Está en la página 1de 987

Jasmín Martínez

Título: Corazón oscuro


Copyright © Jasmín Martínez
Diseño de portada: Mireya Murillo, Cosmo Editorial, Lotus
Ediciones
Diseño interior: Lotus Ediciones
Corrección y edición: Melanie Bermúdez
Todos los derechos reservados.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni


su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
en cualquier forma o medio, sin permiso previo de la titular
del copyright. La infracción de las condiciones descritas
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra
son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o
desaparecidas es pura coincidencia.
Dedicatoria

Este libro es para ti, que sabes que verás las estrellas,
incluso con el miedo de que todo se ponga oscuro.
Mi oscuridad favorita es tu sombra.
—Frankvi Gama—
Capítulo 1
Todo fue por ti

Siseé y maldije por lo bajo mientras una de las sanadoras


del templo en el que estábamos me limpiaba el corte que
tenía cerca del nacimiento de mi cabello (en la parte
frontal). Lee-Ang era atendida por un médico gracias a que
recibió una herida de bala en el brazo. El maestro Baek Cho
se encontraba con una expresión de calma imperturbable, a
lo lejos, atento a lo que sucedía con nosotras.
Nos habíamos enfrentado a cinco tipos muy bien
entrenados, en una misión que llevamos a cabo horas atrás,
en donde fingí ser una corredora de bienes raíces. Y en la
que, lamentablemente, uno de nuestros compañeros
falleció. Aunque Lee o su padre dijeran lo contrario, y a
pesar de que no lo demostré en ese momento,
me sentía culpable porque ejecutaron al chico frente a mí,
debido a que me congelé con mis recuerdos cuando
aquellos malnacidos nos ganaron la ventaja por un
momento.
—No hagas eso —pidió el maestro hablándome en
japonés, luego de que me despidiera de su hija. El doctor le
dio un calmante y terminó por dormirse casi que de
inmediato. Y yo, por el contrario, estaba en perfectas
condiciones (a pesar de los golpes que me gané en el
enfrentamiento) para irme a descansar a mi casa.
—El médico ha dicho que puedo irme —le recordé usando
también su idioma, deteniendo mi paso y mirándolo.
—Sabes a lo que me refiero, Chica americana —señaló—.
No fue tu culpa. —Sonreí con ironía porque optó por decirme
eso último en inglés, para que los servidores del templo que
se mantenían haciendo sus labores cerca, no entendieran.
—Sí lo fue y usted lo sabe, maestro. Después de tres
años, es imperdonable que haya dejado morir a un hermano
porque todavía me dejo dominar por mis jodidos demonios
—refuté, refiriéndome a mi compañero como hermano
porque así me enseñaron a hacerlo, dejándole entrever un
poco de la frustración que escondía muy bien la mayoría de
las veces.
—Eres una guerrera, pero eso no significa que hayas
dejado de ser humana, por muy fría que ahora seas. Y si no
quieres volver al monasterio del silencio por otra
temporada, entonces aprende a aceptarlo —recomendó con
calma fingida y alcé la barbilla.
Yo podía ser una líder, pero así estuviera echando chispas
de ira, no olvidaba la posición de ese hombre.
El monasterio del silencio fue mi hogar cuando, años
atrás, regresé a Tokio con él. Baek Cho me llevó allí porque
me negaba a hablar y a avanzar a pesar de las noticias que
Laurel me comunicó en la clínica St. James. Y juraría que
estuve a punto de volverme loca de verdad con todos esos
monjes que tenían voto de silencio, ya que incluso mi
conciencia decidió callar. Y cuando aprendí la lección y
obtuve un poco de la paz que necesitaba en mi vida,
prometí que no pasaría otra temporada con esas personas,
así las respetara y les agradeciera todo lo que me
enseñaron.
—Son tus demonios, ellos te pertenecen a ti. No tú a ellos
—dijo el maestro volviendo al japonés y sacándome de mis
pensamientos—. Así que ve a tu casa, mírate al espejo y
habla con ellos. Ponlos en su lugar y vuelve mañana al
templo a las cuatro de la madrugada. Entrenarás conmigo
—recalcó con la convicción que lo caracterizaba.
Escondí la sonrisa irónica que me provocó, ya que él sabía
que pasaran los años que pasaran y así estuviera
diciplinada, odiaba madrugar tanto como subir escalones y,
por supuesto, que él se aprovechaba de eso cada vez que
quería reprenderme. Hice una reverencia para mostrarle mi
respeto y aceptación y, tras eso, me marché a mi pequeña
casa en Tokio.
Y así como lo pactamos, fui puntual al día siguiente al
estar a las tres y cuarenta y cinco de la madrugada en el
templo justiciero, como se llamaba nuestra base en Tokio. E
igual que en los viejos tiempos, el maestro me demostró por
qué siempre sería mi superior y la razón por la cual lo
respetaría por el resto de mi vida. Pues no tuvo compasión
de mí y de los golpes que me hacían maldecir cada vez que
hice un movimiento en nuestro entrenamiento. Me llevó a
mi límite, hasta el punto de que lo sobrepasé y mis
demonios (que se habían vuelto inquietos en los últimos
días) se fueron a dormir, dejando mi mente en paz por un
momento.
Regresé a la fría oscuridad que me hacía sentir segura y
no paramos de entrenar hasta que estuve a punto de
vomitar por el cansancio.
—¿Algún día aprenderás a no hacerlo enojar? —me
preguntó Lee-Ang cuando terminé acostada en una camilla
a su lado.
—Ojalá algún día entienda que su cara de paz no significa
que siempre esté feliz —murmuré por lo bajo y la escuché
reír—. ¿Te sientes mejor?
—Nunca me sentí mal, pero ese calmante me hizo dormir
como no lo hacía desde hace años —respondió, usando el
inglés.
Sospechaba que su padre le pidió al doctor que la sedara
sabiendo que Lee no siempre dormía como se debía, pero
ella era demasiado orgullosa y le dejaba todo a sus hierbas
curativas para combatir el insomnio, así que entendía que el
maestro recurriera a esa alternativa.
Desde que volví a Tokio (aunque no me mantenía en
Japón siempre) nos hicimos inseparables como en los viejos
tiempos. Ella fue la única persona que dejé entrar a mi vida
con facilidad cuando salí del monasterio del silencio y juntas
habíamos superado muchas situaciones como amigas,
compañeras y hermanas de organización. Y no hablaba de
Grigori, sino de La Orden del Silencio, una organización
justiciera que, para mi sorpresa, mi madre fundó años atrás.
Antes de que yo naciera.
Me enteré de ella cuando tuve un año de haber vuelto a
Tokio, en cuanto el maestro intuyó que estaba comenzando
a aprender a vivir mi nueva vida. Me lo confesó para darme
una motivación más, aunque al principio saber eso no hizo
más que decepcionarme, porque era otra cosa que mis
padres me ocultaron en su afán de protegerme.
Sin embargo, los giros y sorpresas que me dio el destino
me llevaron a entender a mis progenitores y tomé la nueva
información con calma. Acepté conocer la historia de La
Orden del Silencio y me sentí orgullosa de lo que mamá
hizo, pues creó la organización tras salir de las garras del
infeliz de Lucius Black. El maestro Baek Cho se convirtió en
su compañero luego de que papá los presentara,
comenzando al principio como justicieros que ayudaban a
rescatar a mujeres que sufrían violencia de cualquier tipo; y
tuvieron tanto éxito, que crecieron hasta extenderse por
toda Asia, llegando incluso a África y a Europa.
El poder de La Orden se podía comparar con el de Grigori,
sin embargo, los Silenciosos (como se hacían llamar)
optaban por operar de manera clandestina, llegando incluso
a ser los protagonistas de leyendas urbanas en Japón, un
mito para muchos. Aunque ambas organizaciones tenían
una regla en común: la traición se pagaba con sangre.
Me uní a los Silenciosos un año después de saber y
aprender todo sobre ellos. Cambié el lema de «Justicia,
razón y pasión… hacen a un Grigori de corazón» por el de
La Orden: «Sigilo, justicia y piedad… hacen a un silencioso
de verdad». Me empapé de cada enseñanza recibida por los
dos senséis que lideraban, hasta que conseguí aceptar mi
nueva vida, y a diferencia del liderato de Grigori que heredé
inmediatamente al morir papá, hice mi juramento como la
sucesora de mi madre en La Orden cuando me gané mi
lugar.
«Sin piedad la justicia se toma por crueldad. Y la piedad
sin justicia, es debilidad», recordé las palabras que me dijo
el maestro Cho en la ceremonia de juramentación un año
atrás. Había sido muy diferente a la de Grigori, pero igual de
especial, sobre todo porque tuve que usar un kimono
homongi[1] en color blanco y negro para representar el Yin
Yang, y aceptar de esa manera en mi vida el balance que
portaba La Orden entre el bien y el mal.
Me convertí, con verdadera ilusión, en la tercera líder de
La Orden del Silencio. Tomé por segunda ocasión un lugar
que siempre estuvo destinado para mí. Y, gracias a mis
hermanos Sigilosos (y a mi élite, que eran el grupo de
compañeros y amigos más cercanos a mí), conseguí rehacer
mi vida, luché con ellos y continuaba aprendiendo a
dominar a los demonios de mi pasado. Aunque había días
en los que no era fácil, sobre todo en ese momento, pues un
mes atrás se cumplieron tres años desde aquel fatídico día
que me dejó solo oscuridad, y ayer dejé morir a un
compañero porque permití que el terror de los recuerdos me
congelara.
Me fui a casa después de charlar con Lee-Ang (tras
hacerle saber su siguiente misión) y cuando me recuperé
del entrenamiento que tuve con el maestro Cho. mientras
mi chófer destinado se encargaba de conducir la camioneta
todo terreno, miré el camino y me perdí entre mis
pensamientos como inevitablemente solía hacerlo. Me
obligaba a tratar de superar toda la mierda de mi vida, pero
había cosas que no se podían dejar atrás así porque sí.
—¿Quieres la canción de siempre? —preguntó en japonés
Isamu, mi chófer, quien también era un hermano de La
Orden, además de compañero de mi élite y amigo.
—No, solo pon la radio —contesté, no era momento para
seguirme torturando, suficiente tenía ya con los
pensamientos que volvían a mi cabeza cuando el cansancio
me dejó.
Me reí en silencio cuando Ghost Town de Adam Lambert
inundó el coche y recosté la cabeza en el asiento por la
pésima broma de la vida, sumergiéndome en mis recuerdos,
pensando en lo que deseaba con todo mi corazón Y
sabiendo que no podía tenerlo. Usé un poco de meditación
para tomar un respiro y miré las nubes correr en el cielo
azul tras abrir los ojos, suspirando y presionando entre mi
mano aquel relicario que siempre mantenía colgado en mi
cuello. Nunca me lo quité desde aquel día que llegó a mis
manos, al igual que la rosa negra junto a la carta escrita por
mi amado demonio. Las mantenía cerca donde quiera que
fuera.
Era increíble que un mes atrás se hubieran cumplido tres
años desde que me lo arrebataron. Y cada día que pasaba lo
extrañaba más. Nunca me acostumbraría a su partida ni
superaría el hecho de que ya no estaba más a mi lado, de
que tuve que comenzar a sobrevivir una vez más, y esa vez
sin él y mis padres. Por eso me aferraba con fuerzas a lo
único que me quedó de Elijah, además de que era mi vida,
mi mayor tesoro y la fuerza que necesitaba cada día para
seguir adelante.
«Un regalo único de él», señaló mi conciencia y estuve de
acuerdo.
«Ningún mar en calma hizo experto a un marinero,
Isabella», dijo el maestro Cho en los días donde más sumida
estuve en mi depresión. Esos en los que la oscuridad en mi
vida se volvió espesa y mantecosa, a tal punto de que me
ahogaba solo con respirar. La ausencia del hombre al que
amé con locura era letal, y así la chica que fui en su
presencia muriera en aquella explosión junto a él, mi amor
jamás lo haría.
Y confesaba que superé la depresión no solo por su
recuerdo y su regalo, sino también por la determinación y el
deseo que me embargó de buscar venganza contra los que
me lo arrebataron. Y gracias al entrenamiento y la
enseñanza de La Orden, obtuve la paciencia para esperar
por el momento en que tendría en mis manos a los
causantes de hacer detonar la oscuridad en mi interior.
Derek, por obvias razones, fue el primero en mi lista,
aunque nunca conté con que Fantasma lo destronaría con
facilidad, ya que el primero me dañó física y mentalmente,
pero el segundo hizo pedazos mi alma y corazón al
arrebatarme a mi padre y luego a mi demonio.
—Llegaron reportes de nuevos ataques en el Medio
Oriente —dijo Isamu, sacándome de mis pensamientos—.
Envíame a mí si nuestras aliadas necesitan apoyo, por favor
—pidió y alcé una ceja cuando me miró por el retrovisor.
Con lo de aliadas se refirió al grupo de mujeres activistas
del Medio Oriente que logró contactarse con La Orden para
pedirnos apoyo y que rescatáramos a sus familiares, puesto
que corrían peligro, ya que para callarlas a ellas era seguro
que usarían a las personas que amaban. Y eran tan
valientes como suicidas, pues no les importaba morir ellas
con tal de luchar por los derechos de las mujeres, solo
necesitaban estar seguras de que sus madres o hijos
salieran del territorio peligroso.
—¿Tiene algo que ver tu petición con Esfir? —inquirí,
refiriéndome a la mujer con la que nos reunimos meses
atrás.
Las mejillas de Isamu se tornaron de color rojo y me mordí
la sonrisa al ver que su nuez de Adán se movió con
brusquedad cuando tragó. Esfir era la líder de las activistas,
una mujer soltera y rebelde según las leyes de su país, que
estaba dispuesta a hacerse matar con tal de rescatar a su
gente de las garras abusivas de su cultura. En la reunión
que tuvimos, noté el interés de Isamu en ella, aunque Esfir
no demostró si miró al hombre más que como uno de sus
posibles aliados.
—Puede ser tonto de mi parte, pero sí —aceptó y
entonces no escondí mi sonrisa.
—Le diré a sensei Yusei que te ponga en la nómina, pero
antes viajarás con Lee a Italia y cuando la dejes instalada,
espera tus órdenes —le dije y asintió agradecido.
La vida en La Orden del Silencio era así: viajábamos a
distintos países y continentes, siendo sigilosos en todo
momento para que no nos rastrearan, sobre todo a mí, que
desaparecí del radar por seguridad. Nunca me quedaba en
un país por demasiado tiempo, aunque únicamente en Tokio
y Florencia (Italia) poseía una residencia estable, ya que
eran los únicos lugares en los que mi seguridad se
reforzaba. Y no, no volví a Richmond desde que salí de allí
junto al maestro Cho, pero sí me mantenía en comunicación
con Myles y Eleanor, sin embargo, ni ellos sabían mi
verdadera ubicación.
«Aprendiste una dura lección, Colega».
Sí, y ya no estaba dispuesta a cometer más errores.
Llegué a Tokio una semana atrás porque sensei Yusei, la
otra líder de La Orden solicitó mi presencia para
enfrentarnos a la Yakuza, quienes seguían atemorizando al
país. La desaparición de chicas entre los quince y veinte
años se estaba descontrolando, y todo gritaba que era
debido a la mafia japonesa. Por esa razón, la sensei recurrió
a los mejores elementos de los Sigilosos y, aunque perdimos
a un hermano en la primera misión que hicimos, también
dejamos claro que no permitiríamos que siguieran
delinquiendo a su antojo.
Maté a todo el grupo de mafiosos con el que nos
enfrentamos luego de salir de la estupidez en la que me
sumió mis recuerdos, ni siquiera pude dejar vivo a un solo
tipo para interrogarlo y eso no fue del todo beneficioso, pero
a veces me era difícil contener la oscuridad que se instaló
en mi corazón, esa que estaba llegando a mi alma poco a
poco. Y ya ni siquiera me importaba dejarme consumir del
todo por ella, así eso significara perder a los pocos amigos
que me quedaban.
De hecho, cada vez me convencía más de que era mejor
no tener sentimientos ni personas que me hicieran
vulnerable y pusieran en peligro a quienes me importaban.
Por eso me volví solitaria y me borré del mapa con mayor
efectividad de la que mi padre tuvo cuando intentó
ocultarme de sus enemigos. Y si hubiera tenido el poder
para conseguir que las personas que dejé en Estados Unidos
me olvidaran, lo habría hecho sin dudar.
No porque me importaran un carajo, sino más bien porque
no estaba dispuesta a perder a nadie más en mi vida.
Mi lugar en Grigori fue tomado por Dylan, no solo porque
yo así se lo pedí a Myles, sino también porque era su
derecho como hijo de Enoc. Perseo Kontos y Bartholome
Makris (los otros dos fundadores de la organización) no
estuvieron de acuerdo en juramentarlo de inmediato, pues
alegaron que tenían la obligación de darme un periodo de
gracia de cuatro años, ya que no abandoné mi liderato por
traición o muerte, sino por seguridad. Así que mientras el
tiempo se cumplía, mi hermano estaría en mi lugar
representándome. También lo tomó en las empresas de
nuestro padre, y Elliot se ocupó de la compañía en
California, igual que de la sede de Grigori en ese estado.
Corté la comunicación con ellos, pero no perdí la
confianza y estaba completamente segura de que nadie
cuidaría mejor mis intereses que esos dos chicos. Y por lo
que Myles me informaba siempre que hablábamos, ambos
lo estaban haciendo excelente, eran buenos complementos
para él, aunque los Vigilantes se siguieran cruzando en sus
caminos de vez en cuando.
De Tess, Jane y los demás chicos no sabía nada, pero no
dudaba de que todos ellos me odiaran por haberme
desaparecido de sus vidas sin decir nada después de que
estuvieron para mí, apoyándome y no dejándome sola en
ningún instante.
Por momentos deseaba que todo hubiera sido distinto con
ellos.
«Pero el hubiera no existía».
Exacto. Y la vida fue una mierda conmigo, por eso tomé
decisiones que me alejaron de todos.
Salí del coche cuando Isamu aparcó frente a mi casa, y
entré a ella tras despedirme de él y pedirle que llegara por
mí al día siguiente, ya que no pensaba salir a ningún sitio.
Lo primero que hice al estar en mi amada soledad fue
llamar a Italia para charlar con Maokko Kishaba, otra chica a
la que consideraba mi mejor amiga. También era parte de
La Orden y ella junto a Lee-Ang, eran de las pocas personas
a las cuales me atrevía a confiarles mi vida, porque se
ganaron mi respeto y lealtad con sus acciones y dedicación.
Y después de asegurarme de que todo marchaba bien con
su misión, fui a tomar una ducha para destensar mis
músculos y deshacerme del sudor, intentando dormir luego
de que salí del baño y me vestí solo con una enorme
playera como pijama.
El día siguiente sería pesado y muy largo.
—Buenas noches, amor —susurré a la imagen de Elijah
colocada en la mesita de noche a un lado de mi cama. Era
irónico que lo llamara así cuando en vida nunca lo hice, pero
eso pasaba siempre.
Desaprovechábamos las oportunidades de ser felices con
quienes amábamos, para lamentarnos cuando la vida nos
los arrebataba. Y sabía que nunca obtendría una respuesta
de su parte, sin embargo, en mi mente su voz me susurraba
una que siempre añoraba: «Buenas noches, White».
«Extrañaba como loca su voz».
Yo más, Colega.

Al día siguiente, me encontraba finalizando una reunión


bastante intensa con la sensei Yusei y el maestro Cho. Me
informaron de los ataques simultáneos que ocurrieron en
varias partes de la ciudad con el sello de la Yakuza y sus
nuevos aliados, a los cuales todavía no habían identificado y
quienes eran el tema de mayor preocupación. Pues según la
información que los hermanos Sigilosos obtuvieron, esos
criminales extranjeros eran los que se encargaban de
llevarse del país a las chicas que raptaban para venderlas a
los diferentes proxenetas de otros continentes.
—Lee e Isamu estarán fuera de esta misión, ya que
partirán a Italia esta noche —le hice saber a la sensei,
hablando en japonés porque era el único idioma que ella
dominaba.
Era una mujer en sus sesenta, pero que aparentaba
menos edad gracias a los cuidados de su cultura, la
alimentación y el entrenamiento al que se sometía. Su
rostro angelical y sabio escondía la letalidad que la
caracterizaba. Fue la maestra de mi madre cuando ella llegó
a Japón, y con diciplina me transmitió a mí parte de las
enseñanzas que le dio a mi progenitora. Hablaba poco, pero
expresaba mucho con su porte de poder. Y se había ganado
el respeto y la lealtad de toda La Orden gracias a su
sabiduría.
—Sí, ya Baek me lo ha informado —respondió y asentí—.
Caleb ha regresado al templo esta mañana, él te
acompañará en el lugar de Lee-Ang —añadió y, por dentro,
me alegré de saber que ese rubio idiota había vuelto de su
misión.
Caleb Brown era un londinense tres años mayor que yo.
Comenzó en La Orden como aprendiz de la sensei Yusei tras
perder a sus padres siendo un niño. Los Brown llegaron al
país por cuestiones de trabajo y murieron a manos de la
mafia japonesa. Ella conoció a Caleb por su hermana que
era la maestra del chico, y en cuanto ningún familiar
apareció para hacerse cargo del pequeño después de la
muerte de sus padres, la sensei lo acogió como alumno e
hizo de él a un excelente guerrero.
Era un maldito genio en la seguridad personal y el disfraz,
pero tan idiota como un adolescente hormonado al cual la
diciplina de su sensei no le hacía efecto cuando no se
trataba de cosas serias. También era un excelente
compañero de lucha en mi élite y, como él mismo se
proclamó (en cuanto supo que yo no lo haría), otro de mis
mejores amigos. Él, Lee-Ang, Maokko, Isamu, Salike, Ronin y
yo nos volvimos los más mortíferos de La Orden, una élite y
plaga a la cual nuestros enemigos debían temer, sobre todo
si luchábamos juntos. Aunque por cuestiones de
supervivencia, evitábamos estar los siete en el mismo lugar.
—Llevaremos a cabo este plan tal cual lo habíamos
trazado —reiteró el maestro Cho.
Antes de iniciar esa reunión, me agradeció que designara
a su hija a mi misión personal en Italia, ya que era momento
de que Lee-Ang tomara un descanso de las luchas y el fuego
cruzado.
—Los Sigilosos encubiertos me han informado de que
algunos miembros de la Yakuza se reunirán esta noche con
un grupo de sus aliados extranjeros en Zeus, uno de sus
clubes nocturnos. Ya he girado indicaciones para que
limpien el camino para ustedes —prosiguió el maestro.
—Perfecto. Cumpliré con esta misión y luego me marcharé
a Italia. Esperaré por la información de mi nuevo objetivo
allá —les recordé y, sabiendo que ya todo estaba aclarado,
me puse de pie y les hice una reverencia como despedida.
Habíamos estado alrededor de una mesa pequeña, con el
aroma de inciensos envolviéndonos, sentados en posición
india sobre un espacio acolchado y descalzos; ellos con sus
kimonos de uso diario y yo con parte de mi uniforme.
Bebiendo té como si tuviéramos una charla amena cuando,
en realidad, planeábamos la muerte de algunos malnacidos
que, según nuestras normas, lo merecían.
Sonreí al ser consciente de la ironía de ese momento, le
había cogido un buen gusto a ese tipo de oscuridad que me
rodeaba.
—¡Chica Americana! —me llamó el maestro Cho antes de
que me alejara de ellos—. Ten cuidado con esta misión,
mantente enfocada y no olvides ocultar tu identidad. —
Asentí con la cabeza en respuesta. Esa era su
recomendación en cada misión que hacíamos. Y tras salir de
la sala en la que estaba con ellos, fui directo a buscar a
Caleb para ponerlo al tanto de lo que no sabía sobre nuestro
objetivo.
Lo encontré en su habitación. Ya estaba vestido con su
uniforme de La Orden y tenía el cabello húmedo, así que
supuse que acababa de ducharse para quitarse un poco el
cansancio del viaje que realizó de regreso a Tokio. Sonrió
alegre al verme y como era su costumbre, se lanzó sobre mí
para envolverme en sus brazos. Olía a jabón y menta, y
admitía que fue refrescante su cercanía.
—Deja de estropear mi uniforme —me quejé sin
responder a su abrazo y escondí una sonrisa.
—Déjame aprovechar este momento en el que
demuestras que has extrañado a tu rubio favorito —pidió y
rodé los ojos.
A pesar de sus años viviendo en Japón, su acento
británico se mantenía casi intacto.
—No te he extrañado —mentí.
—Por supuesto que sí. Es más, sé que ahora mismo me
dejarías darte un beso, de lengua incluso.
—No vivirás para contar si te lo permití o no —zanjé y él
terminó riendo.
Al tonto le encantaba jugar con su suerte y más cuando
Maokko se encontraba en nuestro mismo espacio. Ellos
habían tenido una tórrida relación un año atrás, pero
terminaron por incompatibilidad de caracteres, aunque
estaba segura de que se seguían acostando cada vez que
las ganas los vencían. Y el maldito, como el temerario que
era, le encantaba ponerla celosa conmigo, incluso cuando
todos sabían que yo jamás le daría ni la hora. Él, sobre todo.
Y no me negaba a algo entre nosotros porque Caleb fuera
feo o mala persona. De hecho, el chico era encantador, de
ojos azules, cabello rubio claro, alto y atlético. Me gustaba
que fuera extrovertido, aunque a veces me sacara de mis
casillas. Y sí, tenía la capacidad de hacer que todas
babearan por él, a excepción de nosotras sus amigas y su
ex. Pero, a pesar de todo lo bueno y sus atributos, yo no
estaba interesada en tener ninguna relación con nadie y,
sobre todo, respetaba el hecho de que serio o pasajero, él y
Maokko estuvieron juntos, y así no se amaran más como
pareja, jamás tendría nada con los ex de mis amigas.
Después de su numerito de galán deseado, se concentró
en lo importante y hablamos de la misión que llevaríamos a
cabo, así como de la que él ejecutó en Sierra Leona, donde
estuvo casi un mes. Por suerte, esa vez había salido intacto
en todo sentido, gracias a que perfeccionó sus disfraces y
nadie supo de su verdadera identidad.
En cuanto estuvimos al día, y nuestros informantes
avisaron que era el momento de hacer acto de presencia,
nos marchamos al área de municiones designada en el
templo y terminamos de vestirnos. Nuestro uniforme era
vinotinto, el de las mujeres constaba de un jumpsuit[2] de
manga larga, pegado al cuerpo para mayor flexibilidad, con
un chaleco antibalas del mismo color diseñado con tela
elástica. Adicional a eso, usábamos una especie de
brazaletes de cuero que nos cubrían casi todo el antebrazo
para guardarnos cuchillas o shurikens[3], así como cinturones
y tahalí cruzados en el pecho (con una flor de cerezo
grabada que era el emblema de La Orden), en el que
cargábamos armas de fuego y los sables, katanas o tantos
(estos los llevábamos sobre la espalda) que cada miembro
elegía. Siempre utilizábamos guantes para ocultar las
huellas, así como una capucha que, a la vez, podíamos
acomodarla en el tabique de la nariz, como mascarilla, para
cubrir nuestra identidad. Los miembros de La Orden nativos
de Japón calzaban tabi ninjas[4]; los forasteros (como solían
llamarnos) optábamos por botas de combate.
Me pinté toda el área de los ojos y entrecejo del color del
uniforme para que me sirviera de antifaz, y así protegiera
más mi identidad en cuanto me acomodara la mascarilla de
la capucha sobre la nariz.
—Salike y yo nos mantendremos a tu lado —avisó Caleb
cuando nos fuimos para nuestro transporte y asentí con la
cabeza.
La chica llevaba también el área de los ojos pintada.
Nuestra complexión tenía mucha similitud, así que
fácilmente nos confundirían ya con la capucha puesta. Por
seguridad, todos manteníamos a un doble o Doppelgänger
(como a Caleb le gustaba llamarlos) siempre que nos era
posible. Por lo que no me extrañó que Salike se hubiera
preparado igual que yo para esa misión.
Cuarenta y cinco minutos después, ya estábamos en
nuestras posiciones cerca del club Zeus. Habíamos
interceptado a los Yakuza que custodiaban el lugar, y los
Sigilosos infiltrados se encontraban haciendo lo suyo,
consiguiendo llevar a los aliados de la mafia a un callejón
alejado de la gente. Los tipos vestían de uniformes ninjas,
negros en su totalidad, y algunos consiguieron bajarse al
rostro los gorros pasamontañas que utilizaban en cuanto se
vieron acorralados.
—Vamos —animé a mi grupo, hablando en japonés porque
la mayoría de ellos solo usaba ese idioma.
Con sigilo nos acercamos al callejón, mi respiración se
había vuelto un poco irregular y no podía culpar al clima,
pues estábamos en marzo y la temperatura era templada,
nada que nuestro uniforme no pudiera proteger. Me tensé
cuando nos acercamos más y mi corazón palpitó frenético al
reconocer la V bordada en color rojo sobre la manga
derecha del uniforme de esos tipos. Los malos recuerdos no
se hicieron esperar e inundaron mi cabeza como ráfagas de
viento cruel que me apretaron los pulmones.
«Respira, Colega», pidió mi conciencia. Pero la bocanada
de aire que tomé casi me ahogó.
—¿Linda? ¿Qué sucede? —preguntó Caleb al percatarse
de mi estado y porque detuve mi paso de pronto. Nunca me
llamaba por mi nombre cuando estábamos en misiones. Y,
aunque me burlaba de él por ese mote que me puso
siempre que me lo decía, en ese instante agradecí la
distracción.
—Estás a cargo de esta misión —respondí. Apreté el botón
de mi pinganillo para que los demás también escucharan.
Caleb frunció el ceño por mis palabras, pero luego de
unos segundos comprendió que mi pasado estaba a punto
de joderme, pues, aunque él desconocía mucho de mi vida
antes de conocernos en La Orden, esa tarde en su
habitación le comenté por encima las razones que llevaron
a que uno de nuestros compañeros muriera el día anterior. E
igual que Lee y el maestro Cho, él aseguró que no era mi
culpa, pero yo no podía convencerme de eso, aunque lo
siguiera escondiendo. Así que lo mejor para no volver a
cometer los mismos errores, era delegar en sus manos esa
misión.
—Está bien, hora de cazar —dijo aceptando y con la
cabeza nos indicó que siguiéramos avanzando.
Nos habíamos quedado detrás de uno de los edificios
cercanos al club y, al asegurarnos que era seguro continuar,
salimos de la protección de las paredes y caminamos hasta
llegar cerca de nuestros otros hermanos, quienes se
encontraban lidiando con la resistencia que esos imbéciles
estaban poniendo.
Mi corazón se aceleró cada vez más con cada paso que
daba. Esos tipos representaban mis pesadillas y me frustró
darme cuenta de que muy en el fondo, el terror de aquel día
seguía latiendo, débil pero constante. Y, a pesar de que
quería mi venganza y me preparé cada día para cuando la
encontrara, estar ahí, con la garganta reseca y ardiéndome
como si me la hubiesen lijado; con los pulmones a punto de
explotarme por contener el aire, comprobé que no sería
fácil.
«Ya no eras la chica miedosa. Debías concentrarte en
eso».
Era más fácil decirlo que creerlo.
«¡Carajo! Yo podía ser la conciencia de una chica tonta,
pero jamás la de una cobarde que se limitaba a decir: no
puedo».
Sonreí ante el susurro, ya que imaginé a mi perra
conciencia bastante enfadada por mi actitud. Y para
demostrarle que solo tenía instantes de debilidad, pero que
no era débil, permití que la adrenalina del momento se
apoderara de mí. Saqué mi katana (la que mi Tinieblo me
entregó el día de mi juramento Grigori) de la parte de atrás
de mi tahalí y el metal brilló con la luz de la luna. Los kanji[5]
grabados en él se reflejaron, recordándome que, aunque
seguía siendo protectora de vida, ahora también portaba la
muerte.
—Así que ustedes eran los imbéciles forasteros que están
atemorizando a la ciudad —largó Caleb con la voz dura y
fría cuando nos mostramos ante aquel grupo.
Habló en inglés porque nuestros infiltrados habían
mencionado que era el idioma que usaban esos tipos entre
ellos.
—Tú también eres un puto forastero —espetó uno de los
acorralados al percatarse del perfecto acento británico de
Caleb. Y por el suyo, deduje que él era un japonés miembro
de la Yakuza—. Y no éramos, somos —corrigió, y la manera
en la que mi compañero entrecerró los ojos me indicó que
se estaba riendo.
Él también llevaba puesta la mascarilla y su capucha.
—Eran, porque te aseguro que de aquí no saldrás vivo.
Ninguno, de hecho —satirizó Caleb.
Y no estaba alardeando, esa tarde habíamos decidido con
mis senséis que no daríamos segundas oportunidades, ya
que esos malnacidos no la merecían si eran de los que no se
tocaban el corazón para secuestrar a mujeres, la mayoría
niñas, a las que vendían para ser violadas o desmembradas
luego de extraerles los órganos. Únicamente dejaríamos
vivir a algunos, el tiempo suficiente para hacerlos hablar y
delatar a las otras ratas.
—¡¿Qué te hace pensar que será fácil deshacerte de
nosotros?! —Empuñé con más fuerza la katana en mi mano,
y apenas logré contener un jadeo cuando mi corazón se
detuvo por un segundo al escuchar de nuevo esa voz
robotizada.
Me congelé por la ira ardiente en ese instante al verlo
salir de entre las sombras, abriéndose camino a través de
los demás tipos. Usaba un traje negro, aunque el suyo era
táctico, por lo que deduje que no había estado en el grupo
que acorralaron, razón que me obligó a mantenerme más
pendiente de mi alrededor para no ser sorprendidos por
más de esos cabrones. Mis compañeros notaron lo mismo y
los vi más atentos.
De soslayo, noté la sorpresa instantánea de Caleb al
percatarse de la máscara de tela negra con blanco que
usaba ese maldito. Era idéntica a la de Ghost, un personaje
icónico del juego que a ese rubio le fascinaba, y con el que
perdía la mayor parte de su tiempo libre. Lo blanco
simulaba un cráneo macabro y esas lentillas negras en su
totalidad (orbes e iris), con la pintura del mismo color
alrededor de sus ojos, mostraban solo pozos oscuros
capaces de convertirse en la nueva pesadilla de cualquiera.
Y asentaba la mía de manera inevitable.
«Inhala, Colega», pidió mi conciencia y le obedecí. Solté el
aire poco a poco y repetí el proceso de inhalar y exhalar un
par de veces más, hasta que los latidos de mi corazón se
calmaron un poco.
A simple vista, Sombra parecía el mismo enmascarado
que conocí hacía más de tres años, con su chaleco antibalas
y armas por doquier, incluido un sable acomodado en su
espalda (eso era nuevo); a lo mejor sus músculos habían
aumentado un poco, o yo los notaba más esa vez por el
tiempo sin cruzarme con él. Lo que sí quedaba claro era que
tenía más poder que antes y presentí que había vuelto más
problemático. Sobre todo para mí, porque quedó por
sentado que lo que pensé en el pasado no fue erróneo y me
dolió darme cuenta de ello.
«¿Darte cuenta de qué?»
De que ese maldito seguía teniendo demasiadas
similitudes con Elijah. Y mis ojos ardieron cuando mi
corazón dolió.
Podía parecer injusto para la familia de Sombra, pero
odiaba que él siguiera vivo y mi Tinieblo no. Odiaba que
fuera uno de mis mayores enemigos por pertenecer a la
organización que me lo arrebató todo y que, en ese
instante, también se convirtiera en el recuerdo vivo del
hombre al que amé, ya que inevitablemente, me era fácil
imaginar al amor de mi vida detrás de esa máscara y esos
pozos oscuros que formaban sus ojos.
—Es que no lo pienso. Será fácil —reiteró Caleb sin
inmutarse y escuché una risa que rozaba lo macabro por
parte de Sombra gracias a ese aparato que le cambiaba la
voz—. Váyanse de aquí los que puedan, o mueran en
batalla.
Era benevolente por parte de mi compañero darles una
oportunidad.
—Será en batalla. —Y por supuesto que Sombra no se
inmutaría.
Me obligué a salir de mi idiotez cuando la pelea comenzó
y me fui por varios de los imbéciles presentes. Tal vez me
había congelado al principio y creí que no estaba lista para
enfrentarme a esos tipos, y asimismo sabía que esa no era
la venganza que quería, pero al menos me serviría de
entrenamiento y preparación asesinar a ese grupo. Los
Sigilosos éramos menos y, por lo tanto, luchábamos contra
dos o tres al mismo tiempo; sin embargo, no nos suponía
ninguna dificultad. Estábamos entrenados para matar y
preparados para batallas más sangrientas.
Clavé mi katana en el pecho de uno de esos tipos y su
sangre salpicó mi ropa, cayó inerte al suelo y sin perder
tiempo me fui por el otro. Caleb luchaba con dos más, igual
que nuestros compañeros, desatando Kiai[6] simultáneos y
gruñidos de dolor como una danza de muerte. Continué con
mi lucha sin perder la determinación, y rato después logré
ver cuando uno de esos imbéciles en especial se acercaba a
mí y traté de alejarme, y no por miedo, sino porque no
quería estar cerca de él. Aunque mi huida fue truncada por
su sable sobre mi garganta. Se colocó a un costado de mi
cuerpo y detuvo de inmediato mi paso al sentir el filo del
arma. Él rio al percatarse de mi katana sobre su cuello.
—¿Qué eres? —cuestionó y miré sus orbes negros sin
entender. Nuestras respiraciones eran aceleradas por el
desgaste de la pelea—. ¿Protectora de vida o portadora de
muerte? —debatió y volví a quedarme sin aire. En shock,
más bien.
Mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío que se sintió
más como un latigazo de electricidad, y sentí un leve
temblor en mis extremidades, lo que me hizo apretar más la
katana y que Sombra presionara un poco más el filo de su
sable en mi garganta al presentir la amenaza.
—Eso leo en tu katana, así que tengo curiosidad —explicó
al darse cuenta de que enmudecí.
«¡Reacciona, carajo!», gruñó mi conciencia.
Él podía leer el alfabeto japonés.
«Sí, y también cortar tu garganta donde no te alejaras».
Puta madre.
Mi conciencia tenía un punto, así que me alejé de Sombra
en un movimiento bien ejecutado y tomé posición de
ataque. No podía leer sus emociones porque sus ojos no me
permitían ver nada en esos pozos oscuros, y la pintura
negra me hacía difícil notar si los entrecerraba. Así que
estaba jodida y en el limbo para descartar la posibilidad de
que me hubiese reconocido.
—Bien, me siento halagado de que ya no quieras huir de
mí —se burló.
Lo ataqué sin remordimiento alguno, dispuesta a matarlo
esa vez. Recordando que evité que lo dañaran en dos
ocasiones años atrás y, sin embargo, en ese instante, quería
quitarle el privilegio que, según mi opinión, no merecía.
«¡Diablos, no! No tenías porqué lastimarlo».
Acababas de pedirme que me defendiera, maldita arpía.
«¡No! Te pedí que te alejaras. Además, él te protegió, no
podías olvidarlo».
No lo olvidé nunca. Y por eso impedí que lo mataran
antes, pero no me protegió de lo peor, no estuvo allí para mí
aquella maldita noche. Y él era parte de esa puta
organización, así que tenía que morir.
Lo ataqué con más furia al reprocharle eso a mi
conciencia y logré derribarlo. Fantaseé con la idea de hundir
mi katana en su pecho y Sombra se percató de eso; así que
bloqueó mi ataque y me hizo chocar con la pared de uno de
los edificios. Afianzó su antebrazo en mi cuello y me dejó
inmóvil. Estábamos más agitados, ambos jadeando por el
cansancio y su cercanía me estremeció. Me aturdían sus
similitudes con Elijah y la frialdad y dureza que exudaba,
aunque sus pocos rasgos notorios eran gélidos por la
imagen que formaba en conjunto con su máscara y lentillas
negras. Mi Tinieblo, en cambio, nunca necesitó de
accesorios que asentaran su porte.
Eso me obligó a espabilar. Sombra no era Elijah.
—Peleas de puta madre —halagó y logré captar un poco
de diversión en esa voz robotizada—. Así que no comprendo
por qué querías huir. —Intenté zafarme de nuevo de su
agarre, pero me fue imposible—. ¿Eres muda? ¿O no
entiendes lo que digo, Pequeña? —Estuve a nada de volver
a quedarme en shock al escuchar ese apodo.
Nos vimos solo en dos ocasiones, pero fue suficiente para
dejar marcada su manera de llamarme.
¡Dios! Las cosas estaban a punto de salírseme de las
manos si no me controlaba de una jodida vez. Me
encontraba a segundos de delatarme yo misma si es que
ese tipo no sabía quién era yo en realidad. Así que tenía que
callarlo o huir. Y no era de las que huían. No más. Por lo que
me removí y como pude, volví a ponerle la katana en el
cuello.
—Muda, excelente luchadora, con buenas curvas y lista —
enumeró con diversión—. Y quiero comprobar si también
eres hermosa —concluyó y, en un santiamén, bajó mi
máscara dejándome al descubierto.
De nuevo, no supe nada sobre sus emociones. Si se
sorprendió, si estaba incrédulo o desconcertado. Esa
maldita máscara y orbes negras me hacían sentir como si
me encontrara frente a un verdadero demonio sin
sentimientos y me frustró. La única señal de que me
recordaba fue que permitió que me alejara de él en cuanto
volví a intentarlo.
—¡Mierda, al fin! —profirió y alcé una ceja—. Estaba a
punto de llevarme a la otra chica —añadió y eso me dejó
aturdida.
—¿A qué te…? —chillé cuando me tomó de la cintura y
me arrastró a la oscuridad entre los edificios cercanos—.
¡Suéltame, imbécil!
Perdí la katana por la sorpresa que me provocó su acto, y
estuve a punto de alcanzar una de sus cuchillas para
clavársela cuando me soltó de la cintura, pero me tomó del
rostro con sus manos enguantadas. Nos había alejado de la
pelea, de su gente y de la mía.
—¿Tienes una maldita idea de cuánto te he buscado? —
preguntó y hasta ese instante noté otra emoción en su voz,
el aparato lo hacía un poco difícil, aunque presentí que era
alivio y enojo a la vez—. ¡Demonios! Te he buscado en cada
maldito rincón del planeta. —Esa declaración me dejó sin
palabras. Sus manos continuaron en mi rostro, pero no por
mucho, ya que se las quité y me alejé.
—¿Sabías que era yo? ¿Por eso dijiste que estuviste a
punto de llevarte a otra chica? —cuestioné pensando en
Salike.
—No sabía, tuve sospechas al ver a esos ninjas y, mierda,
no es fácil olvidar lo amante que eres de las katanas y tu
manera de luchar. Aunque has perfeccionado tus técnicas —
admitió y fruncí el ceño. En la oscuridad, de verdad parecía
una sombra.
Y estuve a punto de preguntarle por qué sabía que amaba
las katanas, pero sería una pregunta estúpida. Ya que, si
ellos eran como nosotros para estudiar a los enemigos, era
obvio que notarían los rasgos que se volvían difíciles de
disimular en todos los guerreros. Sobre todo al momento de
luchar, sin contar con el que casi siempre tuve una katana
en mis manos.
—Perfecto, te felicito por tus observaciones —ironicé—. Y
no sé para qué demonios me has buscado, contando con
que haya sido cierto lo que me dijiste años atrás sobre no
seguir órdenes contra mí y no querer dañarme —rememoré
nuestro encuentro en el cementerio de Richmond—. A
menos que quieras colgarte algún tipo de favor con el hijo
de puta de tu jefe. De no ser así, y si sigues manteniendo tu
palabra, te recomiendo que te vayas de aquí antes de que
mis ganas de segarte el cuello se vuelvan incontenibles —
exigí.
—Estás tan diferente —señaló, ignorando mi advertencia
—. Más hermosa y no dudo que más madura. —Intentó
acercarse de nuevo a mí y lo detuve con una señal de
mano, odiando sus halagos—. Pero también más fría y
sádica, según el disfrute que mostraste al matar a mis
hombres.
—Y como me sigas provocando también disfrutaré de
matarte a ti —señalé segura—. Vete, Sombra, desaparece
para siempre de mi vida porque te juro que, si no lo haces,
te mataré lentamente para que compruebes lo sádica que
me he vuelto.
No habría notado si se inmutó, de nuevo, aunque esa vez
también era gracias a la poca luz que teníamos en ese
callejón.
—No, no lo harás —se mofó con ímpetu—. Pero tampoco
gastes tu tiempo en amenazarme —aconsejó y fruncí el
entrecejo—. Me alejaré de ti, por tu bien y el mío. Ahora ya
sé que estás viva y que has seguido adelante. Eso es todo lo
que quería comprobar. —Sentí sinceridad en esa voz de
robot, aunque pareciera imposible o una locura. Y no supe
qué decir sobre lo último que admitió.
—Cumple tu palabra y olvida que te has cruzado en mi
camino —exigí, agradecida de que mi voz sonara entera.
—No, Bella. Pides imposibles porque jamás podré
olvidarlo. Y, aunque ahora seas diferente al ángel que
conocí, estás viva. Eso es todo lo que importa.
Sus palabras removieron algo en mí que me incomodó, y
traté de ignorarlo para no perder el enfoque de la situación,
aunque no resultó fácil. Y más con la molestia que creció
contra mí misma porque podía matarlo y, sin embargo, me
detuve. Y en cambio, le di la oportunidad de marcharse,
sabiendo que existía la posibilidad de que me delatara y
pusiera en peligro a las únicas personas que me
importaban.
—Puta madre —siseé.
¿Qué carajos me detenía? ¿Por qué no podía matarlo de
una buena vez?
«Porque, aunque insistieras en verlo como tu enemigo por
pertenecer al bando contrario, él nunca te dañó».
Sí lo hizo.
«No, Colega. Sombra pudo haber sido excluido de aquel
ataque. Además, tuvo muchas oportunidades para joderte, y
de la manera mala, pero nunca lo hizo».
Maldita manipulada.
Me di la vuelta para dar por finalizada esa absurda charla.
Tenía que marcharme antes de preocupar a mis hermanos,
aunque en segundos sentí el pecho de Sombra pegado a mi
espalda.
—¿Ves? La chica que conocí hace años sigue estando ahí
—afirmó y contuve la respiración—. Solo ella podría confiar
en darme la espalda cuando tengo varias dagas que podría
clavar en su precioso cuello. —Tragué con dificultad al ser
consciente de lo que hice, y más al sentir su mano
envolviendo mi garganta como un collar, sin dañarme—. La
diferencia es que ahora eres un ángel de día y un demonio
de noche —susurró en mi oído, estremeciéndome en el acto
—. Y es un jodido alivio que todo haya valido la pena,
Pequeña. —Su mano viajó a mi cintura y se quedó encima
de mi vientre, sobre aquella cicatriz que ya era parte de mí
y maldije por sentirme tan vulnerable—. Y a pesar de que
ahora no lo entiendas, quiero que recuerdes que todo fue
por ti.
Sus palabras fueron como una baldada de agua fría y me
sentí estúpida, ya que eran la prueba de que él sí fue parte
de aquel fatídico día. De que a lo mejor pudo ayudarnos y
se quedó de brazos cruzados, y yo de nuevo lo estaba
dejando vivir. Me di la vuelta para enfrentarlo y pedirle una
explicación, pero ya había desaparecido como una
verdadera sombra por la noche.
Maldije a la nada con frustración y corrí con la esperanza
de verlo al doblar el callejón, o donde se llevaba a cabo la
pelea, pero ya no encontré a ningún Vigilante en mi
periferia, y los que sí estaban, yacían inertes sobre el suelo.
Caleb me vio y se asustó, no comprendí por qué hasta que
señaló mi máscara. Me la coloqué de inmediato y me
acerqué a ellos.
—¡¿Estás bien?! —Llegó a mí con su voz preocupada y
acarició mi rostro por encima de la máscara.
—Lo estoy —respondí, alejando su mano con sutileza y
tomé mi katana cuando otro hermano la recuperó por mí.
Y mentía. No estaba para nada bien.
—Espero que esos idiotas que escaparon valoren su vida y
se alejen de una buena vez de esta mierda —masculló
Caleb.
—Yo también —aseguré, pensando en un idiota en
especial. Porque después de sus últimas palabras, no podía
haber más tregua.
Capítulo 2
Yo no juro, yo actúo

Los demás se fueron directo al templo cuando finalizamos


la misión. Caleb se encargaría de darle un informe a la
sensei Yusei sobre cómo resultó todo; yo, en cambio, le pedí
al maestro Cho por medio de un mensaje de texto que me
esperara en mi casa, ya que teníamos que hablar.
En cuanto entré, una de las hermanas de La Orden que
siempre lo acompañaba me informó que él se encontraba
en el jardín trasero, así que me fui directo hacia ahí,
viéndolo de pie cerca de los árboles de cerezos que estaban
floreciendo en todo su apogeo.
—Lo sabía, ¿cierto? —dije como reclamo, obviando el
saludo—. Esta tarde no me recomendó que protegiera mi
identidad como siempre lo hace, me lo advirtió —seguí y se
dio la vuelta para mirarme al rostro—. ¡¿Tan difícil le fue
decirme a quiénes me enfrentaría?! ¡¿Y desde cuándo sabía
que eran ellos?! —reproché y él solo me observó paciente.
Me frustraba cuando actuaba así de tranquilo.
—Sigo teniendo comunicación con uno de los mejores
alumnos de mi hermano y aunque él no fue parte de toda la
porquería que hizo Aki, sabe dónde investigar y me lo
confirmó esta tarde —admitió, refiriéndose al malnacido que
traicionó a Grigori e hirió a mi padre de muerte en aquella
batalla en donde me rescataron con Tess de aquel secuestro
—. Y después de lo que pasó ayer, sabía que ibas a huir si te
enterabas de quiénes se trataba —aseguró y negué, aunque
lo entendía.
El maestro me conocía mejor de lo que pensaba, y así
pudiera ocultarle mi verdadera cara o sentimientos a los
demás, con él no me funcionaba. Y muchas veces eso me
jugaba a favor o en contra.
—Sin darte cuenta te estás estancando de nuevo,
Isabella, así que era hora de que te enfrentaras a tus
verdaderos demonios, para que esos que tienes en la
cabeza no te vuelvan a dominar —siguió explicando y me
crucé de brazos—. Tú eres fuerte, así que deja de huir de tu
pasado para que sigas adelante con tu vida como de verdad
te lo mereces, porque eso no te deja luchar ni estar con las
personas que amas.
—¡Estoy con las únicas personas que amo y me importan!
—espeté, olvidándome del respeto que le tenía.
—Estar a medias no es estar, Chica americana —
especificó y mi respiración comenzó a descontrolarse—.
¿Qué sentiste al estar frente a esos Vigilantes? —inquirió
tomándome por sorpresa, pero le respondí sin dudar.
—Al principio, terror por los recuerdos. Luego llegaron las
ganas de matarlos de la forma más cruel, la necesidad de
venganza me embargó y…
—¿Qué te detuvo de llevarlo a cabo? —interrumpió con su
pregunta y alcé una ceja—. Ya me han informado que te
perdieron por un momento y solo asesinaste a dos de ellos.
Así que eso no concuerda con la determinación que
demuestras al responder.
Tragué con dificultad y caminé cerca de un árbol de
cerezo. Apoyé una mano en el tronco e inhalé profundo. Las
imágenes de Sombra y nuestro encuentro me inundaron, así
como la confusión que experimenté ante sus palabras y la
furia, porque teniéndolo en mis manos, no lo asesiné. Y
confiaba en el maestro y podía decirle que ese maldito
enmascarado fue la razón de no llevar a cabo lo que quería,
pero la inseguridad me embargó, así como la preocupación
de que hubieran descubierto mi ubicación.
—No importa por qué me detuve —proferí al controlar mi
respiración—. Lo que sí importa es que no volverá a suceder
—juré y me giré para encararlo—. Viajaré hacia Abu Dabi a
primera hora de la mañana —anuncié tomándolo por
sorpresa.
—Creí que irías a Italia.
—No después de esta noche, no con los Vigilantes cerca
—aseguré.
—¿Alguno de ellos te reconoció? —quiso saber y
parpadeé, tragando de nuevo con dificultad.
—Uno de los peores de esas lacras, pero no a quien he
querido en mis manos —admití y la comprensión empapó su
rostro.
—Le avisaré a Esfir que estarás cerca para que mande a
alguien de su gente y así te informen en persona de cómo
marcha todo en su país —razonó y asentí agradecida.
—Iré a empacar —avisé como despedida—. Lo dejo en su
casa —añadí y le hice una reverencia que él me devolvió en
ese momento.
Acto seguido, comencé a caminar hacia el interior de la
casa, pero antes de llegar a la puerta, él volvió a hablar.
—No dejes que los fantasmas del pasado se apoderen de
tu presente —formuló—, porque te robarán la paz del futuro
y no te dejarán ser feliz. Y ya te dejaste consumir
demasiado por ellos, hija.
No lo miré ni respondí porque sabía que él no esperaba
que lo hiciera, simplemente me aconsejó dejando que sus
palabras se asentaran en mi cabeza. Continué mi recorrido
y me mordí el labio, pensando en que ya era tarde.
Desconocí la paz y tranquilidad, permití que aquel velo
oscuro nublara mi razón y la poca luz que todavía me
quedaba en la vida, me era limitada, ya que ni siquiera
podía disfrutar de ella cuando quería sin ponerla en peligro.
Tenía que conformarme solo con saber que lejos de mí,
existían personas capaces de iluminar mis días. Así fuera
solo con sus recuerdos.
Estuve en Abu Dabi una semana, y cuando fue seguro
viajar a Italia, me quedé allí por tres meses antes de salir a
una nueva misión. Mi seguridad en casa fue reforzada y
tomé un buen descanso. No volví a tener encuentros
desafortunados y según las investigaciones, los Vigilantes
se mantenían lejos, así que lo tomé como una señal de que
al menos ese idiota de Sombra estaba manteniendo su
palabra. Lee-Ang y Maokko organizaron una pequeña
celebración cuando cumplí mis veintidós años y estuvieron
presentes las únicas personas a las cuales amaba y me
importaban. Myles y Eleanor se unieron de manera virtual y
fue en el único momento en que me sentí como una chica
normal, disfrutando de verdad de mi vida.
Incluso me dejé arrastrar por las chicas y por Caleb a un
club, en donde terminamos bebiendo y perdiendo la noción
del tiempo. Tanto, que a la mañana siguiente, amanecimos
los cuatro en la misma cama y Lee-Ang casi nos mata
cuando le jugamos la broma de que hicimos una orgía.
«Pequeña ilusa. Bien sabía que a ti ya te estaban saliendo
telarañas en la entrepierna, así que era difícil creer que
estuviste en una orgía».
Maldita exagerada.
«Sincera, más bien».
Como sea.
El punto era que ya los tres sabíamos que Lee era una
chica bastante conservadora, así que no la culpábamos de
casi mandarnos al otro mundo por esa broma de mal gusto
que le hicimos.
Terminé de ducharme y me envolví con una toalla, luego
salí hacia la recámara y me paré frente al espejo de cuerpo
completo que estaba colgado en la puerta. Comencé a
secarme el cabello con una toalla más pequeña y la de mi
cuerpo se deslizó hasta caer al suelo, dejando ver mi
desnudez en el reflejo. Tenía más músculos por los largos
entrenamientos a los que me sometía, lo que me hacía
parecer más rolliza, mi piel estaba bronceada por el sol de
Italia y, aunque mi cabello ya había crecido, no volví a dejar
que me llegara más allá de mis hombros.
Me lo cortaba bastante porque ya no podía tenerlo largo
sin que los recuerdos me torturaran.
Nunca detallaba mi desnudez frente al espejo para cuidar
mi salud mental, pero en ese instante me fue imposible, por
lo que, dando un paso hacia él, miré de cerca el tatuaje que
tenía en el torso, del lado izquierdo (por mi seno); la
tipografía era perfecta y única como siempre deseé que
fuera y, aunque el significado de esa frase era un recuerdo
de mi madre, el tatuaje se volvió más especial y
significativo para mí por quien lo hizo.
«Tengo una letra fea, así que no te quejes luego».
«Será arte abstracto».
Sacudí la cabeza y parpadeé para alejar el dolor y mis
lágrimas ante esos recuerdos. Sentía clavos en la garganta
junto a un nudo horrible que amenazaba con dejarme sin
voz.
—No solo te tatuaste en mi piel. También lo hiciste en mi
corazón y en mi alma —balbucí.
Me llevé una mano a la nuca y cerré los ojos. El rey del
ajedrez en color negro estaba allí, junto a aquellas letras
que se quedarían como un misterio por el resto de mi vida.
«DFY». Me la pasé días enteros intentando descifrarlas
hasta que me di por vencida. Mi Tinieblo se fue de mi vida
dejándome muchas incógnitas.
Abrí los ojos cuando me sentí capaz de controlarme y miré
mi abdomen y vientre para no dejarme ahogar por el dolor y
el luto, y embargarme por la ira que, aunque me
envenenaba, no dolía tanto. Específicamente detallé la
cicatriz que lo adornaba. Apreté los puños a los lados de mis
caderas y endurecí la mandíbula cuando otro tipo de
recuerdos me inundaron. Incluso fui capaz de percibir el
hedor de la piel quemada, y el sonido fugaz que hizo al
incendiarse por el queroseno me provocaba escalofríos.
Durante los meses siguientes a ese maldito día, no pude
recordar todo lo que viví en esa tortura, porque algo peor
acaparaba mis recuerdos. Pero luego de un tiempo,
comencé a revivir cosas que incluso ignoré en ese
momento; como mi piel incendiándose de manera fugaz
ante el contacto del hierro fulgurante y el queroseno con el
que me habían bañado.
—No hay dolor más letal que el que se lleva en el alma —
susurré.
Había abierto los ojos cuando la garganta se me cerró por
las lágrimas, y toqué con las yemas de mis dedos la piel
abultada y rosácea. La V se marcaba a la perfección,
aunque los contornos quedaron desgarrados. Visualmente
era horrible, mentalmente algo inefable. Y con la ciencia tan
avanzada sabía que podía operarme y deshacerme de ella,
pero no quise hacerlo y la acepté como parte de mí; como la
promesa de vida de que esa marca sería lo último que
Derek vería antes de morir en mis manos.
Suspiré profundo y volví a trazar la letra con mis dedos,
sintiendo una sensación de hormigueo y recordando, de
pronto, lo que menos esperé: a Sombra colocando su mano
con delicadeza sobre ella. Me aturdí en su momento por el
inesperado reencuentro, aunque también por la seguridad
de ese tipo y la intimidad con la que me tocó. No me había
permitido pensar en sus palabras hasta en ese instante y
deseé tenerlo frente a mí solo para exigirle que me
confesara si estuvo presente en mi tortura.
Derek solo había mencionado a Fantasma y Lucius, pero
lo que Sombra me dijo en aquel callejón en Tokio, me hacía
pensar que él también fue parte del momento. Y odié
suponer que mientras se hacía pasar por alguien que no
quería dañarme cuando me tenía enfrente, se haya reído de
lo que esas mierdas me hicieron años atrás.
«Suponer te llevó a confundir ese beso de Sombra con el
del Tinieblo, Colega».
No tenías por qué sacar a colación ese momento.
«Fue el mejor ejemplo que se me ocurrió».
Qué conveniente.
Sacudí la cabeza cuando el recuerdo de ese beso llegó a
mi mente. Mi pecho dolió y la angustia fue amarga en mi
garganta. Las ganas de llorar me llegaron por sorpresa
porque la culpa se apoderó de mí. Pensarme besando a
Sombra se sintió como traicionar la memoria de mi Tinieblo
y me avergoncé.
Podía ser exagerado después de tantos años.
«Era exagerado».
Para mí no.
¡Dios! Maokko incluso llegó a hacerme la broma de que
tenía un voto de castidad porque nunca me vio con nadie.
Ni siquiera para desfogar mis ganas. Prefería darme placer a
mí misma antes de permitir que alguien más me tocara,
porque el simple pensamiento me hacía sentir sucia. Así que
no me sorprendía que recordar aquel momento con Sombra
en Inferno se sintiera pésimo. Sobre todo al revivir también
cuánto le dolió a mi Tinieblo cuando se lo confesé.
«Él ya no esta…»
Unos toques en la puerta interrumpieron mi monólogo-
discusión. Recogí la toalla del suelo y me envolví de nuevo
con ella antes de abrir, sabiendo que se trataba de Caleb.
Estábamos en Mónaco para seguirle la pista a unos
proxenetas que lograron sacar a varias chicas de Libia (país
en el que residía Esfir), con la promesa de darles asilo y que
tuvieran una mejor vida. Compartíamos habitación porque
nos estábamos haciendo pasar como una pareja de recién
casados procedentes de Gales, y él había salido a recoger
un paquete de información que nos hizo llegar La Orden.
Su mirada me recorrió entera cuando me vio
semidesnuda y entrecerré los ojos.
—¿Y si consumamos nuestro matrimonio? —Le di un golpe
en el brazo como respuesta inmediata a su tonta pregunta
—. ¡Auch!
—¿Y si mejor te vas a la mierda? —satiricé y se sobó la
zona donde le propiné el puñetazo.
—¡Jesús! No me hagas pedir el divorcio por violencia
doméstica —se quejó y rodé los ojos.
—Deja de hacerte el chistoso y entonces te trataré como
mereces —zanjé y me di la vuelta para ir directo a la maleta
de mi ropa.
—No tienes idea de lo que te pierdes —alegó entrando a
la habitación y puso una bolsa de papel sobre la mesita de
noche.
Tras eso, se tumbó bocarriba en la cama tamaño
matrimonial metiendo las manos detrás de su cabeza. Tenía
el cabello rubio un poco más largo y los rizos le cubrían la
frente; sus bíceps se contrajeron con el movimiento de sus
brazos, mostrando lo atlético que era, y la camisa se le
subió por el estiramiento del dorso, dejando al descubierto
parte de su abdomen; revelando piel dorada y algunos
músculos de su paquete abdominal.
«Yo que tú, aceptaba su propuesta».
Jódete.
«¡Por Dios, Isa! Solo sería una ayuda para quitarte las
telarañas».
Si a mí no me importaba tenerlas, a ti menos.
«¡Puf! Aburrida».
Ignoré a mi conciencia y seguí en lo mío.
«¿Admirando la belleza de ese guapetón
rompecorazones?»
Buscando mi ropa, maldita perra.
—Sí la tengo —bufé, mientras pasaba unas bragas por mis
piernas. A pesar de sus bromas nos teníamos una confianza
inmensa, así que no me dio pudor hacer tal cosa; además,
la tolla protegía mi desnudez—. Si Maokko te dejó es porque
algo no hiciste bien —lo chinché.
—No jodas, Isa. Sabes bien que esa asiática está más loca
que una cabra. No nos dejamos por no follarla bien. De
hecho, eso era lo que mejor se nos daba —se defendió.
Me pasé una camiseta por los brazos y luego de
acomodarla bien en mi torso, saqué la toalla que me había
protegido de ese pervertido.
—Lo que mejor se les sigue dando —corregí y entrecerró
los ojos—. Acaso crees que no escucho el escándalo que
hacen siempre que creen que todos estamos dormidos.
—¿Te tocas mientras nos escuchas?
—¡Dios, no! No soy tan depravada como ustedes —chillé y
soltó una carcajada.
—Perfecto, esta era tu última oportunidad conmigo,
pequeña Sigilosa —refunfuñó, utilizando ese otro apodo que
me puso y blanqueé los ojos—. Pudiste comerte a este
bombón y lo has despreciado, luego no me vengas a rogar
—zanjó y con todo lo que podía decirle como respuesta,
terminé soltando una carcajada.
—Ya madura, idiota —recomendé y le lancé la toalla sobre
el rostro. El muy cabrón la olió luciendo como un maniático
sexoso mientras se carcajeaba también.
—Jamás, esposa mía. Eso no se hizo para mí —aseguró
con ironía y negué con la cabeza—. Ahora termina de
vestirte, porque es momento de que te lleve a explorar la
ciudad como parte del itinerario de nuestra luna de miel.
—Contigo como esposo, es de hiel.
—Eso ni tú te lo crees, pequeña —se mofó y, aunque me
reí, que me llamara de esa manera me provocó ciertos
recuerdos que desencadenaron escalofríos en mi cuerpo.
Grandioso.

Había estado en varias ciudades de Francia, pero era mi


primera vez en Mónaco. Nos encontrábamos entrando en el
club al que Caleb me informó que iríamos (luego de que
dejó sus niñerías de lado y decidió comportarse como un
hombre serio). La música sonaba por todo lo alto, era de
algún DJ famoso del país, bastante energética y me provocó
mover la cabeza al compás de cada acorde. Fingíamos ser
una pareja de extranjeros disfrutando de su noche, por lo
que el rubio (que en ese instante era pelinegro gracias a la
peluca que usaba) no soltó mi mano y cada vez que podía
enroscaba su brazo en mi cuello, para tirar de mí más cerca
de él y así besarme en la cabeza, la sien, o la mejilla.
—Donde te pases de listo te destriparé las bolas. Y te
aseguro que no lo vas a disfrutar —le grité cerca del oído
para que pudiera escucharme por encima de la música.
No perdí la sonrisa traviesa, y envolví los brazos en su
cuello para que los demás creyeran que solo le estaba
diciendo cosas sucias a mi chico. Caleb se mordió el labio,
sonriendo con picardía y supuse que él no fingía.
—¡Mierda! Cualquiera diría que me estás proponiendo ir a
follar a los baños —señaló y negué con la cabeza.
Nos estábamos arriesgando más de la cuenta al llegar a
ese club, porque según nuestros informes, era exclusivo
para mafiosos, políticos corruptos, o personas de alto rango
en el país. Un patio de recreo para esas lacras, en donde
cerraban grandes negocios y jugaban con las vidas y el
destino de inocentes. La sensei Yusei se había negado al
principio a que fuéramos, pero entendiendo que era la
posibilidad más certera de saber el paradero de las chicas
libanesas, usó sus contactos para tratar de protegernos
desde adentro.
—Y según todos los que nos observan, soy la envidia de
muchos —añadió Caleb.
—O nos están poniendo dianas en el culo —analicé.
—Es una posibilidad.
—¿Crees que sepan quiénes somos? —pregunté, atenta a
lo que podía pasar.
Me dio un beso en la frente y luego llegó a mi cuello.
Quería a ese imbécil como a un hermano de verdad, así que
no me puso nerviosa su cercanía.
—Más británica no puedes parecer con tu disfraz, esposa
mía. Hasta te confundirían como parte de la realeza —
señaló y rodé los ojos.
—Nunca he visto que las chicas de la realeza usen
vestidos tan cortos. A mí casi se me ve el culo —dije y él rio.
Usaba un vestido sencillo en color azul rey, y no mentía,
pues a duras penas me cubría el trasero. Me calcé unos
tacos de doce centímetros y, aunque eran incómodos, fue
de la única manera que pude esconder mis armas; así como
en la peluca rubia platinada que llevaba. También me puse
lentillas azules y el maquillaje era bastante pronunciado
para esconder mis rasgos naturales.
—Ven, vamos por un trago —invitó de pronto.
—Por favor —supliqué.
Comenzamos a caminar hacia la barra y sentí como si
estuviera llegando al cielo al percatarme de los taburetes
vacíos. Los zapatos me estaban matando. Me la vivía en
botas de combate o calzado deportivo, así que había
perdido la costumbre de usar tacones y odié la idea de
verme caminando como bambi recién nacido.
«Guerrera pero vanidosa».
No era cuestión de vanidad. A nadie le gustaba que lo
vieran caminar como si tuvieras la entrepierna escaldada.
Mi conciencia decidió dejar la fiesta en paz. Nuestros ojos
permanecían por todas partes (sin perder el papel de recién
casados), esperando dar con los tipos a los que
buscábamos. A uno de ellos, sobre todo, que sería el único
en vivir más tiempo hasta hacerlo hablar y que confesara el
paradero de las chicas. En el paquete de información que
Caleb recogió esa tarde, recibimos fotografías de varios
hombres del grupo, así como sus últimas ubicaciones. El
club era el que más frecuentaban, por lo que decidimos
comenzar nuestra investigación ahí para probar suerte.
A lo lejos, cerca de unos de los privados en la segunda
planta, vi cómo dos tipos se decían cosas entre ellos y uno
nos señaló, situación que me puso más alerta. Disimulé que
los había notado y me acerqué a Caleb. Necesitando darle
un beso a mi amado esposo, le susurré en el oído lo que
acababa de presenciar para estar preparados y me pidió
seguirle el juego si alguno de ellos se nos acercaba.
Ser sacados del club, o interrogados, era una gran
posibilidad, ya que como lo dije antes, el lugar era exclusivo
y, al parecer, reconocían a los extranjeros.
—No bebas nada —dije entre dientes hacia Caleb cuando
el cantinero se alejó de nosotros tras dejarnos nuestros
tragos.
—No pensaba hacerlo —confirmó.
Además de notar que el hielo no flotaba, intuíamos que el
tipo pudo recibir alguna indicación para meternos algo en la
bebida. Me llevé una mano al cuello, fingiendo que
acomodaría mi cabello a la vez, y saqué un poco el mango
de un puñal pequeño escondido ahí.
—Hola, Bonita. —Me tensé al escuchar aquel mote,
recuerdos de Elijah llamándome así llegaron de inmediato a
mi cabeza y estuve a punto de sobresaltarme, pero me
contuve sabiendo que no era el momento para cederle el
poder a mi pasado.
Habían transcurrido diez minutos desde que llegamos a la
barra, y tuvimos que fingir una pelea con Caleb, luego de
eso una chica se acercó a invitarlo a bailar y tuve que
montarle una escena de celos, pero igual se marchó con ella
(como parte del plan improvisado), sabiendo que se
mantendría cerca por si los dos llegábamos a necesitar
apoyo.
Algo en nuestro interior nos decía que, si fingíamos
pelear, aceleraríamos la confrontación y nos arriesgamos
porque nos estábamos aburriendo de esperar. Y no nos
equivocamos, pues no pasó mucho tiempo desde que él se
fue, que una voz masculina me interrumpió usando un
apodo que jamás debió pronunciar. Me obligué a actuar
como si nada y me di la vuelta para ver al dueño de la voz.
Era un chico en sus veinticinco, aunque se vestía como un
universitario hippie que decidió utilizar sus vacaciones de
verano para irse de mochilero por el mundo, con pantalones
cortos, playera con estampado de flores; delgado, cabello
largo y grasoso pidiendo a gritos un lavado profundo y un
corte.
—¿Te has perdido? —inquirí, fingiendo que seguía molesta
por mi pelea con Caleb, deduciendo que él y los demás
habían presenciado todo.
El chico sonrió divertido y me miró con picardía.
—No, pero tú has perdido el humor gracias a tu noviecito
—dijo haciéndose el galán y noté que llevaba una copa en
cada mano.
—Mi ex, quieres decir —satiricé y miré a Caleb en la pista.
La chica le estaba restregando el trasero. Él, en cambio,
me miraba a mí. A vista de todos parecía un novio patán y
posesivo que le gustaba tocar lo ajeno, pero no que tocaran
lo suyo. Le alcé la barbilla como señal de reto cuando, en
realidad, le estaba diciendo que pronto tendríamos acción.
—¿Puedo invitarte a una copa? —preguntó el chico,
recuperando mi atención y le alcé una ceja.
—No pareces ser un chico de vinos —resalté y sonrió de
lado.
—Puedo darte sorpresas —aseguró y me ofreció la copa.
Con actitud despreocupada y mirada lasciva la acepté y me
la llevé a la boca con lentitud—. ¿Vienes de Londres? —
quiso saber y aproveché a entretener la copa en mi boca
para poder olerla.
—De Gales —dije y tuve que prepararme para actuar muy
perra y ser convincente al identificar lo que añadieron en el
vino tinto que contenía la copa—, pero ¿cómo has llegado a
esa suposición?
—Por tu acento —contestó enseguida y sonreí de lado.
Caleb se habría sentido orgulloso por copiar tan bien su
manera de hablar—. Podríamos pasar un buen rato juntos,
te quitaría el malhumor que ese imbécil te ha provocado —
sugirió.
«¡Aww, ternurita! Se delató muy pronto».
Lo hizo.
Aunque comenzó bastante bien y le daría ese mérito. Sin
embargo, y por lo que estaba comprobando, ni él ni sus
jefes tenían idea de quién era yo, ya que pensaron que
caería fácil con esa copa a la cual le habían añadido cianuro.
Y no perdí mi sonrisa coqueta para que él no se diera
cuenta de que lo descubrí y seguir teniendo el juego a mi
favor.
Pasé un año de mi entrenamiento bebiendo pociones que
el maestro Cho escondía en mis bebidas para que
aprendiera a conocer los tipos de químicos que podían
envenenarme hasta la muerte o solo intoxicarme, además
de las bebidas con las que se camuflaban. Y no fue una
enseñanza para nada grata, aunque estaba viendo sus
frutos en ese instante y admití que había valido la pena. Fue
una de las últimas fases que tuve que superar porque, como
dije, mi liderato en La Orden lo gané y no solo lo heredé.
El maestro solía poner pócimas menos nocivas y en
cantidades mínimas en todas mis bebidas sin que yo me
diera cuenta. Incluso en mi casa de Tokio cuando creía que
él estaba lejos de mí y no había riesgo que correr. De verdad
estaba decidido a enseñarme a no confiar ni en mi sombra,
y llegó un punto en el que ya no aceptaba ni agua (de
nadie) por miedo a esos horribles calambres en mi
estómago. Sin embargo, afronté esa prueba y aprendí a
confiar en mis instintos y sentidos, y a reconocer qué
bebería o comería. En ese instante, por ejemplo, reconocí el
cianuro así estuviera bien camuflado por el aroma del vino;
y si no hubiera tenido el conocimiento que me transmitió el
maestro Cho, habría sido un cadáver luego del primer sorbo.
Y para la mala suerte de ese tipo, ya no buscaba morir
como antes.
—¿A dónde me llevarás? —pregunté con voz sensual,
medio jugando con el filo de la copa sobre mis labios, sin
llegar a hacer contacto.
Vi una sonrisa triunfante en su rostro y noté a Caleb
pendiente de leer mis labios para entender lo que pasaba.
—Los baños están cerca.
—¡Auch! ¿Tan zorra me veo que no merezco siquiera que
me lleves a un motel barato? —resollé con voz de niña
consentida.
—¡Joder, no! No me malentiendas, mereces que te lleve a
un hotel cinco estrellas. Pero si soy sincero contigo, todo lo
que tenía me lo gasté en esa copa de vino que estás
despreciando —mintió y me mordí el labio para esconder la
sonrisa.
—Bien, lo tomo. Pero me duele, eh —me quejé, aunque
bajé la mano en la que sostenía la copa y me acerqué a él
para acariciarle la mandíbula con la uña de mi dedo índice.
Se mordió el labio y vi el brillo de lujuria en sus ojos.
«Para estar en celibato, se te daba bien fingir ser una
perra».
Sonreí con malicia para el susurro de mi conciencia,
aunque el hippie creyó que lo hacía con él.
—Vamos antes de que tu ex nos joda el momento —
recomendó.
La chica en ese instante estaba distrayendo a Caleb,
intentando besarlo. Y más le valía a ese imbécil no dejarse
drogar tan fácil.
—Ya me encontró reemplazo, así que no se enterará que
he desaparecido —aseguré.
—Perfecto —celebró.
Puse la copa sobre la barra y noté que no le agradó, pero
como según él ya había caído en su juego, lo dejó pasar. Y
poniendo la palma de su mano en mi espalda baja, me
animó a caminar hacia los baños. Me tragué una risa irónica
al llegar y notar que casualmente se encontraban casi solos;
las dos personas que lo ocupaban salieron de inmediato al
vernos y alcé una ceja por lo obvio.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté, viéndolo cerrar la
puerta con pestillo.
Llevé mi mano bajo mi cabello en un movimiento natural
que se vio solo como que lo quería acomodar y tomé el
mango del puñal.
—Para lo que haremos no necesitarás saber mi nombre —
dijo, y se acercó a mí para intentar besarme. Giré el rostro
antes de que lo lograra.
—Para lo que haremos no necesitarás besarme —
recalqué, usando sus palabras. Y, antes de que reaccionara,
lo golpeé en la ingle y, de paso, le clavé el puñal entre el
espacio de su hombro y cuello.
El maldito se retorció de dolor, dudando entre si cogerse
las bolas o el cuello cuando sintió ambos ataques. Por el
espejo, noté un arma que llevaba metida en la parte de
atrás de la cinturilla de su pantalón corto, y la cogí antes de
que él pudiera reaccionar y tomarla (sin perder el agarre en
mi puñal). Tenía silenciador incluido, así que el mensaje fue
claro. Iba a matarme después de averiguar qué hacía en el
club. Le propiné otro golpe con la culata de la glock en la
nuca, haciéndolo caer en el suelo. Trató de levantarse, pero
fui más lista que él y le quité el seguro al arma,
aquietándolo enseguida.
—Fallaste en tu cometido, porque ahora estoy más
malhumorada —dije y él gruñó de dolor.
—Maldita, hija de puta —masculló y golpeé sus bolas con
mi taco, alejándome antes de que pudiera tomar mi pie y
desestabilizarme.
—¿Por qué has querido envenenarme? —pregunté y entre
los gruñidos de dolor comenzó a reírse.
—Porque tú y tu novio han querido vernos de imbéciles al
venir a este club cuando nadie que no es invitado, entra —
vociferó.
—¿Hacen esto con todos los desafortunados turistas que
desconocen que necesitan una jodida invitación para entrar
a esta pocilga? —inquirí.
—Sí, pero recibimos pocas visitas desafortunadas porque
las leyendas les han enseñado a no pisar donde no se debe.
Aunque no te preocupes, no todos sufren —se burló—.
Cuidamos de no estropear sus órganos.
—Tienes suerte, maldito cabrón, porque por hoy tú
tampoco sufrirás —repliqué, sabiendo que no podía
tardarme más.
—No saldrás viva de aquí, perra. —Se rio y escuché
diversos sonidos fuera del baño. Rogué para que fuera
Caleb, aunque supuse que no la estaba teniendo fácil.
—No vivirás para comprobarlo —aseguré.
Forcejearon la puerta, de pronto, tratando de abrirla y
cuando estuvo a punto de ceder, vi al tipo en el suelo
sacando otra arma, quién sabía de dónde. Pero, como al
principio, fue lento. Disparé la que yo sostenía justo en el
medio de sus ojos y en un instante sus brazos cayeron
inertes a los lados de su cuerpo. Su mirada perdió el brillo
de la vida y sonreí por mi cometido. No porque me
agradaba, sino por lo irónico que se había vuelto todo, ya
que años atrás cuando asesiné a alguien casi de la misma
manera, me traumé por meses.
—Jodida mierda —espetaron y subí la mirada hacia el tipo
que presenció todo, ya que hizo ceder la puerta justo
cuando tiré del gatillo.
—¿Te enviaron para supervisar el trabajo de este imbécil?
¿O para terminarlo porque intuyeron que él fallaría? —
cuestioné y apunté el arma hacia él, aunque no se inmutó—.
Porque ya comprobaste que no es fácil matarme, y antes de
que lo logren, arrastraré a muchos conmigo.
—Bien sabes que no quiero matarte —aseguró con su voz
robotizada. No me sorprendía verlo de nuevo—. Vine aquí
porque alguien de mi gente te reconoció y te vio entrar con
este hijo de puta. —Señaló con su cabeza al cadáver del tipo
que falló en su misión.
Esa vez usaba una sudadera negra con la capucha
puesta, una máscara que le cubría de la nariz hacia el
cuello, del mismo color, pero tenía la forma de la mitad del
cráneo en blanco. La frente y los ojos se los había
maquillado también de negro y a diferencia de cuando lo vi
en Tokio, llevaba lentillas blancas por completo.
«¡Dios! Había que admitir que ese Chico oscuro lograba
su cometido con esos atuendos».
Sí, no lo negaría. A pesar de todo, siempre me daba
miedo con esa apariencia de demonio cruel.
—Así que tu gente me reconoce —indagué y oculté mi
alerta con eso.
—Solo uno de mis hombres —aseguró y alcé la barbilla.
No me confiaría de su palabra.
—¿Querías comprobar con tus propios ojos si había
logrado su misión? —pregunté con sarcasmo sin bajar el
arma. Siendo valiente, Sombra cerró la puerta tras de él y
caminó más cerca de mí.
—Quería deshacerme de él con mis propias manos, en
realidad. Pero te adelantaste. —No sabía si me escrutaba
con la mirada gracias a que se aseguró de ocultar sus iris,
pero supuse que se mantenía atento a mí—. Sé por qué
estás aquí y quiero ayudarte —mencionó y eso me
sorprendió mucho. Bajé el arma, manteniéndome alerta—.
Tengo la ubicación de esas chicas y de muchas otras, así
como información suficiente para que lleves a uno de esos
malnacidos tras las rejas. —Alcé una ceja cuando me tendió
un bolígrafo—. Es un pendrive —explicó y con cautela lo
tomé.
Sus dedos cubiertos por esos guantes negros rozaron los
míos y alejé la mano cuando intuí que su intención era
alargar ese contacto.
—Eres astuto —insinué y clavó esos orbes en mí—. Estás
vendiéndome a uno de estos malditos porque quieres que lo
quite de tu camino, no porque te importen las chicas —
analicé y escuché una risa baja como respuesta.
—Nos beneficia a ambos, así que podemos hacer esta
tregua ya que estás aquí —razonó sin vergüenza alguna y
bufé soltando una risa sin gracia—. Vete de aquí, Bella. Y
llévate a tu novio. —Sabía que con lo último se refería a
Caleb, sobre todo si vio nuestro numerito.
«¿Dónde estaba ese idiota y por qué nunca llegó?»
Me hice la misma pregunta.
—Mi amigo lo está reteniendo afuera —murmuró Sombra.
O leyó mi mente, o mi expresión me delató, según su
respuesta inmediata.
—No creas que esto cambiará las cosas —advertí—. No
hay tregua, solo tienes otro momento donde la suerte juega
a tu favor, pero algún día me encontrarás de malas y
terminaré dándote un tiro en la cabeza —sentencié—.
Porque insistes en cruzarte mucho en mi camino, creyendo
que siempre tendrás la ventaja. Y eso no es bueno.
—No, no es bueno. Y créeme que alejarme de ti es lo que
más deseo. —Su voz, a pesar de ser camuflada por ese
aparato, se escuchó fría y bastante molesta—. Pero para
bien o mal, parece que tú y yo estamos destinados a
colisionar siempre. Y esto es un juego de la vida muy
peligroso.
—Peligroso para ti —me mofé.
—No, para ti —puntualizó y dio un paso rápido hacia el
frente, llegando de inmediato más cerca de mí—. Tu
presencia reta demasiado a mi autocontrol y un día dejaré
que todo se vaya a la mierda.
Como si un cuerpo inerte no estuviese a mis pies, Sombra
me tomó de la cintura con agilidad y me empotró a la
puerta de uno de los cubículos en el baño, haciendo que mi
espalda diera un golpe sordo en el metal. Su cercanía me
entorpeció por unos segundos, luego reaccioné como era
debido y puse la glock en su cuello, aunque él logró
maniobrar el movimiento y se deshizo de ella. Con rapidez,
moví las piezas a mi favor y presioné el puñal que mantuve
en mi otra mano, justo en su entrepierna cuando él sacó
una daga y la colocó en mi garganta.
Mi corazón se aceleró por la adrenalina del momento,
aunque también por su cercanía. Tenía un aroma
amaderado que se mezclaba con humo de cigarrillo y licor.
—Mientras más luchas, más te deseo —susurró.
Tragué con dificultad al sentir la garganta reseca y
agradecí que soltara mi cintura, aunque fue momentáneo,
ya que, en su lugar, llevó esa mano a la que yo tenía
amenazando su pene y me congelé en cuanto la apartó
para que sintiera su erección contra mi pelvis.
«¡Puta madre, Colega! Si tu cuerpo no reaccionaba a eso
comenzaría a preocuparme».
El maldito lo hizo a propósito para dejar claro su punto,
así que era obvio que reaccionaría. Pero no de una manera
que a él le gustaría.
—Es difícil controlarme en eso cada vez que te veo —
prosiguió y llevé mi mano libre a su pecho para poner
espacio entre nosotros, pero no me lo permitió. En cambio,
gracias a la cercanía, vi un leve movimiento en sus
párpados que me indicó que estaba mirando mi cuello y
siguió la cadena del relicario, buscando el final de él metido
entre mis pechos que resaltaban más por el diseño del
vestido y su atrevido escote.
Mis mejillas se calentaron.
Con ningún hombre que no haya sido Elijah llegué a sentir
lo que estaba sintiendo en esos momentos, así que me
preocupé. No era posible que Sombra lograra ese mismo
efecto en mí. Ni correcto. No lo podía permitir, no debía
traicionar la memoria de mi demonio.
—Tendrás que hacerlo —rebatí, tratando de escucharme
segura—. Porque de nada sirve que me desees. Soy una
mujer a la que nunca podrás tener. —Esos orbes blancos se
clavaron en mis ojos y sostuve su mirada con frialdad—.
Jamás estaré con ningún otro hombre, y menos con uno que
se esconde tras un disfraz. —El maldito se rio de mis
palabras y me esforcé de nuevo para salir de su agarre.
Me lo permitió.
—Mi disfraz es para tu seguridad —señaló.
—Eso ya lo dijiste antes —le recordé—. La noche en la que
te aprovechaste de tu parecido con... —Me callé, no podía
continuar.
Dolía recordar esa noche.
—LuzBel —terminó por mí. Lo miré gélida, odiando que de
su boca saliese aquel apodo con el que era conocido mi
demonio.
Y quise decirle muchas cosas en ese momento, pero el
sonido de mi móvil escondido entre mis pechos me
interrumpió. Lo saqué sin apartar la mirada de él y por
alguna razón lo imaginé sonriendo de lado. Luego vi el
aparato y fruncí el ceño cuando reconocí el número.
—Diga —dije sin mencionar nombre. Se trataba de
Eleanor, pero era ovio que no lo mencionaría frente a
Sombra.
Era extraño que ella me llamara. Siempre era yo la que
me comunicaba con ellos.
—¡Isa! —me llamó desesperada y noté en su voz que
estaba llorando.
—¿Sucede algo? —cuestioné manteniendo mi rostro
neutro. Sombra se quedó de pie frente a mí y manipulé el
botón del volumen para que no alcanzara a escuchar.
—Es Myles, Isa. —Sollozos le impedían hablar bien. Me
preocupó escucharla así, ya que no auguraba nada bueno.
—Me estás asustando —confesé y me alejé más de
Sombra, a quien noté atento a lo que decía.
—Los Vigilantes lo han atacado. —Mi corazón tartamudeó
al oír eso y miré al chico frente a mí, esa vez lo hice con
verdadero odio—. Te necesito. Vuelve, por favor, hija.
—¡Malditos hijos de puta! —espeté perdiendo el control—.
¡Dime que está vivo! —supliqué.
—Lo han llevado a cuidados intensivos, su estado es
grave... ¡Tengo miedo, Isabella! ¡Ya perdí a mi hijo, no quiero
perderlo a él! —Una lágrima corrió por mi mejilla al
escucharla. Sin pensarlo, llegué a donde había caído el arma
que Sombra me arrebató en nuestro forcejeo y la tomé con
más fuerza de la necesaria—. Regresa, Isabella. Te necesito
aquí, la organización lo hace. Myles te necesita. —Ira
recorrió mis venas como un torrente de fuego líquido,
estaba harta de que esos malditos siempre jodieran mi vida.
—Volveré —prometí y corté la llamada sin esperar
respuesta.
—¿Puedo ayudarte en algo? —Esa pregunta por parte de
ese imbécil solo hizo que la ira aumentara.
—Desaparece de mi vida de una jodida vez, tú y tu
maldita organización, Sombra —ordené con odio.
—Pequeña…
—No creí que lo que te dije antes llegara tan pronto —
aseveré interrumpiéndolo.
Y, sin pensarlo más, disparé hacia su brazo izquierdo. El
gruñido de dolor que soltó fue fuerte y maldijo al percatarse
del impacto; sin embargo, no se defendió. Simplemente
presionó la herida.
—Esta es una advertencia más. La próxima vez que te
dispare lo haré directo a tu corazón —escupí. Y si esas
lentillas hubieran tenido iris, juro que habría notado su
asombro por lo que hice.
La puerta del baño se abrió de repente y un tipo enorme
de piel morena apareció tras ella. Cuando vio a Sombra
herido quiso atacarme y me preparé para ello, pero se
detuvo ante la advertencia del enmascarado:
—¡Déjala ir, Marcus! —le ordenó. Marcus le obedeció
reticente y me dejó espacio en la puerta para que saliera—.
Nos volveremos a ver, Bella y pagarás por esto —enfatizó
Sombra y no me inmuté al escucharlo.
Al contrario de eso, lo enfrenté.
—¿Lo juras? —pregunté con una sonrisa satírica.
No pensé en ese instante lo que saldría de mi boca, lo
hice por inercia y ya. Aunque al volver a pronunciar esas
palabras en voz alta, me cohibí.
—No, Pequeña. Yo no juro, yo actúo —respondió él,
haciendo que mi sonrisa se borrara y un escalofrío me
recorriera de pies a cabeza.
Sombra podía tener similitudes físicas por encima de la
ropa con mi Tinieblo, incluso algunas de carácter, pero con
su respuesta volvió a dejar muy claro que no era él. Así mi
mente me jugara malas pasadas.
Capítulo 3
No hay más como yo

Cuando salí de aquel club junto a Caleb (siendo


escoltados por Marcus para no correr ningún peligro, por
petición de Sombra), y después de exigirle algunas
explicaciones y de que yo le diera otras, le informé que
debía delegar la misión en otra persona porque yo viajaría
de emergencia a aquella ciudad a la cual juré no volver
nunca.
Y le pedí que me acompañara porque él confirmó que el
pendrive que me dio Sombra tenía información verídica que
haría las cosas más fáciles para que nuestros hermanos
terminaran la misión; y porque no me sería fácil viajar sola,
sobre todo cuando fui consciente de que volvería al lugar
donde viví lo mejor y lo peor de mi vida, y Elijah no me
estaría esperando como tanto anhelaba. Así que necesitaba
la compañía de Caleb para soportar lo que se me vendría
encima.
«Era hora de enfrentar el pasado de verdad».
Tal parecía.
Caleb conocía mi vida desde que llegué a Tokio hacía tres
años atrás, lo que sucedió antes era un misterio, aunque sí
le dije lo necesario para que comprendiera porqué lo
necesitaba tanto. Le habría pedido también a Maokko que
me acompañara, o a Lee-Ang, pero ellas estaban en una
misión más importante y por ningún motivo les pediría que
la abandonaran. Además de que mis intenciones eran
regresar pronto a Italia, rogando porque la situación de
Myles no se complicara más y saliera pronto de su estado
de gravedad.
—¿Estás nerviosa? —preguntó Caleb cuando abordamos
nuestro primer avión.
Iba sentada a la par de él y movía mi pierna como si
tuviera ganas de ir al baño.
—No como sé que me pondré cuando tomemos el último
avión —admití y puso una mano en mi rodilla.
Me aterraba pensar en cómo encontraría a Myles. Antes
de abordar había hablado con Eleanor y me dijo que
acababan de meterlo al quirófano para operarlo; la pobre
estaba desesperada, la calma que tanto la caracterizaba la
abandonó y no era para menos. Yo sabía el miedo que
estaba sintiendo y el dolor agónico que sufriría si perdía al
amor de su vida. Caleb fue rápido en organizar nuestros
viajes, aunque no como yo deseaba que lo hubiera sido,
pero dejé todo en sus manos porque él era el de la cabeza
fría en ese momento.
También me asustaba volver a ver a las personas que un
día abandoné sin ninguna explicación, me provocaba
ansiedad pensar en que de nuevo estaríamos frente a frente
y quién sabía cómo reaccionarían ante mi llegada.
—Esta piel pica —me quejé para no concentrarme en mi
nerviosismo.
—Solo serán cuatro horas con ella, calma —me animó
Caleb y rasqué mi cuello, sintiendo con ello que la comezón
en mi rostro aumentaba, rodando los ojos porque eso era
mucho tiempo.
Ambos íbamos disfrazados: él estaba más acostumbrado
que yo, por supuesto. Me había hecho usar piel sintética
para esconder mis rasgos, además de que era de tez muy
blanca porque me vestí como una chica rockera y debía
jugar con el estilo. Viajábamos en un vuelo comercial
porque usar el jet sería bastante obvio y nuestros enemigos
nos rastrearían más fácil, sobre todo con Sombra
conociendo mi nueva ubicación. En nuestra siguiente
escala, cambiaríamos de disfraces e iríamos en primera
clase hacia Vancouver (fingiendo ser ejecutivos
importantes), donde nos reuniríamos con Perseo y
Bartholome, ya que queríamos saber por medio de ellos,
qué pasó en realidad con el ataque hacia Myles, puesto que
lo emboscaron mientras iba a reunirse con los dos
fundadores.
Ellos viajaron de emergencia hacia diferentes ciudades de
Canadá en cuanto supieron de la emboscada hacia su
compañero, temiendo que fuera un complot por parte de los
Vigilantes para todos los fundadores. Dylan estaba siendo
doblemente protegido por si las dudas. Y, ya que conmigo
no pudieron dar a pesar de mis encuentros con Sombra,
dedujimos que el tipo de verdad estaba manteniendo su
palabra y no me delató.
Y, por si las dudas, no iríamos a Estados Unidos de
inmediato.
En Vancouver estaba un centro secreto de Grigori del que
solo sus fundadores sabían, excluyéndome a mí, Dylan, y a
los traidores de Lucius Black y el difunto Aki Cho. Supe del
lugar hasta que Caleb se puso en contacto con Bartholome
y él nos envió las coordenadas. Por eso estábamos tomando
más medidas de seguridad para llegar allí. Usando
identidades falsas para que ninguna inteligencia
reconociera nuestras facciones.
—¿La banda ya sabe dónde ensayaremos? —inquirí y
Caleb negó con la cabeza.
—Lo sabrán hasta que estemos allí —comentó.
La banda era un nombre clave para la persona que nos
entregaría nuestras siguientes identidades.
«¡Jesús! Caleb era de armas tomar, eh».
Vaya que sí. Y nunca lo dudé, pero tampoco sabía sus
alcances hasta que hicimos ese viaje juntos.
De verdad que era un maldito para la seguridad, y según
sus palabras, también tenía buen olfato para descubrir
traidores, por lo que me sentí más que confiada de dejar
todo en sus manos. Aunque me estuviera desesperando la
comezón de sus disfraces. Y si no hubiera comprobado que
todo era nuevo y cómo lo desinfectó antes, quizá habría
creído que estaban sucios.

—Isabella, es bueno verte de nuevo —saludó Bartholome


cuando nos encontramos en el centro de Grigori, ya en
Vancouver.
—No en estas condiciones —mencioné y él asintió, de
acuerdo—. Pero gracias por el recibimiento, a ambos —
añadí hacia Perseo, quien estaba a su lado.
Los encontramos en una sala de planeación para las
misiones, y ambos se pusieron de pie en cuanto llegamos,
mostrando respeto.
—Es lo que mereces —aseguró Perseo y noté la sinceridad
en sus palabras.
—Este es Caleb, un compañero —presenté al rubio.
Nos habíamos cambiado por ropa táctica en cuanto
llegamos al centro, también tomamos una ducha para
quitarnos el maquillaje que debimos usar en nuestro vuelo
hacia Vancouver.
—Autoproclamado su jefe de seguridad —entonó Caleb al
darle la mano a cada uno.
—Necesitamos a alguien como tú en cada uno de
nuestros equipos —reflexionó Bartholome al tener una
breve idea de las medidas aplicadas por Caleb y este sonrió.
—No hay más como yo, para mala suerte de ambos —
bromeó y yo sonreí.
No le diría que era cierto para no hacer crecer su ego
porque no lo necesitaba, aunque estaba de acuerdo en lo
que dijo.
Tras esa presentación, tomamos asiento y ellos
comenzaron a hablarme de lo que pasó. Myles iba a reunirse
con ambos, dos noches atrás, para afinar los detalles de la
próxima fiesta que el senador Gibson ofrecía cada año para
asegurar nuevas alianzas, renovar las actuales y recuperar
las que pendían de un hilo, aunque esta vez en lugar de
hacerla en pleno invierno, decidió llevarla a cabo en verano.
Había cierta preocupación porque los Vigilantes
consiguieron ganar más terreno y, al igual que en Tokio, le
declararon la guerra al gobierno al aumentar los secuestros,
ya fuera de chicas o niños para explotarles sexualmente, o
para el tráfico de órganos. Así como el de armas y drogas.
—La alianza más frecuente que han hecho es con la
Yakuza. Myles lo supo hace tres meses —comentó Perseo.
Yo le había informado eso a Myles, pero él no les dijo
quién era la fuente para proteger mi ubicación.
—También tienen una con la triada China —recordó
Bartholome.
—Asimismo están ligados a la mafia rusa y a la italiana.
Incluso han hecho lazos con la irlandesa —replicó Perseo.
—¿Cuándo y cómo consiguieron tanto poder estas lacras?
—rezongué yo.
—Siendo exactos, desde hace dos años. Los hijos de puta
aprovecharon al desestabilizarnos con la muerte de tu
padre. Y tu partida fue una movida que no desperdiciaron,
sobre todo al saber mover a su caballo en el tablero. Uno al
que siempre dejamos de lado porque no lo creímos
importante —espetó Perseo.
Sentí una punzada de culpa porque yo también me di
cuenta de que mi partida los dejó en una situación
vulnerable. Y no porque yo haya sido un miembro fuerte,
puesto que recuperarme del secuestro y la muerte de mi
padre fue difícil; y me remataron con la tortura y lo que le
hicieron a Elijah. Sin embargo, desaparecer (así haya tenido
razones de peso) de repente, hizo ver a Grigori como débil y
por supuesto que los Vigilantes supieron hacer sus movidas.
Después de todo, ese seguía siendo un juego de ajedrez.
«Aunque no uno como el que jugaste con el Tinieblo».
En ese perdí. Le recordé a mi conciencia.
«Entonces debías ganar en este. No ser la reina esta vez,
sino la jugadora que la manipulaba».
Al fin me dabas un buen consejo.
«Que tú vieras como malos los otros no era mi problema».
—¿Y quién es el caballo en el tablero de esas mierdas? —
quiso saber Caleb.
«¿Fantasma?»
—Se hace llamar Sombra —contestó Bartholome, para mi
conciencia y para todos.
Tragué con dificultad y me quedé en silencio. Sentí que
Caleb me dio una mirada fugaz, aunque no dijo nada, siguió
con sus preguntas y yo me perdí por un momento en mis
pensamientos sobre los encuentros que tuve con Sombra,
tanto los dos recientes como los pasados.
«Tú siempre supiste que ese Chico oscuro tenía más poder
del que todos pensaban».
Sí, pero hasta yo creí que era menos en comparación al
que Perseo y Bartholome aseguraban.
Siguieron hablando del ataque que sufrió Myles, en el que
dijeron que Jacob también resultó herido (pero no de
gravedad), ya que era quien lo acompañaba. Y según las
investigaciones, Jacob trató de defender a Myles, pero este
último terminó protegiéndolo a él. Caleb escuchó atento
todo lo que se dijo, tomando su actitud analítica y podía
asegurar que en cuanto estuviéramos a solas, me diría todo
lo que su cabeza había maquinado con esa información.
—Tu hermano está siendo protegido porque es posible
que este ataque se repita para sepultarnos de una buena
vez —ratificó Bartholome y compartí la misma opinión.
—Mientras esté en Norteamérica me haré cargo de lo que
sea necesario —avisé.
—Esto es lo que esperábamos de ti —señaló Perseo con
cierta tranquilidad—. De momento, Tess Pride tomará las
riendas de la sede de Virginia mientras su padre se
recupera, tu hermano la apoyará. Ella y toda su familia
están recibiendo seguridad extra —prosiguió.
—He traído a mis refuerzos, así que estamos preparados
para la guerra —advertí, teniendo en cuenta que Caleb ya
se había movilizado para que una comitiva de Sigilosos
viajara a Richmond directamente.
Era un plan riesgoso, ya que los podían atacar si
sospechaban que viajarían como ayuda para Grigori, o
creían que yo estaba entre ellos. Pero se les hizo saber todo
y aceptaron igual. Como ya me lo esperaba.
—¿Así que es cierto? —preguntó Bartholome y lo miré sin
entender—. ¿Has tomado el lugar de Leah en La Orden del
Silencio?
No me sorprendió que ellos tuvieran conocimiento de La
Orden. A Caleb tampoco.
—No lo tomé. Me lo gané —corregí y él sonrió sin malicia
alguna.
—Tus padres deben estar orgullosos de ti —afirmó y mis
pulmones se apretaron.
—Gracias —dije con voz fuerte.
—En Grigori siempre dispones de tu gente, de la que
estuvo a cargo de tu padre, sobre todo. Solo es cuestión de
que vuelvas al otro lugar que te ganaste, Isabella —señaló
Perseo y eso sí que me tomó por sorpresa, ya que todos
fueron testigos de que él fue el menos feliz cuando sucedí a
mi padre—. No me mires así.
—¿Cómo te miro? —pregunté y noté la media sonrisa en
Bartholome.
—Incrédula por lo que acabo de decirte —respondió
Perseo.
—Incrédula no, sorprendida sí —aseguré y fue su turno de
sonreír.
—Es mi culpa, lo acepto. Pero quiero que sepas que
después de tu padre, yo soy el más orgulloso de ti —
prosiguió y volví a sorprenderme—. Fui yo el que se opuso a
juramentar a Dylan, y no porque él no sea digno de ser un
líder en Grigori, lo es. Sin embargo, fuimos testigos de cómo
tus padres te encerraron en una burbuja para protegerte; y
cuando la explotaste, nuestros enemigos te vapulearon
porque desconocías cosas que pudieron haberte hecho más
fuerte y ¿qué hiciste? Te levantaste. Y cuando volvieron a
hacerte caer, volviste a levantarte. Te incendiaron con el
fuego más cruel y en lugar de destruirte, te endureciste.
Alcé la barbilla y apreté mis molares con sus palabras,
con las últimas, sobre todo.
«Hace unas semanas me preguntaste si todavía veía el
humo».
«Y te fuiste sin responder».
«Porque lo sigo viendo, Elijah, pero ahora ya sé cómo
quema tu fuego y me da miedo seguir quemándome».
«No le temas».
«Y si me destruye?»
«No, Bonita. A ti no te destruye, te endurece».
—¿Linda? —me llamó Caleb y contuve un jadeo,
aguantando las lágrimas ante ese recuerdo.
—Necesito irme ya —dije con la voz ronca y tanto Perseo
como Bartholome asintieron, notando que no me
encontraba bien.
—Como desees, pero no olvides esto, Isabella: solo las
personas más rotas son capaces de ser grandes líderes y la
gente como tú, es la fortaleza de organizaciones como la
nuestra. Así que no desprecies tu lugar y demostrémosles a
esos hijos de puta que Grigori sigue siendo fuerte —sugirió
Perseo y me limité a asentir como respuesta.
Me despedí de ambos y di media vuelta para marcharme.
Caleb se entretuvo con ellos durante unos segundos para
decirles algunas cosas y me alcanzó en el pasillo de salida
de ese centro secreto, avisándome que a partir de ese
momento viajaríamos en un jet privado hacia un hangar en
Orange, Virginia y desde allí nos conduciríamos en coche
hasta Richmond.
Sin disfraces esa vez.
Dos gruesos brazaletes de plata adornaban mis muñecas,
uno de ellos hacía juego con aquel que Jane me regaló para
mi cumpleaños, junto a su dije, el de Tess y el maestro Cho;
los nuevos accesorios no estaban en mis muñecas por pura
vanidad de chica. Más bien ocultaban las cicatrices de mi
pasado (junto a un tatuaje que me hice para recordar que la
vida seguía) y aquel momento en el que toqué fondo y me
di por vencida porque vivir ya no tenía ningún sentido, no
sin él a mi lado. Y sin saberlo, no solo me hubiese
convertido en suicida, sino también en asesina.
Las marcas blanquecinas adornaban la piel del dorso de
mis muñecas, el corte había sido profundo, logrando mi
objetivo si Elliot no hubiese aparecido en ese momento. Y
no, no había olvidado lo cruel que fui con él por salvarme, le
dije cosas horribles. Y, así no sirviera de nada, le escribí
muchas cartas pidiéndole perdón, pero nunca se las envié.
Antes de pasar por mi propio calvario, siempre me
pregunté por qué algunas personas optaban por quitarse la
vida, ya que no comprendía ese nivel de cobardía y
egoísmo, pues preferían morir y dejar a sus seres amados
sufriendo por la pérdida, y con las dudas del por qué
llegaron a esa decisión, en lugar de luchar un poco más.
Hasta que me tocó vivir en carne propia una situación que
sacó lo peor de mí.
Y no me justificaría. Para muchos, tomar la decisión de
quitarse la vida seguía siendo un acto de cobardía; pero, por
mi parte, ya no podía opinar más así porque, aunque para
ese momento quería seguir viviendo y tenía motivos por los
cuales continuar luchando, tres años atrás perdí la fe y la
esperanza. Respiraba únicamente porque mi cuerpo fue
diseñado para hacerlo y desconocí las razones por las
cuales la vida era maravillosa.
Caí en una depresión profunda cuando me arrebataron a
Elijah; el vacío en mi pecho fue enorme, no le encontré más
sentido a la vida sin él y me olvidé de las personas que me
quedaban y me querían en sus vidas. Sentimientos como la
incredulidad y la pena, el bloqueo emocional, la rabia y la
culpa, se mezclaron en mi interior de una forma cruel y no
hubo palabra dicha que me reconfortara en esos instantes.
Sentía pena por mí y por el hombre que perdí, sobre todo
porque fue de forma inesperada y fatídica. Al principio, la
incredulidad fue mi método de defensa ante el dolor que me
atravesaba, por esa razón caí en la negación para no sentir
que mi alma se desgarraba. Lo hice cuando perdí a mi
madre, después a mi padre y creí que al pasarme con Elijah,
la misma táctica serviría, pero no conté con que esa vez
todo sería más intenso y mi estrategia ya estaba desfasada.
Mis momentos de descanso en aquel sufrimiento ya no
funcionaban, tampoco me servía llamar al número del móvil
de mi Tinieblo, porque lo hice. Marqué miles de veces a su
número, imaginando que solo había salido a alguna misión,
con tal de no volverme loca. Le escribí mensajes y hasta
peleé con él por medio de ellos porque no me respondía.
Lo acusé de estar con otra porque eso se sentía mejor
que caer en la dura realidad.
La culpa me invadió por completo, haciéndome pensar
que podría haber hecho algo para evitar que me dejara.
Luego, la rabia llegó y no pude lidiar con todo lo que estaba
sintiendo. Cuando mi fortaleza se agotó, solo pude pensar
en que mis padres ya no estaban aquí y que, al igual que
ellos, el hombre del cual me enamoré como loca decidió
marcharse. Me sentía sola incluso rodeada de amigos. Fue
entonces cuando dejé que la desesperanza y la debilidad
me ganaran, ya que me prometieron descanso y el fin de mi
sufrimiento.
Fue más fácil para mí hacer eso que buscar ayuda
profesional, a pesar de que la necesitaba. Opté por el
camino rápido y cometí el peor error de mi vida. Con ironía,
ese error me dio la mayor lección de todas: cuando
recuperé mi lucidez, comprendí que tenía muchas razones
para seguir adelante. También entendí que existían
personas a las que haría sufrir de la misma manera que yo
estaba sufriendo, y con eso decepcionaría a mi madre y a su
mayor enseñanza: «Nunca hagas a otros lo que no te
gustaría que te hagan». Aunque ellos se fueron y me
lastimaron, ahora entendía que no lo hicieron porque
quisieran hacerlo, pero yo sí lo haría porque quería.
Pero gracias a Elliot tuve una segunda oportunidad con la
vida. Y mi Tinieblo me hizo llegar por medio de Laurel las
razones para que luchara, los motivos que tenía para
renacer una vez más de las cenizas.
En Tokio, Italia y los demás países en los que estuve, no
hubo necesidad de ocultar mis marcas porque casi siempre
usé camisas de mangas largas, ya sea porque el clima lo
permitiera, o porque la mayoría del tiempo me mantenía
con el uniforme de La Orden. Sin embargo, regresar a
Virginia me obligaba a utilizar accesorios para camuflarlas,
ya que debía usar ropa más ligera, o de mangas cortas
porque llegábamos en verano y el calor podía ser
insoportable. Y no las quería esconder por vergüenza, sino
más bien para ahorrarme preguntas incómodas y evitar que
las personas que dejé atrás en Richmond recordaran un
momento tan difícil.
Mi corazón latió desbocado cuando el piloto anunció
nuestro aterrizaje en el hangar de Orange. El viaje había
sido muy largo y pesado entre cambios de disfraces y la
reunión con Perseo y Bartholome. Pero, al llegar a tierra,
todo eso desapareció, suplantados por los nervios. Más
cuando abrieron las puertas del jet e hicieron descender la
escalinata. Respiré hondo antes de levantarme de mi
asiento. Caleb guio mi camino hacia el exterior y, a unos
metros del jet, vi algunos coches y a varios hombres que le
sirvieron a mi padre. Dom y Max estaban al frente y al notar
a este último, sentí pena porque recordé que él y Ella
sufrieron también en aquella emboscada, solo que Ella
corrió con la misma suerte que mi demonio de ojos grises.
—Señorita White, es un honor tenerla de nuevo con
nosotros. —Dom fue el primero en darme la bienvenida
cuando me acerqué a ellos.
Caleb se había adelantado para darle indicaciones, en mi
nombre, a uno de ellos. Y un auxiliar de vuelo ya se estaba
encargando de nuestras maletas, metiéndolas en una de las
Todoterreno que usaban los Grigori.
—Gracias, Dom —respondí con una sonrisa.
—Me alegra verla de nuevo, señorita White —dijo Max en
cuanto llegué cerca, luego de que abrió la puerta de una
camioneta para mí.
—Yo también me alegro de verte a ti, Max —dije sincera y
él sonrió, sabiendo todo lo que encerraban mis palabras.
Me alegraba que haya sobrevivido al ataque.
Me subí a la camioneta cuando vi a Caleb hacer lo mismo
del otro lado y me regaló una sonrisa tranquilizadora,
indicándome así que todo estaba saliendo como lo planeó.
Dos Todoterreno más encendieron sus motores y
comenzaron su marcha, la nuestra se colocó en medio de
las otras para así ser escoltados.
—Creo que esto es demasiado —murmuré al ver tanta
seguridad. El chófer y su copiloto estaban armados hasta los
dientes. Y con lo acostumbrada que estaba a cuidarme por
mi cuenta en La Orden, todo eso me hacía sentir un poco
inútil.
—Me tomo muy enserio tu seguridad —alegó el rubio a mi
lado—. Aquí no es igual que en los países que hemos
estado. Estás en el nido de tus enemigos y presiento que lo
de Myles no ha sido al azar. Tienen un claro propósito. —Lo
miré arqueando una ceja.
Desde que salimos de Mónaco, sabía que había opiniones
que él se guardaba para sí mismo. Cuando estuvimos con
Kontos y Makris y nos dieron toda la información, supe que
su mente había maquinado aún más. Sin embargo, al verme
cansada, me permitió dormir un poco en el jet y decidió
dejar esa conversación pendiente.
—¿Crees que ha sido para obligarme a volver? —urdí.
—No lo descarto —repuso y dio un apretón en mi mano
tratando de tranquilizar los nervios que se negaban a
mermar—. Pero no tienes nada que temer, Isa, porque con
tal de defenderte, yo sería capaz de recibir una bala por ti —
aseguró y sonreí agradecida—. Eres como mi hermana.
—Eres un enfermo al quererte llevar a tu hermana a la
cama —lo chinché y fue su turno de sonreír.
—No me importa cometer incesto contigo —reflexionó,
alzando su ceja con coquetería.
—Idiota —proferí y soltó una carcajada.
—Ya. Hablando en serio —continuó—, no tienes nada de
qué preocuparte. Yo sí te mantendré a salvo y me dedicaré
a resolver una duda que me ha carcomido desde que te
conocí. —Lo miré preguntándole así a qué se refería—. Eres
la hija de uno de los jefes de la organización y ahora su
sucesora —debatió—. Pero, aun así, los Vigilantes llegaron a
ti de forma fácil y planeada. Y eso me huele a traición —
aseguró y me tensé.
Eso nunca se cruzó por mi cabeza. Todos fuimos muy
unidos a pesar de cómo inicié en Grigori, pero jamás dudé
de que nos cuidáramos la espalda como hermanos.
«Pero aun así casi te matan».
Buen punto.
«Y cómo ibas a pensar en eso, o siquiera darte cuenta si
algo pasaba en la organización, cuando solo pensabas en
follar con nuestro Tinieblo».
Bien, ya basta.
«Aunque bueno…, no tengo nada que decir acerca de eso,
yo también lo disfrutaba».
¡Puf!
Volviendo al tema. Caleb había sembrado una espinita en
mí con esa declaración y pensando mejor las cosas, coincidí
en que tenía razón, pues para los Vigilantes siempre fue
fácil llegar a nosotros, sobre todo luego de la muerte de
papá. Pero ¿quién nos traicionó?
«Esa era una buena pregunta».
Cameron era parte de los Vigilantes, pero se unió a ellos
para ayudar a Elijah.
«¿Elliot?»
¡No! Eso ni pensarlo.
«Él tenía razones».
Él no pudo hacer algo tan atroz como eso.
«Como sea, Isa, solo suponía».
Como un mal hábito, comencé a morder la uña de mi
pulgar derecho y los pensamientos se arremolinaron en mi
mente como un tornado mortal. El camino fue largo y
silencioso, la noche nos encontró de nuevo y con ella mis
nervios se calmaron, pero entrando a South Garden la
nostalgia comenzó a golpearme. Mi vista se quedó fija en
una pareja que se conducía en una motocicleta
(posiblemente acababan de salir de algún club), la chica se
aferraba al chico con sus brazos rodeándolo de la cintura,
ambos llevaban cascos y vestían de negro. Suspiré profundo
y con dolor al recordarme de esa manera aquella primera
vez que subí a la Ducati de Elijah.
Sonreí con añoranza al pensar en la forma en que me
negué a rodear su cintura y cómo él logró que lo hiciera.
«O en la forma en que jugó con tu mente y te hizo desear
sus besos».
La imagen comenzó a reproducirse en mi mente cuando
reconocí la cafetería en la que estuvimos; estaba cerrada,
ya que casi era de madrugada, pero jamás podría olvidarla.
Cuando pasamos frente a ella (y como si fuese un
espejismo) me vi sobre el regazo de Elijah: los dos frente a
frente montados sobre la motocicleta, él intentando
arrastrar sus manos sobre mis caderas y yo impidiéndoselo;
él llevando su mano a mi espalda y uniendo nuestros
dorsos, yo cerrando mis ojos esperando un beso que nunca
llegó y después… él riéndose al ver mi reacción. Lo odié en
esos instantes (y en muchos otros), aunque me odié más a
mí por desearlo tanto cuando intentaba odiarlo de verdad.
—Nunca creí que sería tan difícil para ti volver a este
lugar. —La voz de Caleb me sacó de mis pensamientos y
después su mano recorrió mi mejilla, limpiando las lágrimas
que había derramado, y que no sentí.
No hablé. Si lo hacía, entonces los sollozos saldrían y no
quería eso, no podía permitírmelo. Caleb comprendió mi
silencio y me arrastró hasta él, me dejé hacer y me
acomodé en su costado. Su brazo rodeó mi cintura y me
quedé sumida en mis penas, llorando en mi interior.
«Nuestro Tinieblo en verdad nos marcó».
Sí, lo hizo hasta el alma.

Caleb nos había registrado en un hotel cinco estrellas y no


quise contradecirlo porque confié mi seguridad en sus
manos y me demostró lo bueno que era en eso, además de
que tampoco estaba preparada para volver a la mansión
Pride, o al apartamento que compartí con mi Tinieblo. Dormí
alrededor de unas tres horas y después de ducharme y
vestirme, comí un poco del desayuno que Caleb había
pedido como servicio a la habitación. Salimos de ahí hacia el
hospital cuando el rubio estuvo satisfecho con mi
alimentación y, aunque le agradecía por los cuidados, le dije
que se estaba pasando, pero me ignoró.
Se suponía que nadie sabía de mi regreso al país, a
excepción de Perseo, Bartholome y los Grigori que nos
recibieron en Orange. Sin embargo, después de las
suposiciones de Caleb, ya no me sentía completamente
segura. A pesar de que él me aseguró que, por el momento,
ellos eran los únicos en quienes él confiaba y por eso los
buscó.
El hospital estaba discretamente vigilado y sabíamos que,
para cuando llegáramos, solo Eleanor estaría con Myles, ya
que Dylan y Tess acababan de ir al cuartel para resolver
asuntos de la organización y no descuidarse de nada,
evitando que los Vigilantes nos vieran como vulnerables. Mi
corazón latía acelerado mientras subíamos por el ascensor,
con Caleb a mi lado. Max había subido antes y le había
informado a Dom que todo estaba libre. Después de que
subiéramos nosotros, lo haría Dom para mantener la
discreción y la seguridad.
—Eres un maldito —halagué y el rubio me guiñó un ojo—.
Me siento como si fuese la presidenta del país.
—No, linda. Ni el presidente tiene la seguridad que tú sí —
se mofó y me reí.
Salimos del ascensor y caminamos hacia el área de
cuidados intensivos. Los enfermeros estaban al tanto de la
presencia Grigori porque era el hospital designado para la
asociación, así que nos permitieron el paso hasta llegar
cerca de donde se encontraba Myles; aunque solo me
dejaron entrar a mí a su habitación, pero antes me dieron
algunas indicaciones y me colocaron un traje verde especial
y una mascarilla.
Los sonidos de los aparatos colocados alrededor de él me
estremecieron, sus ojos estaban cerrados, su piel pálida y
sus labios resecos y greteados. Una lágrima corrió por mi
mejilla al verlo en ese estado y maldije al culpable de eso.
Llegué a su lado y le tomé la mano, se sentía fría y, si no
hubiese sido por el bip constante que monitoreaba su
corazón a través de los aparatos, habría creído que estaba
muerto.
—Vaya vida la que elegimos, Myles —susurré limpiando
mis lágrimas con la mano que tenía libre. Y yo tal vez no
había elegido ese camino al principio, pero sí lo hice
después—. Te juro por Dios que daría todo de mí por no
verte así. —Acaricié su rostro con cuidado. Tuvimos que
alejarnos debido a la situación, pero él y Eleanor trataron de
estar en mi vida así fuera en la distancia y se convirtieron
en un gran apoyo, así como consuelo—. Ustedes son la
única familia que me queda y si los pierdo, sí que me
volvería una loca sin retorno.
—¿Isabella? —La voz de Eleanor me interrumpió y la vi
parada debajo del marco de la puerta, vistiendo igual que
yo, aunque pronto corrió hacia mí. Solté la mano de Myles
justo en el momento que ella envolvió sus brazos alrededor
de mi cuerpo—. ¡Oh, Dios. Viniste! —susurró incrédula—.
Pero ¿por qué no avisaste? ¡Jesús! Creí que no lo harías.
—Lo siento —dije mientras nos separábamos. Ella de
verdad había perdido la fe de que regresaría—. Tengo a
alguien encargado de mi seguridad y creyó conveniente que
nadie supiese de mi regreso. —Me sonrió como lo haría una
madre a su hija, comprendiendo todo lo que decía; ese
gesto suyo me hizo sentir en casa, aunque también mucha
nostalgia.
Vi pocas veces a Elijah sonreír, y su sonrisa era una copia
de la de su madre.
—¿El chico rubio allá afuera? ¿Es él? —preguntó y asentí
—. Qué bueno que te proteja tanto, lo necesitas, cariño, sino
mira a mi Myles —lamentó señalándolo con su barbilla—.
Incluso con toda la seguridad que usa, fue atacado y ahora
está postrado a esta cama. —Se alejó de mí y llegó a su
esposo. Acarició su mejilla con amor y también con mucho
dolor.
—Sé que pronto saldrá de aquí y lo hará estando bien —
hablé con convicción—. Y no me iré hasta que él esté a
salvo y seguro. Ustedes también.
—Gracias por volver, hija. Sé que dejaste tu vida atrás
para venir aquí, pero recuerda que también es nuestra vida
—dijo viéndome a los ojos y me estremecí.
—Nadie puede saberlo —le recordé.
—Todo será como tú mandes. —Asentí agradecida—. ¿Se
quedarán en la mansión?
—Todavía no me siento capaz de volver allí, Eleanor —
confesé y, de nuevo, tomé la mano de Myles—. Sin
embargo, prometo quedarme cerca y llegar al fondo de
esto. Tu seguridad y la de Myles será más reforzada. Caleb,
el chico de afuera, ya se está encargando de todo —
anuncié.
—Gracias otra vez, Isa. —En su voz se notaba el más puro
agradecimiento.
—No se merecen —susurré—. Es mi deber cuidar de mi
familia y de Grigori —aseguré.
Hablamos un rato más y la puse al día sobre algunos
asuntos de mi vida, el viaje y mi reunión con Kontos y
Makris. Ella hizo lo mismo y por nuestra salud mental
acordamos no hablar sobre Elijah. Para ambas eso era muy
doloroso y con la situación que se vivía, no necesitábamos
agregarle más tristeza.
Salí del hospital con Caleb y nuestra seguridad rumbo al
cuartel. Nos habían informado que Tess convocó a los chicos
y los demás Grigoris a una reunión importante para tomar
cartas sobre el asunto referente a lo que se vivía, aunque
Jacob no estaría presente porque necesitaba descanso. Lo
hirieron en la pierna, no era grave como ya sabía, pero sí
doloroso.
Caleb consideró que era el momento perfecto para que
supieran de mi regreso. Y por supuesto que mis nervios se
aceleraron, ya que con Eleanor había sido fácil porque ella
sabía mis motivos para marcharme, pero ellos no y tuve un
poco de temor ante nuestro reencuentro y la reacción que
tendrían. Aunque como siempre, enfrentaría lo que fuera,
pues me quedaría un buen rato en el país y necesitábamos
trabajar juntos, unir fuerzas y solucionar los problemas para
poder seguir adelante.
Roman corrió hasta el portón de seguridad para
recibirnos. Todo estaba igual en el cuartel, excepto por el
hecho de que había más seguridad. Reconocí a algunos
compañeros de La Orden del Silencio que estaban
estratégicamente colocados, nadie se daría cuenta de ellos
a menos que fuese otro Silencioso. Y me alegré de que
ninguno haya reportado incidentes. Estando en el
estacionamiento (territorio seguro), bajé de la Todoterreno y
varios de los guardias se acercaron a saludar a los chicos
que se encontraban conmigo, aunque ninguno se dirigió a
mí.
—¿Señorita White? —La voz de Roman era ronca y
profunda. Mis ojos estaban cubiertos por gafas de aviador y
mi cabello oculto en una gorra—. ¿Es usted? —preguntó el
moreno, con dudas y asombro.
—Soy yo, Roman. La misma —dije con una media sonrisa.
Parecía que los años no pasaban por él.
—No creo que sea la misma, pero... ¡Por Dios! ¡Está viva y
bien! —exclamó con alegría.
—Gracias —dije un tanto divertida—. Es bueno volver a
verte, Roman —añadí sincera.
—Y aquí estoy a sus órdenes, dispuesto a protegerla ante
lo que sea —juró y un nudo se formó en mi garganta al
escucharlo.
Todas las emociones buenas y malas de ese regreso
comenzaban a acumularse demasiado dentro de mí.
—Por el momento, nadie a excepción de ustedes debe
saber que ella está aquí —dijo Caleb llegando a mi lado—.
Soy Caleb, por cierto —se presentó, siendo amable con
Roman— y mi objetivo es traer a Isabella sana y salva, y
llevármela de la misma manera. Y como ya viste, pienso
cumplirlo al pie de la letra.
—Cuente conmigo para lo que sea, señor. Puede confiar
en mí. —El moreno habló con seguridad, y era alguien que
ya había cuidado mi espalda antes.
—Llámame Caleb, nada de señor —pidió afable—. Solo al
entrar puedes quitarte las gafas, pero no la gorra —se
dirigió a mí y asentí.
Puse mi mano sobre el lector de huellas al llegar a la
entrada de las oficinas, este me las negó al principio porque
mis manos sudaban, mi nerviosismo era notorio. Después
de limpiarlas sobre las perneras de mi pantalón, el aparato
se dignó de mí y abrió la puerta sin problema. El aire
acondicionado golpeó mi cuerpo y sentí frío. Por inercia,
tomé la mano de Caleb y él me recibió sin problema,
regalándome un pequeño apretón en señal de apoyo. Dom
estaba a mi lado izquierdo y Max al lado derecho de Caleb,
escoltándonos incluso dentro del cuartel.
Eso solo me confirmó que Caleb sentía una profunda
desconfianza por todos, aunque me haya dicho lo contrario.
«El rubio era inteligente».
Las oficinas principales estaban solas, lo supe por los
guardias y el motivo era obvio. El pequeño comedor estaba
igual que como lo recordaba y, gracias a Roman, supimos
que la reunión de Tess había sido rápida, por lo que los
demás Grigoris habían vuelto a sus labores, aunque ella se
quedó con los chicos en el salón de entrenamiento porque le
urgía desgastar su mente antes de volverse loca con todo el
estrés y la preocupación que la embargaba. Así que no me
extrañó escuchar los gritos procedentes de allí.
Mi estómago se revolvió al acercarnos allí.
Poco a poco se escuchaban más claros los gritos de una
chica y no era Tess, aunque sí me parecían familiares. El
sonar de las armas de madera me recordaba a mis
entrenamientos en ese mismo salón; mi respiración se
aceleró demasiado y, por primera vez en mucho tiempo, me
sentí incapaz de hacer algo y me detuve.
«Cobarde».
No era fácil.
—¿Qué pasa, linda? —preguntó Caleb a centímetros de
mí.
—¿Por qué nadie me dijo que era más aterrador
enfrentarte a tus amigos que a tus enemigos? —farfullé y
me miró con asombro.
—Nunca lo preguntaste —señaló y negué con la cabeza—.
Pero sé que esto será pan comido para ti.
—Vaya fe la que tienes en mí —satiricé.
—Por supuesto que la tengo, Isabella —ratificó. Max y
Dom nos estaban dando un poco de espacio—. Eres la que
siempre nos alienta en La Orden, una de las líderes de dos
clanes poderosos, la que siempre va un paso adelante, la
que no se detiene ante nada ni nadie. ¿Quieres más razones
por las que tengo fe en ti? —ironizó y sonreí.
Por esa y muchas otras razones, le pedí a él que me
acompañara, ya que así me viera como una mujer fuerte
(sin darse cuenta), Caleb era el que me animaba en mis
momentos de vulnerabilidad. Y ahí en Richmond yo era más
vulnerable porque los fantasmas de mi pasado me
aterraban más que los dueños de mis pesadillas. Y porque
tarde o temprano en esa ciudad, me enfrentaría a lo que
sabía que me volvería a destruir.
—No —respondí tras unos minutos y puso las manos en
mis hombros.
—Entonces abre esas puertas y enfréntate a tus viejos
amigos, porque si no puedes con esto, no podrás con
Fantasma. No podrás con el hijo de puta de Lucius y mucho
menos con Derek. —Lo miré estupefacta por decir eso, pero
también le di la razón.
Si no podía con quienes fueron mis amigos, no podría con
mis enemigos y no me iba a permitir fallar.
Así que caminé segura, sin decirle nada sobre eso, y abrí
la puerta doble del salón de forma brusca y no fue
planeado. Jane se encontraba luchando contra Tess y eso
me descolocó mucho. Mi tímida amiga ya no lucía cohibida,
su cabello cobrizo estaba en una coleta al igual que el
cabello color fuego de Tess, ambas vestían ropa de
entrenamiento negra y Jane sabía cómo golpear y
defenderse. Connor, Evan y Dylan se encontraban a las
orillas de las colchonetas que recubrían el suelo,
observando cómo las chicas peleaban.
El sonido que Caleb y los demás hicieron los hizo prestar
atención hacia nosotros. Sus ojos se fijaron en mí en
particular, lo que me hizo tragar con la garganta un poco
reseca.
—¡¿Bella?! —preguntó Evan. No me reconocieron del todo,
la gorra en mi cabeza y la poca luz en el salón se los
dificultaba.
—Hola, Evan —lo saludé y, ante el sonido de mi voz,
caminó hacia mí.
Pero Jane se le adelantó con paso seguro y rápido en
cuanto se aseguró de que era yo. Se veía guapa vestida de
esa manera; su rostro era un poema y no podía descifrarlo,
pero me alegraba que también se acercara.
—Isabella —dijo, su voz tampoco era tímida.
—Jan... —No terminé de decir su nombre, ella no lo
permitió.
Lo impidió cuando conectó su puño en mi mandíbula,
haciendo que mi gorra volara de mi cabeza, las gafas de mi
camisa, y yo cayera sobre mi costado.
«Vaya perra».
Capítulo 4
¡¿Y la chihuahua?!

Escupí sangre y maldije entre dientes cuando pude


reaccionar a lo sucedido. ¡Bien! Tal vez no me merecía una
bienvenida, pero… ¿un golpe? ¿Y de Jane? Eso de verdad
me aturdió por completo y me agarró con la guardia baja.
«Muy baja diría yo».
¡Cállate!
—¡Mierda, chica! ¡¿Quieres morir?! —espetó Caleb y me
asusté cuando vi que Dom y Max desenfundaron sus armas
y le apuntaron a Jane sin dudar, demostrándole a Caleb que
ellos también se estaban tomando muy a pecho mi
seguridad.
De soslayo, noté que los chicos se sorprendieron ante esa
reacción y se acercaron para proteger a Jane.
—¡Basta! ¡Bajen las armas! —ordené y me puse de pie.
Con el costado de mi mano limpié la sangre que corría de la
comisura de mis labios—. Veo que has aprendido algunos
trucos —satiricé hacia Jane.
—Puedo mostrártelos —se mofó ella y alcé una ceja.
«¡¿Pero qué demonios?! ¡¿Y la chihuahua?!»
También me hice la misma pregunta.
—Agradece que eres tú —puntualicé seria, saboreando el
sabor metálico de mi sangre.
—Y si no lo fuera, ¡¿qué?! —me retó y, en ese momento,
deseé que fuera otra persona.
—Basta, nena —pidió Connor llegando a su lado.
—Salió mejor de cómo lo habíamos planeado, compañera
—alabó Tess y ya no me sorprendió.
«¡Hijas de…!»
—¡Vaya! Así que lo practicaron. —Reí.
—Claro que lo hicimos, teníamos qué —habló Jane de
nuevo—. Fuiste una maldita desconsiderada, te marchaste
sin decir nada sabiendo lo mucho que te queríamos y lo
preocupados que estábamos —reclamó.
Caleb a mi lado lucía impaciente y atento. Dylan, Connor
y Evan no dejaban de estudiarlo. Aunque mi hermano
también lucía herido por verme ahí y enterarse de mi
regreso en el mismo instante que los demás.
—Está bien, sé que no me merecía una bienvenida. Pero si
no conoces mis motivos, entonces no me juzgues, Jane —
pedí, controlándome—. Ni ustedes —me dirigí a los demás,
apartando la vergüenza de haberlos dejado porque no era el
momento de explicar lo inexplicable—. Además de eso, no
estoy aquí para darles explicaciones, sino para algo más
importante y que merece toda nuestra atención.
Tampoco quería sonar frívola, aunque con la impresión de
verlos y recibir ese golpe de Jane, no lograba encontrar el
balance entre mi enojo y miedo, la culpa y la justificación.
—¿Eres parte de Grigori? —le preguntó Caleb a Jane y ella
lo miró alzando su barbilla.
A pesar de mi desconcierto, me gustó su actitud y que ya
no fuera la chihuahua miedosa que yo dejé años atrás.
—Si ella lo es o no, no es algo que te importe —respondió
Dylan, parándose al lado de Tess.
—Eres tú el que no lo es —añadió la pelirroja y escuché la
sonrisa satírica de Caleb.
—Claro que no, Tess Pride. Yo soy un miembro de La
Orden del Silencio. Compañero y escolta personal de tu
hermana —respondió el rubio, eso último fue para Dylan—.
Una de mis líderes, y la suya —dejó por sentado para todos,
con orgullo. Y Tess no escondió su risa burlona.
«La chica de fuego estaba comenzando a caerme mal».
A mí no, porque a pesar de todo, la comprendía.
—Jane no es miembro de Grigori, pero sí una amiga de
confianza para todos. Así que no es necesario que se
marche para que nosotros hablemos —aclaré para Caleb y
él asintió.
Y no me equivocaba en lo que dije, pues Myles nunca lo
mencionó y él siempre me hablaba de las nuevas
juramentaciones que hacían con los miembros más
recientes. Tampoco dije eso solo para quedar bien con Jane,
era la verdad. Y que estuviera ahí con los chicos no solo
como novia de Connor, demostraba la confianza que le
tenían.
—Entonces vamos al grano, por favor. Antes de que esto
se vaya a la mierda de verdad —aconsejó Caleb y asentí de
acuerdo.
—Acompáñenme al centro de monitoreo, por favor —pedí
y me di la vuelta, rogando para que me siguieran sin
confrontarme más.
Caleb, Dom y Max se quedaron de pie, dejando que me
adelantara para cuidar mi espalda.
—Elijah era mi hermano. Me dolió y aún me duele su
muerte, pero yo no hui, Isabella. Tú sí —reclamó Tess y
detuve mi paso, sus palabras calándose en lo más profundo
—. Y ahora tienes la osadía de volver como si nada, a
darnos órdenes.
A pesar de darles la razón por estar molestos conmigo, no
permitiría que me señalaran a su antojo o me tacharan de
cobarde por huir.
—No, Tess. No te confundas porque yo no he vuelto como
si nada. Y tampoco les estoy ordenando un carajo.
Simplemente espero que sean maduros y entiendan que
estamos en una situación vulnerable ante nuestros
enemigos. No es momento para sentarnos tranquilos y
platicarles sobre mis razones para irme —espeté cansada y
me giré para enfrentarlos—. Han herido de gravedad a
Myles, tu padre, su líder. Así que sean sensatos y dejen de
actuar como adolescentes encaprichados, que ya han
pasado tres años en los que confío que se han vuelto más
inteligentes.
Todos mostraron sorpresa por mis palabras, a diferencia
de ella que solo se enfureció más. Y Connor que no dejó de
estudiarme. Caleb, en cambio, se mostró aliviado de por fin
verme actuando como la mujer que él conocía.
—Ahora estás al frente de la sede de Virginia porque
Myles no puede hacerlo, y respeto eso. Respeta tú el hecho
de que he vuelto, y de que yo sí soy una de las líderes
juramentadas —enfaticé.
«¡Diablos! Acababas de darle duro a su ego».
No era mi intención y tampoco dejaba de lado que Dylan
se había estado encargando de mi lugar en Grigori, pero esa
pelirroja tenía la capacidad de que me rebajara a un nivel
de estupidez que odiaba.
—No tienes por qué ser una perra, Isabella —rezongó
Jane, luego de que Dylan cogiera la mano de Tess para
impedir que siguiera diciendo algo—. Nosotros no fuimos los
que te abandonamos.
¡Joder! Me había hartado.
—¡¿Acaso imaginas lo horrible que fue para mí todo lo que
me pasó?! —grité y dio un respingo—. ¡Todos me juzgan con
mucha facilidad porque me fui sin decir nada y no tienen
una jodida idea de lo que me mataba por dentro! —proseguí
—. Ustedes perdieron a un amigo, a su líder, a un hermano
—zanjé—. Y sí, Tess, viviste un infierno conmigo, pero tú
tuviste a tus padres para superarlo, yo no… ¡Maldita sea! Yo
perdí a mi madre de una forma horrible y me arrebataron a
mi padre por intentar salvarme. Y no siendo suficiente con
eso, se me vino el mundo encima al enterarme de todos los
secretos que ustedes también ayudaron a esconderme. Pasé
por una tortura peor de la que vivimos con Elsa y tuve que
verlo morir… ¡Mierda! —espeté al quebrarme.
Alcé la mano cuando Caleb trató de llegar a mí y negué
con la cabeza. Todos se habían quedado callados, aunque el
rubio lucía preocupado porque nunca me vio en un estado
tan decadente como el que estaba viviendo. Además de que
era la primera vez que escuchaba esa parte de mi vida que
siempre supe esconder.
—Isa… —murmuró Dylan y volví a negar, respirando
hondo.
—No olvido cómo me apoyaste luego del secuestro —le
dije a Jane, ella estaba con los ojos inundados de lágrimas
—. Tampoco olvido que trataste de ser un buen hermano y
te obligaste a ser fuerte por mí, Dylan. —Él apretó la
mandíbula con expresión desconsolada—. Tengo presente
que ustedes no abandonaron el hospital cuando me
recuperaron de aquel edificio —añadí para Connor y Evan—,
o que Elliot jamás perdió la fe en que me recuperaría. Pero
la situación me superó porque antes de ser más fuertes
todos debemos sobrepasar un límite y el mío casi me mata
—añadí sin vergüenza—. Nadie lo vio morir a excepción de
Elliot y yo. Presencié al amor de mi vida haciéndose pedazos
frente a mí, Tess. Y todavía sueño con eso cada. Maldita.
Noche. De. Mi. Vida —parafraseé, y los ojos de Caleb por
poco se desorbitaron al oír esa parte—. Todavía veo su
sangre manchando las puertas de vidrio de ese ascensor.
»Y después de tres años, sigo despertando en las noches
bañada en sudor, con la garganta ardiéndome porque le
grito en mis pesadillas, le suplico que entre al ascensor y
que no ceda a las amenazas de Fantasma por mí. Y él
siempre me da la misma respuesta: «Sí por ti, Bonita. No
vales la pena, vales todo. Vales mi vida». Entonces el bum
de la explosión vuelve a retumbar en mi pecho hasta
volverme a despedazar el corazón.
Mi mirada se había vuelto borrosa, así que no sabía si
aluciné a Tess limpiándose las mejillas; a Jane con las suyas
bañadas en lágrimas, o a los chicos maldiciendo y
disimulando sus ojos brillosos.
—Así que, perdón por negarme a hablar desde aquel día y
por marcharme sin decir nada, debido a que no soportaba
seguir en un lugar donde él no estaría más y en donde
corría peligro. Perdón por ser una malagradecida y por huir,
por desaparecer para protegerme y protegerlos a ustedes
de la muerte que siempre cargo encima. —Aunque se
escuchaba irónico, lo decía en serio—. Ahora, espero que
eso les baste porque será la única explicación que les daré,
ya que no pienso volver a tocar este tema. Los espero en el
centro de monitoreo —sentencié, dando por zanjado algo
que me destrozaba.
Me di la vuelta y me marché sin dejarlos alegar,
limpiándome las lágrimas y respirando hondo.
«Ya estaba, Colega. Lo hiciste bien», me animó mi
conciencia, compadeciéndose de mí.

Antes de llegar al centro de monitoreo, me metí a uno de


los baños. Caleb intentó alcanzarme, pero le pedí que me
dejara sola un momento. Cerré la puerta con llave y
presioné la espalda en ella, arrastrándome hacia abajo
hasta quedar en cuclillas y cubrirme el rostro con las manos,
apretando los ojos y luego dando exhalaciones profundas
para que el nudo en mi garganta desapareciera y las
lágrimas se disiparan.
No había vuelto para pasármela llorando, y debía
enfocarme en eso. Así que, tras unos minutos, me lavé el
rostro y me preparé mentalmente para estar frente a los
chicos porque era necesario que habláramos.
—Isa, yo…
—No digas nada sobre lo que has escuchado, Caleb, por
favor —lo interrumpí. Él se había quedado fuera del baño
esperando por mí.
Y no estuvo de acuerdo en lo que le pedí, pero así fuera
imprudente, como mi conciencia, la mayoría de las veces
también sabía cuándo quedarse callado y darme mi espacio.
—Ya todos han ido a donde pediste —avisó y le sonreí,
dándole las gracias de esa manera.
—Vamos entonces —lo animé y juntos caminamos hacia
la habitación que se ocupaba como centro de monitoreo.
Al final de ese pasillo, se encontraba el estudio de
tatuajes que los chicos habían montado para mi Tinieblo. Y
ante otro golpe de dolor y la presión en mi pecho, entendí
mejor por qué me había negado a regresar a la ciudad así
los demás me creyeran una perra. Solo yo sabía el nivel de
destrucción que estaba experimentando y era consciente
que nadie me entendería al cien por ciento. Para algunos
sería una exagerada, una tonta a la que le encantaba vivir
en el pasado.
Sacudí la cabeza para espabilar al haberme quedado de
pie, viendo a lo lejos el estudio que se mantenía cerrado, y
entré al centro donde ya todos estaban sentados alrededor
de una pequeña mesa que se usaba para estudiar planos
que todavía no habían sido añadidos a los sistemas de
Grigori. Se mantenían en silencio, y no quitaron sus ojos de
mí cuando me acerqué lo suficiente.
—Antes de llegar al país me reuní con Perseo y
Bartholome —dije y paseé la mirada por cada uno de ellos.
Jane también se encontraba presente y, aunque sabía lo
que Myles me dijo sobre ella, también hubo cosas que no
pudimos hablar porque era muy riesgoso decirlo por las
llamadas, incluso con nuestros móviles irrastreables.
—Así que tú sí sabes dónde están —reprochó Tess.
—En realidad, no. Nos reunimos en una zona lejos de
donde se están quedando. Pero eso no es lo importante,
Tess —le recordé. Me había quedado de pie, con los pies
separados y las manos hacia atrás—. Me han dado la
información que tienen sobre la investigación que se hizo
tras el ataque a Myles, así como sus sospechas —comencé a
decirles todo lo que hablé con los otros dos fundadores.
También Caleb les mostró, a través de las pantallas, la
información que iba incluida en el pendrive que Sombra me
dio, ya que era importante, puesto que los lazos que esas
lacras tenían y las nuevas alianzas que estaban formando,
se había convertido en un problema tanto para Grigori como
para La Orden. Sin embargo, no les mencioné cómo ese
objeto llegó a mis manos, algo en lo que Caleb también
estuvo de acuerdo.
Entre todo mi palabrerío, Evan y Connor comenzaron a
darme sus opiniones, haciendo acopio de la sensatez que
les pedí en el salón de entrenamientos. Dylan se les unió
poco después. Caleb compartió información y Jane terminó
explicándome la verdadera razón de mantenerse presente.
No era miembro de Grigori, pero sí el lazo que su hermano
seguía manteniendo con la organización, ya que, por
petición de Myles esa vez, Cameron se mantenía con los
Vigilantes como un infiltrado, aunque para eso tuvo que
sacrificar el ver a su familia o hablar con ellos porque no
podía exponerlos. Sin embargo, con Connor habían
encontrado una manera de que se comunicaran sin
exponerse.
—Diré esto como aviso y advertencia —habló Caleb, y por
su tono entendí que estaba a punto de decir algo que no
estaba segura si me agradaría—. Tengo mis sospechas de
que este ataque para el señor Pride solo ha sido el medio
para obligar a Isabella a volver. Y lo han conseguido, pero
tengan en cuenta de que no ha vuelto la chica que se fue de
aquí hace tres años.
—No hay necesidad de que señales lo que está más que
claro —comentó Dylan, aunque no lo hizo de mala manera.
—Ha regresado una líder de mi Orden. Y mi juramento de
protección con ella no es de vida ni de sangre. Es sagrado,
por lo que procederé según las reglas con las que me
formaron, aunque respete las que ustedes tienen —siguió el
rubio y esa fue una información más detallada que
sorprendió a los chicos.
Y lo que dijo Caleb no me sorprendió, ya que yo también
seguía siendo instruida de esa manera por mis senséis, pero
sí me embargó el agradecimiento porque me tuviera en tal
alta estima.
—Aunque me alegra que tanto Grigori como La Orden
tengan una regla en común.
—¿Cuál? —le preguntó Evan.
—Que la traición se paga con muerte.
—¿Qué estás tratando de insinuar? —espetó Dylan.
—En realidad, nada. Utilizo mis insinuaciones para cosas
más fructíferas, como cuando quiero flirtear con una chica,
por ejemplo —soltó y lo miré incrédula, pero el tonto me
ignoró—. Si no es para eso, me limito a avisar, o dejar claro
lo obvio —añadió, refiriéndose a lo que dijo de mí y cómo mi
hermano respondió—. Y antes de que te dé por actuar como
hermano celoso, te aclaro que, si Isabella no avisó de su
regreso, es porque yo así se lo pedí. Es mi líder, pero
también mi amiga y confió su seguridad en mí. Y, aunque
les cueste creerlo, sigue mis recomendaciones cuando le
conviene.
—Caleb —advertí y se encogió de hombros.
—El punto es que quiero que me apoyen con no
comentarle a nadie que ella está de regreso. Eso incluye a
Elliot y a Jacob. —Me mordí la lengua cuando dijo tal cosa
porque yo no estaba de acuerdo con eso. Confiaba en los
chicos, pero no interferiría en el trabajo de él.
«Y confiar posiblemente haya sido tu error».
¡No era un error confiar!
«Por supuesto que no. El error era no saber en quién
confiar». Ignoré a mi conciencia porque suficiente tenía ya
con todo.
Caleb había mencionado también a Elliot porque Tess nos
dijo que el ojiazul se encontraba en Richmond para
apoyarlos. Llegó a la ciudad horas después del ataque a
Myles y se había encargado de mantener la calma en
Grigori mientras Dylan apoyaba a la pelirroja con la
hospitalización de su padre y todo lo demás. En ese
instante, se estaba reuniendo con unos socios para
asegurarles que el líder de Virginia saldría de peligro. Mi
idea era demostrar que no nos habían debilitado, y en eso
Tess coincidió conmigo. Incluso ella lo había hablado con
Elliot, por lo que ya estaban mostrando la fachada de
fortaleza con los socios.
—Estás exagerando, ¿no crees? —soltó Connor y vi a los
demás estar de acuerdo con él.
—Tal vez sí, hermano. Pero no fue ni a ti ni a mí a quienes
secuestraron en el pasado —respondió Caleb y me tensé
igual que Tess—. Tampoco fuimos a quienes torturaron física
y mentalmente, así que prefiero no jugar con una suerte
que no es mía. Además, con esto no digo que Elliot o Jacob
no sean de confiar, simplemente pido apoyo para que todo
el trabajo que he venido haciendo desde que salimos de
casa, no se vaya a la mierda. Ya sus compañeros ausentes
sabrán del regreso de Isabella en cuanto la vean.
«Chico listo».
—Y lo tendrás —aseguró Dylan, lo que me sobresaltó un
poco debido a su actitud mostrada.
También sentí orgullo porque vi la manera en la que los
demás aceptaron sus palabras como a una orden. Era mi
representante y siempre supe que haría un buen papel,
aunque haya sido un tonto cuando recién nos conocimos.
«Nuestro rockero había evolucionado».
Y me enorgullecía.
Zanjado ese tema, pasamos al del baile que organizaba el
senador Gibson, ya que estaba casi a la vuelta de la
esquina. Les dije que yo asistiría en representación de
Grigori con Caleb (y esperaba también contar con Elliot
como acompañante). Ultimamos algunos detalles y nos
delegamos las actividades para no tener que interferir en
las de otro porque ellos seguían reacios conmigo.
Tess, sobre todo.
Tres horas después, terminamos la reunión improvisada.
Tess avisó que se iría hacia el hospital con Dylan, y Jane se
marcharía con Connor. Me alegraba mucho que la relación
de estos últimos se mantuviera tan fuerte como siempre
supe que sería.
—Cerraste el tema, pero yo no —dijo Tess, de pronto.
Los chicos habían salido de la habitación, pero ella y Jane
no.
—No voy a tolerar más reclamos —les advertí.
—Nos hiciste escucharte, ahora te toca escucharnos —
insistió Jane—. Así que toma asiento…, por favor —añadió.
Cedí porque vi la súplica en sus ojos.
—Destruiste a Elliot —afirmó Tess, tomándome por
sorpresa, y la miré sin saber de qué hablaba. Las dos se
habían quedado de pie frente a mí—. Conseguiste que
volviera a ser un hijo de puta cuando te fuiste. No te diste
cuenta de que, igual que tú, él sufría y no solo por la muerte
de Elijah, por haber presenciado todo, sino también por ver
destruida a la mujer que amaba. Y lo mató el hecho de que
cuando trató de salvarte, le hayas restregado que lo odiabas
por eso, Isabella.
Tragué con dificultad y vi las lágrimas rodar por sus
mejillas. Yo zanjé mi tema y ella calló, así que le devolvería
lo mismo; por eso me mantuve esperando a que siguiera.
Jane le sobó el brazo como apoyo, y vi en ese momento a mi
vieja amiga, aunque ahora solo tenía su versión
evolucionada para mí.
—Recuerdo lo que te dije aquella vez en el club, cuando
admitiste haberte enamorado de mi hermano. Y no tengo
ninguna duda de que lo que sentiste por él ha sido único,
Isabella. Y por eso puedo entender lo que hiciste, te lo digo
de verdad. Pero… Elliot te amaba a ti y nunca pensaste en
él, cuando ese chico siempre fue capaz de quemar el mundo
con tal de que tú estuvieras bien. —Me mordí el labio y
contuve mi llanto. Ella no detuvo el suyo.
Y sí, admitía que jamás pensé en eso aquellos días. En
nada, de hecho. Solo me concentré en mi dolor. Aunque en
ese momento podía entender que todos sufrimos y
enfrentamos la situación a nuestra manera.
—Estoy consciente de que nunca te consideraste un
miembro de vital importancia en la organización, pero te
equivocaste, Isabella, porque los miembros más jóvenes te
admirábamos y los mayores comenzaron a respetarte. Así
como a mi hermano. Por eso, con su muerte y tu ausencia,
todo se derrumbó en nuestras vidas y en Grigori —prosiguió
Tess, y no supe cómo reaccionar ante su forma tan abierta
de decir que mi Tinieblo ya no estaba en este mundo—. Mi
madre cayó en depresión y papá tuvo que ser fuerte por ella
y yo por ambos.
»Dylan pasó por momentos duros, ya que tuvo que
hacerse cargo de las empresas de Enoc y encima aprender
a ser tu reemplazo como líder en Grigori, sin dejar de lado
que, aunque ustedes no pudieron desarrollar su relación de
hermanos, él te vio por lo que eras desde que supo de su
parentesco. Por lo que le dolió perderte y no siendo
suficiente, trató de estar para mí, intentó ser mi fortaleza
incluso cuando él también vivía el luto de perder a su
amigo, su hermano.
Me apreté el tabique de la nariz, sintiendo que mis ojos
escocían. Sintiéndome una mierda porque estaba viendo lo
que provoqué, lo que antes no pude ver por estar sumida en
mi miseria.
—¿Y qué te digo de Elliot? —ironizó Tess. El dolor se
palpaba en su voz, pero ya no lloraba—. Él también perdió a
su amor y, aunque haya tenido sus motivos para odiarse
con Elijah, de su parte nunca fue un rencor que salía del
corazón. Sin embargo, tú sí que le mostraste un odio
profundo por salvarte la vida. Eso lo devastó y a duras
penas consiguió hacerse cargo de la sede de California,
tanto en las empresas White como Grigori. Y sí, todos
podían creer que perder a Enoc tendría más impacto que
perderlos a ustedes, pero no fue así, Isa.
»O a lo mejor el conjunto de todo eso creó una bomba de
tiempo que los Vigilantes supieron explotar y con ello
comenzaron a ganar más terreno. Hace dos años, sobre
todo, cuando descubrimos que Fantasma, utilizando como
caballo de guerra a Sombra, consiguieron alianzas con otros
de nuestros enemigos, uniendo fuerzas para sepultarnos.
Me tensé ante la mención de Fantasma. Y agradecí que la
ira apaciguara un poco mi dolor y culpa.
—Ahora nos dan otro gran golpe. Y te juro que siento que
ya no puedo más porque no solo mi padre corre peligro de
muerte, mi madre también morirá si lo pierde. Yo perderé a
mis padres. Grigori en Virginia se está yendo a la mierda, y
eso puede llegar a poner en jaque a las otras sedes.
Después de ser los más fuertes somos los débiles y… te
entiendo, ¡joder! —En ese momento, Tess comenzó a llorar y
sollozar.
Jane la abrazó de inmediato, llorando con ella. Y supe que
yo también lo hacía en silencio.
—Te entiendo porque también quiero huir para no saber si
al final todo se va a la mierda. Y yo tengo a Dylan —añadió
lo último como una dura pero no cruel aclaración, de que
ella todavía tenía lo que yo no.
Sin aguantar más, me puse de pie y abracé a ambas,
agradeciendo que no me alejaran, sino todo lo contrario, se
aferraron a mí como si en ese instante yo fuera su cable a
tierra.
—Me fui por una razón de vida y muerte, pero he vuelto
por honor —les dije con la voz acongojada tras unos
minutos de llorar—. Se lo debo a tu padre, a ti, a mi
hermano, a todos. Vamos a rescatar lo que queda de Grigori
y nos alzaremos de nuevo —prometí.
Y sabía que ese momento entre nosotras no significaba
que ya todo estuviera arreglado, pues teníamos un largo
camino por recorrer. Aun así, nos encaminábamos a
encontrar el punto medio para cumplir el objetivo.
—¿Entonces has regresado para quedarte? —musitó Jane
y negué.
—Hasta que Myles se recupere y ustedes con él —admití y
noté que eso las hirió—. Mi vida está en otro continente,
chicas. Y las quiero a ustedes, a los chicos, a la
organización, pero me duele regresar al lugar donde…
Callé porque no era justo decir que lo perdí todo si todavía
me quedaban ellos, y muy complicado explicar lo que me
haría volver y el miedo que me erizaba la piel al saber que
tarde o temprano me enfrentaría a lo más duro de mi
regreso a la ciudad.
—Sé que nuestra amistad ya no es la de antes, pero
confío en que no complicaremos más las cosas por el bien
de nuestras familias y la organización —dije.
Tess se alejó de mí y Jane quedó en el medio de ambas.
—Tienes razón. Nuestra amistad, si es que aún la hay, ya
no es la misma. —Jane miró a Tess cuando esta última dijo
eso y, aunque me dolió, también la comprendí—. Pero
tenemos el mismo deseo de hacer resurgir a Grigori, así que
no lo compliquemos más.
—Gracias —respondí y miré a Jane.
—Siento mucho haberte golpeado —musitó y me regaló
una sonrisa de labios apretados que le devolví—. Y me
alegra que, a pesar de todo, estés bien.
Ahí estaba la chica noble que conocí cuatro años atrás. Y
no dijo nada sobre nuestra amistad, pero supuse que al
menos teníamos un avance.
—Todavía me sigo recuperando de muchas cosas, Jane,
pero gracias —dije y esa vez me dio un amago de sonrisa
que murió pronto, aunque logré verlo.
Minutos después de eso, ambas se despidieron de mí, un
poco menos tensas porque nos desahogamos, aunque Jane
solo lo hizo con su llanto, pero todo contaba. Soltar parte de
lo que nos agobiaba nos ayudaría a ya no querer saludarnos
con puñetazos cuando nos volviéramos a encontrar.
—¡Dios! Todavía no me siento del todo preparada para
otro round —le dije a Evan cuando entró a la habitación,
luego de un rato que las chicas salieron.
—Te pegaré suave —bromeó y eso me hizo reír.
Aunque dejé de hacerlo porque enseguida llegó a mí y me
envolvió en sus brazos. No dijo nada más, simplemente me
abrazó; y tampoco fue un gesto lleno de malicia, sino más
bien puro y fraternal.
—Te extrañé —dijo al separarse— y no quiero
explicaciones de tu parte, no me las debes. Solo quiero que
sepas esto, y que me alegra que hayas vuelto a pesar de la
situación. Y aquí estoy para ti, Bella. Cuenta conmigo en
todo lo que necesites.
Y de verdad iba dispuesto a no dejarme hablar, ya que me
dio un beso en la frente y luego se fue, asegurando que
estaba satisfecho de que, por una vez, me ganó por nocaut.
«Ese bonito vampiro no había perdido el toque para
sorprenderte», aseguró mi conciencia y me reí.

—¿Puedo hablar contigo? —preguntó Dylan y asentí.


