad está
emergiendo.
Mientras aprende a manipular, a obtener respuestas, el niño
aprende también a percibir. Pero esta conducta solificada conduce
a la imaginación. La manipulación efectiva ya no es necesaria,
basta la manipulación imaginaria, la manipulación interiorizada.
En ese momento el mundo de las cosas se va a ampliar enor­
memente, pues cosas que no se pueden tocar ni manipular se con­
vierten también en máquinas: la máquina estrella, por ejemplo,
permanece intocable, pero es imaginada como manipulable. La
imaginación dobla y multiplica continuamente, llega a los fondos
infinitos del universo.
Las personas también enseñan, pero enseñan otras cosas: la
responsabilidad, la Ley, la culpabilidad, etc. Crean el conflicto y el
problema que presenta el complejo de Edipo sólo se supera cuando
el niño se convierte en máquina frente al padre, al que ve como
persona poderosa y egoísta. Es este ascenso a máquina, a constan­
cia, el camino —sin duda mutilante— hacia la seguridad a que
aspira el niño.

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B) La percepción: el caso Montalbini
Según una información periodística, un espeleólogo italiano,
llamado Montalbini, ha batido el récord de permanencia en una
cueva. Durante 210 días, en un espacio de cuatro metros cuadra­
dos y a 182 metros de profundidad, el espeleólogo ha permanecido
sin saber cuándo era de día o de noche, rodeado de un profundo
silencio, sin más ruido que el producido por unas gotas de agua
que, a fuerza de oírlas, le han permitido llegar a distinguir diecio­
cho sonidos diferentes.
Al salir de la cueva, un periodista le pregunta: «¿Quién eres?»
Responde: «Yo soy yo, pero vosotros sois para mí, en este mo­
mento, sólo un misterioso haz de colores que ha entrado en mi
mundo.»
Montalbini no ha perdido su identidad, pero se han desorgani­
zado sus percepciones. Estas eran un conjunto de mensajes que se
fundían; ahora, la invasión de colores no es mensajero de realidad,
sino una perturbación, una alucinación.
Pronto las percepciones se reorganizarán, los colores se conver­
tirán en una parte orgánica del mensaje y puede que haya algún
retraso, pero el orden volverá, ya que el núcleo personal se ha
mantenido. El concierto acuático ha tendido que contribuir, pero
mientras tanto la realidad es algo inasible, algo que vaga invisible
en la espesura de un bosque. Hay, pues, dos definiciones de reali­
dad en este nivel perceptivo que estamos analizando:
— La realidad espesa, compuesta por colores, pesos, resisten­
cias, etc., y
— La realidad alucinada, escondida, sospechada, etc.

C) El descubrimiento de la frontera: la espalda del mundo


Fernando es un muchacho soriano que pasea por los campos
que describió Antonio Machado. Me lo imagino frente a las «coli­
nas plateadas» y los «grises alcores». En cierta ocasión me contó
que en sus paseos tenía la sensación —no sabía por qué— de que
lo que tenía ante sí era solamente la espalda de algo. Debía ser la
espalda de algo que él nunca había visto. Tiene la sensación de que
aunque alargue sus paseos, estos no le conducirán al otro lado y
permanecerá siempre frente a la espalda. Es como si el verdadero
rostro de la realidad le fuera negado.
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Hay en esta historia un aire existencialista. Es la descripción de
la frontera, un no-paso que se sustantiva y por ello, junto a la
existencia, crece la sensación de hueco, de carencia. Los existencia-
listas han señalado la menesterosidad de nuestra existencia que
aquí queda reflejada.
Se puede pensar que la aspiración a pasar esa frontera es la
consecuencia del recuerdo infantil de un mundo armonioso y no la
imposibilidad trágica de pasar la frontera. A la sensación origina­
ria de exilio de la realidad se une el patetismo por la imposibilidad
de penetrar en un reino que está, sin embargo, tan próximo.

D) El sueño: el caso del hombre-mariposa

Se dice que es una historia china y, por lo menos, es cierto que


tiene el aire que solemos dar a las historias que queremos parezcan
chinas. Dice así:

Un día soñé que era una mariposa y ahora no sé si soy un hombre


que soñó ser una mariposa o una mariposa que sueña ser hombre.

Normalmente, un sueño no supone una ruptura de conciencia


total, como en este caso, pero sí puede suponer una catástrofe epis-
témica, es decir, una catástrofe íntima, que destruye la seguridad
en los valores, aunque permita que la acción continúe. Es un tema
que también figura en la filosofía clásica occidental.
Sócrates: «Por tanto, acerca de las cosas mismas que uno ignora, ¿se
pueden tener opiniones verdaderas?»
Menón: «Me parece que sí».
Sócrates: «En esos momentos, las opiniones han brotado como en un
sueño.»

Este puede ser un buen ejemplo de una catástrofe epistémica,


puesto que Menón sigue viviendo y, por supuesto, conversando
con Sócrates, pero su ignorancia se confunde con su saber, la oscu­
ridad con la luz, y él, como sujeto de conocimiento, tiene que
tener un estado ruinoso.
En el caso del hombre-mariposa se ha perdido la identidad per­
sonal y, por ello, su catástrofe íntima se muestra como insuperable.
Puede ocurrir que continúe viviendo como hombre y, en vez de

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echarse a volar como un lepidóptero, se reúna con los amigos al
café. Sin embargo, no sabrá ya el nombre del mundo en que vive.
Es probable que caiga en la experiencia del mundo vacío que se da
cuando un individuo se encuentra hastiado o angustiado.

E) La responsabilidad: la realidad ética

El dato de que se parte es el dolor, la injusticia, la ignominia


que nos rodea y que hace que todos nos sintamos responsables. La
realidad, en este caso, no puede negarse, porque sería tanto como
negar hipócritamente el dolor y la miseria. Por eso, los reformado­
res sociales han considerado el idealismo como un delito.
En la realidad ética no hay, pues, solamente una cuestión cog­
noscitiva: hay también una exigencia que viene de otro campo y
que no podemos negar sin negarnos a nosotros mismos. La reali­
dad se confunde con nuestro compromiso.

II. La realidad real

A) Los rostros y lugares de la realidad

La realidad se nos ha presentado a lo largo de la exposición


como acogedora cuando avanzamos por la vía de la imaginación:
como espesa, cuando lo hacemos por la vía perceptiva; es trágica
cuando seguimos la vía existencial; destructora, cuando hemos
sufrido una catástrofe epistémica; finalmente, ética, cuando llega­
mos a ella a través de la solidaridad y la responsabilidad. Pero
¿cuál es la realidad real?

B) La realidad de los filósofos

Es ésta una típica pregunta filosófica. No puede contestarse si


no se elige una vía nueva.
Hegel elegiría un método que no era sino la síntesis de todos
los métodos de la filosofía. Era un artefacto imponente, como si el
filósofo de Berlín fuera capaz de movilizar a los filósofos de todos
los tiempos y países. ¿Cómo no conseguir llegar a la realidad real,
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si todo cuanto sobre ella se ha pensado aparece sintetizado, armo­
nizado y sublimado? La victoria era segura.
Otro ejemplo sería Platón, aunque en él se parte de una intui­
ción pura del valor, de una visión que está más allá de las visiones
vacilantes de sus contemporáneos. Es un gran vigor que conmueve.
Sin embargo, desde el punto de vista epistémico, hay una sos­
pecha de círculo. ¿No se está justificando el método pretendida­
mente superior como parte de una realidad superior y viceversa?

C) El derecho a la realidad

Es un sentimiento general que tenemos derecho a elegir el tipo


de realidad. Pero a veces se presenta a la filosofía no como una
pedagogía que ayuda a escoger ese tipo de realidad, sino como una
negación del derecho a elegir la realidad cotidiana. La filosofía no
tiene por qué convertirse en la manera de ilegitimar los tipos que
ella considera inferiores de realidad.

III. Coda

Es frecuente que el buscador de la verdad termine por aspirar


al poder de la verdad y que de la superioridad de los medios cong-
noscitivos se quiera hacer una superioridad de dominación entre
los hombres. Lo superior puede convertirse en thanático. Para el
epistémico, es decir, el analista del saber, el técnico en producción
de saberes o el autor de la simulación del saber, como se quiera
denominar, esta pretensión carece de toda justificación.

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LECCIÓN TRES

LA IMAGINACIÓN

En la historia oficial de Sherlock Holmes no figura el episodio


que voy a relatar, pero existen datos fidedignos de que es cierto.
Como resultado de una insolación, o tal vez de un deslumbra­
miento, el famoso detective se había quedado ciego durante algún
tiempo. Con gran sorpresa, su ayudante, el doctor Watson, com­
probó que a pesar de ello continuaba utilizando la lupa. A las pre­
guntas de Watson, contestó:
—No es exactamente la misma lupa. Esta tiene incorporado un
dispositivo que le permite hablar y aun explicarme lo que está
delante de su foco. Si está ante una huella de fugitivo, me dice la
velocidad a que ha huido, el peso de su cuerpo y el probable lugar
en que ha comprado sus zapatos. A veces, el mecanismo de que
dispone me proporciona datos que tiene memorizados sobre los
lugares donde se venden esos zapatos. Incluso, si le doy un poco de
tiempo, me presenta una serie de posibilidades que, finalmente,
combina para obtener las hipótesis más probables, junto al retrato
robot del fugitivo.
— Una lupa verdaderamente notable —añadió el doctor Wat-
son. A lo que Sherlock Holmes repuso:
—Simplemente, una lupa con imaginación.

I. UNA MODA: LA IMAGINACIÓN

Hoy se habla continuamente de la imaginación. Se pide que


tengamos imaginación para todo: para vestir, vivir, amueblar, para
los pequeños detalles de la vida.
Hace poco se pedía que la imaginación subiese a la cucaña del

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poder. Hoy se pide simplemente que compremos más, y es que ha
aparecido un nuevo uso de la imaginación: el uso mercantil.
La actitud es relativamente nueva y, puesto que se dice que
libera, da prestigio. Mientras que el positivismo atribuía los fallos
del sistema a la no deseada intervención imaginativa, los burgueses
atribuyeron a la imaginación la causa de las dificultades del rigor
moral. La imaginación fue coartada.

II. F unción de lo imaginario

La imaginación no es una facultad, es decir, algo situable entre


otras facultades. Se diría que se la ha querido someter y para ello
se le ha dado su parcela. No, la imaginación es un campo de liber­
tad en la conciencia que, como el electromagnético, es un todo
abierto que no tiene límites. Éste es el rasgo definitivo. Si fuera
una facultad tendría sus normas, su manera de comportarse, su
conducta típica: una anti-imaginación.
Es un campo, pero no vacío, sino un campo poblado por hue­
llas mnémicas, diversas, flotantes. Las huellas no son inertes, como
la huella de una pisada en el barro, sino siempre renacientes. Las
huellas renacientes son una idea de Sartre. La imagen estaba
pegada y la repetición formaba como una película que podía des­
prenderse y permanecer por sí misma. Es esta película la que al
introducirse en el campo de lo imaginario recibe innumerables
impactos brownianos. Así explica que la libertad y el azar trans­
formen la leve película de la imagen. Función, pues, de libertad y
de azar. Pretender dirigir la imaginación es desconocer su manera
de funcionar.

III. USOS DE LA IMAGINACIÓN

El uso existencial: la imagen unitiva

Existen intervalos entre los hombres. No somos una colonia de


pólipos o esponjas. Ese espacio vacío ha de ser, si no llenado, por
lo menos enlazado. La imaginación es ese lazo que une la disper­
sión y separación de los cuerpos físicos.
Necesito creer que la mirada me une al otro, que mi palabra le
llega, que mi recuerdo nos reúne.
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Estamos frente a frente y veo tu mano. Tu mano, que me dio el
otro día un cariñoso golpe en la espalda con el propósito de ani­
marme. Y bien veo que tu mano ha dejado de ser anatomía y que
se convierte en un hilo que nos une, que une nuestros cuerpos físi­
camente separados.

El uso científico de la imaginación: la imagen recurrente

En un principio, el científico aspira a desarrollar su ciencia en


una sola secuencia: le pasa lo mismo que a los cineastas. Pero esto
es muy difícil de conseguir si la ciencia ha de adaptarse a los nume­
rosos problemas que presenta. La ciencia, pues, exige continuida­
des, lo que produce inevitablemente diferencias entre ellas. La
imaginación es el sucedáneo de la unidad no conseguida.
Unas palabras de Einstein como cita-testimonio:

¿Qué es en realidad pensar? Cuando, como consecuencia de la recep­


ción de impresiones sensoriales, surgen imágenes de la memoria, esto no
es aún «pensar». Cuando tales imágenes forman series, cada uno de cuyos
miembros provoca la aparición del otro, tampoco esto es «pensar». Mas
cuando una de estas imágenes se repite una y otra vez en muchas de esas
series, entonces dicha imagen se convierte, en virtud de su recurrencia, en
un elemento ordenador, al conectar entre sí series que de suyo no guar­
dan relación alguna. Pienso que la transición de la libre asociación o
«soñar» al «pensar» viene caracterizada por el papel más o menos domi­
nante que en ello desempeñe el «concepto». En realidad, no es necesario
que un concepto vaya ligado a un signo sensorialmente perceptible o
reproducible (palabra), pero si de hecho lo está, el pensamiento es
comunicable.
Albert Einstein

La imaginación recurrente ha estado siempre presente en la


ciencia. Pero en la Alquimia era algo más que un elemento unifi-
cador: era un núcleo metódico. No se esperaba a que se presentase,
se buscaba, se provocaba. Así la imagen de Saturno, el devorador,
se relacionaba con un planeta, con el plomo, con el sábado, con lo
negro, con algunos tipos de música fugada. Es indudable que con
este uso de las imágenes se conseguía unificar una visión del
universo.

21
Uso sígnico: la imagen evocadora

En una tabla renacentista de Pedro Berruguete que se encuen­


tra en Paredes de Nava (Palencia) aparece un personaje.

a) Se nos representa el personaje mediante una imagen-signo


de la realeza: cetro, corona, púrpura.
b) Se trata de Salomón y es una réplica del icono fijado por la
tradición.
c) Es el símbolo de la Sabiduría, refrendado por la mirada
penetrante, el rubí sobre la frente y el libro abierto. Este
símbolo enlaza con una tradición antiquísima, mezcla con
la alquimia.

IV. I maginar la imaginación

La inteligencia se pregunta por sus propias estructuras, sus


conexiones, su lógica. Pero si la imaginación se preguntase algo,
cosa que naturalmente no hace, nunca se podría preguntar por su
propia estructura, ya que es proteica.

La imaginación no puede ser estudiada, sino por la imaginación,


soñando imágenes, tal como se componen en la ensoñación.
GASTON BACHELARD

El primer resultado de este imaginar lo imaginario es que, aun­


que ascendamos a imágenes cada vez más amplias, nunca llegare­
mos a la Gran Imagen, a la Imagen Madre. Todo lo más llegare­
mos a cuatro arquetipos, cuatro imágenes, con fuerza generativa,
de la que están colgadas las formas de pensamiento o acción, que
son cuatro imágenes matriciales de la realidad:

— árbol
— laberinto
— bucle
— puente.

22
A ellas habría que añadir las dos imágenes matriciales del
protagonista:

— partícula
— campo.

«¿De qué y de quién me hablas?» «Te hablo de todo lo innumerable»,


respondió el Neófito.
Estuvieron callados durante un rato y el Maestro continuó: «Yo sé
que me hablas sólo de árboles, de laberintos, de bucles y de puentes. Eso
es todo lo que hablas.»
Antes de que el Neófito tuviera tiempo de responder, el Maestro dijo:
«Y entre esas cuatro figuras, tú imaginas que se mueve un hombre.»
El Neófito calló intensamente mientras meditaba las palabras del
Maestro.

Supongamos que el hombre es una partícula (no puede ser,


imaginariamente, más que una partícula o un campo). Esta partícu­
la se moverá de cuatro maneras diferentes, según el modelo que
siga. Su pensamiento podrá realizarse sólo por cuatro caminos:
podrá realizar diairesis o bifurcaciones en un árbol imaginario,
podrá entregarse al azar del laberinto, podrá volver sobre sí mismo
transformado en bucle; podrá ir hacia lo transcendente por un
puente simbólico.
Si el hombre fuera un campo, en él se condensarían las formas
fundamentales, sería campo bifurcado, campo laberintizado, cam­
po en bucle o campo estirándose hacia otro campo.
Hay también una imagen utópica que no ha sido alcanzada,
que sería la gran envolvente de todo cuanto existe. La imaginación
tiene sus límites, pues no puede alejarse de las cosas concretas en
que nació.

