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Tiene
mal estilo. // 2. m. Uso, práctica, costumbre, moda. // 3. m. Manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un
orador. El estilo de Cervantes. // 4. m. Carácter propio que da a sus obras un artista plástico o un músico. El estilo de Mi-
guel Ángel. El estilo de Rossini. // 5. m. Conjunto de características que identifican la tendencia artística de una época, o
de un género o de un autor. Estilo neoclásico. // 6. m. Gusto, elegancia o distinción de una persona o cosa. Pepa viste con
estilo. // 7. m. Punzón con el cual escribían los antiguos en tablas enceradas. // 8. m. gnomon (‖ indicador de las horas
en el reloj solar). // 9. m. Bot. Columna pequeña, hueca o esponjosa, existente en la mayoría de las flores, que arranca
del ovario y sostiene el estigma. // 10. m. Dep. Cada una de las distintas formas de realizar un deporte. Prueba en estilo
mariposa. // 11. m. Mar. Púa sobre la cual está montada la aguja magnética. // 12. m. Arg. y Ur. Composición musical de
origen popular, para guitarra y canto, de carácter evocativo y espíritu melancólico. // 13. m. Ur. Baile popular que se
ejecuta con el estilo.
estilo (del lat. «stilus», del gr. «stŷlos»). 1 m. Nombre dado a distintos objetos de forma de varilla o
punzón. Punzón con que escribían los antiguos en tablas enceradas. *Pluma. Varilla que señala
las horas en el *reloj de sol. ≈ Gnomon. Púa sobre la que gira la aguja de la *brújula. Bot. Prol on-
gación de la parte superior de ovario que remata en uno o varios estigmas. 2 Modo personal de escribir
que caracteriza a un escrito. Manera de hablar o de escribir característica de los distintos géneros
literarios o de los distintos usos del idioma: ‘Estilo epistolar [narrativo, oratorio, familiar]’. Cada ma-
nera de hablar o escribir calificable de cualquier modo. Modo personal que caracteriza las realizacio-
nes de un artista de cualquier clase. Cada una de las maneras que se distinguen en la historia del arte:
‘Estilo gótico [o plateresco]’. Manera de hacer una cosa que resulta característica de una persona, un
país, una época, etc.: ‘Me gusta su estilo de vestirse’. Manera original o distinguida de hacer algo: ‘Le
hicieron un corte de pelo con mucho estilo. Viste con estilo’. 3 Der. Fórmula de proceder jurídicamente,
y orden y método de actuar.
estilo1 I m 1 Modo personal de escribir [de un autor]. Tb sin compl. b) Modo de expresión característico [de un género
literario, de una obra o de un escrito]. c) Modo personal de hablar o de expresarse [de una pers. o colectividad]. d) (Ling)
Forma de la oración que depende de la manera de reproducir palabras o pensamientos ajenos o propios. Con los adjs
directo o indirecto ( directo, indirecto). ■ 2 Modo personal [de un artista] de realizar sus obras. ■ 3 Tipo estético consti-
tuido por un conjunto de caracteres formales. Frec con un especificador. ■ 4 Modo característico de actuar, comportar-
se o vivir [de una pers. o colectividad o de una época]. Frec con un adj o compl especificador. b) Manera de hacer algo.
c) Modales. Frec en la constr mal ~. Tb fig. ■ 5 Modo de ser o de estar hecho [algo] en su aspecto formal. ■ 6 Clase o
modalidad. b) (Dep) En pl: Competición en que se nada los estilos mariposa, espalda, braza y libre. Tb en oposición con
la distancia correspondiente a cada competición. ■ 7 Cualidad [de una obra de arte] que la hace destacar o distinguirse
de las demás. b) Elegancia o distinción [de alguien o algo]. II loc adj 8 de ~. En una editorial: [Corrección o corrector]
de la forma lingüística de un texto que va a la imprenta. ■ 9 de ~. [Manual o libro] de normas de redacción, destinado
a un medio de comunicación. ■ 10 de ~. [Objeto] que pertenece a un estilo [3] antiguo bien definido, o que se realiza
en la actualidad en un estilo antiguo. ■ 11 por el ~. Semejante o parecido. A veces con un compl. de. Tb adv.
estilo2 m 1 Punzón. b) (hist) Punzón usado en la antigüedad para escribir sobre tablillas enceradas. ■ 2 En un reloj de
sol: Varilla que marca la hora. ■ 3 (Bot) Parte del pistilo que une el ovario con el estigma.
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Modo, manera, forma, uso, práctica, costumbre, moda, elegancia, carácter,
gusto… Miras cualquier definición de la palabra estilo y es fácil que te asalte
una avalancha de sustantivos. Sustantivos importantes y de uso frecuente.
Tantos que te preguntas si esa palabra breve y fácil de pronunciar no sirve
quizás para demasiadas cosas, como si se hubiera convertido en un comodín
que vale un poco para todo.