Me había quedado sentada en una de las sillas, ida, con la
mente en blanco gracias al shock vivido por todos esos
encuentros que acababa de tener, y los enfrentamientos
que ya me tenían agotada. Sin contar el jet lag que me
provocó el largo viaje que hicimos.
—Solo te pido que no me pegues ni me beses —murmuré
y frunció el ceño. Segundos después, alzó tanto las cejas
que casi le llegan al nacimiento del cabello.
—¿Dime que Evan no se atrevió a…?
—¡Jesús, Dylan! ¡No! —lo corté por lo que había pensado
— O bueno, sí, pero fue un beso de amigos.
—Los besos de amigos entre ustedes no son en la mejilla
—recordó y el rostro se me calentó por el bochorno que me
provocó pensar en esa tontería que hice con Evan en un
momento de decepción y borrachera.
—Ya no somos esos chicos, Dylan —reproché y él sonrió
con nostalgia.
—Lo sé, Isa —admitió con derrota y se sentó a mi lado—.
Y pensar que incluso con toda la mierda de ese momento,
todo fue más fácil que ahora —razonó y asentí.
Esa noche de la que hablaba, papá todavía vivía, al igual
que el Tinieblo. Yo no había sido secuestrada con Tess y
Elsa, y solo me dolía que Elijah no correspondía a mis
sentimientos.
«Y que te hizo creer que estaba en un trío».
Era irónico que eso se sintiera como una bobada en
comparación a todo lo que sucedió luego.
—Caleb tuvo razón —dijo de pronto y lo miré sin entender
—. Me sentí celoso porque, aunque no hemos sido los
mejores hermanos gracias a todos los secretos, esperaba
que te apoyaras en mí en algún momento. Y ni siquiera
supe que ibas a volver.
—Dylan, no fue mi intención.
—No te expliques, ya lo hiciste lo suficiente y créeme que
ahora entiendo muchas cosas —aseguró y me tomó de la
mano.
—Aun así, perdóname —pedí y apreté nuestro agarre—.
No pensé en ti ni en nada de lo que se te vendría encima al
marcharme. Aunque tenga mis motivos, no lo merecías,
Dylan —afirmé y sonrió de lado.
Podía notar un gran cambio en él. Seguía siendo mi
hermano rockero y guapo, pero ya no el prepotente que se
hacía odiar con facilidad, aunque mantenía su dureza.
—No tengo nada que perdonarte, pero si te hace sentir
mejor, lo hago, Isa —concedió y le agradecí con la mirada.
De pronto, se quedó viendo nuestro agarre y se fijó en mis
muñecas. Me incomodé un poco porque supe lo que
buscaba, así que con sutileza solté su mano—. De los
chicos, únicamente Tess, Jane y Elliot saben lo que hiciste.
Sonreí y asentí, aliviada de que ellos supieran mantener
en secreto esa peor versión de mí. Ya era suficiente con que
me creyeran una malagradecida como para que, además,
me tuvieran lástima.
—Gracias —respondí—, por todo, Dylan.
Lo que me hizo ver Tess sobre ellos todavía me tenía con
un sinsabor en la boca, así que además de pedirles
disculpas, también necesitaba agradecerles. A él y a Elliot,
sobre todo, quienes fueron los más afectados por mis
decisiones.
—Sé que siempre demostré ser un imbécil con mierda en
la cabeza, y me comporté así contigo más que con
cualquiera, pero no te juzgué por lo que hiciste —expresó
sincero y exhalé un suspiro—. Nadie puede caminar en los
zapatos del otro, aunque le queden —prosiguió y me gustó
la metáfora que usó porque era muy certera—. Y no me
importa si has venido para quedarte o solo por una
temporada, quiero acercarme a ti como no pude hacerlo
antes —confesó y, en ese instante, fui yo quien buscó su
mano—. Deseo enmendar los errores que cometí contigo en
un principio.
—Eso ya no importa —dije.
—Perfecto, porque perdimos a nuestros padres y solo
quedamos tú y yo; eres mi hermana, una que tal vez nunca
quise —soltó burlándose y reí—, pero que acepto y quiero.
Así que permíteme cumplir este deseo.
Si me hubiera dicho esas cosas cuando recién nos
conocimos, me habría parecido estar viviendo una
alucinación, pero al analizar cómo él fue cambiando
conmigo luego de que supo que éramos hermanos, me hizo
ver y sentir la sinceridad en sus palabras.
—También necesito a mi hermano —admití—, es horrible
ver cómo, poco a poco, te quedas solo. Y ya sé lo que es
querer regresar el tiempo para compartir un momento más
con tus seres amados y no poder hacerlo. Así que no quiero
arrepentirme de no aprovechar los que puedo tener contigo
—dije, abriéndome de una manera que no esperaba, pero
que necesitaba.
Aunque igual me quedé petrificada de nuevo cuando sus
brazos me rodearon. Dylan era el chico más duro de la
organización, a parte de mi Tinieblo, y me estaba abrazando
otra vez, después de todo lo que pasamos. Él estaba ahí
dándome un poco de amor y se sintió raro, no lo negaría.
Sin embargo, le devolví el abrazo y me sentí un poco más
liviana.
«No fue tan malo volver, después de todo».
Coincidía contigo en eso.
Después de ese momento con él, regresamos al hospital
juntos, ya que Tess se había adelantado para permitirle
hablar conmigo a solas. Myles seguía en la unidad de
cuidados intensivos y Eleanor nos informó que el doctor
había dicho que no lo sacarían del coma inducido hasta
asegurarse de que lo peor había pasado. Tess estaba
acompañándola, y también se encargaba de hacer o recibir
llamadas, aunque no supe con quién lo hacía. Y, debido a
que las asperezas no estaban del todo limadas, pues
tampoco me lo dijo.
—¿Está todo bien entre ustedes? —le pregunté a Dylan al
notar que la relación entre él y Tess no se veía del todo bien.
E intuí que no se debía solo a lo que estábamos viviendo.
—Es complicado —respondió. A pesar de su tono gélido,
sentí también la tristeza.
Y eso me entristeció a mí, ya que los quería a ambos. Y fui
testigo de que para Tess no fue pasajero querer estar con
Dylan cuatro años atrás. De hecho, nunca la vi interesada
en otro chico que no fuera mi hermano, incluso cuando ella
deseaba matarlo por temerle a Elijah. Y pensándolo mejor, a
él tampoco le conocí ninguna aventura antes de la pelirroja.
—¿Pero la sigues amando? —me atreví a preguntarle y
medio sonrió, viéndome con una ceja alzada.
—No te conocía por cotilla —se burló.
—Por algo tú y yo resultamos siendo hermanos —devolví
y soltó una breve carcajada.
—Listilla —resaltó y fue mi turno de reír—. Y si no querer
estar con nadie más, o incluso no imaginarme con otra
persona que no sea esa chica, significa que la sigo amando,
pues lo hago —respondió a mi pregunta y lo miré con
ternura y ganas de abrazarlo.
Escuchar palabras como esas, dichas por chicos fríos con
tanta naturalidad, lo hacía sentir más especial y verídico. Y
me fue imposible no desear estar en el lugar de Tess, y que
alguien más ocupara el de Dylan.
«Ya llegaría el momento, Colega».
No, porque ya me habían arrebatado ese momento.
«¡No digas tonterías! Somos jóvenes, guapas y con
mucho camino lleno de chicos por recorrer».
Yo no quería otros chicos.
«¡Carajo! Pero yo sí».
Ignoré a mi conciencia porque así fuera mi voz interior y
refunfuñara, la última palabra la tenía yo y ya la había
dicho.
—Espero que pronto deje de ser complicado —deseé de
corazón—. Porque el amor vale más que cualquier otra cosa.
—Gracias, pero no te pongas cursi, por favor, porque me
da comezón —suplicó rascándose el cuello y entrecerré los
ojos, negando con la cabeza y sintiendo ganas de golpearlo.
«Estaba comprobando con Dylan que los bad boys y los
fuck boys eran alérgicos al romanticismo».
Yo también.
—No negaré que has cambiado en muchas cosas, menos
en que sigues siendo un tonto —dije entre dientes y volvió a
reírse, tratando de no ser escandaloso por respeto al lugar
donde estábamos.
—No es bueno perder toda la esencia —se defendió y me
fue inevitable no reír.
—¿Sabes dónde puedo encontrar a Elliot? —pregunté tras
un rato de quedarnos en silencio.
Había pensado mucho en hacer esa pregunta porque, si
fue complicado enfrentarme a las chicas, con Elliot sería
peor debido a cómo terminamos en el pasado. Y que Dylan
me mirara inseguro de responder no me ayudó.
—Me gustaría que me dejaras hablar con él antes —dijo y
mi corazón se aceleró—. O déjame estar contigo cuando lo
veas.
—Elliot no me dañará —aseguré.
—Posiblemente tengas razón, pero debes tener en cuenta
que él está molesto contigo, Isa. Y sabes que cuando se
está así las palabras solo salen de nuestras bocas sin
importar que dañemos con ellas. Ya lo experimentaste con
Tess y Jane. Y creo que has tenido suficiente por hoy.
—Siento como si me estuvieras hablando de Elijah y no de
Elliot —señalé. Y él entendió que me refería, en realidad, a
LuzBel, al chico que fue conmigo cuando recién nos
conocimos en la universidad.
—Sientes eso porque tú conociste una versión de Elliot
que nunca tuvo con nadie más —confesó y tragué al sentir
la garganta reseca—. Él y LuzBel no eran tan distintos
cuando no se trataba de ti, Isa. Después de todo, llevaban la
misma sangre.
Me estremecí, ya que no era la primera vez que los
igualaban o comparaban. Aunque yo siempre vi un mundo
de diferencia entre ambos.
—Voy a confiar en el chico que yo conocí —le dije antes
de ir a un lugar lleno de dolor del que me costaría regresar.
—Isa… —Puse una mano en la suya y se quedó en
silencio.
—No quiero que te apartes de Tess y Eleanor en estos
momentos, Dylan. Además, Caleb no me dejará ir sola, así
que no te preocupes. Necesito salir de esta situación con
Elliot de una vez, en lugar de martirizarme con el
pensamiento de lo que pueda pasar.
Negó con la cabeza y se quedó en silencio hasta que se
dio por vencido, sabiendo que yo no cambiaría de opinión.
—Estuvo con Eleanor mientras tú te encontrabas con
nosotros en el cuartel. Y no, Isa, ella no le dijo de tu regreso
—aclaró—. A esta hora ya debe encontrarse en Grig para
reunirse con el gobernador de Virginia y el sargento del
departamento policial. Es una reunión que ya estaba
agendada con Myles y que no quisimos cancelar porque,
como ya lo hemos hablado antes, no nos mostraremos
débiles. —Asentí.
—¿Consideras que será una reunión larga?
—En realidad, no, solo es para detallar la participación de
esos dos en la fiesta de Gibson. Sin embargo, nunca
desaprovechan la oportunidad de divertirse cuando van al
club, así que Elliot como buen anfitrión y representante
tanto tuyo como de Myles, debe acompañarlos.
Bufé y solté una risa irónica con lo último.
—Te representa a ti, Dylan —aclaré.
—Nunca me interesó suceder a nuestro padre, y eso no ha
cambiado. Se me da mejor pelear con la gente que tratarlos
de manera civilizada —admitió y eso me causó gracia—. Así
que sigues siendo una de las líderes de Grigori y cuando no
te represento yo, lo hace él. Y eso no entra en discusión.
—Siento eso como orden. Y contando con que soy tu jefa,
deberías tener cuidado —lo chinché.
—No me hagas arrepentirme de querer tratarte bien —
advirtió fingiendo seriedad.
—¿Dylan? —lo llamó Tess de pronto, llegando con Eleanor
a la sala donde estábamos.
La pelirroja había llevado a su madre por un té.
—¿Irás al club? —quiso saber Dylan antes de ir hacia su
chica. Asentí como respuesta—. Más le vale a ese rubio con
ínfulas de pitbull que te cuide como se debe —aseveró y
negué por lo que insinuó de Caleb.
Pero no le dije nada, lo dejé marcharse y me puse de pie
para acercarme a Eleanor y avisarle que iría a resolver algo,
pero que volvería para seguirla acompañando. Tras
despedirnos, busqué a Caleb y le informé sobre mis planes,
pidiéndole además espacio y mucha discreción, pues no
quería que los guardaespaldas anduviesen detrás de mí
todo el tiempo e hicieran las cosas más obvias. Por fortuna
me dio la razón y, al llegar al club, giró sus órdenes y las
mías fueron cumplidas.
Mi corazón martillaba mi pecho como carpintero
enfurecido cuando entramos a Grig, el nerviosismo se abrió
paso en el medio de mis senos hasta llegar a mi estómago,
provocándome retorcijones horribles con cada paso que
daba. El lugar estaba diferente a como lo recordaba, aunque
el diseño seguía siendo igual, simplemente habían
cambiado la decoración y el color de las pinturas en las
paredes. El segundo piso lucía un poco vacío, aunque la
pista de baile era todo lo contrario, pues se encontraba
atestada de personas bailando y disfrutando de su noche.
Me distraje un poco viendo de un lado a otro y, justo
cuando volví a enfocarme en el segundo piso, mi mente
retrocedió a años atrás y volví a ver a Elijah ahí, apretando
el pasamano del balcón de la terraza con una fuerza bruta
que fui capaz de notar incluso con la distancia. Su mirada
había sido gélida aquella noche, infeliz al percatarse de
cómo me reía y disfrutaba con las locuras que Evan me
decía al oído mientras bailábamos.
Sacudí la cabeza, sacando de mi mente aquellos
recuerdos del pasado, sobre todo porque fue esa noche que
conoció a aquella española que se llevó a la cama, justo
después de restregárnosla en la cara.
«Cada vez que te permitías esos recuerdos, le encontraba
más sentido a los consejos del maestro Cho».
Era difícil estar ahí y evitar que los fantasmas del pasado
me impidieran disfrutar del presente.
—Está arriba, justo donde imaginas —dijo Caleb al llegar a
mí y miré hacia el segundo piso.
—Quédense aquí —le pedí y estuvo a punto de renegar—.
Sé defenderme, Caleb. Y así Elliot sea importante para mí,
no permitiré que me lastime.
—¿Ni verbalmente? —inquirió y no dudé en responder.
—Él no es así. Confía en mí —aseguré y exhaló con
pesadez, pero se dio por vencido sabiendo que no cambiaría
de opinión.
Comencé a subir los escalones antes de que tuviera la
oportunidad de seguir alegando, y noté a Max y a Dom
atentos desde sus lugares a lo que pudiera pasar, pero
respetando mi espacio como lo pedí. Me acomodé la gorra
que usaba y respiré hondo. En uno de los privados del
segundo piso, vi a unas mujeres riéndose de lo que sus
acompañantes decían. El gobernador y el sargento tenían
cada uno a una de ellas sobre su regazo, comportándose
como galanes idiotas que las desnudaban con la mirada.
Noté a una rubia envolviendo los brazos en el cuello de un
tipo que se mantenía de pie; este la tomó de la cintura y, de
paso, le propinó un azote en el cachete del culo a la chica
cuando ella le dijo algo que supuse era del tipo sensual.
—Mierda —susurré al reconocerlo.
Ese no era el Elliot que yo conocí, y me refería a su
actitud.
«Era obvio, Colega. Nunca lo viste tratando a otras
mujeres en plan de flirteo».
Buen punto.
Tenía el cabello más corto que como siempre lo usaba,
desordenado de forma sexi. Su cuerpo se veía más atlético
y sus músculos más definidos debajo de esa camisa blanca
con las mangas arremangadas hasta los antebrazos. Había
dejado de ser el chico bueno del que me enamoré una vez,
aunque para ser sincera, estaba más guapo de lo que
recordaba.
«Y le iba muy bien con las mujeres según parecía».
Las risas de las chicas fueron resonantes en cuanto me
acerqué más a su privado. Uno de los hombres dijo algo que
se escuchó bastante soez y rodé los ojos por la manera en
que se lo celebraron, a excepción de Elliot. Él, aunque
disfrutaba de la rubia a su lado, se veía cansado y obligado
a soportar los chistes de mal gusto de esos dos tipos.
—Buenas noches —saludé con voz fuerte y firme cuando
estuve frente a ellos.
Las chicas me miraron como si hubiera llegado ahí para
robarles una buena oportunidad de irse a la cama con
alguien importante y una de ellas osó reírse al ver mi ropa
que, en comparación a los pocos trapos que ellas llevaban,
no era para nada sexi. Los hombres, en cambio, se
extrañaron con mi presencia porque no me conocían.
La música no había permitido que Elliot alcanzara a
escucharme, pero me miró cuando la rubia que estaba con
él lo hizo y me alzó su perfilada ceja.
—¿Qué buscas aquí, querida? —preguntó ella con desdén
y sonreí de lado, ignorándola.
En su lugar, me concentré en Elliot, quien sí se sorprendió
al verme, aunque lo disimuló muy bien. Pues solo se limitó a
sonreír de lado con ironía y burla, y no con amabilidad. Su
mirada azul se había vuelto fría y, por un instante, me fue
fácil imaginar sus ojos de color gris, pues era muy similar a
la que Elijah siempre tuvo. Aun así, admitía que recibir un
gesto tan gélido por parte de alguien que siempre me
regaló calidez, dolió mucho.
«A ti te dolía su mirada. Yo, en cambio, estaba
emocionada por verlo con esa barba incipiente».
La curva de mi boca se alzó con ironía ante el
señalamiento tan descarado de mi perra conciencia. Y sí,
era la primera vez que veía a Elliot con esa barba naciente y
bien afeitada; le sentaba de maravilla, era un poco más
oscura que su cabello rubio mediano.
«No podías negar lo caliente que se había vuelto».
¡Dios!
—A tu acompañante —le respondí a la rubia, despertando
su molestia.
—Me gustan las chicas rudas —dijo uno de los tipos con
coquetería y lo miré divertida.
—¿Le gusta que lo dominen, señor? —satiricé.
—Me gusta más que me llamen señor —devolvió con una
sonrisa ladina.
Era el más joven de los dos hombres. Quizás estaba entre
sus cuarenta y cinco. Y así no me gustaran los tipos
mayores, y menos los que posiblemente estaban casados,
podía notar que él era atractivo.
—Procure que quien lo haga, pronuncie esa palabra con
respeto y no con burla —aconsejé.
—Y procura identificar quién te llama así con burla,
Patterson —añadió Elliot, usando una voz profunda.
—¿Crees que tu amiga no lo hace?
—¿Lo haces, Isabella? —preguntó Elliot para mí y sentí un
poco de nerviosismo por la manera en que pronunció mi
nombre.
No fue íntimo, sino más bien molesto.
—¿Isabella? —repitió el otro hombre. No le puse atención
porque me concentré en sostener la mirada de Elliot.
Aunque intuí que, por el tono que el hombre usó, estaba
entendiendo quién era yo en realidad. Y Patterson encajó las
piezas, ya que carraspeó un poco incómodo por la
insinuación que acababa de tener conmigo.
—Estos son el gobernador Glenn Youngkin —presentó
Elliot, señalando al tipo mayor— y el sargento Caron
Patterson —dijo por el más joven—. Caballeros, ella es quien
imaginan —añadió por mí y supuse que evitó mi nombre y
apellido por las chicas que los acompañaban.
—No es necesario. —Los detuve cuando vi sus intenciones
de ponerse en pie. Elliot escondió una sonrisa irónica detrás
del filo de su vaso, dándole un sorbo al licor que bebía—. Y
tampoco detengan su diversión, ya habrá tiempo para que
nos conozcamos como se debe.
—Perdón por lo que te dije —pronunció Caron y noté que
lo sentía de verdad.
—No se preocupe por eso, señor —respondí y sonrió
avergonzado.
—¿Notaste la diferencia? —lo chinchó Elliot.
—Pequeño bastardo —respondió el gobernador en lugar
del sargento, y todos nos reímos.
Eso había servido para liberar un poco la tensión, por lo
que tenía que aprovecharlo.
—¿Podemos hablar en un lugar más privado? —le pedí a
Elliot y alzó las cejas.
Aunque no respondió de inmediato, minutos después me
hizo un ademán con la mano para invitarme a caminar y nos
disculpamos con los invitados. Las chicas que estaban allí
para entretenerlos eran muy inteligentes, ya que callaron
intuyendo que yo no había venido a robarles la diversión.
Dejé que Elliot se adelantara un paso para permitirle que
me guiara por un pasillo. Los nervios volvieron a atacarme y
me mantuve inhalando y exhalando profundo hasta que se
detuvo frente a una puerta, alejados del bullicio. No nos
dijimos nada como era de esperar y se sintió muy extraño
estar así con él.
—Adelante —invitó al abrir la puerta.
Pasé por su lado y me adentré a la oficina que más bien
parecía un miniapartamento. Noté incluso otra puerta
adentro que estaba abierta y me dejó ver una cama
individual.
—¿Te quedas aquí? —pregunté y lo miré por encima del
hombro. Se había quedado detrás de mí y solo se adelantó
cuando cerró la puerta.
—Antes era la oficina de LuzBel —señaló adrede y sentí
una pequeña punzada de enojo.
—¿Tiene relevancia con mi pregunta? —Traté de controlar
mi humor al decirle eso porque ya habíamos comenzado
mal y no quería que se pusiera peor.
—Es solo para que no imagines que la adecué para mis
fines —ironizó.
«Pero que bien le sacaba provecho».
—Es mejor que sepa que fue Elijah quien la adecuó para
los suyos, ¿no? —solté y alcé la barbilla cuando estuvo
frente a mí.
—Querías hablar conmigo. Aquí estamos —siseó cerrando
el tema y su tono me apretó el pecho—. Por cierto, es una
sorpresa que hayas vuelto. Creí que no volvería a verte.
—No lo habría hecho si Myles no me hubiese necesitado
aquí.
—Por supuesto —aseveró y apreté mis molares. Me
resultó más fácil enfrentarme a la ira de Tess y al golpe de
Jane—. Espero que hagas un espacio en tu agenda para
viajar a California y que visites las empresas. Sería
magnífico que tomes el lugar que te corresponde en ellas,
así como en Grigori —propuso con simpleza.
Caminó hacia un pequeño bar y sirvió licor en otro vaso, a
la vez que rellenó el que llevó consigo. Tras eso, me ofreció
el nuevo vaso y lo tomé.
—Lo haré —dije, ya que no me sentí preparada en ese
momento para explicarle que no había vuelto para
quedarme.
Lo vi beber de su vaso y llevé el mío hacia mi boca,
oliéndolo antes por pura precaución y costumbre. Luego le
di un gran sorbo al licor, quemando mi garganta y
calentando mi estómago.
—No estoy aquí para que me pongas al tanto de las
empresas o Grigori —lancé.
—Deberías —puntualizó serio—. Es todo lo que tú y yo
tenemos como tema pendiente de conversación.
—No eres mi empleado.
—Tampoco tu amigo o familia —zanjó.
—¡Dios! Sé que merezco tu actitud, pero no lo hagas tan
difícil —pedí—. Y tienes razón, eres más que mi amigo o
familia, por eso necesito pedirte perdo…
—¡Ni siquiera termines esa puta frase! —espetó y me
sobresalté—. Si viniste hasta aquí que sea única y
exclusivamente por tus negocios o por temas de la
organización. No más, Isabella. —Una punzada de ira me
atacó al ver su reacción.
—Me importan un carajo los negocios ahora mismo, Elliot
—aclaré alzando la voz—. Y entiendo que estás en tu
derecho de actuar como un maldito imbécil conmigo porque
yo provoqué esta actitud en ti, pero aun así no voy a
callarme —avisé y continué hablando antes de que me
interrumpiera—. Sé que no merecías todo lo que te dije
cuando tú solo me salvaste. Y cada día me torturo con el
recuerdo de mis palabras. Y estoy consciente de que tú, por
encima de todos los demás, merecías que te avisara que me
iba, o una explicación de por qué me marcharía. Sin
embargo, no tuve tiempo y aunque no lo creas, era
necesario que huyera antes de que fuera tarde. Pero si me
dejas puedo explicártelo ahora.
—No, Isabella. No quiero que me expliques nada. Al fin he
entendido que siempre me importaste más de lo que yo te
importaba a ti, por eso te fuiste sin decirme adiós. Así que
ahora ya no me importan tus razones —repuso displicente.
—Insisto en dártelas —puntualicé y gracias al calor del
enojo y del trago, me quité la gorra porque la cabeza me
comenzó a picar. No usaba ninguna coleta, así que el
cabello me cayó sobre los hombros y él lo miró atento.
No dijo nada, pero pude imaginar cómo me recordó.
—No me importa por qué te fuiste y tampoco me importa
por qué volviste y me buscaste —espetó al volver a
concentrarse en el presente.
—¡Maldición, Elliot! Te repito que te comprendo, pero deja
la imbecilidad por un segundo siquiera —reclamé.
En cuestión de segundos, mi espalda golpeó la puerta y
sus brazos me acorralaron en ella. Sus ojos azules buscaron
los míos y me dolió verlos oscurecidos por el odio y el
resentimiento.
—No mereces ni siquiera que deje de ser un imbécil
contigo por una milésima parte de mi jodida vida, Isabella
White —siseó. Su aliento mentolado y mezclado con el licor,
acarició mis labios. Su fragancia me embargó y su cercanía
me provocó escalofríos. Y no por razones románticas—. Y
créeme que me estoy conteniendo. No es buen momento
para que hablemos de tus motivos para irte, o por qué
regresaste.
Sí, él tenía razón y era lo suficiente madura para
aceptarlo. No era momento para hablar y al ver su estado lo
comprobé. Si bien no estaba borracho, tampoco se
encontraba en sus cincos y lo necesitaba lúcido. Dejé de
hablar por unos minutos y solo lo miré… Lo había extrañado
mucho y me seguía doliendo que todo se fuera a la mierda
entre nosotros. Y no hablaba de la relación amorosa, sino de
la amistad que habíamos logrado tener, a pesar de que yo
me enredé con Elijah.
Recordé lo que Caleb me dijo, la desconfianza que sentía
hacia él y eso me escoció muy en el fondo porque también
pensé en Elliot traicionándome, pero deseché esos
pensamientos. No me lo podía permitir, no con Elliot.
«¡Joder, Isa!»
—Está bien —susurré. Puse las manos en su pecho para
apartarlo y me estremecí cuando no me lo permitió. En su
lugar, llevó una de las suyas a la mía y la tomó en un agarre
fuerte.
Al principio, creí que me iba a apartar de un manotazo,
aunque lo que hizo fue peor: cambiando su actitud de
furiosa a atormentada en un santiamén, aligeró su agarre y
volteó mi mano para que el interior de mi muñeca quedara
expuesto. El brazalete cubría la fea cicatriz.
—No lo hagas —supliqué, cuando con sus dedos
comenzaron a correr el aro de metal que me protegía.
Apreté el puño y él me miró. Entre la oscuridad de sus
ojos vislumbré un poco de comprensión y se detuvo.
—El día que hiciste eso sentí que mi mundo se fue a la
mierda —recordó y mis ojos se llenaron de lágrimas—, pero
el día en que te fuiste de verdad… conocí el infierno. —No
soporté más y solté mi llanto al escucharlo.
—Perdóname por todo lo que te dije, Elliot.
Lo escuché maldecir por lo bajo al escucharme y se
acercó más a mí, presionando la frente en mi hombro y
moviendo la cabeza de un lado a otro mientras negaba.
Estaba molesto conmigo y quería odiarme, pero no lo
conseguía del todo y pude sentirlo. Vislumbré al tipo que
siempre fue conmigo entre su actitud de hijo de puta frío.
Eso consiguió barrer con la desconfianza que,
inconscientemente, dejé que Caleb plantara en mí.
—Me hiciste mierda, Isa —confirmó lo que yo ya sabía y
apreté los labios cuando se separó de mí para verme a los
ojos—. Porque así esto me haga ver como el mayor de los
imbéciles, nunca sentí que te perdí por LuzBel, pero sí
cuando te viste sin él.
—Me perdí a mí misma, Elliot —aclaré entre sollozos—,
pero no te abandoné por eso. —Su mirada siguió el
movimiento de mi mano cuando apreté el relicario y la
incomprensión surcó su rostro al ver que lo abrí—. ¿Me dejas
explicarte? —cuestioné. Se había quedado viendo la joya,
desconcertado y hasta mudo, de pronto—. Te prometo que
entenderás que no hui solo por ser una perra contigo. Al
menos no intencionadamente.
—¿Por qué me quieres explicar a mí y no a los demás? —
preguntó con la voz entrecortada.
—Porque no confío en ellos como confío en ti —aseguré
sin dudar.
«Esperaba que ese no fuera otro gran error, Isabella».
Capítulo 5
Sigues siendo mi debilidad

Silencio reinó en la pequeña oficina por un buen rato.


Elliot seguía sin poder creer todo lo que le dije, pero, por
suerte para mí, me escuchó esa vez.
Cada palabra que salió de mi boca fue sincera y no me
arrepentí; él era el único, en Estados Unidos, en quien tenía
una confianza profunda, el que a pesar de mis mierdas
estuvo siempre para mí y no me importaba lo que Caleb
pensara, confiaba en Elliot hasta con los ojos cerrados.
«Sí. Y tenías que recordar que ese fue siempre tu mayor
error».
Me importaba un carajo lo que tú dijeras.
Nos bebimos la mitad de la botella de ron mientras
charlábamos, mi resistencia al alcohol ya no era nula. Su
humor mejoró y, aunque ya lo había hecho, volví a pedirle
perdón por todo lo que le dije aquella vez y por haberme ido
sin ponerme en contacto, así fuera solo para asegurar que
vivía. Incluso le confesé sobre las cartas que le escribí y no
envié, pero luego de abrirme por completo en todo aspecto
de mi vida, entendió las razones.
Y de su boca nunca salió que sí me perdonaba, pero al
menos ya no me trató con la punta del zapato como al
principio. Acordamos que viajaríamos a California en cuanto
Myles mejorara y también iría conmigo a Italia cuando todo
estuviese arreglado.
—¿Por qué no avisaste de tu regreso? —Se limitaba solo a
preguntar y escuchar mis respuestas.
Seguía siendo frío y sabía que me costaría mucho lograr
que volviese a ser el mismo, igual que con las chicas, pero
al menos estábamos teniendo un avance.
—Caleb lo quiso así, sospecha de un traidor —confesé.
—¿Y tú confías en él?
—Tanto como en ti —aseguré—. Dijo que descubriría
quién me traicionó y lo haría pagar.
—¿Sospecha de alguien en especial?
—De todos.
—¿Y tú? —Me miró esperando una respuesta sincera.
—Desde que él lo mencionó lo he analizado, pero me es
difícil creer que alguien de Grigori nos haya fallado así.
—Tu error siempre ha sido confiar demasiado en las
personas que te rodean, Isa —dijo. Se puso de pie y rodeó el
escritorio para llegar cerca de la silla donde yo estaba—. El
mundo en el que nos movemos está lleno de personas que
traicionan con facilidad y muy pocos conocen el honor.
Algunos fallan por venganza, otros por necesidad.
—Te doy toda la razón en eso. Tú, por ejemplo,
traicionaste a Elijah —le recordé y se tensó. Él nunca me
dijo la verdadera razón que tuvo para acostarse con Amelia,
aunque me haya confesado que parte de todo lo que me
escondió, fue por petición de mi padre—. ¿Por qué fue?
—No quiero hablar de eso —espetó. Me puse de pie y lo
encaré.
Tal vez no era el momento, pero la oportunidad de sacar
ese tema se dio y la aprovecharía para cerrar de una vez
ese tema.
—No te estoy reclamando —aclaré cuando me miró
indignado—, solo quiero entender qué tipo de traidor eres —
bufó una risa irónica y esperaba que captara que no lo
estaba acusando de nada, más bien me había vuelto más
sincera y directa. Y eso me hacía ver como una perra frívola
la mayoría del tiempo—. Ya que según lo que he escuchado
de Eleanor, tú y él no tenían mala relación, o al menos se
respetaban. Pero incluso así te metiste con su chica.
—Sí y después él encontró la oportunidad perfecta para
meterse con la mía —largó y rio sin gracia—. Y lo peor de
todo es que mi novia terminó enamorada de él como una
idiota, aun sabiendo que solo la utilizó para vengarse de mí.
—Esas palabras me calaron en lo más profundo y sentí que
me sonrojé por la vergüenza.
Y, a pesar de todo, sabía que traición era traición, sin
importar que él lo hubiera hecho por venganza, deber,
obligación o lo que fuera que lo llevó a acostarse con la
novia de su primo. Y eso también aplicaba para mí, no sería
descarada al excusarme.
—Él te traicionó por venganza, estoy segura de eso. Yo te
traicioné porque me dejé ganar por lo que me provocó mi
nueva vida, por cobarde, y sí, porque Elijah supo cómo
convencerme —proferí sin inmutarme y eso lo hizo alzar las
cejas con exageración—. Ahora exijo saber por qué lo hiciste
tú, ya que al acostarte con Amelia me fallaste a mí antes
que a él —aseveré y se llevó las manos a la cabeza,
frustrándose con mi confrontamiento—. Si tuviste las bolas
para eso, tenlas igual para hablarme con la verdad, porque
a diferencia de años atrás, ya no te lo estoy preguntando
con dolor —recalqué.
Y sabía que ambos recordábamos los días que le siguieron
a aquel viaje que hicimos a Washington, cuando después de
la misión, descubrí que Elijah me sedujo para vengarse de
Elliot. Lo había llamado para entender cuándo pasó todo con
esa chica, pero él no pudo responderme. Tras eso, vino el
desastre entre el secuestro y la muerte de mi padre,
entonces ese tema quedó en el olvido.
«O en pausa».
Exacto.
—¿Cómo de un tema nos pasamos a otro? —inquirió,
queriendo darle la vuelta a todo.
—Seguimos en el mismo, Elliot. Estamos hablando de
traición y así pienses que no tiene relevancia una cosa con
la otra, pues te equivocas. Y es mejor que zanjemos este
tema que años atrás se quedó en pausa entre tú y yo. Mi
padre ya no está para prohibirte que me digas las cosas
como son —pronuncié con amargura.
Crucé los brazos a la altura de mi pecho cuando soltó una
carcajada sin gracia y lo miré seria.
—¡Mierda, Isa! —maldijo al entender que esa vez no
aceptaría el silencio o evasivas como respuesta—. ¡Lo hice
por deber! ¡Por necesidad! ¡¿Contenta?!
—No hasta que te expliques mejor. —Me miró frustrado.
—Mira, entendería que desconfíes de mí por eso. No te
culpo. Pero nunca te he traicionado porque me place
dañarte, y confío en que nuestro tiempo juntos te confirme
que siempre me desviví por ti, porque te amaba más de lo
que alguna vez amé a alguien —replicó y dio un par de
pasos firmes hacia mí—. Y así suene cursi, mentirte me
lastimaba más a mí porque, aunque me vi obligado y era
para protegerte, sabía que no lo merecías.
—Ahora ya me protejo yo, Elliot, así que…
Callé al sentir su mano en mi rostro. Al parecer, la lucha
que había mantenido en su interior no era solo porque no
sabía cómo explicarme lo que yo quería saber, sino también
porque deseaba ese acercamiento conmigo, pero
necesitaba concentrarse más en mantenerse enfadado a
pesar de entenderme. Porque sabía que lo hizo. Elliot podía
haber cambiado con el mundo entero, pero por dentro
guardaba al chico bueno que siempre tuvo para mí.
—Me acosté con Amelia para protegerte —susurró y el
corazón se me aceleró hasta el punto de que sentí el latir en
mi garganta. Antes me hubiera parecido inaudito, pero
después de todo lo que pasó y de que hasta mi padre haya
muerto por salvarme, entendía los alcances de mis
enemigos—. Ahora eres la líder de dos organizaciones que
defienden, intercambian o ceden según sus propósitos; y
sabes perfectamente que a veces somos los jugadores a los
lados del tablero, y otras, somos las piezas de ajedrez que
mueven a su antojo. Y tú, sin darte cuenta, has sido la reina
y en ocasiones también el rey al que hay que proteger. Y en
este juego, yo he sido tu torre o tu caballo, según convenga.
Así que, cuando me acosté con ella, mi objetivo no era el
placer o dañar a LuzBel, era defenderte. Y él lo supo.
—¿Qué? —dije al no entender lo último.
Me acunó el rostro con ambas manos y acarició mis
mejillas con sus pulgares, aprovechando esa cercanía. La
garganta se me secó y tuve que tragar con dificultad,
mirándonos a los ojos, notando de nuevo la lucha en su
interior.
—Cuando te secuestraron le dije todo. Tenía un voto de
silencio, por esa razón no pude hacerlo antes, pero esa
noche se me permitió hablar con la verdad. Para ese
momento, él ya te conocía, ustedes ya habían comenzado a
enredarse, así que le fue más fácil comprenderme —confesó
y me tomó por sorpresa.
Pasaron tantas cosas luego de ese secuestro, que nunca
me dio curiosidad saber por qué Elijah, aunque no toleraba
del todo a Elliot, ya no intentaba matarlo en cada
oportunidad que tenía. Es más, creía que se lo adjudiqué al
hecho de que me estaba dando una tregua por todo a lo
que me tuve que enfrentar, así que consideró dejar de ser
una molestia. Pero descubrir en ese instante que era porque
sabía las razones de Elliot para traicionarlo, me dejó
estupefacta.
Él se había enamorado de esa chica, la amó según todo lo
que demostró. Así que parecía irreal que entendiera o
aceptara que era su novia o la de Elliot. Y que Elliot, por
supuesto, me escogió a mí.
—Ambos le hicimos una promesa a tu padre para
protegerte —recordó y llevé las manos a sus muñecas,
apretándolas y cerrando los ojos con impotencia, respirando
de manera acelerada porque esas palabras, saber esas
promesas, me llevaba a la peor etapa de mi vida.
«¡Si morimos, que sea juntos!»
«Tú no vas a morir hoy, White».
«Es tu turno para cumplir tu promesa, Elliot y el turno de
cumplir la mía».
Jadeé ante ese recuerdo y los ojos me ardieron por las
lágrimas queriendo hacerse paso entre mis párpados
cerrados. Me destrozaba el alma saber que esa promesa
que hicieron me lo arrebató.
«No fue la promesa, fue Fantasma».
La voz de mi conciencia se escuchó herida y furiosa al
decirme eso. Y sabía que tenía razón.
—Y después de todo, estuve a punto de no cumplir la mía
si hubiera llegado más tarde al apartamento aquel día —
susurró con la voz quebrada—. Mírame —suplicó y no
estaba segura de hacerlo hasta que rozó la punta de su
nariz con la mía. Sus palabras y esa cercanía me estaban
afectando demasiado—. Me dolió no poder protegerte de tu
propia mente, de tu propio dolor.
—Elliot, no…
—Me dolió no poder salvarte de ti misma —continuó y me
mordí el labio.
Entendía su impotencia, pero él debía comprender que los
demonios de la mente propia solo los podía enfrentar uno
mismo. Nadie podía ayudarme en ese momento, solo yo. Y,
sin embargo, Elliot lo intentó, hizo todo lo que estuvo en sus
manos para darme una oportunidad conmigo misma.
—Me dolió fracasar cuando LuzBel muri…
—No termines esa frase, por favor —musité con la voz
temblorosa.
—Que no lo haga no cambiará el resultado.
—Lo sé, y es cruel que lo aclares. —Probé el sabor de mis
lágrimas mientras le decía eso.
—¡Joder, lo siento! —dijo y presionó nuestras frentes—.
Solo quiero que entiendas que él cumplió su promesa para
que yo cumpliera la mía. Y no poder hacerlo me ha hecho
odiarme a mí, no a ti. Mi enojo todos estos años no ha sido
solo por tus palabras o porque te marcharas sin decir adiós,
sino también porque me sentí impotente al no poder
ayudarte. Porque así sea un hijo de puta egoísta, capaz de
ponerte a ti por encima de todo lo demás, no pude
protegerte de lo único que necesitabas ser protegida…
—De mis demonios —afirmé por él. Se mordió el labio, sus
ojos estaban rojos y su agarre en mis mejillas, aunque no
me dañaba, se había vuelto más fuerte—. No tienes porqué
culparte de eso. De mis demonios solo me podía proteger yo
—aseguré.
—Ahora lo entiendo —admitió—. Y sin importar cómo
terminamos en el pasado, tienes que saber que sigo
manteniendo mi promesa contigo, Isa. Porque, en realidad,
no se la hice a John, sino a ti.
—No, yo no te…
—Aunque tú no me lo pidieras, no importa. Yo hice mi
promesa de vida contigo —me interrumpió de nuevo y me
sobresalté al saber la magnitud de lo que dijo—. Y no sé si
LuzBel perdonó mis razones, pero puedo asegurarte de que
entendió que, por ti, yo soy capaz de hacer muchas locuras.
—Presioné más mi agarre en sus muñecas cuando acercó su
rostro al mío, sin dejar de mirarme a los ojos, estudiando mi
reacción.
El corazón iba a salírseme por la garganta porque sabía lo
que quería hacer. Y lo afirmé en cuanto su aliento cálido
cosquilleó en mis labios y no tuve la fortaleza para alejarme.
Aunque no sabía por qué.
—Puedo estar dolido, furioso e incluso decepcionado y, sin
embargo, tenerte aquí, a centímetros de mi boca, me
confirma que sigues siendo mi debilidad —Su voz
enronqueció al decirme eso y la respiración me abandonó—,
pero también mi fortaleza.
Jadeé cuando sus labios se posaron en la comisura de los
míos, y el nerviosismo, junto a la tensión, se abrió paso en
mi pecho hasta revolotear en mi vientre. Y seguí ahí,
dispuesta y esperando, hasta que cerré los ojos y me dejé
embargar por mis deseos imposibles, pues su agarre se
convirtió en el de Elijah, su calidez me calentó como la de
mi Tinieblo, y… no era justo que lo imaginara a él.
«Pero no lo detuviste».
Y me sentí como una perra por mi falta de voluntad.
—¿¡Elliot!? —La voz quebrada y asombrada de una chica
nos interrumpió de pronto.
Elliot se alejó de mí frustrado cuando lo asusté, porque
sentí como si me hubieran pillado haciendo algo
imperdonable.
—Alice —bufó mirando hacia la puerta. Yo me aparté de él
manteniéndome de espaldas y me llevé las manos a la
nuca, sobándome la parte de atrás de la cabeza para liberar
la tensión—. Creí que no vendrías hoy.
—¡Ja! ¡Ya lo veo! —se quejó ella.
—¿Perdón? —espetó él.
«¿Qué carajos estaba pasando?»
Me giré para tratar de entender y me encontré con otra
rubia, aunque esta era más bonita. Sexi sin llegar a lo
vulgar, esbelta y un poco más baja que yo. Usaba un jean
azul ajustado de tiro alto, y una blusa blanca metida por
dentro de la cinturilla de su pantalón. A pesar del
maquillaje, la noté roja por la rabia que la embargaba.
«Esperaba que no fueras la manzana de la discordia».
¡Dios! Rogué que no fuera así.
—Olvídalo, no me hagas caso —puntualizó Alice,
queriendo disimular su enfado—. Necesitaba hablar contigo,
pero creo que estás ocupado. —Me miró con displicencia al
decir eso y, a diferencia de la chica del privado, sentí un
poco de vergüenza con Alice.
Y, aunque no debí permitir ese acercamiento con Elliot y
agradecía que ella llegara para evitarlo, al sentir su
decepción por encontrarnos a punto de besarnos, deseé que
no hubiera sido ella quien lo interrumpiera.
—Ya no lo está —me apresuré a decir al ver la intención
de Elliot de responder con algo que me haría querer darle
una patada en las bolas—. Soy Isabella, por cierto —me
presenté y la chica palideció mostrando reconocimiento, lo
que me inquietó—. Al juzgar por tu reacción, deduzco que
ya has escuchado de mí —urdí.
—Más de lo que quisiera —resolló y el desagrado se hizo
notorio en su voz.
Miré a Elliot preguntándole así qué sucedía, deseando que
me confirmara que lo que la chica sabía de mí no le
comprometería la vida.
—Alice trabaja en Grig —explicó él y lo noté sobresaltado
por la actitud de la chica— y su novio también —enfatizó.
«Qué interesante».
Esperaba que contuvieras tu cizañaría.
«Al menos no eras la manzana de la discordia. El ojiazul,
por otro lado…, estaba desquitándose con otro lo que tú y el
Tinieblo le hicieron».
Maldita cabrona.
—Es el Dj del club —prosiguió Elliot— y solo viene una
noche a la semana. Alice, en cambio, trabaja aquí todas las
noches a excepción de los jueves. —Comprendí la razón de
que Elliot se sorprendiera al verla, era su noche de
descanso y, a pesar de eso, estaba en Grig.
—Supongo que algo urgente la ha hecho venir, así que los
dejaré solos para que hablen —avisé, sabiendo que era
mejor que me marchara.
—Déjame llevarte a tu hotel, solo dame un segundo —
pidió Elliot y negué con la cabeza.
—No te preocupes. Caleb espera abajo por mí. Mañana te
lo presento. —Me acerqué un poco a él para despedirme—.
Gracias por escucharme y no olvides todo lo que dije. —Lo
abracé y después susurré—: He confiado en ti, sé que no me
fallarás y también sé que no me equivoco al hacerlo. —Besé
su mejilla—. Aunque ahora seas un imbécil rompecorazones
—agregué y sonrió, no fue una gran sonrisa, pero sí sincera
—. Alice, fue un gusto conocerte —expresé al pasar cerca de
ella. Yo no le agradaba y no podía disimularlo—, así no
puedas decir lo mismo de mí —señalé y sonreí.
Ella se mordió el labio para esconder la diversión que le
causó mi comentario, y mi empatía me hizo sentirme
aliviada de que dejara de verme como una amenaza así
fuera por unos segundos.
«Pero después de ese acercamiento con Elliot, sí eras una
amenaza para cualquier chica que quisiera ir en serio con
él».
No, pequeña arpía. No era amenaza para nadie en ese
sentido.

Exhalé un suspiro, agotada mentalmente, queriendo


gritar, deseando irme del país y regresar al único lugar
donde de verdad me sentía amada y que me necesitaban.
Pero no podía fallarle a Eleanor ni a Myles. Había vuelto por
ellos y es todo en lo que debía enfocarme.
Los días iban pasando con lentitud, lo que aumentaba
más mi estrés y despertaba de sobremanera mi instinto
asesino. Ir al cuartel se había convertido en mi castigo con
Tess actuando como si observara a un pedazo de mierda, y
a Jane siendo muy dura siempre que nos acompañaba. Y así
tratara de ignorarlas e hiciera acopio de toda mi frialdad
para que no me afectara, me resultaba imposible porque
ellas me importaban.
—Tengo que decirlo.
—Te arriesgarás a perder algo que te hace sentir orgulloso
si me llegas a cabrear —le advertí a Caleb y se encogió de
hombros.
—Te desconozco, linda. Tú nunca has permitido que te
falten al respeto de esta manera. Ni siquiera Maokko y Ronin
con su humor negro —dijo igual y respiré hondo, lento y
pesado, observando por donde Tess acababa de irse.
Kontos y Makris habían llegado para una reunión en la
que detallábamos algunos temas a tocar en la fiesta del
senador Gibson. Dylan los había llevado al laboratorio
tecnológico, donde Evan les haría entrega de unos
localizadores nuevos que acababa de terminar de
desarrollar junto a Connor.
—Y no me digas que la entiendes, porque yo lo hago, pero
también te entiendo a ti.
—Tú sabes cosas que ella y Jane desconocen, Caleb —le
recordé.
—Ya, pero lo personal es una cosa y el trabajo otra. Las
organizaciones, sobre todo. Y le guste a esa pelirroja o no,
tú eres una líder mientras ella solo se encuentra cubriendo
el puesto de su padre. Así que al menos debería respetar
eso.
—Pero qué dices —inquirí, riendo con ironía—. Tess no
lleva el apellido[7] de adorno, Caleb. Y si fue amable y
considerada conmigo cuando recién nos conocimos, es solo
porque no le había hecho nada que la lastimara.
—Pues no sé tú, pero de alguna manera esa tipa tendrá
que aprender a respetarte como jefa, aunque te deteste
como persona.
No le dije nada, solo negué con la cabeza y me concentré
en revisar los documentos que tenía sobre la mesa. Esa
tarde fui a acompañar a Eleanor al hospital, sin noticias
alentadoras aún. Myles seguía en un coma inducido debido
a que recibió múltiples disparos que comprometieron
algunos de sus órganos, por lo que las operaciones que
tuvieron que hacerle fueron delicadas.
Por las noches íbamos a Grig, ya que era el club en donde
se cerraban grandes tratos o se mantenían reuniones que
ayudaban a conservar a los aliados. Conocí a varios socios
nuevos y tuve la oportunidad de conversar formalmente con
Caron Patterson y Glenn Youngkin. El primero, por supuesto,
no desaprovechó su oportunidad de tontear conmigo,
aunque sutilmente esa vez, lo que me llegó a parecer
divertido.
«A Elliot no le divertía como a ti».
Como si yo fuera a darle alas a Caron.
Y mi conciencia no se equivocaba. Palpé el cambio en
Elliot con Caron cuando el ojiazul notó que el sargento no
perdía la oportunidad de hacer comentarios perspicaces, los
cuales fácilmente podían pasar por bromas. Pero yo no les
daba importancia porque sabía cómo manejarlos sin dar pie
a más, y por lo mismo Caleb no se puso en plan de hermano
celoso, así que Elliot tampoco debía hacerlo. Además, las
cosas entre nosotros no estaban de maravilla. A pesar de
nuestra conversación y de lo que estuvo a punto de pasar
porque se lo permití, Elliot volvió a ser un tipo frío. Y no
podía decir si fue porque él también entendió que fue un
error que se detuvo antes de dañar más, o porque no le di la
oportunidad de tocar ese tema en las pocas conversaciones
que tuvimos.
Menos mal que Alice no se había unido más al grupo de
haters[8] que tenía en Richmond, pues con la actitud cabrona
que Elliot demostraba (aunque había mucha tensión entre
nosotros, y no de la del tipo malo), no le quedó dudas de
que lo que vio en la oficina noches atrás solo fue un error. Y
tenía mis sospechas sobre que ella se sentía atraída por él,
pero estaba su novio en el medio, una relación bastante
larga y seria según lo que Caleb investigó, lo cual le impedía
ir más allá de los reclamos injustificados con el ojiazul.
—¡Mierda, linda! ¿Siempre es así aquí? —Miré a Caleb al
no entenderlo—. ¿Primero la diversión y después los
negocios? —inquirió con fastidio.
—Ve a asegurarte de que la oficina esté libre y limpia —
pedí en lugar de responder su pregunta y bufó fastidiado
antes de obedecer.
Lo entendía. En La Orden éramos de acción y directo al
grano, así que se estaba desesperando porque en Grigori
las cosas habían cambiado más de lo que me agradaba
admitir. Y comprobaba con mis propios ojos que Dylan y
Tess tuvieron mucha razón al advertirme que Elliot se había
vuelto alguien demasiado distinto al que yo conocí. Estaba
descubriendo a un casanova empedernido e imán para las
mujeres, y cada vez que estábamos en Grig, lo veía con una
chica distinta. Por esa razón, mandé a que Caleb se
asegurara de que la oficina se encontrara vacía porque el
maldito ojiazul la ocupaba como su cuarto de diversión. Y
cuando las mujeres salían de allí, llevaban una enorme
sonrisa en el rostro que solo me provocaba ganas de
borrárselas de una bofetada.
«Pareces celosa, Colega».
Más bien asqueada.
«O envidiosa porque no eras tú a la que ese ojiazul la
dejaba con una sonrisota».
¡Jesús! Como si necesitara que un hombre me pusiera una
en el rostro.
«Sí lo necesitabas».
¡Ugh!
No estaba ni celosa ni envidiosa. Asqueada, sí y mucho,
porque yo había conocido a un chico caballeroso y
respetuoso. No a un fuck boy idiota que le importaba más
follar que cuidar lo importante en la organización. Eso me
enervaba.
—¿Has olvidado nuestra conversación? —inquirí cuando
llegué a su privado y ni siquiera me molesté en esconder mi
tono molesto.
—¡Joder! Creí que todavía faltaba para eso —respondió,
pero no apartó a la chica que tenía en su regazo.
—Tengo veinte minutos esperándote, Elliot. No me sigas
faltando al respeto de esta manera —advertí y la tipa sobre
él me miró con odio. La observé de la misma manera.
—¡Hey! Relájate —exclamó él y lo miré gélida.
—Te doy cinco minutos para que despaches a tu… amiga
y llegues a la oficina —determiné, harta de su actitud—.
Pásate un segundo más y vendré a traerte de las pelotas y
créeme, no sentirás placer en ello —advertí y me di la
vuelta sin esperar respuesta de su parte.
A la chica en su regazo pude parecerle una posible
conquista de ese cabrón, que acababa de encontrarlo con
las manos en la masa, o incluso una novia a la que le
encantaba ser el hazmerreír de tipas como ellas por
soportar a imbéciles infieles como él. Y, siendo sincera, no
me importaba su opinión. Lo único que me interesaba era
que Elliot comprendiera cuánto la estaba cagando en la
organización con su actitud, porque así entendiera que con
la cuestión de Myles era distinto, ya que se encargaba de
ayudarle a Tess en lo necesario (y eso posiblemente lo
estresaba), yendo al club a dárselas de donjuán para
relajarse, solo conseguía que fuera un franco vulnerable
para nuestros enemigos.
Y si lo que pretendía con eso era que yo me diera cuenta
de mi error al quererme ir del país en cuanto todo
terminara, dejando de nuevo mis negocios y la sede de
California en sus manos, pues iba por buen camino.
Era consciente de que no le agradó darse cuenta de mis
planes en cuanto supo que me iría al recuperarse Myles. Y,
al analizarlo, comprendí que era por eso por lo que volvió a
ser frío conmigo. Supuse que imaginó que cuando lo invité a
acompañarme a Italia, fue con la intención de que volvería
con él a Estados Unidos. Y darse cuenta de lo contrario le
sentó mal. No obstante, tenía que aprender a dejar lo
personal de lado y concentrarse en el baile al que accedió
acompañarme junto a Caleb. La gala sería dentro de siete
días, y con Elliot no habíamos terminado de cuadrar todo,
porque al imbécil le dio por ser el gran ausente de las
reuniones, con la excusa de acompañar a Eleanor mientras
Tess se ocupaba de desempeñar el papel de su padre.
—¡Dios! —exclamé con queja al llegar a la barra donde
Alice se encargaba de preparar los tragos para los clientes
—. Dame lo más fuerte que tengas —pedí, recargando los
codos sobre el granito y luego me apreté las sienes con los
dedos índices y medios—. Y que sea doble —añadí al verla
servir un licor marrón en un vaso corto.
No era una fanática de la bebida y el sake que había
ingerido en Japón no contaba, ya que beberlo era más una
tradición, aunque si era sincera conmigo misma, me ayudó
a ser más tolerante con el licor. El punto al que quería llegar
era que trataba de evitar el consumo de bebidas
alcohólicas, pero la situación actual de mi vida me estaba
llevando a querer tragarme de una buena vez toda la
reserva del club. Y según cómo habían ido las cosas, pronto
necesitaría algo más fuerte.
—Luces como si acabaran de darte un puñetazo en el
estómago y te hicieron perder todo el aire de los pulmones
—comentó Alice luego de entregarme el trago doble con un
par de cubos de hielo, y que lo bebiera sin parar hasta que
solo quedó el hielo tintineando en el vacío.
Ni siquiera me entretuve en olerlo para asegurarme de
que ella no le hubiese puesto nada adicional, así de mal me
encontraba; tanto, que me estaba aproximando más al
descuido imperdonable.
—Créeme que ahora mismo prefiero eso —bufé y arrugó
la nariz, imaginando esa sensación agonizante que se sentía
al perder la reserva de aire en el tórax—. ¿Tienes algo más
fuerte que me haga olvidar hasta de cómo me llamo? —
Intenté bromear—. ¿O que me haga volar al infinito y me
lleve a lugares donde, en realidad, es imposible estar? —
Ante lo último le dejé entrever un poco de tristeza.
Ella me miró con empatía.
—Tengo algo en mi arsenal de Harry Potter —respondió y
sonreí porque me siguiera la broma—. Incluso para mí es un
poco difícil de conseguirla, pero si tanto la necesitas, podría
intentarlo. Se llama Piedra filosofal y sí, la protege un
monstruo de tres cabezas —prosiguió y solté una carcajada
—. Te da un viaje a lo imposible garantizado, aunque eso la
hace peligrosamente adictiva. —Borré el gesto divertido de
mi rostro y la miré interesada al darme cuenta de que
estaba hablando en serio—. Exacto, Isabella, no te estoy
hablando del libro —confirmó al ver mi reacción.
Estuve a punto de decirle algo, pero Elliot nos
interrumpió.
—¿De qué libro hablas? —le preguntó a Alice e imaginé
que no escuchó todo y, lo poco que alcanzó a oír, no lo hizo
ni bien.
—Se llama: consejos de cómo meter en cintura a idiotas
—bufé antes de que ella respondiera porque vi que se
asustó—. Aunque de momento tus pelotas están a salvo.
Vamos a la oficina. —El rostro de Alice se volvió un poema al
escucharme y ver la cara de Elliot por mi respuesta.
Casi me reí de ello.
—Lo que sea —murmuró él, restándole importancia y
comenzó a ir hacia la oficina sin esperarme.
Se encontró con Caleb en el camino y vi al rubio medio
sonreír irónico. Menos mal Elliot lo ignoró. Me sentí como la
mamá de dos adolescentes luchando por quién era más
cabrón y rodé los ojos.
—Hablamos después de tu libro. —Me despedí de Alice
con esas palabras y no esperé su respuesta.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó Caleb en cuanto
estuvimos cerca y negué con la cabeza.
—Te aseguro que no querrás estar en el medio de esta
conversación —satiricé y él rio.
Por supuesto que quería estar, era un maldito chismoso,
pero lo dejaría con las ganas de alimentar su
entretenimiento esa vez.
Respiré hondo al continuar con mi camino y me preparé
mentalmente para esa conversación, decidiendo omitir mis
reclamos hacia Elliot por cómo estaba llevando su vida en
cuanto entré a la oficina y lo vi sentado en la silla detrás del
escritorio con rostro de aburrimiento. Y la tristeza me
embargó porque, aunque ya era un hombre de veinticinco
años capaz de decidir cómo quería vivir, sabía que yo influí
mucho en que se convirtiera en una versión muy alejada de
quien en su momento fue mi ángel ojiazul. Y entendía que
su familia y los chicos siempre vieron en él a otro hijo de
puta igual que mi Tinieblo, pero incluso ellos notaban ese
cambio deplorable en el chico.
—Antes de que me reclames por querer relajarme con esa
chica, tienes que saber que esta tarde estuve con Caron y
su equipo. Ya hemos trazado todo el plan para cubrir las
áreas en las que Grigori no puede interferir según las
indicaciones de Tess y Dylan —comenzó a explicar cuando
me senté frente a él.
—Tú y Caleb usarán trajes iguales, incluidas las máscaras
—expliqué, apreciando que fuera él quien abriera la
conversación.
Añadí además que Dom y Max entrarían como invitados,
junto a otros Grigoris de confianza enviados en
representación de Perseo y Bartholome, pues de los líderes,
solo yo estaría en la gala, confiando en que los Vigilantes
todavía no tenían idea de que había vuelto al país, puesto
que Caleb se encargó de cada detalle para mantenerlo en
secreto.
—¿Se llevará acabo la reunión? —preguntó con interés.
—Dylan no estaba de acuerdo, pero tras la explicación de
Caleb, entró en razón. Suena arriesgado, sin embargo,
nuestros enemigos no pueden imaginar que, por primera
vez, nos reuniremos en sus narices para evitar emboscadas
—expliqué.
Era un plan riesgoso que ya habíamos implementado con
La Orden del Silencio y que, por fortuna, resultó exitoso. Por
esa razón, habíamos deliberado con los demás miembros de
Grigori reunirnos con el senador Daniel Gibson y otros
aliados durante la recepción, para hablar sobre las medidas
que implementaríamos en contra de nuestros enemigos,
para combatir las atrocidades que estaban llevando a cabo
con más descaro, convirtiendo al país en un campo de juego
muy sangriento. Debíamos aprovechar la oportunidad de
estar todos reunidos, tanto malos como buenos, en tierra
neutral por esa noche.
Entre toda nuestra charla, hubo un momento en el que no
pude evitar pensar en aquella fiesta en Inferno años atrás,
cuando asistí por primera vez con Elijah a mi lado. Junto a
los recuerdos, llegó uno mágico y único, el que se mantenía
en mis sueños más preciados para ahuyentar las pesadillas:
nuestro baile. A pesar de eso, apologize era una canción
que no había vuelto a escuchar estando despierta, en todo
ese tiempo, para no torturarme; aunque en ese instante, la
melodía se reprodujo en mi cabeza como una cruel y
hermosa tortura. Por instinto, apreté el relicario entre mi
mano, inhalando pausado y hondo. Allí mantenía la foto que
nos enfocaba a ambos, una imagen que nos inmortalizó
para siempre y que trascendería por años.
—¡Joder! Con esa cara de ilusión haces que me emocione
por asistir a esa fiesta —refunfuñó Elliot, sacándome de mis
pensamientos—. Disimula un poco. —La molestia en su voz
retumbó en mi pecho.
—¿Disimular qué?
Rio sarcástico antes de responder.
—Que lo quieres a él en mi lugar. Que detestas que sea yo
quien estará a tu lado —espetó y me tensé. Dejé de tomar
el relicario y agarré el apoyabrazos de la silla en un intento
por refrenar todo lo que quería hacer, aunque no podría
detener lo que deseaba decirle.
«Y aquí vamos de nuevo».
—¡Dios! Controla la manera en la que bebes licor, porque
ya te está quemando las pocas neuronas que te siguen
funcionando —recomendé, sacando a colación su
comportamiento porque me dio pie para hacerlo.
Bufó incrédulo y miró hacia otro lado.
—Te morías de ganas por sacar este tema, ¿cierto? —
replicó, refiriéndose a mi recomendación.
—¿Quieres que sea sincera? ¿O evito que discutas más
conmigo?
—Quiero que dejes de actuar como una maldita insensible
a la que le importo una mierda —espetó perdiendo el
control y fue mi turno de reír.
—¿Acaso yo soy la que trata con la punta del zapato? ¿Yo
soy la que te deja de lado por irme a follar con cuanto
fulano se me pone enfrente? ¿Yo soy la que te evito? —Mi
corazón se aceleró al decir cada palabra.
—¡No! ¡Tú eres la que volvió porque se vio obligada, no
porque le importamos! ¡La que puso una barrera irrompible
con las personas que la aman! ¡La que nos ve como a unos
jodidos perdedores solo porque superaste tu mierda,
mientras nosotros estamos hundidos en la nuestra!
—¡¿Pero qué demonios dices?! —pregunté sobresaltada y
me puse de pie en cuanto él hizo lo mismo—. ¡Tú sabes mis
razones para irme, Elliot! ¡Te lo confié esperando que me
comprendieras y ahora me sales con esto!
Lo vi acercarse a la puerta que llevaba a la pequeña
recámara y llevarse las manos a la cabeza, metiendo los
dedos entre las hebras de su cabello para masajear su cuero
cabelludo, como si así pudiera ordenar sus ideas y encontrar
las palabras adecuadas para hablarme.
—Saber tus razones me hace entender por qué te fuiste,
pero no es una justificación para que te convirtieras en una
mujer frívola con un corazón oscuro —reprochó—. Porque
tus enemigos lo pueden merecer, pero no nosotros. —Sus
ojos se pusieron rojos cuando me dijo eso y me dolió.
—No quiero ser así contigo ni con las chicas, pero actúo
en consecuencia a cómo me tratan, Elliot. Y a pesar de que
les pedí perdón, ni tú ni ellas ceden conmigo —reclamé,
sintiendo agujas en la garganta por el nudo que se me
formó.
—¿Crees que no nos duele que nos mientas? —preguntó
dolido.
—Omitir no es mentir.
—No dirías eso si estuvieras de nuestro lado. Y créeme
que duele igual. —Tragué con dificultad porque lo entendí—.
Toleré que me mintieras en el pasado, cuando aseguraste
que me seguías amando mientras te enamorabas de LuzBel,
simplemente por no hacerme sentir patético. Pero no
permitiré que lo sigas haciendo esta vez, porque a ese
imbécil que fui lo asesinaste el día que te marchaste.
Abrí los ojos con exageración porque no esperaba que me
saliera con eso. Y porque esa declaración me dolió más que
la anterior.
—Nunca te mentí en eso. —Me acerqué un poco a él—.
Siempre supe que te amaba, sin importar mi confusión con
Elijah. —Rio sin gracia y se alejó de mí al ver mi intención
de llegar más cerca suyo—. Y así solo pierda mi tiempo con
decirte esto, nunca dejé de amarte. Solo entendí que te
amo de una manera muy distinta a la que lo amé a él.
Me miró estupefacto en cuanto terminé de decirle eso, no
podía creerme ni entenderme, y comprendí su reacción.
Para mí también fue difícil llegar a esa conclusión, pero no
era mentira. Amaba a Elliot, y a diferencia de muchas otras
parejas (y sin importar lo que hizo con Amelia), fui capaz de
ver y admitir que él fue ese tipo de hombre por el que valía
la pena creer en los cuentos de hadas y en los guiones de
las películas románticas. Elliot me enseñó a amar como se
ama al primer amor, me llenó de ilusiones y cumplió todas
las expectativas que tuve de adolescente.
Pero fuimos víctimas del destino, que nos puso como
compañeros de viaje, por eso lo dañé cuando en mi camino
se cruzó mi verdadero amor, y es algo que lamentaría y con
lo que cargaría el resto de mi vida. Pues yo era parte de
esas pocas excepciones en las que no se podía quejar del
primer amor, porque en lugar de daño, Elliot Hamilton me
mostró la parte más bonita de amar sin egoísmo. Él fue y
siempre sería lo mejor que me había sucedido antes de
pisar Richmond cuatro años atrás.
No lo amaba ni como hombre ni hermano ni amigo,
menos como familia. Lo amaba de una manera única y pura.
Pero Elliot me miró sin creer lo que le decía.
—¡Mentirosa! —espetó con dolor. Se acercó a mí y me
tomó con fuerza del brazo—. Fría, oscura, hipócrita y
mentirosa. No me amas, ya no me engañas —soltó con ira y
me mordí el labio—. Mejor acepta que has deseado que
hubiera sido yo el que se hizo pedazos aquel día.
Ni siquiera pensé antes de alzar el brazo que tenía libre, y
planté la palma de mi mano en su mejilla, girándole el
rostro de una bofetada que esperaba que le ordenara los
malditos pensamientos.
—Maldito imbécil —dije entre dientes, llorando.
Lo tomé del cuello de la camisa y lo empujé hacia atrás,
cegada por el dolor que me provocó sus palabras. Volví a
tomarlo con violencia y deseé zarandearlo.
—Puedo entender que odies la situación que estamos
pasando, incluso comprendo que me creas una maldita
perra fría, pero nunca, Elliot… —Jadeé cuando el sollozo me
atragantó—. Nunca vuelvas a poner palabras en mi boca
solo porque no entiendes la manera en la que te amo, ya
que, si hubieras sido tú esa vez, el resultado habría sido el
mismo.
Lo solté haciendo que se recargara en el escritorio con
brusquedad y fruncí el rostro con más dolor mientras dejaba
salir las lágrimas. Me miró un poco asustado, con la
respiración acelerada por mi reacción. Yo, en cambio, quise
odiarlo por poner imágenes tan crueles en mi cabeza,
incluso cuando él mismo experimentó lo mucho que me
destrozaba recordar ese día.
—No habría sido lo mismo, porque él era el amor de tu
vida. Y así te doliera mi muerte, estarías a su lado. Y yo me
habría evitado vivir este infierno. —Su voz fue oscura al
pronunciar cada palabra y me rompí.
Comencé a llorar sin control, sintiendo un dolor en el
pecho que me apretaba y cortaba la respiración, subiendo a
mi garganta un nudo más grande que me provocaría
arcadas en cualquier momento.
—Isa…
—¡Agr! —grité, cogiendo un vaso de la licorera cercana y
lo lancé a la pared.
El sonido del cristal quebrándose fue estrepitoso y me
alivió que acallara el de mi corazón rompiéndose, así que
tomé otro y volví a lanzarlo. Gritando cada vez más fuerte,
tirando todo lo que estaba a mi paso, descargando mi furia
y dolor acumulado por todo lo que estuve experimentando
desde que volví. A lo lejos, escuché que abrieron la puerta y
gritaron mi nombre, pero no reconocí la voz ni hice caso,
seguí descargando mi frustración con lo material, sintiendo
a la vez un sabor metálico en la boca.
—¡Ya, Isabella! —exigió Elliot llegando a mí y tomándome
de los brazos antes de que lanzara la botella de licor.
Me había cortado la mano izquierda en mi arrebato y
manché la botella con mi sangre, pero no me importó.
—¡Jamás te habría preferido por encima de Elijah! —grité
y no reconocí mi voz.
—¡Linda, cálmate! —pidió Caleb a lo lejos y lo ignoré.
—¡Por mucho que lo ame, nunca te hubiera puesto en su
lugar! —continué diciéndole a Elliot y me zafé de su agarre,
tirando la botella a sus pies—. Y si crees que lo tuyo ha sido
un infierno, entonces no sé qué carajos he vivido yo, cuando
cada maldito día tengo que darle gracias al cielo, entre
lágrimas de sangre, porque a pesar de que él no vivió, tú sí.
¡Tú sí, hijo de puta egoísta! Así que piensa antes de decir
otra estupidez como esa. Porque entonces te juro que yo
misma te mataré.
Y tras decirle esas palabras, me limpié la sangre que salía
de la palma de mi mano en su camisa para sellarle ese
juramento.
Capítulo 6
Lindo infierno

Desconocía si el espectáculo que había montado con Elliot


llegó más allá de ese pasillo en el que se encontraba la
oficina. De lo único que me percaté fue de que Caleb me
siguió y le ordenó a Max y a Dom que detuvieran a Elliot en
cuanto este quiso seguirme.
—¡Oh, mi Dios! ¿Pero qué te ha pasado? —exclamó Alice
al verme, iba saliendo de lo que parecía ser el almacén de
bebidas, ya que noté tres botellas entre sus brazos.
—Aléjate de ella —exigió Caleb.
La rubia lo ignoró y, antes de que él la detuviera, lo hizo
cargar las botellas que ella llevaba.
—No seas idiota, necesita ayuda.
—No, solo necesito irme de aquí —hablé yo con la voz
oscurecida.
—Lo harás, pero antes déjame desinfectarte la mano y
ponerte algo para que dejes de sangrar, por favor —suplicó.
Tiró de mi brazo hacia dentro del almacén del que había
salido antes de que volviera a negarme, pero se lo permití
porque el cansancio y la decepción de esa discusión que
acababa de tener me tenía al borde del colapso. Entre la
bruma, escuché a Alice pidiéndole a Caleb que cuidara la
puerta para que nadie entrara, y de verdad tuve que haber
lucido como una mierda para que mi amigo cediera.
Alice me hizo sentarme sobre unas cajas de madera que
se encontraban apiladas en un rincón y la vi moverse hasta
el botiquín de primeros auxilios. En mi cabeza se seguía
reproduciendo todo lo que me dije con Elliot y, aunque las
lágrimas ya habían cesado, los ojos volvieron a arderme con
la necesidad de que más brotaran, pero las reprimí.
«No más, Isabella», me reproché mentalmente.
—Háblame de esa piedra. —Mi voz seguía ronca.
Alice me miró insegura en cuanto llegó de nuevo a mí y
puso el botiquín en otra pila de cajas a mi lado. Sacó alcohol
y gasas.
—Es un alucinógeno —musitó con temor, viendo hacia la
puerta. Caleb había cerrado, pero estaba segura de que no
se movería de ahí—. Se ha puesto de moda por estos
rumbos, aunque a veces parece que solo es un mito por lo
difícil que es conseguirla. Sin embargo, algunas personas
que la han consumido aseguran que ha sido su mejor
escape, pues los ha transportado a mundos inimaginables.
Coinciden también que es más adictiva que otras drogas y,
por lo tanto, más peligrosa.
Tragué al sentir la garganta seca y el corazón se me
aceleró más por lo que estaba pensando. Jamás había
consumido drogas de ningún tipo (al menos no por
voluntad), no lo hice ni siquiera en la etapa más deplorable
de mi vida, aunque cometí una tontería peor. El punto era
que, de nuevo, me sentía en mi límite de quiebre y
necesitaba algo que me ayudara a sobrellevarlo, un escape
así fuera instantáneo; y no me encontraba considerando
nada inteligente, de hecho, era otro tipo de suicidio más
lento.
«No habías resurgido de aquel pozo profundo solo para
meterte en otro, Isabella».
Sacudí la cabeza ante la advertencia de mi conciencia.
—¿Lo has consumido?
«¡Me cago en la puta, Colega!»
—Una vez —admitió Alice.
Había echado alcohol en mi herida y limpiado con las
gasas, pero ni siquiera me quejé porque mi rabia me tenía
sedada.
—¿Te han dado ganas de volver a probarla? —pregunté.
Ella alzó la mirada, pausando el movimiento que hacía con
sus manos al envolver mi palma con un vendaje, la herida
en mi palma era superficial.
—La probé por curiosidad. Y sí, se sintió bien… ¡Carajo!
Más que bien para ser sincera, pero no he querido volver a
ingerirla. —Le creí.
Y, aunque sabía que las personas éramos distintas y cada
uno reaccionaba diferente a las drogas o a las bebidas
alcohólicas, pensé que, si para ella solo fue diversión, para
mí también.
«¡Dios! Tú misma lo habías dicho, ella lo hizo por
diversión. Tú, en cambio, querías un escape; y para ser
sinceras, no se podía escapar de nada de lo que acontecía
en tu vida. Y por lo mismo eras más propensa a desarrollar
una adicción».
Ignoré esa vocecita chillante en mi cabeza, a la que le
había dado por ser cuerda en esos momentos. Y no lo
necesitaba.
—Consígueme un poco —pedí tomándola por sorpresa.
—¿Estás segura? —preguntó mientras ponía esparadrapo
sobre el vendaje en mi palma.
—Quiero probarlo. Ya sabes, como una escapada de fin de
semana para relajarme. —Fingí tranquilidad y hasta
diversión para que ella no se negara, creyendo que en mi
estado sería fácil que desarrollara adicción.
«Es que era fácil, Isabella».
¡Jesús! Relájate, que solo sería una vez.
«Dijo el que ahora es adicto».
Evité rodar los ojos ante el susurro para que Alice no
creyera que ya estaba loca sin necesidad de droga en mi
sistema.
—No será fácil, y posiblemente tampoco rápido —advirtió
y sentí como si estuviera probándome.
—Ya, no me urge. Así que solo avísame cuando la tengas.
—No le mentí en eso.
Sí, me sentía cansada, decepcionada y desesperada. Pero
tampoco era como si no lo fuera a soportar. Quería probar
esa piedra por curiosidad, solo una vez, para recordar lo que
era respirar libre y disfrutar de los pequeños detalles.
—Bien, dame tu móvil —pidió y la vi un poco más
tranquila, como si mi respuesta le hubiera demostrado que
no corría ningún peligro.
«Otra ilusa como tú».
—¿Para qué? —inquirí recelosa y ella rodó los ojos.
—Para marcar a mi móvil desde él. ¿O cómo prefieres que
te avise que he conseguido esa piedra? ¿Te mando un
recado con Elliot, o con Caleb?
—¡Carajo! No te pongas chistosa —ironicé, sacando el
móvil del bolsillo trasero de mi jean y se lo entregué.
Sonrió tomándolo y luego movió los dedos sobre la
pantalla táctil. Su móvil emitió una leve vibración y lo sacó
también del bolsillo trasero de su short de mezclilla.
—En cuanto la tenga te invitaré a una fiesta solo de
chicas —explicó y sonreí triunfante.
«Felicidades. Acabas de conseguir una medalla como la
más idiota».
Prometo que tú también te divertirás conmigo.

Sentía un dolor punzante en la parte de atrás de mi


cabeza, justo llegando a la nuca. Abrir los ojos me supuso
un enorme esfuerzo y en cuanto lo conseguí, deseé volver a
cerrarlos y perder la consciencia. Nada había sido una
pesadilla, sucedió de verdad, como si lo que ya estaba
viviendo esa noche no hubiera sido doloroso, pero la vida
decidió darme un golpe en la cabeza a la vez que me dijo:
«claro que puede ser peor, muchacha. Y voy a
demostrártelo para que nunca me subestimes de nuevo.
Para que aprendas lo que es tener una noche de mierda».
Pero esa no era una noche de mierda, sino más bien el
principio de mi infierno.
Gemí ante una nueva punzada en mi cabeza. Era como si
alguien estuviera jugando con un interruptor de dolor,
apagándolo y encendiéndolo a su antojo solo para ver hasta
cuánto podía soportar. Me tenían con los brazos colgados de
unas cadenas en el techo. En los tobillos me amarraron unas
cuerdas y estas, a su vez, las aseguraron en unos postes de
hierro a los lados para que quedara más expuesta.
El lugar donde nos encontrábamos era lúgubre, tétrico;
parecía como el set de grabación de una película de terror.
En cuanto nos atraparon con las chicas y sacaron de la
carretera en donde me emboscaron con Dylan, nos habían
metido a un camión para transportar mariscos, por lo que el
frío en la enorme nevera era intenso y el hedor nos hizo
sentir a la muerte de cerca. Al llegar a donde sea que nos
llevaron, nos inyectaron un sedante y cuando despertamos,
lo hicimos en otro congelador más grande.
Nos sacaron de allí solo cuando notaron que estábamos a
punto de entrar en hipotermia, pero a donde nos
trasladaron no era mejor. Al principio, se sintió como la
gloria porque necesitábamos calidez; sin embargo, una hora
más tarde nos sentíamos en el infierno, con llamas
fulgurantes por todos lados. Esto hacía que el calor se
sintiera aún más sofocante que en un sauna a máxima
temperatura.
Tess estaba amordazada y esposada a los barrotes de la
celda en la que nos habían metido, con las manos hacia
atrás. Elsa se encontraba cerca de mí y solo una de sus
muñecas fue aprisionada a las barras de hierro, por lo que
se pudo quitar el paño de la boca con el que quisieron
silenciarla. Sentí mi propia mordaza en cuanto quise
preguntarles cómo estaban, así que terminé gimiendo de
frustración y dolor. Las llamas se reflejaban en los charcos
del suelo y por la viscosidad y el hedor, intuí que no era
agua.
—Vaya suerte la mía —se quejó Elsa en un intento por
aminorar su propio miedo—. Voy a salvar tu culo y
terminamos aquí.
Quise reír por sus palabras irónicas, por el humor oscuro
de la vida, pero el intento dolió como el infierno. Habíamos
discutido en Elite, nos dijimos palabras hirientes, no
obstante, obligada por su juramento a Grigori o por la
amistad con los chicos, fue a mi rescate.
—¿Estás bien? —le preguntó a Tess. Ella asintió y me sentí
un poco aliviada—. ¿Y tú? —se dirigió a mí.
No lo estaba. Mis brazos dolían por estar suspendida del
techo soportando mi propio peso. Además, sabía que me
habían golpeado en la cabeza porque ese dolor no podía ser
normal. Los cambios bruscos entre la frialdad y el calor ya
estaban provocando un shock en mi sistema, pero no quería
quejarme para no darle paso a la debilidad. Así que asentí
también.
—Las zorras han despertado —dijo de repente una voz
grave que no reconocí. Las tres nos tensamos—. Llama a los
otros, la diversión va a comenzar —ordenó.
La sangre en mi torrente corrió como la lava de un volcán
en erupción. Sintiéndome furiosa y aterrada cuando tres
enormes hombres entraron a la celda, sus miradas me
provocaron pánico y asco; sus malas intenciones se
metieron por mis poros y sus sonrisas lascivas confirmaron
que esa vez no nos dañarían cambiándonos de temperatura,
tampoco con golpes. Miré a Tess al escucharla sollozar, la
chica valiente, sarcástica y arrogante había desaparecido y,
en su lugar, dejó a una pelirroja de ojos llorosos.
Quise gritarle que se calmara, decirle que todo estaría
bien, pero no podía por la mordaza y porque tampoco quería
mentirle. Además, yo también me estaba muriendo del
miedo, ya que la situación no auguraba nada bueno. Elsa,
para mi sorpresa, era la que aparentaba tranquilidad y
fortaleza, de seguro para que nosotras no termináramos
sucumbiendo. Miró a los hombres con burla y sonrió cínica.
No era lo más inteligente que podía hacer, aunque
admiraba que no estuviese cagándose del miedo al igual
que Tess y yo.
—A ver, zorritas, ¿con quién comenzáremos? —ironizó el
tipo que parecía ser el jefe del grupo.
Mis ojos se desorbitaron cuando vi que uno de los que lo
acompañaba se acercó a Tess y le acarició la mejilla, ella se
removió y gimió. Sabía que si no hubiese tenido la mordaza
habría soltado muchas maldiciones. Intentó alejarse del
tipo, pero al estar esposada le fue imposible. Mi corazón se
aceleró más en esos momentos y quise gritarle al malnacido
que la soltase; sin embargo, no pude.
—Voy a disfrutar mucho cuando LuzBel te atrape —soltó
Elsa con veneno—. Y mejor ruega que te maten antes de
que él te ponga las manos encima —aconsejó.
El otro tipo se acercó a ella y le hizo girar el rostro de una
bofetada. Cayó al suelo provocando un tirón brusco en su
brazo apresado y maldijo por el dolor. Me removí con
impotencia queriendo gritarles muchas cosas a esos
imbéciles, pero solo conseguí gemir.
—¡Ya, hijos de puta! —ordenó Derek, apareciendo como
un maldito espectro—. Necesito que ambas estén
conscientes para disfrutar del espectáculo. —Las tres lo
miramos con odio.
Mi miedo se convirtió en asco al tenerlo frente a mí.
En ese momento, no me miraba afligido como la última
vez que estuvimos frente a frente, cuando la vida de su
novia estaba en mis manos. Todo lo contrario, sus facciones
duras se habían convertido en demoniacas; y esos ojos azul
eléctrico eran la prueba de que un rayo estaba a punto de
golpearnos.
—Ah, lindo infierno, cómo voy a disfrutar de tu fuego —
susurró llegando a mí y mi cuerpo reaccionó con
repugnancia a sus palabras. Él era la prueba fehaciente de
que a veces lo más hermoso por fuera, también era igual de
podrido por dentro—. Le haré arrepentirse al gran Enoc por
haberse metido con Lucius y tomar algo que no le
pertenecía —sentenció y no comprendí a qué se refería.
Tampoco pude analizarlo, porque una de sus manos
comenzó a recorrer mi abdomen y el terror me embargó. Me
sentía débil, pero incluso así me removí intentando alejarme
de él sin conseguirlo.
—¡Suéltala, hijo de puta! —espetó Elsa, siendo la única
que podía hablar—. ¡Eres tan maricón que te vales de que
ella no puede defenderse para poner tus asquerosas manos
en su cuerpo! —Derek rio con burla al escucharla, su mano
siguió descendiendo, me removí de nuevo como una
serpiente para que no me tocara, pero era inútil.
Temía lo peor.
—Es irónico que vayas a tener el mismo final de Leah —
murmuró ignorando a Elsa y mencionando a mi madre—.
Pero tú vas a disfrutarlo, verás que sí —prometió y contuve
las lágrimas, sintiendo la bilis en mi garganta—. Y no te
pongas celosa, preciosa Elsa, porque tú también obtendrás
lo tuyo, vas a gozar lo inimaginable. Ese será mi regalo para
LuzBel. —Elsa palideció al escucharlo.
Pero yo lo hice más porque Derek volvió a concentrarse
en mí. Me cogió de la barbilla siendo delicado e intenté
apartarme, entonces fue brusco y enterró los dedos en la
carne de mis mejillas, obligándome a mirarlo a los ojos,
dejándome notar la lujuria que se los oscurecía. Sentía
placer en verme sufrir y más cuando me sacudí, no
consiguiendo nada porque los agarres en mis manos y pies
me lo impedían. Me tenía a su merced.
Gemí con horror. Tess me imitó. Elsa gritó con
desesperación para que no me tocara y los tipos en la celda
soltaron carcajadas siniestras.
—Mírame —musitó Derek bajando el tono, siendo
seductor. Negué con la cabeza, suplicándole con la mirada
que no me hiciera ese daño—. Ellas van a disfrutar de
vernos —aseguró con convicción y comenzó a arrastrar la
mano por mi cuello—. Tú. Vas. A. Disfrutarlo —parafraseó y,
en segundos, escuché a las chicas jadear incrédulas.
¡Dios mío! Eso no podía estar pasando.
Su mano bajó a mi pecho y luego a mi seno izquierdo, lo
masajeó y gemí cerrando los ojos, sintiendo un calor en mi
nuca que viajó por toda mi espalda y recorrió mis
terminaciones nerviosas hasta concentrarse en mi
entrepierna donde una pulsación me paralizó.
¡No, no, no, no!
Negué con la cabeza, abriendo los ojos de golpe y lo miré
con incredulidad y pánico, sintiendo las lágrimas quemando
detrás de mis párpados. Él alzó un lado de la curva de su
boca con malicia y con dos dedos apretó mi pezón,
observándome maravillado por lo que estaba haciéndome.
Lloré sintiendo una impotencia distinta, un terror
indescriptible y una confusión que hizo que mi cabeza se
sintiera pesada. Derek estaba llevando ese abuso a otro
nivel, coaccionando mi voluntad, manipulando mi libre
albedrío, despojándome de mi moralidad.
—He escuchado que el mejor sexo siempre te lo da la
mujer de tu peor enemigo —susurró en mi oído.
¿Qué me había hecho? ¿Por qué estaba reaccionando así?
¿Por qué las chicas gimieron de pronto como si estuvieran
excitadas por verme en esa situación? Mi corazón latió
desbocado y las lágrimas brotaron de mis ojos como
cascadas en cuanto bajó la mano a mi entrepierna y me
tocó de una forma tan indebida y aborrecible.
—Tú me darás el más grandioso sexo que pueda existir,
lindo infierno —aseguró y besó mi mejilla. Arrastró los
dientes por mi barbilla haciendo que mi piel se erizara y no
tuve la voluntad para apartarme. Eso me hizo llorar más
porque mi interior gritaba que no quería eso, pero mi
cerebro me hizo sentir otra cosa—. Porque eres la hija, y la
chica de dos de nuestros peores enemigos. Y después de
esta noche, te prometo que no podrás verlos a los ojos sin
recordar cuánto disfrutaste de mí.
Ahogué un grito y abrí los ojos, sentándome en un
santiamén sobre la cama. Mi corazón golpeaba fuerte en mi
pecho, al punto en que sentí un dolor agudo. El sudor
mojaba mi frente haciendo que el pelo se me pegara a ella y
las lágrimas aún corrían por mis mejillas. Las pesadillas
habían vuelto como mis fieles compañeras de las noches,
robándome la poca paz y el descanso. Preguntándome una
vez más, y sin entender, por qué pasó lo que pasó. Por qué
mi cuerpo decidió traicionarme de esa manera.
Aunque me habían explicado la razón, mi impotencia me
obligaba a no darle importancia, o no tomarlo en cuenta.
Salí de la cama yéndome directo al baño y en cuanto me
vi reflejada en el espejo, me quedé ahí por un rato,
reviviendo situaciones que me dañaban, analizando que, a
pesar de todo lo que hice, no podía superarlas por completo
y sabía que era gracias a que nunca logré decirlas en voz
alta, porque eso me hizo creer que le daría el poder a ese
imbécil sobre mí.
Aceptar que tuvo razón, coaccionada o no, era como
dejarlo vencer sobre mí.
Me metí en la ducha y tomé un baño de agua templada
para bajarme el calor del infierno de mis pesadillas; al salir
después de media hora y vestirme, comencé a caminar de
un lado a otro por toda la habitación, sintiendo la ansiedad
cobrando poder en mí. Y decidida a no ceder esa vez, me
cambié a unos leggins junto a un top deportivo y encima
añadí una sudadera con la que cubrí un tahalí en donde
enfundé varias dagas y shurikens.
«¿Por qué te daba por cometer locuras de madrugada?»
Técnicamente, basado en mi horario de Italia, ya era tarde
por la mañana.
«Grandioso».
Fui capaz de escuchar la ironía en la voz de mi conciencia
y me reí mientras miraba en mi móvil la reproducción de las
cámaras de seguridad que Caleb instaló fuera de la
habitación. Maldije al ver a Dom y a Max atentos, pero noté
en mi reloj que en cinco minutos los relevarían, así que me
preparé para mi escapada.
Y no, no lo hacía porque me encantaba jugar a la tonta,
era más bien porque al estar tan protegida después de
valerme por mi cuenta en Tokio, Italia y los demás países en
los que estuve, me hacía sentir inútil y agobiada, incluso
desesperada por todas las personas que, de milagro, me
dejaban ir sola al baño. Y todavía me era inaudito que, a
pesar de que supe cubrir mis pasos en otros continentes a
tal punto de ser libre, era volver a Estados Unidos (a
Richmond, sobre todo) y darme cuenta de que este sería el
único lugar en el que mi poder no alcanzaba ni para
sentirme tranquila de ir al Seven Eleven de la esquina.
«Odiaba ser consciente de que esos Vigilantes tenían más
poder del que me atrevía a admitir».
Yo también, Colega.
Me coloqué una gorra negra, igual que el color de toda mi
ropa y zapatos deportivos, y salí siendo sigilosa en el
momento que Dom y Max caminaron hacia el ascensor para
su relevo. Todo mi piso era seguro, así que se confiaron sin
tener idea de que yo seguía siendo mi propio peligro. Corrí
por las escaleras de emergencia que, aunque las odiara,
eran mi único método de escapada, y cuando estuve fuera
del hotel, respiré profundo el aire húmedo y cálido del
verano. La sudadera no era lo mejor para el clima, pero sí
para esconder mis armas.
Miré mi reloj antes de comenzar un trote suave,
calculando que tendría que estar de regreso en un par de
horas para el siguiente relevo y que así no se enteraran que
salí.
Apenas eran las tres de la madrugada.
«La hora del diablo, mi querida idiota».
Me reí ante los tontos comentarios de mi conciencia y
luego me coloqué la capucha de la sudadera sobre la gorra
y empecé a trotar sin rumbo, dispuesta a vaciar mis
pulmones de aire para llenarlos de nuevo y que así le
llegara diferente oxígeno a mi cerebro. Necesitaba el
cansancio para poner en tranquilidad mi mente, debía
volver a ser como el océano que, aunque encima se
mantenía en constante movimiento, en lo profundo era
calma total.
En cuanto el aire comenzó a faltarme después de varias
millas sin parar de trotar, decidí llamarle a Maokko sabiendo
que en Italia ya eran las nueve y treinta de la mañana, y de
seguro ella ya había finalizado la clase de artes marciales.
La escuché agitada cuando me respondió, aunque también
emocionada de volver a saber de mí. Rodé los ojos porque
le llamaba a diario, pero según su defensa, solo lo hacía
para saber de su misión, incluso así terminó hablándome de
eso, por su cuenta esa vez, y yo me encargué de decirle a
medias por lo que estaba pasando.
—Necesito que folles —me riñó hablando en japonés y
rodé los ojos—. Consíguete un estadounidense que te dé
hasta por los oídos. Y si es moreno, mejor.
—¿Por qué tienes que decirme eso siempre? —objeté—. Y
cuida tus palabras, porque eso último muchas personas no
se lo tomarían a bien.
—Isa, llevas sin meterte una polla en muchos años.
¿Siquiera te masturbas?
—Que te jodan —espeté.
Alcancé a escuchar un «tú lo necesitas más que yo» antes
de colgar y negué con la cabeza a la vez que me reía.
«Esa loca asiática te daba buenos consejos».
—Fabuloso —murmuré en voz alta para mi conciencia.
Maokko muchas veces me hacía creer que era la
reencarnación de mi perra conciencia, ya que siempre
coincidían con sus consejos. Seguí mi camino sin rumbo tras
esa llamada, hasta adentrarme en un parque que estaba
rodeado de árboles, aunque bien iluminado, y estuve atenta
a mi alrededor, alertándome cuando fui capaz de
percatarme de algunas sombras moviéndose rápido. Troté
haciéndome la tonta, pero saqué una daga y cogí otro
camino en cuanto el mal presentimiento se asentó en mi
pecho.
«¡Viste! La hora del diablo, Colega».
No era momento para tus burlas.
«No ibas a decir que eran burlas cuando se te apareciera
un demonio».
Chasqueé con la lengua y apresuré mi trote, saliendo del
parque hacia la calle. Los coches ya recorrían las carreteras
secundarias de la ciudad y, en ese momento, me sentaba
mejor estar a la vista pública. Dejé de sentir las sombras a
mi alrededor y, en cuanto me alejé, decidí meterme en el
callejón oscuro entre dos edificios para vigilar desde ahí de
qué se trataba, aunque justo al doblar la esquina de uno de
los edificios, impacté con algo duro y caí al suelo.
«No me jodas, Isa».
Gruñí de dolor cuando la sensación recorrió desde mi
trasero hasta mi columna vertebral.
—¡Mierda! —espeté, y con agilidad me puse de pie,
alzando la navaja e irguiendo mi cuerpo, preparándome
para cualquier ataque.
—¡¿Isabella?! —La voz robotizada de Sombra me hizo
retroceder. No pude verlo bien porque la oscuridad le
favorecía, a pesar de que a lo lejos unas farolas nos
iluminaban suavemente—. ¿Qué haces aquí? —preguntó y
el aparato que le cambiaba la voz me dejó sentir su
sorpresa.
«¡Já! Te dije que te toparías con un demonio».
—¡¿Pero qué carajos?! ¡¿Me estás siguiendo?! —espeté y
me cogió de la muñeca.
Tiró de mi cuerpo más hacia la oscuridad y estuve lista
para alzar la navaja y defenderme. Sin embargo, por más
estúpido que pareciera, no sentí ninguna amenaza de su
parte.
—¿Qué demonios haces aquí? —inquirió de nuevo y sentí
la molestia en su voz.
—¿Qué te importa? —inquirí y permití que bajara mi
muñeca, dejando de ser una amenaza para él—. Mejor
responde por qué carajos me sigues.
—Aunque me vuelvas loco, no te seguía —admitió y alcé
una ceja a pesar de que no me veía, o al menos eso creí.
Tenía puesta la capucha de su sudadera y eso cubría más su
identidad—. Sin embargo, este encuentro me hace pensar
en que definitivamente tú naciste para desestabilizar mi
tranquilidad —aseguró y solté una risa sarcástica—. Tú y yo
somos como una catástrofe a punto de suceder, sin
importar que lo queramos o no. O quienes se interpongan —
añadió.
Me reí de manera deliberada y negué con la cabeza.
«Eso fue poético».
Más bien estúpido. Le reñí a mi conciencia.
—Déjate de tonterías y mejor dime qué haces aquí, si es
que de verdad no me seguías —exigí saber.
Aunque no respondió porque el sonido de personas
corriendo se escuchó cerca y, de nuevo, me alerté, ya que
eso me hizo asegurar que alguien me estaba siguiendo.
—Es hora de irnos, Pequeña.
No me dio tiempo a objetar nada, me tomó de la mano sin
pedir permiso y comenzó a correr llevándome con él. Lo
seguí sin rechistar porque estaba segura de que había
alguien detrás de mis pasos y no me quedaría a esperarlos,
incluso cuando Sombra seguía representando un peligro
para mí. Aunque esperaba que, al menos, fuera uno con el
que pudiera lidiar.
—¡Vamos, nena! No es momento para ralentizar el paso —
me recordó en cuanto dejé de correr y opté por trotar.
Habíamos avanzado con rapidez un buen tramo y
después de mi larga rutina desde el hotel hasta donde nos
encontrábamos, mis pulmones comenzaron a protestar,
suplicando por un poco de aire. Me zafé de su agarre, ya
que no dejó mi mano desde que la tomó y agradecí que
llevara guantes para que no sintiera el sudor en ellas.
Retraje la daga dentro del mango y me la guardé en uno de
los bolsillos laterales de la sudadera.
—No me llames así —pedí entre jadeos.
—Joder, necesitas más cardio si te has cansado en este
tramo tan corto. Parece que acabaras de emerger de lo más
profundo del océano.
—Serás idiota —bufé, tomando bocanadas de aire sin que
me satisficieran.
Nos encontrábamos en una zona con más luz, aunque era
tenue y de un tono amarillento. Sin embargo, pude ver que
usaba máscara: era negra por completo, y contando con
que era de madrugada y estaba muy oscuro, además de
que la situación mundial nos acostumbró a escondernos
desde la nariz hasta el cuello, sabía que a nadie le
extrañaría ver a un tipo enmascarado sin pensar en que
podía ser un malhechor.
—Me están dando ganas de darte aire de boca a boca
para que consigas llenarte los pulmones. —Maldije por lo
bajo al escucharlo y traté de no reír, ya que eso sí me causó
gracia.
—Eso… no terminará bien para ti —advertí entre jadeos.
—Bien, ya respiraste. Ahora es momento de seguir porque
esos imbéciles nos descubrirán pronto. Sé de un lugar
donde podemos escondernos.
—¿Por qué me ayudas? —inquirí con cautela antes de
pensar en seguir.
—Aunque quisiera ganarme un par de puntos contigo
diciéndote por qué, debo admitir que no hago esto solo por
ti —respondió y lo miré sin entender—. Anda, te explicaré
cuando hayamos perdido a los intrusos.
Volvió a cogerme de la mano y comenzó a correr de
nuevo, pero me solté esa vez, aunque lo seguí, por
curiosidad y porque necesitaba saber de quién escapaba, a
pesar de que podía imaginarlo. Pero fuera la razón que
fuera, no dejé de sentirme como una polilla siguiendo la luz
mientras mantenía el trote detrás de él, incluso sabiendo
que podía ir directo a mi final.
«Te estabas entregando solita al demonio».
Sombra no era ningún demonio.
«Pero sí un Chico oscuro que estaba consiguiendo que
hicieras lo que él quería».
Eso no era cierto.
Por primera vez en mi memoria, mi conciencia se quedó
en silencio, lo cual me resultó extraño. Aun así, decidí no
ahondar en el tema para evitar provocarla, y seguí
corriendo por los edificios mientras Sombra me guiaba
hasta llegar a la entrada trasera de uno de ellos, que tenía
una cantidad abrumadora de escalones, o más bien, una
infinidad de ellos.
—Debes estar… jodidamente bromeando —gruñí en
cuanto él comenzó a subirlos.
Lo escuché reír al ser consciente del porqué me quejaba,
pero se mantuvo subiendo, siendo bañado por la oscuridad
de la escalinata y no me quedó más remedio que seguirlo.
El corazón lo sentía en la garganta y tuve que abrir mucho
la boca para poder respirar, sin importarme que cogiese un
buen cólico.
¡Dios! Estaba en forma, entrenaba día y noche, pero por
alguna razón, mi cuerpo y pulmones no se acostumbraban
nunca a correr largas distancias o subir escalones, a pesar
de que para otro tipo de ejercicio tenía buena resistencia.
Sentí que llegaba al cielo cuando el aire húmedo del
exterior me golpeó de nuevo al acercarme a la azotea.
Agradecí poder ver mejor, ya que el interior de los
escalones era muy oscuro y la luz de la luna no alcanzaba a
iluminarlos todos, por lo que tuve que dejarme guiar por mi
instinto.
—¡Puta madre! —silbé, jadeando sin vergüenza alguna
cuando alcancé el último escalón.
Evité doblarme y apoyar las manos en mis rodillas, porque
eso sería un nivel de vergüenza que no estaba dispuesta a
alcanzar. En su lugar, me agarré ambos lados de las
caderas, sintiendo mi garganta como si hubiera tragado
papel. Inhalé profundamente, y por un momento comencé a
ver lucecitas verdes.
—Estaremos bien aquí por un rato mientras esos
imbéciles se cansan —informó Sombra, escuchándose como
si no hubiera corrido varios kilómetros y subido diez mil
escalones. Asentí.
«¡Dios! A penas fueron como cien».
—¿Quieres agua? —Lo miré cuando me ofreció la bebida,
sintiéndome como si estuviera frente a mi salvador en
medio del desierto.
«Cuando más débil te sientes, es cuando debes dejar que
tu instinto se haga cargo y no la desesperación. Porque tus
enemigos podrán engañar al desespero, pero jamás a tus
instintos».
Las palabras del maestro Cho inundaron mi cabeza y
tragué en seco, tratando de calmar la desesperación de mi
boca y garganta por un sorbo de agua. Respiré hondo de
nuevo antes de responder.
—¿Tienes aquí? —dije, fingiendo muy bien que no
deseaba beber nada.
—El gerente del hotel es un viejo socio, así que vengo
aquí más de lo que estoy dispuesto a admitir. Y como
siempre lo hago a trote, se encarga de dejar bebidas para
mí. Tengo incluso Gatorade si lo prefieres. —Lo vi caminar
detrás de un armatoste que proveía el aire acondicionado y
sacó una hielera pequeña.
En cuanto la abrió, noté varias botellas con agua,
Gatorade y otras bebidas rehidratantes. Y si mi escapada de
mi hotel no hubiera sido algo inesperado, habría pensado
que Sombra ya tenía todo este encuentro planeado.
—Agua, por favor —respondí al ver que se había quedado
esperando por mi respuesta.
Tomó dos botellas de la hielera y volvió a dejarla en el
suelo. Caminó hacia mí y me tendió el agua. La abrí de
inmediato, acercándola a mi nariz y oliéndola sin que me
importara lo que él pensara, pero se limitó a entrecerrar los
ojos. Y, en cuanto comprobé que no había nada en el agua,
la bebí sin respirar de nuevo, atragantándome con el frescor
del líquido y agradeciendo la manera en la que rehidrató mi
garganta.
«Espera…, ¿entrecerró los ojos?»
¡Carajo! Ni siquiera me percaté de eso hasta ese
momento.
Por primera vez, lo vi con ojos normales. Sus orbes eran
blancos, aunque los iris seguían siendo negros como la
noche. No se había maquillado los párpados de negro, así
que podía ver sus movimientos y leer sus expresiones,
aunque solo fuera por el contorno de sus ojos. La máscara
era de un color carbón oscuro, sin expresión alguna. Pero
noté que debajo de ella, usaba un gorro pasamontañas de
tela delgada que cubría también su cuello.
—¿No te sofocas con toda esa ropa encima? —pregunté y,
por el movimiento de sus ojos, noté que estaba sonriendo.
La respiración se me entrecortó y deduje que era porque
todavía no había recuperado el aire por completo.
—Después de estos años usando este traje y el aparato
que cambia mi voz, ya me he acostumbrado a que son parte
de mí —admitió y, en cuanto inspiré otra bocanada de aire,
su olor me golpeó a tal punto, que no seguí inhalando el
oxígeno, y no porque no lo necesitara en mis pulmones.
Mierda. Olía a verano mezclado con una fragancia
amaderada que deleitó mis terminaciones nerviosas con la
calidez que emanaba.
—¿Cómo supieron dónde encontrarme? —indagué tras
carraspear, obligándome a espabilar y dejar de lado mi
debilidad por las fragancias masculinas.
—No lo saben, porque en realidad no te estaban siguiendo
a ti. —Fruncí el ceño y lo miré sin entender.
—Pero estaban en el parque por donde yo pasé.
—Porque estuve allí antes —dijo y eso me confundió más
—. Me seguían a mí y definitivamente no son de mi equipo,
aunque sean Vigilantes —añadió.
—No comprendo. ¿Acaso no te llevas bien con tu gente?
—inquirí, queriendo aprovechar la oportunidad para sacarle
información.
Y sí, sabía que había tipos que le eran fieles y otros no,
como me lo explicó años atrás. También recordaba que él no
seguía todas las órdenes que le daban, pero de eso a que
tuvieran que perseguirlo, me desconcertó mucho.
—Digamos que… —Se detuvo en cuanto su móvil sonó y
lo sacó del bolsillo de su pantalón para ver de quién se
trataba—. Puta madre —bufó al reconocer el número y alzó
una mano enguantada, disculpándose.
Se alejó unos pasos, dándome la espalda, y me mordí el
labio recordando sus palabras el día que cometí ese error en
Tokio. Pensaba que él también me subestimaba al voltearse,
sabiendo que todavía poseía mi daga y que podía
clavársela.
«Después de todo, ese Chico oscuro también tenía
momentos de estupidez como tú con él».
¡Oh, cállate!, le reñí a mi conciencia.
Miré a Sombra sin darle más tregua a mi conciencia para
que siguiera con sus comentarios tontos y escaneé su
cuerpo a través de la luz de la luna. Iba todo de negro, como
ya estaba acostumbrada a verlo, con un pantalón de
mezclilla y una sudadera de tela más delgada que la mía.
Su cuerpo parecía el de un nadador: ancho de hombros y
espalda y delgado de la cintura y las caderas. Le calculaba
entre un metro ochenta y cinco o noventa de altura. Sus
músculos estaban un poco más grandes que la última vez
que lo vi, aunque podía asegurar que había perdido grasa
corporal.
La punzada en mi pecho no se hizo esperar, ya que de
espaldas era más fácil compararlo o confundirlo con mi
Tinieblo, y era consciente de que no noté esas similitudes
entre ellos al reencontrarnos. Lo vi antes, así que no debía
dejar que mi cabeza jugara así con mis sentimientos, y más
porque aunque Sombra fuera frío, mantenía una calidez que
no vi en Elijah.
¿Tendría tatuajes? ¿O piercings?
Sacudí la cabeza en cuanto me formulé esas preguntas y
tiré de la tela de mi sudadera, sintiendo que el calor en mi
cuerpo aumentó, deseando sacarme ese algodón grueso,
pero evitándolo porque no quería dejar al descubierto mi
tahalí.
—¡Ya basta! No volveré, entiéndelo. —Salí de mi
ensimismamiento al escuchar el enfado en la voz de
Sombra—. ¡Demonios! No ha sido mi intención hablarte así,
pero entiende que no es un buen momento —se retractó y
alcé una ceja—. Te prometo que estaré allí muy temprano,
solo déjame en paz ahora, ¿sí?
Rodé los ojos porque ese maldito aparato me dejó
escuchar el cambio en su voz. Pasó de furioso y orgulloso a
dulce, así que supuse que estaba hablando con una chica.
«¿Así que tenía a alguien que lo hacía rabiar y ser dulce a
la vez?»
Eso parecía.
Me crucé de brazos y alcé la barbilla en cuanto lo vi cortar
la llamada y girarse para llegar de nuevo a mí. Sonreí un
tanto burlona y pude ver en sus ojos que estaba estudiando
mi reacción, incluso lo imaginé alzando una ceja. Me
gustaba que no usara las lentillas, ya que sin ellas era más
fácil estudiar su mirada para poder imaginar lo que pensaba
o hacía, a falta de no poder verle el rostro.
—¿Qué es tan gracioso para ti? —preguntó y me mordí el
labio.
—Así que tienes una novia loca que te manda a seguir —
me burlé y negó con la cabeza, rodando los ojos con mi
pregunta y eso me hizo difícil esconder más la risa que ya
alzaba las esquinas de mi boca—. ¿Eres un fuck boy? Por
eso no puede confiar en ti.
—Ella no es mi novia —se defendió, confirmándome que
habló con una chica. Me miró con intensidad, barriendo mi
cuerpo de pies a cabeza y, a pesar del calor de la noche,
sentí una corriente de frío reptar por mi columna vertebral.
Sus ojos negros podían ser intimidantes—. Y tú podrías
confirmar por tu cuenta si soy o no un fuck boy.
Se acercó más a mí y apreté los puños ante el cambio de
humor que tuvo. Alcé la cabeza para mirarlo a los ojos y
contuve la respiración porque no deseaba que su fragancia
volviera a inundarme, pero su calidez surtió el mismo efecto
y recordé nuestro encuentro en los baños de aquel club en
Mónaco.
—¿Nunca te has preguntado por qué nuestros caminos
insisten en cruzarse? —inquirió. Su pecho estaba al ras de
mis brazos cruzados.
Lo miré a los ojos, parecían un par de piedras de ónix al
estar tan cerca y tragué con dificultad cuando vi que su
mirada se concentró en mis labios.
—No pienso en ti, así que no he llegado a preguntarme
nada —respondí y me sonrió con los ojos.
«Esa era considerada la sonrisa más auténtica y
espontánea, Colega».
Para lo que me importaba viniendo de él.
—Dime cómo lo haces, porque yo desde que te conocí, no
logro sacarte de mi cabeza. Y me clavarías esa daga si te
digo cómo te pienso más —soltó y abrí los ojos con
asombro.
Maldito descarado.
—Déjate de juegos, porque ahora te tengo más cerca que
la otra vez. Y mi daga puede atravesarte el corazón en lugar
del brazo —advertí y la saqué de donde me la había
guardado.
El maldito volvió a sonreírme con los ojos y tuvo la osadía
de cerrar más la distancia entre nosotros.
—Hablando de eso, ya es hora de saldar esa cuenta que
tienes pendiente conmigo, ¿no crees?
Di un paso hacia atrás para poner una distancia prudente,
pero él me cogió de la cintura para impedirlo, obligándome
a empuñar el mango de la daga y subirla a su cuello
cubierto por la tela del gorro. Y, a pesar de que Sombra era
consciente de lo fácil que sería atravesarlo sin problema, no
se inmutó; todo lo contrario, actuó como si esperara esa
reacción en mí y la disfrutó.
—Tengo curiosidad por saber por qué te gustan tanto las
dagas y las katanas. —Apreté más el filo en su cuello
cuando él se aferró a mi cintura con una mano y corrió la
otra a mi espalda, justo cerca del coxis.
—Porque son silenciosas y provocan más sufrimiento —
respondí como advertencia y su pecho se sacudió,
demostrándome que estaba riendo—. Un disparo
conmociona, pero el efecto pasa demasiado rápido y no
todos mis enemigos merecen una muerte tan fácil. Cortarlos
con mi daga o mi katana es distinto, ya que les provoca
dolor y luego miedo, pues la muerte será más lenta. Y tengo
varios en mi lista que se han ganado ese trato especial de
mi parte.
Había diversión en sus ojos, pero también sorpresa al
escucharme decir eso.
—¿Estoy en esa lista, Bella? —susurró y contuve las ganas
de tragar grueso en cuanto sentí la mano en mi cintura
arrastrándose hacia arriba de mi costado izquierdo.
—A punto de encabezarla como sigas subiendo esa mano
—zanjé—. O bajes la otra.
Siseó cuando apreté más el filo de la daga e intuí que
sufrió el escozor en la piel de su garganta. No negaría que
sentí un leve temblor en mi cuerpo por su cercanía, ya que,
así quisiera mantener mi dureza y frialdad, Sombra
emanaba una calidez que yo añoraba, pero que él nunca
descubriría.
—Tú también encabezas la lista de personas a las cuales
quiero clavarle mi daga —soltó y abrí demás los ojos a notar
el doble sentido que usó—. Espera… De hecho, eres la única
en esa lista.
—Por favor —me burlé.
Volví a intentar alejarme al palpar cómo se cargó de
tensión el ambiente que nos rodeaba, sintiendo de nuevo un
escalofrío y sabiendo que no era correcto de mi parte
permitirle la cercanía. Pero una vez más, él lo impidió
tomándome de la muñeca en la que sostenía la daga y tiró
de mí hasta pegarme a su pecho.
Gemí por el impacto.
—Así que de cerca me temes, por eso tratas de huir
siempre —satirizó y apreté la mandíbula—. ¿Eres más
valiente con una glock cuando se trata de mí?
—¿Me estás provocando? —inquirí.
—No, Pequeña. Cuando eso pase no te quedará ninguna
duda de lo que estoy haciendo, ¿y sabes por qué? —No
respondí—. Porque caerás.
—Pobre imbécil. —Me reí en su cara.
—Tú eres la que me provoca en realidad, Bella —recalcó
ignorando mi insulto—. ¿Crees que no te cobraré lo que me
hiciste en Mónaco?
—Así que de eso se trata. Me trajiste aquí para hacerme
pagar —lo enfrenté y puse la mano, que no me sostenía, en
su pecho para tratar de alejarlo, aunque no conseguí nada
—. ¿Quieres matarme?
—Sí, pero no de la manera dolorosa.
Odiaba su forma de actuar conmigo. Me ponía mal cómo
flirteaba en cada oportunidad que tenía, la seguridad con la
que hablaba y…
«¿La forma en la que reaccionabas, aunque quisieras
odiarlo? ¿La manera en la que ignorabas cómo tu cuerpo
respondía al suyo? ¿O cómo tu cerebro te hacía querer algo
que tu corazón no estaba dispuesto a soltar?»
¿Pero qué demonios estabas diciendo?
«Solo lo que tú no te atreves a admitir porque te da
miedo que eso fuera como fallar… o fallarle».
—Si no, más bien, de la forma en la que desearás que te
reviva y vuelva a asesinarte una y otra y otra vez —
prosiguió Sombra y cada maldito vello de mi cuerpo se erizó
en lo que consideré que era una reacción inevitable, o una
necesidad fisiológica de cualquier ser humano que había
dejado de tener sex…
¡Oh, mierda! Me negaba a incluir la palabra sexo y a
Sombra en la misma oración.
—Tengo a un par de demonios en mi interior deseando
que los calmes —agregó y cerré los ojos con fuerza.
Necesitaba controlarme porque la bruma estaba llegando
a mi cabeza, nublándome el juicio y, si lo lograba, iba a
cometer una locura.
—Para eso te aconsejo que busques a una chica con alma
de ángel, Sombra, porque yo también tengo demonios en
mi interior, unos decididos a jugar en las grandes ligas. Y no
con los tuyos que son comunes y aburridos —solté,
recuperando la compostura que perdí con su cercanía.
Hablé con cinismo y supe que debajo de esa máscara,
estaba levantando una ceja porque era obvio que no
esperaba la respuesta que le di.
—Ese es el problema conmigo. Que ya probé a una chica
angelical, pero ahora que ha vuelto convertida en un
infierno, quiero probar si, así como sus llamas son de
fulgurantes, también son de ardientes —se mofó y esa
respuesta me sobresaltó.
Lo hizo por cómo me llamó, un apodo que pudo haber
escuchado de dos personas: a una la amaba y a la otra la
odiaba. Sin embargo, descarté que haya sido de la primera
porque nunca utilizó ese mote de manera constante frente a
las personas que nos rodeaban. El otro, en cambio, gozó de
llamarme así en uno de los peores momentos de mi vida.
—No son ardientes, son letales —advertí apartándome de
él con más ímpetu y supe que mi reacción lo tomó por
sorpresa. La frialdad me cubrió de pies a cabeza como un
manto oscuro y supe que Sombra notó que, lejos de
provocarme, sus palabras agitaron el caos en mi interior—.
Debo irme.
—Bella…
No lo dejé decir nada. Me di la vuelta y comencé a
caminar lejos de él, apresurándome a bajar los escalones y
deseando huir de nuevo de mis traumas. Temía que él
supiera ciertas cosas de mi vida de las cuales me negaba a
hablar. Ni siquiera le di importancia a la oscuridad que me
envolvió dentro del pasillo de la escalinata. Bajé guiándome
por el instinto y cegada por la furia. Justo al llegar a uno de
los descansos intermedios, sentí una mano enguantada
tomándome el interior del codo. Me hizo girar en mi propio
eje y tiró una vez más de mí hacia su cuerpo caliente.
Me quedé sin aliento cuando mi espalda chocó con la
pared y mi boca se abrió en busca del oxígeno que mis
pulmones perdieron por el impacto, pero no conseguí aire.
Sombra, en cambio, encontró lo que tanto había buscado al
estampar su boca en la mía.
«¡Oh, santos piercings!»
Capítulo 7
Vamos a suceder

Mi pecho se sacudió con violencia, una de sus manos se


aferró a mi cintura y la otra a la parte posterior de mi
cabeza. La gorra se me zafó un poco gracias a su arrebato,
lo que le permitió llegar con facilidad a mi rostro y yo…
¡Jesús! Caí en cuanto fui más consciente de su boca sobre la
mía y no quise pensar en la razón. Envolví los brazos en su
cuello y sentí la máscara sobre su cráneo junto al
pasamontañas que debió haber subido mientras me
perseguía.
Gemí de manera dolorosa por el tornado que comenzó a
formarse en mi vientre ante el salvajismo de ese hombre al
beber de mis labios como si fuera un sediento después de
días deambulando en el desierto. Sombra aprovechó ese
acto para meter su lengua en mi boca y la mía lo encontró
como si llevara esperándolo por un buen tiempo. Sentí una
bola de metal en el medio de su lengua, lo que me hizo
perderme en mi bruma al confirmar que se trataba de un
piercing, como mi conciencia notó antes.
Mis ojos ardieron por el picor de las lágrimas, las
emociones que estaba experimentando eran una locura.
Inhalé su aroma cuando su cuerpo fuerte me sostuvo con
miedo de que me escapara y dejé que la calidez me
embargara más. El calor del verano se intensificó dentro de
ese pasillo, la humedad, su sabor, su deseo y anhelo se hizo
más fuerte y rápido, tal cual como sus labios poseyendo los
míos. Entonces terminé de rendirme y le correspondí con
vehemencia.
Sombra quería que yo calmara sus demonios; él, en
cambio, acababa de despertar de nuevo a los míos, pero de
una manera distinta y más peligrosa.
Manteniendo la mano detrás de mi cabeza, aferró la otra
con más ímpetu a mi cintura y yo permití que mis instintos
se hicieran cargo, por lo que llevé una de las mías hacia la
suya justo cuando la arrastró con la intención de meterla
debajo de mi sudadera, Encontré el bordillo de su guante y
me dejó sacárselo. Enseguida de eso, volvió al ataque y, sin
vergüenza, gemí de nuevo en cuanto su palma desnuda
hizo contacto con mi piel.
¡Dios mío! ¿Por qué ese simple toque se sintió tan bien?
Sombra se tragó mi gemido, chupó mi labio y apretó la
piel de mi abdomen en un gesto que tomé como si estuviera
tratando de controlarse, porque se encontraba a punto de
perder la cordura. Y yo no me sentí mejor que él, pues su
tacto me estaba encaminando a un frenesí sin retorno que
tenía años de no experimentar.
Llevé mis manos a su rostro y sentí el picor en mis palmas
con su barba incipiente. Succionó mi labio de nuevo, esa
vez más fuerte y, tras eso, arrastró los dientes por él; el
piercing chocó con los míos en cuanto su lengua volvió a mi
interior y se movió de una manera que debería de ser
prohibida, pues la sentí en todas partes, en una sobre todo,
y mis piernas temblaron, mis rodillas se doblaron y apreté
los párpados, negándome a esa sensación, pero
necesitando no dejar de sentirla.
Oh, mi Dios.
Me alegré de no decir eso en voz alta cuando dejó de
sostener mi cabeza y metió esa mano también debajo de mi
sudadera, arrancándose el guante él mismo para tocarme
piel a piel. El beso se volvió bestial en cuanto sus manos se
arrastraron por los laterales de mi torso, deteniéndose justo
debajo de mis senos, por encima del cuero del tahalí. Era
como si me estuviera tentando, obligándome a pedirle que
no parara de tocarme de esa manera mientras su boca se
adueñaba de la mía. E imitándolo, deseando saber qué se
sentía palpar su cuerpo sin ropa de por medio, metí las mías
bajo su sudadera y…
¡Demonios! Ahí no había un paquete de seis abdominales.
Tenía que haber más y cada uno bien formado, macizo y
tallado a la perfección. Puro músculo sin grasa. Ese hombre
debía ser adicto al gimnasio y a la comida con mucha
proteína.
A pesar del calor, mis manos estaban frías contra su piel
caliente y gruñó en mi boca por mi manera de tocarlo, lo
que lo motivó a bajar las suyas hacia mis caderas y después
jugó con la cinturilla de mis leggins. Mi corazón se desbocó
más al imaginar lo que pretendía y la necesidad de apretar
mi entrepierna cobró fuerza en cuanto sus dedos se
metieron entre la tela elástica y mi vientre. Sin embargo,
sus palmas acariciándome de esa manera tan indebida y su
boca haciendo suya a la mía, comenzó a generarme
imágenes de un chico provocativo y lleno de tatuajes
tocándome de la misma manera.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Desde que Sombra me acorraló en esa pared y me devoró
los labios, no pensé en nadie más que no fuera él
provocándome todas esas sensaciones, pero al sentirlo
buscando más, fue como si mi subconsciente sintiera el
peligro, el recelo, y llevó a mi cabeza el recuerdo de mi
Tinieblo. Entonces la bruma huyó de mi cabeza.
—¡Para! —supliqué sobre sus labios.
No lo hizo. Siguió buscando mi boca, incitándome a no
desperdiciar ese momento. Lamió mi labio con suavidad y
casi volví a caer, pero yo ya no estaba dejándome llevar por
el momento, así que puse las manos en sus hombros y lo
alejé de mí. Pegó su frente a la mía, reacio a apartarse;
nuestros pechos subiendo y bajando como si hubiéramos
subido y bajado esos escalones unas diez veces seguidas.
Nos respiramos como si ambos fuéramos ese aire que nos
urgía en los pulmones. Lo tomé de las manos que seguían
aferrándose a mis caderas, buscando entrar entre mis
leggins.
—No puedo hacer esto, Sombra —susurré jadeante, con la
voz embargada de culpa y él lo notó—. Yo…
—Shhh, ya. Lo sé, Bella. —Me tomó de la barbilla cuando
escuchó mi voz lastimera y negué con la cabeza—. Cálmate,
no has hecho nada malo —aseguró y me mordí el labio
cuando su aliento me hizo cosquillas.
Dio besos castos cerca de mi comisura derecha y recorrió
así mi barbilla hasta llegar a mi oreja. Me mordí más fuerte
el labio y maldije que la oscuridad que nos rodeaba fuera
tan densa porque tenía la oportunidad de ver siquiera su
silueta, pero la noche decidió ser mi enemiga.
—No has hecho nada malo, Pequeña —repitió en mi oído y
la piel de mi cuello se erizó con el choque de su aliento
cálido.
Tenía la otra mano en mi cintura y me aferré a ella, sobre
su muñeca. Su voz robotizada me permitió entrever que
estaba tan afectado como yo por ese beso.
—Esto no debió suceder nunca —reproché más para mí y
presioné la frente en su hombro. La calidez de su cuerpo se
filtraba a través de la ropa, así como la culpa por mis poros,
adueñándose de mi ser.
Por primera vez le falté al recuerdo de mi Tinieblo.
—Bella, esto sucedería tarde o temprano y lo sabes —
aseguró y negué con la cabeza. Me acunó las mejillas,
dándome a la vez un beso en la frente que me estremeció
—. Y entiendo que sea difícil para ti seguir adelante, pero lo
deseabas tanto como yo así te negaras. Y ya no hay vuelta
atrás, le hemos dado pie a esta catástrofe y vamos a
suceder —aseguró.
Era demasiado seguro de sí mismo y odié eso.
«Odiaste que tuviera razón».
—No —dije en voz alta para mi conciencia.
—Pasará de nuevo, luego de que lo asimiles y aceptes —
recalcó Sombra, creyendo que mi negativa fue para él.
Contuve un gemido al sentir su lengua en el lóbulo de mi
oreja y me encogí queriendo huir, pero sintiéndome anclada
al suelo—. Y cuando llegue ese momento, te prometo que
besaré tus labios hasta saciarme de ellos y después subiré
lentamente hasta tu boca.
¡Oh, Jesús!
Me quedé sin palabras ante su declaración, entendiéndola
y sufriendo un ardor terrible en una parte de mi cuerpo que
no quería admitir. De nuevo, mi cerebro me estaba
traicionando, pero esa vez sin droga en mi sistema.
«Esperaba que ese Chico oscuro cumpliera sus
promesas».
Maldición.

Cuando llegué a mi hotel, me encontré con dos hermanos


Sigilosos cuidando la puerta de mi habitación. E iba tan
perdida en mis pensamientos y en lo que sucedió con
Sombra, que no me molesté en mentirles, aunque sí les
exigí que no le dijeran ni una palabra de mi escapada a
Caleb y conociendo la lealtad que tenían hacia a mí, supe
que no me fallarían.
Los primeros rayos del sol ya se veían a mi regreso, y el
calor era más intenso. Pero la sensación de frialdad que mi
cuerpo experimentó al alejarme de aquel edificio alivió el
sofocante y húmedo verano en Richmond. Mi cabeza estaba
a punto de explotar, y me pasé una hora en la ducha,
repitiendo y reviviendo todo lo que aquel beso había
provocado en mí. Las punzadas en mi corazón eran
dolorosas, y la culpa me hacía sentir como una perra
traicionera. Ni siquiera tuve el valor de abrir mi relicario
para contemplar la imagen de Elijah junto a mí en aquel
baile, como solía hacer cada noche antes de dormir.
Carajo.
No se sentía correcto hacer ese ritual cuando horas atrás
había tenido mi boca pegada a la de nuestro enemigo, y
menos al recordar que estuve a punto de dejarlo tocar más
allá de mi cintura. Me limpié las lágrimas con impotencia,
llorando en silencio a la vez que seguía recordándome en la
oscuridad con Sombra.
—¡Dios! Lo siento, lo siento, lo siento —repetí apretando
el relicario en mi mano.
Recordé el rostro de Elijah años atrás, dolido porque me
encontró con Sombra, herido en cuanto le confesé que nos
habíamos besado.
«Entonces, ¿sí lo disfrutaste?»
«Solo correspondí porque creía que eras tú, joder. ¿Qué
acaso no viste que están vistiendo iguales, que incluso en la
fisionomía ambos son muy parecidos? Es bastante obvio
que me confundí, LuzBel».
«Yo no te pregunté eso, White. ¿Lo disfrutaste? ¿Isabella?»
—¡Sí, joder! Sí lo hice y esta vez sabía que no eras tú —
respondí a mis recuerdos y sollocé.
Caminé de un lado a otro y enterré los dedos en mi
cabello, sintiéndome confundida, frustrada, dolida,
desesperada. Lloré porque quería regresar el tiempo para
corregir ese error, pero también porque temía que, si
hubiera tenido la oportunidad y el poder de hacerlo, era
muy posible que hubiese vuelto a cagarla.
—Perdóname, amor —susurré a la nada.
La culpa podía ser más perra que mi conciencia y me
estaba haciendo pasarla muy mal.

—¡Jesús! Luces hecha mierda —señaló Caleb.


Llegó a mi habitación justo a las ocho de la mañana y me
encontró bebiendo un poco de té que uno de los Sigilosos
me llevó cuando se lo pedí. Y ni siquiera me había visto al
espejo, pero sabía que Caleb no estaba exagerando, pues
podía sentir mis párpados y nariz hinchados.
—Gracias —ironicé con la voz gangosa—. Y buenos días
para ti también.
Me sorbí la nariz y luego le di otro sorbo a mi té, fingiendo
que tenía gripa. Él ya iba duchado y listo para que
bajáramos a desayunar y, tras eso, pasar al cuartel antes de
irnos al hospital.
—No tan buenos para ti, ¿cierto? —recalcó y negué con la
cabeza.
—Solo es una gripa pasajera.
—Claro, de esas que te dan casi cien veces por mes. —Por
supuesto que no me creyó—. Me preocupas, Isabella.
—Caleb, no empieces. Y tampoco te preocupes tanto —lo
corté y bufó.
—No empieces tú, ¿okey? —exigió y le alcé una ceja por
el tono que usó—. Y no me mires así —advirtió y reí sin
ganas—; desde que llegamos aquí no te he visto más que
decaer y volverte más fría que antes. Estás más gruñona y
no te concentras en lo importante. Así que obviamente me
preocupa estar perdiendo a mi amiga, a mi líder —zanjó y
respiré hondo. Él caminó para sentarse en una otomana a
mi lado y me tomó de la mano—. No te dejes llevar por el
pasado, linda. Recuerda que en el presente tienes a
personas mucho más importantes que los amigos que
dejaste aquí y no te entienden, esos que solo te juzgan cada
vez que tienen oportunidad. Estoy harto de ver que los
dejes pasar sobre ti.
—Lo sé, Caleb.
—Entonces haz algo, por Dios —reprochó frustrado.
—Es que me pongo en sus zapatos y no puedo evitar
sentirme como una mierda.
—No veo a ninguno de ellos poniéndose en los tuyos, Isa
—refunfuñó y respiré hondo.
Comprendía el punto de Caleb, por supuesto, pero mi
empatía también me hacía entender a las chicas, incluso a
Elliot, por eso estaba conteniéndome para no actuar como
la cabrona a la que él estaba acostumbrado. Y si le sumaba
lo que pasó con Sombra esa madrugada, pues estaba
bastante jodida.
—Está claro que no debí volver, pero tampoco podía dejar
solo a Myles y a Eleanor, incluso a Tess por mucho que me
esté haciendo cruzar mi límite —murmuré más para mí—. Y
siento que estoy cometiendo errores que solo conseguirán
que me hunda —confesé, pensando en mi encuentro con
Sombra.
—No, no lo harás. Yo jamás lo permitiré. —Me miró a los
ojos con determinación y sinceridad—. Seré tu salvavidas si
es necesario, tu Jack en el Titanic. Y tú la Rose que resurgirá
y saldrá adelante.
—Eres un tonto —dije con una sonrisa gangosa y los ojos
llenos de lágrimas.
Me tiré sobre él y lo abracé con fuerzas, obligando a mis
lágrimas a retroceder y, cuando Caleb me correspondió, le
agradecí a mi perra vida por haberme dado a amigos como
ese rubio, Maokko, Lee-Ang y los otros chicos de mi élite
luego de quitarme a los otros que consideraba igual de
importantes. Entendiendo también que no podía darme por
vencida.
Solo necesitaba un respiro.

«Cuando hablaste de un respiro, pensé en aire fresco


dentro del bosque o en la cima de una montaña». Me mordí
el labio ante el refunfuño de mi conciencia.
La noche apenas comenzaba en Grig, dos días después de
mi ataque de culpabilidad por lo que me permití hacer, en
los que me ocupé de trabajar hombro a hombro con mi
hermano para desarrollar estrategias que nos ayudaran a
mejorar la situación con el país. También estuve al lado de
Eleanor, acompañándola en su desesperación porque Myles
había sido sometido a otra operación luego de que sus
órganos reaccionaran mal al procedimiento que ya le
estaban haciendo. Tess se concentró en estar con sus
padres, por lo que tomé mi lugar como Caleb había estado
esperando, cogiendo las riendas de la organización.
—¡Jesús, Isa! Deja de comportarte como si estuvieras con
un pedazo de mierda al lado —largó Caleb y me tomó del
brazo para detener mi camino.
—No mereces mi respeto en este momento —grité para
que me escuchara por encima de la música.
Habíamos discutido esa tarde porque luego de que
llegáramos al hospital y me avisara que estuvo investigando
a Jacob (a quien todavía no había visto y quien aún
desconocía mi regreso), porque este solicitó permiso de
ausentarse más tiempo, ya que saldría de la ciudad un par
de días, lo encontré con Tess en una situación que me
incomodó mucho mientras Dylan llevaba a Eleanor a la
cafetería. Y no les dije nada cuando ambos se percataron de
mi presencia, me limité a alejarme lo más que pude de
ellos. Me topé con Dylan cuando lo hacía y, antes de que se
ocasionara un problema por algo que podía ser un
malentendido, me lo llevé de nuevo hacia la cafetería para
charlar de la reunión que había tenido con uno de los
hombres de Bartholome, sabiendo que Elliot estaba con
Eleanor en ese momento.
Sin embargo, no fue fácil para mí callarme cuando mi
hermano me comentó de su desagrado hacia Caleb, y no
porque el rubio podía ser bastante engreído cuando se
trataba del trabajo, sino porque Dylan ya había notado que
ese idiota se estaba acercando demasiado a Tess y me sentí
pésimo, pues ya suficiente tenía con los problemas y
discordias que yo ocasioné con mi partida y falta de
información, como para que Caleb añadiera más problemas.
—Isabella, no seas tonta. Ya te dije que nada de lo que
viste es lo que parece. Solo la consolé porque estaba a
punto de derrumbarse y Tess no quería que su madre la
viera así. Se está obligando a ser la fuerte de los Pride y no
es fácil para ella ver que mientras su padre lucha por
sobrevivir, su madre está muriendo lentamente por la
agonía.
—¿Y para consolarla tienes que abrazarla así, como si
fueras su novio en lugar de un recién llegado?
—¡Ay! ¡Demonios, Isabella! —se quejó cuando le retorcí la
piel del brazo con mi dedo pulgar e índice.
—¡Ella sigue siendo la novia de mi hermano, pequeña
mierda! —le recordé por milésima vez—. Así que deja de
ponerme en esta situación.
—¡Ay! ¡Ya, maldición! —volvió a quejarse cuando le di otro
pellizco.
Lo escuché seguir profiriendo palabras ininteligibles
detrás de mí en cuanto me di la vuelta para ir en busca de
un privado. Se mantenía a mi lado porque, a pesar de todo,
el idiota seguía tomándose a pecho eso de protegerme, así
que no me dejó ir a Grig solo con Dom y Max en cuanto
supo que Alice me había invitado a una fiesta solo de
chicas. Y ni siquiera me pensé demasiado en aceptar la
propuesta de la rubia, ya que seguía necesitando un escape
así fuera fugaz y con productos nocivos en mi sistema.
Y entendía que Caleb quisiera apoyar a Tess, incluso
cuando conmigo se la pasaba quejándose porque le
permitía tener una mala actitud, pero por ningún motivo
dejaría que me pusiera en una situación tan delicada con
Dylan, aunque tratara de alejarme porque claramente era la
menos indicada para juzgar.
Me detuve en seco cuando vi a Elliot frente a mí, ambos
nos miramos a los ojos; no habíamos hablado desde nuestra
discusión en la oficina del club, a pesar de que estuvimos en
las reuniones de Grigori porque él se encargaba de los
tratos con Caron y Glenn. Los dos hicimos un acuerdo
silencioso de mantener las distancias, pero en ese instante,
sentí que la tensión que existía entre nosotros se asentó en
mis hombros.
—¿Hay alguna reunión de la que no me enteré? —
preguntó-gritó cuando decidió caminar hacia mí, pero al ver
que miraba más allá de mi hombro, supe que no esperaba
que yo le respondiera.
—Una de chicas, así que ni tú ni yo estamos invitados —
respondió Caleb y Elliot alzó una ceja hacia mí.
Vestía un pantalón chino negro, al igual que su camisa de
manga larga desabotonada y arremangada. Por dentro
llevaba una playera blanca de cuello redondo, y calzaba
unas botas marrones oscuro. Su cabello estaba en un
desorden perfecto, y su aroma limpio y su fragancia
corporal inundaron el espacio en el que nos encontrábamos.
«¡Dios! Y esa barba». Negué con la cabeza ante la
obsesión de mi conciencia con ese nuevo look del ojiazul.
—Necesito algo de beber —dije en respuesta a su ceja
alzada y levantó la mano para llamar a una mesera.
—¿Señor? —preguntó la chica cuando llegó, pero en lugar
de respeto, sentí la coquetería en su voz.
—Tráele agua a ella. ¿Y tú?
—¡Por Dios! ¿Cómo que agua? —me burlé cuando Elliot
ordenó por mí y luego le preguntó a Caleb qué quería.
—Supuse que si para ti es un problema la bebida cuando
se trata de mí, es porque también lo es para ti —me chinchó
y reí sin gracia.
—Supusiste mal. Tráenos una botella de whiskey o
bourbon —respondí para él y la mesera. De soslayo noté, a
Caleb riendo divertido y todavía se sobaba el bíceps donde
lo pellizqué. Elliot me desafió con la mirada—. Y tres vasos
—añadí para la chica antes de que se fuera.
—Yo no beberé —sentenció Elliot.
—Claro que no lo harás. Al menos no conmigo —zanjé y la
curva de su boca se alzó con peligro y diversión.
—Admito que verla desafiarte es más divertido que
cuando me desafía a mí —soltó Caleb y Elliot negó
levemente con la cabeza.
Pero los ignoré a ambos y me senté en el sofá con forma
de medialuna del privado. Saqué mi móvil para enviarle un
mensaje de texto a Alice y que me dijera dónde estaba,
escuchando a la vez cómo Elliot y Caleb se adentraron en
una charla. Al menos ellos dos se llevaban bien sin importar
cuánto rabiara el rubio cuando el ojiazul me tocaba los
ovarios.

Diez minutos después, Alice me respondió. La mesera


llevó un trago de bourbon para mí y otro para Caleb. Bebí el
mío de un sorbo, agradeciendo que la quemazón del licor
aliviara mi frío interior y me aflojara la tensión de los
músculos, y me serví otro. Elliot estaba con nosotros, pero
me ignoraba mientras detallaba con Caleb lo que harían
para asegurarse de que la reunión en la gala de Gibson
fuera segura. Sin embargo, nuestras miradas se cruzaron
varias veces, y fue imposible para él seguir ignorándome
cuando crucé las piernas y mi vestido se subió más de lo
que debería.
No fue intencional, así que no me preocupé por lo que él
quería ver, o por cómo me hiciera parecer esa pierna
cruzada.
«Te hacía parecer como una mujer segura de sí misma,
disfrutando de su trago», dijo mi conciencia ante el
pensamiento que tuve y sonreí de lado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó de pronto Elliot al ver a
Alice llegar al privado.
Era su día de descanso, así que, de nuevo, no la
esperaba.
—Caleb te dijo que tenía una reunión de solo chicas, así
que deberían irse a charlar a otro lugar —respondí por ella y
me puse de pie, con el vaso de licor en la mano.
Por supuesto que el idiota me ignoró y mantuvo su mirada
en ella. Alice alzó la barbilla un poco, aunque noté que se
puso nerviosa.
—Me merezco una noche de chicas en este club. Me he
cansado de ser solo la bartender —dijo ella con orgullo y
sonreí de lado—. ¡Dios! Esa es mi canción —exclamó de
pronto cuando Don’t Worry Bout It de Wande inundó el club
y varias personas gritaron yéndose a la pista—. ¡Ven!
Bailemos —pidió tomándome de la mano.
Le di un sorbo largo a mi bebida para terminármela y
dejar el vaso en la mesa, e intenté seguirla hacia la pista,
aunque antes de conseguirlo, Elliot la tomó del brazo.
—Ten cuidado con lo que haces, Alice —le advirtió y ella
se limitó a guiñarle un ojo.
Me gustó su reacción y agradecí que Elliot no me jodiera
el momento justo antes de conseguir mi verdadera
diversión. Aunque tampoco me lo haría fácil, pues a mí me
pasó un brazo por el estómago cuando estuve cerca de él y
aferró su mano a mi cintura, acercándome más a su cuerpo
de lo necesario.
—Tú también, Isa —me susurró al oído y Alice miró hacia
atrás. Noté que ella notó nuestra interacción, frunció el ceño
y sus ojos brillaron de enojo, pero no dijo nada—. Ten
cuidado con lo que haces y no hagas que yo cometa una
locura —añadió y lo miré.
Esa era la primera vez desde nuestra discusión que me
dejó ver que estaba preocupado por mí y no solo molesto.
—Esta noche solo quiero divertirme —aseguré y puse la
mano en su brazo para que me dejara ir—, olvidar y
disfrutar —acoté y lo hice que me soltara sin ser brusca.
Caleb se había quedado observándonos, con los brazos
cruzados, aunque alzó el izquierdo para sobarse la barbilla
en un gesto que siempre tenía cuando quería estudiar algo
con más profundidad. Le regalé una sonrisa de labios
apretados a Elliot y, tras eso, seguí a Alice a la pista de una
vez por todas y comenzamos a bailar. Aceptaba que me
sentía ansiosa por lo que tenía para mí y odié que se
tardara en dármelo; era casi como si me hubiese estado
negando a ello mientras lo conseguía, pero cuando aseguró
tenerlo, mi desesperación despertó como si se tratara de
abstinencia.
—Demuestra que te divierte bailar conmigo y no me
hagas sentir solo como tu camello —pidió Alice de pronto,
hablando fuerte en mi oído para que la escuchara y me reí.
—Lo siento —respondí apenada.
Ella negó divertida y me cogió de ambas manos para que
me dejara llevar por la música y el baile. Decidí meterme en
ese papel para disfrutar la antesala, sintiendo la calidez del
alcohol recorriéndome las venas. Por momentos, Alice se me
acercaba mucho con sus movimientos y llegué a
abrumarme, ya que no estaba acostumbrada a ese tipo de
cercanía con personas que no fueran de mi total confianza.
Además de que esa chica me rozaba el trasero en el vientre
de una manera muy sugerente, dejándome como estúpida
porque no sabía si tomarla de la cintura para acercarla más
a mí, o para tirarla fuera de mi espacio personal.
—Isabella, eres hermosa, pero no estoy tratando de
seducirte —dijo al notar mi torpeza, divertida de lo que
estaba consiguiendo—. Elliot no despega sus ojos de
nosotras y temo que sea porque sospecha algo, así que
prefiero que piense que esta noche tú solo te irás conmigo a
la cama —explicó.
Nos hizo girar en la pista para que yo quedara de frente a
Elliot y confirmé que no mentía, pues el ojiazul le decía algo
a Caleb y este nos miró con curiosidad.
Mierda.
—Supongo que tienes la Piedra filosofal aquí contigo —
indagué y asintió. Hizo un movimiento muy seductor y se
pasó las manos por el torso, señalando en medio de sus
senos—. ¿Quieres que entierre el rostro entre tus tetas para
sacarla?
—¡Mierda, no! —se apresuró a responder, riendo de lo que
le dije—. Pero me acercaré a ti para poder sacarla por mi
cuenta.
Asentí en respuesta y esa vez sí me metí en mi papel,
siguiéndole el juego, siendo seductora con mis
movimientos, tocándola y dejando que me tocara sin llegar
al descaro, dando varios giros hasta que consiguió sacar
algo de sus senos y se lo puso en la boca.
—Vamos a divertirnos —afirmó y vi una píldora pequeña
entre sus dientes. Y, antes de que razonara lo que haría, me
acunó las mejillas y llevó su boca a la mía.
«¡Mierda!»
Doble mierda.
Me congelé al sentir sus labios porque no estaba
preparada para nada de eso; sin embargo, al sentir su
lengua adentrándose en mi boca junto a la píldora, no me
negué y la tomé del cuello, gimiendo en el instante que
mordió mi labio inferior y tiró de él, chupándolo en el
proceso.
«¡¿Era necesario que hiciera eso?!»
—La mordida fue para hacerlo real —dijo Alice para mi
conciencia y para mí—. Los chicos siguen viéndonos, ahora
más que nunca. Así que actúa como si te gustó.
—Si querías que ellos dejaran de vernos, erraste con el
método —me burlé, tragando la píldora que acababa de
darme y ella rio.
—Al menos ahora entenderán por qué era una fiesta de
solo chicas sin desconfiar de otra cosa —se defendió y me
reí.
Reanudé mi baile y comencé a girarme de nuevo para ver
a los chicos. Los dos estaban sin poder creer lo que sucedió
y tuve que fingir que eso fue planeado. Vi a Alice sacar una
píldora para ella y me guiñó un ojo, diciéndome de esa
manera que no me divertiría sola en eso.
Bien, la verdadera diversión estaba por comenzar.
«O la verdadera estupidez».
—¡Dios! Tengo mucho calor —le dije a Alice cinco minutos
después.
—¡Yo también! —admitió—. ¡Espera! —exclamó de pronto
y sacó la bolsita que tenía entre los senos y, tras unos
segundos viendo las píldoras que le quedaban
detenidamente, sus ojos se abrieron de par en par—. ¡Oh,
santa mierda! —exclamó entre risas.
—¿Qué sucede? —pregunté, abanicándome con las manos
y sintiendo que la ropa me apretaba y rozaba de una
manera que alteraba más mis sentidos.
—Que van a matarme, pero antes vamos a disfrutar en
grande —aseguró y volvió a unir sus labios a los míos en un
beso apretado que correspondí.
Nos reímos tras eso y me tomó de la mano para llevarme
a la barra donde ella solía desempeñarse en sus días de
trabajo. La fricción de mis piernas fue algo increíble y la
sensación que había comenzado a sentir en mi vientre se
intensificó, y eso me gustó demasiado. Los efectos de esa
piedra famosa en Harry Potter empezaron a dar resultados,
pues mi cuerpo de pronto estaba más liviano, aunque
receptivo a la vez; mi mente había borrado el pasado y me
dejó viviendo solo el momento, mirando a mi alrededor y
notando los colores más vibrantes y hermosos. La música
acariciaba mis tímpanos y amé ver a las personas siendo
felices.
¡Dios! Estaba volviendo a amar el mundo que pisaba y me
reía de cada cosa que Alice me decía. Admiré cómo le
quedaba ese vestido rojo y la manera en que su cabello
rubio brillaba con las luces estroboscópicas. Cada rasgo en
ella era perfecto. Y yo, minuto tras minuto, me sentía más
hipersensible.
—Cariño, ¿por qué lloras? —preguntó de repente cuando
me senté en un taburete de la barra y respiré hondo.
—Es que… me siento taaan feliz —admití, alargando las
palabras y ella me miró con ternura, abrazándome a la vez
—. Todo se ha vuelto perfecto, Alice. Quiero gritar, reír y
llorar, pero porque me siento feliz. Con mucho calor, sí,
pero… ¡Dios! ¡Me siento feliz! —grité alzando ambos brazos
y las personas cercanas a nosotros celebraron conmigo,
riendo y aplaudiendo, viviendo ese momento maravilloso
conmigo.
—¡Ella es feliz! —gritó Alice y volvieron a celebrar. Reí al
ver esa locura, al sentir la adrenalina en mi pecho y una
bruma que, en lugar de nociva, estaba siendo curativa para
mi cerebro cansado—. ¡Espera! ¿Desde cuándo no eras
feliz? —indagó sin perder la sonrisa.
—Desde que estuve con él la última vez en nuestro
apartamento —confesé, pero el recuerdo no me dolió; al
contrario, fue maravilloso pensar en ese día por lo hermoso
que fue, y no con la impotencia y nostalgia que siempre lo
acompañaba—. Desde que mamá vivía —añadí reviviendo
algunos momentos antes de que mi madre fuera a dejarme
a la escuela y no volviera más. Cuando mi padre también
fue pleno y se desvivía por nosotras, por aprovechar cada
momento libre a nuestro lado—. Pero… ya no recuerdo
desde hace cuánto tiempo pasó, ¿sabes? Ahora se siente
demasiado lejano.
—Pero esta noche eres malditamente feliz —me recordó
ella y reí. Tenía razón.
Se limpió el sudor de la frente y vi que estaba sufriendo el
mismo calor que yo.
—Lo soy —aseguré y recibimos las bebidas del bartender
que ella había pedido—. Y tú te ves hermosa, Alice —añadí y
me sonrió de lado. Decirle eso se sintió como un roce en mis
pechos que apretó más el vestido—. Así que… ¡Salud por el
pajazo que Elliot se dará esta noche pensando en ti!
—¡Isa! —chilló ella entre risas, poniendo una mano en mi
boca, pero ya todos me habían escuchado y se rieron por lo
que le dije—. También se podrá dar uno pensando en ti
porque luces de infarto con este vestido negro. Te ves
seductora, peligrosa y con un aura oscura que promete
mucho placer —devolvió y le di un sorbo a mi bebida para
ahogar el gemido que sus palabras me provocaron.
¡Carajo! Sentía que todo me estaba excitando y el ardor
en mi entrepierna se hizo presente. Sin embargo, todavía
tuve la capacidad de oler mi trago antes de beberlo, aunque
no estaba segura de que mi olfato funcionara al cien por
ciento, pero como el maestro Cho me lo dijo, el instinto se
estaba haciendo cargo a pesar de la bruma en mi cabeza.
—¡Mierda! Mi cuerpo está tan feliz que ha despertado a
situaciones que no quiero admitir por mucha droga que
tenga en mi sistema —le dije y ella me miró alzando una
ceja.
—Chica, ¿desde hace cuándo no tienes diversión?
—Desde el mismo tiempo en que dejé de ser feliz. Y eso
es todo lo que diré —aseguré y ella rio en respuesta,
alzando los brazos junto a su copa con bebida y comenzó a
bailarme al ritmo de la música que sonaba.
Bebí más de la mía y la tomé de la cintura, permitiéndole
que moliera su culo en mi vientre, dando un espectáculo
que me hizo carcajear.
—¿Has estado con una chica alguna vez? —preguntó en
mi cuello al girarse de nuevo para que quedáramos de
frente una vez más. Negué con la cabeza en respuesta y
escondí mi sonrisa detrás del filo de mi vaso.
—¿Y tú? —Ella también negó.
—¿Vamos a la oficina? —propuso y me mordí el labio—.
Tengo demasiado calor y la ropa me estorba. Solo quiero el
aire acondicionado —aseguró y estallé en una carcajada.
—Vamos —acepté tomándola por sorpresa y la cogí de la
mano.
Me fui un poco de lado al ponerme de pie y pensé en
quitarme los tacos, pero lo olvidé en cuanto me estabilicé.
Algunos mechones de mi moño ya caían sobre mi rostro y el
relicario avivaba mi hipersensibilidad al rozarse en el medio
de mis pechos. El calor estaba aumentando y la presión
había bajado más a mi vientre. Incluso los brazaletes en mis
muñecas me acariciaban de una manera peligrosa.
Y para ser sincera, en todo el trayecto hacia la oficina,
solo pensé en cómo se sentiría besar de verdad a Alice, y no
para despistar a nadie, sino para aliviar lo que ese
alucinógeno había despertado en mi sistema. Para saber
qué se sentía estar con una chica.
¡Dios mío!
Solté una carcajada ante todo lo que estaba desarrollando
en mi cabeza y las personas que se encontraban en el
pasillo para ir hacia el baño me miraron con curiosidad,
riéndose conmigo y celebrando lo bueno que nos estaba
sucediendo esa noche, algo que estuvo a punto de hacerme
gritar de nuevo. Alice me miró con los ojos entrecerrados y
supuse que iba apretando los labios para no carcajearme
otra vez, aunque ella sí que lo hizo y negó.
—¡Dios, Isa! Me gusta verte así —admitió.
—¿Solo así? —inquirí con malicia cuando abrió la puerta
de la oficina y me invitó a entrar.
La música cesó en cuanto nos encerró y busqué el
reproductor que estaba sobre un mueble de madera cerca
del escritorio, porque por ningún motivo nos quedaríamos
en silencio. Lo encendí y conseguí conectarlo con mi móvil,
siendo torpe, y puse de inmediato Bones de Imagine
Dragons.
—Así también —respondió Alice al ver que comencé a
bailar. Esa vez era yo la que movía las caderas para ella,
cantando esa canción, aceptando que ya había perdido el
control, sintiendo la magia en mis huesos, dejando escapar
mi cordura y no importándome.
Me estaba despojando de todo, dejando ir al fin lo que me
dañaba, lo que me estaba haciendo avanzar de rodillas, y a
veces en cuatro patas, porque la carga era demasiado
pesada como para ir de pie.
—Juego con un bastón de dinamita. Nunca hubo gris en el
negro y el blanco. Nunca estuvo mal hasta que estuvo bien
—canté para Alice y ella se mordió el labio, disfrutando de
mi espectáculo, de ver a una Isabella muy diferente a la que
había conocido.
Mierda.
Era una mujer distinta, o más bien, estaba siendo la chica
de dieciséis años que fui antes de que asesinaran a mamá.
La paciencia que mantuve todo ese tiempo disminuyó y se
esfumó. Me cansé de que me lanzaran piedras, de que
nadie me diera tiempo. Me harté de desconocer a la mujer
que me devolvía la mirada en el espejo y de que la frialdad
que me embargaba comenzara a congelarme también a mí.
Esa noche había decidido perder el control para quemarme
con ese bastón de dinamita con el que estuve jugando, para
callar las voces en mi cabeza y dejar atrás a todas esas
personas a las que no le importaba como una vez creí
importarles.
—Mi paciencia está disminuyendo y quiero otra piedra —
le dije a Alice entre la estrofa de la canción y me alzó las
cejas, riéndose de mi espectáculo—. Y esta vez disfrutaría
más de que me la des como lo hiciste en la pista. —Sus ojos
se desorbitaron y sonrió con picardía.
—La que te di antes todavía está haciendo efecto, Isa. Y si
te doy otra, no solo vas a alucinar, sino que también
haremos cosas que mañana puedes odiar —explicó e hice
un mohín que a ella le hizo reír.
—Una más —supliqué y gimió cuando la cogí del rostro,
demostrándome que ella estaba tan hipersensible como yo
—. Y que pase lo que tenga que pasar porque sé que las dos
estamos sufriendo los efectos de esa piedra —zanjé.
—Mierda —murmuró y se llevó las manos a los senos,
jadeando al sentir las mías arrastrándose por su cuerpo
hasta llegar a sus caderas y luego a sus muslos—. Ya la he
cagado, así que, ¿qué más da? —dijo para sí misma y puso
las dos píldoras en su boca.
Y, antes de que se arrepintiera de lo que iba a hacer, unió
su boca a la mía y me metió una de las píldoras, besándome
a la vez. En ese momento, ambas lo profundizamos, ya que
necesitaba de ese beso más de lo que había pensado, pero
se alejó de inmediato para que pudiéramos tragar y yo odié
que me privara de su boca.
—¿Qué pasa?
—Iré por bebida al almacén —avisó—. Quédate aquí y
prepárate, Isa. Porque haremos nuestra propia fiesta —
aseguró.
No me dejó decirle nada. Se marchó y solo pude mirarla
cerrando la puerta tras salir, dispuesta a ceder a lo que
nuestros cuerpos estaban pidiendo, y me reí de ello. Entre
mi idiotez, estaba emocionada e incrédula por lo que haría,
deseando que para Maokko y mi conciencia contara el
desfogarme con una chica.
Comencé a bailar una vez más en cuando la voz de Neoni
me encantó como una sirena a los navegantes con esa
canción que tanto amaba, Darkside, recorriendo la oficina
iluminada con una luz tenue y perfecta para una noche de
pasión. Recordé a todas las chicas que habían estado ahí, a
sus rostros de felicidad cuando se iban y al causante de
ellas.
—Debe hacer un buen trabajo —susurré a la nada.
«Si lo que hacía con su boca también lo lograba con lo
que colgaba entre sus piernas, segura estaba de que su
trabajo era magnífico».
Me reí ante la aparición del susurro de mi conciencia,
sabiendo por qué estaba segura de lo que dijo, aunque
nunca tuviéramos la oportunidad de comprobarlo hasta ese
punto, pero sabíamos a la perfección lo que podía hacer con
su lengua y dedos.
¡Joder! De verdad estaba drogada como para estar
pensando en lo que Elliot sabía hacer. Regresé cerca del
escritorio, negando y comenzando a cantar una vez más,
girando con los brazos abiertos, sorprendida de todavía
poder manejar los tacos. Abrazando la locura, dando un
paso hacia el caos, dejando de caminar entre el pánico,
yendo directo a perder la cabeza en ese punto y
abandonando la pesadilla en la que había estado viviendo
por años.
¡Jesús!
—Hay partes que no puedo ocultar. Lo intenté una y un
millón de veces. Cruza mi corazón y espera morir.
Bienvenido a mi lado oscuro —canté a todo pulmón y giré al
ritmo de los acordes, moviendo las caderas, tocándome y
jadeando porque la necesidad en mi cuerpo se intensificó
como si fuera fuego quemándome.
Hasta que, en uno de los giros, quedé frente a la puerta
que llevaba a la pequeña habitación y entonces mi corazón
se detuvo.
«Oh. Por. Dios».
Jadeé, la respiración se me entrecortó y sentí que
acababa de entrar a un caleidoscopio que me llevó directo a
un mundo paralelo. El escalofrío en mi cuerpo me hizo
temblar y miré incrédula a la silueta que se hallaba en el
umbral de la puerta. Mi corazón volvió a latir desenfrenado,
reconociendo en todo mi ser a esa persona sin importar que
la poca luz no me dejaba verlo a la perfección.
Di un paso hacia él.
Él dio un paso hacia mí. Y cuando la luz le dio más de
lleno, sentí que mis piernas flaquearon.
—¿Eli-Elijah? —susurré con la voz entrecortada.
«¿Nuestro Tinieblo?»
Me mareé enseguida luego de pronunciar ese nombre,
uno que me negaba a dejar en el pasado. Los escalofríos se
intensificaron y ya no supe si era por el alucinógeno o por la
persona que veía frente a mí. Ya que, si bien Alice me dijo
que me daría lo mejor, me era difícil creer que fuera tanto
como para estar viendo frente a mí al hombre que seguía
amando con cada fibra de mi ser.
Con tristeza reí y negué, eso no podía ser. Estaba
drogada, no loca.
—¡Jesús! No puedo ser tan estúpida —me dije con tristeza
y negué— y tampoco estoy loca —repuse y cerré los ojos
tres veces seguidas, girando de nuevo al ritmo de la canción
—. Mis demonios me susurran al oído, ensordeciéndome con
todos mis miedos. Estoy viviendo en una pesadilla —canté,
dejando que las lágrimas cayeran por mis mejillas, girando
de nuevo, pero cuando volví a quedar frente a la puerta, él
seguía ahí—. ¡¿Por qué no desapareces?! —grité
desesperada.
Vi su rostro torturado por el miedo, el dolor, la
inseguridad, el enojo y el nerviosismo.
—¿Quieres que lo haga, White? —habló y jadeé.
No sabía cómo describir lo que mi cuerpo sintió al
escucharlo. Era su voz: clara, ronca, profunda, varonil y sexi.
Tal cual la recordaba, llamándome por mi apellido, como
solo él lo hizo, con el que fantaseé noche tras noche desde
que me lo arrebataron. El que sabía que no volvería a
escuchar nunca más de sus labios.
White.
«Eso tenía que ser una broma».
Capítulo 8
Te sigo necesitando

Todo sonido fue suprimido a mi alrededor, solo fui capaz


de escuchar el del latido acelerado de mi pulso y el de mis
brazaletes gruesos chocando con los finos por el temblor
que persistía en mi cuerpo. Pero me armé de valor y di un
paso frente a él, parpadeando para obligar a la alucinación
a irse, sin tener éxito, pues siguió ahí, no se movió.
—Si este es un tipo de chiste o broma, créeme que eres
muy cruel —dije con la voz ronca, dando un paso más hacia
él—. Estás jugando a ser alguien muy importante para mí,
un tipo que ni con todo el alucinógeno del mundo volveré a
ver o a tener —aseguré y casi volví a jadear cuando
estuvimos frente a frente.
Alcé la mirada, dándome cuenta de que tenía la altura
que yo recordaba, también la misma complexión
sobresaliendo incluso con la sudadera negra. Logré ver por
dentro el cuello redondo de su playera color blanca y mi
corazón bombeó más rápido en cuanto la luz detalló las
líneas de su rostro por debajo de la capucha que lo
ocultaba. Mi alma y mi ser enloquecieron con lo poco que
podía ver, y cuando respiré hondo su fragancia, esa que
jamás desconocí, mis ojos se desbordaron en lágrimas y
sollocé.
—Oh, Dios —balbucí y me cubrí el rostro con ambas
manos.
En mi cabeza ese aroma tan único y delicioso fue
enturbiado con el de su sangre, porque la última vez que lo
respiré fue cuando lo abracé fuera de aquel ascensor, con él
magullado y con cortes por todo el rostro gracias a los
golpes que recibió. Día y noche luché por volver a olerlo
limpio, incluso rocié su perfume en todo mi cuerpo, pero el
aroma a hierro siempre me encontró.
Y, en ese momento, volvió a ser ese aroma que respiré de
él cuando salía de ducharse o se preparaba para salir,
incluso el que emanaba junto a la transpiración cuando
hicimos el amor. Era esa fragancia llena de vida y negué con
la cabeza porque, aunque quería que fuera real, la chica
lúcida en mi interior me gritaba que recordara que estaba
drogada.
—No me hagas esto —supliqué y me descubrí el rostro,
limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano y
buscando de nuevo frente a mí.
Él seguía ahí y su pecho no se movía, parecía como si
contuviera la respiración. Entonces cerré más la distancia
entre nosotros, su calor me embargó y alcé una mano
temblorosa hacia su rostro. Mis uñas pintadas de negro
relumbraron con la luz tenue y me detuve al estar a
milímetros del bordillo de la capucha.
«Que no sea una cruel broma. Que no sea una
alucinación. Que no jueguen así conmigo», supliqué en mi
cabeza y me mordí el labio para contener los sollozos en
cuanto la cobardía de comprobar que era él, me paralizó.
El cover 6.18.18 de America Valera, con el que tanto me
torturaba, comenzó a sonar en el reproductor, gracias a que
tenía en mi móvil la carpeta de mi música en modo
aleatorio. Desde que él me faltó y en mis días en la clínica
St. James, esa canción había sido una especie de piedra y
salvavidas que me hundía y hacía flotar a la vez. Aunque en
ese momento dolió más que nunca.
—No jueguen así conmigo, por favor —susurré.
—Hazlo, Bonita. —Cerré los ojos cuando pidió eso con la
voz tan ronca que la desconocí por un instante, y otro
sollozo escapó de mi garganta.
—Esto es demasiado cruel —dije e intenté alejar mi mano,
pero la suya me lo impidió—. Oh, Dios —gemí con verdadero
dolor al sentir su toque, al abrir los ojos y ver su mano
tatuada aferrándose a la mía.
Su tacto era frío y hasta tembloroso.
—Por favor, no te alejes —pidió.
Lloré, feliz, torturada, incrédula y agradecida de tener esa
oportunidad así fuera en mi cabeza. Acerqué ambas manos
y tomé el bordillo de la capucha para bajarla.
Jadeé.
—Dios… mío —Hipé en cada palabra al descubrirlo por
completo.
A pesar de mi mirada borrosa por las lágrimas y mi
cabeza sintiéndose extraña por la droga, descubrí esos
hermosos iris grises observándome. La plata líquida vibraba
con vida, furia y deseo, aunque sus orbes estuvieran rojos.
Eran como una tormenta avasalladora, ansiosa por destruir
todo a su paso y yo estaba en el ojo de ella, de nuevo,
después de muchos años.
Acaricié su rostro con frenetismo y tracé con los dedos
cada línea de su mandíbula, de su nariz y cejas de cazador.
El cabello lo llevaba como siempre y la mirada llena de hielo
que lo caracterizó y me enamoró, en ese momento parecía
hambrienta.
—¿Cómo? —pregunté más para mí—. E-eres… eres tú —
balbucí sin dejar de tocarlo—. Mi demonio. Mi Tinieblo. Mi...
Mi Elijah. —Sonrió de lado y mi corazón, por poco, explotó
junto a mi pecho cuando olvidé cómo respirar—. ¿Cómo es
esto posible? Yo te vi…
—Shhh —me calló y lo hice porque me acunó el rostro—.
Soy yo, Castaña hermosa. Es posible porque en el infierno
quisieron deshacerse de mí por un rato —bromeó y mis ojos
se desorbitaron—. Soy yo —repitió al ver mi incredulidad y
con sus pulgares limpió mis mejillas—, tu demonio. —Besó
mi frente y, a pesar de la impresión, me negué a volver a
cerrar los ojos—. Tu Tinieblo. —Rio y besó mi nariz—. Tu
Elijah —juró, llegando cerca de mis labios—. Y sé que tienes
muchas preguntas en este momento, pero antes déjame
sentirte… Isabella, porque me estoy volviendo loco —suplicó
y mi nombre dicho por sus labios fue como una caricia
celestial.
Y no me permitió responder tampoco, únicamente me
miró por un segundo a los ojos y, en el siguiente, su boca
encontró la mía con el arrasador poder de una tormenta o
de un tornado, más bien. Me estaba dejando claro con ese
impulso que llegó dispuesto y capaz de encandilar y
destruir; había vuelto a mí para ser paraíso y tormento, para
comerme viva.
Mantuve los ojos abiertos porque me daba miedo
cerrarlos y que la ilusión desapareciera, y al ver los suyos
igual, supe que temíamos por lo mismo. Incluso cuando ese
beso nos estaba haciendo cada vez más conscientes de que
nos sentíamos, nos respirábamos. Me mordió el labio
inferior provocándome dolor y, de inmediato, lo chupó para
aliviarlo, aprovechando para meter su lengua en mi boca.
Solo entonces me rendí.
—Elijah —dije sobre su boca, demostrándole que su
nombre seguía siendo mi oración favorita.
Aferré las manos entre su garganta y barbilla, sintiendo el
latido en mi pecho acelerarse, intentando razonar y no
pudiendo. No quería en realidad, me abandoné de verdad a
ese gesto y lo disfruté sabiendo que todos los años sin él se
compensaban con ese momento. Saboreé mis lágrimas y la
libertad en su aliento, y gocé de su piercing volviendo a
chocar en mis dientes, de su lengua embistiéndome.
Me soltó el rostro y pasó una mano por mi cabello, y la
otra la arrastró hasta agarrarme el trasero. Me apreté más a
él hasta sentir su dureza contra mi vientre y volvió a
devorarme la boca como si estuviera famélico,
succionándome el labio y luego besándome la mandíbula
hasta llegar al cuello.
El calor en mi vientre se había convertido en fuego, los
pechos me dolían y la ropa hacía que la piel me ardiera.
Gemí de placer cuando lamió el lóbulo de mi oreja y la
humedad bajó de golpe a mi entrepierna.
—Elijah, yo…
—Lo sé, Bonita —aseguró, consciente de mi necesidad—,
pero no puedo hacer más que besarte.
—¿Qué? —La incredulidad bañó mi voz y lo miré.
—Estás más que borracha —explicó y sentí molestia en su
voz.
—¿Pero si yo quiero que me toques? —rebatí.
Mi voz salió lastimera porque me dolía y me ardía la
entrepierna. Necesitaba un poco de liberación y no sabía si
era por la droga, por el tiempo que tenía sin sexo, o porque
él estaba ahí conmigo.
—Sigues estando borracha. Y, además, no quiero que
mañana lamentes esto. —Reí sin gracia.
Pero, además, escucharlo me hizo estar más consciente
de que vivía una utopía, pues estaba cien por ciento segura
de que mi Tinieblo no me habría dicho que no si le pedía
que me tocara, sin importar que estuviera borracha. Su
único límite era que yo dijera que no quería, y por muy
borracha o drogada que me encontrara, no estaba dispuesta
a decir esas palabras. No en ese momento.
—No te pongas así —pidió cogiéndome de la barbilla.
Lo miré a los ojos, todavía sintiéndome en un mundo
paralelo, donde esos iris plateados me devolvían una
mirada llena de vida y hambre.
«Sí por ti, Bonita».
Tragué con dificultad cuando ese recuerdo llegó a mi
cabeza, y antes de darle pie a más, fui yo la que buscó su
boca para besarlo. Me sentía igual de famélica que él, así
que lo devoré con pasión, envolviendo los brazos en su
cuello. Me rodeó la cintura con los suyos para aferrarme a
su cuerpo y enterré los dedos en su cabello.
Me sentía perdida. Y muy en el fondo, esa voz en mi
interior me seguía gritando que tenía que parar, pero no
recordaba por qué debía hacer semejante locura. Yo no
quería que parara. Nunca, de hecho. Y contrario a eso,
terminé mordiéndole el labio a Elijah y se lo chupé tal cual
hizo conmigo antes, jugueteando a la vez con su lengua.
Gruñó como respuesta y volvió a cogerme el trasero con las
dos manos esa vez, lo que aumentó la presión en mi vientre
e hizo que necesitara rozar mis piernas entre sí para tener
un poco de presión en mi centro.
—¡Joder, White! —dijo en mi boca y volvió a llenarme la
barbilla de besos, bajando esa vez por mi garganta,
arrastrando los dientes en mi piel hasta llegar al espacio
entre mi cuello y hombro.
Cada una de esas caricias era como atizar más el fuego
en mi interior. Así que, guiada por eso, tomé una de sus
manos en mi trasero y la conduje por mi cadera, bajándola
por mi muslo hasta llevarla por debajo de mi vestido. A la
vez, enterré el rostro en su cuello para besarlo y morderlo
ahí.
—Te necesito —susurré en su oído y escuché que maldijo.
El fuego que arrasaba mi torrente sanguíneo se había
convertido en una hoguera en el instante que sus nudillos
rozaron más la piel de mi muslo y él intentó detenerse,
dejándome entrever la tensión en su cuerpo por contenerse
de no mandar todo a la mierda y tomarme como sabía que
deseaba.
—Me estás poniendo difícil comportarme como alguien
decente —dijo con la voz ronca.
Saboreé la piel cerca de su oreja y luego le lamí el lóbulo.
—Si viniste desde el infierno solo para verme, entonces
manda a la mierda al hombre decente que nunca fuiste. Y
deja que el indecente me folle como tanto lo necesito.
—¡Mierda, White! —espetó y chillé cuando siguió el
camino hacia arriba de mi muslo por su cuenta y encontró
mi coño—. Sin bragas, eh. —Aspiré una bocanada de aire,
dejando los labios entreabiertos cerca de los suyos.
—Oh, Dios —gemí en cuanto enterró el dedo medio en mi
raja y consintió mi clítoris con masajes circulares,
esparciendo la humedad que me bañaba.
—Te sientes como seda en mis dedos —señaló y me mordí
el labio.
Sabía que lo decía porque desde que mis entrenamientos
se volvieron más intensos en La Orden, comencé a
depilarme con láser por recomendación de Lee-Ang, pues
aseguró que era más cómodo y lo comprobé por mi cuenta.
Así que mi piel se había vuelto más suave, y entendí su
comparación porque pensé lo mismo las veces que alivié mi
necesidad por mi cuenta.
El ardor en mi vagina se había convertido en cruda
necesidad de sexo rudo y no estaba segura de soportar
mucho tiempo, pues su dedo jugando con mi clítoris y
acercándose a mi entrada era como jugar a quitarle el
seguro a una granada: explotaría en el primer descuido que
tuviera.
—¿Alguien más ha hecho esto contigo, Bonita? —preguntó
luego de tomarme de la parte de atrás del cabello para
exponer mi garganta y hacer que le sostuviera la mirada.
¡Jesús! Su dedo no dejó de moverse y grité en cuanto
añadió otro.
—Responde, Castaña —exigió, aumentando la presión y
mis piernas flaquearon.
¿Qué carajos me había preguntado?
Mis caderas se movieron en busca de más fricción cuando
ralentizó sus movimientos y mis ojos ardieron por la
impotencia, porque no quería dejar de sentir ese placer.
—No, por favor —supliqué y el agarre en mi cabello se
hizo más fuerte sin sentir dolor; al contrario, aumentó mi
placer.
—¿Sigues siendo mi pequeño infierno?
—¡Dios! Sí, sí, sí —repetí, amando el volver a disfrutar de
ese apodo.
Me mordí el labio cuando me embistió con los dos dedos
mientras su palma se encargaba de darle fricción a mi
clítoris.
—Eres mía —juró sobre mi boca, bebiéndose mis jadeos—.
Solo mía —repitió con tanta convicción, que otro golpe de
humedad me abandonó y le mojó los dedos y la palma.
No tardaría en gritar su nombre, pero no lo quería de esa
manera.
—¿Lo soy? —inquirí y alzó una ceja, levantando la curva
de su boca con peligro.
—¿Te atreves a dudarlo? —me retó y tragué con dificultad.
—Demuéstramelo con tu polla dentro de mí —exigí y noté
su sorpresa al escucharme—. Fóllame y gritaré a los cuatro
vientos que soy tuya, Elijah —añadí.
Y vi en el momento exacto en que perdió la pizca de
control que aún mantenía.
Con una rapidez que parecía de otro mundo, nos llevó
hacia el escritorio y barrió con la mano todo lo que se
encontraba encima. Abrí la cremallera de la sudadera y se
la saqué, siguiendo de inmediato con la playera blanca. Me
deleité viendo su torso lleno de tatuajes, sus músculos
tensos y los piercings que tenía en las tetillas. Me tomó de
la nuca y volvió a besarme, empujando con destreza su
lengua caliente en mi boca, diciéndome con eso que por fin
había mandado a dormir al chico decente que pretendía ser.
Dejé caer la cabeza hacia atrás y respiré entrecortado
cuando me sentó sobre el escritorio y su boca abandonó la
mía para continuar en mi cuello, diciéndome con eso que le
estaba siendo difícil apartar los labios de mí. Gemí al sentir
su dureza rozar mi centro y apreté los muslos con el pulso
entre mis piernas golpeándome con salvajismo.
—Te necesito tanto —gemí.
—Y yo a ti, White —aseguró—. Mierda —gruñó porque me
sentía tan desesperada que no pude evitar agarrarlo de la
cintura y contonear las caderas sobre él, para que fuera
más consciente de que me estaba volviendo loca con cada
segundo en el que no me poseía—. ¿Quieres correrte ya?
—Sí —dije con un gemido.
Bajó la cremallera de mi vestido y se deshizo enseguida
de él, sacándome a la vez el sostén y se alejó un poco para
observarme.
—Eres tan hermosa —aseguró con la voz enronquecida y
mi corazón se detuvo un segundo.
Estaba desnuda, solo llevando los tacos, los brazaletes y
el relicario. Alzó la mano para sacar las pinzas que todavía
sostenían mi moño y dejó que mi cabello cayera sobre mis
hombros. No me sorprendió su halago, aunque nunca me lo
había dicho antes. Elijah siempre fue de pocas palabras
cuando no se trataba de sacarme de mis casillas, por lo que
sus comentarios dulces siempre me sorprendían, ya que los
hacía sentir más valiosos por lo poco que los usaba.
—¿Por qué está corto? —preguntó, acariciando un mechón
de mi cabello.
—Porque dejaste de estar a mi lado para admirarlo, para
demostrarme cuanto te obsesionabas con él —confesé y la
comprensión surcó su rostro.
—Sigue obsesionándome —admitió y sonreí de lado.
Me miró como si fuera el mejor manjar del mundo y él se
estaba conteniendo para no demostrar cuan hambriento se
sentía. Luego arrastró el dedo índice con delicadeza por mi
clavícula y siguió la cadena colgada en mi cuello hasta
llegar al relicario. Mis ojos se abrieron un poco más al
escuchar el clic que hizo al abrirse.
—¿Cómo hiciste eso? —pregunté y tomé el relicario entre
mis manos para cerrarlo de inmediato.
Era mi Tinieblo, posiblemente en mi imaginación gracias a
la droga, pero incluso así mi instinto se hizo cargo.
«Vaya, todavía razonabas». La voz de mi conciencia hizo
su aparición.
—Se abre con nuestras huellas —explicó.
Iba a pedirle más información, pero su dedo volvió a
distraerme al seguir recorriendo mi torso. Arrastró los
nudillos por mi seno izquierdo, bordeando mi pezón
endurecido y me mordí el labio.
—Sigues siendo fuego, aunque uno más peligroso ahora
—aseguró en cuanto acarició el tatuaje que me hizo a un
lado de mi seno.
—¿Qué significa? —pregunté, hablándole del tatuaje en
mi nuca. Me miró sin entender—. Las iniciales.
No respondió por unos minutos, se limitó a observarme.
—¿Qué iniciales? —inquirió y me pareció increíble que no
supiera de lo que hablaba.
—Elijah…
—Perdóname —suplicó de pronto, llenando sus ojos de
dolor y apreté las manos al borde del escritorio, a cada lado
de mis piernas, en cuanto sentí la caricia sobre mi cicatriz y
comprendí por qué pedía perdón.
—No fue tu culpa, Elijah —aseguré y tomé su mano,
arrastrándola hacia el inicio de mi monte de venus—. Y no
quiero que te concentres en eso, porque créeme que ahora
mismo ese recuerdo no me duele. Me duele más que no
estés dentro de mí —sentencié y su sonrisa de depredador
me acarició sin tocarme.
—Voy a sentir cierto remordimiento por esto, pero tienes
razón, Castaña provocadora —sentenció y me abrió los
muslos con sus caderas y, con una mano en mi pecho, hizo
que me reclinara hacia atrás—. Soy un hijo de puta
indecente —aseguró y, tras eso, engulló uno de mis pechos
en su boca.
—¡Dios! —gemí, sintiendo su lengua en mi seno, como si
en realidad me paladeara el sexo por las sensaciones que
me provocaba.
Rodeó mi pezón en círculos y luego lo soltó con un plop
que explotó en mi vientre. Luego le dio la misma atención al
otro, consiguiendo que la adrenalina y mi deseo se
extendiera por cada terminación nerviosa, invadiendo entre
mis piernas y formando una presión más intensa.
—Y voy a maldecirme mucho —dijo, dejando un rastro de
besos húmedos en mi abdomen—, pero nunca me
arrepentiré. —Me miraba con ojos cargados de lujuria, lo
que oscureció la plata en ellos.
Bajó más hasta ponerse de rodillas y besó el interior de
mis muslos, arrastró la lengua ahí y deseé agarrarlo del pelo
para enterrarlo de una buena vez donde tanto lo
necesitaba, porque ya me estaba haciendo tambalear en mi
límite y, a ese ritmo, me correría solo con su aliento en mi
coño.
—Solo tú logras tenerme así —dijo— y siempre que sea
por ti y por ese rostro lleno de lujuria, te prometo que nunca
me arrepentiré de arrodillarme entre tus piernas.
—¡Madre mía! —grité cuando abrió mis pliegues con sus
pulgares y con la lengua me lamió de abajo hacia arriba,
succionando mi clítoris, viendo su piercing brillar con la luz
de la oficina.
—¡Joder, Bonita! No solo estás preciosa, sino
malditamente deliciosa —halagó sin dejar su tortura.
Los pezones se me endurecieron y Elijah me amasó un
seno sin descuidar mi sexo, retorciendo la lengua en los
lugares indicados, chupando como si tuviera en su boca la
fruta más deliciosa. La necesidad de contener la respiración
se intensificó porque cuando contenía el aire aumentaba las
sensaciones en mi coño.
—¡Mierda! Ojalá pudieras probarte como yo lo hago —
gruñó—. Eres infierno, pero sabes a paraíso.
—Elijah —gemí y mientras me apoyaba en el escritorio
con uno de mis antebrazos y me abrí más para él, enterré
mi otra mano en su cabello y lo apreté a mi coño.
Grité cuando metió un dedo en mi vagina y contuve la
respiración por completo, dándome cuenta de que, al
hacerlo, de nuevo aumentaba las sensaciones en mi interior.
Incluso me humedecí más. Eché la cabeza hacia atrás en
cuanto añadió otro dedo y me arqueé, moviendo las caderas
sin control alguno, moliéndome en su boca, pidiéndole más
sin decirlo con palabras.
La oleada de éxtasis se sintió más alucinante que la droga
en mi sistema y gemí mordiéndome el labio, sintiendo que
abrazó mi muslo con el otro brazo y, en cuando apretó la
mano en él, una ola de dolor se extendió por mi pierna, pero
fue instantáneo y quedó en el olvido cuando chupó mi
clítoris sin dejar de embestirme con los dedos.
No lo contuve más, me corrí gritando su nombre,
perdiendo el aire, apretando los ojos, sintiendo ardor detrás
de mis párpados porque la sensación era demasiado para
mi pobre corazón. Cada célula en mi cuerpo explotó en
fragmentos y jadeé como si acabara de resurgir desde el
fondo del mar al volverme a integrar. Elijah no dejó de
mover su lengua hasta que sacó de mí los últimos espasmos
y se apartó en cuanto estuvo seguro de que no podía más.
—Eres una diosa cuando te corres —susurró.
Escuché su voz melódica junto a Infinity, la canción de
Jaymes Young que sonaba en ese momento, haciéndolo más
perfecto.
Abrí los ojos y miré sus labios brillosos por mis fluidos. Se
los lamió como si no quisiera desperdiciar nada y eso fue
capaz de volver a excitarme, aunque no pude decirle nada
porque con ese orgasmo se fue mi energía extra y la
pesadez me estaba encontrando.
—Te he extrañado tanto. —No podía pensar nada, pero sí
conseguí decirle eso.
—Y yo a ti, Bonita —devolvió con la voz ronca.
Elijah siempre me hacía experimentar situaciones que
nadie más las podría igualar nunca, como ese momento que
acababa de ser maravilloso y quería que él también sintiera
lo mismo. Por eso cuando se alzó a mi altura y presionó su
erección en mi centro, no dudé en desabrochar su cinturón
junto al vaquero y metí la mano dentro de su bóxer.
Casi pude saborear su propia humedad en mi lengua al
sentirla en la corona de su polla. Estaba tan duro como una
vara de hierro y, al acariciar su falo, sentí las perlas.
Dios.
—Te sigo necesitando —aseguré entre gimoteos débiles.
—No más que yo, White —aseguró y me cogió del rostro
—. Te deseo con la misma intensidad que odio el tiempo
lejos de ti —añadió y un nudo lleno de agujas se instaló en
mi garganta.
Me alcé para capturar su boca con la mía antes de llorar y
ambos gemimos, yo al sentir mi sabor en sus labios y él en
cuanto mi mano se movió de arriba abajo en su falo,
sintiendo las perlas acariciar mi palma, dándome una idea
de lo que volvería a sentir en cuanto estuviera dentro de mí.
Introdujo su lengua y comprobé que lo que acababa de
hacerme no sería nada contra su erección. Los escalofríos y
la necesidad volvieron a expandirse por todo mi cuerpo,
pero también la pesadez de un sueño profundo.
—Te necesito —dije a punto de soltar las lágrimas porque
sentía que no podía mantener los ojos abiertos por más
tiempo.
—Necesitas descansar —dijo él y alcancé a identificar su
sonrisa. Negué con agonía—. No te sientas mal, porque te
juro que, aunque quiera estar dentro de ti, el placer que he
sentido al tenerte en mi boca es inigualable.
—Solo… déjame descansar cinco minutos —supliqué y me
besó la frente.
—Por supuesto —susurró, o creí que lo hizo.
—No te irás, ¿cierto? —balbucí con dificultad porque mi
lengua también se estaba durmiendo.
—No, Bonita. No hay otro lugar en el que quiera estar,
solo aquí contigo. —Su voz comenzaba a sonar lejana para
mí.
—N-no me... N-no me vuelvas a.… dejar —pedí.
Mis ojos se estaban cerrando, pero sentí cuando apartó el
cabello que estaba pegado en mi cara por el sudor.
—Jamás lo he hecho. Siempre he estado a tu lado, aquí —
aseguró poniendo su mano en mi corazón, todavía latiendo
acelerado— y lo seguiré estando para protegerte. Nada
malo te pasará mientras yo pueda impedirlo.
—Te amo infinitamente, Elijah Pride —susurré y logré
besar con torpeza sus labios. Lo sentí sonreír de nuevo y
correspondió a mi beso.
—White... —Por más que quise seguir luchando para
escuchar, no pude.
Mis ojos se cerraron y me dejé ir en la oscuridad que me
estaba reclamando.