23
LECCION CUATRO

LA PALABRA

Marco Polo, junto a su padre y a su tío, salió de San Juan de


Acre, en Tierra Santa, acompañado de dos frailes, escogidos por el
nuncio de Su Santidad entre los más sabios, con el objeto de ense­
ñar la doctrina cristiana al Gran Khan. A los pocos días, los frailes
desistieron del viaje y de la alta misión encomendada y se volvieron
a San Juan de Acre. Sin duda, comprobaron que el viaje era de­
masiado peligroso. También desertó —tal parece ser la palabra
apropiada— un fámulo veneciano, que quedó con unos nómadas
que se cruzaron por el camino. Al final, el fámulo fue llevado por
los nómadas, que buscaban pastos, hasta la lejana Mesopotamia.
Desde allí regresó por mar con unos piratas. Después de siete años
llegó, por fin, a Venecia, donde fue apresado al no saber explicar
por qué había abandonado a su señor. En la cárcel, por medio de
otro preso de nacionalidad francesa y muy letrado, dictó sus memo­
rias de viaje.
Según el fámulo, los nómadas que le recogieron hablaban una
lengua muy rica, pero que tenía la particularidad de carecer de una
palabra para designar el dedo.

I. P rimera introducción: el anillo flotante

En un manual sobre teorías del lenguaje encontré una sorpren­


dente explicación del lenguaje. Trataba de explicar la naturaleza de
éste remitiéndose directamente a las conductas simbólicas y como,
claro está, las conductas simbólicas eran algo oscuro para quien no
supiera lo que es lenguaje, remitía a continuación a una facultad

25
del hombre que le permitía expresarse. Se quedaba uno bastante
perplejo, pues era muy difícil saber lo que es la facultad de expre­
sarse sin saber previamente lo que es el lenguaje.
La ingenuidad circular era evidente, pero no ocasionada úni­
camente por una falta de crítica, sino propiciada por la misma
naturaleza cerrada que el lenguaje presenta.
Esta característica impide encontrar una definición inicial no
sólo del lenguaje, sino de toda la constelación de conceptos que
están unidos a él. No se puede conocer ninguno en concreto sin
conocer los demás.
Ante esta situación, y si no se quiere caer en el círculo, se puede
recurrir a la simulación. Se simula que ya estamos dentro del
conocimiento del lenguaje y damos por sabido un punto cual­
quiera. A partir de él los otros podrán ser establecidos.
Se sabe que la simulación da buenos resultados en algunas
ciencias, cuando es posible salir de la simulación a lo exterior para
comprobarla. En el caso del lenguaje, esto no puede realizarse,
pues lo que hay fuera del lenguaje ya no es lenguaje. Por eso, las
teorías del lenguaje son una especie de anillo flotante. Se autoex-
plican, pero no tienen contacto con otro tipo de fenómenos.

II. Introducción segunda : las teorías burbuja

La mayoría de las teorías sobre el lenguaje son el producto de


un reductivismo —quizá necesario para construir la teoría—, pero
que lleva a que, en cuanto la teoría se pone en contacto con la
realidad, es incapaz de resistir. Las teorías de Wittgenstein son
quizás el mejor ejemplo.

III. A cercamiento y perspectivas

La soledad y las palabras

La soledad nos proporciona el primer acercamiento a nuestro


tema, un acercamiento que quizá para algunos sea demasiado
metafórico.
Frente al hombre solitario, el lenguaje se levanta como una
especie de castillo encantado que hace fuertes y ricos en posibilida­
26
des a los que habitan dentro, pero que, por castillo y quizá por
encantado, no presenta fácil acceso. Pero ocurre que el hombre no
se pude resignar a pasar de largo, sabiendo que allí está el remedio
a su soledad.
Ahora bien, la soledad no es simplemente algo que acaece al
algunos, sino un mal endémico que va empobreciendo nuestra
existencia. Sin embargo, si disponemos de la palabra, si habitamos
dentro del castillo, podremos refundar el contorno. Así podemos
hablar de dos funciones de la palabra:

a) El ejercicio de la palabra frente a la muerte. Lo único que


se puede librar de esta caída, según Heidegger, es la pala­
bra de los poetas.
b) La re-humanización por la palabra. Ésta no ha de enten­
derse de una manera fónica ni escritural, sino como gesto
del hombre, un gesto que tiene múltiples raíces psicológi­
cas, físicas, sociales, culturales, pero que es algo más que la
suma de todas esas raíces.

Sinsentido y discurso

El sentido es algo más que una coherencia, que una lógica, que
una explicación, y, por ello, su contrario, el sinsentido, es un
auténtico desastre que rebasa lo puramente lógico. Ahora bien, si
contra la soledad teníamos la palabra, frente al sinsentido tenemos
el discurso, generador natural de sentidos.
Es curioso que hasta hace poco casi no se hablaba del discurso.
Parece que hemos vivido durante siglos a su lado, descono­
ciéndole.
Foucault encuentra en el discurso una «voz anónima» con la
que intentamos identificarnos, aunque no pasamos de ser más que
«una pequeña laguna en el azar de su desarrollo».
Según esto, nunca el discurso es plenamente nuestro, pero no
podemos pasar de largo, si queremos librarnos del sinsentido.

El discurso que hoy debo pronunciar, y en todos aquellos que quizás


habré de pronunciar aquí, hubiera preferido poder deslizarme subrepti­
ciamente. Más que tomar la palabra, hubiera preferido verme envuelto
por ella y transportado más allá de todo posible inicio. Me hubiera gus­

27
tado darme cuenta de que en el momento de ponerme a hablar ya me
precedía una voz sin nombre desde hacía tiempo; me habría bastado
entonces con encadenar, proseguir la frase, introducirme sin ser advertido
en sus intersticios, como si ella me hubiera hecho señas, quedándose un
momento interrumpida. No habría, por tanto, inicio; y en lugar de ser
aquél de quien procede el discurso, yo sería más bien una pequeña laguna
en el azar de su desarrollo, el punto de su desaparición posible.
MICHEL FOUCAULT

El discurso tiende a centrarse sobre sí mismo, a asumir su contexto, lo


que nunca conseguirá totalmente, pues siempre estará rehaciéndose, sin
conocer la plenitud.
L. M. S.

Incomunicación y lenguaje

Todos conocemos individuos que padecen dificultades de co­


municación, pero éstas pueden ser accidentales. Hay también entre
los hombres una incomunicación profunda, positiva, esencial. En
la charla banal, el lenguaje puede luchar contra la incomunicación
accidental. Pero en las capas más profundas, el lenguaje lucha a
duras penas. No basta que tengan mensajes que emitir; es necesario
que se cumplan otras condiciones complicadas. La comunicación
no es, pues, un fenómeno olímpico, sino harto precario.
La comunicación conlleva diferentes funciones, entre las que se
distinguen tres que podrían ser aceptadas por casi todos los
lingüistas:

— denotativa
— performativa
— prescriptiva.

Otras posiciones

Otros autores señalan como funciones del lenguaje la semanti-


zación de la realidad, la clasificación de los objetos, la categoriza-
ción de los conceptos. Así, pues, y siguiendo esta teoría, más allá
del mensaje existiría una reestructuración de la realidad.

28
El sistema lingüístico no es sólo un instrumento en el que se plasman
nuestras ideas, en el que se crean los programas y los planes de la activi­
dad humana, en el que se analizan las impresiones, se agrupan (...) nos­
otros dividimos la naturaleza en aquellas principales direcciones que
están presentes en nuestro lenguaje; de nuestras categorías que se hallan
en el sistema lingüístico.
WHORF

IV. El caso Wittgenstein

Wittgenstein ha mantenido dos posturas frente al lenguaje y las


dos las ha sostenido de manera radical. Radicalismo tan encanta­
dor como vulnerable.
La primera de sus posiciones se ha llamado figuracionismo, y
sostiene la correspondencia estructural entre las proposiciones
(atómicas) y los hechos reales.
La segunda puede denominarse teoría de los juegos, y viene a
convertirse en juegos que engranan con la realidad. De tal manera,
la teoría del reflejo queda con esto no sólo abandonada, sino
negada.

El figuracionismo

Los enunciados —proposiciones— son rigurosamente figura,


retrato, «Bild» de la realidad.

Una proposición elemental representa o figura un hecho atómico. El


lenguaje puede ser considerado (...) como un instrumento con ayuda del
cual podemos figurar o representar el mundo. De ahí, pues, que el len­
guaje constituya el límite lógico del mundo.
Ludwig Wittgenstein

Si los Principia Mathematica, de Bertrand Russell, habían lle­


gado al máximo formalismo de las matemáticas, Wittgenstein,
como buen discípulo, tratará de acercar ese formalismo a la reali­
dad. Las proposiciones no podían ser una quimera; tenían que
hablar del mundo.
Pero surgieron dificultades. Las proposiciones tautológicas, al
29
no tener contenido empírico, no pueden referirse al mundo, luego
no cabe de ellas ninguna verificación. Esto le colocaba frente al
sinsentido. ¿Son las proposiciones tautológicas sinsentido?

El gesto de Sraffa

Si en este primer Wittgenstein, la función del lenguaje se ha


reducido a reflejar el mundo, este reduccionismo dejaba fuera
demasiadas cosas. Por supuesto, quedaba fuera todo el pensa­
miento que se piensa a sí mismo, pero lo grave es que su teoría no
conseguía poner en claro cómo funcionaba el reflejo. En algunos
casos se reveló como imposible.

En Cambridge residía un economista italiano, Piero Sraffa, con el que


Wittgenstein tenía costumbre de intercambiar ideas. Habiendo comen­
zado un día a glosar Wittgenstein la tesis del Tractatus (donde se expone
la teoría del reflejo), acerca de la identidad entre los hechos y las proposi­
ciones figurativas de los mismos, Sraffa hizo un gesto con la mano, usual
entre los napolitanos para expresar el desprecio, preguntándole acto
seguido a Wittgenstein por la forma de este gesto. De acuerdo con un
testimonio del propio Wittgenstein, fue esta petición de Sraffa lo que
incitó a poner en duda su tesis acerca de la forma lógica de los hechos,
tesis de la que —como es sabido— terminó por distanciarse.
JUSTUS Hartnack

El último Wittgenstein

Se encuentra en las Investigaciones filosóficas. Aquí el lenguaje


aparece con una funcionalidad múltiple con diferentes juegos
(Sprechspiel, language-game).

De acuerdo con las Investigaciones filosóficas, el lenguaje sirve para


propósitos muy diferentes: para describir, para nombrar, para dar órde­
nes, para rogar, para designar y así sucesivamente. Y los significados de
los términos y expresiones dependen de los juegos lingüísticos en los que
unos y otros se integran. El problema filosófico como tal se debe a un
malentendido concerniente al juego lingüístico en el que ocurre el uso de
una determinada palabra, expresión o enunciado. Y la tarea del filósofo
se identifica con la disolución de dicho malentendido.
Justus Hartnack

30
La nominación

Es el juego más obvio, y Wittgenstein recuerda unas palabras


de San Agustín en las que relata cómo empezó a hablar repitiendo
palabras. Pero pronto Wittgenstein se dio cuenta de las limitacio­
nes de la nominación para sustituir a las complejas funciones del
lenguaje. Para ejercer el juego de nominación hace falta dominar
otros juegos. Si el maestro dice «martillo» y el ayudante le da un
martillo es porque además del juego de la nominación el ayudante
conoce otros.

...en este juego lingüístico, «martillo» no significa sólo esa determi­


nada herramienta: significa también que el ayudante debe ir por ella y
dársela al artesano. Y lo mismo sucede con el juego lingüístico descrito
por Agustín de Hipona. Por mucho que éste conociera los que las diver­
sas palabras nombran, no por ello sabría usarlas. No habría aprendido,
en efecto, a impartir o comprender órdenes, a rogar o comprender rue­
gos, a plantear o entender preguntas, etc. Que sepamos los nombres de
las figuras de ajedrez o conozcamos las cartas de la baraja no quiere decir
que sepamos jugar al ajedrez o jugar al poker. Conocer los nombres de
un lenguaje no equivale tampoco a hablarlo.
JUSTUS H artnack

V. Dos CONCLUSIONES

Conclusión primera

a) La soledad renace continuamente; por tanto, es imposible


una victoria definitiva del lenguaje.
b) El sentido permanece siempre precario, pues el texto del
discurso no logra asumir totalmente el contexto.
c) El juego del lenguaje crea las propias reglas. Esto exige que
estén siempre cambiando y la comunicación nunca esté
asegurada totalmente.

En síntesis: ni la palabra, ni el discurso, ni el lenguaje son abso­


lutos. Están siempre recomenzando y emergiendo.
Después de haber esperado todo del lenguaje, apretado por la
crítica, Wittgenstein reconoce que el fin de su teoría del lenguaje es
ayudar a espantar moscas.
31
¿Cuál es tu objetivo en la filosofía? Mostrar a la mosca la salida del
mosquitero.
LUDWIG WlTTGENSTEIN

Conclusión segunda

El tema del lenguaje es un tema imposible. Abarca todos los


aspectos de la vida y ninguno de estos aspectos pueden ser ilumi­
nados sin oscurecer los otros. Podríamos imaginar un concierto en
el que los músicos exigieran ser oídos con completa nitidez en el
concierto total. Entre los músicos tendríamos Heidegger con su
metafísica de la palabra fundadora; Foucault, con su discurso y la
pretensión de encontrar un sentido anónimo y general; Watzla-
wick, con su comunicacionismo de Palo Alto; Jakobson, con sus
funciones del lenguaje; Chomsky, aportando sus estructuras más o
menos platónicas; Greimas con su semántica. ¿Cómo hacer oír a la
vez a todos? Incluso si llamásemos a Marx para que impusiese
orden, sería imposible oír algo.

Los filósofos no tendrían más que retrotraer su lenguaje ordinario,


del que se han abstraído, para darse cuenta de que el suyo no es sino el
lenguaje deformado del mundo real, tomando así buena nota de que ni
las ideas ni el lenguaje forman un reino aparte; unas y otro son simple­
mente manifestaciones de la vida real.
Karl M arx

32
LECCIÓN CINCO

LA OTRA INTELIGENCIA

Había una vez un hombre que buscaba algo y no sabía qué.


Otro le preguntó:
—¿Cómo puedes esforzarte tanto si no sabes lo que buscas?
—No importa —le respondió—. Cuando lo encuentre lo sabré.

I. H istoria de la inteligencia

La primera etapa de la historia de la inteligencia ha durado dos


mil quinientos años. La segunda acaba de comenzar y no sabemos
cuánto durará.
En la primera, la inteligencia trató de convertirse en un arte­
facto formalizante que venciera definitivamente las insidias del
escepticismo; en cambio, en esta segunda etapa, la inteligencia
trata de redefinirse, y cabe que se esté preparando para un nuevo
paso hacia una inteligencia utópica. Si esto es plausible, tendría­
mos que reconocer que todavía vivimos en una preinteligencia.
Si durante la primera etapa el espectro amenazante fue el
escepticismo, enemigo no sólo del saber, sino de la sociedad polí­
tica —por incompatible con el principio de autoridad—, en la
segunda etapa lo que se intenta es ganar la batalla de la eficacia, de
la productividad, pues la falta de eficacia es también una amenaza
para el sistema.
Si el capitalismo no mantiene una alta productividad, se pro­
duciría un derrumbe generalizado. Ante la nueva situación, ha

33
aparecido el fenómeno, nunca visto hasta ahora, de la movilización
conjunta de la técnica y la filosofía. Una alianza que hace años
nadie hubiera considerado posible.

II. Comienza la historia

La historia de la formalización de la inteligencia, que conduci­


ría a la axiomática de los Principia Mathematica de Russell y Whi-
tehead, puede situarse en el seno de la meditación política de Aris­
tóteles y de la tarea secularizadora de Euclides.
Aristóteles se enfrenta a los escépticos, que negaban la posibili­
dad de toda prueba, puesto que toda prueba llevaba a un regreso
infinito. Para evitar este regreso, Aristóteles postula la existencia
de principios (enunciados, diríamos hoy) que tienen un valor
excepcional de credibilidad. Nótese que la introducción de unos
principios intocables producía una escisión en el mundo del pen­
samiento, pero ésta no era sino una réplica del dualismo aris­
totélico.
Toda ciencia demostrativa tiene que partir de principios indemostra­
bles; de otro modo, los pasos de las demostraciones serían infinitos. De
estos principios indemostrables algunos son (a) comunes a todas las cien­
cias, otros (b) son particulares o peculiares a una ciencia particular; los
principios comunes son los axiomas, generalmente ejemplificados por el
axioma de que si se sustraen cantidades iguales, los restos son iguales. En
(b) tenemos, primero, el género o materia tratada, cuya existencia hay
que suponer.
ARISTÓTELES

Euclides es el complemento geométrico de Aristóteles, y aun­


que Los Elementos no sean una obra original, sí se puede atribuir
a Euclides el haber secularizado la geometría, que era de origen
esotérico. La geometría profana y pública se convierte en un arma
política.
El contenido de Los Elementos se distribuye en tres niveles:
Nivel de los axiomas, nivel de los postulados y nivel de las propo­
siciones (que son en número 465).
Como elementos conectivos tenemos las definiciones y las
demostraciones, que todavía constituyen una preciosa gimnasia
intelectual.
34
Todo pareció claro. Una ciencia completa, con principios y
conclusiones, convertible en modelo de cualquier otra ciencia posi­
ble. Todo perfecto, a no ser la cuestión del quinto postulado, que
parece hizo vacilar al mismo Euclides, pues no se atrevió a deno­
minarlo axioma. (Si una recta que corta a otras dos, forma ángu­
los internos de un lado menores de dos rectos, las dos rectas, si se
prolongan indefinidamente, se cortan por el lado en que están los
ángulos menores de dos rectos).
Este postulado dio materia de discusión a los matemáticos
renacentistas y preocupó de manera intermitente hasta hace poco
más de un siglo, en el que la cuestión dio un brusco giro: aparecie­
ron las geometrías no-euclideanas y, con ello, pasó a segundo
plano la cuestión de si el postulado era de naturaleza lógica o de
naturaleza física.

