Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
James Watt pisó el acelerador de la Revolución Industrial. Con todas las mejoras que
inventó para la máquina de vapor consiguió convertirla en un trabajador mucho más
rentable y potente que hombres y caballos, a los que sustituyó en tareas de fuerza
bruta. Primero fue en la mina y luego la revolución se extendió a las fábricas y a los
transportes: en el tramo final del siglo XVIII el aspecto de las ciudades europeas
empezó a cambiar por completo.
La máquina de vapor fue una evolución de la olla a presión. Cien años antes, su
inventor, el francés Papin, se fijó en toda esa potencia del vapor comprimido y se le
ocurrió que en vez de dejarlo escapar podía hacer que moviera un pistón, empujándolo
hacia arriba como cuando se tira del émbolo de una jeringuilla.
Watt la patentó el 5 de enero de 1769 y buscó un socio que llevara la parte económica
del negocio. Su máquina bombeaba mucho mejor el agua de la mina y abarataba la
extracción del carbón, el combustible para producir vapor, lo que a su vez abarataba el
uso de las máquinas. Todo encajaba. Pero algunos empresarios se resistían a
modernizarse. Para explicarles las ventajas, Watt comparó la potencia de su invento
con el trabajo desarrollado por un caballo al mover un molino durante una hora. Con
ese truco de marketing consiguió mejorar las ventas de sus primeras “máquinas de 10
caballos” y además creó una unidad de medida de la potencia, el caballo de vapor (CV).
Como homenaje al ingeniero escocés, la unidad estándar de potencia lleva hoy su
nombre: watt o vatio (W). El cerebro humano trabaja a una potencia de 20 a 40 W, algo
menos que los 60 W de una típica bombilla de casa, aunque también las hay de 100W,
lo mismo que consume el cuerpo humano entero.
Operando a 7457 W, las primeras máquinas de Watt no eran muy potentes, así que
inventó un sistema para duplicar la potencia, otro para que funcionaran
automáticamente y muchas más mejoras. Las posibilidades ya no se limitaban a
bombear agua. Nacieron las grandes fábricas, la producción en masa y nuevos medios
de transporte. El estadounidense Robert Fulton construyó para Napoleón el Nautilus, un
prototipo de submarino a vapor, y en 1807 el primero de los barcos de vapor que
surcaron los grandes ríos de su país y que aparecen en Las aventuras de Tom Sawyer
y otras novelas de Mark Twain.
El primer ferrocarril data de 1814, el mismo año en que el diario Times de Londres
instaló una imprenta de vapor que hacía en trabajo de un día en sólo dos horas. Watt ya
era rico, se había retirado en 1800 y vivió para ver todas estas innovaciones, pero no
llegó a ver como, años más tarde, surgió una nueva ciencia, hija de su máquina de
vapor: la tecnología de ese invento no se apoyaba en ninguna teoría, así que el físico
francés Sadi Carnot se puso a estudiarlo científicamente y de ahí nació la
Termodinámica.