Suaves murmullos hicieron que mis ojos se abrieran, la


cabeza me dolía como si me la hubiesen aplastado con
piedras. La luz del sol que se filtraba por las ventanas del
dormitorio me cegaba, pero, poco a poco, fui reconociendo
dónde me encontraba. Era la habitación de mi hotel y vestía
la misma ropa de la noche anterior. Mi corazón se aceleró al
recordarme con Elijah en la oficina de Grig y una gran
sonrisa se formó en mi rostro. El dolor de cabeza
desapareció de inmediato al revivir nuestro momento.
Él estaba vivo… ¡Vivo!
«Isa…»
Ahora no.
Corté lo que sea que mi conciencia diría y salí de la cama
de inmediato. Los murmullos en la pequeña sala del cuarto
de hotel debían ser de él y Caleb. La emoción que hizo que
mi corazón se desbocara al saber que estaría de nuevo
frente a frente con mi Tinieblo consiguió que dejara de lado
la idea de lavarme el rostro o pasarme un cepillo por el
cabello, al menos.
Dios.
Había tantas cosas que teníamos que hablar,
explicaciones que darnos, sorpresas que nos cambiarían la
vida, pero eso quedó en segundo plano cuando en cada
paso que daba, mi corazón se aceleraba incluso más.
¡Carajo! Mi felicidad iluminaba más que el sol esa mañana y
ni la resaca por la bebida y la droga joderían ese momento.
Nada me impediría estar en sus brazos otra vez.
«¡Maldición, Colega! No debías estar…»
—¡Chicos! Buenos días —saludé con una gran sonrisa a
Caleb, Elliot y a Alice.
Todos me miraron sobresaltados. Elliot no se veía feliz y
Alice parecía afligida. Caleb, en cambio, lucía como si
estuviera a punto de asesinar a alguien.
—¿Dónde demonios está lo bueno de este día? —espetó
Elliot y fruncí el ceño.
Usaba la misma ropa, a excepción de la camisa negra que
llevaba anoche sobre la playera blanca. Esta última se veía
arrugada, al igual que su ceño, y el cabello lo tenía como si
hubiera pasado horas enterrando los dedos en él y tirándolo
con fuerza.
—¿Te sientes bien? —preguntó Caleb, y antes de que yo le
respondiera, le alzó una mano a Alice con advertencia para
que ella no se pusiera de pie en cuanto intentó levantarse
del sofá.
—No solo bien, estoy feliz —exclamé demasiado
emocionada como para concentrarme en sus ceños
fruncidos y caras de pocos amigos. Miré para todos lados
dentro de la suite y ellos se miraron entre sí—. ¿Dónde está
Elijah? —pregunté sin esconder mi sonrisa cohibida.
—¡Maldición! ¡¿Pero cuánta mierda le diste?! —gritó Elliot
hacia Alice y la cogió del brazo con brusquedad, obligándola
a que se pusiera de pie.
Ella gritó asustada y se hizo más pequeña mientras que
Elliot pareció crecer por la furia que lo embargó. Me asusté
al verlo así y también me indignó su actitud.
—¡¿Qué carajos pasa contigo?! ¡Suéltala! —exigí llegando
a ellos. Lo tomé del brazo y lo aparté de ella. Alice rebotó en
el sofá por la brusquedad con la que Elliot la dejó ir—.
¿Estás bien? —le pegunté a ella y asintió, abrazándose a sí
misma sin dejar de llorar en silencio.
—Ya, hombre —le pidió Caleb a Elliot y lo apartó de
nosotras. Este se zafó de su agarre y negó con la cabeza
dándonos la espalda.
Nunca lo había visto perder tanto el control.
—No sé qué demonios te sucede, Elliot, pero no vuelvas a
ponerle una mano encima —le advertí.
—Esta estúpida te ha drogado, Isabella. Así que agradece
que al menos uno de nosotros dos no quiera matarla ahora
mismo —explicó Caleb por Elliot.
Lo miré indignada por su manera de dirigirse hacia la
chica, y más porque Alice no me había obligado a nada
como ellos estaban deduciendo.
—¿Acaso me viste obligada anoche? —espeté y el rubio
rio sin gracia—. Tomé esa droga porque quise, así que dejen
de ser unos estúpidos ustedes, ya que no soy ninguna niña
ignorante a la que deban proteger.
—¿Y acabas de meterte esa mierda de nuevo? —
cuestionó y negué desorientada—. ¿Entonces por qué
vienes preguntándonos por un tipo que ya está muerto?
Mis ojos se desorbitaron cuando dijo eso, pero entonces
recordé lo que viví. Y sí, parecía un recuerdo lejano, un
sueño, uno que se sintió demasiado real como para que
Caleb soltara esa tontería.
—Elijah no está muerto —aseguré viendo a Elliot—. Y sé
que parece una locura, pero les juro que estuve anoche con
él y por eso pensé que estaría con ustedes aquí y ahora, ya
que quedamos en que hablaríamos y aclararíamos muchas
cosas.
—¡Isabella, por Dios! —se quejó Elliot con evidente
frustración—. Anoche te drogaste como una maldita adicta
—reprochó y sentí una punzada en mi pecho.
—Tal vez, Elliot. Pero te juro que estuve con él en la
oficina de Grig —aclaré desesperada.
—¡Oh, sí! Estuviste en esa oficina e hiciste tu propia fiesta
—comentó Caleb con sarcasmo ganándose mi atención—.
Alice te dio lo mejor de lo mejor, ¿no? —ironizó y la chica me
miró avergonzada—. ¿Qué te dijo? ¿Que te daría la Piedra
filosofal de Harry Potter?
—Ya les dije que fue un error —balbuceó Alice y la miré
con los ojos entrecerrados. Parecía sufrir mucho.
—¿De qué hablas? —le pregunté a ella.
—Te dio GBH[9], en realidad —respondió Caleb por ella y la
miré incrédula.
—No fue mi intención, Isa, pero cuando me di cuenta ya la
habíamos bebido —explicó Alice con desesperación y otra
punzada más fuerte me atravesó el pecho.
—Y solo porque tú también te metiste esa mierda sigues
viva —farfulló Caleb. Luego volvió a concentrarse en mí—.
Estuviste con ella en la oficina de Grig. Dom las encontró y
se quedó con Max cuidando de ustedes. Después nos avisó
que se estaban descontrolando —prosiguió y la cabeza me
dolió de nuevo al no entender nada—. Cuando llegamos,
estabas desmayada sobre el escritorio gracias a la droga y
esta… —Señaló a Alice con desprecio—. Estaba igual que tú,
pero intentando conseguir más alivio con Dom.
—No, no, no —dije. Me estaban mintiendo—. Fuiste por
más bebida y después de que saliste encontré a Elijah en la
puerta del dormitorio y tú ya no volviste —añadí con
desesperación y ella negó con la cabeza, mordiéndose el
labio para contener el sollozo.
—No más, Isabella, por favor —suplicó Elliot con la voz
ronca.
—Alice…, diles —pedí y ella no pudo mirarme a los ojos.
Las grietas de mi corazón comenzaron a arder, a punto de
desfragmentarse una vez más.
—Fui por la bebida al almacén y cuando regresé tus
guardaespaldas ya estaban cuidando la puerta de la oficina
—comenzó ella—. Nos habían visto divertirnos, así que me
dejaron pasar. Te encontré bailando, cantando a todo
pulmón. Me uní a ti, pero ya estabas más perdida que yo.
Mis recuerdos también son borrosos; sin embargo, sé que
mencionabas a ese chico y, de pronto, comenzaste a
tratarme como si fuera él y… decidí seguirte el juego… —
Miró a los chicos más avergonzada que antes—. Después
caíste dormida sobre el escritorio y le pedí ayuda a Dom; no
obstante, yo también seguía con mucho calor y buscaba
algo de alivio.
¡Jesús! Entré en negación. No podía creerle.
—¡Mientes! —le grité—. ¡Jamás volviste! ¡Yo estuve con
Elijah! —Alcé más la voz y los miré a todos para que me
creyeran.
La mirada de Elliot desmoronó más los pedazos de mi
corazón.
—Nena, él jamás estuvo ahí. Sabes que no podría —acotó
enronquecido y lo odié. Odié a todo el mundo a mi alrededor
y que eso me estuviera pasando—. El GBH que Alice te dio
es nuevo en el mercado, lo han combinado con la piedra
que pretendía darte. Por eso te hizo alucinar además de lo
otro —señaló como si eso resolviera todo.
Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.
—Sé que suenan lógicos, pero… —Tragué con dificultada y
parpadeé para sacudir las lágrimas que se atoraron en mis
pestañas. La barbilla comenzó a temblarme y me mordí el
interior de la mejilla para controlarme—. Él prometió que
hablaríamos —susurré y negué con la cabeza hacia Elliot
cuando lo vi con la mirada atormentada e intentó llegar a mí
—. ¿Alice? —la llamé y se limitó a mirar el suelo—. ¿Es
verdad todo lo que me has dicho?
Sus ojos llenos de culpa posándose en mí fue todo lo que
necesité para que aquellos fragmentos de mi corazón, que
lograron pegarse a duras penas durante esos años,
volvieran a destrozarse. Busqué un respiro con esa droga y
terminé por romperme de nuevo. Y esa vez dolió más que la
anterior por muchas razones.
«¡Maldición, Colega!»
Las ganas de llorar se arremolinaron como un tornado,
revolviéndome el estómago. Todo comenzó a darme vueltas
y los recuerdos de aquel día dentro del ascensor me
golpearon como unas perras ardidas. Ese aroma suyo que
juré haber respirado anoche se volvió a enturbiar con el
hierro de la sangre y, a duras penas, conseguí detener el
sollozo que quiso atravesar mi garganta cerrada por un
nudo lleno de agujas que se me clavaba con violencia.
Lo estaba perdiendo por segunda vez, como si no hubiera
tenido suficiente con la primera.
Los estragos de la droga se asentaron más en mí,
provocando una doble confusión en mi cabeza porque,
aunque la noche anterior se sintió real, también parecía
como un recuerdo lejano.
—¿Pasó algo más entre nosotras? —logré preguntarle a
Alice con la voz ronca.
—Sí —susurró avergonzada al ver el rostro de los chicos.
«¡Demonios!»
Capítulo 9
Ódiame si lo necesitas

«Solo las personas más rotas pueden ser grandes


líderes».
Las palabras de Perseo llegaron a mi cabeza,
comprendiendo en ese momento que tenía razón, aunque
también dudando de que fuera posible liderar cuando tu
corazón cada vez se volvía más oscuro.
«O cuando te estabas quedando sin uno».
Estuve de acuerdo con mi conciencia. Mi corazón se había
vuelto como un lápiz al que quebraban en pedazos, pero en
ese momento se sintió como si hubieran llegado a la parte
más pequeña, y después de ahí, estarían perdidos, porque
no podrían quebrarme más.
Pasé esos tres años de mi vida tratando de reconstruirme,
a través de terapias, rituales y entrenamientos que me
ayudaran a superar el dolor. Pero descubrí que la negación
se había escondido bien en mi interior, haciéndome creer
que ya no la padecía. Fue hasta que llegué a Richmond y
me encontré con Alice, Elliot y Caleb que comprendí que
debía vivir ese momento para enfrentarme al verdadero
cambio.
Uno que me haría ganarme más el odio de quienes aún
me querían.
Pero, por última vez, me permití caer hasta el fondo,
preparándome para volver a emerger. Inspiré lo más hondo
que pude y traté de tragarme el nudo en mi garganta,
sintiendo el hormigueo en mis manos y una furia que me
resultaba difícil contener. La primera vez que sentí esa ira
terminé cortándome las venas; la segunda vez, me corté la
palma de la mano mientras discutía con Elliot; y ahora, por
tercera vez, no quería a nadie a mi alrededor porque no
merecían atravesar esa mierda conmigo.
«Ataques de ira». Así lo llamó el psicólogo que me
atendió.
Me había acostado con una chica, y no me molestaba ese
hecho, aunque nunca consideré hacerlo. Lo que me
enervaba la sangre, en realidad, era tener esa maldita
laguna en mi cabeza en donde me recordaba besándola,
luego estando con Elijah y de ahí despertando en mi cama,
como una estúpida que creyó que su amado había vuelto de
la muerte.
¿Cómo demonios creí siquiera que eso sería posible?
—Váyanse —les dije y ni yo reconocí mi propia voz.
—No, Isa. No vamos a dejarte —aseguró Caleb y lo miré
con frialdad.
—No te he pedido un favor, te he dado una orden —
aseveré y cuadró los hombros. No se iba a inmutar, lo sabía
—. Lárguense porque necesito estar sola —dije una vez
más.
Caminé hacia la mesita al lado de uno de los sofás y
acaricié la madera, moviendo la cabeza de un lado a otro
para liberarme de un poco de la tensión que sentía en mi
cuello. Las manos me picaron ansiosas por tomar la lámpara
en la mesa.
—No, nena. No te dejaremos sola —alegó Elliot y lo miré a
los ojos, riendo sin gracia.
—Caleb, saca a todos de aquí —exigí con una tranquilidad
que no sentía.
—Linda…
—¡Quiero que se vayan, joder! —grité y Alice se exaltó,
subiendo ambos pies sobre el sofá cuando estrellé la
lámpara cerca de ella—. ¡Necesito estar sola! ¡Quiero estar
sola! —zanjé y tomé la mesita esa vez para tirarla al suelo.
Escuché a Elliot decirle algo a Caleb, pero no supe qué,
porque me dejé cegar por esa ira que ansiaba poseerme.
Tomé todo lo que estuvo a mi alcance y comencé a tirarlo.
Gritando, maldiciendo y siendo apenas consciente de la
puerta cerrándose, con los sollozos desesperados de Alice
mientras alguien la arrastraba fuera de mi vista.
—¡Isabella! —gritó Elliot detrás de mí.
—¡¿Qué esperas, imbécil?! —espeté—. ¡¿Crees que estoy
jugando?!
Mi cabeza se sentía caliente y como si la llenaban de aire
y la vaciaban de golpe.
—No me iré —aseguró él.
Mi respuesta fue gruñir y me lancé sobre su cuerpo para
demostrarle el error que había cometido al quedarse. Logró
evadir mi golpe cuando estuve a punto de impactarlo, pero
volví al ataque. Pelea, sí, eso era lo que mi cuerpo pedía
para desahogarme. Ya no quería más lágrimas ni debilidad,
necesitaba endurecerme con el odio y la frialdad. Porque
estar furiosa se sentía mejor que dejarme devastar de
nuevo por la pérdida.
Estar enojada con el mundo entero me ayudó a
sobrellevar el luto, enfurecerme con Elijah por haberme
dejado era más fácil que llorarle.
Comencé a ver todo en color rojo, a respirar fuego; el
sabor metálico en mi boca me inundó, mi cuerpo sabía lo
que necesitaba y tembló con urgencia por conseguirlo. Y,
para mala suerte de Elliot, se puso en mi camino para ser
mi víctima. Pero, obviamente, él sabía defenderse, así que
seguía evitando algunos golpes y gruñendo con otros que le
resultaba imposible contener. Sin embargo, se limitaba solo
a protegerse, y en ningún momento levantó una mano para
impactarme.
Y ese sería su fin, pues no estaba con una Alice que solo
se encogería; todo lo contrario, tenía a una fiera que
ansiaba comérselo, desgarrarlo. Golpeé sus tobillos con mis
pies descalzos y lo lancé al suelo. Sonrió burlón tras gruñir
ante la pérdida de aire y lo noté disfrutando de la vista. Me
di cuenta de que se fijaba en mis muslos, o más bien, en el
maldito vestido que se me había subido demasiado cerca de
la entrepierna.
«¡Te estaba viendo el coño!»
Para lo que me importaba en ese momento.
Aunque esa distracción me costó caro, ya que él
aprovechó el momento y me devolvió el golpe en los
tobillos. A duras penas logré cubrirme la cabeza al sentir
que caía al suelo. Gruñí, perdiendo el aire de los pulmones
al impactar contra el piso. Elliot tomó la oportunidad para
subirse a horcajadas sobre mí, atrapando mis piernas con
las suyas y mis muñecas con sus manos arriba de mi
cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó jadeante. Un hilo de sangre
salía de la comisura de su boca.
—Pero que pregunta más estúpida —bufé.
—Isa, sé que esto es difícil para ti, pero no puedo dejarte
sola —explicó y me removí cuando acarició las cicatrices en
mis muñecas, diciéndome sin palabras la razón de su
reticencia—. Nena, no puedo perderte de nuevo. —Fruncí el
ceño por el dolor en su voz, en su rostro—. Ódiame si lo
necesitas, pero no me pidas que me vaya.
Su voz se quebró y miré hacia otro lado.
No podía volver a la vulnerabilidad, me negaba a estar en
ese punto otra vez. No quería sentir ese dolor que me
quemaba en carne viva porque ya demasiado tiempo había
estado en el infierno.
—No quiero perderte —susurró presionando su frente en
mi sien y sentí como si hubiera activado un interruptor de
lágrimas en mi interior.
—No lo entiendes —murmuré bajo, viendo la lámpara
hecha añicos a unos metros de nosotros—. Ya me perdiste,
Elliot —le dije y él sabía que no me refería al sentido
amoroso, sino a que ya no era más esa chica que fui antes
de lo de Elijah.
—No, me niego. —Lo sentí mover la cabeza y apreté los
ojos.
—Me rompieron en el secuestro y volvieron a hacerlo en
aquel edificio —admití cansada—. Y me rompí yo misma
anoche, así que merezco sentirme estúpida, dolida,
frustrada, decepcionada. —No me di cuenta de que estaba
llorando hasta que sentí que me atragantaba con las
lágrimas. Él soltó su agarre de mis muñecas y acunó mis
mejillas para que lo mirara.
—Eres una hermosa composición del caos, ¿lo recuerdas?
—me dijo.
—La vida me ha hecho caer demasiadas veces, Elliot. Y
estoy cansada porque parece que la perra ahora cree que
puedo volar —le dije y las lágrimas corrieron por mis sienes
como si fueran cascadas.
—Este momento va a pasar.
—Sí, lo hará. Pero es muy cruel que me suceda dos veces.
¿Cuántas más me faltan? —espeté y lo tomé de las manos,
presionándolas sin quitarlas de mi rostro.
—Nena…
—Todo fue muy real, Elliot —lo corté—. Lo sentí como te
estoy sintiendo a ti. Nos besamos, nos abrazamos... —Callé
cuando el sollozo logró escapar de mi garganta.
Elliot se quitó de encima y me ayudó a sentarme,
comprendiendo que, aunque haya sido una alucinación,
necesitaba decirlo.
—Estaba drogada, pero eso no evitó que haya sido tan
real —musité y me limpié las lágrimas con el dorso de la
mano—. Júrame que no me mientes, que no me ocultas
nada —pedí de pronto. Él me miró a los ojos y vi mi dolor
reflejado en ellos.
—Te lo juro, nena —susurró y tragué con dificultad.
—Él prometió que hablaríamos, dijo que no se iría y que
jamás se había ido —confesé entre una risa sarcástica.
—No lo ha hecho, nunca se irá —acotó él—. LuzBel vivirá
siempre en tu corazón porque ese hijo de puta te marcó
tanto como tú lo marcaste a él. Y, aunque sienta ácido en
mi lengua al decir esto, sé que nunca me perteneciste como
a él.
—Elliot... —Me quedé en silencio al sentir que volvería a
soltar el llanto.
No más.
No más.
—Te amé y todavía te amo, Isabella. Por eso me
sobrepasa verte así, sufriendo por alguien a quien jamás
volverás a tener —prosiguió al ser consciente de que yo no
podría—. La droga con la que han combinado el GBH la
comparan con Harry Potter por el primer libro: La piedra
filosofal —explicó viendo hacia el frente y yo lo miré a él—.
Ahí se habla de un espejo en el que se refleja lo que tu
corazón desea con más fuerzas. —No leí el libro, pero sí
recordaba esa escena en la película y comprendí todo—. Por
eso lo viste, porque tu corazón y alma lo anhelan —aseguró
con pena.
Me tapé el rostro con ambas manos, dejando de lado la
pelea y llorando como tanto necesitaba, porque sabía que
después de ese día todo cambiaría para mí. Así que me
desahogué como solo lo hice en el hospital St. James antes
de marcharme a Tokio. Me escuché gritando y sollozando,
sacando la negación desde lo más profundo de mi alma.
Elijah se había ido y era momento de que lo afrontara.
Sentí los brazos de Elliot rodeándome y enterré el rostro
en su cuello, aferrándome a él. Su mano recorrió mi espalda
de arriba hacia abajo para hacerme saber que estaba ahí
para mí, y disfruté del momento porque sabía que era la
última vez que sostendría a la Isabella que todavía amaba.
Le di esa oportunidad como una despedida, consciente de
que era muy posible que llegara a odiar a la mujer que
resurgiría.
—Puedes conseguirme algo para dormir —pedí cuando me
hube calmado.
Él asintió sabiendo que lo necesitaba y llamó a Caleb
porque todavía no estaba dispuesto a dejarme sola. Sonreí
con agradecimiento y, en cuanto me llevó a la cama, me
recosté sobre sus piernas y disfruté de sus caricias en mi
cabello.
Caleb entró en silencio y no dijo nada cuando nos
encontró en esa situación. Se limitó a estudiarme y me
ofreció un calmante que se aseguró de que no me afectara
por la droga que todavía estaba en mi sistema. Tomé el
calmante fingiendo tranquilidad, y después de beberlo, dejé
el vaso sobre la mesa y abracé a Elliot. Fue algo que lo tomó
por sorpresa, por supuesto, pero no dijo nada.
—Te quiero —susurré en su oído— y siempre agradeceré
que nunca te dieras por vencido conmigo.
Se tensó al escucharme y supe que imaginó que había
algo importante que no le estaba diciendo.
—Isabella… —Calló cuando presioné mis labios en los
suyos en un beso apretado.
—Te quiero, Elliot Hamilton. Mi hermoso ángel —dije,
recordándole cómo lo llamaba cuando estuvimos juntos.
Se quedó sin palabras y, sin decirle nada más, me metí
dentro de las sábanas para abandonarme en el sueño,
porque ser una perra no me dejaría dormir en un buen
tiempo, así que debía aprovechar la ayuda del
medicamento.
«Entonces te abandonarías a esa oscuridad que siempre
quiso reclamarte».
Y tú disfrutarías de ello.

—Nunca hemos conseguido llegar siquiera a diez metros


de él, Tess —dijo el sargento Caron Patterson con verdadera
frustración—. Así que lo único que se me ocurre es que
alguien de tu equipo se infiltre.
Estábamos todos reunidos en la sala de juntas del cuartel,
discutiendo la última hazaña del caballo de los Vigilantes
(Sombra), luego de que este consiguiera que un buque
zarpara de la terminal marina del río James con mucho
armamento que les venderían a sus socios, y
sospechábamos que también con mujeres secuestradas
para venderlas al mejor postor. Pudo hacerlo sin ningún
problema frente a las narices de los guardacostas,
haciéndolos quedar como unos estúpidos.
Y le hubiera aplaudido por su acto bien ejecutado si no
hubiéramos estado del lado contrario, y no odiara la idea de
lo que contenía el buque. Pues el maldito llevó todo acabo
con inteligencia, demostrándonos que manejaba excelentes
contactos.
—Ya sabes, debemos intentar por medio del deseo o el
corazón, tal vez su debilidad está allí —añadió Caron y bufé
una risa.
Todavía me era increíble que algunos creyeran que la
debilidad siempre estaba en el sexo o el amor. Aunque si
era así con nuestros enemigos, debíamos aprovecharlo.
—Mi última actualización dice que desembocaron en
Rusia. Y no tenemos jurisdicción allí —explicó Connor.
—Y lo que dices es un poco imposible, ya que nuestro
contacto no tiene permitido acercarse a él —añadió Dylan,
refiriéndose a Cameron.
Y con lo poco que conocía a Sombra, no creía que Cam
fuera su tipo.
«Ni yo. Al Chico oscuro parecía gustarle más del tipo con
cabello castaño, excelentes luchadoras y que se negaran a
besarlo, aunque lo desearan».
Maldita perra.
Me mordí el labio para no reír por las cosas que susurraba
mi voz interior. Caleb me miró en ese momento y notó mis
intensiones de hablar. Habían pasado dos días desde mi
último ataque de ira. Sin embargo, la jugada de Sombra nos
estaba complicando las cosas para la velada en Inferno que
tendría lugar dentro de cuatro días.
—Isabella —dijo con advertencia al imaginar lo que
rondaba por mi cabeza y Elliot puso su atención en
nosotros.
No había querido hablar con el ojiazul luego de mi
despedida en el hotel. Aunque sí nos habíamos encontrado
en el hospital y cruzamos saludos. De Alice, en cambio, no
sabía absolutamente nada, pues no volví a poner un pie en
Grig y desconocía si seguía trabajando allí.
—Es claro que han estado moviendo las piezas de ajedrez
para favorecerlo a él —solté ignorando a Caleb y lo escuché
maldecir.
—¿Qué? ¿Tienes alguna sugerencia? ¿Conoces bien este
juego o te sabes un mejor truco? —inquirió Tess con ironía.
Su actitud no me provocó más que risa.
Evan se había mantenido viendo su laptop, monitoreando
junto a Connor, pero me miró atento al escuchar la
provocación de Tess.
Él y Connor eran las cabezas tecnológicas de la
organización, complementándose de manera perfecta, pues
Connor era un excelente hacker y programador, y Evan,
además de ser el desarrollador de los programas, también
se desempeñaba en la creación de juegos en línea, mismos
que fácilmente convertía en armas letales.
—Yo puedo llegar a él —aseguré.
—De ninguna manera lo harás —dijeron Dylan y Elliot al
mismo tiempo, lo que me hizo reír.
—¿Quieren a alguien que logre llegar a menos de un
metro de Sombra? Pues aquí me tienen —dije con
convicción y Caron me miró con interés. Los chicos, por su
lado, todavía no podían creer lo que escuchaban—. He sido
la única que ha logrado estar con él sin que me dañe —les
recordé y Tess me observó sabiendo a lo que me refería,
aunque ignoraba que en Tokio y Mónaco me lo había vuelto
a encontrar.
Dylan, Elliot y los demás también fueron testigos de los
acercamientos que tuve con Sombra en el pasado. Evan,
sobre todo, pues estuvo en la fiesta de Inferno junto a Jacob,
y ambos supieron lo que pasó en aquella habitación cuando
el maldito enmascarado se aprovechó de su parecido con
Elijah.
—No te acercarás a ese hijo de puta —gruñó Dylan y
sonreí de lado.
—Es que no es tu decisión, hermanito —aclaré tranquila y
me miró indignado.
—Es peligroso que intentes llegar a él, maldición —espetó
Elliot y, tanto Caron como Tess, pusieron su interés en
nosotros.
—¡Jesús! Cálmate —pedí con ironía—. Además, créeme
que no hay nadie más peligrosa que yo en este momento —
aseguré—. Y te prometo que así tenga que ir al mismísimo
infierno o deba acostarme con el diablo, haré caer a ese
caballo de los Vigilantes.
Todos me miraron como si tuvieran frente a ellos a una
mujer diferente, y no se equivocaban.
—¿Podrías ponerlo en mi camino?
—Tess —advirtió Dylan al escuchar a su todavía novia
preguntándome eso.
—En el momento que se descuide y ya no nos sirva, lo
tendrás —prometí y ella sonrió de lado.
Vi en sus ojos la misma determinación que yo veía en los
míos siempre que estaba frente al espejo. Tess anhelaba
venganza igual que yo y la comprendí mejor que todos los
que nos rodeaban.
—Bien, entonces hemos solucionado esta situación —
celebró ella y Caron sonrió satisfecho.
—No hemos solucionado ni una mierda —espetó Dylan
poniéndose de pie, plantando las manos en la mesa.
Yo también me puse de pie, pero con tranquilidad. Elliot
me miraba con sorpresa y desconcierto, parecía no
reconocerme por completo. Tal vez estaba enterándose de
una buena vez de lo que le escondí cuando estuvimos
juntos en el hotel.
—Ten listo el ID-DNA[10] —le pedí a él, dando por zanjado
ese tema y sonrió irónico. Todavía no podía procesar a quién
tenía frente a sus narices—. Y espero verte en la velada,
Caron —añadí para el sargento y él sonrió con malicia.
Por supuesto que no perdía su oportunidad de coquetear
conmigo.
—Será un placer para mí que me concedas un baile —dijo
y asentí.
—Cuenta con ello —aseguré.
Tras eso, me di la vuelta y me fui directo hacia la sala de
entrenamientos. Ninguno me siguió, una decisión bastante
inteligente por parte de ellos, pues no estaba dispuesta a
que nadie continuara contradiciéndome, sobre todo cuando
no elegí hacer lo que haría por dolida, sino todo lo contrario.
Después de recuperarme de mi ataque de ira, me levanté
de la cama como una mujer decidida, capaz de analizar y
actuar con cabeza fría. Consulté con mis senséis y siguiendo
los consejos de Yusei, que para algunos podrían parecer
fríos, entendí que no debía ser como una cazadora que solo
atacaba cuando tenía a su presa encima, sino que también
debía acechar. Así que comencé a poner en marcha mi plan,
había llorado y lamentado suficiente por lo que la vida me
había quitado, y en los momentos más vulnerables, había
sido atacada sin piedad. Estaba harta de ser la víctima, era
hora de ser el verdugo de aquellos que me habían
destrozado. Sabía muy bien que, si seguía dejándome llevar
por mis sentimientos, nunca conseguiría la justicia que
tanto ansiaba para enfrentar a mis enemigos.
Puse música cuando estuve en el salón de
entrenamientos y dejé que Sharks de Imagine Dragons
sonara mientras tomaba un bokken y lo hacía mío,
moviéndome con cada técnica, desgastando mis energías
extras y pensando en cómo me acercaría a Sombra,
sabiendo que debía utilizar esa debilidad que demostraba
por mí para desarmarlo, dejarlo vulnerable y vencer a ese
caballo que los Vigilantes estaban sabiendo mover en su
tablero.
—Querías jugar contra mí, cariño. Pues vas a tener tu
oportunidad —dije mientras hacía un movimiento hacia el
frente, manipulando el bokken con una sola mano y
empujándolo dentro de un cuerpo invisible—. Y yo disfrutaré
de mi jaque mate —prometí.
Seguí entrenando durante una hora más hasta que mi
cuerpo gastó la última gota de energía y luego decidí que
era momento de irme al hotel, pues ya estaba satisfecha y
ansiando una ducha.
—¿Isabella? —La voz sorprendida de Jacob me sacó de
mis pensamientos cuando estaba dejando el bokken es su
lugar.
—¡Jacob! —saludé con una sonrisa.
—¡Isa, nena! —exclamó y eso me hizo reír un poco más—.
¿Por qué demonios nadie me ha dicho que mi chica ha
vuelto? —se quejó caminando hacia mí y noté que cojeaba
un poco—. He llegado hoy y me entero de tu regreso hasta
que te veo frente a mí.
Su indignación era palpable, así como su alegría por
verme.
—Es una larga historia, nada personal —aseguré. Ver su
alegría me hizo actuar diferente con él—. Pero dime…,
¿cómo está mi idiota?
—Favorito —añadió él y volví a sonreír—. Todavía estoy
deseando que me comas los lunares.
—Jacob —advertí y él rio alzando las manos.
—Bien, no te intimidaré —aseguró con chulería—. Estoy
todavía recuperándome, pero bien dentro de lo que cabe —
añadió y vi el rayo de tristeza cruzar sus ojos y eso me hizo
tragar con dificultad.
—Estoy feliz de verte caminando y bien, Jacob —aseguré
y sonrió de lado.
—También me hace feliz verte, Isabella. Viva e ilesa —
señaló viéndome a los ojos.
Jacob trataba de ser el mismo conmigo, pero vi más allá
de sus ojos y noté cuánto había cambiado. Estaba más
guapo, pero ya no era tan extrovertido como cuando lo
conocí y comprendía sus razones, ya que eran las mismas
que yo tuve para cambiar.
—Tenemos que ir a tomar algo para ponernos al día,
cuando puedas —exhortó y respiré hondo.
—Claro, puede ser en un par de días porque ahora tengo
que ponerme al corriente con todo y prepararme para el
baile en Inferno —expliqué y asintió.
—Supongo que estoy fuera esta vez —acotó.
—Recupérate bien, porque pronto tendrás mucha acción
—recomendé y asintió mientras sonreía.
—Como tú ordenes, jefa. —Hizo un saludo militar y yo
negué, escondiendo mi sonrisa—. Nos vemos más tarde —
se despidió y se dio la vuelta para marcharse, pero se
detuvo en la puerta y se giró hacia mí, dejándome sin
palabras en el momento en que regresó para abrazarme sin
importar que estuviera bañada en sudor—. Isa, sé que hay
cosas que nos marcaron y cambiaron, pero me alegro de
que hayas salido bien aquel día, a pesar de todo —comentó
y supe que para él también era difícil tocar ese tema.
Pero con su gesto ya había hecho que mi pecho se
apretara y terminé devolviéndole el abrazo. Muy en el
fondo, deseé que todos me hubieran recibido así cuando
volví a Richmond, aunque para ser justa, sabía que solo
Jacob comprendía a la perfección la decisión que tomé al
irme.
—Sí, salí bien —afirmé tras apartarme de él—, aunque
pagué caro. —Jacob sonrió comprendiéndome y luego
asintió.
—Te veré luego —dijo sin más y se marchó,
demostrándome que él entendía que no había necesidad de
decir más, y menos de tocar un tema tan doloroso.
Uno que lo dañaba tanto como a mí.
«Porque también perdió al amor de su vida».
Exacto.

Concentrarme en los problemas de Grigori y en la tristeza


de Eleanor, me habían ayudado a no pensar en lo que pasó
en Grig noches atrás. El enojo que recorría mis venas
también me hacía sentir como una estúpida por haberme
creído esa maldita alucinación, pero lo estaba sobrellevando
bien, a pesar de que evitaba irme a la cama sin que el
sueño no se hubiera apoderado de mí por completo, para no
volver a recordar nada de lo que se sintió tan real en su
momento.
—Linda, es hora de marcharnos —avisó Caleb por el
intercomunicador en mi oído.
Me encontraba en la habitación de Myles, viéndolo con
todos esos cables conectados a su pecho y el tubo en su
boca por donde lo alimentaban. Estaba más pálido y ya
había comenzado a perder peso. Su piel lucía reseca y…
odié no poder hacer nada para sacarlo de esa situación.
Esa tarde habían tenido que socorrer a Eleanor porque se
desmayó, la llevaron a una habitación a parte y le pusieron
suero en las venas, ya que presentaba un cuadro de
deshidratación y estrés severo. Tess se encontraba con ella
y Dylan la acompañaba. Y Elliot se estaba haciendo cargo
de un encuentro con Caron y el gobernador Glenn para
entregarles unos dispositivos de rastreo, puesto que, como
la cereza del pastel, el día anterior nos avisaron que habían
movido la velada de Inferno hacia Nauticus, un museo
ubicado en el centro marítimo de Norfolk, una ciudad de
Virginia a dos horas de distancia.
—Te necesito de pie pronto, Myles, así que deja de perder
el tiempo —le pedí con la voz lastimera y deposité un beso
en su frente.
Salí de la habitación tras eso y me dirigí a la de Eleanor
solo para despedirme de ella y de mi hermano. Caleb me
acompañó. Él, por supuesto, que me había enfrentado por
mi decisión de acercarme a Sombra esa vez por mi cuenta,
pero a diferencia de los demás, sabía que no propuse nada
del otro mundo. Todo lo contrario, me iba a aprovechar de
una oportunidad que el mismo Sombra me puso en las
manos.
Dylan también había querido enfrentarme, pero lo frené. Y
Elliot… ¡Jesús! El ojiazul me miró con dolor y tristeza luego
de escuchar que le dije a mi hermano que dejara de
meterse en mis asuntos, ya que, si era necesario follar con
Sombra para hacerlo caer, lo haría con mi maldito cuerpo y
nadie tenía derecho a decirme algo por eso.
—Cuídala —exigió Dylan hacia Caleb.
—Siempre —aseguró el rubio y rodé los ojos porque
actuaran como si yo fuera una damisela en apuros.
Le di un beso en la mejilla a Eleanor, quien también
estaba dormida en ese momento y no pasé desapercibido el
guiño que Caleb le dedicó a Tess. El imbécil evitó gruñir en
cuanto lo cogí del brazo, pellizcándolo en el proceso y solo
se quejó cuando salimos de la habitación y se apartó de mí.
—¡Jesús, Isabella! —largó—. Espero que aguantes cuando
yo te tome así en el momento que te vea con ese puto
enmascarado —espetó.
—Deja de meterte entre mi hermano y Tess, pequeña
mierda —advertí.
—¡Oh, no! No me salgas con eso, porque nadie se mete
donde no lo dejan —recalcó y me tensé al escucharlo.
Sabía que tenía razón y odiaba estar en esa posición en
ese momento. Así que evité seguir discutiendo con él y
mejor le pedí que me informara sobre la velada de esa
noche. El senador Gibson le explicó que mover el lugar de la
gala fue algo que se salió de sus manos, pero nos avisó en
cuanto pudo para que no nos tomara desprevenidos y
pudiéramos movilizar a nuestra gente para protegernos.
Menos mal que Perseo tenía a la mayoría de su ejército
concentrado en una base cercana al centro marítimo, así
que me aseguró que a nuestros enemigos no les sería fácil
llegar a nosotros, aunque prefería en realidad que fuera
imposible, pero agradecía el apoyo.
En cuanto llegamos al hotel, me fui directo a mi
habitación para comenzar a prepararme. Encontré el
atuendo que usaría sobre la cama, una de las Sigilosas se
encargó de dejarlo todo listo para mí. Me metí a la ducha
tras hablar un momento con Maokko y Lee-Ang, y deseé que
el agua templada se llevara un poco de la tensión que cada
vez pesaba más en mis hombros.
Esa noche podía ser decisiva para que Grigori recuperara
un poco de lo que se le había arrebatado. Y, tras secarme el
cuerpo y antes de comenzar a vestirme, abrí el relicario y
miré las imágenes en él.
—Pase lo que pase, nadie ocupará tu lugar —le dije a la
imagen de Elijah—. Y perdóname, amor, porque sé que
donde sea que estés, vas a odiar a la mujer que saldrá de
esta habitación en unas horas, pero ya no hay vuelta atrás.
Y quiero seguir adelante así sea a mi manera. —Tragué el
nudo en mi garganta y obligué a mis lágrimas a que
retrocedieran—. Y nunca dudes que solo en tus brazos fui
infierno y paraíso, porque para los demás siempre seré
infierno.
Besé la imagen antes de volver a cerrar el relicario y
respiré profundo, intentando enfocarme en mis planes para
llevarlos a cabo de la mejor manera. Y cuando me sentí
lista, comencé a prepararme. Peiné mi cabello en un moño
alto y maquillé mis ojos con colores oscuros, en los labios
puse un labial rojo profundo que no se corriera, ya que a
diferencia de años atrás, esa vez llevaría una máscara que
me cubriría todo el rostro, puesto que había dejado de ser
desconocida para mis enemigos.
Luego, me enfundé en un body negro satinado. No tenía
mangas, pero sí un cuello alto para que cubriera el tatuaje
en mi nuca y dejara descubiertos mis hombros. De la parte
baja de los pechos hacia el ombligo, la tela era de gasa
oscura, con costuras verticales que simulaban las de un
corsé. La tela se envolvía en mi trasero y se unía con mis
muslos. Sobre él, me coloqué una falda larga hasta el suelo
con una abertura en cada lado de mis piernas, que
comenzaban desde la cintura.
Me calcé con unas sandalias de tira, también negras, que
fueron diseñadas con dagas como tacones debido a que no
podía llevar armas, además de unas bandas doradas y
gruesas en mis muñecas y tobillos que para cualquiera solo
eran simple joyería y no navajas. Esa vez usaría guantes
cortos de gasa.
Escuché que tocaron la puerta justo cuando terminé de
ponerme los aretes en los que Evan adaptó mis
intercomunicadores.
—¿Ya es hora de irnos?
—¡Jesús, Isa! —exclamó Caleb luego de que abrí la puerta
y le hice esa pregunta—. Créeme que entiendo
perfectamente por qué ese imbécil te deja llegar cerca de él
—añadió y rodé los ojos.
—¿Ahora quieres algo conmigo?
—Siempre he querido. De hecho… ¡Ya! No más pellizcos
—advirtió cuando vio mi intención de tomarle el bíceps.
—Déjate de tonterías, entonces —advertí y se sobó el
brazo como si lo hubiera pellizcado de verdad.
—Ya quisiera que te hubieras maquillado ese genio
también —refunfuñó y terminé riéndome.
Siempre me pasaba así con ese rubio: me hacía rabiar un
segundo y, en el siguiente, me estaba riendo.
—Anda, vamos ya —lo animé.
—Tonta, pero te ves preciosa —halagó y me mordí el
labio.
—Gracias, tú también —admití y me guiñó el ojo con
chulería, diciéndome así que ya sabía eso.
Iba enfundado en un chaleco y pantalón negro satinado,
junto a una camisa manga larga negra y un corbatín del
mismo color. Los zapatos le relucían con un brillo que los
hacía parecer de charol y no de cuero. El cabello se lo había
peinado hacia atrás y olía fresco.
—Elliot se unirá a… —Me quedé sin palabras en cuanto
salimos del hotel y encontré al ojiazul de pie afuera del
coche en el que nos trasportaríamos, con las manos metidas
en los bolsillos de su pantalón.
Ya teníamos planeado que tanto él como Caleb vestirían
iguales, pero… ¡Dios mío! Mi amigo lucía guapísimo. Elliot,
en cambio, se veía poderoso y sensual, sobresaliendo de
una manera extraordinaria. Se había recortado la barba y el
cabello solo lo suficiente para lucir limpio e impecable, y sus
ojos azules parecían eléctricos. Los labios los tenía más
rojos de lo normal y su mirada se volvió intensa cuando se
encontró con la mía.
—¿Listos? —preguntó en cuanto llegamos cerca.
No mencionó nada de mi apariencia, aunque me comió
con la mirada. Yo también omití mi opinión sobre él.
«Era de esperarlo».
La voz de mi conciencia fue resignada.
—Sí, andando —respondió Caleb por mí.
No me saludé con Elliot, pero abrió la puerta para mí y
cuando me acerqué a él, noté que no había dejado de
mirarme.
—Gracias —dije por su gesto y él asintió.
«Nunca dejaría de ser un caballero».
Imaginé a mi conciencia decir eso luego de un suspiro
soñador.
Tras acomodarme en mi lugar, él lo hizo a mi lado y Caleb
se subió en el asiento del copiloto. Max era el conductor y
me saludó con educación en cuanto nuestras miradas se
cruzaron por el retrovisor. Se puso en marcha de inmediato
y escuché atenta a Caleb hablando con nuestra gente que
ya estaba en el Nauticus, algunos haciéndose pasar como
parte del cáterin que serviría en la velada.
—Dejé una caja por tu asiento —le dijo Elliot a Caleb y vi a
este último alcanzándola—. Y esta es para ti. —Me ofreció
una caja negra y escondí una sonrisa al notar que le era
difícil evitar verme más de lo debido mis muslos desnudos.
El interior del coche olía delicioso con su fragancia
mezclada con las nuestras.
Tomé la caja y la abrí de inmediato, encontrando una
máscara blanca envuelta en papel maché en su interior. La
máscara tenía una sonrisa femenina grabada en ella. Caleb
también había sacado la suya, que era negra y llevaba gasa
del mismo color para ocultar su cabello.
—Igual que esta —añadió Elliot y tomé la otra caja que
me extendió y que era más pequeña que la primera. Sonreí
de lado al descubrir dentro un reloj de oro que se acoplaba
a mi demás joyería—. El mecanismo sigue siendo el mismo
de antes: presionas el pequeño botón del lado derecho y…
—Antes de que terminara de explicarme lo hice y una aguja
fina saltó—. Sí, eso —prosiguió y lo miré. Escondió su
sonrisa al ver la mía—. Solo podrás usarlo una vez, así que
piensa bien en quién lo harás —recomendó.
—¿Qué es eso, aparte de reloj? —preguntó Caleb.
—Un ID-DNA —dije mientras colocaba la joya en mi mano
izquierda.
—¿Para qué necesitas un detector de ADN?
—Necesito encontrar a alguien —respondí lacónica.
Todavía no había hablado de ese detalle con Caleb, así
que me miró sin comprender, de seguro pensando en
muchos escenarios. Pero, sabiendo que era mejor
concentrarnos en la velada, no me dijo nada.
Max tuvo la amabilidad de encender la radio y durante
todo el camino me limité a pensar y a prepararme
mentalmente para lo que sucedería en la gala de Gibson. Y
no era cómodo experimentar la tensión que emanábamos,
Elliot y yo sobre todo, pero lo soporté, agradecida de que el
tráfico no estuviera pesado y llegáramos pronto a la ciudad
de Norfolk.
Nauticus era un museo construido dentro del barco más
grande del centro marítimo de la ciudad, en una zona
bastante turística, lo que me dio un poco de tranquilidad, ya
que lo podía considerar tierra neutral, aunque fuéramos a
estar rodeados de agua. Max estacionó cerca de la entrada
principal, pero no salimos de inmediato, nos quedamos
estudiando nuestro alrededor, esperando a que Dom nos
diera la señal, viendo a las personas salir de sus coches con
las máscaras puestas, vestidos de gala.
—Supongo que sus placas también son falsas —comenté
al ver los otros coches.
—Supones bien —respondió Elliot a mi lado.
La nuestra era falsa, ya que era estúpido cubrir nuestros
rostros, pero dejar las placas verdaderas de los coches,
sabiendo que podían identificarnos por medio de ellas.
—Este museo es más grande que Inferno —dijo Max.
—Y estar rodeados de agua no es lo más grandioso —
acotó Caleb.
—Nuestra gente tiene botes listos en los muelles
cercanos. Perseo se encargó de eso. Además, Patterson
también está haciendo uso de sus contactos, por lo que
hemos cubierto varios francos —explicó Elliot—. Es hora de
entrar —añadió tras recibir un mensaje de Dom y vi a Caleb
colocarse su máscara.
Max lo imitó y yo coloqué la mía, viendo a mi lado a Elliot
acomodarse la suya y me impresioné de una manera que él
odiaría y que a mí no me convenía, pues era similar a la que
Elijah usó en el pasado: negra y sin ninguna expresión
grabada en ella.
«¡Maldición! Era como ver a nuestro Tinieblo».
Sí, y solo sus ojos me decían que no era él. Tenían la
misma frialdad de los de Elijah en ese instante, pero en
color azul, el claro recordatorio de que no era mi Tinieblo
quien me acompañaría esa noche.
«Y tú tampoco eras la misma chica que tomó su brazo
aquella noche, Colega».
Mi conciencia tenía razón. No era más la chica que
caminaría en terreno minado sin saber por dónde debía
pisar. Al contrario, regresé siendo una mina para muchos y
esa noche, si se me presentaba la oportunidad, volvería al
juego de una manera que nadie esperaba.
No como la reina del tablero, sino como la jugadora que
dominaba todas las piezas.
Tomé el brazo de Elliot en cuanto me lo ofreció cuando
estuvimos fuera del coche, y gracias a los orificios nasales
de la máscara, pude respirar el olor salino de la playa. Caleb
y Max caminaron detrás de nosotros y pronto estuvimos
entrando por las puertas eléctricas de vidrio del museo.
Jadeé agradecida cuando el aire acondicionado me recibió,
pues el verano estaba siendo caliente y húmedo y con esa
máscara en mi rostro se sentía peor.
—Bienvenidos —dijo uno de los hombres que cuidaba la
puerta del salón donde se llevaba a cabo la velada. Al fondo
se podía escuchar la música.
Había mucha seguridad a nuestro alrededor y, entre ellos,
pude reconocer a parte de nuestra gente.
—Nuestra clave es 6R160R1R1C4M0ND —dijo Elliot y rodé
los ojos. Él me miró entrecerrando los suyos.
—Adelante —invitó el tipo y su compañero abrió la puerta
para nosotros.
Las reglas eran las mismas: solo Gibson sabría nuestra
identidad. Y, estando en el gran salón, un mar de máscaras
y vestimentas oscuras nos recibió. Como un déjà vu, una
fría corriente recorrió mi espalda. Me giré para ver hacia
atrás, aunque como era de esperarlo, no lo noté.
—¿Todo bien? —cuestionó Elliot en mi oído para que
pudiese escucharlo por encima de la música.
Su cercanía logró erizar mi piel.
—Todo perfecto —respondí. Él colocó su mano
enguantada en mi espalda baja y me hizo seguir
caminando.
—¿Por qué rodaste los ojos en la entrada? —quiso saber y
me mantuve estudiando todo a nuestro alrededor.
—Por lo obvio de esa clave —dije y lo escuché reír.
—Tu pitbull tuvo que verla escrita para entenderla —se
jactó.
—Deja de llamarlo así —exigí.
—Culpa de Dylan —se excusó, y aunque mi hermano
tuviera razón para llamar a Caleb así, odiaba que los demás
lo hicieran por mucho que ese rubio idiota se lo estuviera
ganando.
—Cuando llegue el momento de la reunión, los hombres
de Gibson vendrán a buscarte. Nosotros te seguiremos —
avisó Caleb llegando a nuestro lado y asentí.
Nos mantuvimos interactuando en la fiesta durante un
buen rato, esa vez se llevaron a cabo algunas subastas que
el senador propuso para ayudar a organizaciones ONG.
También sirvieron comida y bebidas, pero los más
precavidos pasamos de ello. Noté pequeñas reuniones que
se llevaban a cabo entre socios y, en un momento dado, el
sargento Patterson logró dar conmigo para reclamar ese
baile que le prometí.
—Si querías pasar desapercibida en esta fiesta, has
errado —dijo en mi oído mientras nos movíamos en círculos
al bailar una canción lenta.
—¿Ah, sí? —ironicé.
Me tomaba de la cintura y yo a él de los hombros. Llevaba
un esmoquin negro con camisa blanca por dentro, corbata
en lugar de corbatín, y su máscara solo le cubría la mitad
del rostro.
—Sobresales entre todas las personas, Isabella —dijo con
tono seductor y sonreí sarcástica, aunque él no me viera—.
Y ahora mismo no me importa que Elliot quiera matarme
por poner mis manos sobre ti. Moriría feliz.
—No diga tonterías, señor. No vale la pena morir por mí —
aconsejé.
—Vale la pena si lo último que escucho de ti es llamarme
señor —contradijo y, en ese momento, reí divertida.
Me gustaba llamarlo señor para recordarle nuestra
diferencia de edad, aunque por cómo se cuidaba, él apenas
parecía en sus treinta. Sin embargo, Caron lo tomaba en un
sentido sensual. Y estaba bien, total, era su problema
ilusionarse con algo que no pasaría.
—¿Me acompañas a cenar mañana? —invitó y lo miré a
los ojos. Eran de un verde vibrante que brillaron con
esperanza en ese momento.
—Caron, sabes que de la única manera que tú y yo nos
veremos es si hay negocios o misiones de por medio —
recordé.
—Tengo un negocio bastante importante que quiero
proponerte —alegó.
—¿Me incluye a mí en lencería de cuero, llamándote señor
mientras tú sostienes una fusta de tiras? —cuestioné con
sarcasmo.
—¡Dios mío! Qué imagen acabas de poner en mi mente —
resolló y solté una pequeña carcajada—. Me enloquecen las
mujeres como tú.
—¿Cómo son las mujeres como yo? —Entrecerró los ojos y
sonrió.
—Rebeldes, guerreras, de mente pervertida y mirada
jodidamente inocente.
«¡Ay, mierda! Tenía labia, Colega».
Casi rodé los ojos con mi conciencia, pero tenía razón.
Caron tenía labia y era muy insistente, sin embargo,
mantuvo las manos en mi cintura y una distancia prudente
entre nuestros cuerpos, lo que evitó que perdiera puntos
conmigo.
—A mí no me gustan los hombres mayores, Caron.
Aunque tú seas atractivo. —Fui directa.
—Así que me consideras atractivo, eso me sirve —se
jactó.
Volví a reírme e iba a decirle que se diera por vencido,
pero un tipo que se me hizo bastante familiar llamó mi
atención. Era casi de mi complexión y estatura, vestía un
esmoquin negro y mi corazón comenzó a acelerarse al
suponer que era el estúpido de Fantasma.
Debía averiguarlo.
Comencé a caminar hacia él y activé la pequeña aguja de
mi reloj. Y, antes de que se me escapara o se diera cuenta
de quién era yo, pinché su mano que, para mi suerte, no
tenía guante. El tipo se quejó y estuvo a punto de verme,
pero un enorme cuerpo me cubrió de su mirada sorprendida
y dolorida.
—Gibson la espera —avisó el tipo que me había
interceptado y asentí.
Miré el reloj antes de seguirlo y maldije al ver la respuesta
negativa.
«Acabas de echar a perder tu oportunidad».
Habría sido peor quedarme con la duda.
Le avisé a Caleb y a Elliot por el intercomunicador que me
dirigía hacia donde se encontraba Gibson y seguí al tipo que
me guiaba. Gruñí porque me hizo subir muchísimos
escalones y mis tacos me estaban matando, cuando bien
pudo haberme llevado por el ascensor.
—¿Tienes algún problema conmigo? —inquirí y se limitó a
mirarme porque no entendió mi pregunta.
Era alto, de dos metros o más, y bastante musculoso,
aunque sin llegar a lo exagerado.
—A la reina Grigori le incomoda subir escalones —ironizó
y me tensé por cómo me llamó.
Lo hice porque solo Derek me había llamado así, lo que
significaba que Gibson no era quien me hizo subir hasta ese
piso, o acababa de traicionarme.
«Hijo de puta».
Hija de puta yo, por haber caído tan fácil.
Apreté mis puños, dispuesta a quitarme los brazaletes
para acuchillar a ese infeliz y él lo notó.
—Cálmate, no estoy aquí para dañarte —dijo con la voz
ronca y, en ese momento, me pareció familiar—. Solo
tendrás una reunión improvisada —añadió y abrió una
puerta de madera para mí, invitándome con la mano
enguantada a que entrara a esa oficina.
Respiré hondo, esperando que Elliot y Caleb llegaran
pronto para poyarme.
—Vuelve a llamarme así y no volverás a hablar en tu vida
—le dije cuando pasé por su lado y sus ojos marrones me
indicaron que estaba sonriendo.
«Ese grandulón no era tu fan».
Coincidía en eso.
Di un paso dentro de la oficina, apenas iluminada por la
luz exterior, y encontré a Gibson sentado detrás del
escritorio. Me miraba con pena, consciente de que acababa
de meter la pata conmigo. Decidí quitarme la máscara, ya
que era inútil ocultarme de ellos si ya sabían quién era. En
ese momento, escuché la puerta cerrarse de golpe y me
volteé para ver al grandulón que me había escoltado. Él
también se quitó la máscara tras asegurarse de que la
puerta estaba cerrada con seguro. Reí irónicamente al
reconocerlo.
Marcus, así lo llamó Sombra en Mónaco.
«Ah, bueno, ya entendía por qué no era tu fan».
Era el mismo tipo que se quedó con ganas de darme mi
merecido, según él, luego de dispararle a su amigo. Y así
pareciera estúpido, sentí un poco de tranquilidad al
imaginar que estaba en Nauticus con Sombra. O eso
esperaba.
—No sé si tomar esto como supervivencia, obligación o
traición de su parte, senador —debatí.
—Lo siento, Isabella, pero me vi obligado. Aunque me han
prometido que no te dañarán. Solo buscan una reunión
contigo… —Se quedó en silencio cuando Marcus carraspeó
detrás de mí.
—Vaya, me alegra escuchar eso —satiricé.
—Vamos —le ordenó Marcus y fue increíble ver cómo el
tipo que se encargaba de nuestra seguridad y apoyo ante el
gobierno era intimidado por nuestros enemigos.
Negué con burla a eso y lo vi ponerse de pie y marcharse
junto a Marcus.
—¿Senador? —lo llamé antes de que lo perdiera de vista
—. Espero que no te postules para las siguientes elecciones.
—Isabe…
—Andando —lo interrumpió Marcus y rodé los ojos.
Pero dejé de prestarle atención en cuanto un leve sonido
me hizo girarme hacia una ventana pequeña y redonda,
donde se filtraba la luz de la luna. Y, de entre las sombras,
vi salir a Sombra.
«Vaya ironía».
En ese momento entendí por qué la oficina estaba a
oscuras, lo que me tranquilizó al saber que no era otro
Vigilante el que me acechaba. Sin embargo, me puse un
poco nerviosa al recordar la última vez que estuve con
Sombra. Aunque estaba a contraluz, reconocí que su
máscara era acorde a la temática de la gala, por lo que
sabía que seguía utilizando una.
—¿Te divertías en la pista de baile? —preguntó con la voz
robotizada y la piel se me erizó.
No me extrañó que me haya visto.
—Bastante, para ser sincera —dije y rio—. Esta vez no
tardaste mucho en buscarme —señalé recordándole años
atrás y di un paso hacia él.
—Entonces no te divertías tanto con Patterson, ya que te
morías de ganas por verme —se mofó y jadeé cuando me
tomó de la cintura y me hizo pegarme a su pecho.
Mi corazón se aceleró.
«Y no te apartaste de él».
Ni lo haría, porque mi plan estaba punto de ponerse en
marcha.
Capítulo 10
Deja que el sol se oculte en
tu vida

No me gustaba jactarme antes de tiempo sobre las cosas


que pudieran salir según lo planeado, pero... ¡Joder! Caron
tuvo razón acerca de llegar a Sombra a través del sexo o el
corazón. Y después de que el tipo me hubiera puesto las
ventajas para Grigori en bandeja de plata, no me detendría.
No importaba si Dylan o Elliot no estaban de acuerdo o si
pensaban lo peor de esta nueva versión de mí, usaría a
Sombra.
«¡Dios! Era la primera vez que me emocionaba por tus
decisiones».
¡Ja! No lo dudaba ni un segundo.
Sonreí por inercia ante mis pensamientos.
—¿Qué es tan gracioso, Pequeña? —susurró Sombra en mi
oído. La luz de la luna bañaba mi rostro, por eso notó mi
gesto.
Me mordí el labio cuando su respiración chocó en mis
hombros desnudos y logró que la piel se me erizara.
—Tú —dije sin más y coloqué mis manos enguantadas
sobre sus hombros.
—No sé si debo alegrarme de que tengas buen humor
debido a mí u ofenderme —debatió más para sí mismo.
Y, con voluntad propia, di un paso hacia él y me acerqué a
su oreja para susurrarle tal y como él hizo conmigo:
—Alégrate, porque estoy empezando a disfrutar de estos
encuentros contigo. —Sentí cómo se tensó en el momento
en que acaricié su lóbulo con mi nariz y noté que tenía las
orejas al descubierto. Me satisfizo saber que ambos
sentíamos lo mismo al estar cerca, aunque por razones
diferentes.
Se separó un poco de mí, sin dejar de sostenerme desde
la parte baja de mi espalda. Internamente, le aplaudí su
inteligencia al estudiar cuidadosamente todos nuestros
encuentros para proteger su identidad. En ese momento, la
poca luz que lograba entrar desde el exterior caía sobre su
espalda, y al estar frente a ella, no podía ver más que
oscuridad sobre su rostro, por lo que tampoco lograba
comprobar si llevaba la máscara. Aunque estaba decidida a
hacer un movimiento nuevo esa vez, arrastré una mano por
su hombro derecho, sintiendo la parte de lo que deduje era
un tirante de pantalón, hacia adentro hasta llegar a su
cuello con la intención de subir hasta su barbilla. Sin
embargo, adivinó lo que pretendía y me detuvo a
centímetros de lograrlo.
—¿Qué pretendes? —preguntó un poco alterado.
—No puedo ver más de lo que quieras mostrarme —
expliqué en voz baja, usando un tono inocente y su agarre
en mi muñeca se suavizó—, pero deseo tocarte, sentirte e
imaginarte.
Hablé con seguridad porque no estaba mintiendo en ese
momento. A pesar de que mis intenciones eran usarlo,
sentía curiosidad por imaginar su rostro, por alejarlo del que
siempre le atribuía en mi mente. Para mi sorpresa, soltó mi
muñeca y me permitió continuar con mi objetivo. Sin
embargo, tragué con dificultad antes de seguir adelante, ya
que no esperaba que fuera tan fácil. Me hizo pensar que él
deseaba que le colocara uno, incluso si no podía mostrarme
su verdadero rostro para protegerme, según me había
dicho.
—Adelante —me animó y mis nervios se hicieron
presentes cuando su aliento acarició mis labios.
«¡Maldición! No se suponía que tú eras la que debía tener
la ventaja en ese juego».
¡Lo sé, joder!
Decidí sacarme el guante antes de seguir, fingiendo
tranquilidad y tratando de esconder el temblor en mi mano
en cuanto volví a alzarla y la conduje hacia su rostro. A lo
lejos, alcanzaba a escuchar que Hail Mary de Skott sonaba
en el salón de la velada y me concentré en la melodía,
pero… contuve un jadeo porque, por un momento, se me
cruzó la idea de que esa era una broma de parte de Sombra
y me encontraría con la máscara, mas no fue así. Mi tacto
fue frío en su piel cálida ante la expectativa y no me
avergonzó que lo sintiera, pues me estaba dando una
oportunidad que no desperdiciaría.
—Cierra los ojos —pidió y tuve que haber estado
hipnotizada, ya que le obedecí.
Su mandíbula fue lo primero que toqué y apreté los ojos
porque el recuerdo de nuestro beso en aquel edificio se hizo
presente. Volver a sentir la barba incipiente en mi palma me
hizo regresar a ese momento y mi corazón inevitablemente
se aceleró, sobre todo cuando Sombra quitó el guante de mi
otra mano y él mismo la llevó a su rostro para que lo
palpara y me empapara de sus rasgos.
—Tienes piercings —susurré con un poco de asombro al
sentir un diamante sobre su fosa nasal izquierda.
No respondió, y yo tragué con dificultad al correr las
manos a sus orejas y descubrir que ahí también tenía aretes
de diamantes. Y sabía que esos eran detalles que podías
quitar o agregar, pero no pude evitar tomarlo como otro
recordatorio de que, así tuviera la misma complexión de
Elijah y que con máscara podía imaginar que era mi Tinieblo
detrás de ella, Sombra no era él.
No había una argolla en su otra fosa nasal como la que
llevó mi Tinieblo y, a diferencia de Sombra, Elijah siempre
usó piercings en diferentes partes de sus orejas, todos al
mismo tiempo, menos en los lóbulos.
Coloqué las manos a ambos lados de su rostro y toqué
sus cejas, sintiendo también una barrita de metal en la
derecha, otro piercing. Mi corazón se aceleró porque no me
di cuenta hasta ese momento de que, sin pretenderlo, había
estado imaginando a Elijah detrás de esa máscara. No lo
asocié solo por su complexión o algunas actitudes de
Sombra, sino también porque cuando nos besamos en aquel
edificio sentí el piercing de su lengua, y eso me dio una
excusa para caer con él.
«Pero en ese momento te diste cuenta de que seguían
siendo personas distintas».
Mierda.
Presioné la frente en la barbilla de Sombra y negué,
respirando hondo a la vez para que mi corazón se calmara.
Odiándome por no poder deshacerme de la dependencia
que desarrollé al recuerdo de Elijah.
—Isabella…
—¿Tienes tatuajes? —lo interrumpí.
Lo sentí tensarse y me tomó de las manos, pero no para
apartarme.
—Sí, tengo muchos. —Respiré profundo con su respuesta
—. ¿Me estás imaginando?
—Sí —susurré—. ¿Hay más perforaciones en tu cuerpo?
—No, solo las que ya has descubierto. —Me mordí el labio
inferior y me quedé en silencio, tratando de procesar todo
—. Sé que en su momento me aproveché de nuestro
parecido, pero no me imagines como él, porque no soy él —
pidió y me tensé, notando que cambió el tono de su voz
robotizada.
¡Maldición! ¿Tan obvia había sido?
«Bastante para ser honesta».
—Lo siento, pero ha sido inevitable —admití.
—¿Me correspondiste al beso que nos dimos hace unos
días porque pensaste en él? —preguntó, apartando sus
manos de las mías con brusquedad y me obligó a retroceder
hacia una pared donde la oscuridad nos tragó a ambos.
—Sí —mentí y jadeé cuando llevó una mano a mi cuello.
—Imagíname como quieras, Isabella White, menos como
LuzBel, porque no soy él —espetó.
—Ahora lo sé —admití—, así que siento mucho mi error.
No volveré a olvidar que entre tú y él hay un mundo de
diferencia —añadí con un toque de ironía. Apretó un poco mi
cuello sin dañarme y lo escuché reír.
Se pegó a mi cuerpo y evité gemir al sentir su pelvis en
mi vientre. Estaba duro y no sabía si lo ocasionó mi toque o
ese acercamiento que estábamos teniendo.
—¿Quieres que te demuestre a cuántas pulgadas equivale
ese mundo de diferencia? —cuestionó sobre mis labios con
un tono enojado y sensual al mismo tiempo. Llevó la otra
mano a uno de mis muslos desnudos y contuve mi gemido.
«¡Jesús, Colega!»
Sombra había hecho su movimiento en ese instante y, por
unos minutos, me dejó en una posición para la que creí
estar preparada, pero descubrí que todavía no era así.
Nunca me había acostado con nadie por interés de nada, o
simple placer. Ni siquiera lo hice con Elijah cuando iniciamos
nuestro juego, porque así lo haya ignorado en ese
momento, él ya me atraía demasiado y me tentó de una
manera que me hizo caer sin dudar. Sin embargo, aunque lo
que me despertara Sombra me abrumara, nunca pensé en
irme a la cama con él hasta que decidí usarlo.
—¿O todavía no estás preparada? —añadió subiendo más
la mano por mi muslo.
La otra no abandonó mi cuello y yo apreté las mías a la
pared y mordí mi labio con fuerza.
¿Estaba preparada?
Ya sabía que él seguía siendo alguien diferente y, aunque
le dije que sí pensé en Elijah cuando nos besamos, no me
mentiría a mí misma: el recuerdo de mi Tinieblo me llegó
hasta que Sombra intentó llegar más allá de mi cintura, lo
que significaba que supe quién era el que me devoraba la
boca antes de eso. Y luego de lo que viví en Grig y cómo me
destruyó esa alucinación, me prometí que seguiría adelante
porque ya no quería depender de mis recuerdos.
«¿Dependerías de tus deseos de venganza?»
Sí. Y esa comenzaba con la caída de Sombra.
—Lo estoy —aseguré y arrastré la mano por la suya, con
la que me sostenía del cuello, recorriendo su brazo cubierto
solo por la manga larga de su camisa hasta llegar a su
hombro en un toque que esperaba que fuera sensual—. Tan
preparada como para permitir que me folles ahora mismo y
me demuestres con hechos si es cierto lo que me dijiste en
Inferno —le incité y su respiración se volvió pesada—.
¿Cuáles fueron tus palabras? —No lo dejé responder—. ¡Ah,
sí! Que una noche con tus demonios pueden hacer que me
alce en el cielo.
Jadeé en el instante que me soltó con brusquedad y se
alejó de mí como si, en lugar de darle la oportunidad que
tanto ansiaba, le hubiera clavado un puñal en el pecho.
—¿Qué sucede? —pregunté desconcertada.
—¡No me creas estúpido! —espetó con evidente molestia
—. Has cambiado mucho desde la última vez que nos vimos
y me parece increíble que hayas dejado de ser, con mucha
rapidez, la chica que se guardaba al recuerdo de su amado.
Mierda.
«Bueno, Colega, estabas comenzando a comprobar por
qué no lograban llegar a él».
Bien, no era tan estúpido.
«Ni se moría tanto por ti como dedujiste».
—¿Qué quieres, Isabella? ¿Qué pretendes lograr
usándome? —soltó y agradecí que la oscuridad no le dejara
ver mi sorpresa.
«Caron no había tenido razón con Sombra».
¡Maldición! Tus recordatorios no me ayudaban.
—Sigo siendo esa chica —formulé—, pero he pasado por
situaciones que me han hecho replantearme la vida —
proseguí, no le estaba mintiendo en eso. La oscuridad al
menos me dejaba ver su silueta y lo tomé del brazo
sintiendo que temblaba, aunque no supe si era por enojo u
otra cosa—. Y he decidido seguir adelante, Sombra. Y para
ser sincera, si voy a dar este paso quiero que sea contigo.
Su brazo tembló más e imaginé que podía estar
apretando los puños con fuerza como para provocar ese
movimiento abrupto. Y calló durante unos minutos, lo que
comenzó a ponerme nerviosa.
—Vete de aquí —pidió de pronto y se zafó de mi agarre,
comenzando a caminar hacia la poca luz que entraba por la
ventana.
Fruncí mi entrecejo por su actitud y vi claro cuando se
colocó una máscara que, igual a la de Caleb y Elliot, le
cubría el cabello, aunque alcancé a ver que lo llevaba
peinado al estilo samurái y eso me dio otra imagen de él.
«Acababas de perder otra oportunidad esa noche,
Colega».
¡Carajo!
Continué maldiciendo ante el recordatorio burlón de mi
conciencia y lo seguí. No era posible que perdiera esa
oportunidad también.
—¿Qué demonios te pasa? —largué tomándolo del brazo
de nuevo y haciendo que se girara hacia mí. Sus ojos eran
color oro esa vez, aunque centellando ira como rayos
furiosos en una tormenta, lo que me impresionó más que el
color—. Me buscas, me insinúas cosas, te metiste en mi vida
desde que estaba con Elijah, me besas y después de que te
permito que llegues a más..., te molestas y me corres —
reclamé indignada—. Ya veo que eres de los que hablan
demasiado y se jactan de muchas cosas, pero cuando
tienen la oportunidad de demostrar de lo que
supuestamente están hechos, huyen como novatos.
—¡No huyo! —se defendió—. Y mi respuesta a este
cambio que estás teniendo es simple, no soy estúpido,
Isabella. Tú estás cediendo por algo y odio que te quieras
vender conmigo como una vil pe... —No terminó de hablar
porque no lo dejé.
Mi puño impactó con su máscara y le hice girar el rostro.
«Bien, el Chico oscuro sí se atrevió a decirte lo que de
seguro Dylan y Elliot callaron».
¡Arg!
Arremetí de nuevo contra Sombra gracias a mi maldita
conciencia. Esa vez, antes de que él pudiera reaccionar, me
quité el brazalete y activé la navaja retráctil, colocándola en
su cuello mientras lo sostenía del tirante de pantalón que,
en efecto, usaba. El imbécil se había pasado de la raya y me
afectó porque nunca me había mostrado ese lado patán
suyo.
«Ya, pero es que tú tampoco te le habías ofrecido así».
¡Cállate, joder! Porque guiada por un plan o no, era una
mujer soltera que reaccionó después de bastante tiempo a
sus provocaciones.
«Bien, tenías un punto».
—¡Que sea la primera y la última vez que me ofendes así,
hijo de puta! —dije entre dientes— Porque también será la
primera y la última vez que yo te daré una oportunidad de
estar conmigo, ya que me gustan los hombres, no los
jodidos imbéciles que cuando me ven arder, huyen como si
tuvieran frente a ellos a un demonio que los asusta. —Sus
ojos se mantuvieron clavados en los míos, todavía con ira,
pero estaba segura de que yo fulguraba una más peligrosa
—. Y esta, es una prueba más del mundo de diferencia que
hay entre tú y Elijah.
—No me asustas, Isabella. Simplemente es muy extraño
para mí que cambiaras de opinión tan pronto, ya que hace
unos días no pudiste seguir adelante conmigo porque
pensaste en LuzBel —rezongó y se echó hacia adelante,
como si ansiara que mi navaja le atravesara la piel.
—Hace unos días, tú mismo lo estás diciendo —rebatí.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó y me
tensé porque su tono fue un poco desesperado.
«Alucinar con mi Tinieblo y despertar al siguiente día solo
para aceptar de una buena vez que lo perdí para siempre»,
dije en mi cabeza y apreté mi mandíbula sin dejar de mirar
a Sombra.
—Volver a Richmond —respondí con la voz ronca y vi que
entrecerró los ojos.
Su máscara era blanca y sin expresión, además de que
tenía partes como si hubiesen sido rotas y luego unidas con
oro líquido, lo que se complementaba a la perfección con
sus ojos. Ese detalle me hizo comenzar a entender que
Sombra se disfrazaba para confundir y no solo para ocultar
su identidad, puesto que, al usar lentillas de colores o
máscaras distintas en cada ocasión, hacía difícil el poder
identificarlo.
—Volver me ha hecho cambiar de opinión y decidir seguir
adelante —proseguí y lo sentí tomarme de la mano con la
que sostenía la navaja. Trató de apartarla de su cuello, pero
no se lo permití.
—¿Y quieres seguir adelante conmigo? —preguntó con la
voz más calmada.
—Ya no —aseguré. Era mi turno de saber mover las piezas
en el tablero—. Caron o Elliot parecen ser una mejor opción.
—Cuidado —advirtió colocando la otra mano en mi cintura
y alcé la barbilla en el momento que quiso cerrar la
distancia entre nosotros.
—No busco olvidar a alguien a quien jamás sacaré de mi
corazón, Sombra. Simplemente quiero placer y diversión —
dije retomando mi actitud seductora—, y para conseguirlo
necesito a alguien que no se asuste de…
—Calla —pidió dejando mi mano con la que amenazaba
su garganta, poniendo el dedo índice en mis labios,
sintiendo que ya usaba guantes, aunque no me di cuenta de
cuándo se los puso—. He cometido un error al ofenderte
como lo hice, Bella. Me dejé llevar por el momento y la
confusión, lo siento. —Sus ojos estaban cargados de
sinceridad, así que creí en su disculpa.
Y viendo que mi oportunidad de tenerlo en mis manos
había vuelto, bajé la navaja de su cuello y sentí que su
agarre en mi cintura se hizo más fuerte.
—Pero si quieres jugar así conmigo, ten en cuenta que soy
muy celoso —susurró mientras acariciaba mi rostro y me
hacía caminar de nuevo hacia la oscuridad total—. Y si te
hago mía, nadie más te tocará.
¡Jesús! Eso no me lo esperaba. Y, aunque no quería ese
tipo de relación, no pude evitar que mi piel se erizara,
tomando una bocanada de aire al recordar el día que
estuvimos en la azotea del hotel, y luego el beso que nos
dimos en el descanso de la escalinata.
—No te equivoques, Sombra. Yo jamás seré tuya —aclaré
—. Podrás tener mis besos, mis caricias, incluso mi cuerpo,
pero no mi corazón. Ese ya lo entregué y solo le pertenecerá
a él.
Iba a jugar, pero dejando las cosas claras. Ya que lo quería
usar y sacarle provecho, no ilusionarlo con nada.
—Me conformaré con eso, por el momento —respondió
seguro—, si tus palabras significan que me has disculpado
por lo que dije y te darás una oportunidad conmigo. —Supe
que se había levantado la máscara porque sus labios
rozaron mi mejilla, haciéndome consciente de su aroma
embriagador, del toque de menta en su aliento y la calidez
que emanaba.
No veía su físico, pero lo que me hacía sentir me atraía.
«Eres solo un medio para un fin» «Eres la pieza que usaré
para que juegue a mi favor» «Eres el caballo al que debo
derrocar para ganar esta partida».
—Perdiste tu oportunidad —zanjé, agradecida de que mi
voz sonara segura luego de repetir aquel mantra en mi
cabeza.
—Comencemos de cero —propuso y, por poco, solté un
gemido cuando movió su boca cerca de la comisura de la
mía. Nos estábamos respirando, su agarre en mi cintura se
hizo más fuerte y yo me contuve de no tocarlo con las
manos—. No haré nada a menos que me lo pidas, es una
promesa.
¡Maldición!
El maldito sabía hacer sus movimientos y ya había
descubierto que no era reacia a él con aquel beso. De
hecho, podía jurar que en ese momento él sintió mi deseo
de que cerrara esa distancia, pero yo no daba el primer
paso por orgullo. Así que lo usó a su favor, manteniendo la
cercanía de nuestros labios, desplazando la boca por la piel
de mi mejilla y dejando un rastro de deseo y necesidad.
—Sombra —susurré cuando sus labios me acariciaron la
piel por debajo de mi garganta y luego se desplazó a la
mandíbula.
—¿Mmm? —me provocó en cuanto llegó a mi cuello.
Apreté los párpados para poder controlar mis emociones,
aunque terminé saboreando las sensaciones que me
provocó.
«¡Dios! Bien decían que la carne era débil, Colega».
¡Carajo!
Quería mantener todo en físico, pero mis únicas
experiencias con el sexo también involucraron el amor, así
que por eso me estaba costando no rendirme a los pies de
ese maldito cuando ni siquiera me besaba.
«Tenías que aprender a quitarte los sentimientos junto
con la ropa».
¡Oh, mierda! Eso fue cruel.
Le reclamé a mi conciencia, pero también la maldita tenía
razón, por lo que abrí los ojos justo cuando Sombra volvió a
llevar los labios a mi oreja.
—Pídeme que te bese ya —susurró.
Y fue increíble el erotismo que me transmitió a pesar de
su voz robotizada.
—Be…
—Sombra, los señoritos que acompañan a la chica vienen
en camino. —Nos interrumpió Marcus, entrando de golpe a
la oficina.
Escuché a Sombra maldecir y nos alejamos como si
fuéramos adolescentes que acababan de ser pillados. Noté
que Marcus disimuló una sonrisa estúpida y deseé clavarle
la navaja en su bonito rostro moreno. Y no solo por
inoportuno, sino también por burlarse de los chicos con ese
mote.
—Jodidas ganas de cagarse en mis momentos —refunfuñó
Sombra y puso en mis manos los guantes que me quitó y
que yo había olvidado por completo.
Ya se había colocado la máscara.
—¿Te irás? —le pregunté mientras caminaba cerca del
escritorio, poniéndome los guantes.
Él cogió su saco de quién sabía dónde y se lo colocó
llegando de nuevo cerca de mí.
—No —respondió seguro—. Y las ganas por quedarme a
recibir a esos imbéciles y darles su merecido por
interrumpirnos, me están tentando demasiado, pero
estamos en tierra neutral, así que debo comportarme —
explicó.
—Comienza por darle su merecido a este imbécil —
recomendé, señalando con la barbilla a Marcus. Este bufó y
noté la diversión en los ojos de Sombra.
—Anotado. —Alzó la mano enguantada y con el pulgar me
acarició la mandíbula. Sonreí de lado, ocultando mi
nerviosismo en un gesto seguro—. Estaré por ahí admirando
el panorama de la velada, desde las sombras —añadió con
ironía y negué con la cabeza luego de que bajó la mano—. Y
de nuevo te pido disculpas, Bella. Prometo recompensar
muy bien mi ofensa la próxima vez que estemos solos —
prometió.
—Si es que hay una próxima vez —provoqué y, por la
manera en la que entrecerró los ojos, supe que mis palabras
le afectaron como esperaba.
—Ya están cerca —avisó Marcus.
—La habrá —aseguró Sombra para mí.
—Ya veremos —rebatí y me alejé de él—. Mientras, iré
abajo para distraer a Elliot y disculparme con Caron por
haberlo dejado solo en la pista.
Di media vuelta para salir de la oficina, pero no logré dar
ni un paso cuando ya Sombra me había cogido del interior
del codo.
—No me subestimes, Pequeña. Porque yo solo advierto
una vez, así que cuida bien lo que haces con esos idiotas. —
Sonreí sin girarme para verlo, aunque sabía que él miraba
mi perfil.
—Me pareció escuchar de ti que, si me hacías tuya, nadie
más me tocaría.
—Lo dije y no estaba jugando —confirmó.
—Tampoco yo con la respuesta que te di —aclaré y me
zafé de su agarre.
Y no esperé a que rebatiera nada, simplemente seguí mi
camino y me coloqué la máscara en cuanto estuve en el
pasillo, sonriendo satisfecha por lo que había logrado.
«Ibas a jugar de nuevo con fuego, Colega».
Tal vez, pero ya conocía las reglas. Y no me las aprendí
con la intención de volver a jugar, sino más bien para que
no me la volvieran a jugar. Y para mala suerte de Sombra, él
sería el primero en sufrir las consecuencias.

Me había olvidado por completo de los


intercomunicadores, así que Caleb y Elliot escucharon toda
mi interacción con Sombra, lo que hizo que este último me
mirara con más frialdad en cuanto los encontré al doblar por
el pasillo que me llevaría al ascensor, ya que ni de loca
bajaría los escalones.
Y maldije en cuanto vi a Elliot tensarse más y apretar los
puños, ya que al seguir su mirada por sobre mi hombro,
encontré a Sombra y a Marcus saliendo de la oficina en la
que estuvimos. Y Sombra, por supuesto, que no
desaprovechó su oportunidad para burlarse de él,
haciéndole una seña con la mano, pues la cerró en puño
mientras que con el dedo índice y medio formó una V que
se llevó a los ojos. Algo que se podía entender cómo que los
Vigilantes tenían sus ojos sobre nosotros, o él los tenía
sobre Elliot. Luego de eso, se marcharon por el lado
contrario a nosotros.
Elliot había soltado un «hijo de puta» entre dientes y trató
de seguirlo, pero Caleb le pidió que se calmara, ya que no
podíamos violar las leyes de la tierra neutral, pues se
tomaría no solo como ataque para nuestros enemigos, sino
también para los aliados.
—Así que ya te besó, por eso sabías que te sería fácil
llegar a él —siseó Elliot.
Él desconocía lo que Sombra hizo en Inferno, así que
podía mentir si quería, pero no quería.
—¿Cuándo lo viste, Isabella? —Se le unió Caleb.
—¿Van a concentrarse en algo que ya sabían que tengo
planeado hacer, o le darán la importancia que se merece al
hecho de que Gibson propició este encuentro con él? —
cuestioné con la voz dura—. Porque así acercarme a Sombra
es algo que ya decidí porque nos conviene, me jode el
hecho de que haya manipulado a quien se supone que es
nuestro aliado. Así que comiencen a poner su interés en lo
que de verdad importa —exigí y ambos me miraron: Elliot
enfadado y celoso; Caleb incrédulo y avergonzado.
—Señorita, la reunión dará inicio pronto. El sargento
Patterson me ha dado las coordenadas, y ya Dom y otros
más se han encargado de asegurarse de que el lugar sea
protegido para usted —dijo Max, interrumpiendo esa
discusión entre nosotros.
—Llévame allí —le pedí a Max.
—Linda…
—Ponte a trabajar en lugar de cuestionarme, Caleb —
espeté hacia el rubio—. Y averigua por qué demonios
Gibson ayudó a Sombra. Y tú, ve consiguiéndole un maldito
reemplazo a ese senador —dije para Elliot y di un paso más
cerca de él—, porque así Sombra me bese, me toque o me
folle, no dejaré que tenga en sus manos a las personas que
se supone que son nuestros aliados.
—No me jodas, Isabella. Nosotros no ponemos ni
quitamos senadores —largó entre dientes y medio sonreí sin
gracia.
—Ahora sí, así que ponte en ello en lugar de estar
cuidando con quien me acuesto.
—Hija de puta —soltó con los dientes apretados y la voz
amortiguada por la máscara, sorprendido por lo que
acababa de decirle. Le sonreí con gracia para demostrarle
que me satisfizo que comenzara a entender cómo eran las
cosas desde esa noche en adelante.
Caleb se quedó callado, él ya había visto esa versión de
mí, aunque no dejó de parecerle sorprendente que
comenzara a mostrarle mi lado oscuro a la única persona en
la que confiaba más después de él en Richmond.
Y, por fortuna, ninguno de los dos dijo nada más. Me
dejaron seguir con Max a mi lado hasta una habitación en el
fondo del barco museo, en donde mi escolta tuvo que dar
una clave de acceso que no era tan obvia como la de la
entrada a la gala. Ahí me encontré con varias personas sin
máscaras, mismas a las que Elliot (fingiendo que nada había
pasado) se encargó de presentarme.
Gibson me miró con disculpas en cuanto nos encontramos
y me limité a negar, viendo que ya Caleb estaba poniendo
manos sobre el asunto para llegar al fondo de lo que hizo.
Las manos derechas de Perseo Kontos y Bartholome
Makris se presentaron conmigo, descubriendo que una de
ellas era una hija bastarda de Perseo, pero según Elliot, no
la reconocía para protegerla en realidad, ya que resultaba
ser su consentida. La mujer me cayó bien porque era de
armas tomar. En ese momento, nos estábamos codeando
con senadores, gobernadores, capitanes y sargentos, tanto
de la policía, los federales y la fuerza armada del país; así
como con banqueros, farmacéuticos e inversionistas
importantes.
Y tras terminar el momento social, nos invitaron a
sentarnos alrededor de una mesa redonda. En el medio
desplegaron un holograma de un mapa con piezas de
ajedrez en diferentes zonas del país, y me causó gracia que
solo el caballo fuera en color negro.
—Sombra está volviendo todo más difícil —señaló Gibson
luego de media hora de iniciar con lo urgente—. Ya
habíamos estudiado a los miembros que creíamos más
importantes en los Vigilantes y a él siempre lo dejamos en
el último lugar creyendo que solo era un peón más. —A un
lado del mapa, se desplegó un árbol jerárquico y apreté los
puños al ver las imágenes de Lucius Black, su hermano
David, Aki Cho (marcado con una equis roja), Derek,
Fantasma, otras personas que no conocía y, por último,
Sombra con la máscara de Ghost con la que se presentó en
Tokio—. Nuestro mayor error —aceptó.
Quién controlaba el holograma hizo subir la imagen de
Sombra hacia un lado de Lucius, dejando a ese viejo
malnacido en el medio y a Derek a su otro lado, cosa que
me sentó como un puñetazo en el estómago, por supuesto.
—El caballo en este juego, como le hemos apodado —
prosiguió Gibson—, consiguió echar abajo todo lo que
Grigori logró en años, dejando el camino libre para que
Derek Black lleve a niveles muy altos la prostitución, el
tráfico de órganos y armas, sobre todo en Virginia, pues
para nadie es desconocido que somos ricos en puertos y
cada vez hay más jóvenes desaparecidos, mismos que no
encontramos porque Sombra con sus contactos ha
conseguido que los exporten como cosas insignificantes
hacia otros países.
El estómago se me revolvió al escuchar eso, no solo por la
mención de lo que Derek hacía, sino por saber que él y
Sombra trabajaban en conjunto. Eran la misma lacra por
mucho que este último se mostrara diferente conmigo. Elliot
me miró al percatarse de mi reacción y, a pesar de su
frialdad, sentí que también me decía con la mirada que por
eso no quería que estuviera cerca de ese tipo. Y le daba la
razón, no podía confiarme.
Dejé de mirarlo cuando un cuadro de estadísticas nos fue
presentado como prueba de lo que Gibson decía. Ahí
comprobé que cada día había hasta diez desaparecidos por
ciudad.
—El gobierno me ha dado tres meses para un
contraataque y que presente resultados certeros, por eso
me he visto en la obligación de propiciar algunas reuniones
imprevistas. —Gibson me miró cuando dijo eso, sin querer
parecer que me estaba explicando por qué dejó que Sombra
lo mandoneara.
Miré a Caron luego y él asintió, dándome a entender que
Gibson sabía de nuestros planes, a diferencia de los demás
que nos acompañaban. Lo que agradecí, ya que no era
conveniente que todo el mundo supiera que Sombra se
convertiría en mi blanco.
—Los Grigoris ya estamos tomando cartas en el asunto —
les dije, ganándome la atención de todos—. Hemos ideado
planes que esperamos den resultados antes de esos tres
meses, pero para eso también necesitamos que ustedes
pongan de su parte con información para aquellos que
logren llegar a donde nosotros no podemos —dije hacia los
políticos, banqueros, inversionistas y farmacéuticos—, o
bien haciendo cumplir la ley y depurando a los elementos
que estén jugando a traicionarnos —añadí para los
sargentos y capitanes—. Estamos aquí porque somos
aliados, no porque Grigori sea la perra que pueden mandar
al frente como carnada —zanjé, y algunos me observaron
con sorpresa.
Imaginé que creían que una mujer como yo solo usaría
palabras educadas, pero la situación ameritaba que sacara
mi arsenal sucio para que entendieran cómo jugaríamos esa
vez. Caleb se mordió el labio para no reír y Elliot, en cambio,
no pudo evitarlo.
—A todos les conviene que Gibson siga de senador, y
supongo que usted quiere seguir en ese puesto —añadí para
él y negó con la cabeza porque sabía que lo que estaba
diciéndole también era una advertencia—. Entonces es hora
de que comiencen a trabajar a nuestro lado porque como mi
maestro me enseñó: si se paran detrás de mí, los protegeré;
si se paran a mi lado, los respetaré. Pero si se paran en
contra de mí, no tendré piedad. Y quiero respetarlos, porque
ya me cansé solo de protegerlos —finalicé.
No me sorprendió que Caron se pusiera de pie y me
aplaudiera, quería seguir ganando puntos conmigo y me
causó gracia que los demás lo imitaran. Sin embargo, esto
no me hizo sentir especial ni nada por el estilo, ya que no
buscaba ser adulada, sino combatir a un enemigo en
común. Les hice saber esto con mis siguientes palabras y
agradecí que estuvieran de acuerdo.
La reunión duró una hora más y, tras finalizarla, me quedé
solo con los representantes de Perseo y Bartholome, junto a
Caron, el senador Gibson, el gobernador Youngkin, Caleb y
Elliot.
—Te precede un gran legado, querida —dijo el gobernador
Youngkin hacia mí—. Eres la hija del fundador original de
nuestros protectores —añadió y el orgullo porque tuvieran a
mi padre en tan gran estima me apretó el pecho.
—Además de que ya comenzaste tu propio legado fuera
de América —acotó Sarah, la hija no reconocida de Perseo, y
la miré con una ceja alzada—. Una de las líderes de una
Orden que para muchos es un mito, pero que rescató a
quince libanesas de manos de proxenetas y encima, obtuvo
las pruebas para que encarcelaran a Dubois, uno de los
políticos más corruptos de Francia.
Miré a Caleb ante los murmullos llenos de sorpresa de
todos, y me guiñó un ojo. No me sorprendía que Sarah
supiera eso, ya que su padre conocía de La Orden, y las
noticias le dieron la vuelta al mundo luego de recuperar a
esas libanesas y el encarcelamiento de Dubois. Isamu se
había encargado de llevar a las mujeres a un país donde las
protegerían, y Esfir estaba muy agradecida con nosotros,
aunque sensei Yusei prefería que ella también huyera de la
nación que pronto le pondría una diana más grande en la
espalda.
—Esa no es una medalla que me colgaré sola —les dije—.
Ha sido un logro de La Orden del Silencio.
«Ayudados por el tipo que los tiene a todos en jaque en
este momento», pensé. Además, ya que no dejaría de lado
que conseguí las pruebas por Sombra.
—Esfir opina lo contrario —rebatió Sarah.
—¿La conoces? —pregunté.
—Fui embajadora en un país al que ella solicitó apoyo, ya
se lo habían negado en todos los demás a los que tocó
puertas y sí, también encontró un no rotundo en ese —
explicó y el enojo me embargó—. Sentí el mismo enojo que
tú y eso me provocó una migraña que me hizo terminar en
el hospital. Le comenté al médico que me atendió lo que me
provocó tal dolor y él me dijo en dónde Esfir podía buscar
ayuda, asegurando que no se la negarían.
Eso último me tomó por sorpresa, igual que a Caleb,
quien le preguntó a Sarah el nombre del médico, pero ella
dijo que esa información se la quedaría para sí misma. Ya
que, conociendo a la organización de su padre o a nosotros,
no quería que fuéramos detrás de un inocente que solo
escuchó las leyendas de La Orden del Silencio y decidió
ayudar a Esfir sin siquiera conocerla.
Acepté su decisión y cinco minutos después me despedí
de todos, saliendo del brazo de Elliot, con Caleb y Max
siguiéndonos. El ojiazul decidió no decir nada y actuar con
profesionalismo, algo que agradecí, ya que no quería más
discusiones con él. Al llegar al salón de baile, dejé que la
música lenta se metiera por mis poros y agradecí que, en la
reunión, Caleb nos haya conseguido bebidas seguras para
que nos refrescáramos las gargantas antes de volver a
ponernos las máscaras, así aguantaríamos el tiempo que
nos quedaba en esa gala.
—¿Bailamos? —pidió Elliot de pronto y lo miré con ironía
—. Hagamos las paces —añadió al notar que iba a negarme.
Alzó una mano como todo un caballero y sonreí, aunque
no me viera por la máscara, fijándome a la vez en las
parejas concentradas en la pista, disfrutando de la noche.
—¿Qué? ¿Te has arrepentido de joderme después de ver
mi guerra y ahora buscas hacer el…?
Callé ante lo que estuve a punto de soltar y lo vi
entrecerrar los ojos. Imaginé que debía estarse riendo.
—Sí, Isa. Ahora busco hacerte el amor para comprobar si
en ese campo también eres explosiva.
«¡Oh, por Dios, Isabella!»
Sentí el rostro caliente y las mejillas rojas ante sus
palabras tan directas y seguras, pues cuando dejaba de lado
su descontento y le daba por comportarse como un fuck
boy, me ganaba por experiencia.
—No empieces —me limité a decir.
—Anda, vamos —me animó y exhalé un suspiro a la vez
que acepté su mano.
A pesar de todo, yo tampoco quería estar mal con Elliot.
Simplemente deseaba que él entendiera que si lo alejaba
era para no dañarlo en el camino, ya que estaba segura de
que dejaría un reguero de desastre con todo lo que se
avecinaba. Coloqué los brazos en sus hombros y no dejé de
mirarlo a los ojos mientras él me tomaba de la cintura y
comenzábamos a movernos al ritmo de una canción que
hablaba sobre ser tormenta en el cielo y fuego en los
árboles.
—Sé que tomas tus propias decisiones y seguirás
adelante con tu plan pase lo que pase, pero no confíes en
él, nena —susurró en mi oído—. Porque ya escuchaste lo
que dijo Gibson. Es una mierda que está dañando al país por
mucho que contigo aparente ser distinto.
—No me estoy acercando a él porque añoro una vida a su
lado, Elliot… Escúchame —pedí poniendo los pulgares en los
labios de su máscara cuando intentó hablar—. Sé que no es
fácil para ti verme haciendo esto, pero entiende que no soy
la chica que conociste y si intento apartarte, es solo porque
no quiero que me odies por la versión que verás de mí.
—Quería que siguieras adelante, te lo prometo, aunque…
Mierda. —Pegó su frente a la mía y sonreí triste—. Me
encanta lo poderosa que eres y sé que no me debes nada,
pero odio que hagas esto para hacerlo caer.
Mi piel se erizó cuando él rodeó mi cintura, entrelazando
sus dedos y apretándome contra su pecho. Sentí un
escalofrío recorrer mi columna.
—No será por…
—Joven, perdón. —La voz de Dom me interrumpió y Elliot
se alejó de mí cuando el hombre le dijo algo al oído.
Vi a Elliot maldecir y estuve a punto de preguntar qué
pasaba, pero no hubo necesidad, ya que el ojiazul me alejó
de la pista y me avisó que saldría del museo para apoyar a
Sarah con un percance que estaba teniendo con su coche,
pues sospechaban que podía tratarse de un ataque o una
distracción. Me tranquilizó saber que no iría solo, pues la
gente de Bartholome también se le uniría para no dejar
desprotegida a la hija de Perseo.
Yo, en ese momento, estaba más segura dentro del
Nauticus, además de que no me apoyaba solo de Grigoris,
sino también de Sigilosos, y apoyar a Sarah era una manera
de asegurarle a Perseo que la organización no lo dejaría
solo.
—Caleb ya viene hacia aquí —me dijo y asentí.
—Vete tranquilo porque no pienso moverme de aquí. Por
hoy ya tuve suficiente de problemas —aseguré y los
escuché reír.
Tras eso, se despidió y lo vi marcharse, viendo a la vez
que Caleb ya iba camino a relevarlo a mi lado, aunque lo
perdí de vista en el instante que hubo un apagón y me llevé
las manos hacia los brazaletes para estar atenta a cualquier
ataque, mas no hubo necesidad, puesto que la luz volvió
enseguida y con ellos los recuerdos de algo así pasando en
Inferno llegaron a mi cabeza.
Grandioso.
La luz quedó un poco débil a pesar de todo, y las demás
personas lo tomaron como un cambio de ambiente, ya que
todo se sintió más íntimo. Aunque yo supe que eso era obra
de mi acechador en el momento que otro escalofrío me
recorrió la espalda.
—Estoy comenzando a creer que disfrutas subestimarme.
—Sonreí al escuchar a Sombra detrás de mí. Vi a Caleb
percatarse de él y, con un leve movimiento de cabeza, le
pedí que me diera mi espacio y noté que apretó las manos
en puños, pero aceptó, sobre todo cuando observó a
Sombra tomándome de la cintura y me llevó con él hacia la
pista de baile.
—No, simplemente olvido tu obsesión con acecharme —
aclaré y puse las manos en sus hombros en el instante que
quedamos frente a frente. Él me cogió de la cintura,
envolviendo sus brazos con más fuerza de la que Elliot
utilizó cuando me tuvo en la misma posición.
Till death do us part de Rosenfeld nos envolvía por los
altoparlantes.
—Así como a mí se me puede olvidar la palabra
distracción y cambiarla a masacre —dijo y lo miré un tanto
sorprendida. Sus ojos color oro fulguraban de una manera
que parecían míticos—. Ya sabes, los accidentes suelen
pasar, y más con los tipos a los que les da por auxiliar a
embajadoras.
«¡Ay, mierda! ¡Elliot!»
Compartí la exclamación de mi conciencia al saber a lo
que ese imbécil se refería.
—No lo amenaces —advertí—. Y tampoco creas que la
librarás tan fácil donde te cagues en las reglas de aquí.
—Todo va a estar bien. Si te quedas aquí a mi lado —
cantó el hijo de puta y abrí los ojos demás, ya que no lo
hacía por romántico, sino para advertirme—. Deja que el sol
se oculte en tu vida —siguió sin importarle mi reacción—. Y
te haré, oh te haré mía.
Me hizo rodearle el cuello con mis brazos y luego posó sus
palmas en mi espalda y me apretó más a él, respirando en
mi cuello como un maniático mientras nos movía al compás
del coro de la canción.
Mierda.
Yo debía estar más maniática como para seguirle el ritmo
y terminar riendo por lo que acababa de hacer. No por
amenazar a Elliot, sino por cantarme una advertencia en el
oído y actuar como un novio romántico que disfrutaba de
ese baile con su chica.
—Eres un maldito enfermo —susurré cerca de su oreja
cubierta por la tela que pendía de la parte de atrás de la
máscara y le servía de gorro a la vez.
—Un hijo de puta enfermo por quererte para mí solo
mientras te follo al ritmo de esta canción —susurró en mi
oído y sus palabras golpearon donde no debían—. Cierra los
ojos e imagínanos, Bella —pidió y rogué para que Caleb
cerrara la comunicación de mis intercomunicadores esa vez
—. Piénsame mientras estás debajo de mí, con el cuerpo
bañado en sudor, sintiendo cada uno de mis empujes al
ritmo de los acordes. —Me mordí el labio porque había
cerrado los ojos y dejé que pusiera fácilmente esa imagen
en mi cabeza—. ¿Lo estás haciendo?
No quise responderle, pero tampoco era como si él
necesitara una respuesta vocal cuando mis brazos se
aferraban más a su cuello y yo me había apretado más a su
cuerpo por mi cuenta, sintiendo la piel sensible, las piernas
débiles y la entrepierna ardiéndome.
—Porque yo sí estoy imaginando lo cálido que debe
sentirse estar dentro de ti. Y me pone como un puto
enfermo pensar en cómo vas a apretarme como un puño
furioso y me mojarás como la tormenta más cruel.
—Jesús —jadeé ante la manera en que mi vientre se sintió
a punto de explotar con dolor por el deseo contenido.
—Escápate el viernes —pidió, y ya que era viernes
imaginé que hablaba del que se aproximaba—. Supongo
que después de la otra noche no te será difícil volver a
hacerlo.
—No me matarás, ¿cierto? —dije con la voz ronca.
—Sí, pero como te dije antes: será de una manera
deliciosa. —En ese momento, el tipo me tenía vulnerable,
aceptaría eso—. Deshazte de los localizadores y asegúrate
de que nadie te siga ese día. Te estaré esperando en el
parque que está cerca de tu hotel.
—¿A dónde me llevarás?
—A enseñarte la manera en la que una mujer como tú
debe ser tratada por cualquier hombre —aseguró y mis ojos
se abrieron un poco más.
«¡Por Dios, Colega! Después de eso tenías que aceptar».
Sin presiones, por favor.
—¿Cualquier hombre? —inquirí solo para joderlo.
—Al que le encantaría apestar a muerto gracias a mí —
sentenció y no pude detener mi risa—. Eso es, Pequeña. Ríe,
pero tómalo en serio porque te quiero solo para mí —dijo y
una de sus manos llegó a mi espalda baja y luego a mi
cadera—. Acepta arrojar un poco de luz en mi vida y brilla
sobre mí durante la noche —añadió besando mi cuello,
dejándome saber que se había subido la máscara solo para
eso.
Él seguía hablándome a través de esa canción, y con sus
acciones me calentaba la sangre.
«Sombra sería fácil de usar, eh».
Y yo lo aprovecharía.
—Está bien, Sombra —acepté y eso hizo que me mirara a
los ojos tras acomodarse la máscara—. Tendrás tu
oportunidad para follarme al ritmo de esta canción.
Me sonrió con los ojos.
Y no sentí pena por la ilusión que me mostró.
Capítulo 11
Maldito enfermo

Al día siguiente de la gala en Nauticus, Caleb había


montado una sala de reuniones virtual en mi suite para
comunicarme con mis senséis, Isamu y Esfir. Menos mal él sí
tuvo la amabilidad de desconectar mis intercomunicadores
anoche, sabiendo que no eran necesarias las discusiones
por algo que se llevaría a cabo sí o sí.
Sombra se había despedido con una reverencia luego de
nuestro baile y me deleité sonriendo por sus intentos de ser
un caballero. Tras eso, Caleb había llegado a mi lado y
ambos compartíamos la opinión de que ese enmascarado
sabía fingir muy bien que no era una mierda como Derek,
puesto que cualquiera lo vería nada más como un hombre
de negocios legales, sin saber que bajo la mesa se dedicaba
a lo peor.
—Creí que no los habías traído contigo —le dije a Caleb
cuando me entregó una cajita de gamuza negra, supe al
instante que contenía los dos broches de cabello que había
utilizado en misiones anteriores para infiltrarme.
Tenían rastreadores indetectables, una tecnología que nos
proporcionó el gobierno japonés.
—Algo me decía que no los dejara porque contigo siempre
se podían necesitar —respondió burlón y rodé los ojos.
Por supuesto que él sí escuchó todo lo que pasó con
Sombra, y aunque todavía se mostrara receloso, sabía que
no interferiría con mi plan de irme sola a mi cita del viernes,
pero por ningún motivo me desharía de los localizadores
como Sombra sugirió.
Actuar a lo estúpido y guiada por el deseo y la pasión solo
me sucedió una vez.
—Sé que no debemos confiar en ese tipo, Caleb, pero no
me sigas ese día por favor, ya que no quiero tener que
preocuparme por ti mientras estoy fingiendo con él.
—¿Estás segura de que podrás mantenerlo solo como
parte de la misión? —preguntó mirando hacia la laptop con
la que manejaría la reunión. Alcé una ceja mirando su perfil.
—Si tuviese que fingir con Elliot, entonces entendería tu
pregunta —le dije y logré que me mirara.
—Te sigue amando.
—¡Puf! Gracias por señalar lo obvio —bufé con sarcasmo y
miré la hora en la pantalla. Ya faltaba poco para que los
demás se conectaran.
—Y tú lo amas.
—Pero no cómo él quiere. No con la intensidad que amé
a… Ya sabes a qué me refiero. —Traté de no seguir la línea
de mis pensamientos porque me prometí que no me dañaría
más.
—Entiendo por qué le hablaste como le hablaste anoche
—comentó el rubio—, fuiste una perra, pero no te sientas
así, Isa. Si sabes que no podrás darle a Elliot lo que espera
de ti, es mejor que tenga claro que debe seguir adelante por
su cuenta, ya que tú no te detendrás ni por él ni por nadie.
—Sonreí de lado por sus palabras.
Y sí, me dañaba dañar a Elliot con mi actitud, pero
prefería eso a lastimarlo con falsas ilusiones.
«Algo que no te molestaba hacer con el Chico oscuro».
Pues no, no me molestaba y no sería hipócrita al negarlo.
—Es hora —avisó Caleb y me erguí en mi lugar.
En segundos, se desplegaron tres pantallas: en una
aparecían nuestros senséis; en la segunda, se encontraba
Isamu; y en la tercera, Esfir. Con Caleb, hicimos un saludo
para nuestros maestros, e Isamu me ofreció uno a mí.
—Assalamu ‘alaykum[11] —dijo Esfir en su idioma y todos
respondimos al unísono.
—Isabella, nos honra que hayas sacado tiempo para esta
reunión —dijo el maestro Cho, hablando en inglés, ya que
era el otro idioma que Esfir entendía y también Isamu. Vi a
la sensei Yusei usar un traductor en su oreja, por lo que nos
entendería sin problema.
—No agradezca, soy una Sigilosa, y como tal estoy aquí —
le recordé.
Comenzó a contarme cómo iban las cosas después del
rescate de las libanesas que Isamu lideró. Además, me
informó sobre la captura de Dubois, que había sido llevada a
cabo por agentes franceses para mantener la clandestinidad
de La Orden y permitirnos seguir operando sin problemas,
ya que exponernos al mundo no era conveniente.
Además, Esfir quería agradecernos personalmente por lo
que hicimos con Caleb y por lo que Isamu finalmente logró.
También nos proporcionó un informe sobre la situación en su
nación, que por supuesto no pintaba bien.
—¿Crees que tengan idea de que tienen que ver con el
rescate de tu gente? —pregunté y negó. La comunicación
era segura, nos habíamos encargado de proporcionarle
tecnología que no fuera encriptada.
—No, eso se lo adjudican a la reina oscura —informó y
Caleb y yo nos miramos, ya que nunca habíamos escuchado
eso antes—. Según mis espías, la información de dónde
estaban mis hermanas salió de un club en Mónaco luego de
la visita de una mujer que se hizo llamar así. Ella asesinó a
todos los hombres de Dubois. Y él escapó gracias a unos
aliados, aunque luego las autoridades lo atraparon.
«Hijo de puta», pensé y noté que Caleb entendió lo mismo
que yo.
Esa tuvo que ser una maldita jugada de Sombra, ya que
como lo deduje en ese momento, no me estaba entregando
a Dubois por ayudarme, sino también porque necesitaba
quitarlo de su camino. Y yo le di la excusa perfecta para
usarme. Aunque lo que me sorprendió más, fue que
asesinara a todos menos a Dubois, otra jugada que le quedó
perfecta para hacerse el héroe y no levantar sospechas.
«Y te apodó reina oscura».
Me reí ante lo que mi conciencia seleccionó como algo
importante de sobresaltar.
Mantuve la compostura mientras la reunión continuó con
Esfir presente, luego ella se despidió prometiéndonos que
nos pediría que la sacáramos de su país en el instante que
supiera que ya no podía seguir defendiendo los derechos de
sus mujeres sin convertirse en mártir.
—Te respeto como mi igual, pero quedamos en que no
matarían si no era necesario —dijo sensei Yusei cuando ya
nos quedamos sin Esfir—, y me sorprende que lo hayan
ocultado.
Escuché a Caleb murmurar una maldición al ver la mirada
severa de su maestra.
—No le hemos ocultado nada, sensei. Esa noche solo
asesiné al tipo que antes quiso deshacerse de mí, pero fui
cuidadosa y salimos de ese club sin provocar más muertes
—respondí en japonés y, tanto ella como mi maestro, nos
miraron atentos—. Recibí una llamada de Eleanor, por lo
que solo quería regresar a Estados Unidos para apoyarlos, y
todo lo demás ya lo saben. Así que está claro que un viejo
enemigo se aprovechó de nuestra presencia para culparnos
por lo que sea que hicieron en Mónaco.
Caleb me secundó con esa información si delatar más y
los vi más tranquilos porque no nos saltamos las reglas,
aunque también preocupados, pues nos inculparon de algo
que no hicimos por mucho que con eso se consiguiera
desviar la mirada de La Orden o de Esfir.
Dejamos ese tema de lado y les comenté sobre mis
planes en Estados Unidos, informándoles sobre todo lo que
los Vigilantes estaban consiguiendo y lo que yo haría para
debilitar un poco a su eslabón más fuerte en ese instante.
—Si me necesitas no dudes en pedirme que viaje a
América —dijo Isamu. Él era excelente infiltrándose, pues
era un maldito en fingir ser desde el más santo hasta el más
corrupto de los hombres.
Lo que Caleb conseguía con disfraces, Isamu lo lograba
con actitudes y sabía que eso podría ayudarme. Pero, de
nuevo, no creía que fuera del tipo de Sombra.
—Créeme, yo mismo me habría infiltrado si pudiera
conseguir lo que ella logrará sola, sin necesidad de disfraces
o de fingir ser alguien que no es —explicó Caleb y la mirada
del maestro Cho se volvió dura.
—Isabella, tú nunca has querido hacer este tipo de
misiones —dijo al entender todo.
El maestro no se equivocaba, pues siempre me negué a
realizar misiones en las que debía fingir ser la pareja de
alguien, o conquistar a nuestros objetivos por medio del
sexo; así que entendía su preocupación.
—Esta vez sí, maestro. Voy a aprovechar al máximo las
debilidades de mi enemigo y si yo llego a ser una de ellas,
entonces lo usaré a mi favor —expliqué y conociéndolo,
sabía que no iba a contradecirme.
Era un hombre sensato que callaba si lo que diría sería
guiado por su cariño.
—Vas a acechar a tu presa esta vez —acotó sensei Yusei y
le sonreí.
Sabía que, a diferencia del maestro Cho, ella me
entendería y apoyaría, pues igual que yo en su momento,
jugó el mismo juego con un enemigo y, pese a que todos
creían que se había terminado enamorando de él, el tipo
yacía perdido en algún lago de Japón, que fue donde Yusei
lanzó sus cenizas.
—Como sea, mi palabra sigue firme: si me necesitas, solo
pídelo —insistió Isamu y asentí, agradecida.
Luego de eso terminamos la reunión y salimos de
inmediato hacia el cuartel, donde ya los demás nos
esperaban para que les diéramos un informe detallado
sobre la gala en Nauticus. Encontré a Jane y a Jacob esa vez
entre todo el equipo, aunque la primera se marchó hacia el
salón de entrenamientos porque sabía que lo que
hablaríamos no era algo de su incumbencia, además de que
prefería mantenerse en la ignorancia sobre ciertas cosas
para no correr peligro por manejar información delicada.
Caleb la miró con los ojos entrecerrados y negué
mentalmente sabiendo que sí o sí la investigaría más a
fondo.
Por seguridad, mantuvimos mi acercamiento con Sombra
solo entre Caleb, Elliot y yo (aunque Elliot no supo de mi
baile con el Chico oscuro cuando se fue a ayudar a Sarah), y
los que estuvieron en la reunión del otro día no
mencionarían lo que propuse, pues era una regla
implementada por Myles después de que me fui. Nadie que
no estuviera presente en las reuniones sabría lo que se
habló a menos que fuera de vital importancia. Y aunque
fuera a tener relaciones sexuales con Sombra, no ponía en
peligro la vida de los Grigoris, excepto la mía.
—¿Piensas que no nos afectará que los enfrentaras de esa
manera? —preguntó Evan en cuanto Elliot mencionó mis
palabras hacia los presentes en la reunión de Nauticus.
—De hecho, esa era la manera en la que mi padre les
hablaba a esos lamebotas —dijo Dylan.
—Exacto —lo secundó Elliot. Ellos dos estuvieron más
cerca de mi padre cuando era el gran Enoc, así que sabían
de lo que hablaban.
Yo solo conocí a John White, el padre que trató de darme
lo mejor de él, aunque por dentro se hubiera estado
desmoronando día tras día por perder a mamá.
—Mi padre bajó la guardia luego de todos los golpes que
recibimos, así que supongo que por eso nuestros aliados
comenzaron a vernos como sus perras en lugar de tomarnos
como sus protectores —opinó Tess.
—Nos vieron débiles, por eso comenzaron a buscar otras
alianzas —analizó Connor.
—Bueno, pues es hora de que les vayamos demostrando
que los niños bonitos de Grigori hemos crecido —recomendó
Jacob con su actitud egocéntrica y sonreí. Si bien seguíamos
siendo jóvenes, habíamos entrado a la adultez y la vida nos
golpeó de diferentes maneras para hacernos madurar, a
unos más que a otros, así que todos lo apoyaron.
Y sí, también éramos la sede con miembros más jóvenes
y, por lo mismo, podían tomarnos por inexpertos, así que
tendríamos la responsabilidad de demostrar que a veces los
nuevos trucos funcionaban mejor que los de la vieja
escuela.
—Hay información clasificada de que están planeando
otro envío dentro de poco —informó Connor.
Con envío se refería a que los Vigilantes harían zarpar
otro buque, ya fuera con armas o personas, o ambos. Y
supuse que la información venía por parte de Cameron.
—¿Sabes dónde lo harán? —preguntó Caleb, hablando por
primera vez en toda la reunión. Él siempre trataba de
mantenerse al margen porque sabía que no era parte de
Grigori y no quería incomodar a los más reacios con él.
—No, solo supo que harán otro envío, pero no consiguió
saber ni cuándo ni dónde.
—Grandioso —murmuró el rubio con sarcasmo y vi a
Dylan y a Jacob mirándolo con ganas de mandarlo a la
mierda.
—Habla con Patterson para que mueva a su gente y que
estén pendientes de cualquier movimiento —le pedí a Elliot
y este asintió.
—Kontos y Makris avisaron que se reunirán pronto con
nosotros —dijo Tess para mí y asentí.
—Ahora más que nunca les pido que se mantengan
entrenando y alertas, ya que posiblemente nos veremos
involucrados en algún enfrentamiento pronto —avisé y los vi
asentir—. No bajen la guardia y cuiden entre sí sus
espaldas, porque los Vigilantes van detrás de nuestra caída,
sobre todo en este momento que nos creen débiles. Y estén
atentos a las llamadas de emergencia.
—He pospuesto mi salida ahora que sé que estás aquí —
me informó Jacob.
—No era necesario, sé que estás recuperándote. Pero
gracias —respondí y él me sonrió.
—Es necesario, nena. Al fin vuelvo a sentir que podremos
ser la familia de antes y no me lo perderé por nada. —Sonreí
por sus palabras y, aunque los demás no lo secundaron, vi
el cambio en sus miradas, cómo se suavizaron y eso me
llegó al corazón.
Tal vez no cederían del todo por mí, pero sí por Jacob,
quien estaba demostrando que al fin quería seguir adelante.
Di por finalizada esa reunión y salí de la sala seguida por
Caleb, encontrándome a Jane saliendo del salón de
entrenamiento. Tenía las mejillas rojas y su ropa de deporte
mojada por el sudor. Me dio una sonrisa de labios apretados
y asintió como despedida, un gesto de su parte que tomé
como si quisiera ceder al fin, pero su orgullo no se lo
permitía.
—Quiero comentarles algo sobre el percance de ayer con
Sarah —dijo Elliot para Caleb y para mí, alcanzándonos en la
salida de las instalaciones del cuartel—. Los sigo hacia su
hotel y charlamos mientras comemos en el restaurante de
allí —añadió y no esperó respuesta.
—¿Qué? ¿No tienes a ninguna amante esperándote esta
noche en Grig? —inquirí y escuché a Caleb murmurar un
«Uhhh» como burla y provocación.
—A tres para ser sincero, pero no sé, como que me ponen
más las provocaciones de cierta hija de puta —respondió el
ojiazul dándose la vuelta y encogiéndose de hombros.
Tomé la piel del brazo de Caleb entre mi dedo pulgar e
índice antes de que volviese a soltar otro sonido de
provocación en el instante que escuchó a Elliot, pero
terminó soltando un «Ay» y apartándose de mí sin que
siquiera llegara a apretar mi agarre.
—Parece que a ti y a Elliot les encanta mi lado de perra —
murmuré para Caleb, viendo al ojiazul irse de una vez por
todas hacia el hotel.
Ese día no pude acompañar a Eleanor en el hospital como
siempre lo hacía, ya que el tiempo se me fue entre
reuniones y llamadas, además de que me sentía cansada
por el trasnocho de la noche anterior. Sin embargo, me
aseguré de que ella estuviera bien y hablamos un rato por
videollamada, prometiéndole que por la mañana me tendría
a su lado a primera hora.
Ya no la tenían como paciente, aunque las enfermeras se
aseguraban de que siguiera hidratándose para no volver a
desmayarse.
Elliot pasó con nosotros un buen rato, comentándonos
que el percance de Sarah resultó ser una distracción como
lo supusieron, aunque no sabían para qué. Caleb y yo sí
sabíamos, pero lo omitimos. Y al final de la noche,
terminamos convenciendo al ojiazul para que se quedara en
el hotel porque se había vuelto más peligroso que anduviera
en las calles sin protección.
—No tendrás suerte con la hija de puta, pero
posiblemente sí la tengas con mi hijo de puta —bromeó
Caleb mientras subíamos a nuestro piso, ya que Elliot se
quedaría con él en su habitación.
—Vete a la mierda, hombre —dijo Elliot entre risas y yo
terminé acompañándolo—. No consigues nada con Tess y
quieres probar conmigo —añadió.
—¡Uhhh! —Fue mi turno de provocar y Caleb me miró
indignado.
Por supuesto que Elliot también había notado el
acercamiento de ese idiota hacia la pelirroja.
—Dejen ese drama, joder. Aunque no lo crean, nunca ha
sido mi intención robarle la novia a Dylan, porque de serlo,
les prometo que lo habría conseguido —se jactó.
—Como digas, pequeña mierda —lo provoqué yo al llegar
frente a la puerta de mi habitación. El rubio chasqueó con la
lengua y se despidió de mí mostrándome el dedo medio—. Y
sin llorar, eh —continué entre risas y Elliot se detuvo a mi
lado, riéndose también.
—Si no me deja entrar a su habitación, ¿me harás un
espacio en la tuya? —murmuró cerca de mi oído y negué
con la cabeza sin perder mi sonrisa.
—Él te dejará entrar, así que no habrá necesidad de que
toques a mi puerta —aseguré palmeando su hombro y
seguimos riendo—. Descansa, Elliot —deseé y me acerqué
para darle un beso en la mejilla, pero él se giró justo a
tiempo y terminó provocando que mis labios se posaran en
los suyos.
Fue un beso rápido y apretado, travieso y divertido.
—Tú también —deseó y entrecerré los ojos al ver su
sonrisa pícara.
Actuó como si hubiera sido un accidente inocente y negué
con la cabeza viéndolo marcharse hacia la habitación de
Caleb.
«¡Dios, Colega! No te costaba nada probar a Elliot antes
de pasar a ser propiedad del Chico oscuro».
Ja, ja. Vaya humor negro el que tenías.
«Era solo para poder comparar».
Que te den, maldita arpía.
«Sí, eso deseaba».
Jesús.

Pasé una hora en el gimnasio del hotel esperando que


fuera prudente despertar a Caleb para irnos al hospital,
pues había tenido días pesados desde que llegamos a
Estados Unidos y aunque ansiara estar con Myles, me
gustaba considerar al rubio de vez en cuando. Y gracias a
que la ansiedad me atacó luego de la llamada de Eleanor a
las cuatro de la madrugada, opté por irme a una máquina
de correr.
Eleanor no había aguantado las ganas de llamarme para
avisarme que su marido al fin estaba respondiendo bien a
un nuevo tratamiento que implementaron en él. La
esperanza la embargó de una manera que me hizo sentir su
emoción a través del móvil y quería correr para estar con
ella, feliz de recibir una buena noticia entre tantas malas,
pero no pretendía hacerlo sin Caleb.
—Tía me llamó para avisarme lo que pasó con tío Myles —
dijo Elliot cuando lo encontré en el pasillo de mi habitación.
—Sí, a mí también me llamó hace más de una hora, pero
enojé tanto a Caleb anoche que no quise arriesgarme con
despertarlo —le dije y rio.
—Se quedó tomando una ducha.
—¿Noche movida? —bromeé y negó divertido.
—Iré a mi apartamento, nos vemos en el hospital —se
despidió y me dio un beso en la frente.
—¿Tienes apartamento aquí? —pregunté mientras seguía
su camino y se giró sin dejar de avanzar de espaldas.
En el pasado siempre se quedaba en casa de los Pride
cuando llegaba de visita, y cuando nos vimos en Grig deduje
que se quedaba en la oficina, por eso me extrañó lo que
dijo, aunque también era lógico que tuviera su propio lugar.
—Tengo una jefa dadivosa que me paga un buen lugar
para quedarme en los días que vengo a supervisar sus
negocios —explicó en tono de broma y rodé los ojos—.
Cuando quieras te llevaré a conocerlo.
—Sí, como sea —dije haciéndole un gesto desinteresado
con la mano y rio.
Abrí la puerta de mi habitación y entré, enviándole un
mensaje de texto a Caleb para pedirle que estuviera listo
pronto porque debíamos ir al hospital. Recibí un ok como
respuesta y me metí a la ducha para deshacerme del sudor
y prepararme también.
Media hora más tarde, estábamos saliendo rumbo al
hospital con Dom y Max a nuestro lado. Caleb tenía cara de
pocos amigos porque necesitaba el café para funcionar
bien, así que como si fuera un niño, tuve que prometerle
que pasaríamos en el camino por uno.

—¿Qué demonios? —murmuré para mí al leer ese


mensaje, su remitente era desconocido.
—¿No es el que pediste? —preguntó Caleb, creyendo que
mis palabras fueron por el café que me había entregado.
Max no avanzó en la línea de autoservicio esperando por
mi respuesta para poder reclamar por el café correcto.
—Sí es, puedes continuar —dije para Max y él asintió.
Caleb me miró, esperando y le mostré mi móvil para que
leyera el mensaje.
Miró hacia todos lados tratando de identificar algún coche
extraño y luego sonrió con ironía.
—Puedo rastrear el número, aunque si el hijo de puta es
tan inteligente, puede estar usando un móvil desechable o
satelital —explicó.
—Entonces ambos pensamos en que es la misma persona
—deduje y se encogió de hombros.
—Igual puedes averiguarlo —señaló y le di un sorbo a mi
café, sonriendo con picardía porque tenía razón.
Podía molestarme porque odiaba ser vigilada, o usar a mi
favor las debilidades que me mostró para darle una
pequeña lección.
—Eres cabrona, linda —dijo Caleb, riéndose conmigo
porque vio lo que escribía.
No le dije nada, solo mantuve una sonrisa malvada en mi
rostro mientras veía el camino que recorríamos, esperando
por una respuesta que estaba tardando en llegar, aunque
tampoco le di demasiada importancia.
Veinte minutos después, Max estaba aparcando en el
estacionamiento del hospital y Dom se bajó para entrar
primero y así avisarnos si podíamos ingresar sin problemas.
El lugar estaba siendo muy bien protegido por toda la
seguridad que desplegamos tanto de Grigori como de
Sigilosos, así que era como estar dentro de una pequeña
fortaleza, pero tampoco nos permitiríamos bajar la guardia.
Tess estaba en el recibidor con Dylan cuando subimos al
piso de su padre. La pelirroja lucía un poco más descansada
y supuse que la noticia del buen avance de Myles le quitó
parte del peso que había estado cargando.
—¡Hey! —dije para ambos como saludo y le di un beso en
la mejilla a mi hermano.
Caleb hizo lo mismo con Tess, aunque con Dylan solo se
dedicaron un asentimiento de cabeza bastante forzado.
—Me alegra que estés aquí —aseguró Dylan.
—Papá está delicado y todavía en coma inducido, pero
reaccionó a este nuevo tratamiento como estaban
esperando, y el médico nos dijo que si sigue así pronto lo
despertarán y lo pasarán a una habitación común —informó
Tess y exhalé aliviada.
No pasé desapercibida la simpatía en su voz, y eso me
sorprendió de buena manera. Además, ella y mi hermano se
veían como si hubieran hecho las paces, y todo ese
conjunto de cosas me apretó el pecho con felicidad.
—¡Dios, al fin! —exclamé—. ¿Y Eleanor dónde está?
¿Puedo pasar a ver a Myles?
—Está con papá. Y de hecho, no puedes. A mí tampoco
me han permitido entrar. —Fruncí el ceño con la respuesta
de Tess.
—Este tratamiento es delicado, Isa. El doctor nos dijo que
quieren evitar que la zona esté contaminada, por lo que van
a restringir las visitas —explicó Dylan—. Solo Eleanor, los
médicos y enfermeros de turno podrán estar cerca.
—Mamá incluso tendrá que evitar el contacto con
nosotros si quiere estar cerca de papá —añadió Tess.
—Joder, esto supera los límites de restricciones que
imaginé —comenté.
—¿Será por mucho tiempo la restricción? —inquirió Caleb.
—Una semana, dos como máximo. El doctor de cabecera
pidió apoyo a una comitiva especial de médicos, entre ellos
hay nativos y extranjeros. Y gracias al cielo tuvo una
respuesta positiva y llegaron para apoyarle, pero fueron
claros: o los dejábamos trabajar a su manera o no lo hacían.
—¿Pero no van a meterse con la seguridad? —quise saber
luego de escuchar a Tess.
—No, respetarán eso. Pero de esas puertas para adentro
no tenemos acceso —contestó señalando las puertas dobles
que llevaban hacia la unidad de cuidados intensivos y
asentí.
No me gustaba sentirme atada, pero debía ceder si quería
conseguir buenos resultados con Myles.
—Tenemos una enfermera dentro de la comitiva de
Sigilosos. Si te hace sentir más segura, podríamos solicitar
que la incorporen al personal destinado a la atención de
Myles —mencionó Caleb y asentí.
—Sé que el hospital es de Grigori y ya tenemos mucha
seguridad, pero me sentiría más tranquila al tener a alguien
de nosotros dentro del personal médico —dije para todos,
más porque mi hermano y Tess me miraron como si no fuera
necesario lo que Caleb propuso—. Espero que no sea un
problema para ti.
—Todo lo contrario, Isa, gracias por tomarte tan personal
la seguridad de mis padres.
—No solo la de ellos, Tess. También la de ustedes —
aseguré y ella tragó con dificultad.
Dylan, en cambio, me tomó de la nuca y me llevó hacia su
pecho, depositando a la vez un beso en mi coronilla.
—Haré un par de llamadas —avisó Caleb y se fue sin
esperar respuesta.
—Deja de ponerte cursi —repelí hacia Dylan y este rio. Mi
móvil vibró en el bolsillo trasero de mi vaquero y lo saqué,
viendo de inmediato que se trataba de otro número
desconocido.

Apreté los labios para no reír frente a los chicos al tener


más que una confirmación de quién era el remitente de esos
mensajes.
Negué divertida al leer el segundo mensaje que me envió.
«¡Demonios, Colega! El Chico oscuro sabía dónde estabas
exactamente».
Por supuesto que lo noté. El maldito me estaba dejando
ver que tenía ojos cerca de mí, pero no me inmutaría.
—¿Quieres ir con nosotros a la cafetería mientras Eleanor
viene a hablar contigo? —preguntó Dylan.
—¿Pero no dijeron que ella evitaría el contacto con
nosotros?
—Te dije que no te estaba poniendo atención —señaló
Tess tras mi respuesta y mis mejillas se calentaron con
vergüenza.
—¡Dios, lo siento!
—Déjalo así, no te dije mucho. Solo que Eleanor puede
hablar con nosotros por medio de esa sala —explicó Dylan
de nuevo y miré hacia donde señaló. Parecía una farmacia,
con vidrio de protección e intercomunicador para poder ser
escuchados.
—Ya le he avisado que estás aquí —acotó Tess.
—Oh, gracias. —Iba a decirle algo más, pero en ese
instante vi mi móvil iluminarse con una llamada entrante de
Desconocido—. Adelántense, voy a responder esta llamada
—animé y ambos asintieron.
Descolgué la llamada, pero no respondí hasta que los
chicos se alejaron lo suficiente.
—Acechador, posesivo y desesperado, ¿qué más debo
anotar en tu lista de cualidades? Y piensa bien la respuesta
porque con las que ya te anoté tengo para pensármelo
mejor el ir a esa cita que tenemos el viernes —ironicé
cuando me llevé el móvil a la oreja.
—Porque no vienes a averiguarlo por tu cuenta —
respondió con su voz robotizada y miré hacia todos lados.
No era capaz de estar en el hospital, ¿cierto?
—¿Qué quieres? —proferí tratando de mantener la calma.
Él no tenía tanto poder ni eran tan estúpido como para
atreverse a entrar en un lugar atestado de Grigoris y
Sigilosos.
—Que muevas tu culo hasta el cuarto de medicamentos. Y
no me hagas esperar, Bella. —Mi corazón se aceleró al
escucharlo.
«Bueno, él sí tenía poder y era estúpido para estar ahí».
Mierda.
Miré hacia los hombres de seguridad en el piso y al
personal del hospital concentrado en sus labores, todos
parecían muy tranquilos. El cuarto de medicamentos no
estaba lejos según el cartel que lo anunciaba.
—¿En serio eres tan estúpido como para venir aquí? —
susurré.
—Y puedo mejorarlo al ir yo mismo por ti y arrastrarte
hasta aquí, Bella. Así que comienza a caminar —advirtió.
—Sabes que estoy con mi gente y puedo matarte aquí
mismo si quiero, imbécil.
—Sí, pero no quieres. Todo lo contrario, tu cuerpo me dice
que mueres por dar un paso, pero tu orgullo todavía te lo
impide. —Miré hacia las paredes y el techo buscando
cámaras de seguridad al escucharlo, ya que con lo que dijo
supe que me estaba viendo.
Encontré una cerca de la sala donde se suponía que me
vería con Eleanor y la risa de Sombra me dijo que acababa
de acertar.
—No te imaginas cómo me pone tu cara de enfado,
Pequeña. Me hace querer follarte hasta que solo tengas
sonrisas traviesas para mí.
—Maldito enfermo —espeté y corté la llamada.
Pero comencé a caminar hacia el jodido cuarto de
medicamentos.
Capítulo 12
Te extraño cada día más

Negué enfurecida conmigo misma por comenzar a


caminar en dirección hacia el cuarto de medicamentos que,
para mi suerte, estaba en el pasillo de los baños. Le envié
un mensaje a Caleb para que no se fuera a preocupar, y
confiado en que nadie llegaría a ese piso, respondió que me
esperaría en la cafetería.
«Pero el Chico oscuro no era nadie».
Sí, y yo tenía que dejar de subestimarlo de una buena
vez.
Miré hacia mis lados para percatarme de que nadie del
hospital me viera entrando al área donde se leía en letras
mayúsculas "SOLO PERSONAL AUTORIZADO". Uno de los
Grigori que cuidaba la zona sí se percató de mí, pero
suponiendo que lo que haría era parte de un plan de la
organización, no dijo nada y en su lugar me alzó el dedo
pulgar en señal de que tenía el camino despejado. Reí con
ironía, aunque asentí como agradecimiento.
Vaya mierda.
Solté un bufido mientras abría la puerta y traté de
encender las luces con el interruptor al lado derecho de ella,
pero no funcionó. Así que deduje que Sombra se había
encargado de ese detalle para su seguridad. El lugar estaba
lleno de estantes de metal, vitrinas y cajas plásticas, con el
aire acondicionado a todo dar para mantener los
medicamentos a una temperatura que no los dañara. Por lo
que la piel de mis brazos se erizó ante el frío.
Maldición.
Mi corazón se aceleró ante la expectativa y el
pensamiento de que tenía que cerrar la maldita puerta para
que ese imbécil se mostrara, y con eso le daría toda la
ventaja. En un día normal, lejos de personas que
entorpecieran mis planes o decisiones, jamás habría
entrado a ese cuarto tan confiada; pero de nuevo, algo en
mi interior me decía que no corría peligro de muerte con ese
enmascarado cerca de mí, así que cerré de una vez por
todas.
—¡Demonios! —gruñí al sentir que envolvieron un brazo
en mi cintura y, en un santiamén, me giraron hacia la
puerta, dando un golpe sordo en ella con mi mejilla
mientras un pecho duro y fuerte se pegaba a mi espalda.
—¿Te excita provocarme? —susurró en mi oído—. ¿Crees
que estoy bromeando? —añadió y su aliento caliente quemó
mi piel, lo que me hizo saber que no llevaba máscara.
Cerré los ojos, sintiéndome segura y amenazada en
partes iguales, con mi corazón tronando más fuerte y mi
pecho ardiendo ante la adrenalina y el enfado que ese
hombre me provocaba.
—Solo soy sincera, imbécil —Espeté entre dientes. Su
mano no dejó mi cintura y, con la otra, tomó mis muñecas,
cruzándolas entre sí y poniéndolas sobre mi cabeza. Él sabía
que yo podía zafarme si quería—. ¿Y qué demonios
pretendes demostrar viniendo aquí?
—¿Tú qué crees? —inquirió y pasó la lengua por mi cuello,
subiéndola hasta mi oreja y mordiéndome el lóbulo—.
Tienes a un jodido ejército apostado en cada rincón de este
hospital y aquí estoy —se mofó y giré la cabeza,
consiguiendo sentir el calor de sus labios sobre los míos—.
¿E incluso así sigues creyendo que solo juego cuando te
digo que voy a matar a cualquier hijo de puta que te toque?
—Soltó el agarre en mis muñecas y me cogió de la barbilla.
Ese fue todo el aviso que tuve antes de sentir su boca
impactando en la mía. Jadeé por el impulso salvaje, pero
también abrí los labios, sintiendo la menta invadiendo mi
lengua. Su brazo en mi cintura me apretó más a su cuerpo y
enterró los dedos en mi barbilla, demostrándome con ese
beso que me odiaba y deseaba al mismo tiempo. Y por puro
instinto crudo, lancé mi boca hacia adelante para lamerlo,
pero al sentir mi intención se apartó de mí.
—Me estás pidiendo a gritos que mate a ese malnacido,
Bella —gruñó sin soltar mi barbilla. Su voz robótica se había
vuelto amenazante—. Y te lo digo por última vez: No. Estoy.
Jugando.
—Ni yo. Así que deja de amenazarlo porque sobre mi
cadáver le tocarás un solo cabello —sentencié con la
respiración vuelta un fiasco por ese beso rudo que acababa
de darme.
Me removí para tratar de girarme y quedar frente a él,
pero no estaba dispuesto a ceder y me retuvo en la misma
posición, tomándome de la coleta para exponer más mi
cuello y acercar más mi rostro al suyo. La adrenalina de lo
que estaba pasando no permitía que mis ojos se adaptaran
a la oscuridad.
—¿Estuviste con él anoche? —largó.
¡Dios! No sé qué demonios me pasaba como para que me
excitara tanto provocarlo así.
—Sí —zanjé.
—¿Puso tu ropa hoy? —Sentí su desesperación ante mi
falta de respuesta en cuanto afianzó más su agarre en mi
coleta y sus labios quedaron al ras de los míos—. ¿Repito la
pregunta, Bella? —inquirió.
Me negaba a responderle para darle una lección y que
entendiera de una buena vez que, así como él aseguró que
sería solo suya, yo no mentí cuando dije que no se
equivocara porque únicamente estaba dispuesta a dejarle
tener mi cuerpo. Aunque él llegó decidido a sacarme una
respuesta a como diera lugar, pues dejó ir el brazo en mi
cintura y lo ocupó para desabrochar el botón de mi vaquero.
Contuve la respiración al sentir que introdujo los dedos
dentro de mis bragas y mi poco autocontrol me obligó a
detenerlo.
¡Jesús! Sentía un maldito infierno entre mis piernas.
—¡Sombra! ¡Dios! Alguien puede entrar en cualquier
momento.
—Me importa una mierda, pero nadie lo hará porque tus
guardaespaldas están cuidando para que hagas de las tuyas
aquí adentro sin ser interrumpida, ¿no? —espetó en
susurros.
Genial, también vio eso.
—Te odio —gruñí, sintiendo que las piernas me temblaban
solo con tener su mano sobre mi vientre.
—Responde mis preguntas, Isabella —exigió y apreté mi
agarre en su muñeca, pero en ese momento no sabía si
quería detenerlo más tiempo o empujarlo para que siguiera
bajando—. ¿Ese malnacido te vistió esta mañana?
Mordió mi labio sin llegar a besarme y ese gesto aumentó
el ardor en mi sexo.
Me rendí.
—¡Demonios! No, Sombra. Me vestí yo sola —siseé.
—¿Te la quitó anoche?
¡Jesucristo! Me enfurecía que actuara como si fuera mi
dueño, aunque no podía evitar sentir cierta diversión ante
su desesperación. Sus celos me provocaban y el simple
hecho de pensar que me quería solo para él, incluso sin
haberme probado, me excitaba.
—No, me desvestí sola también.
Contuve un jadeo cuando volvió a morderme el labio,
usando eso como distracción para que aflojara mi agarre en
su muñeca. Respiramos con vehemencia en el instante en
que deslizó su dedo entre mi raja y descubrió mi humedad.
—Jodida mierda, Pequeña —gruñó y, en ese momento, fui
yo quien le mordió el labio con fuerza para soportar lo que
su dedo girando sobre mi clítoris me hizo sentir—. Eres tan
suave y estás tan mojada.
Gemí al no poder contenerme.
Sentí una presión en mi pecho que descendió hacia mi
estómago y se concentró en mi vientre, como si me
estuviera derritiendo en sus manos. Cerré los ojos con
fuerza, sintiendo ganas de llorar, porque había pasado
demasiado tiempo sin sentirme tan deseada (sin contar esa
alucinación cada vez más borrosa en mi cabeza). Mis
rodillas flaquearon y mis pezones se endurecieron. Con una
mano en su nuca, obligué a nuestras frentes a presionarse,
nuestros labios se tocaban sin besarnos, solo compartiendo
el aliento, mientras Sombra de vez en cuando sacaba su
lengua para lamerlos.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué me retas de esa manera? —
quiso saber sin dejar de mover su dedo en mi centro,
esparciendo la humedad de arriba abajo y tentando la
entrada de mi vagina, provocando cada vez más ardor y
necesidad.
—Porque puedo y quiero —respondí, enterrando mis uñas
en su nuca, aunque la protegía con el cuello alto de su
playera—. Y para que entiendas que soy libre de hacer lo
que desee.
Contuve un grito cuando sacó la mano de mis bragas y
me giró para que estuviéramos frente a frente. De
inmediato, metió el dedo que había estado dentro de mí en
mi boca para que pudiera saborearme, y enseguida me
cubrió también con sus labios, besándome sin escrúpulos en
un beso que se volvió sucio y excitante.
No sacó su dedo hasta que chupó todo mi sabor de él y
luego también lo quitó de mi lengua.
—Eres orgullosa, por eso entiendo que te niegues a darme
lo que quiero de ti, pero esa humedad en tu coño la provoco
yo, Isabella —aseguró y me cogió de los muslos para que
envolviera su cintura con mis piernas y me rozó su dureza
justo en el centro, haciéndome desear que no hubiera ropa
de por medio—. Es mía, solo mía —sentenció.
Se giró y dio un par de pasos hasta sentarme sobre una
mesa o escritorio, no podía saberlo en la oscuridad. Me bajó
los pantalones y las bragas juntos hasta los tobillos, donde
las botas impidieron que se deslizaran más, y luego se
colocó entre mis piernas.
—Sombra, ¿qué preten…? ¡Mierda!
Me mordí el labio para no gritar en el instante que enterró
el rostro en mi coño y sus labios chuparon mi clítoris. Pudo
abrir mis piernas para exponerme por completo, pero la
ropa ancló mis tobillos en su espalda mientras yo me eché
hacia atrás, agradecida de que la mesa no tuviera nada que
pudiera botar en el arrebato.
—Mierda, mierda, mierda —gemí entre dientes,
tomándolo del cabello que llevaba en la misma coleta
samurái que vi la otra noche en Nauticus.
Sacó la lengua para lamer de arriba abajo, gruñendo
como si fuera un hambriento deleitándose con su comida
favorita. Mis ojos ardieron más y los apreté no sabiendo si
se debía a mi sexo palpitante, sus labios chupándome a su
antojo o su jodido desafío de probarme que mi humedad era
suya. De lo único que estaba segura, era de que consiguió
que me retorciera tan fuerte que lo único que necesitaba
era gritar para expresar lo que estaba sintiendo con su
boca.
Apreté más mi agarre en su cabello y lo mantuve así,
porque temía que fuera a separarse para castigarme o algo
por el estilo gracias a mis provocaciones. Mas no lo hizo,
todo lo contrario, grité siendo lo más silenciosa que pude en
el instante que arrastró sus dientes en mi clítoris, hundió un
dedo en mi vagina y con otro jugó en mi trasero, haciendo
que sintiera una descarga de placer que se extendió por mis
piernas y subió a mi vientre.
Enloquecí.
Mis caderas comenzaron a moverse como si tuvieran vida
propia y sus dedos se hundieron más en ambas partes
donde los había metido. Su lengua no dejó de moverse en
mi manojo de nervios y mi humedad fue tanta, que sentí un
charco formándose debajo de mis nalgas.
¡Carajo! Estaba lista para recibirlo como él quisiera.
¡Necesitaba tenerlo dentro de mí!
—¡Dios! Te necesito dentro de mí, Sombra —supliqué.
—¿Solo a mí? —preguntó con la voz amortiguada.
—Sí, solo a ti. Por favor... ¡Carajo!
Metió otro dedo en mi vagina, moviéndolo al compás del
que mantuvo en mi trasero. Me acosté de lleno sobre el
escritorio y llevé las manos hacia mis pechos, sintiéndolos
hinchados, a punto de explotar junto a mi coño. Mi vientre
era como un almacén de fuegos artificiales y Sombra, un
niño travieso jugando con cerillas.
—Joder, Pequeña. Estás a punto de arder —dijo con gozo y
chupó más mi clítoris.
La respiración se me cortó, mi vientre se contrajo, mis
caderas enloquecieron y entonces los fuegos artificiales
explotaron, desencadenando un infierno de placer que
comenzó en mi pecho, pasó por mi estómago y desembocó
en mi vagina. Tomé la cabeza de Sombra con
desesperación, queriendo apartarlo y mantenerlo ahí a la
misma vez. El orgasmo estaba siendo exorbitante, mezclado
con dolor y deseo.
Proferí maldiciones entre susurros lastimeros y, por unos
minutos, mi mente voló de la faz de la tierra, llevándome al
infinito de placer hasta que mis pulmones ardieron por la
falta de aire y mis venas se hincharon ante la presión de mi
sangre corriendo por mi torrente como lava furiosa.
—¡Maldición! Creo que acabo de correrme contigo —
murmuró Sombra y sentí la satisfacción en su voz
robotizada.
Había ralentizado sus movimientos y se detuvo hasta que
le di el último espasmo. Después de eso, sacó los dedos con
cuidado y escuché el movimiento de ropa. Tenía mis ojos
cerrados y la mente aún en júpiter, así que solo fui
consciente de lo que hacía hasta que sentí una tela de
algodón en mi sexo y a él limpiando los restos de mi placer
con cuidado.
Minutos después, comenzó a darme besos castos en mi
monte de venus y subió por mi estómago, pasando por mi
pecho hasta alcanzar mi cuello, barbilla y, por fin, llegó a mi
boca.
«¡Mierda! Estaba cumpliendo su promesa».
¿Qué promesa?
«Besó tus labios hasta saciarse de ellos y luego estaba
subiendo a tu boca».
¡Oh, Dios!
Me sonrojé ante ese recordatorio y sonreí en medio del
beso que me estaba dando.
—¿Ves cómo cumplo mis promesas? —murmuró sobre mis
labios.
Me reí aún más y tomé su boca por mi cuenta,
irguiéndome junto a él sin querer apartarnos, sintiéndome
en su lengua, sabiendo que, si seguíamos así, pronto
volvería a tener más necesidad de él.
—Sabías que te necesitaba en mi interior, ¿por qué no me
tomaste? —pregunté y lo sentí descender para tomar mis
bragas y pantalón y volverme a vestir.
«Te desvistió y después te estaba vistiendo».
Sonreí a la observación de mi conciencia. El Chico oscuro
quería que recordara que él sí me desvestía y vestía.
—Te tomé, Bella. No necesito penetrarte para hacerte
mía. Además, recuerda que propuse que te embestiría junto
a los acordes de una canción y aceptaste, así que esa es
otra promesa que te cumpliré —aseguró y me dio un beso
en la mejilla mientras abrochaba el botón de mi vaquero—.
Y saber que ahora mismo me estás dando sonrisas
traviesas, es otra forma de obtener un placer que compite
con el del sexo.
—Idiota —murmuré.
Sabía que no me vio en la oscuridad, pero sí sintió que
sonreí mientras nos besábamos.
—Un idiota que te vuelve loca —susurró y se presionó a
mí haciendo que sintiera lo duro que estaba.
Y estuve a punto de responder a su chulería, pero su
móvil comenzó a vibrar y cuando lo sacó de su bolsillo, tuve
la esperanza de ver su rostro con la luz del aparato. No
sucedió. De inmediato, me dio la espalda y respondió la
llamada, bloqueándolo para evitar el reflejo de la pantalla.
«¡Carajo! Pensaba en todo».
Una confirmación más de que no era estúpido.
Alcancé a escuchar la voz de una chica gracias al silencio
del lugar enseguida de que él descolgó y puse atención.
—¿Recuerdas que me llevarías a comer? —le reclamó ella
y reí irónica.
—Sí, pero tuve algo importante que atender —respondió
él con fastidio.
—¿Más importante que yo? —preguntó indignada.
—Sabes bien la respuesta a eso.
Me sorprendió la dureza en su voz y hasta me sentí mal
por la chica. No tenía idea de si era su novia o hermana, o
una amiga, pero no dudaba de que él no era del todo feliz
yendo a comer con ella.
—Es nuestro aniversario, imbécil —espetó la chica y me
tensé.
«¡Mierda! Entonces sí tenía novia».
Posiblemente, y odié que me pusiera en esa posición.
Aunque entonces recordé que no estaba cediendo con él
porque quisiera algo serio o me estuviera ilusionando. Y lo
sentía por esa chica, pero su novio nos había estado
jodiendo mucho y tenía que sacarlo del juego a como diera
lugar. Sin embargo, no les cagaría la relación mientras ella
no me estorbara, así que caminé hacia la puerta para salir
del cuarto y dejarlo hablar a gusto. No obstante, Sombra me
detuvo en cuanto pasé por su lado.
—Dame un momento —pidió y negué, aunque no me
viera.
—¿Con quién estás? —le preguntó su chica de inmediato.
—Con nadie que deba preocuparte —dijo enseguida el
imbécil y eso de alguna manera me tocó el ego.
Y no solo por lo que dijo, sino también porque tenía el
descaro de exigir que nadie me tocara cuando obviamente
él no podía dar la exclusividad que pedía. Y porque encima
de que engañaba a su chica, la hacía quedar como una
estúpida frente a mí.
—No te preocupes, cariño. Nos vemos luego —le respondí
con sarcasmo y me acerqué a él para besarlo en los labios,
cerca del móvil. Su agarre en mi brazo se tensó—. Y gracias
por cumplir tus promesas —agregué con malicia y me solté
de su agarre para salir del cuarto.
Éramos un medio para un fin, pero debía buscar mejor sus
palabras para referirse a mí, ya que por ningún motivo me
dejaría tratar como a una fulana a la que solo buscaba de
vez en cuando. Como un cobarde que decía amar a su
novia, pero no podía dejar a la amante, ya que entonces
dejaban de ser nadie que deba preocuparte, para
convertirse en las peores pesadillas de una relación.

Me fui hacia el baño tras salir del cuarto de


medicamentos. Ya que, aunque Sombra me haya limpiado
con lo que supuse que era su playera, todavía tenía
humedad incomodándome la entrepierna, por lo que
necesitaba secarme lo mejor que el papel higiénico me
permitiera.
—Imbécil descarado —espeté en cuanto la barra de
notificaciones de mi móvil me mostró ese mensaje de
Sombra mientras me lavaba las manos. Lo cogí de
inmediato para responderle.

Bloqueé su número tras escribirle lo último y, de


inmediato, llamé a Caleb.
—¿Dónde estás? Eleanor salió para hablar contigo —
contestó y maldije al recordar a Eleanor.
—Despliega a los Sigilosos sin hacer alboroto y sin
comentarle a nadie de los Grigori. Sombra ha estado aquí —
ordené y avisé al mismo tiempo.
—No me jodas, Isa. Ese hijo de puta es más peligroso de
lo que pensamos —espetó y reí sin gracia—. ¿Estás bien?
—Por supuesto, no ha venido para dañarme, solo para
dejar claro que lo estoy subestimando a lo imbécil —admití.
—Voy a mover a nuestros hermanos. Luego me cuentas
bien lo que ha pasado —se despidió.
Me guardé el móvil en el bolsillo trasero de mi pantalón y
me miré en el espejo para acicalarme el cabello, notando
mis mejillas rojas, un claro recordatorio de lo que acababa
de pasar con Sombra. Y me fue imposible no morderme el
labio ante la punzada de placer entre mis muslos al revivir
lo que me hizo.
Estaba más que claro que éramos enemigos. Y él sabía
que yo no perdería mi oportunidad para joderlo, pero no
negaría lo fácil que era dejarle darme placer cuando la
oscuridad nos rodeaba. Ni siquiera lo vi esa mañana,
ignoraba cómo vestía o qué máscara usaba, pero me hizo
sentir de todo y ver lo único que necesitaba con su lengua
acariciándome de una forma tan impúdica: las estrellas.
Aunque en ese instante la culpa quería cavar con sus
garras afiladas en mi interior debido a lo natural que me
salió pedirle que me follara, cuando días atrás me había
negado a que me tocara porque el recuerdo de mi Tinieblo
me encontró en medio de ese beso con Sombra. Sin
embargo, después de esa alucinación algo más que mi
corazón se rompió y de alguna manera me sentía furiosa
con Elijah por haberme dejado. Era ilógico, lo entendía, pero
también era más fácil estar enojada con él para que su
ausencia no doliera tanto.
—Sé que tú también estarías furioso conmigo, y dolido
además por esto que estoy permitiendo —susurré mientras
apretaba el relicario en mi mano.
Cerré los ojos y lo imaginé en mi cabeza. A veces me
daba miedo olvidar sus rasgos, su voz. Por eso, aunque
fuera difícil para mí, escuchaba sus mensajes de voz para
mantenerlo siempre en mi cabeza.
—¡Dios, Elijah! Sería hipócrita decirte a estas alturas que
nada pasará. Aunque sí puedo decir que no será por las
razones que me entregué a ti —aseguré.
Avisó Caleb por medio de un mensaje de texto y rodé los
ojos. Ya sabía que no lo encontrarían. Y no por la brecha que
le di, sino porque era Sombra de quién hablábamos, un tipo
que se había escabullido entre un nido de enemigos y nadie
lo detectó hasta que él quiso que lo hicieran.

Salí del baño tras escribir eso y me fui hasta el recibidor.