111. La transición

Peano y Hilbert van a acometer la tarea de axiomatizar de una


manera crítica la aritmética y la geometría. Son el acompaña­
miento —anterior y posterior— del esplendor lógico de los Prin­
cipia.
Se selecciona el punto de partida y los indefinibles que servirán
de base y que cubrirán un campo teórico completo. Los indefini­
bles son términos primitivos que no es posible desmenuzar. Son
formas muy estables (¿innatas o descubrimientos geniales?).
En el caso de Peano tenemos:

— el cero
— el número
— el sucesor.

Es verdaderamente genial este hallazgo, pues supone una intui­


ción profunda del verdadero tema de la aritmética. Hablamos en
torno a esos indefinibles, esos personajes, y todo lo que construi­
mos es una novela perfectamente lógica de lo que sobre ellos
podemos decir.
Y si lo que podemos decir se selecciona, puede resultar que
tengamos una serie de afirmaciones, que van a constituir los postu­
lados (axiomas):
35
— Pl. O es un número.
— P2. El sucesor de cualquier número es un número.
— P3. Dos números no tienen nunca el mismo sucesor.
— P4. El cero no es un sucesor de ningún número.
— P5. Si P es una propiedad tal que: a) cero tiene la propie­
dad P, y b) siempre que un número «n» tiene la propie­
dad P, entonces el sucesor de «n» tiene también la
misma propiedad P, y todo número tiene la propie­
dad P.

La naturaleza conversacional de la aritmética se da también en


la geometría. Lo primero que habría que saber es de qué habla.
Podíamos proponer los siguientes temas:

— el punto
— la línea recta
— las paralelas.

Pero también podíamos sostener que una geometría esencial


debería tratar únicamente de puntos y de líneas, borrando las para­
lelas, elemento perturbador, caballo de Troya de la geometría,
incluso borrando lo de recta, por el carácter indefinido de línea.
En el caso de Hilbert se eligieron seis conceptos primitivos
mucho más formalizados:

— el punto
— la línea recta
— el yacer (yacer en una línea)
— el estar entre
— la congruencia de segmentos de líneas
— la congruencia de ángulos.

Es un ejercicio tonificante charlar sobre esas cosas llamadas


puntos y líneas.

IV. Goria y miseria de los P r in c ip ia M a t h e m a t ic a

La vieja civilización de Occidente tiene el sentimiento de estar


cerca de la cumbre. Los Principia son el monumento que habría

36
que colocar en esa cumbre. El escepticismo, siempre renaciente,
nada podría ya hacer contra un sistema que había conseguido una
formulación lógica perfecta, la más perfecta, basada en un con­
junto de verdaderos axiomas. Pero a medida que el castillo mejora
sus defensas, ahoga las verdades que defiende, y lo que hay dentro
es, cruel ironía, un conjunto de trivialidades. Así, pues, la aventura
termina en la más sublime trivialidad.
Sigamos algunos pasos de esta aventura.

A) La pureza

El primer paso que habrá que dar será la eliminación de los


indefinibles con que comienzan otros sistemas axiomáticos. La
pureza ha de eliminar ese contacto. Ni siquiera el concepto de
número será buen comienzo; así, pues, es sustituido por el de clase.

xEC (x pertenece a C)

Podemos quedar tranquilos, pues en el «definiens» no hay nin­


gún término aritmético. Para la logificación de las matemáticas,
este paso era necesario, y la desaritmetización es la penitencia que
permitirá entrar en el universo lógico.

B) El silencio matemático

Choca que se introduzcan signos en lugar de palabras. Las


matemáticas, en adelante, se podrán escribir, pero no se podrán
hablar. Tendremos variables sentencíales y conectivos sentencíales
(no, o, sí... entonces, paréntesis).

C) Desarrollo mecánico

Una serie de reglas de formación, de transformación, de susti­


tución y de separación. Todo muy seguro; todo sin riesgo, pero, a
la vez, todo muy primitivo, muy mecánico.

37
D) La elección de los axiomas

Serán axiomas trivialismos del tipo:

— Si una cosa no puede ser más que ella misma, es ella misma.
— Si una sentencia existe, o es verdadera o la verdadera es
otra.

Pero las paradojas se niegan a morir

Russell ha intentado la eliminación de las paradojas que po­


drían arruinar el edificio formal al llevar a la contradicción. Pero
aunque algunas paradojas pudieran ser evitadas, otras se empeña­
ron en renacer.
Pudo vencerse la llamada paradoja de Russell, que ha sido des­
crita de la manera siguiente:

... Russell construyó una contradicción en el marco de las mismísima


lógica elemental, una contradicción que es una analogía exacta de la
antinomia desarrollada primero en la teoría de Cantor de los números
trasfinitos. La antinomia de Russell puede formularse como sigue: las
clases pueden dividirse en dos grupos, las que se contienen a sí mismas
como miembros y las que no. Llamaremos «normal» a una clase si y sólo
si no se contiene a sí misma como miembro. En otro caso es «no-
normal». Un ejemplo de clase normal es la clase de los matemáticos, pues
evidentemente esta clase no es ella misma un matemático y, por tanto, no
es miembro de sí misma. Un ejemplo de clases normales es la clase de
todas la cosas pensables, porque la clase de todas las cosas pensables es
ella misma una cosa pensable y, por tanto, miembro de sí misma. Admi­
tamos ahora, por definición, que «N» es el nombre de todas las clases
normales. Y preguntemos si N misma es una clase normal. Si N es nor­
mal, es un miembro de sí misma, pues por definición de «N», N contiene
a todas las clases normales; pero entonces N es también no normal,
puesto que, por definición de «no-normal», clases no normales son las
que se contienen a sí mismas como miembros. A la inversa, si N es no
normal, entonces es miembro de sí misma, por definición de «no-
normal»; pero entonces es también normal, porque pertenece a N, que es
la clase de todas las clases normales. Dicho de otro modo: N es normal si
y sólo si no es normal.
N agel y N ewmann

38
Frente a esta paradoja, las reglas de Russell sobre las clases
permitieron evitar la paradoja. Ninguna clase se contiene a sí
misma, sólo contiene a las inferiores.
Pero ¿cómo desautorizar la paradoja de Epiménides? No basta­
ría decir que se emplea un doble lenguaje y que uno de ellos no
tiene sentido... porque lo tienen ambos. Tanto sentido tiene el que
«los cretenses son unos mentirosos», como que «Epiménides es
cretense».
Parece un problema baladí, pero no lo es. A no ser que des­
autoricemos todo el lenguaje en su conjunto, y en ese caso ¿qué
sentido tendría la lógica?

V. D escubrimiento de la incompletitud

¿Es posible cerrar el mundo de la verdad a la manera de los


formalistas, de tal modo que no quede una verdad que no esté
integrada en el sistema como un elemento deductible? Parece que
es posible, pues si hubiera algo que no fuera deducible, se podían
ampliar los axiomas hasta que tuviesen la capacidad de convertir
en teorema suyo a toda verdad. Esta propiedad se llamaría com-
pletitud. Ahora bien, supongamos que alguien afirma que esto no
es cierto, puesto que hay verdades que no son deducibles y no sólo
de hecho, sino de derecho. Entonces establecería el teorema de que
«todo sistema axiomático padece incompletitud». Fue Gódel el que
demostró este teorema. Luego la lógica formal refutó a la lógica
formal.

Toda formulación axiomática de la teoría de los números


incluye proposiciones indeducibles.

Epiménides de nuevo

Si se pudiera volver a introducir la paradoja de Epiménides en


el sistema formal de los Principia Mathematica, esta paradoja
haría estallar el sistema formal. Pero esto tenía dificultades técni­
cas considerables, y el mérito de Gódel fue el resolverlas.

39
El número de Gódel

Atribuir un número a cada signo y a cada variable para que


cada fórmula estuviera representada por un número. Esto suponía
reducir lo metamatemático al mismo nivel de lo matemático.

El meollo de la cuestión

Demostrar que la indemostrabilidad de nuestra demostración:

x — Dem. (x,y)

cuyo número de Gódel es «n», sustituyendo

x — Dem. (x,n)

lo que será demostrable o no demostrable. Si es demostrable, es


indemostrable, y si es indemostrable, es demostrable. Es decir,
estamos ya de nuevo ante la paradoja.

VI. S egunda etapa

Estamos ante la aparición de una nueva forma de la inteligen­


cia menos formal, que no es ni maquínica ni humana. Aún es
pronto para conocer las características que va a tener. Por ahora se
parte de rasgos generales. Véanse, por ejemplo, los aportados por
Hofstadter en Gódel, Escher, Bach:

— Responder flexiblemente a las situaciones;


— sacar provecho de circunstancias fortuitas;
— hallar sentido a mensajes ambiguos o contradictorios;
— reconocer la importancia relativa de los diferentes elemen­
tos de una situación;
— encontrar semejanzas entre varias situaciones, pese a las
diferencias que puedan separarlas;
— descubrir diferencias entre varias situaciones, pese a las
semejanzas que puedan vincularlas;
— sintetizar nuevos conceptos sobre la base de conceptos vie-

40
jos que se toman y se reacomodan de nueva manera;
— salir con ideas novedosas.

Dos causas han contribuido al cambio, una teórica y otra prác­


tica. La primera viene naturalmente del impacto de Gddel; la
segunda, de los nuevos ordenadores y de la obra de Ninsky Pasos
hacia una inteligencia artificial. Los humanistas que se habían
puesto muy contentos con el teorema de Gddel, ya no lo están
tanto ante la intervención de las máquinas.

Los humanistas, desconcertados

Si están desconcertados es porque cuando estaban disfrutando


de su victoria sobre el rígido formalismo (victoria conseguida por
Gddel), se abre un nuevo frente y las máquinas empiezan a ocupar
el campo. Aún es pronto para saber qué camino va a tomar la
inteligencia. Desde luego, tomará caminos más flexibles, pero sin
que podamos decir si es hacia una deshumanización o hacia una
desmaquinización.

Nuevos hechos

El panorama está cambiando ante nuevos hechos que antes no


se hubieran concebido.

A) La robotización ha demostrado que es más fácil construir


una máquina que juegue al ajedrez de manera superior a un juga­
dor medio, que construir una máquina que reconozca un objeto.
Paralelamente, para el cerebro del hombre, es más complicado sos­
tener una conversación coloquial que leer una página de los Prin­
cipia Mathematica.
B) Se ha descubierto que la traducción de un idioma a otro
no se hace directamente, sino a través de un tercero. Es decir, al
hacer una traducción, se hacen dos simultáneas. Hay, pues, un tra­
bajo invisible. Como lo hay en el caso de las sombras chinescas.
Todo contribuye a pensar que no nos movemos en un mundo
plano.
41
La importancia de las nuevas lógicas

Las lógicas de baja certidumbre, de razonamiento aproximado,


y los comportamientos heurísticos. Esto está en proceso de am­
pliación.

La inteligencia artificial

Trata de imitar el comportamiento humano real. Se han cons­


truido máquinas que no son secuenciales, sino que se mueven den­
tro de esquemas arborescentes o en bucles.

Si los nodos finales de una serie de líneas formando un camino


son los mismos, sin que existan dos o más líneas iguales, al camino
se le llama bucle. A un camino direccionado cuyos puntos de
salida y entrada son iguales, se llama bucle direccionado. Un grá­
fico en el cual todos los nodos están conectados por caminos recibe
el nombre de gráfico conectado. Un árbol es un gráfico conectado
sin bucles.

El efecto del retorno

Antes de que pueda reproducirse verdaderamente el compor­


tamiento inteligente, parece que será necesario resolver cierto
número de problemas, entre ellos la integración de los diferentes
modos de razonamiento dentro del mismo sistema, el razona­
miento del sentido común, así como la evolución en el tiempo, la
•generalización y la utilización de los conocimientos adquiridos. De
cualquier modo, los sistemas expertos tienen un efecto benéfico; el
efecto de retorno, en tanto que durante la concepción de un sis­
tema experto, el especialista está obligado a reflexionar sobre su
propia práctica y a desglosar los heurísticos que utiliza, toma con­
ciencia de un saber que poseía e ignoraba. Así aprende a estructu­
rar mejor su conocimiento y con ello progresa su propia disciplina
y la transmite mejor a otros expertos humanos.

42
LECCIÓN SEIS

EL PENSAMIENTO

Supongamos que quiero imaginar un hombre completamente


libre y que estoy dispuesto a suprimir de mi descripción imaginaria
todo aspecto que, bien analizado, perjudique su libertad. Poco a
poco voy suprimiendo uno y otro aspecto, pero siempre aparece
uno nuevo que se revela como liberticida.
Para apoyarme en un caso concreto, imagino un músico actuan­
do en su cuarto y lejos de la presencia del público, ya que la presen­
cia de éste podría restar libertad, pues aunque fuera un público
completamente abierto, su mera presencia influiría. Pronto me doy
cuenta de que también el instrumento tendrá que ser no uno cual­
quiera, sino el que conozca el músico. Será el arpa, el violín, el
piano, etc., y el concierto se adaptará a las leyes de esos instrumen­
tos; estará sometido a una mediatización. Puedo replicarme que el
instrumento fue escogido hace años por el músico con completa
libertad al comenzar su aprendizaje, cuando pudo escoger entre
varios. La libertad del concierto parece restablecida. Pero pronto
pienso en la tonalidad o la seriedad que ha de emplear. ¿No será
también una mediatización de la libertad? También puedo pensar
que hace años el músico eligió el sistema armónico, cuando en la
escuela se le mostraron varias posibilidades. Así, el músico sería
libre, porque su libertad reposa en otras libertades. Pero me cabe la
duda de que eso pueda llamarse libertad, ya que esas libertades
anteriores no están en ejercicio, son libertades muertas.
Lo que ocurre en este caso ocurre en otros muchos: cada ele­
mento de un proceso puede ser considerado tanto desde la libertad
como desde la necesidad. Pasa también con el pensamiento del
hombre, al menos cuando lo consideramos como una producción;
por ello, la ciencia puede ser vista como la última libertad o, al
contrario, como el último eslabón de la necesidad.

43
I. P e n s a m ie n t o y d is c u r s o

La inteligencia —según nuestras consideraciones— es un «or-


ganon», un instrumento, y el pensamiento —también desde nuestro
punto de vista—, un resultado, un producto. Es lo que permanece
más allá del proceso de producción y permanece, no según la
memoria, sino según el discurso. La producción del discurso y la
producción del pensamiento son prácticamente equivalentes y, por
ello, para muchos autores, indiscernibles.

II. E l pensamiento científico

Aunque el pensamiento científico coincidiese con el discurso,


no debemos creer que se trata de un sistema lineal y proyectable en
el plano; al contrario, sólo es proyectable en un espacio pluridi-
mensional, como sucede con el anillo del benceno. El paralelismo
se puede llevar hasta los elementos que forman parte de ambos
sistemas: por una parte, carbono, hidrógeno, etc.; por otra, hechos,
axiomas, demostraciones y definiciones.

Los hechos

Los manuales afirman que el conocimiento científico comienza


a partir de los datos sensibles, pero esta afirmación, tantas veces
repetida, es una simplificación que casi nunca ocurre en la efectiva
praxis científica. Lo que sirve de punto de arranque normal son los
hechos que, desde luego, resultan más complejos que los datos sen­
sibles. Entre los hechos que han formado parte de algún anillo
científico tenemos:

— El movimiento inercial.
— La constancia en la velocidad de la luz.
— La igualdad entre la masa inercial y la masa gravitacional.
— La imposibilidad de construir máquinas de movimiento
perpetuo.

