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Innovación tecnológica y del trabajo en la primera revolución

La primera innovación tecnológica en la Revolución Industrial fue la máquina de vapor


o también llamada motor, construida por el inglés Thomas Newcomen en 1712 y se
exportó a Norteamérica hacia 1755. En 1765 el ingeniero e inventor escocés James
Watt inventó un condensador de vapor que aumentó en gran medida la eficacia del
motor. Esta tecnología, utilizando el carbón como combustible, permitió la creación de
la locomotora y de los ferrocarriles, que se construyeron en toda Europa a partir de la
década de 1830. Durante este período, el dominio de la tierra dio paso al dominio
industrial, colocando a Inglaterra como la gran potencia mundial del siglo XIX.
El motor o máquina de vapor se utilizó extensamente durante la revolución industrial,
en su desarrollo tuvo un papel relevante para mover máquinas y aparatos tan diversos
como bombas, locomotoras y motores marinos, entre otros. Las modernas máquinas
de vapor utilizadas en la generación de energía eléctrica no son de desplazamiento
positivo como las descritas, sino que son turbomáquinas; es decir, son atravesadas
por un flujo continuo de vapor y reciben la denominación genérica de turbinas de
vapor. En la actualidad la máquina de vapor alternativa es un motor muy poco usado
salvo para servicios auxiliares, ya que se ha visto desplazado especialmente por
el motor eléctrico en la industria y por el motor de combustión interna.
La primera máquina de vapor rudimentaria fue la eolípila creada por Herón de
Alejandría, un matemático e ingeniero griego en el Egipto romano del siglo i.1
En la máquina de vapor se basa la Primera Revolución Industrial que, desde fines del
siglo XVIII en Inglaterra y hasta casi mediados del siglo XIX, aceleró portentosamente
el desarrollo económico de muchos de los principales países de la Europa Occidental
y de los Estados Unidos. Solo en la interfase que medió entre 1890 y 1930 la máquina
a vapor impulsada por hulla dejó lugar a otros motores de combustión interna: aquellos
impulsados por hidrocarburos derivados del petróleo.
Muchos han sido los autores que han intentado determinar la fecha de la invención de
la máquina de vapor. Desde la recopilación de Herón hasta la sofisticada máquina de
James Watt, son multitud las mejoras que en Inglaterra y especialmente en el contexto
de una incipiente Revolución Industrial en los siglos XVII y XVIII condujeron sin
solución de continuidad desde los rudimentarios primeros aparatos sin aplicación
práctica a la invención del motor universal que llegó a implantarse en todas las
industrias y a utilizarse en el transporte, desplazando los tradicionales motores, como
el animal de tiro, el molino o la propia fuerza del hombre. Jerónimo de Ayanz y
Beaumont, militar, pintor, cosmógrafo y músico, pero, sobre todo, inventor español,
registró en 1606 la primera patente de una máquina de vapor moderna, por lo que se
le puede atribuir la invención de la máquina de vapor. El hecho de que el conocimiento
de esta patente sea bastante reciente hace que este dato lo desconozca la gran
mayoría de la gente.
Luego, Auspiciado por Joseph Black, ocupado en las investigaciones que le
conducirían al descubrimiento del calor latente, James Watt se propuso mejorar la
máquina de Newcomen, descubriendo en el curso de sus experimentos que el motor
era un reservorio de calor mucho más vasta que el agua y comprendiendo que era
necesario limitar todas las pérdidas de calor que se producían en la artesanal máquina
de Newcomen para disminuir el consumo de combustible, principal inconveniente de
estas máquinas. Analizando el problema identificó las pérdidas debidas al propio
cilindro, a la práctica de enfriar el vapor para lograr el vacío necesario para mover la
máquina y a la presión residual del vapor. En sus experimentos posteriores,
verdaderos trabajos científicos, llegó a la conclusión de que el cilindro debía
mantenerse a la misma temperatura. Según sus palabras, mientras daba un paseo un
espléndido viernes por la tarde y meditaba sobre la máquina, una idea le vino a la
cabeza: «como el vapor es un cuerpo elástico se precipitará en el vacío, y, si se
comunicara el cilindro con un depósito exhausto, se precipitaría en su interior donde
podría condensarse sin enfriar el cilindro». Sin embargo, el desarrollo y
perfeccionamiento del condensador separado dejó a Watt en la ruina y en 1765 se vio
obligado a buscar empleo y abandonar su trabajo hasta que, en 1767, John Roebuck
accedió a financiar sus experimentos y la explotación comercial de la máquina a
cambio de las dos terceras partes de los beneficios de la patente que se obtuviera. En
1768 Watt construyó un modelo que operaba de manera satisfactoria, aún imperfecta,
y se presentó el año siguiente la solicitud de la patente. Tras diferentes avatares
económicos, Roebuck se desprendió de su parte del negocio en favor de Matthew
Boulton y juntos Boulton & Watt finalmente llevarían a la práctica la invención de Watt
y otros perfeccionamientos. La primera máquina se construyó en Kinneil, cerca de
Boroughstoness en 1774. A partir de entonces la historia de la máquina de vapor será
la de la firma Boulton & Watt, y casi todas las mejoras que se introduzcan en ella serán
obra del propio Watt; entre otras, el paralelogramo de Watt, la expansión del vapor, la
máquina de doble efecto (en la que el vapor actúa alternativamente sobre ambas
caras del pistón), etc.

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