Tess y Dylan ya estaban de regreso y agradecí que Caleb
mantuviera en privado lo de la búsqueda de Sombra. Mi
hermano me interrogó porque no llegué a la cafetería, pero
sonando muy convincente le dije que había recibido una
llamada del maestro Cho para una reunión improvisada de
La Orden; ambos me creyeron y, tras eso, noté a dos
Sigilosos llegando al piso, fingiendo ser visitantes para
apoyar a los Grigori.
Eleanor llegó minutos después a la sala desde donde me
hablaría y sonreí feliz al verla tan diferente, más saludable y
esperanzada. Y estaba segura de que no se debía solo a que
la estaban cuidando bien en el hospital, sino también a las
buenas noticias sobre su marido. Iba vestida con un traje
azul y una cofia sobre la cabeza, mascarilla y guantes. Me
explicó todo lo que los doctores llevaban a cabo con Myles y
lo poco que lograba entender del tratamiento que hasta
hace muy poco tiempo seguía siendo experimental.
—¿Estás segura de que te sientes mejor? —pregunté
viéndola a través del vidrio y noté en sus ojos que estaba
sonriendo.
—Las enfermeras también me tienen aquí como paciente,
cariño. Así que se aseguran de que me hidrate y alimente
bien.
—Perfecto.
—¿Y tú estás bien? —quiso saber—. Y no me mientas,
Isabella —advirtió y sonreí de lado.
—Ha habido mucho trabajo en Grigori y el cambio de
horario me ha afectado, así que casi no estoy durmiendo
porque mi mente sigue en otro continente —respondí de
una manera que no me cuestionara en cosas que no sabría
cómo contestar.
—No me agrada que sigas en ese hotel —recalcó. Ese era
un tema que tocaba siempre que nos veíamos. Y sabía que
lo hacía porque me quería, ella estaba siendo como una
madre para mí que solo buscaba lo mejor según sus
pensamientos, pero yo no lo veía así—. Si no quieres volver
a casa deberías irte al apartamento que compartis…
—¡Por Dios, Eleanor! —exclamé con una risa fingida—.
Sabes muy bien por qué no vuelvo a tu casa y aun así
propones eso. —En sus ojos no vi molestia por mis palabras,
solo comprensión—. ¿Crees que sería fácil para mí irme a un
lugar que guarda tanto buenos recuerdos como malos?
Puso su mano sobre el vidrio, como si ansiara acariciarme
el rostro y respiré hondo.
—Esos recuerdos no están en los sitios en los que
compartiste con él, hija. Los llevas en el corazón —aseguró
y tragué con dificultad—. Y en lugar de enfrentarlos, estás
dejando que los malos te destruyan y los buenos te llenen
de amargura.
Me llevé una mano a la nuca y comencé a sobarla,
consciente de que tenía razón.
Siguió aconsejándome un rato, dejándome entrever que
para ella tampoco era fácil ya que se trataba de su hijo, lo
que me hizo valorar más que intentara ayudarme a ver las
cosas desde otra perspectiva. Luego me despedí de ella y la
dejé charlando con Tess, prometiéndole que me pensaría
mejor sobre volver a la mansión Pride o al apartamento.
—¿Quieres acompañarme al cementerio? Quiero llevarle
unas rosas a mis padres —le dije a Dylan y él asintió de
inmediato.
No había ido a visitar sus tumbas desde que volví por
miedo a toparme con una que no estaba preparada para
ver, pero sabía que Dylan me lo evitaría, así que necesitaba
que él me guiara. Le avisé a Caleb mis planes de irme con
mi hermano en su coche y prometió que me seguirían con
Dom y Max desde lejos para darnos espacio. En el camino,
nos detuvimos en una floristería y Dylan terminó comprando
unas rosas para su madre.
Aproveché el trayecto hacia el cementerio para ponerme
al día con él y conocerlo mejor, puesto que desde que supe
de nuestro parentesco nunca tuve la oportunidad de saber
de su vida, o qué era de él antes de llegar a Grigori y
descubrir que era hijo de uno de los fundadores.
—Es increíble cómo a veces la vida pone a cada quién en
su lugar —comenté por el hecho de que llegó a la
organización sin tener idea de que allí conocería a su padre
y lo vi asentir—. ¿Cómo llegaste a ser parte de Grigori? —
proseguí y lo vi suspirar.
—Mi madre no fue la mejor, pero hizo todo lo que pudo
dentro de sus posibilidades, además de que siempre
agradeceré que no decidiera abortarme incluso cuando
tenerme significó perder sus comodidades —dijo y sentí una
punzada de dolor porque nuestras historias fueran tan
diferentes y alejadas la una de la otra—. Trabajaba en un
club de lujo que fue donde Enoc la conoció. No era
prostituta, simplemente se daba sus gustos de vez en
cuando con los visitantes que lograban flecharla. Por eso
nunca dudó de quién me engendró. —Me acomodé en mi
asiento al escuchar eso, pues no era fácil pensar en tu
padre como ese tipo de gustos.
Pensaba que los hijos muchas veces preferíamos creer
que nuestros progenitores no tenían pasado para no
traumarnos con las cosas que hicieron de jóvenes, o antes
de formar un hogar.
—Sin embargo, una de las reglas del club era que fueras
soltera y sin compromisos para trabajar allí, y mi madre, a
pesar de lo que hacía, mantenía ciertos valores de la gente
de su época. Así que cuando supo que quedó embarazada
de mí luego de su noche con Enoc, y aunque no se lo diría a
nuestro padre porque no quería que él creyera que era una
vividora que pretendía embaucarlo, decidió dejar ese
trabajo y parirme.
»Las cosas se pusieron difíciles para ella luego de dejar
ese trabajo. Dos años después de mi nacimiento, los ahorros
se habían terminado y comenzó a tener hasta tres trabajos
diferentes para poder pagar las facturas, ya que fui un niño
muy enfermo y crecí entre hospitales y guarderías. Cuando
tuve diez años, me harté de eso y mi salud había mejorado,
así que le demostré que podía dejarme solo en casa luego
de la escuela, y ella con la necesidad de ahorrar algo de
dinero aceptó. Pero entonces la adolescencia llegó y con ella
los amigos que se convirtieron en mi familia porque nunca
veía a mi madre debido a sus turnos. Con ellos también
llegaron las drogas y las bebidas alcohólicas y me convertí
en un problema peor para ella.
Lo tomé de la mano en señal de apoyo, haciéndole saber
que muchos podían pensar que solo era un malagradecido
más, o su madre una irresponsable, pero no todos
enfrentaban la ausencia de los padres de la misma manera
ni tampoco pasaban por carencias como esa señora.
Algunas personas afrontaban esas pruebas con inteligencia
y otros con estupidez, pero nadie que no haya tenido una
infancia como la de él u otras personas en la misma
posición tenía derecho a opinar al respecto, porque, por
ejemplo, mis circunstancias como hija fueron distintas, y por
lo tanto no vería ese panorama de la misma forma.
Y mi madre contó con el apoyo de personas que la
ayudaron a salir de su mierda tras escapar de Lucius.
—Me fui de casa a los quince años, pero no por eso mi
madre descansó; al contrario, pasé a ser un grano más
grande en el culo, ya que me metí en muchos problemas.
Fueron dos años en los que visité muchas cárceles y
hospitales y no sé ni cómo seguí en el instituto. Hasta que
llegó mi hora de tocar fondo y estuve a punto de morir
porque iba a inyectarme una droga que fue mal fabricada.
—¿Cómo supiste que estaba mal fabricada?
—No lo supe yo. —Lo miré para que notara que no
entendía nada y, de soslayo, se percató de ello—. El
almacén donde estaba con mis amigos fue visitado por las
personas que se encargaban de recoger esa droga, quienes
comenzaron a hacerlo en cuanto se les notificó de muchas
muertes a causa de ello. Ya había introducido la aguja en mi
piel cuando sentí que alguien me la arrebató. —Se quedó en
silencio unos momentos y noté cómo ese recuerdo era
demasiado triste para él.
—No sigas si no quieres —susurré intentando ser fuerte
por él.
—Quiero —aseguró y respiró hondo antes de continuar—.
Me enfurecí, casi me volví loco de la ira cuando esa jeringa
me fue arrebatada. Me fui sobre el tipo que me la quitó y
este me doblegó en cuestión de segundos. «Mira lo que
hace tu maldita adicción», fueron sus palabras y me hizo
girar para ver cuando uno de mis amigos se retorcía,
temblaba, sudaba y sacaba espuma por la boca. Sus ojos se
volvieron blancos y en cuestión de segundos estaba muerto.
—Me estremecí al escucharlo.
«Me alegraba, para que te vieras en ese espejo».
Maldita exagerada, yo no era una adicta.
«Ni los adictos lo eran cuando probaron la droga por
primera vez».
¡Jesús! Ya.
—Era mi mejor amigo —escuché a Dylan decir. Ese chico
pudo haber sido él si esa persona no le hubiera arrebatado
la droga—. Lloré como un niño al verlo morir y entonces caí
en la cuenta de que el tipo que me quitó la droga me salvó
la vida. Así que me arrodillé ante él dándole las gracias y
diciéndole que era mi ángel y que le prometía que me iba a
portar bien y cambiaría por esa segunda oportunidad que
me estaba dando. —Rio genuino al recordar aquello, aunque
también un poco avergonzado—. Su respuesta fue gruñir
molesto, exigiéndome a la vez que me dejara de cursilerías
y luego me sacó de allí y me llevó a una clínica de
rehabilitación, asegurando que no creía en los milagros, solo
en los hechos. Todo lo pagó por su cuenta. Aunque antes de
marcharse me amenazó con que, si me escapaba, me
buscaría hasta debajo de las piedras para inyectarme él
mismo la droga —añadió y mis ojos se abrieron con
incredulidad—. Guardó la jeringa como promesa de que lo
haría.
—¡Demonios! ¿Y seguiste en contacto con él? —pregunté
y asintió.
—Regresó por mí a esa clínica a los seis meses, cuando
estuve limpio y fui de confianza para que me dejaran ir.
Llevaba la puta jeringa en una cajita como prueba de que su
promesa se mantenía. Y en cuanto estuvo seguro de que no
quería más de esa mierda, me ofreció trabajo y lo acepté sin
dudar. Era peligroso, pero yo siempre fui un hijo de puta
loco y esa actitud nunca se debió a la droga. —Me reí por
eso y él me acompañó—. La primera fase de su propuesta
era que terminara el instituto y luego me metiera a la
universidad. Me ayudó en todo. Tras eso, comenzó mi
entrenamiento. —Una punzada de dolor me atravesó el
corazón al comenzar a comprender su historia.
Pero me quedé en silencio y solo me atreví a preguntar lo
que necesitaba saber cuando me sentí capaz de escuchar la
respuesta.
—¿Fue Myles? —dije con dificultad y negó con la cabeza.
Su silencio y el dolor en sus ojos me dieron la respuesta
correcta.
Abrí un poco la boca para respirar por ella y miré hacia la
carretera, intentando tragarme ese nudo lleno de agujas en
mi garganta. Entonces fue el turno de Dylan para apretar mi
mano y darme su apoyo. Negué con la cabeza y contuve las
lágrimas.
—Solo creía en lo que podía ver —susurré con dificultad,
con la garganta cerrada por las lágrimas y el ardor que me
provocaba retenerlas. Dylan asintió segundos después y, de
soslayo, noté una lágrima corriendo por su mejilla.
—Mi madre murió a los meses de que salí de la clínica, le
habían descubierto un cáncer invasivo y Myles pagó su
tratamiento, aunque ya no sirviera de nada. Los chicos
estuvieron allí para mí, se convirtieron en mi familia. Grigori
me devolvió parte de lo que desprecié por mis malas
decisiones —aseguró—. Pero LuzBel me devolvió la vida. —
No pude más y dos gruesas lágrimas cayeron por mis
mejillas. Intenté reír cuando él con sutileza las limpió—.
Jacob, Connor, Evan y yo, cada uno teníamos una historia
personal con él.
»Nos escogió en cuanto Myles le dio la oportunidad de
formar su propia generación de Grigoris, luego de que él le
probara que, aunque fuera un chico, sabía manejarse en ese
mundo. Pero LuzBel no quería a su lado a personas que solo
estuvieran con él por estar. Ansiaba respeto, mas nunca lo
exigió, se lo ganó, Isa. Y sí, fue un hijo de puta en todo el
sentido de la palabra, sembró odio y lo cosechó porque al
igual que yo y los demás, era humano y se equivocaba. Sin
embargo, nosotros veíamos más allá de su coraza de tipo
malo, y sé que tú lo descubriste también. Solo LuzBel se
negó a ver sus buenos sentimientos porque el imbécil se
enamoró de su reputación de bad boy.
Sonreí entre el llanto.
—Por esa razón mi lealtad siempre fue más para LuzBel
que para la organización. Y solo por respeto a él no te
estrangulé aquella vez en la cafetería. —Solté una carcajada
un poco acongojada al recordarlo con todo el jugo esparcido
por su cabeza y ropa.
—Te lo merecías —alegué.
—Lo hacía —coincidió y se quedó en silencio un rato,
conduciendo sin dejar de ver el camino—. ¿Isabella? —me
llamó minutos después.
—Dime.
—Entiendo tus planes y te apoyaré solo porque sé que no
desistirás, pero no quiero verte como esta mujer fría que
ahora actúa de manera calculadora si no se trata de
misiones. Ya pasaron tres años y es tiempo de que sigas, de
que vivas a plenitud y disfrutes de lo que te dejó. —Sus
palabras me calaron hasta el fondo, pero no dije nada—. Es
tiempo de que lo dejes ir, de que lo dejes descansar y
vuelvas a encontrar el amor. —El silencio reinó tras sus
palabras.
Sí, era tiempo de seguir, pero no era fácil si me lo
planteaba de esa manera porque no quería darle a nadie
más lo que le di a él.

Junto a Dylan, colocamos las rosas en la tumba donde


yacían los restos de nuestro padre y mi madre. Dolía estar
ahí, aunque lo aceptaba más que antes.
Me quedé un rato a solas mientras él iba a la tumba de su
madre y aproveché ese momento para hablar con mis
padres, para contarles todo lo que me estaba pasando y
expresarles lo mucho que los extrañaba, lo sola que a veces
me sentía y todo lo que deseaba haber podido compartir
con ellos. Anhelaba con todo mi corazón que estuviesen
orgullosos de mí, aunque estaba segura de que había
muchas cosas por las que me habrían jalado de las orejas
para hacerme entender lo mal que iba, pero se fueron muy
pronto y me tocaría darme en la cara y aprender por mi
cuenta.
Me despedí de ellos y tomé el ramo de rosas rojas que
compré especialmente para Elsa, la persona que una vez
creí odiar y con la que ahora tenía una enorme deuda.
Caminé en silencio hacia su tumba y, en cuanto llegué,
admiré las flores que la adornaban, eran muchas. Coloqué
las mías entre ellas y no pude evitar leer la nota que estaba
colocada de manera perfecta sobre una sola rosa: «Aún te
amo».
Leerla fue un golpe duro para mí e iba a tomarla cuando
escuché que las hojas secas detrás de mí eran pisadas.
Mantuve la calma porque si se tratara de un enemigo, no
hubiese hecho tanto ruido a menos que fuera estúpido.
—Coloco una cada día con las mismas frases, a veces la
cambio por: te extraño cada día más. Todo depende de
cómo me sienta.
Miré a Jacob ante su explicación.
—¿Esta es de hoy? —pregunté señalando la rosa y la nota,
asintió.
—Nos dedicamos a negar lo que sentíamos, y cuando al
fin decidimos aceptarlo…, me la arrebataron. —La tristeza
en sus ojos era un reflejo de la mía.
Yo mejor que nadie sabía lo que era que te arrebataran
tan de repente a quien amabas. Dar un beso sin saber que
sería el último, decir o escuchar un te amo sin estar
conscientes de que no volveríamos a escucharlo, o decirlo
otra vez. Ambos éramos el mayor ejemplo de que dejar las
cosas para mañana, podía ser el peor error de nuestras
vidas.
—Yo... no sé qué decir —balbucí porque, a pesar de
comprenderlo, no era la indicada para animarlo.
Él sonrió y no supe cómo interpretar esa sonrisa.
—No es necesario que digas algo, verte a ti es como
verme a mí. Al final, vivimos la misma situación —señaló—.
Ahora sí comprendes mi dolor, Isa. Tal cual yo comprendo el
tuyo. —Asentí a eso y lo vi acercarse a mí.
Iba vestido con ropa de trabajo. Ya que, aunque trabajara
para Grigori, también había comenzado su propia empresa
de informática. Colocó sus manos en mis hombros y me hizo
verlo a los ojos, vislumbrando la determinación en los suyos,
dejando de ser el muchacho bromista que siempre me
mostraba y haciéndome sentir que lo que saldría de su boca
no me haría reír esa vez.
—Sé cómo murió Elsa, pero nunca he escuchado de ti ni
de Tess la historia que hay detrás.
Me congelé y los destellos de los horribles momentos en
el secuestro llegaron a mi cabeza.

—No, no lo hagas, por favor. ¡Para!


Las risas burlonas resonaban por todo el lugar.
—¿En serio quieres que lo haga? Porque no sé si me
agarras para apartarme o retenerme.
Cerré los ojos, llorando con agonía por todo lo que estaba
pasando. Sabía que las chicas hacían lo mismo porque
también escuchaba sus sonidos agónicos y desesperados. Y
en nuestra posición, no podíamos hacer más que esperar a
que se cansaran.
—Te odio, hijo de puta —gruñí con las mejillas bañadas en
lágrimas.
—¿Sí? —Me cogió de la barbilla con brusquedad y me hizo
verlo a la cara—. Pues me encanta cómo me odias —
aseguró con una sonrisa ladina.
—¡Ya basta, joder! ¡Suéltala!
Lloré y sollocé, la agonía me iba a hacer explotar el
pecho, pero sabía que ni a él ni a los demás malnacidos les
importaba, pues eso era lo que buscaron siempre de
nosotras.

—Júrame que jamás hablarás de esto con nadie.


Júrenmelo por sus vidas las dos.
—Lo juro.
—Yo también lo juro.

—¡Isabella! —Sentí a Jacob sacudiéndome,


arrebatándome de aquel momento y jadeé como si me
hubieran tenido sumergida bajo el agua por mucho tiempo
—. ¡Ey, nena! Cálmate —pidió con voz suave y me limpió las
mejillas para luego abrazarme.
El aturdimiento en mi cabeza era horrible, el estómago lo
tenía revuelto y las arcadas me tomaron desprevenida, a tal
punto que lo aparté de golpe para alejarme lo más que pude
y me doblé, poniendo las manos en mis rodillas y comencé
a vomitar, teniendo cada una de aquellas imágenes en mi
cabeza. Me sentía de nuevo como una piltrafa, como la
mujer que no valía nada, un pedazo de carne despojada de
su libre albedrío, de su voluntad y capacidad para decidir
por sí misma.
Mis entrañas se retorcieron con asco crudo, la piel me
ardió y el miedo se asentó en mi pecho de una manera fría
y cruel, que me hizo comenzar a temblar como si en lugar
de estar en verano estuviéramos en pleno invierno.
—Respira, Isa —pidió Jacob con desesperación.
Escuché a Dylan a lo lejos, pero no lo vi. Lo único que
alcancé a ver fueron sus brazos tatuados y grité con el
terror más cruel que podía exigir, intentando alejarme, huir,
correr lejos de mis enemigos.
—¡Isabella, soy yo!
—Nena, nena, nena. —La voz de Jacob rompía la de mi
hermano y me cogió del rostro para que lo mirara, pero mi
vista era borrosa, aunque alcancé a reconocer sus lunares.
—Lo siento —conseguí decir y me escuché ronca.
—Cálmate, nena.
—Fue mi culpa —repetí.
—Joder, Isa —dijo Dylan con la voz lastimera.
Vi la tumba de Elsa detrás de Jacob y lo aparté para llegar
a ella. Me tiré de rodillas y jadeé de nuevo porque el aire
que respiraba no era suficiente para mis pulmones. Apreté
el pasto entre mis dedos y sollocé, cerrando los ojos y
sacudiendo la cabeza para que aquellos recuerdos no
volvieran a encontrarme.
—¡Perdóname, Elsa! ¡Por Dios, perdóname! —supliqué.
Nunca quise arrastrarla conmigo.
Jamás deseé que viviera ese infierno a mi lado.
No había querido decidir de esa manera.
Caí en la trampa de ese malnacido y ella sufrió las
consecuencias.
—¡Shhh! Cálmate. —Jacob había llegado detrás de mí y
me abrazó, haciendo que me irguiera, ambos
manteniéndonos de rodillas—. Ella sabe que lo sientes, sabe
lo que sufres —aseguró en mi oído.
Pero se equivocaba. Elsa no sabía el infierno que yo
estaba viviendo en vida.
Capítulo 13
Bienvenida

Jacob no me soltó hasta que logré calmarme. Dylan había


ido a su coche en busca de agua y me la ofreció en cuanto
volvió, mostrando su preocupación y mirando a Jacob con
molestia porque creyó que él era el causante de mi estado.
Les pedí que no le comentaran de ese episodio a Caleb
(ya que gracias al cielo no se enteró de lo que pasaba). Y
también les aclaré que ninguno de ellos tenía la culpa, sobre
todo cuando Jacob terminó disculpándose por mi estado. Le
aseguré que no debía, pero también añadí que no tocara
ese tema de nuevo porque yo no estaba preparada para
enfrentarlo y tampoco podría decirle nada, pues había una
promesa de por medio que no pensaba romper.
Dylan me dijo que debía descansar e intentó llevarme al
hotel, pero todavía no estaba dispuesta a estar sola. Así que
terminé convenciéndolo de ir a desayunar, pues apenas
iban a ser las once de la mañana, y le había prometido a
Jacob una salida para ponernos al día sobre las pocas cosas
buenas que nos habían pasado en esos tres años. Además,
estar con ellos me serviría para convencerles de que lo que
pasó en el cementerio no era tan grave como pensaban.
«Pero sí lo era».
Aunque ellos no tenían por qué lidiar con eso.
Menos mal aceptaron y nos conducimos hacia un
restaurante en donde logré fingir que estaba perfecta para
que ambos se deshicieran de esos rostros pensativos que no
podían disimular. Jacob me habló de la empresa que
comenzó a formar luego de graduarse de ingeniero
informático. Evan y Connor eran sus socios y, por lo que me
dijo, ya habían conseguido expandirse hacia países de
centro y Suramérica.
—Y yo que creía que nunca madurarían —les dije en tono
de broma.
—Y yo creía que los perdería de vista, pero ya ves —
respondió Dylan con sarcasmo.
—No te hagas, idiota. No puedes vivir sin nosotros —se
defendió Jacob.
Dylan se había graduado en finanzas, así que aparte de
manejar las empresas White, también les echaba la mano a
ellos, convirtiéndose no solo en compañeros Grigoris sino
también en socios fuera de la organización. Y me
enorgullecía verlos triunfando.
Yo, por mi parte, les comenté sobre que puse en pausa mi
carrera de Bellas Artes, pero tenía la intención de seguir en
cualquier momento. En lugar de eso, aproveché a educarme
con estrategas militares porque me dediqué de lleno a La
Orden y le entregué mi vida a ese mundo casi en su
totalidad.
—¿Cómo has hecho para soportar a ese rubio imbécil? —
inquirió Jacob al hablarles sobre cómo conocí a Caleb.
—Ha sido más fácil de lo que crees —respondí, dándole un
sorbo a mi segundo café.
—Supongo que le resulta más fácil congeniar con las
mujeres, porque a mí no me soporta —reprochó.
—Y yo no lo soporto a él —alegó Dylan.
Y entendía a mi hermano porque Caleb se pasó de la raya
con su cercanía a Tess, pero también sabía que, a pesar de
eso, mi amigo no era un mal tipo. El rubio era como un lobo:
siempre listo y atento, esperando a defenderse del cazador,
o a acechar cuando era él quien iba en busca de la presa.
Una pieza clave en mi equipo. Y no me convenía que no se
la llevara bien con los chicos, ya que eso podía entorpecer
las misiones.
—Dejemos de hablar de él y mejor escuchen esta idea
que tengo —pidió Jacob, dándole un bocado a su tercer
postre. La mesera había ofrecido llevarse el menú, pero el
tonto se aferró a él como si se tratara de un documento
importante, lo que nos hizo saber a Dylan y a mí que
seguiríamos en el restaurante por un largo rato—. Tú dijiste
que quieres que nos mantengamos atentos y entrenando,
así que pensé en que por qué no volvemos a los entrenos
juntos, como en los viejos tiempos.
Me rasqué la frente ante su propuesta porque no creía
que los demás estuvieran de acuerdo. Y los había visto en el
salón de entrenamientos, a la mayoría al menos, pero Dylan
aclaró que hacía mucho ya que no entrenaban juntos como
cuando yo inicié con ellos.
—No creo que todos estén de acuerdo, Jacob —murmuré.
—Lo estarán, yo me encargaré de eso —aseguró—. Tengo
la oportunidad de volver a sentirme como en los viejos
tiempos y voy a aprovecharlo ahora que has vuelto —
agregó con convicción.
—Me parece una idea excelente —apoyó Dylan—. Sé que
Tess estará de acuerdo y Jane se emocionará porque,
aunque las veas reacias, ellas también extrañan que todo
vuelva a ser igual que antes. —Sonreí de lado y exhalé un
suspiro.
—Puedes invitar a tu pit…
—Jacob —advertí y Dylan rio.
—Digo, a Caleb. Puedes invitarlo —se corrigió Jacob y rodé
los ojos, sobre todo al ver a Dylan sonriendo como un
cabronazo, de seguro imaginando la manera en la que
propiciaría que él y mi amigo se sacaran de encima eso que
los hacía detestarse.
—Con esa sonrisa tuya, me debato entre aceptar o no —
admití para Dylan.
—Será divertido y relajante, nena —me animó Jacob.
—Déjame analizarlo dos veces —satiricé y ambos rieron
esa vez.
La mesera llegó a ofrecernos más café a Dylan y a mí.
Jacob aprovechó a pedir su cuarto postre y lo miré con la
boca abierta. Mi hermano únicamente negó con la cabeza,
diciéndome que así era siempre. Minutos después, recibí un
mensaje de Elliot para invitarme a cenar esa noche y,
aunque no quería saber de comida en ese instante, acepté
porque ya me conocía y estaba segura de que en unas
horas querría algo para consentir a mi estómago, así que
quedamos en que me recogería en el hotel a las ocho de la
noche.
«Podías aprovechar para saber si seguía teniendo sus
destrezas con la lengua».
¡Demonios! ¿Era en serio?
«Si pudiste con Sombra, podrías con Elliot».
Vete a la mierda.
Después de que Jacob se comiera el sexto postre, salimos
del restaurante con Dylan, quien insistió en llevarme hasta
el hotel a pesar de que le aseguré que podía volver con
Caleb. En el camino, me convenció de dejar que Jacob
propusiera lo de entrenar juntos. Acepté porque no quería
hacerme la tonta, también deseaba pasar un día como en
los viejos tiempos.
«Esperaba que nadie lo arruinara».
Entre perra y cizañosa, no sabía en qué sobresalías más.
Llegué al hotel con el tiempo suficiente para hablar con
Caleb y decirle todo lo que pasó con Sombra en el hospital,
aunque omití la intimidad, ya que el rubio no tenía por qué
saberlo, pero sabía que lo imaginó. Me dijo que hasta ese
momento los Sigilosos no habían notado nada raro; sin
embargo, no bajarían la guardia.
—Pudo haber entrado como enfermero o médico, ya ves
que ahora no es raro que se siga usando mascarilla. Eso se
lo pone fácil —comenté y estuvo de acuerdo.
Le dije que no era necesario que me acompañara esa
noche, Dom y Max no me dejarían sola, así que quería que
él se relajara. No estuvo de acuerdo, pero terminé
convenciéndolo. Y más cuando Evan lo llamó para invitarlo a
ir a Dark Star, el otro club de los Pride. Querían instalar un
nuevo sistema de seguridad y, ya que al rubio le encantaba
todo lo tecnológico y Evan lo había notado, pues lo tomó en
cuenta.
Justo a las ocho, Elliot llegó por mí. Yo ya estaba lista,
pues en Tokio me enseñaron a que no debía jugar con el
tiempo de los demás. Y por supuesto que Elliot no
desaprovechó a jugarme sus bromas, ya que recordaba muy
bien que en el pasado lo hacía esperar demasiado siempre
que me invitaba a salir.
—No tengo mucho apetito. Así que, si no te molesta,
podría comer de tu plato —le dije cuando llegamos al
restaurante italiano al que me llevó.
Todavía tenía una leve sensación de llenura por ver a
Jacob devorando todos esos postres.
—No quería asustarte con la invitación de venir a cenar y
que lo tomaras como algo romántico. Así que me sorprende
que quieras comer de mi plato —bromeó y le di un golpecito
en el brazo.
—Solo comparte conmigo y deja de joder —pedí y llegó a
mi lado, echando su brazo sobre mis hombros para
abrazarme.
No se lo impedí porque me sentía cómoda.
—¿Entonces pediremos nuestra especialidad?
—¡Claro que sí! No podemos venir aquí y no comer pasta
con camarones en su salsa Alfredo —exclamé y me regaló
una de esas sonrisas que tanto extrañé.
Las recepcionistas nos recibieron muy amables y nos
llevaron hasta nuestra mesa. Ordenamos la comida y
pedimos vino. Comimos del mismo plato como ya lo
habíamos decidido, dentro de una conversación muy amena
que me hizo disfrutar cada momento.
Habíamos dejado de lado la frialdad, los planes macabros,
el pasado que tanto nos dañó. Y sabía que, a pesar del
percance en el cementerio con Jacob, ir a comer con él y
Dylan y ahora con Elliot, me estaba ayudando a conectarme
un poco con la chica que en su momento fui.
No la vapuleada, sino la que disfrutaba de cosas
pequeñas.
—Amo verte así: serena y disfrutando del momento —
señaló Elliot mientras yo daba un sorbo a mi copa de vino.
—Me siento así ahora mismo —confesé—. Por cierto, esta
tarde fui al cementerio con Dylan —añadí y se sorprendió al
escucharme—. Visité la tumba de mis padres y la de Elsa.
—Si me lo hubieses pedido, con gusto habría ido contigo
—aseguró y negué al ver que se sentía culpable por no
haber estado allí.
—Lo sé, pero no te preocupes. Estuve bien con Dylan a mi
lado y créeme que ambos necesitábamos ese momento. —
Asintió comprensivo—. Me encontré con Jacob y los tres
fuimos a desayunar. —Se acercó a mí de pronto y limpió
algo en mi boca.
Sentí un escalofrío recorrerme y no estaba segura de si
era por su acción o algo más.
—La salsa Alfredo no quiere dejarte —explicó y sonreí
divertida.
—Eso fue cursi —me burlé y me guiñó un ojo.
Seguimos conversando un rato más, incluso pedimos otra
botella de vino y él añadió un postre. Yo pasé de ello porque
tuve suficiente con Jacob, aunque se me antojó el de Elliot
al ver que estaba hecho con maracuyá. Así que, por
supuesto, aprovechó a darme algunas cucharadas directo
en la boca y me reí, pues en serio parecíamos una pareja de
enamorados.
Cuando la hora de irnos llegó, Elliot condujo en un silencio
muy cómodo, solo siendo interrumpidos por la música de la
radio.
—¿A dónde vamos? —pregunté al ver que tomó una calle
distinta a la que nos llevaba al hotel.
—Hace unas semanas estrenaron una peli que me
gustaría que viéramos, además de que te dije que en algún
momento conocerías mi apartamento y encontré la excusa
perfecta. Y no me mires así —pidió al ver de soslayo que
estaba entrecerrando mis ojos—. Te aseguro que después
de toda la cursilería que derrochamos en el restaurante, no
me aceptarías una invitación al cine, así que opté por
alquilarla en Redbox[12]. —Seguí mirándolo con los ojos
entrecerrados.
—No es una película pornográfica, ¿cierto? —bromeé. Sus
ojos se ensancharon y abrió y cerró la boca sin saber qué
decir.
—Pero... es de Mía Khalifa[13] —se quejó y fruncí el
entrecejo. Entonces recordé a Caleb mencionando antes a
esa chica.
—¿Qué demo...? ¡Elliot! —chillé y estalló en carcajadas.
Me estaba tomando el pelo después de ser yo la que jugaba
con él—. Entonces sí ves a Mía —aseguré y sus mejillas se
sonrojaron.
—La vi algunas veces cuando era un adolescente —se
defendió—. ¿Y tú cómo sabes de ella? —preguntó burlón.
—¡Para ahí, pervertido! No sé quién es, solo sé que Caleb
la ha mencionado antes y conociendo a ese rubio, no ha
sido en películas de romance que la ha visto, ¿cierto? —
Asintió.
—Entonces, vamos a casa a ver una que no es
pornográfica —aclaró y reí— y si quieres, puedes quedarte a
dormir también, ya que de hecho son tres y podríamos
aprovechar para hacer una maratón. —Ensanché los ojos
por su astucia—. Tengo una habitación de invitados, cariño.
No te estoy haciendo ninguna propuesta indecente, aunque
si quieres puede serlo —añadió con una sonrisa pícara.
—Eres más astuto que Caron —dije y chasqueó la lengua.
—No menciones a ese viejo idiota —gruñó y reí—.
¿Aceptas mi propuesta? —preguntó esperanzado.
Exhalé un suspiro y miré hacia la carretera.
—No quiero aceptar y que lo tomes como que te doy pie
para algo más, Elliot. No te conviene nada conmigo ni sería
justo —aclaré yendo por la línea de la franqueza.
—Solo estoy invitando a mi amiga a pasar el rato conmigo
—aseguró él—. No todo entre nosotros tiene que ser solo
relacionado con las empresas o la organización, Isa.
También podemos hacer cosas comunes y normales. —
Suspiré de nuevo, aceptando que tenía razón. Además, todo
se había sentido normal ese día (a excepción de mi
encuentro con Sombra) y no quería que terminara aún—.
¿Qué dices? ¿Aceptas?
No quería que terminara ese día, pero tampoco sabía si
debía aceptar.

—Me prestas algo de ropa para ponerme cómoda —le


pedí a Elliot cuando terminó de mostrarme su apartamento.
Sí, al final había aceptado esa noche de películas.
—¿Quieres una playera junto a un pantalón de algodón?
¿O no te importa si te doy un bóxer?
—Mejor el bóxer porque hace mucho calor. —Asintió.
Tenía puesto el aire acondicionado, pero el calor húmedo
estaba siendo terrible, así que prefería estar lo menos
cubierta que se pudiera.
El condominio donde vivía era muy bonito, los
apartamentos eran amplios y privados gracias a que era
una zona designada para militares. El suyo se encontraba
en la planta baja, y las puertas dobles de vidrio en la parte
trasera dejaban ver un jardín muy bien cuidado antes de
encontrar el lago y, al fondo, un pequeño bosque.
Le había avisado a Caleb que no volvería al hotel, además
de que le pedí a Dom y Max que fueran a descansar, y en su
lugar fueron relevados por algunos hermanos Sigilosos.
Elliot me dejó en la privacidad de su habitación de invitados
cuando me entregó la ropa, y agradecí sentirme tan cómoda
en su bóxer corto, que se amoldaba a mi cuerpo como un
short de deporte, y la playera que cubría lo necesario. Mi
móvil se iluminó con la llamada entrante de Desconocido al
ir hacia la cocina, donde el ojiazul preparaba algunas
frituras para picar, y sin pensármelo, la desvié.
Desconocido insistió y opté por poner mi móvil en
silencio, ya que no me arriesgaría a usar el modo avión
sabiendo que podía interferir con el GPS. Dejé el aparato en
la encimera, y sonreí ante la mirada de Elliot en cuanto me
vio con su ropa y usando solo las medias como zapatos.
Estaba esperando a que las palomitas de maíz dieran su
punto en el microondas.
—¿En qué te ayudo? —inquirí y sacudió la cabeza para
espabilar de lo que sea que estaba pensando.
—Hay más frituras en la alacena por si no quieres
palomitas. Y bebidas en la nevera. Llévalas a la mesa de la
sala mientras yo saco esto del microondas —pidió y
obedecí.
Notaba sus miradas incrédulas por verme moviéndome de
un lado a otro en su apartamento, y también las lascivas
cada vez que, por los movimientos, la playera se me subía,
pero se mantuvo a raya, aunque carraspeando a cada
momento y girando el cuello de un lado a otro para liberar
el estrés. También charlamos y reímos hasta que tuvimos
todo listo para irnos hacia los sofás y ver esas películas que
rentó para la maratón de esa noche.
—¿Invitaste a alguien más? —pregunté en cuanto el
timbre sonó, justo cuando nos disponíamos a reproducir la
primera película.
—No, ¿será Caleb? —indagó justo cuando el timbre volvió
a sonar y le pedí que esperara para ver mi móvil.
Corrí hacia donde lo dejé, pero las únicas llamadas que
encontré eran de Desconocido, veinte para ser exacta, lo
que me hizo abrir los ojos con incredulidad.
Ese era el último mensaje que me envió de los diez que
marcaba la notificación y contuve la sonrisa. Al menos no
sucedía nada grave como para que insistiera tanto.
—No es Caleb —le dije a Elliot volviendo a bloquear el
móvil.
Él frunció el ceño y se fue hacia la puerta para ver por la
mirilla. Arrugó más la frente al percatarse de quién se
trataba y gracias a la situación en la que estábamos, no
dudé en tomar el arma que dejé debajo del cojín del sofá y
me puse detrás de la puerta para cubrirlo en cuanto se
dispuso a abrir.
—Su pizza, señor —dijo alguien del otro lado y Elliot se
mostró extrañado.
—Creo que te has equivocado porque no he pedido nada
—respondió el ojiazul.
—¿Esta es su dirección? —indagó el hombre y vi a Elliot
salir un poco hacia el exterior e imaginé que fue para ver lo
que le mostraba.
—Sí, pero debió ser un error porque no pedí nada —repitió
Elliot.
—Bueno, ya la traje. Puede quedarse con ella porque está
pagada —recomendó el tipo y, en ese momento, su voz se
me hizo familiar.
Me asomé por la mirilla para ver cómo era y, por poco,
me voy de culo. Eso tenía que ser una maldita broma.
«La noche se acababa de poner interesante».
—¿Quién la ordenó? —pregunté bajando el arma y
dejándome ver por el repartidor.
Me tragué una sonrisa burlona cuando vi mejor al enorme
mastodonte frente a mí, vestido con un uniforme negro. La
camisa tenía grabado en color rojo el logo de la pizzería y
usaba un sombrero de lo más ridículo. Marcus debía
respetar demasiado a su jefe como para aceptar disfrazarse
de esa manera. Pero ¿cómo sabía ese idiota que estaba con
Elliot? ¿En serio me estaba siguiendo?
De pronto, recordé el momento en el restaurante cuando
aquel escalofrío me recorrió.
«No jodas, había ido allí con su novia y se encontraron».
Mi conciencia tenía razón, era muy probable que
estuviera allí con su novia, ya que ella le reclamó sobre ir a
comer porque era su aniversario.
«Eso significaba que a lo mejor lo viste sin máscara».
¡Carajo!
—Isabella W —respondió Marcus y noté en su mirada las
ganas que tenía de asesinarme porque yo intentaba
contener la risa.
—¡Dios! Hice esa orden hace rato, pensé que ya no la
traerían —mentí para que Elliot se tranquilizara—. ¿Podrías
llevarla adentro? —pedí con voz de chica mimada y tomé la
caja de pizza, dándosela al mismo tiempo que le entregaba
el arma.
—Estamos implementando un nuevo sistema de
puntuación para repartidores, ¿podría ayudarme? —pidió
Marcus con amabilidad y me tendió un aparato.
—Voy enseguida contigo —le dije a Elliot y le guiñé un ojo.
Noté que Marcus estudiaba mis gestos con Elliot y la
manera en la que iba vestida, así que supuse que su jefe le
pidió que fuera muy preciso con la información que le
llevaría.
—Imagino que sabes lo ridículo que te ves —susurré al
asegurarme de que Elliot se alejó de nosotros.
Marcus me miró con fastidio.
—Son las tonterías que debo hacer por tu culpa —se
defendió y alcé las cejas con ironía.
—Así que yo soy la maniática obsesiva —satiricé.
—Nada te costaba responder a sus putas llamadas para
evitar que llegara al borde de la locura —reprochó y me reí
con burla.
—No me jodas, idiota. Yo no tengo la culpa de que tu jefe
sea un maldito posesivo de mierda y que, además, se tome
atribuciones conmigo que no le corresponden —espeté en
susurros y le devolví el aparato que me había dado.
—¡Nena! ¿Todo bien? —preguntó Elliot desde la sala y
grité un sí.
Marcus rio sin gracia por la manera en la que Elliot me
llamó.
—¿Nos está escuchando? —le pregunté a Marcus y él
entendió a quién me refería, así que asintió y puso un dedo
en su oreja.
Le pedí que se acercara con un ademán de mi dedo
índice. Dudó al principio, pero luego dio un paso hacia mí.
Me puse de puntillas, apoyando las manos en sus hombros,
y cuando él notó que ni aun así lograba alcanzarlo, se
inclinó para que pudiera llegar a su oído.
¡Jesús! Sí que era altísimo.
—Gracias por el detalle de la pizza. Esto te ha anotado
puntos, ya que de seguro en un rato me sentiré muuuy
hambrienta —dije para Sombra con sensualidad, alargando
aquello para que entendiera lo que insinuaba.
—Maldita cabrona —gruñó Marcus al entender mi
provocación, aunque también sentí un poco de diversión. Le
guiñé un ojo al alejarme de él—. Y si no fuera yo quien
tendrá que aguantarlo, hasta te celebraría cómo lo pones en
su lugar. —No pudo contener una sonrisa ladina y me
sorprendí de lo fácil que ese gesto le borraba la actitud de
matón peligroso—. Ni Lía que muchas veces puede ser un
demonio maniático, logra enfurecerlo y enloquecerlo en
partes iguales.
«Lía».
Al fin sabía el nombre de su novia. Y deduje que Marcus
nunca quiso decir eso último en voz alta por la manera en
que su gesto me indicó que estaba maldiciendo en su
interior. Y, aunque me dio curiosidad saber más de ella, lo
dejé de lado porque no era importante.
—Gracias por la pizza, Marcus. Y buena suerte —lo
despedí.
—Sal de aquí, ese era mi mensaje. Sombra quiere que te
vayas ahora mismo. Sola —murmuró cuando estuve a punto
de cerrarle la puerta en la cara.
—Y yo quiero que él se vaya al demonio. Si cumple, yo
cumplo —zanjé y alcancé a escuchar que maldijo antes de
cerrar la puerta.
«Después del encuentro que tuvieron en el cuarto de
medicamentos, quería otro momento con él. Pero me
gustaba que lo pusieras en su lugar».
Y lo seguiría haciendo donde no entendiera que las cosas
no serían a su manera.
Elliot mencionó que el repartidor había sido muy extraño
en cuanto entré, me limité a sonreír y restarle importancia.
Le ofrecí que dejáramos la pizza para luego, ya que no
quería comida en ese momento, alegando que se me habían
pasado las ganas por la tardanza y menos mal estuvo de
acuerdo, así que me llevé la caja hacia la cocina y la abrí
para olerla, descubriendo que el somnífero no se ocultaba
del todo entre las especies, el queso y la salsa de tomate.
«Serás imbécil, Chico oscuro», pensé mientras la tiraba,
diciéndole a Elliot que pondría una queja porque la habían
mandado en mal estado. Él incluso quiso probarla para
comprobar, pero le pedí que confiara en mi paladar y olfato.
Era increíble hasta dónde estaba llegando Sombra con tal
de asegurarse de que ningún hombre me tocara, y si no
hubiese tenido mis planes trazados y estar con ese tonto
hubiera sido más por placer que por otra cosa, me habría
alejado de inmediato, pues estaba llevando la posesividad a
otro nivel.
Después de ese percance, seguimos con nuestro plan
inicial con Elliot, disfrutando de la película y amando que no
fuera ni pornográfica ni romántica, sino más bien sangrienta
y llena de adrenalina. Y tenía que admitir que el ojiazul se
comportó mejor de lo que esperaba luego de sus
insinuaciones, pues no intentó nada conmigo. Simplemente
nos quedamos ahí trasnochando con la maratón.
«Y mientras tú veías películas, el Chico oscuro te
imaginaba en todas las posiciones sexuales existentes».
Sonreí ante eso, sobre todo cuando mi única posición fue
estar sentada o recostada en el sofá grande que compartía
con Elliot, y lo único atrevido pasó cuando el cansancio me
estaba ganando y me recosté sobre sus piernas, disfrutando
de sus caricias suaves en mi cabello y espalda.
—¡Mierda! El tiempo ha volado. Son las tres de la
madrugada —dijo Elliot cuando aparecieron los créditos de
la última película.
—La hora del diablo —le dije y rio.
Moríamos del sueño, pero aun así recogimos el desorden
de la mesa para llevar los platos sucios al lavaplatos.
—¿De verdad crees en eso? —preguntó entre risas y se
giró para verme, deteniendo un poco el paso.
Se había quitado la camisa, dejándome ver su cuerpo
trabajado y lo bien que se le marcaban los músculos. El
tatuaje que tenía en el costado brillaba como si estuviera
recién hecho y, para ser sincera, me robaba la mirada.
«Y cómo no, Colega. Elliot mejoraba con los años».
—Por supuesto que… —La sonrisa que todavía tenía en mi
boca se borró de pronto y callé al notar un punto rojo
instalándose en su pecho.
Eso tenía que ser una broma.
Actué por instinto, tirando al suelo las cosas que llevaba
en la mano y me lancé sobre él, quedando de espaldas
hacia la puerta doble de vidrio por donde entraba el maldito
láser. Elliot se sorprendió por mi arrebato y el bowl de
plástico, donde puso las palomitas de maíz, cayó al suelo,
esparciendo las pocas que quedaban por el piso. Lo hice
retroceder de nuevo hacia la sala y me tomó de la cintura
cuando lo presioné al respaldar del sofá en donde habíamos
estado antes.
—¿Qué sucede? —preguntó con una sonrisa al no
entender mi comportamiento.
—Necesito comprobar algo —susurré observando su
rostro.
—Dime que tiene que ver con saber si todavía te pongo
nerviosa —habló juguetón, arrastrando una de sus manos
hacia mi espalda baja—. Porque si es así, créeme que si me
lo propongo no solo te pondré nerviosa —siguió, acariciando
mi rostro con la otra mano—. También caliente y con ganas
de mí… —añadió y la mano en mi espalda bajó hasta llegar
a mi trasero—. Solo de mí —sentenció y antes que pudiera
decir algo, sus labios encontraron los míos.
«¡Santa lengua!»
¡Maldición!
Estaba evitando que lo mataran, pero entre mi necesidad
por ponerlo a salvo no pensé en cómo lo haría, solo actué
y... terminé respondiendo a su beso con torpeza, sintiendo
su deseo en cada roce de su lengua con mis labios. Tal vez
no quería eso; sin embargo, en cuanto su boca tomó la mía,
deseé comprobar si con él también podía olvidarme de todo
lo demás y entregarme a la pasión con la misma facilidad
que me entregaba a la que Sombra me provocaba.
No obstante, cuando sentí sus manos buscando el
dobladillo de la playera para sacármela, supe que tenía que
detenerme. Puesto que, si lo conseguía, no habría vuelta
atrás y comprobé que podía usar a Sombra, pero no a Elliot.
No al chico que una vez amé, a mi amor adolescente.
—¡Para! —pedí dejando de besarlo—. No te usaré a ti,
Elliot. No a ti —dije entre jadeos.
—No pienses en eso —pidió y me dio un beso casto—.
Solo déjate llevar —siguió y besó mi barbilla, poniéndome la
piel chinita—. Deja de pensar. Deja que te tenga —suplicó,
arrastrando los dientes por mi cuello—. Déjame mostrarte lo
que siempre quise darte más allá de nuestros juegos.
—Quieres terminar lo que antes no pudiste —señalé y
pareció un reclamo.
Uno que no quería hacer.
—¡Joder, no, Isa! —exclamó asustado y se separó más de
mí—. No quise que sonara de esa manera, solo estoy
consciente de que no quieres amarme, que no estás lista
para el amor... ¡Mierda! —espetó frustrado, creyendo que
me ofendió.
—Comprendo tu punto —lo tranquilicé con una sonrisa—,
pero entiende tú el mío. Significas demasiado para mí como
para tomarte solo como un acostón —aclaré y no mentía.
«Temías joder la amistad que estabas recuperando con
él».
Exacto.
Con Elliot me sería difícil no implicar sentimientos y no
estaba para involucrarme con nadie de esa manera. Por eso,
aunque me siguiera gustando y por curiosidad me hubiera
preguntado qué sentirían las otras mujeres que compartían
una noche con él, no estaba dispuesta a joderlo, porque
sabía que él también estaba propenso a despertar lo que
una vez sintió por mí, pues tuvimos algo real.
Por lo que era mejor controlarnos.
«Así que por eso era fácil con Sombra».
Claro.
Menos mal que entendió mi punto cuando se lo expliqué.
Nos fuimos a la cama después de una larga charla y cerré la
cortina de la puerta de vidrio para obstruir la vista de mi
acosador. En la soledad de la habitación, me comuniqué con
uno de los Sigilosos que relevó a Dom y Max y le pedí que
revisara todo el perímetro de los apartamentos, indicándole
por dónde empezar.
—¿Tiro a matar si los encuentro? —preguntó y sonreí.
—No, solo asegúrate de que le duela lo que le hagas y
dile que le envío saludos —respondí en japonés.
Sombra ya había cruzado muchos límites conmigo y debía
ponerle un paro.
Me fui del apartamento de Elliot antes de que él
despertara, dejándole una nota para avisarle que Max había
llegado por mí y que lo esperaba en el cuartel, pues Jacob
me envió un mensaje de texto muy temprano para pedir
que nos reuniéramos.

Había escrito al final y me reí porque lograba transmitirme


su emoción por conseguir que todos entrenáramos juntos
como en los viejos tiempos.
En el camino hacia el hotel, aproveché a hablar con los
Sigilosos y me informaron que habían tenido una pelea
bastante entretenida con dos individuos que merodeaban el
apartamento, y me reí en cuanto uno de ellos aseguró que
entregó los saludos de mi parte. Al cortar revisé todas las
llamadas que Sombra me hizo y sus mensajes. Admitía que
tenía amenazas muy entretenidas y me divertí mucho al
leerlas.
—¿Qué tal tu noche? —preguntó Caleb al encontrarme en
el lobby del hotel.
—No mejor que la tuya, eso es seguro —respondí al verle
esa enorme sonrisa en el rostro—. Pareces un sol radiante.
Se encogió de hombros con chulería.
—Las estadounidenses hacen milagros cuando vienen en
par —se mofó y rodé los ojos.
—Creí que instalarían un nuevo sistema de seguridad en
Dark Star.
—Eso solo nos tomó una hora. Luego Evan tenía otros
planes y… Jesús, me dieron el revolcón de mi vida. —La
satisfacción en su suspiro fue increíble.
—Idiota —murmuré entre risas.
Lo dejé para ir a tomar una ducha y le pedí que se
adelantara al cuartel, además de que me consiguiera un
coche porque ya era hora de tener un momento solo para
mí, sin guardaespaldas. Obviamente Max y Dom no me
dejarían, pero podían seguirme en su auto y dejarme a mí
en el mío. Y menos mal Caleb entendió ese punto y me lo
concedió.
Una hora después, conducía un Jeep Rubicon Wrangler en
color gris plomo. Caleb se había encargado de esconder
armas por todos lados del vehículo y me dejó un carnet de
inmunidad que cada uno de los Grigori tenían por si algún
policía me paraba. En el camino, decidí hablar con Sombra
para tantear nuestra situación después de sus amenazas y
todo lo que pasó esa madrugada, además de que quería
asegurarme que no siguiera cometiendo estupideces.
—Justo a tiempo, porque a diferencia de ti, yo no volvería
a marcarte —dije en cuanto descolgó en el último tono.
—¿Qué? ¿Te morías de ganas por restregarme todo lo que
hiciste con ese futuro difunto? —bufó, inundando el coche
con su molestia, ya que lo llevaba en altavoz y reí.
—Todos somos futuros difuntos, idiota —señalé sin ocultar
mi diversión—. Por cierto, espero que mis chicos no hayan
sido tan rudos.
—Oh, pequeña cabrona. No sabes lo que has desatado —
gruñó y maldijo. Alguien le dijo que se quedara quieto, así
que supuse que lo estaban auxiliando con los golpes y
heridas que de seguro le dejaron los Sigilosos.
Eso me hizo sonreír.
—No he desatado nada, simplemente actué en
consecuencia a tus estupideces. Y espero que quede claro
que no te dejaré pasar más tonterías como las de anoche,
porque no hay nada que deteste más que a un imbécil
actuando como mi dueño cuando no ha dejado ni dejará de
ser mi enemigo.
—Ahora me amenazas —se burló.
—Solo te advierto —aseguré.
—¡Deja de provocarme, entonces, porque odio que
alguien más se coma lo que yo caliento! —Me llevé un dedo
hacia el oído en cuanto sentí que su reproche me hizo
retumbar los tímpanos.
—Ese es tu maldito problema, imbécil. Crees que todo lo
hago para provocarte cuando solo estoy viviendo mi jodida
vida como quiero. Y nadie se ha comido nada.
—¡Los vi besándose y usabas su camisa! ¡Solo su puta
camisa!
Reí incrédula porque ese idiota estaba resultando ser un
terco.
—¿Y acaso tú no besas a Lía? Y estoy segura de que ella
también usa tu ropa, si es que no la mantienes solo
desnuda —reproché.
—¿Pero qué diablos? ¿Cómo sabes su…? —Se quedó en
silencio de pronto y escuché a la persona que le ayudaba
disculpándose, pero su voz sonaba distorsionada porque de
seguro el aparato que cambiaba la voz lo tenía también el
móvil, aunque deduje que se trataba de Marcus porque fue
él quien dejó escapar ese nombre
—Te dejé claro que no pidieras exclusividad si no puedes
darla, Sombra. Así que deja ya de actuar como un
adolescente —hablé ante su silencio—. Tú y yo únicamente
somos enemigos jugando a los amantes, así que no
pretendas que tendrás más que eso.
Lo escuché exhalar un suspiro y siguió en silencio por
varios minutos más, y estuve a punto de cortar la llamada,
pero habló justo cuando puse mi pulgar sobre el botón del
volante para finalizarla.
—No somos enemigos, Bella —aseguró y me sorprendió
su tranquilidad. O al menos la fingió muy bien—. Y sí, tienes
razón, me estoy comportando como un imbécil, pero
detesto que ese hijo de puta se cruce en mi camino.
Quería reprocharle muchas cosas, repetirle que no tenía
ningún derecho, pero eso significaría adentrarnos en una
discusión que parecería más propia de una pareja, y eso no
éramos. Además, siendo sensata y pensando como
estratega, me convenía seguir su juego y comportarme
como la chica interesada en él que buscaba complacerlo en
todo con tal de conseguir lo que quería. Esto aceleraría mis
planes.
—Elliot no se está cruzando en tu camino, Sombra —
murmuré, cediendo a mis intereses—. Lo de anoche solo fue
una salida de amigos que, aunque no lo creas, estaba
siendo eso hasta que se te ocurrió enviarme esa pizza con
la intención de dormirnos, o apuntarle con el láser. Así que
al final, es tu culpa que lo besara porque si no hubieses
hecho esa estupidez, no habría tenido que acercarme a él
de esa manera.
—¡Puf! Ahora resulta que yo lo provoqué.
—Lo hiciste por tu arrebato —contradije—. Así que, a la
próxima, trata de confiar en que no soy una mujer que va
por la vida acostándose con el que se le pone enfrente, ya
que así te sea difícil de creer, solo he estado con un hombre
y tú ya sabes quién es. —No había necesidad de mencionar
lo que hice con Elliot antes de Elijah, porque a nadie le
importaba, menos a Sombra. Y si le aclaré lo de mi Tinieblo
fue porque me convenía para mantener mi plan—. Después
de él, has sido el único al que le he permitido llegar más allá
de los besos.
—Y tengo planeado llegar más allá de los que te di en el
cuarto de medicamentos —aseguró y me mordí el labio
inferior al escuchar que, de nuevo, estaba volviendo al
ataque con su estrategia sensual.
—Ya veremos —dije solo por provocarlo y lo escuché reír
con burla—. Tengo que irme ya. Y por tu bien, espero que
comiences a comportarte como un hombre y dejes atrás al
adolescente lleno de testosterona que necesita mear su
territorio —zanjé con sarcasmo—. Así que deja en paz a
Elliot.
—Ya veremos —respondió con mis palabras y rodé los
ojos.
Pero no dije nada más y mejor corté la llamada antes de
meternos en otra discusión tonta.
«Discusiones tontas que te ponían una sonrisa en el
rostro».
Sí, porque ya se me estaba pegando tu idiotez.
«¡Ay, por favor!»
Cuando llegué al cuartel y entré al salón de
entrenamientos, me sorprendí al encontrar a todos riendo
de algo que Jacob había dicho. Caleb estaba alejado, con los
brazos cruzados sobre el pecho, estudiando a cada uno y
charlando con Elliot. Me miraron al percatarse de mi
presencia y alcé una ceja porque Jane también estaba entre
ellos.
—Genial, ahora estamos completos —celebró Jacob y
sonreí.
Había música inundando el salón y sentí una presión en
mi pecho mientras me concentraba en envolver unas
vendas en mis muñecas. No sabía que necesitaba tanto de
un momento como ese hasta que lo estaba viviendo.
—No me digas… ¿Serán combates uno a uno y el ganador
se enfrenta al siguiente mientras que el perdedor se va a
sentar para esperar a los demás? —ironicé hacia Evan y vi a
Tess esconder una sonrisa.
Caleb se había acercado a mi lado, ambos usábamos
botas tabi porque para los entrenamientos eran más
cómodas, además de que éramos los únicos vistiendo ropa
de entreno en color Vinotinto.
—¿Tienes algo más interesante? —intervino ella, pero no
sentí mala vibra esa vez.
Miré a Caleb y sonreímos entre sí.
—Tenemos protectores para la cabeza y rostro, así que
podríamos usarlos y combatir de verdad —propuse y todos
se sorprendieron—. Nuestros enemigos no serán suaves,
entonces, ¿de qué sirve que los entrenamientos lo sean? —
añadí.
—Podemos hacerlo en parejas si eso les da más
confianza. Así reforzamos el trabajo en equipo —comentó
Caleb.
—¿Qué tan duro sería? —cuestionó Jane y vi un poco de
miedo en sus ojos, lo que entendí a la perfección—.
Pregunto porque a Tess le duele la cabeza —se excusó y
miré a la pelirroja.
—Estoy bien, es lo de siempre —aseguró ella y deduje que
con eso se refirió a los dolores de cabeza que comenzó a
sufrir luego del secuestro.
Yo dejé de sufrirlos desde hace años, aunque quisieron
regresar con la tensión que acumulé al volver a Richmond,
pero desde hacía días me habían dejado tranquila.
—¿Quieren una demostración de lo que es entrenar rudo?
—se mofó Caleb y negué con la cabeza porque sabía que no
perdería la oportunidad. Mas no lo callé ya que la adrenalina
comenzó a recorrerme el cuerpo.
Necesitaba eso: una pelea entre amigos, pero ruda.
—Por supuesto. ¿Tú y yo? —ofreció Dylan hacia Caleb y mi
amigo trató de esconder la sonrisa.
—Luego, viejo. Ahora mismo necesito pelea de verdad —
se burló el rubio y noté a Tess cogiendo a mi hermano del
brazo para que se calmara—. ¿Comenzamos? —dijo para mí.
—Vas a pagarme muchas cosas, pequeña mierda —
susurré y su sonrisa se ensanchó.
Todos los chicos salieron de las esteras para dejarnos
espacio. Evan nos llevó los cascos protectores y Jacob, por
supuesto, que se encargó de poner música que animara
más el ambiente. Caleb se acercó al pedestal de armas para
tomar un bokken y un bastón largo y me lanzó el último a
mí.
—¡Pongan atención! —pedí alzando la voz—. Caleb les
mostrará lo que no deben hacer —ironicé y el rubio rio
sarcástico mientras que los demás lo hicieron con diversión.
Hypnosis de AYYBO sonó como un himno inundando mi
sistema y, tras ponernos el casco de protección (y antes de
que Caleb estuviera preparado), me lancé sobre él. Pero
claro que el rubio siempre estaba atento, así que detuvo mi
ataque con su bokken y enseguida contraatacó. Los gritos
emocionados de los chicos no se hicieron esperar y reí al
sentir la adrenalina y la emoción recorriendo cada parte de
mi cuerpo.
Los Kiai resonaban entre la música, así como el choque de
nuestras armas de madera. Caleb no medía su fuerza
porque en La Orden no nos entrenábamos para considerar a
nadie, éramos guerreros y como tal peleábamos, así que
solo nos cubríamos el rostro y la cabeza para evitar golpes
delicados, pero las demás partes de nuestro cuerpo las
protegíamos con astucia.
—¡Mierda! —alcancé a escuchar a Connor gritando eso
cuando hice volar a Caleb de una patada y su cuerpo
terminó arrastrándose a sus pies en cuanto impactó en el
suelo.
Pero el rubio no se detuvo a descansar o quejarse; al
contrario, se puso de pie de inmediato de un salto e
intensificó su ataque hacia mí, intentando golpearme con el
bokken. Sin embargo, me apoyé en el bastón sobre el suelo
para dar una voltereta y terminé con las piernas abiertas en
las esteras, usando el bastón luego para golpear sus
tobillos.
—¡Eso es, nena! —animó Jacob.
Giré sobre mi cuerpo para volver a ponerme de pie, pero
Caleb era rápido, así que me atacó consiguiendo que hiciera
movimientos que para cualquiera eran imposibles,
obligándome a retroceder hasta terminar corriendo hacia la
pared, esquivando sus golpes con el bokken.
Incluso tuve que correr sobre la pared con la intención de
tirarme a su cuello y gemí cuando él me tomó en el aire y
me estrelló sobre las esteras. El bastón voló de mi mano.
Los «Uhhh» de dolor de los chicos resonaron. Caleb rio al
encontrar su oportunidad y me tomó de un tobillo para
lanzarme lejos. Dylan y Elliot maldijeron porque dedujeron
que eso me dolería o terminaría mal para mí; no obstante,
controlé el lanzamiento y, en cuanto estuve en el aire,
conseguí apoyarme en una mano sobre el piso, propiciando
una vuelta mortal que me ayudó a aterrizar como si fuera la
Gatúbela de la vida real.
—¡Hija de puta! ¡Lo conseguiste! —celebró Caleb, ya que
ese era un movimiento que Lee-Ang, Maokko y yo estuvimos
practicando durante meses.
Él e Isamu habían sido los encargados de lanzarnos con
potencia y brutalidad por el aire, y la mayoría de las veces
solo terminábamos con magullones en el cuerpo por los
impactos bruscos.
—Igual que esto —advertí.
Había caído cerca del bastón y, en cuanto me erguí, lo
levanté con mi pie y cuando estuvo en mis manos giré para
golpear a Caleb de lleno en el rostro. Cayó al suelo de
costado, apoyándose con un brazo y gruñendo.
—¡Lección uno: jamás se descuiden! —grité entre jadeos
para los chicos—. ¡Puta madre! —chillé al perder el aire de
los pulmones cuando caí al suelo.
—¡Lección dos: nunca alardeen! —añadió Caleb y
comencé a reír.
—¡Y lección tres: siempre usen casco! —Se nos unió Evan.
—O eviten pelear con estos maniáticos —dijo Connor.
Jacob seguía sin poder creer lo que acababa de vivir.
Dylan no dejaba su cara de preocupación por mí. Tess se
veía excitada, queriendo unirse a una lucha igual. Y Jane,
bueno, la pobre había demostrado que por dentro todavía
tenía a una chihuahua que se acurrucó en cuanto vio el
peligro.
«Y Elliot te miraba como si quisiera cogerte en brazos y
llevarte a una habitación a solas para follarte de una buena
vez».
—Y yo que creía que todo en las películas asiáticas era
exagerado —comentó Jacob y todos soltamos carcajadas.
Caleb ya me había tendido la mano para que me pusiera
de pie y me dio un beso en la frente, mostrándose como un
hermano orgulloso. Los chicos se acercaron y Dylan
aprovechó para revisarme, algo que me causó gracia y
ternura al mismo tiempo, pues él en serio me veía como la
hermanita a la que debía cuidar de todo y de todos.
«Tenías a Caleb como el hermano que te quería hacer
fuerte a golpes. Y a Dylan como el consentidor».
—Vaya destrezas las que tienes —murmuró Elliot cuando
llegué a su lado. Los chicos estaban definiendo las parejas
para iniciar los entrenamientos—. ¿Eres así de flexible en
todo? —añadió con picardía.
—No tendrías oportunidad de llegar a comprobarlo si
ahora mismo luces a punto de correrte —me burlé y sonrió
de lado, con un brillo en los ojos como si le acabara de
lanzar un reto.
Estaba a punto de decirme algo cuando Roman entró al
salón para dirigirse a mí.
—Señorita White, ha llegado esto para usted —avisó. Iba
con una pequeña caja en mano—. Ya lo hemos monitoreado
para descartar cualquier explosivo. No trae remitente. —
Caleb había estado atento, así que fue el primero en llegar a
Roman para tomar la caja.
—Dámela —pedí a Caleb y lo hizo de inmediato.
La caja no pesaba. Los demás observaron pendientes a lo
que sucedía, y por alguna razón que desconocí, mi corazón
latió acelerado y sabía que no se debía al entrenamiento.
—Isa, ten cuidado —pidió Elliot.
Pero con prisa quité el papel blanco con el que la
envolvieron y fruncí el ceño cuando la abrí y encontré una
nota formada con letras recortadas de revistas. Las manos
me temblaron al leerla.

Supe de inmediato quién era el remitente y a lo que se


refería con la mención de su promesa. Aunque la respiración
se me cortó y la garganta se me cerró al comprobar lo
demás que había en la caja. Mis ojos se llenaron de lágrimas
y escuché que Caleb me llamaba, pero no podía
responderle.
Elliot llegó a mí de inmediato y dirigió su mirada hacia el
interior de la caja.
—¡Mierda! —masculló al comprender todo. Tomó la nota
de mi mano temblorosa y yo cogí la cadena de plata,
descubriendo una placa muy parecida a mi relicario.
No te dejé nada para llorarle a tu amado, ojalá esto te
sirva.
El pecho me dolió ante ese cruel recordatorio y al
reconocer que se trataba de la cadena que Elijah siempre
usaba.
Capítulo 14
La élite

Las imágenes de ese maldito día se reprodujeron en mi


cabeza como si estuviera pasando en ese instante. Vi a
Elijah detrás de las puertas de vidrio mientras yo le rogaba
porque no hiciera eso. Tenía puesta la cadena, la placa le
llegaba un poco más abajo del pecho.
Nunca se la quitaba. Era parte de él tanto como sus
tatuajes.
—Era de mi hermano —aseguró Tess, no supe a quién. Me
concentré en llevar la cadena a mi pecho y me aferré a ella.
Ese hijo de puta escribió la verdad, no nos dejó un cuerpo
al cual llorarle. Ese objeto era todo lo que tenía de él en ese
momento, a parte de su carta y la rosa negra. Pero la
cadena era algo más personal. Fantasma estaba dando su
golpe después de días de mi regreso, consiguió llegar a mí y
eso me frustró tanto como enfureció.
—Déjame verla —pidió Caleb y me negué. Tomó mi mano
y con su mirada me suplicó dejarlo, mas no cedí. Sin
embargo, logró ver lo que colgaba de ella—. Está quemada
—aseguró lo que ya sabía.
—Isabella —murmuró Jane llegando a mí.
No sabía qué cara debía tener como para que me hablara
con tanta empatía.
—Pueden dejarme sola, por favor —pedí con la voz ronca.
—No, no nos excluyas, Isa. Ya no estás sola y queremos
ayudarte —alegó Jacob y tragué con dificultad.
Jane me abrazó tomándome por sorpresa, olvidándose de
su enojo y sin importarle si yo lo permitiría. Lo hizo siendo la
amiga de antes, la incondicional y comprensiva que siempre
se mantuvo a mi lado.
Pero yo me había endurecido tanto después de aquella
alucinación, que no pude corresponderle porque estaba
harta de sentirme débil o que me miraran con compasión.
—Chicos, agradezco el apoyo que le están dando, pero
¿pueden darme un momento a solas con ella? —pidió Caleb
y Connor tomó a Jane del brazo.
—Ya estoy cansada de fingir que no soy feliz de que hayas
vuelto, Isa —dijo ella, negándose a dejarme y escuché su
voz temblorosa—. Te quiero, sigues siendo una de mis
mejores amigas y necesito que sepas que sigo aquí para ti.
—Le supliqué a Connor con la mirada que me la sacara de
encima porque no estaba dispuesta a quebrarme, pero
tampoco a dañarla con un reproche.
Seguía sin responder a su abrazo porque mi cuerpo se
negaba a ceder a la protección que me daba la frialdad.
—Cariño, déjala un momento. Lo necesita —insistió
Connor.
—Isabella, sé por lo que debes estar pasando, pero no
estás sola —aseguró Jacob y Evan lo detuvo cuando también
quiso llegar a mí.
—Chicos, salgan por favor —exigió Tess notando la agonía
que trataba de ocultar y Caleb la miró con agradecimiento.
Connor logró convencer a Jane y Evan a Jacob, por lo que
vi a los cuatro irse. Caleb le había dicho algo a Dylan, Tess y
Elliot, así que fueron los únicos que se quedaron. Me
mantuve en silencio hasta que conseguí bajar el nudo en mi
garganta y dejé caer mi mano hacia un lado de mi cuerpo,
sosteniendo la cadena con más fuerza de la necesaria.
—Quiero a más infiltrados en esa maldita organización —
exigí hacia Tess y Dylan.
Sabía que Cameron estaba haciendo su parte, pero
necesitaba sacar más ventaja.
—Ya hemos intentado infiltrar a más, Isa, pero los
Vigilantes conocen a la mayoría de nuestra gente, así que
hemos perdido a la mitad de ellos —explicó Elliot—. Y si
Cameron todavía sigue vivo es porque lo mantienen como
un peón más, no como pieza clave —añadió.
—¿Tan mediocres somos como para que ellos sí puedan
llegar a nosotros? —Bufé alterada, aferrándome a la ira que
dolía menos—. Ya que no veo que a Fantasma se le dificulte
llegar a mí —espeté y alcé el puño donde tenía la cadena
para que lo vieran.
—No se le dificulta porque a diferencia de Grigori con
Cameron, los Vigilantes han logrado tener un infiltrado que
esté cerca de la élite de la organización —anunció Caleb y
los demás lo miraron. Y yo al fin me convencí de lo que me
advirtió—. He hecho todo con sumo cuidado, Isabella. Ya
tienes mucho tiempo de haber vuelto al país y es hasta
ahora que él supo que estás aquí. Y a menos que los que
estuvieron en la reunión de Nauticus sean lo
suficientemente inteligentes como para esperar a dar su
golpe, y la información de tu regreso les llegó por uno de
ellos, no descarto que el maldito soplón sea parte de la sede
de Virginia.
Vi a Dylan y a Elliot analizar las palabras de Caleb. Tess se
mostró inconforme y noté su deseo de defender la sede de
su padre, pero sabía que lo que mi amigo me decía no
sonaba a locura, así que optó por callar.
—¿Y qué hay de Sombra? —señaló Elliot.
Podía tener un punto con eso, tampoco lo descartaría, ya
que ese idiota sabía mover sus piezas a su conveniencia,
por lo que pudo guardarse mi ubicación hasta que le
conviniera soltarla. Y me extrañó un poco que Caleb lo
dejara de lado.
—Sí, Isa. Tienes tus planes con él, pero no dejemos a ese
hijo de puta de lado —soltó Tess con repulsión.
—Y odio decirlo, pero Cameron también puede ser un
sospechoso. Recuerden que LuzBel lo sacó de Grigori
porque el chico se dejó ganar por la ambición —añadió
Elliot.
—Investigué a Cameron, así como a Jane —confesó Caleb
—. Hasta el momento el tipo ha actuado fiel a las
indicaciones de Myles, por lo que lo descarté. Entendiendo
que Elijah no era ningún estúpido y supo por qué podía
volver a confiar en él. Además de que se encargó de dejar
claro que era un traidor al que odiaba —explicó—. Y Jane no
le ha dicho en ninguna de sus llamadas o mensajes que tú
has vuelto, porque sí, descubrí el método de Connor para
que los hermanos se mantengan en comunicación. Y esa
chica ha seguido al pie de la letra sobre no hablar de tu
regreso.
Dylan alzó una ceja al seguir descubriendo hasta dónde
mi amigo había estado metiendo la nariz.
—Entonces nos queda Sombra —señaló mi hermano,
aprovechando el momento para dejar entrever que mi plan
continuaba disgustándole.
—Tal vez, pero ese tipo tiene planes que sabe que podrían
venírsele abajo con este golpe —murmuró Caleb mirándome
a mí y supe que se refería a la propuesta de Sombra en el
Nauticus—. Porque conoce a tu hermana y créeme que no la
tiene por estúpida. Además de que él ha sabido la ubicación
de Isabella desde hace meses —confesó y los otros tres me
observaron con sorpresa—. Incluso ha tenido la oportunidad
de matarla, pero no lo ha hecho.
Presioné con fuerza la cadena en mi mano.
—Como aquella vez en el cementerio —recordó Tess.
—O en Nauticus —agregó Elliot con amargura.
«Ni en Inferno, o en aquella azotea; tampoco en Tokio.
¡Ah! Ni en el cuarto de medicamentos. A no ser que querer
matarte a orgasmos cuente».
No era momento para tu sarcasmo, maldita arpía.
—Como sea —hablé yo—. En este momento más que
saber quién puede ser el traidor, quiero a nuestra gente
infiltrada con los Vigilantes.
—No podemos enviar a más Grigoris a morir —espetó
Elliot.
—Ya los conocen, Isa. Será en vano —lo apoyó Dylan.
—Por eso no enviaré Grigoris —anuncié y Caleb me miró
pidiendo más explicación—. Traeré a Isamu y a Maokko.
—Pero ella está en una misión más importante, no puedes
interferir —alegó el rubio y agradecí que me demostrara esa
preocupación.
Los chicos nos miraban sin entender.
—Lee-Ang se quedará a cargo. Y sé que el maestro Cho la
apoyará esta vez —expliqué.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Tess por Maokko e
Isamu, pues ya sabía quién era Lee.
—Parte de la élite de La Orden —explicó Caleb por mí—. Y
si crees que nosotros somos unos maniáticos, espera a
conocer a esos dos —añadió y sonreí de lado, sin una pizca
de gracia.
Él no mentía, pues nosotros podíamos ser sádicos solo si
la situación lo ameritaba; en cambio, esos dos lo eran por
diversión. Por eso nunca se les dejaba compartir misiones si
queríamos mantener la clandestinidad. Aunque por
Fantasma ameritaba que sacara a mis muchachos a jugar.

Me marché del cuartel luego de avisarles a Dylan, Tess y


Elliot sobre lo que haría, pidiéndoles que lo mantuvieran
entre ellos hasta que el plan se ejecutara, ya que antes
debía analizarlo con mis senséis, quienes también eran mis
compañeros líderes en La Orden. Los demás chicos se
habían mantenido en la cafetería a la espera de nosotros y
conseguí despedirme de ellos solo con un asentimiento de
cabeza. Y era consciente de que los estaba haciendo sentir
excluidos, pero en ese instante no estaba para explicarles
nada.
Caleb se encargó de contactar a nuestros senséis en
cuanto llegamos al hotel. Isamu y Maokko se unieron a la
videoconferencia y entre los seis deliberamos cómo se
llevaría a cabo la participación de los otros dos miembros
del grupo élite.
—Es bueno que no los hagas partícipes a todos, Isabella.
Nunca anuncies tu próximo movimiento antes de hacerlo —
me dijo sensei Yusei cuando aseguré que, aunque le dije a
los chicos lo que pensaba hacer, no mencioné cómo.
—Maokko puede partir en cuanto yo la releve —aseguró el
maestro Cho.
—¿Y cómo piensa ayudarme con Isamu? —indagué, ya
que me había pedido que dejara el viaje de él en sus manos.
—Usaré las influencias de Aki —confesó y eso me tomó
por sorpresa—. No todos los guerreros de mi hermano eran
malos, Chica americana. Y me mantengo en contacto con
algunos, sé que ayudarán con esto.
—Bien, entonces haga lo suyo. Y tú, cuídate y ponte en
contacto en cuanto puedas —pedí para Isamu y este asintió.
—Los veo pronto, chicos —se despidió Maokko, bastante
emocionada por unírsenos.
Caleb y yo también nos despedimos de los maestros e
Isamu. Este se quedó un rato conmigo, viendo de vez en
cuando la cadena que me había colgado en el cuello. Había
evitado hacer preguntas sabiendo que me afectaría y optó
por fingir que nada pasó, lo que agradecí en silencio.
—Voy a salir —le dije tomando mis cosas.
—Iré contigo.
—No, Caleb. Necesito estar sola —dije y mi voz sonó dura.
—¿Dime al menos a dónde vas?
—Es que no sé…, solo quiero conducir sin rumbo y
terminar donde el destino quiera llevarme.
—No me arriesgaré, Isa. —Alzó las manos para callarme
cuando notó que quería objetar—. Llévalos contigo y no
juegues con tu seguridad —me regañó, tendiéndome la
cajita con los broches de cabello.
Los tomé y me los puse frente a él para que se sintiera un
poco tranquilo. Quería estar sola, pero sin ser estúpida.
—Manténganse alejados, en serio quiero sentir que estoy
sola —advertí al abrir la puerta, sabiendo que él iría con
Dom y Max, o con los Sigilosos.
Sonrió en respuesta a pesar de su impotencia y se quedó
en mi habitación, dándome una brecha para que no pudiera
verlos. En cuanto salí al pasillo, miré hacia todos los lados,
maldiciendo en mi mente porque Fantasma ya había logrado
quitarme la tranquilidad con la que estuve moviéndome
esos días. Era consciente que debía mantenerme alerta.
Cuando me puse en marcha con el Jeep, dejé que mi
instinto me guiara y deambulé por la ciudad, conduciendo
con una sola mano mientras que con la otra no dejaba de
acariciar la placa quemada de aquella cadena. Fantasma
sabía cómo golpear, le daría ese mérito, pues estaba
consiguiendo llevarme abajo justo cuando me prometí que
no lo haría más.
Menos mal la prudencia todavía no me había
abandonado, pues conduje a una velocidad decente y evité
accidentes, aunque estuve a punto de impactar con un
coche frente al mío cuando frené de repente en un semáforo
que cambió a rojo. Me había distraído al reconocer la calle
que tomé, y el camino por el que seguí a pesar de mi
corazón acelerado.
«¿Estabas segura de hacer eso?», preguntó mi conciencia
en cuando entré al condominio y estacioné frente a su
edificio, en el único lugar que permanecía solo.
—No, por supuesto que no estoy segura, pero a la vez
siento que lo necesito —le respondí en voz alta.
Todavía estaba dentro del coche y mi mano temblaba al
ver cada detalle de la placa en mi palma. Tenía un color gris
plomo, negro en algunas partes y con la plata derretida en
las orillas. Fue horrible pensar en la razón, así como
increíble el analizar que haya sobrevivido a esa explosión.
«Deja salir de una buena vez los miedos, Colega, para que
tengas espacio para vivir tus sueños».
—Bueno, de vez en cuando sí cumplías tu papel de
conciencia —dije y sonreí.
Respiré hondo antes de salir del coche y caminé hacia la
entrada del apartamento. Mi cuerpo comenzó a temblar con
cada paso y sentí el frío asentarse en mis entrañas al
acercarme más al que, en su momento, fue todo mi mundo.
Eleanor me había dado las llaves en una de esas tantas
veces que me pidió quedarme aquí y las mantuve en mi
bolso con el pensamiento de que no las usaría.
Hasta este día.
Mis otras llaves tintinearon ante el temblor de mi mano en
cuanto la metí en la cerradura y la garganta se me secó,
sintiendo como si me hubieran hecho tragar papel. Era
sorprendente lo que un lugar me podía hacer sentir, pero
Eleanor tuvo razón en algo: los recuerdos los tendría
siempre en mi corazón, sin importar dónde estuviera.
—Jesucristo —murmuré con la garganta cerrada cuando
entré y su aroma me golpeó. Los ojos me ardieron porque
parecía como si él siguiera ahí.
Cerré la puerta con seguro y di pasos lentos hasta
detenerme en la sala, viendo que todo seguía igual a la
última vez que estuvimos juntos horas antes de irnos a Elite
a compartir con los chicos y que él me dijera algo tan
importante que al final no supe. Cada objeto estaba en su
lugar, incluso las llaves de su Ducati dentro del plato
decorativo sobre la mesita a un lado del gran sofá.
Elijah las dejaba ahí después de llegar de la universidad o
de la empresa de su padre.
Exhalé un suspiro y acaricié el sofá con forma de L en
donde muchas veces nos sentamos con la intención de ver
una película, aunque terminábamos por meternos mano, sin
ropa y sudorosos.
«¡Dios! Habían sido todo sin ser nada».
Sonreí acongojada, dándole la razón a mi conciencia.
Nunca tuvimos etiqueta; él aseguraba que no podía
corresponder a mi amor y, sin embargo, desde que murió
papá vivimos como pareja y nos dimos exclusividad. Elijah,
sin tener idea, pudo ayudarme a vencer mis miedos, aunque
hubo momentos en los que me odié porque mi pasado me
hizo sentir sucia y culpable.
—Mierda —dije llevándome las manos a la nuca.
Había soportado tanto las ganas de llorar que, en ese
momento, el pecho y la garganta me dolían más. Caminé
hacia la cocina y me senté en uno de los taburetes de la
pequeña isla, apoyando los codos sobre el granito y
viéndome de nuevo cocinando mientras Elijah trataba de
distraerme con sus sucias mañas.
Yo sabía que volver al apartamento no iba a ser fácil
porque todo se intensificaría. Lo que estuve reprimiendo
aumentó y entendí de una vez por todas que jamás podría
dejarlo ir. Podía fingir que nada me afectaba frente a los
demás, pero en cuanto estuviera sola, dejaría caer mi
máscara de frialdad y sería la chica que amaría siempre a
su demonio, al chico que le enseñó que en lo malo también
había bueno, que en el negro podía existir una pizca de
blanco y en lo blanco un punto de negro.
Que en el dolor también había placer.
Me armé de valor para ir de una vez por todas a la
habitación y contuve la respiración para inspirar poco a
poco su aroma porque ahí era más fuerte. Y no sabía si el
tiempo no era capaz de borrarlo o si la persona encargada
de la limpieza rociaba su perfume en el aire siempre que se
marchaba, pero era como si solo hubieran pasado unas
horas desde que él estuvo ahí.
—Dios, sigues aquí —susurré.
Los cuadros de las piezas de ajedrez estaban en el mismo
lugar y, mientras veía el rey, comprobé que mi tatuaje era
una réplica exacta, a excepción de las iniciales y el tablero
de ajedrez desvanecido. Mi cámara estaba sobre la mesita
de noche del lado de la cama que hice mío y llegué a ella
para tomarla.
«Inmortalicen sus momentos felices». Eso había dicho mi
maestro de Bellas Artes años atrás y esa cámara guardaba
demasiados.
Me senté sobre el colchón y saqué del cajón de la mesa el
cargador, conectándola de inmediato a la corriente. Y ni
siquiera esperé a que cargara, la activé y sonreí cuando la
primera imagen apareció.

—Te ves como una jodida diosa o una sirena.


—Ninguna de las dos existe.
—Tal vez para ti no, pero para mí sí. Y soy un hijo de puta
tan cabrón, que me follo a una.

Reí entre lágrimas al recordar esa conversación. Me lo dijo


justo antes de que él me fotografiara a mí a horcajadas
sobre su regazo. Ambos estábamos desnudos, el cabello
largo me cubría los pechos y apenas conseguí taparme la
entrepierna con la sábana de satén azul antes de que
apretara el disparador. Había puesto una mano cerca del
lente, pero todavía alcanzó a sacarme sonriendo por la
tontería que había dicho. Su torso cubierto de tatuajes era
visible y juraría que viví de nuevo ese día a través de la
imagen.
Dejé la cámara sobre la mesita y me limpié las lágrimas,
sintiendo la necesidad de tomar mi móvil para marcar a su
número. Seguía funcionando porque me aferré tanto a todo
lo suyo, que me mantuve pagando la línea con tal de poder
marcarle cuando quisiera para fingir que tenía un medio
para poder hablar con él siempre que lo necesitara. Eleanor
y Myles lo sabían y no dijeron nada al respecto porque el
médico de la clínica St. James les recomendó que me
permitieran aferrarme a lo que yo necesitaba hasta que
estuviera preparada para dejarlo ir.
Y tres años después, seguía sin estar preparada.
El buzón de aquel número telefónico ya se había llenado
un par de veces, pero solo era necesario llamar a la
compañía para que volvieran a vaciarlo y volvía a servirme.
—Ha pasado tanto tiempo —susurré luego de que la
operadora me indicara que dejara mi mensaje—. Creí que
ya me había resignado, ¿sabes? Que al fin estaba aceptando
que no podrías coger más mis llamadas, pero mi corazón
sigue reacio a dejar de latir por ti, aunque mi cerebro me
grita que es momento de que te deje descansar como me lo
recomendó Dylan. —Me sorbí la nariz y limpié otra vez las
nuevas lágrimas—. Cumpliste tu promesa, Elijah, y mejor de
lo que esperabas. Ya que no solo te tatuaste en mi piel sino
también en mi alma y no ha sido fácil seguir sin ti.
Me recosté en la cama y tiré hacia mí su almohada. A lo
lejos, seguía manteniendo el olor de su cabello y respiré
profundo, con miedo de que en algún momento
desapareciera.
—Daría todo por volver a verte, mataría por un beso tuyo,
por una caricia, o por una de tus miradas, aunque fuera fría.
Pero a pesar de que me niegue a dejarte ir, sé que no es
posible y solo tengo que conformarme con amarte y
extrañarte cada día más. —Enterré el rostro en la almohada
y dejé salir un sollozo—. Sin embargo, Dylan tiene razón,
tengo que dejarte ir y creo que por eso el destino me trajo
aquí, para que viviera nuestros recuerdos una vez más y te
llamara por última vez. Nunca olvides que, aunque no estés
aquí conmigo, yo sigo quemándome a mitad del camino.
Mi barbilla tembló y me mordí el labio al finalizar la
llamada, sintiéndome un poco más liviana y con la fuerza de
seguir viendo cada foto en la cámara. Puse música y viví
aquellos momentos de nuevo a través de las imágenes con
la voz de Dan Reynolds en la canción Wrecked de su
agrupación. Dándome cuenta de que sí, me había
convertido en un desastre sin Elijah por más que intenté
dejar todo atrás. Tuve momentos en los que creía que mi
vida estaba bien, pero luego llegaban los días lluviosos para
demostrarme que mi utopía era fácil de desvanecerse.
—Te veré de nuevo, amor mío —canté cuando llegué a la
última foto.
Minutos después de eso, el cansancio mental me encontró
y Morfeo al fin me reclamó después de volver a vivir una
relación que no tuvo muchos momentos felices, pero los
pocos fueron suficientes para marcarme la vida entera.
Dormí sin pesadillas ni malos recuerdos y, en cambio, soñé
por primera vez con lo que siempre había deseado: un
mundo donde mi Tinieblo existía.

Sentí una suave caricia en mi brazo derecho y abrí los


ojos ante el escalofrío que le siguió. Tenía la piel chinita y
me sobresalté al no reconocer en dónde estaba. Aunque en
segundos, volví a ubicarme y a recordar qué me llevó al
apartamento.
La cámara se había apagado y sentía como si hubiera
dormido una semana completa, incluso me dolía la columna
por la posición en la que me mantuve. Mas no me importó y
volví a abrazar la almohada de Elijah, respirando hondo para
empaparme del aroma de su cabello.
Después de todo, no había sido tan malo volver, aunque
todavía no entraba al baño para enfrentarme a mi último
trauma: ver la tina en la que casi conseguí quitarme la vida.
—Date un respiro, Isabella —me dije.
El estómago me gruñó y tomé el móvil para verificar si
tenía llamadas.
—¡Mierda! —chillé y me senté de golpe al ver que eran las
diez de la mañana del siguiente día.
Llamé a Caleb al ver sus llamadas, tenía también de
Dylan y Elliot. El rubio se escuchó aliviado al saber de mí,
aunque siempre supo dónde estaba, y me confesó que tuvo
que husmear por la ventana de la habitación para
asegurarse de que estaba bien, y que por poco se lo
llevaron a la cárcel, ya que uno de los vecinos reportó a un
merodeador.
—Tendrás que pedirle algunos tips a Sombra —le dije en
tono de broma.
—Ja, ja, ja, Al menos dormir tantas horas te sentó bien —
murmuró sarcástico y reí.
Me recomendó que me quedara en el apartamento si tan
bien me hacía, ya que me escuchaba más descansada,
también se ofreció a hablar con Dylan y Elliot para
comunicarles que estaba bien y, por primera vez, acepté de
buena gana obedecerle, pues me sentía cómoda y en paz
luego de pasar por el proceso de enfrentar mis recuerdos.
Ya no quería dejar que las buenas memorias me
amargaran.
Mi amigo también tuvo el detalle de enviarme comida con
uno de los Sigilosos que me estaban cuidando y mientras
llegaba, seguí merodeando el apartamento, considerando la
idea de dejar el hotel para instalarme allí. La ropa de Elijah y
la mía seguían en los armarios y cajones de las cómodas y,
tras bañarme usando la ducha del baño de invitados, me
probé algunas prendas, descubriendo que solo las de
deporte eran las únicas que me quedaban.
—¡Jesús! ¿Cuándo crecieron tanto? —cuestioné viéndome
en el espejo de cuerpo completo.
Las bragas se me veían diminutas y los senos me
sobresalían de manera exagerada en el sostén.
«Ya sabías cuándo crecieron tanto».
—Metida —reproché para mi conciencia.
Me fui para la sala cuando el timbre sonó y comprobé por
la mirilla que se trataba de uno de los Sigilosos. Recibí la
comida y me dispuse a devorar todo acompañada de un
poco de música y los recuerdos. Al terminar, decidí que era
hora de volver al mundo; sin embargo, cometí el error de
mirar con detenimiento la cadena de Elijah y las incógnitas
me inundaron la cabeza.
Sombra seguía siendo sospechoso a pesar de la
explicación de Caleb. Así que decidí llamarlo y enfrentarlo.
—¿Dónde estás? —pregunté cuando descolgó el móvil.
—Tan ansiosa estás por verme —respondió y alcé una
ceja, aunque no me viera, por el buen humor en su voz.
—Eres un tipo muy raro —señalé y lo escuché reír—. A
veces me hablas como si fueras un dictador y luego
cambias a alguien normal.
—No soy alguien normal, pero sí un cabrón emocionado
por el banquete que está a punto de devorar. —Fruncí el
entrecejo porque no lo entendí.
—¿De qué estás hablando?
—¿Lo dices en serio? —ironizó.
—No soy de las mujeres que se hace la tonta por sacar
charla, Sombra. Así que es obvio que lo digo en serio —
reproché.
—Hoy es viernes, Bella. Así que trae ese hermoso culo
hasta mí para quitarte el mal humor —pidió y mi corazón se
detuvo un nanosegundo.
«¡¿Qué?!»
Mierda, había perdido la noción del tiempo.
—No me jodas —solté.
—Lo siento, pero es lo que más deseo —murmuró con
picardía.
Miré a todos lados sin saber qué buscaba y me quedé en
silencio un par de minutos.
¡Dios! Estaba decidida a ese encuentro, era mi
oportunidad para sacarle provecho y ver hasta dónde podría
usarlo, pero al ser consciente de que el día había llegado y
luego del golpe de Fantasma, no sabía si debía ir con él.
—Pequeña, dime por favor que no te has arrepentido —
habló ante mi largo silencio y carraspeé.
—No, pero si te soy sincera, ya no me atrae tanto la idea
de acostarme con un manipulador que puede estarme
proponiendo esto solo para colgarse una medalla conmigo
—solté, yéndome por la franqueza y haciendo ese
movimiento para dejarle claro que no era una tonta cegada
por las ganas.
—¿Pero qué mierda estás diciendo, Isabella? —espetó—.
Sabes muy bien que nunca he tenido la intención de
entregarte con nadie.
—Lo único que sé de verdad es que no haces treguas
conmigo solo porque quieres ayudarme, sino también
porque te convienen, Sombra. O me vas a decir que lo que
pasó en Mónaco no fue una movida tuya para ganar puntos
—reproché y maldijo—. Y con mi ubicación y regreso al país,
pudiste haberlo callado solo el tiempo necesario para que
más personas me vieran y así descartarte en el momento
que ese hijo de puta de Fantasma me atacara, ¿no?
—A ver, no estoy entendiendo lo que dices.
—Bien, seré más clara: no soy ninguna jodida estúpida,
Sombra. Sé que eres un bastardo astuto que mueve sus
piezas a favor de su contrincante solo porque ya sabes
cómo podrás contraatacar para ganar ventaja. Así que no
me subestimes, ya que ahora mismo eres mi principal
sospechoso de hacerle saber a Fantasma que he vuelto.
—¡Mierda! ¡No, Isabella!
—Dime si sabes o no del mensaje que Fantasma me hizo
llegar ayer, donde me recordó su maldita promesa.
—¡Me cago en la puta! —espetó—. Hoy más que nunca
tenemos que vernos, Pequeña. Y, por favor, no te niegues.
Debemos hablar de cosas importantes.
—No me has respondido, Sombra —repliqué perdiendo la
paciencia por sus evasivas.
—Bella, he cuidado cada puto detalle desde que te
encontré. Borré cada indicio de tu regreso… ¡Demonios!
Tuve que asesinar a los Vigilantes que no son de mi
confianza y te vieron para que no abrieran la jodida boca —
soltó con desesperación y eso me intrigó—. Ese hijo de puta
de Fantasma no puede saber de ti y te aseguro que no lo
sabe.
—El mensaje que recibí dice lo contrario —aseveré.
—¿Dónde estás? Necesito verte ahora mismo —pidió.
—No te importa dónde estoy, pero podemos vernos en la
azotea del edificio de la otra noche —cedí—. Te esperaré a
las siete de la tarde y más te vale que no intentes una
estupidez porque no iré sola.
—Está bien —aceptó—. Yo sí iré solo.
Corté la llamada sintiéndome llena de dudas por sus
palabras y la actuación que tuvo, pues pareció sincero.
«A lo mejor lo era, pero estabas empeñada en verlo como
el malo».
Era el malo.
«Pero no contigo».
Le pedí a Caleb que nos viéramos en el hotel para
comentarle de mi llamada con Sombra y del encuentro que
pactamos. Él se puso nervioso por dejarme ir sola, pero
confiaba demasiado en los broches localizadores y en los
Sigilosos que me seguirían sin levantar sospechas. Cuando
llegó la hora de partir, me acompañó hasta mi Jeep y me
suplicó que lo llamara si llegaba a necesitar algo, pues no
podría dormir hasta que yo volviera.
—¿Llevas condones?
—No seas imbécil, Caleb —reproché.
—No estoy bromeando, Isabella. Necesito cuidarte en
todo —aseguró y rodé los ojos.
—Es posible que solo hablemos, al menos ese es mi plan.
—Ya dijiste: tu plan, linda —replicó, y negué con la cabeza
encendiendo el coche.
—Ponte a preparar todo para la llegada de Maokko en
lugar de estarme recordando los condones —lo regañé y
bufó.
Después de eso, me puse en marcha y decidí
estacionarme en una plaza de tiendas cercana al hotel en
donde me vería con Sombra. Logré identificar a mis
hermanos Sigilosos corriendo por el parque del frente y me
aseguré de no tener a nadie sospechoso detrás de mí, y que
ellos no hayan podido descubrir. Me había puesto una
sudadera de tela delgada y me coloqué la capucha para que
no me reconocieran con tanta facilidad. Y a pesar del calor,
las manos las tenía heladas y sudorosas.
Maldije al llegar a la entrada de los escalones y respiré
hondo antes de subirlos, notando que ya comenzaba a
oscurecer. Por un momento, se me cruzó la idea de entrar al
hotel y subir por el ascensor hasta el último piso, pero no
era conveniente dejarme ver por más personas, así que
resignada comencé mi calvario.
—Necesitas más cardio —chillé cuando la voz robotizada
me sorprendió y me llevé las manos al pecho para intentar
calmar mi corazón acelerado por el susto y la subida—. O
más sexo —añadió juguetón y se encogió de hombros.
«Ese chico sí sabía».
—¡Dios! Deja de hacer eso —espeté entre jadeos, aunque
dejé de respirar al mirarlo bien.
El ocaso se veía mejor desde la azotea, y la luz que el sol
todavía alcanzaba a dar me permitió notar que estaba
vestido de negro como siempre, pero esa vez llevaba una
gorra que le cubría casi media frente y, sobre ella, la
capucha de su sudadera. Tenía una mascarilla del mismo
color que le ocultaba todo el tabique de la nariz y el
contorno de los ojos oscurecidos (como si hubiera usado
Kohl y diseñado una raya vertical en el medio de sus
pestañas inferiores, que bajaban hasta esconderse debajo
de la mascarilla). También se maquilló las partes interiores
entre el tabique y el lagrimal.
Usaba las lentillas negras con iris blancos, invirtiendo el
color de sus ojos esa vez, aunque lo que más me sorprendió
fue que no llevaba guantes y pude ver sus manos limpias de
tinta, a excepción del dorso donde tenía tatuados un rombo
negro arriba de cada nudillo. Noté dos anillos gruesos de
plata en el dedo índice y medio de la mano izquierda.
—¿Nadie te siguió? —preguntó sacándome de mi escaneo
y tragué con dificultad cuando alzó un poco la cabeza y noté
que también tenía un rombo diminuto tatuado en cada
pómulo, cerca de los ojos, debajo de la línea de los
extremos de sus cejas.
Y como lo sentí en Nauticus, usaba un piercing negro en
su ceja derecha.
«Puta madre, se estaba exponiendo».
Me tensé ante eso. Sombra siempre se había cuidado
demasiado bien para que no pudiera reconocerlo y no supe
cómo interpretar que me dejara ver esos detalles, ya que
estaba segura de que no se trataba de un descuido de su
parte.
—No vine sola —respondí tras carraspear. Entrecerró los
ojos e imaginé que estaba sonriendo—. ¿Por qué? —
pregunté dando un paso hacia él y apreté los puños cuando
las ganas de tocarlo y arrancarle esa mascarilla me
atacaron.
—Solo quiero estar seguro.
—No, Sombra. Sabes bien a lo que me refiero —recalqué
—. No eres ningún estúpido, así que no voy a cometer el
error de tomar estos detalles como un descuido tuyo —
aclaré y me miró por unos largos segundos.
—Estás dejando de confiar en mí.
—Nunca he confiado en ti —corregí.
—Sabes que sí, no te mientas porque a mí no me engañas
—reprendió y apreté la mandíbula—. No he jugado contigo
ni tu seguridad, Bella. Y sí, usé lo de Mónaco también a mi
favor, pero jamás usaría tu ubicación para ganarme nada
con Lucius o Fantasma. Y ya que mi palabra no es suficiente
para ti, te estoy mostrando de mí todo lo que puedo.
Mi corazón galopó cuando rozó un dedo en los míos
gracias a la poca distancia entre nosotros. Su fragancia ya
me había inundado y la calidez de su cuerpo aumentó la del
verano.
—¿Tus órdenes han sido el informar mi paradero? —
pregunté, alejando la mano de la suya.
—Han sido alejarme de ti, en realidad. —Alcé una ceja
ante eso—. Al principio fueron encontrarte y llevarte hasta
ellos, pero eso fue hace años, ¿lo recuerdas? —Asentí en
respuesta.
—No quisiste cumplir esa orden —afirmé.
—Por eso me apartaron de la misión. Lucius y Fantasma
estaban conscientes de que yo jamás cumpliría y entonces
me prohibieron estar cerca de ti.
—Y por lo que veo, tú sigues sin cumplir sus órdenes —
satiricé.
—Me gusta más darlas. —Rio al decir eso—. El punto es
que ningún Vigilante sabía de tu regreso, lo comprobé luego
de nuestra llamada.
—La nota que recibí ayer tenía un mensaje que solo ese
malnacido, Elijah y yo sabíamos, así que Fantasma sí sabe.
—Sombra se acercó un poco más a mí y eché la cabeza
hacia atrás para seguir viéndolo a los ojos.
Nuestros pechos estaban al ras y contuve las ganas de
tragar para que no notara que me puso nerviosa.
—¿Has pensado en que alguien te está traicionando? —
susurró y me miró a los ojos al preguntar aquello y no pude
sostener su mirada.
Y no solo porque me causaba escalofríos por ese color,
sino también por lo que él me provocaba.
—Sí, y ya me puse en ello para averiguarlo —respondí y la
piel se me erizó cuando alzó la mano para tomarme de la
barbilla y que sostuviera su mirada en el instante que quise
dejar de hacerlo—. ¿Y tú ya has pensado en que a lo mejor
te están escondiendo información?
Sus dedos eran suaves en mi piel, como si temiera
romperme.
—Sí, y también ya me puse en ello —dijo—. ¿Solo fue la
nota? —Negué con la cabeza—. ¿Qué más? —Dudé por un
momento, pero al siguiente saqué el relicario junto a la
cadena de Elijah. Sombra la miró y juré que vi sorpresa en
sus ojos.
—La llevaba Elijah el día de la explosión —hablé con
dificultad, y con delicadeza quité su mano de mi barbilla—.
Fue un regalo de bienvenida de tu jefe.
—Fantasma no tenía esa cadena —aseguró, dejándome
entrever que respondía a él y no a Lucius.
—¿Cómo lo sabes?
—Estoy cerca de ellos, Bella. Veo y escucho cosas y
después de aquella explosión nadie habló acerca de ese
relicario.
—¿Relicario? —pregunté y tragué con dificultad. Él maldijo
en silencio al escucharme.
Miré la placa de la cadena y noté la ranura en medio de
ella. No lo vi antes porque la plata se había mezclado al
derretirse, pero en ese instante me percaté de que era un
relicario igual al mío.
«¿Cómo lo sabía él?»
—¿Cómo lo supiste, Sombra? —inquirí y él intentó alejarse
de mí, pero esa vez lo detuve tomándolo de la muñeca.
—Porque tengo uno igual —respondió y se lo sacó de la
camisa para que lo viera.
Mis ojos se desorbitaron.
—Esto…, esto es demasiado extraño —murmuré
sobresaltada.
—En realidad no, Isa. Pertenecemos a dos asociaciones
poderosas y los fundadores de los Vigilantes antes fueron
Grigoris, así que no es extraño que tengamos acceso a los
mismos objetos —explicó y vi que el suyo, aunque era una
placa, también era muy distinta a la mía y la de Elijah—. Se
abren con las huellas dactilares de sus dueños, pero el
punto aquí no es que yo también tenga uno, sino que ese no
estaba en poder de ningún Vigilante. Y si lo observas con
detenimiento, notarás que la cadena no es la de la placa. —
La miré y vi que tenía razón, era casi nueva y solo el
relicario se veía dañado—. Después de esa explosión es un
milagro que haya sido salvada —añadió y sentí como si
derramaran agua fría sobre mí.
Tenía tantas dudas que solo pensé en regresar al hotel
para encerrarme en mi habitación junto a Caleb e investigar
todo lo que estuviera en nuestras manos con el mínimo
detalle, ya que no era fácil pensar que alguien cercano me
pudiera estar traicionando. Además de que no dejaba de
abrumarme ese paso que Sombra había dado para ganarse
mi confianza.
—Creo que es mejor que me vaya —avisé y traté de dar
un paso para alejarme de él, pero me tomó del brazo.
—No, Bella —pidió cerca de mi oído—. Prometo ayudarte
en todo lo que me pidas, pero quédate conmigo.
—Quiero a Fantasma —musité y su agarre en mi brazo se
hizo más fuerte—. Entrégamelo y te juro que solo así me
quedaré contigo, para siempre si así lo quieres.
—No puedo entregártelo solo así. Él no está aquí —alegó.
—Entonces evita hacer promesas que no puedes cumplir
—recomendé mirándolo a los ojos.
—Si pudiera lo hiciera, no es porque no quiero —aseveró.
—¿Y a Derek? —Noté la frustración en su agarre y en la
manera que entrecerró los ojos porque no se lo estaba
poniendo fácil.
Pero tenía que jugar así para probarlo y llegar al punto
intermedio que buscaba.
—Tengo prohibido acercarme a ese malnacido —respondió
con asco—. Lo enviaron a otra ciudad y no puedo llegar allí.
—Sé que trabajas en conjunto con él, así que no mientas
—espeté y me zafé de su agarre.
—No con él, pero sí con su gente —aclaró.
—Está bien, debo irme —avisé para jugar mi papel de
chica herida.
Aunque sí estaba molesta.
—¡Demonios! Isabella, no me hagas esto —se quejó. No
obstante, inicié mi camino hacia los escalones—. No puedo
ir a esa ciudad ni estar cerca de ese hijo de puta, pero si te
quedas conmigo puedo decirte dónde está y quién puede
ayudarte a llegar a él. —Detuve mis pasos y sonreí
triunfante sin que pudiese verme.
—¿Lo prometes? —inquirí al girarme.
—Sí, Isabella —respondió seguro y llegó a mí para
tomarme del cuello sin dañarme—. Así como prometo que
no te arrepentirás de que te haga mía. —Un cosquilleo
recorrió mi cuerpo al escucharlo—. ¿Estás lista para pasar
una noche con mis demonios? —preguntó, usando las
palabras que me dijo en Inferno.
Me mordí la sonrisa antes de responder.
—¿Estás listo tú para sentirme arder y entender de una
buena vez por qué no hay demonio que me asuste? —
susurré.
Lo escuché murmurar un «mierda» y sonreí.
Capítulo 15
Tengo ganas de ti

Sombra me llevó hacia una zona de cabañas alejada de la


ciudad en un coche de alquiler. Había puesto música y no
hablamos durante la media hora de camino porque mi
cabeza estaba atestada de pensamientos y mi cuerpo
invadido de nervios. E imaginé que él tenía miedo de que
me arrepintiera en cualquier momento de acompañarlo y le
pidiera que parara para regresarme al hotel, así que optó
por dejarme tranquila.
La noche ya había entrado de lleno cuando llegamos al
lugar. La cabaña era pequeña, suficiente para nuestro
encuentro, aunque no pude ver demasiado de ella. Solo
noté que tenía ventanas tintadas y luces exteriores con
sensor de movimiento que se encendieron en cuanto nos
acercamos al porche.
Tragué con dificultad cuando me invitó a entrar con un
ademán de mano y dudé por un momento al pensar en que
a lo mejor alguien de su gente podía estarme esperando
dentro.
—Solo somos tú y yo esta noche, Bella —aseguró al ver
mi duda—. Y tienes a tus hombres por allí, yo en cambio
vine solo —añadió.
No había notado a nadie siguiéndonos a excepción de mis
hermanos Sigilosos, pero ese tipo era astuto, así que no
podía confiarme. Además de que la vida me enseñó que el
tigre no mostraba sus dientes porque sonreía.
Me toqué los brazaletes cuando me decidí a entrar, para
tenerlos listos en caso de que tuviera que usar sus navajas
retráctiles. Todo estaba oscuro y sabía que no existía la
posibilidad de que encendiera las luces, porque ya me había
mostrado suficiente de él como para arriesgarse a seguir
dejando que viera rasgos que lo comprometerían más
conmigo.
Pegué un respingo en cuanto cerró la puerta detrás de mí,
privándome de la luz exterior. Se acercó tanto que su pecho
quedó al ras de mi espalda y pegó su frente en la parte de
atrás de mi cabeza. Supe que se había quitado la mascarilla
porque su respiración bañó mi nuca. Mi piel se erizó y
apreté los puños, sintiendo que se me dificultaba respirar.
Podía engañarlo a él, pero no a mí, y moría de los nervios.
—He soñado cada maldita noche con este momento —
susurró en mi oído y me estremecí.
Desde algún lugar de la cabaña, escuché música suave
reproduciéndose. Body de Rosenfeld ocultó mi respiración
acelerada y los latidos de mi corazón, aunque no hizo nada
con el jadeo que se me escapó en cuanto sentí el brazo de
Sombra envolviendo mi cintura.
—Y te juro que está siendo más de lo que pude imaginar.
«Y ni siquiera habían calentado motores», señaló mi
conciencia con orgullo.
Gemí al sentir su lengua en mi lóbulo y con una mano
apreté su brazo, echando la cabeza hacia atrás, apoyándola
en su hombro y cerrando los ojos en cuanto lamió mi cuello.
Había un suave aroma a chocolate por todo el lugar y casi
sentí el sabor de él al entreabrir los labios, cuando Sombra
plantó su palma en mi estómago y comenzó a subirla hacia
mi pecho, mientras con la otra me cogió de la barbilla y giró
mi rostro hacia el suyo.
—Has destruido mis barreras, Isabella —susurró sobre mis
labios y luego los cubrió con su boca, cortándome la
respiración.
Sus labios se detuvieron sobre los míos levemente
entreabiertos, logrando que el fuego se extendiera sobre mi
boca y la necesidad recorriera mi rostro hasta pasar por mis
pechos, vientre y terminar en los dedos de mis pies. El
latido de mi corazón descendió a mi clítoris y gimoteé
necesitando más, así que respondí a su beso, lo que lo hizo
gruñir y tomarme con más fuerza. Cambió la mano de mi
barbilla hacia mi estómago y la que tenía entre mis senos la
deslizó en la parte posterior de mi cuero cabelludo,
besándome una y otra vez.
—Oh, Dios —jadeé en el instante que me despojó de la
sudadera y la playera que llevaba por dentro, llevándose a
la vez el sostén para desnudar mis pechos.
Me besó el cuello mientras los acunaba en sus manos y
pellizcó los pezones justo cuando mordió el músculo entre
mi hombro. Presioné el trasero contra su pelvis y sentí la
dureza dentro de su pantalón luchando por salir a jugar. De
pronto, me giró para empotrarme contra una pared y
enseguida se zambulló hacia abajo, tomó un pecho en su
mano y lo cubrió con su boca.
—Sombra —gemí y lo cogí de la cabeza sintiendo su
cabello amarrado en una coleta samurái.
Me retorcí de placer mientras sentía su lengua
sacudiéndose en mi capullo endurecido. El placer se
construía en mi estómago y pronto bajó hacia mi vientre
mientras él jugaba y mordisqueaba la piel alrededor de mi
pezón. Me comía mientras disfrutaba tocándome y
acariciándome como tanto soñó.
Eché la cabeza hacia atrás todo lo que la pared me
permitió y volví a gemir en el instante que él gruñó y movió
la cabeza hacia mi otro pecho hambriento de sus besos
profundos, y arrastró la piel a través de sus dientes. Mi
respiración se estaba volviendo cada vez más entrecortada
y el fuego líquido corría por mis venas.
—Estás ardiendo, preciosa —dijo sobre mis labios al
erguirse y presioné la frente en su hombro en el instante
que deslizó la mano dentro de mi pantalón deportivo y
bragas, y sus dedos se enterraron en mi raja—. Y quemas
de una manera deliciosa y suave aquí abajo.
—Oh, mierda —gemí al sentir que mi humedad estaba
derramándose entre mis pliegues con los movimientos de
sus dedos.
Pero el placer duró poco y la frustración me encontró
cuando los sacó en un santiamén. Lo sentí agacharse y me
bajó el pantalón con arrebato, haciéndome gritar en el
instante que cubrió mi coño con su boca y me hizo sentir su
lengua en mi clítoris a través de la tela delgada de mis
bragas.
El placer que se construía en mi vientre había aumentado,
logrando que el ardor en mi vagina se incrementara
también. Él me quitó un zapato para liberarme de una
pernera y me apoyé con una mano en la pared y la otra en
su cabeza cuando apartó la tela a un lado y me chupó el
clítoris, arrastrando la lengua por toda su longitud.
Me mordí el labio y contuve la respiración, sintiendo que
mis ojos ardían y que el corazón se me saldría por la
garganta cuando me tomó del muslo izquierdo y lo empujó
hacia arriba, enterrando más la lengua en mi vagina de una
forma pecaminosa. Me cubrió un pecho con la mano y mi
cuerpo se sacudió cuando volvió a retirarse para sacarme
las bragas y el pantalón de mi otra pierna.
—Sombra, por favor —supliqué, aunque ni yo sabía qué
quería en ese momento.
—¿Te gusta mi lengua en tu coño? —preguntó—. ¿O
prefieres que te dé mi polla?
Jesús.
Mi respiración se había vuelto superficial y gemí cuando él
tomó mi labio con los dientes y lo tiró, luego metió su
lengua en mi boca y sentí mi sabor. Sin embargo, no me
dejó saborearlo más porque volvió a alejarse y me tomó del
cuello para apartarme de la pared, haciendo que caminara
hacia atrás. No me hacía daño; al contrario, me excitaba
más que se comportara de manera tan ruda.
—Puedes creer que te estoy torturando —zanjó al girarme
en mi eje y presionar una vez más mi espalda a su pecho,
apretando uno de mis senos y pasando la palma en mi coño
para esparcir mi humedad—. Pero no tienes idea de cómo
me he torturado yo durante todos estos años pensando en ti
—confesó.
Me hizo caminar de nuevo y lo escuché sacándose la
sudadera y desabrochándose el cinturón y los vaqueros. Su
piel caliente hizo arder más la mía y sentí que iba a
correrme solo con tenerlo a mi espalda.
—Así que tengo derecho a vengarme por meterte así en
mi cabeza —gruñó en mi oído.
—Hazlo —le animé y llevé una mano a su nuca, sintiendo
que no usaba collar, pero incluso así su voz seguía
escuchándose robotizada.
—Oh, Pequeña. No dudes que lo haré —juró y maldije
cuando choqué con el borde de una cama y me lanzó hacia
el colchón.
Caí boca abajo y no tuve tiempo de girarme porque, en
segundos, él estuvo sobre mí, lamiendo mi espalda hasta
llegar a la curva de mi trasero, y me pegó un mordisco que
me dieron ganas de matarlo y retenerlo al mismo tiempo.
Me obligó a ponerme sobre mis rodillas en el borde de la
cama y mis ojos se desorbitaron en la oscuridad cuando
separó mis nalgas y me lamió sin ningún escrúpulo hasta
introducir su lengua en mi vagina.
—¡Joder, Isabella! No sabes cómo me pone que me mojes
así la lengua —aseguró.
—¡Dios! —grité al sentir que introdujo el pulgar en mi
vagina y con la otra mano jugó con mi clítoris, moviéndolo
en círculos.
Más humedad me abandonó y la sentí correr por mi
pierna. El placer estaba siendo demasiado y comencé a
desinhibirme, moviendo las caderas hacia atrás para que
embistiera con su dedo más profundo.
—Eso es, preciosa. Móntame los dedos —animó.
Volví a gritar en cuanto volvió a lamerme. Desde esa
posición abarcaba todo lo que se le antojaba y gruñía de
placer, como si mi sabor le provocara un éxtasis que no
estaba dispuesto a dejar ir.
—Córrete en mi cara si lo deseas —dijo—. O móntame los
dedos si es lo que quieres —añadió metiendo dos en mi
vagina y uno en mi trasero.
—Maldición, Sombra —grité como si doliera, cuando era
todo lo contrario.
Busqué más fricción de nuevo, aunque lo estaba sintiendo
por todas partes. Y la incapacidad de ver despertaba mis
otros sentidos a tal punto que la sensación se intensificó.
Apreté la sábana entre mis manos y arqueé la espalda para
empujar sus dedos más adentro, sintiendo el placer
volverse espeso y presionar tanto, que quería explotar y
desfragmentarme. El orgasmo estaba por encontrarme y
enloquecí al quitarle el seguro a esa bomba para que
explotara.
—No, no, no, no —supliqué cuando Sombra se apartó.
—Sí, Bella. He decidido que ese polvo me lo darás
empalándote en mi polla —aclaró y rápidamente se abrió el
pantalón vaquero y realizó movimientos que me indicaron
que estaba colocándose un condón.
El maldito debía tener mucha práctica en cómo hacer
todo a oscuras y con tanta rapidez, ya que en minutos
estaba arrastrando su pene de arriba abajo en mi coño
húmedo, buscando mi entrada caliente. Mordí la sábana al
sentir su glande y contuve la respiración porque sentí que
iba a correrme y él ni siquiera había entrado.
—Estás jodidamente ardiendo —señaló al empujar las
caderas y sentí su grosor abrirme y su longitud llenarme.
—Maldición —sollocé.
Me parecían inauditas mis ganas de llorar en ese instante,
y no por dolor o arrepentimiento; al contrario, fue por volver
a sentirme de una manera que ya no creí que sería posible
de nuevo.
Viva y deseada.
Sin salir de mí, me hizo bajar las piernas de la cama para
que me tumbara boca abajo y se apoyó con una mano a un
lado de mi cabeza y con la otra me agarró de la cadera.
—Sabía que solo debía ser paciente —susurró en mi oído
y volvió a empujarse dentro de mí, moviendo la cama en el
proceso— y estaba seguro de que en algún momento te
tendría así. —Mantuvo su ritmo y, con cada embiste, me
sentí más cerca de mi orgasmo—. Porque aunque te
niegues, te estoy haciendo mía, Isabella White —sentenció
—. Mía —recalcó sobre mis labios y me besó profundo y
duro.
Rozó su lengua con la mía y eso sacudió mi clítoris.
Deslizó la mano en mi cadera hacia mi coño y gemí fuerte a
la vez que sentí que me apreté en su polla, consiguiendo
que gruñera.
—Maldita sea. Me aprietas tanto que duele —dijo con la
voz entrecortada—, pero lo haces de una manera que me da
más placer —aseguró y empujó sus caderas una y otra vez.
Grité sobre sus labios cuando golpeó dentro de mí más
duro, mi piel se rozaba a las sábanas y ya ni siquiera
pudimos besarnos porque el aire nos faltaba, pero sí nos
respirábamos. El orgasmo se estaba construyendo con más
intensidad en mi vientre y su dedo jugando con mi clítoris
parecía que no quería darme tregua.
Woman de Emmit Fenn acompañaba sus embistes y
sonreí entre la bruma de la pasión.
—A mí también me duele y me gusta, Sombra —aseguré y
lo tomé de la nuca de nuevo, subiendo una pierna en la
cama para abrirme más—. Y te siento incluso donde no
estás —aseguré al sentir cómo su grosor estiraba mi perineo
—. Eres tan grande —jadeé sobre su boca.
—Puta madre —espetó y sentí que se endureció más.
Había dejado de tocarme con la mano en el instante que
subí la pierna a la cama. En su lugar, me tomó del cachete
del culo y lo apretó, empujándose con violencia dentro de
mí.
—¿Te gusta cómo te mojo? —pregunté con la voz sensual
—. ¿Te gusta cómo te aprieto?
—Sé lo que intentas hacer, Isabella —gruñó.
—Y yo lo que estoy consiguiendo —aseguré y solté su
nuca para tomarlo de la cadera—. Oh, Dios —gemí al sentir
que me mordió la barbilla y empujó más duro.
—Eres una hija de puta que me vuelve loco —aseguró
zambulléndose más en mi calor húmedo.
Sonreí, aunque no me viera.
—Y tú el hijo de puta que tiene la suerte de empotrarme
hasta la empuñadura a tal punto que quiero explotar —
admití perdiendo la vergüenza—. Me encanta cómo me
follas, Sombra. Me está volviendo loca cómo tu polla se
hincha dentro de mí. Cómo…
Me cubrió la boca con la suya para callarme y empujó con
tanta violencia en mi interior, que la corona de su polla tocó
donde no creía que fuera posible. Sentí mi cabeza nublarse
e ir a la deriva. Mis músculos ardieron y cerré los ojos en el
instante que mi orgasmo se abrió paso y se extendió
explotando en mi vientre, inundando mi cerebro con euforia
y mi cuerpo en calor.
De verdad sentí que ardía.
Los gemidos acompañaban la voz de Emmit, mi clítoris
palpitaba como si mi corazón hubiera descendido hacia ahí
y apreté mis paredes vaginales en su longitud. Todavía no
había respirado de nuevo y los pulmones iban a explotarme.
—Maldición —gruñó Sombra y lo sentí hincharse y
empujar una vez más con fuerza hasta que se apretó a mí,
presionando tanto su agarre en mi nalga que me provocó
dolor, pero aguanté porque sabía lo que él estaba sintiendo.
Su polla se sacudió dentro de mí en cuanto comenzó a
correrse, gimiendo de placer absoluto. Sus músculos se
sentían más calientes y húmedos por el sudor. Y cuando
sacó la última gota, se desvaneció sobre mí sin recargar
todo su peso. Su frente presionó mi sien y ambos
respirábamos queriendo recuperar el aliento, dejando de ser
enemigos por un instante para convertirnos en dos seres
oscuros encontrando un poco de luz.
«En la bestialidad de un orgasmo cósmico».
No tuve ánimos de sonreír por el susurro de mi
conciencia. Cerré los ojos y mis músculos comenzaron a
relajarse mientras la tensión nos abandonaba; ambos
agotados y sin intención de movernos hasta que pasaron un
par de minutos y lo sentí salir de mi interior.
Me quedé ahí, medio subida en la cama, tumbada sobre
mi estómago mientras él se alejaba a hacer quién sabía
qué. No tardó mucho en volver y me acomodó por completo
en el colchón, derrumbándose a mi lado, ambos respirando
como si acabáramos de subir miles de escalones. Luego se
giró y comenzó a acariciarme la espalda con la punta de los
dedos.
Suspiré profundo disfrutando de ese toque que
comenzaba en mi nuca y terminaba en mis nalgas,
reactivando mi deseo como si no acabara de correrme.
Gemí con suavidad en cuanto suplantó los dedos con sus
labios y se entretuvo en mi coxis. Tomó mis caderas y me
hizo girar para dejarme sobre mi espalda y enseguida se
metió entre mis piernas para restregarme su dureza, la cual
ya tenía un nuevo condón puesto.
«Colega, la noche apenas comenzaba».
—¿Sabes cuántas canciones escogí para este encuentro?
—susurró sobre mis labios y sonreí.
—Dos —me burlé.
—De tres horas cada una —se mofó y condujo su cresta a
mi entrada— y con unos acordes que me harán penetrarte
lento y duro, hasta que te rindas y grites que eres mía.
—Inténtalo —lo reté abriéndome para él.
Ambos gemimos cuando se deslizó en mi interior.
No supe qué hora era cuando al fin paramos de follar,
pero no lo hicimos porque nos hubiéramos saciado, sino
porque mi cuerpo resintió el exceso de sexo después de
pasar años sin practicarlo.
Estaba recostada sobre su brazo, abrazando su cintura
con mi pierna y disfrutando de cómo acariciaba mi espalda.
La sábana era un enredo entre nuestros cuerpos y mantuve
los ojos cerrados porque no me servía abrirlos si no vería
nada. La ventana tintada impedía que la luz de la luna
entrara y eso hizo difícil que mi visión se adaptara a la
oscuridad, así que me di por vencida y me entregué al
disfrute del momento.
Y no hubo arrepentimiento como en algún momento
pensé que habría, así que supuse que tener sexo
únicamente por placer e interés, ayudaba a que las cosas
no se complicaran o se sintieran como más.
—¿Ya habías estado aquí antes? —murmuré, acariciando
su pecho firme.
—No, pero sí lo investigué bien antes de alquilar la
cabaña —aseguró.
Su voz seguía sonando robotizada, aunque hubo un
instante en nuestro encuentro sexual que sus susurros
llegaron a escucharse normales.
—¿Por qué tu voz sigue sonando robotizada si ya no
tienes ese estúpido collar? —Rio al escuchar mi pregunta.
—¿Siempre eres así de curiosa cuando estás relajada?
—Cuando estoy relajada soy muy silenciosa —satiricé.
—¿Me estás retando? —dijo cerca de mi frente, y negué
con la cabeza porque sabía que, si tocaba su entrepierna,
todavía lo encontraría semiduro—. Está aquí —respondió a
mi pregunta y pegó un lametón sobre mis labios para que
sintiera su piercing.
Él no lo notó, pero mis ojos se abrieron por la sorpresa de
que su cambia voz estuviera en esa joya.
—¿En serio?
—¿Qué? ¿Crees que solo Grigori tiene buena tecnología?
—ironizó.
—No soy tan tonta como para subestimarlos, sobre todo
ahora que sé que tienen un caballo al cual saben mover
muy bien —me burlé.
—Soy un caballo al cual has demostrado que sabes
montar muy bien —soltó él con chulería para desviarme del
tema y terminé riéndome.
—No seas idiota —me quejé e intenté alejarme, pero me
apretó a su costado y lo escuché reír también.
—No hablemos de los Vigilantes ni de Grigori —pidió—.
Quiero que esta noche sea solo de nosotros.
—Pero yo vine aquí porque me hiciste una promesa,
Sombra. Y así quieras una noche solo de nosotros, necesito
que comiences a cumplirla —exigí y exhaló un suspiro
resignado.
—¿Estás segura de lo que quieres hacer? —preguntó
inseguro.
Me tensé un poco porque no sabía si él conocía todo mi
pasado con Derek, pero tampoco quise preguntarle ya que
podía exigirle muchas verdades, menos esa. Tampoco
estaba preparada para enfrentarlo sobre si estuvo o no el
día en que nos emboscaron con Elijah.
—Estoy segura de que ya lo pospuse demasiado. Y no
quiero que él se me adelante ahora que cabe la posibilidad
de que ya sepan de mi regreso. Prefiero ser yo la que dé el
primer paso esta vez —aseguré—. Además, después de lo
que le hicieron a Myles, no permitiré que tengan otra
oportunidad para jodernos.
—¿Cómo está él? —quiso saber y se removió un poco.
No sentí que hiciese esa pregunta por pura hipocresía.
—Mejor y ojalá que pronto esté del todo bien. —Suspiró—.
¿Tú sabías acerca de su ataque? —Se tensó al oírme.
—No estaba aquí cuando eso sucedió, ¿recuerdas?
—Eso no significa que no supieras lo que tu organización
planeaba —aseveré.
Me separé de él para tumbarme sobre mi espalda,
sintiendo que comenzaba a alterarme por cómo evadía mis
preguntas. Y sí, ya sabía que estaba fraternizando con el
enemigo, pero eso no significaba que dejaría de molestarme
al pensar que podía estar al tanto de todo.
—No sabía nada de esa orden, Bella —aseguró,
buscándome de nuevo—. Después de que me disparaste
tras recibir aquella llamada, supe que algo debieron hacer
los Vigilantes, así que me comuniqué con Lía. —Mi corazón
se aceleró cuando se colocó sobre mí.
«Y porque lo escuchaste mencionar a su novia por
primera vez».
Estúpida conciencia.
—Así que tu chica es parte de los Vigilantes —indagué.
—No —aclaró, aunque no estuve segura de qué negaba—.
Ella no me pudo decir nada, así que llamé a otro miembro
de la organización y él me explicó lo que había pasado, por
lo que entendí tu reacción y decidí regresarme de
inmediato, ya que sabía que tú volverías al país y tenía que
evitar que otros Vigilantes se enteraran de tu presencia.
—¿Por qué Sombra?
—¿Por qué, qué? —cuestionó.
—¿Por qué me proteges? Digo, no es solo porque querías
follarme —analicé, ya que no lo creía tan enfermo como
para querer conseguir sexo de mí antes de entregarme a
sus jefes—. Todavía no logro comprender por qué siempre
me cuidas. —Presionó su frente a la mía y me dio un beso
casto en los labios.
—Es porque quería follarte —respondió y lejos de
molestarme, esa respuesta me provocó más dudas porque
no estaba siendo sincero.
Salió de encima de mí y se sentó sobre el borde de la
cama dándome la espalda. Mi visión se había adaptado a las
siluetas al menos. Y odié que quisiera dar por finalizada esa
conversación dejándome peor que antes.
—¿Y qué sigue ahora? —espeté, sentándome—. Déjame
adivinar: ya me follaste, ya te saciaste, entonces es
momento de cumplir las órdenes que te dieron y volverás a
lamer las botas de esos malnacidos, entregándome para
que me asesinen.
Chillé cuando estuvo sobre mí de nuevo, pero esa vez me
cogió entre la barbilla y el cuello y la presión que utilizó me
hundió la cabeza en el colchón.
—¡¿Con quién mierda me estás comparando?! —espetó
cerca de mi rostro—. ¡¿Qué puto cobarde crees que soy?! —
añadió.
No había querido compararlo con nadie, pero cuando
recordé el ejemplo que usé, me sentí mal tanto con él como
con Elliot. Después de todo, si Elliot hizo lo que hizo, fue
para protegerme a mí.
—No te comparo, solo supuse —dije entre dientes y lo
tomé de la muñeca.
—Pues no vuelvas a usar ejemplos de mierda conmigo,
Bella, porque puedo volverme loco por ti, pero no imbécil —
aseveró.
Por puro instinto, hice un movimiento que cambió
nuestras posiciones y, en un santiamén, estuve a
horcajadas sobre él. Liberé uno de los brazaletes y saqué la
cuchilla, poniéndola arriba de mi mano luego de que lo
cogiera del cuello con ella.
No podía ver, pero eso no significaba que mis instintos no
me guiarían.
—No vuelvas a tomarme así a menos que me estés
follando, imbécil. Porque es de la única manera en que
permitiré que me tomes con rudeza —advertí y lo escuché
reír.
—¿Quieres que te confiese algo? —dijo en tono pícaro y
me tomó de las caderas. No le respondí—. Me pone
demasiado duro que siempre saques una daga o cuchilla y
me amenaces con ella —soltó y me arrastró hacia su pelvis
para que sintiera que no mentía. Su falo estaba como una
barra de hierro encajándose entre mis nalgas.
—¿Te excita estar entre la línea de la vida y la muerte? —
ironicé y se sentó.
Mis pezones se habían endurecido y me mordí el labio
para no gemir cuando los rozó con su pecho.
—En realidad, me excita que seas tú la única con la
capacidad de cortar esa línea en el momento que lo desee
—murmuró sobre mis labios y tomó un puño de mi cabello
para luego plantar su boca en la mía y adueñarse de ella.
Jadeé en cuanto él puso la otra mano en mi cadera y me
restregó sobre su erección. Sentí cómo sonreía al notar mi
humedad al recibirlo.
—Eres un enfermo —reproché y mordí su labio.
Tomó el brazalete de mi mano y escuché que lo puso
sobre lo que imaginé que era una mesita de noche, de
donde de seguro cogió el preservativo que se puso sin
perder el tiempo.
—Y tú una maniática por desear a este puto enfermo —
contraatacó agarrándome la barbilla con una mano y con la
otra me hizo levantarme sobre mis rodillas para colocar la
corona de su polla en mi entrada—. Y ya no hay vuelta atrás
—aseguró y me lamió los labios.
—¡Ah! —gemí cuando se deslizó dentro de mí.
—Tú y yo somos una catástrofe —juró al empalarme hasta
la empuñadura—. Somos un pecado que sabe a cielo —
sentenció.
Entonces fui yo la que lo tomó de la nuca y lo besó
mientras mis caderas se movían con vida propia.

Vértigo.
Ese era el nombre del club al cual tenía que ir. Allí me
encontraría con Darius, el tipo que me ayudaría a llegar a
Derek, ya que Sombra no podía acercarse a ese hijo de
puta. El Chico oscuro había cumplido su promesa, aunque le
fue difícil porque según él, eso significaba exponerme a un
peligro del que siempre me quiso proteger.
Le pedí que dejara de verme como a una damisela en
apuros, ya que odiaba que me siguieran subestimando. Y,
tras asegurar que no lo hacía porque me creía incapaz de
defenderme, se resignó a dejar las evasivas y me habló de
Darius, su club y la ciudad neutral que manejaba.
—¿Confías en él? —indagué.
Volvíamos a la calma después de la pelea, pero no podía
pedir nada distinto cuando éramos enemigos jugando a los
amantes como se lo dije antes.
—Demonios, claro que no —largó—. Nunca confiaré en
nadie que posiblemente querrá llevarte a la cama en cuanto
te tenga enfrente.
—Oye, tampoco soy un pedazo de carne de alta calidad
que todos se quieren comer —me defendí y bufó.
—Si quieres usar ese ejemplo, pues lo eres, Bella —zanjó
—. Pero el problema aquí es que la mayoría de los hombres
queremos follar con quien se nos ponga enfrente, y cuando
sabemos que es una mujer difícil y aparte poderosa, nuestra
obsesión sube de nivel y no queremos descansar hasta
probar un pedazo de esa carne de alta calidad.
—¿Te tomas en cuenta porque eres de esos hombres? —
inquirí en tono burlón.
—Si no me tomo en cuenta me señalarías de hipócrita —
explicó y reí.
Tenía lógica lo que decía, así que lo dejé por la paz.
Además de que quería evitar entrar en otra discusión con él,
por muy divertido que fuera terminar follando luego.
—Bueno, ten en cuenta que no cualquiera logra
conquistarme.
—Y el que lo consiga no durará mucho.
—Lo que tú digas —murmuré con sarcasmo y lo sentí
tensarse.
Aunque se relajó cuando sintió que me estaba riendo.
Seguimos hablando de mi visita a Vértigo y todo lo que
debía saber, y luego sacamos temas más triviales.
Estábamos relajados, contándonos algunos detalles que no
afectaran nuestras posiciones y reí de sus comentarios
descarados o con doble sentido. El tipo tenía muchas
ocurrencias y no dejaba de sorprenderme que fuera de esa
cabaña se comportara tan frío, rudo y malvado, pero a mí
me mostrara una cara más humana y cálida.
Definitivamente, él sí era como el amor y el odio: partes
de una misma moneda.
Salí de la cama para ir al baño y asearme un poco,
además de que quería verificar mi móvil y avisarle a Caleb
que todo estaba bien para que no se preocupara. Pues,
aunque supiera mi ubicación, no tenía idea de lo que estaba
pasando dentro de la cabaña.
—¡Carajo! —murmuré cuando encendí la luz del baño.
Cerré los ojos y los entrecerré de nuevo para poder ver,
ya que mis retinas dolían después de pasar demasiado
tiempo en la oscuridad. El cuarto era pequeño y estaba
decorado con un estilo minimalista que se adaptaba bien a
la cabaña. Antes, Sombra había encontrado mi ropa interior
y la había dejado sobre la mesita de noche para que pudiera
vestirme cuando él me permitiera. Después de sentirme un
poco más limpia, me vestí y me miré en el espejo. Noté el
rubor en mis mejillas, mi cabello enmarañado y las marcas
de su brusca pasión en mi piel abultada.
«Eran las pruebas de un buen sexo. El Chico oscuro
merecía diez estrellas».
Me mordí el labio por las ocurrencias de esa arpía en mi
interior.
—¿Te gusta lo que ves? —le pregunté a Sombra cuando
apareció en la puerta y se recargó a un costado del marco
con el hombro y se metió las manos a los bolsillos del
pantalón.
Se había puesto la misma ropa, pero llevaba la máscara
color carbón en ese momento.
—Tanto, que me dan ganas de hacer a un lado esa
braguita y follarte mientras nos vemos en el espejo —soltó y
abrí los ojos con incredulidad. No por lo que dijo, sino por
cómo mi cuerpo reaccionó.
Parecía como si no estuviera cansada.
—Calma, porque ya te di mucho en la primera cita. Deja
algo para la siguiente —recomendé y me di la vuelta para
que nos miráramos de frente—. Ahora permite que revise mi
móvil antes de que tenga a un rubio aguafiestas tocando la
puerta —advertí y bufó.
—Ve, porque no quiero asesinar a nadie hoy —advirtió y
rodé los ojos.
—Idiota —chillé cuando me azotó el culo al pasar delante
de él y se limitó a reír. La sala era pequeña y estaba
conectada a la cocina-comedor en un espacio abierto,
iluminado con luces tenues. Probablemente por eso no se
complicó para llevarme directamente a la cama cuando
entramos a la cabaña.
Y me sobresalté un poco al ver el desastre que dejamos
en la cama, una prueba de que nada de lo que hicimos fue
suave. Tomé el móvil de mi bolso tirado en el suelo de la
entrada y alcé una ceja al comprobar que ya eran las cuatro
de la madrugada y tenía demasiadas llamadas de Caleb y
Elliot; también encontré de Dylan y Tess.
Decidí marcarle primero a Elliot porque era quien más
había insistido.
—Hola —saludé cuando descolgó y lo escuché suspirar
aliviado.
—¡¿Dónde mierda estás, Isabella?! —Alejé el móvil de mi
oído por su grito. El chico estaba muy enfadado y raras
veces lo veía o escuchaba de esa manera.
—¡Jesús! Cálmate, hombre. Estoy bien —aseguré y vi a
Sombra cerca.
Escuché la voz de Caleb de fondo y me extrañó que
estuvieran juntos.
—¡¿Qué me calme?! ¡Demonios! ¿Lo dices en serio? —
largó y preferí no responder a eso—. Eres una
desconsiderada con las personas que te amamos, que nos
preocupamos por ti. —Supe que mi móvil tenía demasiado
volumen cuando Sombra se tensó al escucharlo.
—Estoy bien, Elliot. Además, sé que Caleb debió avisarles
que ya había estado conmigo —señalé y bufó.
—Él quiere que sepas que esa chica... Maokko llegará
mañana —avisó luego de que el rubio se lo recordara.
Su tono de voz cambió a uno más duro y frío y maldije en
mi interior porque supuse que sospechaba dónde me
encontraba.
—He tenido algo que hacer, Elliot, pero supongo que no
me has dejado tantas llamadas durante la madrugada solo
por querer asegurarte de que…
—Mi tío ha despertado —soltó y me quedé sin palabras.
Esa noticia era la que tanto esperaba y al fin había llegado.
Mis ojos se cristalizaron.
—No estás jugando, ¿cierto? —murmuré con dificultad.
—Jamás con algo así. Despertó durante las primeras horas
de la madrugada. Tía Eleanor nos avisó y corrimos hasta
aquí para saber qué diría el médico. Por eso hemos tratado
de localizarte. —Me sentí muy culpable.
—Voy para allá ahora mismo —aseguré comenzando a
buscar mi ropa y zapatos—. ¿Elliot? —Me quedé mirando el
móvil como idiota cuando me cortó la llamada sin
despedirse.
«El hijo de puta había vuelto».
¡Maldición!
—No me digas que te irás ya —preguntó Sombra con
dureza al ver que me vestía con rapidez.
Mi corazón seguía bombeando rápido, con estrés y
felicidad a la vez. Debía importarme solo que Myles hubiera
reaccionado, pero después de todo no era tan perra porque
me afectaba la actitud de Elliot. Y me frustraba faltar a mi
palabra con Sombra cuando él cumplió con la suya.
—Surgió algo importante.
—Con Elliot —espetó—. Vas a faltar a tu promesa por irte
con ese imbécil.
—¡No, Sombra! Él me acaba de avisar que Myles ha
despertado después de días en coma. —Odiaba que usara
lentillas porque no sabía reconocer sus reacciones, aunque
la tensión al erguir sus hombros me hizo imaginar que se
sorprendió—. Así que lo siento, pero ese hombre es como mi
padre y nada me impedirá ir al hospital ahora mismo.
—Te llevaré —se ofreció, y por su tono, supe que no
aceptaría un no por respuesta.

Cuando llegué al hospital me encontré con Tess, Dylan y


Caleb en la sala de espera. Elliot estaba encargándose de
unos trámites con el doctor, así que agradecí no tener que
enfrentarme a su mirada recriminatoria tan pronto.
Evité pensar que ellos ya supieran dónde había estado (a
excepción de Caleb) y agradecía que tampoco demostraran
si sí o no. Me explicaron todo lo que el médico había dicho y
que teníamos que esperar a que le hicieran unos estudios
para descartar cualquier recaída antes de pasarlo a una
habitación donde pudiéramos visitarlo.
—El doctor me ha dicho que permitirá que dos de
nosotros pase a verlo, pero para eso pide que tomemos una
ducha antes y luego ellos nos pondrán trajes especiales
para seguir evitando cualquier contaminación —explicó
Elliot cuando regresó y sentí que me sonrojé.
Me había aseado, pero en ese momento yo era,
posiblemente, la más sucia de ellos.
—¿Tenemos que ir a casa para tomar la ducha? —
preguntó Tess.
—No, recomendó que se tome aquí. Ellos darán productos
especiales para el aseo —respondió Elliot.
—¿Quieres acompañarme? —indagó Tess hacia mí y me
tomó por sorpresa.
Por un momento, creí que se lo pediría a Dylan.
—Claro —dije agradecida.
—Andando, las llevaré con las enfermeras —nos animó
Elliot, aunque evitaba mirarme.
Se concentró en hablar con Tess para seguirle
comentando lo que hizo con el médico, y cuando estuvimos
con las enfermeras, una de ellas nos guio hacia unos baños
especiales. Ni siquiera sabía que existía ese tipo de zonas
tan esterilizadas en los hospitales, aunque tampoco fueron
creadas para visitantes sino más bien para los médicos,
pero gracias a las influencias de la organización teníamos
ese acceso.
Nos entregaron un champú y jabón que olía a medicina,
así como ropa y toallas metidas dentro de bolsas selladas. El
agua era filtrada con aparatos especiales y se podía sentir
en la piel la diferencia, pues dejaba una sensación como si
todavía tuviéramos espuma, pero nos avisaron que eso era
normal. La misma enfermera nos ayudó a acomodarnos el
cabello dentro de la cofia cuando estuvimos listas y nos guio
a la habitación en la que tenían a Myles.
La felicidad me embargó y me sentí eufórica mientras nos
acercábamos, e ilusionada de volver a ver los ojos grises de
Myles: abiertos y llenos de vida.
—¡Jesucristo! ¡Eww! —se quejó Tess cuando entramos y
pillamos a Eleanor dándole un beso casto en la boca a su
marido.
Eleanor se apartó de él como si fuera una adolescente
siendo cachada por sus padres y me reí de ello.
—No le haces así cuando besas a mi hermano —susurré y
ella, a pesar de seguir molesta conmigo, entrecerró los ojos
y supuse que estaba sonriendo detrás de la mascarilla.
—Mis niñas, al fin —exclamó Eleanor llena de felicidad y
mi pecho se apretó.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté al hombre que nos veía
con cariño.
—Como si me hubieran traído de la frontera —bromeó con
la voz queda—, pero feliz de despertar y volver a verlas —
aseguró para todas.
Extendió los brazos y nos pidió que nos acercáramos.
—Estoy feliz de verte vivo y bien —expresé con un nudo
en la garganta intentando no llorar.
Nos tomó a ambas de la mano, nosotras usábamos
guantes.
—Sabes que esto me lo hicieron no solo para deshacerse
de mí, sino también para obligarte a regresar, hija. Y no me
perdonaría que algo te pase. —Negué con la cabeza al
escucharlo—. Así que tienes que irte, Isabella. Tu lugar ya no
está aquí.
Sabía que no me lo decía para lastimarme, me quería
proteger y eso solo me confirmó que no me equivoqué al
volver porque él era mi familia. Todos los Pride lo eran.
—Tuve que haber vuelto desde hace mucho, Myles. He
pospuesto mi regreso por cobarde —aseguré.
—¿Quién demonios te ha hecho creer esa tontería? —Alzó
la voz al decir eso y las tres nos tensamos.
Para haber recién despertado, tenía demasiada fuerza.
—Papi, cálmate —pidió Tess, pero él negó.
—Salgan un momento de aquí, déjenme a solas con
Isabella —pidió.
Las tres nos miramos. A Tess no le gustó lo que su padre
pedía. Eleanor entendió y se la llevó.
—Sé lo que dirás y lo tengo claro, Myles, pero entiende,
por favor —pedí cuando estuvimos solos—. Necesito estar
aquí y cerrar ciertos ciclos de mi vida para poder seguir
adelante. Si no me enfrento de una buena vez a esto…
jamás podremos regresar —le aclaré—. Tú estás mal, eres
un talón de Aquiles para mí.
—¿Qué me quieres decir? —exigió saber.
Hablar no sería fácil, pero tenía que hacerlo.
—Quiero que tú y Eleanor se vayan de aquí en cuanto el
médico dé el permiso e intenten llevarse a Tess —solté y rio
al escucharme.
Ya había tenido esa conversación con Caleb, incluso con el
maestro Cho y ambos estuvieron de acuerdo con mis
planes, ya que mientras Myles no se recuperara al cien por
ciento, seguiría siendo un eslabón débil por el cual los
Vigilantes intentarían volver a dañarnos.
—Myles, por favor. No me perdonaría que algo les pasara.
Por lo menos vete de aquí mientras te mejoras. —Negó con
la cabeza. El hombre era terco.
—De ninguna manera —aseguró.
—Maokko llega mañana —anuncié y entonces casi me
asesinó con la mirada. ¡Dios! Para estar débil, provocaba
miedo cuando se ponía así—. Y antes de que digas algo,
escúchame —supliqué—. Toma su lugar en Italia si quieres
ayudarme a que yo vuelva pronto, ya que no sirves de
mucho postrado en una cama. Pueden herirte de nuevo.
Maokko en cambio me servirá más aquí.
Lo vi indignado por mis palabras, aunque más frustrado. Y
no pretendía faltarle el respeto, solo estaba siendo franca
como él era conmigo. Además, no dudaba de que era un
hombre inteligente y comprendería que tenía razón.
—¿Quién se quedará en el lugar de Maokko?
—El maestro Baek Cho mientras ustedes llegan —dije con
esperanza.
—Eres una manipuladora, ¿lo sabías? —Mi sonrisa fue
grande al escucharlo. Lo había logrado—. Baek no se irá
aunque nosotros lleguemos, pero me has vendido bien la
mentira.
«Estabas afinando tus dotes».
Solo hice los movimientos correctos.
Llegados a un acuerdo, charlamos un rato más y él pudo
contarme todo acerca de lo sucedido el día del ataque, lo
que coincidía con lo que Perseo y Bartholome averiguaron.
También le comenté sobre lo que estábamos haciendo con
la organización (nada que incluyera mi plan con Sombra) y,
por fortuna, estuvo de acuerdo. Incluso me guio a través de
su experiencia y eso me hizo tener claro algunos puntos en
los que me había sentido bloqueada.
Tess se nos unió, y por primera vez, Eleanor disfrutó de
ver a su marido hablando con tanta propiedad, a pesar de
que siguiera en desacuerdo con lo que se hacía en Grigori
por los peligros a los que nos exponíamos.
Nos fuimos de la habitación cuando una enfermera llegó
para revisarlo, además de que aseguró que su paciente se
estaba excediendo de lo permitido para hablar. Nos reímos
al escucharlo refunfuñar y nos despedimos felices de él y
Eleanor. Al salir nos reunimos con los chicos y, ya que el
traje que nos dieron era desechable, optamos por
quedarnos con él puesto. Fuimos a la cafetería a comer algo
y, al mismo tiempo, aprovechamos para informarle a Dylan,
Elliot y Caleb sobre las recomendaciones que Myles nos dio.
Justo al medio día, el cansancio estaba amenazando con
dejarme tirada en cualquier rincón del hospital, así que
decidí que era hora de irme al hotel. Elliot se ofreció a
llevarme y acepté, a pesar de que sabía que tendríamos una
charla incómoda. Le pedí a Caleb que fuera por mi coche a
la plaza donde lo dejé la noche anterior.
Recliné el asiento del copiloto (del coche de Elliot) hacia
atrás y cerré los párpados tras ponerme el cinturón de
seguridad. Los ojos me ardían por el sueño, las emociones…
«Y el desgaste que ese Chico oscuro te dio con ese sexo
formidable que tuvieron».
Dios.
—Estuve en el apartamento de Elijah y quiero que me
lleves allí —susurré para Elliot sin verlo, pero abrí los ojos
cuando pasaron varios minutos sin que respondiera. Ya se
había puesto en marcha y obviamente no supo qué decir—.
Me quedé ahí desde el día en que recibí el regalo de
Fantasma y sí, tienes razón, soy una desconsiderada, pero
durante tres años he tenido que resolver mis peores
momentos por mi cuenta, Elliot. Así que me está costando
cambiar ese hábito.
—Yo... Vale, no sé qué decirte. —Ya lo sabía—. ¿Has
estado allí toda la noche? —En esos momentos, era yo la
que no sabía qué decir, tampoco quería mentir.
—Me negaba a volver —proseguí ignorando su pregunta
—. Sin embargo, el estar en ese lugar que era nuestro no
fue tan malo. En realidad, fue lo mejor que pude haber
hecho y creo que me mudaré ahí —confesé.
—¿Caleb lo sabe? —Negué con la cabeza.
—Eres el primero a quien se lo digo.
—¿Y él se irá a vivir contigo?
—No. Quiero estar sola. Ese será mi lugar y no pretendo
contaminarlo con nada ni nadie.
—¡Basta, Isabella! No te pongas en ese plan —se quejó—.
¡Déjalo ir!
—¡No, Elliot! ¡Basta tú! —Alcé la voz—. ¡Lo estoy dejando
ir, estoy aceptando que Elijah no volverá, pero no me
pueden quitar el derecho de vivir sola en un lugar que
compartí con él..., solo con él! —Ambos nos miramos por
unos segundos después de gritarle aquello.
Y tras eso, nos quedamos en silencio, sabiendo que no
era momento para continuar hablando de nada. Ambos nos
sentíamos enfadados, yo porque no me daban el espacio ni
el tiempo para llevar las cosas a mi ritmo. Casi me exigían
que cortara todo de raíz como si se tratara de maleza, solo
porque alegaban que ya habían pasado muchos años, sin
entender que únicamente estando en una situación similar
se podía saber lo que era perder al amor de tu vida.
Algunos procesos eran lentos, otros rápidos, pero no por
eso menos dolorosos.
En cuanto llegamos al apartamento, y siendo sabio, Elliot
no dijo nada y se marchó sin despedirse cuando me bajé del
coche; negué con la cabeza y decidí que le daría
importancia luego. En ese momento, solo quería cambiarme
la ropa y tirarme a dormir durante horas.
A duras penas conseguí ponerme una playera de Elijah y
no supe más de mi vida hasta las siete de la tarde, cuando
me levanté hambrienta. Ordené comida que Max se encargó
de ir a recoger porque era quién me resguardaba, además
de pasar por unos insumos al supermercado porque no iba a
vivir de comida a domicilio todo el tiempo.
Me gustaba comer sano y preparar mis propias comidas
siempre que tenía tiempo.
Mientras Max llegaba, dejando a Dom cuidándome, hablé
con el maestro Cho para que me diera todos los detalles del
viaje de Maokko. Dijo que ella ya había tomado el avión y
también me informó que Myles ya se había comunicado con
él, por lo que también comenzarían a prepararse para la
llegada de los Pride a Italia. Caleb se estaba encargando de
eso por ser el que llevaba la seguridad (y para evitar
ataques sorpresas), y pensé en que tenía que darle las
mejores vacaciones a mi amigo en cuanto se pudiera.
Al terminar la llamada, mi móvil comenzó a vibrar con una
nueva y alcé una ceja al ver Desconocido en la pantalla.
Deslicé el dedo en el icono de finalizar porque no quería que
creara un hábito, además de que esperaba que entendiera
el mensaje: follamos, sí, pero eso no nos convertía en nada
más que un par de personas que se tenían ganas y se las
quitaron. Sin embargo, insistió y mi móvil volvió a
iluminarse con su número.
—Espero que tu insistencia sea por algo importante —dije
al responder casi en el último tono.
—Al parecer es solo para comprobar que soy un imbécil —
explicó sarcástico. Al fondo se escuchaba música fuerte e
imaginé que no estaba en su casa.
—Perfecto, ya te ayudé con eso. Ahora déjame seguir
durmiendo —mentí.
—¡Bella! ¿Crees en el karma? —preguntó y fruncí mi
entrecejo por el cambio de tema.
—No, pero creeré en él cuando me toque, supongo.
—Antes yo no creía en él, ¿sabes? —Rio sin gracia, estaba
actuando muy raro—. Pero ahora que te he vuelto a ver,
creo que el hijo de puta te acompañaba y me ha encontrado
—confesó.
—No entiendo por qué —respondí.
—Yo sí me entiendo y… Bella. —Se quedó en silencio unos
segundos—. Tengo ganas de ti —susurró y mi cuerpo
reaccionó a sus palabras, dibujándome una sonrisa idiota en
los labios.
—Adiós, Sombra —respondí y no esperé respuesta, corté
la llamada y miré el móvil como una estúpida.
«Tengo ganas de ti».
Reí cuando mi conciencia repitió sus palabras. Ese
hombre estaba loco.
«Tú también tenías ganas de él».
Las tenía, pero jamás se lo diría así me muriera de deseos
por estar con él de nuevo.
Capítulo 16
Una catástrofe a punto de
suceder

Después de cenar y hacer la digestión, tuve que ir al


gimnasio del condominio de apartamentos porque no tenía
sueño, y si me quedaba sin hacer nada mi cabeza sobre
pensaba en cosas que era mejor evitar. Y, por supuesto, que
ahí también me enfrenté a mis recuerdos, pues había vivido
momentos inolvidables con Elijah, aunque ya no se sintieron
dolorosos. Al contrario, terminé sonriendo mientras corría en
la máquina al rememorar las artimañas que mi Tinieblo usó
para tenerme donde él quería.
«Ese demonio de ojos grises siempre se salió con la
suya».
Siempre se lo permití.
Cuando regresé al apartamento, tomé una ducha y, de
nuevo, solo me vestí con una playera de mi Tinieblo para
meterme a la cama. Había gastado mis energías y agradecí
que el sueño me encontrara. Hice una mueca al apretar los
muslos entre sí, la entrepierna me dolía bastante luego del
exceso de sexo y me fue inevitable no sonreír por la razón.
«Tengo ganas de ti».
—Idiota —murmuré ante ese recuerdo, aunque no estaba
segura de si era para Sombra o para mí.
Me quedé dormida luego de eso y por primera vez en
años, me desperté gracias a la alarma de mi móvil. Tenía la
costumbre de dejar una cada vez que haría algo muy
temprano, pero siempre me despertaba antes, así que me
sorprendió que en esa ocasión no sucediera así.
«El Chico oscuro logró agotarte».
No le daría todo el mérito, pues entre el estrés y el
desgaste físico, era obvio que en algún momento mi cuerpo
resentiría el maltrato mental.
Esa mañana me atreví a usar el cuarto de baño principal y
se me erizó la piel al ver la tina en donde cometí mi mayor
locura, pero también conseguí superar ese trauma sin
desmoronarme en el proceso. El espejo sobre el mueble del
lavabo era grande y, al quitarme la playera para tomar una
ducha, noté la piel de mis caderas con moratones. Tenía
algunos en mis pechos y cuando me giré, vi los de mis
nalgas y otros donde comenzaban mis muslos.
—Puta madre —dije con una sonrisa.
«Habías tenido un encuentro salvajemente delicioso».
Con razón me dolía tanto la entrepierna.
—¡Carajo! —exclamé al ver que en el interior de los
muslos también encontré unos cardenales.
Tomé una ducha de agua caliente para aliviar un poco el
dolor de mis músculos y, al salir (mientras me vestía),
acepté que Maokko y Caleb siempre tuvieron razón: el sexo
era una buena opción para que mi mal humor disminuyera,
pues me sentía más liviana.
Terminé de prepararme justo cuando Caleb me avisó que
estaba en el estacionamiento esperándome y corrí a su
encuentro. Iríamos por Maokko al aeropuerto de Dulles y me
sentí emocionada por verla a pesar del viaje largo que
haríamos y que, por supuesto, el rubio diseñó así por
seguridad. Dom y Max se conducían en coches diferentes, y
nuestros hermanos Sigilosos iban con nosotros esa vez, uno
de ellos era quien conducía.
—Te he extrañado en el hotel —me dijo Caleb luego de
saludarlo.
—Ya tendrás a Maokko en mi lugar —respondí con una risa
burlona.
—Espero que no llores si esa loca termina por matarme —
se quejó.
—No la provoques y todo estará bien. Ya que sabes que
solo yo soporto tus tonterías —le dije y rodó los ojos.
Los Sigilosos rieron dándome la razón.
Para nadie en La Orden era desconocido que él y Maokko
tuvieron una relación, y hubo muchas apuestas entre
nuestros hermanos sobre cuánto durarían juntos. Ya que, a
pesar de hacer una bonita pareja, eran muy distintos en sus
personalidades, pues Maokko era una guerrera
autosuficiente que no necesitaba a nadie que la defendiera.
Y Caleb era el chico que se desvivía por proteger a su
damisela, así que esa fue la principal razón para que le
pusieran fin a su amorío. Aunque en el sexo se
complementaran como piezas de rompecabezas, tal cual mi
amigo aseguraba.
—¿Vas a decirme cómo estuvo tu encuentro con Sombra?
—preguntó de pronto y respiré hondo—. ¡Jesús! ¿Así de
intenso?
—No seas estúpido —dije entre risas y él me miró con
ironía, escondiendo su sonrisa.
—Evita los detalles sucios, solo ve al punto que sabes que
quiero saber.
—Me sorprende que siquiera imaginaras que te daría
otros detalles —me burlé y rio.
Comencé a hablarle sobre mi encuentro en la azotea con
Sombra, lo que el chico aseguró y lo que me explicó acerca
del relicario de Elijah. Luego le dije de la recomendación de
ir a Vértigo para encontrarme con la persona que me
ayudaría a llegar a Derek, y buscó en su iPad información
del club y lo que se sabía de sus dueños, que resultó
pertenecer a una empresa fantasma.
—¿Irás? —inquirió pensativo.
—Por supuesto, además, ya corroboraste que es zona
neutral y eso me da más confianza. Maokko me acompañará
y tú podrás hacerlo de lejos con nuestros hermanos —
expliqué.
Asintió en respuesta y siguió investigando sobre el club.
Miré el camino y me mordí el labio, pensando en los detalles
que Sombra me dejó ver para que no perdiera mi confianza
en él, algo que todavía no sabía cómo me hacía sentir.
—¿Qué más te dijo para que te pongas así? —preguntó
Caleb y negué con la cabeza sin mirarlo.
—Siempre usa guantes y máscaras que le protegen todo
el rostro, pero anoche…
—¿Te dejó verlo?
—No —me apresuré a decir ante su tono de intriga—. Vi
sus manos y usaba una mascarilla, y aunque llevaba gorra y
ya estaba oscureciendo, noté parte de su frente, el contorno
de sus ojos y unos tatuajes.
—Mierda, Isa. Esos son buenos detalles para saber quién
es —señaló lo que ya sabía—. ¿Por qué se expuso así?
—Para que no deje de confiar en él, según sus palabras —
murmuré y me miró pensativo.
—Tengo un programa para realizar retratos hablados,
¿quieres probarlo? —ofreció y mi corazón se aceleró de una
manera que no esperaba.
Tal vez no obtendría su identidad, pero… podía darle un
rostro diferente al de mi Tinieblo, ya que a pesar de todos
los detalles y lo que hicimos (con lo que comprobé que era
otra persona), a veces tendía a pensar en él como Elijah.
—Hagámoslo —lo animé y las manos comenzaron a
sudarme al verlo abrir el programa en el iPad.
Inicié detallando los rasgos que sí había podido ver, con lo
demás me dejé guiar por lo que sentí con mis manos en
Nauticus y en la cabaña. Recordé su cabello un poco largo
de arriba y corto de los lados, amarrado en una coleta
samurái, aunque no estaba segura del color, tampoco de la
forma de sus ojos, sus pestañas y cejas. Caleb añadió los
pequeños tatuajes en sus pómulos, los piercings y cuando lo
terminó y me ofreció verlo, dudé por unos minutos sintiendo
que mi corazón se aceleró más que antes.
—¡Dios mío! —susurré segundos después al ver la imagen
digital.
La forma de sus ojos y cejas me resultó muy familiar.
Tenía la mirada de un cazador, aunque con iris negros. Los
demás rasgos eran desconocidos pero perfectos, duros y
muy atractivos. Podía haberme equivocado o acertado con
mi descripción por lo que sentí con las manos. Sin embargo,
Caleb captó a la perfección lo que detallé. Usamos el
cabello en castaño oscuro igual que su barba, y tragué con
dificultad porque así se retratara a un chico malo y esos
tatuajes en sus pómulos lo acentuaran, me gustaba
demasiado lo que veía.
Tragué con dificultad.
—Te gusta —aseguró Caleb y sentí que me sonrojé.
—¿Serviría este retrato para un reconocimiento facial? —
pregunté, ignorando lo que dijo.
—Nos daría a muchos sospechosos, pero también un
inicio de dónde buscar, ya que esos tatuajes no creo que
sean comunes —razonó.
—Vayamos siempre un paso por delante —lo exhorté y
sonrió de lado.
—Me encanta cuando piensas así —elogió.
Se mantuvo en lo suyo el resto del camino y yo no pude
sacarme de la cabeza esa imagen.
«Al menos no habías follado con un feo».
Dios, pero qué cabrona.
Tres horas después, gracias al tráfico, estábamos
esperando a Maokko afuera de las puertas de llegada en el
aeropuerto. Y me emocioné feliz al ver cuando la chica
menuda repuntó entre el mar de viajeros. El cabello negro y
lustroso lo usaba en una trenza pegada que le daba un
estilo de mohawk, en el extremo final la aseguró con un
shuriken que, para cualquiera, solo era un broche. Esos
accesorios eran una manera muy práctica de llevar armas
sin que los oficiales del aeropuerto lo notaran. Vestía ropa
negra que parecía uniforme de marinera, aunque la falda
plisada era cortísima y con dos rayas blancas horizontales
en el ruedo. Además de que los zapatos negros de
plataforma le daban más centímetros a su altura.
Incluso llevaba medias blancas a medio muslo, estas
tenían tres rayas horizontales en color negro, rodeando sus
piernas. La camisa parecía una sudadera que le llegaba
abajo de los pechos para lucir su piercing en el ombligo; era
holgada y con hiraganas en ambas mangas que decían: soy
tu pequeña gatita. Me reí por su contraste de niña buena y
malvada.
Del maquillaje lo único llamativo eran sus ojos delineados
con Kohl negro.
—Y ahí viene mi tormento —susurró Caleb y me reí más al
escuchar su suspiro.
—Ambos sabemos que aún puede ponerte de rodillas —
dije con doble sentido y reí al ver su cara de disgusto.
—Más te vale que esa cara no sea por mi presencia, ya
que ese maldito viaje que me obligaste a hacer me ha
puesto de muy mal humor —se quejó Maokko con Caleb en
japonés cuando llegó a nosotros.
—Maldita llorona —bufó el rubio y la respuesta de Maokko
fue lanzar su bolso a los pies de él.
¡Mierda! Cuánto había extrañado esas interacciones entre
ellos. Y todavía riendo con felicidad, me lancé sobre ella
para abrazarla, gesto que me correspondió de inmediato.
—No sabes cuánta falta me has hecho —susurré en su
oído, ya que sabía que Caleb iba a reclamarme si
escuchaba.
Siempre los extrañaba cada vez que teníamos misiones
por separado. A ella, a Lee, a Caleb, Isamu, Ronin y Salike.
Mi élite. Mis incondicionales.
—Nunca creí que me hicieras venir, así que intuí que debe
estar sucediendo algo importante como para apartarme de
mi misión —razonó y asentí en respuesta, separándome un
poco de ella.
Hablaba un inglés fluido, así como el italiano.
—¿Cómo están los chicos? —pregunté y sonrió.
—Volviéndome loca, así que eso significa que están de
maravilla —suspiró y reí con nostalgia—. Te envían besos y
abrazos.
No dije nada porque mi garganta se cerró y volví a
abrazarla.
—¡Joder! Si quieres me regreso yo a Tokio y te dejo ser
feliz con esta loca —se quejó Caleb detrás de nosotras luego
de guardar el bolso de Maokko.
—Deja el drama, pequeña mierda —bramó la asiática y,
como si Caleb fuera un adolescente, le mostró el dedo
medio.
«Era increíble cómo se odiaban, pero a la hora de follar,
se amaban».
Coincidí con mi conciencia.
—Gracias por venir, Maokko —dije, más tranquila de
tenerla a ella y a Caleb a mi lado.
—No agradezcas, Chica Americana —pidió, llamándome
con el apodo con el que me bautizó el maestro Baek Cho—.
Estoy aquí como siempre, para darte y ayudarte en lo que
necesitas —musitó, recordando el juramento que me hizo el
día que la salvé de un violador. Así fue como nos conocimos,
y después de eso la llevé al templo justiciero. Yo todavía no
era líder, pero mis senséis vieron su potencial y la
entrenaron para convertirla en una Sigilosa.
«De aquí y hasta el final de mis días, mi lealtad será para
ti. Te daré y ayudaré en todo lo que necesites». Recordé sus
palabras y sonreí.
Con Maokko y Caleb en mi juego, e Isamu infiltrándose
con los Vigilantes, haría movimientos que mis enemigos no
esperaban, pues creían que todavía se enfrentarían a la
chica miedosa y abrumada de la vida que siempre le
ocultaron; ignorando que ellos mismos la asesinaron junto al
amor de su vida en aquel edificio.
Había llegado mi hora para jugar, y me desharía de las
piedras de mi pasado.
«¿Incluso de Sombra?»
Tú y yo siempre supimos que esto pasaría, simplemente lo
retrasé. Pero ya era inevitable seguirlo haciendo.

Me tomé tres días para instalar a Maokko, presentarla con


los Grigoris, hablarle sobre todo lo que pasaba, por qué la
quería a mi lado e incluso la llevé a conocer algunas partes
de la ciudad en donde no me expusiera. También le detallé
mi plan sobre ir a Vértigo y las razones que me empujaron a
conocer al tipo que manejaba el club.
Estuve pendiente de Myles y me sentía aliviada porque
seguía evolucionando muy bien, e incluso lo trasladaron a
una habitación fuera de cuidados intensivos y levantaron las
restricciones sobre las visitas. Además de eso, estuve en
una reunión con mis senséis luego de que el maestro Cho
logró infiltrar a Isamu con éxito en los Vigilantes.
—Me avisaron que la Yakuza enviaría a uno de sus
miembros a Estados Unidos para que supervisara que los
próximos envíos de armamento y personas, que tienen en
conjunto, se lleven a cabo al pie de la letra, ya que no
quieren que los socios de otros países tengan quejas. Isamu
ya se ha infiltrado antes con la mafia, así que nos resultó
conveniente este movimiento de su parte —explicó el
maestro y sonreí.
Era gratificante que la tierra también girara a mi favor.
—Supongo que se contactará hasta que tenga
información relevante —dije y el maestro asintió.
—Como siempre en estos casos, deberá ensuciarse las
manos y actuar como si estuviera de acuerdo con las
atrocidades que los Vigilantes hacen. Llevará a cabo
algunas de ellas incluso, pero ya sabes cómo es esto.
—A veces hay que sacrificar a unos pocos para salvar a
muchos —dije con amargura y él asintió.
Maokko y Caleb me acompañaban, aunque se mantenían
en silencio, solo analizando lo que se decía. Ellos tendían a
ser más fríos cuando se trataba de sacrificar. A mí, en
cambio, era algo que todavía me revolvía el estómago.
—Ahora todo está en tus manos, Isabella. Tú sabrás cómo
lo manejas —me recordó sensei Yusei y asentí.
—Gracias por el apoyo —dije para ambos en japonés y
luego nos despedimos.
Dos días después de esa conversación, Sombra me avisó
que era momento para que fuera a Vértigo, pues el día que
estuvimos juntos me pidió que esperara su indicación ya
que quería estar seguro de que no hubiese Vigilantes en el
club que pudieran reconocerme cuando me presentara. Nos
mantuvimos en contacto por mensajes de texto y en varios
de ellos intentó persuadirme para que nos volviéramos a
ver, pero me negué.
Y no porque no quisiera, sino más bien, porque luego de
ver el retrato hablado que Caleb hizo, me seguía sintiendo
un poco abrumada, así que necesitaba prepararme
mentalmente para volver a tenerlo frente a mí.
—¿Qué lees? —le pregunté a Maokko cuando la encontré
con el rostro enterrado entre las páginas de un libro.
Era sádica, letal, una hija de puta en todo el sentido de la
palabra, pero cuando tenía un libro de romance entre sus
manos, se volvía una lectora compulsiva. Le encantaba la
literatura cursi, y era de la única manera en que la había
visto llorar; con escenas que para mí eran ridículas, pero
para ella significaban la vida entera.
—Un libro —dijo sin más y puse los ojos en blanco. Ella se
rio de mi reacción.
Estaba ocupando la habitación que era mía y, mientras yo
me concentraba en los mensajes de Sombra que ella creyó
que eran de alguien más, decidió continuar la lectura que
había tenido que pausar después de bajar del avión y
dedicarse a ponerse al día conmigo.
Y aunque ella sabía de mis planes con Sombra, aún no le
había dicho que ya había estado con él. Además, decidí no
mencionar que el tipo no se dejaba ver por nadie porque
conocía su sentido del humor negro y no quería que se
burlara de mí. Caleb me ayudó a mantener el secreto, pero
sospeché que lo hizo más porque le gustaba saber cosas de
mí que ella no sabía.
—Es del romance que tú odias, pero necesito hablar de él,
así que ven acá —pidió, palmeando un lado de la otomana
donde ella estaba. Llegué para avisarle que iríamos al club
en dos días; sin embargo, su necesidad por hablar del
dichoso libro me hizo ceder—. Cuenta la historia de una
chica que pasó por situaciones horribles y huye de su
pasado, y a donde va encuentra a un chico que la vuelve
loca.
—El típico romántico —me burlé al sentarme a su lado.
—Más bien el típico playboy que se enamora al fin. Pero
escucha esto…, me encantó esta frase —exclamó
emocionada y me sentí mal porque en mi interior me
resultaba aburrido todo lo que tuviera que ver con lectura.
Sin embargo, no me atrevía a romperle el corazón que
solo tenía con los libros. Así que, resignada, me crucé de
brazos y respiré hondo, preparándome para no dormirme. Y
la desgraciada casi me leyó un capítulo completo
aprovechándose de mi buena voluntad, hasta que llegó a
una frase que resonó en mi cabeza.
—«Tú y yo somos como una catástrofe a punto de
suceder».[14]
Ensanché los ojos y el aburrimiento me abandonó de
golpe al recordar dónde la escuché, o más bien, a quién me
lo dijo.
—¿Puedes repetir eso? —pedí de inmediato.
—«Tú y yo somos como una catástrofe a punto de
suceder» —dijo con un suspiro de enamorada. Yo seguía sin
poder creérmelo—. ¿Te gustó? ¿Quieres leer el libro
conmigo? —chilló.
—¡Por Dios, no! —dije horrorizada y ella me miró con
indignación.
Yo solo quería asegurarme de que no aluciné con esas
palabras.
«Porque eran las del Chico oscuro. ¡Mierda, Isa! Él leía
romance».
Sí, y me sorprendió tanto como me hizo reír al imaginarlo
leyendo un libro de esos.
—Cómprame un ejemplar y me marcas esa frase —pedí.
Ella me miró como quien miraba a una loca y no la culpaba.
Quería obsequiarle el libro a Sombra y burlarme de él.
—¡Si ni siquiera te gusta! —se quejó y solté una
carcajada.
—Tú hazlo. Y prepárate, porque el jueves iremos a Vértigo
—dije antes de que hiciera más preguntas.
Minutos después fuimos interrumpidas por Caleb, el rubio
llegó para avisarnos que Isamu se había puesto en contacto
para notificarnos que al siguiente día se llevaría a cabo un
envío de personas hacia Noruega, y maldije porque
debíamos permitir que sucediera para no exponerlo, ya que
sería muy obvio que lográramos truncar los planes de los
Vigilantes justo cuando él acababa de llegar.
No obstante, pudimos planear con nuestros senséis la
incautación de ese envío en la tierra de los fiordos, al oeste
de Noruega, pues el tiempo estimado de llegada de ese
embarque era suficiente para movilizar a nuestra gente. Y
así se tomaría como un golpe hecho por alguien de ese país,
y no por un miembro de la Yakuza recién llegado a Estados
Unidos.
—Luego de este envío, han planeado uno para la
siguiente semana y es de armamento, así que podríamos
dejarlo pasar para que no levante sospechas, ya que es
seguro que no lo pospondrán porque es hacia otro país —
recomendó Caleb y asentí.
Una incautación podía ser coincidencia, pero dos
expondría igual a Isamu. E intervendríamos en el más
importante según mi punto de vista.
—¿Qué más ha conseguido averiguar? —indagué.
—Hacen envíos intercalados, uno solo de armas y el
siguiente solo de personas. Según Isamu, los combinados
son raros, ya que es difícil que Sombra acceda a hacerlos. Y
no te mintió sobre que trabaja únicamente con la gente de
Derek y no con él. Todavía no conoce la razón, pero aseguró
que en cuanto sepa nos lo dirá.
Bien, eso de cierta manera me hizo sentir tranquila.
—¿Vas a decirle a los Grigoris sobre la incautación? —
preguntó Maokko y negué.
—Les diré cuando seamos nosotros quienes tengamos
que intervenir, pero mantendremos en secreto de dónde
obtenemos la información —respondí y asintió estando de
acuerdo.
Se había llevado bien con los chicos, con Jacob sobre
todo, pero en el fondo notaba que ella se sentía recelosa,
más con Tess, aunque la pelirroja no había sido una perra
con ella como se había comportado conmigo antes de que
Myles reaccionara.
Pero, de nuevo, sabía que conmigo tenía motivos para ser
así.
Tras finalizar esa charla, me despedí de ellos para ir al
apartamento a descansar. Y cuando estuve en la comodidad
de mi cama, Maokko me envió una captura de pantalla con
la parte subrayada del capítulo que me leyó, asegurando
que eso debía servirme, pues no desperdiciaría un libro que
yo no leería, ya que prefería obsequiarlo a alguien que sí lo
apreciaría. Me reí por su obsesión de cuidar que la lectura
fuera solo para personas interesadas.
Y no estaba equivocada, me sirvió demasiado su imagen.
Se la envié a Sombra con un mensaje sarcástico.
Bloqueé el móvil tras despedirme y no revisé si había
respondido o no. Durante esa semana de interacción, tuvo
que empezar a acostumbrarse a que las cosas entre
nosotros serían así: hablaríamos o nos enviaríamos
mensajes solo cuando fuera necesario. A veces cedía ante
sus flirteos, pero en cuanto le soltaba cosas como lo último
que le escribí sin planearlo, cortaba la comunicación hasta
que surgía un nuevo motivo para contactarnos.