El análisis más somero descubre que estos hechos son enorme­


mente complejos (incluyen datos, reflexiones, comparaciones, pre-

44
ceptos), incluso, en algunos casos, se pueden confundir con princi­
pios lógicos y otros con preceptos o reglas.
Claro que Wittgenstein habla de «hechos atómicos», que se
imagina corresponden a los enunciados simples. Como no pone
ejemplos, es difícil juzgar sobre la atomicidad que poseen; en todo
caso, los hechos atómicos pueden formar parte de la lógica, pero
no de la ciencia natural. Ninguno de los hechos que forman parte
de ésta son atómicos. Además, los hechos que forman parte de un
círculo científico se caracterizan por presentarse como bloques ais­
lados y sin relación, provenientes de un acarreo efectuado por el
azar. En esto consiste precisamente la provocación que suele oca­
sionar la aproximación de hechos sin la menor relación. Los
hechos que sirven de punto de partida a la ciencia son totalmente
abruptos.

El salto a los axiomas

Después de que el científico ha elegido los hechos básicos, pasa


normalmente a los axiomas, lo cual supone un salto misterioso que
nadie ha sabido explicar de una manera satisfactoria.
Hablo de salto porque la constelación de los axiomas no se
impone por sí misma, pues cada una de las evidencias que la com­
ponen forman una visión de un campo que se mantiene en un nivel
diferente; sin embargo, estas visiones, consideradas en su conjunto,
forman una figura nueva del mundo, una «Weltbild».
La impresión primera de misteriosidad no se deshace fácil­
mente, pues ninguno de los procedimientos clásicos permite alcan­
zar la unidad del sistema de los axiomas. La inducción podría
explicar axioma por axioma, pero no su conjunto. El método de
ensayo y error sería imposible por haber demasiados elementos en
juego. Sólo se puede pensar en una especie de juego teórico com­
pletamente libre y creativo. Esto supone postular páralos axiomas
la inexistencia de reglas y un carácter estético. Lo estético se mani­
festaría, ante todo, en la simplicidad y claridad.

Modelos y themata

En este asalto a los axiomas, además de la presencia de una


pre-intuición, se encuentran siempre modelos directivos. Estos son
45
modelos flexibles que no privan de libertad al creador del sistema
axiomático. Entre ellos tenemos el modelo máquina y el modelo
campo. Los modelos prestan el protagonista que después va a
intervenir en los experimentos mentales. Entre estos pro-protagonis­
tas están las partículas (necesarias para la comprensión mecánica)
y la continuidad (necesaria para la comprensión del campo).
La existencia de otros elementos previos podría coincidir con
los «themata» de Holton. Estos «themata» se definen como con­
cepciones no verificables ni falsables y, sin embargo, no arbitrarias.
Entre los «themata» que guiaron a Einstein en la construcción de teo­
rías, se encuentran claramente éstos: primacía de la explicación formal
(en lugar de materialista); unidad (o unificación); escala cosmológica
(generalización y aplicación igualitaria de las leyes a todo el área de expe­
riencia); parsimonia y necesidad lógica; simetría; simplicidad; causalidad;
perfección en el acabado; continuo y, por supuesto, constancia e inva-
riancia. La fidelidad de temas como estos explica en casos específicos el
porqué Einstein continuaba con su trabajo de una manera obstinada en
una dirección, incluso cuando la contrastación experimental era difícil o
imposible. Explica por qué Einstein se negaba a aceptar teorías que esta­
ban bien respaldadas por correlaciones de fenómenos, pero que estaban
basadas en presuposiciones temáticas opuestas a las suyas propias (como
es el caso de la mecánica cuántica de Niels Bohr).
Gerald H olton

El regreso lógico

De los axiomas hay que regresar hacia el punto de partida. Es


una vuelta por el camino de la abstracción que, por principio, ha
de ser rigurosa: una vuelta lógica, es decir, sin matices y sin dife­
rencia, a través del reino de lo homogéneo. Por eso, es el momento
de las ecuaciones y del cálculo tensorial, de lo intercambiable.

De nuevo en la realidad

La vuelta lógica ha permitido la creación de un camino, pero


también es el lugar de las predicciones y de las conjeturas. Pero no
será fácil hacer las comprobaciones, pues la realidad a la que ahora

46
caminamos es distinta de la que fue punto de partida; es sólo el
título de un reino que hay que rellenar según demanda.
Nada resulta fácil, pues se nos avisa de que las predicciones
correctas no son garantía suficiente de que la deducción esté hecha
perfectamente. El caso del flogisto es, a este respecto, ejemplar.
Además, hay que tener en cuenta que es imposible comprobar
de una vez para siempre todos los hechos, y por ello el científico ha
de mantener la calma.
También suele haber fallos en la observación, pues cuando se
cree estar observando un proceso, lo que se está captando puede
ser la actuación de otro que está más allá de nuestra experiencia.

Hay que entender que la observación de un proceso es algo muy


complicado. El fenómeno bajo observación da lugar a ciertos sucesos en
nuestros aparatos de medida. Como resultado de ello tienen lugar otros
procesos en el aparato que, eventualmente y por caminos complicados,
producen impresiones sensoriales y nos ayudan a fijar los efectos en nues­
tra conciencia. A lo largo de todo este camino —desde el fenómeno hasta
su impresión en nuestra conciencia—debemos ser capaces de decir cómo
funciona la naturaleza, conocer las leyes naturales, al menos de una
manera práctica, antes de que podamos pretender haber observado cual­
quier cosa.
Albert Einstein

Si las reflexiones que venimos realizando se acumulan, nos


daremos cuenta de lo difícil que es proceder a la mera falsación o a
una mera verificación. Esto explica ese saber esperar que caracte­
riza al científico.

De las tres predicciones que podían hacerse desde la teoría de Eins­


tein, la que se refería al valor del desplazamiento de las líneas espectrales
hacia el extremo rojo del espectro en la luz proveniente de las estrellas
con gran masa no era en modo alguno fácil de comprobar, y no se com­
probó el que el corrimiento fuera sistemático ni de la magnitud prevista.
Siguió a continuación un dilatado período de trabajo experimental y teó­
rico en el que se embarcaron algunos de los mejores astrónomos y físicos.
Pero cuando Einstein se tuvo que encarar con este desafío, simplemente
esperó a que viniesen mejores tiempos. Escribió más tarde a Max Bohr
que, incluso en ausencia de las tres consecuencias observables que se
esperaban, sus ecuaciones centrales de la gravitación «seguirían siendo
convincentes» y que, en cualquier caso, deploraba que «los seres humanos

47
sean normalmente sordos a los argumentos más sólidos, mientras que, sin
embargo, siempre tienden a sobreestimar la exactitud de las mediciones».
GERALD HOLTON

III. P ensamiento y acción

El pensamiento es una imitación del discurso, como el discurso


es una imitación de la acción. Si el pensamiento nos parece inde­
pendiente, se debe a la capacidad de inhibir que tenemos tanto el
discurso como la acción.
Pensar en unas tijeras es tanto inhibir el nombre con que me
refiero a ellas, como inhibir las acciones que en mi mente están
ligadas a su representación.
La diferencia formal entre el pensamiento y la acción es difícil
de establecer, pues la acción no siempre es concreta, puede ser
también abstracta.

Sólo la acción y no la conciencia es abstracta. El carácter abstracto de


esta acción no se manifiesta a sus agentes. Las acciones de intercambio se
ven reducidas a una estricta uniformidad que elimina las diferencias de
contenido, sujeto, tiempo y lugar.
Alfred S hon R ethel

Pensamiento científico y pensamiento cotidiano

El pensamiento científico es un desarrollo del pensamiento pre­


científico (...). La totalidad de la ciencia no es otra cosa que un refina­
miento del pensamiento cotidiano.
Albert Einstein

El pensamiento científico se apoya en el mismo mundo que el


pensamiento cotidiano. Por mucha complicación que presenten las
fórmulas de la física o de la matemática, no expresan otra cosa que
la que expresa el lenguaje vulgar. No hay un mundo científico y un
mundo cotidiano.

Las ideas fundamentales desempeñan un papel esencial en la forma­


ción de una teoría física. Los libros de física están llenos de fórmulas

48
físicas complicadas. Pero pensamientos, no fórmulas, constituyen el prin­
cipio de toda teoría física.
ALBERT E instein

Tal es la opinión de Niels Bohr, quien afirma que:

no consideramos las matemáticas puras como una rama separada del


conocimiento, sino más bien como un refinamiento del lenguaje común,
al que proporcionan los medios adecuados de enunciar relaciones para
las cuales la expresión verbal es imprecisa o embarazosa.
N iels Bohr

El refinamiento viene de la circularidad. Mientras que al pen­


samiento cotidiano le basta con la referencia a la acción, sin nece­
sidad de prueba, el pensamiento matemático es circular, y al volver
sobre sí mismo termina por afinarse y borrar los matices.

Primitivos y bricolaje

Los discursos científicos evolucionan ordenadamente sobre un


pensamiento cotidiano mucho más estable. Lo que Levy Bruhl
llamaba «pensamiento prelógico» consistía en una generalización
realizada por el primitivo a partir de hechos empíricos mediante
otras categorías diferentes a las que estamos acostumbrados los
hombres de hoy (Rivers). Las condiciones reales de la vida eran las
que proporcionaban los instrumentos, con la ayuda complementa­
ria de su lenguaje particular. Con otros instrumentos y otro len­
guaje los resultados hubieran sido diferentes.
Las hipótesis que el hombre primitivo ideaba se basaban en
esos instrumentos y verbalizaciones, y aunque a nosotros hoy nos
parezcan descabelladas no lo eran tanto si se considera su funda­
mento. Es decir, el primitivo realizaba también lo que Levi-Strauss
denominaba bricolaje, lo que supone que utilizaba los materiales
que encontraba a mano. Es un comportamiento del que nunca
podremos liberarnos.

49
LECCIÓN SIETE

LOS TALLERES EPISTÉMICOS

Hagamos una pregunta aviesa, una que busque no sólo la res­


puesta, sino el desconcierto de quien va a responder. Preguntamos
a un científico de cuántas maneras ha explicado la ciencia el hecho
de que si dejamos una piedra en el aire cae inmediatamente a tierra.
Al menos tendrá que dar las respuestas siguientes:

a) Las piedras abandonadas a sí mismas van a buscar su lugar


natural. Tienen inscrito en su ser esta vocación y no pueden
hacer otra cosa.
b) Las piedras, como todo, están sometidas a torbellinos invi­
sibles y no pueden permanecer en reposo frente al movi­
miento universal.
c) Las piedras, por tener masa, son atraídas por la tierra. El
fenómeno se llama gravitación cuando se emplea el buen
nombre, y acción a distancia, cuando es el insidioso el que
se emplea.
d) Es el éter (quizás el mismo Dios) quien empuja las piedras,
puesto que la acción a distancia es una absurdidad.
e) Una piedra en el aire ha sido levantada y esto le ha propor­
cionado una energía que, en el momento oportuno, le hace
dispararse en un movimiento rectilíneo, según el principio
de Galileo.
f) Las piedras, en rigor, no caen; se acomodan en el campo
magnético y gravitatorio.

Prescindamos de momento de la identificación de los represen­


tantes más conspicuos de estas afirmaciones. Pero, si nos centramos
en ellas, no vemos sino la imposibilidad de hallar el menor pro­
greso, permaneciendo como una rapsodia sin sentido.

51
I. P rimera consideración intempestiva: la evolución
DE LA CIENCIA

Estamos acostumbrados a que cuando se nos habla de la cien­


cia se nos pida que nos arrodillemos ante el más apabullante de los
fenómenos; se pretendía ver en ella la victoria definitiva de la
razón humana y, en consecuencia, la sacralización del hombre
como sacerdote de la verdad. Al filo del siglo, comienza la situa­
ción a cambiar. Se empieza a hablar de crisis y los filósofos claman
contra el decaimiento teórico de la ciencia, casi con los mismos
acentos que lo hicieron contra el vicio babilónico. Pero el viejo
ideal de ciencia estricta no resucita; a pesar de ello, la situación se
agrava. La ciencia se cotidianiza y se nutre de otras preocupacio­
nes menos etéreas. En vez de una liturgia académica, la ciencia se
hace extra-curricular y, si es preciso, hasta se «olvida a los maes­
tros fundadores» (Whitehead). La ciencia ha dejado de ser el tesoro
de la humanidad para convertirse en un producto de consumo. Es
así como aparecerá el obrero de la ciencia que trabaja en un taller
especial, donde la producción se hace bajo demanda.

II. S e g u n d a c o n s id e r a c ió n in t e m p e s t iv a :
LA HISTORIA COMO RELATO

A nuestro alrededor algo cambia, quizás hasta se revuelve


como si quisiera morderse la cola; todo se transforma y puede lle­
gar a ser irreconocible. Y es que el tiempo no corre en vano, ni
siquiera para las piedras, y mucho menos para los hombres.
Tomada en su conjunto, esta cambiante realidad resulta ser la his­
toria en sí.
Ahora bien, junto a la historia-realidad, descubrimos otro tipo
de historia: la historia relato, la historia escrita. La primera tiene
un grandioso escenario que abarca todo el universo, presidido por
las estrellas; la segunda tiene su escenario en las bien medidas
páginas de un libro. En su blancura, la historia-relato está miniatu-
rizada, estilizada, convenientemente maquillada con los afeites más
diversos. Pero esta historia-relato no flota en el vacío, sino, por el
contrario, se encuentra sostenida por las modas, las ideologías y
las corrientes de un momento determinado, pues la pequeña histo-

52
ria está escrita dentro de la gran historia. Un geniecillo burlón va
poniendo la fecha en las hojas en que se escribe.
Hay muchas probabilidades de que la gran historia, la historia
verdaderamente vivida, esté llena de rupturas .y de sinsentidos.
Puede que sea sólo una serie de caminos que no llevan a ninguna
parte, una serie de discontinuidades, y que lo único que deje una
sociedad antecesora a la sucesora sean sus fracasos y los problemas
no resueltos.
Desde luego, hay quien opina lo contrario, pero parece difícil
sostener el contraataque de que es una miopía lo que no permite
ver el hilo conductor, que conduce desde los fracasos y vacilacio­
nes hacia una superación. Claro que nadie posee la prueba defini­
tiva y es difícil escoger entre la miopía de los que no ven el pro­
greso y la posible alucinación de los progresistas.

Tipificación de los relatos

La historia que está en los libros puede ser catalogada como


una producción literaria. Hay relatos:

a) progresistas, exaltados, llenos de fervor (Condorcet);


b) conservadores, que elogian los paradigmas, organizadores
del ejercicio sensato y normal de la ciencia (Kuhn);
c) contra-progresistas, sosteniendo que es en los orígenes don­
de se encuentran las verdades y la sabiduría; todo lo demás
es decadencia (Nietzsche);
d) sociológicos, en los que se habla de producción intelectual y
de talleres epistémicos (L. M. S.).

III. E l RELATO PROGRESISTA: EL MITO SOLAR

En la casa de madame Vernet, en el París revolucionario, hay


escondido un hombre a quien los jacobinos, en el poder, han con­
denado a muerte. La acusación era grave: conspiración contra la
República, luego se trataba de un reaccionario, quizás hasta de un
«odioso girondino». Allí, el «topo» pasa sus días —¡oh ironía!—
escribiendo una especie de himno de alabanza a las potencialidades
del espíritu humano, sin darse mucha cuenta de que lo que está
53
haciendo es retomar el mito solar. Como tiene prisa —no puede
tardar en ser descubierto— se limita a lo que él llama un «esquisse»
de los progresos del espíritu humano. Si sale con vida escribirá un
verdadero tratado sobre el tema. Las facultades de cada hombre
—dice— se desarrollan y progresan, y paralelamente, las facultades
de la humanidad en su conjunto se desarrollan y progresan. Todo
el espíritu humano progresa:

... ese progreso está sujeto a las mismas leyes generales que se obser­
van en el desarrollo de las facultades de los individuos, ya que aquél es el
resultado de este desarrollo, considerado en un mismo tiempo en un gran
número de invidividuos reunidos en la sociedad.
CONDORCET

Este progresismo ingenuo es el responsable del optimismo epis­


temológico, que cree que el camino de la ciencia es una progresiva
acumulación de perfecciones.
Pero hoy esta fe está siendo corroída, y todas las contribucio­
nes a la «teoría de la ciencia» de que disponemos renuncian a tan
alta pretensión: probabilismo, falsacionismo, paradigmatismo, pro-
gramismo, hasta el punto de que hoy es difícil saber lo que queda
del antiguo ideal de la ciencia.