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Entre las acepciones que nos ofrece la RAE, por ejemplo, nos interesa ese
“conjunto de características que identifican la tendencia artística de una
época, o de un género o de un autor” (acepción 5), pero también la “manera
de escribir o de hablar peculiar de un escritor o de un orador” (acepción 4) y el
“carácter propio que da a sus obras un artista plástico o un músico” (acepción
3). Yo, francamente, no veo muy clara la necesidad de estas últimas dos, visto
que en la anterior ya se habla de especificidades individuales, y menos aún la
diferencia entre ambas. Los ejemplos ofrecidos por el propio diccionario,
además, contribuyen a mi incerteza: ¿dónde estaría la diferencia entre ese
“estilo de Rossini” que presenta como ejemplo de la acepción 3 la RAE —sor-
prendentemente, todo sea dicho, visto cuán parca es siempre en menciones a
la música— y el “estilo de Cervantes” propuesto para ejemplificar la acepción 4?
¿No cabrían todos en una misma acepción? Pero sí es evidente la tensión entre
la especificidad personal y movimientos artísticos inevitablemente colecti-
vos. Y esto es aún más claro en el diccionario de Seco, Andrés y Ramos,
donde se habla del “modo personal de un artista de realizar sus obras” pero
también del “modo personal de hablar o de expresarse de una persona o de una
colectividad” e incluso del “modo característico de actuar, comportarse o vivir
de una persona o colectividad o de una época”, y al mismo tiempo del estilo
como un “tipo estético constituido por un conjunto de caracteres formales”.
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Así que dos realidades me parecen centrales aquí. La primera es que el concep-
to de estilo que necesitamos para hablar de música debe ser capaz de servirnos
para comprender las diversas dimensiones que intervienen en el fenómeno
artístico. Si sólo podemos usar el término estilo para hablar de composición,
nuestra mirada sobre la música se empobrece y acabamos por hacernos porta-
voces de una jerarquía antigua que ya demasiado daño ha hecho. La segunda
cuestión es que la posibilidad de usar el concepto de estilo para explicarnos las
especificidades de una determinada obra o de la producción de una persona no
puede pasar por delante de una dimensión que subyace a esta misma realidad:
el estilo nos habla de lo que esa obra y esa producción tiene en común con
otras obras, con otras producciones artísticas, con otras realidades. Y también
en este caso está en juego nuestra relación con una tradición académica que, al
hablar de música, ha exaltado lo único y lo diferente como eje de su valoración
estética. Como si el interés de una fuga de Bach o de una sinfonía de Beethoven
consistiera únicamente en aquello que no hallamos en ninguna otra obra de la
misma época, cuando el 99% de los acordes, de los intervalos, de las cadencias,
de los patrones rítmicos y de las estructuras de las frases que ahí aparecen, así
como la notación que emplearon sus respectivos compositores, los instrumen-
tos con los que contaron y los espacios sociales y acústicos a los que sus obras
iban destinadas los compartían con toda la comunidad musical de la época.
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Es aún peor: Bach y Beethoven convivieron con figuras que fueron igualmente
experimentales e incluso más atrevidas que ellos, y esto vale incluso con las
vanguardias más icónicas. Por muy rompedores y visionarios que hayan
podido ser Stravinsky y Schönberg, Cowell lo fue aún más, y a lo largo de toda
su existencia, según qué aspectos consideremos. Si hemos escrito la historia
del siglo XX sin él es porque no hemos querido contar con él, no porque él
no nos haya dejado ocasiones de hacerlo.
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Pero si damos un paso más la cosa empeora todavía. Porque lo que definimos
como “estilo del compositor” tampoco es del compositor ni siquiera cuando
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esas mismas prácticas y la escala de valores según la cual cada una de ellas
sería más o menos válida y más o menos adecuada a determinados reperto-
rios, determinadas finalidades, determinadas circunstancias.
Con este enredo sólo quiero reafirmar la relatividad de todas estas etiquetas,
y sobre todo de las asociaciones que hacemos entre códigos compositivos
y formas de interpretar. Sólo una actitud abiertamente conservadora o una
absoluta falta de imaginación pueden llevarnos a pensar que las asociaciones
que quizás hayan rodeado desde nuestra más tierna infancia son las únicas
posibles. En una música que no viviera marcada por una dicotomía tan rígida
entre composición e interpretación, tal vez el problema no sería tan acuciante.
Pero a la espera de que las cosas cambien de verdad, esa misma dicotomía
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tan característica de la música clásica puede ser vista como una oportunidad.
Remezclar las cartas, asociar de forma novedosa estilos interpretativos y
estilos compositivos, tocar ciertos repertorios con estilos hoy considerados
inimaginables o combinar elementos procedentes de estilos aparentemente
incompatibles a un determinado conjunto de obras puede resultar un camino
de lo más prometedor.
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Lo que me interesa de ese uso es que desplaza el foco de la que serían las
formas de la partitura (plantilla instrumental, códigos compositivos, títulos de
las obras, etc.) a los usos sociales que hacemos de las mismas. El género no lo
dictaminaría tanto la obra como concepto abstracto sino esa obra en ese con-
texto: una apuesta que cobra un especial sentido si la ponemos en relación con
el giro que he propuesto para la idea de estilo, orientado a emancipar la música
clásica de la centralidad de la notación. Buscando más allá de la maleza de
tanto análisis formal, podríamos rescatar otras formas de observar, clasificar y,
por qué no, tocar esa música, aprovechando el interés que la musicología está
mostrando desde hace tiempo por los contextos en que se fraguó el repertorio.
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