Al día siguiente, fui al hospital después de que Eleanor me


pidiera ir porque a Myles le urgía hablar conmigo. Me
reuniría con Caleb y Maokko en el cuartel luego de eso,
puesto que Caron estaba solicitando una reunión para
informarnos sobre ciertos movimientos de los Vigilantes que
ellos habían investigado por su cuenta.
Myles quería informarme de que el médico ya le había
dado el aval para viajar, con la condición de que fuera
acompañado por enfermeros en un vuelo supervisado.
Grigori tenía los medios para llevarlo a cabo, así que eso no
fue un problema, aunque debíamos prepararlo todo bien
para que pudieran marcharse la siguiente semana. Además,
añadió que había intentado convencer a Tess para que se
fuera con ellos, pero la pelirroja se negó e incluso se indignó
porque creía que queríamos sacarla del juego, como si no
hubiera demostrado lo capaz que era de manejar la sede de
Virginia.
—Hay muchas cosas que no puedo explicarle, así que eso
limita que ella comprenda nuestras razones —explicó Myles
y asentí.
—No te preocupes. Si ha decidido quedarse no le daremos
motivos para que crea que queremos excluirla —aseguré—.
Y nos cuidaremos entre todos —prometí.
Asintió más tranquilo y luego me despedí de él,
avisándole de la reunión con Caron.
—Tenle paciencia, hija, porque se fue muy molesta —avisó
Eleanor cuando me despedí también de ella y asentí.
Ella no sabía que ya le había tenido demasiada paciencia
a su hija, y tampoco se lo diría porque no estaba para
agobiarla cuando apenas lograba conseguir un respiro con
la recuperación de su marido.
Al salir de la habitación, envié un mensaje al grupo que
tenía con Maokko y Caleb para avisarles de que ya iba de
camino hacia el cuartel con Dom y Max. Todavía faltaban un
par de horas para la reunión con Caron, pero debíamos
entrenar además de resolver algunas cosas que teníamos
pendientes.
Detuve mi paso al ver salir a Tess de la cafetería del
cuartel y maldije en cuanto ella se percató de mi llegada.
Juraría que fui capaz de notar sus ojos incendiándose al
comenzar a caminar hacia mí.
—No sé qué mierda le metiste en la cabeza a papá,
maldita perra. Pero ni creas que te saldrás con la tuya —
espetó, señalándome con el dedo índice y respiré hondo.
—No sé qué tipo de mierda tienes tú en la tuya como para
creer que yo puedo manipular a tu papá y hacerlo que actúe
a mi favor. —Traté de tranquilizarme, así que no alcé la voz
—. Si él te dijo algo es porque sabe que estamos a punto de
desatar una guerra y quiere ponerte a salvo.
—¡No intentes verme como a una estúpida! —espetó—. Y
mejor entiende de una puta vez que no voy a huir —recalcó
y miré a Dylan, Jane y Connor salir de la cafetería al
escucharla—. Te guste o no, me quedaré aquí como la
representante de mi padre y me enfrentaré a lo que venga.
—¡Está bien, Tess! Será como tú digas —exclamé y
levanté las manos en señal de rendición para que se
calmara.
—No, maldita manipuladora. Ahora no actúes como si no
le hubieras sugerido nada a mi padre —siguió e intenté
calmarme.
—Tess —le advirtió Dylan entre dientes e intentó tomarla
del brazo, pero ella se sacudió para evitarlo.
—Si mis padres quieren irse para que papá se recupere,
está bien, pero no creas que a mí me sacarás del camino
para apropiarte de lo que crees que es solo tuyo. —Abrí
demás los ojos al escucharla. Su ira cada vez iba en
aumento y estaba diciendo cosas fuera de lugar.
—Estás loca, Tess —murmuré con incredulidad y pasé por
su lado para ir en busca de Caleb y Maokko al laboratorio
técnico, ya que me dijeron que se encontrarían allí con
Evan.
—¡No huyas, maldita cobarde! —exigió.
—¡Mierda, Tess! ¡Cálmate ya! —espetó Dylan.
Yo seguí mi camino.
«¡Carajo! Esa chica parecía una drogadicta desquiciada».
Pues sí, estaba exagerando la situación.
Alcancé a escuchar a Jane pidiéndole también que se
calmara. Por mi parte, comencé a trabajar en mi respiración
para no caer en las provocaciones de Tess, aunque me
sentía fuera de órbita. En los últimos días, ella había estado
actuando como si se hubiera cansado de estar molesta
conmigo y hasta creí que, a lo mejor, podríamos hacer las
paces e iniciar de nuevo.
—¿Qué está pasando? —inquirió Elliot, saliendo del
laboratorio con Caleb, Evan y Maokko detrás.
Negué con la cabeza mientras Tess seguía gritando como
maniática y entré al salón de entrenamiento, que quedaba
justo al lado. Ellos me siguieron para que les explicara lo
que sucedía, pero Tess no estaba dispuesta a dejarme las
cosas fáciles y entró como si se tratara de un huracán,
arrasando todo a su paso y dejándoles claro lo mal que
seguíamos estando.
—¡Basta, Tess! —le grité, harta de todo eso.
—¡No! ¡Basta tú! —gritó ella—. Desde que regresaste no
te has cansado de dejar claro que te crees superior a
nosotros, y se te olvida que tú puedes ser una líder de
Grigori, pero esta sede se ha mantenido en pie gracias a
nosotros —espetó y me tomé el tabique de la nariz—. Así
que deja de pretender que las cosas se harán a tu manera
porque te guste o no, soy yo la representante de mi padre,
su única heredera y espero que a todos les quede claro que
aquí se hará lo que yo diga, no solo lo que tú quieres.
Los chicos la miraron sorprendidos por lo que estaba
soltando.
—Estás diciendo cosas fuera de lugar, Tess. Yo no he
venido a exigirles que hagan lo que yo quiero —espeté.
—Y te equivocas con eso de que todos debemos
obedecerte —le dijo Caleb alzando la voz—. Nosotros somos
Sigilosos y, por lo tanto, solo tenemos una líder aquí —
añadió.
—Y esa es la chica a la que le estás gritando como loca.
Basta una orden de ella y te juro que cerraré tu puta boca —
amenazó Maokko.
Dios.
Todo se estaba saliendo de control y ya no solo debía
lidiar con la locura de Tess, sino también evitar que se
metiera en una pelea con Maokko, ya que eso terminaría en
masacre. Y no dudaba de la destreza y capacidad de Tess
para defenderse, pero el entrenamiento de Grigori era muy
distinto y menos sangriento que el de La Orden, eso sin
contar con que Maokko tuvo que crecer en un ambiente
rudo que incrementó su sadismo.
Y si Tess la atacaba, Maokko no esperaría mi orden para
dañarla y lo haría sin piedad hasta matarla, convirtiendo el
problema en uno de mayor magnitud, pues la pelirroja era
la hija de un líder, su única heredera como recalcó, y no
podía ser asesinada por un miembro de Grigori o de La
Orden sin que esto se tomara como traición.
En ambas organizaciones, eso se castigaba con muerte, y
yo sería la encargada de vengarla, ya que, a pesar de todo
lo que estaba sucediendo y por muy molesta o
decepcionada que me sintiera con Tess, no podía olvidar
que fue mi amiga, la hermana del hombre que amaba, la
mujer que se enfrentó conmigo a un infierno.
Todo eso me llevó a detener el puñetazo que le lanzó a
Maokko antes de que impactara en su rostro, puesto que
esa asiática era mi incondicional y por ningún motivo
permitiría que fuera castigada.
—¡No lo hagas, Tess! —exigí y se giró hacia mí.
Había visto a Maokko soltando su trenza del moño en el
que la llevaba, por lo que entendí que estuvo esperando la
excusa perfecta para defenderse sin saber en lo que me
metería. Y como dije antes, no permitiría que mi mejor
amiga fuera castigada por mi mano, así como tampoco
dejaría que asesinara a la chica que una vez también fue mi
amiga.
Aunque no contaba con que Tess también había buscado
una excusa y, en cuanto yo la detuve, decidió darme ese
puñetazo a mí y me lanzó al suelo.
¡Carajo!
—¡No se metan! —le grité a todos al tratar de ponerme en
pie. Por supuesto que Tess no estaba dispuesta a
permitírmelo y se lanzó sobre mí e intentó golpearme de
nuevo.
Ambas necesitábamos eso: sacar la frustración e ira que
nos mantenía estresadas. Y había llegado el momento de
descargar todo.
Incitada por mi propia frustración ataqué a Tess sin
descontrolarme por completo al principio, puesto que así
nuestro entrenamiento fuera el mismo por un tiempo. Desde
que llegué a Tokio me entrenaron como a una Sigilosa y mi
instinto me suplicaba que matara. Sin embargo, solo
buscaba que las dos nos sacáramos de encima ese enojo
que no nos permitía seguir adelante. Aunque después de
tres puñetazos que ella me propinó con verdadera ira y
deseos de matarme, entendí que mi amiga había
desaparecido por completo.
—¡Chicas, por favor! ¡Basta! —logré escuchar los gritos
angustiados de Jane, pero estábamos muy lejos de acabar
con la pelea.
En ese momento, logré ponerme de pie y me defendí de
las patadas y puñetazos con los que Tess me estaba
atacando. Cuando la escuché cansada, fue mi turno de
atacar. Le di un rodillazo en el estómago y ella gimió en
cuanto el aire la abandonó. Antes de que se doblara para
protegerse, con la misma pierna le impacté la barbilla. Se
irguió en un vano intento por lo descolocada que estaba y
quiso defenderse golpeando mi vientre con la planta del pie
(o de la bota más bien), y aproveché para tomarla de la
pantorrilla, golpeándole la nariz con mi frente. En el
momento en que retrocedió perdiendo el equilibrio para
caer al suelo, la cogí del cuello y la empotré a la pared.
—¿Es suficiente? —pregunté con dificultad. Estábamos
jadeando y a ella le corría sangre de la nariz, manchándole
los labios y barbilla mientras que a mí la sangre me nublaba
la visión del ojo derecho porque me cortó la ceja—. ¿Mmm?
—seguí y apreté más su cuello.
Detuve su mano cuando quiso golpearme y consiguió
zafarse de mí.
—¡No! —Tosió tras decir eso por el agarre que ejercí en su
garganta y porque la sangre que le salía de la nariz estaba
siendo demasiada—. Ahora mismo quiero ayudarte a que te
vayas al infierno de una maldita vez —soltó—. Elliot te
detuvo antes, yo te mandaré directo allí. —Sus palabras se
sintieron como cuchilladas en mi pecho—. ¡Cobarde, hija de
puta! —Vi cuando sacó un puñal y me volvió a atacar.
Me tiré al suelo y con el pie golpeé su tobillo. Y cuando la
hice caer, le di una patada en la mano. El puñal voló lejos de
nosotras. Me puse a horcajadas sobre ella, propinándole un
fuerte puñetazo antes de que se protegiera y luego
desenganché mis brazaletes y activé las cuchillas, alzando
las manos para clavárselas a ambos lados de la garganta.
—¡Isabella, no cometas una locura! —gritó Elliot.
—¡No, Isa! —dijo Dylan al mismo tiempo y mis ojos se
desorbitaron al darme cuenta de lo que estuve a punto de
hacer.
Noté el terror en los ojos de Tess, ya que vio que no saqué
las cuchillas para alardear, y si no hubiera sido por ese grito
de los chicos que consiguió detenerme a tiempo, en ese
momento ella habría estado muerta.
—¡No! ¡Ciérrale la boca para siempre! —pidió Maokko con
desesperación.
—¡Maokko! ¡Cállate! —la reprendió Caleb y yo me aparté
de Tess en un santiamén, tirando los brazaletes lejos de mí.
Estuve a punto de matarla, mi ser lo pidió con tanto deseo
que me cegué y permití que mis instintos me dominaran.
—¿Por qué, Tess? —pregunté con la respiración acelerada,
queriendo golpearla por llevarme a esa línea tan peligrosa
—. No es porque me fui sin decir nada, no es porque me
creas cobarde —añadí, ya que me era inaudito llegar a ese
punto solo porque no me comprendía ni aceptaba mis
decisiones.
—¡Por supuesto que no es por eso, estúpida! Es más,
esperaba que no volvieras jamás —respondió dejando el
miedo de lado y volviendo a ser una perra. Se sentó y con el
dorso de la mano, trató de limpiarse la cascada de sangre
en la que se había convertido su nariz—. Fue tu culpa —
musitó y vi sus ojos volverse vidriosos.
—¡Tess, no! —pidió Jane con dolor y fruncí el ceño.
Sentí que el hilo de sangre en mi ceja corrió con más
rapidez y traté de contenerlo con el dorso de mi mano
también.
—¡Fue su culpa! ¡Su puta culpa! —gritó Tess, ya con
lágrimas bañando sus mejillas—. El secuestro, el infierno
que vivimos y que llevó a la muerte de Elsa. —Mis ojos se
desorbitaron, la piel se me erizó y negué ante lo que estaba
escuchando.
—¡Joder, Tess! ¡No puedes hablar en serio! —gritó Dylan y
caminó hacia ella.
Tess se puso de pie para alejarse de él y llegó a mí. Mi
corazón latía desbocado y no pude moverme.
—¿Cómo hiciste para estar con mi hermano después si tú
no tenías droga en el sistema? —susurró en mi oído para
que nadie más la escuchara, y el escalofrío que me recorrió
logró congelarme hasta los huesos—. ¿Cómo fuiste capaz de
hacernos disfrutar de lo que te…? —La cogí de la camisa y
ella rio.
—Hija de puta —solté con los dientes apretados.
—Y lo peor fue que Elijah murió en tu lugar —dijo alto, con
desprecio y la solté de golpe—. Eras tú, Isabella, tú tenías
que morir.
—No sabes lo que estás diciendo —reprendió Elliot. Yo no
podía dejar de mirarla.
Su carcajada fue malvada en ese instante.
—¡Tú no sabes a qué tipo de mujer defiendes, primo! —
respondió—. Amas a una puta que no fue capaz de
acostarse contigo, pero que no tiene ningún problema para
follar con… —Me miró con malicia y no perdió su sonrisa
malvada— quien sea que no seas tú.
—Te desconozco, Tess —le dije y evitó mi mirada—.
Amaba a tu hermano y jamás quise que él ocupara mi lugar.
—Tú lo amabas, él a ti no —recordó—. Elijah siempre amó
a Amelia. Recuerda que si te folló fue solo por vengarse de
Elliot. Simplemente sintió atracción por ti.
—Murió por ella —le dijo Jane y Tess solo rio con burla.
—Sí, porque prefirió morir antes que sentir algo más por
ella, antes de traicionar la memoria de la mujer a la que sí
amaba… ¡Ah! —gritó.
Todos nos asustamos cuando cayó al suelo mientras se
retorcía y quejaba. Unos cables pendían de su estómago y,
al otro lado de ellos, Maokko sostenía una pistola TASER.
Cuando dejó de presionarla, Tess quedó desmayada en el
suelo.
—¡Ups! La perra se quedó en shock —dijo fingiendo
sorpresa y se encogió de hombros al ver que la mirábamos
incrédulos.
—¡¿Qué demonios has hecho?! —bramó Dylan.
—Tú estabas harto de sus estupideces —respondió ella
señalándolo con la TASER—. Tú también lo estabas. Y tú, y
tú, y tú, y tú —siguió con tono cantarín hacia cada chico.
Jane negó asustada—. Y era callarla con una bala entre ceja
y ceja o con electricidad. Así que agradezcan que no tenía
una glock a la mano —añadió como si les hubiera hecho un
favor.
«¡Ja! Hubiese querido ser la conciencia de esa chica, en
serio era mi ídola».
Mi conciencia era tan loca y descarada como Maokko,
estaba comprobado.
Dylan y Jane corrieron hacia Tess para ver cómo se
encontraba. Maokko me tomó del brazo y le pidió algo a
Caleb que no entendí. Mi mente daba vueltas después de
haber escuchado a Tess y sus razones para llegar a odiarme.
Al salir del salón, encontramos a Jacob y no sabía si escuchó
lo que acababa de suceder o apenas iba llegando, pero me
miró sorprendido.
Aunque con mi rostro lleno de sangre cualquiera se iba a
sorprender de verme.
No me dolían los golpes, me dolía el alma. Cuando quise
suicidarme me sentí culpable por la muerte de Elijah,
deseaba morir e irme con él, ya que no soportaba la idea de
seguir sin su presencia. Al salir del hospital psiquiátrico, ese
pensamiento cambió un poco, aunque tras las palabras de
Tess, la agonía regresó a mí.
Y ni siquiera me fijé a dónde me metió Maokko hasta que
me sentó sobre la camilla de tatuajes y me tensé, aunque
no dije nada. Simplemente me quedé observando que el
estudio lucía igual. Nada fue movido, todo seguía como él lo
dejó y las lágrimas que estuve reteniendo ante las palabras
de Tess amenazaron con salir de mis ojos.

—Nunca tatué antes algo que fuera tan significativo y a la


vez acertado para la persona que usaría el diseño, ¿sabes?
—¿A qué te refieres?
—Toda tú eres fuego, White. Por eso tu fortaleza incendia,
ya que te sale del alma.

Caleb y Elliot llegaron al estudio, sacándome de ese


recuerdo, ambos con cosas en las manos. Hablaban, pero no
les puse atención. El olor a alcohol inundó mis fosas nasales
y sentí el escozor cuando Maokko puso un poco de algodón
empapado del líquido en mi ceja.
—Por lo menos está consciente —la escuché decir cuando
mi rostro se frunció por el ardor.
Miré a Elliot y noté el dolor, la frustración y la empatía en
sus ojos.
—No —mascullé cuando noté su intención de decirme
algo.
No estaba para que me consolaran.
—Pero... —La mano de Caleb en su hombro cortó lo que
iba a decir.
Me miró una vez más y yo dejé de hacerlo. Segundos
después, Caleb salió del estudio llevándoselo consigo.
Maokko siguió limpiando mis heridas sin decir una sola
palabra. Ella, Caleb, toda mi élite y yo nos conocíamos muy
bien y sabíamos respetar nuestros límites o momentos en
los que poníamos en entredicho el destino de nuestras vidas
y la necesidad de resolverlos por cuenta propia.
—Te veré mañana para ir al club —dije rato después. Ella
estaba a punto de terminar de ponerme bandas de sutura.
—¿Qué harás? —preguntó al saber mis intenciones de no
verla hasta que tuviéramos que irnos a Vértigo.
—Iré al apartamento, necesito estar sola.
—No es conveniente que lo estés.
—Lo es para mí y con eso es suficiente —zanjé
poniéndome de pie.
Ella asintió sin decir más, y salí de la oficina decidida a
marcharme. No estaba emocionalmente bien para seguir en
el mismo lugar donde se encontraba Tess después de
escucharla decir todo lo que dijo.
Y luego de eso, quizá nunca podríamos estar en el mismo
lugar de nuevo.
Capítulo 17
El diablo no negocia

Me subí al coche con Dom y Max, ambos se sorprendieron


también al verme, por lo que deduje que, aunque
escucharon mi pelea con Tess, no imaginaron la magnitud
de ella hasta comprobar los daños. Les pedí que me llevaran
al apartamento y en el camino me dediqué a pensar en las
palabras de esa maldita pelirroja.
¿Cómo pudo decirme que no me drogaron cuando vivió
aquel infierno conmigo? ¿Cómo tuvo el descaro de decir que
yo las obligué a ellas? ¡Mierda! En el calor del enojo se
podían decir muchas estupideces, pero Tess se pasó de la
raya y me remató al culparme de la muerte de Elijah. ¿Y si
Myles y Eleanor también me creían culpable? ¿Y si Elijah en
algún momento me creyó culpable de que dañaran a su
hermana y de la muerte de Elsa? Dios mío. Me llevé las
manos a la cabeza con desesperación.
«El Tinieblo no te creía culpable de eso, Colega. Te lo dejó
claro».
Pero ¿y si lo hizo solo para no hacerme sentir mal porque
ya tenía suficiente con la muerte de mi padre?
«Respira, Isa».
Inhalé profundo ante la recomendación de mi conciencia
cuando el aire comenzó a faltarme y la cabeza me dio
vueltas. El corazón se me aceleró y el pecho se me apretó
como si me hubieran tirado una pared encima, y sentía que
alguien me sumergía en lo profundo del agua a la vez.
—¡Señorita White! —gritó Dom.
—¡Para! —alcancé a decir.
Max, como pudo, estacionó a la orilla de una carretera
secundaria que no era tan transitada. Salí del coche cuando
todavía iba en marcha, tirándome al suelo de rodillas. Me
apoyé con las palmas y abrí la boca con la intención de
poder aspirar más aire, porque no estaba siendo suficiente
para mis pulmones. El brazo izquierdo me dolía y me lo
tomé con el derecho, quedándome de rodillas.
—¡Saca el aromatizador de la guantera! —le pidió Max a
Dom—. Respire, señorita —suplicó llegando a mis espaldas y
se tiró al suelo para abrazarme.
Respiraba como pez fuera del agua y mi frente se sentía
húmeda por el sudor frío. El dolor en el brazo cada vez se
me subía más para el lado del corazón y las náuseas
comenzaron a ser insoportables.
—Llamaré al 911 —avisó Dom.
Comenzaba a escucharlos en la lejanía y me aferré al
brazo de Max.
Yo era la culpable.
Ellas vivieron ese infierno por mi culpa.
Elsa murió porque caí en el juego de ese maldito.
Elijah me culpó por lo que le hicieron a su hermana y a su
amiga.
Yo las obligué a sentir lo que no debían ante algo tan
atroz.
—Es un ataque de pánico. Respire aquí —ordenó Max y
sentí que puso algo en mi nariz.
La vista la tenía borrosa, así que no identifiqué de qué se
trataba, aunque lo imaginé al sentir un aroma a lavanda:
era el aromatizador del coche.
—Deja ese maldito móvil y ayúdame. La ambulancia
tardará en venir —espetó Max hacia Dom—. Eso es, está
aquí con nosotros. Respire —me animó y comenzó a
echarme el cabello hacia atrás, sobándome la cabeza
mientras me tomaban de las piernas para que me sentara
bien—. Masajea sus piernas.
Comencé a ser consciente de los apretones en mis
pantorrillas e imaginé que era Dom el encargado. El aroma
a lavanda estaba siendo más intenso y aflojé mi agarre en
el brazo de Max. Me acababa de dejar sumergir por las
dudas que Tess implantó en mi cabeza, por el terror de ser
la verdadera culpable de lo que pasamos y la vergüenza de
que los demás pensaran igual que ella. Aunque más me
dolía imaginar que Elijah sí pudo culparme y callarlo.
Me aterrorizaba que me haya odiado en silencio, que haya
luchado en su interior con la ira y la atracción que sentía por
mí.
—¿Recuerda todos los viajes que hicimos años atrás? —
preguntó de pronto Max, pero no le pude responder, solo
siseé cuando apretó mi ceja cortada y me provocó dolor—.
El que yo más recuerdo fue cuando estuvimos en Escocia y
a usted se le metió que quería ir a ese lugar en donde,
supuestamente, se encontraba esa roca que la transportaría
a otro tiempo —prosiguió, plantando aquellos recuerdos que
mi mente había decidido bloquear—. Ella maldijo esa serie
que la tenía obsesionada. —Escuché su risa suave al
mencionar a su compañera.
En ningún momento dejó de sobarme la cabeza ni Dom
mis pantorrillas, tampoco apartó el aromatizador de mi
nariz. Max se mantuvo hablando de nuestros viajes, de las
travesuras que les jugué cuando me aburría o me daba por
ser rebelde. De vez en cuando, volvía a tocar mi corte para
que sintiera un poco de dolor. Todo ese conjunto me ayudó a
regresar a la realidad, me extrajo de ese caleidoscopio de
pánico en el que me sumergí. Fui recuperando el control y
respirando mejor hasta que me di cuenta de que estuve
enterrándole las uñas en el brazo y él no me apartó.
—¡Jesús! —exclamé cuando fui capaz de hablar y lo liberé
—. Yo… lo siento, Max —murmuré y con cuidado me alejé de
él.
Me quedé sobre mis rodillas y manos porque de alguna
manera eso me ayudaba a liberar la presión que todavía
persistía en mi pecho y la respiración se me facilitó.
—No se preocupe —se apresuró a decir y sobó mi
espalda.
—¿Cómo sabías lo que me pasaba? —quise saber.
Otras personas hubieran creído que estaba entrando en
un paro cardiaco.
—Mi hermana sufría de ataques de pánico cuando éramos
chicos, así que mis padres me enseñaron a poder
enfrentarlos para auxiliarla, por si algún día le daban
mientras solo estábamos ella y yo —explicó y me limpié la
frente del sudor que me recorría en ese momento por el
calor del verano.
—¿Quiere que la llevemos al hospital? —inquirió Dom y
negué con la cabeza.
—No es necesario. Solo necesito descansar —informé y él
me ayudó a ponerme de pie. Menos mal no había pasado
ninguna persona que hiciera de mi ataque un espectáculo—.
De nuevo, lo siento mucho, Max —le dije al ver que le dejé
marcadas lunas de sangre en el antebrazo.
—Esto no es nada —aseguró.
—Gracias a los dos —expresé.
—Para nosotros es un honor cuidarla, señorita White. No
solo porque se lo prometimos a su padre, sino también
porque usted es nuestra líder. Y le tenemos mucho aprecio,
ya que la conocemos desde que era bebé —admitió Dom y
les sonreí a ambos.
Tal vez yo creía que los conocía desde unos pocos años,
pero ellos siempre estuvieron a mi alrededor.
—De nuevo, muchas gracias —repetí sin saber cómo
recompensarles.
Les pedí que siguiéramos nuestro camino porque ya me
sentía capaz de entrar al coche de nuevo, aunque antes mi
móvil sonó con una llamada entrante y al verlo noté que era
de un número desconocido, pero no de Sombra.
—Diga.
—Así que tu propia organización te ha comenzado a dar la
espalda. —Me tensé al escuchar una voz robotizada y supe
quién era. Estaba todavía fuera del coche y Dom y Max me
miraron atentos—. La reina Grigori siendo vetada por su
gente —se burló y comenzó a carcajearse.
—¿Qué quieres? —pregunté gélida.
—Me gustó el juego de Tess y quiero seguir —admitió y
fingí ante mis guardaespaldas que no era nadie de
importancia—. Porque a ella se le olvidó añadir que también
eres la culpable de la muerte de Enoc, o ya se te olvidó
cómo ocupó tu lugar y lo atravesé con mis tantos.
Comencé a trabajar en mi respiración antes de entrar en
otro ataque de pánico por lo que ese hijo de puta estaba
diciendo.
«¡Corta esa llamada!»
No lo hice.
—Mierda. Y si retrocedemos el tiempo, también eres
culpable de que asesinaran a Amelia, la novia de tu amado.
Porque Elliot la entregó por ti, ¿no? Incluso no sería ninguna
sorpresa de que hayan matado a tu madre por ti. ¿De
cuántas muertes más serás culpable, reina Grigori de
mierda?
—Solo de la tuya, hijo de puta —gruñí entre dientes,
aferrándome a la ira que me provocaba antes de caer de
nuevo en el pánico. Fantasma rio—. ¿Cómo sabes lo que
acaba de suceder?
Sabía que era en vano preguntar, pero debía probar si le
gustaba alardear de sus logros.
—Porque conozco este juego y lo he hecho mío —se mofó
—. Te prometí algo y yo cumplo, Isabella. Tú no viviste
porque LuzBel tomó tu lugar, lo hiciste porque así lo quise,
porque no he terminado contigo.
—Entonces no te escondas, sabes dónde estoy, dónde
encontrarme. Ven y da la cara, cobarde —exigí.
—Oh, sí. Claro que me verás a la cara, pero cuando te
susurre: jaque mate —sentenció y, tras eso, cortó la
llamada.
Apreté el móvil entre mi mano y seguí respirando hondo,
odiando que, una vez más, ese hijo de puta haya dado un
paso delante de mí. Miré para todos lados sin notar nada
extraño y mis hombres, al percatarse de eso, también se
unieron inspeccionando el lugar.
Aunque era de esperarse el no encontrar nada extraño,
porque como bien dijo ese malnacido, estaba sabiendo jugar
e intimidarme sin estar cerca de mí.
—¿Recuerdas la casa del bosque a la que Elijah me llevó
años atrás? —le pregunté a Max al subir al coche y asintió—.
¿Sigue siendo de Eleanor? —Volvió a asentir—. Llévame allí,
y tú llama a Caleb para que envíe a los Sigilosos a apoyarlos
—ordené lo último para Dom.
La frustración que sentía me haría descontrolarme, y
después de un ataque de pánico no estaba dispuesta a
entrar en uno de ira, así que no era una buena opción
regresar al apartamento o al hotel, y menos al cuartel o al
hospital. Por lo tanto, esa casa en el bosque me pareció una
buena opción.
Le tomó media hora a Max llegar ahí. Había puesto mi
móvil en silencio y, antes de salir del coche, tomé mis
auriculares (que había dejado el otro día) y caminé hacia la
casa. Estaba cerrada, pero mi intención no era entrar, sino ir
hacia la terraza trasera que me daba la vista al acantilado.
Tenía un acceso directo por un costado, y en cuanto lo pisé
y vi los muebles de madera, los recuerdos me golpearon.
—Déjenme sola —pedí para ambos hombres y se miraron
entre sí, con dudas. Pero obedecieron confiando en que no
era una chica tonta.
Respiré hondo al llegar al pasamano de madera que me
protegía de una caída libre directo a la muerte y cerré los
ojos, sintiendo la leve brisa en mi rostro y cuello.

—Infierno llamando al cielo —exclamó LuzBel pasando la


mano frente a mi rostro, sacándome de mi ensoñación.
—¿Por qué no la tierra llamando a Marte? —pregunté y se
encogió de hombros.
—Estabas tan perdida viendo hacia abajo, que esa
llamada no resultaría —explicó y sonreí—. ¿En qué
pensabas?
—En la muerte —respondí de inmediato y lo vi negar con
la cabeza—. ¿Qué?
—Últimamente estás más loca que de costumbre. Y
muchas veces piensas idioteces —se quejó y me reí de su
reacción.
—La muerte no es una idiotez, Elijah. Es algo serio en lo
que todos deberíamos parar a pensar un segundo.
—Como sea —murmuró y suspiré mirando de nuevo el
paisaje tan perfecto de la naturaleza.
—Cuando yo muera quiero que sea por amor —le dije de
pronto.
—¡Mierda! Ya veo —analizó y lo miré para que siguiera
hablando—. Quieres la estúpida historia de amor entre
Romeo y Julieta y terminar suicidándote —se burló.
—En realidad, Romeo y Julieta murieron por una confusión
y no por amor. Si lees el libro te darás cuenta de eso. Julieta
fingió su muerte para escapar con Romeo, pero él no lo
supo a tiempo y se mató, al final ella terminó haciendo lo
mismo.
—Estúpido Romeo y tonta Julieta —espetó—. Por cierto, no
deberías hablar de la muerte y menos cuando estás al borde
de este acantilado —aconsejó con dureza y me burlé de él.
—Si te dieran a escoger cómo morir, ¿cómo quisieras
hacerlo? —cuestioné jugando con él.
—¿Qué mierda tienes con la muerte, White? —farfulló y
me encogí de hombros.
—Respóndeme —pedí y negó fastidiado.
—No quiero morir, Isabella. ¿Contenta? —refutó y al sentir
la sinceridad en sus palabras y el miedo, me arrepentí de mi
broma—. Y si lo hago, por lo menos espero que sea por un
motivo que valga la pena. Y ya basta de estúpidas
preguntas —zanjó furioso.
—¿Y si nos tiramos de este acantilado? —bromeé solo
para que dejara esa cara de culo, pero no le causó gracia.
—¿Y si mejor ocupo tu boca con una parte de mi cuerpo
que has demostrado consentir muy bien? Y así dejas de
hablar tanta tontería. —Mis ojos se ensancharon al
escucharlo.
Y quise mascullar muchas cosas, pero solo pude abrir y
cerrar la boca sin saber qué responder a eso.
—Sí, White. Ábrela así —propuso juguetón y terminó por
reírse de mi reacción.
—¡Eres un grosero!
—Y tú una tonta —alegó, pero me tomó de la cintura y me
acercó a él.

«Prefirió morir antes que sentir algo más por ella, antes
de traicionar la memoria de la mujer a la que sí amaba».
La voz de Tess resonó en mi cabeza, cortando de raíz
aquel recuerdo que tuve de la vez en que estuve con Elijah
en esta casa.
«A ella se le olvidó añadir que también eres la culpable de
la muerte de Enoc, o ya se te olvidó cómo ocupó tu lugar y
lo atravesé con mis tantos. Mierda. Y si retrocedemos el
tiempo, también eres culpable de que asesinaran a Amelia,
la novia de tu amado. Porque Elliot la entregó por ti, ¿no?
Incluso no sería ninguna sorpresa de que hayan matado a tu
madre por ti. ¿De cuántas muertes más serás culpable,
reina Grigori de mierda?»
Me coloqué los auriculares y reproduje música desde mi
móvil para silenciar mis pensamientos cuando la voz de
Fantasma también se coló entre ellos. Devil doesn’t bargain
de Alec Benjamin me inundó los oídos y respiré hondo.
«Solo es una batalla perdida, Colega».
Lo sé, pero supuse que mi guerra sería contra los
Vigilantes, no contra mi propia gente.
Y sí, yo sabía que iba a enfrentarme a mis propios
demonios, pero era mi pelea con Tess la que me tenía mal,
porque despertó en mí miedos y frustraciones que conseguí
dormir a base de frialdad.
—¡Bella! —Giré la cabeza con brusquedad al escuchar que
me llamaban con un grito—. ¡Demonios! ¡¿Qué haces?!
Me sobresalté al ver a Sombra a mi lado y no entendí la
razón, pero le dije algo que nunca hubiera pensado que le
admitiría a él.
—Todo ha sido mi culpa. ¡Mi maldita culpa! —Reí sin
gracia y me saqué un auricular.
Vi sorpresa y miedo en sus ojos.
—No cometas una locura —pidió, y hasta ese momento
miré hacia dónde él lo hacía.
¡Oh, mierda!
Estaba sentada sobre el pasamano, con los pies hacia el
acantilado como si mi intención fuera tirarme de allí. Me
mareé al ver la altura. ¿Cómo había llegado a esa posición?
Sombra llegó a mí como si temiera que me lanzara antes
de que él pudiera evitarlo y me tomó de la cintura para
bajarme del pasamano. Me erguí al plantar los pies en la
terraza con la idea de alejarme, pero me cogió de la muñeca
y abrí los ojos demás al sentir su mano desnuda en mi piel.
Había dejado los brazaletes tirados en el salón de
entrenamientos y él no llevaba guantes de nuevo.
Vi sorpresa en sus ojos negros, esa vez no usaba lentillas
que me impidieran leer sus emociones y sentí que mis
mejillas enrojecieron y se calentaron. Acababa de sentir la
piel desigual y giró mi mano para ver de qué se trataba.
—Puta madre —susurró al ver las cicatrices pronunciadas.
Hice los cortes con la katana, así que las heridas fueron
profundas y los médicos hicieron todo lo que estuvo en sus
manos para salvarme, no para que quedara una suave
cicatriz.
—Si las hubieras visto recién hechas te habrías cagado —
traté de bromear y él me miró con severidad.
—Dime que no es lo que pienso —suplicó y me limité a
mirarlo a los ojos—. Isabella..., ¿qué hiciste? —preguntó y
sentí la decepción en su voz robotizada.
Traté de zafarme de su agarre, mas no me lo permitió.
—Quería... —Alcé la barbilla al sentirme acorralada, no
quería volver a la vulnerabilidad—. Mi propia versión de
Romeo y Julieta, supongo —ironicé y el miedo que vi en sus
ojos fue enorme—. Pero resulta que mi Romeo murió para
no traicionar a su verdadera Julieta —añadí con una risa
llena de sarcasmo.
—¡No, preciosa! No digas eso —se apresuró a decir y eso
me descolocó. Y más en cuanto acarició mi rostro. La
sensación de sus yemas en mi piel me hizo más consciente
de cómo se me calentaron las mejillas—. Solo estabas con el
Romeo equivocado —aseguró y sus ojos negros se volvieron
más penetrantes—. ¿Cuándo hiciste esto?
—Hace más de tres años.
—Después de que LuzBel... —Se quedó en silencio para
medir mi reacción.
—Muriera —terminé por él y me saqué el otro auricular de
la oreja para guardarlos en el bolsillo de mi pantalón,
aparentando con ese gesto que estaba tranquila—. Sí,
después de eso.
—No lo intentarás de nuevo —sentenció y me tomó de la
mano para llevarme lejos de la terraza.
—Idiota, no pensaba hacerlo —dije con una sonrisa
mientras me arrastraba como si fuera una niña a la que se
llevaba a la fuerza del parque.
—Eso no fue lo que vi —espetó.
—Porque eres un exagerado, Sombra. Solo estaba
escuchando música.
Apreté los labios para no reírme cuando giró el rostro para
verme por sobre su hombro y noté que estaba
entrecerrando los ojos. Se aferraba a mi mano como si no
quisiera soltarme jamás, como si de alguna manera eso le
diera la tranquilidad y seguridad de que no correría de
nuevo hacia el borde del acantilado y terminaría lo que,
según él, intentaba hacer de nuevo. Y no me llenaba de
orgullo que creyera que cometería tal estupidez otra vez,
pero no podía quejarme después de mis tontos
antecedentes.
Una imponente Hayabusa estaba estacionada detrás del
coche y pensé que Sombra había llegado allí en ella. Dom y
Max nos observaron atentos, y hasta ese instante pensé que
no impidieron que Sombra llegara a mí.
«¿Y si sabía lo que pasó gracias a Fantasma?»
Me tensé ante el susurro de mi conciencia.
—¿Pueden dejarnos a solas un momento? —le pidió a
ambos hombres, distrayéndome de mi análisis. Ellos, por
supuesto, que no le obedecieron hasta que yo asentí de
acuerdo.
—¡Jesús! Estás exagerando —me quejé cuando abrió la
puerta del coche y me tomó de la cintura para sentarme en
el asiento del copiloto.
Me ignoró y a cambio me acunó el rostro.
«¡Puf! El Chico oscuro era muy paranoico».
—Te han hecho mierda el rostro —señaló al ver mi ceja
cortada.
—Vaya, gracias. Te juro que no lo había notado —satiricé.
—¿Quién fue? —exigió saber.
Entrecerré los ojos por su actitud y me arrepentí de
hacerlo cuando mi ceja lastimada protestó por el brusco
movimiento.
—Tess. No te hagas como si no lo supieras ya —solté sin
más.
—¿Por qué debería saberlo? —espetó, pero no me dejó
responder—. Espero que ella haya quedado peor. —Quise
reír al escucharlo—. ¿Por qué lo hizo?
—Porque soy la culpable de que ustedes nos hayan
secuestrado, de que asesinaran a Elsa, a mis padres, a
Elijah. Y ¿sabes qué? También soy culpable de que se
deshicieran de Amelia. Y lo peor de todo es que creo que
LuzBel me creyó culpable —solté como una verborrea y lo
escuché reír con sarcasmo.
—No fue tu culpa.
—¡¿No?! —ironicé zafándome de su agarre y me bajé del
coche para alejarme de él—. Sombra, hirieron a Myles para
hacerme volver. Todos a mi alrededor mueren, las personas
que me importan sufren y es mi culpa.
—¡Y por eso pretendías suicidarte de nuevo! —espetó con
ira y me dolió que recalcara aquello.
—No quería hacerlo ahora, no sé ni cómo llegué a esa
posición. Solo estaba recordando, analizando todo lo que
me pasa y... —Lo miré pensando en por qué le daba
explicaciones con tanta facilidad y me molestó no tener una
explicación coherente—. ¿Cómo supiste que estaba aquí? —
cuestioné cambiando de tema—. ¿Y cómo es posible que
mis hombres no te detuvieran?
—Le llamé a Caleb para que le pidiera a tus hombres que
me dejaran pasar —confesó.
—¿Pero qué demonios? —espeté.
—Conseguí su número con la misma facilidad que obtuve
el tuyo —se mofó y apreté los puños—. Le llamé luego de
escuchar a Cameron hablando con su hermana, la
consolaba porque la chica era un mar de lágrimas mientras
le decía que su amiga se había ido. —Tragué con dificultad
al descubrir que él sabía de Cam y Jane.
—Tú…
—Sí, sé de ellos desde que LuzBel logró infiltrar a
Cameron y no, no lo delataré —aseguró.
En ese momento, entendí por qué Cameron nunca lograba
conseguir información relevante, pues Sombra lo estaba
manejando a su favor para darnos migajas. Por eso Grigori
no había logrado ningún golpe importante y reí con burla
hacia nosotros mismos por ser tan ingenuos.
«Aunque Sombra también lo estaba siendo al asegurarte
de que no lo delataría con tal de que te tranquilizaras».
Buen punto.
Me estaba dando otra señal de que estaba dispuesto a
hacer cosas por mí, para no perder mi confianza y yo podía
usar eso a mi favor, tal cual él lo hacía con la ventaja que
tenía en sus manos.
—Caleb se negó a ayudarme, pero alguien le dijo sobre
algo que tus hombres informaron y cedió. Supongo que
creyó que podría ayudarte. —Bufé con ironía, aunque
supuse que también mi amigo me dio la oportunidad de
seguir guiando las cosas para que funcionaran a mi favor.
Así trabajábamos en La Orden, buscábamos las ventajas
incluso dentro del lodo en el que habíamos caído.
Sombra volvió a acercarse a mí y me tomó de las manos
para que relajara los puños, y en cuanto lo consiguió las giró
para ver mis muñecas de nuevo. No se lo impedí porque no
tenía caso esconderme más. Además, había dejado de ver
mis cicatrices como un recuerdo de debilidad.
—Lo vi antes y no lo comprendí —mencionó sobre el
pequeño tatuaje que tenía en la muñeca izquierda. Era un
punto y una coma, y en medio de ellos pasaba una de las
cicatrices—. Lo investigué y me negué a creerlo, así que
decidí pensar que no era porque intentaste quitarte la vida,
sino más bien por lo que te tocó vivir. —Cerró los ojos un
momento y odié recordar el retrato que Caleb hizo de él,
puesto que ahora lo imaginaba de esa manera a pesar de
que usaba la máscara de Ghost de nuevo—. Lo único que
pasé por alto son las iniciales que hay en cada signo —
añadió y me miró con intensidad.
Me tensé y me solté de su agarre.
—La vida sigue, Sombra —musité—, pero es difícil vivirla
con los demonios que te atormentan, alejarte de las
personas que amas y enfrentarte a los fantasmas del
pasado. Y más aún cuando te juzgan por las decisiones que
tomaste.
—Que te importe un carajo si te juzgan, Isabella. Tú no
tienes por qué ir explicándole a cada persona tu infierno.
Luce tu fuego y ya —aconsejó y sonreí sintiendo que sus
palabras me calaron en lo profundo—. Mejor concéntrate en
disfrutar de quien te sigue creyendo un ángel, aunque se
vuelva loco jugando con tus demonios —añadió con
picardía.
Solté una carcajada y negué con la cabeza.
—Ten cuidado con tus palabras, Sombra, porque suenan
como si te murieras por cerrar un trato conmigo y el diablo
no negocia —advertí.
—¿A qué te refieres?
—A que no confíes en mí, porque esa locura que me
demuestras, podría usarla a mi favor —confesé y lo imaginé
alzando una ceja.
—No eres reacia a mí, Isabella. Así que yo también
podría…
—Llevaba años sin sexo, chico, pero no te sientas especial
porque cedí contigo —Lo corté—. Ya que eso no significa que
te convertirás en mi príncipe azul.
—¿Quién carajos quiere ser un príncipe azul en estos
tiempos? —inquirió con burla—. Yo disfruto siendo el villano
al que odias en el día, pero que te calma los demonios por
la noche —se mofó y sentí un escalofrío reptar por mi
espalda—. Así te hagas la dura y actúes como si tuvieras la
misma fragilidad de una granada al levantarle la anilla, no
cediste conmigo porque ansiabas salir de la puta castidad,
Pequeña —zanjó y me tomó de la cintura—. Lo hiciste
porque al igual que mis malditos demonios cediendo
contigo, los tuyos se morían de ganas porque yo los
calmara.
—Entonces actúa como el maldito villano que eres y deja
de correr detrás de mí cada vez que pienses que te
necesito, porque no lo hago, Sombra. Eres quien calma mis
demonios, no quien acaba con el caos de mi cabeza —
espeté y puse una mano sobre la que él tenía sobre mi
cintura para que me soltara.
Se negó a dejarme ir y con la otra mano me tomó de la
nuca.
—No me digas cómo debo actuar contigo, Bella —exigió y
su mirada se oscureció más—. Porque así se me ocurra la
estúpida idea de enamorarme de ti, lo haré porque quiero. Y
créeme que no esperaré a que me correspondas, ya que me
bastaría sentir por ambos.
Contuve un jadeo al escuchar sus últimas palabras y la
realidad me golpeó el rostro porque me vi reflejada en él. El
corazón se me aceleró y maldije comprendiendo todo lo que
llegué a confundir en su momento y me dolió.
Amé a Elijah con locura y me conformé con sentir por
ambos porque necesitaba tenerlo a mi lado. Me aferré a él
de una manera enferma, así que no me importó si me
correspondía o no. Y si bien supe que se quemó con nuestro
juego como me lo confesó en aquel edificio, era consciente
de que la palabra amor nunca salió de su boca porque en
realidad sintió lástima.
Lástima de la chica que se enamoró perdidamente de él y
que perdió a su padre luego de sufrir un secuestro. Y su
empatía por mi oscuro momento no le permitió dañarme
con la verdad.
—Dicen que cada uno se engaña con la mentira que más
le gusta, y yo ya cometí el error de pensar como tú, porque
me gustó la idea de tenerlo para mí así no me
correspondiera —admití—. Y créeme cuando te digo que
duele en el alma entender que no es suficiente sentir por
ambos.
—A mí me gusta esta mentira —admitió y presionó su
frente a la mía—, porque ninguna de mis verdades se sintió
como una chispa capaz de incendiar el mundo —confesó.
Lo miré a los ojos y noté que ellos me querían decir tantas
cosas que su boca no podía, así que decidí ignorarlos.
Porque no me importaba.
Porque él seguía siendo un medio para un fin.
Y porque aprovecharía esa ventaja que me estaba
poniendo en las manos.
Usé mis métodos para averiguar si Sombra supo lo que
pasó con Tess por medio de Fantasma, o si en realidad
intuyó que algo malo sucedió por la llamada que escuchó de
Cameron y Jane.
Y no lo supo por Fantasma, o al menos fingió bien que no,
y hasta me dejó entrever que no tenía idea de que había
hablado con él. Tampoco se lo dije, me guardé esa
información y seguí indagando para asegurarme de que no
sospechara sobre Isamu, pues él sería mi pieza clave para
conocer las operaciones de los Vigilantes. Y le dejaría creer
a Sombra que podía seguir manipulando a Cameron,
aunque sería muy estúpido de su parte pensar que me
tragaría más lo que ese chico nos informara.
Al irme de la casa del bosque con mis hombres y, tras una
despedida lacónica con Sombra, le pedí a Maokko y Caleb
vernos en el hotel. Además de que le llamé a Elliot para
solicitarle que habláramos más tarde en su apartamento y
aceptó de inmediato.
En cuanto el rubio me recibió en el lobby, explicó que
decidió darle mi ubicación a Sombra para que aprovechara
mi oportunidad, sabiendo a la perfección que querría
ponerme a seguir investigando o aprovechando mis
oportunidades antes que derrumbarme en mi propia
podredumbre. Y no se equivocó, aunque tuve mi momento
con el ataque de pánico, algo de lo que Dom ya le había
comentado, pero que no mencionó porque ya sabía que no
era de lo que quería hablar.
Estando con Maokko, les comenté sobre mi llamada con
Fantasma, así como la razón por la cual Cameron no
conseguía información importante, y no les dije sobre mi
fuente, aunque Caleb lo entendió porque solo él sabía que
estuve con Sombra.
—Después de lo que pasó con esa perra, solo pienso en
que ella es la traidora —espetó Maokko.
Estábamos en la habitación de Caleb, sentados alrededor
de una pequeña mesa. El rubio se mostraba pensativo,
tecleando cosas en su laptop. Y sí, con tristeza acepté que
yo también veía a Tess como quien me estaba traicionando,
aunque tampoco me dejaría cegar por el calor del
momento, puesto que podía ser una perra conmigo, mas no
la creía capaz de dañar a su padre para hacerme volver.
—También he pensado en ella, pero sería ilógico de su
parte hacerte volver cuando le conviene más que estés lejos
y no te interpongas en su camino —explicó Caleb.
Pensar en quién podía ser el traidor nos estaba
provocando demasiados dolores de cabeza.
—De lo único que tengo certeza hasta ahora, es de que
Grigori ya no es seguro, ya no puedo confiar en ellos y así
me hierva la sangre de ira, debo admitir que estos malditos
Vigilantes han conseguido su objetivo: destruirnos desde
adentro —refuté con decepción.
—Su mejor jugada hasta ahora. —Estuvo de acuerdo
Caleb.
—Pero no la final —acotó Maokko—. Ya sabes que los
Sigilosos no nos damos por vencidos hasta que derroquen a
la reina y, desde donde yo lo veo, hay mucho juego por
delante y ahora manejas piezas importantes y más valiosas.
—Coincido con ella —afirmó Caleb—. Isamu es nuestro
caballo, y con él dentro y mientras no lo descubran,
podemos darle un golpe a los Vigilantes del que no se
levantarán tan fácil.
—Bien, sigamos en el juego —los exhorté y ambos
asintieron.
Juntos tomamos la decisión de también cambiar el destino
de Myles y Eleanor sin que ellos mismos lo supiesen para
que no se lo mencionaran a Tess. Caleb se encargaría de
poner al tanto al maestro Cho para que él le explicara el
cambio y las razones a Myles en cuanto los recibiera.
Tras terminar esa reunión con mis compañeros, le llamé a
Eleanor para reunirnos en la cafetería del hospital, y en
cuanto me vio supo que las cosas con su hija no habían
salido bien. Incluso quiso hablar con las dos porque no
estaba dispuesta a permitir que siguiéramos mal, pero me
negué con rotundidad e incluso le advertí que se arriesgaría
a que ambas termináramos peor, ya que en ese momento
era yo la que no estaba dispuesta a arreglar nada con la
pelirroja, pues con sus palabras acabó con mi poca voluntad
de querer hacer las paces.
—Desconozco la razón de mi hija para decirte semejante
barbaridad, Isa, pero te aseguro que ni Myles ni yo te hemos
creído culpable en ningún momento de lo que le pasó a mi
Elijah —resolló tomándome de las manos por encima de la
mesa.
Acababa de pedirle perdón por lo de mi Tinieblo y por lo
de su marido, solo por si acaso lo que Tess me dijo fue por
algo que escuchó de ellos.
—Todos hemos sido víctimas de nuestro propio destino y
tengo la certeza de que así tú nunca hubieras pisado esta
ciudad, mi familia estaría atravesando por lo mismo —
añadió para reconfortarme y, tras eso, se puso de pie y me
abrazó, dándome un beso en la coronilla porque yo me
quedé sentada sin saber cómo reaccionar—. Te quiero,
Isabella. Y contigo la vida me devolvió el doble de lo que me
quitó —añadió y me mordí el labio por las emociones que
me embargaban—. Y sí, cariño, el proceso ha dolido, pero el
resultado vale la pena y lo sabes.
—Lo sé —admití con la voz ronca y la tomé del brazo que
tenía en mi pecho para devolverle parte del gesto que me
estaba dando—. Y yo también te quiero, Eleanor —aseguré
y me regaló una sonrisa llena de cariño que me hizo pensar
en ella como mi propia madre.
Me fui del hospital rumbo al apartamento de Elliot y rodé
los ojos cuando mi móvil comenzó a sonar con llamadas
entrantes de Sombra. Odiaba que el maldito me vigilara,
aunque también me causaba gracia que no lo ocultara. Lo
había registrado con una inicial y sonreí cuando esa
desapareció y luego entró un mensaje de su parte.

Tras responderle silencié el móvil.


Elliot abrió la puerta de inmediato tras tocar el timbre y,
en cuanto me invitó a pasar, fui directo al grano y le
expliqué que estaba ahí para que me hablara de lo que pasó
en realidad con Amelia, puesto que ya me había dicho que
la entregó para protegerme a mí, pero no hablamos sobre
las razones o cómo llegaron a ese acuerdo en realidad.
—¿Quieres algo de beber? —ofreció cuando me senté en
el sofá individual.
—Y que sea fuerte, por favor —acepté.
Mi día había sido demasiado agotador y él fue testigo de
la parte más jodida, aunque no intentó indagar sobre ello.
Dio un suspiro profundo al sentarse en la mesita de centro
para estar más cerca de mí y me dejó darle un sorbo a mi
bebida antes de iniciar.
—Sabes que tu padre te sacó del país luego de la muerte
de Leah, pero no fue únicamente por eso que tomó esa
decisión. Fue para protegerte, ya que a los Vigilantes no les
bastó con dañarlo al arrebatarle a tu madre, sino que
querían aprovechar su vulnerabilidad para llegar a ti —
comenzó y me quedé en silencio—. Por un tiempo, John
consiguió mantenerte a salvo, durante los meses de viajes
constantes para ser más específico; sin embargo, en cuanto
te asentaste en Tokio esos hijos de puta dieron contigo e
intentaron matarte, pero el maestro Cho logró protegerte.
Recordé la ocasión en la que planeamos un viaje hacia
Kioto con Lee-Ang y otras amigas para el festival de Gion,
que celebraban en esa ciudad en la temporada de lluvias.
Haríamos el recorrido en el famoso tren bala porque yo me
moría por vivir esa experiencia, así que el maestro Cho
decidió acompañarnos. Dentro del tren, había notado a unos
tipos extraños que se fijaban demasiado en nosotras, mas
no le di tanta importancia.
Sin embargo, en cuanto estuvimos en Kioto y me embobé
con el festival y las tradiciones de la ciudad, terminé
separándome de mi grupo. Lee me envió su ubicación para
que me encontrara de nuevo con ellos, pero en el trayecto
noté a los mismos tipos del tren siguiéndome. Me asusté
demasiado y le avisé a mi amiga activando mi ubicación
para que me rastrearan por si algo pasaba. No obstante,
perdí de vista a los hombres de un instante a otro y en su
lugar encontré al maestro Cho, quien fue a mi encuentro.
Había notado una mancha roja en su kimono blanco, pero
él iba con un dulce tradicional en la mano que desprendía
miel del mismo color, así que lo relacioné con esa mancha.
Aunque, tras lo que Elliot me estaba diciendo y añadiendo
que una semana después de eso él llegó a visitarme y luego
se le unió mi padre, entendí que el maestro nunca comió
ese dulce.
«Era un verdadero Sigiloso».
—Solo en la sede de California sabíamos sobre la
amenaza, ya que tu padre no quería que ninguno de sus
compañeros lo viera débil, así que decidimos actuar bajo
nuestra cuenta, lo que nos jugó a favor, puesto que John se
enteró por medio de tío Myles que LuzBel había cometido el
error de enamorarse de la hija de Lucius. —Le di otro sorbo
al licor cuando me tensé por lo que Elliot soltó—. Tío le
llamó para pedirle ayuda o un consejo, y tu padre le dijo que
no se preocupara, que él le quitaría el problema de encima.
—Oh, mierda —murmuré, sintiendo que mi piel se erizó.
—Era el gran Enoc después de todo, Isa. El hijo de puta
más frío de Grigori, y estaba herido —lo excusó Elliot y me
puse de pie, tragando con dificultad.
Me fui a servir otro trago sabiendo que lo necesitaría.
—¿Cómo entraste tú en la ecuación? —me animé a
preguntar.
—Antes de hablar con Lucius, John se reunió conmigo y
me comentó lo que pasaba con LuzBel, además de que me
habló de su plan. Una hija por una hija, ese sería el trato,
pero para que no supieran de qué forma se haría, tu padre
me pidió llegar al objetivo de la manera más usada y
también menos esperada.
—El triángulo amoroso —musité.
—La traición —me corrigió—. Yo no sabía lo que pasaba
con los Pride hasta que tu padre me lo dijo y, en cuanto me
planteó lo que le propondría a Lucius, acepté sin dudar —
prosiguió y lo miré—. Así como Lucius aceptó la tregua con
tal de recuperar a su pequeña desertora, ya que en ese
momento para él era más importante separarlos antes de
que los demás se enteraran de que no solo su exmujer lo
dejó por un Grigori, sino también su hija. Y no estaba
dispuesto a pasar por la vergüenza dos veces.
»El trato parecía sencillo: nosotros entregábamos a
Amelia y, a cambio, ellos te dejaban vivir tu vida en paz, por
lo que me vine a Richmond para comenzar a ejecutar el
plan. Y créeme que no era mi intención acostarme con esa
chica, pero no te voy a mentir, Isa, tampoco descarté no
hacerlo, ya que estaba dispuesto a hacer lo que fuera
necesario para cumplir con nuestra parte y que así Lucius
cumpliera con la suya.
Crucé los brazos a la altura de mi pecho y luego me sobé
la garganta porque me ardió. En ese momento, entendí
mejor por qué Elliot me habló de los tipos de traición, así
como acepté que Fantasma no había errado en eso después
de todo, pues Amelia sí murió por mi culpa.
«Una hija por una hija».
Era cruel pensarlo, pero no juzgaría a mi padre por su
decisión, ya que lo comprendía a la perfección.
—¿Te resultó fácil? —inquirí y Elliot me miró sin entender
—. ¿Seducirla? —aclaré y rio sin gracia.
Se puso de pie y caminó hacia a mí hasta tomarme de las
manos.
—Llegué en un momento vulnerable para LuzBel y ella, ya
que él le daba más atención a mantenerla a salvo que
mantenerla feliz. Amelia era una chica acostumbrada a la
libertad, a decidir por sí misma y hacer lo que quisiera
porque su padre la dejó involucrarse con los Vigilantes. Así
que le fue difícil aceptar que después de elegir lo que quería
hacer, elegían por ella.
»Fue fácil seducirla porque primero estudié lo que más
añoraba y se lo di en bocados pequeños. Y no, no vine aquí
decidido a follarla y ya. Antes me dediqué a ser su amigo.
Estaba para ella de una manera que LuzBel no. Además de
que le demostré a mi primo que podía dejarla salir a
divertirse y no cortarle las alas, puesto que él se enamoró
de su libertad, pero pretendía enjaularla por amor.
Me zafé de su agarre, sintiéndome incómoda de esa
versión suya, entendiendo de una buena vez por qué todos
me decían que Elliot era un hijo de puta con todos menos
conmigo. Sonrió con tristeza al ver que me alejé de él, mas
no por eso calló.
—Nunca la toqué ni besé mientras estuvimos bajo el
techo de mi familia, porque ya era muy bajo lo que hacía
como para llegar a ese punto. Así que cuando llegó el
momento la invité a ir a ese motel, pues sabía que no se
negaría, ya que le estaba dando la aventura que tanta falta
le hacía —siguió.
Le di la espalda para que no notara cuanto me estaba
costando procesar lo que decía. Me tomé la frente con una
mano y cerré los ojos, maldiciendo en mi interior,
entendiendo el odio de Elijah a pesar de que lo que Elliot
hizo fue para protegerme a mí.
«¿Hubieras preferido que te dejaran correr peligro?»
Tampoco tuve una respuesta para mi conciencia. Estaba
entre la espada y la pared.
—Hablé con Derek antes de llevar a Amelia a ese motel
para pedirle que estuvieran allí en cuanto entráramos, así
no tenía que recurrir a nada sexual, pero el hijo de puta
decidió hacer las cosas a su manera, y después de un
tiempo entendí que fue parte de su plan —explicó y, al
analizarlo, también pensé igual que Elliot—. Los Vigilantes
me tenían vigilado para asegurarse de que estaba
cumpliendo con mi parte.
»Ellos sabían que LuzBel nos siguió esa tarde y decidieron
matar dos pájaros de un solo tiro: recuperaban a Amelia, y
de paso le daban una lección a tío Myles por no haber
impedido que su hijo desafiara de esa manera a Lucius. Pero
para conseguir tenernos en una posición vulnerable,
forzaron la situación con esa tardanza, pues conocían a
Amelia. Ella no era una chica estúpida, sino todo lo
contrario: era una guerrera de tácticas, inteligente, quien
fácilmente sabría que la llevé directo a una trampa si no
actuaba como el amante desesperado por probar lo que mi
primo tenía cada noche. Así que, antes de perder la única
oportunidad que tendría para entregarla…
—Follaste con ella —terminé por él con amargura.
Lo sentí llegar detrás de mí y me tensé.
—Y tras eso, LuzBel nos encontró en la cama y
enloqueció. —Rio sin gracia—. Y de esa manera, Derek nos
tuvo donde quería: vulnerables. Yo, porque no estaba en mis
planes enfrentarme a la ira de mi primo tan pronto; Amelia,
por ser descubierta por su novio en la cama conmigo y,
encima, reencontrarse con su primo; y LuzBel, porque,
aparte de herido por esa traición, estaba cegado por su
deseo de matarme y, además, preocupado porque su chica
de nuevo estaría en manos de los Black.
Apreté los puños y la mandíbula. Por supuesto que Derek
había planeado todo. Era un zorro astuto demostrando que
se salía con la suya y yo ya conocía el daño que le
ocasionaba a sus enemigos.
—Cuando Derek y sus hombres tomaron el control de esa
situación, me hicieron salir de ese cuarto. No iba a hacerlo
al principio, pero era solo yo contra ellos, además de que, si
me negaba, no cumplirían su parte del trato y no me
arriesgué a perder a mi familia y a ti solo para cagarla en el
último momento. Así que me marché.
»Me quedé cerca, sin embargo, y traté de llamar a mi tío
o a alguno de los chicos, pero Derek y su gente llevaban
inhibidores de señal, por lo que no conseguí nada y no me
quedó más que esperar hasta que salieron de la habitación,
llevando el cuerpo inerte de Amelia con ellos, escurriendo
sangre por los disparos que le asestaron. Y aunque no lo
creas, me sentí como una mierda, Isa, pero tú estarías bien
y eso era todo lo que importaba.
—Dios mío —susurré por la crudeza de sus palabras.
—Regresé a la habitación y encontré a LuzBel golpeado y
con dos disparos en el abdomen —prosiguió—. Sus signos
vitales estaban disminuyendo, así que traté de reanimarlo, y
al conseguir cobertura en mi móvil porque los Vigilantes
habían huido, llamé a Dylan. —Mi corazón se aceleró con
dolor. Mi Tinieblo estuvo a punto de morir por ella y jamás lo
supe hasta que Elliot me lo estaba contando—. Él y Connor
se encontraban cerca, así que llegaron con ayuda y
sacamos a LuzBel de inmediato para llevarlo al hospital.
Sobrevivió solo para asegurarse de hacerme pagar mi
traición.
»Tío, por supuesto, trató de castigarme por su cuenta, ya
que para él su hijo fue dañado por mi traición. Pero luego
John le explicó el trato que existía detrás, además de que le
cumplió su promesa: quitarle el problema de Amelia de
encima. Era frío, pero cierto. Con ese trato, te poníamos a
salvo al menos por un tiempo y tío Myles dejaría de
preocuparse por tener que cuidar a su familia de la ira de
Lucius, ya que le devolvimos lo que, según él, se le robó.
Eso sí, tío tuvo que expulsarme de su ciudad y me hizo
prometer que no me cruzaría en el camino de su hijo porque
entonces no respondería, a pesar de que mi traición
benefició tanto a los Pride como a los White.
Me estremecí al imaginarme todo. Podía ver la ira de
Elijah, su indignación y el dolor de sentirse traicionado por
su propia familia y la mujer que amaba. Entendí a mi padre
y a Myles porque ambos consiguieron poner a salvo a sus
familias por un tiempo, pero también me sentí mal por
Elliot, puesto que él sacrificó el honor por mi vida.
—Era Amelia o tú y mi decisión estuvo clara siempre: para
mí eras tú, solo tú. Mi amor fue egoísta y no me importó ni
me importa, lo volvería a hacer, Isabella. Así mi conciencia
me mate… lo volvería a hacer. —Puso una de sus manos en
mi cintura y limpié una lágrima solitaria que rodaba por mi
mejilla—. Pero fue mi decisión, mi responsabilidad, mi culpa.
Solo mía —aseguró.
Y supuse que notó que yo me sentía culpable también por
eso.
—¿Él supo todo? ¿Supo tus razones? —pregunté con
dificultad.
Elliot entendió que me refería a Elijah. Y sí, ya me había
dicho que se lo dijo, pero todavía no sabía si se lo confesó
tal cual como a mí o a medias.
—Lo supo el día de tu secuestro. Le confesé todo, cada
una de mis razones. Que el trato fue entregar a Amelia y
que no le harían daño, pero mintieron. La asesinaron frente
a sus narices y casi lo matan a él —recordó con dificultad—.
Lo último que LuzBel me dijo antes de que saliera de aquella
habitación, era que pagaría caro lo que hice. Me juró que
me arrepentiría y cumplió algo. —Me abrazó fuerte e hizo
que pegara mi espalda a su pecho—. Me quitó tu amor —
susurró. Dio un beso en mi cuello y mi corazón crujió con su
declaración—. Sin embargo, estás viva y por eso no me
arrepiento de nada.
Mierda.
—Él me creía culpable —susurré sin querer minimizar su
declaración—, y después de todo, sí lo soy —acepté.
—LuzBel comprendió todo después de conocerte. Era un
hijo de puta porque lo abrumaste, nena, pero nunca te
creyó culpable. Él solo no sabía cómo lidiar con lo que tú le
provocabas. —Cerré fuerte los ojos al escucharlo.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Tus verdaderas razones
para traicionar a tu familia y a mí?
—Porque no podía hacerlo sin poner en evidencia a tu
padre, y porque ese día en el búnker de Washington, cuando
descubriste mi traición, tenía un voto de silencio que debía
honrar, así como cuando me llamaste luego porque querías
entender lo que hice —explicó y recordé la frustración que
mostró siempre que lo enfrenté—. Pero ¿qué habrías hecho
si te decía todo en cuanto lo exigiste? Ese día en el búnker
—preguntó y no hubo necesidad de pensarlo tanto.
—Me habría ido de allí contigo —aseguré y me giré para
mirarlo.
—Aunque lo amaras a él —analizó y quise negarlo, pero
no pude. Elliot me conocía muy bien. Sonrió al ver mi
reacción—. No quería tu gratitud, Isabella. Tu amor, sí. Y si
no lo tenía, entonces no te ataría a mí por agradecimiento.
Tragué con dificultad ante su respuesta tan segura. Y así
no me sintiera menos culpable porque, a pesar de que ellos
(mi padre y Elliot) tomaron sus propias decisiones, se vieron
obligados a hacerlo por mí. Al menos sí me sentí un poco
más tranquila por conocer esa verdad. Y porque después de
abrumarme con esa versión de Elliot, también entendí que
sí, era un hijo de puta y se podía convertir en uno peor, pero
no para dañarme, sino todo lo contrario.
Por eso mismo, jamás le daría falsas esperanzas y menos
fingiría por gratitud, pues lo menos que podía ofrecerle de
mi parte era sinceridad y respeto. Y si algún día algo llegara
a suceder entre nosotros de nuevo, quería que pasara
porque lo deseaba.
—Gracias, Elliot —susurré y alzó una ceja, sorprendido.
—¿Entonces no me odias? —Sonreí por su pregunta.
—La Isabella de hace tres años lo habría hecho. Pero no la
de ahora, porque yo también soy capaz de hacer cualquier
cosa por los que amo y lo sabes —recalqué y noté que, por
primera vez, entendió lo que estaba haciendo.
Y me refería a lo de Sombra.
«Porque fue lo mismo que él hizo con Amelia».
Exacto. Aunque por razones distintas, él usó a esa chica,
así como yo estaba usando a Sombra.
Lo abracé con fuerza luego de decirle eso y respiré hondo
cuando me correspondió, pues no sabía cuánto necesitaba
de ese gesto de alguien que me quisiera de verdad hasta
que estuve entre sus brazos.
Capítulo 18
Vértigo

Ya no asistí a la reunión que Caron convocó, aunque Caleb


fue a representarme porque los problemas personales no
tenían por qué interferir con los negocios o misiones, así
que cancelar no era una opción. Mi amigo me pasó un
reporte detallado por la noche, en el que me enteré de que
el sargento y su gente lograron averiguar que los Vigilantes
estaban siendo apoyados por un político que le haría la
competencia a Gibson en las siguientes elecciones, razón
por la cual esos malnacidos estaban consiguiendo buenos
favores.
Caleb también añadió que Caron Patterson sospechaba
que los líderes de los Vigilantes no eran los jugadores del
otro lado del tablero como llegábamos a creer, sino las
piezas que una asociación más grande y poderosa estaba
moviendo a su antojo. Y una parte oscura del gobierno
podía estar involucrada, lo que nos pondría las cosas más
difíciles aún.
—¿Tú qué piensas? —me preguntó mi amigo al siguiente
día por la noche, luego de que fui a recoger a Maokko al
hotel para irnos a Vértigo.
Habíamos sacado el tema a colación una vez más
mientras esperaba a mi amiga en el lobby con él.
—Tras recibir tu informe lo analicé mejor y coincido con
Caron. Los Vigilantes han adquirido mucho poder, y para ser
sincera no creo que se deba solo a que Grigori en Virginia se
debilitó, ya que Kontos y Makris se mantienen fuertes.
Tampoco creo que sea Sombra el de habilidades especiales,
aunque no lo subestimo, pero hay algo más. Así que sí, debe
haber alguien grande detrás de ellos —constaté y él asintió.
—¿Crees que podrás sacarle algo sobre eso a Sombra? —
susurró y me quedé pensativa.
—Tal vez, pero no voy a poner mis esperanzas solo en ese
enmascarado. Por lo que te pido que investigues a ese
político que está apoyando a las ratas. A lo mejor por medio
de él llegamos a nuestros verdaderos contrincantes —
comenté y estuvo de acuerdo.
—Por cierto, Salike ha llegado para relevar a uno de
nuestros hermanos —avisó y asentí—. Él viajó a Noruega
para apoyar a los Sigilosos que incautarán el envío que tu
chico hará esta noche, como lo planeamos.
—¡Puf! Mi chico —ironicé y lo vi reír.
Desde que comenzamos a planear todo para incautar el
envío que Sombra haría esta noche, decidimos que uno de
los Sigilosos volara a Noruega. Los manteníamos a todos en
rotación para que no los reconocieran, así que confiábamos
en que no levantaríamos sospechas. Caleb también añadió
que Ronin llegaría la próxima semana y con él, toda mi élite
estaría en el país, a excepción de Lee-Ang.
—¡Lista para la fiesta y, con suerte, también para follar!
—gritó Maokko a lo lejos y agradecí que lo hiciera en
japonés para que no entendieran la barbaridad que soltó de
último.
«Si es que no había alguien que entendiera el idioma
aparte de ustedes».
Buen punto.
Caleb rodó los ojos al escucharla, aunque casi se le
quedaron trabados en cuanto la miró de pies a cabeza.
Sonreí al ver cómo se embobó, de seguro en su mente
cochambrosa estaba imaginando las piernas de mi amiga
enrolladas en su cintura.
—Límpiate la baba, pequeña mierda —susurré para
burlarme de él.
—¡Demonios! No es la boca la que me está babeando —
murmuró. Y quise matarlo al ver que se acomodó la
entrepierna sin ningún descaro.
—Maldito depravado.
—¿Nos vamos? —preguntó Maokko llegando hacia
nosotros y asentí.
—Las veo luego —se despidió Caleb y Maokko tuvo la
osadía de menear más las caderas cuando se percató de
que él no le despegaba los ojos de encima.
—¿Ya follaron? —inquirí para ella al alejarnos.
—¡Dios, no! Vine a América con ganas de probar su
producto, así que no le daré nada a ese británico
egocéntrico —se quejó y fruncí el ceño.
—Carajo, así que te despreció —intuí al sentir su
amargura y ella me hizo un gesto con la mano, como si no
le importara y me reí.
¡Dios! Habían vuelto al juego de: «me niego a ceder hasta
que tú aceptes que soy lo mejor que te pasó». Y conociendo
a ambos, sabía que ninguno cedería.
Me reí tras mi análisis y puse en marcha el Jeep. Según
las investigaciones de Caleb, la ciudad en la que se
encontraba Vértigo era una zona neutral y allí estaban
prohibidos los ataques entre bandas u organizaciones
enemigas. Gracias a que el alcalde no se había asociado con
nadie y era uno de los pocos políticos corruptos, razón por
la que las autoridades cuidaban más de sus habitantes. Y
los Vigilantes evitaban ocasionar problemas, pues no
tendrían a nadie que los protegiera.
Por eso Caleb fue menos reacio a mi decisión de
conducirme con Maokko en nuestro propio coche mientras
que él iría en otro junto a dos Sigilosos. Salike estaba entre
ellos. El plan era que no nos cruzaríamos si no era
necesario, se mantendrían como apoyo, investigando
algunas cosas por su cuenta.
Por fortuna, no recibí ningún golpe que se inflamara en mi
pelea con Tess (aparte del corte en la ceja, el cual tampoco
se hinchó porque la sangre corrió antes de formar algún
cardenal), así que pude maquillarme sin tener que cubrir
nada con exceso de producto. Usaba un vestido color oro
estrapless que me llegaba hasta medio muslo y el cabello
me lo recogí en un moño desordenado. Aseguré una liga en
mi pierna, cerca del pliegue, para esconder un pequeño
puñal, además de los brazaletes y un shuriken en forma de
broche de pelo que Maokko me llevó como obsequio.
Ella vestía un pedazo de tela azul marino, a lo que
llamaba vestido (de tirantes delgados). Tenía muchos brillos
y se movía en su cuerpo de una manera sexi, así que
entendí la reacción de Caleb, aunque el maldito fuera
depravado. El cabello se lo recogió en una coleta alta y se lo
trenzó, echándoselo a un lado y aseguró en él su broche
especial.
Ambas usábamos zapatos de tacón de diez centímetros,
aunque incluso así yo seguía siendo más alta que ella. Eso
sí, en el asiento trasero llevábamos un juego de botas de
combate porque de ninguna manera soportaríamos esos
tacos toda la noche.
Estacioné el coche en uno de los lugares disponibles
frente al club, una hora después de haber emprendido el
viaje. Las paredes de este estaban pintadas de un beige
sucio y sin gracia. Las letras con el nombre eran de color
blanco y pequeñas bombillas azules abajo de él le daban un
aspecto fluorescente. Había una larga fila en la entrada y,
deseando que la suerte nos acompañara, decidí irme directo
hacia uno de los guardaespaldas que hacía su guardia en la
puerta.
Caleb y los demás aún no llegaban porque nos
moveríamos con minutos de diferencia para que no nos
relacionaran.
—Ambas están preciosas, pero deben respetar la fila —me
dijo el tipo con voz seductora.
—Tenemos una cita con Darius —solté y se puso serio—.
Así que no sé si quieres que lo hagamos esperar.
—No conocemos a ningún Darius —respondió de
inmediato, fingiendo muy bien.
—¿Seguro? —inquirió Maokko y él asintió—. Deberías
llamarle a Sombra y decirle que nos envió a la dirección
equivocada —propuso para mí, fingiendo que me lo dijo en
secreto, aunque con el tono adecuado para que el tipo
escuchara.
—¡Carajo! Me dijo que no lo molestara porque tenía algo
importante que hacer, pero tienes razón. Si me envió a la
dirección equivocada debe responder —comenté
siguiéndole el juego y saqué el móvil, notando que el tipo se
miró con su compañero.
Este último le hizo un ademán con la cabeza.
—Espere, señorita. Mi compañero sí conoce a quien
busca. Él las llevará a donde se encuentra. —Me mordí el
labio para no sonreír.
Imaginé que esos tipos, por muy neutrales que fueran, no
se arriesgarían a que Sombra fuera interrumpido de sus
labores. Una que al final no sería exitosa gracias a La Orden.
Seguimos al otro tipo en cuanto nos invitó a pasar, con
prudencia, atentas, aunque un tanto tranquilas porque
Sombra me aseguró que le diría a Darius que yo llegaría
para que me recibiera sin problemas, pero también me pidió
que no diera mi nombre, pues ya él se había encargado de
decírselo a su colega y con eso era suficiente. Y sí, añadió
que el tipo era leal, sin embargo, también era bastante
picaflor y por eso no confiaba al cien por ciento en que
estuviéramos cerca.
Aunque ese ya no era mi problema, como se lo dejé claro,
pues yo no era cualquier flor a la que pudieran picar a las
primeras de cambio.
Las luces estroboscópicas, la música por todo lo alto, las
máquinas de humo; el olor a licor y tabaco junto a las
personas disfrutando de su noche, nos dieron la bienvenida.
El club era grandísimo y se encontraba repleto de gente
para ser jueves. Maokko era fanática de lugares como este y
su cabeza se movió al ritmo de los acordes, incluso noté que
les regaló guiños a varios chicos y tuve que tomarle la mano
para que recordara que esta era una misión, no una noche
en la que me dejaría sola mientras conseguía diversión o la
oportunidad de probar el producto americano.
—Pareces una novia celosa —me dijo al enganchar su
brazo en el mío y rodé los ojos.
Ella rio.
Caminamos por toda la primera planta sin detenernos, y
enseguida llegamos a unos escalones de metal. El tipo se
detuvo al inicio y nos invitó a ir delante de él.
—¿A caso pretendes verle el coño a mi chica? —espetó
Maokko y el tipo se sorprendió por el reclamo. Yo apreté los
labios para no reír.
Era claro que, si subíamos antes, él tendría la oportunidad
de vernos a ambas.
—No, lo siento —respondió él y noté su vergüenza.
—Ves cómo cuido lo mío —se mofó Maokko en cuanto el
tipo subió.
—Disfruta de lo tuyo entonces —ironicé yo tomando la
delantera.
El tipo nos estaba llevando hacia un privado en la
segunda planta, en donde encontramos a más hombres
haciendo su guardia; tres disfrutaban de una botella de
whisky en su mesa, de las mujeres en sus piernas y de
enterrar los rostros en los cuellos de ellas. Uno más nos
daba la espalda, se encontraba de frente a una barra
disponible solo para ellos.
Su cuerpo de nadador iba enfundado en ropa casual, muy
de acuerdo para el club. Lo noté atlético, con músculos que
se apretaban a su ropa de manera sutil. Tenía las mangas
de la camisa arremangadas hasta los codos, luciendo con
orgullo la tinta en sus antebrazos que seguía por debajo de
la tela. El cabello era un poco largo de la parte de arriba y
corto de los lados, peinado hacia atrás por lo que pude
notar en cuanto inclinó la cabeza para beber de un solo
trago el licor en su vaso corto.
—Si no te lo follas tú, lo haré yo —susurró Maokko con
disimulo.
—¡Jesús! Ni siquiera le has visto el rostro.
«Tú tampoco a Sombra y eso no te detuvo, Colega».
Dios.
—¿Y eso qué importa cuando tiene ese cuerpo? —acotó
Maokko.
—Darius, estas son las chicas que preguntan por ti —
anunció nuestro guía interrumpiendo mi interacción con
Maokko.
El chico de la barra era Darius y se giró para vernos. Mi
corazón se aceleró porque, por alguna razón, el retrato que
tenía en mi cabeza de Sombra apareció en mis recuerdos.
Darius tenía la camisa con los botones desabrochados
hasta el pecho. En la garganta, se le veía un tatuaje de un
animal alado, aunque no lo distinguí por la distancia. En
cuanto nuestras miradas se cruzaron, noté que sonrió de
lado con sensualidad y maldad incluida.
«La combinación perfecta».
Yo diría peligrosa.
Comenzó a caminar hacia nosotras y el retrato de Sombra
desapareció de mi cabeza, ya que Darius no tenía ningún
piercing. Su rostro solo era adornado por sus facciones
duras, labios con un grosor mediano, nariz recta y una
barba castaña oscura como su cabello. Noté pecas que le
cubrían la cara, pero que le daban su atractivo, a la vez que
no pasé desapercibidos sus ojos negros como la noche y
mirada penetrante.
«Y olía de maravilla».
Sí, y también me resultó familiar, aunque no recordé en
ese momento dónde olí su fragancia.
—Isabella —saludó casi en un susurro y tomó mis manos
entre las suyas. Vi que las tenía tatuadas, pero no noté
rombos en ellas.
Llevó mis manos directo a sus labios y besó el dorso de
ellas.
—¿Te han dicho que haces alarde de tu nombre? —
preguntó y volvió a erguirse para mirarme a los ojos—. Bella
—saboreó aquella manera de llamarme y me estremecí.
Sí tenía un piercing, pero en la lengua.
«Y una voz demasiado seductora».
—Me lo dijo alguien que se esconde detrás de una
máscara —admití recomponiéndome—, después de
besarme —añadí. Darius rio y no era la reacción que
esperaba.
Esperé ver nerviosismo, no tranquilidad. Y Darius, además
de eso, también se mostró confiado y hasta un poco
altanero.
—Y es sorprendente que después de probar tus labios,
haya tenido el valor de enviarte a mí y arriesgarse a no
volver a hacerlo.
Escuché el carraspeo de Maokko al ser testigo de esa
interacción. Por mi parte, sonreí divertida al comprender por
qué Sombra se mostró tan inquieto de que pusiera un pie en
Vértigo.
«El Chico oscuro sabía que te enviaría directo a la boca
del lobo».
—Ultima advertencia: o te lo follas tú o lo haré yo —dijo
Maokko en japonés y me mordí el labio para no sonreír.
—Me gusta tu amiga —soltó Darius también en japonés y
sabía que ambas abrimos demás los ojos por la sorpresa
que nos provocó.
Carajo.
Sentí que mis mejillas se calentaron al ser pillada.
Maokko, en cambio, ni se inmutó; al contrario, le guiñó un
ojo al tipo haciéndolo sonreír. Luego de eso, él dejó de lado
el halago de la asiática y nos invitó a sentarnos en uno de
los sofás de cuero que hacían parte del privado, además de
que nos ofreció bebidas. Acepté teniendo el cuidado de
asegurarme de que no le hubiesen metido droga o veneno
al coctel y nos concentramos en tener una charla social,
pues tampoco quería ir directo al grano sin antes
asegurarme de que Darius fuera de fiar.
También aproveché para indagar más sobre él. Ya que,
después de ver su piercing en la lengua y escucharlo hablar
en japonés, la duda volvió a atacarme, además de que me
trataba con mucha confianza, como si no fuera la primera
vez que me veía. Me sentía confundida y terminé por
responderle un mensaje a Sombra que ignoré antes con tal
de descartar que Darius y él fueran la misma persona.
Sentí la mano de Maokko sobre mi pierna y medio le
sonreí al darme cuenta de que su gesto fue hecho con
disimulo, para calmar el movimiento acelerado que me
provocó la impaciencia por no recibir una respuesta por
parte del Chico oscuro.

Respondió Sombra a los minutos. Vi el mensaje desde la


barra de notificaciones. Darius no se había movido de su
lugar y tampoco tenía el móvil en la mano, lo que me hizo
dejar de asociarlos.
«Colega, pero era bonito que el Chico oscuro te
respondiera incluso estando en medio de algo».
¿Por qué siempre tenías que fijarte en cosas como esas?
«Pues porque tú no lo hacías, carajo. Es más, te
encantaba ignorarlo y él te respondía incluso estando
ocupado».
¡Jesús!
Me concentré en la conversación que Maokko mantenía
con Darius. Ella le había preguntado cómo y dónde aprendió
japonés, y él explicó que lo hizo por su madre. Pues, aunque
la señora fuera americana, siempre le gustó la cultura
japonesa, e hicieron la promesa de que cuando Darius
aprendiera el idioma harían un viaje por todo el país asiático
para celebrarlo.
—¿Les gustó mi país? —inquirió Maokko y Darius asintió,
pero sonrió con tristeza y no supe por qué.
Tras eso, me buscó con la mirada y suspiró.
—Bien, sé que has venido para charlar algo más serio
conmigo, así que vamos a mi oficina para tener más
privacidad —me invitó y asentí. Entendiendo que no quería
seguir tocando el tema de su viaje.
—Yo me quedaré aquí para que hablen tranquilos —avisó
Maokko.
No me negué, porque ese había sido nuestro plan, y
cuando Darius se percató de eso, tampoco insistió.
Se puso de pie y lo imité, y sin preguntarlo o preverlo, me
tomó de la mano y me guio hacia su oficina. No me zafé y
decidí seguirlo sin decir nada, pero cuando abrió la puerta
de la oficina y me invitó a pasar, aproveché para
deshacerme de su agarre de manera natural. El lugar era de
colores oscuros y rojos, olía bien y nos daba una privacidad
muy cómoda.
—Toma asiento —pidió señalando uno de los sofás
individuales que colocaron frente al escritorio como una
pequeña sala privada.
Agradecí la invitación y, al notar que él se sentaría frente
a mí, crucé las piernas, pero no por coquetería, sino para
protección.
«Sí, solo tú usabas vestidos sin bragas».
—¿Quieres algo de beber? —ofreció y negué.
—Ya bebí mucho por hoy —respondí y asintió tomando su
lugar.
—Bien, entonces dime qué ha hecho que me honres con
tu hermosa presencia —indagó sin dejar su picardía.
—¿A caso Sombra no te lo mencionó?
—Digamos que a él le importó más asegurarse de que me
comportara, que lo que tú deseas de mí —resopló y eso me
causó gracia, pues sabía que no mentía—. Como si yo fuera
a obligarte, en lugar de provocarte para que seas tú la que
busque algo conmigo.
Solté una risa burlona y me miró alzando una ceja,
indignado, pero a la vez tentado a demostrarme que no
estaba jugando conmigo. Había apoyado los codos en el
apoyabrazos del sofá, y con el puño derecho escondía la
sonrisa socarrona que le provoqué.
—¿Así que lo tomas a broma? —inquirió.
—En realidad, me causa gracia aceptar que tu amigo tuvo
razón sobre que algunos hombres me toman como si solo
fuera un pedazo de carne premium que anhelan comer.
—No, Isabella. Para mí no eres carne premium. Lo que sí
eres es una reina capaz de hacer sentir como rey a
cualquier pusilánime al que mires sin ganas de matarlo —
aseguró con voz gruesa.
Para cualquiera, Darius podía pasar por alguien normal,
un simple administrador de club. Pero Vértigo no era
cualquier club y él denotaba más poder del que quería
esconder bajo esa fachada de chico normal.
—Pero no cualquiera al que haga sentir como rey puede
cumplir los deseos de a quien ve como reina, ¿cierto? —reté
y sonrió de lado.
Fue una sonrisa de «ponme a prueba».
—¿Qué necesitas de mí?
—A Derek —solté sin más. Por primera vez, reaccionó
como lo esperé antes: nervioso. Y sonreí con ironía en
cuanto se puso de pie y me dio la espalda—. Como me lo
temí —murmuré con una risa amarga—, eres uno más de los
que cree que puede estar a mi altura, pero en cuanto
escuchan lo que pido, desean huir.
—No es fácil lo que me pides —respondió, girándose para
mirarme.
Me limité a seguir sonriendo sin gracia alguna,
reprimiendo mi ira porque Sombra, y en ese momento
Darius, actuaban como si el malnacido de Derek fuera un
dios al que podría tener frente a mí solo cuando él lo
quisiera, o si le ofreciera un sacrificio digno.
—¿Y qué tengo que hacer para llegar a quién sí lo pondrá
a mis pies con facilidad? —pregunté con tranquilidad fingida
—. Porque ya esto de ir de pusilánime en pusilánime no es
gracioso. Quiero al maldito genio que me cumplirá este
deseo.
Me puse de pie tras decir eso y me acerqué a él,
preguntándome en mi interior por qué carajos Sombra me
hizo viajar a Vértigo para ver a un tipo que, al igual que él,
veía difícil acercarme a ese hijo de puta.
—Es que no te dije que yo no puedo, Isabella —zanjó y
eso me hizo alzar una ceja—. Pero ¿crees que vale la pena
el riesgo? ¿Buscarlo tú en lugar de que el destino lo vuelva a
poner frente a ti? —indagó y alcé la barbilla.
—Iría al maldito infierno si con eso el diablo me
prometiera que lo pondrá a mis pies —respondí segura y lo
vi tragar con dificultad—. Hace mucho dejé de ser la chica
que solo esperaba a que la paz y tranquilidad la encontrara,
Darius. Ahora soy una mujer a la que no le importa desatar
el caos con tal de encontrar mi propia justicia, o respuestas.
—¿Respuestas a qué? —cuestionó.
—Al odio que los Vigilantes me tienen, porque ya mataron
a mis progenitores, me hicieron huir del país y me han
hecho volver para darme caza, según ellos —expliqué—.
Esto ya no se trata de cobrarle venganza a mis difuntos
padres, Darius. Y si quiero prepararme para esta guerra
debo saber el origen.
Por unos minutos, se quedó pensativo, analizando mis
palabras. Luego me miró a los ojos y no pude identificar lo
que vi en los suyos, hasta que alzó la mano para
acariciarme el rostro y negué con la cabeza. Se detuvo de
inmediato y respiró hondo.
—Estoy seguro de que tu padre tuvo que dejarte las
respuestas —susurró cerrando en puño la mano que quedó
cerca de mi rostro—. Pero no has buscado bien.
—¿Por qué suenas tan seguro de eso?
—Porque era Enoc, cariño —respondió como si eso fuera
la respuesta de todo y odié que otras personas hayan
conocido más a mi padre que yo—. Tu padre fue un tipo que
pensaba en todo, y te aseguro que, aunque no haya
planeado su muerte, sí se encargó de poder resolver todas
tus dudas incluso muerto.
Tragué con dificultad y me dejé guiar por él cuando me
condujo hacia un sofá más grande para sentarnos juntos.
—Lo conociste —aseguré y él sabía que no me refería a
que supo que era un fundador de Grigori.
—Y lo respeté, además, así como lo admiré —aceptó—.
Aunque antes de que te lo preguntes, yo no te conocía
hasta que llegaste a Richmond hace años. Sabía de ti, sí.
Pero Enoc te protegió tanto que para muchos llegaste a ser
solo una leyenda —explicó—. Hasta que LuzBel te introdujo
en el mundo de Grigori.
Me sorprendió que supiera cómo descubrí mi verdadero
mundo, algo que me llevó a confirmar lo que sospeché
antes: Darius tenía más poder del que aparentaba, y
mientras seguimos hablando descubrí que ser neutral, como
se denominó, tenía más beneficios de los que uno esperaba.
Sobre todo él, que con el paso del tiempo también se
convirtió en nadie, una persona que no sumaba ni restaba y,
por lo mismo, no le tomaron importancia. Uno de los peores
errores que podíamos cometer, ya que como lo estaba
descubriendo, ser nadie le había permitido a Darius estar en
reuniones importantes. Incluso, se volvió invisible y con eso
consiguió información por la que cualquiera pagaría.
Yo incluida.
Aunque mientras más charlábamos, más descubría que
no era una persona que soltara así porque sí la información;
todo lo contrario, sabía cuidar cada palabra para no delatar
a nadie.
—¿Enoc no te dijo nada antes de morir? Algo que pueda
ser la clave de lo que buscas —señaló e hice memoria.
Me habían sucedido tantas cosas, que evitaba pensar en
ellas porque una era más dolorosa que la otra. Bloqueé
recuerdos hermosos incluso, ya que también esos dolían, y
me dediqué a reconstruir parte de mi vida, así fuera desde
la oscuridad.
—Pensar en su muerte duele —murmuré y me tomó de la
mano.
No sabía la razón, pero mientras más charlábamos sentía
que podía confiar en él, no ciegamente, aunque sí lo
suficiente como para mostrarme vulnerable en ese
momento. Sombra debía experimentar lo mismo, como para
atreverse a enviarme a su club incluso con sus celos tontos
y sin fundamento.
«Ni tan tontos o sin fundamentos, luego de cómo Darius
flirteó contigo».
Me refería más a que yo no era nada de Sombra como
para que se comportara como novio celoso.
—Lo sé —aseguró Darius y nos miramos a los ojos. Me
dejó entrever que él también pasó por algo igual de
doloroso, pero me abstuve de preguntar—. No es fácil y
tampoco te tortures, solo piensa en lo último que te dijo.
Me fue inevitable no pensar en lo que llevó a mi padre a
su muerte: mi secuestro. Pero no me concentré en ello
porque esas eran aguas de las que no estaba dispuesta a
beber. Sin embargo, sí capté el recuerdo del Sombra que
conocí en ese momento y al cual Elijah asesinó. Ese que me
miró con odio puro y ganas de hacerme pedazos, muy
distinto al que conocí en el cementerio.
Al Chico oscuro que se presentó ante mí con ojos
totalmente negros y demostrando más poder que ese del
secuestro. El primero era un lamebotas que no daba un
paso sin que se le ordenara. Y el segundo, era el que rompía
las reglas y se regía por sus propias órdenes.
La desesperación que experimenté en aquella lucha luego
de que nos rescataran a mi padre y a mí tras el secuestro,
volvió a asentarse en mi pecho. Me sentí aturdida por todo
lo que pasamos en un par de días de encierro, aunque intuí
que también tenía que deberse a algo más.
«Esos malnacidos llevan drogas en los guantes».
No supe quién había gritado eso en la batalla de años
atrás, pero fue la respuesta que necesitaba para entender
mi mirada borrosa y el aturdimiento que no me dejaba
pelear como tanto necesitaba. Me defendía por instinto, y el
miedo comenzó a apoderarse de mí
—Bella, tranquila —susurró Darius y me tomó de las
manos. Me metí tanto en ese recuerdo que ni siquiera sentí
que había comenzado a temblar—. ¿Puedes seguir? —
preguntó y asentí.
En lugar de zafarme de su agarre, esa vez lo tomé con
más fuerza y me regaló una sonrisa cálida como respuesta.
—¿Sabes que Derek me secuestró? —le pregunté y se
puso serio.
—He escuchado la historia, y que tú no eras el objetivo —
confesó y lo miré esperando a que añadiera más—. Querían
a tu hermano, llevarte a ti fue un golpe de suerte para ellos
—explicó con una risa sarcástica—. Pero Derek nunca dio los
detalles de cómo las mantuvo cautivas porque Lucius se lo
prohibió.
Me tensé con lo último y la respiración se me aceleró.
Había creído que alardearían de sus logros, nunca se me
cruzó que callarían.
—En la batalla que se llevó a cabo cuando nos
recuperaron a mi padre y a mí, nos drogaron. Fantasma y
Sombra —le dije y me animó a que siguiera—. Eso nos
imposibilitó para defendernos. Aún así, y con una daga
incrustada en la carótida gracias a Aki Cho, mi padre me
apartó antes de que Fantasma me atravesara con un par de
tantos.
»Grité horrorizada al darme cuenta de lo que papá hizo, y
escuché con más horror lo que Fantasma me dijo antes de
huir. Pero lo ignoré porque me importaba más llegar a mi
padre. Y me arrastré hasta él casi al mismo tiempo en que
Perseo llegó para intentar socorrerlo.
Me limpié una lágrima con brusquedad y carraspeé. Las
imágenes se reproducían en mi cabeza como si estuvieran
sucediendo en ese momento.
—Perseo se quitó la playera para ponerla en el cuello de
mi padre y que así no se siguiera desangrando por la daga
de Aki, mientras yo le sostenía la cabeza tratando de que no
se ahogara. Elliot llegó desesperado y puso las manos en los
cortes que dejaron los tantos de Fantasma. —Reí con
amargura.

—Nena, nuestras vacaciones en Hawái. Vacaciones,


Hawái.
—Shhh, no hables, papito, por favor.
—No, por favor prométeme, nena. No te vayas, no te
alejes de Elijah, de Elliot, no…
—Cálmate, amigo. No te esfuerces, vamos a ayudarte —
prometió Perseo.
—No, nena, escúchame…
—Papá, por favor.
—Elijah y Elliot… tienen una promesa que cumplir…
—John, no te esfuerces, hombre. Yo puedo explicarle —
suplicó Elliot con lágrimas en los ojos.
—Qui-quiero que te quedes al lado de ellos y tomes mi
lugar… El lugar para el que siempre te preparé, hija —siguió
papá sin querer darse por vencido.
—¿De qué habla, Elliot?
—Llegó, llegó la hora de que mi ángel caiga y se convierta
en una verdadera líder. E-eres mi sucesora, Isabella, no me
d-defraudes.
—Papito, por favor, cálmate te lo suplico.
—Te-te amo, vi-vida mía.
—Yo también te amo, papá. Y te necesito, por favor,
papito.
—Tú siempre fu-fuiste lo más importante de nuestras
vidas. Le-Leah y yo estaremos contigo aun desde la muerte.

—Papá —supliqué en un susurro, cayendo en la realidad.


Sentí una tela suave siendo pasada por mis mejillas, y al
enfocarme de nuevo en el presente, vi a Darius
limpiándome las lágrimas y observándome con
comprensión.
—¡Shhh! Ya pasó —aseguró y tragué con dificultad,
respirando hondo para calmarme—. ¿Quieres un trago? —
ofreció y asentí esa vez.
Me dejó el pañuelo en la mano y limpié mis lágrimas lo
mejor que pude. Luego tomé el vaso corto que me ofreció y
bebí el licor sin olerlo esa vez. Era bourbon sin hielo, y me
quemó la garganta de una manera que agradecí.
—Ha habido dos Sombras —murmuré tras unos minutos y
él volvió a sentarse a mi lado.
—Así es —confirmó exhalando un suspiro pesado—. El
original fue un lameculos dispuesto a cumplir los caprichos
de su amo —prosiguió y no lo dudé, pues fui testigo de su
odio hacia mí sin siquiera conocerme—. Y el siguiente, llegó
para cubrir una vacante después de que LuzBel asesinara al
primero. El nuevo Sombra se ha visto obligado a ocupar el
lugar del primero por una promesa hecha a alguien en su
lecho de muerte. —Me tensé al escucharlo—. Y como ya
sabes, todo en nuestras vidas está basado en promesas
hechas de sangre o hasta de la propia vida, así que no pudo
romperla. —Asentí siendo consciente de eso.
—Sé que a este nuevo Sombra se le ordenó encontrarme
y entregarme, pero él se rige por sus propias reglas —dije,
repitiendo lo que me dijo el Chico oscuro.
Darius sonrió con diversión.
—Su promesa fue proteger a Fantasma de cualquiera que
le quisiera hacer daño de forma injusta, por eso tú nunca
estuviste en su lista por mucho que se lo ordenaran —acotó
sin perder la sonrisa y me miró a los ojos—. Y cuando te
conoció, quedó tan embobado por tu belleza, que me
atrevería a asegurar que incluso si fueras la culpable de la
muerte de Fantasma, no te entregaría, aunque eso
signifique romper por primera vez una promesa de sangre.
No aparté la mirada de Darius mientras pronunciaba esas
palabras, lo que me hizo notar la intensidad con la que dijo
cada cosa.
—Hablas como si en lugar de conocer a Sombra, fueras tú
en su piel —urdí y él volvió a exhalar un suspiro, sonriendo a
la vez.
—Hemos pasado por tantas cosas juntos, que a veces
también he llegado a creer que podríamos compartir la
misma piel —confesó.
—O la máscara —razoné y él negó con la cabeza sin
perder la diversión.
—Te aseguro que yo la llevaría con más elegancia —se
mofó y eso me hizo sonreír a mí.
Me puse de pie cuando me vi tentada a preguntarle más
cosas sobre Sombra, ahora que sabía que eran cercanos,
pero me contuve y le di la espalda. No había llegado a
Vértigo para hablar sobre hombres, al menos no de los que
habían conseguido meterse entre mis piernas.
«Eso sin contar con que evitabas saber más sobre el
Chico oscuro para luego no sentirte culpable por usarlo».
Para ser sincera, dudaba mucho llegar a sentirme
culpable.
—Las nuevas órdenes de Sombra han sido mantenerse
alejado de ti —dijo Darius llegando detrás de mí y me giré
para que estuviéramos de frente—, pero es claro que de
nuevo no cumplirá.
—¿Temen que me dé información para acabar con los
Vigilantes?
—Sinceramente, es lo que menos les importa —admitió y
fruncí el ceño—. Sombra se ha vuelto una pieza muy
importante en este juego, Bella. Así que no permitirán que
se distraiga, y tanto Fantasma como Lucius intuyen que lo
traes loco y no lo culpo. —Le di un manotazo al ver su
intención de tomarme de la cintura y rio divertido e
inocente—. Si alguien fuera de nuestro grupo de confianza
se entera que ha estado contigo y encima te ayudó a llegar
a mí, lo tomarán como si hubiese roto su promesa.
La diversión se borró de su rostro con lo último que dijo.
—¿Y lo matarían?
—A él no, a su familia sí —contestó y eso me hizo abrir
demás los ojos.
Tenía familia.
«¡Jesucristo, Colega! Que fuera misterioso no significaba
que era huérfano o algo de eso».
Lo sé, pero era más fácil creerlo sin familia.
—Esto es una mierda —me quejé por mis pensamientos.
—¿Qué más recordaste? —preguntó Darius.
—Antes de morir, papá me insistió mucho que no me
alejara de Elijah ni de Elliot, aunque supongo que buscaba
que con ellos aprendiera lo que él ya no pudo enseñarme —
analicé—. También…
«Nena, nuestras vacaciones en Hawái. Vacaciones,
Hawái».
Abrí los ojos de manera desmesurada ante ese recuerdo.
Era extraño que en su lecho de muerte haya insistido en
que recordara unas vacaciones, a menos que…
—¡Oh, mierda! —exclamé y Darius me miró esperando a
que siguiera—. Papá insistió en que recordara unas
vacaciones.
—¡Ahí está! —gritó Darius—. Si Enoc insistió en algo tan
banal es porque eso te llevará a lo que tanto necesitas para
entender muchas situaciones de tu vida.
Estuve de acuerdo, así como entendí que Darius tuvo
razón al insistir en que papá me dejó las respuestas a lo que
él no pudo decirme en vida. Y tal vez no de la forma fácil, o
yo no quería verlo así, porque decidí que era mejor olvidar
lo que me dañaba sin saber que con eso dejaría pasar cosas
importantes. Y sí, las vacaciones podían ser banales, pero
no la fecha.
—Tendré que salir de viaje —comenté, consciente de que
todo lo de valor estaba en mi casa de California.
La casa que papá compró en Richmond no tenía cajas
fuertes, y Dylan tampoco encontró nada de eso en la
empresa de la ciudad, lo que me dejaba la de California que
era donde más pasaba y la mansión en la que
compartíamos la mayor parte de nuestras vidas.
—¿Me llevarás a mis enemigos antes? —pregunté y me
miró sorprendido.
—No sé por qué tuve esperanza de que te olvidarías de
eso —murmuró y sonreí.
—Por favor, demuéstrame por qué Sombra me envió
contigo —dije con un tono de voz que no fuera demandante,
aunque tampoco suplicante.
—¡Joder! Creo que terminaré haciendo que ese imbécil me
mate también —murmuró y lo miré sin entender—. Sé cómo
hacerte llegar a ellos, pero tengo condiciones —advirtió—.
¿Estarías dispuesta a hacerme una promesa?
Me tensé, eso no me lo esperaba.
—¿No implica sexo contigo? —inquirí.
—¡Mierda! Te aseguro que, si quisiera, no te acostarías
conmigo por pagarme una promesa. Lo harías porque
deseas —refutó con mucha seguridad.
—Habla entonces —lo animé, asegurándole con eso que
podía hacer una promesa.
—Te haré llegar a esos hijos de puta, pero no podrás
matarlos allí mismo porque me pondrás en tela de juicio, y
créeme que te sirvo más sin que me pongan una diana en el
culo —aseguró—. Tendrás que planear bien lo que harás.
Estudiar tus pro y contras y demostrarles que, al igual que
ellos, tú también estás cerca y puedes joderlos cuando
quieras. —Mi corazón se aceleró con emoción al escucharlo
—. Aunque creo que Sombra no consideró cómo lo voy a
hacer y si supiese… vendría aquí y nos mataríamos a
golpes. —Sonrió con diversión ante lo último, como si la
idea de una pelea con el Chico oscuro le emocionara.
—Él no es mi dueño, Darius. No tiene por qué saber todo
lo que hago o digo —repuse con seguridad y asintió.
—Hay un club exclusivo para los Vigilantes, cada semana
se reúnen allí para disfrutar o celebrar.
—¿Qué tipo de club? —indagué al sentir su inseguridad.
—De depravación, eso encierra desde el voyerismo, baile
erótico, sexo, drogas y todo lo que puedas imaginar —
explicó, y comprendí su punto—. Hay un día especial en
donde las bailarinas usan disfraces y, ya que a Lucius le
encanta probar carne fresca como él lo denomina, hacen
nuevas contrataciones. —Me observó expectante para
medir mi reacción antes de continuar—. Puedo hacerte
llegar como una de esas chicas.
Perfecto.
—¿Tú vas a ese club?
No sabía qué me motivó a hacer esa pregunta.
—Soy parte de los Vigilantes, aunque no lo haya deseado
—respondió—. Sombra también lo es —recordó y me
incomodé—. ¿Estás dispuesta a hacerlo así? —indagó.
—Por supuesto —respondí segura. Cuando dije que haría
lo que fuera necesario, no mentía—. Llévame a mí y a
Maokko —añadí y asintió.
—Siempre supe lo decidida que eras con solo verte —
halagó—. Y no te preocupes, te cuidaré…, las cuidaré —
aseguró—. Lo prometo, Bella. —Se acercó a mí y me miró
casi que acariciándome con la mirada—. Así como prometo
que volveré a probar tus labios.
Alcé una ceja al procesar sus palabras.
—¿Volverás? —pregunté, descubriendo la palabra clave
que dejó escapar.
Él sonrió con picardía antes de responder.
Capítulo 19
Una diosa bajo la lluvia

Me besó.
Y no fue un beso largo o húmedo, menos con lengua
incluida. Simplemente presionó sus labios a los míos y, tras
eso, se apartó, haciéndome sentir como si lo hubiera
soñado o imaginado. Me quedé estupefacta y hasta sin
respirar, y él se limitó a sonreír.
—Así es, volveré —respondió a mi pregunta.
—Eres un…
—¿Ladrón de besos? Solo contigo —aseguró tras
interrumpir las palabras que traté de decir entre dientes, y
luego me guiñó un ojo.
—Tienes suerte de que te necesite, Darius, porque de no
ser así, te aseguro que ahora mismo estaría de…
—¿Devorándome la boca?
Volvió a callarme, estaba conteniendo la risa, bastante
tranquilo. Incluso lucía inocente, como si solo fuera un niño
travieso que actuó por curiosidad. Y terminé riéndome.
—Eres un idiota —solté.
Rio conmigo y, tras la impresión de su arrebato y la ira
fugaz, me invadió la diversión porque en mi mente él era un
hombre de cuidado. Un tipo al que debía temerle ya que
sabía esconder sus ases bajo la manga, pero con ese beso
tan de adolescentes que me robó, también me mostró un
lado suyo que no me sentó mal para ser sincera. Y tampoco
esperaba repetirlo, simplemente lo tomé como un juego.
Cuando calmamos nuestras risas, me pidió disculpas por
lo que hizo, alegando que no pudo contenerse y que era un
hombre que tomaba las oportunidades que la vida le daba
sin pensarlo tanto. Además, aseguró que no lo volvería a
hacer a menos que fuera yo la que quisiera. Le respondí que
eso no pasaría ni aunque estuviera borracha, y se limitó a
sonreír con chulería. Media hora después, nos despedimos,
con la promesa de que me contactaría en cuanto pudiera y,
por supuesto, que me hizo prometerle que no asesinaría a
ningún Vigilante, mientras él estuviera a cargo de la
diversión para ellos.
Me limitaría a darles un mensaje, uno que por supuesto
no olvidarían.
Al estar en el Jeep, Maokko pidió (o más bien exigió) que
le contara lo que pasó con Darius en la oficina y, mientras
nos quitábamos los tacones para ponernos las botas, le dije
todo. Gritó emocionada cuando llegué a la parte del beso
robado y rodé los ojos.
«Maokko era de las mías».
No lo dudaba ni un segundo.
—Avísale a Caleb que ya vamos para Richmond y que nos
reuniremos en el punto acordado —pedí y le entregué mi
móvil. Ya me había puesto en marcha y fruncí el ceño
cuando de soslayo la vi sonreír—. ¿Qué te causa gracia?
—¿Gracia? Nada —exclamó—. Es emoción y no solo por el
beso que ese guapetón te plantó, sino porque ya estoy
imaginando lo increíble que será estar en ese club, bailarles
a nuestros enemigos y después darles a probar un poco de
nuestra exquisita agrimiel.
Sonreí de lado ante las imágenes que puso en mi cabeza,
y mi corazón bombeó acelerado, haciendo incluso que
sintiera la sangre recorriendo mi torrente por la adrenalina y
la emoción de tener a esos hijos de puta en mis manos,
sosteniendo la línea entre su vida y muerte, haciéndome
con el poder de ser yo la que decidía si los dejaba respirar o
les cortaba las esperanzas de ver un día más.
—Mierda, me excita cuando sonríes así —dijo de pronto y
agrandé más mi sonrisa ladina—. Lo haces solo si algo
macabro pasa por tu mente.
—Algo que has puesto tú —aseguré y aparté los ojos de la
carretera un segundo para ver que también ella sonreía.
No dijimos nada más por unos minutos, ambas nos
dejamos consumir por nuestras propias fantasías, y estaba
segura de que, si alguno de los chicos de Grigori tuviera la
oportunidad de ver las mías, terminaría huyendo, ya que a
veces hasta yo me asustaba de la oscuridad que descubría
en mi interior en cuanto la sed de venganza me atacaba.
Mi encuentro con Darius había dado los frutos que
esperaba. Y sí, el tipo me inspiró confianza e incluso me
ayudó a resolver ciertas cosas que dejé en el olvido con tal
de no enfrentarme a mi pasado (a la pérdida de mis padres,
sobre todo). Sin embargo, no le dije nada que tuviera
relevancia porque, como analicé al conocerlo, confiaba en
él, pero no ciegamente.
Pensaba pedirle a Caleb que se contactara con Isamu
para advertirle mis planes y que así nos facilitara lo que
fuera necesario saber. También le solicitaría a Elliot que
organizara nuestro viaje a California porque él supo todos
los movimientos de mi padre, e intuía que conocía mejor
que yo los lugares donde debía comenzar a buscar mis
respuestas. Además, quería que agendara una reunión
especial con Perseo y Bartholome, pues tenía temas con
ellos que prefería charlar sin Tess en el medio, por el
momento.
Estaba aprendiendo la lección sobre ser cuidadosa, e iba
a proteger mi espalda y asegurar mis propias alianzas si
quería sobrevivir a la traición que estaban cometiendo
contra mí.
—¡¿Se puede saber dónde diablos estás?! —Miré a
Maokko en cuanto exclamó eso, sostenía mi móvil en manos
y leía un mensaje que acababa de llegar—. ¡Vaya! Tienes a
alguien que te controle la vida —se burló—. Y el remitente
está registrado como O.
Alcé las cejas al comprender de quién se trataba y maldije
por haberle dado mi móvil a esa asiática que muy poco le
importaba la privacidad.
—Eso no te importa, entrometida —bufé y rio—. Y nadie
me controla la vida.
—El mensaje dice lo contrario.
Nos adentramos en una discusión debido a sus
acostumbradas indiscreciones. E intentó saber más acerca
del remitente de dicho mensaje. Incluso tuve que
arrebatarle el móvil al intuir que quería averiguar todo por
su cuenta al revisar los mensajes que tenía sin leer, pues el
otro lo leyó desde la barra de notificaciones.
Lo dicho antes, ella sabía sobre Sombra lo necesario, no
hasta adónde había llegado ya con él, pero ya iba siendo
hora de contarle todo para que dejara de querer revisar mi
móvil como psicópata siempre que me descuidaba de él.
—¡Ya sé! Es alguien que te folla muy duro y
tremendamente delicioso y no me lo dices por miedo a que
también quiera probar —analizó con emoción y pegué una
carcajada ante tal estupidez.
Sombra me había escrito luego de que se desocupó de
eso tan importante que hacía, incluso me llamó, mas no
respondí porque me olvidé del móvil mientras estuve con
Darius. Y cuando salimos de Vértigo no recordaba que lo
dejé pendiente.
—No es nadie para mí —aseguré y fue su momento para
reír con burla.
Me limité a rodar los ojos.
—Ya sabes lo que dicen de los nadie: muchas veces son
los que se convierten en todo.
—Este no.
—¿Es Sombra? Porque he notado que hay mucho sobre él
que no me dices —señaló con malicia.
—Porque no es… ¡Maldición! —me quejé al frenar de
golpe.
El estado de Virginia se caracterizaba por tener bosques
de abetos y árboles de hojas perennes por doquier. Por cada
bloque de urbanización, era obligatorio que existiera un
bosque. Y las carreteras principales, como por la que
transitábamos, tenía arboledas a cada lado, además de ser
un poco solitaria a esa hora de la noche. Así que me
sorprendió encontrarme de pronto a cinco motocicletas
estacionadas una al lado de la otra para impedirme el paso.
—¡Puta madre! —espetó Maokko y vi su astucia al sacar
las armas y prepararse para el ataque—. ¡No puede ser
posible que nos hayan emboscado! —farfulló histérica en
japonés.
Yo me quedé en mi lugar, reconociendo a los tipos de esas
motocicletas, sobre todo al que usaba una máscara
veneciana blanca y que se bajó de la Hayabusa.
—Cálmate, Maokko. No es una emboscada como la que
piensas —le aclaré entre dientes, y en su rostro solo hubo
confusión.
Sombra le hizo una señal de mano a los demás tipos para
que esperaran. Reconocí a Marcus siguiéndolo, cuidando su
espalda, mientras el Chico oscuro caminaba hacia mi Jeep.
Me concentré tanto en notar que esa vez la máscara tenía
todo el contorno de los ojos pintados de negro, junto a unas
líneas verticales que comenzaban desde la frente, cruzaban
los cuencos de los ojos y terminaban en las comisuras de los
labios también negros, que no me percaté de mi compañera
quitándole el seguro a su arma hasta que la alzó dispuesta a
disparar antes de preguntar quiénes eran.
—Ya, Maokko. Cálmate —dije entre dientes y tomé el
cañón de la glock.
—No vamos a dejar que nos maten —aseguró. Ella no
entendía en ese momento que el chico por el que tanto
preguntó antes casi estaba en sus narices. Sus instintos de
supervivencia le hicieron olvidarse de su curiosidad.
Sombra llegó a mi lado y tocó el vidrio con sus nudillos
enguantados para que lo bajara. Exhalé un suspiro pesado y
después hice lo que pedía. Maokko se quedó atenta, aunque
estupefacta por mi actitud e imaginé que en su cabeza
estaba tratando de encajar todo. Y, a pesar de la oscuridad
que nos regalaba la noche, noté que las lentillas del Chico
oscuro eran negras con venas blancas, simulando una
tormenta con rayos embravecidos.
«De seguro describían su estado de ánimo».
—Me cago en tu puta —murmuró Maokko y evité reír.
Estaba sorprendida por lo que veía y me alegré de que no
solo yo me haya sentido intimidada por esos ojos la primera
vez que los vi.
—Baja del coche —exigió Sombra con tono autoritario en
su voz robotizada.
Alcé una ceja con ironía porque él sabía que conmigo las
cosas no funcionaban así.
—Y una mierda que bajará —respondió Maokko y apuntó
su arma directo al rostro de él, dejándola frente al mío.
Seguí mirando a Sombra con ironía y reto. Estaba segura
de que si hubiera sido la primera vez que lo veía, me habría
orinado encima porque el tipo daba miedo con sus
máscaras y ojos demoniacos, pero temor era lo último que
me provocaba ya.
—Querías saber quién era el remitente de mis mensajes,
pues aquí lo tienes —le expliqué con sarcasmo a Maokko
cuando decidí hacer que bajara el arma.
Su rostro fue cómico al encajar todo.
—¡Es el chico O! —Maldije en mi interior cuando repitió
aquello—. Sombra —agregó con asombro.
—Bella, baja del puto coche. —Nos interrumpió don
impaciente y lo miré con advertencia, comenzando a
hartarme de su tono.
Pero me ignoró.
—Ahora te entiendo —susurró Maokko con picardía.
—Ya veo que eres más puta que mortífera —solté en
japonés—. Quédate aquí —ordené sabiendo lo lengua floja
que podía ser.
Abrí la puerta del coche antes de que me respondiera y
empujé con fuerza, con la intención de apartar de golpe a
Sombra, pero tenía buenos reflejos y detuvo el metal a
centímetros de que lo impactara.
—Maldición —susurré fulminando a Maokko con la mirada
en cuanto ella también salió del coche por la misma puerta
de la que yo lo hice.
—Estás loca si crees que me quedaré esperando de
brazos cruzados mientras estos… —Se quedó mirando a
ambos tipos.
Sus ojos negros brillaron cuando notó a Marcus y este la
miró con frialdad y curiosidad a la vez.
«Apostaba lo que fuera a que esa asiática solo imaginaba
lo que podía haber debajo de la ropa de ese mastodonte».
Yo también.
—Dile a los demás que vigilen el área, que avisen y
cubran si ven algo extraño —le ordenó Sombra a Marcus,
aprovechando el silencio repentino de mi amiga. Y este
obedeció de inmediato, hablando por una radio con los
demás que mantuvieron una distancia prudente con
nosotros.
—Avísale a Caleb que nos retrasaremos —le pedí a
Maokko y la vi teclear en su móvil.
No le pedí que le ocultara nada porque ya el rubio sabía
mis tratos con Sombra.
—Ven —pidió Sombra tomándome de la cintura de
manera posesiva.
—¡Alto! —Lo detuvo Maokko—. No creerás que te la
llevarás tan fácil y me quedaré de brazos cruzados. Bien
puedes matarla.
—A ella le encanta mi forma de matarla —se mofó él.
Me quedé pasmada y Maokko abrió más sus ojos rasgados
al escucharlo, al descubrir lo que ya habíamos hecho, y
después sonrió con picardía y orgullo.
—Vendida —formulé en silencio para que ella me leyera
los labios y su sonrisa se expandió.
—No te preocupes. Bella sabe que no le haría daño, solo
quiero hablar —aclaró Sombra, como si no entendiera que
su cara de idiota no era porque estaba preocupada por mí,
sino embobada—. Marcus, encárgate de ella y no dejes que
se aburra…. Tú y yo —Me miró a mí— hablaremos un buen
rato —avisó y me hizo caminar junto a él.
—¡Demonios, chico! ¿Tus botas son trece? —Sentí que me
sonrojé al escuchar esa pregunta que Maokko le hizo a
Marcus.
—Eh…, sí —le respondió Marcus tras carraspear. Le había
sorprendido esa pregunta de mi perra amiga sin filtros, que
parecía más la reencarnación de mi conciencia.
—¿Y tienes todo igual de grande?
—¡Jesucristo! —susurré, sintiendo pena ajena al escuchar
la nueva pregunta de Maokko para Marcus a nuestras
espaldas.
—Si no tuviera cosas más importantes contigo, me
quedaría para ver este espectáculo —aseguró Sombra y
sentí un toque de diversión en su voz por la situación en la
que había dejado a su guardaespaldas.
—Metido —murmuré.
No me respondió ni escuchamos nada más porque nos
alejamos de esos dos. Sentía pena por Marcus, pero
también quería que tuviera su castigo por ceder a las
tonterías de Sombra. Y soportar a la chica sin filtros podía
tomarse como tortura, ya que no muchos sabían lidiar con
una mujer que no se iba por las ramas jamás.
Al llegar a la Hayabusa de Sombra, me percaté de que los
demás hombres se habían ido, cumpliendo sus órdenes.
—Daremos un paseo —anunció regresando a su tono
tosco.
—¿A dónde?
—Cerca. Necesito hablar contigo en una zona más
privada.
—Podemos hablar aquí —alegué. No quería estar a solas
con él y menos con la actitud que se cargaba.
—Siempre llevándome la contraria, ¿cierto? —Me miró de
una forma intensa, a pesar de esas lentillas que me
dificultaban leerlo, y no supe identificar si deseaba
arrancarme la cabeza o la ropa—. Súbete a la puta moto,
Isabella. Hablaremos donde yo quiera.
¿Pero quién se creía ese idiota?
«Tu dueño, claro estaba».
Pobre imbécil. Yo no era posesión de nadie.
Bufé sin responder y como pude me subí a la moto,
intentando que mi vestido no dejara nada al descubierto.
Sombra se subió cuando estuvo seguro de que ya estaba
lista y me tendió su casco. Su aroma me invadió en el
instante que me lo coloqué y me mordí el labio inferior,
negando en mi mente porque odiaba que me gustara tanto
su fragancia.
Lo tomé de la cintura cuando se puso en marcha y sonreí
en el momento que él me cogió de una mano para que la
pusiera sobre su abdomen, o más bien encima del chaleco
antibalas que sentí debajo de su ropa. No recorrió
demasiado camino, simplemente avanzó hasta adentrarse
en el bosque y se estacionó cuando nos alejó lo suficiente
de la carretera.
Se bajó de la motocicleta sin decir nada y yo me acomodé
mejor en ella. Me gustaba que fuera espaciosa, como una
chaise lounge con ruedas.
—¿Tan interesante estuvo tu visita a Darius? —cuestionó
en un tono lleno de ira y sarcasmo.
—No sé para qué preguntas si es algo que ya sabes —
respondí sin interés. Vi la tensión en sus hombros y supe
que mi respuesta no le satisfizo.
—No, no sé nada porque al igual que tú, él también
decidió ignorar mis putas llamadas —reclamó y me encogí
de hombros.
—No es mi problema que seas tan intenso.
—No juegues conmigo, Isabella —exigió y me mordí la
sonrisa. Había dejado las luces de la Hayabusa encendidas,
aunque eso solo iluminaba la periferia y no directamente a
nosotros—. ¿Qué hicieron aparte de hablar? Y no me
mientas.
Volvió a subirse a la moto luego de hacer esa pregunta,
aunque se colocó al revés para que quedáramos de frente,
de esa manera la luz dejaba de iluminarlo y me hacía más
difícil a mí poder identificar sus rasgos.
Inteligente.
—Follar —musité.
Me reí cuando me cogió del cuello e hizo que nuestros
pechos se rozaran, pero no mentiría al decir que solo
buscaba joderlo; al contrario, necesitaba que me
demostrara que era él y no mi Tinieblo, ya que en esa
posición y con la oscuridad, me fue imposible no recordar
cuando Elijah me tuvo así, tentándome en aquella cafetería,
confirmándome cuánto deseaba que me besara.
—Te juro por el maldito infierno que, si ese hijo de puta se
atrevió a tocarte, voy a cortarlo en pedazos y te enviaré uno
a uno como regalo para que te pienses mejor el provocarme
así. —Sus palabras iban cargadas de una promesa firme.
Sombra estaba cegado por la ira y, aunque no me dañaba
con su agarre, sí me demostraba que con Darius no se
controlaría.
Y creí en su juramento.
Recordé a Darius robándome el beso y estuve segura de
que si Sombra se enteraba, sería suficiente para ponerlos
uno contra el otro y no me convenía. Ambos me seguían
siendo de utilidad y no era prudente para mis planes que se
enemistaran.
—No lo hizo —aseguré, dejando mi tono altanero—. Solo
me ayudó a encontrar algunas respuestas que dejé en el
aire. —Me tensé cuando liberó mi cuello y sus manos
llegaron a mis piernas desnudas. Ya no usaba guantes y
pude sentir el calor de su piel.
—Pero lo intentó —susurró con seguridad, miedo y deseos
de matar.
—No —titubeé y lo escuché reír.
—Mientes tan mal —musitó en mi oído y el corazón se me
aceleró por sus manos arrastrándose a mis caderas. Se
subió la máscara y la dejó sobre su cabeza. Sacó la lengua
para lamerme y besarme el cuello, esparciendo besos por
mi mejilla, saboreándome como si fuera su postre.
Dios.
Abrí la boca para inhalar y exhalar, apretando las manos
sobre la parte de atrás del asiento, pues me había inclinado
para tratar, en un vano intento, alejarme de él. Mis pezones
se endurecieron dentro del vestido y el calor en mi vientre
creció, temiendo con eso que él pudiera sentir la fiebre que
provocó en mi entrepierna.
—Pero la forma en que tu cuerpo reacciona a mí me hace
olvidar esa terrible mentira.
Me mordí el labio para no gemir ni jadear en el momento
que bajó las copas de mi vestido y desnudó mis pechos.
Dejó salir una respiración baja y hundió sus labios en mi
piel, arropando mi pezón con la boca.
—Maldición —susurré, sintiendo calor y un deseo
incontrolable por montarme en su regazo para restregarme
en él y conseguir un poco de fricción.
Arremolinó la lengua en mi capullo endurecido y lo mordió
para luego chuparlo, jugando con él, recordándome que
hacía lo mismo con mi clítoris. Lo hizo lento,
humedeciéndome con su saliva mientras que mi coño lo
hacía con mi deseo. Lo sacó de su boca para luego volver a
zambullirse, succionando de una manera que me provocaba
dolor y placer a la vez.
—Darius es un imbécil que no desaprovecharía la
oportunidad al tenerte cerca —soltó, arropando mi pecho
con una mano para darle atención al otro con su lengua—,
pero confío en que antes hice un buen trabajo y ahora tú…
—Dejó mis senos y con agilidad me subió en su regazo. La
motocicleta se tambaleó con el peso y el movimiento,
aunque él con sus pies volvió a estabilizarla— solo me
deseas a mí.
—Eres demasiado pretencioso —repuse y me sostuve de
sus hombros, controlándome para no restregarme en él
luego del deseo que acababa de despertarme.
—¿Y me equivoco?
Respiré sobre sus labios y apreté los párpados cuando sus
manos se adentraron en la parte baja de mi vestido. Giró la
liga en mi pierna para que el puñal quedara al lado de
afuera y no interrumpiera su camino hacia mi desnudez.
Mi molestia y su ira se convirtieron en deseo puro.
—Eres mía, Pequeña —gruñó, tomándome del moño para
que echara la cabeza hacia atrás y expusiera mi cuello—.
Aunque te niegues a aceptarlo, tu cuerpo no —sentenció y
cogió la carne de mi culo con la otra mano.
Jadeé en cuanto capturó mi pezón con la boca de nuevo y
temblé eufórica y derritiéndome de placer. Molí las caderas
en su regazo sin poder contenerme más, amando la
sensación de la mezclilla friccionando mi centro doloroso y
excitado.
Estaba casi mendigando por sus embistes, pero no se lo
diría.
—Eres mía, joder —gruñó.
—¿Y tú? —pregunté entre gemidos porque siguió
mordiendo y chupando mis pezones, arrastrando las manos
por todas partes y tirando de mis caderas para que me
moliera sobre su erección las veces que quisiera—. ¿Eres
solo mío? —Lo cogí entre la barbilla y su garganta, cubiertos
por el cuello alto de su camisa. Incluso así apreté para que
mis uñas con forma de stiletto se clavaran en su carne—. ¿O
también de alguien más?
Mordí su barbilla, palpando su barba incipiente y me
retorcí sobre su pene de nuevo. Mierda. Me sentía al límite:
hambrienta y deseosa de arrancarle la ropa para follarnos a
lo bestia en medio de ese bosque.
—Esto es mutuo —aseguró—. Sin contratos ni etiquetas,
pero sí con exclusividad. —Apreté los párpados cuando una
de sus manos llegó a mi sexo y con el pulgar se abrió
camino entre mis pliegues, acariciando mi manojo de
nervios empapado. No dijo nada ni se sorprendió al no
encontrar unas bragas que me cubrieran—. Esto lo hago
solo contigo. —Me mordí el labio para no gritar de placer.
Tenía un charco viscoso ahí abajo y su respiración se volvió
acelerada al sentirlo, su erección creció y maldijo—. Te
deseo a ti. Tengo ganas solo de ti.
—¡Ah! —gemí cuando su dedo se adentró un poco en mi
vagina.
Sombra aprovechó eso y se adueñó de mi boca,
besándome con propiedad, de una manera un tanto brusca
que me excitó más. Quería marcar un territorio que solo él
estaba explorando después de tanto tiempo y, aunque
odiaba que me creyera su posesión, en ese instante lo
adoré. Me encantaba la pasión con la que devoraba mis
labios y chupaba mi lengua, acompasando sus movimientos
con el dedo con el cual me daba placer en la entrepierna. Y
después de nuestro encuentro días atrás, esa noche estaba
consiguiendo olvidar el estrés de mi vida.
Olvidé la posible traición a la que me enfrentaba. Olvidé
el cruel reclamo de Tess y nuestra pelea; a Fantasma y su
juego; a mi padre y las respuestas que pudo haberme
dejado. Incluso olvidé lo que Sombra hizo esa noche con el
envío de personas raptadas.
Olvidé y con eso reviví.
—Malditamente tuyo —dijo entre jadeos al separarse solo
unos milímetros de mis labios.
—Demuéstramelo —lo insté con desesperación y mordí su
labio inferior.
—¿Quieres mi polla dentro de ti? —preguntó, y sentí su
sonrisa. Presioné mi frente en la suya, mientras que las
manos trabajaban en su cinturón y el botón del vaquero
para liberar su erección que estaba tan dura como un
mástil.
—Tanto como tú quieres el calor de mi coño sofocándote
—aseguré.
—Joder, sí —aceptó sin vergüenza.
Agradecí que la motocicleta fuera grande y nos permitiera
movernos con facilidad. Comencé a escuchar truenos en el
cielo, el aire empezó a oler a lluvia, pero el clima quedó en
segundo plano a pesar de que sentí las primeras gotas de
agua en mi piel. Únicamente, me concentré en él
colocándose un preservativo que sacó de algún lado.
Al principio, me extrañó que no apagara las luces de la
moto, pero en ese instante, al ver que me alucinaba y no
podía identificar bien mi entorno, entendí el punto: él sabía
que me sería más difícil reconocer sus rasgos con las farolas
altas a su espalda. Aunque yo ya tenía aquel retrato en
mente, y con eso me bastaba.
—¿Lista para follar bajo la lluvia? —preguntó y absorbí
una respiración temblorosa cuando me tomó de las caderas
para alzarme sobre su erección.
—Impaciente.
Envolví los dedos alrededor de su polla para guiarla a mi
entrada. Lo empalé dentro de mí y ambos gemimos en
cuanto me coronó. Apreté mi coño cuando sentí su
pulsación y lo tomé de los hombros. Teníamos la respiración
vuelta mierda y los corazones acelerados.
—Fóllame con toda esa ira que estás reprimiendo —
ordené.
Gruñó en respuesta y me tomó con más firmeza de las
caderas, empujando las suyas hacia arriba para zambullir su
polla más profundo. Grité de placer, amando cómo me
ensanchaba y rozaba mis paredes vaginales. Apoyé una
mano en la parte de atrás del asiento y la otra la dejé en su
cuello.
Gemí y tomé un respiro tras otro, dejándome consumir
por todas las sensaciones que me despertaba. Lo sentía
estirándome en todas partes, golpeando en otras,
consiguiendo que el placer se formara en mi pecho y bajara
a mi estómago, haciendo un recorrido descendente que
amenazaba con hacerme explotar el vientre.
—Dios, así. Fóllame con más ira —lo provoqué.
Su cuerpo estaba tenso, apretado. Se hundía hasta el
final, su polla cada vez palpitaba más en mi interior y su
pelvis le daba fricción a mi clítoris. Los destellos de placer
estaban extendiéndose cada vez más a mi vientre y muslos.
Grité de nuevo cuando me tomó del trasero y me meció
sobre él, cubriendo a la vez mis labios con los suyos.
—Joder, estás tan apretada —gruñó.
La llovizna que ya nos estaba bañando se convirtió en
lluvia, mojando nuestros cuerpos, y podía jurar que nos
hacía humear la piel expuesta por la fiebre de placer que
ambos emanábamos.
—Eso es, Pequeña. Así —alabó cuando eché las caderas
hacia atrás y me empalé por mi cuenta.
Eché la cabeza hacia atrás y gemí. Él subió mi vestido
hasta hacerlo puño en mi cintura y me empujó para chupar
mis pechos mientras yo lo follaba a él. No sabía en qué
parte de la Hayabusa apoyé los pies, solo supe que llevé la
otra mano hacia el asiento y comencé a mecerme por mi
cuenta en su ingle, frotándole mi calor, mojándolo más con
mis fluidos que la lluvia misma.
Me sentí poderosa teniendo todo el control, con sus
gemidos y gruñidos de placer. Subía y bajaba en su polla
cada vez más rápido, o rodaba mis caderas de adelante
hacia atrás mientras él solo me sostenía, dejándome
montarlo como mi jodido caballo.
Mi caballo, no el de los Vigilantes.
—¡Mierda! —jadeó cuando me arqueé y lo monté con más
fuerza.
Apreté las manos con tanto brío en el asiento, que sabía
que mis uñas dejarían marcas en el cuero. Meneé las
caderas en su falo como si fuera experta en la materia,
hundiéndolo y sacándolo como yo quería, haciendo la
fricción que necesitaba.
—Jesús —gemí al sentir dolor y placer cuando me agarró
una teta con vigor, que estaba segura de que me
magullaría.
Me acarició el sexo con la mano libre y sonreí sabiendo lo
que buscaba, pero no sería como Sombra quería esa vez. Yo
lo montaba, yo controlaba, yo decidiría quién se corría
primero y sería él. Así que volví a erguirme y planté los pies
en la base de los pedales, lo cogí con ambas manos de la
nuca y me alcé para luego bajar con más potencia en su
mástil. No rodé las caderas, reboté.
Mis pezones se rozaron en su playera empapada, la
dureza del chaleco que usaba debajo hizo la caricia más
ruda, pero me gustó. Lo besé con pasión, entrando en un
frenesí. Sombra se aferró a mis caderas y se empujó entre
mis muslos para encontrar mis movimientos, empalándome
duro a la vez que yo me envainaba.
El cabello me escurría por el agua de la lluvia, y me
estremecí cuando Sombra pasó sus manos por mi espalda,
apretándome la piel. El placer en mi vientre ya era como un
globo lleno de tanto aire, que no necesitaría de un alfiler
para explotar. Y su polla encontró el punto exacto en ese
momento, provocándome a que lo montara más rápido,
masajeándome hasta que fui yo la que se tensó y comencé
a gemir con más descontrol.
—¡Demonios! ¡Isabella! —suplicó y enloquecí.
Sonreí sintiendo un nivel de placer que no había
experimentado en el momento que empujó dentro de mí
con tanta solidez, que no hubo duda de lo que seguía: se
derramó en mi interior mientras yo lo engullía en mi calor.
Jadeó como si el aire no estuviera siendo suficiente y a la
vez dejó de respirar. Sus dedos se enterraron en mi carne
como si ansiara destriparme. Sin embargo, en lugar de
quejarme de dolor, lo hice de placer, porque el suyo hizo
explotar mi orgasmo.
Mis músculos se tensaron y ardieron, el fuego líquido me
recorrió entera, y me apreté más alrededor de su polla,
tomando a la vez su boca con dureza, enterrando mis uñas
en su nuca desnuda, porque la tela de ahí se había bajado.
Respiré sus jadeos y me corrí con tanto auge que conseguí
congelar el tiempo para extender el placer.
Hasta que mi corazón no pudo más y mi cuerpo se aflojó
sobre el suyo, sintiendo un leve sabor metálico porque
mordí su labio sin medir mi fuerza.
—Demonios —susurró y sonreí al sentir un leve temblor
en sus piernas.
Nos quedamos unos largos minutos sin decirnos nada,
concentrándonos en recuperar el aliento. Y solo cuando
nuestros pulmones estuvieron satisfechos y los corazones
en calma, alcé las caderas y, con su ayuda, saqué su falo
semi erecto de mi interior.
—Jamás olvidaré que eres peligrosa —admitió.
—Tampoco que puedo hacer que tus piernas tiemblen —
me mofé y lo escuché reír.
—Me vuelve loco que no uses bragas —confesó y me dio
un beso casto—, que estés preparada siempre para mí y
follarte mientras solo usas esto. —Metió un dedo en mi
liguero al decir lo último.
—Y a mí me vuelve loca que uses esa ira, pero para
follarme —señalé y acaricié su rostro, queriendo saber cómo
era con exactitud—. ¿Ya no estás molesto?
—Contigo no —aseguró, y con eso supe que iba a
enfrentar a Darius.
Pero no dije nada, me dediqué a acomodarme el vestido y
él se apeó de la moto, bajando su máscara antes. Ambos
estábamos empapados, yo tanto de la ropa como de mi
entrepierna, y agradecí por esa vez que la lluvia no
mermara el calor, ya que no quería sufrir un ataque de frío.
Aún así, Sombra abrió el depósito que la moto tenía detrás
de mí y sacó una cazadora de cuero para ponerla en mis
hombros.
—Esta vez no servirá de nada que te seque el coño —
señaló y sonreí—, pero al menos esto evitará que sientas
frío en el viaje de regreso.
—Gracias —susurré.
—¿Por qué, Isabella?
—Por este detalle —dije como si no fuera obvio.
—¿Por qué me ignoras? ¿Por qué me provocas? ¿Por qué
te gusta llevarme al límite? —aclaró él.
«Entonces no había olvidado el motivo principal para
llevarte al bosque».
—Porque no siempre me hablas o escribes para asuntos
importantes, porque debes aprender a que no soy tuya,
aunque en el sexo parezca lo contrario. Y porque a ti te
gusta cruzar el mío, así que quiero que entiendas lo que se
siente para que lo evites —respondí.
—No te confundas.
—No, tú no te confundas, Sombra —alegué al presentir
que volvería a sus tontas amenazas—. Quieres exclusividad
en esta sexo-relación, perfecto. Te la concedo porque no
estoy interesada en acostarme con nadie más. Pero
recuerda que daré lo que recibo. Sin embargo, eso no
significa que tú y yo seremos algo más o tendré que darte
explicaciones de todo lo que hago o con quién lo hago. Así
que concentrémonos en nuestros propios asuntos.
—Perfecto, será así. Pero ojo, no juegues con la
exclusividad porque no respondo —advirtió y me sorprendió
un poco que dejara ese tema sin discutir más.
Aunque no dije nada porque no sería de las que les
gustaba revolver el avispero, pues sería como adentrarnos
en una conversación de nunca acabar. Y terminaríamos
follándonos de nuevo o matándonos esa vez. Y creo que él
pensó lo mismo, por eso dejó el tema por la paz y se subió a
la moto para regresarme a donde dejamos a Maokko y
Marcus.
Los encontramos dentro del Jeep, cubriéndose de la
llovizna, aunque Marcus salió en cuanto nos vio llegar.
Sombra me ayudó a bajar de la Hayabusa a pesar de que
volvió a estar molesto y le entregué la cazadora. No la quiso
aceptar al principio, pero le expliqué que en el coche tenía
ropa seca y se quedó más tranquilo.
Me encaminó hasta la puerta del Jeep y, antes de
subirme, se acercó a mi oído y susurró:
—Así me sienta con ganas de arrancarte la ropa para
volverte a follar con furia hasta que aceptes que eres mía,
admito sin duda alguna que esta noche tú has sido mi
misión más exitosa. —Me mordí el labio y no me di cuenta
de que lo tomé de la cintura hasta que él puso una mano
sobre la mía.
—¿Misión? —inquirí, aunque sabía a lo que se refería.
—No todas las noches se folla con una diosa bajo la lluvia
—declaró, ignorando mi pregunta.
Tras eso, se separó de mí e intuí que estaba sonriendo.
—Y eso nadie podrá superarlo —agregué segura.
—Nadie —acotó él y sonreí.
Me acarició la mejilla como despedida y luego se dio la
vuelta para marcharse sin mirar atrás, dejándome con una
sensación de que esa noche, dentro del bosque, habíamos
firmado un pacto sin leer las letras pequeñas.
Capítulo 20
¿Te has mudado a la luna?

Cuando subí al Jeep no quise decirle nada a Maokko, pero


por supuesto que sentí su mirada puesta en mí. Además del
ambiente lleno de adrenalina y tensión, junto a una
fragancia masculina que supuse era la de Marcus.
—¡Por Dios, Isa! Habla de una vez y cuéntamelo todo —
pidió al no soportar el silencio, y apreté los labios para no
sonreír—. Y no te quedes con ningún detalle, ya que ese
aspecto de recién follada que traes me está volviendo loca.
—Eres una maldita chismosa.
—Y tú una mala amiga. Mira que follarte a ese demonio y
ocultármelo —reprochó y solté una carcajada—. ¿Es tan
caliente como lo imaginé?
—Si te refieres a lo físico, nunca le he visto —acepté, y de
soslayo noté que se quedó pasmada.
—Habla antes de que me dé un ataque —exigió.
Comencé a relatarle todo desde el principio porque yo
también necesitaba desahogarme con alguien que no fuera
Caleb. Y ni siquiera sentí el trayecto al hotel entre mi charla,
sus gritos de emoción y sus risas cada vez que se burlaba
de mí. Hablar con Maokko era como hacerlo con mi
conciencia y, de hecho, había notado que esa vocecita en
mi interior tomaba un descanso cada vez que estaba con la
asiática, así que confirmé que sí, mi amiga era la
reencarnación de mi perra conciencia.
—¿Y qué tal salió tu tortura hacia Marcus? —pregunté
antes de llegar a la calle del hotel.
—El imbécil intentó callarme y cuando no obedecí, se
metió unos malditos auriculares en los oídos y escuchó su
propia música —espetó y me reí de eso—. No te burles,
maldita. Tenía esperanzas de comprobar por mí misma si es
cierto eso que dicen de los hombres grandes y de los
morenos, pero el tipo actuó como si las mujeres asiáticas le
dieran asco.
—Tómalo como una señal de la vida, a lo mejor los
americanos no son para ti —aconsejé divertida y ella rodó
los ojos.
—Para mi mala suerte, me encanta la mala vida, ya que
mientras más quiere alejarme, más quiero acercarme —
soltó y fue mi turno de rodar los ojos.
—Creí que estabas en algo con Jacob. Te he visto cercana
a él —señalé.
—¿Y qué tiene eso que ver con lo otro? —preguntó
indignada y la miré sin poder creerlo—. Amiga, a mí no me
dieron tres orificios para que me conforme solo con llenar
uno.
—¡Jesucristo, Maokko! Eres una perra golosa —exclamé
con temor a que los ojos se me salieran de las cuencas—. Y
cada orificio que tenemos sirve para una cosa en específico,
así que no lo tomes de excusa.
—¡Aww, cariño! No te hagas la inocente, porque sé que ya
has usado la boca para algo más que comer. Así que
también puedes usar el cu…
—¡Cállate! ¡Joder! —chillé y ella terminó soltando una
carcajada.
La imité segundos después y ambas bajamos del Jeep en
cuanto me estacioné en el parqueo privado del hotel, riendo
como locas por las barbaridades que decía. Esa mujer no
conocía los filtros.
Esa noche no regresé al apartamento, me quedé en el
hotel gracias a que conversamos con Caleb por varias horas
para decirle lo que había pasado en Vértigo. Con respecto a
Sombra y su emboscada, no tenía nada relevante que
aportar y él lo comprendió. Mi amigo también hizo lo suyo
con Salike: consiguieron averiguar más sobre el club,
aunque de Darius no lograron una investigación de éxito,
puesto que su gente sabía mantener la boca cerrada
cuando se trataba de él.
Con respecto al envío de Sombra, no sabríamos nada
hasta dentro de una semana, que era lo que tardaría la
embarcación en llegar a tierras noruegas, así que no nos
quedaba más que esperar.
—Hay cierta hostilidad entre Fantasma, Derek, Lucius y
Sombra. Y según lo que he logrado notar, es este último
quien no se lleva del todo bien con los primeros tres —dijo
Isamu.
Habían pasado cuatro días desde mi ida a Vértigo y mi
encuentro con Sombra; y era la primera vez que Isamu
conseguía hacer una reunión conmigo, Caleb y Maokko.
—Fantasma es el punto neutral entre Sombra, Derek y
Lucius. Sombra responde solo a Fantasma. Y Derek a Lucius,
aunque también lo he visto acatar órdenes de Fantasma.
Todavía debo averiguar qué rol existe entre Fantasma y
Lucius, ya que este último parece dominar por completo a
Fantasma, pero de momento me he abstenido de hacer más
preguntas para que no sospechen.
—Es mejor así, aunque me muera por saber muchas
cosas, no quiero que te expongas más de lo necesario —
aseguré y asintió.
Ya nos había dicho que Sombra manejaba su propio
equipo de hombres, así como Fantasma y Derek tenían los
suyos. Además, logró averiguar que existía una especie de
búnker en el que solo Sombra y Fantasma (y sus respectivos
equipos) podían entrar, pues era el único lugar en el que
ambos se mantenían sin sus máscaras.
Añadió que sospechaba que fuera de los equipos, solo
Lucius conocía la identidad de Sombra y Fantasma. Además
de eso, nos sorprendió que Isamu no supiera nada de
Darius, aunque ya había escuchado de Vértigo y todos
coincidimos en que los Vigilantes tenían su propio juego de
poderes y alianzas dentro de la organización, algo que
podíamos usar a nuestro favor.
—No todo es información, también tengo malas noticias
—soltó de pronto y me tensé—. Harán un nuevo envío
combinado, no sé cuándo ni para dónde, pero sí que será
pronto.
—Mierda —mascullé.
—Eso no es lo peor, jefa —avisó y sentí la tensión en su
tono—. Será de niños y adolescentes junto a drogas.
—No, de ninguna manera —espeté y me puse de pie.
Odiaba que Sombra se prestara para hacer ese tipo de
atrocidades, aunque más me odiaba a mí misma por
olvidarme que era un maldito Vigilante, y que esas eran las
mierdas en las que estaba envuelto.
—Derek es el encargado de los secuestros, Sombra de los
envíos, pero como se lo comenté a Caleb, parece que
Sombra no tiene problemas con hacer envíos de armamento
o drogas. Sin embargo, cuando se trata de personas es más
descuidado, casi como si quisiera que las autoridades que
no tienen compradas lo descubrieran. Por eso Derek y
Lucius se encargan de enviar a su gente para que lo
supervisen. Por eso me enviaron a mí como parte del trato
que tienen con la Yakuza.
—¿Y si hay algo más? —preguntó Caleb y lo miramos—.
Sombra es uno de los elementos más valioso de los
Vigilantes, por él han conseguido tener más pactos con
otras mafias o grupos criminales. El tipo tiene contactos y
su manera de operar es única, sin embargo, mencionaste la
hostilidad que existe entre él contra todos los demás, lo que
me hace creer que podría haber más para que acceda a
llevar a cabo misiones que a lo mejor sin una orden, no las
ejecutaría.
Me mordí la uña del dedo pulgar mientras escuchaba a
Caleb y analizaba lo que decía. Tenía lógica que intuyera
que había algo más porque, de hecho, pensaba lo mismo,
aunque no dejaba de lado que podría hacerlo solo porque yo
lo estaba conociendo de una manera muy distinta a ellos.
—¿Podrías acercarte más a Sombra? —le pregunté a
Isamu.
—Lo estoy intentando, pero es un tipo misterioso y reacio
para aceptar a más Vigilantes en su grupo, por eso aún no
he conseguido nada.
—Intenta con Marcus —recomendó Maokko y estuve de
acuerdo con ella—. Parece el más cercano a Sombra, pero
ten cuidado porque también es como un perro desconfiado
cuidando el culo de su amo.
Esa había sido la principal razón para que Marcus optara
por escuchar música en lugar de aguantar la charla de
Maokko, pues según mi amiga, además de preguntas
subidas de tono, trató de indagar sobre Sombra.
—¿Crees que podrás saber con tiempo suficiente cuándo
harán este envío combinado? —cuestioné.
—Creo que sí, pero parece que Derek solo le dará esa
información a Lucius cuando sea el día. De momento,
Fantasma le ordenó a Sombra que prepare todo para ese
envío.
—Me cago en la puta —me quejé. Sin esa información nos
limitaban para poder actuar.
—E intervenir con La Orden será exponer a Isamu
después de que rescaten a los secuestrados en Noruega —
añadió Caleb.
—La única manera que se me ocurre para truncar esta
misión es que detengan a Sombra, pero sin que él sepa que
lo están deteniendo, para que no sospeche de que se ha
filtrado la información —dijo Isamu y lo miré.
Caleb y Maokko me miraron a mí.
—¿De verdad crees que eso funcionaría? —quise saber.
—No se hace ningún envío si él no está. Ni siquiera su
equipo se presenta. Pero para que el tipo abandone una
misión por mucho que le joda, debe suceder algo que le
importe más que obedecer las órdenes de Fantasma. Si
Sombra no aparece, los guardacostas no colaboran y los
marinos no mueven ni un dedo, ya que el trato que tienen
es con él, no con los Vigilantes.
—Detenerlo sin que parezca que se le está deteniendo —
repetí e Isamu asintió.
—¿Qué se te ocurre, Isa? —preguntó Maokko.
Se me ocurrían muchas cosas, pero no alardearía con
nada, ya que así me estuviera acostando con él, no podía
asegurar que dejaría una misión solo por una noche
conmigo. Era demasiado presuntuoso creerlo.
«Pero abandonó antes del tiempo su misión el día que
fuiste a Vértigo y no le respondiste las llamadas».
Sí, lo hizo, pero únicamente cuando se aseguró que sería
un éxito y ya no tenía por qué seguir en el puerto. Antes de
eso, ni siquiera respondió mi mensaje con la rapidez que lo
hacía siempre.
«Pero lo hizo. Eso significaba que debías ser más creativa
para que esta vez ni siquiera se presentara».
Lo que llegó a mi cabeza, tras el consejo de mi
conciencia, significaba que haría un movimiento en mi lado
del tablero, que podría hacerme perder, pero debía
intentarlo.
—¿El envío del armamento se hará pasado mañana? —le
pregunté a Isamu sin responderle a Maokko. Mi compañero
asintió detrás de la pantalla—. Bien, llevaré a cabo una
prueba, solo avísame la hora en la que Sombra deberá
llegar al puerto. Si no da los resultados que espero, tendré
que sacrificar a una de las piezas en mi tablero para la
siguiente misión —admití—. En cuanto sepas el día y la
hora, repórtalo, por favor —pedí.
Asintió y luego finalizamos la videoconferencia.
Me froté las palmas entre sí porque de repente me invadió
un frío inexplicable y, tanto Caleb como Maokko no dejaron
de mirarme, esperando a que les explicara qué pretendía.
—Sí después de este envío de armas no consigo que
Sombra caiga en mi juego, tendré que jugar a patearle la
cola al diablo —murmuré.
—¿Qué pretendes, linda? —inquirió Caleb con intriga.
—Jugar con la mayor debilidad que Sombra ha mostrado
hasta el momento conmigo —respondí.
—Los celos y la posesividad —soltó Maokko y sonreí de
lado.
—Será peligroso y deberás usar a alguien que esté
dispuesto a morir si da resultado —advirtió Caleb.
—Sé que será peligroso, pero no mortal —aseguré—. Por
lo mismo, tendré que llevar a cabo esta misión con alguien
que sepa defenderse por sus propios medios, y que esté tan
loco como yo para jugar a los amantes.
—Solo se me ocurre Elliot —opinó Maokko.
—También está Caron Patterson. Y si Sombra es
inteligente, no se atreverá a dañar a un sargento de la
policía sabiendo que esto lo pondrá en el ojo público —
aportó Caleb.
—Por eso mismo pensé en él —confesé—. Pídele una
reunión para proponérselo. Sé que sabrá mantener el
secreto, porque añora atrapar a Sombra, y quiero que esté
preparado para el ataque —pedí al rubio y este asintió.
«Había llegado el momento de comprobar si tu plan de
acostarte con el enemigo daría frutos».
Sí. Así como Sombra confiaba en que había hecho un
buen trabajo en el sexo.