IV. El RELATO PARADIGMÁTICO:


LA SEDUCCIÓN DE LOS COMETAS

Thomas S. Kuhn responde a la imagen del estudiante formal


que todo lo aprende en los libros de texto. Sin duda que se retrata
a sí mismo cuando dice que

quizás el rasgo más llamativo de la educación científica es que, en una


medida bastante insólita en otros campos creativos, se lleve a cabo
mediante libros de texto, mediante obras escritas especialmente para
estudiantes (...). En la ciencia, los diferentes libros de texto se limitan a
exponer sus diferentes materias en vez de ejemplificar aproximaciones
diferentes a una problemática particular como sucede en el caso de las
humanidades y de muchas ciencias sociales. Incluso los libros que rivali­
zan para ser adoptados como texto en un curso de alguna ciencia particu­

54
lar difieren principalmente en el nivel y los detalles pedagógicos, pero no
en la sustancia ni en la estructura conceptual.
THOMAS S. K u h n

Kuhn se pone en camino

Un buen día, Kuhn tiene que explicar física a no científicos. El


libro de texto, aunque clarificado y simplificado al máximo, no
sirve para esta tarea. Hay una razón: el libro presenta la física
como si fuese La física, cuando no es sino una física junto a otras,
que un día todavía no era y después llegó a ser. La entraña histó­
rica queda al descubierto y el joven Kuhn, apenas graduado en
Física Teórica, empieza a estudiar historia. Este estudio le conduce
a un conjunto desazonante de opiniones divergentes.
El buen estudiante de textos se convierte progresivamente en
una mentalidad con tendencia a la lectura de libros no leídos, a
investigar en la letra pequeña, en las notas al pie de página. La
mentalidad de Kuhn evoluciona hacia una valoración de lo margi­
nal. En una nota, que dice haber encontrado por azar, descubre a
Piaget, en otra a Fleck, el autor de una poco conocida monografía
sobre la sífilis. (Sólo dos personas, entre todas las que él conocía,
han leído a Fleck; es, desde luego, un marginal.)
Fleck sostiene que la ciencia no progresa mediante el descubri­
miento de nuevos hechos, sino por la imposición de nuevos estilos.
Los estilos son una especie de a priori social que aparecen y des­
aparecen sin que esto se pueda explicar por la aportación de nue­
vos conocimientos.

La transición de un paradigma a otro nuevo (...) está lejos de ser un


proceso de acumulación, al que se llegue por medio de una articulación o
ampliación del antiguo paradigma.
THOMAS S. K h u n

Y añade Kuhn:

Un historiador perspicaz (se refiere a Butterfield), al observar un caso


clásico de la reorientación de la ciencia mediante un caso de paradigma,
lo describió recientemente como «tomar el otro extremo del bastón», un
proceso que involucra «manejar el mismo conjunto de datos anteriores»,
55
pero situándolos en un nuevo sistema de relaciones concomitantes al ubi­
carlas en un marco diferente.
THOMAS S. KHUN

Si la acumulación queda descartada, ¿de dónde viene el cam­


bio? Tengo la impresión de que Kuhn se mueve dentro del mito del
cometa misterioso que se va y vuelve de manera imprevisible.

Los paradigmas

Considero a éstos (los paradigmas) como realizaciones científicas uni­


versalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan mode­
los de problemas y de soluciones a una comunidad científica.
THOMAS S. KHUN

La historia de la ciencia se compone de momentos alternantes


de brillo y de apagamiento. En los primeros se impone el para­
digma; en los segundos empieza a declinar.

Los paradigmas y el funcionalismo

Entre las ambigüedades que presenta la noción de paradigma


está el que sea tanto responsable de las revoluciones científicas
como de la ciencia normal. Pero quizá todo resulta menos ambi­
guo si tenemos en cuenta que Kuhn era en el fondo un funciona-
lista y para el funcionalismo los cambios (funcionales) son nor­
males.

Limitaciones

Kuhn eliminó del cuadro de sus preocupaciones las ciencias


sociales, en las que no encontraba paradigmas, lo que mantenía su
dualismo entre las ciencias y el saber del hombre. Y es una pena,
pues hubiera tenido que plantearse el problema de la ciencia de
una manera más amplia.

56
V. E l p r o g r a m a c ie n t íf ic o c o m o b a n d e r a d e e n g a n c h e

Los programas

Para Lakatos la ciencia se mueve mediante propuestas progra­


máticas. Son estos programas los que seleccionan los hechos y la
naturaleza de la teoría. No hay progreso por el pedestre método de
ensayo y error, ni por acumulación, ni por experimentos cruciales.
La ciencia es la realización de un programa.
Hay, desde luego, divergencias entre los distintos programas, y
la batalla se desarrolla en un frente mucho más amplio que una
ciencia.
El ardor combativo explica que se dé lugar a la aparición de
dogmatismos. Pero sin estos dogmatismos no se tendría la fuerza
suficiente para explotar todas las posibilidades heurísticas de los
programas.

La desteorización

Podemos imaginar el triángulo Popper, Kuhn, Lakatos. Kuhn


acusará a Popper de falsacionismo ingenuo y tendrá razón, pues
afirmaciones bien falsadas continúan formando parte de la ciencia.
Pero Popper considerará a Kuhn un irracionalista, y tendrá tam­
bién razón, puesto que la fuerza con que se arrastra a los científi­
cos es irracional. Las dos posiciones contribuyen a lo que he
denominado desteorización de la ciencia. Lakatos empujará en la
misma dirección. Su explicación del cambio científico por progra­
mas tiene también este sentido. ¿Por qué? Porque combate la idea
de la racionalidad instantánea, a la que tan aficionados son los
científicos, en su folklore (p. 283, Crítica y desarrollo del conoci­
miento), sobre todo, con su oposición a los experimentos cruciales,
que nunca han existido, sino a posteriori.

VI. D eclinación de la teoría : P opper

«Las teorías científicas permanecen siempre como hipótesis o


conjeturas» (Karl Popper). El impacto de la revolución einstei-
niana llevó a esta matizada posición tan lejana del escepticismo
como del dogmatismo. Einstein

57
había mostrado que ni siquiera la teoría más afortunadamente contras­
tada, tal como la de Newton, debería ser considerada más que como una
hipótesis, como una aproximación a la verdad.

KARL POPPER

El único camino era el falsacionismo, lo que equivalía a admitir


que todas las teorías científicas son inverificables de una forma
completa.

VII. Los TALLERES EPISTÉMICOS


El escepticismo no puede detener el dinamismo del conoci­
miento, pues la sospecha sobre la verdad sólo impresionará a los
dogmáticos, pero los obreros del conocimiento seguirán produ­
ciendo conocimiento. No importa la desteorización, pues ésta es
sólo degradante para los creyentes y los pasivos.
En la oscuridad de las cuestiones últimas, en un subsuelo que
no tiene por perspectiva el Olimpo, el hombre trabaja como los
antiguos Titanes en una obra inmensa, liberadora, esforzada y
dudosamente divina.
La ciencia no nace en el Olimpo, nace en el pre-infierno de los
Titanes, y esto supone que no nace dentro de un paradigma, marco
magnífico de ilusiones. Tampoco nace de un a priori programático
lakatiano, establecido por un grupo de sabios. La ciencia tampoco
nace en una oficina popperiana, donde si un fiscal no logra encon­
trar delito de falsedad se dictamina la legitimidad. Nace de los
problemas técnicos del conocimiento en continuo reajuste y sin
proponerse metas o ideales, pues los Titanes carecen de perspecti­
vas y de ilusiones.
Pero esta técnica tiene sus modos, que se mueven en onda
larga. Modos que abarcan siglos y lugares diferentes. Por eso, las
denominaciones han de tomarse como orientativas.

N ota: Cuando se habla de «modo de producción asiático», por ejemplo, quere­


mos que el oyente piense en una cierta manera de producir, y para ello añadimos
una referencia geográfica al lugar en que se produjo de una manera más típica,
pero también queda implícita la idea de que pudiera darse en cualquier otra parte
del mundo.

58
Los talleres tienen unidad en el modo de producción, pero son
dispersos en cuanto a la localización en el tiempo y el espacio. Si
hablamos de «taller newtoniano» no nos referimos al Trinity
College de Cambridge; podemos pensar a la vez en Ermenonville,
donde Rousseau apacentaba, como falso pastor, sus idílicas ovejas,
o en el crucero Beagle, donde Darwin dio la vuelta al mundo. Se
puede pensar en cualquier parte, pues lo que importa es la modali­
dad mecanicista y fascicular de pensar la realidad.
Es necesario salir al paso de una posible interpretación perso­
nalista de los talleres. Según esta interpretación, Newton, Einstein
y Max Planck habrían creado un estilo de pensamiento que tendría
una gran influencia. Esta manera de hablar es equívoca, puesto
que la influencia no explica, sino describe. Malthus está influido
por Newton, pero si Newton y Malthus no hubieran participado
del mismo modo de producción, la influencia hubiera sido im­
posible.

La producción intelectual

La producción de conocimiento necesita de todo un taller bien


surtido de instrumental, ya que las teorías no nacen armadas,
como Minerva, de la cabeza de Júpiter. Se necesitan pre-conceptos,
aproximaciones, categorías, modelos imaginarios.

N ota: En los tres talleres epistémicos que voy a estudiar, los modelos son el haz,
el b u cle y el árbol.

Los talleres son más fuertes que las creencias y que la idelogoía.
Dentro de determinados modelos, un físico creyente funciona epis-
témicamente como un ateo. Y paralelamente, un filósofo de dere­
chas puede escribir una obra ideológicamente avanzada.

59
LECCIÓN OCHO
PRÓLOGO

NEWTON NO ERA NEWTONIANO

Hay una gran diferencia entre lo que Newton hizo y lo que


pasó a la historia como newtonianismo. Lo que él hizo fue com­
prender la realidad mediante interpretaciones mecánicas. Lo que
hicieron los que le siguieron fue identificar el universo con una
máquina. Lo que era un paisaje con una máquina dentro pasó a
ser simplemente una máquina sin paisaje. La diferencia se explica
porque él trabajaba directamente y de una manera muy personal,
como si fuese un juego, y sus sucesores tomaron su ciencia como
un valor de cambio, como mercancía.
Tres momentos de su producción (ciencia con valor de uso):

a) La granja de Woolsthorpe. Juegos de partículas de luz. Des­


cubre que son posibles cuatro juegos (marcha en proyectil,
reflexión, refracción, dispersión) y crea las reglas del juego.
Estas reglas se convierten después en los principios de la
Óptica.
b) El cuarto del profesor de Cambridge, Trinity College. Des­
cubre la explicación matemática del comportamiento curvi­
líneo de la luna. De acuerdo con las reglas descubiertas,
para esta relación calcula la posición y atracción de los pla­
netas. Es el momento del juguete planetario.
c) Cuarto en Londres (viejo solterón, sueños homosexuales).
Investiga las cualidades de la materia, es decir, practica la
alquimia. Trabaja sobre fórmulas misteriosas, pero no logra
una síntesis. Es un juego solitario y arriesgado.

61
En fin, Newton trató de vivir o revivir (experiencia profunda de
la «Lebeswelt») su entorno, su paisaje y la máquina que éste lle­
vaba dentro. Los sucesores, que se considerarían a sí mismos new-
tonianos puros, se quedarían con el mecanismo. Olvidan al Titán.

N ota: Como veremos, el taller newtoniano incluiría en su trabajo los siguientes


elementos:

— Un protagonista. En este caso, la partícula (con vida propia).


— Un antagonista: Elemento perturbador (las fuerzas exteriores).
— Un escenario: Un mundo lleno de barreras, superficies planas, unas
impenetrables, otras penetrables, pero siempre cortando o desviando el
flujo.

EL TALLER NEWTONIANO

Supongamos que me encuentro en una reunión donde propongo


el siguiente entretenimiento: una parte de los asistentes intentará
alcanzar un objetivo que les propongo, mientras que la otra tendrá
como misión realizar otro di ferente. El primer grupo tendrá como
misión imaginar paisajes, mientras que el segundo grupo imaginará
máquinas. Lo que busco averiguar es la manera de comportarse en
uno y otro caso. Hago las siguientes hipótesis acerca de su com­
portamiento.
Los fabricantes de paisajes comenzarán, tal vez, con un árbol,
una casa, una nube, según una proyección primaria que funciona
normalmente. Después irán completando con otros detalles que se
armonicen con la propuesta inicial. Tal vez se preocupen también
de entonar con colores apropiados el carácter que han dado al pai­
saje. Los fabricantes de máquinas no comenzarán su tarea hasta
que tengan una idea general de la finalidad de la máquina y nunca
partirán de un detalle, sino de un esquema global. Al añadir una
pieza concreta procurarán que encaje perfectamente y permita el
funcionamiento fluido del conjunto. Rechazarán toda pieza suelta
que tenga un movimiento independiente y simplificarán todo ele­
mento en beneficio de la fluidez.
Los fabricantes de paisajes intentarán un comportamiento esté­
tico, lo que quiere decir que rechazarán todo lo que desentone,
mientras que los fabricantes de máquinas recurrirán a la física y al
principio de que nada debe ocurrir sin que esté previamente deter­
minado. Si quieren bibliografía, los primeros irán al tratado de
Goethe sobre los colores, y los segundos, a un tratado de mecánica.

62
Supongamos ahora, última e insólita suposición, que en esa reunión
hay un asistente con rubios tirabuzones llamado Newton. Proba­
blemente fabricará un paisaje que funciona como una máquina.

I. N ewton

Newton, el del prismático y callado rostro.


WüRDSWORTH

Juego de niños

Los niños juegan con lo que se mueve o se figuran que se


mueve. Los hombres juegan con lo que no se mueve a sí mismo.
Los niños pueden jugar con los arroyos, por ejemplo, y en ese caso
hacen pequeñas presas, desvíos, ponen aspas que giran, etc. Otros
juegan a los trenes, al toro. Pero otros, como Newton, juegan con
la luz. Lo cierto es que todos los niños jugamos más o menos con
la luz, pero quizá la diferencia esté en que Newton jugó con
pasión. Sólo quien de niño ha jugado con la luz puede de mayor
escribir un libro como el de la Óptica.
Pero hay también otra diferencia. La mayoría de nosotros
jugamos a juegos que tienen ya fijadas sus reglas. Pero hay algunos
que tienen la capacidad demoníaca de invertir el proceso, y enton­
ces lo que se hace es jugar a inventar las reglas. Puedo jugar al
ajedrez según sus reglas y puedo jugar a inventar reglas nuevas
para mover las piezas. Es como un juego de segunda potencia.
Es con este tipo de juegos como se inventó la ciencia, que no
parece sino ser resultado del juego de niños serios y solitarios
como Newton.

La refracción y sus reglas

En el juego de la luz caben cuatro posibilidades:

— Que pase como un proyectil, en cuyo caso la regla es hacer


un orificio lo suficientemente pequeño.
— Que vaya y vuelva, imitando a la vuelta el movimiento de

63
ida, cuya regla será la interposición de una superficie bri­
llante.
— Que vaya y cambie de camino, cuya regla es poner en el
camino un líquido transparente o un cristal.
— Que se disperse, en cuyo caso la regla es dejarla libre de
obstáculos.
En la óptica se comienza con la refracción. Este fenómeno tiene
una gran repercusión y va a aparecer en el funcionamiento de
todos los sectores del taller newtoniano.

La refrangibilidad de los rayos de luz es su disposición a refractarse o


desviarse de su camino al pasar de un cuerpo a otro. La mayor o menor
refrangibilidad de los rayos es su disposición (fits) a desviarse más o
menos del camino, dadas iguales incidencias en el mismo medio. Nor­
malmente, los matemáticos consideran que los rayos de luz son líneas que
van del cuerpo luminoso al cuerpo iluminado y que la refracción de
dichos rayos es la incurvación o ruptura de las líneas al pasar de un
medio a otro. Los rayos y las refracciones se podrían considerarr de este
modo si la luz se propagase instantáneamente. Sin embargo, tomando en
cuenta un argumento derivado de las ecuaciones de los tiempos en los
eclipses de Júpiter, parece que la luz se propaga en el tiempo, empleando
unos siete minutos en llegar desde el Sol a nosotros. En consecuencia, he
optado por definir los rayos y la refracción en términos lo suficiente­
mente generales como para que se acomoden a ambos casos.
Isaac N ew ton

El término disposición es importante y es lo que va a permitir


esta fase del juego. La luz, por su naturaleza, tiende a desviarse tan
pronto como encuentra un obstáculo, aunque sea transparente. Es
una cualidad innata de la luz, no el resultado de las causas exterio­
res. Esto es importantísimo, quizá lo más importante, para com­
prender a Newton. Y aviso que cuando pasemos a hablar del indi­
vidualismo —obra perteneciente al taller— también nos encon­
traremos con que el individuo tiene disposiciones y que son las
circunstancias las que permitirán un tipo u otro de conducta. Pero
tenemos que ser cautos en este caso. Aquí hay innatismo y cualita-
tivismo —acusación que no dejó de hacérsele— pero es distinto,
como terminaremos viendo. No es una vuelta a Aristóteles. Pero la
disposición es también importante para comprender la interpreta­
ción lúdica que venimos haciendo, pues hay que recordar que el

64
dinamismo del juguete es una condición del juego primario e
infantil.
Señalo el valor de la afirmación de la no instantaneidad de la
luz. Esto exige que su traslación sea un proceso. Si fuera instantá­
nea, todo el universo luminoso sería una estructura y estaríamos al
lado del platonismo.