Tres días después de mi videollamada con Isamu, el


maestro Cho me contactó para celebrar que la misión en
Noruega había sido un éxito. Rescataron a quince mujeres
entre los veinte y treinta años, que iban destinadas a ser
prostituidas en diferentes países de Europa y Asia.
Los Vigilantes no se encontraban para nada felices, y
aunque eso no les haría perder las alianzas que tenían con
diferentes mafias (aún), sí ponía en entredicho que fueran
buenos aliados para cualquier organización, y eso los
llevaría a ser presionados. Gibson había querido saber si los
Grigori tuvieron algo que ver con ese movimiento tan
acertado, en cuanto la embajada de Estados Unidos repatrió
a las mujeres, y le pedí a Dylan que dijera que sí, aunque lo
hice parecer como si únicamente nos aprovecháramos de la
astucia de alguien más.
Al principio, no estuvo seguro de que nos atribuyéramos
ese golpe, porque podíamos ser descubiertos. Pero en
cuanto le dije que eso nos ayudaría a calmar un poco las
exigencias del presidente mientras conseguíamos hacer
nuestro propio ataque en el país, se convenció de que era lo
mejor.
Por otro lado, había intentado hablar con Elliot para
vernos y comentarle lo del viaje a California. Además de que
necesitaba que organizara una reunión extraordinaria con
Perseo y Bartholome en la sede de mi ciudad natal, pero se
mantuvo muy ausente y como evité ir al cuartel, no
conseguía cruzarme con él.
—Admito que me decepciona tu respuesta —le dije a
Sombra.
Lo tenía en altavoz para que Caleb y Maokko escucharan
nuestra conversación. Isamu nos había confirmado la hora
del envío de armamento y decidí probar si el Chico oscuro
caería con facilidad.
—Sé que no ignoras lo que ha pasado, Bella, ya que
Grigori decidió sacar ventaja de la incautación que nos
hicieron en Noruega. Buena jugada, por cierto —se burló y
les sonreí a mis amigos—. Sin embargo, tengan cuidado,
porque eso de adjudicarse medallitas que no han ganado,
nos harán perderles el poco respeto que les tenemos. —
Rodé los ojos y los chicos negaron con la cabeza.
Era una ventaja que no sospechara que La Orden del
Silencio sí tuvo mucho que ver en ese golpe.
—Te hablo para que nos veamos y tú me sales con estas
estupideces, joder. Y yo que creía que contigo podría
sacarme el estrés que me ha estado hostigando esta
semana —reproché, fingiendo indignación.
—Me halaga que pienses en mí para usarme como tu
juguete sexual, Pequeña. Pero tengo algo delicado que
hacer. —Hice un gesto de frustración al escucharlo y
formulé una maldición para mis compañeros—. Podríamos
vernos luego de eso, ya que te aseguro que después de
aquella noche en el bosque, estar contigo es lo que más
deseo —confesó.
Maokko se mordió la sonrisa y Caleb se mostró incómodo
al escuchar lo último. A mí me dio un poco de vergüenza,
pero lo disimulé bastante bien.
—No lo dudo, me lo estás demostrando —ironicé—. Y
gracias por considerarme para después, me hace sentir
importante —añadí y maldijo.
—Bella, seamos justos. Tú no abandonarías una misión
con Grigori por ir a verte conmigo, me dejarías para luego,
si acaso. Así que no te ofendas, ya que solo estoy
ocupándome de mis propios asuntos como tú me pediste
que hiciéramos.
Mierda. Imaginé que ocuparía mis propias palabras en mi
contra y no me equivoqué.
—Perfecto, tienes razón. Ocúpate de tus propios asuntos y
suerte con ellos. Ojalá que los Grigoris no te jodan los
planes de nuevo —satiricé y lo escuché reír.
—¿Nos veremos luego de que me desocupe? —se atrevió
a preguntar y negué con la cabeza para mis amigos.
—Mejor no, porque ahora mismo quiero estrangularte y no
precisamente de la polla —aclaré y, en ese momento, fue
Caleb quien contuvo la risa.
—Joder, Bella. Debes…
Corté la llamada antes de que dijera algo más y solté el
aire por la boca con frustración. Sabía que eso podía pasar y
estaba preparada para el rechazo, pero eso no significaba
que no me molestara, puesto que con ello me obligaba a sí
o sí, arriesgarme con Caron, con quien me reuniría al día
siguiente.
—Tendremos que subir de nivel para presionarle y
obligarlo a faltar —dijo Caleb lo que ya sabía.
—Solo espero que no deba follar con Caron para que eso
pase —murmuré.
—Bueno, amiga. Tampoco es que te obligues a acostarte
con un vejete, ya que Caron tiene pinta de buen amante y
podrías llevarte una sorpresa. Y es guapo, además.
—¡Jesús, Maokko! —se quejó Caleb.
—¿Qué? Solo señalo la verdad. Si fuera el gobernador,
pudiera comprender que se preocupe. Pero has visto al
sargento, y para mí no sería obligación follármelo. Todo lo
contrario, a nadie le cae mal un buen vino, es saludable,
además —explicó ella viéndose las uñas.
Habló como si fuera una buena amiga dando un excelente
consejo y terminé riéndome.
—Eres increíble —solté entre risas.
Caleb la miró con ganas de estrangularla y ella actuó con
inocencia.
Me fui al apartamento una hora después, quería
descansar ya que ese día habíamos tenido un
entrenamiento entre los tres bastante duro. Sombra me
escribió cuando hubo terminado de hacer su envío y pasé
de él para que creyera que estaba dolida porque me dejó
como plato de segunda mesa.
No me dolía en realidad, al contrario, lo entendí porque
tuvo razón. Yo no habría dejado una misión solo para ir a
follar con él, pero tenía que jugar bien mi papel si quería
presionarlo para que no se negara cuando el envío más
importante se llevara a cabo. Además de que tampoco me
creía capaz de que estuviéramos juntos, sabiendo que se
prestaría para enviar a niños y adolescentes a un infierno, y
no me importaban las sospechas de que podía haber algo
más para que accediera.
Al día siguiente, me reuní con Caron para hacerle la
propuesta de jugar a los amantes. Sombra nos había visto
juntos en Nauticus y me mostró sus celos en ese momento,
así que no parecería salido de la nada que me viera con él
para cenar y pasar el rato juntos. El sargento se mostró
extasiado con la idea y aceptó sin dudar, así como accedió a
manejar todo en secreto para que no estropeáramos el plan
ni nos expusiéramos a ser descubiertos.
—Tengo una casa cerca del río James, es un vecindario
privado. Considero que podríamos vernos allí, así puedo
enviar a mi gente desde ya para que no se vea muy
precipitado —ofreció y asentí.
—¿Puedo enviar a mi gente también?
—No tienes ni que preguntarlo —aseguró y sonreí
agradecida.
Me encontraba jugando doble con esa propuesta, ya que
Caron estaba decidido a atrapar a Sombra, porque ese sería
un golpe duro para desestabilizar a los Vigilantes, una
medalla que, por supuesto, él se quería colgar, y yo le
prometía ponérselo en bandeja de plata. Pero, por mi parte,
todavía no iba a derrocar al caballo de mis enemigos, ya
que quería seguir usándolo para moverlo a mi favor hasta
llegar a mi objetivo principal, por lo que utilizaría a mi gente
para ayudarle a escapar de ser necesario.
—Será peligroso, así que debemos estar preparados —le
advertí por última vez.
Ya le había dicho todo lo que podía pasar y siguió
decidido. Así que no me quedó más que pedirle que
escogiera a gente de confianza sin decirles en realidad a
quién podrían atrapar.
—Eres astuta, Isabella. Algo que hace que me decante
más contigo —admitió cuando tomó mi mano para besarme
el dorso al momento de despedirnos.
—Deja la actuación para cuando sea el momento —pedí.
—¿Quién dijo que yo actuaré? —inquirió con malicia—.
Pero no te preocupes, que todo lo que pase será porque tú
también quieres.
—Admiro tu seguridad —dije con una sonrisa y me guiñó
un ojo.
Negué con la cabeza al verlo marcharse, ya que
estábamos en el restaurante del hotel. Caleb y Maokko
llegaron luego y les comenté la decisión y propuesta del
sargento, por lo que se pusieron manos a la obra para hacer
nuestra parte. Tras eso, me acompañaron al hospital, pues
el viaje de Eleanor y Myles sería al siguiente día y quería
despedirme de ellos.
Me crucé con Tess cuando estuve ahí, pero a diferencia de
como sucedió en mis primeros días en la ciudad, esa vez la
ignoré por completo. Incluso saludé a mi hermano actuando
como si ella fuera un fantasma al cual solo él podía ver.
Dylan se comportó como si eso no le incomodara, y a lo
mejor era así, puesto que aunque fueran novios, también
era mi sangre. Cuando nos vimos para saber qué opinaba yo
o qué le recomendaba que le respondiera a Gibson, me hizo
saber que no compartía nada de lo que la pelirroja me dijo.
Y menos mal ignoraba lo que la tipa me susurró al oído
para destruirme y llenarme de inseguridades. Y claro que no
quería que él se peleara con ella por mí, pero también me
hizo sentir bien que dejara su relación de lado para
defenderme como creía que era correcto.
Eleanor y Myles partieron hacia su destino a primera hora
de la mañana del día de su viaje, con un equipo de
enfermeras y paramédicos capacitados para enfrentar
cualquier emergencia. Antes de eso, me hicieron saber que
no se iban felices sabiendo que su hija y yo estábamos
peleadas. Nos pidieron a ambas que, por favor, charláramos
como las mujeres adultas que éramos y resolviéramos todo.
Y sí, fui una hipócrita al solicitarles que no se preocuparan
por eso, y asegurar que todo estaría bien y nos
arreglaríamos. Incluso Tess lo notó, mas no dijo nada frente
a ellos.
—Debemos hablar sobre lo de Gibson y lo que está
pasando con los Vigilantes —me dijo ella en cuanto el jet
despegó.
Me di la vuelta sin mirarla y Caleb se encargó de hablar
con ella.
Dejé de considerarla como una vez lo hice: mi amiga,
compañera y hermana. Y comencé a verla como lo que era:
mi enemiga, posiblemente una traidora. Judas y Pedro
reencarnados en una sola persona.
Por la noche, casi me volví loca al enterarme de que en
Italia hubo un grupo de Vigilantes esperando por Eleanor y
Myles a su arribo, para así acabar con ellos. Me fui a la
mansión Pride para asesinar a Tess con mis propias manos
por traicionera, por atentar contra sus propios padres; y lo
conseguí por poco, ya que la tomé por sorpresa y con una
furia peor que la que sentí el día de nuestra pelea, pero
cuando la tuve en mis manos, Caleb me detuvo y me
confesó que ella sabía el verdadero destino de sus
progenitores e ignoraba que irían a Italia.
Lo supo por él, se lo dijo arriesgándose a que atacaran a
Myles y Eleanor en su verdadero arribo. Sin embargo, Caleb
previó todo y una vez más cambió el destino. Y hacia dónde
se suponía que irían después de Italia, no existió ningún
percance, lo que la sacó a ella de la lista de sospechosos.
—Si vuelves a hacer algo como esto a mis espaldas, te
consideraré igual que como considero a esta mierda —
largué viendo con desprecio a Tess.
Los hombres que la cuidaban estaban atentos a mis
amenazas mientras ella se encontraba en los brazos del
rubio porque la auxilió luego de que la lancé al suelo tras
darle un puñetazo en la nariz. Maokko se mantenía a mi
lado junto a Dom y Max. Dylan salió con los chicos, así que
se enteraría hasta después de que casi lo dejé sin novia.
—No lo hice para dañarte, Isabella. Actué como siempre
procedo para descubrir a las ratas —se explicó él.
Y, aunque lo comprendía, estaba muy molesta para
pensar las cosas como se debía.
—Sé que nada volverá a estar bien entre nosotras
después de todo lo que te dije, pero yo no soy ninguna
traidora, Isabella. Y jamás levantaría un dedo para dañar a
mis padres —aseguró Tess entre lágrimas y con la sangre
corriendo de sus fosas nasales.
—Y más te vale que siga siendo así, perra cobarde —
escupí y me di la vuelta para marcharme.
—¡Perdóname, Isa! Nunca debí decir lo que dije —gritó a
mis espaldas, y únicamente le mostré el dedo medio como
respuesta y despedida.
Le pedí a Dom y a Max que me llevaran hacia el cuartel,
aprovechando que nadie más se encontraba allí en ese
momento. No quería irme al apartamento porque con la
furia que aún me embargaba no era recomendable que
estuviera sola, y le diera rienda suelta a mi mente para que
me hiciera pedazos. Así que mi mejor opción era
encerrarme en el salón de entrenamientos para gastar mi
energía hasta que el ataque de ira se disipara de mi
sistema.
—No te contengas —le pedí a Maokko.
Me había seguido en silencio, siendo esa sombra que
nunca me dejaba sola, conociendo a la perfección lo que
necesitaba. Puso música en el reproductor desde su
teléfono y me atacó como si tuviera frente a ella al peor de
sus enemigos.
Me golpeó, me cansó, me hizo sangrar incluso. Y solo nos
detuvimos hasta que mi ceño fruncido desapareció y Caleb
llegó al cuartel para hablar conmigo. Y era una suerte que
me sintiera más tranquila, ya que lo que me dijo me hubiera
llevado de nuevo a la locura si hubiese estado con la furia
con la que salí de la mansión de los Pride.
Descartada Tess. La duda fue puesta sobre mi hermano,
ya que él sí sabía del viaje a Italia, pero no de los cambios.
—Esto tiene que ser una broma —dije con amargura.
—Solo se los dije a ellos dos, linda. Y entiendo tu molestia,
pero sabes que yo opero así, siembro dudas para cosechar
verdades. Por lo que hice tres movimientos: a Dylan le dije
sobre Italia, a Tess le confesé que irían a España, pero
además jugué con ambos al mostrarme como que estaba
confiando en ellos individualmente, y les pedí que no
comentaran nada, ya que únicamente Cameron, quien
según ellos me estaba ayudando con el viaje, sabía dónde
los Pride aterrizarían. Por supuesto que Cameron nunca
supo nada y solo yo conocía que Eleanor y Myles iban
directo a Escocia —explicó Caleb.
—Y resulta bastante conveniente que atacaran Italia, el
país que, según Dylan, Cameron también sabía. Es como
que tu hermano haya querido aprovecharse de que ya el
tipo les traicionó una vez y justo organizó una salida con sus
amigos hoy, como si hubiera querido mantenerse al
pendiente de los detalles de lo que harían —añadió Maokko,
echándole más sal a mi herida.
Chasqueé con la lengua y me senté en una silla,
apoyando los codos en mis rodillas para poder cubrirme el
rostro con ambas manos. Esa noticia estaba resultando
demasiado dolorosa.
—Sé que puede ser tonto de mi parte, pero me niego a
creer que Dylan me haga esto —confesé con la voz ronca—.
¿Y si se dijeron entre ellos lo que tú les dijiste? Digo… Tess
pudo confesarle a Dylan que sus padres iban a España y mi
hermano que iban a Italia. La pelirroja pudo organizar algo
en Italia para inculparlo a él o a Cameron —opiné con
desesperación.
Me había sentido más cercana a Dylan al volver. De nuevo
me estaba aferrando a una persona, porque por muy dura e
hija de puta, me gustaba sentirme querida. Me ilusionaba la
idea de todavía tener familia, a alguien de mi sangre
después de perder a mis padres. Así que busqué una
justificación para mi hermano.
—Es lógico que lo justifiques, cariño. Pero también tomé
en cuenta eso y le implanté un programa a Tess para
acceder a su micrófono y cámara del móvil —confesó—. Por
eso sé que ni ella ni él hablaron sobre el viaje de los señores
Pride, actuaron como si tú lo tomaste en tus manos y yo me
encargué de él. Además, piensa también en que tiene lógica
que Dylan pueda ser el traidor —prosiguió y se acercó a mí
hasta ponerse en cuclillas para que lo viera a los ojos—. Él
puede aparentar que no quería ser el líder de Grigori, pero
ocupó ese lugar porque se lo permitiste, así que probó el
poder. Sin embargo, ha sido limitado gracias a que Makris y
Kontos decidieron darte un periodo de gracia. Pudo dejarse
cegar por esa avaricia y sabe que la única manera de ser
juramentado como líder es que tú mueras. Y deshaciéndose
de sus suegros, le será fácil manipular a Tess.
—Por eso te acercaste a ella —murmuré, encajando esas
piezas.
—Era la mejor manera de probar la fragilidad de esa
relación —admitió—, pero me di cuenta de que Tess está
perdidamente enamorada de tu hermano. Lo ama con
locura y eso la ciega. Lo que a Dylan le viene de maravilla.
—¡Mierda, no! —solté con voz lastimera y me puse de pie
—. Dylan se ha estado comportando como un hermano que
ha permanecido a mi lado toda la vida, así que me es
inaudito pensar en él como un traidor.
—Linda, cálmate —pidió al ver mi frenetismo—. Te dije
esto para que entiendas por qué le confesé a Tess sobre el
viaje, para que no pienses que te estoy ocultando cosas
porque quiero jugar a mi favor. —Me tomó de los hombros y
luego del rostro para que lo mirara a los ojos—. Voy a jugar
sucio porque te prometí que pondré al traidor a tus pies, así
que seguirá doliendo, pero necesito que actúes con Dylan
como si no te hubiera dicho nada de esto. Ya que, para ellos,
Cameron será el autor te este atentado.
—No será fácil, Caleb. Es mi hermano y yo lo quiero.
¿Entiendes? Lo quiero —susurré con la voz ronca.
La garganta me ardía.
—Confío en que podrás, cariño. Porque eres la mujer más
fuerte que he conocido en mi vida, así que ayúdame a
descubrir si es él quien quiere joderte —suplicó tras
abrazarme.
No le dije nada porque no era capaz de hablar sin llorar,
pero él sabía que una vez más me tragaría esa bola de dolor
en mi garganta para mostrarme ante el mundo como una
mujer de corazón oscuro y frío.
Después de esa noche, lo único bueno que me sucedió
fue saber que Myles y Eleanor ya estaban instalados en una
nueva ciudad, lejos del peligro, rodeados de la protección de
La Orden, las únicas personas en las que realmente podía
confiar. Además, disfruté de una salida con Maokko y Jacob,
esos dos se mostraban cada vez más cercanos. Mi amiga se
veía entusiasmada y él, por fin, estaba sonriendo como
recordaba.
Jacob merecía ser feliz, enamorarse como una vez lo
estuvo de Elsa. Él tenía derecho a seguir. Estaba vivo y
podía volver a amar. Tal vez yo me encontraba atascada,
pero era más consciente de que la vida continuaba y mi
idiota favorito me hacía verlo. Caleb, incluso, ya no era tan
desconfiado con él, cosa que me sorprendió, pues tendía a
ser reacio con los tipos que se acercaban a su ex.
Ellos dos también se mostraban más unidos y, aunque me
alegró, también me entristeció, pues con eso todo apuntaba
a que Dylan cada vez era más sospechoso de la traición. A
él lo vi luego de lo que le hice a Tess, me invitó a desayunar
una mañana y mi corazón se despedazó porque en efecto,
culpó a Cameron de todo, e incluso me dijo que él mismo
podía encargarse de hacerlo pagar, pero le aseguré que ya
el chico estaba recibiendo su merecido.
—¿Usaste a Sombra para deshacerte de él? —me
preguntó.
Me sorprendí de mi actuación, pues me mostré con Dylan
como lo venía haciendo desde que acordamos recuperar
nuestra relación de hermanos.
—No puedo usarlo porque decidí no ir más por ese camino
con él —mentí—, pero sí le hice saber que Cameron
colabora con nosotros para que lo castiguen. Aunque lo
solté como un comentario hecho con descuido para
disimular. —Dylan sonrió de lado al escucharme.
—Perfecto, ningún hijo de puta volverá a vernos de
imbéciles —celebró.
Sonreí con amargura, aunque fingí que era orgullo por lo
que hice.
Después de eso Caleb se reunió con Connor para que nos
ayudara a que me pudiera reunir con Cameron. Necesitaba
ponerlo al tanto. Y así me doliera lo que pasaba con Dylan,
al menos era un alivio saber en quién sí podía confiar de
nuevo.
Elliot, Connor, Jacob, Tess y Evan fueron descartados de la
lista negra. Aunque caminaría con cuidado por cualquier
cosa, y por supuesto que, aunque la pelirroja no estuviera
más en el ojo de la duda, no volvería a confiar en ella tan
fácil.
—¿Te has mudado a la luna? —le pregunté a Evan al
encontrarlo en la cafetería del cuartel.
Llegué para saber qué había resuelto Connor con respecto
a mi encuentro con Cam, pero vi a Evan sentado en la mesa
y me acerqué para que habláramos un rato. Lo noté un poco
distraído en los últimos días y, tras responder a mi
pregunta, me comentó que estaba saliendo con una chica;
era su vecina y le jugué algunas bromas porque se sonrojó
mientras me hablaba de ella.
—Es increíble verte sonreír de nuevo, Bella —dijo
tomándome de la mano, y me estremecí por la manera en
que me llamó.
Evan fue el primero en llamarme con aquel mote, pero
nunca me afectó como cuando alguien más osó usar ese
apelativo conmigo.
—Bueno, ya sabes lo que dicen por allí: mientras más
fuerte sea el dolor, más grande debe ser la sonrisa —
comenté, queriendo usar un tono de broma.
Me despedí de él en cuanto Connor llegó a buscarme.
Caleb había solicitado una reunión con Dylan y Tess para
evitar que estuvieran pendientes de lo que yo hacía. Luego
partí, tras unas horas, con Connor, Jane y Maokko hacia el
lugar donde me reuniría con Cameron.
Esa vez tuve que dejar a Max y Dom fuera para no alertar
a nadie y exponer a Cameron. Aunque Salike se nos uniría
luego como parte del plan. Connor tenía un método riguroso
para que Jane se viera con su hermano y esa vez me tocó a
mí usarlo.
—A la vista de todos y, sin embargo, escondidos —
murmuré al entrar a la sala de cine.
Jane iba a mi lado, Connor y Maokko se quedaron en un
restaurante frente al cine.
—Siempre es un lugar distinto, como hacer tareas
cotidianas o normales ante los ojos de los demás —explicó
ella. Ambas íbamos con gorras y sudaderas, usábamos
leggins y zapatos de deportes, fingiendo ser de esas amigas
que salieron juntas para el gimnasio, pero en el camino se
desviaron para ver una peli porque estábamos demasiado
perezosas como para ejercitarnos.
Desde mi pelea con Tess, era la primera vez que
estábamos juntas y solas, pero Jane sabía que no era
momento para tocar ningún tema personal, así que se
mantuvo a raya.
Cuando la película iba a comenzar, Salike llegó y se sentó
junto a Jane. Minutos después, un chico lo hizo a mi lado y
me echó el brazo sobre los hombros. La luz de la enorme
pantalla lo iluminó y sonreí para él.
—Así que eres mi cita —susurré.
Tenía el cabello un poco más largo de lo que recordaba y
también usaba gorra.
—Tienes suerte de salir con este galán —murmuró.
Me alegró mucho verlo y me recosté sobre su hombro
para charlar entre susurros mientras la película se
reproducía. Incluso comimos palomitas de maíz y bebimos
refrescos. Parecíamos una pareja de verdad. Le comenté lo
que había sucedido, que lo utilizábamos como carnada,
además de informarle que Sombra sabía de él.
—Con razón el hijo de puta me ha hecho la vida imposible
—soltó con cólera.
—No dirá nada sobre ti, pero tampoco te dejará saber
más. Así que prefiero que comiences a investigar lejos de él
—pedí.
—Podría hacerlo con David Black, el hermano de Lucius —
comentó—. Parece que él trabaja en conjunto con su hijo
Derek en los secuestros.
—Eso me serviría.
Continuamos hablando e ideamos algunos planes. Y si
bien no tenía información relevante gracias a que Sombra lo
alejaba de lo importante, sí manejaba muchas pequeñeces
que, al juntarlas, se convertían en un verdadero tesoro.
Como, por ejemplo, que había solicitado reuniones por
órdenes de Lucius con personas del gobierno e instituciones
que alimentaban la economía del país.
—Se murmura que son parte de The Seventh. Aunque
Lucius todavía no consigue llegar al líder de ellos, pues
dicen que es un hombre al que no encuentras, sino que él te
encuentra únicamente si cree que le servirás.
—¿Sabes qué tipo de organización son? —inquirí y negó.
—Muchos dicen que son un mito, así que lo que tengo que
averiguar es si realmente existen, o si estos dos tipos con
los que Lucius se ha reunido son parte de los séptimos, o en
realidad solo son personajes con poder que buscan
diversión.
—Bien, comencemos con eso —acepté.
Le pedí que guardara el secreto de nuestro encuentro. Y,
cuando la película terminó, lo abracé. Y no solo para fingir
que era mi chico. sino porque me alegró comprobar que
podía confiar en él.
—Te cuidaré siempre, Isa —murmuró en mi oído—. Así
como tú cuidaste y cuidas de mi hermana. Así como de
forma inconsciente me protegiste de una muerte segura por
parte de LuzBel. Y así como sé que ese idiota hubiese
querido que te protegiera. —Tragué fuerte al escucharlo y
solo asentí en respuesta.
—Gracias a ti, Cameron —respondí. Él no entendió por
qué le agradecí.
Y yo no le expliqué que, si no hubiera sido por su tontería,
yo nunca habría estado cerca de mi Tinieblo, pues fue por él
que Jane hizo un trato con Elijah.
Fueron esos hechos los que a mí me llevaron a encontrar
al amor de mi vida.
Sonreí al ver en la pantalla la inicial O cuando Sombra
decidió llamarme. Habíamos estado por mensajes luego de
que me propuso que nos viéramos, pero le dije que no
podía. Y claro que él lo tomó como si me estuviera
vengando por no haber accedido el día que hizo el envío de
armas.
—No te estoy dando excusas.
—¿Por qué será que imagino que estás riéndote de mí? —
inquirió satírico y me mordí el labio.
—No lo hago. Y esta noche tengo algo que resolver,
Sombra —dije.
No le mentía, había quedado de reunirme con Elliot luego
de que el tonto me llamara para disculparse por
mantenerse ausente. Me explicó que estuvo ayudando a
Alice en algo importante y me sorprendió que la
mencionara. Después de lo que pasó semanas atrás, no
escuché sobre ella hasta esa tarde, aunque tampoco
indagué más.
—¿Ocuparás toda la noche para resolverlo? —preguntó y
respiré hondo—. A mí no me importa que me dejes para
luego, Bella. Me estoy apegando a lo que pediste.
—Por eso te quedaste tranquilo esa noche en el bosque,
¿cierto? Porque sabías que te convenía aceptar lo que pedí.
—Se quedó en silencio al escucharme—. ¿Por qué será que
imagino que te estás riendo de mí? —devolví.
—Okey, no voy a negar que sabía que esa propuesta te
terminaría jodiendo a ti también, pero eso no significa que
no me joda más a mí —aceptó con un toque de diversión—.
Sin embargo, acepté porque no busco abrumarte.
—No ocuparé toda la noche —cedí dejando ese tema de
lado.
—¿Es normal que tenga una erección por escucharte decir
eso? —cuestionó y sonreí, aunque no me viera.
—Es porque eres un pervertido que solo me quiere follar
—lo chinché.
—Nos queremos follar, Bella. No te hagas la que no está
deseando montarme como un animal que no tiene
suficiente de mí —contraatacó y solté una carcajada—.
¿Siempre será así?
—¿De qué hablas?
—De si me dejarás cada vez más loco luego de nuestras
folladas. Porque te superas en cada ocasión que estamos
juntos y, si sigues así, terminarás por volarme la cabeza —
explicó.
Sombra era mi única pareja sexual luego de Elijah, pero
entendía por qué dijo lo que dijo, pues a pesar de la poca
experiencia que obtuve con mi Tinieblo, también noté que
estaba siendo desinhibida con ese chico. Me manejaba
como una experta en un ámbito que no exploré demasiado.
—No lo sé, lo averiguaremos esta noche —dije con
malicia.
—¡Mierda! Desocúpate temprano —pidió y volví a sonreír
sintiéndome idiota.
—Te enviaré un mensaje cuando esté libre y nos veremos
en la azotea de tu hotel —me despedí, refiriéndome al lugar
que se había convertido en nuestro punto de encuentro.
—Bella…, tengo ganas de ti —aseguró antes de que le
colgara.
—Yo también —murmuré sabiendo que ya no me
escucharía.
«¿Todavía no estabas dispuesta a admitírselo?»
No.
«Aunque ya se lo demostrabas».
Tal vez, pero algunas personas tendíamos a satisfacernos
con lo que escuchábamos, a pesar de que a veces no eran
necesarias las palabras para que nos confirmaran o negaran
los hechos. Y si Sombra era igual, pues no le daría el gusto.
Cuando la noche cayó, me dirigí a Grig junto a Maokko y
Caleb. Me reuniría allí con Elliot para que charláramos sobre
el viaje a California y la reunión que le pediría que
organizara con Perseo y Bartholome. Me tomó por sorpresa
encontrarme con Jacob y este se mostró emocionado al
vernos. Nos comentó que regresaba de donde el DJ, luego
de ir a pedirle música diferente, ya que, según él, la que
reproducía estaba fuera de onda.
—Vengan, pasemos un rato como en los viejos tiempos —
pidió echándome el brazo sobre los hombros para que no
me negara.
Caminé a regañadientes, pero tampoco me atrevía a
negarme porque me sentía mal por él. Intentaba con todo
su ser que todo volviera a ser como antes. Estaba
continuando con su vida, aunque se seguía aferrando a que
la amistad entre todos podía volver a ser lo que fue. Y
cuando nos acercó más al privado al que nos dirigía,
descubrí que también arrastró a los demás chicos a su
noche de fiesta.
Vi a Jane y Connor, a Evan y una pelinegra muy bonita
sobre sus piernas. Formulé: «tu vecina» para que me leyera
los labios y asintió de inmediato, disimulando una sonrisa.
Le guiñé un ojo para que entendiera que me gustaba cómo
se veían juntos y él me lo devolvió. Supuse que en señal de
que a él también, o de gracias.
Dylan y Tess se encontraban con ellos. La punzada en mi
pecho no se hizo esperar, pero la ignoré y actué como Jacob
deseaba: fingí que todo podía ser como antes y me uní a las
bromas de Caleb cuando notó que todos estábamos en
parejas. Él me cogió a mí, por supuesto, luego de que Jacob
decidiera dejar de abrazarme para darle toda su atención a
Maokko. Aunque era más que claro que el rubio no me
necesitaba para pasar el rato. Ya que, de un momento a
otro, me cambió por una chica que llegó a Grig con otras
amigas.
El maldito descarado incluso puso una buena distancia
conmigo para que la chica no creyera que estábamos
juntos, y Maokko se rio al verlo ir de caza. Era extraño ver a
esos dos llevándose bien al estar con personas diferentes,
aunque deduje que al fin estaban pasando página.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Connor.
Todos se habían ido a la pista, él y Jane se quedaron en el
privado para acompañarme. Les dije que no era necesario,
que disfrutaran, pero no los convencí y nos mantuvimos
conversando. Después de mi encuentro con Cameron, mi
relación con Jane iba avanzando, a paso lento, pero
caminaba.
—Quedé de reunirme con Elliot aquí. Ha pasado una hora
y no aparece, tampoco me respondió el mensaje que le
envié —expliqué.
—Fue a la oficina justo antes de que llegaras. Podrías ir a
buscarlo allí —me avisó y maldije por no haberles
preguntado antes por él.
—¿Quieres que te acompañe? —se ofreció Jane.
Hablábamos fuerte para poder escucharnos por encima de
la música.
—No es necesario, mejor vayan a bailar. Yo aprovecharé
para hablar con Elliot —los animé.
Le hice una señal de cabeza a Maokko para indicarle que
iría a la oficina. Max y Dom rondaban por el club, igual que
Salike y nuestro hermano de La Orden, por lo que podía
sentirme un poco tranquila en el lugar. A lo lejos, vi la barra
en la que Alice se mantenía y agradecí no encontrarla,
puesto que todavía no me sentía preparada para que
habláramos, a pesar de que hubo noches en las que pensé
en buscarla para hacerle algunas preguntas sobre lo que
pasó entre nosotras.
El nerviosismo comenzó a atacarme a medida que me
acercaba a la oficina. Y de pronto, los recuerdos que creí
haber olvidado sobre mi alucinación con Elijah, volvieron a
asentarse en mi cabeza. Recordé la sensación de sus manos
en mi cuerpo, los besos que supuestamente nos dimos.
«Solo tú logras tenerme así. Y siempre que sea por ti y
por ese rostro lleno de lujuria, te prometo que nunca me
arrepentiré de arrodillarme entre tus piernas».
Tragué con dificultad. Era la primera vez que recordaba
algo diferente sobre lo que creí que me dijo. La respiración
se me aceleró al verlo en mi cabeza de nuevo entre mis
piernas y, por poco, sentí que me ahogué en el momento
que esas imágenes se mezclaron con las sensaciones que
me hizo sentir…
—Me cago en la puta, con él no —maldije.
«¡Mierda, Isa! ¿Con el Chico oscuro?»
¡Demonios! Eso no me podía estar pasando.
Esos recuerdos no tenían por qué mezclarse. Era algo
inaceptable y quise golpearme la cabeza contra la pared
para así detenerlos. El amor y el interés no podían
compararse, y más cuando para mí estaba claro que entre
Elijah y Sombra no existía punto de comparación.
Uno era el amor de mi vida.
El otro, el tipo que haría caer para desestabilizar a los
Vigilantes.
Elijah Pride sería por siempre mi rey en el tablero de
ajedrez.
Sombra, en cambio, el caballo al que derrocaría cuando
llegara la hora.
Dejé esos pensamientos de lado y me concentré a lo que
iba. Llegué a la oficina y toqué tres veces, pero nadie me
abrió. Esperé unos minutos, y al no ser atendida, me animé
a abrir y entrar sin ser invitada. Había poca luz como
siempre y música baja que era tragada por el sonido de
afuera. Mi cuerpo se heló en cuanto escuché unos gemidos
e imaginé lo que sucedía.
¡Demonios! No era buen momento para hablar con Elliot y
quise darme la vuelta e irme. Sin embargo, mis piernas no
entendieron la orden y, en lugar de caminar hacia la puerta,
lo hicieron con sigilo hasta el pequeño cuarto que le seguía
a la oficina.
«¿Tus piernas? Sí, ajá».
Ignoré a mi conciencia y me cubrí un poco con la pared.
Mi respiración se cortó cuando vi a Elliot desnudo por
completo y sobre una chica.
«¡Mierda, mierda, mierda! El maldito sabía moverse».
Lo estaba viendo.
Me escondí detrás de la pared, presionando mi espalda
contra ella, y llevé una mano a mi boca en el momento en
que mi respiración volvió a acelerarse. La otra mano la
coloqué en mi pecho en un intento de calmar mi corazón
desbocado.
—¡Oh, Elliot! —gimió la chica.
El golpe de las caderas de Elliot contra las de ella era
fuerte, y su voz... ¡Oh, Dios! Conocía esa voz. Saqué la
cabeza para asegurarme de lo que suponía, y sí, lo
confirmé.
—Puta madre —formulé en un susurro.
En un ágil giro, Alice quedó encima de Elliot y comenzó a
moverse de manera sincronizada sobre él.
Una serie de sentimientos comenzaron a arremolinarse en
mi interior. Una cosa era imaginarlo con otra chica, pero
presenciarlo era enfermo para mí. Aun así, me quedé unos
segundos más intentando normalizar mi respiración para
salir de la oficina, aunque sus gemidos me lo pusieron difícil.
Miré una vez más y odié encontrarme de nuevo a Alice en
cuatro y a Elliot detrás de ella penetrándola con potencia.
—Es suficiente —me regañé, decidida a salir de la oficina,
pero justo cuando di el primer paso, mi móvil sonó.
«¡Joder, Colega! Solo a ti te pasaban cosas tan clichés».
—¡Qué demonios! —espetó Elliot. Intenté silenciar el
maldito aparato, pero se me cayó de las manos justo
cuando el susodicho llegó hasta donde yo estaba.
—¡Jesús! Chicos, lo siento —chillé y jamás en mi vida
estuve tan avergonzada.
Deseé que la tierra se abriera y me tragara. Deseé no
haber ido a buscar al chico desnudo frente a mí en esos
momentos.
—¿¡Isa!? —soltó con asombro. Recogí el móvil con manos
temblorosas, sin el valor suficiente para ver a Elliot a la
cara.
Aunque sí miré su polla y me perdí en mis recuerdos.
«Y decías que la pervertida era yo... ¡Oh! ¡Guau! Espera...
¡Qué!»
—Tú... —Señalé su pene y mi conciencia dejó de burlarse
— ti-tienes perlas —terminé entre titubeos.
Sabía que mis ojos estaban a punto de salirse de sus
cuencas. Me quedé con la boca abierta y el asombro me
cortó la respiración. Elliot se avergonzó, tomó su bóxer y
cubrió su desnudez. Alice hizo lo mismo con la sábana
blanca de la pequeña cama. Tenía su cabello rubio húmedo
y desordenado.
Bajó la mirada avergonzada cuando la busqué y supe que
perdería el control al sentir que mi cuerpo comenzó a sufrir
un choque entre la fiebre y la frialdad. Los recuerdos de la
noche de mi ilusión con Elijah se agolparon en mi cabeza.
Cerré los ojos, negué frenéticamente y apreté el móvil entre
mi mano tan fuerte, que los tres escuchamos cuando la
pantalla se quebró.
—Esto no puede ser cierto —dije y no reconocí mi propia
voz.
—¿Isa? ¿Qué te pasa? —preguntó Elliot con preocupación.
Mi estómago se revolvió con la idea de una nueva traición
por parte del hombre que una vez amé con todas mis
fuerzas.
—¿Desde cuándo las tienes? —pregunté entre dientes.
—¿En serio? —repuso incrédulo. Lo miré seria y
exigiéndole una respuesta con mi mirada—. Esto es
incómodo, Isabella —murmuró. Sus mejillas estaban
sonrojadas.
Se rascó la parte posterior de la cabeza en señal de
nerviosismo.
—¡Responde!
—Desde hace un año. Y no sé por qué lo preguntas, pero
en serio esto es incómodo.
O Elliot sabía fingir muy bien o, en realidad, me creía una
idiota. Ambas cosas me afectaban mucho.
Alice salió de la cama y comenzó a vestirse
apresuradamente. Me sentía como una novia celosa
descubriendo a su pareja con otra persona, pero no estaba
celosa. No. Estaba furiosa con Elliot y, aún más, con la chica
que trataba de salir de mi vista. Medio vestida, Alice pasó
por mi lado con la blusa en sus manos e intentó irse.
Pero estaba muy estúpida y loca si creía que se marcharía
así de fácil.
—Tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar —espeté
tomándola del brazo.
Chilló por la brusquedad de mi agarre y pasé junto a
Elliot. Este nos miró estupefacto por lo que estaba
sucediendo. Luego, lancé a Alice en la cama, haciéndola
rebotar, y respiré hondo y pesado para contenerme y no
matarla antes de tiempo.
—¡Repíteme lo que sucedió entre nosotras aquella noche
cuando tomé tu puta droga! —exigí.
No sé qué cara tenía yo en esos momentos, pero vi terror
en sus ojos y me reí porque todavía no había visto lo peor
de mí. La hija de puta tenía suerte de que todavía trataba
de controlarme, aunque donde no hablara pronto ese
control se iría a la mierda.
—Isa, no sé qué te sucede, pero no tienes por qué tratarla
así —largó Elliot.
—¡Tú cállate, maldito cobarde! —espeté entre dientes—.
¡Habla! —rugí para Alice y pegó un respingo.
—Aceptaste la droga, nos vinimos hacia aquí e hicimos
nuestra propia fiesta —comenzó Alice cogiendo valor—. Me
fui por una botella, y al volver estabas ardiendo de deseo.
Nos besamos y terminamos desnudas sobre el escritorio y…
Creo que no es necesario decir lo que siguió a continuación
—señaló y odié no tener un arma en esos momentos—.
Llamabas a ese chico entre gemidos y cuando estuviste
satisfecha, caíste desmayada.
—¡Maldita mentirosa! —grité y me fui sobre ella. No hubo
necesidad de golpearla porque no podía defenderse.
La tomé del cuello y comencé a estrangularla. Ella
intentaba detenerme, pero no podía, sus fuerzas eran nada
para mí. Elliot maldijo y se fue sobre mí, intentando zafarla
de mi agarre, pero de nada le sirvió. Ni él lograba contener
la ira que me embargaba.
Me habían fallado de la peor manera, él sobre todo, y
también lo pagaría.
Alice comenzó a ponerse roja por mi brutal agarre, sentí
entre mis manos la fragilidad de su tráquea, de su espina
dorsal, mientras mis dedos se enterraban en su carne hasta
romper el músculo. Las venas de sus ojos explotaron,
formando manchas de sangre, y yo sonreí.
Eso sería lo último que ella vería: mi sonrisa de
satisfacción para hacerle pagar lo que me hizo.
—¡Mierda! —escuché decir a Elliot.
Había envuelto un brazo sobre mi pecho para apartarme
de su amante, pero mi locura era tanta, que no solté a Alice
y la levanté de la cama para no perder mi agarre en su
cuello.
—¡Dios, Isabella! No me hagas dañarte —suplicó Elliot y
envolvió el brazo en mi cuello al darse cuenta de que le
sería imposible obligarme a soltar a Alice.
Alice había dejado de apretarme las muñecas y yo sentí la
humedad entre mis dedos porque le clavé las uñas en el
cuello hasta hacerla sangrar. Elliot siguió maldiciendo al
hacerme una llave entre mi garganta y cabeza y me sacudí
aflojando mi agarre en la puta rubia.
Un jadeo ahogado se escuchó de Alice en cuanto la solté
del todo antes de que se desmayara. Y caí al suelo junto
Elliot, aunque él se llevó el golpe, ya que no me dejó ir y
amortiguó mi caída con su cuerpo.
—¡Vete! —le gritó a Alice y entre su incesante tos y la
necesidad de recuperar el aire que le robé, ella salió
arrastrándose de la oficina.
Luché contra él logrando zafarme, pero nos fuimos a una
lucha de cuerpo a cuerpo hasta que consiguió ponerse a
horcajadas sobre mí. Intenté golpearlo en las bolas, pero
alcanzó a protegerse y contuvo mis piernas con sus muslos.
Llevó mis manos sobre mi cabeza y las afianzó con las
suyas.
—¡¿Qué mierdas te pasa?! —espetó mientras que yo me
movía como una maldita víbora debajo de su cuerpo.
—Eres un hijo de la gran puta, Elliot —solté con el odio
más puro que podía sentir en esos momentos—. ¡¿Cómo
fuiste capaz de hacerme algo así?!
—¡¿Qué hice?! —gritó.
—¡No te hagas el imbécil! El día que creí estar con Elijah,
fuiste tú. Tú te aprovechaste de mi estado para meterte
entre mis piernas —rugí y me miró sin saber de lo que
hablaba.
Me soltó de golpe y se puso de pie con agilidad.
—¿Tan cobarde me crees? —cuestionó mirándome
indignado.
Me fui sobre él tomándolo por sorpresa. Lo volví a tumbar
en el suelo y fue mi turno de ponerme a horcajadas sobre su
cuerpo. Comencé a golpearlo y, aunque se protegía, no
metía las manos para dañarme.
—Ese día creí verlo —gruñí sin dejar de golpearlo—. Creí
besarlo y creí que me dio sexo oral… ¿Y sabes por qué? —
pregunté. En esos momentos, logró tomar mis manos y
detuvo mis golpes. Mi respiración estaba vuelta mierda
junto a mi corazón—. ¡Porque sentí sus perlas! —grité y un
sollozo escapó de mi garganta.
Se quedó estupefacto al comprender. Había muchas cosas
borrosas en aquella alucinación, pero recordaba haber
tocado a Elijah y sentir sus perlas, iguales a las que ahora
tenía Elliot.
—Isabella, jamás supe que LuzBel tenía perlas en la polla
—repuso y me aparté de él.
Lo había golpeado en la boca y la sangre le corría por la
comisura. Se limpió con el dorso de la mano al sentarse. Yo
me quedé sobre mis rodillas y apoyé la espalda en el borde
de la cama.
—Mírame a los ojos —pidió y me tomó de la muñeca.
Quise zafarme, pero no lo permitió—. No lo sabía —repitió—.
LuzBel y yo no fuimos unidos y mucho menos nos
contábamos de qué manera teníamos la polla. Pero estoy
seguro de que eso nunca se lo dijo a nadie y únicamente lo
supieron las chicas que se acostaron con él. Lo sé porque
éramos igual de fanfarrones, aunque también orgullosos y
no ventilábamos esas mierdas solo para jactarnos —señaló
seguro—. Y me duele, como no tienes idea, que creas que
me aprovecharía de algo como eso para llevarte a la cama,
pero más que pienses que me valdría de tu vulnerabilidad
para darte placer.
Me soltó de la muñeca y noté su decepción.
Nos quedamos en silencio por un rato y analicé todo lo
que me dijo. La ira y el dolor no me dejaban pensar con
claridad, pero sí noté que nunca dudó de sus palabras. Y era
posible que yo hubiera perdido la razón, pero ver sus perlas
solo me hizo pensar en la noche que Alice aseguraba que
estuve con ella y no con mi Tinieblo como llegué a creer.
«Pero Elliot tenía razón. El que él tuviese perlas no
significaba que lo había hecho para confundirte».
Lo aceptaba y más al comprender que, como dijo él, esas
cosas no siempre se contaban y Elliot no tenía por qué
saber que Elijah también usó perlas.
—Esa noche fue demasiado real para mí y ha sido difícil
aceptar que solo fuera una ilusión —susurré y me senté bien
sobre el piso para llevarme las manos al rostro.
—Estuve con Caleb en todo momento, él puede
confirmártelo —soltó y después sonrió con ironía. Sí, tenía
cómo comprobar que me estaba equivocando al acusarlo
como lo hice—. Ambos te encontramos desmayada sobre el
escritorio. Alice te había vestido. ¿Sabes cómo reaccioné
con ella cuando supe que te dio esa maldita droga? Incluso
dejé de hablarle hasta hace una semana y es un insulto que
después de todo lo que he hecho por ti, me creas capaz de
valerme de tu estado para follarte.
—Compréndeme —pedí.
—¡No! Comprende tú —exigió alzando la voz—. Antes eras
todo para mí, Isabella. Mi mundo giraba a tu alrededor —dijo
alterado—, pero ese tiempo caducó y no necesito de
hacerme pasar por otra persona para llevarme a la cama a
una chica. Y aún eres importante para mí, siempre lo serás.
Sin embargo, has dejado claro tus intenciones y las respeto,
las acepto y ya no me duele como antes. Y si algún día tú y
yo follamos —remarcó mirándome fijo—, será estando
lúcidos los dos. Me verás a la cara y follarás conmigo porque
lo deseas, no porque una puta droga te haga hacerlo.
Me froté la frente con los dedos y cerré los ojos. Casi maté
a Alice. La cagué con Elliot y en esos momentos me sentía
muy culpable.
—Perdóname, Elliot —supliqué y él rio. Estaba muy
ofendido—. Me dejé llevar por mis emociones y confusiones
—musité con dolor.
Me sentí como una estúpida y no sabía qué más decirle.
No podía en todo caso, ya que no había palabras que
resarcieran mi falta. Además, verlo tan molesto me hizo
entender que no era el mejor momento para seguir juntos,
así que me puse de pie dispuesta a marcharme.
La conversación sobre el viaje a California quedaría para
después.
—¡Isabella! —me llamó y se puso de pie—. Puedo
ponerme en tus zapatos y comprender tu reacción —cedió y
sentí que me quitó un enorme peso de encima.
—Y tú tienes razón —concedí y me miró sin comprender.
—¿Sobre qué?
—Si algún día tú y yo follamos, será porque así lo
queremos —aseguré y alzó las cejas—. Perdón por
arruinarte el polvo.
—Algo me dice que ese día será pronto —señaló y lo miré
sin entender— y me pagarás este polvo.
Sonreí de lado y negué con la cabeza. Esa respuesta fue
muy lista de su parte. Me di la vuelta y me marché de esa
oficina.
Capítulo 21
Pequeña psicópata

Me detuve de golpe al llegar al pasillo de la salida de


emergencia (luego de salir de la oficina) al ver a Dylan y a
Maokko auxiliando a Alice. En mi interior supe que algo de la
vieja Isabella todavía me quedaba, ya que sentí un poco de
remordimiento por lo que hice.
—Tenemos que llevarte al hospital —alcancé a escuchar
que dijo Dylan.
Me acerqué a ellos. Alice estaba llorando, sentada en el
suelo con la espalda apoyada en la pared. Todavía no se
había puesto la blusa y se la apretaba al pecho a la vez que
se sobaba la garganta. Dylan se encontraba de cuclillas
intentando calmarla y Maokko de pie, viéndolos atenta a lo
que fuera necesario hacer.
—¡Jesucristo! Me harás sentir como un monstruo —dije en
el momento que Alice me miró e intentó retroceder a
rastras, huyendo de mí como si hubiera salido de la oficina
solo para terminar con mi trabajo.
—Mierda, Isa. Tú y yo necesitamos hablar —replicó Dylan,
comportándose como el hermano mayor que quería meter
en cintura a su hermanita traviesa.
Deseé decirle que donde confirmara que él me estaba
traicionando, lo que le hice a Alice sería nada en
comparación con lo que le haría a él, pero me mordí la
lengua, ya que todavía guardaba una esperanza de que
Caleb se estuviera equivocando.
—Todavía intento averiguar si dejaste actuar a tus
demonios por celos, o por otra cosa —murmuró Maokko en
japonés—. Amiga, ¿por qué no te uniste a ellos en lugar de
actuar como una psicópata?
—Ja, ja, ja. Como psicópata actuaré contigo donde sigas
soltando tonterías —advertí y ella sonrió de lado.
Fue algo así como «atrévete» y me causó gracia, ya que
esa mujer podía respetarme, pero no por eso actuaría como
si no supiera defenderse si la atacaba sin justificación.
—Ven, voy a sacarte de aquí —escuchamos que Dylan le
dijo a Alice y la ayudó a ponerse de pie.
Se mareó en cuanto se irguió y mi hermano la cogió para
que no se desvaneciera.
—¡Mierda! Sí necesita un médico —señaló Maokko lo
obvio.
—La llevaré yo al hospital —avisé.
La pobre rubia negó asustada y Dylan me miró diciendo
que eso no iba a pasar.
—Debes estar bromeando —ironizó él.
—Ya cálmense los dos. Si quisiera terminar con lo que
empecé, te aseguro que ahora mismo Maokko se estaría
encargando de ti mientras yo acabo con ella —espeté—. Es
obvio que cometí un error, así que yo la llevaré al hospital.
Cogí a Alice del brazo sin ser brusca esa vez y la sentí
temblar. Dylan me miró con advertencia y negué con la
cabeza. Maokko se acercó para ayudarme con la rubia y
juntas comenzamos a caminar hacia la puerta de
emergencia al final de ese pasillo.
—Ve a hablar con Elliot, por favor. Y dile que se quede
tranquilo, yo me encargaré de su amante. Él sabe que no la
dañaré —pedí a mi hermano y lo vi más confiado cuando le
dije eso.
Alice siguió llorando en silencio, la piel del cuello se le
estaba inflamando y lucía como si también le hubiese hecho
explotar las venas de allí. Los ojos los tenía más rojos y
comenzó a temblar todavía más entre mis brazos.
—¿Dime que sientes remordimiento? —preguntó Maokko,
quien se mantuvo hablando en japonés.
Max había llegado junto a Dom luego de que mi amiga le
llamara para que nos recogieran detrás del club. Le
ayudamos a Alice a ponerle la blusa antes de que ellos
llegaran y, tras subirnos al coche, le pedí que nos llevaran
de inmediato al hospital de los Grigoris, puesto que solo allí
podría manejar la información para que no me afectara.
—Mierda, Isa —murmuró Maokko al no obtener respuesta
de mi parte.
No quería mentir y tampoco exagerar. En ese momento,
mi cabeza estaba tan atestada de mierda, que ya no sabía
ni lo que sentía.
—Pídele a Caleb que vaya por mi móvil a la oficina de
Grig, tuve que haberlo dejado tirado allí —analicé tras
decirle eso a Maokko—. Si lo encuentra, que revise si
todavía funciona.
Ya estaban atendiendo a Alice, y ni siquiera le advertí que
mintiera. Ella vería si me inculpaba o no. Aunque supe que
no lo hizo porque cuando el médico salió para decirnos
cómo estaba y que la dejarían en observación, también nos
preguntó si sabíamos quién la había atacado, puesto que la
chica le aseguró que no recordaba nada y que nosotros la
encontramos en un callejón y la auxiliamos.
—¿Puedo verla? Mi amiga le explicará dónde la
encontramos —dije para el médico y este asintió.
Maokko me entregó su móvil. Ella usaba un reloj
inteligente, así que supe que de esa manera me haría saber
lo que le diría al médico para que manejáramos la misma
información. No era la primera vez que nos veíamos
envueltas en una situación similar.
Cuando entré a la habitación, encontré a Alice con los ojos
cerrados, pero los abrió al percatarse de mi presencia. Se
abrazó a sí misma y me miró con temor, esperando a que
yo hablara. Negué con la cabeza y respiré hondo.
—No te daré las gracias si es lo que esperas, ya que tú
decidiste cubrirme, pero sí te ofrezco una disculpa —
comencé a decirle—. Hay muchas cosas de ese día entre
nosotras que todavía no entiendo, Alice. Y ver la joyería de
Elliot me enloqueció y ya le expliqué a él las razones. —
Asintió en señal de que me estaba poniendo atención. Le
habían colocado un collarín y una intravenosa con
medicamentos para el dolor y los coágulos de sangre que se
le formaron en los ojos—. Como ya habrás comprobado, soy
de las que primero golpea y luego pregunta.
Sonrió ante lo que dije y volví a sentir un poco de
remordimiento. Alice no era de las personas que se
defendían, era más una chica pasiva y entendí mejor que
me había pasado un poco de la raya.
—Dios, chica. Creo que deberé darte un par de clases de
defensa personal —formulé y me miró avergonzada—.
Tienes buenos movimientos de cadera, pero te hace falta
sincronizar los muslos y los brazos. —Reí al ver su
vergüenza cuando entendió a qué me refería—. Por cierto,
creí que tenías novio.
No estaba para saber de su vida amorosa, no me
importaba en realidad, pero vi al DJ en el club y recordé que
era su novio.
—Sí... —Carraspeó y sentí que hasta a mí me dolió la
garganta. Su voz estaba ronca y por su cara de dolor deduje
que sufría al hablar— tengo, pero ya sabes…, a veces la
debilidad es más fuerte.
En otro momento, me habría reído de su respuesta, pero
ya sabía a la perfección lo que pasaba cuando te dejabas
ganar por la debilidad.
«O por el verdadero amor».
También por eso.
—Pensé que querías matarme por acostarme con Elliot —
admitió.
«O porque no te invitaron».
Tú siempre tan perra como Maokko.
—Dios, no —le respondí a Alice—. Elliot es libre de
acostarse con quién quiera —aseguré—. Solo ten cuidado
con lo que haces, porque no quiero que él salga afectado si
tu novio se entera —advertí.
—Te aseguro que mi novio no le hará daño. —Me fue
inevitable no reír al escucharla.
—Sé que no. Temo por la vida de tu novio, no por la de
Elliot —aseguré y me miró con sorpresa.
No tenía idea de si Elliot era con ella el caballero que
siempre fue para mí o el hijo de puta que los demás
describían. Pero de igual manera necesitaba que la chica
entendiera que no engañó a su novio con cualquiera. Y a lo
mejor era la primera vez que se acostaban, posiblemente
para el ojiazul no era nada serio. Sin embargo, estaba
segura de que Alice sí sentía más que atracción por él.
Y odié que Elliot fuera el tercero en discordia.
«Así como tú lo eras entre Sombra y Lía».
Mierda, me había olvidado de esa chica.
«Del Chico oscuro también, según parecía, Colega».
Me despedí de Alice luego de esa charla. Ella me dijo que
le llamaría a su hermano para que la recogiera y hasta
terminó dándome las gracias por haberla llevado al hospital,
lo que me pareció tonto. Aunque también su actitud me
demostró que la chica no era tan mala después de todo.
Había revisado en el móvil de Maokko toda la historia que
le dijo al médico, y menos mal tomó la decisión de enviarle
un mensaje a Caleb para que él le pidiera ayuda a Caron en
el momento en que el médico decidió llamar a la policía. De
esa manera, nos aseguramos de que el oficial que llegaría
entendería a la perfección la declaración que ambas le
daríamos.
—Tuve un pequeño inconveniente y perdí mi móvil —le
dije a Sombra en cuanto le marqué desde el de Maokko.
No me sabía su número de memoria, aunque sí me
encargué de que mi amiga lo agendara por cualquier
emergencia. Hablé con Caleb antes y me avisó que Sombra
me había llamado en varias ocasiones, lo que me hizo
suponer que fue él quien hizo sonar mi móvil y me llevó a
ser descubierta por Elliot mientras follaba con Alice. El
aparato quedó con la pantalla destruida, aunque todavía se
alcanzaba a ver cierta información.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí, nada grave. Aunque la situación me dejó con más
estrés del que ya tenía —exageré un poco y Maokko rio en
silencio al escucharme. Sabía que le encantaba verme
actuando así—. ¿Tan desesperado estás por verme que no
pudiste esperar a que yo te avisara que ya estaba libre? —lo
provoqué.
—Eeeh, bueno, sobre eso… —Lo imaginé rascándose la
cabeza al murmurar y entrecerré los ojos.
—Pregúntale a Caleb si ha tenido noticias sobre nuestro
compañero —susurré para Maokko, silenciando la llamada
con Sombra.
Sospeché que me diría que no podríamos vernos y eso me
alertó sobre que algo importante podía estar sucediendo, a
menos que esa vez él quisiera vengarse porque lo estuve
despreciando en los últimos días.
—Mierda, nunca creí que haría esto —reprochó Sombra
para sí mismo.
—Espera, te ayudaré —solté con ironía—. Tienes algo que
hacer más importante que estar conmigo.
—Maldición, Pequeña. Si lo dices de esa manera, hasta yo
me odio —se quejó y reí sin gracia.
Admitía que, en ese momento, sí me incomodó que me
dejara de lado, puesto que después de lo que pasé en el
club, quería olvidarme de todo, y él me había demostrado
que era capaz de llevarme a un punto en el que no
recordaba ni mi nombre.
—No te preocupes, ya encontraré la manera de relajarme.
—Bella…
—Ocúpate de tus asuntos, que yo me ocupo de los míos
—zanjé y corté la llamada.
—¡Demonios! Qué actuación, Chica americana —dijo
Maokko y comenzó a aplaudirme. Vi a Max mirarme por el
retrovisor, ya que íbamos de camino al hotel. Yo me limité a
mirar a mi amiga siendo demasiado seria—. ¡Ay, joder! Esta
vez no actuabas —dedujo y rodé los ojos.
Solté el aire por la boca. No había actuado y solo
esperaba que mi enojo sirviera para aprovecharlo luego. Y
por fortuna, Maokko se quedó en silencio. Caleb no le
respondió nada de lo que le pedí que le preguntara y rogué
para que el rubio no se hubiera ido a algún hotel con la
chica que conoció en Grig. No es que no mereciera echar un
polvo, pero estábamos en una situación delicada y no me
quería arriesgar a ponerme en contacto con Isamu si él no
se contactaba antes.
—Hey, chicas. Iba a buscarlas. —Estuve a punto de abrir
los brazos para agradecerle al destino cuando encontramos
a Caleb saliendo de su habitación.
Iba recién duchado, vistiendo solo un pantalón de algodón
a cuadros, bastante bajo en sus caderas, a tal punto que
notamos que no usaba boxers. No llevaba camisa y Maokko
alzó las cejas al verlo y cruzó los brazos a la altura de su
pecho. Era claro que ella ya conocía ese cuerpo atlético a la
perfección, pero le seguía sorprendiendo que su ex pudiera
tener tantos músculos sin que se notaran cuando usaba
más ropa.
—¿Podemos ir a tu habitación? —inquirí.
—Mejor no —respondió de inmediato. Traté de no reír al
ver la cara de Maokko cuando entendió que el rubio tenía
visitas esa vez—. Siento no haber respondido, pero estaba
en medio de algo.
—Sí, de un polvo. Espero que no te lo haya frustrado
como Isa a Elliot.
—¡Dios! Cálmate, víbora —pedí en tono de burla.
Caleb negó con la cabeza y la ignoró.
—Me comuniqué con Isamu después de tu mensaje y me
dijo que Lucius los había convocado a una reunión urgente.
Iba para el búnker junto a Sombra y su grupo y cree que era
contigo con quien hablaba, aunque evitó mostrarse como un
entrometido para que no se fijen demás en él.
—Pudo haber sido conmigo o con su novia —señalé tras la
información de Caleb.
—Linda, harán el envío mañana —soltó de pronto y me
tensé—. Bueno, para ser más claros, será entre mañana y
pasado mañana, ya que lo llevarán a cabo entre las doce de
la media noche, aunque el barco zarpará a las tres de la
madrugada.
—Mierda. Por mucho que logre contener a Sombra, esta
vez necesitaremos que Grigori nos apoye —opiné y él
asintió.
—En caso de que él no se niegue a que se vean, querrá
hacerlo antes de la media noche —reflexionó Maokko.
—Y en caso de que se niegue, tendré que verme con
Caron al menos entre las diez y once. Hay un trayecto de
cuarenta minutos hacia su casa en el río James y, aunque
todo dé resultado y Sombra me busque para impedir que
me vea con el sargento, todavía podría enviar a su gente
para que preparen la embarcación y él llegar cerca de la
hora de que zarpen —repliqué.
—Tienes razón. Si eso pasa, esta vez Grigori deberá
intervenir y rescatar a esos chicos —me apoyó Caleb.
Comencé a caminar de un lado a otro, sintiéndome
ansiosa. Odiaba no poder confiar en la sede de Myles, y
tampoco quería pedirle apoyo a Kontos o Makris, ya que eso
se tomaría como ofensa.
—¿Crees que sería suficiente utilizar solo a mi gente? —
cuestioné para Caleb—. Sé que Elliot siempre trae a un buen
grupo de Grigoris californianos con él cada vez que viene a
la ciudad. Incluso podríamos contar con él.
—No, Isa. Solo en ellos puedo confiar para que te protejan
estando con Caron. Estoy contando con los californianos
para que te acompañen a ese encuentro, aparte de Salike y
Ronin.
Ronin había llegado esa semana para relevar a nuestro
otro hermano. Y con él, cinco de mis compañeros de élite se
unirían a mí en mi venganza, y aunque no me gustaba
tenerlos a todos reunidos en una misma misión como dije
antes, esta lo ameritaba.
—Caleb, Caron tendrá a su gente para protegerlo a él y
sabes que para mí es suficiente tener solo a Maokko, Salike
y Ronin. Además de ti —respondí—. Deja a los californianos
para que acompañen a Elliot porque solo confío en él para
esto. Así si Tess quiere reclamarme luego por creer que he
decidido llevarme todo el mérito, podré excusarme con que
su primo representa a Myles, así sea parte de mi sede.
—Maldición —se quejó, llevándose ambas manos a la
cabeza.
Los tres sabíamos que, si queríamos proteger a Isamu,
retrasar a Sombra y salvar a esos chicos, debíamos tomar
decisiones riesgosas.
—Encárgate de comunicarle a Caron que llegó nuestro
momento. Yo hablaré con Max y Dom para que sepan guiar
a los demás en el instante que sea necesario. Ellos se
encargarán de apoyar a Elliot, ya que él sabrá de la misión
hasta que se llegue la hora —decidí.
Y, por primera vez en semanas, Caleb no pudo
contradecirme.

Por la mañana del día siguiente, Elliot me llamó para


avisarme que él iría por Alice al hospital, puesto que la
noche anterior le comuniqué lo que dijo el médico, aparte
de que tenía que decirle la versión de los hechos que
manejamos con Maokko.
Por la tarde, justo a las cinco, llegué al hotel de nuevo, a
la habitación que ahora ocupaba Maokko. Mantenía la llave-
tarjeta de repuesto, así que abrí la puerta sin siquiera
llamar. La encontré con un cepillo de cabello en la mano,
vestida únicamente con una camisa de hombre manga
larga. Players de Coi Leray sonaba desde su móvil con el
volumen máximo y negué con la cabeza, divertida por la
escena.
Meneaba las caderas, haciendo una fonomímica de la
canción que parecía ser su himno.
—Porque las chicas también son astutas —cantó al verme.
Caminó entre el baile, llamándome con el dedo índice y
me reí. Llegó hasta mí para tomarme de la mano y cerró la
puerta, golpeando a la vez su cadera con la mía para
hacerme bailar a su lado.
—Me llama por teléfono, pero yo lo ignoro. Él piensa que
es el único y tengo unos cuatro como él —siguió cantando.
El cepillo era su micrófono y me contagió tanto su
entusiasmo que comencé a bailar con ella.
—Sí, solo quiero tener una gran noche —seguí la canción
cuando puso el cepillo cerca de mi boca—. Solo quiero tener
una gran noche. Espera, si no lo sabes, ahora sí.
—¡Dios! ¡Sí! —alabó mi amiga, emocionada de que le
siguiera la locura—. Podrías tener a cualquiera, escoge el
que sea. Porque cuando eres la jefa, puedes hacer lo que
quieras —cantó con júbilo.
—Sí, porque las chicas también son astutas —añadí con
más vehemencia.
Solo en ese instante entendí por qué la asiática adoraba
esa canción, y le agradecí que me inyectara de su energía
antes de ir a la guerra. Porque era a donde me dirigía si
Sombra no aceptaba de buen grado encontrarse conmigo.
Había llegado a su habitación porque nos prepararíamos
juntas para irnos hacia la casa del sargento. Esa mañana
cuadramos todo con él y decidimos modificar un poco el
plan: no le propondría a Sombra que nos viéramos, pero sí
le haría saber que tendría una cita con Caron. Después de
todo, el tipo me dejó de lado dos veces; la noche anterior le
mostré más frustración, así que al final, sí me serviría haber
actuado como lo hice.
«Aunque no actuaste».
Y ahí ibas.
Además de la modificación con respecto a Sombra, Caron
también se ofreció a enviar a parte de su gente junto a los
Grigori para que apoyaran el rescate de los chicos, cosa que
aceptamos enseguida. A más ayuda, mayores resultados.
—Hazlo —me animó Maokko.
Me había hecho poner restringida las vistas de mis
historias en WhatsApp para que solo Sombra pudiera verlas.
Luego le tomó una fotografía al vestido que ella escogió
para mí, agregando una nota que decía: “Casi lista, señor”
junto a un emoji de sonrisa ladina y pícara. Traté de
explicarle que no se lo tragaría porque por lo poco que el
tipo conocía de mí, sabía que yo no era así, pero ella alegó
que un hombre celoso no razonaba.
—¡Jesús! —murmuré aceptando publicar la bendita
imagen. Caleb se había encargado de darme un nuevo
móvil, pero con el mismo número.
Por un buen rato, me estuve debatiendo entre enviarle un
mensaje a Sombra para sacarle conversación, hasta llegar
al punto de mi salida con Caron, pero Maokko lo descartó de
inmediato, asegurando que tenía que actuar como una
chica normal y no como la cabrona que estaba
acostumbrada a ser.
Caleb se encontraba cuadrando todo. Estaba paranoico
porque todavía no se convencía de que solo fueran ellos
cuatro para apoyarme. Además de que se mantenía en
comunicación con Isamu para que él le informara de cómo
iba marchando todo.
—¡Cayó! —celebró Maokko cuando salí de la ducha.
No entendí lo que dijo hasta que puso el móvil frente a mi
rostro para que viera un mensaje que me llegó dos horas
después de la publicación de la historia. El corazón se me
aceleró y una sonrisa nerviosa se formó en mi rostro.
Una pregunta corta debajo del recuadro de mi historia,
pero con una intensidad que me cortó la respiración.
—¿No responderás? —preguntó Maokko con sorpresa
cuando lancé el móvil en la cama.
—Ya hiciste lo tuyo, ahora déjame hacer lo mío —le pedí
sin perder la sonrisa que cambió de nerviosa a una llena de
malicia.
—Isa, ya tendremos que irnos. Debes aprovechar —me
regañó.
—Si le respondo de inmediato, sabrá que busco
provocarlo, y tengo que disimular un poco, ya que con
publicar esa foto se nota que lo estoy chinchando —
expliqué.
—Dios, te está llamando —avisó señalando el móvil.
Me mordí el labio y alcé la mano para detenerla en cuanto
ella trató de tomar el aparato.
—Me llama por teléfono, pero yo lo ignoro —canté esa
pequeña estrofa de la canción que estuvimos bailando—.
Eso es real —admití.
—¡Ay, mierda! —exclamó emocionada.
—Ahora sí —le dije y tomé el móvil en cuanto entró una
segunda llamada. Respiré hondo y la acepté poniendo el
altavoz. Mi corazón se aceleró más—. ¿Podríamos hablar
luego? Es que se me ha hecho tarde… ¡Ay, joder! —me
quejé, fingiendo que algo me pasaba entre mis apuros.
«Maldita», formuló Maokko y aguanté la risa.
—¿Tarde? ¿Tienes algún evento importante? —cuestionó
Sombra y su voz se escuchó más grave a pesar de estar
robotizada.
—Bueno, no podría asegurar si tú lo considerarías un
evento importante —respondí con malicia.
—A ver, dime para que lo compruebes —me retó y vi a
Maokko correr hacia la puerta y la abrió de golpe.
—Isa, apresúrate, joder. Ya su hombre te está esperando
—me regañó ella y tuve que alejarme el móvil para que
Sombra no escuchara mi respiración entrecortada al
comenzar a reírme.
«Si hubiera sido la conciencia de esa chica, habríamos
sido imparables».
Mi conciencia estaba adorando a mi amiga.
—Ya casi estoy lista, dile que me espere unos minutos —
dije siguiéndole el juego a Maokko—. Sombra, hablemos
luego. Tengo algo importante que hacer —me despedí.
—Yo también tengo algo importante que hacer, Isabella,
pero he sacado tiempo para hablar contigo. Así que deja de
ser tan cabrona —exigió lleno de frustración.
—Hubieras sacado tiempo para verme, en lugar de
sacarlo para llamarme —solté, fingiendo indignación—.
Porque de haber sido así, yo no habría buscado con quien…
Me callé de golpe para hacerle creer que acababa de
cagarla cegada por el enojo.
—¿Con quién qué, Isabella? —gruñó y Maokko me animó a
que le dijera.
Exhalé un suspiro para que él creyera que me había
resignado.
—¿Sabes qué? Igual vas a enterarte luego —comencé a
hablar con orgullo—. Le acepté una cena a Caron y su
hombre de confianza ha llegado por mí.
Se hizo un rotundo silencio. Maokko abrió demás los ojos
como si eso le fuera ayudar a escuchar hasta lo más mínimo
y yo me mordí el labio, nerviosa.
—Estás jodiéndome, ¿cierto? —habló tras unos segundos
y vi la sorpresa de mi amiga porque la voz de Sombra sonó
como si hubiera ajustado el cambiador para que fuera más
gruesa.
—No, solo estoy… Umm, diciéndote algo para que lo
sepas por mí —indiqué con seguridad.
—Tú y yo hicimos un trato, Isabella —me riñó.
—Y una cena no es incumplirlo —repliqué—. Caron notó
que he tenido más estrés del normal en estos días y me
propuso vernos. Ya sabes, es un caballero que solo busca
que me relaje.
—Que te relajes y una mierda. Ese hijo de puta solo quiere
meterse entre tus piernas para que te desestreses a punta
de sexo —largó con tanta furia, que supe que si lo hubiera
tenido frente a mí, me habría cogido del cuello.
—Lo dicho antes: ese señor es un caballero que busca
ayudarme. —Hasta yo me sorprendí de la crudeza con la
que respondí.
—Ve a esa puta cena y me conocerás —espetó entre
dientes.
Maokko alzó un puño y luego sacudió el brazo hacia atrás
en señal de victoria. Incluso soltó un «¡Sí!» Silencioso.
—Gracias por sacar tiempo para hablar conmigo, Sombra
—formulé con tanta ironía, que pronuncié las palabras con
pausa—. Nos vemos cuando ambos estemos desocupados.
Corté la llamada, tragué con dificultad y miré el móvil.
—Puta madre. Acabas de declararle la guerra y no creo
que sacar una bandera blanca te sirva para conseguir la paz
—señaló Maokko.
—Nunca pensé sacar la bandera blanca —reconocí y
sonreí de lado.
«Por primera vez tenía miedo, Colega».
Yo, en cambio, me sentía excitada.

Maokko no mintió cuando fingió que un hombre de


confianza de Caron había llegado por mí, solo exageró con
que ya me esperaba. En eso quedamos con el sargento: me
transportaría con uno de sus hombres que denominó más
letal. Salike y Ronin ya se encontraban en la casa de él,
Maokko y Caleb se conducirían en otro coche, mientras que
Max y Dom se mantendrían atentos por nuestras órdenes en
el momento que Isamu enviara las coordenadas del puerto
en el que se llevaría a cabo el envío.
Una hora después de mi llamada con Sombra, el hombre
de Caron llegó por mí. Maokko me había comprado un
vestido demasiado provocador para mi gusto, pero no me
quejé, ya que fue mi culpa permitirle que escogiera mi
vestimenta. Era de color carmín satinado, con tirantes finos
que se sostenían de mi cuello, y el escote de atrás llegaba
justo unos centímetros arriba de mi coxis; el del frente
terminaba debajo de mis pechos y las copas apenas me los
arropaban. De la cintura hacia abajo caía en vuelo y tenía
unas aberturas a los lados de afuera de mis muslos que
comenzaban en mis caderas hasta morir en mis tobillos.
Parecía más una bata de lencería super sexi que vestido
de noche. Sobre todo con los zapatos de tacón negros de
puta, como Maokko los describió.
Me dejé el cabello suelto, en ondas suaves, y mi
compañera de aventuras terminó por colocarme unas
extensiones para que luciera más largo y así me cubriera un
poco más la espalda. Incluso las cosió, alegando que era
mejor asegurarlas por si Caron me cogía del pelo mientras
me daba desde atrás.
Jodida Maokko.
«Más bien, era una chica prevenida».
¡Puf!
Del maquillaje, únicamente hice resaltar mis labios en los
cuales llevaba también un rojo carmín mate. Era de esos
que no se corrían a menos que te arrancaras la piel o
contaras con un buen desmaquillante. Mis brazaletes en esa
ocasión eran de plata, para que combinaran con la
gargantilla pegada al cuello que escogí.
Caleb le había hecho llegar mi katana a Caron para que
yo no la llevara en el viaje, además de las glock que me
proporcionarían en la casa del sargento por si las cosas se
salían de control. Conmigo solo llevaba los brazaletes con
sus cuchillas retráctiles y en el muslo derecho me coloqué
dos ligueros negros en donde escondí una daga pequeña.
—Desde ya te advierto que me será imposible solo fingir
contigo. —Ese fue el saludo de Caron en el momento que
abrió la puerta del coche para mí.
Me tomó de la mano y depositó un beso en el dorso. Me
había puesto barniz negro en las uñas esa tarde, ya que una
se me rompió en mi arrebato con Alice y, por ende,
desconchó la pintura.
—Yo no te mentiré, Caron. Fingiré todo el tiempo, así que
no te ilusiones —sugerí y me regaló una sonrisa ladina.
Caron Patterson estaba soltero porque era un hombre al
que le encantaban demasiado las mujeres como para
pertenecer solo a una, como él mismo aseguró. Y no dudaba
que estuviera rodeado de muchas, o que las demás no
fingieran con el tipo, pues tal cual dijo Maokko, era un
hombre bastante atractivo. Siempre que lo veía me hacía
pensar en Josh Duhamel, sobre todo esa noche, que llevaba
una camisa blanca de botones, los tres primeros estaban
desabrochados y las mangas arremangadas. El pantalón de
lino gris claro le sentaba muy bien y su barba recortada era
un poco canosa como los lados cortos de su cabello.
—¿Quieres que te diga un secreto? —preguntó al
ofrecerme el brazo para escoltarme dentro de la casa.
—Quieres tener sexo conmigo, eso no es un secreto —
ironicé al enganchar mi brazo en el suyo y soltó una
carcajada.
—Exacto, no lo es —admitió—. Mi secreto, en realidad, es
que he querido odiar esa lengua venenosa tuya, pero debo
estar idiota porque cada vez me provoca más. —Rodé los
ojos y reí.
Maokko y Caleb llegaron minutos después. Mi amigo se
encargó de decirme dónde estarían las armas, las dejó muy
accesibles para que no se me dificultara llegar a ellas. Caron
miró y escuchó atento todo lo que decíamos, Maokko no
dejaba de echarle el ojo y por dentro me divirtió. Esperaba
que no tuviera nada serio con Jacob, porque ella no estaba
dispuesta a dejar de intentar llenar cada uno de sus
orificios.
Hubo un momento en el que creí que Caron se retractaría
al comprender que de verdad nos estábamos preparando
para una posible guerra, pero no, el tipo lucía sereno,
incluso emocionado.
—Maokko se mantendrá cerca, igual que Salike y Ronin.
Yo tendré que alejarme un buen radio para mantener
comunicación con Isamu —avisó Caleb en cuanto dejó todo
listo.
—Perfecto, que comience el espectáculo —animé a Caron.
Él hizo sonar su reproductor con música suave y sonreí.
Maokko se alejó con Caleb y Caron me invitó a ir al
comedor. Había preparado una cena para dos y durante un
buen rato nos dedicamos a charlar. Había visto a sus
hombres cuidando la propiedad, que estaba bastante
alejada de otras casas. El vecindario era exclusivo y privado,
como aseguró.
«Y no la estabas pasando mal».
No, lo aceptaba.
Caron era un excelente anfitrión y, aunque coqueteara
con descaro, también estaba disfrutando de su compañía
como un buen amigo, por supuesto. Incluso llegué a perder
la noción del tiempo entre una deliciosa cena, copas de
vino, postre y risas.
Sombra se había atrevido a hacerme una llamada una
hora atrás, pero no respondí y él no insistió.
—Va a seguir adelante —avisó Caleb justo a las once y
treinta de la noche.
—Puta madre —espeté. Caron también maldijo.
Manteníamos comunicación por medio de una laptop en
videoconferencia. Isamu acababa de avisarle a Caleb que el
envío seguiría.
—Espera… —dijo mi amigo y revisó algo en su iPad—.
Están intentando implantar un programa en tu móvil, Isa —
soltó y fruncí el ceño.
—¿Sabes de qué tipo?
—Buscan acceder a la cámara y micrófono.
—¿Crees que sea Sombra? —Fue Caron el de esa
pregunta.
—Podría ser cualquiera de sus enemigos, pero tiene lógica
que sea Sombra. Si sospecha que solo aceptaste esta cena
para distraerlo, querrá seguir adelante, pero a la vez
asegurarse de que no te pases de bebidas —ironizó.
—Deja que acceda, pero asegúrate de que no pueda
llegar a nada más —ordené.
—Dame cinco minutos, le pediré a Connor que me guie
porque en esto él es mejor que yo —admitió sin vergüenza
alguna—. Nos quedaremos incomunicados tú y yo a partir
de ahora, para que no sepan que te acompañamos. Le
avisaré a Maokko.
—Hazlo —lo animé y puse el móvil en una posición que
nos enfocara sin que se viera tan elaborado.
Miré a Caron y, como dijo Maokko, agradecí que no fuera
el gobernador Glenn, porque me tocaría subir el nivel para
obligar a Sombra a que dejara esa maldita misión.
«Anda, Colega. Que ya habías bebido buen vino, pero te
faltaba el mejor».
—Me encantas, Isabella, pero iré a tu ritmo —aseguró él y
tragué con dificultad cuando se acercó a mí y me acarició la
barbilla.
Me había quedado sentada en mi lugar. Él estaba de pie,
con una mano metida en el bolsillo delantero mientras que
con la otra no dejó de acariciarme.
—Gracias —susurré y me mordí el labio. Él lo rescató de
mis dientes con el dedo pulgar.
Esperaba que ya hubieran pasado los cinco minutos y que
fuera Sombra quien estuviera accediendo a mi móvil para
ver ese momento. Por un instante, llegué a sentirme como
una perra, pero luego recordé que todo lo que hice fue para
conseguir usarlo a mi antojo, así que aparté el
remordimiento.
Caron se sentó más cerca de mí. Seguíamos en el
pequeño comedor porque resultó muy cómodo. La charla
que manteníamos era más subida de tono y me atreví
incluso a preguntarle si ya había participado en el mundo
del BDSM, porque le gustaba mucho que lo llamara señor.
—Es una fantasía que espero cumplir pronto. ¿Te gustaría
acompañarme a algún club de esos? —preguntó.
«Dios mío, Colega. No entendía cómo te negabas a
semejante ejemplar».
Sonreí de lado por la estupidez de mi conciencia antes de
responderle a Caron.
—Tal vez. Sería interesante probar algo de eso que hacen
con cuchillos y dagas —contesté siguiéndole el juego.
—Oh, sí. Eso sería perfecto para ti.
—¿Por qué lo crees? —Miré que sacó su móvil y, con
disimulo, me lo mostró debajo de la mesa.

Era un mensaje de Caleb y comencé a ponerme nerviosa.


Caron me miró como si me estuviera pidiendo permiso
para algo. Sus ojos se desviaron a la pierna donde llevaba
los ligueros y, al comprender lo que buscaba, la crucé sobre
la otra, accediendo a lo que sea que quisiera.
—Por esto —murmuró y escondí mi sorpresa en cuanto,
con dos dedos, tomó uno de los ligueros y lo giró para dejar
a la vista mi daga.
«Me vuelve loco que no uses bragas, que estés preparada
siempre para mí y follarte mientras solo usas esto».
Las palabras de Sombra cuando estuvimos en el bosque
llegaron a mi cabeza. Le había gustado verme con la daga
en el muslo mientras me follaba, suponiendo con ese
señalamiento, que él sí me veía más de lo que yo conseguía
verlo a él.
—¿Quisieras que jugara con mi daga en ti? —pregunté y
Caron alzó una ceja.
—¿Y si mejor yo juego con la mía en ti? —propuso y me
reí al entender el doble sentido.
«¡Dios! Me gustaba como fingían».

Mierda. Caleb no sabía lo que estaba pidiendo.


—Ven, bailemos —ofreció Caron tras leer los mensajes de
mi amigo y le tomé la mano.
Teníamos un lapso de cuarenta minutos a una hora hasta
que Sombra llegara, y estaba segura de que no llegaría
solo, sino que traería a su grupo.
Tomé mi móvil sin soltarme de la mano de Caron. Lo
presioné a mi muslo mientras lo cogía de la cámara trasera
con la palma para permitir que la gente del sargento se
movilizara sin que Sombra los notara. Vi a Maokko, Salike y
Ronin buscar lugares estratégicos y, cuando me aseguré de
que estarían ocultos, dejé el móvil cerca del reproductor
para que la música ahogara nuestras voces, aunque lo
coloqué en una posición que todavía le permitiera ver a
Sombra el ambiente.
I feel like I’m drowning de Two Feet comenzó a sonar
cuando seguí a Caron a la pista improvisada en su sala.
Moví las caderas con mayor ímpetu y le guiñé un ojo,
diciéndole con eso que estaba de suerte, ya que vería una
versión bastante descarada de mí.
Si ya había enloquecido al diablo, por qué limitarme.
Acaricié el pecho del sargento, le bailé de espaldas,
permitiéndole que llegara con sus manos un poco más abajo
de mis caderas. Incluso permití que escondiera su rostro en
mi cuello. Lo único de lo que me cuidé fue de no rozar mi
trasero en su pelvis, y él tampoco se aprovechó de eso.
Estaba cumpliendo su palabra de ir a mi ritmo. Cuando esa
canción terminó, siguió otra, luego otra y otra. Hasta que
decidimos descansar un poco, ya que los zapatos me
estaban matando. Caron se ofreció a darme un masaje en
los pies y le di permiso.
De pronto, escuchamos ruidos afuera: golpes y gruñidos.
—Llegó nuestro momento —dije con la adrenalina
recorriéndome el cuerpo.
—Quédate atrás —pidió Caron como un caballero
queriendo proteger a la damisela.
Me quedé atrás, pero para tomar mi katana y una glock.
Tras eso, me posicioné para esperar el ataque.
La puerta de entrada se abrió de golpe y lo primero que vi
no fue al diablo, sino a un psicópata con una máscara
blanca manchada de sangre, real. Parecía haber sido
diseñada por un niño con traumas, ya que tenía enormes
círculos negros como ojos, con iris formados por líneas
verticales un tanto gruesas. No tenía nariz, pero sí una
sonrisa grande que supuestamente mostraba los dientes.
Como siempre, iba vestido todo de negro, con guantes. En
lugar de pistolas llevaba un cuchillo de caza táctico (de los
de supervivencia militar), escurriendo sangre e imaginé que
era de la misma con la que se manchó la máscara.
Maokko y Ronin aparecieron cuando más gente que iba
con él irrumpió en la sala. Los guardaespaldas de Caron
también llegaron y se desató una cacería donde la música
sensual nos acompañó.
—¡No la toquen! —rugió Sombra y desconocí su voz
robotizada.
Lo dijo justo cuando dos tipos se acercaron a mí.
—O se defienden o me harán fácil matarlos, porque yo sí
los tocaré a ustedes —ironicé.
Me lancé sobre ellos y peleé con ambos.
Maokko y Ronin lucharon con los demás, así como Caron
se enfrentó a otros Vigilantes. Uno de los tipos consiguió
golpearme la muñeca y me hizo soltar la katana, lo cual me
enfureció tanto que alcé la glock y le disparé en la cabeza.
En minutos, la sala impoluta se bañó en sangre y parecía
que Sombra había llegado con más gente de la que
previmos, ya que los oficiales a cargo de Caron no estaban
siendo suficientes. Imaginé que Caleb y Salike se
encontraban afuera peleando con los demás.
—¡Era una puta emboscada! —rugió uno de los Vigilantes
y alcancé a escuchar a Maokko riendo.
De soslayo, noté que ella ya se había dado esas duchas
de sangre que tanto le excitaban.
El otro tipo hizo una maniobra con la que logró que tirara
mi glock, pero justo cuando se iba a lanzar sobre mí, saqué
mi daga. Sin embargo, no tuve necesidad de usarla, ya que
el infeliz cayó al suelo tras recibir una bala en la cabeza.
—¡Quien la toque, se muere! —rugió Sombra de nuevo.
Lo miré sobre mi hombro, él acababa de dispararle a su
propio hombre. Las luces de toda la casa eran tenues, pero
suficientes para notar que solo Ronin, Salike que apareció
minutos atrás (también bañada en sangre), Maokko y el
guardaespaldas de Caron que fue a recogerme, se
mantenían en pie. Aun así, los Vigilantes eran más.
Y Sombra tenía su cuchillo sobre la garganta de Caron.
—Si das un paso, te mueres —dijo uno de los Vigilantes
cuando Caleb trató de pasar por la puerta de la entrada.
Era Isamu, y oculté mi sorpresa porque estuviera aquí con
Sombra, aunque eso también me tranquilizó.
—Quien. Mierda. La. Toque. Se. Muere —parafraseó
Sombra.
—¡Joder! Déjalo —exigí yo al saber a lo que se refería.
Sombra le había puesto a Caron el cañón de la pistola en
la sien, y con el cuchillo seguía amenazando su garganta. El
sargento tenía las manos alzadas en señal de rendición y
negó con la cabeza, pidiendo que no me acercara. Apreté el
mango de la daga entre mi mano.
—¿Y por qué demonios tengo que obedecerte? —gruñó.
Caron siseó y un hilo de sangre le corrió del cuello.
—Mátame, hijo de puta y verás el problema en el que te
meterás —lo retó Caron.
Hice un repaso rápido de todas mis opciones.
Maokko estaba siendo contenida por Marcus. Salike y
Ronin estaban libres, pero tres Vigilantes los custodiaban.
Isamu amenazaba a Caleb con su arma y, aunque sabía que
contaba con ellos dos, tenía a cuatro Vigilantes detrás de mí
que me encañonaban a varios pasos de distancia.
El hombre de Caron era contenido por un Vigilante y
sangraba demasiado de uno de sus costados. Y Sombra ya
había sometido al sargento.
«En otras palabras, estabas jodida».
Gracias por recalcarlo.
—Sombra, vas a meterte en un problema demasiado
jodido si lo matas —advirtió Caleb.
—Eso tuvo que haberlo pensado tu jefa cuando decidió
usarlo para provocarme —espetó y alcé la barbilla.
—Sombra —advirtió Marcus.
—No eres más que un lame bolas, imbécil de mierda —
escupió Caron y maldije—. Por eso Isabella decidió venir
conmigo. No te creas tanto para tener que provocarte.
—Sombra —lo llamé yo para que se enfocara en mí.
—¡Pon la canción que le bailaste! —ordenó y abrí demás
los ojos. Negué con la cabeza—. ¡Que la pongas, hija de
puta!
—¡Bien! Pero deja de gritar —espeté.
Sabía que se refería a la de Two Feet, porque fue la única
que le bailé a Caron, así que tomé el móvil que estaba
tirado en el suelo y la reproduje.
—¿Te gustó cómo te bailó? —le preguntó a Caron. Noté
que Maokko y Salike miraron a ese psicópata estupefactas
—. ¡Responde! ¿Te gustó cómo te tocó? ¿Cómo movió sus
caderas cerca de ti? ¿Te gustó tenerla tan cerca y, sin
embargo, saber que no se entregaría a ti?
—Hijo de puta —murmuré.
—¿Te gustó que te matara muy lento con la ilusión de que
sería tuya? —siguió con sus preguntas para Caron—. ¿Te
gustó su veneno?
—¿Y tú? ¿Sentiste que te ahogabas mientras nos veías? —
inquirió Caron y rio. Había captado que las preguntas de
Sombra fueron salidas de las estrofas de la canción y
decidió responderle igual.
—Muy lentamente, hijo de tu puta madre —aceptó
Sombra y jadeé al ver cómo, en un segundo, le segó el
cuello con el cuchillo.
Su guardaespaldas gritó, los Sigilosos maldijeron igual
que los Vigilantes al ver a ese enfermo rebanarle la
garganta a una persona que, muerta, nos metería a todos
en muchos problemas.
—Justo así se sintió —añadió Sombra al ver a Caron
ahogándose.
¡Dios mío! No se suponía que eso debía pasar.
Me quedé estupefacta, viendo a Caron perder la vida, sin
poder ir hacia él gracias a los tipos que me encañonaban. Y
miré atónita cuando Sombra se inclinó para pasar una mano
enguantada sobre el cuello del sargento y luego esa misma
mano se la restregó en la máscara, manchando el único
lado que seguía blanco.
—Déjenme a solas con ella, porque mi diosa me debe un
baile —ordenó en el momento que Caron dejó de respirar.
Comenzó a caminar hacia mí, moviendo la cabeza con los
acordes de esa canción—. Siento que me estoy ahogando.
Meeee estooooy ahogando —empezó a cantar burlesco.
Mi corazón estaba demasiado acelerado y la respiración
se me entrecortaba, pero no sentí miedo a diferencia de los
demás. Aunque sí culpa y mucha ira.
—Estás enfermo, imbécil —espeté entre dientes.
—Matándome muy lento. Muy lento. Oh no —siguió con la
canción.
—No la dañará —aseguró Marcus para Maokko.
—Come mierda, estúpido. Ni creas que… —Maokko calló y
vi que Marcus le había puesto el cañón de su arma debajo
de la garganta y la hizo caminar hacia atrás.
Caleb intentó hacer algo, pero Isamu negó con la cabeza.
El guardaespaldas de Caron había llegado hasta el cuerpo
inerte de su jefe y pegué un respingo porque trató de sacar
un arma para dispararle a traición a Sombra, pero uno de
los Vigilantes que me seguía encañonando le disparó antes
y cayó sobre el cuerpo del sargento.
Sombra no había dejado de cantar.
—Diles que colaboren y nos dejen un momento a solas —
exigió y me tomó del cuello. No apretó, simplemente me
sostuvo haciendo que oliera la sangre que llevaba en los
guantes.
Que oliera la muerte y lo mirara, aunque esa vez sus ojos
estuvieran ocultos.
—Salgan —les pedí—. Este enfermo no me dañará.
Sentí la otra mano de él en mi cintura y comenzó a
moverme, obligándome a que siguiera su compás, bailando
esa canción que no dejaba de tararear.
—Voy a demostrarte que no soy el único enfermo —
aseguró.
Su gente y la mía salieron de la sala. Maokko y Marcus se
habían metido en algún lado de los pasillos aledaños.
—Espero que entiendas en el maldito problema que te has
metido —largué.
Comencé a caminar hacia atrás, tomada por él del cuello
y la cadera en ese momento.
—No, Pequeña. Espero que tú comiences a entender que
mis palabras no son para ser echadas en saco roto —
devolvió—. Te dije que iba a matar a cualquiera al que le
permitieras tocarte. Y como verás, no era una metáfora.
—Caron era el sargento del maldito departamento policial,
Sombra.
—No, esa mierda fue un pobre imbécil que creyó que
podría tocar lo mío y saldría indemne.
La ira y la culpa me embargaron todavía más. Caron había
muerto porque lo arrastré a mi maldito juego y, cegada por
ello, y porque al fin estábamos solos, alcé mi daga
dispuesta a clavársela en la garganta. Pero Sombra estaba
atento en ese instante y detuvo el filo de la daga.
Del jodido filo.
—Oh no, Pequeña. Aquí solo yo te clavaré mi daga. —Me
hizo girar en mi eje. Me había llevado hasta el comedor y
me tumbó sobre mi estómago en la mesa, tirando al suelo
las copas y platos.
Jesús.
De verdad estaba tan enferma como él. Ya que, en lugar
de luchar para huir, me concentré en el torrente que
irrumpió en mi estómago y el pulso en mi jodido clítoris,
golpeando con desesperación al saber sus intenciones.
El guante de cuero que usaba le protegió la palma para
que no se cortara con el filo, y siguió conteniendo mi puñal
de ahí. Cuando me tuvo en esa posición, corrió la mano
hacia mi muñeca y alejó el arma blanca de mi cuerpo,
haciéndome tumbar más en la mesa.
—Así que cuchillos y dagas, ¿eh? —ironizó, haciéndome
saber lo que escuchó—. Ardes tanto o más que yo, como
para que te gusten los juegos primales —aseguró
enterrando el rostro con todo y la máscara en mi cuello.
El marco del contorno debía ser de caucho o metal, pero
la carátula de la máscara estaba hecha de tela, ya que su
aliento la traspasó y golpeó mi cuello, que estaba húmedo
porque me untó de sangre. Su dureza en mi trasero se sintió
como una barra de hierro, y se quitó un guante para apartar
la falda de mi vestido y apretarme el cachete del culo con la
mano limpia. Con la otra me amasó un pecho.
—¿Esto es lo que buscabas? —susurró, arrastrando la
mano por mi cadera hasta enterrar los dedos dentro de mí.
—Mierda —me quejé, pero no de dolor.
Me fue inevitable no mover las caderas sobre su polla,
sintiéndola crecer más dura. Su respiración se volvió
dificultosa, y era consciente de que la mía estaba peor.
—¿Esto querías? —repitió.
—Sí —gemí. Pero no como respuesta, fue mi reacción a
sus dedos moviéndose de adentro hacia afuera, girando mi
humedad de arriba y alrededor de mi clítoris.
Cerré los ojos, arqueé la espalda y me molí más sobre su
pelvis.
—Eso es, pequeña psicópata —celebró y, en ese
momento, no me importó que se estuviera burlando de mí.
Y sí, sabía que era enfermo de mi parte, pero no conseguí
evitar que mi cuerpo reaccionara así a sus provocaciones y
toques. A sus dedos torturándome, a su mano en mi pecho
masajeándolo, retorciendo mi pezón igual que lo hacía con
mi manojo de nervios.
—Oh, mierda —solté ahogándome.
—Eres tan enferma como yo, Isabella —aseguró. Tomó mi
clítoris entre su dedo medio e índice y lo apretó,
construyendo un dolor profundo, fuerte y delicioso. Tanto,
que mi corazón galopó y la respiración se me cortó—.
¿Quieres mi polla o la de alguien más?
Asentí frenética, perdiendo el control.
—¿La mía o la de alguien más? —gruñó. Él también se
encontraba a segundos de perderse.
—La tuya, joder —solté con voz suplicante.
Introdujo los dedos en mi vagina y luego los frotó sobre mi
clítoris. Mis fluidos comenzaron a mojarle la palma y sentí
mi orgasmo construirse, agolpándose con brutalidad en mi
vientre.
—Entonces eres una maldita mentirosa que solo jugó con
esa mierda, ¿eh? —espetó frotándome con más fuerza,
llevando los dedos de adentro hacia afuera.
—¡Sí, imbécil! ¡Sí!
Los músculos me cosquillearon, las rodillas se me
debilitaron y empuñé las servilletas de tela, respirando más
rápido y sintiendo mi orgasmo venir.
—¡Demonios! —chillé en el momento que sacó los dedos
de mi interior.
Abrí los ojos y el corazón me golpeó más fuerte en el
pecho. Escuché el momento en el que Sombra se bajó la
bragueta y, con la punta de la bota tocando mis pies
descalzos, me obligó a abrir las piernas. Me puse de
puntillas y arqueé la espalda para que mi culo quedara en
pompa.
—Jodida mierda —gruñó al hundirse dentro de mí.
No se puso condón, y no me importó. Me tenía demasiado
estúpida como para analizar. Sus penetraciones no estaban
siendo suaves; al contrario, se comportó como un completo
bruto, empujando su mástil en mi calor con frenetismo. Mi
orgasmo seguía creciendo y me sentí mareada por el placer.
—¿Dime cómo puede sentirse tan bien cogerte con odio?
—espetó y me tomó del cabello.
Tuvo la delicadeza de agarrarme cerca del cuero
cabelludo, así que, aunque me dolió, no me dañó, todo lo
contrario. Y, por si fuera poco, terminé por agradecerle a
Maokko, ya que sucedió lo que supuso, aunque no con quien
ella creyó que pasaría.
La mezclilla de su vaquero me rozaba los cachetes del
culo, y mantuvo una mano sobre mi espalda baja,
presionándola. Luego me agarró de la cadera para evitar
que encontrara sus embistes. Sombra no mentía, sentía su
odio en cada penetración.
—¡Oh, maldición! —grité.
Cada músculo de mi cuerpo se apretó y ardió. Las piernas
me flaquearon y comencé a sentir el calor escurriendo entre
mis muslos. El orgasmo iba a ser desorbitante y la
respiración se me cortó justo cuando…
—¡Mierda! No, no, no, no —chillé en el instante que
Sombra salió de mi interior.
Esperé a que volviera a penetrarme, pero no lo hizo. En
lugar de eso, escuché de nuevo el sonido de su bragueta y
me incorporé, con la respiración vuelta mierda y el pecho
subiendo y bajando con brusquedad a causa de ella.
—¿Qué demonios? —dije con la voz entrecortada al
girarme y notar que había vuelto a cubrir su erección.
Su vaquero lucía como si estuviera a punto de reventar.
—Ni creas que dejaré que te corras —aseguró y apreté
mis molares—. Voy a castigarnos, Isabella White —recriminó
—. A ti por haberme provocado de esta manera. Y a mí por
haber sido un imbécil al caer en tu puto juego, ya que
sabías lo que ibas a conseguir al cegarme con los celos.
—No te atrevas —advertí.
—Felicidades, pequeña psicópata —soltó y comenzó a
aplaudir. En una mano enguantada llevaba el guante de la
otra—. Acabas de acertarle un gran golpe a los Vigilantes.
Espero que eso te retribuya el placer que yo acabo de
negarte.
Tras decir esas palabras, me dio la espalda para
marcharse. Enloquecí y tomé mi daga para lanzarla. Detuvo
su paso cuando esta se clavó en la pared al lado de él y giró
un poco el rostro sobre su hombro. Imaginé que me estaba
observando.
—Ese placer lo voy a conseguir cuando te susurre jaque
mate, hijo de puta —juré.
Lo escuché reír y, tras eso, siguió su camino.
Capítulo 22
Karma

—¡Puta madre! —grité, llevándome las manos a la cabeza.


Caminé de un lado a otro en el comedor, sin encontrar el
valor suficiente para ir a la sala, y no porque me dieran
miedo todos esos cuerpos inertes, sino más bien porque en
lugar de estar dolida y sentirme culpable por ese desastre,
me ganaba la frustración y la ira que me provocó la osadía
de ese imbécil psicópata.
—¡¿Isabella?! —gritó Caleb.
Escuché pasos apresurados y, en segundos, él llegó al
comedor.
—¿Se han ido? —pregunté con la voz ronca.
Salike y Ronin llegaron detrás de él. Maokko fue la última
en aparecer y no supe leer su expresión, aunque noté que
tenía una sonrisa de orgullo grabada en el rostro.
—Sí. ¿Te hizo daño? —preguntó el rubio y negué con la
cabeza, riendo sin gracia.
Llegué a donde había quedado la daga clavada y la saqué
con furia, haciendo que el yeso de la pared se desmoronara.
—Mi respuesta dependerá de la gravedad del problema
en el que ese imbécil nos ha metido —escupí.
Sentía que ardía como el hijo de puta aseguró, pero
estaba segura de que no quemaría a nadie de la manera
placentera en ese instante. El cuerpo había comenzado a
temblarme, el frío me estaba encontrando sin importar el
calor del exterior. La adrenalina iba abandonándome poco a
poco, y con eso estaba siendo más consciente de que así le
haya dado un golpe duro a los Vigilantes, el maldito de
Sombra acababa de dejarme sin uno de mis alfiles.
—Los Grigori rescataron a los niños. Elliot los lideró como
planeamos. Sin embargo, perdimos a varios de los oficiales
de Caron. —Bufé en respuesta a Caleb.
Caminé hacia la sala y arranqué la conexión del
reproductor para que dejara de sonar. Desde allí inspeccioné
la matanza y cuando me detuve en el cuerpo de Caron,
solté el aire por la boca y sentí que los ojos me ardieron, no
de dolor, pero sí de culpa.
«Felicidades, pequeña psicópata».
Las palabras se Sombra se reprodujeron en mi cabeza
dándome una bofetada mental.
«Te dije que había sentido miedo de ese plan, Colega».
Y entendía por qué.
—Tienes que salir de aquí, Isa —me exhortó Caleb. Él y
nuestros otros hermanos estaban sin poder creer todavía lo
que había pasado.
—Caron murió por mi culpa —les dije.
—No, Isa. Él sabía que esta era una misión suicida. Tú se
lo recalcaste, yo también lo hice, pero el sargento era
ambicioso y fantaseó con la idea de atrapar a Sombra —
replicó Caleb.
—Además de que el tipo provocó a ese desequilibrado
hasta el punto de obligarlo a que callara —comentó Salike
—. Y no lo estoy justificando, pero es absurda la manía que
algunos tenemos de provocar más a quien tiene nuestra
vida en sus manos.

—¿Quieres que te confiese algo? Me pone demasiado duro


que siempre saques una daga o cuchilla y me amenaces
con ella.
—¿Te excita estar entre la línea de la vida y la muerte?
—En realidad, me excita que seas tú la única con la
capacidad de cortar esa línea en el momento que lo desee.

—¿Y por qué me miras a mí? —se quejó Maokko,


sacándome de aquel recuerdo de la primera vez que estuve
con Sombra sexualmente. Salike se limitó a negar con la
cabeza.
La chica había sido compañera de ambas en las
diferentes misiones que ejecutamos por separado, y para
nadie era un secreto que Maokko tendía a provocar a sus
oponentes incluso cuando estaba en aprietos.
—He tenido que enfrentarme a psicópatas, pero nunca a
uno como este —añadió Ronin y vimos que sus hombros se
sacudieron, como si hubiera tenido un escalofrío luego de
decir eso.
Él hablaba solo japonés, pero entendía muy bien el inglés.
—El punto aquí es que no fue tu culpa, Isa —aseveró
Maokko—. Además, nunca imaginamos que tu chico fuera
tan intenso y posesivo.
—Ese hijo de puta no es mi chico.
—Mmm. —La miré con advertencia cuando hizo ese
sonido sarcástico y apretó los labios, alzando las manos a la
vez para que me calmara.
—Bien, dejemos de hablar tanto y actuemos —siseó Caleb
—. Es obvio que no vamos a ocultar el hecho de quién ha
sido el asesino de Caron y esto nos jugará a favor o en
contra según cómo lo manejemos. Sin embargo, tú tienes
que desaparecer de la escena —me dijo a mí.
—Supongo que vas a manipular las cámaras —deduje.
—Ya Evan y Connor están en ello. La gente que Caron
tenía aquí no sobrevivió, así que Salike ocupará tu lugar.
Ni ella ni Maokko usaban uniformes de combate. De
hecho, Salike tenía un vestido similar al mío, ya que le
tocaba ser mi doble en caso de alguna situación delicada.
Todos recibimos algunos golpes, aunque a ellos les tocó la
peor parte debido a las órdenes de Sombra de no dañarme.
Por lo tanto, mi compañera podía fingir que fue golpeada
por los Vigilantes, pero solo la creyeron una dama de
compañía a la que perdonaron la vida.
Isamu le confirmó a Caleb que, en efecto, Sombra
cometió un grave error al abandonar la misión para ir al río
James. Sin embargo, haber matado a Caron era una medalla
con la que justificaría su falta. Así que el imbécil terminó
haciendo una jugada más astuta que yo, ya que se deshizo
de mi alfil, asestó un duro golpe al estado al asesinar al
sargento, y además, dejó claro que no amenazó en vano a
cualquiera que osara tocarme.
«Vaya suerte la tuya, Compañera. Ibas subiendo de nivel
con los posesivos».
Mierda.
A pesar de todo eso, me hacía sentir conforme que
conseguimos salvar a muchos niños y adolescentes de un
infierno.
—Lo siento, sargento. Pero a veces hay que sacrificar a
unos pocos para salvar a muchos. Y tu muerte no ha sido en
vano —dije al pasar cerca de su cuerpo.
Los niños eran mi debilidad y sabía que, con tal de
salvarlos, iría hasta el infierno si era necesario.
«O danzarías con el diablo».
Y me lo follaría, además. Justo lo que confirmé esa noche.
Nos dirigimos hacia el cuartel luego de abandonar la casa
de Caron. Y antes de entregarle mi móvil a Caleb, solté un
«púdrete» frente a la pantalla. Todos los Grigori de Virginia
se encontraban allí, luego de que se filtraran noticias sobre
el rescate de los niños y la incautación de droga en uno de
los puertos marítimos más importantes de los alrededores.
Me había cambiado en el camino por ropa táctica y Salike se
encargó de llamar a la policía, interpretando su papel. No
podía ser implicada en el asesinato ni como testigo, ya que
eso me pondría en el ojo público y limitaría mi libertad de
movimiento.
Esa era una de las reglas de Grigori: como en la mafia y el
crimen organizado, podíamos ser un secreto a voces,
incluso las personas podían señalarnos como parte de la
organización. Pero no teníamos que vernos envueltos en
escándalos para que ningún noticiero o prensa tuviera la
curiosidad de investigarnos y confirmar con hechos que
formábamos parte de una agrupación antimafia que muchas
veces operaba como mafiosos, para obtener los resultados
que el gobierno quería.
Myles en algún momento me comentó que mi padre
siempre dijo que éramos como la amante del gobierno, no
importaba que nos conociera el amigo del amigo del amigo,
pero jamás debíamos permitir que nos conociera él o la
esposa.
Me lo dijo ante mi duda de por qué los chicos nunca
tuvieron anonimato cuando los conocí, ya que desde la
primera vez que los vi, supe quiénes eran. Pero además de
lo que mi padre decía, Myles añadió que todos fuera de
Grigori podían especular quienes éramos, aunque ninguno
podría imaginar lo que verdaderamente giraba en torno a
Grigori. Ya que éramos como el área 51 del gobierno de
Estados Unidos.
Y con eso entendí mucho. Además de que viví lo que era
pertenecer a una organización y que me creyeran solo como
parte de una banda de chicos adinerados que no sabía
cómo gastar el tiempo.
—¿Por qué no fuimos parte de esto? —reclamó Tess al
verme entrar en la sala de juntas y planeación.
Como lo imaginé.
—Yo tampoco he sido parte —dije tranquila.
—¿Isa, estás bien? —preguntó Jacob y asentí. Había
tratado de limpiarme con toallitas húmedas la sangre con la
que me embadurnó Sombra, pero supuse que no toda salió
—. ¿Y tú? —inquirió para Maokko. Ella también llevaba su
porción en el cuello.
—Hemos sufrido un golpe duro —les dije a todos, algunos
estaban sentados, otros de pie—. Esta noche acepté una
cena entre amigos con Caron, pero los Vigilantes, como ya
saben, han confirmado que volví al país y me han montado
una cacería. —La seriedad se asentó en el rostro de cada
uno—. El sargento se mantuvo haciendo sus investigaciones
como prometió, y su gente descubrió que esos malnacidos
planeaban hacer un envío de niños y adolescentes para
venderlos a los pedófilos y traficantes de órganos.
—Hijos de puta —escupió Dylan con asco.
Caleb y Maokko se habían quedado de pie en diferentes
partes del salón, estudiándolos.
—Caron no quiso interrumpir nuestra velada cuando uno
de los oficiales avisó de la misión. Y eso no me hizo feliz, por
supuesto —mentí como ya lo habíamos planeado con mis
compañeros—. Y es de conocimiento de todos que él se
mantuvo haciendo tratos con Elliot por orden de Myles, así
que lo buscó para que lo apoyara y, por ende, tu primo se
llevó a sus hombres de confianza —dije para Tess.
—Él debió contar con nosotros —siseó, como si eso fuera
lo más importante.
—No es mi problema cómo te lleves con tu familia —
señalé y apretó la mandíbula—. El punto es, que Grigori —
resalté para ella— y los oficiales le dieron un golpe bastante
duro a los Vigilantes y sus aliados de otros países al
truncarles la misión, pero… digamos que su contraataque
no es algo conveniente.
—¿A qué te refieres? —preguntó Jacob.
Evan y Connor me miraron. Ellos ya sabían parte de la
historia porque ayudaron a Caleb e intuí que el rubio estaba
confiando más en ellos que en los demás, por la cuestión de
que eran los que mejor se manejaban en la informática.
—Creemos que el envío fue una distracción, ya que nos
atacaron en la casa de Caron y… lo asesinaron.
—Mierda —murmuraron todos.
—¿No te dañaron a ti? —preguntó Dylan con preocupación
y llegó a mi lado, poniendo una mano en mi hombro.
Mi pecho se apretó y miré con disimulo a Caleb. Era como
si la chica en mi interior quisiera gritarle que mi hermano no
podía ser tan canalla como para dañarme. Pero el rubio no
perdió la compostura, pues era ese otro hermano rudo que
no me quería débil ni manipulable.
—Lo intentaron, pero nos defendimos. Asesinaron a Caron
frente a mí como una advertencia de que la siguiente seré
yo —dije mirándolo a los ojos.
—Sobre mi cadáver llegarán a ti —juró Dylan y erguí más
la espalda.
—Y amenazarte será su peor error. Ya que ninguno de
nosotros permitirá que te dañen —dijo Jacob con ímpetu.
Le sonreí en agradecimiento tanto a él como a Dylan.
—Es más que obvio que la guerra está declarada, así que
tendremos que manejar esto como equipo —señaló Tess.
Comenzaron a opinar entre todos, a planear cómo
enfrentaríamos la muerte de Caron. Elliot llamó para
avisarnos que, en cuanto terminara de asegurarse de que
esos niños estaban a salvo y hacer la documentación
requerida, se uniría a nosotros para explicarnos cómo
estuvo la misión.
En el camino hacia el cuartel, habíamos deliberado con
Caleb y Maokko cómo manejaríamos nuestro propio plan.
Elliot ya estaba al tanto de lo que debía decir. Connor y
Evan nos apoyarían para implantar evidencia falsa en las
cámaras de seguridad, pues Caleb borró todo para proteger
mi privacidad con Sombra. Ronin se quedó cerca de la casa
del sargento para apoyar a Salike, y Jacob usaría sus propias
influencias para evitar que la prensa y los noticieros nos
implicaran en la muerte de Caron.
A mí, sobre todo.
—Ven conmigo —pidió Connor.
Dylan y Tess estaban hablando con Perseo y Bartholome
para comentarles lo que pasaba. Jacob se encontraba
reunido con Caleb y Maokko, explicándoles la manera en la
que manejaría la prensa y noticieros. Seguí a Connor hasta
el laboratorio tecnológico y ahí encontré también a Evan.
—En el último año desarrollamos un programa de realidad
virtual. Tanto Evan como yo nos desempeñamos mejor en
diferentes áreas de la informática, pero en conjunto
conseguimos perfeccionar todo. Él es mi fuerza donde yo
flaqueo y viceversa —comenzó a explicarme Connor y me
invitó a que me sentara en una silla en el medio de ellos.
Tenían enormes monitores y pantallas, algunas
empotradas a las paredes y otras sobre el escritorio con
forma de C que rodeaba el laboratorio. Cada uno tenía su
silla gamer de ruedas y me los imaginé yendo de un
extremo a otro cada vez que tenían que ser nuestros ojos en
las misiones. Los teclados lucían sofisticados, y en lugar del
mouse normal, usaban en el dedo una especie de anillo
hecho de velcro con luz óptica. Noté diferentes tipos de
gafas, algunas de realidad virtual y otras de las que no tenía
idea de para qué servían.
Nunca me había fijado tanto en ese laboratorio, aunque
lucía muy diferente después de tres años.
—Le pedimos a Caleb fotos de tu compañera de La Orden
y estamos recreando una nueva escena de los hechos.
Tendremos que trabajar toda la noche para que quede algo
creíble, pero esto es lo que llevamos y queremos que lo
veas —explicó Evan y asentí.
Le dio reproducir al vídeo y cada una de las pantallas
comenzó a mostrar escenas desde diferentes ángulos. Todo
se veía demasiado real para que fuera mentira y miré a los
chicos sin poder creer lo que habían hecho.
—Ustedes juntos dan miedo —murmuré y ambos
sonrieron.
Salike aparecía cenando con Caron, bebiendo vino e
incluso bailando. Habían añadido hasta una escena en
donde el sargento le masajeaba los pies.
—Caleb nos dijo todo lo que hiciste con Patterson y
creamos escenas similares —dijo Connor al ver la sorpresa
en mi rostro.
—¿Y qué pasará con mi ADN? —cuestioné.
—Tu compañera implantó el suyo en algunos objetos. Lo
demás este genio lo modificará al acceder al sistema
forense —acotó Evan, refiriéndose con lo último a Connor.
Había tenido claro siempre que en eso Connor sobresalía.
Él, Evan y Jacob se graduaron de ingenieros informáticos,
pero cursaron post grados en las áreas que más les
apasionaba; por lo que tenía lógica que hayan decidido
fusionar sus conocimientos para crear una empresa de
sistemas de seguridad.
—Chicos, sé que Caleb ya les tuvo que haber dicho esto,
pero igual se los repito yo: necesito que manejen esto con
mucha privacidad, ya que de momento no puedo confiar en
mi entorno como antes —lamenté lo último y ellos me
miraron.
—Entendemos que pasaste por cosas jodidas, Bella, pero
puedes confiar en nosotros —aseguró Evan y respiré hondo.
—Tú sabes que a mí me gusta mantenerme al margen.
Prefiero ser el invisible del grupo y concentrarme en mis
programas. Este es mi mundo y no deseo ser notado fuera
de él, pero te he visto como una de mis líderes desde que
Enoc falleció, Isa. Y desde antes ya eras parte de mi equipo,
así que me encontrarás cuando lo necesites —añadió
Connor y me quedé sin palabras.
De todos, Connor era con el que menos hablaba, pero
siempre sentí que podía confiar en él. Había algo que no me
dejaba dudar y esperaba no estar cometiendo un error.
—Gracias —dije más tranquila.
Seguimos hablando de lo que desarrollaban con las
pruebas falsas y me mantuve con ellos un buen rato, viendo
cómo hacían su magia y terminé con dolor de cabeza
porque definitivamente la tecnología no era lo mío.
Esa noche nadie durmió. Elliot llegó al cuartel pasada las
tres de la madrugada y lo primero que hizo fue abrazarme.
Su enojo por lo que hice en Grig se esfumó al suponer que
estuve en peligro. Y así me hiciera la fuerte, me reconfortó
su gesto. Y tras ese día, tuvimos una semana de locos, pues
la muerte de Caron impactó a la ciudad. Aunque por
fortuna, Jacob consiguió que la prensa amarillista quedara
opacada al lograr que le dieran más realce a la incautación
de droga y el rescate de los niños.
No encubrimos a Sombra y permitimos que se le señalara
como el autor intelectual de la muerte del sargento. Se
levantó una orden de arresto inmediato en contra de él e
incluso la interpol lo buscaba, ya que como Caleb dijo, lo
que ese maldito hizo nos jugaría a favor o en contra según
cómo utilizáramos la información que soltaríamos. Y
después de analizarlo, conseguimos revertir su golpe a
favor de Grigori.
Pues obligándolo a esconderse, detendríamos los envíos
y, por ende, los secuestros.
Además de que sacando a la luz su participación en la
matanza del río James, también obligamos a que sus aliados
marítimos hicieran movimientos con los que se
descubrieran solitos, por lo que hubo arrestos importantes.
Con eso, Gibson estaba feliz y el presidente de Estados
Unidos alardeaba del golpe dado bajo su mandato, así que
Grigori volvió a tener la credibilidad que había perdido. La
sede de Virginia, sobre todo. Y Myles me llamó feliz al
enterarse, aunque me pidió que no dejara de ser precavida.
«Conseguiste todo eso poniendo celoso al Chico oscuro».
Fue un trabajo en equipo.
«Por supuesto, Compañera. El buen equipo que hiciste
con tu coño al enloquecer a ese hombre».
Un hombre del que no supe nada en todos esos días.
Pero era mejor así.

—Es irónico que vengas aquí cuando odias las tortitas —


señaló Jacob.
—Tú me invitaste aquí —le recordé— y por eso no estoy
comiendo esas cosas.
Le había aceptado una invitación para ir a desayunar a
IHOP y, de nuevo, terminé repleta mentalmente al ver que
casi pidió todo el menú. Era increíble que tuviera ese cuerpo
tan atlético con toda esa harina que era capaz de engullir.
«Y que no sufriera un coma diabético».
Exacto.
—Y eso es lo más tonto, no tienes idea de lo que te
pierdes —aseguró volviendo a ser el Jacob que conocí hace
cuatro años y eso me hizo sentir feliz.
—De nada bueno, eso es seguro —aseveré y alzó las cejas
de forma cómica mientras se metía a la boca otro trozo de
tortitas bañada con miel de maple—. ¿Por qué no invitaste a
Maokko también? —inquirí, ignorando su glotonería.
—Porque ella es la culpable de que esté tan hambriento —
admitió y apreté los labios para no reír.
Ya sospechaba que mi amiga no dejaría pasar la
oportunidad.
—Así que ella se comió todos esos lunares —solté con
malicia y diversión.
—Incluso descubrió nuevos en lugares que no sabía que
tenía.
—¡Jacob! —chillé entre risas y le lancé una servilleta.
—Tú eres la curiosa, así que no te quejes —me reprochó,
pero también se reía.
Negué con la cabeza y seguimos charlando. Con él me la
pasaba muy bien y creía que de los chicos Grigori era con el
único que sentía que el tiempo se estancó en los buenos
momentos, a pesar de las cosas jodidas que ambos
atravesamos. Y me alegró darme cuenta de que no estaba
tomando nada en serio con Maokko, ambos se estaban
divirtiendo y ninguno tenía la intensión de arruinar las cosas
con sentimentalismos.
Mi idiota no estaba dispuesto a dejar que nadie ocupara el
lugar del amor de su vida, y Maokko quería seguir probando
el producto americano.
—La próxima vez invítame a correr o a entrenar, porque
siempre termino con indigestión por verte tragar tanta
comida —me quejé cuando aparcó el coche al frente del
edificio del apartamento.
—Nena, en serio exageras —se quejó indignado—, pero
está bien, la próxima vez te invitaré a algo más interesante
—dijo con malicia y entrecerré los ojos.
—¿Qué estás tramando? —indagué y estaba segura de
que no era ninguna broma sexual.
—Todavía nada, pero de seguro se me ocurrirá algo —
aseguró.
Negué sin perder la diversión y me preparé para salir del
coche, aunque antes de hacerlo sentí la súbita necesidad de
hacer algo que a él lo tomó por sorpresa: lo abracé.
—Te quiero, idiota —susurré cuando me devolvió el abrazo
—. Gracias por demostrarme que no todo sería malo al
volver.
Por primera vez, se quedó sin saber qué decir y me reí de
él. Tras eso, me fui a mi apartamento.
«Hasta a mí me dejó sorprendida que dejaras salir a la
vieja Isabella con él».
Porque ni yo sabía que la seguía teniendo.
El día anterior había sido el funeral del sargento Caron
Patterson y estuve presente para rendirle honor y para
asegurarle que lucharía porque su muerte no fuera en vano.
Me crucé con el senador Gibson en el cementerio y él
aprovechó para hablar conmigo, Tess y Dylan. Nos
agradeció por lo que estábamos haciendo, asegurando a la
vez que el país tenía una gran deuda con nosotros.
—¿Hola? —respondí mi nuevo móvil al aceptar una
llamada de Darius.
—Hola, Bella —dijo en tono alegre.
—¿Quién eres? —pregunté, fingiendo no reconocerlo.
Mi encuentro con Jacob me dejó con buen humor.
—¡Auch! Nunca pensé que fuese tan fácil de olvidar —se
quejó sin estar ofendido y sonreí así no me viera.
—¡Ah! Hola, Darius —murmuré, manteniendo mi tono
como si estuviera atendiendo a alguien por cortesía—. ¿Qué
se te ofrece?
—Se te da muy mal fingir que no se te acelera el corazón
al escucharme —dijo con chulería y solté una carcajada.
—Ya quisieras —me burlé y, en ese instante, fue él quien
rio—. ¿Y a qué debo el honor?
—Se ha presentado algo y necesito verte —soltó con
seriedad, arrasando con cualquier pizca de buen humor que
ambos tuviéramos.
Pero intuí que en eso él era igual que yo, las cosas
importantes se decían a quemarropa. Aunque no quiso
añadir nada en nuestra conversación telefónica y me pidió
que era mejor reunirnos de inmediato.
—Temo desilusionarte, pero el que vaya sola o
acompañada no es una opción que tú debas darme —aclaré,
recuperando el buen humor.
—Carajo, debo admitir que nunca he sido de chicas
dominantes, pero tú me estás haciendo dudar —respondió y
negué con la cabeza. Me había dado dos opciones según él:
podía ir sola o acompañada.
Él llegaría a nuestro punto de encuentro solo, porque dijo
que confiaba en mí. Le aconsejé que no cometiera ese error.
Ya que, aunque me cayera bien, no dudaría en utilizar esa
confianza para dañarlo si él creía por un momento que
podría usarme. Había bromeado diciéndome que estaba
aprendiendo esa lección por medio de Sombra, y reí con
sarcasmo.
Escogió un parque en otra ciudad para vernos. El lugar
tenía dos pequeñas montañas dentro de su predio, y en el
medio de ellas y sus alrededores habían construido calles
asfaltadas para que las personas pudieran correr o caminar
a paso rápido en sus rutinas de ejercicios. Además, contaba
con áreas de juegos para niños, rampas para los amantes
de los monopatines y lagos para quienes pescaban por
deporte.
—Con cuidado, chicas —nos pidió Caleb a Maokko y a mí.
Mi encuentro con Darius sería ese mismo día que lo
propuso.
Esa vez, Salike no se mantendría cerca como mi doble,
porque a pesar de todos los esfuerzos de Jacob, no pudo
controlar que la madre de Caron la mencionara en una
declaración, no incriminándola sino más bien pidiendo
protección para la chica que salía con su hijo, puesto que
pasó por un trauma en esa masacre. Así que nuestra
hermana debía evitar que la prensa amarillista la
investigara.
—Como siempre —aseguró Maokko.
Ambas íbamos vestidas con leggins, tops y zapatillas de
deporte; gorras y gafas para protegernos del sol y el sudor,
pues fingiríamos ser chicas que llegábamos a ejercitarse
como la mayoría de las personas en el parque. Nos
colocamos los auriculares, aunque en lugar de escuchar
música, escucharíamos la voz de Caleb guiándonos hasta
donde Darius me esperaba.
El rubio se había quedado en un muelle frente a uno de
los lagos, vigilando y estudiando todo el parque con un dron
(divirtiéndose según las personas ajenas a nosotros) que
Evan le entregó. Era un objeto muy sofisticado, de los que
usaban para las misiones de Grigori.
—Justo a las nueve, cerca de la rampa grande —indicó
Caleb.
Me dirigí hacia ahí. Maokko se mantendría trotando
alrededor de la montaña más pequeña y ejercitándose
cerca. Noté que Ronin, Max y Dom también corrían en los
alrededores.
Respiré hondo al reconocer a Darius. Recorrimos varias
millas a trote suave hasta encontrarlo. Él estaba sentado
cerca de la rampa, protegiéndose del sol con ella, tenía un
monopatín a un lado y vestía como todo un chico skater:
pantalón un poco holgado de mezclilla desgastada, playera
color gris claro con diseños alusivos al deporte, gorra y
zapatillas Vans.
Sonreí de lado, pues después de su faceta de tipo
poderoso en Vértigo, con ese atuendo tan normal me hacía
olvidar que podía ser peligroso.
«De seguro muchas chicas cometían ese error».
No lo dudaba.
«Y no las culpaba, porque se veía follable».
Jesús.
Con esa playera de mangas cortas, noté que tenía
tatuados los brazos desde los dedos hasta los hombros; lo
deduje por el diseño en sus bíceps que se escondía debajo
de las mangas. Me regaló una sonrisa ladina en cuanto me
acerqué y no supe si me miró de pies a cabeza porque
también llevaba gafas de sol, pero por la picardía en su
gesto intuí que sí.
«Alto ahí, chico sexi. Podías morir si mirabas de manera
indebida a mi Colega».
No exageres, no lo asesinaría por una mirada maliciosa.
«Tú no. Sombra sí».
No me jodas, ese imbécil no era mi dueño.
«El sargento Patterson creyó lo mismo».
Maldita arpía, no tenías que recordar eso.
—Así que no confías en mí —señaló Darius como saludo y
alcé una ceja.
Miró de un lado a otro cerca de donde estábamos e
imaginé que notó a mi equipo.
—No lo tomes personal. No confío ni en mis dientes
porque a veces me muerden la lengua —aseguré y eso lo
hizo reír.
—Buen análisis —aceptó—. Toma asiento —pidió y palmeó
a su lado en el suelo.
—Tú sí viniste solo —señalé cuando estuvimos uno al lado
del otro. Caleb ya me había dicho que no veía a nadie
sospechoso.
—Te lo dije: confío en ti a pesar de tu advertencia.
—Ya estás avisado —aclaré y sonrió.
—Oh, Bella. —Exhaló un suspiro tras decir eso—. Te miro y
todavía no entiendo por qué los hombres tenemos la puta
manía de creer inocente a quien nos sonríe de manera
angelical. —Alcé una ceja por sus palabras.
—Es error suyo el buscar ángeles en el infierno.
—Definitivamente.
—¿Por qué me estás halagando? —satiricé.
—Nada más y nada menos, porque has conseguido
quitarle la libertad a varios personajes que vagaban libres
por estos rumbos, sin encarcelarlos —contestó y no
demostré ninguna emoción.
No tenía idea de qué sabía él. Y tampoco me arriesgaría a
hablar lo indebido.
—Según yo, es Grigori quien consiguió eso. —Un lado de
su boca se curvó con sarcasmo.
—¿Sabes qué es lo que más te admiro? Que jodiste a
Sombra, pero a la vez lo protegiste al desligarte de haber
estado en esa cena con Patterson. —Me mantuve en silencio
—. Somos pocos los que sabemos que fue al río James por
ti. Los demás Vigilantes creen que asesinó al sargento por
un acto de rebeldía.
Me mordí la lengua cuando quise preguntarle si él estaba
bien, ya que deduje que si creyeron que actuó para
revelarse, podrían haberlo castigado de alguna manera.
—Supongo que no querías verme para hablar de eso,
porque de ser así, me has hecho perder el tiempo —solté.
No quería ser una perra con él, pero me era inevitable no
actuar así.
—Por supuesto que no —replicó—. Quería verte para
avisarte que me han quitado el cargo de llevar a las
bailarinas a Karma, el club al que te prometí que te ayudaría
a entrar —soltó y maldije en mi interior—. No sé si lo que
hiciste ha influido, o si tengo un soplón dentro de mi gente
que comentó que llegaste a Vértigo para hablar conmigo. Es
algo que ya estoy averiguando —aseguró.
Parpadeé con frustración. Y sí, ya les había dado un golpe
a esos malditos, pero decidí darle todo el mérito a Grigori
porque el que yo quería para mí era más personal. Y que
dejaran a Darius fuera no me ayudaba.
—¿Le comentaste a Sombra de este plan? —pregunté al
sospechar que, de ser así, ese infeliz podía haber hecho su
movimiento para vengarse de mí.
—Por supuesto que no, Bella. Quedamos en que esto sería
algo solo entre tú y yo. Y he mantenido mi palabra —
aseguró.
—¡Maldición! Yo solo he hablado de esto con dos de mis
compañeros y te aseguro que ellos no han dicho nada. Y si
Sombra no lo sabe, entonces sí, hombre: o tienes un soplón,
o el golpe de Grigori los obligó a tomar otras medidas —
deduje.
Darius negó con la cabeza y volvió a sonreír irónico al
comprobar que no aceptaría mi participación por más que
me asegurara que él ya lo sabía.
—No todo se ha jodido —dijo de pronto y lo miré atenta—.
Me han suplantado en esta actividad por alguien que hace
un par de años ascendió en la organización debido a su
desempeño en una misión que requería de huevos y
cobardía a la vez. —Escupió esas palabras con tanto asco,
que me tensé—. Y ahora que lo pienso, es posible que
Lucius me esté probando al dejarlo en mi lugar, ya que sabe
que no es de mis personas favoritas.
—¿Crees que esa rata quiera asegurarse de que mantiene
fidelidades? —inquirí y rio con tanta burla, que llegué a
creer que era por mí.
—Fidelidades —masculló y respiró hondo—. Como sea, el
punto importante aquí es que ese tipo que ocupará mi lugar
es la primera vez que tendrá a su cargo algo… ¿de nivel? —
retomó—. Por lo mismo, su experiencia es poca, pero es
dedicado, se lo reconozco. Siempre busca hacer todo de
manera perfecta para que sus jefes estén felices con él. Así
que usará mis métodos para darle lo mejor a Lucius.
—Y confío en que le dejaste todo servido en bandeja de
plata para que le lleve las mejores putas a sus jefes —solté.
—¿Creí que no confiabas en mí?
—Estoy confiando en mis instintos —rebatí y rio, dándose
por vencido porque no podía sacarme la vuelta.
—Sigue así, porque te llevan por buen camino, pequeña
—halagó y me tensé por cómo me llamó. Él lo notó, pero no
dijo nada y optó por seguir hablando—. Dejé una carpeta
con las nuevas contrataciones, y le pedí a alguien en quien
confío que le dijera de manera casual que allí están los
documentos de las nuevas chicas que yo comencé a buscar.
Entre ellas, figuran tú y… ¿Cómo se llama tu compañera de
buen gusto?
Me reí al entender por qué aseguró que Maokko tenía
buen gusto.
«Y claro que lo tenía. Yo también quería que tú te
quisieras follar a ese hombre».
Tú querías que me follara a todo lo que se movía.
—Maokko —le contesté a Darius, dejando esa absurda
discusión con mi conciencia.
—Sí, ella. Bien, estudien estos archivos y toma estos
móviles. Son desechables —aseguró al sacar una mochila de
detrás de su espalda, de donde, a su vez, sacó los
documentos y dos aparatos—. Son una copia de los que
dejé para él. Y te aseguro que las llamará, el número de
ambas se encuentra en la información de sus falsas
identidades.
Tomé lo que me daba y me sorprendí al abrir el archivo y
ver información bastante detallada de esas chicas. Incluso
añadió fotografías sensuales en las que no se mostraba muy
bien el rostro para que no pudieran reconocernos.
—Bella, tienes luz verde para hacer lo que quieras. No
respetes la promesa que me hiciste —pidió y lo miré un
poco sobresaltada—. Esta actividad dejó de ser mía y esas
chicas ya no son mi responsabilidad. Solo tú y Maroko.
—Maokko —corregí.
—Sí, eso dije.
—No lo dijiste —señalé y rio.
—Retomando el tema: ya no me importa lo que hagas,
siempre y cuando se cuiden. Si algo sale mal para Lucius y
su gente, ya no será mi responsabilidad, por lo que no
podrán inculparme —explicó y sonrió de manera malvada—.
Y mira, este es el encargado —añadió y sacó una fotografía
más de la mochila.
La tomé y la respiración se me cortó cuando los recuerdos
de mi tortura llegaron como destellos hirientes y burlones.
Le juré a ese infeliz que no me olvidaría de él y lo cumplí.
Así como cumpliría vengarme de él por haber ayudado a
Derek, pues era el chico que arrastró hasta mí la mesa con
el regulador de voltaje.
«Tu nueva víctima».
Así es.
—Él se irá conmigo —susurré empuñando la fotografía.
Un escalofrío me atravesó en ese momento. Similar a los
que sufrí antes de ser torturada con las descargas eléctricas
tres años atrás.
—Contaba con eso —susurró Darius viéndome a los ojos
mientras me tomaba de la barbilla con delicadeza.
—Así que sabes quién es —afirmé y su rostro no ocultó la
repulsión.
—Sí, él es el principio de tu verdadera venganza —juró.
Y en ese momento, le regalé la sonrisa más malvada que
tenía, aunque cargada de satisfacción.

—Hay una tormenta bastante severa para la madrugada


del sábado, que posiblemente se mantendrá durante el
resto del día, por lo que el capitán recomienda que viajemos
el domingo al mediodía —me informó Elliot en una llamada
telefónica que manteníamos.
Conseguí hablar con él luego de que las aguas se
calmaron un poco, y preparó todo para ir a California, así
como la reunión con Perseo y Bartholome.
—Está bien, nos vemos el domingo entonces —respondí.
—Si no harás nada por la noche, te invito a cenar —
ofreció antes de que colgara.
—Quedé en algo con Caleb y Maokko, así que no puedo.
Pero igual, deberías invitar a Alice y no a mí —apostillé y lo
escuché reír.
—Que me hayas visto follando con ella no significa que
estemos en algo, Isa. Además, parece que la frustró
demasiado que no la hiciera llegar al clímax, ya que la veo
más feliz que nunca con su novio. Gracias por eso —ironizó
y me cubrí la boca con la mano, como si fuera a verme
sonriendo y lo quería evitar.
—A lo mejor eras el empujón que esa relación necesitaba
para que funcionara de nuevo —solté con burla.
—Entonces serán inseparables porque le di varios
empujones.
—Serás idiota —dije entre risas.
—Entonces, tendré que verte hasta el domingo —
murmuró y me lo imaginé haciendo un puchero.
—No puedo cancelarles a los chicos, pero te prometo que
en California te daré todas las cenas que desees.
«¡Dios mío, Colega! Esa promesa me emocionó
demasiado».
Me sonrojé ante el señalamiento de mi conciencia porque
analicé que esas palabras no se escuchaban con la
inocencia que esperaba.
—Muy bien, esa promesa me gusta. Y más de quien viene
—dijo con tono satisfecho.
—Nos vemos luego, Elliot —susurré y colgué tras escuchar
su despedida.
Y no le había dado ninguna excusa. Esa noche haríamos
nuestra aparición en Karma, ya que Samuel, el malnacido
encargado de llevarnos al club, nos llamó el miércoles
diciéndonos que nos preparáramos para el viernes, ya que
habíamos sido bendecidas para entrar al cielo. Me pareció
ridículo su tono narcisista, pero me comporté como la chica
más emocionada por la oportunidad que me estaba dando.
Maokko actuó igual.
Caleb ya nos había conseguido el veneno que usaríamos
en unos anillos especiales. Era un regalo de sensei Yusei, en
realidad, pues uno de sus amigos instalado en Nueva York lo
preparó con esmero y él mismo lo transportó hasta
Richmond. Mi amigo también obtuvo el acceso a una de las
bodegas de Perseo, a las afueras de la ciudad, que se
convertiría en el último destino de ese pobre imbécil que no
se aseguró de que yo muriera, como le aconsejé hacía tres
años.
Mis ansias por darles un espectáculo especial a esas ratas
habían aumentado con cada día de espera. Y junto a mis
compañeros, planeamos cada detalle para salir indemnes,
pero dejando un mensaje claro: yo también sabía acechar y
no solo cazar.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Caleb.
—Claro que lo está y no la desanimes, porque no dejé
todo en Italia para nada. Déjanos tener acción —respondió
Maokko por mí.
Caleb chasqueó con la lengua y estacionó el coche en que
nos conducíamos. Tenía una calcomanía de Uber para que
creyeran que solo era nuestro chófer. El punto de reunión
con las otras bailarinas era una estación de gas. Darius me
había llamado en el trayecto hasta ahí, para asegurarse de
que recordaba sus recomendaciones y también para
pedirme que nos cuidáramos mientras él hacía lo suyo por
su cuenta.
—Espera nuestra señal —le advertí a Caleb antes de salir
del coche.
Llevábamos un bolso con toda la ropa y accesorios que
utilizaríamos para el baile que haríamos.
—Tengan cuidado, por favor —suplicó. Él sabía que nos
podíamos cuidar, pero en cada misión nos pedía eso—. Y
recuerda siempre lo que dice el maestro Cho: busca justicia.
—Sonreí de lado y me acomodé la peluca junto con la gorra.
—No, Caleb. No quiero justicia, quiero venganza por todo
lo que esos cabrones me arrebataron —zanjé y no discutió
porque él siempre conoció mis planes.
Comencé a caminar sin decir más y, de soslayo, vi que le
dijo algo a Maokko y ella asintió en respuesta. Íbamos
disfrazadas para no ser reconocidas, yo sobre todo.
Ella iba vestida con unas mallas negras y encima se
colocó una pequeña falda de cuadros rojos. La blusa blanca
de botones y mangas cortas era pegada y corta; aun así,
dejó los últimos botones sin abrochar para anudarla por
debajo de los pechos. Los zapatos de charol negro eran de
plataforma y usaba una peluca rubia, con el cabello
rozándole los hombros. Se maquilló las cejas para que
pareciera que no tenía, porque aseguró que el flequillo le
daría el toque oriental que le encantaba.
Y me sorprendí del efecto abstracto pero bello que
consiguió.
Yo opté por vestirme con unas mallas (también negras) de
agujeros, la cinturilla me llegaba arriba del ombligo, por lo
que se veían gracias a que la falda corta Vinotinto de cuero
caía baja en mis caderas. La blusa blanca manga larga era
de algodón, sin diseño y me llegaba por debajo de los
pechos. Usaba unas botas Dr. Martens que combinaban con
la minifalda y me coloqué una peluca de cabello azabache
que me llegaba hasta la cintura.
Tuve que utilizar lentillas azules y gafas con montura
negra de hípsters, además de un falso piercing en la nariz.
Me cubrí los tatuajes con maquillaje y los labios me los pinté
de negro.
Un tipo de piel trigueña y cabello platinado fue el
encargado de recogernos en una Van. Al subirnos, dio
algunas indicaciones básicas como: no hablarles a los jefes,
no acercarnos a ellos a menos que así lo ordenaran y hacer
todo lo que nos pidieran. Dentro del club íbamos a ser
sumisas y complacientes. Un compañero suyo nos entregó
también un contrato para que lo firmáramos y, con disimulo,
miré a Maokko; en él nos obligaban a quitarles la
responsabilidad a esos hijos de puta, por cualquier
accidente que pudiera ocurrir en el momento donde la
pasión fuera culminante.
«Me preguntaba cuántas de esas bailarinas ya no volvían
a sus casas luego de una noche de baile para esos
engendros».
Si nos hacían firmar un contrato, podía asegurar que
muchas.
Nos revisaron los bolsos al llegar al club, y al no encontrar
nada más que ropa, maquillaje y accesorios, nos entregaron
unas tarjetas para que las mantuviéramos colgadas en el
cuello mientras no fuera hora de nuestros espectáculos.
Además de prometernos diversión y un pago jugoso.
Karma estaba pintado todo de negro y el nombre se leía
en letras rojas. El lugar gritaba Vigilantes por todos lados,
aunque se veía exclusivo, pero eso era lo de menos. No
pudimos ver mucho del interior porque entramos por la
puerta de servicio, aunque teníamos una idea gracias a que
Darius me envió fotografías para que no llegáramos a
ciegas. Por lo que sabía que los privados especiales de la
segunda planta contaban con vidrios antibalas.
Menos mal esa noche no necesitaríamos más armas que
ser unas excelentes perras para que fuera Lucius y Derek
quienes se acercaran a nosotras.
—Buenas noches, preciosas. Mi nombre es Samuel y de
verdad espero no haberme equivocado con traerlas aquí
hoy —dijo el maldito encargado.
Había llegado al camerino que fuimos dirigidas y tuve que
hacer uso de todo mi autocontrol para no hacer una tontería
cuando lo vi. Ya no era más el chico miedoso que recordaba.
Ahora destilaba seguridad y poder.
Era una lástima que todo eso acabaría pronto.
Siguió hablando, dándonos más indicaciones y se acercó
a cada chica para evaluarla. Cuando llegó a Maokko, ella le
sonrió con picardía y sensualidad, él le correspondió
satisfecho. Aunque yo no pude hacer lo mismo en cuanto
fue mi turno y me observó de pies a cabeza. Me limité a
mirarlo a los ojos esperando que él notara en los míos la
promesa de venganza que llegaría pronto.
—Cuando te prepares para salir a bailar, déjate las mallas
y cambia ese labial por uno carmesí —susurró muy cerca de
mí—. Te aseguro que así serás la mejor puta de esta noche.
—Sonreí frívola por su consejo.
Sí, sería la mejor puta con él y sus jefes.
Otro chico que se presentó como Charles, llegó rato
después para pedirnos el nombre de la canción que
bailaríamos, Try me fue mi elección. Comencé a vestirme y,
obedeciendo el último deseo de Samuel, me dejé las mallas
y sobre ellas me coloqué una braga muy pequeña de
encaje, un corsé negro y un sostén a juego. Maokko se vistió
de blanco, y sabiendo que luego nos tocaría huir de ahí,
optamos por usar botas de combate y así tener un aire
malvado que llamara la atención de nuestros espectadores.
Nos colocamos unos antifaces que nos cubrían la mitad
del rostro y ella dejó por último los guantes, ya que estaban
envenenados y los usaría solo para salir al escenario.
—Las angelitas del dolor y la muerte están listas —
exclamó Maokko acercándose a mí y viéndonos a través del
espejo.
Sonreímos sabiendo lo que haríamos muy pronto. Charles
nos miró y sonrió intentando parecer interesante.
«No lo logró».
Para nada.
—¿Todas están listas? —escuchamos una voz femenina a
nuestras espaldas.
Por el espejo, vi a una chica un poco más baja que yo. Era
delgada y su cabello chocolate estaba suelto y en ondas.
Guapa y demasiado delicada para estar en ese lugar.
—Ya casi —le respondió Charles y ella asintió. Nos repasó
a todas y su mirada se detuvo en la mía—. Lía, Sombra
estaba buscándote.
Me tensé cuando el tipo dijo aquello.
«Era tu socia».
Socia. ¡Y una mierda!
Ella regresó la mirada a Charles y asintió con una sonrisa
emocionada y soñadora.
—Ahora mismo voy con él. —Se giró marchándose de
inmediato.
Mis piernas comenzaron a moverse, y en esa ocasión sí
las dirigía mi cerebro por deseo mío.
Capítulo 23
You don’t own me

Me sobresaltó escuchar que Charles mencionara a


Sombra, pues desconocía que él estaría presente en Karma
esta noche y, de hecho, hasta llegué a creer que no se
encontraba en el país debido a la orden de arresto que se
giró en su contra luego del asesinato de Caron. Y tampoco
quise preguntarle nada a Darius cuando mencionó que él sí
estaría presente, lo que me tomó por sorpresa ya que no lo
esperaba, pero me explicó que todo era parte del plan, pues
necesitaba asegurarse de que mi misión personal saliera
como lo estudiamos, o estar ahí en caso de que lo
llegáramos a necesitar.
Algo que en ese momento me generó más curiosidad,
pues era inusualmente extraño que Darius haya decidido ir
al club, incluso con la explicación que me dio, y que Sombra
también estuviera presente.
«¿Y seguir a esa chica te haría salir de tu curiosidad?»
Claro, porque si tenía suerte, Sombra estaría con ella sin
su máscara puesta.
Así que podría comprobar sí era una persona totalmente
distinta a la que había estado frente a mis narices en los
últimos días. Además de que quería saber cómo era la
relación entre Sombra y ella.
«Al menos aceptabas eso».
Salí del camerino con la excusa de ir al baño,
manteniéndome pendiente de mi alrededor y una distancia
prudente entre esa chica y yo. Un tipo se cruzó en mi
camino y me miró de forma extraña, así que tuve que fingir
que me había perdido y terminé por preguntarle hacia
dónde debía ir. Cuando me orientó y luego siguió su rumbo
(y lo perdí de vista), me apresuré a subir los escalones por
donde logré ver que Lía se dirigió.
«Esperaba que tu curiosidad no te hiciera cometer ningún
error, Colega».
Para ser sincera, en ese momento dejó de importarme
todo.
Antes dejé de lado la identidad de Sombra y me conformé
con imaginarlo como el del retrato hablado que Caleb hizo
(incluso le pedí a mi amigo que dejara de investigar sobre él
partiendo de ese retrato, para que se concentrara en otras
cosas), pero luego del apelativo con el que me llamó Darius
cuando estuvimos en el parque, volví a llenarme de dudas
sobre sí él y Sombra eran la misma persona. Y podía ser
absurdo dejarme guiar por un apodo, sobre todo con el
hecho de que ambos se comportaban de manera distinta,
de que los tatuajes de Darius fueran diferentes (los de las
manos y los del rostro que eran los únicos que había visto
en Sombra), y de que él no usara piercing a excepción de el
de la lengua; no obstante, como analicé tiempo atrás, esos
eran detalles que se podían agregar o quitar según la
conveniencia.
Así que, si tenía la oportunidad de comprobar que el tipo
de la máscara no era Darius, no la desaprovecharía.
Cuando subí los escalones, descubrí que me llevaron a
una zona de salas privadas. Una tenía la puerta abierta y
desde ahí noté una vista clara y perfecta hacia el escenario
principal. Además de ver los privados y mesas de la primera
planta y a la multitud que ya abarrotaba el club, bebiendo y
disfrutando de la noche y de los espectáculos que se
montaban; una de las chicas que viajó con nosotras en la
Van ya se encontraba bailando y muchos la vitoreaban por
la sensualidad y la excelencia con la que se movía. Mi
corazón se aceleró al pensar en que pronto Maokko y yo
estaríamos montando un espectáculo también, dando la
actuación de nuestras vidas para hacer caer a las presas.
—¡No! Estoy harta de tu manera de ser, de tus malditos
desplantes, de que me digas una cosa, pero luego actúes
distinto. —Seguí mi camino y me dejé guiar por aquella voz
femenina y enfurecida que me hizo dejar de estudiar el
entorno.
Llegué a una puerta entreabierta y noté que se trataba de
una oficina. Esa situación me recordaba a lo que viví con
Elliot en Grig, aunque esa vez me quedaba porque quería.
—Y de qué te quejas ¿eh? Si tú sabes perfectamente por
qué soy como soy y de lo peor que me vuelvo cuando
intentan enjaularme como si fuera una maldita bestia. —
Erguí la espalda en el momento que reconocí esa voz
robotizada. Destilaba odio y desesperación.
Habían pasado dos semanas desde que nos vimos, y esa
última vez que estuvimos juntos me seguía provocando
algunas pesadillas.
«Pesadillas que hacían que te despertaras húmeda, y no
precisamente por el sudor».
Pero igual seguían siendo pesadillas.
«Eso es lo que tú querías seguir creyendo».
—No cambiaré de opinión esta vez —sostuvo Lía más
calmada—. Dame lo que quiero y yo trataré de ayudarte.
—No quiero un trataré. Quiero una puta promesa de que
lo harás —aseveró Sombra y alcé las cejas por la
manipulación que usaba sobre su chica—. ¿Lo prometes? —
preguntó y bufé incrédula porque moderó su tono para
endulzar el oído de ella.
«Vaya que se le daba bien la manipulación».
Estaba comprobándolo.
Me acerqué un poco más a la puerta al no escuchar
respuesta por parte de Lía. Ambos quedaron en mi periferia,
y la encontré sonriendo de lado, asintiendo y mordiéndose
el labio para provocarlo. Cuando la vi en el camerino, me
pudo haber parecido una chica demasiado dulce para este
lugar, muy inocente además, pero en ese instante confirmé
que era posible que ella manejara una inocencia llena de
oscuridad.
Sombra estaba de espaldas, usando su habitual ropa
negra. La camisa era de manga larga y cuello alto; se cubría
la cabeza con un gorro que también le ocultaba las orejas.
Y, como deduje, no usaba máscara, aunque debido a su
posición no podía verle el rostro. Sin embargo, eso quedó en
segundo plano en el momento en que noté cómo tomó a su
chica de la cintura con mucha brusquedad y la sentó sobre
un escritorio. Ella jadeó y mi mirada se volvió peligrosa. La
respiración se me aceleró, el corazón me golpeó con ímpetu
la caja torácica y apreté tanto los puños que sentí que mis
uñas se enterraban en mis palmas.
«Mierda».
Me erguí en mi lugar, como si no estuviera lo
suficientemente tiesa ya, en el instante en el que Sombra
tomó a Lía de la nuca y la atrajo hacia él, comenzando a
besarla. No supe identificar si lo hizo con odio o con deseo,
ya que ambos sentimientos se podían demostrar de la
misma manera. Mi sangre se convirtió en aguanieve,
recorriendo mi torrente con la furia diluida en ella. El pulso
de mi corazón se sintió en mis sienes y tuve que hacer uso
de todo mi autocontrol para no terminar de entrar a esa
oficina y descubrirme ante ellos.
Hijo de puta.
Por un instante, llegué a sentir que había salido de este
plano astral y que el mundo comenzó a girar en sentido
contrario. Enterré más las uñas en mis palmas en cuanto
identifiqué los movimientos de Lía. Estaba desabrochándole
el cinturón y el vaquero a Sombra, y él, por supuesto, no
perdió la oportunidad de subirle el vestido y arrancarle las
bragas.
«¡Joder! Tenías que matarlo».
Las ganas me sobraban.
Todo estaba sucediendo muy rápido y yo no podía dejar
de verlos. Ambos lucían tan necesitados el uno del otro que
comencé a sentir asco, aunque no sabía cuál era el
sentimiento que más predominaba en mi interior: si eso, la
rabia, los celos o la decepción. Me percaté de un paquete de
preservativo vacío cayendo al suelo y el fuerte jadeo por
parte de Lía me hizo ser más consciente de lo que estaba
pasando.
«Malditamente tuyo».
El recuerdo de su declaración aquella noche en el bosque
llegó a mi cabeza. Apreté los párpados y respiré profundo
para tratar de controlarme y olvidar todas las palabras que
ese mentiroso había susurrado en mi oído. Irme y dejarlos
en su mundo era lo correcto, mi razón sabía eso, pero mi
orgullo gritaba algo diferente.
—¡Oh, sí! —gimió Lía y sus manos se asieron al trasero de
Sombra, cubierto por el vaquero.
Cada embiste de ese psicópata en el interior de ella, era
un recordatorio de que fui una idiota por haberme tragado
sus mentiras. Me maldije por haber sido patética, por
haberle permitido actuar conmigo de una manera enferma y
posesiva, por haber incluso respetado nuestro trato cuando
ya era más que claro que él no lo haría, pues siempre supe
que tenía novia y que Sombra no era de los chicos que se
conformaba con besos y abrazos.
Sin embargo, volví a respirar profundo y sonreí al verlos,
lo hice porque en ese instante conocí mejor a mi enemigo, y
porque estaba dispuesta a devolverle un poco de la
posesividad que él me demostraba. Y no iba a matar a esa
chica porque él no me importaba tanto como para llegar a
ese extremo, pero sí quería dejar claro que si Sombra
conseguía joderme los planes, yo también podía joder los
suyos.
Terminé de abrir la puerta y lo hice con brusquedad.
—¡Dios! ¡Perdón! —chillé con culpa fingida.
—¡¿Pero qué demonios?! ¿¡Qué te pasa, estúpida!? —gritó
Lía. Sombra salió de su interior y se mantuvo de espaldas a
mí, cubriéndose el rostro con agilidad y luego guardando su
miembro dentro de su pantalón. Supuse que le costó, ya
que sus movimientos de brazos fueron bruscos y maldijo
mientras intentaba subirse la bragueta.
«Se merecía que el maldito cierre de la cremallera le
atrapara el miembro».
Oh, sí.
Quería despedazarlo, pero admitía que amé la reacción de
sus ojos cuando se giró para enfrentarme también y me
reconoció incluso con la peluca, las lentillas azules y el
antifaz en mi rostro. Me sentí triunfante. Su gorro era un
pasamontañas con un diseño de cráneo demasiado real
para mi gusto. Se fijó en mi ropa repasándome de pies a
cabeza y tensó los hombros al comprender por qué estaba
en Karma. Imaginé que lo último que esperaba después de
lo que sucedió con Caron, era que yo decidiera darles un
golpe más dentro de su territorio.
—Lo siento. Estaba buscando al chico de la música y lo vi
venir hacia esta área, pero no supe dónde entró. Así que
cuando encontré esta puerta entreabierta imaginé que él
estaría aquí —balbuceé, intentando no reír y parecer muy
arrepentida.
—¡Mierda! ¡¿Qué acaso no te dijeron que no está
permitido follar con el personal?! —gritó frustrada. Era obvio
que al verme vestida así y con el trabajo que, según ella,
llegué a hacer, pensaría que buscaba una distracción como
la suya—. Vete a buscarlo a otro lado, maldita idiota —
terminó por zanjar y asentí.
«¡Carajo! Cómo deseaba que le cerraras la boca».
No era necesario llegar tan lejos en ese momento. Mi
objetivo eran sus jefes, no una pobre chica frustrada
sexualmente.
—De nuevo, siento mucho haber interrumpido —dije sin
sentirlo y miré a Sombra con frialdad, levantando levemente
la barbilla para él.
Antes de salir, le regalé una sonrisa ladina al malnacido,
dejándole claro que lo había descubierto y que nuestro trato
había terminado desde ese momento. Como si lo que
sucedió en la casa de Caron no fuera suficiente.
Habiendo comprobado parte de lo que me propuse y, a la
vez, consiguiendo interrumpir su momento íntimo, salí de la
oficina sintiéndome algo satisfecha. Corrí para bajar los
escalones, mi respiración se volvió pesada y mi sangre dejó
de ser aguanieve para convertirse en lava caliente y furiosa
con cada paso apresurado. Pensé en que esa noche no solo
le daría un golpe a Derek y a Lucius, sino que también me
encargaría de dejarle un claro mensaje a Sombra.
«¿Que todo había terminado entre ustedes?»
Es que nunca tuvimos nada, en realidad, así que ¿qué
íbamos a terminar?
Maldije en el momento en el que, cuando estuve a punto
de llegar al camerino, tiraron de mi brazo con brusquedad y
me metieron a un pequeño cuarto.
—¡¿Qué demonios te pasa?! —chillé cuando reconocí a
Sombra.
Me zafé de su agarre con brusquedad. No utilizaba
lentillas como ya lo había notado en aquella oficina, pero sí
tenía el contorno de los ojos maquillados de negro. Y si no
acabara de encontrarlo teniendo sexo con su novia, me
habría sentido nerviosa con su presencia después de dos
semanas de no vernos, sobre todo por los recuerdos de
cómo terminamos aquella noche.
Pero agradecía la furia que me embargaba para
mostrarme ante él como la mujer fría que quería ser.
—¿Qué demonios te pasa a ti? ¿Y qué haces vestida de
esta manera? —reclamó. Aunque no alzó la voz, pude palpar
su furia—. ¿Tienes idea siquiera de la estupidez que has
cometido al venir a este club?
—Sí, imbécil. Tengo idea de lo que estoy haciendo aquí y
no es ninguna estupidez, a diferencia de la que tú cometiste
el día que irrumpiste en la casa del sargento Patterson —
largué—. Y cómo esté vestida no es algo que te importe.
—¡Mierda! Dime que no estás tan loca como para
pretender que te subirás a ese puto escenario a bailarle a
esos hijos de puta mientras yo…
—¿Mientras tú qué, Sombra? ¿En serio crees que me
importa lo que tú pensarás si me subo a ese escenario para
bailarle a esos hijos de puta?
—No lo harás —aseguró y solté una carcajada burlona. Y
me reí incluso más cuando en su voz robotizada reconocí los
celos, la rabia y la desesperación.
Se estaba comportando muy diferente al psicópata que
me dejó en medio de la noche, frustrada, luego de ejecutar
una matanza.
—¿Tú y quién más va a detenerme? —inquirí y, por su
manera de mirarme, supe que estaba a punto de volverse
loco.
Maldijo en el instante que entendió que no iba a dar mi
brazo a torcer. La desesperación y su enojo aumentaron, así
como la frustración. Entonces supuse que estaba actuando
distinto al enfermo que recordaba porque en ese momento
era él quien la había cagado; aunque yo no la cagué,
simplemente actué según como me convenía. Él, en
cambio, acababa de estar follando con su novia porque
quería, olvidándose por completo que semanas atrás me
pidió exclusividad.
—Recuerda que daré lo que recibo —aseguré, esperando
que pensara en las palabras que le dije luego de prometerle
que le daría exclusividad.
—¿Ah, sí? ¿Por eso aceptaste la cena de Patterson? —
masculló e intentó tomarme de la cintura, pero no se lo
permití y di un paso hacia atrás—. ¿Por eso le bailaste? ¿Por
eso dejaste que acariciara tu muslo al girar ese liguero
sabiendo lo mucho que me encanta a mí? —Caminó hacia el
frente con la clara intención de no permitir que me alejara
de él y me odié porque consiguió ponerme nerviosa—.
¿Porque respetaste esa supuesta exclusividad que ibas a
darme, dejaste que esa maldita mierda te masajeara los
pies?
La locura que recordaba en él esa noche regresó. Sus ojos
se oscurecieron, y por increíble que pareciera, sentí que la
tensión entre nosotros nos hizo emanar más oscuridad,
llenando con aire espeso el ambiente en ese pequeño
cuarto.
—No te confundas, Sombra. Todo eso lo permití para que
tú dejaras esa misión —acepté—. Cada cosa que dejé que
Caron me hiciera, fue para desesperarte, para que llegaras
a buscarme y le dejaras el camino libre a mis hombres para
rescatar a esos niños. —Entrecerró los ojos y ellos me
dijeron que estaba sonriendo con maldad—. A diferencia de
ti, claro está. Ya que lo que acabo de ver no fue para
desesperarme, pues no tenías idea de que estaba aquí.
—No es lo que piensas —alegó de inmediato.
Comencé a reírme con sarcasmo y negué con la cabeza.
—¿En serio? ¿Eres de esos, Sombra? —pregunté irónica.
—No, Bella. No soy de esos. Lo que acabas de ver es tu
puta culpa —espetó y abrí demás los ojos, mirándolo
incrédula.
No podía procesar que tuviera el descaro de decir que
folló a su novia por mí culpa.
—¡Mierda! Te juro que te escucho y no me lo creo; es
decir, sabía que eras un imbécil, pero no hasta qué nivel
podías llegar.
Me reí en su cara y alcé la barbilla incluso cuando él tuvo
el valor de cogerme del cuello.
—Me provocaste hasta la puta locura, Pequeña cabrona.
Me obligaste a dejar tirada una misión importante para ir a
matar a ese imbécil. A un tipo que jamás debí tocar, pero
que se ganó a pulso su muerte por tocarte a ti. —Me limité a
curvar la comisura de mi boca con malicia—. Me he visto
obligado a esconderme como una puta rata. Tuve que
aceptar un maldito castigo y follarme a Lía era mi única
opción para salir de la pocilga en la que me encerraron.
Alce las cejas con diversión, tenía que reconocer que
estaba siendo bastante creativo.
—¿Tanto poder tiene esa chica para devolverte la
libertad? Porque de ser así, tendré que analizar lo que haré
esta noche, ya que puede ser que me convenga más darle
un golpe a ella y no a tus jefes.
—Vete de aquí, Bella —exigió y soltó mi cuello.
Dio un paso hacia atrás, y su mirada fue atormentada en
ese momento. Seguía molesto por lo que hice, por lo que
permití, por lo que lo obligué a hacer. Pero en esa exigencia
que hizo, también logré captar que seguía preocupado.
—Lo haré, pero no cuando tú quieras, sino cuando haya
conseguido lo que vine a buscar —zanjé y comencé a
caminar hacia la puerta, mas no le di la espalda esa vez.
—Lo siento —susurró de pronto y dejé de respirar. No me
lo esperaba.
Aunque lo escuché arrepentido, ya no me engañaría más,
pues me demostró que sabía fingir muy bien.
—Yo no —aseguré—. Ella es tu novia, y después de todo
me has demostrado que eres muy activo en el ámbito
sexual. Y con la frustración que demostraste el día que te
largaste de la casa del sargento, era obvio que buscaríam...
buscarías con quién desahogarte. —Fingí que me corregí en
el momento de incluirme.
Apretó los puños, y si no hubiese estado usando guantes,
habría visto sus nudillos ponerse blancos.
—Isabella —replicó y alcé una mano para que callara.
—Fue mi error creerte, Sombra. Pero créeme: no lo repito.
—¡Puta madre! —espetó. Se llevó las manos hacia la
cabeza y escuché que soltó el aire por la boca. Era como si
quisiera decirme muchas cosas, pero algo se lo impedía—.
¿Qué pasará ahora? —preguntó rendido.
Bufé con sarcasmo y abrí la puerta sin responderle,
saliendo de inmediato de ese cuarto porque sentía que me
estaba ahogando. Me hervía la sangre de rabia, pero no era
solo en contra de él, sino también conmigo misma.
—Bella, responde —pidió yendo detrás de mí.
—Yo seguiré con mis planes, con mi vida. Tú haz lo mismo
—recomendé sin dejar de caminar.
—Maldición, Isabella. Sé que lo que he hecho te duele
más de lo que demuestras —aseguró y lo miré sobre mi
hombro, riéndome.
—No, Sombra. No me duele, simplemente ahora ya no
camino a ciegas contigo.
—Resolvamos esto, no te alejes así.
—Lo siento, pero solo me estás retrasando. Tengo un
espectáculo que montar.
Intentó cogerme del brazo para detenerme, pero logré
esquivarlo.
—Darius te metió aquí, ¿cierto?
—Cómo entré es algo que no te importa.
—No digas estupideces, claro que me importa. Has venido
a un lugar muy peligroso y por ningún motivo dejaré que te
lastimen.
Me detuve en ese momento, no sé por qué todavía me
seguía pareciendo increíble que ese hombre actuara así.
—No te preocupes, sé cuidarme sola. ¿Sabes qué? Sí,
Darius me ayudó a entrar aquí —acepté—. Porque a
diferencia de ti, él no les teme a sus superiores ni sigue las
putas reglas. Al final de todo decidí acercarme al Vigilante
equivocado.
—Cállate —exigió dolido.
—Darius no me susurra cosas al oído con tal de que le
abra las piernas —continué y vi la ira en sus ojos—. Supongo
que sabe que se las puedo abrir sin que me mienta.
Lo que hizo a continuación pasó en un santiamén: me
agarró del interior del codo, me empotró a la pared
haciendo que diera un golpe sordo con mi espalda, y me
cogió de la garganta a la vez que con la otra mano me tomó
de una pierna para sostenerla sobre su cintura.
—¿Crees que porque yo te recomendé buscarlo le tengo
algún tipo de respeto y no voy a matarlo si se atreve a
tocarte? —escupió.
Me indignó de una manera que no podía ni describir
cuando sentí su dureza rozándose en mi entrepierna.
Descubriendo así que podía dejarme follar por él luego de
que matara a sangre fría, pero jamás soportaría que me
tocara de esa manera después de haber estado con otra. Y
el puñetazo que le lancé se lo dejó claro.
—No vuelvas a tener el maldito descaro de tocarme luego
de estar con otra —escupí entre dientes, con la voz ronca
plagada de ira pura—, porque el que me importe una
mierda haberte visto con ella, no significa que dejaré que te
acerques a mí de nuevo.
Gruñó y noté su necesidad de volver a arrastrarme hacia
ese cuarto, pero supo reconocer que no era un buen
momento para seguirme provocando.
—No dejes que ese hijo de puta te toque —exigió con
tanta lentitud, que imaginé que estaba apretando los
dientes—. Porque te prometo que lo mataré frente a ti y
esta vez te follaré sobre su sangre, para que entiendas de
una maldita vez que eres mía.
Estuve a punto de decirle algo, pero me contuve porque vi
detrás de él que Lía caminaba hacia nosotros, y la chica no
estaba para nada feliz.
—Y yo te prometo que, si dejo que me toque, no permitiré
que te enteres para que te joda más la impotencia y la duda
—devolví en voz baja—. Porque si me susurra al oído que
será malditamente mío, no podré resistirme —aseguré con
sutileza, curvando un lado de mi boca con maldad. Apretó
de nuevo los puños, deseando despedazarme—. ¡Ah! Y no
se preocupe, señor. Bailaré para todos y cumpliré cada una
de sus fantasías —añadí cuando Lía estuvo más cerca.
Fingí sumisión y me miró sin comprender, aunque la ira y
los celos estaban a punto de hacerlo explotar.
—Voy a matarte a ti donde me sigas provocando —
advirtió.
—Perdón por arruinar el momento con su novia, no fue mi
intención.
—¡Joder! Ella no es mi novia y no arruinaste nada.
—¿Por qué le explicas a ella lo que soy o no soy? ¿Y de
verdad no arruinó nada? —La voz de Lía tronó fuerte,
denotando un carácter lleno de poder.
Sombra comprendió en ese momento por qué le dije todo
lo demás y me miró incrédulo.
—¡Ups! —formulé solo para que él me viese.
Le guiñé un ojo y me di la vuelta para regresar al
camerino. No me interesaba escuchar lo que le diría a su
chica para salir de ese embrollo. Lo único que quería era
salir al escenario y ya no solo para darle un golpe a Lucius y
Derek, sino también para impartirle una lección a ese
maldito mentiroso.
Cuando llegué al camerino, encontré a Maokko sobre las
piernas de Charles y, en cuanto me vio, con la mirada me
prometió que iba a pagarle caro lo que ella estaba haciendo
para que no se percataran de mi ausencia. Me acerqué a
ellos y le pedí al tipo que cambiara mi canción por You don't
own me. Él asintió, comentando a la vez que era una buena
elección para bailar, y en mi mente también le agregué que
era un excelente mensaje.
Pocas chicas estaban esperando su momento, nosotras
incluidas. Y para la suerte de nuestros planes, aceptaron
que hiciera mi baile junto a Maokko. Darius había hecho
una buena jugada al dejarle sus recomendaciones a Samuel.
—Chicas, en cinco minutos salen ustedes —informó
Charles—. Prepárense y espero que se luzcan porque los
jefes han llegado y están ansiosos por ver un buen
espectáculo.
—Y lo tendrán, guapo —respondió Maokko con picardía.
De una bolsa de gaza, mi amiga sacó un par de guantes
blancos y a mí me entregó la pequeña caja de terciopelo
negro. La abrí, encontrando los dos anillos de plata que
contenía el veneno y me coloqué uno en cada dedo medio
de mis manos. Ambos tenían una pequeña aguja retráctil y
bastaba un solo pinchazo para que el veneno recorriera el
cuerpo del elegido.
—Con este pequeño botón vas a poder activar las agujas
en el momento que sea necesario —explicó la asiática,
señalando un diamante diminuto en la parte de arriba de los
anillos—. Cuando tengas cerca a tu objetivo, presiónala en
cualquier parte de su cuerpo. Bastará eso para que el
afortunado sienta que se quema desde adentro. Un
pinchazo para que sufra, dos para que desee la muerte, tres
para que muera —prosiguió y asentí—. Mis guantes solo
contienen la droga para volverlos dóciles, tus manos
provocarán dolor y muerte, lo que tú desees. Si no quieres
dar los tres pinchazos, disfruta de la tortura que provocarás,
querida, ya que el efecto del veneno dura tres días, a menos
que obtengan la cura —dijo viéndome a los ojos y le sonreí
en respuesta.
—¡Chicas, es hora! —avisó Charles.
—Estamos listas —respondí y comencé a caminar.
«La hora había llegado».
Y ya comenzaba a disfrutarla.
«Supongo que el encuentro con Sombra le dio un aderezo
adicional».
Nos dirigieron por el pasillo hasta dejarnos detrás de un
telón negro, que era lo que nos separaba del público. Por
una pequeña abertura, logré ver la única sala privada en la
segunda planta con luces tenues encendidas. Noté la silueta
de muchos tipos, los mismos que de pronto comenzaron a
abandonarla de uno en uno hasta aparecer por los
escalones que antes utilicé para ir a aquella oficina. Samuel
los guiaba como el buen anfitrión que pretendía ser y los
llevó hasta un privado frente al escenario. La adrenalina
comenzó a provocarme frío cuando reconocí a Lucius Black.
Lucía más viejo y decrépito. Sin embargo, eso asentaba su
maldad con una crudeza que no había olvidado.
Tres años atrás, a pesar de mi furia, fui testigo de su
poder e intimidación. No solo era uno de los líderes de los
Vigilantes porque fue el primero en traicionar a Grigori, sino
también porque se ganó la lealtad de muchos de sus
seguidores sin tener que utilizar la fuerza. Y para ser
sincera, a los únicos que conocía y que aseguraban que no
estaban en esa organización por apoyo a él, sino obligados
por una promesa, eran Darius y Sombra.
Quienes iban detrás de él, por cierto.
«Al menos estabas comprobando que eran personas
diferentes».
Lo comprobé desde el momento en que ese maldito
descarado me amenazó para que no me dejara tocar de él.
Darius vestía un traje negro sin corbata y con la clásica
camisa blanca por dentro, desabrochada de los primeros
botones. Su cinturón y zapatos de vestir eran marrones. El
cabello se lo había peinado hacia atrás y la barba la llevaba
bien recortada, volviendo a ser el tipo lleno de poder que
conocí en Vértigo y no el skater del parque.
«En ambas facetas quería que te lo follaras».
¡Jesucristo!
Sombra se había cambiado por un traje negro también,
aunque intuí que la camisa era la misma con la que lo vi
antes, pues tenía el cuello alto. Los guantes que usaba eran
de cuero, y dejó el pasamontañas con diseño de cráneo
para usar la máscara color carbón y sin expresión con la que
ya lo había visto.
«La misma que usaba cuando te besó en la escalinata del
demonio».
No era necesario detallar lo que hizo esa vez.
Miré a Maokko y alcé una ceja cuando también vimos a
Isamu. Marcus le seguía y a su lado vi a Lía. Y únicamente
cuando reconocí a Fantasma y a Derek, sentí un escalofrío
reptar por mi espalda. Tragué con dificultad porque, de
pronto, sentí la garganta muy seca, como si me hubieran
obligado a tragar papel de lija. Los recuerdos se agolparon
en mi cabeza, las emociones y sensaciones de aquel día se
sintieron demasiado reales. El corazón me latió como si
estuviera entrando en taquicardia y, por un momento,
flaqueé.
El secuestro.
La muerte de papá.
La emboscada en donde murió mi Tinieblo.
«Inhala profundo y exhala lento, Compañera».
—Ya no eres aquella chica, Isa. Ahora eres la mujer que
los hará comer mierda —dijo Maokko al percatarse de lo que
me sucedía.
Respiré hondo y asentí porque tenía razón. No había
llegado a Karma porque seguía siendo aquella chica
vapuleada, me atreví a entrar a la boca del lobo sabiendo
que podía partirle en dos la mandíbula solo con mis manos.
Fantasma vestía exactamente igual a Sombra, todo en
color negro, a diferencia de las máscaras, pues la de él era
blanca. Y el cambiador de voz lo seguía llevando en el cuello
como el maldito perro que era. Desde que lo conocí, noté
que era unos centímetros más bajo que yo, aunque en ese
momento su cuerpo lucía más ancho e imaginé que podía
deberse al chaleco antibalas que de seguro usaba debajo de
la ropa.
Lía se alejó del privado y se sentó en una mesa cercana.
Lucía aburrida, de seguro porque ya había presenciado
demasiadas veces este tipo de espectáculos. Sacó una
laptop y se concentró en ella. Escuchaba la melodía de
Down por los altoparlantes y cuando al fin todos estuvieron
ubicados de forma estratégica en el privado, me di cuenta
de que Samuel se encargó de ubicar a Sombra al otro
extremo de donde estaba Derek, pero en cuanto este último
lo miró, no desaprovechó para decirle algo con burla,
provocando que Sombra intentara abalanzarse sobre él.
Darius y Marcus lo contuvieron. Isamu, por su lado,
detuvo a Samuel cuando este hizo el ademán de sacar un
arma, de seguro para querer intimidar a Sombra. Lía notó lo
que pasaba y se puso de pie de inmediato para llegar hasta
ellos. Le dijo algo a Derek y, por sus gestos, noté que no fue
con amabilidad. Aunque bastó que Lucius le diera una
mirada reprobatoria a ese malnacido, para que alzara las
manos en señal de rendición, pero la ironía no abandonó su
rostro.
You don't own me...
You don't own me...
Se escuchó al fondo, era nuestra señal.
Maokko salió por delante de mí. Coloqué la mano en su
hombro y la seguí, ambas caminando con mucha
sensualidad. Los ojos se posaron en nosotras mientras la
melodía marcaba el ritmo de nuestras caderas. Ambas
habíamos interpretado este papel en otras misiones y el
resultado siempre era el esperado. A un lado del escenario,
notamos dos tubos, así que cada una tomó uno y
comenzamos a bailar, provocando y ganándonos halagos
sucios y promesas de una noche desenfrenada.
A pesar de la luz de los reflectores que nos cegaban un
poco, noté cuando Sombra y Darius se miraron con
intensidad, el primero le prometía una venganza al segundo.
Los dos estaban tensos y molestos, y cuando los ojos de
ambos se posaron en mí, les sonreí con cinismo. Darius me
devolvió la sonrisa siendo esta maliciosa y divertida a la
vez. Sombra, en cambio, me confirmó que cumpliría su
amenaza si me atrevía a hacer lo que pidió que no hiciera,
además de comprender que el mensaje de esa canción era
dedicado a él.
Lía llegó a donde ellos se encontraban, se colocó en
medio de ambos y entrelazó su brazo al de Sombra, lo que
me dio a entender que la chica se fijó en mi provocación.
Caí al suelo sobre mis rodillas y codos que me dieron la
perfecta posición de una gata en celo. Levanté el trasero,
curvé la espalda y miré hacia Lucius. El hijo de puta nos
miraba con deseo al igual que Derek y eso me provocó
asco, pero también satisfacción.
Derek había cambiado en esos años: estaba más
musculoso, con el cabello más corto y la barba rubia
afeitada a la perfección. Sus tatuajes sobresalían entre la
ropa oscura y su mirada no perdió la maldad; todo lo
contrario, la asentó más. Él sí era un chico malo. No el bad
boy de los que amaba Maokko en sus libros, sino el tipo
despreciable que, con su rostro atractivo, guiaba a
cualquiera a la peor de sus pesadillas.
Maokko me buscó en el momento de la coreografía en la
que simularíamos una escena lésbica. Sus manos se
mantenían alejadas de mi cuerpo y justo cuando me tumbé
sobre mi espalda en el suelo frío, y ella estuvo a punto de
besarme en la boca, sonrió y asintió.
—Hemos logrado dar el primer paso —susurró y miré a
nuestro público, notando que Samuel nos hacía una señal
para que nos acercáramos.
Nos pusimos de pie y caminamos hacia la pequeña
escalinata sin perder la sensualidad, con una sonrisa que
prometía una noche de ensueño. Me sentí confiada de que
el antifaz y las lentillas ocultaran mis rasgos más
reconocibles, además de saber que Isamu estaba ahí, y
contando con que Darius tuviera hombres de confianza a su
alrededor quienes podrían ayudarnos por si las cosas
llegaban a salirse de control.
Tras ese análisis, me froté las palmas de las manos
luciendo como una mosca a punto de poner sus patas sobre
la mierda.
—La de negro es mía —advirtió Derek. Lo miré y, aunque
me tensé, sonreí halagada.
Claro que era suya.
Me dirigí hacia él para demostrárselo, aunque estuve a
punto de detener el paso en el momento que vi a Sombra
detrás del tipo. Negó con la cabeza, incitándome a que
desistiera, y al ver que no estaba dispuesta a obedecerle,
apretó los puños y se acercó. Mi sonrisa creció, ya que
decidí aprovechar su arrebato a mi favor, pues si tomaría de
deporte matar a todo aquel que se atreviera a tocarme,
estaba encantada de que el siguiente en su lista fuera
Derek.
«Astuta».
Caminé con más poderío y alcé la barbilla, incitándolo yo
en ese momento a que no se detuviera y que me ayudara a
cumplir uno de mis objetivos sin mancharme las manos.
Capítulo 24
La broma eres tú

Sabía que la sonrisa de cabrona que puse en el momento


que el sonido del piano (de la canción Joke's on You de
Charlotte Lawrence) comenzó a sonar, y haber alzado
ambas manos a la altura de mis hombros, abriéndolas y
cerrándolas con un claro mensaje de «hablas mucho, pero
no haces una mierda», no le pasó desapercibido a nadie.
Aunque no miré a Sombra y actué como si todo fuera
parte de mi espectáculo, pero él sí entendió que de nuevo le
estaba enviando un mensaje. Lo vi decidido a despedazar a
Derek, pero Darius le dijo algo que solo Lía notó, y eso
consiguió que el maldito enmascarado se quedara en su
lugar, retorciéndose por dentro.
Fantasma permaneció imperturbable, flanqueado por
varios Vigilantes que lo cuidaban, así que esa noche se
salvaría de mi golpe, pero lo anotaría en su lista de cosas
que me debía. Maokko, por su lado, había intentado llegar a
Derek para acariciarlo antes de que yo me acercara. Sin
embargo, Lucius la cogió, desesperado por tener un poco de
esa belleza oriental, puesto que sus ojos rasgados se
notaban un poco debajo del antifaz.
Le guiñé un ojo en señal de que no se preocupara, así que
terminó por acariciar el rostro de Lucius con sensualidad.
—Mierda, cariño. ¿Tienes idea de la follada que acabas de
darnos con ese baile? —inquirió Derek con voz sensual
cuando estuve frente a él.
«Va a gustarte».
«Eso es, te lo dije».
«Me vuelven loco esos soniditos que haces».
Sentí un leve temblor en el cuerpo cuando los recuerdos
se activaron en mi cabeza al escuchar de nuevo su tono
oscuro. Y sus ojos azules consiguieron que mi respiración se
volviera pesada, pero no estaba allí por ser débil, eso me
repetí una y otra vez. Así que hice leves movimientos de un
lado al otro con el cuello y planté una sonrisa lobuna en mi
rostro. Enseguida de eso, me incliné para llegar a su oído,
pues seguía sentado en el sofá individual, y le susurré
mientras notaba a Sombra y a Darius pendientes de mí.
—Espero que todavía no estés dispuesto a parar, porque
no soy una mujer de un solo polvo —dije, tratando de que
esas palabras pudieran leerse en mis labios y luego le mordí
el lóbulo de la oreja a ese infeliz.
—Joder —murmuró por lo bajo y se acomodó la erección.
Puta madre.
No sabía ni cómo conseguía mantener esa actitud de
perra con todo lo que ese malnacido me provocaba, pero
deduje que se trataba a que como Maokko dijo: ya no era la
chica que estuvo en sus garras años atrás.
«Eras la perra que los haría comer mierda».
De soslayo, noté a Darius y a Sombra tensarse cuando
cogí la mano de Derek mientras movía las caderas, y la
arrastré por mi abdomen, justo donde tenía la cicatriz que él
mismo me hizo, pero que no podía ver porque las mallas la
disimulaban. Lía llegó a su chico y le susurró algo en el oído.
Este negó y trató de ignorarla, pero aun así dejó que ella lo
sentara en uno de los sofás y que se acomodara en sus
piernas.
Darius tensó la mandíbula al percatarse de que Derek
tomó la iniciativa para tocarme con la otra mano, que lo
hiciera por su cuenta me hizo parpadear y sacudir un poco
la cabeza para echar los recuerdos de sus manos sobre mí
en aquella jaula, de mi respiración aterrada mientras le
decía que no, y de la desesperación porque mi cuerpo
gritaba que sí. El sudor frío comenzó a formarse en mi nuca
y el temblor aumentó, por lo que agradecí que él me hiciera
dar la vuelta para que mi trasero quedara frente a su cara.
Hice movimientos que parecían como si estuviera
montándolo, rodando las caderas, descendiendo un poco,
follándolo sin quitarle la ropa; pero la agonía se hizo más
palpable en mi rostro y Maokko lo notó. Ella ya tenía a
Lucius dócil, moviéndose también sobre él y no dudó en
acercarse, intentando apartarme sin tocarme, pero Derek
negó al ver su intención.
—Mantente en tu puto lugar, linda. Y no me jodas este
momento —gruñó.
Isamu distrajo a Samuel para que no obligara a mi amiga
a retroceder.
—Solo quería disfrutar junto a ella —se excusó Maokko,
acariciando con sutileza su mano.
Pude respirar un poco más tranquila porque sabía que con
eso sería suficiente para drogarlo, pues la droga entraba por
los poros. Maokko asintió hacia mí diciéndome con eso que
faltaba poco y exhalé un suspiro, tratando de deshacerme
de las imágenes en mi cabeza.
Me giré para quedar de nuevo frente a frente y le sonreí,
mordiéndome el labio sin dejar de moverme y me coloqué a
horcajadas sobre él, agradeciendo el diseño ancho del sofá
para no limitar a mis caderas en cuanto las rocé sobre su
pelvis al compás de la música. Llevé las manos hacia su
nuca, enterré los dedos en sus hebras cortas y lo miré con
intensidad.
Sombra no fue capaz de presenciar ese momento y a su
conveniencia, optó por enterrar el rostro enmascarado en el
cuello de Lía. Darius, en cambio, tuvo que darnos la espalda
y negó.
—He mentido por ti y también me ha gustado —comencé
a cantar para ese hijo de puta.
Le tomé una mano para que la pusiera en mi culo y sentí
su apretón. Estaba desesperado, su erección crecía cada
vez más con los movimientos de mis caderas y cuando no
sentí más que repulsión, entendí mi necesidad por
torturarme así.
«Querías comprobar si todo lo que sentiste antes fue
real».
Exacto. Y no lo fue.
—Mi corazón se ha vuelto malo —seguí con las estrofas de
aquella canción.
—Jodida mierda. Necesito tenerte desnuda sobre mí —
gruñó él, apretando con ambas manos los cachetes de mi
culo.
Eché la espalda hacia atrás y, apoyando las manos en sus
rodillas, me molí sobre su ingle, viendo su rostro deformarse
por el placer y la ilusión de empotrarme hasta correrse en
mi interior.
Lo tenía en mis manos: drogado y a mi merced.
—La broma eres tú. La broma eres tú —canté,
liberándome tanto, que lo cogí del rostro y mordí su labio
inferior con fuerza.
«Ya no volverás a ponerme una mano encima sin mi
permiso», grité en mi cabeza cuando él gimió de placer. Me
aparté antes de que consiguiera besarme.
—Me recuerdas a ella —dijo de pronto y lo miré—. A la
dueña de los tormentos en mis pesadillas. —Rio tras aceptar
eso—. Aunque a ella no la tuve como te tengo a ti.
Lamió mi cuello de la misma manera que lo hizo aquella
vez. Mi corazón se aceleró cuando la ira me embargó.
—¿Se negó a sus encantos? —inquirí, fingiendo ser
respetuosa y sonrió con cinismo.
—Lo intentó —aclaró y tragué con dificultad por la bola de
ira obstruyendo mi garganta. Él parpadeó con pesadez. La
droga de Maokko había comenzado a hacer efecto—, pero te
juro que terminó disfrutándolo —se mofó con orgullo y sentí
que la furia me hizo hervir la sangre—. Con un poco de
ayuda, claro.
Esa fue suficiente señal para mí.
Volví a llevar las manos a su nuca, entrelacé los dedos y
activé las agujas. Antes de clavarle la primera, moví las
caderas hacia adelante y gruñó, pero mi acción lo distrajo.
Cuando quiso averiguar qué había pasado, lo cogí del cuello
sin presionar aún la otra, haciendo que echara la cabeza
hacia atrás y que me mirara a los ojos.
—¿Sabes qué voy a disfrutar más? —le dije y gimió de
dolor en el momento que le clavé la otra aguja. Abrió los
ojos con asombro y le sonreí de lado, con maldad y frialdad
en cuanto me reconoció—. Cuando yo también te haga
disfrutar a ti.
—¡Maldición! —espetó. Estaba comenzando a sentir el
efecto del veneno.
—Te vas a negar al principio, cariño —susurré y le lamí
desde la barbilla hasta terminar en la punta de su nariz—,
pero te encantará luego.
—Tú... —intentó hablar, mas no pudo cuando el ardor y el
dolor le recorrieron el cuerpo.
—Sí, yo. La maldita reina Grigori, hijo de puta —susurré en
su oído y gimió desesperado—. He vuelto para hacerte
pagar lo que nos hiciste, así que toma esto como el principio
de tu fin.
Como pudo, me sacó de encima suyo. Gritó aterrado,
tirándose al suelo, y fingí estupefacción cuando Samuel
llegó para saber qué le pasaba.
—Derek, ¿qué sucede? —preguntó afligido e intentó
tocarlo.
El maldito gusano se retorció y gritó. Cada toque serviría
para aumentar su sufrimiento. El veneno funcionaba como
fuego interior que incendiaba cada terminación nerviosa.
Dolía, escocía, desgarraba.
—¡Dios mío! Debe ser un ataque cardiaco —dije
mostrándome aterrada.
Isamu me tomó de un brazo para apartarme en el
momento que la mayoría de los hombres se acercaron para
auxiliarlo. Lucius estaba más estúpido que antes y no se dio
cuenta de nada, pero sus guardaespaldas lo rodearon junto
a Maokko. A Fantasma lo sacaron enseguida.
—Distrae a esas ratas —le pedí a Isamu sin mirarlo y él
entendió que me refería a Lucius.
—Protejan a la chica y busquen ayuda —espetó para los
guardaespaldas.
Tres le obedecieron para rodear a Lía (quien no supe en
qué momento dejó de marcar su territorio con Sombra), dos
más llegaron para ver qué podían hacer con Derek. Vi a
Darius que también se encontraba al lado de la chica para
distraerla, y cuando Samuel se puso de pie, desesperado
por buscar ayuda para su jefe, Maokko lo interceptó,
fingiendo miedo, tocándolo y suplicándole que la sacara de
ahí.
Isamu asintió para mí a lo lejos, animándome a hacer lo
que quería. Él se estaba comportando como uno de ellos y,
al parecer, ya se había ganado la confianza de la mayoría.
Desde que pasó lo de Caron, avisó que evitaría contactarnos
porque estaba seguro de que las alertas se activarían
dentro de los Vigilantes, por lo que tenía que fingir mejor. Y
estaba dando resultados que se mezclara de esa manera.
Negué con la cabeza y reí con burla al ver a Lucius
indefenso. Seguía sin enterarse de lo que pasaba a su
alrededor. Derek no dejaba de gritar y retorcerse de dolor,
pero nadie sospechaba de nosotras, ya que el imbécil no
podía hablar.
—¡Ah! —gritó Lucius, a pesar de la estupidez en la que lo
sumió la droga, en el momento que lo tomé de la muñeca y
presioné una vez el anillo.
—Uno por mi madre —dije y lo tomé de la barbilla para
que me viera a los ojos. Comenzó a gemir y a respirar
apresurado—. Otro por mi padre —añadí.
El regocijo que me embargó debió haberme asustado,
pero pasó todo lo contrario.
—Pequeña puta —balbuceó Lucius al reconocerme y
sonreí.
—Te prometo que cuando llegue tu hora, vas a saber que
no soy pequeña ni puta.
—Es suficiente.
Sombra me tomó del brazo tras decir eso y me apartó de
Lucius, haciéndome caminar lejos del privado.
—Ahora sí te acercas, cobarde —me burlé y no dijo nada.
Vi a Isamu queriendo sacar a Lía del lugar, siendo
apoyado por Marcus. Maokko llevaba a Samuel del brazo,
fingiendo que él la arrastraba a ella. Y Darius nos siguió,
dejando a sus hombres para crear la cortina de humo que
nos permitiría desaparecer antes de que se dieran cuenta
de quienes éramos.
—Sácalas de aquí, hijo de puta —le exigió Sombra a
Darius.
Me zafé de su agarre cuando llegamos detrás del telón
que nos llevaría a los camerinos.
—Es lo que pretendo. Tú ve a encargarte de Lía —ordenó
Darius a Sombra y, en ese momento, no supe quién
mandaba a quien.
—Sí, ve. Tú sabes cómo —ironicé.
Sombra se había adelantado un par de pasos, pero al
escucharme se giró, haciendo que me detuviera. Ya
habíamos entrado al pasillo del camerino y Samuel se reía
al escucharnos, como si le estuviéramos contando chistes.
El agarre de Maokko en él cada vez lo ponía peor.
—Has conseguido lo que querías, ahora vete de aquí,
ponte a salvo y prepárate, porque tú y yo aclararemos
muchas cosas pronto —aseveró.
—¿Ya lo lograste? ¿O piensas terminar el trabajo para
conseguirlo? —satiricé y me miró sin entender—. La libertad
que ella te prometió.
De soslayo, vi a Maokko tomar el móvil de Samuel y
desde ahí llamó al número desechable de Caleb para
avisarle que pronto saldríamos de ese maldito club. Darius
únicamente nos indicaría el camino hacia la salida, ya que
no podía irse con nosotras sin que pareciera sospechoso.
—No, pero espero conseguirlo pronto —soltó con toda la
intención de comprobar si eso me molestaba.
—Suerte entonces —repliqué y comencé a caminar de
nuevo, pasando por su lado, pero una vez más el imbécil me
detuvo.
—Deja de seguir provocándome, porque no sabes en el
tipo de mierda que me estás metiendo.
Me mordí la lengua para callar todo lo que quería decirle y
me soltó dándose por vencido. Continué mi camino y lo
escuché maldecir detrás de mí.
—Joder, tenemos que escondernos —avisó Darius. Estaba
viendo su móvil, así que imaginé que uno de sus hombres le
dio algún aviso por medio de él.
—¿Qué pasa? —quiso saber Sombra.
—Lía viene hacia acá —respondió Darius.
—Mierda. Esos imbéciles no sirven para nada —se quejó
Sombra e imaginé que se estaba refiriendo a Isamu y
Marcus.
—Escóndanse ustedes, nosotros podemos fingir que
vamos hacia el camerino —les dije.
—Quédate con ellas y dile a Lía que tú te estás
encargando de lo que esta mierda no pudo hacer —siseó
Sombra refiriéndose a Samuel.
—Bien, continuemos —animó Darius y vi a Sombra
meterse en una de las puertas de ese pasillo.
Segundos después, escuchamos el sonido de unos
tacones. Maokko le susurró algo a Samuel e intuí que le
estaba indicando cómo debía comportarse y este asintió.
Darius me tomó del brazo con un poco más de fuerza de la
necesaria, mostrándose como si estuviera molesto,
fingiendo que era él el que nos escoltaba hasta el camerino.
—¿A dónde crees que las llevas? —espetó Lía al vernos.
La tipa iba furiosa, desesperada y mirando hacia todos
lados como si estuviera buscando a alguien.
«Posiblemente al tipo que acababa de esconderse».
Traté de no sonreír ante la burla de mi conciencia.
—Al camerino. Ellas no tienen por qué estar en medio de
toda esa mierda —respondió Darius.
—¿Por qué las estás escoltando tú, si para eso estás
Samuel? —lo encaró ella.
—¿Acaso no te das cuenta de que este imbécil ha fallado
en su misión? —señaló Darius con ironía.
—Asegúrate de que no salgan por ningún motivo. Nadie
se irá de este club hasta que no aclaremos lo que ha pasado
—ordenó ella y supuse que le daba más importancia a
encontrar a Sombra, que a la actitud extraña de Samuel.
—Espero que el hombre de confianza de Derek sepa hacer
siquiera esto —aseveró Darius, dándole a entender que
sería Samuel quien se encargaría de no dejarnos salir.
«Una buena jugada de su parte».
Claro. La idea era que Samuel fuera el único implicado en
ayudarnos a entrar a Karma.
Tratamos de seguir nuestro camino, pero cuando nos
dimos la vuelta, sentí la mano de Lía tomándome el brazo
con más fuerza de la necesaria, con toda la intención de
lastimarme. Me alejó de Darius y la miré por sobre mi
hombro. Ella alzó la barbilla.
—No creas que soy imbécil, te cruzaste en mi camino y
me jodiste los planes. Y sé que no es casualidad que hayas
estado en ese privado justo cuando dos de nuestros jefes
han sufrido un ataque del que no sabemos de qué se trata
—farfulló mirándome a los ojos—. Así que espero no volver a
verte, porque si lo hago, no seré tan amable.
Sonreí, no quería perder el tiempo, pero mis ánimos no
estaban para soportar a ninguna tipa que creía que estaba
por encima de mí.
—¿Tanto te jode que te haya interrumpido en medio del
polvo con tu novio? —inquirí con malicia—. ¿O es el hecho
de que aun estando encima de él, siguió viéndome a mí?
—No seas estúpida —me dijo riendo—. Lo que me jode es
que una puta se crea más que yo.
—Ya, Lía. Déjanos seguir y mejor ve a ver que atiendan
pronto a tus jefes —recomendó Darius, ironizando lo último
y eso me sorprendió, pero no era momento para indagar
sobre ello.
—Quítame las manos de encima —le ordené a la tipa.
Me había hartado de seguir actuando como una chica a la
que le daban órdenes. Noté detrás de ella cuando Sombra
salió de donde se había metido e imaginé que fingiría que
llegó para buscarla. Aunque una vez más comenzó a negar
con la cabeza, pidiéndome de esa manera que dejara de
hacer locuras.
—Aprende tu lugar, maldita zorra —escupió Lía con odio.
Noté que tomó una posición de combate y eso me hizo
pensar en que no solo era una cara inocente llena de
oscuridad, sino que también sabía defenderse y estaba
dispuesta a lastimarme, incluso cuando suponía que yo no
iba a protegerme. De hecho, creo que imaginaba que Darius
tampoco me defendería.
—Porque sé mi lugar es que te ordeno que no te metas
conmigo —repuse displicente.
—Cuidado —pidió Maokko.
Sabía a qué se refería, pero no me importó y me arranqué
el antifaz exponiéndome ante esa chica. Sus ojos se
abrieron con asombro al verme y sonreí de lado
comprendiendo que ella me conocía.
—¡Maldita hija de puta! —exclamó con odio. Le sonreí con
cinismo y vi la ira que la embargó.
—Ves que tú también sabes mi lugar —solté con
arrogancia.
—¿Quién te ayudó a entrar aquí? —exigió saber.
—Ya ves, conozco este juego y lo he hecho mío —le
respondí con las mismas palabras que Fantasma me
contestó a mí el día de su llamada—. Ahora déjanos seguir
nuestro camino y dile a tus jefes que solo vine a hacer
personalmente mi movimiento, pero que no crean que hasta
aquí llegaré, ya que todavía falta que les dé la estocada
final.
—Atrápala —ordenó para Darius.
Él se acercó fingiendo que cumpliría su orden y me agarró
de ambos brazos, pero lo hizo sin impedir que yo hiciera mi
movimiento. Como toda una cobarde, Lía se preparó para
golpearme al verme indefensa y, justo cuando alzó el puño,
la tomé de la muñeca presionando la aguja en ella.
Gritó, intentando zafarse de mi agarre, pero para ese
momento Maokko ya había llegado detrás de ella, y Samuel
alzó una pistola apuntándole a Darius, algo que me asustó,
aunque confié en que mi amiga le hubiera dado algún tipo
de indicación.
—Esto solo ha sido un juego de niñas aburridas —le
susurré a Lía, y con Maokko tuvimos la amabilidad de
sostenerla en el momento que el veneno comenzó a hacer
su efecto, y gimió—. La próxima vez que te cruces en mi
camino, no correrás con tanta suerte —advertí—. Esto es
nada en comparación a lo que tengo preparado para los
tipos a los cuales les lames las bolas —escupí, pero ya no la
veía a ella.
«Veías al Chico oscuro que te observaba sorprendido».
Exacto.
—Maldita… ¡Ah! —gritó—. Grigori de mierda —escupió
con dificultad y mucho odio. Noté el miedo en los ojos de
Sombra al imaginar que seguiría inyectando el veneno en su
novia, y estuve tentada a hacerlo, pero ella no se lo
merecía, solo era una simple seguidora de los Vigilantes.
Maokko puso la mano sobre la boca y nariz de ella. Lía se
retorcía del dolor, aunque pronto quedó desmayada al
aspirar la droga del guante. Dirigí mi mirada a Sombra y no
supe descifrar lo que vi en sus ojos.
—¡Me cago en tu puta, Maroko! —exclamó Darius para mi
amiga y, si hubiéramos estado en otra situación, creo que
me habría reído porque siguiera diciendo su nombre de
manera equivocada—. Dime, por favor que esa arma no
tiene balas —pidió.
—Debería de haberle dejado una y pedirle a este imbécil
que te disparara por no aprenderte mi nombre —respondió
la asiática y Darius rio.
—Ya, imbécil, baja esa arma —le ordenó Darius a Samuel
y el tipo lo hizo de inmediato—. Y ustedes salgan ya de aquí,
por favor. Sigan recto, al final encontrarán la salida —indicó
poniendo unas llaves en mis manos—. Y, Bella —me llamó
en cuanto comencé a caminar. Lo miré por sobre mi hombro
—, dale un buen merecido —pidió mirando a Samuel.
—Cuenta con ello —prometí.
—Tengo a mi gente monitoreando las cámaras de
seguridad, así que me encargaré de borrar cualquier rastro
de cómo saliste o quiénes te ayudamos. Te veré pronto —se
despidió y asentí.
Seguimos nuestro camino, dejando los bolsos atrás, ya
que en ellos no teníamos nada por donde pudieran
rastrearnos. Maokko tomó de la mano a Samuel y este nos
siguió sin poner resistencia. Abrí la puerta y animé a mi
amiga a que saliera, y justo cuando yo lo iba a hacer, la voz
de Sombra me detuvo.
—¡¿Por qué?! —Lo miré sin saber qué decir. Darius, a lo
lejos, llevaba a Lía en sus brazos—. Hicieron falta dos. ¿Por
qué no los diste?
—Porque no me importas como para ser posesiva contigo
y deshacerme de las tipas a las que follas —respondí al
comprender su pregunta y le sonreí gélida.
—Salgan de aquí ya —gritó Marcus llegando de pronto al
pasillo.
—Sombra —lo llamé yo en ese momento—. Si me
importaras y fuera posesiva, tampoco la mataría a ella. Te
mataría a ti por dejarte tocar.
La sorpresa surcó su rostro y eso me gustó mucho. Y dado
el mensaje, me di la vuelta y continué mi camino.
Había hecho mi movimiento y di más golpes de los que
planeé.

Cuando llegamos al almacén, lo primero que Caleb hizo


fue comunicarse con Tess para advertirles que debían estar
atentos a cualquier ataque de los Vigilantes, aunque fuera
poco probable que respondieran pronto, pues el jefe estaba
fuera de juego, el mayor de sus lamebotas también. Sombra
seguía sin obtener su libertad, y no creía que Fantasma se
dejara cegar por la estupidez como para actuar sin antes
estudiar sus pro y contras.
—¡Solo mantente alerta y no hagas más putas preguntas!
—intervine en el momento que la pelirroja exigió más
información, desesperada porque Caleb no estaba dispuesto
a decirle nada más.
—¡¿Qué mierda hiciste, Isabella?! —respondió de la
misma forma que le hablé.
—Comenzar con una venganza que le debo a Elsa y me
debo a mí —farfullé y se quedó en silencio. No la incluí y,
por supuesto, que ella entendió la razón.
—¿Les hiciste saber que eras tú? —cuestionó cuando
recuperó el valor.
—Por supuesto que lo hice —afirmé y la escuché suspirar.
—Ten cuidado —pidió y cortó la llamada.
Caleb se había reído de mi cara porque me quedé
mirando el móvil, incrédula por la acción y la actitud de
Tess.
Luego hizo un gesto con la cabeza, pidiéndome que
fuéramos a donde teníamos a Samuel, proponiéndome en el
camino algunas canciones que sugirió que usara en el
momento que Maokko comenzara a grabar lo que sucedería,
ya que les enviaría una prueba a mis adversarios de lo que
les pasaría a ellos en cuanto fuera su turno.
—Cuando te pones en este plan, das miedo.
—Tú propusiste esa canción, yo solo actuaré acorde a ella
—le dije a Caleb y sonrió.
Ya Maokko le había inyectado un estimulante a Samuel
para que estuviera lúcido, pues no me serviría de nada si
seguía en su mundo de fantasía. Caleb lo colocó en una silla
de metal (a lado de la mesa con el regulador de voltaje), lo
sujetó con alambre, le arrancó la camisa y lo dejó con los
pies descalzos sobre el suelo mojado, manteniéndolo con la
bolsa de tela que le puso en la cabeza, cosa que señalé que
estaba demás, pues el tipo no tendría oportunidad de
decirle a nadie a dónde lo habíamos llevado.
Y siendo justos, Samuel estaba más cómodo de lo que yo
estuve en el pasado, pero eso no me importaba, ya que él
únicamente me serviría de mensaje. Con el único que me
luciría en serio sería con Derek.
Elegí una canción instrumental en la que de fondo se
escuchaban los pasos de un monstruo junto a sus gorjeos,
acompañado de los tarareos de unos niños. Muy terrorífica,
pero también excelente para dejarles claro a esos hijos de
puta que así esto fuera una venganza por lo que me
hicieron, también me encargaría de hacerle justicia a todos
los pequeños que no pude salvar antes.
—Ronin, tápate los ojos —exigió el rubio para nuestro
compañero y rodé los míos.
—Preocúpate por no quedarte tú en ropa interior frente a
mí —recomendó Ronin y mis ojos se desorbitaron. Aunque
contuve la risa al ver la reacción de Caleb cuando entendió
la razón de lo que dijo nuestro compañero—. Con todo
respeto para ti, jefa —añadió.
—Ya sabía que por algo no me soportabas, Ron —apostilló
Maokko usando su idioma y el de Ronin—. Sentías celos de
mí por estar con este idiota.
Solté una carcajada porque Caleb palideció al confirmar
que él era más del tipo para Ronin que yo.
El rubio había pretendido que Ronin no me mirara porque
seguía con la misma lencería que usé para bailar en Karma.
Solo me quité la peluca y las lentillas, además de cortar la
parte de la cintura de las mallas para que mi cicatriz
quedara a la vista de todos. Cogí mi katana viendo a
Maokko activar la cámara para iniciar la grabación y asentí
hacia Ronin porque él reproduciría la canción desde una
laptop conectada a la cámara.
Samuel jadeó en el instante que Caleb le sacó la bolsa de
la cabeza con brusquedad. Maokko se mantendría solo
enfocándome a mí y al tipo. Él lucía más lúcido y, en cuanto
sus ojos se acostumbraron a la luz de la bodega, en lo
primero que se fijó fue en mis piernas, subió la mirada poco
a poco hasta que abrió más los párpados con asombro,
dilatando sus pupilas justo cuando se detuvo en mi marca.
Descansé la katana sobre mi hombro y ladeé la cabeza.
—Atrévete a verme a la cara, cosita —pedí y noté el leve
temblor en su cuerpo. El tarareo de los niños en aquella
canción se volvió maquiavélico y me provocó sonreír igual,
sobre todo en el instante que Samuel me obedeció—. Te
acuerdas de mí, ¿cierto? —Él asintió un poco frenético—.
Soy la mejor puta de la noche —satiricé y tragó con
dificultad—. ¿Recuerdas mi promesa? —añadí y se quedó en
silencio.
Se sacudió con desesperación intentando huir.
—¡Jesucristo! Espero que ustedes no vayan a actuar así,
eh —exclamé con tono amable hacia la cámara.
—¡No me hagas daño, por favor! ¡Por favor! ¡Yo solo
obedecí órdenes! —comenzó a suplicar y miré de nuevo
hacia la cámara, haciendo un gesto de incredulidad y
sorpresa y, tras eso, reí.
—Tampoco vayan a rogar así. Al menos no tan pronto —
recomendé.
—¡Te lo imploro! —rogó Samuel y tomé una jarra plástica
que Caleb dejó llena de queroseno sobre la mesa del
regulador de voltaje.
Jadeó en cuanto lo derramé en su rostro y pecho, y
comenzó a toser y a estornudar, dando arcadas a la vez
porque tragó un poco del producto y, de seguro, también lo
inhaló.
—¿Recuerdas mi promesa? —volví a preguntarle en
cuanto dejó de dar alaridos por el ardor que le provocó el
queroseno en la nariz y garganta, y asintió—. Repítela —
exigí mientras Caleb comenzó a conectar las pinzas en
puntos específicos de la silla.
Giré la perilla del regulador para darle una fuerte
descarga al no obtener respuesta. Apretó los dientes y gimió
con intensidad, sacudiéndose en la silla.
—Repítela, porque no me siento orgullosa de lo que hago,
pero tampoco pararé —advertí.
Aunque creo que la sonrisa en mi cara hacía imposible de
creer que no estaba orgullosa.
—Pe-pediste que rogara para que... murieras —comenzó a
balbucear cuando se recuperó un poco de la descarga—,
por-porque no olvidarías mi rostro.
Exhalé un suspiro.
—Y por lo visto eres ateo —dije con voz casina y
lastimera.
Volví a girar la perilla y Samuel soltó un gemido más
intenso, tensándose, mordiéndose la lengua, meándose
encima, lo que me hizo negar decepcionada.
—¡Dios mío! Debí traerme a la pequeña zorra de Lía en tu
lugar —me quejé, consciente de que ella también vería esa
grabación—. Creo que ella habría durado más antes de
mearse encima. ¡Carajo! Recuerdo que yo aguanté más,
¿cierto, Derek? —inquirí hacia la cámara—. Le has aflojado
los esfínteres a tu puta —lo regañé.
Maokko comenzó a reírse, Ronin y Caleb la imitaron.
—Ahora entiendo por qué se refirieron a ti como la reina
oscura —comentó Caleb al recordar lo que pasó en Mónaco.
—¿Reina oscura? —chillé indignada—. ¡Maldición, no! Soy
la reina Grigori de mierda —celebré con júbilo.
—Eres mi perra —alabó Maokko.
—Diles quién soy, Samy —alenté a Samuel y negó, pero
cuando vio mi intención de girar la perilla de nuevo, habló.
—Eres la reina Grigori.
—Ah, ah, dilo bien. Así como a tu jefe le gusta llamarme
—exhorté.
Giré la perilla porque calló, pero esa vez la descarga no
fue fuerte, solo un incentivo para que hablara, aunque lo
hizo gritar hasta el punto de desgarrar su garganta.
—Eres la reina Grigori de mierda —se apresuró a decir
cuando dejé de electrocutarlo.
Sonreí de la manera más psicópata, fría y siniestra. Y sin
dejar de mirar a la cámara, volví a girar la perilla a todo lo
que daba el regulador, y cuando la silla y los alambres
soltaron chispas, supe que el pobre Samuel había dejado de
sufrir.
—Y he aquí a la reina en la que ustedes me convirtieron —
declaré, acercándome a Samuel. Las botas tenían suelas de
goma, pero aun así mantuve una distancia prudente—. Soy
esa chica a la que vapulearon sin razón alguna hasta
conseguir que mi corazón se volviera malo. Me destruyeron,
me arrebataron todo, me hicieron sangrar —acepté sin
sentirme derrotada—. Encendiste un fosforo en mí y me
quemaste en un suspiro, Derek. —Exhalé y luego sonreí—.
Sin contar con que no me destruirías, sino que me
convertirías en un jodido huracán. ¿Y sabes quién está en el
ojo de él? —Solté una carcajada—. Sí, tú. —Señalé la
cámara—. Y tú, Lucius. —Extendí una mano sobre la cabeza
de Samuel—. Pero, sobre todo, estás tú, Fantasma. —
Coloqué el filo de la katana en mi palma y volví a mirar a la
cámara—. Juro por mi sangre que voy a cazarlos —formulé
cortándome—. Los explotaré, los volveré locos hasta que
clamen la muerte y, cuando ella los encuentre —Apreté la
mano para que la sangre cayera sobre el rostro de Samuel
—, la haré huir para que siempre estén a mi merced. Y si
falto a mi promesa, tienen el derecho a cobrármela con
sangre de mi sangre —finalicé.
Y enseguida de eso, Caleb lanzó un mechero encendido
sobre el cuerpo de Samuel, sellando mi promesa.
Capítulo 25
Newport Beach

Me había convertido en una mujer de dos caras. Y


mientras el lado bueno se lo mostraba únicamente a dos
personas, el malo estaba comenzando a ser la parte más
real de mi personalidad y no una actuación. Y por
momentos, me daba miedo que se volviera único. Pero ni
aun así me detendría. No importaban el desgaste ni el
cansancio mental con el que terminaba luego de hacer
cosas como las que le hice a Samuel.
No pararía hasta cumplir mi juramento.
«Y menos cuando diste el derecho de que te lo cobraran
con sangre de tu sangre».
Cuando me fui del almacén de Perseo, las palabras que
una vez me dijo Elijah llegaron a mi cabeza: a veces los
buenos teníamos que hacer cosas que parecían malas para
que los malos cayeran. Y la presión que se instaló en mi
pecho al darme cuenta de que era posible que yo no
estuviera actuando, casi me dejó sin poder respirar.
—¿Crees que todo valdrá la pena al final? —pregunté.
Sentí la mirada de Maokko sobre mí mientras Max y Dom
nos llevaban al hotel. Tuve la necesidad de escuchar su
respuesta porque mi vida se había vuelto tan incierta con
cada nueva agonía que se presentaba en mi día a día, que
alejé a todos de mí para no embarrarlos con la mierda que
subía poco a poco a mi alrededor. Y eso me llevó a pensar
que quizá me estaba equivocando.
Que me estaba perdiendo lo mejor de mi vida por
empeñarme en conseguir justicia y venganza.
—Si conseguir venganza te da la paz que necesita tu alma
para que sigas adelante y te entregues totalmente a los
tuyos, entonces sí, valdrá la pena —aseguró y sabía que en
ese momento no hablaba como la compañera a la que le
encantaba derramar sangre. Era mi amiga—. Vivir con
miedo a que tus enemigos pongan sus manos en el tesoro
que más cuidas, no es vivir. Así que, si eliminarlos te
devolverá esa paz, entonces no te detengas.
—No quiero manchar más mis manos y que un día se
enteren de todo lo que hice y tengan miedo de mí —acepté
por primera vez en voz alta.
—Entonces guíame y yo me las mancharé por ti —propuso
segura y la miré—. Desconozco la magnitud de todo lo que
te tocó vivir, Isabella. Pero sé que no fue fácil, y que eres
esa loba a la que golpearon en incontables ocasiones para
que ahora muerda y así poder decir que es mala.
No pude decirle nada, solo sonreí de lado y tragué con
dificultad para no soltar las lágrimas.
«Perdiste amigos, Colega, pero encontraste hermanos».
Hermanos del alma.

El domingo al mediodía me encontraba en el jet,


esperando a que Elliot terminara de hablar con el capitán
para despegar enseguida hacia California. Él, Max, Dom y
Ronin eran los únicos que me acompañarían. Caleb y
Maokko se quedarían en Richmond como mis ojos y oídos en
mi ausencia, aparte de Salike, quien ocuparía mi lugar en
ciertas cosas para despistar a nuestros enemigos.
Elliot ya había organizado una reunión con mi abogado y
contador, con los Grigoris californianos, además de la que
pactamos con Perseo y Bartholome, por lo que mi estadía
en mi ciudad natal se extendería más días de los que tenía
provistos.
En el transcurso del sábado, tanto en el día como la
noche, estuve recibiendo llamadas de Sombra, las cuales
ignoré, ya que no tenía cabeza para discutir con él. Darius,
por su lado, no se comunicó conmigo, pero me sentí
tranquila porque Isamu consiguió hacernos llegar un
mensaje con Cameron, asegurando que todo había salido
como me lo propuse y que de momento se encontraban a
salvo: él y los aliados que estuvieron presentes en ese
golpe.
Al principio, no habíamos querido que ni Cam ni Isamu
supieran el uno del otro, pero tras analizarlo mejor,
decidimos ponerlos al tanto de que ambos eran nuestros
espías y me felicité por la decisión, puesto que mientras
Isamu estuviera limitado con la comunicación, Cameron no
y le sacaríamos ventaja.
—Sigues vivo —saludé con sarcasmo a Darius cuando
acepté su llamada.
—Cariño, me da esperanzas escucharte tan aliviada al
comprobarlo —se burló y reí—. Pensé que correría la misma
suerte de Sombra, para ser sincero —añadió.
—Considérate afortunado —recomendé sabiendo que se
refería a que le respondí la llamada y lo escuché reír.
Tras eso, respiró hondo y calló por unos segundos.
—Lograste tu objetivo, Bella —soltó y supe de lo que
hablaba—. Tu mensaje para Lucius, Derek y Fantasma llegó
ayer y estuvimos presentes cuando lo reprodujeron. —
Supuse que con el plural se refería a él y a Sombra—. Un
médico les administró un calmante que solo mermará un
poco el efecto del veneno mientras les hacen llegar el
antídoto para eliminarlo de su sistema.
—Así que lo conseguirán —murmuré en tono travieso.
Me alegraba que lo hicieran, ya que no quería que
murieran sin antes recibir lo que merecían.
—Sí, aunque verte haciéndoles esa promesa les eliminó el
calmante y se retorcieron más del dolor. —Solté una
carcajada satisfecha.
—¿Y la pequeña perra cómo está? —inquirí—. ¿No tuviste
problemas con ella?
—Fuiste amable al no administrarle mucho veneno, así
que el calmante funcionó mejor en ella. Y digamos que
ahora me tiene entre ceja y ceja, pero puedo con ello.
—¿Seguro?
—¿Es preocupación por mí la que escucho en tu voz?
—Por ti no, pero sí por mis planes. Has resultado ser un
buen elemento en mi equipo.
—¡Mierda! Debo estar imbécil para sentirme halagado
cuando dejas claro que solo me estás usando —se quejó y
sonreí esa vez, sabiendo que no me vería—. Pero bueno,
dejemos eso de lado. Ahora lo importante es que te protejas
más, Bella, porque les has declarado la guerra y piensan
irse con todo detrás de ti. Fantasma, sobre todo.
—No les declaré nada, Darius. Simplemente les respondí,
a Fantasma, sobre todo —devolví yo—. Y no te preocupes
por mí, ya que no he hecho ningún movimiento a lo
estúpido. He estudiado demasiado mi plan y he hecho mis
propias estrategias, así que en su campo o en el mío, los
estaré esperando —aseveré, teniendo en cuenta que ellos
lograron infiltrar un espía dentro de Grigori.
—No olvides que cuentas conmigo.
—Gracias por eso —murmuré.
—¿Estás bien? —quiso saber de pronto y no respondí—. Te
escucho agotada y eso me preocupa. —Exhalé un suspiro—.
Si es por Samuel, hiciste lo que debías y créeme que deseé
que sufriera más, así que fuiste benevolente.
—Él solo siguió órdenes, Darius. Así que no dudes ni por
un momento que cuando tenga a tus jefes en mis manos,
me pondré muy creativa.
—¿Puedo ayudarte?
—Si quieres hacerlo, entonces que sea con la verdad.
—¿A qué te refieres?
—Quiero que me digas todo lo que sabes de mí y cómo lo
sabes, porque no creas que paso desapercibido tus
comentarios. Y con poco me dices que me conoces más de
lo que imagino, así que no quiero estar a ciegas contigo —
recalqué.
—Bella, yo… —Se quedó en silencio por varios segundos
—. ¡No soy tu puta celestina! —Fruncí el entrecejo cuando
escuché aquello y comprendí que no hablaba conmigo.
—¡¿Dónde putas estás?! —gruñó Sombra.
De seguro acababa de arrebatarle el móvil a Darius, ya
que este último se escuchaba maldiciendo en el fondo,
discutiendo con Sombra.
—Lejos de ti, eso tenlo por seguro —respondí aburrida—.
Darius me dijo que tu novia está mejor, así que espero que
la mimes como se debe.
Bufó como respuesta inmediata y apreté los labios
tratando de no reír.
—Hora de irnos, cariño —avisó Elliot con efusividad y
tomó asiento frente a mí.
«Al fin», musité para que me leyera los labios.
—Dime que esto es una maldita broma, Isabella —pidió
Sombra tajante e imaginé que escuchó a Elliot.
—Es una broma —concedí.
Una auxiliar de vuelo se acercó al ojiazul para decirle algo
y aproveché que lo distrajera.
—Espero que tengas en cuenta que lo que tú le hiciste a
Samuel, o el final que yo le di a Caron, se verá como una
caricia en comparación a la suerte que correrá ese hijo de
puta si llega a tocarte —amenazó con tono frío y calculador.
Me fue inevitable no reír.
—Oh, cariño, ¿qué parte de daré lo que recibo no te
quedó claro, eh? —susurré, mas no lo dejé responder—.
¿Pero sabes algo? Aunque entre mis piernas se meta quien
yo quiera y no quien tú decides, no usaré a Elliot como te
usé a ti —zanjé—. Simplemente porque a este chico jamás
podría usarlo, me importa demasiado y estoy en un punto
de mi vida en donde si alguien más lo llegara a tocar
después de que yo lo haga, quemaría el maldito mundo y a
quien ose poner sus manos en lo que será solo mío.
—Y es justamente lo que yo haré con lo mío, pequeña
provocadora. Porque te guste o no, eres mía —aclaró con
tanta dulzura, que logró ponerme nerviosa, pues reconocí
que detrás de ese tono se escondía algo más peligroso que
cuando usaba su voz amenazante—. Y te prometo por mi
vida que, si permites que él te toque, lo quemaré vivo frente
a ti. Y si llego a faltar a mi juramento, tienes el derecho de
cobrártelo con mi maldita vida o con mi descendencia.
Por alguna razón, el tarareo de aquellos niños y la melodía
dramática que usé para mi mensaje a los Vigilantes se
reprodujo en mi cabeza mientras escuchaba el juramento de
Sombra y lo imaginaba cortándose la mano para sellarlo con
sangre.
La garganta se me secó, el corazón se me aceleró, y solo
volví a respirar cuando me di cuenta de que él había
cortado la llamada.
—¿Isa, estás bien? —preguntó Elliot sacándome de ese
momento y jadeé—. Nena, estás pálida —añadió
preocupado y se levantó de su asiento para pasarse al que
estaba a mi lado, pidiéndole a la auxiliar que me llevara
agua.
Sacudí la cabeza y traté de controlarme, porque si bien
las palabras de ese maldito enmascarado me afectaron,
sabía que no era ninguna mujer indefensa a la que
doblegarían tan fácil, y menos él.
«Estaba volviendo a tener miedo, Compañera. Y bien
sabes lo que pasó la última vez que lo tuve».
Yo, en cambio, no me dejaría intimidar por nadie.
Luego de que convencí a Elliot de que no me pasaba nada
grave y de que mi reacción se debió a que el estrés me
estaba llevando al borde, le pidió a la auxiliar que le avisara
al capitán que podíamos despegar. Además de eso, me
animó a dormir un rato y el cansancio que tenía era tal, que
incluso con los pensamientos de esa última llamada que
tuve, conseguí dormirme durante medio viaje.
Desperté cuando la última parte del juramento que me
hizo Sombra resonó en mi cabeza como si estuviera a mi
lado, volviendo a recalcarlo. Elliot me tomó de la mano con
vendaje (gracias al corte que me hice con la katana para
sellar mi propio juramento) y me tranquilizó. Ya habíamos
hablado de lo que hice en Karma y de lo que provoqué con
Caron y, por supuesto, tuvimos una discusión porque alegó
que no lo tomé en cuenta. Sin embargo, como se lo aseguré
a él: lo estaba considerando en lo más importante para mí.
Más importante que la venganza y la justicia.
Con algo que, de hecho, no le confiaría a nadie más. Y con
eso fue suficiente para que entendiera cuán importante
seguía siendo él para mí.
—¿Duele? —preguntó observando mi mano y negué con
la cabeza.
—No es nada en comparación a otras cosas —aseguré y
me miró con entendimiento.
El corte en mi mano fue un poco profundo y tardaría unos
días en sanar. Y el vendaje que usaba protegía en realidad
la gasa con la que Maokko aseguró el medicamento que me
colocó.
—Me preocupas —confesó Elliot—. Estás cansada, tensa,
estresada y te la vives mirando sobre tu hombro todo el
tiempo. Como si temieras que alguien te atacará en
cualquier momento —añadió y me quedé en silencio—. Has
perdido la paz, nena.
—Por supuesto que la perdí, Elliot.
—Has dejado de vivir, Isabella —me reprendió—. A ver,
dime, ¿desde hace cuánto no te tomas unas vacaciones
para dedicarte a disfrutar de lo bueno que la vida te dio? —
Alcé una ceja con ironía, porque no lo recordaba.
Cuando me fui a Italia luego de mi encuentro con Sombra
en Tokio, no pude estar en paz, pensando en que en
cualquier momento descubrirían mi ubicación y me
atacarían. Y en ese instante, entendí que Elliot acertó con
eso de que no dejaba de mirar por sobre mi hombro a todo
mi alrededor. Llegó un punto en el que Lee-Ang me
descubrió levantándome hasta diez veces en la noche para
comprobar que las cerraduras no habían sido violadas, que
nadie había irrumpido en la fortaleza que construí para
proteger todo lo que tenía en la vida.
Estaba siendo paranoica o demasiado desconfiada, hasta
el punto de que ya no me quedaba tranquila ni con mi
propia gente rodeándome. Mi ejército personal.
Entonces supe que mi única salida era irme, sola, del país
al que comencé a ver como un hogar. Necesitaba las
misiones y mantenerme en movimiento para no perder el
poco equilibrio que conseguí en esos años. Tuve que
alejarme de todo lo que quería a mi alrededor, hasta que
pasó lo de Myles y fue como una señal de: si quieres paz,
deshazte de lo que te hace vivir en guerra.
—Espero que tu largo silencio sea porque estás contando
la infinidad de veces que has tomado vacaciones. —Sonreí
con timidez y me tomó de la barbilla para que lo mirara a
los ojos—. ¿Cuántas veces has vivido de verdad en todo
este tiempo que estuviste lejos? —cuestionó y mi mirada se
nubló—. ¡Joder, nena! —bufó y me rodeó el cuello con el
brazo para llevarme hacia él.
Comenzó a darme besos en la coronilla y me estremecí de
una manera que estuve a punto de quebrarme, porque Elliot
era el único con la capacidad de hacerme sentir como la
chica de antes. Y a esas alturas de mi vida, después de todo
lo que atravesé, no sabía si me gustaba o me aterraba.
—Vamos a seguir el itinerario que ya llevamos para estos
días en Newport Beach, pero también vas a vivir, Isabella —
aseguró—. Vivirás de verdad y no quiero un no por
respuesta.
—Lo tendrás si me estás dando una orden en este
momento —advertí con una sonrisa que sabía que no llegó a
mis ojos.
—Tengo mis métodos para convencerte —aseguró y me
alejé más de él para mirarlo a la cara—. A diferencia de lo
que los demás piensan, puedo hacer que una chica como tú
me dé muchos sí, aunque haya jurado que solo diría que no.
—Sonreí de verdad esa vez.
—¡Dios! No sé de qué manera tomar eso que acabas de
decir —admití y él rio.
—Tómalo por lo que es, hermosa consentida. —Mi corazón
se detuvo un segundo cuando escuché ese mote.
A mi cabeza llegaron de inmediato los recuerdos de
aquellos días cuando mis padres estaban vivos y creía que
mi vida era normal. Amando a Elliot con la locura
adolescente, dejando que mi mundo girara a su alrededor.
Días en los que mi mayor defecto no era asesinar por
venganza, sino comportarme como una niña mimada a la
cual papá veía como su princesa, mamá como su mejor
amiga y, mi novio, como la chica de sus sueños.
—La confirmación de que en esta semana te haré vivir de
nuevo —siguió Elliot con su respuesta y me sacó de mis
pensamientos.
«No sé tú, pero yo sí quería volver a vivir de verdad,
Colega».
Por qué será que eso no me extrañaba.
«Vamos, no tenía nada de malo que Newport Beach se
convirtiera por una semana en las Vegas».
¿Las Vegas?
«Sí, aplícalo a: lo que pasa en Newport Beach, se queda
en Newport Beach».
Jesús.
—Hice este viaje porque hay muchas cosas que debo
aclarar, Elliot —le recordé.
—Y lo harás, pero el día tiene veinticuatro horas. Así que
usaremos siete para resolver los asuntos pendientes, nueve
para recordar los viejos tiempos y ocho para dormir —
explicó y lo miré divertida por la manera en la que desglosó
nuestro tiempo.
—Ya lo tenías todo planeado, ¿cierto? —Me guiñó un ojo
en respuesta.
—Tanto, que pedí que tuvieran la piscina lista. —Solté una
carcajada por su descaro.
—Doce para resolver los asuntos pendientes, ocho para
recordar viejos tiempos y cuatro para dormir —negocié.
Y contaba con que eso de recordar viejos tiempos solo
incluyera salidas a la playa, clubes, restaurantes o lugares
hermosos para conocer. Aunque la sonrisa que no pudo
ocultar me hizo pensar en que sus planes escondían algo
más oscuro.
«O con perlas».
Joder, maldita arpía.
—Diez para los asuntos pendientes, diez para recordar y
cuatro para dormir —ofreció su contrapropuesta y me tendió
la mano.
Apreté los labios, pero no pude contener la risa.
—Tu propuesta es peligrosa —advertí antes de tomarle la
mano.
—Y somos Grigoris, Isabella. Nacimos con la sed de
peligro en la sangre.
Me mordí el labio y, mientras negaba con la cabeza, tomé
su mano para cerrar el trato. Sus ojos azules se
oscurecieron y su boca se inclinó con una sonrisa lobuna.
«Por fin harías algo que nos hiciera feliz a ambas».
Solo esperaba no estar cometiendo un error.
No hablamos con Elliot y me dediqué a observar por la
ventanilla del jet. Odiaba los viajes en avión, pero valían la
pena por los paisajes que se conseguían desde esa altura.
Estar cerca de las nubes, o sobre ellas, era increíble. Y la
única manera en la que podía fingir rozarlas después de
perder a Elijah, era estar cerca del cielo.

—¿Ves el humo, Bonita?


—Sí.
—Es porque el fuego entre nosotros ya es inevitable.
—¡Dios! Pero no debemos.
—Pero ambos queremos, ¿cierto? Porque yo sí, White.
Quiero mostrarte cómo un demonio puede ser capaz de
llevarte al cielo sin que despegues los pies de la tierra.

Suspiré tan profundo ante ese recuerdo, que mis


pulmones se apretaron y liberaron de una manera dolorosa
y satisfactoria a la vez. Elijah lo había conseguido, incluso
de una manera que a lo mejor no planeó, pues no solo tatuó
sus caricias en mi piel. También se robó mi alma como un
demonio, se adueñó de ella, y cuando se fue, lo que dejó de
mí era un cascarón que ya nadie conseguiría llenar de la
misma manera.
—Sigo viendo el humo, amor —susurré bajo, para que
nadie más me escuchara—. Sigo siendo y siempre seré solo
tuya.
Esa era la diferencia entre pertenecerle a alguien solo en
cuerpo, pues por mucho que me gustara y por mucho que
me hiciera temblar de pasión, jamás dejaría de ser algo
meramente físico. En cambio, quien tenía mi alma y
corazón, me incendiaría las entrañas por el resto de mi vida
solo con un recuerdo.
Y Elijah Pride se aseguró de llevarse con él todo lo que le
perteneció de mí.
Los rayos del sol se filtraban a través de esos bonitos
cúmulos blancos y, al verlos con detenimiento, no pude
evitar compararme con ellos. Las nubes blancas eran lo que
yo aparentaba ser desde la distancia: hermosa, única,
fuerte, sólida y grande, pero quien se acercaba podía
confirmar que eso era solo espejismo, simple neblina, humo
que se evaporaba, del que podía deshacerse con facilidad.
Las nubes negras eran en quien me convertí: peligrosas
desde lejos y letales de cerca, escondiendo rayos, agua y un
huracán que arrasaría con quien fuera, sin importar que no
lo merecieran.
California nos recibió con su clima cálido y delicioso. El sol
parecía ser más brillante y las personas lucían con
bronceados envidiables y ropa de verano. Aterrizamos en un
hangar cerca de casa y, a juzgar por la cantidad de hombres
que nos recibió, deduje que Caleb tuvo que estarle
ayudando a Elliot con mi seguridad, ya que el rubio era el
único que pensaba que diez Grigoris hacían solo uno, así
que pretendía que siempre tuviera un ejército rodeándome.
Dom tomó su lugar como jefe de seguridad estando en mi
ciudad natal y nos llevó directo a la mansión White para que
pudiera descansar del viaje. Tendría una reunión en el
cuartel de la organización hasta el día siguiente, en donde
charlaría a la vez con Robert Hamilton, el padre de Elliot, y
otros de los Grigoris en los cuales papá confió para que le
ayudaran a manejar la sede.
—¡Guau! —exclamé sorprendida en cuanto entré.
Elliot, junto al capitán del barco (que papá le regaló a mi
madre años atrás), quien también se desempeñaba como
administrador de la casa, la habían remodelado un año
atrás, todo por un deseo mío que Myles se encargó de
notificarles. Hubo un momento en el que se me cruzó la
idea de venderla porque no pensaba regresar.
Pero le puse un precio muy alto porque en mi interior no
estaba preparada para deshacerme del único lugar en el
que tenía recuerdos felices.
—¿Te gusta? —preguntó Elliot detrás de mí.
—Mantuviste el estilo de mamá —afirmé.
—Leah siempre tuvo buen gusto, así que debía estar a la
altura.
—¿Seguro que fuiste tú y no tu madre? —inquirí con burla.
La señora Hamilton era una reconocida diseñadora de
interiores, pero sabía que Elliot le heredó parte del gusto,
aunque al final se decantó por las finanzas al igual que su
padre.
—Quiso ayudarme, pero desistió cuando me vio
empecinado a hacer lo que yo quería.
Las paredes eran todas blancas, ya que se remodeló para
vender, no para que yo volviera a habitar en ella. Los pisos
los combinaron entre mármol, cerámica y parqué, sin perder
la elegancia. Sin la decoración pudo haber sido solo una
mansión aburrida, pero Elliot se encargó de poner plantas
enormes por doquier, así como muebles oscuros y cuadros
de arte abstracto, impresionismo, expresionismo,
surrealismo y muchos otros que siempre fueron los favoritos
de mamá.
Al llegar a la sala familiar, me encontré con sofás
enormes, ventanas anchas del piso al techo que daban una
hermosa vista hacia el océano. Sobre la chimenea había un
cuadro familiar que me llenó de nostalgia: éramos papá,
mamá y yo. Ella acariciaba el rostro de su adorado esposo y
él la miraba con ojos llenos de amor y anhelo. Yo estaba
sentada en el medio de ambos, fingiendo asco por la
escena.
Sonreí añorando ese momento.
—Pedí que la pusieran para cuando llegaras. Todas las
fotos familiares se almacenaron —explicó Elliot y asentí.
—Mamá siempre sabía cómo darme una lección por
hacerme la chistosa —reflexioné sin dejar de mirar el
retrato.
—E incluso así no aprendías. —Miré a Elliot con los ojos
entrecerrados cuando dijo eso—. Sabes que no miento y, de
hecho, no entiendo por qué te decantaste por la fotografía
cuando odias ser fotografiada.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra —murmuré.
—¿Recuerdas cómo te enfadaste conmigo porque le
mostré esa foto a Leah? —preguntó de pronto.
Había sido en una navidad, la segunda que él y yo
compartíamos como novios. Mis padres lo querían, así que
siempre lo incluían en nuestra cena. Elliot fue el encargado
de fotografiarnos cuando mamá sacó la cámara, y no creí
que me había captado haciendo ese gesto hasta que se la
mostró a ella. Me enfadé mucho con él porque mi madre
terminó escogiéndola para revelarla en grande y así adornar
el espacio de arriba de la chimenea.
—Ni siquiera salí a despedirte porque me sentí traicionada
—dije entre risas.
Dios. Qué fáciles habían sido esos días. Me enfadaba por
bobadas solo porque me gustaba la atención que él me
daba para reconciliarnos.
—Y con eso me diste la excusa perfecta para colarme en
tu habitación y quitarte el enfado. —Me miró con intensidad.
Estaba recordando a la perfección todo eso—. Se te pasó
muy rápido, ¿recuerdas? —Sentí que mis mejillas se
calentaron y enrojecieron. Odiaba cuando él lograba
ponerme nerviosa
Elliot sonrió con picardía, sabía que me hizo recordar todo
de aquella noche. Acarició mis mejillas con el dedo índice y
se detuvo antes de llegar a mis labios.
—Siempre me encantó que te pusieses así —señaló.
«El ojiazul no sabía la suerte que tenía, ya que después
de su primo, era el único que te estaba haciendo actuar
como una adolescente».
Metida.
Seguí recorriendo la casa y recordando mi tiempo vivido
ahí. Y cuando llegué a mi habitación, amé que también
tuviera ventanales del piso al techo, con una vista hermosa
del océano que nos servía como patio. Por todas partes,
encontré a Grigoris custodiando, incluso desde el barco que
estaba amarrado en su respectivo atraque frente a la
mansión. Por todo ese lujo fue que me sorprendí cuando
papá escogió una casa modesta en Richmond para que me
quedara a vivir allí.
—Quiero fingir que mamá se encuentra cuidando de sus
rosas —le dije a Elliot mientras me paraba frente al
ventanal.
—Y que John está en la empresa.
—Y que mi única preocupación es salir bien en la escuela.
—O sobre qué te pondrás para salir con tus amigos y
conmigo.
Reí por cómo me siguió el juego y respiré hondo.
Sí, todo fue más fácil y perfecto en aquellos años. Sin
embargo, si veía lo más valioso que tenía en ese momento
comprendía que, a pesar de tanto dolor, sufrimiento y
pérdida, volvería a travesar por el mismo calvario. Miré el
tatuaje de mi muñeca y recordé que tenía una vida por
delante y personas por las que luchar.
—¿Sabías que una abeja reina puede tener hasta cuarenta
parejas sexuales al día y follar con todas? —preguntó
Maokko como saludo a través del móvil.
Le había llamado luego de percatarme que tenía muchas
llamadas de Lee-Ang y el maestro Cho, pero al corresponder
no me respondieron y eso me preocupó. Me mantenía en
contacto con Lee a diario luego de que suplantó a Maokko
en su misión, y debido a que estuve volando por casi cinco
horas, dejé pasar el horario en el que siempre nos
comunicábamos.
—No, pero... ¿a qué se debe esa información? —cuestioné
con miedo a su respuesta.
—De ahora en adelante, seré una abeja reina —aseguró
con convicción y orgullo.
Reí y negué con la cabeza, confiando en que su descaro
fuera porque no había malas noticias, pues estaba segura
de que lo que sea que me querían decir Lee o su padre, lo
sabría ella o Caleb.
—Si ya lo eres, perra. Lo que pasa es que los abejorros te
huyen —me burlé.
—Tú deberías ser igual que yo —señaló—. Tienes a Darius
que está como quiere. Elliot es un hermoso ángel que
quisiera hacer caer. Y el Chico oscuro ¡Uf! De ese tipo me
dejaría follar hasta por el...
—¡Para ahí! —La detuve antes de que sus palabras
formaran imágenes en mi cabeza que no deseaba—. Está
claro que follarías con todos. Por cierto, olvidaste que
deseas saber el tamaño de Marcus, ya te comiste hasta los
lunares ocultos de Jacob, y de seguro te sigues follando a
Caleb —añadí y ella rio a carcajadas.
—Bueno. Volviendo a lo importante, ya que sé por qué me
llamas: el maestro Baek llamó para informar que Lee-Ang
viajará a Escocia.
Maldije al escucharla.
—¿Por qué? —cuestioné molesta.
—Órdenes del señor Pride.
—¡Mierda! Amo a Myles como si fuese mi padre y lo
respeto, pero muchas veces olvida que él no es mi jefe, es
mi compañero y las decisiones en esto no las toma él y
menos cuando se trata de una misión de La Orden.
—Eso mismo le dije al maestro, pero él avala la decisión
del señor Pride.
—Comunícate con las chicas a tu cargo y diles que me
responderán con su vida si algo pasa, y también llama al
maestro para aclararle que antes de tomar una decisión,
tuvo que consultármela. Pronto me comunicaré con ellos —
avisé y, después de escuchar su respuesta, terminé la
llamada.
Confiaba en el maestro, pero odiaba que me excluyeran
de los asuntos importantes.

Al día siguiente, luego de un desayuno acompañada de


Elliot y sus padres, tuve mi reunión con los Grigori y sus
jefes de campo. El señor Hamilton era uno de ellos y fue
muy amable al informarme junto a los demás, de cómo
habían estado marchando las cosas. Incluso pactamos un
encuentro con el candidato a gobernador, al que la
organización estaba apoyando para que llegara al poder.
Desconocía el manejo de Perseo y Bartholome con sus
respectivas sedes, pero debía reconocer que mi padre se
hizo de excelentes compañeros para delegar su trabajo, ya
que California volvió a estar en su mejor momento, siendo
la más poderosa de nuevo. Como cuando papá estaba vivo,
antes de que mamá muriera.
—Me alegra saber que no les he hecho falta —dije y miré
agradecida a Elliot, pues él era quien estaba al frente
representándome, guiado por su padre.
—Tu padre sabía lo que hacía cuando prácticamente me
robó a mi hijo para hacerlo su aprendiz —comentó Robert
con orgullo y los otros Grigoris rieron en apoyo. Había
mujeres también. Creía que la mayoría era poder femenino
—. Pero no te subestimes, Isabella, porque Virginia está
resurgiendo gracias a ti, liderando a tu Orden y a tus
Grigoris —recalcó, refiriéndose a los de California.
—Nos honraría que luego de que vuelvas a levantar
Virginia, te pases una temporada con nosotros. —Quien me
dijo eso fue Agatha, la versión femenina y con unos quince
años más de Connor—. Entendemos que les tengas un
aprecio especial, pero esta sede es la que te heredó tu
padre y nos gustaría relacionarnos más contigo.
—Gracias —dije con una sonrisa.
La mujer era fría, pero también respetuosa, e inspiraba
confianza.
Pasé diez horas exactas en el cuartel y solo me fui porque
Elliot no estaba dispuesto a que incumpliera nuestro trato y
me terminó convenciendo para ir a cenar y luego a uno de
los clubes de su padre. Ronin me acompañó a que comprara
algo para ponerme y terminé eligiendo (por insistencia de
él) un vestido blanco y sencillo, veraniego y, según mi
compañero, perfecto para una noche de copas.
Además de distinto porque, según él, solo usaba ropa
oscura.
«No era según él. Usabas solo ropa oscura».
En esa ocasión, sí opté por llevar bragas, aunque elegí
una bastante diminuta. El cabello me lo hice en una coleta
alta y me maquillé con tonos bronceados. Me calcé unas
sandalias de plataforma que parecían haber sido hechas con
lazos y, cuando me vi en el espejo, no me reconocí. Pero no
me disgustó lo que vi. E incluso el vendaje en mi mano
combinaba con mi vestuario.
—Pareces llena de vida, jefa —dijo Ronin en japonés al
verme y rodé los ojos.
—¿Solo porque estoy de blanco?
—No, creo que es por cambiar de ambiente. Te hacía falta
un poco de sol —bromeó y negué con diversión.
—Señorita White, Elliot ha llegado —avisó Max y asentí.
Cuando salí y lo encontré esperándome fuera de su
deportivo blanco, acepté que Ronin tenía razón. El ambiente
de Newport Beach parecía darnos más vida, ya que Elliot se
veía fenomenal con un pantalón chino de color azul marino.
La camisa beige era de botones, mangas cortas y tenía una
palmera bordada en el bolsillo del lado del corazón. Las
zapatillas casuales le combinaban con el pantalón, y el
cabello lo llevaba en un desastre sexi.
«¡Dios! Y su barba».
¡Jesús! Tenías una obsesión enferma con la barba del
ojiazul.
—No sé cómo me gustas más, si como diabla o como
angelita —halagó y bufé a la vez que rodé los ojos.
Los únicos que no mencionaron nada sobre mi cambio de
colores fueron Max y Dom, pero sabía que también se
sorprendieron, aunque a diferencia de Elliot y Ronin, ellos
sabían ver, oír y callar.
Tras ponerse en marcha, nos condujo hacia un
restaurante que siempre fue mi favorito cuando vivía en la
ciudad, y amé que lo siguiera siendo, pues no solo habían
mejorado las instalaciones, sino que la comida era deliciosa,
sobre todo con la variedad latina que habían incluido. Tras
terminar de comer, nos fuimos hacia el club y desde el
momento en que pusimos un pie dentro, mi humor mejoró
todavía más.
Me sentí eufórica y dispuesta a disfrutar la noche. Elliot
sonrió satisfecho cuando se percató de mi reacción.
—Tú hiciste eso —afirmé. No respondió, pero su sonrisa
fue suficiente.
Y le estaba hablando de la música, pues a pesar de la
modernidad y las nuevas tendencias, el Dj hacía rugir los
altoparlantes con mi favorita. Yo no era la chica que se
moría por las típicas bandas de pop o K-pop. Escuchaba
todo tipo de géneros en realidad. Sin embargo, me
decantaba por el rap, el R&B y toda la música de chico
malo.
Nada de romanticismo, y esa noche sonaba lo mejor de lo
mejor en mi opinión.
—Siempre me pregunté cómo podía sorprender a una
chica ruda como tú —dijo gritando para que pudiese
escucharlo—. Y la respuesta llegó de inmediato: nada mejor
que su música favorita al estilo de la vieja escuela —se jactó
sabiendo que había dado justo en el clavo.
Eminem, 50cent, Ja Rule, Missy Elliot, entre otros, hacían
retumbar el club y a las personas presentes parecía
gustarles, ya que algunos cantaban a todo pulmón, otros
alzaban sus copas o botellines de cerveza y bebían
emocionados, disfrutando igual que yo. Elliot me condujo
hasta un privado, algunas meseras lo saludaron con una
enorme sonrisa, otras con una clara intención en sus
miradas y lo observé preguntándole así si se las había
follado a todas. Un encogimiento de hombros fue su
respuesta.
Definitivamente, mi Elliot había desaparecido.
Nuestra estadía en el privado fue corta, ya que después
de beber dos tragos de vodka me lo llevé a la pista y
comenzamos a bailar. Sus graciosos pasos a propósito me
hicieron reír como tonta, y de vez en cuando me unía a sus
estupideces. Él estaba logrando algo que no tenía desde
hace mucho tiempo: diversión y sonrisas genuinas. Me
olvidé de todo y me entregué a la noche.
Bailé, canté, bebí y reí.
A las dos de la madrugada, regresamos a casa. Max fue el
encargado de conducir, ya que, aunque no estábamos
borrachos y Elliot fue el que menos bebió, era responsable,
así que no tomó el volante y se lo cedió a mi
guardaespaldas. Durante todo el camino hacia casa,
cantamos como locos, gritamos para poder escucharnos
porque la música del club nos dejó sordos, y cuando
llegamos, nos fuimos directo a la piscina.
Elliot puso música en su móvil y lo dejó en una mesa que
estaba en medio de dos tumbonas. Sin pudor alguno, se
despojó de su ropa quedando solo en bóxer y se tiró al agua
porque juró que no soportaba el calor. Por unos segundos,
me embobé viendo su cuerpo y después de su insistencia
porque lo acompañara, me quité el vestido y usé mi ropa
interior como bañador.
—¿No me digas que te pongo nervioso? —me burlé
cuando noté que tragó grueso, sin poder apartar la mirada
de mí y mi conjunto de ropa interior blanca.
—Nervioso solo define una parte de mi cuerpo a la que
has despertado.
—Pervertido —acusé y me lancé a la piscina como si fuera
una bomba humana, hundiéndome de pies a cabeza y
tratando de no mojar mi mano vendada, pero resultó
imposible.
Cuando salí a la superficie, le lancé agua al rostro y por
unos minutos jugamos como si fuésemos unos niños, hasta
que él me acorraló en una esquina de la piscina. Ambos
jadeábamos agitados, y sonreímos por las locuras que
hacíamos.
—Había olvidado lo hermosa que es tu sonrisa —dijo y mi
mirada se concentró en la gota de agua que recorría su
nariz y murió en sus labios.
«¡Lámela!»
—Desde hace mucho no tenía motivos para mostrarla —
confesé y nos miramos a los ojos.
Nuestros cuerpos emanaban vapor.
—¿Sabes qué más he olvidado?
—No estoy segura de querer saberlo —admití y fue mi
turno para tragar grueso cuando se acercó más a mí.
—He olvidado cómo saben tus labios —siguió y su mirada
se calentó, bailando entre mis ojos y boca.
Me lamí los labios sin intención de provocarlo, fue más
como un reflejo que a él lo afectó mucho, ya que su pecho
se hinchó con la respiración profunda que tomó.
—Elliot, yo... —Mis palabras murieron en el momento que
ahuecó mi mejilla y sentí las mariposas revoloteando como
si estuvieran envenenadas en mi vientre cuando su boca se
adueñó de mis labios.
Gemí sorprendida y su lengua aprovechó para entrar y
moverse con la mía, sacudiéndome junto a una ola de calor
esparciéndose por todo mi cuerpo hasta hundirse en mi
entrepierna.
Mierda, me gustó sentirlo esa vez. Así que abrí más los
labios para darle la bienvenida y profundicé el beso,
envolviendo los brazos en su cuello, y los suyos se aferraron
a mi cintura, atreviéndose incluso a bajar una mano a mi
trasero, presionándome a él. Y mis piernas parecieron
actuar con vida propia, ya que lo rodeé con ellas de las
caderas.
Volví a gemir cuando rozó su erección en mi centro y
desencadenó un escozor de necesidad en mi vagina. La
respiración se me volvió arrebatada y sabía que, si no lo
detenía en ese momento, no podría hacerlo luego, ya que
todo estaba siendo muy intenso.
—Elliot, no. —Ambos jadeábamos al habernos besado
como unos desesperados.
Su mano no dejaba de agarrarme el trasero y presionó
nuestras frentes.
—Déjame probar tus labios —pidió y lo miré a los ojos.
—Acabas de hacerlo —susurré.
—No me refiero a estos —señaló dándome un beso casto.
El corazón se me aceleró al entender—. Quiero probar estos
—afirmó y, desde atrás, tocó mi vagina. Me mordí el labio
para no gemir—. Extraño saborearlos otra vez —siguió
mientras me tocaba y hubiese sido una hipócrita si decía
que no me gustaba lo que me provocaba.
Incluso estuve a punto de jadear y poner los ojos en
blanco de placer, porque lo que hacía me estaba
enloqueciendo. Sin embargo, tuve la voluntad para soltar
sus caderas y zafarme de su agarre. Comencé a nadar hacia
los escalones de la piscina para salir de ella y no me
importó que mis pezones y vulva se marcaran en la ropa
interior, que se volvió traslúcida con el agua. Caminé hacia
el interior de la casa y dejé la ropa en el olvido, solo tuve la
claridad de quitarme el vendaje de la mano. Mi corazón
galopaba, la respiración seguía agitada y el deseo nublaba
mi juicio.
Elliot me alcanzó cuando llegué a la puerta enorme de
vidrio. La tensión por lo que acababa de pasar entre
nosotros era palpable, pero no dijimos nada, sobre todo
cuando vi a Ronin a lo lejos. Le hice una leve señal con la
cabeza y mi compañero entendió lo que quería.
«¡Joder! Yo quería entender lo que querías porque odiaba
que estuvieras…»
—No pasará en la piscina —le dije a Elliot rompiendo el
silencio y callando a mi conciencia.
—No te preocupes —respondió él suponiendo que me
negaría.
Lo tomé del brazo al verlo con la intención de vestirse y
me miró con el ceño fruncido.
—Tienes cinco horas para que me hagas recordar los
viejos tiempos —sentencié y sonrió como un lobo
hambriento.
—Me gusta que cuentes con que no te dejaré dormir —
zanjó y me cogió de la nuca para estrellar de nuevo su boca
en la mía.
Lo que pasaba en Newport Beach se quedaba en Newport
Beach, ¿no?
«¡Sí! Acababas de convertirte en mi perra favorita».
Susurró mi feliz conciencia.
Capítulo 26
Rosa de fuego

Su móvil seguía reproduciendo música mientras su lengua


danzaba con la mía, tocándome solo con sus labios y su
mano que me sujetaba por la nuca con una presión
dominante que nunca había experimentado antes. Las luces
de la casa estaban apagadas, y solo la luz de la luna y del
exterior iluminaban la estancia en la que nos
encontrábamos.
Una sala de diversión aledaña a la familiar.
Gemí cuando me mordió el labio inferior y me obligó a
retroceder, tomándome de la cintura hasta que estuve
cerca de la isla del bar, subiéndome en ella como si mi peso
fuera el de una pluma.
—No pararé, Isabella —advirtió y lo sentí tirar hacia abajo
las copas de mi sostén.
—Maldición, Elliot.
Pero no estaba enojada, ni quejándome, al menos no de
dolor. Cerré los ojos con fuerza cuando se zambulló en mi
cuello para lamerlo, a la vez que con las manos amasó mis
pechos y apretó los pezones entre sus dedos. Me provocaba
dolor y placer al mismo tiempo, y todo eso parecía golpear
directo en mi centro. Ni siquiera podía cerrar los muslos
para encontrar un poco de fricción, ya que su cuerpo me lo
impedía.
La música lenta, su aliento golpeando por donde besaba,
y mis gemidos crearon una sinfonía erótica que me
complacía a nivel sensorial. El ardor de la necesidad me
abrasaba la piel, concentrándose en mi entrada, y estaba a
punto de rogarle que me diera la liberación que estaba
añorando.
—Elliot, por favor —gemí suave, enterrando los dedos en
su cabello húmedo.
—¿Por favor qué, cariño? —preguntó, arrastrando la boca
hacia mis pechos—. ¿Por favor no pares? —siguió y succionó
rápido y duro mientras me miraba con esos ojos azules y
malditamente perversos—. ¿Por favor chúpame el coño
como tanto te encantaba hacerlo?
La respiración se me aceleró y no dejé de mirarlo.
Succionaba, besaba, tiraba y soltaba la carne tierna para
repetir el proceso, consiguiendo que el corazón acelerado
me bajara a la entrepierna.
—O, ¿Elliot, por favor, déjame sentir tu polla al fin? —
añadió.
«¡Jesús! Ese no era el ángel ojiazul».
Créeme, ya lo había notado.
—¡Dios! ¿Quién eres? —pregunté y sonrió de lado.
Estrelló sus labios contra los míos y me cargó para
conducirme a la sala, sentándome sobre el apoyabrazos del
sofá que era tan ancho como para que quedara cómoda
sobre él. Rompió el beso para mirarme y respiré hondo por
lo arrebatador que estaba siendo. Me acarició la mejilla con
el dorso de la mano y, gracias a la luz exterior que le daba
de frente, noté lo oscuros que tenía los iris, junto a un brillo
sombrío que indicaba lo excitado que se encontraba.
Arrastró la caricia por mi cuello y llegó a mis pechos,
esparciendo un cosquilleo y calor por donde tocaba, e
incluso donde no. Mi estómago se hundía en cada
respiración, mostrándole cómo me afectaba ese simple
acto. Desabrochó el sostén que tenía el broche al frente y
terminó de quitármelo con la otra mano.
—Tenerte así es un sueño —confesó con la voz ronca—.
Tan dócil. —Me mordí el labio para no gemir cuando apretó
mi pezón entre su dedo índice y medio—. Tan dispuesta a
dejarte hacer lo que quiera. —Arqueé la espalda y eché la
cabeza hacia atrás en el instante que me cogió de la parte
posterior de la cabeza y se inclinó.
Tomó mi cabello con su puño cerca del cuero cabelludo, y
con la otra mano cogió entre mi barbilla y mejillas,
obligándome a abrir la boca para recibir una vez más a su
lengua demandante en un beso demoledor que logró que
mojara más mis bragas.
—Elliot… —gemí, ahogándome con el placer cuando
arrastró la mano desde mi barbilla hacia mi entrepierna.
—¡Jesús! —gruñó al sentir la humedad viscosa que ya
traspasaba la tela de mis bragas.
Cualquier tipo de pensamiento que pude haber tenido se
convirtió en un caos. Mi cuerpo gritaba por más atención,
necesitaba que me apagaran las llamas y él lo entendió,
pues me hizo recostarme de medio lado en el respaldo del
sofá y me tomó de las caderas para que llevara el culo
hasta el borde del apoyabrazos. Me mordió la barbilla y
descendió de esa manera hacia el sur, dejando un rastro de
humedad que me enfriaba un poco.
La simple expectativa de lo que haría me hizo jadear en
cuanto llegó a mi vientre. Subió la pierna que me quedaba
en el aire sobre su hombro y besó el interior de mi muslo,
arrastrando la lengua en mi ingle y luego los dientes sobre
mi coño, por encima de la tela.
—Mmm —gimió en cuanto me chupó y a duras penas
conseguí no gritar, pues sentí como si no estuvieran las
bragas impidiendo que lo sintiera sobre mi carne.
Elliot me miró con perversidad y cogió la cinturilla de las
bragas con el puño para tirar de ella hacia arriba, con la
única intención de que la tela se metiera en mi hendidura.
—¡Oh, Dios! —grité.
No me dolió y él lo sabía, ya que volvió a tirar de la tela,
provocando que enterrara las uñas en la piel del sofá,
sintiendo que el corazón se me detendría en ese momento
por la intensidad con la que estaba siendo torturada.
—Elliot, por favor —volví a decir y me miró alzando una
ceja, esperando que terminara la oración esa vez. Tragué
con dificultad, sintiéndome tímida de repente. Él sonrió y
soltó el aliento en mis labios vaginales para que me diera
cuenta de lo que me estaba perdiendo—. ¡Mierda! Chúpame
como tanto te encanta hacerlo —solté desesperada.
Dejé de respirar, incluso cuando abrí la boca, por lo que
se sintió como un largo segundo, en el momento en que
apartó mi braguita a un lado y pasó la lengua a lo largo de
mi raja.
—Jodida mierda. Sigues teniendo este sabor tan adictivo
—dijo con su aliento soplando en mi piel.
No perdió más tiempo, y me deleité viéndolo presionar la
lengua, lamiendo con lentitud mientras me abría con los
pulgares para conseguir más acceso. Se arrastraba desde la
entrada hacia la parte superior de mi clítoris en un
movimiento de abajo hacia arriba, en el que se tomaba el
tiempo para degustarme hasta el fondo. Mi manojo de
nervios comenzó a hincharse, palpitando más rápido,
mientras mi vagina se apretaba con agonía.
—¡Elliot, joder! —grité, tomándolo del cabello.
Me abrí más para él y dejé caer la cabeza hacia el
respaldo del sofá, moviendo las caderas cuando su lengua
giró en mi clítoris palpitante y luego chupó con ímpetu. El
vientre se me llenó de más calor, y las gotas de agua de la
piscina que todavía se aferraban a mi cuerpo comenzaron a
evaporarse por mi piel febril.
—Podría vivir comiéndote el coño por el resto de mi vida
—aseguró él.
Arqueé la espalda aún más y no solté su cabello. Con la
otra mano, me acaricié un pecho, sintiendo el fuego líquido
recorriéndome desde los pies hasta la cabeza. Me entregué
por completo al placer, gritando en el momento en que
introdujo un dedo en mi vagina, sin dejar de lamerme como
si entre mis piernas tuviera su helado favorito.
—Joder, nena. Voy a comerte esta noche, mañana, pasado
mañana. Mierda, creo que no dejaré de hacerlo y
aprovecharé cada momento que estemos solos. No me
importa dónde sea —prometió.
Apreté los párpados, delirando por el placer, lamiéndome
los labios resecos por tanto jadear, retorciéndome en cuanto
volvió al ataque, hundiendo otro dedo y chupando mi
clítoris. Mecí las caderas para encontrar sus embistes y grité
más fuerte, sin importarme que los demás me escucharan.
Perdí la vergüenza y me dejé consumir más por el placer.
—Dios mío —gemí.
Odiaba correrme rápido, pero no pude contenerme más
con esas sensaciones intensas. Sus dedos no dejaron de
moverse, con las yemas hacia arriba, rozando el lugar
correcto, llevándome al borde. Su lengua se había vuelto
insaciable, follándome, lamiéndome, chupándome, incluso
mordiendo.
Grité y entonces me corrí. Las ondas de lujuria explotaron
en mi vientre, debajo de mi piel, en mi cabeza incluso.
Apreté mi agarre en el cabello de Elliot y presioné las
caderas en sus labios, rogando para que parara de mover
los dedos y suplicando para que no me obedeciera. El aire
que inhalaba no era suficiente, me ahogaba, pero tampoco
podía seguir respirando más.
«Necesitaba más». Tragué con dificultad ante ese
pensamiento y lo miré con ojos nublados.
Quería más de él.
«¡Dios! Yo también».
—Elliot, por favor —dije juguetona cuando dejó de
comerme el coño y alzó una ceja, inclinando la curva de su
boca hacia un lado con la travesura tangible—, déjame
sentir tu polla al fin.
Su sonrisa creció. Se puso de pie y vi que la oscuridad en
sus ojos se potenció.
Se apresuró a ir hasta donde había dejado la ropa, y
cuando regresó con unos preservativos en la mano, la voz
de Lana del Rey con Cherry lo acompañaba. No pude evitar
notar la prominente erección que se formaba bajo su ropa
interior tipo bóxer. Sus músculos estaban más definidos, la V
en sus caderas más pronunciada y el agua de la piscina le
daba un contraste de brillo en la piel con la luz exterior.
El tatuaje de su costado en su tez blanca resaltaba de una
manera que me hizo desear lamerlo. Alcé la mirada a su
rostro cuando estuvo frente a mí y lo encontré sonriendo
mientras se quitaba el bóxer.
—Dime algo… —Su voz estaba ronca por el deseo y,
aunque quería verlo a la cara, el movimiento de su mano al
agarrarse el falo para bombearlo, se ganó toda mi atención.
Dios.
Mi sexo palpitó como si no acabara de correrme, pero no
pude evitarlo, porque estar con él en ese instante me llevó
a un nivel de placer que hasta ese momento me di cuenta
de que extrañaba. Ver, sentir, escuchar, todo ese conjunto
capaz de llevarme a la locura.
—¿Quieres que sea el dulce Elliot, o el hijo de puta? —
Tragué con dificultad al escucharlo.
«¡Mierda! Yo creía que acabábamos de estar con el hijo de
puta».
Yo también.
Dejé mi monólogo ante el sonido del paquete
rompiéndose y no perdí de vista su agilidad para colocarse
el preservativo sin dejar de mirarme. Tras eso, tomó la
cinturilla de mis bragas y me las sacó.
—Ya conozco al Elliot dulce —analicé—. Muéstrame al hijo
de puta —pedí y sus ojos brillaron.
El sofá, al ser grande, y el apoyabrazos, donde aún me
tenía bastante alto, le permitieron meterse entre mis
piernas y dirigir su miembro a mi entrada.
—Respuesta correcta —dijo como advertencia.
—¡Ah! —grité cuando se introdujo de una sola estocada y
sonrió como un cretino al ver mi reacción, pero eso solo
consiguió desatar mi infierno.
Por un momento, sentir sus perlas me llevó a lugares
donde no debía, no esa noche. Sin embargo, ver su rostro,
sus ojos azules y esa mirada de adoración que no podía
dejar de tener por mí, me mantuvieron con los pies sobre la
tierra. No dejamos de mirarnos cuando salió unos
centímetros y volvió a hundirse en mi interior, cada pulgada
de su longitud siendo solo mía en ese instante.
Le rodeé el cuello y me abalancé sobre su boca. Estaba
sucediendo, después de años sin ser novios, nos estábamos
entregando el uno al otro. Y lo hacíamos porque queríamos,
porque lo deseábamos, sin que hubiera ningún motivo
escondido.
Éramos solo él y yo.
—Mi sueño cumplido —gruñó sobre mi boca.
—Ah —chillé sintiéndolo rozar mis paredes vaginales.
Mi cuerpo febril ardió, el fuego en mi interior amenazaba
con quemar todo a nuestro alrededor. Su grosor empujaba
cada vez más profundo. Una línea de sus perlas me
acariciaba por encima y la otra cerca de mi perineo.
Estábamos ardiendo.
Y lo estaba condenando.
Me apoyó una vez más sobre el respaldo del sofá, y subió
una de mis piernas a su hombro. La otra la tomó con su
mano y me abrió más para él, pero incluso con Elliot
tomando el control, me balanceé encontrando sus embistes.
—¡Mierda! —gimió y le regalé una sonrisa malvada.
«Sí, cariño, nosotras también podíamos ser hijas de
puta».
Estuve de acuerdo con mi conciencia.
—Tócate —ordenó y lo miré sin estar segura de obedecer,
pero entonces aminoró sus movimientos y la necesidad de
que se moviera rápido hizo que mis manos llegaran a mi
sexo—. Eso es, cariño.
Me miraba con fuego en los ojos. Llevó sus caderas hacia
atrás y se hundió de nuevo en mi calor. No era lento, pero
tampoco rápido; mantenía un ritmo sinuoso, sin prisa.
Estaba dispuesto a disfrutarme, disfrutarnos. Me froté con
los dedos haciendo círculos tortuosos en mi manojo de
nervios, y la lujuria se deslizó por mi barriga, agrupándose,
construyendo algo que sabía que no podría controlar por
mucho tiempo.
—No te detengas, córrete —pidió. El cabello se le había
comenzado a pegar en la frente por el sudor—. No serán los
únicos —advirtió y eso funcionó como un detonante en mí.
Se mantuvo en mi interior sin salirse ni siquiera un poco y
comenzó a moverse en círculos y eso fue todo lo que
necesité. Mis dedos no dejaron de moverse en mi coño y
exploté una vez más hasta que saqué el último aliento.
«El maldito ángel era duro».
O yo me estaba corriendo demasiado rápido.
No lo sabía, solo estaba segura de que lo que sentía era
demasiado intenso y me encantaba, lo hacía de una manera
que no esperaba. Elliot había tenido razón en Grig: me
entregué a él porque quería, lo deseaba y no me arrepentía.
«Y estabas pagándole su polvo frustrado».
—Respira hondo y aguanta, porque todavía nos quedan
muchas horas por delante.
—Mierda —murmuré ante su recomendación y reí.
Salió de mi interior únicamente para tomarme de las
caderas con manos codiciosas y me bajó del apoyabrazos
para darme la vuelta, propinándome un azote en el culo
antes de pegar mi espalda a su pecho y enterrar el rostro en
mi cuello. No tuve tiempo de quejarme por lo que hizo,
gracias a que me cogió de la barbilla y se apoderó de mi
boca, besándome con arrebato mientras hundía los dedos
en mi coño para sacar los estragos de mi orgasmo y
esparcirlos en su mano.
—Me siento insaciable contigo —susurró antes de poner
una mano en mi espalda para inclinarme.
«Y yo como una perra en celo», pensé.
Blue Jeans, siempre en la voz de Lana del Rey, se
escuchaba de fondo cuando me apoyé con los pechos en el
apoyabrazos del sofá, arqueando la espalda para sacar más
el culo en el momento que abrí las piernas, me puse de
puntitas y Elliot se acomodó detrás de mí, manteniendo un
agarre apretado en mis caderas.
—Joder —jadeé con brusquedad cuando clavó su pene en
mi interior.
Empujó duro y me agarré a la piel del sofá con tanta
fuerza, que hice sangrar el corte de mi palma y manché la
superficie.
—Te sientes tan perfecta en todas las posiciones.
Enredó un puño en mi cabello, haciendo que arqueara
más la espalda con la fuerza justa, y con la otra mano me
apuñó la carne del culo, follándome rápido y con
desesperación, justo como lo quería en ese momento. Sus
bolas golpeaban mi coño y ambos gemíamos
descontrolados.
—No te hice justicia en todas las ocasiones que te
imaginé —confesó y mi cuero cabelludo ardió cuando su
agarre se hizo más fuerte.
—¿Me dedicaste muchas pajas? —me burlé, mirándolo
sobre mi hombro.
—Tantas como para que me creas un enfermo.
—¡Dios! Elliot —gemí cuando se inclinó para presionar su
pecho en mi espalda.
Tomó mi boca y acompasé las caderas con su pelvis. La
piel se me erizó, sus perlas hicieron de las suyas rozándome
donde más lo necesitaba y apreté el coño en su longitud
sintiendo un nuevo orgasmo construyéndose en mi vientre.
El cambio en sus embistes me llevó al frenesí de la pasión,
sabiendo que esa vez se correría conmigo.
Mis piernas estaban comenzando a flaquear, los músculos
me ardieron, y mis rodillas se desestabilizaron tanto, que
tuve que apoyarlas en el sofá, lo que lo hizo gruñir, ya que
de esa manera se rozó más cerca de mi perineo.
—Oh, mierda —gemí ante el subidón de calor enviando
ondas de nuevo por todo mi cuerpo.
Cogió mis caderas, tirando de mí hacia él, yendo rápido y
duro, perdiendo el control. Rodé las caderas y el canto
erótico de nuestros gemidos y cuerpos chocando, nos hizo
entrar en euforia y desenfreno.
—¡Sí, sí, sí! —grité descomponiéndome junto al orgasmo.
Elliot gruñó y soportó lo suficiente para dejarme sin
respiración, pero luego se dejó ir en el vaivén de emociones,
sacudiéndose en mi interior al correrse con la potencia de
un volcán que estuvo inactivo por años.
«¡Jesús! Estaba amando al hijo de puta».
Yo también.

En los días siguientes, recordé los viejos tiempos, pero


también viví nuevos. Y permití que Elliot me devorara donde
se nos diera la gana. Dejé de lado mi móvil para no ser
interrumpida por nadie indeseado y ocupé el del ojiazul para
los asuntos importantes. Como discutir con Myles por tomar
decisiones sin mi consentimiento, además de reclamarle a
Lee-Ang por obedecer órdenes que no fueron dadas por mí.
Elliot me calmó al escucharme siendo una dictadora,
haciéndome ver que podía confiar en mi gente. Y, tras
entender que tenía razón, terminé por volver a llamarle a
Myles y a Lee para disculparme con ellos.
«Las perlas de Elliot tenían su poder, eh».
Me reí por el señalamiento de mi conciencia. Y no, sus
perlas no tenían ningún poder, pero admitía que supo
relajarme de una manera que había estado necesitando y
eso me hizo tener un poco de calma.
«¿Y quién no se relajaría con un tipo que comenzaba a
sacarte el estrés estando en dos, avanzaba al cuatro y
terminaba en el sesenta y nueve?»
Jesús.
Creía que mi conciencia se mantendría feliz y con la boca
cerrada en esos días, ya que estaba actuando como ella
quería, pero descubrí que siempre encontraba cómo
seguirme jodiendo. Y tal cual dije antes: sí, recordé y viví,
mas eso no significaba que me dediqué solo a follar con
Elliot como si estuviéramos viviendo nuestros últimos días.
No. Respeté los horarios del trato y mientras buscábamos
algo que no sabíamos qué era ni teníamos idea de dónde
hacerlo, también fui a la empresa White para reunirme con
mi contador y abogado de cabecera, además del equipo que
ellos manejaban.
Y me llevé una tremenda sorpresa en esa junta, ya que
descubrí, a través del informe detallado que me
proporcionaron, que no solo había aumentado mi riqueza,
sino que también el imperio White se expandió a Canadá,
Alaska y México gracias al excelente manejo de Elliot con mi
patrimonio (tal como su padre lo dijo, papá lo convirtió en
su aprendiz y lo hizo con éxito), así como a las nuevas y
mejoradas ideas de Dylan, quien al igual que yo, era
heredero de mi padre.
Y si yo poseía más acciones que él, era únicamente
porque heredé las acciones de mi madre.
Asimismo, continué yendo al cuartel de la sede
californiana para interactuar más con mi gente. Agatha se
convirtió en mi aliada de inmediato, ya que no solo se
encargó de informarme sobre todo lo que debía saber, sino
que también me ayudó a investigar más sobre la
información que Cameron me dio acerca de las personas
con las que Lucius y David Black se estaban reuniendo,
descubriendo que el asunto era más delicado de lo que
imaginaba.
—Si quieres mi consejo, deja esto de momento de lado, ya
que abrirás una cloaca del gobierno. Concéntrate mejor en
derrocar a los líderes Vigilantes, puesto que resulta más
conveniente deshacerte de los peones para debilitar a los
verdaderos jugadores —me dijo Agatha con sabiduría y lo
acepté.
Era mejor ocupar mi energía para deshacerme de esas
ratas y luego concentrarme en otras.
Al día siguiente de eso, estaba comenzando a frustrarme
por no encontrar nada que pudiera darme algunas
respuestas sobre la petición de papá antes de morir. Las
cajas fuertes, tanto de la casa como la de la empresa, no
contenían más que joyas, pagarés de inversiones y otros
documentos importantes y valiosos, pero nada sobre ese
viaje a Hawái. Incluso fui a los bancos donde mi padre dejó
sus cajas de seguridad y hallé más de lo mismo, menos lo
que quería.
—¡Carajo! —espeté.
Estaba en mi habitación y tiré al suelo todos los papeles
que tenía desparramados en la cama. Había pasado toda la
mañana revisando los documentos que recolecté de las
cajas fuertes y de seguridad, y me desesperó que ninguno
hablara del viaje a Hawái. Me paré frente al ventanal para
respirar hondo y ver hacia el océano, intentando calmarme,
y Elliot llegó detrás de mí, poniendo las manos en mi
cintura.
Él se había mantenido en uno de los dos sofás
individuales que decoraban mi habitación (un área hecha
para estudio, lectura o lo que sea que se me antojara),
revisando otra parte de los documentos.
—Calma, Isa. Las cosas llegan cuando deben llegar —dijo
y besó mi cuello.
Recosté la cabeza en su hombro y cerré los ojos.
Habíamos hecho un trato de ser amantes, además de
amigos, solo por esa semana, puesto que, aunque no lo
habláramos, ambos teníamos claro que al volver a Virginia
me concentraría en mis planes de nuevo, y no quería
embarrarlo de más porquería de la que me rodeaba.
«Además, de que ya suficiente lo habías condenado al
viajar con él».
Maldición. Trataba de no pensar en nada de Virginia y no
colaborabas.
«Yo solo estaba haciendo mi parte para que no olvidaras
que, así como tenías promesas por cumplir, había otra que
te hicieron a ti y que no dudaba que te cumplirían».
Iba a ocuparme de eso.
—Entonces nunca debí venir con la intención de encontrar
algo —me quejé.
Él me hizo girar para que lo enfrentara.
—Este viaje iba a darse para que te ocuparas de otras
cosas, así que concéntrate en eso y lo demás llegará
cuando deba —pidió y me tomó de las mejillas—. Además,
no negarás que ha servido para que te relajes.
—Ahora mismo no me siento relajada. —Le mordí el labio
tras decir eso y llevé las manos a su cinturón— y tú
prometiste que me mantendrías así siempre. —Sonrió
cuando le desabroché el vaquero.
—Déjame arreglar eso, porque no quiero que tengas mala
cara en tu reunión con Kontos y Makris. —Me mordí el labio
cuando me cogió de las piernas para que lo rodeara con
ellas y nos condujo a la cama.
«Si ya nos habíamos condenado, para qué privarnos del
placer».
A esas alturas de mi vida, ya no estaba para privarme de
nada.
Tres horas después de ese encuentro con Elliot,
estábamos siendo dirigidos por Dom hacia un piso
subterráneo en el edificio White, y si no hubiera sabido ya
quién fue mi padre, me habría quedado estupefacta, ya que
solo él pudo obtener un ascensor dentro de otro ascensor
que nos condujo a lo que denominé una cámara secreta.
—El gran Enoc no escatimaba en lujos, eh —dije con
sarcasmo hacia Elliot y Dom, y ambos rieron—. Espero no
encontrarme con osamentas.
—No se preocupe, señorita White. Para eso su padre
ocupaba otra…
—Dom —advirtió Elliot y rodé los ojos.
—En otra ocasión me la muestras, Dom. Uno no sabe
cuándo le podrá servir. —Lo tranquilicé al ver que se
avergonzó por la advertencia de Elliot.
—Joder, cariño —se quejó el ojiazul y me reí.
Le costaba acostumbrarse al hecho de que ya no era su
hermosa consentida.
—Oh, por Dios —exclamé cuando llegué a una sala
especial en la cámara.
Era un enorme cuadro pintado al óleo con la imagen de
mamá, pero lo grandioso de ese retrato estaba en que,
mientras en un color se enfocaba su rostro angelical, en el
fondo ella lucía en cuerpo completo, vestida con el uniforme
de La Orden.
Se veía poderosa, majestuosa e imponente.
—Por siempre y para siempre, la reina Sigilosa —murmuró
Dom con tanto respeto y admiración, que la piel se me erizó
y la garganta me ardió.
—¿Así la conocían? —Carraspeé luego de hacer esa
pregunta.
—Sí, ella fundó La Orden, así como su padre a los Grigoris
—dijo y lamenté no saber más de esa versión de mi madre.
El maestro siempre me decía que ambos tuvieron motivos
para querer mantenerme al margen, pero no mentiría con
que todavía había días en los que me dejaba ganar por el
resentimiento, ya que creía fervientemente que, si hubiera
sabido mi verdadera procedencia, a lo mejor no habría
sufrido tantas pérdidas.
—¿Conociste su historia como Sigilosa? —le pregunté a
Elliot y negó.
No perdí mi tiempo con Dom porque ya sabía que le hizo
un juramento de silencio a mi padre, y no lo rompería por
nada del mundo.
—Aunque no lo creas, John me excluyó de muchas cosas
—admitió con un toque de amargura, pero no le di
importancia.
Me quedé mirando la pintura por un largo rato, embobada
y haciéndole muchas preguntas a la nada. Elliot se ofreció a
buscar en la cámara cualquier cosa que tuviera que ver con
el viaje a Hawái, pero no encontró ni rastros sobre eso. Lo
que sí comprobamos fue que papá había acumulado mucho
arte en ese piso, y estaba segura de que todo lo que vi, al
juntarlo, valía más que el imperio White.
«O esa cámara era el verdadero imperio White».
Buen punto.
—El señor Kontos y Makris han llegado —anunció Dom
luego de que Max le diera el aviso.
Este último se encargó de recogerlos por la mañana y los
llevó a un hotel que servía para hospedar a las personas
importantes que papá recibía. Y tras dejarlos descansar un
poco, los llevó hasta el edificio. Le dije a Dom que fuera a
recibirlos, puesto que Max los subió hasta el piso
veinticinco, que era donde se encontraba la oficina
principal, como parte de las precauciones que se tomaban
para mantener la seguridad.
Yo me encontraba sentada en un banco acolchado frente
al retrato de mamá aún, escuchando la música clásica que
Elliot reprodujo desde un tocadiscos. Todo ese repertorio era
el favorito de papá, y la nostalgia me invadió porque en esa
cámara me encontré con mis progenitores de alguna
manera.
—Mírate, querida. Luces como una reina frente a otra
reina. —La voz masculina a mi espalda era de Bartholome, y
al mirar sobre mi hombro lo encontré de pie, con los brazos
hacia atrás.
Perseo estaba a su lado con las manos en los bolsillos,
ambos vestidos con trajes elegantes y caros, denotando el
poder que los caracterizaba.
—¿Con el buen gusto de un rey? —inquirí y me puse de
pie, refiriéndome a la música que me recordaba a mi padre.
En ese momento, de verdad me sentí respaldada por
ellos.
Ambos hombres sonrieron al comprenderme, y agradecí
haberle hecho caso a Elliot sobre vestirme de acuerdo con
la ocasión, pues aseguró que debía demostrarles mi poder
incluso con la ropa, como ellos lo hacían.
—Totalmente —aseguró Bartholome.
Les tendí la mano cuando estuve cerca de ellos,
saludándolos con un apretón fuerte a ambos.
—Gracias por aceptar la reunión.
—Nos extrañó que fuera aquí, ya que aunque es tu sede,
te has mantenido en Virginia —comentó Perseo.
—Les explicaré la razón en un momento —prometí y, con
la mano, los invité a que siguieran a Dom hacia una sala
especial para que estuviéramos cómodos.
Elliot no me dejó sola, y se lo agradecí, ya que así supiera
mi poder y ellos ya no me intimidaran, siempre era
reconfortante tener el apoyo de un amigo a mi lado.
Al llegar a la sala, los animé a que se pusieran cómodos, y
Dom se encargó de atenderlos con lo que pidieran.
Comenzamos hablando de todo lo que había pasado y
estaba pasando con los Vigilantes: el golpe que les
asestamos y la complicación con la muerte de Caron
Patterson. Añadí también lo de mi intromisión en Karma, y
se sorprendieron demasiado al admitirles de la traición que
sospechaba que estaba sufriendo, dándoles con eso la
razón de que nos hubiéramos reunido sin que los demás
chicos se enteraran.
—¿Sospechan de alguien en especial? —preguntó Perseo.
Sentí la mirada de Elliot en mí, e incluso sabiendo que
Caleb se habría decepcionado al haber estado en esa
cámara conmigo, mi corazón se negó a culpar a Dylan. No
podía, y a lo mejor estaba pecando de inocente una vez
más, pero ni mi lengua ni mi cerebro se atrevían a soltar su
nombre.
Hasta que no tuviéramos las pruebas necesarias, me
aferraría a su inocencia.
—De todos, para ser sincera.
—No de todos, porque nosotros y Elliot estamos aquí —
señaló.
—He tomado mis precauciones para poder descartar a
algunas personas, pero eso no significa que no sigan
estando en la lista. Ustedes incluidos —dije sin inmutarme.
Perseo le dio un trago a su bebida y sonrió.
—Me gusta que te muestres mansa como una paloma,
pero que en realidad seas tan astuta como una víbora —
soltó, y sabía que no me estaba ofendiendo.
—Además, poseo la lealtad de una perra, pero
obviamente con las personas que se lo merecen —aclaré y
ambos rieron.
—Seremos totalmente sinceros contigo, Isabella. —La voz
de Bartholome escurría seguridad—. Muchos en Grigori
apostamos a que solo serías una conejita que lobos como
nosotros despedazaríamos sin ningún problema. No porque
queríamos hacerlo, sino más bien porque no creímos que
estuvieras preparada para asumir esta responsabilidad. Y no
fue personal, con LuzBel hicimos lo mismo cuando se
empeñó en ser parte de nuestra élite.
Sentí la opresión en mi pecho ante la mención de mi
Tinieblo.
—El propio Myles quiso despedazarlo para darle una
lección, él no tuvo piedad con su hijo —añadió Perseo—.
Pero el chico demostró que no tenía las bolas de adorno ni
el apellido como un privilegio. Por eso se le permitió ejercer
su poder y elegir a su equipo.
—Por eso fue parte de nuestra élite siendo tan joven y sin
tomar el cargo de líder —prosiguió Bartholome—. Enoc, en
cambio, te encerró en una bola de cristal, así que nuestras
expectativas no eran muchas contigo. Sin embargo,
decidimos no interferir y respetar la última voluntad de
nuestro líder.
—Por eso tienen mi respeto —aseguré con la barbilla en
alto.
Nunca ignoré que ellos no me creían a la altura del cargo,
y tampoco que no interfirieron en cuanto lo tomé. Me dieron
la bienvenida cuando hice el juramento y eso me hizo
respetarlos de verdad.
—Cuando te fuiste del país dimos por sentado que
ganamos la apuesta, Isabella —continuó Bartholome con el
tema principal—. Pero Myles no dejó de creer en ti.
—Y tampoco tu sede —aclaró Elliot—. Pero sé que eso lo
tienes claro, ya que ellos mismos te han demostrado que tú
siempre has sido su líder desde que asumiste el cargo
después de Enoc.
Lo sabía. Dom y Max eran la prueba de que me
respetaban. Elliot mismo lo era.
—Al recibirte en Vancouver, tuvimos claro que venías a
cerrarnos la boca, querida. Y no nos equivocamos esta vez
—confesó Perseo ganándose de nuevo mi atención—. Así
como entendimos que no podíamos tacharte de débil
cuando cada vez que te destruyeron, te reconstruiste,
levantándote más fuerte. Y con poco tiempo en el país,
conseguiste hacerte la líder de la manada.
—¿Me están adulando para que los saque de mi lista?
Porque no pasará si ese es el caso —señalé y los tres rieron.
Incluso Dom lo hizo, quien se mantenía cerca de la
puerta.
—Sabemos que no, ya no te subestimaremos. —Ese fue
Bartholome—. En lugar de tacharnos de esa lista, agréganos
en las de tus aliados incondicionales, porque nosotros
también somos perros fieles, Isabella White.
—Así es, pero también somos lobos. Y sé que tu padre o
Myles, te enseñaron que nuestra fuerza no está en los
colmillos, la rapidez o la agilidad.
—Está en la manada —terminé por Perseo y me miró
orgulloso.
—Y, por lo tanto, vamos a respaldarte como nuestra
compañera, y si alguien se ha atrevido a traicionarte,
daremos con él —zanjó.
—Y lo mataremos —sentenció Bartholome y me
estremecí. Aunque yo también estaba consciente de cómo
procederían porque sucedía igual en La Orden.
Sin embargo, me sentía más tranquila al escucharlos.
Perseo incluso aseguró que Sarah, su hija, se estaba
encargando de mover todas sus influencias para poner en el
cargo de sargento comisionado a otro aliado que nos
apoyara, tal cual lo hizo Caron, y con eso conseguiríamos
seguir derrocando a nuestros enemigos. Seguimos reunidos
durante una hora más y luego cenamos en mi casa, pues ya
era parte del plan celebrar esa alianza que reforzamos entre
líderes. Me sentí satisfecha además por todo lo que
conseguí en mi viaje, a pesar de no encontrar nada sobre
Hawái. Pero como Elliot aseguró, debía dejar que las cosas
llegaran a mí cuando fuera el momento.

Al día siguiente, me desperté con el deseo de estar en el


jardín de mi madre. Desde que llegamos no me había
atrevido a verlo porque sabía que me dolería, pero era
nuestro último día en California y no me perdonaría ignorar
esa parte de ella.
—Jesús —jadeé al encontrarme con un rosal azul y rojo.
Los sistemas de riego estaban encendidos y las gotas de
agua en los pétalos se veían inefables, tanto, que lamenté
no haber tenido mi cámara para inmortalizar esa
majestuosidad de la naturaleza. Nunca vi esas rosas antes,
aunque el jardín luciera como si mi madre todavía lo
cuidara.
—Sorprendentes, ¿no? —La voz masculina me distrajo, y
cuando la busqué, encontré al jardinero que tuvimos en
casa desde siempre. Estaba más viejo, pero con eso la
sabiduría y la dedicación por las plantas solo se acentuó, a
un punto que era palpable.
—Nunca las vi cuando vivía aquí.
—Es porque su madre las plantó unos días antes de que
nos dejara —explicó—. Y casi las pierdo, ya que resintieron
la ausencia de su dueña, pero conseguí rescatarlas y ahora
son las que más cuido.
Sonreí, agradecida pero con tristeza a la vez. El jardín
denotaba la dedicación de ese hombre, las rosas sobre todo.
Pues, sin temor a equivocarme, podía jurar que jamás vi
rosas tan hermosas en mi vida, como esas y las que mamá
cuidó.
—¿Nunca ha pensado en sembrar negras? —pregunté
mientras acariciaba una azul—. Quedarían perfectas justo
acá. —Señalé el surco vacío entre las rosas azules y las
rojas.
—Dicen que son raras y no siempre se adaptan a los
cambios de clima. —Asentí de acuerdo, ya que, según supe,
la que Elijah me hizo llegar fue una creación única y muy
bien cuidada. Por eso, no pudo dármela él mismo—. Pero si
usted lo desea, puedo intentar plantarlas.
—Hágalo, por favor —respondí sin dudar y, de soslayo, vi
que sonrió.
—Señorita Isabella, ¿recuerda la rosa de fuego que su
madre trajo de Hawái? —Mis ojos se abrieron con sorpresa
al escucharlo y lo miré atenta. Él sonrió—. La pobre luchó
demasiado por ella, ya que la planta estaba reacia a florecer
en tierra que no era suya. Su padre incluso mandó a traer
tierra especial de ese país para poder conservarla.
—¿Qué pasó con ella? —pregunté. Sabía de esa rosa,
incluso llegué a creer que se había muerto por las
lamentaciones de mi madre en aquellos días.
—Está en el invernadero. Su madre luchó y la salvó, así
como me pidió que la cuidara con mi vida para que un día
usted la viera florecer.
—Jesucristo —susurré con ganas de llorar.
—La flor que crece en la adversidad es la más hermosa de
todas —murmuró él, y para ese momento yo ya estaba
corriendo hacia el invernadero.
Todo llegaba cuando debía, eso me dijo Elliot, y lo estaba
comprobando. Fui al jardín para sentir de cerca a mi madre
y terminé por encontrar lo que estaba buscando en el
invernadero, el lugar sagrado de Leah White Miller. Uno que
mi padre le mandó a construir porque a ella le fascinaban
las plantas silvestres, las raras, esas que no se daban en
California, y a veces tampoco en el país, a menos que
tuvieras el amor y los medios para cuidarlas y hacerlas
florecer.
La pequeña fortuna de mi madre.
Y mientras mis ojos iban de aquí a allá, viendo cada fila
de plantas, mesas de trabajo e incluso muebles para tomar
el té o leer acompañada de un café, llegué al final del
paraíso escondido que mi padre creó para su reina Sigilosa:
un santuario, con una piscina perfecta para dos, rodeada de
flores silvestres, y a unos metros de ella encontré una
fuente pequeña sobre la que florecía la rosa de fuego. Tenía
un color naranja claro desde la base de los pétalos, pero al
llegar a los bordes se oscurecía, dando la apariencia de
estar en llamas.
Mi corazón se aceleró ante la incertidumbre de lo que
encontraría, y con cada paso que di hacia ella, sentía los
latidos en mis oídos. Rodeé la fuente para estar cerca de la
rosa y vi que, de la base cubierta por vegetación, titilaba
una luz roja; imperceptible en la distancia, pero no al estar a
centímetros.
«Nena, nuestras vacaciones en Hawái. Vacaciones,
Hawái».
Tragué con dificultad cuando descubrí una caja fuerte. La
luz era de una cámara que supuse que era de seguridad.
Las palabras de mi padre se repetían en mi cabeza y las
manos me temblaron al digitar el día y mes de mi
nacimiento, junto al año que viajamos a Hawái.
—Clave activada —dijo una voz robótica femenina.
—Santa mierda —murmuré cuando la puerta hizo clic y se
abrió.
Me senté sobre el pasto y respiré hondo antes de hurgar.
Luego saqué todo lo que vi adentro: fotos de mi yo bebé
que no recordaba haber visto antes, de mis padres cuando
éramos jóvenes, una llave y un sobre con mi nombre escrito
en cursiva.
Era la letra de mamá y las manos me temblaron más al
abrirla. Mi respiración se volvió irregular y me tapé la boca
en cuanto leí uno de los motes cariñosos con los que solía
llamarme.

Mi pequeño ángel: Daría todo porque esta carta


nunca llegara a tus manos, pero somos de la muerte,
y así me duela, se me desgarre el alma y no pueda
contener las lágrimas con cada línea que te escribo,
sé que debo dejarte una explicación por si me voy
antes de que pueda hacerlo en persona.
Y si me estás leyendo, es porque ya no estamos
contigo.
Lo siento, mi amor, y créeme que pensar en que tanto
tu padre como yo te hemos dejado me destruye de
una manera inexplicable, porque sí, sé que mi John
ya no está contigo, pues ese fue el trato que hicimos:
sabrías de esta carta únicamente si él no alcanzaba a
decirte lo que tenías que saber de nosotros. E intuí
que, si yo me iba antes, tu padre se volvería loco y
trataría de alejarte en lugar de mostrarte quiénes
fuimos en realidad. Te escondería de un futuro que
tarde o temprano te alcanzará.
Y le ruego a la vida que me permita dejarte en un
entorno seguro antes. Suplico que alcance a limpiar
el mundo de las escorias que querrán consumirte,
mancharte, destruirte. Pero si no lo consigo, rezo
para que, como mi rosa de fuego, sobrevivas a los
cambios a los que te enfrentarás y florezcas como la
más hermosa de todas en la adversidad.
John fundó Grigori con la idea de que un día sus
herederos lo sucederían, tú sobre todo, pues supo de
Dylan hasta hace muy poco. Por eso te preparó desde
niña, aunque haya querido mantenerte en una bola
de cristal cuando nuestros mayores enemigos nos
encontraron.
Y sí, amor, estoy segura de que a estas alturas ya
sabes de La Orden del Silencio, mi redención. La
organización que fundé con el fin de resarcir un poco
del daño que hice en mi pasado como Vigilante. Y no
estoy orgullosa de que sepas esta parte de mí
cuando ya me he ido, pues me aterra que quieran
tergiversar todo a la conveniencia de mis enemigos,
pero tampoco puedo decírtelo mientras estoy sin
ponerte en peligro.
Perdóname, amor. Perdóname porque sé que mi
pasado te cobrará a ti algo que solo es culpa mía, a
pesar de que desde que salí de las garras de un
infeliz que me arrebató lo más preciado por
sobrevivirle, he estado pagando por mis errores. Y
posiblemente en este momento puedes odiarme,
odiarnos junto a tu padre por irnos sin prepararte,
pero confío en que cuando seas madre entenderás
que muchas veces los padres hacemos cosas por
nuestros hijos que parecen malas, que pueden serlo
en realidad.
Sin embargo, los hijos son un tesoro que puede
convertirse en fortaleza y debilidad al mismo tiempo,
para nosotros. Un tesoro por el que actuamos de una
manera que creemos es correcta. Por él matamos,
vivimos y morimos, amor. Y así yo me haya
equivocado creyendo que lo protegería, nunca lo hice
por falta de amor, sino por abundancia de ello.
Si me he ido antes de recuperar todo lo que mi
pasado me arrebató, sé con certeza que eres la
nueva líder de La Orden del Silencio, pero no porque
yo haya querido que lo fueras, a diferencia de tu
padre con Grigori. Lo eres porque te lo ganaste,
porque sobreviviste y te adaptaste, mi hermosa rosa
de fuego. Y te prometo que con los Sigilosos
encontrarás los ángeles que dejé para mi tesoro, los
guardianes que lo cuidarán incluso con su propia
vida.
Ahora eres una líder Grigori y Sigilosa, y creo
fervientemente que te lo mereces, porque te lo
ganaste y luchaste por ello. Y no me cabe ninguna
duda en que también serás una excelente hermana y
algún día, la mejor de las madres.
Una pantera que protegerá a los suyos. Una leona
que desgarrará a quienes intenten lastimarte. Una
loba que buscará justicia, pero que no
desaprovechará la venganza cuando se presente la
oportunidad de cobrarla.
Ahora, no olvides que fui madre y una madre siempre
ama a sus hijos, no importa lo que ellos crean. Todo
lo que hice y no hice, siempre tuvo un motivo, y poco
a poco lo descubrirás; las respuestas llegarán a ti
cuando sean necesarias. Solo sé paciente, mi vida,
todo llega cuando tiene que llegar. Como nuestro
viaje a Tokio para mi cumpleaños, ¿lo recuerdas?
Para mi será inolvidable.
Te amo, mi hermosa rosa de fuego, jamás lo olvides.

—También te amo, mamá. Y te comprendo —susurré


mientras las lágrimas caían como cascadas de mis ojos y
presionaba la carta contra mi pecho.
Cogí las fotografías y la llave que me dejó, sabiendo que
todavía había muchas cosas que ella tenía que decirme. Por
eso recalcó su viaje a Tokio, por eso me dejó una llave y por
lo mismo encontré una dirección al final de la carta.
Capítulo 27
Arderemos juntos

Cuando volví a la casa, iba llena de melancolía,


entendiendo a mi madre a pesar de que todavía había
muchas cosas que quería que me fueran explicadas, pero
aceptando lo que ella me dijo: las respuestas llegarían
cuando fuera el momento.
Le dije a Elliot sobre mi hallazgo y se sorprendió mucho
cuando leyó la carta. También volvió a hablarme sobre lo
poco que sabía de la vida de mi madre como Vigilante, y
eso solo asentó más mi odio por ese malnacido que la dañó
de maneras inimaginables. La rompió poco a poco hasta
que ella tuvo las agallas y la oportunidad para huir de su
lado, pero incluso al sobrevivirle y convertirse en la
fundadora original de La Orden del Silencio, esa mierda
consiguió robarle el último aliento.
Lucius Black fue su peor pesadilla, el monstruo que la
acechó por siempre y me dolió que incluso con todo el
poder de mi padre y de ella misma, la haya vencido. Lo que
me hizo presentir que descubriría muchas cosas más en
Tokio que a lo mejor me destruirían.
—Me desconcierta todo esto, y a la vez entiendo por qué
mamá siempre se empeñó en recalcar que debía amarme a
mí misma para que otros me amaran y valoraran como lo
merezco —murmuré.
Estaba en la cama con Elliot, era de madrugada, pero él
dijo que tendríamos tiempo para dormir en el jet y que
prefería aprovechar nuestras últimas horas como amantes.
Y, aunque me reí y burlé de eso, terminé por tomar su
ejemplo y disfruté de esos momentos entre sus brazos.
—Solo Leah supo el infierno que atravesó, y el que siguió
librando al huir de esa mierda, cariño. Y a lo mejor pensó
que, si ella no pudo salvarse del todo, trataría de que tú
jamás conocieras uno que te dañara. Al menos no sin que lo
quisieras. —Me dio un beso en el cuello tras decir eso y me
estremecí, pero por sus palabras.
Aferró su brazo a mi cintura y pegó más el pecho a mi
espalda, quedándonos acurrucados como los amantes que
deseaban congelar el tiempo para no volver a la realidad.
Analicé mejor sus palabras y entendí a lo que se refería, ya
que si bien hubo un infierno que me dañó y me seguiría
dañando, viví otro que disfruté y del que nunca hubiera
querido escapar.
Pero tampoco me haría la tonta, pues por mucho que
amara a Elijah, por mucho que deseaba seguir en su
infierno, era consciente de que demonio era demonio y,
como tal, me hizo vivir una utopía, sin engañarme por
supuesto. Me aferré a él de una manera insana cuando
atravesé el secuestro y perdí a mi padre. No me importó
que no me correspondiera como yo quería con tal de no
seguir perdiendo a nadie.
Me engañé con la mentira que más me gustaba y me
quemé con un infierno que me hizo sentir viva.
Seguí charlando con Elliot, también disfrutando de las
últimas horas en casa, en mi cama. Y solo dormimos en el
jet como prometió, aunque no por muchas horas, pues la
expectativa de lo que pasaría al llegar a Richmond comenzó
a abrumarme y los nervios me robaron la paz.
—Hora de volver a la realidad. —Mi voz fue cansina y
exhalé un suspiro en cuanto el jet aterrizó.
Desde la ventanilla, vi las Todoterrenos que ya nos
esperaban.
—Dolerá después de estar sumido en un sueño toda esta
semana —aseguró Elliot y cuando lo miré, me tomó de la
barbilla y me besó.
Fue un beso duro y dulce a la vez, un gesto con el que
grabó y recalcó que esa semana juntos sería inolvidable. Y
le correspondí en afirmación, ya que así no fuéramos a
repetir (o al menos no lo había contemplado en un futuro
cercano), tenía claro que nadie me volvería a follar como él,
pues en sus brazos no me sentí una posesión, pero sí un
tesoro. Y conservaría lo que vivimos como lo mejor que me
pasó con un hombre después de tres años.
—Sé que ese dolor pronto se te pasará en los brazos de
otra. De una rubia, por ejemplo —satiricé y también lo tomé
de la barbilla.
—Al igual que tú para mí, yo para ti seré insuperable —se
mofó.
Una sonrisa ladina fue mi respuesta y eso le satisfizo,
pues se lo confirmé sin palabras: seríamos insuperables
porque, aunque nuestro amor no fuera el de antes, sí nos
seguíamos amando de una manera que nadie entendería.
Sin embargo, yo no fui hecha para él ni él para mí. Y ya
ambos lo teníamos claro.
—Gracias por recordarme que sigo siendo una chica de
veintidós años con derecho a vivir y divertirse —susurré
antes de salir del jet y Elliot me guiñó un ojo.
La vida para muchos jóvenes y adolescentes en Estados
Unidos era dura, pues en nuestra cultura la mayoría debía
comenzar a trabajar desde los dieciséis años para ayudar a
pagar sus propias facturas, o aportar con el alquiler de las
viviendas. Muchos necesitaban hacerlo para tener ahorros
por si no conseguían ser beneficiados con los préstamos
estudiantiles, o se veían obligados a enlistarse en la fuerza
armada del país y así obtener sus beneficios, lo que les
llevaba a tener una madurez distinta a la de chicos de sus
edades en otros países.
Y estábamos otros que, incluso teniendo lujos, amor y
fideicomisos jugosos para la universidad, nos veíamos
obligados a madurar gracias a la maldad y a la violencia de
personas sin escrúpulos. Por lo que me era fácil olvidar que
tenía veintidós años, y que dejé la universidad para
dedicarme a sobrevivir y proteger mi propio…
—Dios mío, luces tan radiante que mis ojos se lastiman.
Espero que sea porque Elliot te dio hasta por donde no te da
el sol.
—¡Jesucristo! Modera tu boca, maldita ninfómana.
La pequeña pelea en japonés entre Maokko y Caleb me
sacó de mi momento filosófico. Esa era mi bienvenida: única
como ellos dos.
—Sí le dio, no lo dudes.
—Maldición, Ronin. Te estás ganando un castigo que
estaré encantada de cobrarte yo misma —dije entre dientes
cuando mi compañero hizo gritar a Maokko de emoción con
esa respuesta.
—Ahora entiendo por qué te mantuve lejos de las rondas
—espetó Caleb para él, refiriéndose a las rotaciones que se
mantuvo haciendo con nuestros compañeros desde que
llegamos a Estados Unidos, y agradecí que Elliot estuviera
hablando con los Grigoris y no presenciara ese espectáculo.
—Creí que me mantenías lejos porque te pone nervioso
mi presencia —comentó Ronin con chulería.
Y aunque Caleb intentó parecer imperturbable, sus
mejillas sonrojadas demostraron que no le era fácil ser un
listillo luego de que Ronin se declarara tan abiertamente
interesado en él.
De mi equipo, y a excepción de Caleb y Maokko, solo
Ronin se atrevía a jugarme bromas, aunque sabía que me
respetaba. Sin embargo, tenía esa confianza porque fuimos
entrenados juntos e hicimos nuestros juramentos como
Sigilosos en la misma ceremonia.
—Vete a la mierda —respondió Caleb, pero se estaba
riendo en ese momento—. Linda, bienvenida —añadió para
mí e hizo una reverencia. Maokko lo imitó.
No solían saludarme siempre de esa manera, pero había
otros Sigilosos con ellos que mostraban su respeto así, y mis
amigos se encargaban de recordarles que, a pesar de la
confianza entre nosotros, no olvidaban el respeto por su
líder.
—Gracias —dije, respondiendo a su reverencia—. Y antes
de que lo pregunten, los extrañé. Y ahora, pónganme al día.
—Caleb sonrió y abrió la puerta del Jeep para mí. Maokko y
Salike nos acompañarían—. Y tú, vete con Elliot. Desde
ahora no quiero que te separes de él —le ordené a Ronin.
Hizo una reverencia y se marchó para donde el ojiazul se
encontraba con Max y Dom. Caleb y Maokko me miraron
con una ceja alzada, intuyendo que mi petición hacia Ronin
no fue así porque sí.
—¿Me pondrás niñera? —preguntó Elliot a lo lejos.
—Más bien un posible reemplazo para mí. Le gustan de
ojos azules —bromeé y Ronin rodó los ojos. Caleb soltó una
carcajada y Elliot me alzó una ceja.
—¿Crees que la podrás superar? —le preguntó a Ronin sin
inmutarse por mi broma, y negué con la cabeza, riéndome a
la vez.
Mi compañero miró al ojiazul sin poder creer que le haya
dicho eso.
—Sí, hijo de puta. Así se siente —celebró Caleb.
Luego de esa pequeña broma, nos subimos a los coches,
agradeciendo que Elliot no hiciera más preguntas ni se
negara a que Ronin se fuera con él. Y estaba segura de que,
aunque en el camino el ojiazul quisiera convencer a mi
compañero de que no era necesario que lo cuidara, Ronin
obedecería mi orden incluso desde las sombras.
—Ya dinos por qué enviaste a Ronin con Elliot —pidió
Maokko.
Ella iba a mi lado y Salike en el asiento del copiloto.
—Porque recibí una llamada antes de irme a California y
prefiero prevenir antes que lamentar —admití y los tres
entendieron a quién me refería.
—Ese maldito está loco —se quejó Salike y la miré
esperando a que se explicara, ya que sabía que no lo decía
solo por lo que vio en casa de Caron—. Me emboscó hace
dos días creyendo que eras tú cuando iba del cuartel hacia
el hotel. He mantenido parte de tu rutina y conducido este
Jeep que ya reconocen como tuyo.
Hijo de puta.
—¿No te dañó? —pregunté.
—Solo la hizo cagarse del susto.
—Maokko —repliqué y ella se encogió de hombros.
—Quisiera verte a ti en mi lugar, siendo amenazada de
muerte por ese desequilibrado solo porque me hago pasar
por su chi…
—Donde termines esa frase me reiré junto a esta loca por
asustarte —amenacé.
—No la dañó, pero sí le advirtió que no se volviera a hacer
pasar por ti, porque la mataría para que no intentáramos
volver a confundirlo —respondió Caleb por ella.
—Maldito imbécil —espeté.
—Me pidió que te dijera que le llames en cuanto te dignes
a encender tu móvil o no responde de sus actos.
Dios.
«Estábamos en problemas, Colega».
Por supuesto que no, ese idiota no era nada mío. Y
aunque lo fuera, no tenía por qué actuar así.
—¿Te pidió? —ironizó Maokko.
—Bueno, ordenó —reformuló Salike y rodé los ojos.
Me parecía inaudito que el enfermo amenazara a mi
gente.
«No sé de qué te sorprendías luego de que te prometió
quemar vivo a Elliot».
Me importaba un carajo su promesa. Sombra no tenía por
qué meterse con mi gente cuando era más que claro que la
que no quería saber nada de él era yo.
Pero dejé eso de lado y me concentré en el informe que
Caleb iba a darme, uno que no era del todo bueno, pues
parecía que al final Sombra ya había recuperado su libertad
y con él, los Vigilantes estaban pensando volver al ataque,
amenazando a Gibson con su familia para obligarlo a
retroceder con el trabajo que estábamos haciendo.
Tess le envió protección con la esperanza de que el
senador dejara de estar paranoico y se enfocara en
mantener su posición inquebrantable. Aunque estábamos
conscientes de que tarde o temprano nos veríamos
implicados en otro enfrentamiento con esas ratas, pues el
candidato a senador que le haría la competencia a Gibson
había montado una campaña sucia en su contra, ayudado
por personas influyentes a las cuales les convenía que los
Vigilantes recuperaran el poder que les quitamos en los
últimos días.
—¿Isamu se ha puesto en contacto contigo?
—Todavía no, aunque espero que lo haga pronto. Si
Sombra ya comenzó a vagar por la ciudad, significa que se
están confiando de nuevo con las intimidaciones que le
están haciendo a Gibson —respondió Caleb y asentí.
—¿Te quedarás en el hotel conmigo? —Maokko lucía
ilusionada con esa idea, pero yo sabía que me quería con
ella solo porque pretendía interrogarme con lo que hice en
California.
—Estoy cansada y sé que no me dejarás dormir. Mañana
te cuento todo lo que quieres saber.
Caleb y Salike contuvieron una sonrisa al ver la reacción
de Maokko. Parecía una niña caprichosa.
—Espero que no te guardes nada si me harás esperar más
tiempo —refunfuñó y reí.
—Mañana me reuniré con todos los Grigoris, encárgate de
eso, por favor —Caleb asintió en respuesta.
—¿Quieres que te deje mi móvil para que no estés
incomunicada? —ofreció Maokko y negué.
No había querido mantener encendido el mío mientras
estuve en Newport Beach, pero ya había llegado el
momento de que regresara a la vida, mentalizándome todo
lo que encontraría y que ignoraría, ya que no iba a lidiar con
ese idiota posesivo hasta que descansara.
—No, voy a utilizar el mío. Pero gracias —les dije.
—Nos quedaremos aquí hasta que Dom y Max lleguen —
avisó Caleb y asentí.
Había estacionado frente al edificio de mi apartamento y
se bajó del coche solo para sacar la maleta de mano y el
bolso de viaje.
—Los veo mañana —me despedí de los tres.
El cansancio me estaba matando y, aunque no había
querido que nadie entrara al apartamento, permití que
Caleb lo hiciera para que estuviera tranquilo al asegurarse
de que nadie había violado la seguridad y me estaría
esperando dentro. Cuando se fue, decidí tomar una ducha y
luego me metí en la cama vistiendo (como ya se me estaba
haciendo costumbre) únicamente una playera de mi
Tinieblo. Encendí el móvil y ni siquiera me sorprendí de la
infinidad de llamadas y mensajes de textos que tenía de
Sombra.
Los borré sin leerlos, no estaba para sus absurdas
amenazas ni para que nadie me controlara la vida.
—Debes estar jodidamente bromeando —rezongué
cuando una hora después de que encendí el móvil, vibró con
una llamada entrante de ese enmascarado.
De seguro tenía a alguien vigilando el condominio para
que le avisaran cuando yo llegara.

Le escribí a Max.
Mi móvil volvió a vibrar luego de que decliné la llamada
dos veces y decidí responder.
—Vaya, yo creí que me había librado de ti.
—Es tu problema no haber leído las letras pequeñas el día
que decidiste hacer un pacto conmigo —respondió y sonreí.
«Y también se te aceleró el corazón».
Sí, ya se me estaba pegando tu estupidez.
«Sí, ajá».
—Arruinas mis momentos de tranquilidad —bufé.
—Tú, en cambio, me tranquilizas en momentos de locura.
—Su voz se escuchaba extraña, robotizada pero torpe a la
vez—. ¿Nunca te ha tocado vivir situaciones en la vida que
ya las has vivido antes, sin embargo, las vives de nuevo de
diferente perspectiva?
«Estaba borracho».
Totalmente.
—Se llama déjà vu, ¿no?
—Ah, ah, no es eso. —Se aclaró la garganta y después
prosiguió—. Me refiero a revivir ciertas situaciones, pero en
lugar de ser el hijo de puta, eres la víctima. —Fruncí el ceño
y no contuve las ganas de reír.
—A eso le llaman karma —reconocí mientras me reía—. Y
como te lo dije la otra vez, no me ha tocado vivirlo aún —
bufó después de escucharme.
—Si tú supieras, Bella —se quejó y palpé dolor en su voz
robotizada—. Si tan solo pudiese…. —Calló, y segundos
después soltó el aire por la boca, lo deduje porque sonó así
—. Olvídalo —pidió—. Espero que hayas encontrado lo que
buscabas en California. —No me sorprendió que supiera
dónde estuve.
Pero ¿qué tanto sabía?
«Por el bien de mi ojiazul, esperaba que no mucho».
—Lo hice —aseguré usando una voz neutral.
«Descubrimos que las perlas se seguían sintiendo
deliciosas».
Ignoré eso.
—También espero que mis huellas no hayan sido borradas
—añadió y no pasé desapercibida la advertencia en su voz
borracha.
Reí burlona sin poder contenerme, pero me quedé en
silencio al darme cuenta de lo que le podría dar a entender.
Sin embargo, era tarde, pues él bufó ante mi reacción y lo
escuché maldecir en un susurro.
Mi silencio prolongado y risa burlesca respondieron por
mí.
«Maldición, Isa. Sabía que no querías que él te intimidara,
pero tampoco debías subestimarlo».
Bien, te daba la razón en eso.
—Así que al final ese hijo de puta se comió lo mío —
ironizó.
—No, Sombra —aseguré—. Él no se comió lo tuyo. —
Escuché un suspiro de su parte—. Y si lo hubiera hecho,
pues se habría comido lo mío.
Se carcajeó, el cabrón se carcajeaba y no entendía por
qué.
«Nada te costaba quedarte solo con que Elliot no lo hizo,
joder».
—Eres cruel, Pequeña —murmuró.
—¿Y no dicen que serlo es bueno? —me burlé para tratar
de que eso siguiera pareciendo una broma.
—Ya te enseñaré yo lo bueno que es serlo —devolvió—.
Porque dicen que al cumplir ciertas promesas me vuelvo
bastante cruel. —Me tensé ante la determinación en su voz
—. Y si descubro que Elliot te tocó, entonces reza para que
no caiga en mis manos —amenazó.
—Si lo tocas atente a las consecuencias, porque te haré
conocer el infierno —advertí y lo escuché reír de nuevo.
—Pues bienvenido sea, Bella —me retó—. Arderemos
juntos en él.
—Hijo de…
Me quedé con el insulto a medias y miré el móvil: me
había cortado.
«A ti te encantaba patearle la cola al diablo».

Pasó una semana desde esa llamada con Sombra, y no


volví a saber nada de él, algo que no supe si era bueno o
malo. Pero, en lugar de preocuparme por eso, me concentré
en las actividades con Grigori.
Junto a Tess nos reunimos con Gibson, quien nos presentó
al nuevo sargento del departamento policial. Sarah hizo un
buen trabajo en llevarnos un nuevo aliado, uno más
hambriento que Caron al querer derrocar a los vinculados
con los Vigilantes. El tipo manejaba buenos contactos por su
cuenta, así que tuvimos una semana bastante ocupada
moviendo nuestras piezas para seguir diezmando a los
peones que usaban nuestros enemigos. Sin embargo, al ir
cayendo uno a uno, las amenazas contra el senador
aumentaron y debimos darle más protección.
—Los jefes de la Yakuza me han pedido volver a Tokio
dentro de cuatro días. Sospecho que van a romper su
alianza con los Vigilantes —informó Isamu.
—Perfecto —celebré.
—¿Crees que otros de sus aliados piensen hacer lo
mismo? —le preguntó Caleb.
—Posiblemente los italianos, y a lo mejor pierdan a la
triada.
—Eso suena excelente —comentó Maokko y todos
asentimos.
Seguíamos obteniendo buenos resultados, y según la
información de mi compañero, Lucius y su hermano David
pensaban irse del país para que no los atraparan. Noticia
que no me agradó, pero no iba a anteponer mi venganza
por encima de los logros que conseguimos al debilitarlos,
quitándoles a sus aliados. Fantasma y Derek se quedarían a
cargo, y con eso me bastaba.
Isamu también me había dicho que Lía resultó ser hija de
David y, por ende, hermana de Derek, lo que me hizo
comprender que estuviera en Karma la otra noche y su
actitud demandante. Pues según Isamu, la chica se
manejaba bien con las estrategias y alianzas, aunque se
mantenía en el anonimato porque su padre no estaba
dispuesto a exponerla.
—¿Sabes si Sombra se irá del país? ¿O si sigue aquí
siquiera?
—Sigue aquí, pero sus salidas son limitadas luego de lo
que hizo con el sargento. De hecho, le han querido aplicar
castigos más severos porque lo culpan por lo que está
pasando. Sin embargo, el tipo ha decidido tomar tu ejemplo,
jefa, y está usando su cercanía con Lía para obtener ciertos
privilegios. Ahora mismo depende de ella si se queda en el
país o lo obligan a irse.
Sonreí de lado con ironía y miré a Caleb y a Maokko,
quienes escuchaban atentos todo.
«No te gustó saber los métodos del Chico oscuro para
conseguir beneficios, eh».
Negué con la cabeza para mi voz interior. Lo que hiciera o
dejara de hacer ese tipo no me importaba mientras ambos
tuviéramos las cosas claras.
—Mantente pendiente de lo que haga y avísame si se
acerca a Elliot. —Ronin permanecía cuidando al ojiazul, pero
ese silencio de Sombra no me daba buena espina, así que
quería poner sobre él todos los ojos que me fueran posibles
—. Y aprovecha estos cuatro días para sacar toda la
información que puedas, ya que no volverás a Japón. Te
quiero conmigo —avisé y asintió.
—Los veo pronto, hermanos —se despidió.
—Cuídate —dijeron Caleb y Maokko al unísono.
—Te sigue preocupando esa promesa que te hizo —afirmó
la asiática y asentí, no les mentiría en eso.
—Si no le importó matar a Caron sabiendo en el lío que se
metería, menos le importará deshacerse de Elliot. Así que
no lo subestimaré más —admití.
—¿Le has dicho a Elliot sobre esto? —Negué en respuesta
para Caleb.
—Ustedes son testarudos cuando se trata de amenazas y
más si saben defenderse, por lo que sé que si le digo algo,
Elliot me dirá que Sombra no le hará nada y que sabe
protegerse a sí mismo —aseguré—. Ignorando por qué Ronin
lo cuida, al menos decide darme el gusto.
—Tiene razón en eso. Tú eres igual —señaló Maokko y el
rubio puso los ojos en blanco.
Luego de esa charla con ellos, regresé al apartamento.
Maokko había intentado arrastrarme con ella a Dark Star,
pero me negué porque no tenía ánimos de ir a ningún club.
Jacob la había invitado a una salida con los otros chicos y le
pedí que se divirtiera por mí.
Caleb se quedaría en el hotel, ya que según sospechamos
con mi amiga, había invitado a la chica de la otra noche
para divertirse a su manera.
«Todos tendrían diversión menos tú», refunfuñó mi
conciencia y me reí.
Mi semana en Newport Beach fue suficiente diversión, a
mi manera de ver, así que no necesitaría de salidas por un
buen tiempo.
«Parecías una abuela en lugar de una joven adulta».
Podías decirme lo que quisieras, pero no saldría.
Cuando estuve en el apartamento, me la pasé hablando
con Lee-Ang casi por tres horas, y con ella obtuve mi dosis
de energía, esa que me recargaba de una manera que nadie
conseguía. Y cuando me fui a la cama a eso de las dos de la
madrugada, lo hice con una sonrisa en el rostro. Sin
embargo, solo dormí una hora, ya que a las tres recibí una
llamada de Tess.
Pensé en ignorarla, pero me sobresalté cuando tocaron la
puerta del apartamento y escuché a Dom gritar mi nombre,
pidiendo que respondiera el móvil.
—¿Qué sucede, Tess? —me apresuré a decir.
—¡Estoy en el hospital, Isa! —A pesar de que no nos
llevábamos bien, me preocupé por ella y su voz
desesperada.
—¿Te sucede algo?
—A mí no. —Suspiró fuerte—. Es Elliot. —Salté de la cama
al escucharla—. Está gravemente herido. Ahora mismo ha
sido sometido a una operación para intentar salvarlo.
—¡No, no, no y no! —repetí frenética—. Dime que es una
jodida broma —exigí y su silencio fue más crudo que las
palabras.
—La nueva batalla en esta guerra ha dado inicio —me dijo
antes de colgar, afligida y furiosa a la vez.
Me puse un vaquero, las botas, y salí del apartamento.
Max, Dom y Salike ya me esperaban para llevarme al
hospital. En el camino, me dijeron que los chicos fueron
emboscados a la salida del club y se enfrentaron a los
Vigilantes en una carretera que los llevaría a todos a sus
respectivas casas. A Elliot lo hirieron en la pelea y lo
secuestraron además, pero Ronin le siguió la pista gracias a
un localizador que logró disparar en el coche donde lo
transportaron, y llegó justo a tiempo para ayudarle a Isamu
a sacarlo de un almacén en llamas.
Mis compañeros lo rescataron, y Maokko y Caleb fueron
en apoyo para sacarlos a los tres a salvo del territorio
enemigo.
—¡Joder! ¡¿Por qué no me llamaron para apoyarlos?! —
grité desesperada.
—Porque Fantasma lideraba el ataque y Caleb aseguró
que esta era una cacería contra ti, así no te expondría sin
estar preparados —respondió Salike.
—Voy a matar con mis propias manos a esa maldita
mierda —zanjé con tanto odio, que tuve que apretar los
dientes para controlar un poco de mi ira.
La cabeza me daba vueltas, desesperada porque, aunque
Max iba a toda velocidad, todavía sentía que era muy
despacio. Y rezaba para que Elliot sobreviviera.
«Espera… ¿Rezabas luego de que a nuestro ojiazul casi lo
quemaran vivo?»
—¡Oh, mierda! —exclamé ante el susurro de mi
conciencia—. ¿Solo estaba Fantasma?
—Y muchos más, pero Caleb no me dio más información
—respondió Salike—. Llevaron a Elliot al hospital de los
Grigoris. Han protegido la zona y Tess le solicitó al director
que le proporcionara una sala para que te reúnas con ellos y
te expliquen todo.
No le dije nada más, me concentré en analizar lo que
haría si era Sombra quien había estado detrás del ataque a
Elliot, ya que era su marca. ¡Maldición! Yo sabía que su
silencio no era porque se quedaría de brazos cruzados; todo
lo contrario, planeó bien su ataque y nos cogió con la
guardia baja. Se aprovechó de un momento de relajación de
mis compañeros.
—¿Estás bien? —le pregunté a Tess al verla en la sala de
espera.
Tenía algunos rasguños y suciedad en el rostro, también
en la ropa.
—Sí, el más lastimado de todos fue Elliot —informó—. El
doctor no ha salido aún desde que lo intervinieron, pero sé
por Caleb que lo trajeron herido, con algunas quemaduras e
intoxicado por el humo que inhaló.
—¡Puta mierda! —me quejé, llevándome una mano a la
cabeza y la otra al estómago, tratando de respirar hondo
para contener mi vértigo.
—Si tus compañeros no hubieran actuado a tiempo, lo
habríamos perdido —aseguró y sentí que comencé a
temblar.
—¿Quiénes fueron al club?
—Todos, a excepción de Caleb.
—¿Y los demás están bien? ¿Jane está bien? —Sentía que
se me estaba dificultando tragar.
—Connor la protegió, ellos, Evan y Jacob están en la
enfermería, pero solo tienen cortes y algunos golpes, nada
de lo que no se recuperen en un rato. Aunque perdimos a
algunos de nuestros otros compañeros. —Me puse la mano
en la frente, sintiéndome responsable de ese ataque—.
Dylan está con los Sigilosos en la sala de juntas de los
médicos. Ve con ellos para que te expliquen mejor. Yo me
quedaré aquí esperando noticias.
—Avísame de inmediato cuando sepas algo.
—Cuenta con ello —aseguró—. Max, guíala a la sala de
juntas —le pidió e imaginé que él ya sabía a dónde llevarme
porque estuvo aquí en otras ocasiones.
Seguí a Max enseguida y, en el camino, solo traté de
controlar mis ganas por ir en busca de ese hijo de puta,
porque sabía que eso es lo que quería: descontrolarme para
que cometiera un error, y no estaba dispuesta a dejarlo
salirse con la suya.
Cuando entré a la sala de juntas, lo primero que vi fue a
mi hermano. Tenía la ropa manchada de sangre y sus
nudillos lucían cortes que en unas horas se volverían
dolorosos.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —Llegué hasta él y me contuve
de tocarlo por temor a dañarlo.
—Sí, la sangre no es mía —aseguró y dejé que me
abrazara, correspondiendo a su gesto y sintiendo mi
preocupación aplacarse al comprobar que estaba casi ileso.
Él también parecía aliviado de verme sana y salva, como si
yo hubiera estado corriendo peligro.
Me dio un beso en la coronilla que me estremeció.
—Chicos, ¿ustedes están bien? —pregunté para Caleb,
Ronin, Maokko e Isamu.
Este último hizo una reverencia cuando puse mi atención
en él. Vestía similar a los Vigilantes: de negro y con una
banda roja en el bíceps que lo identificaba como parte de
esa organización. Isamu era tan alto como Caleb, aunque
con más músculos, pero sin verse exagerado. Tenía los ojos
más rasgados que Maokko y menos que Ronin, de labios
gruesos y nariz recta. Lo más llamativo en él, era que tenía
la cabeza rapada a excepción de la coronilla y en el medio
de la parte posterior, donde se había dejado crecer el
cabello en forma de mohawk, aunque en lugar de ser una
línea, tenía forma de V invertida.
Usaba el pelo en un moño la mayoría del tiempo (como un
auténtico samurái), ya que al soltarlo le llegaba un poco
más abajo de los hombros. El tipo tenía treinta y dos años,
pero parecía de veinticinco. Y era dueño de una belleza
oriental y salvaje por la que muchas mujeres babeaban. Y al
verlo sin el uniforme de La Orden, parecía un modelo
fitness.
En ese momento, tenía el rostro manchado de hollín y un
corte en el labio. Ronin y Maokko tenían más golpes que él.
Caleb estaba intacto.
—Yo estoy muuuy molesta —aseguró Maokko.
—Igual yo —la acompañó Ronin.
—Tuve que abandonar mi misión antes de tiempo y me
enfrenté a Sombra para poder rescatar a tu amigo. Iba a
quemarlo vivo. —La sangre me hirvió ante esa confirmación.
Dylan nos miró sin entender lo que ellos decían, e imaginé
que Isamu habló en japonés para no comprometerme si mi
hermano ignoraba el plan, que era así de hecho.
—Estoy intacto porque solo me encargué de
transportarlos. Llegué luego de la llamada de Ronin para
que fuera en busca de Maokko y de él, además de solicitar
apoyo para los demás —explicó Caleb.
—¿Qué sucedió en realidad?
—Salimos del club cuando faltaba poco para la una de la
madrugada. Decidimos irnos juntos porque, a pesar de
querer un rato de relajación, sabíamos que no podíamos
descuidarnos. Pero nos emboscaron en la carretera cerca de
Willow Oaks. Creían que tú ibas en el coche con Elliot.
—¿Por qué dices eso? —le pregunté a mi hermano.
—Porque Fantasma se volvió loco cuando no te encontró
—explicó Dylan y miré a Isamu.
—Fue un plan de Sombra, él sabía que tú no estabas con
ellos, pero decidió decirle a Fantasma que sí para que lo
apoyara en la emboscada. Su único objetivo era Elliot.
—¡Joder! Hablen un puto idioma que yo entienda —se
quejó Dylan. Le di una mirada a Isamu para que se
reservara lo demás—. ¿Y cómo es que tenías a otro
infiltrado con esos hijos de puta y no nos dijiste?
—Dejemos este tema para después y concentrémonos en
el maldito ataque de esos malnacidos —le pedí a mi
hermano y asintió reacio.
—Fantasma enloqueció cuando vio que tú no estabas
entre nosotros y le pidió a su gente que nos ejecutaran. Él
pretendía marcharse. Peleamos con ellos, Sombra se dirigió
a Elliot y lo hirió luego de pedirle a varios de sus hombres
que lo atacaran en grupo. Corrí hacia él para apoyarlo y
ataqué a Sombra; entonces, el hijo de puta estuvo a punto
de matarme, pero se detuvo en último momento
asegurando que ya tenía a quien quería y me noqueó.
—Cuando Fantasma se fue y Sombra consiguió herir a
Elliot, este último ordenó que nos noquearan a todos. El
maldito mastodonte me estranguló hasta desmayarme —
espetó Maokko y entendí su molestia.
—A mí me inyectaron un sedante, pero conseguí disparar
el localizador antes de ceder —explicó Ronin.
—Ronin solo habla japonés, aunque entiende el inglés, así
que no creas que lo hace por joderte —aclaré para mi
hermano y este asintió.
—Sabía que Isamu se haría cargo, ya que estuvo con los
Vigilantes en la emboscada. Y, como ya sabes, los sedantes
no me afectan tanto como a los demás, así que solo estuve
inconsciente por diez minutos. Tomé un coche y seguí la
señal del localizador luego de llamarle a Caleb para que
auxiliaran a los demás y me ayudara a mí.
Los sedantes no le hacían tanto efecto porque se los
inyectaba en dosis pequeñas para crear inmunidad, pues le
tenía pavor a la inconsciencia luego de ciertas cosas que
vivió en su pasado. Él prefería pasar por una intervención
quirúrgica en sus cinco sentidos antes que darle el poder a
alguien más de decidir sobre su cuerpo, y juro que lo
comprendía.
—Pudimos actuar con rapidez, linda. Y ya Salike me dijo
que te volviste loca porque no te avisamos nada, pero si
queríamos salvar a Elliot sin que te pusieran las manos
encima, debía ser así.
Miré a Caleb con impaciencia. Entendía que siempre
pondría mi seguridad por encima de cualquiera, y aunque
me molestara, no se lo reprocharía.
—Gracias —le dijo Dylan y miré a mi hermano—. Y
lamento mucho lo que está pasando con Elliot, pero te
pediría que actuaras de la misma manera así él muriera.
—Dylan, no…
—Es la verdad, Isa. Y sé que Elliot opinaría igual —se
defendió.
No pude decirle nada, sin embargo, en mi interior no
podía dejar de pensar que todo lo que estaba pasando era
mi culpa. Condené a Elliot a ese destino por ponerme a
jugar a la manipuladora y no me lo perdonaría. Aunque
tampoco me quedaría a lamentarlo. Los Vigilantes hicieron
su movimiento, Sombra lo hizo, pero de nuevo era mi turno
y sería más inteligente.
—Pueden dejarme a solas con Isamu, por favor —les pedí
a todos, sabiendo que no podía pedirle únicamente a Dylan
que se fuera sin dañarlo.
Y no quería ofenderlo, era mi hermano y me seguía
aferrando a la idea de que él me quería tanto como yo a él.
Los chicos entendieron mi razón al pedirles que se fueran y
obedecieron de inmediato. Dylan se marchó con ellos y,
cuando estuvimos a solas, le pedí a Isamu que me dijera
todo.
—Hablaré en mi idioma porque me siento más seguro así
de momento —advirtió y asentí—. No pude avisarles nada
porque este ataque me tomó por sorpresa y, como te lo dije
antes, Sombra usó a Fantasma para obtener a la gente
necesaria y asestar bien su golpe. Su único objetivo era
secuestrar a Elliot y nunca vi intenciones en él de dañar a
los demás Grigoris.
»Al parecer, se mantuvo vigilando a Elliot desde que
volvieron de California y supo que con Ronin y los demás no
le sería fácil llegar a él, así que se fue por lo seguro,
aprovechándose del deseo de Fantasma por ponerte las
manos encima. El bastardo es astuto y creo que sospechó
de mí desde hace algún tiempo, ya que me mantuvo al
margen del asunto.
»Nadie sabía que secuestraría a Elliot, a excepción de
Marcus. Así que, al terminar la emboscada, seguí a este
último y tuve que pelear con él para sacarlo de juego. Lo
dejé inconsciente en venganza por lo que le hizo a Maokko,
y cuando llegué al almacén, Sombra ya le había prendido
fuego. Lo ataqué por la espalda porque no era momento
para ser honorable y corrí hacia el interior del almacén. El
hijo de puta me encerró con él para impedirme la salida.
—Bastardo astuto —coincidí con mi compañero.
—Elliot ya había reaccionado, pero estaba demasiado
débil por la pérdida de sangre e inhaló mucho humo, así que
apenas pudo apagar algunas llamas que le alcanzaron la
ropa. Ronin llegó para rescatarnos; al parecer, Sombra se
confió con que ya nadie nos ayudaría, así que abandonó la
escena, o eso es lo que creo. Caleb y Maokko llegaron
minutos después y dijeron que no vieron a ningún enemigo
alrededor. Fue así como conseguimos escapar.
«Te prometo por mi vida que, si permites que él te toque,
lo quemaré vivo frente a ti. Y si llego a faltar a mi
juramento, tienes el derecho de cobrártelo con mi maldita
vida o con mi descendencia».
El recuerdo de la promesa de ese hijo de puta llegó a mi
cabeza tras escuchar la versión de los hechos por parte de
Isamu.
—¿Sabes si Sombra tiene familia? —inquirí.
—No, la vida de él y la de Fantasma son el misterio más
grande dentro de los Vigilantes. Ni siquiera Derek habla de
ello —respondió en inglés.
—Gracias por ir por Elliot sin importar que tu vida se
pusiera en riesgo —murmuré sincera.
—Eres mi líder, por siempre y para siempre, pequeña
Sigilosa —me recordó, haciendo una reverencia y llevándose
el puño al corazón—. Tus órdenes son mandatos sagrados
para mí, así que no agradezcas. Estoy honrando mi
juramento hacia ti.
«Y te prometo que con los Sigilosos encontrarás los
ángeles que dejé para mi tesoro, los guardianes que lo
cuidarán incluso con su propia vida».
Las palabras de mamá en su carta retumbaron en mi
cabeza ante la declaración de Isamu. Ella sabía el tipo de
organización que fundó, por eso no dudaba de la lealtad que
los Sigilosos ofrecían.
—Quiero que descanses bien, porque pronto montaremos
nuestra propia cacería —avisé, y su sonrisa ladina era tan
fascinante como cuando un tigre mostraba los dientes.
—¿Qué plan tienes?
—Cumplir mi promesa, así como Sombra cumplió la suya
—aseveré—. Jugaré mejor mi juego y le demostraré a ese
bastardo que me gusta ganar, pero sobre todo, que provocó
a la Grigori equivocada, olvidándose de que es una Sigilosa.
—Y de que intentó ser más listo que una mujer, sin contar
con que una chica herida es más peligrosa que un ejército
completo —añadió él y le guiñé un ojo.
Capítulo 28
Se enamoró de mí

Elliot resultó con quemaduras de segundo grado en las


piernas y uno de sus brazos. La herida en su abdomen le
atravesó el intestino y esto contaminó su sistema digestivo,
por eso tuvieron que operarlo enseguida. Aunque lo más
grave de su ataque, fue la intoxicación que sufrió por la
inhalación de humo, cosa que comprometió sus pulmones.
Eso explicó el médico cuando salió de la sala de
operaciones. Ya lo habían estabilizado, pero lo tendrían en
cuidados intensivos para monitorearlo hasta que pasara el
peligro. Ronin se quedaría para protegerlo, además de los
Grigoris californianos y otros de Richmond, ya que era muy
posible que Sombra intentara rematarlo, puesto que, si no
se le dificultó entrar antes, querría probar suerte de nuevo.
Estuve toda la mañana en el hospital. Alice llegó en
cuanto supo del ataque y quiso evitarme todo lo que pudo.
Y no la veía con intenciones de abandonar su guardia hasta
que recibió una llamada de su hermano, que la obligó a
marcharse.

—Este hijo de puta es un maldito descarado —bufé al leer


el mensaje que recibí de Sombra.
—¿Es él? —Asentí en respuesta para Maokko—. ¿Pondrás
en marcha tu plan?
Miré de soslayo a Dylan junto a Tess, estaban sentados en
unos sofás alejados de nosotras. Ya había visto a los otros
chicos y me alivió comprobar por mi cuenta que estaban
bien. Ellos se fueron a sus casas a descansar sabiendo que
de nada servía que se quedaran en el hospital, ya que no
podrían ver a Elliot.
—Sí —le respondí a Maokko.
—Quiero ir contigo si te ves con él.
—Supongo que no es solo por apoyarme, sino porque
quieres ver a Marcus —deduje.
—Se fue sin decirme adiós el bastardo, así que quiero
dejarle claro que no soy una mujer a la que pueda
abandonar en el medio de la noche, dejándome dormida —
satirizó y reí. La tonta seguía indignada porque ese
grandulón se atrevió a ponerle una mano encima, como si
no lo hubiera hecho ya cuando pasó lo de Caron.
Cuando salí de la sala de juntas, mi pensamiento más
latente fue buscar a Sombra y cobrarle lo que hizo. En el
pasado lo habría hecho sin dudar, hubiese desatado una
guerra contra él para hacerle pagar que dañara a Elliot,
mandando todos mis planes al carajo en mi arranque de
necesidad por obtener venganza. Sin embargo, aprendí mis
lecciones y era consciente de que precipitarme me llevaría a
perder a más personas importantes en mi vida y no lo
permitiría.
No trabajé en la manipulación ni condené a Elliot para
echar a perder mis planes en un arrebato de ira, así que
seguiría fingiendo con Sombra. Lo usaría incluso si él creía
que ya no me lo permitiría, pues si hizo lo que hizo, era
porque continuaba siendo débil conmigo y le demostraría
que yo mantenía la ventaja.
Maokko se mostró emocionada cuando vio lo que le
escribí.

—Sé que esto es enfermo de mi parte, pero me encanta


su modo cabrón —susurró Maokko y la miré con los ojos
entrecerrados—. Lo siento, no puedo evitarlo. Él y ese
moreno insufrible son como mis villanos literarios favoritos.
—¡Jesús! Entiendo que seas una estúpida zorra literaria,
pero no lo apliques a la realidad, idiota —la regañé.
—Deja tus sermones para luego y respóndele —pidió.
Seguía hablando en susurros para que nadie más la
escuchara.
Negué con la cabeza, rindiéndome con ella.
—Eres una perra —murmuró Maokko entre risas. Estaba
leyendo toda la conversación, haciéndonos parecer como
dos adolescentes que llevaban a cabo una travesura.

—Maldita perra, ¿por qué aprietas los muslos? —repliqué


para Maokko.
—Lo siento, amiga. Sé que estoy mal, pero se siente muy
bien —se defendió con voz agonizante y puse los ojos en
blanco.
—Es retorcido que te caliente lo que me dice.
—A ti te calentó verlo asesinar al sargento. Así que no me
juzgues.
—¿Pero qué demonios, Maokko? No me calentó eso —
chillé sin alzar la voz.
—Te calienta él, así de jodido como es. Y no te atrevas a
negarlo.
—¡Arg! —gruñí.

—Y tú también —le espeté a Maokko al ver que se reía.

Ya no quería responderle ese mensaje a Sombra, pero


agradecí que lo propusiera él, ya que después de esa
conversación desagradable, no quería ser yo la que le
pidiera que habláramos. Sobre todo porque supo
cabrearme, así que sería muy sospechoso de mi parte
pedirlo. Maokko dio palmaditas al ver que conseguí lo que
buscaba, emocionada también porque iría conmigo. Le
envié un mensaje a Caleb para avisarle lo que haría, y le
pedí además que enviara a Salike e Isamu hacia donde se
encontraba Rouge para asegurarnos que ese cabrón de
Sombra no me estuviera montando una emboscada.
Recordaba ese club como el lugar al que me llevó
Cameron con el propósito de salvarme de mi fatídico y
décimo octavo cumpleaños, un territorio de Vigilantes al
que ese tonto me arrastró porque ya estaba haciendo sus
intentos por infiltrarse con ellos para volver a ganarse la
confianza de mi Tinieblo. Y creía que Elijah no lo mató al
enterarse únicamente porque salí ilesa del lugar, y porque
en ese momento no me reconocían por ser la hija de Enoc.
—Tengo algo que resolver. Avísenme si Elliot despierta o si
el médico da más noticias. Volveré en cuanto me desocupe
—avisé para Dylan y Tess.
—¿Irás tú por tía Angelina y tío Robert? —preguntó Tess,
refiriéndose a los padres de Elliot.
Ella ya les había avisado lo que pasó con su hijo y yo me
comuniqué con Robert luego para pedirle que no se
preocupara y que, si querían viajar hacia Richmond para
estar con Elliot, yo me encargaría de su seguridad junto a
otros Grigoris que los cuidarían y acompañarían.
—Caleb y Dom están en ello. Lo que yo resolveré es
aparte.
—Isa, no vayas a ir a buscar a ese hijo de puta —advirtió
Dylan, sospechando lo que pensaba hacer.
—No lo haré. Únicamente resolveré algo que tengo
pendiente con mi equipo —mentí para que no se
preocupara.
Por el rabillo del ojo, vi que Tess me miraba con el ceño un
poco fruncido, estudiándome. Ella me conoció bastante bien
en el pasado y, aunque hubiera cambiado en esos tres años
fuera del país, todavía tenía ciertas manías que me
delataban y que la pelirroja aprendió muy bien.
—No te expongas, por favor —pidió mi hermano,
aceptando mi excusa y asentí.
Maokko se había adelantado para darle un aviso a Ronin
de mi parte y, tras despedirme de esos dos, le hice un
ademán con la cabeza a Max pidiéndole que se pusiera en
marcha.
—Isabella. —La voz de Tess me detuvo cuando ya iba
cerca del pasillo que me conduciría al ascensor—. Ese hijo
de puta merece sufrir por todo lo que ha hecho —dijo en voz
baja cuando llegó frente a mí—. Y si has encontrado su talón
de Aquiles para hacerle pagar, no dudes en utilizarlo. Solo
deja que yo le cobre un par de cosas antes de que lo mates.
Alcé una ceja ante lo último que dijo y sentí el fantasma
de una sonrisa quererse formar en mis labios.
—Mantén distraído a Dylan. Si lo haces bien, tal vez
permita que te diviertas un poco con ese enmascarado.
Me di la vuelta luego de esas palabras, y antes de dejar
de mirarla, alcancé a notar la sonrisa en su rostro.
Maokko ya estaba en el coche cuando llegamos al
estacionamiento con Max. Salike e Isamu nos habían
avisado que no vieron nada raro en el territorio de Rouge,
así que le pedí a mi guardaespaldas que nos llevara hasta
allí. Nuestros compañeros se mantendrían cerca y en la
clandestinidad para apoyarnos por si algo pasaba, y para
que Isamu no se expusiera demasiado luego de dejar claro
que siempre fue un infiltrado.
—Hagas lo que hagas con Marcus, no olvides tu plan de
ser una abeja reina. En este momento me conviene más tu
putería.
—¡Diablos! ¿Desde cuándo te convertiste en mi
proxeneta? —preguntó Maokko.
—No necesito serlo sabiendo de la fiebre que padeces. Te
vendes sola —dije medio sonriendo por su cara de
indignación—. Además, no me creas idiota. Te molesta lo
que ese mastodonte te hizo porque creíste que, luego de lo
que sea que hicieron cuando te perdiste con él en la casa de
Caron, no te trataría más como si no soportara tenerte
cerca.
Mis cejas se alzaron casi hasta el nacimiento de mi
cabello cuando ella hizo un gesto de cerrarse la boca con
cremallera y se dedicó a ver el camino.
—No volveré a contarte mis cosas así me llores —declaré
indignada porque se callara lo que hizo con Marcus, y noté
que Max intentó ocultar una sonrisa al escuchar nuestra
pequeña discusión.
«Le sorprendió que con Maokko actuaras más como una
chica de tu edad y no como la ejecutora sádica de La
Orden».
¡Dios! Ejecutora sádica.
Había pasado mucho tiempo desde que no me recordaban
que me llamaban así. Un apodo que me gané en mis
primeros días como Sigilosa (no como líder) cuando me dejé
consumir tanto por mi dolor, que solo me calmaba un poco
al infringirles dolor físico a otros que se lo merecían por sus
actos malévolos.