En busca del juguete de todos los juguetes

El paisaje de la granja de Woolsthorpe: un manzano y la luna.


El golpe sordo de una manzana cayendo en el césped y la luna
escapándose por el horizonte.
La máquina descubierta en Woolsthorpe: la manzana se mueve
de consuno con la luna. Es la máquina del mundo.

N ota : No es cierto que cuando la manzana se desprendió del árbol, Newton


estuviese durmiendo la siesta, ni mucho menos que le cayese sobre la nariz. La
naturaleza no suele emplear tales simplificaciones pedagógicas. Era de noche y la
luna estaba presente.

Era el núcleo de la máquina-paisaje. Entre la manzana y la luna


estaban Newton, y era claro que la manzana era a la granja como
la luna era a la tierra. Antes de añadir más piezas a la máquina,
era necesario hacerse algunas preguntas. Si la luna era una man­
zana del cielo y la manzana una luna de granja, habría que saber
por qué la luna seguía por el cielo sin caer sobre la tierra y se
empeñaba en mantenerse siempre a una prudente distancia y
abandonando la línea recta, que parecía lo natural.
La curvificación de la trayectoria de la luna tenía que deberse a
algo que los contemporáneos de Newton denominaban atracción,
expresión que provocaba cierta resistencia en Newton, no sólo por
ser contradictoria, sino porque tenía un sentido rigurosamente
mecanicista. Pero se llamase atracción o cualquier otra cosa, era
necesario calcular sus valores de la manera más exacta, pues de lo
contrario no se podría continuar la construcción de la gran máqui­
na del mundo.

N ota: Había que calcular el peso de la luna y su distancia a la tierra, y hubo


algunos despistes entre las millas marinas y las millas terrestes, pero al final, las
cuentas salieron y la eterna vecindad de la luna quedó explicada. Se sabe que

65
Newton guardó el papel con los cálculos asombrosos —ningún contemporáneo
había sido capaz de hacerlos— en un cajón de su mesa. Es otro rasgo lúdico de
su carácter. Cuando el juego solitario ha terminado, la manifestación pública de
los resultados deja de tener interés. De no haber sido por Halley, uno de los
asombrados, es probable que nunca se hubiera conocido este cálculo y la historia
de la ciencia se hubiera detenido, al menos por algún tiempo.

Ya tenemos dos puntos en el universo. Ahora había que conti­


nuar con los demás planetas, calculando las masas y las distancias
para poder establecer su órbita. Ya se hizo con menos dificultad.
Lo único que perturbaba era la marcha de los cometas que apare­
cían del fondo del mundo sin que hubiera posibilidad de calcular
su órbita. Por eso, Halley, el primero que lo consiguió, estaba al
lado y atento al descubrimiento de Newton.

Nuevo estilo

Lo que hace Newton no es solamente aportar una idea de con­


junto del funcionamiento del sistema planetario, sino que crea un
estilo de sabio diferente. Hasta él, permanecía el estereotipo del
sabio en libros. Se trataba de saber si Aristóteles o Plinio tenían
razón. Para ello, después de estudios que tenían más de semántica
fantástica que de otra cosa, el sabio añadía una mirada al mundo
de una forma que podría denominarse distraída. Y normalmente la
realidad decía que sí al libro...
Pero Newton no parte de un libro; parte de un experimento o
de un juego, según nuestra ocasional terminología, y después,
normalmente, no tenía ni tiempo ni ganas de interpretar los
libros... a no ser unos especiales que ya veremos.

Aprovechamiento de resultados no deseables

La aberración de las lentes era un fenómeno molesto. Newton


mismo quería pulirlas personalmente para eliminar estos efectos no
deseables. Las irisaciones perturbaban la nitidez de la visión. Tuvo
que haber un momento de desánimo, y Newton tira la toalla y
construye su famoso telescopio con espejos que no presentan abe­
rración. Pero ¿cómo olvidarse de aquellas irisaciones que tanto le
habían perturbado? Detrás del fenómeno descubrió que se encon­
traba nada menos que el carácter compuesto de la luz. Hoy la

66
palabra compuesto no horroriza, pero durante mucho tiempo lo
puro y simple era manifiestamente superior a lo compuesto. Ahora
bien, unir el fenómeno de la luz, considerado como la máxima
pureza, el máximo símbolo de lo trascendente, a lo compuesto y,
por tanto, corrompible, era casi una agresión a la teología. No es
extraño que un santo jesuíta atribuyese la descomposición al
prisma, el elemento corruptor, la causa exterior, con lo que la luz
recuperaba su pureza teológica. Pero Newton quedó en sus trece y
siguió hablando de disposición.

Cautelas

Todas las biografías están de acuerdo en que Newton no gus­


taba de la polémica y en lo posible la evitaba, a no ser que fuera
atacado directamente. En este caso, era testarudo y furioso. Pero
lo que no está claro es la razón de este rasgo. Por una parte, está
de acuerdo con el carácter lúdico que hemos señalado, pero quizá
sería conveniente añadir algunas precisiones.
A) Es posible que no polemizase por desprecio a sus contem­
poráneos. Esto estaría de acuerdo con su carácter retraído y orgu­
lloso. Parece que para él era insoportable que alguien le aventajase
en cuanto al saber.
B) También pudo suceder que las polémicas fueran peligrosas
para él, pues en éstas terminarían por aparecer sus opiniones per­
sonales, que no eran nada ortodoxas. La situación no había cam­
biado tanto desde Galileo. Sólo se manifestaba en otras cuestiones.
La timidez de Newton avalaría esta opinión.

N ota.- Como prueba de esta timidez, propongo estas dos citas de su obra:

En la Óptica dice: «Por el rayo de luz entiendo las partes menores de la


misma, tanto las sucesivas en la misma línea como las contemporáneas en diver­
sas líneas.»
Denominar a puntos de luz (átomos o partículas) las «partes menores» no
deja de ser sibilino.
En el Sistema del mundo dice: «Creo que para evitar esto (se refiere a la
atracción) se inventaron las esferas sólidas. Los filósofos más recientes o piensan
que son vórtices, como Kepler o Descartes, o algún otro impulso o principio de
atracción, como Borelli, Hooke y otros entre los nuestros.»
Es indudablemente una manera de zafarse de la cuestión de la atracción a
distancia que llevaba a la intervención divina como última explicación. Era un
problema teológico muy arduo.

67
El secreto de la alquimia

Los contemporáneos sospecharon que Newton ocultaba un


secreto, pero no lograron adivinarlo. Hoy podemos hacer hipótesis
sobre ese secreto que daría sentido a su obra. Paso revista a estas
hipótesis:

A) El último sentido de su obra podría considerarse como


una venganza contra el Dios que le había hecho sietemesino, pobre
y feo. Reconstruía un mundo en el que Dios estaba de más. Esta
fue la manera como muchos materialistas posteriores interpretaron
su obra.

B) No pudo superar el complejo de Edipo, y sustituyó al


padre y al Sumo Legislador por leyes que él mismo dictaba.

C) Era en el fondo un alquimista,, y tenía la ambición de


poder que caracterizaba a los alquimistas. A esta saber dedicó
mucho más tiempo que a la física o a las matemáticas. A su muerte
se descubrieron los papeles en los que había desarrollado sus inves­
tigaciones. La sorpresa fue mayúscula.

Lo que en mi exposición queda por unir es esta tendencia


alquimista y su estilo lúdico. ¿Son dos manifestaciones, dos caras
de lo mismo o la alquimia era una alternativa?

Epistémicos contra epistemólogos

Como síntesis de las posiciones de los epistemólogos sobre el


método de Newton, podemos retomar las opiniones recogidas por
Stegmüller.
Primera. Los axiomas (del movimiento) contienen afirmaciones sobre
la realidad física, pero éstas no se fundan empíricamente, sino que su
fundamento es independiente de la experiencia. Formulado en la cono­
cida terminología de Kant: las leges motus son verdades «sintéticas a
priori».
Segunda. Las leyes del movimiento no son demostrables ni por la
lógica ni a priori. Tampoco pueden ser refutadas las observaciones, pues
se trata de los supuestos necesarios de las ciencias experimentales.
68
Tercera. Los axiomas newtonianos no representan enunciados que
comporten un conocimiento definitivo. Son, por el contrario, principios-
guía generales para la consecución de nuestro conocimiento empírico.
Cuarta. Las leyes del movimiento son generalizaciones empíricas que
se han obtenido a partir de fenómenos observables utilizando métodos
inductivos.
Quinta. Se trata de hipótesis teóricas, no empíricas, a las que cierta­
mente nos vemos inducidos a través de hechos observables y experimen­
tales, pero no obstante no se fundan en ellos, sino que éstos sólo los
confirman más o menos bien, y además de una manera indirecta.
Sexta. Los axiomas de Newton no tienen contenido fáctico o empí­
rico. Se trata en realidad de estipulaciones (convenciones) escondidas.
WOLFGANG STEGMÜLLER

Es posible que si Newton hubiera leído esta lista, se hubiera


reído, cosa que hacía pocas veces, de los epistemólogos, y para su
capote hubiera pensado en una séptima opinión. Después la habría
escrito en un papel y la hubiera guardado en un cajón donde nadie
la viera...
Pero seamos indiscretos y abramos el cajón (que es, al fin y al
cabo, lo que hizo el obispo Horsley cuando la muerte de Newton
dejó indefensos sus cajones) y es probable que, entre los innumera­
bles galimatías alquímicos que escondía, encontrásemos la siguien­
te aseveración: «La partícula más ínfima no es sólo extensión, es
cualidad y carácter.» Lo que vendría a significar que cada partícula
es, a la vez, geometría y física. O dicho de otra manera, que en el
fondo no es Platón ni el materialismo el secreto de su mundo. Esta
profunda verdad de Newton sólo la hubiera podido comprender
Einstein. Pero estaba preocupado por otras perspectivas y una
interpretación puramente materialista de Newton.

69
O TRO S A SPE C T O S D E L T A L L E R N E W T O N IA N O

Il. El individualismo

Si queremos saber cómo funciona un hombre, podemos simpli­


ficar el problema y convertir al hombre en una partícula. En ese
caso, su estudio se realizará con más facilidad, pues se le podrá
aplicar el principio de la inercia. La aplicación de este principio
nos permitirá llegar a postular que se mueve en línea recta, diga­
mos, de manera normal, si no hay nada exterior que lo perturbe.
También podremos deducir que en su trayectoria se van a pro­
ducir, al chocar con un medio fuera del habitual, reflexiones y
refracciones.
La diferencia estará en la identificación de las fuerzas pertur­
badoras y en los medios que transforman las trayectorias. Es en
esta identificación en la que encontraremos la marca de fábrica de
los distintos individualismos.

Rousseau

El individuo es el elemento mecánico y la fuerza, un instinto de


felicidad. La pared que provoca la reflexión es el otro, y lo que
provoca el desvío de la partícula, el medio refrigente de la pro­
piedad.

Mientras los hombres se contentaron con sus cabañas rústicas, en


tanto que se limitaron a coser sus vestidos de piel con espinas o arillos, a
adornarse con plumas o conchas, a pintarse el cuerpo de diversos colores,
a perfeccionar y embellecer sus arcos y flechas, a tallar con piedras cor­
tantes canoas de pesca o algunos rudos instrumentos de música; en una
palabra, en tanto que únicamente se aplicaron a obras que uno solo
podía hacer y a las artes que no necesitan del concurso de varias manos,
vivieron libres, sanos y buenos y felices en tanto podían serlo por su
naturaleza y continuaron gozando entre ellos de las dulzuras del comer­
cio independiente; pero desde el instante en que un hombre tuvo necesi­
dad de la ayuda de otro, desde que se dio cuenta de que era útil que uno
solo tuviera provisiones para dos, la igualdad desapareció, la propiedad
se introdujo, el trabajo se convirtió en necesario (...).
J.-J. R ousseau

70
Locke

Su amistad con sir Robert Boyle y con Newton parece haber


sido definitiva. Hay en él una evidente teoría corpuscular para
explicar las distintas cuestiones filosóficas.

A) La identidad (principio de individuación) está basada en la


identificación mecanicista, en la que la partícula se identifica por el
tiempo y el lugar.

Una cosa no puede tener dos comienzos de existencia, ni dos cosas un


solo comienzo, ya que es imposible que dos cosas de la misma clase sean
o existan en el mismo lugar, ni la misma cosa en lugares diferentes. Por
consiguiente, lo que tiene comienzo es la misma cosa; y lo que tiene dife­
rentes comienzos en tiempo y lugar no es, por esta causa, sino diversa.
John L ocke

B) El conocimiento se explica mediante la reflexión. Llegan a


él ideas de sensación y rebotan ideas de reflexión, aunque no
sepamos la naturaleza de lo que las hace rebotar (¿el espíritu?, ¿la
materia?)! Nunca, sin embargo, serán las ideas innatas.

C) Un hombre libre es aquel sobre el que no se ejerce ninguna


fuerza. Definición de libertad perfectamente individualista.

D) La refracción está presente en la cuestión del lenguaje. No


hay «ninguna significación que sea cierta y evidente para los otros
hombres».

En fin, su teoría se ha llamado atomicismo agnóstico. Es posi­


ble que el agnosticismo fuera un encubrimiento de su ateísmo. Hay
síntomas abundantes de que tal era su posición, aunque él no lo
confesó nunca. Parece ser que tomó precauciones, por otra parte
muy comprensibles por la dureza de la época; pero también parece
ser que fue un tímido y no se atrevió a aplicar con rigor el newto-
nianismo a su posiciones teóricas. Su postura hubiera sido mucho
más coherente, aunque hay que reconocer que en ese caso no se
hubiera librado de la prisión o la muerte. El caso de Galileo estaba
vivo.

71
Hume

Hume aplica a su individualismo la teoría newtoniana, pero


procura subrayar los elementos más agnósticos y más alejados de
las interpretaciones místicas. Al hablar de la vis inertiae celebra
que Newton se negase a describir su naturaleza limitándose a des­
cribir su funcionamiento. La misma actitud toma Hume respecto a
la resistencia de Newton a hablar de la fuerza de atracción. Lo que
es de experiencia, según él, no necesita de apoyos teológicos.

Malthus

El primer ensayo sobre la población de Robert Malthus es un


intento de aplicar los principios de la mecánica a la población
humana. Sin embargo, es extraño que no se haya visto que los dos
principios con que se abre el ensayo son un trasunto de los princi­
pios naturales de Newton.

Creo poder honradamente sentar los dos puntos siguientes:


Primero: El alimento es necesario para la existencia del hombre.
Segundo: La pasión entre los sexos es necesaria y se mantendrá en su
estado actual.
R obert M a lt h u s

Lo que considera como «dos leyes fijas de la naturaleza», y «no


habiendo observado en ellas el menor cambio, no tenemos razón
alguna para pasar a suponer que vayan a dejar de ser lo que hasta
hoy han sido». El postulado primero equivale al principio de iner­
cia. La población depende de los alimentos y tiende a equilibrarse
con éstos. Pero el dinamismo sexual empuja constantemente,
teniendo en cuenta que una fuerza constante produce un movi­
miento uniformemente acelerado, la sexualidad como fuerza cons­
tante provoca un incremento constante de la población, con lo que
podrá deducirse el siguiente teorema:

La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en proporción


geométrica. Los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética.
R obert M a lth u s

72
LECCION NUEVE

EL T A L L E R R E L A T IV IS T A

Esta tarde, al volver a casa para continuar mi trabajo, he tenido


una experiencia que puedo calificar de desconcertante. Había en­
trado ya en mi cuarto y estaba colgando mi abrigo en la percha,
cuando me di cuenta de que mi sillón, junto a la mesa, se encon­
traba ocupado.
Más perplejo, si cabe, me quedé cuando me di cuenta de que el
personaje que ocupaba el sillón era yo mismo. ¿Cómo era posible?
El tiempo pasaba y no sabía qué hacer, y sin atreverme a decir
una palabra, me acerqué a él con la esperanza de que fuera un
fantasma y se desvaneciese. Decidí tocar su mano y, más que una
sensación de tacto, sentí que mi mano se introducía en la suya,
como si ésta fuese un guante extraordinariamente suave. Fue en ese
momento en el que se me ocurrió una idea de la que al instante me
arrepentí: sentarme en el mismo sillón.
Al principio no pasó nada. Mi cuerpo se unió al suyo y su piel
se fundió con la mía. Pero pronto empecé a sentir angustia.
Mientras lo había contemplado frente a frente —yo en mi espa­
cio y él en el suyo — me sentí relativamente fuerte y mi identidad no
padeció; pero ahora que habitábamos en el mismo espacio y en el
mismo tiempo, ¿cómo saber si yo continuaba existiendo? Intenté
hacer algo para vencer la angustia; pero, al estirar el brazo para
tomar el bolígrafo, me pareció que era su brazo y no el mío el que
lo hacía.
Dejé el bolígrafo, muy inquieto de que mi huésped, por llamarle
de alguna manera, se apoderase de mi escritura, quizá de mis pala­
bras, incluso de mis pensamientos. Para defenderme me refugié en
el único lugar en que no podía robarme: en mis recuerdos. Repenti­
namente me vinieron a la memoria las primeras páginas del libro de
Gercoch sobre la Relatividad y la grieta-universo, y una gran felici­
dad empezó a ganarme.

73
I. E l e g ir e l t ip o d e m u n d o

Pensar el mundo no es simplemente abrirse a los hechos y


ordenarlos. De esa manera, nuestra mente quedaría arrasada y
ningún pensamiento podría habitarla de manera estable. Pensar el
mundo es más bien al contrario: elegir un modelo y rellenarlo
como podamos con lo que la experiencia nos brinde. Por eso, el
conocimiento científico empieza por el no-conocimiento, por el
riesgo, por la apuesta.

Einstein era consciente de que su teoría venía de una elección intelec­


tual y no del descubrimiento de hechos nuevos. ¿Hechos? Los que ya
conocía eran suficientemente contradictorios para complicarse con nue­
vas búsquedas.

Por suerte, los modelos son pocos: hay que elegir entre la
partícula o el campo, entre la línea recta o el bucle, entre la conti­
nuidad o la discontinuidad, etc. Einstein hace tres elecciones de
modelo que paso a analizar a continuación.

A) La continuidad: un espacio sin cosas ni fuerzas

El mundo postulado por Einstein es geométrico. Lo físico y lo


denso quedan diluidos en una geometría generalizada. Hay que
subrayar esta geometrización, pues se ha pretendido que lo que
ocurría era precisamente lo contrario. Quizás el origen de esta opi­
nión venga del abandono por Einstein de la geometría euclídea,
que pretendía ser simplemente la geometría. Sein embargo, la
geometría de Euclides era mucho más fisicista de lo que se ha pen­
sado durante siglos. Los axiomas tienen contenidos empíricos y no
provienen de una intuición del espacio, sobre todo, el referente a
las paralelas. Por eso, la geometría de Riemann es mucho más
geométrica.
Es esta geometría la que permite comprender la continuidad sin
fin (pero sin infinitud) del mundo einsteiniano. Lo que, junto a la
idea de campo, completa el continuismo.

El campo es también geometría. No la geometría de Newton, que


convierte las rectas en trayectorias de proyectiles. Ahora (en Einstein), es

74
geometría que describe y estructura, geometría en reposo, geometría
métrica.

Pero la continuidad queda aún reforzada también por exclu­


sión de la fuerza gravitatoria, como fenómeno en sí. En Newton
una fuerza misteriosa, divina o mecánica presidía la conferencia y
el envolvimiento del mundo por sí mismo. Pero en Einstein ya no
existen esas fuerzas, sino movimientos de encaje, como si la reali­
dad fuera un inmenso puzzle cuyas piezas se movieran por sí mis­
mas para buscar su sitio.

El punto más interesante de la misma (la de la gravedad) es que ya no


hace que la ley sea el resultado de la acción a distancia. El sol no ejerce
ninguna clase de fuerzas sobre los planetas. Así como la geometría se ha
convertido en física, la física se ha convertido en geometría. La ley de la
gravitación, en la ley geométrica de que todo cuerpo sigue el curso más
fácil de un lugar a otro.
B e r t r a n d R u ssell

B) La simetría: la idea feliz

Si es necesario elegir un modelo, también es necesario tomar


una actitud frente a la simetría. La naturaleza, lo mismo que el
individuo, lo hace continuamente. A veces, somos capaces de una
gran tolerancia para la disimetría (sobre todo si los disimétricos
somos nosotros), pero otras veces nos resulta insoportable. Esta es
precisamente la palabra que emplea Einstein: «unertráglich».
Al aplicar la teoría del campo de Maxwell, Einstein se encontró
con un caso de disimetría particularmente molesto. Mediante un
experimento mental, se plantea el problema de calcular la corriente
en dos casos: cuando un imán se mueve a lo largo de un conductor
y cuando es el conductor el que pasa delante del imán inmóvil. La
cantidad de corriente es la misma, pero se ve obligado a utilizar en
el cálculo un tipo diferente de ecuación en cada caso. La disimetría
metódica no parece inherente al fenómeno.
Suponiendo que el imán fuera de pensar y calcular, encontraría
que frente a él no habría un campo eléctrico, y si el pensador era el
circuito moviéndose, daría una versión diferente. No habría mane­
ra de tender un puente. Este puente es lo que Einstein llama «la
idea más feliz de mi vida». El campo electro-magnético y el campo

75
gravitatorio sólo existen relativamente a algo. En sí mismos no
existen, como no existiría el campo gravitatorio para un observa­
dor en caída libre. Luego la simetría ha sido recuperada.

C) Lo solidario: la brújula busca su lugar

La tercera elección de mundo por Einstein está en lo solidario.


Es un universo en el que no existe la soledad de las cosas. Veamos.
Uno de los recuerdos más antiguos de Einstein es el momento
en el que su padre le mostró una brújula. Lo ha relatado él mismo
muchas veces, pues confiesa que es un «recuerdo que nunca le
abandonó».
Einstein interpreta el valor de la anécdota: observando que,
fuese la que fuese la posición en la que se colocaba, siempre termi­
naba apuntando hacia la misma dirección, era claro que «debía
haber algo oculto».
La brújula es un objeto relativo, un objeto ligado a un lugar del
mundo donde se emitía una llamada hacia esa brújula. Es como si
hubiera un hueco permanente que la brújula tuviera que llenar. La
brújula del pequeño Einstein se convierte de esta manera en un
símbolo de un retorno donde no existe la soledad. Otra impresión
producen las cosas flotando en el Espacio Absoluto de Newton.

II. LOS HECHOS

A) Para Newton, que la luz no se propagase instantáneamente


fue un descubrimiento importante. Con la luz en viaje, el proceso
gana terreno a las estructuras estáticas. De manera paralela, en
Einstein, que la luz fuese constante en su velocidad, fuese cual
fuese el movimiento del foco emisor, también fue definitivo. Si
existe constancia en la velocidad, a tiempos iguales tendría que
haber recorridos iguales, y, al no ser así, habría que aceptar la
contracción de los instruentos de medida, lo que hacía relativa
toda medida de las coordenadas en que estaban inscritas. Esto
daba al mundo de Einstein la cualidad de no-sólido, de elástico, lo
que era completamente nuevo.

76
B) Pensar antes el espacio y después el tiempo supone escindir
la realidad, falsificarla. Pensarlos a la vez es elegir otro universo,
aunque esa unión tenga dificultades par lo imaginario. El concepto
de línea universo de Gercoch es un buen acercamiento. Para no­
sotros es el verdadero principio de individuación, no ese otro que
el empirista proclama: el espacio por una parte y el tiempo por
otra.

III. L egitim ación d e u n a teo ría

No se trata de falsar hechos, sino de probar la propia teoría por


sus cualidades internas. Einstein sabe que la verificación completa
es imposible, por lo que debe mantener su teoría, aunque las com­
probaciones tarden y los hechosse resistan. Es un punto de dog­
matismo y autoconfianza sin el cual el científico sería incapaz de
generar la energía necesaria para actuar.
Por esta razón, él intenta legitimar su posición teórica por las
propias cualidades de la teoría y aún por la licitud de sus esperan­
zas de comprobación. Esta legitimación se realiza —a mi juicio—
por tres caminos que pasamos a estudiar a continuación.

A) La simplicidad

Una teoría es tanto más probable cuanto más simple, y es tanto


más simple cuanto más se eliminen los aditamentos inobservables
que posea. La simultaneidad y el éter son inobservables, luego
deben ser expulsados.
La simultaneidad tenía sentido en Newton, como la tiene en la
vida cotidiana, porque para ambas posiciones existe un tiempo fijo
que sirve de referencia. A un mismo instante del Tiempo Absoluto
de Newton pueden estar relacionados dos fenómenos. Pero si no
existe un tercero de referencia, ¿tiene sentido seguir hablando de
simultaneidad? No, a no ser que pudiera ser establecida mediante
un experimento, pero tal experimento es imposible.
Respecto al éter, se mostraba inasequible y su existencia no
servía sino de apoyo imaginativo. Podía ser eliminado.

77
B) Los experimentos mentales

Si la realidad es demasiado amplia y complicada para ser


manejable, siempre se podrán hacer experimentos imaginarios. La
obra de Einstein está llena de experimentos fantásticos. Aparecen
viajeros que avanzan a la velocidad de la luz, ascensores que caen
indefinidamente o que ascienden tirados por una maroma cuya
fuerza no se agota, espectadores que ven lo que pasa en otras gala­
xias y dentro de esos ascensores fantasmas, aunque éstos pasen
ante nosotros perfectamente cerrados, etc.
En la Escuela Cantonal de Aarau, el neófito Einstein imagina
su primer experimento (conocido) de este tipo fantástico.

Si yo sigo un rayo de luz con una velocidad «c» (velocidad de la luz en


el vacío), debería observar tal rayo de luz como un campo electromagné­
tico en reposo oscilando espacialmente.
A lbert E in stein

C) El cálculo tensorial

Pasa por ser la más alta generalización que pueda hacerse por
la mente humana. Si, por ejemplo, el álgebra generalizaba el cálcu­
lo numérico (creando relaciones entre los elementos que en los
números concretos no existían), el cálculo tensorial, mucho más
allá, llegaba a crear, como dice Russell, una «objetividad nueva»,
que abarcaba datos de distintos sistemas de coordenadas, luego
teníamos en este cálculo una nueva y poderosa fuerza de simplifi­
cación.

N o t a sobre la convención: Las teorías científicas pueden ser falsadas, pero esto
ocurre pocos veces, y cuando una falsación se produce, como se refiere a un
aspecto de la teoría, siempre se puede añadir una hipótesis «ad hoc». Más allá de
la falsación, la verificación global de una teoría es imposible. Demasiados ele­
mentos deberían ser contrastados, y siempre puede aparecer otro nuevo que sea
imposible verificar.
Valdría más volver a hablar de convención, como ya habló Poincaré. (Sobre
la diferencia entre el convencionalismo de Poincaré y Einstein, véase Stegmüller).
En este caso, la teoría de Einstein es una convención más sencilla que la de
Newton, no sólo por la eliminación —ya mencionada— de la simultaneidad
absoluta, sino porque es la manera más fácil de explicar el retraso del perihelio
de Mercurio, la desviación de la luz de las estrellas lejanas en las proximidades
del Sol, la desviación que hay en el rojo de las franjas del espectro.

78
OTROS ASPECTOS DEL TALLER RELATIVISTA

Proust: paisajes dentro de la geometría del alma

El espacio en las novelas de Proust es relativo, y mantiene la


estructura de un campo electromagnético de Maxwell, en el que
cada elemento influye en los demás. No es el reflejo estático de una
realidad exterior, fija, solidificada, como puede ser un paisaje des­
crito por Balzac. Si Proust recuerda en sus novelas a Combray, el
lugar de su infancia, eso no quiere decir que ese nombre signifique
algo que se encuentra geográficamente en un determinado lugar,
sino algo entre Meséglise y Guermantes. Pero esos dos lugares, a
su vez, no son sino dos relaciones. Meséglise, con la gente que
pasea, y Guermantes, con la ausencia de gentes. Cierto que junto a
uno hay una llanura y junto a otro hay un río; cierto que mate­
rialmente existen caminos reales que se extienden algunos kilóme­
tros entre Meséglise y Guermantes, pero lo que Proust vive es una
relación ideal, dos posiciones de su mente que no tienen corres­
pondencia con la geografía concreta de la región:

Porque alrededor de Combray había dos lados para ir de paseo; y tan


opuestos, que teníamos que salir de casa por distinta puerta, según qui­
siéramos ir a uno o a otro: del lado de Meséglise-la-Vineuse, a decir
verdad no conocía nunca otra cosa que el «lado» y gentes que los domin­
gos iban de paseo a Combray (...) que eran considerados como «gente
que habría venido de Meséglise». En cuanto a Guermantes, vendría un
día que trabara más conocimiento con él; pero tenía que pasar largo
tiempo; y durante toda mi adolescencia, era Meséglise una cosa tan inac­
cesible como aquel horizonte, siempre oculto a la vista por lo lejos que se
fuera, por los repliegues del terreno (...). Guermantes sólo se me aparecía
como el término, más ideal que real, de su «propio lado» (...). Así que .
tirar por Guermantes para ir a Meséglise, o al contrario, se me figuraba
expresión tan carente de sentido como tirar para el este para ir al oeste.
Como mi padre siempre hablaba del lado de Meséglise, considerándolo
como el más hermoso panorama de la llanura que conocía, y del lado de
Guermantes como del típico del río, dábales yo, al concebirlos como dos
entidades, su cohesión y unidad propias sólo en las creaciones de nuestra
mente: (...) y comparados con ellos, los caminos puramente materiales
(...) en medio de los que estaban posados en calidad de ideal de pano­
rama de llanura y de panorama de río, no merecían la pena de ser mira­
dos con mayor atención (...). Pero, sobre todo, interponía entre uno y

79
otro algo más que sus distancias kilométricas: las distancias entre dos
partes de mi cerebro con que pensaba en ellos, una de esas distancias de
dentro del espíritu, que no sólo alejan, sino separan y colocan en distinto
plano.
MARCEL PROUST

Picasso: eliminando dimensiones

Picasso pinta Las señoritas de Avignon (1907). Las coordena­


das clásicas han desaparecido, esas coordenadas que estaban en
todos los cuadros clásicos y que pretendían ser un apoyo para
reflejar la realidad. En Las señoritas de Avignon las coordenadas
son elegidas por Picasso, y es natural que parezcan arbitrarias a los
críticos tradicionales, que consideraban que si bien se podía elegir
el tema, no podían elegirse coordenadas fuera de las consideradas
reales.
En el cuadro, la atmósfera se aplana y se estira en un solo
plano sin profundidad. Es el mismo estilo imaginario que em­
pleaba Einstein en alguno de sus experimentos mentales, en los que
aparecía un mundo con seres que no conocían más que dos
dimensiones.
Aquí, las señoritas y los clientes, sometidos a un mundo plano,
se convierten en «Gestalten», formas, pero no de un mundo coti­
diano, sino de un mundo sin sexualidad, sin carne, aunque lleno de
humor. Contemplando el cuadro, podría decirse que el pecado se
ha convertido en geometría y que el pintor ha reducido toda la
humanidad en un cartelón de ferias.

ORACIÓN RELATIVISTA

Dame, Señor, un mundo flexible y elástico que no me hiera,


dame un mundo curvo y sin aristas
en el que yo no sea más que un pequeño arroyo
sorteando una ladera.
Señor, que si Tú quieres
la luz llegue sin retraso a los confines del mundo,
pero deja que yo resbale
80
por toboganes tranquilos.
Que nadie ni nada, Señor, esté perdido,
que haya una voz que llame toda cosa,
a los árboles como si fuesen centinelas del aire,
a las criaturas, a las piedras desconocidas, a las arenas del desierto
y a los hombres como si fuesen brújulas,
a todo cuanto existe y es numerable.
Para que todos sepamos que hay una voz que nos llama
y que no estamos solos.
Dame, Señor, la imaginación suficiente
para vivir todos los mundos
y gustar todas las mieles,
aun cuanto me fueran negados,
por la crueldad del azar.

81
LECCION DIEZ

EL T A L L E R C U Á N T IC O

En el séptimo día, Él no descansó. La información sobre este


supuesto descanso se dio por razones que hoy se llamarían políti­
cas. Pero hay indicios de que el último día de la Creación hubo una
inusitada agitación. A última hora, y por un designio cuyas razones
se ignoran, el Creador se dedicó a triturar en pedazos todo cuanto
había hecho a lo largo de la semana. Los pedazos fueron tan
pequeños como pudo, lo que, teniendo en cuenta su no pequeño
poder, dará idea del resultado. Para evitar escándalos y no tener
que dar explicaciones, Él decidió que todo continuara con su apa­
riencia de ser de una pieza. Así, pues, se siguieron viendo árboles,
hombres, montañas y todas las cosas que tienen nombre en este
mundo. Era evidente que quería en lo posible que fuera denunciado
como Creador, con la consiguiente confusión de los futuros
creyentes.
Pero como todo, al final, se sabe, al cabo de unos cuantos
siglos, algunos sabios terminaron por descubrir la verdad. Lo que
no lograron fue averiguar la razón que le indujo a pulverizar y
fragmentar lo que tanto le había costado crear durante toda una
semana. Lúe entonces cuando se organizó un simposio en el que el
tema se discutió con pasión. Niels Bohr, Schródinger y Heisenberg
tenían encontradas opiniones. El informe final del simposio se ha
perdido, pero a lo largo de las páginas que siguen, el lector se podrá
hacer una idea.

I. O tra vez t en em o s pro ta g o nista

Si en la teoría einsteiniana el campo había tomado el lugar del


protagonista, con la aparición de la teoría cuántica hay una especie

83
de retorno a los niveles pre-relativistas, pues reaparece un prota­
gonista, aunque sea un protagonista un poco particular, y, además,
se reinicia el relato, que estaba un poco en segundo término.
Si decimos que el protagonista es «Un poco particular», se debe
a que unas veces nos aparece como una partícula, una especie de
glóbulo, y otras se presenta como un acontecer, un suceso, con lo
que al hablar sobre él nos sorprendemos a nosotros mismos
hablando dos lenguajes diferentes: unas veces lo hacemos en la
prosa de la física y otras en una lírica más o menos existenexisten-
cialista.
Pero de todas formas, un protagonista es un protagonista y
tiene una consistencia, un espesor con el que hay que contar. Los
físicos miden este espesor con una medida digna de tal protago­
nista, llamada «ergsegundos». Si a esta medida se le añaden otras
expresiones, tales como «trenes de ondas», «glóbulos de energía», se
dará la justa impresión de ambigüedad que estamos describiendo.
Para explicar esta ambigüedad, se diría que se ha dividido
tanto el volumen que ya no parece ni volumen ni extensión, y que,
como con la energía se ha hecho lo mismo, ya no es verdadera
energía. Por tanto, estamos ya en un campo en el que el lenguaje
«es como si fuera una partícula que parece una energía, y vi­
ceversa».

11. Un resultado no esperable

Lo que al principio sorprendió a los físicos fue que el átomo,


desconociendo las leyes de la mecánica clásica, no permitía que
saliese nada de él, ni entrase nada sin tener un valor prefijado. Ese
valor es lo que se ha dado en denominar «quantum». Un «quan­
tum» que ha sido calculado con una precisión escalofriante, te­
niendo en cuenta su pequeñez. Para ilustrar este comportamiento,
lo habitual es exponer el llamado «efecto fotoeléctrico»:

Cuando la luz brilla sobre una película metálica de sodio, potasio,


rubidio, etc., la película descarga electrones que escapan a gran veloci­
dad, y tanto ésta como su energía pueden medirse experimentalmente.
Sin lugar a dudas, la luz incidente es la que provee de la energía sufi­
ciente a esas explosiones. Pero una ley notable rige este fenómeno. En
primer lugar, la velocidad de los electrones no aumenta cuando aumenta
84
la cantidad de luz. La concentración de luz produce más explosiones,
pero no explosiones más poderosas. En segundo lugar, la velocidad de
los electrones aumenta cuando se emplea luz azul, es decir, luz con una
ondulación más corta. Así, por ejemplo, la luz atenuada que nos llega de
Sirio provocará explosiones más poderosas que las del Sol, porque la luz
de Sirio es más azulada que la luz solar: la lejanía de Sirio no debilita las
emisi0 nes, aún cuando reduce su número.
ARTHUR S. Eddingtonn

III. C omo si fuese una espiral , como si fuese una escalera

Tomemos el ejemplo más sencillo de átomo: el de hidrógeno.


Tiene un solo protón que permanece como núcleo, mientras que el
electrón se mueve en una órbita o circular, según la ley de atrac­
ción y en razón inversa del cuadrado de la distancia.
En este átomo, que describimos según el modelo de Niels Bohr,
resulta que el electrón puede cambiar de órbita mediante una
absorción de energía y volver a una órbita más próxima. Pero el
paso de una a otra puede entenderse, bien a través de una espiral,
bien mediante un salto. Como dice Eddington, «bajando escalón a
escalón o bajando por la barandilla».

(...) si la escalera comprende un número incontable de pequeños esca­


lones, no se notará la diferencia esencial entre las dos maneras de bajar.
Por tanto, en la práctica, es lo mismo que el electrón salte de una órbita
más alta a otra más baja como que baje en espiral cuando el número de
escalones es innumerablemente elevado.
A rthur S. E ddington

Ahora podemos sacar una consecuencia. La existencia de un


doble paisaje es una prueba de que ninguno de esos paisajes es
considerado el real, y que la supuesta incoherencia de usar los dos
es sólo un síntoma de la situación desesperada en que parecen ubi­
cados actualmente los físicos cuánticos.
Se diría que la verdad y la realidad no se encuentran en nin­
guna de sus descripciones, sino más allá de éstas, y que por esta
razón los físicos se están viendo obligados a saltar de una perspec­
tiva a otra, mientras tratan de encontrar una visión ajustada.

85
En la imagen semiclásica del átomo de hidrógeno que nos da Bohr,
hay un electrón que nos describe una órbita circular o elíptica. Sólo se
trata de una imagen: el átomo real no contiene semejante cosa. El átomo
real contiene lo que la mente humana no ha podido concebir hasta ahora
y que, sin embargo, Schródinger ha logrado describir de una manera
simbólica. Ese «algo» se extiende de tal forma que no se admite compa­
ración con un electrón que describe una órbita. Ahora, excite usted el
átomo de manera que se desplace sucesivamente hacia estados cuánticos
cada vez más elevados. En la imagen de Bohr, el átomo salta de una
órbita a otra más elevada. En el átomo real, ese «algo» se concentra más
y más hasta dibujar la órbita de Bohr y llega hasta imitar una condensa­
ción animada de un movimiento de rotación. Pasemos a números cuánti­
cos elevados y entonces el símbolo de Schródinger representa un cuerpo
compacto que se mueve siguiendo la misma órbita y con el mismo
período que el electrón de la imagen de Bohr; además, emite radiaciones
de acuerdo con las leyes clásicas del electrón. Así, cuando el número
cuántico llega a ser infinitamente grande, el átomo estalla, se escapa de él
un verdadero electrón clásico. Al dejar el átomo y salir fuera de la bruma
de Schródinger, el electrón se concreta lo mismo que se materializa un
genio al salir de la retorta.
ARTHUR S. EDDINGTON

IV. R ealism o extr añ o

Resumamos lo que hasta el momento hemos averiguado:


a) La partícula-acción, a pesar de su ambigüedad, es el nuevo
protagonista.
b) Es un «algo», pero a medida que se intente conocer a fondo,
se resiste y se conviertre en una incertidumbre. No podemos
negar su existencia, pero la física cuántica ha llegado a
negar toda entidad que pueda atribuírsele. Es algo real, pero
se comporta como si sólo fuera pensado.
Así, pues, podemos decir que estamos ante un realismo sin
realidad, o, por lo menos, ante un realismo en el que se ha susti­
tuido lo real por la pensatividad. Una cita de Heisenberg nos ayu­
dará a comprenderlo:
Cada proceso de observación provoca perturbaciones considerables
de las partículas elementales de la materia. No se puede hablar del com­
portamiento de la partícula sin tener en cuenta el proceso de observación.
En consecuencia, las leyes naturales, que en la teoría de los «quanta»
86
formulamos matemáticamente, no conciernen a las partículas propia­
mente dichas, sino al conocimiento que de ellas tenemos. La cuestión de
saber si estas partículas «existen» en sí mismas en el espacio y el tiempo
no puede ser planteada de esta forma, pues nosotros podemos hablar si
no de «sucesos» que se desarrollan cuando por una acción recíproca de la
partícula y otro sistema físico, por ejemplo, los instrumentos de medida,
se intenta conocer el comportamiento de la partícula. La concepción de
la realidad objetiva de las partículas elementales se ha disuelto extraña­
mente, no en la niebla de una nueva concepción de la realidad objetiva,
oscura y mal entendida, sino en las claridades transparentes de una
matemática que no representa el comportamiento de la partícula elemen­
tal, sino el conocimiento que de ella tenemos.
WERNER HEISENBERG

V. LO CUÁNTICO FRENTE A LA GRAN CATÁSTROFE

Niels Bohr se consolaba de las dificultades que la teoría cuán­


tica ponía sobre el tapete tomando como punto fuerte la seguridad
que dicha teoría representaba contra el derrumbe total del uni­
verso.

Al principio, tal situación puede parecer incómoda, pero como ha


sucedido frecuentemente en la ciencia, cuando nuevos descubrimientos
han puesto de manifiesto limitaciones fundamentales de los conceptos
considerados hasta entonces como indispensables, nos encontramos re­
compensados por haber alcanzado una visión más amplia y una mayor
capacidad de relacionar fenómenos que anteriormente hubieran podido
parecer contradictorios. Sin duda, la limitación de la mecánica clásica,
simbolizada por el cuanto de acción, ha proporcionado la clave para el
conocimiento de la estabilidad intrínseca de los átomos, sobre los que en
esencia se basa la descripición mecánica de los fenómenos naturales. Por
supuesto, ha constituido siempre un rasgo fundamental de la teoría ató­
mica el hecho de que la indivisibilidad de los átomos no pueda concebirse
en términos mecánicos, situación que prácticamente ha permanecido
invariable aún después de que dicha indivisibilidad de los átomos se susti­
tuyó por la de las partículas eléctricas elementales, electrones y protones
de que están formados. No me refiero al problema de la estabilidad
intrínseca de esas partículas elementales, sino a la de las estructuras ató­
micas con ellas construidas. Si abordamos este problema desde el punto
de vista de la mecánica o de la teoría electro-magnética, no encontramos
base suficiente para explicar las propiedades específicas de los elementos
87
ni la existencia siquiera de los cuerpos rígidos sobre los cuales descansan
en definitiva todas las medidas utilizadas para ordenar los fenómenos en
el espacio y en el tiempo. Se han superado actualmente estas dificultades
admitiendo que cualquier cambio definido de un átomo es un proceso
individual que consiste en el paso completo del átomo de uno u otro de
sus llamados estados estacionarios. Además, dado en todo proceso de
transición en el que es emitida o absorbida luz por un átomo, sólo se
cambia un cuanto de luz, resulta posible medir directamente mediante
observaciones espectroscópicas la energía de cada uno de tales estados
estacionarios. Los datos obtenidos de este modo han sido confirmados de
manera muy instructiva por el estudio de los cambios de energía que se
producen en los que choques atómicos y en las reacciones químicas.
NlELS BOHR

VI. S entido d e la t eo r ía c u á n t ic a

Señalo tres posiciones:

A) Para Niels Bohr, la teoría cuántica significa una solución


económica de la estabilidad de la materia. Que los cambios sólo se
pueden hacer a determinados umbrales, es la mejor solución pen-
sable. Otras soluciones hubieran sido mucho más costosas. Mante­
ner la cohesión a fuerza de rigidez hubiera supuesto una mayor
dificultad, y nunca nos defendería de la posibilidad de una catás­
trofe generalizada. La solución cuántica era, pues, un acierto.

B) Schródinger considera que una solución ya había sido pre­


vista por los filósofos que habían discutido, desde Zenón, las
características del último elemento. Pero, aunque prevista, no
dejaba de ser una situación anómala, ya que a nadie se le ocurrió
la solución cuántica, que no mantiene ni indivisibles ni divisibles.

C) Si analizamos lo que Heisenberg nos dice, llegamos a la


conclusión de que la situación cuántica es humillante para los físi­
cos. Por ejemplo, tiene que ser desalentador admitir que sólo pue­
den contemplar la naturaleza a través de una ranura. Si quieren
conocer la velocidad de la partícula, tienen que renunciar a cono­
cer su masa; si quieren conocer su masa, nunca sabrán su veloci­
dad.
Es creencia general entre los físicos cuánticos que nunca se ha
ignorado tanto y que lo que antes eran lagunas, ocupa hoy la
88
mayor parte del campo. Es lo que dicen los más expertos en
cuanto entran en conversación sobre sus asuntos. Se ponen de
acuerdo al admitir que conocen el propio método, lo que piensan,
pero que no conocen lo que estudian. Por eso, los científicos
toman cada vez más la posición de los viejos filósofos, es decir,
están volviendo a la contemplación de sus propios ombligos.
Mientras tanto, el epistémico opina que la situación no ha
cambiado, al menos, tanto como se piensa, ya que los hombres de
ciencia ignoraron mucho más sobre sí mismos de lo que ellos pen­
saban. Aunque el epistémico tiene prohibido sacar conclusiones y
echar una mano en uno u otro sentido —sería impropio de un
testigo—, lo que sí hace es constatar que la cosa marcha, que la
conciencia aumenta y que el trabajo no cesa.

OTROS ASPECTOS DEL TALLER CUÁNTICO

Kafka

Gregor Samsa —nos cuenta Kafka— se despierta una buena


mañana con graves problemas de identidad. Toda su vida ha sido
viajante de comercio, mal pagado, siempre amenazado por el des­
pido, siempre solo. Pero esta mañana, Gregor no sabe si continúa
siendo él mismo o se ha convertido en insecto. Por una parte,
conoce su vida y la rememora, pero sus recuerdos, tan claros y tan
precisos, ¿le pertenecen verdaderamente? Por otra parte, su familia
cree ver un horrible insecto, pero ¿están viendo un insecto o es su
culpabilidad lo que éstan sufriendo? Samsa desconoce su propia
identidad y morirá sin conocerla. Es un sujeto, un sujeto transpa­
rente, consciente, pero no es un objeto. Cuanto más se investiga a
sí mismo, menos conoce su identidad.
Es un caso parecido al que nos describe sobre el animal de la
sinagoga:

En nuestra sinagoga vive un animal que tiene aproximadamente el


tamaño de una marta. Con frecuencia se le ve, pero alrededor de unos
metros de distancia; no tolera mayor proximidad. Su color es verde azul
claro. Nadie ha tocado su piel. Imposible decir nada de ella, y podría
incluso afirmarse que su color real es desconocido.
Franz Kafka

89
Chirico

Chirico pinta El vaticinador. Si nos aproximamos al personaje


del cuadro con la esperanza de encontrar un hombre, nos topamos
con volúmenes no humanos; si nos acercamos buscando volúme­
nes, nos encontramos con algo que nos resulta familiar y humano.
Y el mismo juego tendríamos con la construcción que hay al
fondo: si la apreciamos como un templo, se nos convierte en un
cofre misterioso, y si la miramos como algo cerrado, se nos revela
como un refugio ideal, amistoso. El conjunto es sumamente extra­
ño, pero tenemos la impresión de haber estado allí.
Un realismo misterioso, el de Chirico, que nos llena el mundo
de personajes que evaden toda identificación definitiva.

Burgos - Madrid
19 de octubre de 1987

90
ÍN D IC E
Págs.
Lección P rim era : La epistémica ................................................. 5
I. El filósofo contra el enigma, 6. - II. El saber científico frente al saber
cotidiano, 8. - III. Humanismo frente a ciencia, 10. - IV. La epistémica,
10. - V. Coda, 11.
Lección D o s : La realidad ............................................................... 13
I. Los caminos del a realidad, 14. - II. La realidad real, 17. - III. Coda, 18.
Lección T res : La imaginación ...................................................... 19
I. Una moda: La imaginación, 20. - II. Función délo imaginario, 20. - III.
Usos de la imaginación, 21. - IV. Imaginar la imaginación, 22.
Lección Cuatro: La palabra ........................................................ 25
I. Primera introducción: El anillo flotante, 25. - II. Introducción segunda:
Las teorías burbuja, 26. - III. Acercamiento y perspectivas, 26. - IV. El
caso Wittgenstein, 29. - V. Dos conclusiones, 31.
Lección C inco : La otra inteligencia ............................................ 33
I. Historia de la inteligencia, 33. - II. Comienza la historia, 34. - III. La
transición, 35. - IV. Gloria y miseria de los P r in c ip ia M a t h e m a t i c a , 36.
V. Descubrimiento de la incompletitud, 39. - VI. Segunda etapa, 40.
Lección S eis : El pensamiento ....................................................... 43
I. Pensamiento y discurso, 44. - II. El pensamiento científico, 44. - III.
Pensamiento y acción, 48.
L ección S iete : Los talleres epistémicos ...................................... 51
I. Primera consideración intempestiva: La evolución de la ciencia, 52. - II.
Segunda consideración intempestiva: La historia como relato, 52. - III. El
relato progresista: El mito solar, 53. - IV. El relato paradigmático: La
seducción de los cometas, 54. V. El programa científico como bandera de
enganche, 57. - VI. Declinación de la teoría: Popper, 57. - VII. Los talleres
epistémicos, 58.
Lección Ocho, prólogo: Newton no era newtoniano ........ 61
I. Newton, 63. - II. El individualismo, 69.

93
L e c c ió n N u e v e : El taller relativista ............................................. 73
I. Elegir el tipo de mundo, 74. - II. Los hechos, 76. -111. Legimitación de
una teoría, 77.
L ección D iez : El taller cuántico ................................................... 83
I. Otra vez tenemos protagonista, 84. - II. Un resultado no esperable, 84.
III. Como si fuese una espiral, como si fuese una escalera, 85. - IV.
Realismo extraño, 86. - V. Lo cuántico frente a la gran catástrofe, 87. -VI.
Sentido de la teoría cuántica, 88.

94

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