Le escribí a Sombra cuando llegamos a Rouge y nos


estacionamos cerca de la salida a la calle principal. Noté
varios coches y me extrañó un poco, ya que era temprano.
Y, por supuesto, que Sombra no respondió. El hijo de puta
me estaba haciendo esperar y eso consiguió ponerme de
malhumor, ya que asentó el hecho de que era yo la que
necesitaba hablar con él y no al revés. Y ni siquiera me
atreví a entrar por mi cuenta para dejarle claro que no me
trataría como a una más de su lista, ya que tampoco
pecaría de estúpida. Salike e Isamu pudieron no ver nada
sospechoso, mas eso no significaba que me confiaría como
una novata, sobre todo sabiendo la guerra que estábamos
librando.
Ir a Rouge no era sinónimo de tregua, sino de pugna. Y
después de lo que hicimos en Karma, contaba con que los
Vigilantes estaban más atentos y nos reconocerían.
—Dime que hay un motivo importante para que haya
tenido que esperar —le dije a Marcus como saludo cuando
llegó al Jeep media hora después de que llegáramos.
Mi sangre hervía como si la hubieran cocido a fuego lento
y deseaba tener a Sombra frente a mí para arrancarle los
ojos con las uñas. En cambio, Maokko sonrió con suficiencia
cuando Marcus se dirigía hacia el coche, y su gesto se
intensificó al notar que él torcía los ojos en señal de
aburrimiento al verla.
—Había intrusos —dijo con voz gélida y nos hizo un
ademán para que lo siguiéramos.
Maokko se adelantó para caminar a su lado y comencé a
contar hasta diez para calmarme, aunque llegué a cincuenta
y seguía igual.
—Tan grandote y me tienes miedo —se burló Maokko de
Marcus.
—Eres insufrible —se quejó él.
—Y tú, un tipo con gustos más oscuros que tu piel que,
por cierto, no creas que se quedará así que me
estrangularas.
Jesucristo.
Esa maldita tenía que aprender a tener un poco de filtro.
Ya iba contando hasta cincuenta y ella no me ayudaba con
esos comentarios descarados.
—Yo fui sádica, pero al menos te di placer. —Mis ojos por
poco se desorbitaron al escucharla.
Yo sabía que esa tonta no se perdió con él solo porque sí.
—Vete a la…
—Cariño, contigo me voy a donde quieras —dijo Maokko,
cortando el insulto de Marcus con el doble sentido—. Solo
asegúrate que la próxima vez que me estrangules, al menos
me corra.
¡Ochenta!
«Por lo menos ella disfrutaba».
¡Noventa!
Seguí con mi conteo y dejé de escucharlos, aunque noté
que, a pesar de que Marcus trataba de mostrarse
desinteresado en ella e incluso fastidiado, su diversión no
era fácil de ocultar en sus rasgos duros.
Él nos llevó por la puerta de servicio, y cuando entramos
a un pasillo que indicaba la salida de emergencia, escuché
al fondo la música del club. Era de tarde, pero a juzgar por
la cantidad de coches que vi afuera, imaginé que a lo mejor
tenían servicio de restaurante para que estuviera abierto al
público desde muy temprano.
—Tu amiga tendrá que esperar afuera —avisó el moreno,
luego de hacernos subir unos escalones, hasta adentrarnos
a otro pasillo en el segundo piso que era muy similar a
Karma, a excepción de que este era más oscuro.
Se detuvo frente a una puerta roja.
—Te aseguro que ella no tenía la intención de entrar —
resollé.
—No, pero igual me sorprende que te hagas como si no
me soportas y aun así buscas excusas para quedarte
conmigo —dijo Maokko en respuesta, para Marcus más que
para mí—. ¿Jugamos con mi daga esta vez, o mejor con tu
pistola?
Odiaba admitirlo, pero quería saber qué tanto pasó entre
esos dos.
«Dios, yo también».
—Siento mucho si abusa de ti —hablé entre dientes y
Marcus sonrió sin gracia.
—No mientas, no lo sientes ni un poco —bufó él.
Sí lo sentía esa vez, porque yo conocía mejor a Maokko y
era consciente de que la maldita loca no le tenía miedo ni al
diablo; es más, sospechaba que ni siquiera la tentaba
porque era él quien le temía a ella. Pero era obvio que
Marcus no me creería, porque a pesar de nuestro encuentro
medio amistoso el día que se hizo pasar por repartidor de
pizzas, entre nosotros seguía existiendo cierta hostilidad, y
ya no sabía si se debía a que le disparé a Sombra en
Mónaco, lo llevé a una emboscada con Caron, o porque
simplemente el tipo sí veía mis intenciones oscuras con su
jefe.
—Mantente pendiente y no te enfoques solo en ser una
abeja reina —aconsejé para esa descarada en japonés
cuando Marcus abrió la puerta para mí.
—Cariño, soy puta, pero astuta —me recordó ella y sonreí.
Exhalé profundo en cuanto vi que esa puerta era la de un
privado y encontré a Sombra de pie (dándome la espalda),
mirando a través de un vidrio tintado hacia la pista del club.
Esa vez llevaba un vaquero azul y una sudadera blanca, no
tenía puesta la capucha porque usaba un gorro del mismo
color junto a una playera de cuello alto por debajo. Las
manos las tenía hacia atrás, sin guantes, luciendo sus dedos
con anillos y esos tatuajes de rombos en los nudillos.
Mentía si decía que no me puse nerviosa, pero mis ganas
de matarlo por lo que hizo lograron que me controlara.
—Admito que llegué a pensar que no aceptarías venir —
dijo con ironía, y me tensé cuando Marcus cerró la puerta
detrás de mí, luego de que me adentré al privado.
El corazón me bombeó muy rápido y me regañé
mentalmente porque odiaba reaccionar así con él.
—¿Por qué no aceptaría? —Traté de que mi voz no sonara
rasposa.
Se giró en ese instante y contuve la respiración. Llevaba
una mascarilla blanca que solo le cubría desde el tabique
hasta el cuello como la otra vez, por lo que vi de nuevo los
rombos debajo de sus pómulos. Sus ojos parecían
delineados con Kohl, dándole un toque enigmático y más
peligroso junto a esas lentillas bicolor: una era negra y la
otra blanca con los iris azul eléctricos. Parecían como
relámpagos embravecidos, unos sobre un cielo de día y otro
de noche.
Y, a pesar de que él intentara que no lo leyera
camuflándose con los disfraces o lentillas, esa vez la maldad
y frialdad en sus ojos eran tan fuertes que no podía
ocultarse.
—Creí que seguirías mi consejo y estarías rezando. —Se
encogió de hombros tras decir aquello.
El cabrón se estaba burlando de mí con mucho descaro.
«El Chico oscuro estaba pisando terreno peligroso».
Y estaba jugando al hijo de puta sin saber que yo sabía
jugar ese juego a la perfección.
—Tuvo suerte de que no lo matara solo porque quería
quemarlo vivo, pero de nuevo, cometí el error de
subestimarte. —Apreté los puños cuando comenzó a
aplaudirme con lentitud—. Hiciste una excelente jugada al
infiltrarnos al puto tarzán asiático.
Medio sonreí por cómo llamó a Isamu.
—Ventajas de que me sigas creyendo una chica miedosa
—me mofé.
—No, Isabella. Nadie te toma por miedosa, al contrario.
Eres la única contrincante que ha logrado que nos tengamos
que esconder.
—¿Ahora me adulas? Porque desde ya te advierto que yo
no soy como tu chica. Conmigo no conseguirás ningún tipo
de beneficio solo porque te has metido entre mis piernas o
me susurras mentiras en el oído.
—Ella no es mi chica —zanjó y solté una carcajada—. ¿Te
parezco gracioso? —preguntó molesto y dio un paso hacia
mí.
—Bastante —respondí sin inmutarme y no retrocedí. Le
permití incluso que me cogiera del cuello y me empotrara
en la puerta, mostrándome tranquila.
—¿Te sigo pareciendo gracioso?
—E inmaduro —añadí y gemí cuando hizo más presión en
su agarre.
Su aroma amaderado me golpeó, también el del licor que
quizás ingirió antes de que yo llegara. El privado no era muy
iluminado, pero sí lo suficiente para ver cómo sus músculos
se tensaron.
—¿Dejaste que ese hijo de puta te tocara por lo que viste
en Karma? —inquirió y me mordí la lengua para no decirle
que lo permití solo porque quería, ya que ni siquiera pensé
en lo que él hizo con Lía.
Pero no cometería el mismo error dos veces.
—No me acosté con Elliot —mentí con descaro.
—Trata de ser más convincente, Pequeña manipuladora.
Porque si lo dejé en una maldita cama de hospital solo por
lo que sospecho, no quieres saber lo que le haré dónde no
me convenzas de que no permitiste que borrara mis huellas.
—¿Tan inseguro estás de lo que hiciste al follarme? —Me
reí cuando apretó más su agarre y esa vez me cortó la
respiración—. Con Darius estuviste seguro de que mi cuerpo
reacciona solo a ti. ¿Qué pasa, cariño? ¿Perdiste el toque?
El corazón me golpeó el pecho con brusquedad en el
momento que él dio un puñetazo en la puerta.
—Corta la maldita electricidad de este piso —ordenó con
voz gutural y supuse que fue para Marcus.
Antes de decir algo más, me llevó hacia la mesa licorera y
me sentó sobre ella, tirando al suelo las botellas y vasos. Mi
vientre se calentó con su acción, y me mordí el labio cuando
se metió entre mis piernas.
—¿Te acostaste con esa mierda? —rugió.
«¡Joder, Colega! No fuiste a verlo para provocarlo».
Mierda, tenías razón.
«Aleluya».
—No —dije sonando más convincente esa vez—, pero
pensé en hacerlo ya que sí, Sombra, verte con ella me hirió
el orgullo porque creí en tus malditas palabras. Sin
embargo, no pude con la idea de dejar que otro me tocara.
Dejó su agarre en mi garganta y me tomó de la barbilla,
haciendo que lo viera a los ojos y entendí lo que buscaba. Él
creía que me leería la mirada sin tener idea de que podía
manipularla. Me entrené para que nadie pudiera descubrir
mis debilidades por medio de ello. Me deshice de la
posibilidad de que pudieran verme el alma a través de los
ojos.
—¿Por qué no?
—Por ti —musité y sus ojos se entrecerraron.
Pobre imbécil. No podía leerle la mirada gracias a las
lentillas, pero sí sus gestos y la manera en la que suavizó su
agarre me lo dijo todo.
«¡Guau! Habías superado mis expectativas, maldita
perra».
En ese momento, la luz se apagó, pero la del primer piso
se mantuvo encendida y el reflejo entró por el ventanal
tintado, dando en su espalda y de lleno en mi rostro para
alucinarme. Su estrategia para que no me fijara en sus
rasgos cada vez que estaría sin la máscara.
—Elegiré creerte únicamente porque tu mirada me
confunde —advirtió y me mordí el labio para no sonreír.
Un segundo después de eso, noté un movimiento de su
mano que me indicó que se bajó la mascarilla, y en el
siguiente sus labios estaban tomando los míos en un gesto
duro, lleno de posesividad, brusquedad y vehemencia.
Maldije en mi mente cuando me vi correspondiéndole con la
misma intensidad, recibiendo su lengua en mi interior con
júbilo. Apreté los párpados porque los ojos me ardieron y los
pulmones se apretaron en mi pecho, el calor en mi vientre
aumentó y parecía que la danza de ese músculo en su
cavidad bucal era capaz de tocar el sur de mi cuerpo.
Me embriagué con el toque de licor que mantenía,
fantaseé con sentir ese piercing en mi centro, ansié que las
caricias desesperadas de sus manos fueran encima de mi
piel y no de la ropa. Pero sobre todo, me asusté por lo fácil
que me hacía desearlo y olvidar que lo vi con otra, que yo
estuve con otro, y que eso entre nosotros solo era el medio
para un fin.
Mi fin.
—No, Sombra —dije entre jadeos, luego de que mordiera
mi labio inferior e intentara desabrocharme el botón de mi
vaquero.
—¿Por qué no? —La desesperación en su voz fue palpable
—. ¿Por qué no me dejas tomar lo que es mío? —Me cogió
de la parte posterior del cabello, haciendo que inclinara más
el rostro y le diera acceso para que me mordiera de nuevo,
esa vez más fuerte, tirando de mi labio. La otra mano la
mantenía en mi cadera, apretando su pelvis en mi centro
para que sintiera su erección.
—Porque no lo mereces. Ni siquiera debí dejar que me
besaras, no después de verte follar a otra y que encima
ataques a Elliot porque crees fácilmente que follé con él. No
cuando aseguraste que tú eras mío y no me des lo mismo.
—No mentí con lo que dije en aquel bosque —aseguró y
volvió a besarme. Seco y duro en ese momento—. Me vi
obligado a hacerlo gracias a tus acciones. Y soy de los que
actúa y luego averigua, Bella. Eso debió quedarte claro
cuando hiciste lo de Patterson. No toleraré que nadie más te
toque.
—No sigas amenazándome —exigí e intenté apartarlo de
mí.
De más estaba decir que no lo conseguí.
—Yo no amenazo, no juro. Yo actúo.
—Sabes lo fácil que sería para mí ponerme a tu nivel y
llegar a Lía —increpé—. ¿Crees que me voy a contener con
ella? Y recuerda que, a diferencia de ti, yo no tengo que
manipular a nadie para acceder a un ejército, porque yo
tengo mi maldito ejército. —Lo tomé de la barbilla al decirle
eso y, en ese momento, fui yo la que bloqueó los tobillos en
su cadera y lo apreté a mi cuerpo, rozándome en su
erección—. En serio, Sombra, ¿a estas alturas crees que no
seré yo la que te follaré a ti sobre la sangre de tu pequeña
perra?
—No me pidas que no te folle cuando me provocas así —
gruñó, tomándome de las caderas para que dejara de
rozarme en él, presionando su frente a la mía.
—No me volverás a tocar de esa manera hasta que te lo
ganes. Hasta que me saque de la cabeza esa maldita
escena entre tú y ella. —Rio al escucharme, pero supe que
no se estaba burlando de mí—. ¿Te gustó estar entre sus
piernas más de lo que has disfrutado estar entre las mías?
¿Disfrutaste de sus besos? ¿Te olvidaste de mí entre sus
brazos?
«¡Mierda! Seguías actuando, ¿cierto?»
—¡Maldición! Eres mi jodido karma —gruñó y me congelé
un poco cuando me abrazó—. Meree raanee.
No supe qué dijo por último o el idioma que usó, porque
me quedé estupefacta al sentir sus brazos envolverse en mi
cintura, y no en un gesto posesivo. No lo sentí de esa
manera, incluso cuando su acto fue como si quisiera
grabarme en su piel o esconderme en ella, para que nadie
más llegara a mí. Tragué con dificultad y mi corazón galopó
más rápido que en el momento en que lo vi o me acorraló,
tomándome del cuello.
Fue un abrazo de algo más que amantes. Distintos a los
de Elliot, pero con la capacidad de hacerme sentir más.
Muchísimo más. Y me asusté.
—Lo que viste con Lía fue un error —susurró en mi oído y
no pude decirle nada—. Me hiciste cometer el peor error al
provocarme con Caron, y me metieron a una puta cloaca
por tres días para castigarme. Tres días que se sintieron
como más, y me sacaron únicamente porque ella se lo
suplicó a su tío. Aunque Lucius aceptó con la condición de
enviarme a Rusia, a un campo de concentración en donde la
Bratva corrige a sus miembros rebeldes —confesó con el
odio destilando de su voz y no sé si era estupidez de mi
parte, pero le creí—. Lía maneja asuntos importantes para
él, así que le pedí que no permitiera que me sacaran del
país y dijo que lo haría solo si la follaba.
—¿Por qué sigues con ellos? Ya me dijiste que tienes una
promesa, pero ¿vale la pena soportar tanto cuando hablas
de los Vigilantes con tanto odio? —quise saber y se colocó la
mascarilla para alejarse de mí—. ¿Por qué accedes a enviar
personas para que los prostituyan o descuarticen como si
fueran ganado?
—Deja que yo lidie con mi propio infierno, y preocúpate
por cuidar de ti, ya que esa locura que cometiste al entrar a
Karma ha vuelto locos a todos, a Fantasma para ser más
específico —zanjó y su voz fue demandante y supe con eso
que intentaba cerrar el tema.
—¿Eres tan despreciable como ellos? ¿También violas y
eres parte de los secuestros además de los envíos? —insistí.
—No, Bella. Hasta en los perros hay razas, así que deja de
mezclarme con esas escorias, ya que así estemos en la
misma mierda, nos mantenemos en diferente nivel —espetó
y me bajé de la mesa en donde me había tenido.
—Dame una sola razón para no mezclarte con ellos —
exigí y me puse de lado para obligarlo a él a que hiciera lo
mismo y así pudiera verle los ojos.
La forma en la que los entrecerraba me hizo suponer que
apretaba la mandíbula, lleno de frustración por mis
exigencias.
—Van a atacar a Gibson —confesó tras unos largos
segundos—. Secuestrarán a su hija al salir de la escuela. —
Me puse alerta al escucharlo.
La hija del senador era una niña de diez años.
—¿Cuándo? —pregunté y cayó—. Sombra, te doy mi
palabra de que no diré nada. Es más, puedes decirle a tu
organización que esa información pudo llegarme de Isamu.
—Así que ese es el nombre del tarzán asiático —ironizó y
fingí que cometí un error al decir la identidad de mi
compañero.
Pero ese no era su verdadero nombre.
—Eso no importa.
—No funcionará, Isabella. Cambiaron la misión
precisamente para evitar que él te dijera algo por si
consiguió saber de ese ataque.
—Instala un micrófono y cúlpalo a él de haberlo dejado.
—¿Por qué vendes así a tu gente?
—No lo hago, Sombra. Así trabajamos, aprovechamos las
oportunidades, y si me atrevo a pedirte que procedas de
esa manera, es porque podemos protegerlo, así como te
estoy dando una salida a ti —aclaré y alzó una ceja.
—Eres astuta —murmuró y sonreí de lado—, pero no
olvides que tienes a alguien de Grigori traicionándote.
—Mantendré esto solo entre mi equipo hasta donde pueda
y diré que obtuve la información por Isamu. Te protegeré en
eso, Sombra —aseguré con total sinceridad.
—Me protegerás con tal de seguirme usando —ironizó y
deseé ver todo su rostro para conocer la expresión ante su
conocimiento de que lo usaba.
«No era tan imbécil después de todo».
Caminé hacia el ventanal para enfocarme en la pista
antes de delatarme con él.
—Así que vuelves a confiar en mí como para darme la
espalda —susurró en mi oído luego de seguirme.
Pensé en la noche en Karma, cuando salí de aquel cuarto
caminando hacia atrás como señal de que había dejado de
confiar en él tras encontrarlo con Lía. Y así le soltara una
risa sarcástica como respuesta, no me mentiría a mí misma.
Me sentía segura a su alrededor, por más psicópata que
fuera y por muy reacia que quisiera comportarme en su
presencia.
No me asustaba su posesividad ni la capacidad que tenía
de deshacerse de quienes creía un estorbo para él.
«Tal vez porque tú tendías a ser igual, pero incluso con
toda esa psicopatía, eras consciente de que siempre
protegerías a quienes te importaban, hasta por encima de
ti. Y tú le importabas a ese chico, por eso sentías que,
aunque fuera un demonio con los demás, su infierno no te
quemaría a ti de la manera dolorosa».
—Y no soy estúpido —prosiguió Sombra—. Dejo que me
uses porque me encanta la manera en la que lo haces, pues
fuiste clara desde un principio y pediste que no confiara en
ti. —Su mano llegó a mi vientre y puse la mía sobre ella
para tener un apoyo y soportar todo lo que mi cuerpo sentía
—. Pero te estás convirtiendo en mi adicción, Bella.
«Y también sería tu muerte», susurré en mis
pensamientos como una promesa no dicha en voz alta. Él lo
quiso así desde el momento que me desafió.
—Las adicciones te conducen a la muerte —dije en voz
baja, pero no mansa.
Cerré los ojos cuando su mano comenzó a descender y
estuvo a punto de llegar más abajo de mi vientre, pero lo
detuve antes de llegar a su objetivo.
—¿Muerte? —repuso con un tono burlón—. No le temo a la
muerte —aseguró—. Ya la he visto a los ojos y se enamoró
de mí.
Arrogancia, superioridad y sarcasmo tiñeron su voz.

Sombra terminó por decirme los detalles de la misión para


secuestrar a la hija de Gibson, y le recalqué que no lo
delataría, porque en efecto, quería seguirlo usando. Él soltó
una carcajada en respuesta, pero dijo que lo aceptaba.
También intentó volver a meterse entre mis piernas, sin
embargo, estaba muy decidida a castigarlo, así que me
marché de Rouge con la excusa de que debía planear todo
con mi equipo.
Aunque no era del todo una excusa, ya que le pedí a
Caleb, Maokko, Isamu y Salike que nos reuniéramos, y les
hablé de las noticias que me dieron. Sombra no sería parte
de la misión, ya que según me explicó, le habían levantado
el castigo, pero no lo incluirían en las misiones hasta que
volviera a ganarse la confianza de sus jefes. Esto lo
frustraba, aunque no porque se muriera por servirle a esas
ratas, sino porque perdió un gran avance que consiguió en
esos años. Tema en el que no profundizó.
En la reunión con mi equipo, que hicimos en el cuartel de
Grigori, Caleb me sorprendió cuando apareció con Dylan y
Tess. Se suponía que solo seríamos Sigilosos, porque
seguíamos recelosos con la traición que estaban
orquestando contra mí. Pero en cuanto el rubio me explicó
las razones para haberlos incluido, una vez más deseé
morirme.
—Ya han llevado a Elliot a una habitación privada. Ha
salido de peligro —avisó Tess luego de recibir una llamada
de Angelina.
Caleb había llevado a los señores Hamilton directo al
hospital. Estaba allí cuando le pedí que nos reuniéramos,
por eso llegó con mi hermano y Tess.
—Necesito estar con él —les dije a todos.
La misión se llevaría a cabo al siguiente día, pero en ese
momento no podía seguir escuchando más de ella. Y no se
debía solo a que necesitaba estar con Elliot, sino a que no
soportaba seguir siendo consciente de lo que me enteré.
—Isa… —Negué con la cabeza hacia Tess para que no
dijera nada y entendiera que, si era difícil para ella, a mí me
había devastado.
—Pídanles a los demás chicos que se reúnan con ustedes
y pónganlos al tanto del plan. Hagan lo que deban,
respetando mis peticiones. Ahora mismo solo quiero estar
con Elliot.
Mi voz firme no les dio oportunidad para que me
contradijeran y salí del cuartel rumbo al hospital junto a
Salike, Dom y Max.
En el camino, me restregué el rostro con desesperación.
Solté el aire por la boca y estuve a punto de gritar, todo con
tal de no llorar. Salike no dijo nada, sabiendo que ninguna
palabra o acción me reconfortaría en ese instante. Se limitó
a ser mi compañera, mis ojos en ese momento en el que yo
me sentía perdida, distraída y muy vulnerable, presa fácil
para caer en las manos de mis enemigos.
Cuando llegamos al hospital, y tras saludar a Robert y
Angelina, me dejaron entrar a la habitación en la que tenían
a su hijo. La culpa por ponerlo en esa cama me seguía
corroyendo. Ya que, aunque Sombra lo haya dañado, fui yo
quien lo provocó, dejándome guiar por el orgullo,
olvidándome por completo de que un estratega inteligente
domina el arte de la retirada y sabe cuándo debe ser
valiente y cuándo mantener las aguas mansas sin llegar a
ser menso.
—Perdóname, cariño —susurré y con él dejé salir las
lágrimas que estuve conteniendo.
Ya se encontraba estable, pero verlo conectado a esas
máquinas, pálido, con los ojos cerrados porque todavía lo
mantenían sedado y con ungüentos donde tenía las
quemaduras, desencadenó mi llanto. El electrocardiógrafo
era la única indicación de que estaba vivo junto al
movimiento lento de su pecho al respirar.
—Me dejé cegar por el orgullo y por eso estás aquí. —Le
acaricié el rostro con sumo cuidado. Los cardenales en el
rostro hacían un cruel contraste con su piel pálida y los
labios los tenía greteados—. No supe protegerte como tú
siempre me has protegido a mí y lo lamento tanto. —Me
limpié las lágrimas y solté un sollozo silencioso—. Perderte
sería mi muerte, Elliot, porque no importa lo fuerte que
aparente ser, tú eres parte de mi pequeño tesoro y me
volvería loca si me faltas.
Ya había tenido demasiadas pérdidas, y si seguía en pie,
si me levanté de las cenizas, fue solo porque él me
persiguió cuando me di por vencida, me regresó de esa
frontera entre la vida y la muerte y me dio la oportunidad
de tener un poco de luz. De verdad, era mi ángel, y en ese
momento comprendí que no lo vi así antes solo por su
apoyo incondicional.
—Juro que ya no volverán a tocarte. —Le di un beso casto
en los labios y una de mis lágrimas cayó en su barbilla—. Y
que el culpable de haberte hecho esto me las pagará muy
caro —aseguré.
Arrastraría a Sombra hasta el infierno, aunque en el
proceso me fuera con él.
«Ese juramento era muy peligroso».
Y no me importaba correr el riesgo.
Posterior a esa visita, me fui al hotel, porque no me atreví
a estar sola en el apartamento, y me metí en la cama con
Maokko. La asiática me abrazó y me acunó en su costado,
llorando junto a mí, y no porque le dolió lo que descubrimos,
sino por lo que se enteró de mi pasado. Caleb se nos unió
luego de que ella le dijera que estaba en su habitación, y
por esa noche dejaron de lado su papel como mis
compañeros y me tomaron entre sus brazos como mis
hermanos, recordándome por un momento que años atrás
estuve en esa misma posición con Elijah y Jane, tras la
muerte de mi padre, después de haber atravesado por ese
infierno en el secuestro.
Al día siguiente, me puse mi máscara de frialdad y tomé
el lugar de los Grigoris que habíamos puesto a disposición
de Gibson para su seguridad, yendo en camionetas negras
blindadas al colegio de su hija. Parecía una escolta simple,
una extracción sencilla: recoger y transportar a la chica
hasta su casa. Acompañada únicamente por Max y Roman,
quienes iban en otro coche.
Los demás chicos harían su parte por su cuenta, como lo
planeamos el día anterior. Así que en la camioneta donde yo
iba únicamente tenía como apoyo a Dom, Isamu y Jacob,
para proteger a Ana Gibson.
—Hay muchos chicos de mi salón que están enamorados
de mí —me contaba Ana con mucho entusiasmo y reí—,
pero les he dicho que soy muy pequeña aún. Deben esperar
unos años más para que me digan todo lo que quieran.
Jacob rio con diversión al oírla.
Esa solo era una pequeña parte de su corta vida. En el
trayecto, ya nos había contado otras anécdotas y sus gestos
y forma de hablar me recordaban mucho a Elsa. Al ver la
risa y la nostalgia de Jacob, deduje que pensaba lo mismo y
mi corazón tronó con dolor en mi pecho.
Dios.
El camino continuó sin ningún imprevisto y casi
estábamos a punto de llegar al sitio clave cuando vi las
camionetas en las que se conducían los Grigoris y mis
compañeros Sigilosos, ocupando nuestro lugar en la ruta
original hacia la casa de Gibson, mientras que la mía y la de
Max cogían otro rumbo. Tragué con dificultad, rogando para
que el ataque no fuera más peligroso de lo que creíamos y
que los chicos salieran indemnes.
—Isa, este no es el camino que debíamos tomar —informó
Jacob y mi pecho se apretujó más.
—No te preocupes —pedí tras carraspear, intentando
parecer tranquila—. El senador pidió que lleváramos a su
pequeña a otro lugar —informé displicente y él asintió.
«Por favor, no, mi idiota favorito», susurró mi mente
cuando Isamu sacó el móvil que Caleb le dio.
Connor se había encargado de hacer un hackeo exitoso
gracias a la información del Sigiloso, pero eso no mermó mi
dolor; al contrario, solo aumentó cuando Jacob sacó su móvil
y tecleó algo, aunque me obligué a suprimirlo y seguí
fingiendo diversión con las charlas de Ana. Y agradecí llegar
a nuestro nuevo destino rato más tarde, ya que me estaba
ahogando.
«La traición llegaba de quien menos lo esperas».
Era cruel aprenderlo de esa manera.
Entregamos a Ana sana y salva con su padre, cumpliendo
lo que prometí, a pesar de que me destruí en el camino.
Charlé unos minutos con el senador y le propuse sacar a su
familia del país por un tiempo, hasta que lográramos
contener el peligro. Aceptó de inmediato y quedamos en
hacer una reunión para cuadrar todo. Luego me despedí,
queriendo detener el tiempo un poco.
Antes de subir al coche, Isamu me tendió el móvil y
admitía que mantuve una pequeña esperanza hasta el
último momento, pero se destruyó al leer los mensajes que
recibió.
—¿Hacia a dónde me dirijo? —preguntó Dom y me quedé
en silencio, con miles de recuerdos inundando mi cabeza y
Jacob luciendo impaciente.
Cerré los ojos un momento para contener el dolor tras
haber leído esos mensajes que nunca llegaron a su destino,
y las imágenes de aquel beso torpe y robado el día de mi
cumpleaños me llegaron como flashes de días en los que
todo fue más sencillo. Recordé su presentación egocéntrica
en el cuartel de Grigori cuando lo visité por primera vez,
cómo los chicos renegaban de él por comportarse como un
idiota cada vez que me tenía cerca.
Jacob, el Grigori con el que más fácil conecté al
conocerlos. El chico que mi Tinieblo veía como su hermanito
a pesar de que lo ocultara. El tipo con quien compartí el
dolor más desgarrador.
Isamu me tomó de la cintura cuando me tambaleé y
presioné la frente en su hombro, negando con frenetismo.

—Dicen que de amor no se vive ni se muere, pero ya dudo


de eso, ¿sabes?
—Sé que la extrañas, incluso yo lo hago… Perdóname,
Jacob. No supe defenderla.
—No te preocupes, Isa. Los culpables de su muerte van a
pagar muy caro, ya verás.

—Nos dedicamos a negar lo que sentíamos, y cuando al


fin decidimos aceptarlo…, me la arrebataron.
—Yo... no sé qué decir.
—No es necesario que digas algo, verte a ti es como
verme a mí. Al final, vivimos la misma situación. Ahora sí
comprendes mi dolor, Isa. Tal cual yo comprendo el tuyo
—La próxima vez te invitaré a algo más interesante.
—¿Qué estás tramando?
—Todavía nada, pero de seguro se me ocurrirá algo.
—Te quiero, idiota. Gracias por demostrarme que no todo
sería malo al volver.

—Isa, ¿qué sucede? ¿Estás bien? —La voz de Jacob me


sacó de todos esos recuerdos y vi a Isamu alzando un brazo
de manera amenazante, pidiéndole que mantuviera su
distancia.
Miré a mi compañero Sigiloso, las lágrimas me
empañaban los ojos y negué con la cabeza de nuevo, reacia
a lo que pasaba. Él me tomó de la barbilla y me miró con
seriedad. Normalmente, Isamu era callado, enigmático, pero
cuando la situación lo ameritaba se convertía en una
versión masculina dura, fría y sabia de mi conciencia.
—Piedad por el culpable es traición al inocente, jefa —me
recordó, hablando japonés.
—Fue el único que me demostró felicidad cuando volví.
Quien me hizo pensar que no todo era malo —le dije,
sintiendo la respiración errática.
Isamu no perdió la entereza de su mirada.
—No se trata de quién es bueno en tu cara, sino de quién
es leal a tus espaldas. Así que por mucho que te duela,
recuerda uno de nuestros lemas.
Sonreí con dolor y sin gracia, irguiendo los hombros y
sabiendo que él tenía razón.
—Si la traición tuviera perdón, el diablo estuviera al lado
de Dios y Judas seguiría siendo discípulo —rememoré y él
asintió.
—Mierda, ¿saben lo maleducados que son al hablar en
chino? —se quejó Jacob, y por última vez, me reí de sus
tonterías.
—Procede —le ordené a Isamu en su idioma.
Era tan ágil que muchas veces creíamos que tenía alguna
clase de poder, y Jacob fue testigo de ello. No vio llegar el
ataque de Isamu hasta que gimió, estando en el suelo con
las manos hacia atrás y la katana de mi compañero
clavándose un poco en su nuca.
—Es japonés, Judas —le aclaró Isamu con un tono de voz
que para cualquiera era tranquilo, pero yo sabía la
mortalidad que escondía.
Jacob abrió los ojos con sorpresa al escuchar cómo lo
llamó Isamu, y al darse cuenta de que lo habíamos
descubierto, botó la máscara y me sonrió con frialdad. El
pecho se me oprimió al ver que mi amigo se había ido a la
mierda, y a pesar de romperme, también me sentí aliviada
de al fin descubrir quién era el traidor.
—Ahora comprendo tus palabras —musité, pero sin perder
la firmeza en mi voz—. Solo espero que en este tiempo te
hayas dado cuenta de que quien riendo me la hace,
sangrando me las paga.
Su sonrisa murió en ese momento ante la gelidez que
escurrieron mis palabras.
Capítulo 29
Piedad por el culpable es
traición al inocente
Un día antes...

Miré con el ceño fruncido mientras Dylan tomaba una


laptop e insertaba en ella una microSD. Sus ojos brillaban
con dolor y furia. No dije nada, ya que Caleb me pidió que
los dejara explicarse acerca del por qué llegó al cuartel con
mi hermano y con Tess. Maokko, Salike e Isamu se
encontraban sentados alrededor de la mesa en la sala de
juntas, y pusieron su atención en él, al igual que yo.
Tess no dejaba de mirarme y, por la tensión en su cuerpo,
deduje que deseaba decirme algo, pero se contenía.
—¡Aaah! —Me tensé y me puse de pie en el momento que
escuché aquel grito. Parecía salido de una película de terror.
Mi piel se erizó y el estómago se me revolvió al reconocer
a su dueña: era yo, en el vídeo que aquel ser aberrante
grabó cuando me torturó la última vez. Mis compañeros
miraron atentos las crueles imágenes reproduciéndose.
Maokko, que era la que disfrutaba de las torturas, incluso se
llevó las manos a la boca. Los ojos de Salike se llenaron de
lágrimas al verme y escuchar los gritos crudos y
desesperados de Elliot al fondo. Isamu mostró serenidad,
aunque su mandíbula tensa demostró que sereno era lo que
menos se sentía.
Jadeé en cuanto escuché a Elijah suplicando que pararan,
con impotencia por no poder hacer nada. Dylan llegó a mí
de inmediato y me acunó en sus brazos, susurrando que lo
sentía, besando mi cabeza, queriendo borrar todo lo que
viví.
—¿Cómo? —pregunté. Ellos sabían a lo que me refería.
Dylan había puesto el vídeo en marcha rápida, pero
incluso así me provocó llevarme la mano a mi marca en el
vientre, sabiendo lo que se aproximaba en esa tortura.
—Nunca me fie de nadie —recordó Caleb con la voz
rasposa.
Noté a Maokko desesperada, casi desquiciada al escuchar
y ver todo lo que se reproducía en el vídeo. Salike había
dejado de mirar y Tess lloraba abrazándose a sí misma,
escuchando a su hermano y viéndome a mí con ese aspecto
tan deprimente, mostrando en mi rostro cuánto deseaba
morir y orinándome encima.
Tess y Salike pegaron un respingo cuando, de pronto,
Isamu cerró la laptop de golpe, quedándose con los puños
tan apretados que los nudillos se tornaron blancos,
respirando como un búfalo furioso y asesino, perdiendo por
primera vez la tranquilidad mortal que lo caracterizaba. Los
ojos negros de Maokko relucían con ira, y Caleb, aunque no
escondía su dolor e impotencia, se mantenía como el fuerte
de mi élite.
—Hablé con Tess cuando nos dimos cuenta de que Caleb
nos estaba investigando de manera minuciosa —Dylan me
cogió del rostro al decir eso y limpió mis lágrimas con sus
pulgares— e hicimos nuestro propio plan —confesó y lo
tomé de las muñecas.
—Me dolió que te fueras —murmuró Tess—, Porque perdí
a mi hermana enseguida de perder a mi hermano. Y yo te
necesitaba, Isa. Yo también sufría, y no solo por Elijah sino
por no poder superar ese infierno al que fuimos sometidas.
Y sí, quería golpearte, pero jamás herirte.
—No me pareció así, perra maldita —espetó Maokko.
Caleb la tomó de la cintura para que se calmara, sabiendo
que nuestra amiga estaba a punto de perder la cordura,
intentando sacar su ira con alguien. Tess la ignoró y siguió
concentrada en mí.
—Los buenos a veces tenemos que hacer cosas malas
para que los malos paguen, o en este caso, los traidores —
susurró la pelirroja y me llevó de inmediato al momento en
que su hermano también usó esas palabras—. Me herí a mí
misma al decirte todo lo que te dije aquella vez porque,
aunque no sabía lo que pasaste cuando mi hermano murió,
sí fui testigo y víctima en ese secuestro tanto como tú. Y no
te pediré perdón, porque no lo merezco, pero nadie era
mejor que yo para sembrar desconfianza.
Tess sollozó demostrando el dolor que no la dejaba hablar
con entereza y sentí a mi hermano con ganas de ir hacia
ella y consolarla, pero no se atrevía a dejarme a mí.
—Hemos aprendido que para que un plan de engaño
funcione, una de las partes debe ignorarlo. Así que, con la
ignorancia de ustedes, Tess consiguió engañar a todos para
atraer al traidor —prosiguió Dylan, sabiendo que su chica no
podía seguir en ese momento—. Y cada vez que esos hijos
de puta de los Vigilantes supieron de ti, Jacob estuvo
presente.
—¡Oh, por Dios! —musité quebrándome.
«No, no, no y no. ¡Me negaba a creerlo!»
Mi conciencia se mostraba tan incrédula como yo.
—Nuestras dudas incrementaron el día de la pelea —
siguió Tess—. El detonante para que todos creyeran que te
odiaba a tal punto que te prefería muerta. No te diste
cuenta, pero Connor y Evan me pidieron dejar el lugar de mi
padre porque no querían que yo los siguiera liderando.
Aseguraron que no lo merecía, porque aunque entendieran
mi dolor, nunca debí tratarte como lo hice ni decir lo que
dije. —Vi que esa información me tomó por sorpresa a mí y
a los Sigilosos por igual—. Jane dejó de hablarme y, hasta
este momento, quien cubre la vacante de papá es Dylan.
Miré a mi hermano, eso no me lo esperaba. Bueno, nada
de lo que me decían en verdad.
—Ya sabes que Evan y Connor son los más tranquilos de
nosotros, así que aceptaron no decirte nada porque les
prometí que yo lo haría —añadió Dylan.
—El punto es que solo Jacob me buscó a mí, a solas, y
agregó que podía contar con él para lo que quisiera y
recalcó la última palabra para que entendiera lo que iba
oculto. —Me tuve que sentar en cuanto Tess continuó—.
Cuando Caleb me dijo lo del viaje de mis padres, le comenté
lo que pasaba y se unió a nuestro plan, pero para
asegurarse hizo su propio movimiento.
Miré a mi amigo luego de escuchar a Tess.
—Nunca le dije a Dylan de Italia, siempre supo lo mismo
que Tess. Sin embargo, fingí hacerle una llamada a tu
hermano estando aquí en el cuartel, para comentarle de ese
destino y tuve el sumo cuidado de que Jacob me escuchara
sin saber —admitió el rubio.
—¿Me hiciste desconfiar de mi hermano? —solté
incrédula.
—Como él mismo lo dijo: en un plan de engaño, una de
las partes debe ignorar cómo se procederá.
—Me hiciste sufrir, idiota —dije entre lágrimas y Caleb me
miró con tristeza.
Miré a Dylan con vergüenza y él negó con la cabeza,
volviendo a abrazarme.
—Tu desconfianza hacia mí te hizo refugiarte en Connor,
Evan y Jacob. Eso logró que le hicieras creer a este último
que no sospechabas de él. Y aunque no me sentía bien que
sufrieras creyendo que yo era capaz de dañarte, lo tomé
como un castigo por haber sido un imbécil contigo cuando
nos conocimos —explicó mi hermano para que entendiera a
Caleb y negué.
Nada de lo que me hizo al principio se sentía tan malo
como haberlo creído el traidor.
—Perdóname por desconfiar de ti —pedí con dolor.
—Shhh, no, Isa. No pidas perdón por eso, es lo que debías
hacer. Te estabas protegiendo. Además, sé que mantuviste
hasta la última esperanza en mí —aseguró y me dio un beso
en la frente.
Era increíble cómo ese tipo que se mostraba ególatra ante
los demás, me trataba como a su hermanita consentida.
—Así que por eso sugeriste que me acercara a él —dedujo
Maokko, comprendiendo el punto también en ese momento.
—Solo tú ibas a poder distraerlo hasta el punto de que se
descuidara. Sé el efecto que tienes —admitió el rubio y
torció la boca en una sonrisa sarcástica—. Y mientras
ustedes se iban a Dark Star, yo aproveché para hurgar su
apartamento y luego la oficina que tiene acá en el cuartel.
Encontré ese vídeo tan repugnante entre sus cosas en la
oficina. Lo había escondido a la vista, sabiendo que muchos
pasan por alto los lugares más obvios.
No quería llorar, ya no más, pero saber todo eso me
estaba destrozando.
—¿Y si lo escondió para protegerme? ¿Para que ninguno
de ustedes pasara por el horror de ver lo que me hicieron
sufrir? —pregunté, aferrándome a las posibilidades.
Ellos me miraban con pena y sabía lo patética que
sonaba, pero quería encontrar una razón para creer en
Jacob.
—Isa, no sabemos hasta qué punto Jacob ha llevado esta
traición. Lo que sí es obvio es que él era el único que sabía
dónde aterrizarían mis padres, supuestamente, y los
atacaron —señaló Tess.
—Y si Caleb no se equivoca con eso de que atentaron
contra Myles para hacerte volver, entonces significa que
nuestro amigo quería deshacerse de él desde antes, puesto
que era el único que lo acompañaba cuando lo hirieron —
resaltó Dylan y me sobé la garganta, sintiéndola en carne
viva por las lágrimas que la quemaban.
—Un atentado pudo ser un error, pero dos son un hecho,
jefa —me recordó Salike.
Estaba claro que ya todos lo habían declarado culpable.
—¿Lo incluiremos en el sabotaje de mañana? —pregunté
con la voz ronca.
—Háganlo —animó Isamu—, pero ideemos un plan aparte
para mantener a salvo a esa niña.
—Podríamos suplantarlos —opinó Salike—. Ese chico
puede saber que tú recogerás a la niña, pero no a dónde la
llevarás en realidad. Yo tomaré tu lugar para pasar por el
punto en donde estarán los Vigilantes.
Vi que todos estuvieron de acuerdo con ella, así que no
intenté proponer nada distinto. No tenía los ánimos,
además.
—Pase lo que pase, quiero a Jacob a mi lado en todo
momento —pedí y me miraron sin estar seguros de que
fuera lo correcto.
—Si lo quieres a él, entonces yo también me mantendré a
tu lado —avisó Isamu—. Es un plan peligroso, y si ese Judas
sospecha, querrá apoyo.
—Puedo defenderme —le recordé.
—De tus enemigos, por supuesto. Pero no de un amigo. Y
donde tus fuerzas y voluntad terminen mañana,
comenzarán las mías para que no flaquees. Es una promesa
—zanjó, siendo en ese instante mi amigo y no un discípulo
de La Orden a mi disposición.
—Que así sea entonces —cedí con cansancio—. Sigan con
el plan mientras yo salgo un momento de la sala.
—¿A dónde piensas ir? —quiso saber Dylan.
—Al estudio de Elijah —dije sin más.
Él y Tess se sorprendieron.
—Sospechamos que todo esto lo ha hecho por Elsa.
Creemos que él te culpa de su muerte —dijo Tess, sabiendo
lo mucho que me dolía saber las grandes posibilidades de
que Jacob fuera el traidor.
—Lo sé —afirmé—. Pero solo tú y yo sabemos lo que
vivimos en ese infierno. Así que, si confirmo con una prueba
real de que él es el traidor, va a pagarlo.
—Prepararemos todo para que logremos confirmar
nuestras sospechas —comentó Caleb dándome una tregua.
No dije nada más, me fui de la sala partiendo con
seguridad hacia uno de los lugares a los cuales no me había
atrevido a ir por voluntad propia: el estudio de Elijah.
Luego de mi pelea con Tess, Maokko me arrastró hasta
ahí, pero estaba tan perdida en mi furia que no me importó
ni me fijé en nada. En ese momento, en cambio, me sentía
dolida, destrozada una vez más. La decepción era tanta que
entré en negación y supuse que por eso busqué perderme
en mis recuerdos. Necesitaba coger valor y recordar lo que
perdí para endurecerme.
¿Hasta dónde había llegado Jacob? Esa era una de las
tantas preguntas que me abrumaba. Si de verdad era el
traidor, ¿a qué punto llegó? ¿Qué le dijo a los Vigilantes? Ya
que, si bien lo estábamos descubriendo antes de
lamentarnos más, traicionó nuestra confianza.
Myles por poco muere en el atentado que le hicieron, y si
Caleb no hubiera actuado a tiempo, a lo mejor Jacob hubiera
conseguido que se deshicieran de él y Eleanor en Italia. El
horror me atravesó al pensar en que Lee-Ang y los chicos
pudieron haber sufrido el mismo destino gracias a esa
traición, y sentí que me volvería loca solo con el
pensamiento de tal atrocidad.
Me hice infinidad de preguntas e imaginé muchos
escenarios, posibilidades y excusas mientras recorría el
estudio, pasando la mano por cada objeto, reviviendo mis
momentos entre esas cuatro paredes.
—Te extraño tanto, pero definitivamente no quisiera que
vivieras este momento —susurré mientras veía los diseños
de tatuajes de Elijah.
Tomé una carpeta que estaba sobre su mesa de dibujos y
la abrí, descubriendo dentro varios diseños originales de él,
pero dos me cortaron la respiración. Uno era el que yo
llevaba plasmado en la nuca; el otro se trataba de la reina
del ajedrez, era de color blanco montada sobre un fondo
sombrío. De la parte superior de la pieza pendían algunas
cadenas, y en los extremos de éstas se encadenaban a
varios rostros de estilo demoniaco.
La pieza parecía que los estaba domando, pero lo que
más me llamó la atención fue que en la base de ella, tenía
dos iniciales: MR.
«¿Y si ese era el tatuaje que se hizo nuestro Tinieblo?»
No lo sabía y jamás lo haría.
Y ser consciente de eso fue añadir más dolor al que ya
sentía.
—Ya hemos trazado el plan —avisó Caleb cuando regresé
a la sala de juntas.
Escuché atenta y luego vi que Tess recibió una llamada.
Se trataba de Angelina y después de que transmitiera el
mensaje que su tía le dio, decidí irme al hospital, pensando
que una vez más estaba poniendo los pies sobre la tierra
gracias a la desilusión.

«¿Cuándo pararía todo?»


Según como veía las cosas, hasta que muriera.
Había sentido la emoción de mi conciencia, su enojo, su
felicidad, su picardía. Pero era la primera vez que palpaba
su dolor, y no era para menos y tampoco fácil.
Le había llamado a Caleb para saber si estaban bien, y
sentí tremendo alivio cuando me confirmó que, fuera de los
peligros a los que siempre se enfrentaban, todos estaban
vivos y bien a pesar de los golpes y heridas. La batalla que
libraron fue brutal, y me sorprendió que me dijera que al
final Sombra fue parte de los Vigilantes que esperaban para
atacar y secuestrar a la hija de Gibson.
Aunque lejos de atacarlos, el Chico oscuro instó a sus
compañeros a retirarse cuando se aseguró de que yo no
estaba entre mi gente.
—¿Qué procede ahora, linda? —me preguntó y exhalé con
pesadez.
—Los espero en la bodega de Perseo —me limité a decir y
él maldijo.
—Lo siento —murmuró y no pude decirle nada.
Él tampoco esperaba respuesta, ya que cortó y, tras soltar
el aire que estuve conteniendo, le pedí a Dom que nos
llevara a Williamsburg. Había estado conmigo cuando
llevamos a Samuel allí, así que no tuve necesidad de darle
más indicaciones.
Hubo un instante en el camino que me fue imposible
retener una lágrima. Ya no podía buscar excusas ni
aferrarme a posibilidades inexistentes. La traición era real y
no dolía la puñalada, sino saber quién sostenía el puñal.
Solo unos pocos días atrás fuimos a desayunar juntos. Me
hizo creer que estaba volviendo a ser el Jacob de antes, mi
idiota favorito. Él, junto a Evan y Connor, fueron los
primeros en aceptarme en la organización, y me ayudaron
(con Tess) a soportar mis días en Grigori cuando Elijah me
declaró su odio y yo intenté odiarlo de verdad, con Elsa
montándome una guerra sin cuartel por dejarse cegar por
los celos, y mi hermano detestándome a muerte porque no
me dejé intimidar.
Y cuando volví al país, con el miedo de que no me
perdonaran, Jacob fue el único que me hizo sentir que había
esperanzas de recuperarlos. Todo por su treta, para poder
debilitarme hasta hacerme pagar por la muerte de su
amada, la chica que una vez me odió y la misma que fue
capaz de soportar un infierno por mí. Y sí, yo misma me
sentía culpable por su final, pero nadie a excepción de Tess
sabía lo que vivimos.
«Por eso habías intentado excusarlo».
Muy tonto de mi parte, lo sé.
Isamu había metido a Jacob en la camioneta que conducía
Max, y se fue con ellos para asegurarse de que el chico no
nos saliera con alguna sorpresa. Antes de dejar de verlo,
busqué en sus ojos una pizca de arrepentimiento, pero solo
encontré burla.
—¿Estás bien? —escuché la voz robotizada de Sombra
cuando me llevé el móvil al oído.
No tenía idea de por qué lo llamé, simplemente me dejé
llevar por el impulso y la necesidad. Y cuando me di cuenta,
estaba marcando su número y esperando a que
respondiera. Podía excusarme con que al final, quien creía
mi enemigo resultó más leal a mí, ya que incluso con su
clandestinidad y secretos, Sombra me dijo la verdad dentro
de lo que pudo.
—Caleb me dijo que estuviste en la emboscada y que a tu
manera ayudaste a mi gente —dije y lo escuché suspirar
con alivio.
—Quería asegurarme de que salieras bien si te
encontrabas con ellos. De hecho, estuve tentado a dejar
que mataran a tu doble con tal de que creyeran que te
vencieron, para hacer que los Vigilantes se marcharan sin
seguir dañando a los otros.
Negué y reí sin gracia por su humor oscuro.
—Descubrí a mi Judas y vamos rumbo a su castigo —solté
y se quedó en silencio un momento
—¿Puedo saber quién es?
—Jacob —confesé sin dudarlo—, uno de los súbditos más
queridos de Elijah.
De nuevo, hubo silencio al otro lado de la línea y supuse
que Sombra estaba midiendo mi reacción.
—¿Qué harás?
—Hacerle pagar —respondí segura.
—Sé que no puedo hacer nada, pero… —Su voz
robotizada se volvió más gruesa y carraspeó antes de seguir
—. Déjame presenciar lo que harás.
—Todos los chicos Grigori estarán a donde voy, Sombra.
—Me esconderé y no dejaré que nadie me vea… Solo
déjame estar allí.
—¿Por qué te importa tanto esto? ¿Presenciar lo que le
haré?
Me intrigó mucho su reacción.
—Porque juré que mataría a todo el que te toque, Bella. Y
aunque esto sea asunto tuyo, quiero regocijarme con el
castigo que estoy seguro que le darás a ese hijo de puta —
espetó.
—Te enviaré la dirección —concedí y escuché su suspiro
aliviado—. Le pediré a Isamu que te oculte mientras yo me
ocupo de este asunto, y pobre de ti si le pones una mano
encima a mi hombre.
—No estoy interesado en dañar a las personas que te
protegen, Bella —confesó.
—Bien, entonces prepárate para conocer otro lado del
demonio en el que tu gente me convirtió, cuando me
arrebataron a la única persona que se adueñó por completo
de mi corazón, y que se lo llevó con él.
—Bella… —Corté la llamada antes de que Sombra
escuchara mi sollozo.
Mis ojos se nublaron igual que lo hizo mi mundo,
volviéndose negro ante la decisión que tomé de romper
parte de mi promesa para que Jacob conociera a qué tipo de
gente me vendió.
«Había llegado el momento de hablarle sobre la muerte
de Elsa».
Y de enfrentarme a mis pesadillas.
Cuando llegamos al almacén, le pedí a Max y a Roman
que se llevaran a Jacob y luego le avisé a Isamu de la
llegada de Sombra. Mi compañero sabía cómo proceder y lo
único que le advertí fue que no se metiera en ninguna
pelea, pues ya era suficiente con la que yo libraría. Jacob
nunca dejó de mirarme con odio mientras esperábamos a
que los chicos llegaran. Él estaba amarrado de pies y manos
en la misma silla de metal en la que tuvimos a Samuel. Y
me contuve de decirle muchas cosas, ya que prefería tener
testigos.
—Hay asuntos que deseo que Jacob sepa, que le
conciernen solo a él, a Tess y a mí —dije una vez que los
demás llegaron.
Habían hecho un círculo bastante abierto (Max, Dom,
Roman y los otros Grigoris se quedaron en el exterior del
almacén), dejándonos a él y a mí en el medio. Sentía la
presencia de Sombra ocultándose en algún lugar con Isamu.
Tess, Dylan, Connor y Evan miraban con dolor e impotencia
a un amigo. Jacob, por su lado, se mantenía con los
hombros erguidos y el orgullo destilándole por los poros a
pesar de la situación en la que se encontraba.
—Sin embargo, a ustedes también les compete el destino
de este Grigori que osó traicionarnos y por poco llevó a la
muerte a uno de sus líderes.
Todos escuchamos la risa burlona, amortiguada por el
paño, que Jacob soltó, y mientras sus compañeros jadearon
incrédulos, los Sigilosos sisearon con ganas de lanzársele
encima como lobos hambrientos queriendo tomar la
represalia por mí.
—¿Te causa gracia? —espeté y con brusquedad zafé el
paño de su boca. Gimió de dolor cuando en el proceso
lastimé la comisura de sus labios y un pequeño corte se
formó, dejando que un hilo de sangre corriera de ella—.
¿Fue fácil para ti?
—Más que fácil, fue satisfactorio. —El odio destiló de él.
—Fue satisfactorio ir a lamerle las pelotas al tipo que
torturó a la mujer que decías amar —escupí con burla,
haciendo esa insinuación para que dijera quién era su
contacto en realidad.
—Él no la torturó, tú la llevaste a la muerte —reclamó, y
en ese momento sentí lástima ante su confirmación de que
se alió con Derek—. Y ustedes, malditos cobardes, no
hicieron nada para vengarla. LuzBel no hizo nada para
vengarla, no cumplió su promesa. Se olvidaron de Elsa
como si solo hubiera sido una mascota de Grigori luego de
que ella entregara la vida por esta puta organización.
—Hijo de la gran puta. ¿Siquiera escuchas la mierda que
sueltas? —Dylan lucía a punto de perder el control.
—Joder, viejo. No puedes hablar en serio —resolló Connor,
llevándose las manos a la cabeza. Sus ojos y los de Evan
estaban brillosos de dolor y lágrimas.
—Jamás hablé tan enserio como hoy —le dijo Jacob.
—¡Derek te mintió, maldito imbécil! —gritó Tess con dolor
—. Él hijo de puta nos torturó. Él... Él… ¡Aaah! —gritó con
impotencia al no ser capaz de decir su peor trauma en voz
alta.
Dylan la miró asustado, y si no sospechaba lo que
pasamos en aquel secuestro, pues estaba comenzando a
hacerlo.
—¿Desde cuándo trabajas para él? —pregunté con una
calma que no sentía y me miró impasible.
—Desde que me convencí de que ni LuzBel ni estas
mierdas harían nada para vengar a Elsa —soltó sin miedo.
—LuzBel nunca desistió de su idea de vengarla, imbécil —
replicó Evan—. Simplemente decidió enfocarse en apoyarte
con tu luto mientras llegaba el momento adecuado para dar
su golpe.
—¿Es así? Porque en lo único que yo vi que se enfocó fue
en meterse entre las piernas de esta zo… —Le giré el rostro
de una bofetada que le hizo sangrar más la boca y, tras
gruñir y reírse, me escupió la ropa.
Evan y Connor se encargaron de contener a Dylan cuando
este quiso llegar a Jacob, mientras que Salike y Caleb
hicieron lo mismo con Maokko. Mi hermano y mi amiga
perdían los estribos cada vez más.
—¿Te duele escuchar la verdad? —Se rio—. Porque es lo
único que digo, ¡reina Grigori de mierda! —gritó lo último.
—Alardea de qué tanto eres culpable, perro traicionero —
exigí, ignorando su insulto.
—LuzBel se olvidó de la promesa que me hizo por estar
follándote y, encima de eso, ni tú ni Tess quisieron hablar de
lo que pasó en realidad el día que asesinaron a Elsa. Y por
casualidad del destino me encontré con Derek en un bar y lo
enfrenté. Se rio de mí y luego me dijo lo que pasó. Aseguró
que ella murió por elección tuya, entonces entendí que fue
tu artimaña para deshacerte de mi chica porque no
soportabas la idea de que se haya acostado con el tipo por
el cual te arrastrabas.
—¡Quédate ahí! —le grité a Maokko cuando se zafó de
Salike e intentó llegar a Jacob.
Vio mi agonía y obedeció.
Entendía que quisiera defenderme, pero yo necesitaba
escuchar hasta dónde envenenaron a mi amigo, hasta qué
punto llegó para hacerme pagar por lo que creía que era
culpable.
—Tras esa noche entendí que, así como maquinaste la
muerte de Elsa, manipularías a LuzBel para que se olvidara
de ella y la promesa que me hizo. Y si él no daba la orden,
ustedes, malditos cobardes, no harían nada tampoco —
escupió para los chicos. Ellos me imitaron: callaron para que
siguiera—. Y comprendí que igual a Elsa, le estaba sirviendo
a una organización para la que somos reemplazables con
facilidad. La lealtad aquí es un mito y la solidaridad un
espejismo.
—Dice el traidor —ironicé.
—¿Traidor porque abrí los ojos? Pues lo soy —increpó—. ¿Y
sabes qué más soy? El que vengó a Elsa. Ya que, aunque no
conseguí llevar a la muerte a un líder, sí lo logré con su
heredero.
Esa vez los jadeos de los chicos fueron más fuertes y yo
me tensé ante su risa fría.
—¿De qué hablas? —reñí y la curva de su boca se volvió
triunfante.
—¿Recuerdas la fiesta en Elite? —preguntó y no me dejó
responder, pero supe de lo que hablaba—. La chica que te
entregó la nota fue enviada por mí, todo estaba planeado
para hacerte salir del club y sabía con seguridad que el
imbécil de LuzBel no te dejaría sola. El objetivo siempre fue
él, Isabella. Jamás tú. —Tragué con dificultad—. Tú solo
fuiste el medio para hacerlo caer. Fuiste su muerte, su ruina
—confesó con tanto regocijo que mi corazón dolió—. Fui yo
quien embistió el coche para dejarlos fuera de juego y que
así todo fuese más fácil para Derek y los Vigilantes.
—¡Hijo de puta! —gritó Tess y Dylan la contuvo.
Yo me quedé petrificada, tratando de no derrumbarme
porque ya era difícil saber que me traicionó, pero enterarme
hasta qué nivel, que fue el verdugo de mi Tinieblo, el
hombre que lo vio como un hermano, me estaba llevando a
la locura. Nadie más vio cuando Connor llegó a Jacob y lo
envió al suelo de un puñetazo. Me doblé de la cintura,
poniendo las manos en mis rodillas, abriendo la boca para
inhalar aire, e intentar que mis pulmones recuperaran el
oxígeno que perdieron ante esa confesión.
Ni los Sigilosos, ni los otros Grigori detuvieron a Connor, y
cuando vi que Caleb quiso acercarse a mí para auxiliarme,
volví a erguirme y negué con la cabeza, pidiéndole que
mejor detuviera a Connor. Evan le ayudó.
—¡¿Dónde putas has dejado a mi hermano, pedazo de
mierda?! —gritó Connor. Nunca lo había visto perder el
control—. ¡¿Dónde está mi compañero?! ¡Porque me niego a
creer que tú seas él!
Jacob miró las lágrimas que Connor derramaba mientras
le decía cada cosa. Evan detrás de él estaba igual, ambos
destrozados, puesto que así como Dylan era más unido a
Elijah, ellos dos lo eran a Jacob.
—¿Dónde dejaste tú al mío, hijo de puta? —replicó Jacob
—. ¿Dónde estaban ustedes cuándo los necesité?
—Tratando de ayudar en la investigación de LuzBel
mientras él intentaba sacarte a ti de tu mierda, maldito
malagradecido —recriminó Evan y Jacob no hizo más que
curvar el labio con disgusto.
—Vuelvan a sus lugares —les pedí con la voz firme,
tragándome el dolor.
Caleb recogió a Jacob con todo y la silla y luego caminé
detrás de él, tratando de no matarlo antes de mi turno para
decirle un par de verdades. Saqué la daga y corté los
amarres de sus manos. Dylan seguía sosteniendo a Tess y
ella miraba a Jacob con odio y resentimiento, pero ya no
solo por ser un traidor, sino también por ser uno de los
asesinos de su hermano. Connor y Evan lucían más
decepcionados que al principio.
Maokko se mantenía a la espera de verme actuar como a
la líder que estaba acostumbrada a ver en mí, y Salike
seguía a su lado para contenerla por si se desesperaba.
—¿Por qué él y no yo? —pregunté cerca de su oído. Vi
cuando se sobó las muñecas para aliviar el escozor que
provocó la cuerda.
Y también se tensó porque luego de darme una nueva
puñalada, escuchó mi voz teñida de frialdad. Y sí, me tuvo
vulnerable por un momento, pero como ya lo había
deducido antes: la vida me golpeaba tanto, que aprendí a
caer parada. Así que sepulté mi dolor en lo profundo y lo
aterré con oscuridad, deseando demostrarle quién era en
ese momento: la reina Grigori de mierda, como los
Vigilantes me llamaban.
Y la mayor ejecutora de La Orden del Silencio, tal cual mi
conciencia recordó que me apodaron en Tokio.
—Porque quería que tú pagaras por quitarme a Elsa, y la
mejor manera de hacerlo era arrebatándote a LuzBel, para
que vivieras mi dolor. Y porque, para desmoronar a Grigori,
debían deshacerse del líder en ciernes que los inspiraba a
todos. —Fue su sencilla explicación.
En esa ocasión, fue Tess la que se le lanzó encima, y Jacob
no logró contenerla, pues la pelirroja lo atacó con toda su
furia. El tipo volvió a caer al suelo junto a la silla, gracias a
que seguía amarrado de los pies, y maldije porque si
seguían así, me dejarían a una piltrafa, y eso no sería
suficiente para liberar mi ira y hacerle pagar a ese imbécil
su traición.
—¡Maldita sea! ¡Deténganla! —ordené, y de inmediato
Dylan, Caleb y Evan llegaron para quitársela de encima.
Lo dicho antes: Tess lo atacó con furia, además de odio,
así que con ella fue necesario que los tres chicos la
contuvieran.
—¡Hijo de la gran puta! ¡Voy a matarte! —gritó Tess y
pataleó para zafarse.
Fue difícil para los chicos, pero lograron contenerla.
—Te daré el honor de que termines de liberarlo, pero
cuidado, porque es mío —le advertí a Maokko, y ella sonrió
de lado, caminando hacia Jacob como una pantera
conteniéndose para despedazarlo, mientras liberaba los
tantos de su tahalí.
—¿Puedo quedarme con la única parte de este Judas que
funcionó de verdad? —Los Grigori pudieron escuchar
sensualidad de la voz de mi amiga al formular esa pregunta.
Los Sigilosos, en cambio, detectamos la amenaza y burla.
Después de eso, ella lamió la mejilla de Jacob mientras se
inclinaba para cortarle los amarres de los pies con su tanto.
El otro se lo colocó en la garganta como advertencia y,
cuando cumplió su misión, le dio un beso casto en los
labios.
—Mi beso no es de traición, sino una marca de muerte —
le aclaró y, tras ello, se apartó de él caminando hacia atrás,
girando con agilidad los tantos que tenía en cada mano.
Jacob se limitó a mirarla con asco.
—Ahora me doy cuenta de que Elsa no te merecía, jamás
mereció a un cobarde como tú —espeté poniéndome frente
a él.
—Tú no sabes nada, maldita puta —gruñó con odio y me
quedé observándolo—. Y deja de hablar de Elsa como si
merecieras pronunciar su nombre luego de condenarla. ¡La
mataste, Isabella! ¡La mataste y ella estaba embarazada! —
gritó perdiendo el control.
Los «no» y «no puede ser» retumbaron en el almacén. Se
escucharon tan estupefactos como yo volví a sentirme. La
piel se me erizó y usé hasta la última pizca de mi control
para no sucumbir.
«Eso no podía ser posible».
—Mientes —dije negándome a creerle. Él debió decirlo
solo para dañarme más—. ¡Mientes! —siseé y rio.
—No, no lo hago —aseguró—. Ella estaba embarazada
cuando murió, tenía dieciséis semanas. —Negué con
frenetismo y me tomé la cabeza para intentar detener los
destellos de los recuerdos que me llegaron—. Y no era mío,
Isabella. Ese hijo era de LuzBel.
Lo consiguió de nuevo, esa vez no me doblé por la
cintura, caí en cuclillas, negando, mi mundo hundiéndose
por completo. Las imágenes de nuestro secuestro me
atacaron con más crueldad y me dolió el alma saber todo lo
que Elsa pasó con un hijo en el vientre.
«Un hijo de nuestro Tinieblo».
—No —susurré y las lágrimas abandonaron mis ojos sin
poder evitarlo—. Eso no pudo ser posible —repetí.
—Claro que lo era. Él la follaba antes de follarte a ti. ¿Qué
te extraña?
Miré a Tess, se había quedado congelada sin parar de
llorar, con la boca entreabierta y reviviendo lo mismo que
yo.
—¿Él lo sabía? —quise saber con miedo a la respuesta.
—Por supuesto que no. No mereció saberlo luego de
olvidarse de su amante, de su amiga y compañera —
declaró.
Ya no podía soportar más y mi culpa aumentó, pues al
morir Elsa también lo hizo un ser inocente que no tenía la
culpa de nada. Y me pareció increíble que incluso en su
estado, ella haya aceptado un final tan doloroso. Me dolía
que en su vientre haya llevado a un hijo de Elijah y él ni
siquiera lo supo.
—Rompiste un juramento de sangre al traicionarme —le
recordé intentando recomponerme—. Y no solo a mí, sino a
toda la organización y ya sabes cómo se paga esa traición.
—Con sangre —respondió apacible.
—No, Isabella —escuché decir a Dylan y me volteé para
verlo—. Su traición llevó a la muerte a quien sería nuestro
futuro líder —me recordó— y eso no se paga con sangre.
—No —concordé—. Se paga con muerte —aseguré—. Sin
embargo, te daré el honor que no te mereces. —Miré a
Jacob y vi la confusión en su rostro—. ¡Maokko! —ordené y
ella le entregó de inmediato sus tantos. Jacob los tomó sin
dudar mientras Salike se acercó con mi katana—. Si mueres,
lo harás peleando, y te daré ese honor por el tiempo que te
consideré mi amigo.
Los Grigori me miraron como si me hubiera vuelto loca.
—¿Qué pasa si te mato antes? —se mofó Jacob.
—Te irás de aquí para seguir lamiendo las bolas de Derek.
—¡No! —se quejó Tess—. Este traidor no saldrá vivo de
aquí.
—Lo hará si me mata —hablé tajante e impasible.
Los miré a todos girando con lentitud en mi propio eje
hasta que me detuve justo cuando los encontré: Sombra e
Isamu estaban uno al lado del otro, mi compañero con los
brazos cruzados a la altura del pecho, esperando paciente,
acechándome como un felino protegiendo a su cachorra.
Sombra tenía los brazos estirados en su posición natural,
con los puños apretados y la mirada fija en Jacob.
Como un león aguardando por un mínimo descuido para
atacar él.
—Vamos a demostrarle que Grigori cumple sus promesas
—seguí dirigiéndome a los chicos—. Pero quiero que les
quede claro a todos que la traición se paga con muerte, y si
le concedo esto a esta… mierda, es solo porque fue
engañado —aclaré—. No perdonaré una traición más de
nadie, y el que no esté de acuerdo, pues le doy la
oportunidad de marcharse y disolveré la promesa que
hicieron a Grigori. Como líder, tengo ese poder —recalqué y
se quedaron en silencio.
Lo tomé como una respuesta y me giré hacia Jacob.
—Me has dado dos espadas —señaló mirando mi única
katana.
—Son tantos. Y es para que sea una pelea justa —me
mofé y tomé posición de combate. Él me imitó—. ¿Qué te
dijo Derek en realidad para engatusarte? —pregunté, y
antes de que respondiera, me fui contra él.
Logró detener mi katana con los tantos cruzados y
comenzó a defenderse, pero era lento y yo sabía usar mi
arma como si fuese otro miembro más de mi cuerpo. Antes
de lo esperado, herí una de sus piernas, aunque tratando de
que los primeros cortes no fuesen profundos, solo lo
suficiente para que su sangre se derramara.
—Que escogiste a Tess antes que a Elsa cuando te dio la
oportunidad de salvar a una. —Siseó de dolor, pero siguió
manteniendo su defensa.
—¿Y no añadió nada de la tortura que nos dio antes? —
cuestioné.
De nuevo, no lo dejé responder. Nos atacamos.
Mi katana resonó contra sus tantos y a duras penas
lograba evadir mis ataques, dándome la oportunidad de
matarlo pronto, pero quise alargarle un poco la vida y lo
golpeé con mi puño hasta hacerlo caer al suelo. Una de sus
armas voló un par de metros, y cuando quiso tomarla, lo
herí en el interior del codo, sacándole un grito sonoro.
—¡No! —gritó como respuesta a mi pregunta.
—¿Te dejaste manipular tan fácil? —me burlé y gruñó
cuando otro ataque llegó de mi parte y corté la carne entre
el hueco de su cuello y hombro.
Lo estaba hiriendo en lugares estratégicos para causarle
dolor y mucha pérdida de sangre. Quería que sufriera,
aunque sabía que merecía más de lo que le estaba dando.
Un sonido en el fondo del almacén me distrajo. Los chicos
se giraron al escucharlo también, y maldije cuando Jacob
aprovechó eso y golpeó mis tobillos para hacerme caer al
suelo. No solté la katana y jadeé en el momento que el aire
abandonó mis pulmones. Aun así, detuve su tanto, giré la
cintura y alcé las piernas al aire para tomarlo con ellas de la
cadera, y lo hice caer al piso. Fue un movimiento rápido, así
que no lo previó y su cabeza rebotó como un balón de
baloncesto.
Jacob comenzaba a sentirse débil por la pérdida de sangre
y yo estaba logrando lo que planeé para él.
—Cuando nos secuestraron, fuimos encerradas en un
congelador y nos golpeaban mientras estábamos allí para
que nos doliera más. Luego nos metían a un horno. Nos
mantuvieron con esos cambios bruscos de temperatura
hasta que nos debilitaron, y luego nos trasladaron a una
jaula como si fuésemos animales —dije jadeando y
mirándolo a los ojos—. Me colgaron y amarraron de pies y
manos, mientras a Tess la esposaron a los barrotes, al igual
que a Elsa.
Jacob intentó golpearme otra vez, pero se lo impedí.
—¡Aaah! —gritó cuando hundí la katana a un costado de
su estómago y sonreí con malicia al escucharlo.
—Derek dejó que sus hombres se divirtieran con nosotras
—pronuncié riéndome con histeria y sintiendo que la piel se
me erizó. Él negó al escucharme—. Pero el hijo de puta
estaba jugando psicológicamente con cada una —dije hacia
todos y saqué la katana del interior de Jacob sin ningún
cuidado.
Ellos estaban estupefactos al verme actuar así mientras
escuchaban con horror todo lo que estaba saliendo de mi
boca.
—Él... dijo que... que Elsa solo fue dañada por tu decisión
—titubeó Jacob debajo de mí.
—¡Derek abusó de nosotras, maldita mierda! —grité y le
di un puñetazo. No se defendió y los chicos se quedaron
idiotas al oír aquello—. ¡Elsa fue más fiel a Grigori que tú,
hijo de puta! —seguí y sus ojos se desorbitaron—. ¡Y a pesar
de no llevarnos bien, interfirió cuando Derek me tomaba
como un animal, consiguiendo que la violara a ella frente a
nuestros ojos!
—Mientes —susurró entre lágrimas.
Era su turno de llevarse tan horrible sorpresa.
Me puse de pie y vi a Dylan petrificado, observando a Tess
mientras ella lloraba con impotencia. Tomé a Jacob del
cabello y lo hice levantarse, pero se quedó sentado por la
debilidad de las heridas que infligí, y no me toqué el
corazón para propinarle una fuerte patada en el costado,
justo donde lo apuñalé minutos antes.
Se quejó y sabía que el dolor al escuchar mi confesión fue
más fuerte que mis golpes.
—Ese hijo de puta ultrajó su cuerpo, dañando a la vez a la
personita que llevaba en su interior —chillé y sus ojos llenos
de lágrimas no se apartaron de mí—. Me juzgaste sin saber
lo que sucedió. En tu dolor y búsqueda de venganza te
refugiaste en el peor de los cobardes. Vendiste a tu amigo,
me vendiste a mí, sin pensar siquiera que estabas con el
mayor de los mentirosos y manipuladores.
Sollocé sin poder contenerme más y lo tomé del rostro
para que no dejara de mirarme.
—Nadie me dijo lo que en verdad pasó. Ni tú ni Tess —se
quejó.
—Porque le juramos a Elsa no hacerlo y ahora mismo
estoy rompiendo ese juramento solo para que sepas la clase
de idiota que eres y a quién me entregaste. —Volví a
golpearle el rostro y la sangre corrió de su nariz. Todo su
cuerpo estaba bañado de ella—. ¿Le diste el mensaje de
Elsa? —le pregunté a Tess y ella asintió—. Solo tú la hiciste
reír de felicidad y para ella habría sido fácil amarte con
locura —repetí lo poco que recordaba y comenzó a llorar y
sollozar—. ¿Crees que lo mereces? ¿Crees que ella está
orgullosa de haberse enamorado de un traidor? —Negó con
la cabeza.
En ese momento, mi corazón dolió, pero por él. Por mi
amigo.
«Piedad por el culpable es traición al inocente».
El recuerdo de las palabras de Isamu llegó justo cuando
quise flaquear.
—Me arrebataste a Elijah y lo pagarás —juré.
—Mátame —pidió con dolor y reí.
—No, tú no mereces morir —aseguré—. Mereces vivir
sabiendo cuánto le fallaste a Elsa y a Elijah, maldito cabrón.
Porque él era tu amigo, tu hermano y no te importó
venderlo —escupí con veneno y se puso de rodillas—. No
escogí salvar a Tess. Derek me engañó y terminó dándole un
disparo en la cabeza a la mujer que amaste, matando
también al hijo de tu amigo.
—Ya —susurró y me reí—. Perdónenme —pidió para los
chicos y ellos negaron.
—Ella soportó por mí lo peor, y ¿sabes qué? —Seguí
haciendo que me viera a los ojos cuando puse la punta de la
katana en su barbilla—. Jamás vi arrepentimiento por lo que
hizo; al contrario, noté el orgullo en sus ojos por evitar que
me dañaran a costa de ella.
Juré hacerlo pagar por su traición, y aprendí que uno daña
más con palabras que con golpes.
Jacob ignoraba mucho de aquel hecho y sabía con
seguridad que no existía peor dolor para él que descubrir
que trabajó para un malnacido que ultrajó de la peor
manera a la mujer que amaba.
—¿Qué harás conmigo? —susurró con la voz derrotada.
—Hacer que curen tus heridas para luego volverte a herir
y torturarte hasta que te vuelvas loco —dije con firmeza.
—Por favor, Isa. Mátame de una vez. —Lloró y el dolor en
su mirada fue más palpable—. Déjame irme con ella y
pedirle perdón por lo que hice.
—No, Elsa no merece recibir a un perro traidor —espeté—.
Pero convénceme de lo contrario. —Hasta él se sorprendió
de lo último.
—LuzBel cayó por ti —susurró y se ganó mi atención—.
Derek caerá por la misma razón que él. —No entendí a qué
se refería y lo miré expectante—. ¿Recuerdas a la rubia de
Washington? —Asentí. Jamás la olvidaría. Elijah casi la mata
al saber que era importante para Derek—. Ella es la
debilidad de Derek —aseguró—. Atrápala y se entregará
solo. Ese hijo de puta también caerá por amor.
Amor, atracción, pasión. Todo eso significaba debilidad, y
deseé nunca haber sido ninguna de ellas para mi Tinieblo,
porque entonces él seguiría vivo.
—¿Delataste a Cameron? —inquirí mientras bajaba la
katana a su cuello.
—No —respondió y le creí.
Bajé la katana hasta posarla arriba de su corazón.
—Rompí la promesa que le hice a Elsa para que te dieras
cuenta de lo que hiciste, pero no romperé la de hacer pagar
al culpable de su muerte —aseguré.
Connor y Evan susurraron un «no» lleno de dolor cuando
comencé a clavar la katana en la carne de su amigo, pero
no interfirieron. Jacob esperó paciente.
—Perdóname, nena —susurró él y me congelé.
Quería atravesar su corazón, pero él me lo atravesó a mí
con esas palabras, porque por un solo momento, logré ver a
mi verdadero amigo. A aquel chico de lunares que una vez
me pidió comérselos. A aquel tipo que me miró con orgullo
cada vez que ponía a Elijah en su lugar. Al idiota.
Mi idiota favorito.
«El idiota que robaría un poco más de tu alma».
Flaqueé y zafé la katana de su pecho, pero entonces
todos gritaron al ver a Isamu irrumpir en el círculo. Clavó
sus dagas en diferentes partes del cuerpo de Jacob y lo dejó
caer al suelo.
—Y donde tus fuerzas y voluntad terminen, comenzarán
las mías para que no flaquees —me recordó.
Nadie se movió, solo yo lo hice, posando mi mirada en
cada chico. Los Sigilosos, Dylan y Tess sabían de la promesa
que Isamu me hizo un día antes, así que se limitaron a ver
el cuerpo de Jacob entre aquel charco de sangre. Connor y
Evan lloraban con dolor, pero también con decepción.
Sombra se mantuvo en su lugar y no pude identificar si me
miraba a mí o al cuerpo inerte de quien fue mi amigo.
—Los Sigilosos no somos solo una orden secreta o una
organización anticrimen —dijo Isamu alzando la voz—.
Somos familia y esos hermanos que escogimos. Por eso nos
tomamos el derecho de ser la fuerza del otro cuando este
flaquea. Por eso he acabado con la vida de quien osó
traicionar a mi líder. Y a diferencia de Grigori, el voto que
nosotros hicimos con ella es un pacto que cumpliremos
incluso desde la muerte. Por eso terminé con este traidor,
no con su amigo.
Caleb, Salike y Maokko me miraron sin inmutarse. Isamu
se mantuvo a mi lado, con una daga en cada mano, ambas
escurriendo sangre. Ellos, junto a Ronin y Lee-Ang, eran mi
élite, mis pilares, mis hermanos, súbditos y compañeros.
Y por ellos, alcé la barbilla para enfrentarme a los Grigori.
—Perdí a mis padres cuando todavía los necesitaba para
que me defendieran, para que me explicaran muchas cosas
y me hicieran saber la vida a la que iba a enfrentarme.
Pagué deudas que no eran mías. Sufrí una violación. Perdí al
hombre que amaba y casi muero por tal de seguirlo. Estuve
recluida en un hospital psiquiátrico y después hui con la
esperanza de un nuevo comienzo, pero volví para hacer
pagar a los culpables de mi sufrimiento —aclaré—. Sin
embargo, ya no soy solo una Grigori, soy también una
Sigilosa y voy a liderar como tal. Voy a tomar las riendas
como soy, seré fiel a mí, a ustedes. Y daré la vida por cada
uno, si es necesario, pero si me traicionan, no me volverá a
temblar la mano, y si lo hace, uno de mis hermanos me la
tomará para estabilizarla.
Miré a cada uno de ellos, esa sería la última vez que me
expondría y les explicaría por qué era como era. Les estaba
dando la oportunidad de irse o seguir a mi lado. No les
impondría nada y cuando creí que se darían la vuelta en
señal de rechazo, Tess comenzó a golpear el suelo con un
pie.
Dylan la imitó, luego Connor, Evan y, por último, siguieron
mis hermanos Sigilosos.
Apreté la katana en mi mano y recordé el día de mi
juramento Grigori. Pero esta vez, mi emoción estaba más
opacada que la primera vez, pues de nuevo tomaba mi
lugar como líder a cambio de una vida importante para mí.
Capítulo 30
Eres mi droga

Miraba la pequeña caja sobre la mesita de noche y me


debatía entre abrirla o no. Gasoline se reproducía en mi
móvil mientras una foto de Jacob y mía que él tomó luego
del entrenamiento en el que peleé con Caleb, se mostraba
desde la galería.
Sostuve la botella de vodka, dejando los vasos de lado, y
bebí directamente de la botella. Un rato antes había salido
de la ducha, y como siempre, solo me vestí con una playera
de mi Tinieblo.
Una semana había pasado ya desde aquel día en donde
fui el verdugo de mi viejo amigo y me cobré una traición
muy dolorosa. Ya que, si bien Isamu terminó el trabajo, él
literalmente solo me sostuvo la mano cuando esta me
tembló. Al llegar esa noche al apartamento, no reconocí mi
propio reflejo en el espejo: mi ropa y rostro estaban
salpicados de su sangre, mis ojos lucían más oscuros y en el
fondo de ellos lograba ver la tristeza que quería apoderarse
de mí, pero la hundí muy en lo profundo a punta de tragos.
Elsa embarazada y violada era algo que no sacaba de mi
cabeza. Elijah nunca lo supo, y al final, era lo mejor.
Jamás pude decirle lo que Derek nos hizo y no solo por la
promesa que le hicimos a Elsa, sino también por vergüenza.
En las noches cuando mis pesadillas me atacaban, él
siempre estuvo para mí y muchas veces me pidió que le
hablara de lo que me atormentaba, pero no lo conseguí y lo
intenté. Sin embargo, las palabras no salieron de mi boca.
Me tenía a su mereced y gemí con horror. Tess me imitó y
Elsa gritó con desesperación para que no me tocara. Los
tipos que acompañaban a ese bastardo soltaron carcajadas
siniestras.
—Mírame —musitó Derek, bajando el tono, siendo
seductor. Negué con la cabeza, suplicándole con la mirada
que no me hiciera ese daño, pero era en vano—. Ellas van a
disfrutar vernos —aseguró con convicción y me pareció
horroroso que creyera que las chicas sentirían algún tipo de
placer con su brutalidad—. Tú. Vas. A. Disfrutarlo —
parafraseó, arrastrando la mano por mi cuello. Y de un
segundo a otro, escuché a las chicas jadear incrédulas.
¡Dios mío! Eso no podía estar pasando.
Bajó la mano a mi pecho y luego a mi seno izquierdo, lo
masajeó y cerré los ojos, queriendo contener en vano el
gemido que se formó en mi garganta. Sentí el calor
descender de mi nuca a la espalda, recorrió mis
terminaciones nerviosas y se concentró en mi entrepierna,
donde una pulsación me paralizó.
¡No, no, no, no!
Negué con la cabeza, abriendo los ojos de golpe y lo miré
con incredulidad y pánico, sintiendo las lágrimas quemando
detrás de mis párpados. Él alzó un lado de la curva de su
boca con malicia y con dos dedos apretó mi pezón,
observándome maravillado por lo que estaba haciéndome.
Lloré sintiendo una impotencia distinta. Un terror
indescriptible y una confusión que hizo que mi cabeza se
sintiera pesada. Derek estaba llevando ese abuso a otro
nivel, coaccionando mi voluntad, manipulando mi libre
albedrío, despojándome de mi moralidad.
—He escuchado que el mejor sexo siempre te lo da la
mujer de tu peor enemigo —susurró en mi oído.
¿Qué me había hecho? ¿Por qué estaba reaccionando así?
¿Por qué las chicas gimieron de pronto como si estuvieran
excitadas por verme en esa situación? Mi corazón latió
desbocado, y las lágrimas brotaron de mis ojos como
cascadas en cuanto bajó la mano a mi entrepierna y me
tocó de una forma tan indebida y aborrecible.
—Tú me darás el más grandioso sexo que pueda existir,
lindo infierno —aseguró y besó mi mejilla. Arrastró los
dientes por mi barbilla haciendo que mi piel se erizara y no
tuve la voluntad para apartarme. Eso me hizo llorar más
porque mi interior gritaba que no quería, pero mi cerebro
me hizo sentir otra cosa—. Porque eres la hija, y la chica de
dos de nuestros peores enemigos. Y después de esta noche,
te prometo que no podrás verlos a los ojos sin recordar
cuánto disfrutaste de mí.
—¿Qué me has hecho? —pregunté sin dejar de llorar y él
rio.
—Si quieres que te diga que estás drogada para dejar de
sentirte como una putita sucia que está escurriendo entre
las piernas por mí, pues adelante, te he drogado. —Tiró de
mi cabello al decir eso y sacó una navaja con la que cortó la
parte del medio del short diminuto que tenía incluido el
vestido.
—No lo hagas, te lo suplico —lloré y mordió mi barbilla.
—Apuesto a que ya estás empapada por mí —aseguró—.
Va a gustarte.
—No, por favor no —supliqué en cuanto sentí su mano en
mi sexo.
—Mierda. Estás deseando mi verga, putita —alardeó.
Apreté los párpados por su fuerza despiadada. Grité con
horror porque no quería sentir placer, pero mi cuerpo estaba
respondiendo mal. Lo sabía porque, a pesar de eso,
alcanzaba a reconocer las náuseas, el asco de mí misma.
Las chicas lloraban y gemían a la vez. Un sudor frío
comenzó a empaparme el cuerpo y el pecho me dolió, la
respiración se me cortaba.
—Eso es, te lo dije. Te gusta cómo me adueño de tu
voluntad, te excita que me robe tu placer, aunque quieras
negármelo —celebró ese bastardo con júbilo cuando, por
reflejo, mis caderas buscaron su toque en el momento en
que se alejó para bajarse la cremallera.
—Eres el ser más asqueroso y despreciable que existe —
solté.
—Dice la puta que me desea. —Contuve una arcada
cuando mi cuerpo se calentó, el placer se estaba
convirtiendo en tortura—. Más suave —murmuró, pero no
entendí si eso era para mí.
Me mordí el labio en el instante en que un orgasmo me
atravesó sin que me tocara en ese momento, y la sensación
no fue de éxtasis, sino de una culpa atronadora capaz de
hacerte desear arrancarte la piel.
—Sí, ¿ves cómo chorreas por mí, zorra?
Lloré sintiendo que me estaba volviendo loca, deseando
que la tierra me tragara, o que me mataran por no poder
controlar esas avalanchas de placer.
—Déjala —suplicó Elsa, pero estaba sufriendo como yo.
—Folla a esa puta para que no se sienta celosa —le
ordenó esa mierda a uno de sus lacayos y esté rio
emocionado—. Y tú ve con la nena de Pride —dijo para el
otro.
—¡Suéltame!
—¡No te acerques! —gritaron Tess y Elsa al unísono.
Y lloré más cuando minutos más tarde, comenzaron a
gemir, llorando y experimentando lo mismo que yo. Nos
habían despojado de nuestro libre albedrío con alguna
droga, esa era la única explicación que encontraba para
sentir lo que sentía. Y mientras unas personas creían que
ser abusadas con violencia incluida era aterrador, no quería
que experimentaran el infierno que se sentía cuando tu
boca decía no, tu alma suplicaba que pararan y tu cuerpo te
desobedecía.
Impotencia. Asco. Vergüenza. Ganas de morirte.
Todo eso y más se intensificaba en nuestro interior.
—Ya llorarás de placer, lindo infierno —aseguró Derek y se
acomodó entre mis piernas.
El gruñido que solté en cuanto me penetró parecía de
dolor, pero fue todo lo contrario. Derek gimió hundiéndose
en mí, comportándose como un amante diabólico que se
deleitaba más con adueñarse de mi voluntad que de mi
cuerpo. Las náuseas me revolvían cada vez más el
estómago, pero mi vientre lo tomaba como otra cosa y
terminé corriéndome en varias ocasiones, experimentando
un nivel de éxtasis que dolía.
—Me vuelven loco esos soniditos que haces —aseguró. En
ese momento, ya ni siquiera me esforcé en luchar para que
no me siguiera embistiendo.
En mi interior, juraba que algún día me pagaría lo que
estaba haciéndome. Era lo más terrorífico que viví en mi
vida. El placer era lo de menos, la indignación de ser usada
de aquella manera dolió como el infierno.
Tocaba mi cuerpo con brusquedad. Odiaba sentir su saliva
en mi cuello a causa de sus besos y lametones. Me daban
arcadas y sentía que iba a desmayarme, porque cada vez
que las experimentaba, volvía a correrme. Sus manos
magullaban mis nalgas, y cómo se aproximaba a mi trasero
era indignante. Ni siquiera podía ver a las chicas por la
vergüenza que sentía, solo escuchaba sus gritos de
desesperación, pero también de placer.
—No te desmayes, zorra sucia —advirtió Derek y me tomó
del rostro para que lo mirara a los ojos. Rio satisfecho al ver
cómo me tenía, y cuando me soltó y dejó caer mi cabeza en
su hombro, encontré una pizca de voluntad propia y lo
mordí—. ¡Ah! ¡Maldita perra! —se quejó y salió de mi
interior de inmediato, abofeteándome con fuerza.
No me dolió.
Los otros tipos se habían cansado de torturar a las chicas,
así que cuando se acercó a Elsa, ella quiso golpearlo.
—La perra de LuzBel está impaciente porque la folle —se
burló.
—¡No te atrevas! —advertí y sabía que era ridículo, ya
que no podía hacer nada.
—Ya me extrañas, puta —se burló—. Ahora te aguantas.
—¡No! ¡Detente! —pidió Elsa cuando vio lo que iba a
suceder.
La valentía se fue y el terror volvió a encontrarla.
—¡Dios, no! ¡Para, por favor! ¡Detente! —supliqué yo,
pero mis gritos fueron en vano y los respondieron con
carcajadas burlonas.
—¡Maldito hijo de puta! —espetó Tess, y ambas gritamos
aún más cuando Elsa fue abusada con la misma intensidad
que me tomaron a mí.
«No, no, no» Se repetía una y otra vez en mi cabeza, salía
de mi boca, mas era en vano. Cerré los ojos para no ver
más, para no sentir más y esperar hasta que decidieran
parar.
Pasó una eternidad para que se cansaran y vomité hasta
las entrañas luego de ese rato en el infierno. Cuando nos
soltaron, nos abrazamos con las chicas, porque nos llevaron
de nuevo al congelador y prometieron que volverían pronto.
Las tres experimentábamos la vergüenza y el dolor de ser
despojadas de nuestra voluntad, y eso era algo que nos
atormentaría toda la vida.
¿Cómo iba a mirar a Elijah después de aquello? ¿Él
sentiría asco de mí? ¿Me odiaría porque Elsa y su hermana
corrieron la misma suerte?
—Júrame que jamás hablarás de esto con nadie.
¡Júrenmelo por sus vidas las dos! —pidió Elsa con la voz
rasposa, sosteniendo su vientre.
Entendí que lo hacía porque ya sería difícil ver a nuestros
chicos a los ojos, sabiendo que el cuerpo nos traicionó y
disfrutamos de lo que nos hicieron, como para tener que
repetir en voz alta el abuso al que nos sometieron.
—Lo juro —dije sin dudarlo ni un segundo.
—Yo también lo juro —musitó Tess con la mirada perdida.

Y rompí parte de mi juramento.


Y la maldita razón para hacerlo estaba siendo mi
perdición. Llevar a Jacob a la muerte fue lo peor que hice en
años, pero su traición me cegó (aun sabiendo que fue
engañado) porque con ella me arrebató al hombre que
amaba, a su amigo. Su deslealtad tocó a quien jamás debió,
y tenía que dejarle claro a él y a todos los presentes que
haría pagar a cada culpable por dejarme en el vilo del
abismo el día que apartaron de mi lado al centro de mi
tierra. No me importaba hundirme más con tal de obtener
mi venganza, mi justicia.
Sin pensarlo, abrí la cajita porque necesitaba olvidar todo,
así fuera por un momento, y tomé entre mis dedos esa
pequeña parte de demencia: La piedra filosofal de Harry
Potter, la verdadera, esa vez. Era sorprendente lo que se
podía encontrar en la Deep Web, y agradecí haberle
aprendido un par de trucos con la tecnología a Caleb, para
que la llevaran hasta a la puerta del apartamento,
escondida entre la comida que pedí.
Las dos píldoras llevaban tres días en mi poder. Las
mantuve alejadas porque me creí capaz de pasar ese
tormento lúcida o con la ayuda del licor, pero esta noche
toqué fondo y no quería seguir reproduciendo lo que le hice
a mi amigo, y menos lo que pasé con las chicas en las
manos de Derek.
Los Sigilosos y los Grigoris estuvieron pendientes de mí
esa semana, pero eran inteligentes y, en lugar de pedirme
que no cayera, me dejaron vivir mi luto, aunque esa tarde
se concentraron en el sepelio de Jacob, por lo que de nuevo
solo Dom y Max hacían su guardia.
—Hazme olvidar, por favor —le pedí a la píldora entre mis
dedos. Estaba sentada en el suelo de la habitación, con la
espalda apoyada en la cama.
Ni siquiera mi conciencia me detuvo cuando coloqué la
diminuta porción entre mis dientes, ya que mis demonios la
hicieron huir a su rincón.
—Por ti, idiota —dije, y me llevé la botella a la boca,
mirando la imagen de Jacob. Y ni la amargura del vodka
llevándose la píldora por mi garganta se comparó con la de
mi alma—. Pesarás en mi corazón y en mi mente hasta que
me muera, maldito chico de lunares.
Grité tras decir eso y lancé el móvil contra la pared,
viendo cómo se hizo pedazos. Luego le di otro sorbo al
vodka, sintiéndolo salado esa vez por mis lágrimas. Cerré
los ojos y eché la cabeza hacia atrás para apoyarla en el
colchón. Cinco minutos después, los abrí ante el chute de
energía rezumbando en mi pecho y sonreí.
Mi entorno se veía diferente, la culpa había desaparecido
y me sentía feliz. Era en esos momentos lo que siempre
quise ser: una persona sin corazón, sin culpas, sin amor. Reí
a carcajadas cuando me puse de pie y me tambaleé como
una maldita borracha.
«Estabas borracha».
Pequeña arpía, habías vuelto.
Estaba consciente de que solo usaba la playera para
cubrirme el cuerpo, así que me fui al closet por un diminuto
pantaloncillo de mezclilla y me lo puse sin usar ropa interior.
Me vi en el espejo y comencé a matarme de la risa al ver mi
aspecto. Me veía patética.
Me recogí el cabello en una coleta mal hecha, y medio me
maquillé el rostro. Incluso me puse fragancia y metí la otra
píldora en el bolsillo de mi short. Cuando encontré mis
zapatos, me dirigí hacia la sala y tomé las llaves de su
Ducati. Me entraron unas ganas terribles de bailar, e iba a
hacerlo. Me sentía muy liviana, ágil, feliz, y necesitaba
diversión.
—Señorita White, ¿a dónde la llevamos? —Pegué un
respingo cuando salí del apartamento y encontré a Max
apostado a un lado de la puerta.
—Puta madre, Max —solté y comencé a reírme. Él me
miró con una ceja alzada—. Y no me llevarás a ninguna
parte —dije, metiendo una bota en cada pie y no me
molesté en amarrar los cordones—. Pero como sé que no te
despegarás de mi culo, pues sígueme sin ir de chismoso a
avisarle a Caleb. Es una orden.
No esperé respuesta y me obligué a caminar bien y actuar
medio decente mientras me conduje a la bodega en donde
Elijah guardaba su motocicleta. Levanté sin problema la
lona que la cubría y tosí por el polvo que aspiré sin dejar de
admirar cómo el rojo relució.
—Señorita, no creo que sea conveniente que conduzca así
—dijo Max y solté una carcajada.
Ya estaba subida en la motocicleta, con el casco puesto y
haciendo rugir el motor. Sabía manejarla, aprendí años atrás
gracias a papá. La adrenalina corrió por todo mi cuerpo y mi
piel se puso chinita ante el ronroneo de aquel motor tan
potente.
—No conduciré porque sea o no conveniente, lo haré
porque quiero. Y si deseas seguirme la pista, te aconsejo
que te apresures.
Reí y grité emocionada al escucharlo maldecir en cuanto
aceleré y lo dejé en la bodega. Dom lo esperaba afuera en
el coche, pero debía esperar a su compañero, así que me
dejó marchar.
Me sentía libre.
Y no dejé de reír mientras conducía sin rumbo,
agradeciendo que los semáforos estuvieran en verde y me
dejaran disfrutar del viento golpeando mi cuerpo gracias a
la velocidad. Aceleré un poco más cuando la carretera y el
tráfico me lo permitió y grité divertida. Algunos conductores
me hicieron sonar los cláxones, unos uniéndose a mi
pequeña diversión y otros maldiciéndome por imprudente.
El peligro era excitante.
No noté el coche de mis guardaespaldas detrás de mí y
tampoco me importó. Me dejé guiar por mi instinto y fui
temeraria al adentrarme al freeway en mi estado, pero no
razonaba en ese momento, así que sonreí con malicia y
aceleré más cuando tomé una rampa que reconocí de
inmediato, y diez minutos después estaba estacionando (en
una sola pieza) frente a Vértigo, la zona neutral entre
bandas criminales.
«El club de Darius».
Imaginé a mi conciencia sonriendo de lado al susurrar
aquello.
No hice fila para entrar, fui directo hasta donde estaban
los guardias y les dije que era una invitada especial de su
jefe. Reconocí a uno de ellos, era el mismo de cuando llegué
con Maokko. Con una seña de cabeza, le indicó al otro que
me dejase pasar y le guiñé un ojo en agradecimiento. Hasta
ese momento, no vi rastros de Max y Dom, pero sabía que
no tardarían en llegar.
Luces estroboscópicas, ambiente oscuro, música fuerte,
olor a alcohol, humo de cigarrillos y marihuana me dieron la
bienvenida, y me parecía lo mejor del mundo. Algunas
chicas me miraban y criticaban mi vestimenta, pues tuve
que hacerle un nudo a la playera por ser unas tallas más
grande que la mía, y parte de mi abdomen quedó expuesto.
Era un alivio que me quedase un poco floja de los pechos
así mis pezones no se marcaban por la falta de un sostén.
Los chicos me miraban con malicia y les sonreí.
Llegué a la barra y le pedí al cantinero un vaso de vodka.
Cuando me lo sirvió, sentí que acarició mi mano, y antes de
llevarme el vaso a la boca, también le guiñé un ojo.
«Ser perra te divertía».
Más de lo que había imaginado.
Di un trago largo a mi bebida hasta dejar el vaso vacío y
lo puse sobre la barra haciendo que el cristal resonara. Me
giré hacia la pista y limpié la comisura de mi boca con el
dorso de la mano al sentir un poco de líquido
derramándose.
—¿Cam? —dije con sorpresa al reconocerlo. Vestía de
negro y se alivió al verme.
Corrí a su encuentro y me cogió en volandas al ver mi
intención de lanzarme sobre él. Reí al enganchar las piernas
en su cintura y le planté un beso sonoro en la mejilla.
—Maldición, Isa. Terminarás por matarnos —gritó por
encima de la música.
—Si te pooortas mal, tal vez —dije juguetona.
Mi voz sonaba rara y me causó mucha gracia que alargara
las palabras.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó.
Envolví los brazos en su cuello y lo abracé fuerte, olía
delicioso.
—Te-tenía gaanas de bailar. —Me seguí riendo al
escucharme hablar con torpeza.
Bajé de su cintura y comencé a bailar al ritmo de la
música, girándome para darle la espalda. Cameron rio con
diversión y me tomó de los brazos porque me mareé y evitó
que me cayera.
—¡Mierda! ¡Estás muy borracha! —gritó y me giró para
acunarme el rostro y, con los pulgares debajo de mis ojos,
los abrió más para inspeccionarlo—. Y también…
—¡Felizzzz! —respondí y entrecerró los ojos, pero rio,
aunque vi que él lo hizo con tristeza e incluso en la bruma
de mi estado imaginé la razón y entendí por qué vestía de
negro.
Seguí moviéndome cuando los tentáculos de dolor
rozaron mi piel, decidí bailar para sacudirlos, aunque él no
siguió mi ritmo y, de soslayo, noté que se hacía señas con
alguien a lo lejos. Con el guardia que me dejó pasar, para
ser precisa.
—Ven —pidió tomándome de la mano.
Refunfuñé como una niña cuando dejó de bailar y me
arrastró con él. Subimos los escalones y pasamos por el
privado en el que estuve cuando conocí a Darius. Vi a dos
tipos con una chica cada uno en las piernas y otras a los
lados de ellos, pero no repararon en nosotros. Cameron me
llevaba a una oficina y supe cuál era.
—Pasa —pidió una vez abrió la puerta.
—Idiota, quería seguir bailando —me quejé.
—Lo haremos después —prometió con una sonrisa—.
Antes hablarás con Darius. ¿Quieres que te traiga algo?
—Otro vaso de vodka —dije sin dudar—. O mejor una
botella de bourbon. —Puse carita inocente y él asintió con
una sonrisa divertida.
Entré a la oficina y encontré a Darius hablando por su
móvil. Sus ojos se abrieron de par en par cuando me vio,
pero yo simplemente me encogí de hombros y sonreí. Él me
hizo una seña con la mano para que esperara, y yo,
sintiéndome en confianza, me dirigí hacia la mesita donde
tenía los tragos. Tomé un vaso y me serví algo de color
marrón.
«Solo esperaba que no fuese mierda líquida».
Si me seguía haciendo feliz, no importaba.
Caminé hasta unos muebles de madera donde había
algunos objetos extraños, y me llevé el vaso a la boca, pero
este me fue arrebatado antes de poder darle siquiera un
sorbo.
—¡Hey! —me quejé.
Darius me miraba impasible. Estaba muy guapo esa
noche, más que de costumbre. Vistiendo esa ropa formal
impecable que lo hacía lucir como un tipo poderoso.
—¿Qué te has metido, Bella? —Tomó mi rostro con ambas
manos y me miró a los ojos.
—Aún nada —dije en un tono sensual y con doble sentido.
Quería hacerse el serio, pero vi el fantasma de una sonrisa
al comprenderme—. ¿Quieres ayudarme a remediar eso? —
propuse y le acaricié el pecho mientras me mordía el labio.
De pronto, ya no quería bailar. Quería algo mejor.
«Y Darius iba a dártelo».
—¡Mierda! Te has drogado —adivinó y me encogí de
hombros—. Nena, sé por lo que has pasado, me enteré de lo
de tu amigo y créeme, comprendo que... —No dejé que
terminara, no lo quería escuchar hablando de Jacob ni que
volviera a llamarme con ese apelativo, así que hice lo que
me pareció mejor para callarlo.
Lo besé.
Y no lo hice con suavidad. Mis labios chocaron con sus
dientes y no me importó el dolor que me provoqué. Pronto,
comencé a devorar su boca como una hambrienta. Él se
quedó paralizado y me separé cuando no respondió.
—Prometiste algo y te estoy dando la oportunidad de
cumplirlo —señalé mirándolo a los ojos.
—Lo sé, pero no así —susurró. Me acerqué más a él y
sentí que el bulto entre su pantalón había endurecido.
Sonreí triunfante al comprender que le afectó mi arrebato y
bajé la mano a su cinturón, achicando los ojos con picardía
—. Eres mala —acusó conteniendo la respiración.
—Eres tan poco hombre que no cumples una simple
promesa —lo reté y vi que sus ojos se oscurecieron.
—¿Buscas persuadirme con eso? —se burló y alejó unos
pasos.
Sin que apartara su mirada de mí, me saqué la playera,
mostrándole los pechos. Noté que se le dificultó tragar y
sonreí fingiendo inocencia, sintiéndome más que segura,
desinhibida, promiscua, sexi y sin importarme nada. Solo
Darius y mis ganas de sentirlo.
—Busco tus besos —zanjé— y follarte.
—Bella..., esto es un error. Te has drogado. —Tragó de
nuevo y, sin descaro, se acomodó la erección por encima de
la ropa. Alcé una ceja, me lamí los labios y di un paso cerca
de él—. Y cumplo mis promesas, pero no puedo hacerlo si
estás así.
—Bla, bla, bla —me burlé—. Palabras y más palabras de
un cobarde al que le queda grande lo que promete —lo
tenté y sonreí.
—¡Mierda! —soltó.
No lo dejé decir nada más y volví a besarlo. En ese
instante, sí sentí su boca como debía. Su lengua buscó mi
interior y le di la bienvenida. Su beso era voraz, con deseos
reprimidos que al fin estaban saliendo a la luz. Lo hice
caminar hacia atrás hasta que cayó sobre el sofá y me subí
a horcajadas en su regazo, jadeando al restregarme en su
erección.
—Vas a hacer más que besarme —aseguré.
Lo sentí sonreír y volvimos a besarnos sin parar. Darius
me estaba comiendo la boca de una manera deliciosa y
familiar. Sus grandes manos acariciaban mi espalda
desnuda.
—Esto es un error —gimió cuando mordí su labio. Me
tomó de la cintura y me acostó en el sofá, dándome sus
labios, pero alejando su pelvis de mi centro—. Estás
drogada y sé que mañana vas a querer matarme si no me
matan antes.
—Cállate y tómame si es lo que quieres —exigí.
—¿Y tú lo quieres?
—Desde que entré a esta oficina.
Bloqueó su cuerpo para que no pudiera apretarlo al mío
en el momento en que usé las piernas en sus caderas para
restregarme en su sexo. Se apoyó en las manos y me besó
únicamente porque alcé la cabeza para llegar a sus labios.
Aunque se resistía, su erección indicaba que quería
arrancarme la ropa y darme lo que le estaba rogando.
—¡Mierda! —se quejó y vi casi en cámara lenta cómo lo
apartaban de mí.
Por inercia, me cubrí los pechos con las manos y a duras
penas logré identificar una mancha oscura sobre el pobre
Darius.
—¡Hijo de tu puta madre! —escuché gritar a una voz
robotizada.
«El Chico oscuro».
¡Maldición!
No supe en qué momento Sombra llegó. Vi a Marcus
acercarse a mí y me dio la playera. Me la coloqué mientras
sonreía y negaba con la cabeza por lo que pasaba.
—¿Hace cuánto llegaron? —quise saber.
—Lo suficiente como para que Sombra se volviese loco —
señaló agitado.
Me encogí de hombros con descaro y seguí observándolos
con diversión.
Cameron irrumpió en la oficina junto a Isamu, Max y Dom.
Y no me sorprendió ver a estos tres últimos juntos. Ellos,
ayudados por Marcus, intentaron separar a aquellos dos que
se estaban matando a golpes. Y para ser sincera y dentro de
lo que mi idiotez me permitía ver, Darius se defendía muy
bien. Creía que, si Sombra no hubiera estado tan cabreado,
quizá hasta podía decir que su manera de luchar era
idéntica.
Ambos eran letales a la hora de los golpes, pero Sombra
era como un demonio en esos momentos, y Darius perdía su
ventaja. Jamás en mi vida presencié una pelea de tal
magnitud.
«Sí lo hiciste. Cuando nuestro Tinieblo peleó con Sombra
en Inferno».
Bueno, a excepción de esa vez, nunca vi una pelea de esa
magnitud.
No importaba lo borracha o drogada que estuviese,
lograba ver todo lo que sucedía y cómo esos dos demonios
se molían a puñetazos, patadas y llaves muy bien
ejecutadas. El escritorio fue destrozado, vidrios rotos
volaron por todas partes. Se gritaban cosas ininteligibles y
casi podía escuchar algunos huesos rompiéndose.
«Menos mal Darius estaba mejor preparado que Caron y
Elliot».
Serás cabrona.
—¡Te dije que si la volvías a tocar te iba a matar, hijo de
puta! —Ese fue Sombra y su voz sonaba letal al igual que
sus golpes.
Se había vuelto loco y ninguno de los otros hombres
podían detenerlo. Darius no dejaba de defenderse con la
misma intensidad, pero a Sombra la furia lo convirtió en una
persona diferente, en un desquiciado con sed de sangre y,
al notarlo, comencé a asustarme.
—Bien, hora de usar la fuerza —le dijo Isamu a Marcus y
el moreno asintió, de acuerdo.
Sin dejar de verlos, me fui por el vaso de licor que Darius
me quitó antes y saqué la otra píldora. La puse en mi lengua
y di un sorbo a la bebida.
—¡Mierda! ¡Eeew! —me quejé cuando tragué todo y el
líquido quemó mi organismo como si fuese ácido.
Los chicos lograron detener a Sombra. La ceja de Darius
estaba cortada, le salía mucha sangre de la nariz y no lucía
para nada feliz. Sombra no estaba mejor, pues su máscara
no me permitía ver mucho, pero lograba visualizar sangre
en el espacio libre de sus ojos.
Y también era mucha.
—¿Qué demonios bebes? —le pregunté a Darius como si
no hubiese pasado una catástrofe antes. Y por mucho que lo
evitó, una sonrisa se asomó en su rostro.
—Te dije que está drogada hasta la médula —le espetó a
Sombra.
—¡Y eres tan cobarde, maldito hijo de puta, que la ibas a
follar sabiendo su estado! —masculló él.
—Bueno, chicos —me entrometí—. Sí estoy drogada. Y no,
él no me iba a follar —le aclaré a Sombra y me miró con
ganas de darme un par de azotes.
—Jefa —advirtió Isamu al ver mi intención de seguir
hablando.
—Yoooo sí que me lo quería follar a él —solté en tono
burlón y muy lento, con una sonrisa cínica en el rostro.
—¡Isa! —me reprendió Cameron. Isamu y Marcus
ejercieron más fuerzas en Sombra para contenerlo.
Dom y Max retenían a Darius y Cam se mantenía en el
medio, como un referí con los brazos abiertos tratando de
detener por arte de magia a dos bestias.
—¡¿Qué?! —repuse inocente.
—¡Suéltenme! —exigió Sombra a sus apresadores, pero
no le obedecieron—. ¡Maldición, imbéciles! —se quejó.
—¡Ya, chicos! Suéltenme, no soy tan idiota —espetó
Darius y tuvo suerte porque Dom y Max le obedecieron—.
Sombra, lo siento hermano. Sé que no es de hombres lo que
acabo de hacer, ella no está bien.
—Estoy aquí. Pero en todo caso, ¿por qué te disculpas con
él? —reclamé y me ignoró.
Sombra también lo hizo, aunque después me miró con los
ojos cargados de ira y la respiración agitada. En otros
tiempos, tal vez me hubiese intimidado; en esos momentos,
me encogí de hombros, restándole importancia.
—Está drogada y muy borracha. La cagué, me dejé llevar
por mis bolas y no por mi inteligencia —siguió Darius
intentando calmarse—. Tienes razón en actuar así, pero te
aseguro que si ella hubiese estado en sus cinco sentidos y
aun así nos hubieses encontrado en la misma situación,
entonces no estaría diciéndote nada de esto.
—¡Vete a la mierda! — escupió Sombra y sus ojos se
clavaron en mí otra vez.
Su manera de mirarme era intimidante, fría, altanera, con
ira y decepción.
—Eres un aguafiestas —me quejé y más ira relució en sus
ojos. Noté que Marcus e Isamu luchaban para no reírse—.
Además, este idiota ni me quiso hacer nada, en todo caso
yo estaba abusando de él.
—¡Demonios, Isa! Deja de echarle más leña al fuego —
pidió Cameron y lo miré con aburrimiento.
—Déjenme con ella a solas —pidió Sombra.
—No hijo de puta, de ninguna manera te dejaré con ella —
aclaró Isamu.
Sombra se zafó de ellos tomándolos por sorpresa y
enfrentó a Isamu.
—Déjenme solo con ella —exigió usando una pausa
prolongada en cada palabra.
Dom y Max llegaron a mi lado. Isamu se plantó frente a
Sombra, ambos con el pecho al ras.
—Ya te di suficientes gustos, así que deja de pedir más. —
Isamu lucía sereno e imaginé que se refirió a su tiempo
como infiltrado cuando aseguró tal cosa.
—Isa, por favor —suplicó Cam al ver que una pelea más
estaba a punto de desatarse de nuevo.
—Señorita White, vamos a sacarla de aquí —avisó Dom y
negué.
—No se preocupen, este idiota no puede conmigo —
aseguré para tranquilizarlos—. Y él no es mi amigo, Isamu.
Así que dennos un momento a solas —añadí para que mi
chico estuviera consciente de que no me temblaría la mano.
Darius me miró inseguro y le hice un gesto restándole
importancia para que se fuera tranquilo. Marcus y Cameron
lo siguieron. Max y Dom únicamente obedecieron en cuanto
les di una mirada recriminatoria.
—Dáñala de alguna manera y te enseñaré cómo se
tortura —advirtió Isamu antes de irse, fue el último en salir.
Y cuando cerró la puerta, Sombra dio zancadas para llegar
a mí y me tomó del cuello con una sola mano, montándome
sobre la mesa de los licores.
—¡¿No puedo contigo?! —cuestionó con ironía. Luchaba
por controlarse, pero no podía.
Mi respiración comenzó a dificultarse y sabía que no era
por su agarre.
—No —solté tajante y puse las manos en su muñeca—.
Me lo demostraste al no buscarme todo este tiempo. Fue
mucho para ti descubrir mi pasado y actuaste exactamente
como temí que alguien muy importante para mí lo habría
hecho al descubrir aquello: huiste —resollé y su mirada
cambió en un nanosegundo al recalcarle su ausencia.
Me soltó de inmediato y agradecí su distancia, pero me
odié por demostrar dolor en mis palabras.
«Harry Potter no solo hacía alucinar y olvidar, Colega».
La maldita droga estaba haciendo un efecto adverso,
pues después de sentirme feliz y libre, volví a la tristeza y
eso era una total mierda. La puta bipolaridad que me
atacaba era horrible y estúpida. No quería decirle tal cosa a
Sombra, ni siquiera me había importado que no me buscase
tras lo de Jacob, hasta que lo tuve frente a mí, cegado por la
ira que le provocó verme con otro.
Estúpido posesivo.
—¡No hui! —espetó y solo bufé con una sonrisa burlona.
Estaba lista para atacar de nuevo después de recuperar el
maldito aire que su arrebato me quitó—. ¡Y no reaccioné
como te imaginas!
—Me importa una mierda lo que haya sido —repuse
tajante.
El vaso de mierda líquida seguía a mi lado, así que lo
tomé y le di un sorbo. No me gustaba el sabor, pero
necesitaba el licor en mi sistema y esa bebida parecía tener
un cien por ciento de alcohol. En un movimiento rápido,
Sombra me arrebató el vaso en cuanto quise seguir
bebiendo, el líquido se derramó en el suelo y en nuestra
ropa. Lo miré queriendo asesinarlo, pero él ni siquiera se
inmutó.
—¡¿Qué mierda has ingerido?! —cuestionó y no le di
importancia—. ¿Qué droga tomaste? —exigió saber
mientras me cogía con brusquedad de la muñeca y me
acercaba a él.
Otra vez no.
Puse las manos en su pecho para apartarlo e hizo más
fuerte su agarre. Envolvió un brazo en mi cintura y la mano
libre la llevó a mi cuello, presionando sin hacerme daño y
me hizo verlo a los ojos. Nuestras respiraciones eran muy
agitadas.
—Un alucinógeno —respondí.
—¿Cuántos has bebido?
—Dos y ya basta. Tú no eres nadie para pedirme
explicaciones —me quejé y quise zafarme.
—¿No soy nadie? —ironizó—. ¿Por eso vienes a buscar a
ese hijo de puta e intentas follar con él? ¿Solo para
demostrarme que no soy nadie? —Reí con burla.
«Eso no era inteligente, Colega».
Me importaba una mierda la inteligencia.
—Es que no vine... No vine. —Las palabras no me salían.
Negué frenéticamente con la cabeza para intentar destrabar
mi puta lengua y casi lloro al no lograrlo a la primera—. No
lo busqué para demostrarte algo a ti, ¡maldito cabrón! Lo
hice porque quería, más bien... —Miré su rostro cubierto y
me reí al notarlo al borde de la locura gracias a que no
usaba lentillas—. Te lo explicaré de una manera sencilla —
avisé y cerré los ojos para no verlo doble—. Entré, lo vi
hablando por teléfono, el maldito luce muy caliente esta
noche y se me antojó saber cómo se desempeña en otros
ámbitos.
—¡Jodida mierda! ¡Mejor cállate! —exigió ante mi cinismo.
Me encogí de hombros y seguí.
—Él no quería, pero me... me prometió algo y deseé que
lo cumpliera. —Su respiración estaba errática y apretó los
puños.
—¡Cállate! —rugió y no tardó en tomar mi cuello con
brusquedad esa vez.
No me asusté y ni siquiera se lo impedí, solo reí como una
total maniática.
—Me desnudé y lo provoqué —seguí—. Pero llegaste tú y
te cagaste en todo. ¿Querías vengarte por tu polvo frustrado
con Lía? Eso era —me burlé riendo aún más, casi como si
hubiese descubierto lo mejor de la vida—. No me perdonas
el haberte dejado a medias con tu novia.
Cerró los ojos con fuerza y me soltó. Respiré hondo y sentí
que la sangre volvió a correr hacia mi cerebro.
—¡Maldición, Bella! —bufó—. Te llevaré ahora mismo a tu
apartamento y habláremos allá —ordenó y solo me reí.
Su paciencia se estaba agotando igual que la mía.
—Ni creas que tú entrarás a mi apartamento. Nadie que
no sea yo o la familia de Elijah entra allí —aclaré y dejó que
me zafara.
Jamás soltó mi cintura en todo ese rato.
—Me importa una mierda a quién dejes entrar o no, te
llevaré allí y punto. —Lo miré estupefacta ante su manera
de hablarme.
¿Qué demonios se creía?
Chillé, pataleé, lo amenacé de muerte, incluso lo golpeé y
Sombra no se inmutó. Me llevó hasta una SUV gris, me
subió a ella y abrochó mi cinturón. Después cerró la puerta
con llave, dejándola bloqueada para que no pudiese abrirla.
Dom, Max e Isamu estaban esperando por nosotros fuera de
la oficina y nos siguieron hasta el estacionamiento.
—O voy con ustedes o la saco del puto coche, así de
sencillo —alcancé a escuchar que le dijo Isamu a Sombra. Al
Chico oscuro no le quedó de otra que maldecirlo y, tras eso,
le exigió que se subiera a la SUV.
El maldito ni siquiera permitió que mi hombre terminara
de subirse cuando se puso en marcha, yéndonos de Vértigo
con Max y Dom escoltándonos en un coche y Salike en otro,
puesto que ella llegó con Isamu. El silencio incómodo reinó
dentro de la SUV. Mi cabeza comenzaba a darme vueltas, mi
visión se volvía borrosa y mi cuerpo empezó a temblar con
intensidad a la vez que mis oídos dejaron de funcionar como
debían. Y, a pesar de esos estúpidos malestares, comencé a
reírme como si me hubiesen contado el mejor chiste del
mundo.
—¡Demonios, Isabella! Solo a ti se te ocurre tomar esas
mierdas —escuché que Sombra se quejó a lo lejos. Me reí
más y él maldijo.
—Acepto que ahora mismo yo también quiero matarla —
se quejó Isamu en el asiento trasero del coche.
—¡Yujuuu! —grité cuando Sombra aceleró la SUV. La
adrenalina que la velocidad me provocaba daba justo en mi
entrepierna y vaya que eso logró hacerme desear cosas que
no quería en esos momentos.
Minutos después, Sombra me ayudó a bajar del coche y
me llevó hasta el apartamento. Abrió la puerta con mi llave,
que no sabía siquiera que la cargaba y entró junto a mí.
—No entres aquí, no entres aquí —exigí a cada momento
—. ¡Isamuuuuu! No, no dejes que entre aquí.
—Haré mucho más que entrar al apartamento —susurró
Sombra o creí que lo hizo—. Quédate ahí, maldito tarzán
entrometido —le exigió a mi hombre.
Encendió la luz y mis retinas sufrieron, cegándome en un
santiamén. Él lo notó y volvió a apagarla. Le agradecí en
silencio y mi corazón se aceleró cuando se quitó la máscara
sin importarle que estuviese frente a él, pero comprobé que
por más que me gustara llamarle idiota, no lo era. Y con el
hecho de estar drogada, borracha y a la vez cegada,
Sombra se aseguró de que no podría verlo, por lo mismo
actuó confiado.
—Te daré una ducha —sentenció y comencé a alejarme de
él.
—Eso, eso, eso… ¡Mierda! —chillé ante mi dificultad de
hablar—. Eso no pasará —terminé con una risa estúpida.
Pero el gesto murió, y la respiración se me volvió errática
en cuanto se sacó la ropa y conseguí ver las líneas de tinta
en sus brazos, sin identificar qué diseños tenía tatuados.
Veía su rostro borroso y doble, aunque noté el montón de
sangre que se lo manchaba, y cuando quise tocarlo, terminé
sintiendo la nada porque mi mano no acertó en su
mandíbula, gracias a que se seguía separando y uniendo en
dos personas.
—Quiero saber si acerté. —Me refería al retrato hablado
que Caleb hizo de él guiado por mi descripción, pero
Sombra lo ignoraba.
—No, estás tan intoxicada que no sabes ni dónde estás
parada —respondió e intenté reír.
Por supuesto que no entendió.
—¿Por qué te odio tanto, pero incluso así se me acelera el
corazón cuando te tengo frente a mí? —Carraspeó al
escucharme y no supe si era de nervios u otra cosa—. ¿Por
qué te uso, pero a la vez te provoco para que me hagas…?
«Tuya».
Me mordí la lengua antes de terminar en voz alta lo que
estuve a punto de decir. Podía estar intoxicada, pero jamás
aceptaría eso, no con él. No cuando yo seguía siendo de
Elijah.
—Porque estás enferma como yo. —Su voz se escuchó
dura, pero menos robotizada.
Chillé en el momento que me tomó de la cintura y
comenzó a sacarme la playera prestada. El aroma de mi
Elijah se intensificó porque usé su fragancia y una punzada
de dolor me atravesó el corazón.
¿Por qué el destino me tenía que jugar de esa manera?
¿Por qué siempre lo debía tener tan presente cuando
intentaba superar mi agonía?
«Lamentablemente, ni yo tenía respuesta, Compañera».
Sin luchar más, permití que Sombra me desnudara y sentí
su respiración trabajosa al tenerme tan expuesta ante él. De
milagro se contuvo y me cargó hasta la ducha. Encendió el
grifo y cuando el agua estuvo como deseaba, lo vi
desnudarse por completo y mi corazón latió a mil por hora,
tanto que mis venas comenzaron a doler por el movimiento
brusco que la sangre en su rápido recorrido provocaba.
—¡¿Qué demonios?! —chillé cuando me abrazó y se metió
conmigo bajo la lluvia artificial. El agua estaba fría y él solo
se rio de mi reacción.
—No seas cobarde, no está tan fría y necesito calmar un
poco los efectos que te está provocando la droga y los que
me ha causado a mí. —Lo miré sin verlo en realidad. mi
visión era una mierda.
—Tú no te has drogado —recordé.
—Te tengo a ti metida en mi sistema, Pequeña
provocadora. Y me causas la misma adicción y los efectos
que un narcótico. Así que sí, eres mi droga, me envicias y
estás aquí, desnuda y yo sin poder tomarte —susurró y mi
piel se erizó.
Tenía frío, pero sus palabras me afectaron y lo
aumentaron. Comencé a tiritar por la heladez de mi cuerpo,
y él me abrazó con más fuerza y lavó mi cuerpo como si yo
no pudiera hacerlo. En ningún momento sentí segundas
intenciones de su parte, solo me estaba cuidando, me
trataba con delicadeza, con miedo a romperme, y su actitud
me cohibía en sobremanera.
Cuando terminó su ritual nos sacó de la ducha y me
envolvió en una toalla y, tras él amarrar una en su cintura,
con una pequeña me secó el cabello. Luego me llevó a la
cama y me metió bajo las sábanas. A mi cabeza,
comenzaron a llegar ideas que me torturaban y no pude
callarlas en cuanto vi que se puso de pie con la intención de
buscar su ropa, tal vez para marcharse.
—¿Por qué huiste? —dije en voz baja y se giró para
verme.
Estaba oscuro, pero lograba saber lo que hacía.
—No hui —repitió cansado—. Solo lidié con mis propios
demonios, Bella.
Palpé en su voz una tristeza cruel y me estremecí.
—Pero no volví a saber de ti hasta hoy —recordé y llegó
de nuevo a la cama para sentarse frente a mí.
—Tú no sabías de mí, yo de ti sí —aclaró—. Te he vigilado
desde aquel día, y justo hoy que tuve algo urgente que
hacer, te drogas y te pierdes de mi vista —bufó y me sentí
pequeñita.
—Nadie sabía lo que pasó en aquel secuestro hasta que
decidí confesarlo antes de matar a mi amigo. —Mi voz salió
rasposa y con dolor.
—Dime que es mentira —suplicó y sabía a lo que se
refería. Una lágrima corrió por mi mejilla—. Por favor,
Isabella… Dime que no fuiste dañada de esa manera por
ese hijo de puta.
No lo soporté más y encogí las piernas hasta llevarme las
rodillas al pecho. Me abracé a mí misma y los sollozos
retenidos durante tantos años por aquel abuso, comenzaron
a salir de forma violenta.
—Noche tras noche los recuerdos llegaron a mí en forma
de pesadillas. —Intentaba hablar claro, pero hipaba por el
llanto—. Elijah siempre estuvo a mi lado y me calmaba,
preguntaba qué sucedía y nunca pude hablarle de lo que
pasó, aun así se quedaba allí para mí, calmando mi
sufrimiento, siendo paciente.
—¿Por qué nunca le dijiste nada? —preguntó y noté el
dolor en su voz.
—Por la promesa que le hicimos a Elsa y por miedo —
solté, sintiéndome bien de poder hablar al fin con alguien.
—¿Miedo?
—Sí. —Tomé un pañuelo de papel y me sorbí la nariz—.
¿Sabes lo que Derek me dijo antes de follarme? —Sentí la
tensión en él y se quedó en silencio—. Que el mejor sexo
siempre te lo daba la mujer de tu peor enemigo y lo
comprobaría conmigo. —Me mordí el labio con fuerza para
no llorar. Sombra puso las manos en mis muslos y los
presionó.
—Isabella —suplicó cuando callé.
—Aseguró que no podría volver a ver a Elijah a los ojos sin
pensar en él, porque me gustaría lo que me haría y... no
entiendo cómo, o si solo se debió a la droga que nos dieron,
pero...
Me dolió el pecho, el pánico me encontró, la garganta se
me secó y Sombra intentó abrazarme al darse cuenta de
que estaba sudando y temblando, pero lo aparté de mí.
—Cumplió su palabra, Sombra —acepté y el impacto de
esas palabras me hizo sucumbir—. Te juro que no quería
disfrutarlo, no quería que mi cuerpo reaccionara al toque de
ese malnacido, pero ni él ni mi cerebro me obedecieron y
los gemidos que solté todavía me torturan. Me daban
náuseas y arcadas, y mi cerebro lo tomaba como otro
estímulo y me corría con ese hijo de puta embistiéndome.
Elsa y Tess gemían al ver cómo me tomaba y cuando los
hombres de Derek las abusaron, ellas también se corrieron
y... ¡Joder!
Lloré volviendo a sentir la impotencia, la culpa, el asco,
las ganas de morirme.
—No entiendo por qué mi cuerpo y mi cerebro me
traicionaron, por qué sentí placer con algo tan aberrante.
Estoy enferma, Sombra. —Los sollozos no me dejaron y
deseé con mi vida que me arrancaran esos recuerdos—.
Derek me torturó de muchas maneras, pero los
electrochoques y los golpes, incluso ser marcada, no se
comparará a que me despojara de mi voluntad, de mi libre
albedrío y a que me arrebatara a Elijah.
Sombra seguía ahí, porque miraba su silueta, pero se
quedó tan quieto que sabía que ni siquiera estaba
respirando.
—Las tres sufrimos lo mismo y después de que nos
dejaron descansar, nos sentimos tan sucias y llenas de
vergüenza, que Elsa nos hizo prometerle que nunca
hablaríamos de eso. Y así haya intentado decírselo a Elijah
porque notaba su agonía y frustración por no poder
ayudarme, no pude vocalizar nada y no solo por esa
promesa.
—¿Por qué más? —preguntó gélido—. Si él era tan
importante para ti ¿por qué le ocultaste semejante mierda?
—bufó, su agarre en mis piernas se hizo más fuerte y sabía
que intentaba controlarse—. ¿Por qué se lo dijiste a ese hijo
de puta antes de matarlo? ¿Por qué lo dijiste ante los
demás? ¿Por qué me lo dices a mí, pero no pudiste decírselo
al hombre que decías amar?
Sus preguntas me estaban volviendo loca y estallé.
—¡Porque lo que ustedes piensen de mí no me importa! —
grité con rabia.
Se puso de pie y caminó de un lado a otro, llevándose las
manos a la cabeza y alborotándose el cabello en señal de
frustración. Mi corazón se oprimió. La maldita droga me
estaba jugando pésimo.
—No me importa que me juzguen, ni cómo tú me mires
después de saber tal cosa, pero ¿crees que iba a soportar
que Elijah me mirara con asco si le admitía que dejé de
acostarme con él porque no soportaba el placer, ya que me
recordaba a esa maldita mierda de Derek? —solté con voz
lastimera.
Se giró con brusquedad para verme, o al menos creí que
me veía. El cuarto a oscuras no ayudaba para nada y la luz
de la luna que entraba por la ventana era poca.
—¡¿Qué?! —exclamó con sorpresa.
—¡Tuve miedo de que sintiera asco de mí por haber sido
tomada por su enemigo! ¡Sentía pavor al imaginar que
Elijah no querría tocarme más porque recordaría que ese
hijo de puta estuvo dentro de mí y yo lo disfruté! —grité—.
¡Y sabía que él jamás me perdonaría porque por mi culpa
violaron a su amante y a su hermana! ¿Y sabes qué? —
pregunté terminando de descontrolarme—. ¡Doy gracias a
Dios de que Elijah no supiera nunca que Elsa esperaba un
hijo suyo, porque entonces me habría odiado por no
defenderla, por no protegerla a ella y a su hijo! ¡Aaah!
Jadeé con impotencia, dejándome ganar por el asco y la
decepción que sentí por mí misma, y comencé a llorar con
más intensidad. Me encontraba de rodillas sobre la cama y
me importaba una mierda que la sábana no cubriera mi
cuerpo desnudo.
—¡Demonios, Isabella! —espetó con ira y llegó a mí. Sus
brazos me rodearon y sentí su rostro húmedo cuando lo
enterró en mi cuello—. Eres una tonta al pensar todo eso, al
creerte culpable de algo tan cruel cuando solo fuiste una
víctima —resolló con dolor.
—Tú no comprendes, Sombra —susurré en su cuello.
—Lo hago.
—No —contradije y me separé de él—. Desde que me
enamoré de Elijah, me ilusioné con la idea de que me
correspondería, pero él siempre se negó porque amaba a
alguien más. —Presionó su frente a la mía—. ¿Sabes qué
hizo cuando le confesé que me había enamorado de él? —
Calló—. Dijo que me cagué en todo y se marchó
haciéndome creer que iría a hacer un trío con otras chicas.
—No recuerdes eso —pidió y lo ignoré.
—Esa misma noche nos secuestraron, y cuando él llegó
por mí y su hermana a nuestro rescate, a pesar del infierno
que acabábamos de vivir y que no me correspondía, me
hizo sentir importante. Tenía miedo de que eso cambiara si
le decía del abuso de Derek y mi reacción. —Me sorprendió
cuando se puso de pie y me dio la espalda. Aun en la
oscuridad, logré ver sus puños apretados—. Así que me
obligué a tragarme mis traumas e intenté seguir adelante,
conformándome con lo poco que me daba. Hasta que
fuimos emboscados por ese hijo de puta —susurré—. Allí, en
una celda mugrienta, vapuleados y con Elliot como testigo,
me confesó que él también se quemó a mitad de nuestro
juego. —Sollocé e hipé al revivir todo.
—Y decidió que tú salieras viva de aquel lugar a cambio
de su vida —señaló y sonreí con tristeza.
—Y ahora quisiera regresar al pasado y jamás haber
aceptado ese juego —balbucí—, porque si yo nunca le
hubiese importado, él estaría con vida.
—¡Pero tú no! —gritó y me sobresalté cuando cogió algo y
lo estrelló contra el espejo del tocador frente a la cama—.
¡Maldita sea! ¡Si él no hubiese hecho eso, tú no habrías
salido con vida! —gritó otra vez y me encogí, sentándome y
cubriéndome con la sábana, sintiendo un frío repentino en
todo el cuerpo—. LuzBel fue el peor imbécil del mundo al no
valorarte como te lo mereces, al no darse cuenta de cuánto
necesitabas saber lo que sentía por ti. Fue un hijo de puta
por haberse aferrado a un amor del pasado y no apreciar al
ángel que tenía a su lado. —Llegó de nuevo a la cama y me
acunó el rostro—. Él merecía morir para que tu vivieras e
intentaras ser feliz. Y estoy seguro de que está recibiendo
su castigo por no haberte dado lo que te mereces.
—¿Y de qué sirve? Si su castigo también es el mío.
También estoy siendo castigada al estar sin él —maldijo al
escucharme—. Me volví loca e inestable sin su presencia. —
Le toqué el rostro, seguía húmedo así que pensé que a lo
mejor sudaba, ya que estaba alterado y temblando igual
que yo—. Sombra, si tu fueses él ¿me odiarías? —Se tensó
ante mi repentina pregunta—. ¿Sentirías asco de mí?
—No —respondió sin dudarlo y con la voz rasposa. Me
tomó con agilidad y me hizo sentarme a horcajadas sobre él
—. Jamás sentiría asco de ti, Bella. Nunca te odiaría por algo
que te obligaron a sentir. Y sé que a LuzBel le habría dolido
el enterarse de que Elsa iba a darle un hijo y los asesinaron
a ambos, mas no te habría culpado por eso. —Me hizo
rodearlo del cuello con mis brazos y se aferró con los suyos
a mi cintura—. ¡Joder! Estoy seguro de que ese imbécil se
arrepentiría por haber sido tan cobarde. —Su voz sonó
ahogada—. Y sé que sufres por haberle arrebatado la vida a
tu amigo, porque a pesar del demonio que aparentas ser,
dentro de ti sigue habitando un ángel y te aseguro que sí
ese maldito traidor hubiese caído en mis manos, la muerte
habría sido poca para todo lo que hubiese hecho. Sufres por
su culpa y deseo revivirlo para volverlo a matar, pero antes
torturarlo.
Y queriendo dar por terminada esa conversación, llegó a
mi boca y me besó con tranquilidad.
No era la manera a la que estaba acostumbrada a que me
besara, y me abrumó. Ese gesto estaba lleno de tristeza,
arrepentimiento y frustración al principio, pero poco a poco
fue cambiando a uno más apasionado. Aunque la bruma
seguía en mi cabeza, sentí cómo se apoderaba de mis
labios, como si fuera mi dueño, como si mi boca estuviera
hecha para él.
Mi mente comenzó a jugarme una mala pasada y me sentí
una perra al imaginar a Elijah y no a Sombra, pero no pude
evitarlo. Estábamos en nuestra cama y me transporté a
aquellos tiempos junto a mi demonio y su manera de
besarme tan única.
Me recostó sobre la cama y comenzó a bajar a mi vientre.
Llegó a mi cicatriz y la besó con la esperanza de que
desapareciera. Gemí ante la sensación fresca de su saliva y
respiración unidas. Luego me sorprendí cuando volvió a
subir a mi boca y me dio otro beso. Después, se acostó a mi
lado y me arrastró a su costado izquierdo para abrazarme.
Sin decir nada, enterró los dedos en mi cabello y comenzó a
masajear mi cuero cabelludo.
—No me digas que te he dejado sin palabras —se burló y
me dio besos en la frente.
El pecho se me apretó y quise llorar, pero ya no más por
el dolor de los recuerdos.
—Creí que… —No pude decirle más y sentí que me
sonrojé.
—Duerme, mi pequeña tempestad —me animó.
—¿Por qué me llamas así?
—Porque eres como el viento.
—¿Por impredecible? —murmuré y solté un bostezo.
Los masajes que me daba en el cuero cabelludo me
estaban relajando y el sueño me encontró más rápido de lo
que pensé.
—Y porque eres capaz de crear la peor de las
tempestades con esa fortaleza con la que te reconstruyes
sola —aseguró y lo abracé, apretándome más a su costado,
justo al lado de su corazón.
—Gracias, Sombra —susurré y sonreí con los ojos
entrecerrados al sentir que su corazón se aceleró—. Gracias
por revivirme al hacerme olvidar.
Me dio un beso en la cabeza y su brazo se convirtió en
una banda protectora a mi alrededor.
—Todo vale la pena por ti —musitó en mi oído, aunque ya
lo escuchaba muy lejano, como un sueño y no la realidad—.
Y no me importa quién haya caído o quién caerá en esta
guerra, siempre que no seas tú, porque así no te dé mi
corazón, cuidaré tu espalda, quemaré el mundo y congelaré
el infierno con tal de mantenerte a salvo —susurró.
Pero ya no dije nada, solo sonreí y me entregué a Morfeo.
Capítulo 31
Pequeña dinamita

Un horrible dolor de cabeza, náuseas y un vaso de zumo


de naranja junto a un cóctel de vitaminas A, B, C y
electrolitos, fueron mis acompañantes al siguiente día,
cuando me desperté en mi cama sin recordar nada después
de lo que le hice a Jacob. Me incorporé de golpe, sintiendo
una terrible punzada en las sienes por el movimiento brusco
al ver el espejo del tocador hecho pedazos. La sábana se
corrió hasta mi cintura y noté que, además de todo ese
conjunto catastrófico, me encontraba totalmente desnuda.
Mierda, esperaba que nada malo hubiera pasado.
«O hubieses hecho».
Eso también.
Salí de la cama en el momento que las náuseas se
convirtieron en arcadas, y corrí hasta el baño antes de
añadir más desastre a mi habitación. A duras penas,
conseguí arrodillarme frente al váter y comencé a expulsar
hasta el alma, algo que duró una eternidad según el dolor
de mi garganta e intestinos.
—Dios, ¿qué carajos me metí? —dije entre mi sufrimiento
físico, y cuando fui capaz, abrí la ducha.
El agua caliente relajó mis músculos, y después de veinte
minutos, salí para cepillarme y luego arrastrarme hasta la
habitación. Ni siquiera me vestí, preferí coger el vaso con
zumo de naranja y lo tragué junto al coctel de vitaminas y
electrolitos, esperando que hicieran un milagro en mi
patético estado.
Me tumbé de espaldas en la cama, y al regresar el vaso
vacío hacia la mesita de noche, palpé una nota. Fruncí el
ceño y la cogí, poniéndola frente a mi cara para ver la
tipografía escrita con tinta negra.
—Me cago en la puta —maldije al volver a incorporarme
de golpe, sintiendo la misma punzada de dolor en mis
sienes.
Aunque esa vez, también el corazón acelerado tras leer el
mensaje que me dejaron.

¡Mierda!
¿Cómo carajos me llegó una nota de Sombra a la
habitación, al apartamento de Elijah? ¡Jesús! Rogaba para
que fuera Maokko o alguno de los Sigilosos quien me hizo
llegar el mensaje. Y sí, lo registré como CO en referencia a
Chico oscuro para que no fuera tan obvio quién era en
realidad.
«¿Y si había sido él personalmente?»
No me lo perdonaría.
Busqué el móvil para comprobar si tenía llamadas de los
chicos, y lo encontré cuando estuve a punto de arrancarme
el cabello porque no estaba por ningún lado donde solía
dejarlo. Lo hallé tirado en un rincón, con la pantalla
quebrada en forma de telaraña y rogué para que
encendiera.
No lo hizo, hasta que lo conecté al alimentador de la
corriente. Encontré llamadas de Dylan y Tess, otras de Caleb
y Maokko, pero ninguna de CO.
—La bella durmiente al fin está despierta —dijo Maokko,
entrando a mi habitación.
—¿Qué haces aquí? —Ella sabía que no permitía que
nadie invadiera ese territorio, a excepción de Caleb que le
importaba un carajo mi negativa cuando se trataba de mi
seguridad.
—Amiga, hemos estado aquí desde hace una semana.
—¡¿Qué?! —grité y ella hizo un gesto de disgusto,
apretándose el trago de la oreja con un dedo—. ¿Cómo que
una semana?
—A ver, respira, chica americana. No te caigas de culo,
aún —pidió serena e inhaló profundo, haciéndome un
ademán con la mano para que la imitara.
Negué con la cabeza, sintiendo el corazón acelerado. Una
semana era mucho, y sin que recordara, peor. Eso no podía
ser posible, había perdido días y…
—¡Mierda! ¿Y Elliot? —pregunté, sintiendo que me
volvería loca.
Antes de responder, Maokko se fue hacia el closet y sacó
ropa para que me vistiera. Ni siquiera le di importancia a mi
desnudez.
—Primero, te has recluido aquí desde hace una semana,
hasta anoche, pero vamos por partes. —Mientras hablaba,
me comenzó a vestir como si fuera una chiquilla que no
podía hacerlo por su cuenta.
Pero la dejé hacerlo porque la conocía, siempre que se
ocupaba en algo más soltaba más información, mientras
que cuando solo hablaba, tenía que hacerle preguntas para
llenar los huecos que dejaba vacíos.
Me relató que, en efecto, luego de lo que hice en aquel
almacén me encerré en el apartamento y me perdí en una
oscuridad que los asustó. Sin embargo, permitieron que
viviera lo que tenía que vivir y ellos me cuidaron. Tess y
Dylan estuvieron conmigo, ella y Caleb, Salike e Isamu.
Cada pareja por turnos y Jane se mantuvo con ellos todos
los días. Hasta el día anterior en el que me dejaron en
manos de Max y Dom porque se encargaron del sepelio de
Jacob, tanto los Sigilosos como los Grigoris.
—No sabemos cómo, pero tenías droga en tu poder y
anoche la consumiste, poniéndote tan loca que terminaste
conduciendo una Ducati por la ciudad hasta parar en
Vértigo. Max y Dom pidieron apoyo y Salike con Isamu
acudieron de inmediato. Menos mal Cameron estaba en el
club y su hermana le pidió ayuda por si acaso se te ocurría
hacer una tontería al meterte en terreno enemigo.
—Jesucristo —murmuré, sentándome en la cama.
—Sombra te trajo de regreso, Isa, pero no me preguntes
los detalles de lo que hiciste porque únicamente los sabe
Isamu, y el maldito dijo que como no te ponen en peligro, se
los reservaría hasta que tú decidas saberlos.
—¿Dónde está él?
—Esperando por una hamburguesa muy grasienta que te
hará engullir hasta sacarte la resaca.
Arrugué la nariz. No quería pensar en comida.
—Elliot salió de la inconsciencia hace dos días. Sus padres
quisieron avisarte, pero tuvimos que inventar excusas.
El alivio que me invadió fue tanto, que me desplomé en la
cama, mirando al techo y sintiendo que los ojos me ardían,
ya que también experimenté la vergüenza por no haber
estado allí con él, por recurrir a la droga una vez más para
no enfrentar a mis demonios.
—Quiero ir al hospital —murmuré.
—Irás, pero primero debes comer algo. Lo necesitas luego
de intoxicarte como lo hiciste.
No le dije nada. Por esa vez permitiría que me regañaran
todo lo que quisieran porque me lo gané a pulso. También
decidí coger el móvil, que de milagro funcionaba, y le
marqué a Sombra.
—Ponlo en altavoz, anda —me animó Maokko y negué—.
¡Oh! Eres una mal…
—Sal de aquí, metida. No mereces que te diga nada
después de que decidieras callar lo que sea que hiciste con
Marcus —le recordé.
Sus labios se volvieron una línea recta y se dio la vuelta
para dejarme sola justo cuando Sombra descolgó.
—Ya comenzaba a creer que habías caído en coma etílico
—se burló y me mordí la uña del pulgar, desconchando el
barniz rojo que tenía puesto.
—¿Dime que no hice una estupidez? —pedí.
—Drogarte es una total estupidez —reprochó.
—Sabes a lo que me refiero. Me han dicho que tú me
trajiste al apartamento y quiero asegurarme de que no hice
algo imperdonable.
—Te espero en Rouge, no tardes —advirtió y, tras eso,
colgó.
Miré el móvil como si el aparato me fuera a dar alguna
explicación de lo que acababa de pasar, y tras unos
minutos, solté el aire por la boca, sintiendo que me estaba
desinflando. Poco a poco, fui perdiendo las esperanzas de
no haber sido tan estúpida como para estar con otro en un
lugar que era solo mío y de mi Tinieblo, y eso me plantó una
sensación en el pecho que dolía.
Me sentía como la peor de las traidoras.
Isamu llegó a sacarme de la habitación cuando la comida
que pidió para mí llegó. Y tal cual lo dijo Maokko, amenazó
con meterme él mismo los bocados a la boca si no lo hacía
por mi voluntad.
—Tú y Caleb son unos dictadores que se olvidan
fácilmente de que la que da las órdenes soy yo —refunfuñé
y Salike con Maokko rieron cuando Isamu rodó los ojos.
—Es fácil olvidarlo cuando a veces nuestra jefa se
comporta como una chica caprichosa.
—Tiene un punto —lo apoyó Maokko y la fulminé con la
mirada.
Ella y Salike bebían té.
—¿Vas a añadir algo tú? —inquirí para Salike.
—Sinceramente, no puedo. Yo también tengo mis
momentos de caprichos estúpidos. —Por la mirada rápida
que le dedicó a Isamu, pensé que esa fue una indirecta muy
directa para nuestro compañero.
Él mantuvo su actitud desinteresada y ni siquiera la miró.
Los ojos de Maokko bailaron entre ellos y noté que también
notó lo mismo que yo.
—Vaya, veo que además de ser hermanas por La Orden,
compartimos la tontería de poner los ojos en personas
prohibidas —comentó Maokko—. Y eso te incluye a ti,
Isabella.
—No me jodas, yo no he puesto los ojos en nadie —espeté
y Salike sonrió agradecida de que mi amiga me usara a mí
para sacarla de ese momento de debilidad incómoda.
La charla entre nosotros comenzó a ser más trivial. Caleb
se nos unió en cuanto llegó para asegurarse de que estaba
bien y, por primera vez desde que decidí volver al
apartamento, lo sentí lleno de vida, con mis incondicionales
rodeándome.
El rubio fue el único de ellos que, en lugar de regañarme,
me envolvió en sus brazos y supe que sin decir nada,
intentaba reconfortarme por la pérdida. Podía ser el pilar
que trataba de mantenerse fuerte para que no perdiéramos
la razón en nuestra élite. Pero cuando debía, se convertía en
mi oso gigante para que lo abrazara todo lo que quisiera. Y
ese hecho casi me derrumbó, pues Caleb en muchos
sentidos emocionales se parecía a Jacob.
«Tal vez, Colega. Pero Caleb no era un traidor».
Contuve un jadeo ante el dolor que me apretó el pecho
por el señalamiento de mi consciencia.
—Se fue de inmediato luego de dejarme, ¿cierto? —le
pregunté a Isamu. Caleb y las chicas se habían adelantado
al coche del rubio,
Isamu me miró sabiendo a qué me refería.
—Se fue está mañana, con los primeros rayos del sol. —
Tragué con dificultad ante su respuesta.
—Pero estuviste con nosotros. —Quise que fuera una
afirmación, pero sonó más a pregunta.
Isamu se limitó a negar y maldije.
¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo le permití tomarme en un
lugar que siempre fue mío y de mi Tinieblo? Esa traición no
me la perdonaría jamás.
No quise hacer más preguntas. Me subí al coche con él y
Maokko, en silencio. Mi amiga siempre era la compañera de
equipo de Caleb cuando no era la mía, pero esa vez (y
supuse que por petición de Salike luego de su insinuación)
cambió de lugar con nuestra hermana.
Cuando llegamos al hospital, me encontré con los señores
Hamilton, Tess y Dylan. Los primeros me saludaron felices
de volver a verme y menos mal ya Maokko me había dicho
las excusas que utilizó, así que di mi mejor actuación. Mi
hermano, por su parte, no pudo esconder la preocupación y
me llevó con él a un lado antes de dejarme pasar a ver a
Elliot.
—Si vuelves a hacer otra estupidez como esa, voy a darte
un par de azotes y no me importa lo raro que sea —advirtió
y no contuve la sonrisa.
Lo abracé como respuesta, y agradecí que a pesar de lo
que hice con nuestro amigo, me siguiera viendo como su
hermana y no como un verdugo.
«Fuiste el verdugo de un traidor, debías entenderlo de
una buena vez».
Lo sabía, pero no era fácil aceptarlo, ya que también fue
mi amigo, y así los demás no lo demostraran, sabía que en
el fondo sufrían por esa pérdida.
—¿Estás mejor? —inquirió Tess al llegar a nuestro lado.
Ya no se mostraba como la perra maldita que me hizo la
vida imposible cuando volví, era más una chica arrepentida
que no sabía cómo enmendar lo que hizo, a pesar de que
fue una actuación.
—Dentro de lo que cabe, sí —admití.
Ya había salido del apartamento y ese era un avance.
—No me mates por esto, por favor. —Ese fue todo el aviso
que me dio antes de abrazarme.
Dejé los brazos inertes a los lados de mi cuerpo porque
me tomó por sorpresa su gesto. Dylan sonrió al vernos,
aunque por un momento, noté su mirada enturbiada por los
recuerdos de lo que confesé en aquel almacén. Y estaba
segura de que, para ese momento, ya sabía por lo que
pasamos, pero no diría nada, pues era consciente de que no
se necesitaba.
—Sé que hay un camino muy largo por recorrer entre tú y
yo, pero no pierdo la esperanza de que algún día las cosas
entre nosotras volverán a ser lo que fueron cuando llegaste
a esta ciudad, o mejores —decretó y me limité a sonreírle y
soltar el aire que contuve al alejarnos.
—Si la vida quiere eso, pues se dará. Por ahora, vamos
paso a paso —pedí y le di golpecitos en el brazo. Ella sonrió
al ver mi manera de devolverle su gesto.
Menos mal Angelina me llamó para invitarme a pasar a la
habitación de Elliot. Ronin se encontraba a un lado de la
puerta y le levanté el puño para chocarlo con el suyo en
señal de saludo. Él me sonrió y me guiñó un ojo. Mi
compañero no había abandonado su lugar, pues le aseguró
a Caleb que cumpliría mi orden al pie de la letra.
—Isamu te relevará. Ve a descansar —pedí.
—Me lo pides justo hoy que entra de guardia un médico
que se hace el difícil, pero siempre trata de llamar mi
atención.
—Jesús, Ronin. Pareces hermano de Maokko —dije en su
idioma y él rio, encogiéndose de hombros.
—Lo somos, jefa —me recordó. Lo éramos por pertenecer
a la misma orden y reí.
Terminé de entrar a la habitación, sabiendo que se iría a
descansar por mucho que quisiera poner nervioso a ese
médico de guardia, y negué con la cabeza, divertida por las
ocurrencias de mis compañeros.
—Joder, al fin apareces, cariño —exclamó Elliot al verme y
me sentí mal por haberlo abandonado, no estar a su lado
cuando despertó y que encima él me recibiera con
preocupación.
—Perdóname por no haber estado aquí antes —dije y
negó, sonriendo y mostrándome que sus labios habían
recuperado su bonito color.
Los ojos le brillaban y tenía las mejillas sonrosadas como
siempre. Lo abracé con fuerza teniendo el cuidado de no
lastimarlo, y el alivio se asentó en mi ser, pues era increíble
que estuviera recuperándose.
—Estaba muy preocupado por ti. —Enterró el rostro en mi
cuello y me devolvió el abrazo—. Me han dicho lo que pasó
y, a diferencia de mis padres, no creí que te estuvieras
encargando de los asuntos con Gibson, nena.
—No me llames así, por favor. —Elliot se preocupó al
escuchar mi voz llena de súplica y dolor. Intenté alejarme de
él, pero me tomó de la mano.
Vio en mi angustia lo difícil que era para mí que usara ese
apelativo, aunque desconociera del todo la razón.
«Perdóname, nena».
Las ganas de llorar fueron unas perras ante ese recuerdo.
—Hey, cariño, mírame —pidió y me tomó de la barbilla.
Sacudí la cabeza y respiré hondo. No sucumbiría, y menos
permitiría que él me animara a mí, cuando yo no estuve a
su lado en todo ese tiempo.
—¿Cómo te sientes? —Entrecerró los ojos, pero entendió
que no necesitaba hablar de nada que tuviera que ver con
Jacob.
—Mejor. Ya camino sin problema y esta tarde me voy al
apartamento. Así que espero que mi venganza llegue
pronto. —Me tensé al escucharlo—. Sombra se aprovechó de
mi distracción, Isa, y se lo voy a cobrar. —Fruncí el ceño.
—¿Qué distracción? —pregunté y me observó serio, sin
dejarme ver ninguna emoción.
—Hey, hola, chicos. —Ambos nos giramos hacia esa voz
femenina.
Se trataba de Alice, quien entró sin tocar, interrumpiendo
esa charla que teníamos. Le regaló una sonrisa tierna a
Elliot y se acercó a él. Le dio un beso en la mejilla al ojiazul
y luego limpió el labial que le dejó marcado, un gesto que
me pareció más una caricia.
Alcé una ceja por la intimidad que ella demostraba y me
crucé de brazos, alejándome unos pasos para observarlos,
conteniendo una sonrisa y negando levemente con la
cabeza. Por supuesto que lo que le dije en el jet se estaba
cumpliendo: su dolor pasaría en los brazos de una rubia. Y
Elliot notó que estaba pensando en eso cuando me dedicó
una mirada fugaz y el fantasma de su sonrisa no se
escondió tan bien como la mía.
—¿Cómo te sientes hoy? —La dulzura en la voz de esa
chica era realmente empalagosa para mi gusto.
Pero me reservé cualquier tipo de gesto sarcástico o
comentario en cuanto Elliot me miró de nuevo, y luego a
ella. No sé si estaba cotejando las enormes diferencias entre
ambas, cosa que no era necesaria, ya que a pesar de mis
momentos románticos cuando fuimos novios, jamás llegué a
ese nivel.
—Mucho mejor ahora que he dejado de preocuparme por
Isa. —La tensión en el cuerpo de Alice me hizo entender que
no le gustó del todo esa respuesta.
Y no estaba segura si se debía a lo que le hice en Grig, o
por los celos de que, incluso siendo solo amigos, Elliot
siguiera demostrando que le daba demasiada importancia a
todo lo que tuviera que ver conmigo, sin importarle si a ella
le dolería que soltara esa verdad.
«¡Oooh! Y era probable que la chica ignorara lo que
hicieron en California, porque de saberlo, ya te hubiera
devuelto la estrangulación».
Como si eso fuera fácil.
«Para ella, por supuesto que no. Pero no podías decir lo
mismo de cierto chico que parecía tener cierto fetiche con
usar sus manos como collar sobre ti».
Carraspeé ante esa murmuración y Alice me miró.
—¿Y tu novio? —pregunté sin pensarlo.
—Ya no estoy con él. —La respuesta tomó por sorpresa a
Elliot, así que deduje que era posible que Alice hubiera
terminado su relación luego del atentado hacia él.
—¿Por qué? Si parecían estar muy bien. —Elliot hizo ese
comentario con mucho desinterés.
O al menos fingió que le daba igual si ella seguía con su
novio o no, algo que a Alice le golpeó el orgullo, y rodé los
ojos con fastidio ante lo hijos de puta que a los hombres les
encantaba ser con chicas que demostraban demasiado
interés en ellos. Y podía jurar que Elliot no actuó así porque
yo estuviera ahí, o porque siguiera sintiendo más por mí,
esa era su esencia, la que los demás veían.
Menos yo, hasta ese momento.
—Todavía estás a tiempo de volver con él. No lo conozco
ni sé cómo era su relación, pero… —Dejé de hablar porque
mi móvil sonó con una llamada entrante, y cuando miré la
pantalla quebrada, distinguí las iniciales con las que registré
a Sombra—. Mierda —susurré solo para mí.
Elliot me estaba observando con el ceño fruncido y no
supe si era por lo que estaba a punto de decirle a Alice, o
porque notó mi tensión al saber quién me interrumpió. Alcé
la mano para pedirles un momento y caminé hacia la
ventana de la habitación que me daría el espacio suficiente
para que no me escucharan.
Alice carraspeó para que la atención de Elliot estuviera
solo en ella y me llevé el móvil a la oreja.
—Vienes ahora mismo al club, o voy a ese jodido hospital
y me deshago de la mierda que te hace ir allí.
Lo que me faltaba.
—La próxima vez, sé más inteligente y evita amenazarme
para que me digne a no hacerte esperar —recomendé en
voz baja, manteniéndome tranquila e incluso sonriendo para
que los chicos no notaran nada raro.
—Bella, no estoy jugando.
—Ni yo. Recuerda que no soy tu perrita faldera y menos
parte de tus lacayos, así que no me tientes más, ya que
traigo atorada mucha frustración e ira y te aseguro que no
te gustará ser el receptor de todo ello.
—¡Joder! —gruñó.
—Nos vemos en un rato, senador. Atenderé lo importante
primero —me despedí, alzando la voz y siendo demasiado
amable.
«Bien decían que los hombres pudieron haber descubierto
el fuego, pero solo las suicidas como tú se atrevieron a jugar
con él».
Mi sonrisa creció ante la voz sardónica de mi conciencia. Y
así como prometí, primero me ocupé de lo importante,
aunque me despedí de Elliot tras esa llamada, asegurándole
que me reuniría con Gibson, solo porque la tensión entre él
y Alice comenzó a ahogarme y preferí darles espacio para
que hablaran lo que tuvieran que hablar.
En su lugar, le pedí a Isamu que estuviera muy pendiente
de lo que sucedía. Y cuando le dije que iría a verme con
Sombra, trató de convencerme para que alguien más
cuidara a Elliot, pero si no era él o Ronin, no cedería. Y dado
que al pobre Ronin le urgía un descanso a pesar de su deseo
por ver al médico, Isamu tuvo que conformarse con mi
orden.
—Me llevaré a Maokko y a Max. Salike se irá con Caleb y
Dom para el cuartel —añadí.
El rubio se encargaría de hablar con los demás chicos
para preparar una reunión, que de verdad se haría con el
senador, con respecto a sacar a su familia del país. Y dado
que seguían confundiendo a Salike conmigo, me resultaba
conveniente que se marchara con él y Dom mientras yo me
ocupaba de don posesivo.
Partimos hacia Rouge una hora después, y no me tardé
solo porque quise, sino porque recibí una llamada de Myles
y Eleanor. Lee-Ang los acompañaba. Los tres querían
comprobar que estuviera bien, puesto que se enteraron de
lo sucedido y, aunque les dolió, también me aseguraron que
procedí como se debía.
Bueno, Eleanor se reservó su comentario, ya que ella
nunca estaría de acuerdo con lo que hacíamos. Aunque eso
no impedía que apoyara a su marido en lo que era
requerido. Y Lee-Ang siempre me apoyaba como mi
compañera y amiga.
—Es extraño que esta vez no luzcas tan emocionada de
acompañarme —comenté al ver a Maokko tranquila.
—Así te cueste creerlo, tengo mi orgullo.
—Sí que me cuesta. —Me miró con los ojos entrecerrados
y me encogí de hombros.
Max se estacionó en la parte delantera de Rouge para
pasar por simples visitantes del lugar, y le pedí que nos
esperara y avisara por si veía algo sospechoso. Bajamos del
coche junto a Maokko, confiadas de que Sombra me hubiera
pedido vernos ahí porque ya se había asegurado de que no
corríamos ningún peligro.
Justo al llegar a la acera, encontré a Darius, y me asusté
al verle el rostro lleno de moretones y la ceja con algunos
puntos de sutura.
—¿Darius? ¿Pero qué te ha pasado, hombre? —preguntó
Maokko, tan sorprendida como yo.
—¿Estás bien? —Di un paso hacia él enseguida de hacer
esa pregunta.
—¡Alto ahí, pequeña dinamita! —Me detuve de una y alcé
las cejas por su petición y manera de llamarme—. Sombra
debe estarnos observando y prefiero sanarme primero de
estos —Se señaló el rostro con los pulgares— antes de irme
a otros rounds con él.
—¡Demonios! ¿No me digas que Isa es la causa de que
luzcas como un chico malo, sexi, problemático y más
follable? —Habría fulminado a Maokko con la mirada si no
hubiera sentido mi corazón acelerado y la garganta reseca.
—Realmente me gustas, ¿sabes? —le dijo él.
—¿Tanto como para que pronuncies bien mi nombre?
—Maokko suena sexi.
—Quien lo porta lo es más —aseguró ella.
—¿Qué fue lo que hice? —dije interrumpiendo a la abeja
reina antes de que se desnudara para confirmarle ese punto
a Darius.
Él me miró con la boca torcida, en lo que parecía ser una
oscura diversión.
—Provocarme para que cumpliera la promesa que te hice
—soltó en tono burlón—. Y lo hiciste de una manera que me
costó despreciar.
—¡Jesús! ¿Se te desnudó? —La emoción de Maokko fue
descarada, mientras que yo quería que la tierra se abriera y
me tragara.
—Me fue imposible resistirme, y lo siento mucho, Bella.
Actué mal sabiendo que tú estabas drogada, pero no es fácil
decirle que no a un sueño hecho realidad.
—¡Dios mío! —exclamé y deseé sentarme en cuanto mis
piernas temblaron como si fueran de gelatina—. ¿Tú y yo...?
—No sabía ni cómo formular la pregunta.
—¿Quieres saber si te hice el amor? —preguntó con la
travesura implícita en el tono usado y tragué con dificultad.
¡Jesús! ¿Tan perra había sido?
«¡Ja! Ojalá y sí, que mucha falta te hacía».
Negué ante mis estúpidos pensamientos y deseé darle un
golpe en la cabeza a Maokko para que dejara de reír como
estúpida.
—No lo logramos. —Sentí que el pecho se me desinfló al
soltar el aire tenso y luego se me infló con alivio puro—.
Sombra nos interrumpió y ya te imaginarás cómo se puso
todo —añadió señalando su rostro.
—¡Mierda! ¿Por qué Salike no me pidió relevo desde ayer?
—se quejó la asiática.
—Lo siento tanto, Darius —pedí llena de vergüenza. Y no
solo por lo que provoqué, sino también por llevar conmigo a
esa pequeña mierda sin filtros.
—No te preocupes, Bella. Ya necesitaba algo de acción de
ese tipo, así que te lo agradezco. —Me tapé la boca con
ambas manos, riendo de vergüenza, nerviosismo e
incredulidad—. Y ojalá y te animes a provocarme de nuevo,
pero ya en tus cinco —bromeó o eso creí que hacía—. Las
veo luego, preciosas, tengo que reportarme con Lía. Y ya
voy tarde.
—¿Con Lía? —murmuré extrañada.
Isamu no había conseguido averiguar mucho sobre
Darius, ni siquiera su apellido, y mi compañero sospechó
que al tipo lo protegía alguien con el poder de Lucius o
David. Y debido a que tuvo que salir de su misión antes de
lo previsto, ya no alcanzó a llegar al final de esa
investigación. Por eso me tomó por sorpresa que dijera que
se reportaría con Lía, haciéndolo parecer como si ella fuera
su jefa, puesto que la chica seguía órdenes de su tío y
padre, no las daba.
Y si a Darius lo protegía alguien con poder, resultaba
extraño que fuera él y no ella quien debía reportarse con el
otro.
—Sí, con Lía. Tengo algunas cosas que hablar con ella —
respondió y me sentí incómoda, aun cuando era consciente
de que él era parte de los Vigilantes—. Tengo una farsa que
mantener, pequeña dinamita —me recordó y, sin esperarlo,
besó mi mejilla. Me cohibió su apodo y me daba miedo
saber el porqué de aquel sobrenombre.
—Sombra nos está observando, ¿cierto? —intuí al ver su
sonrisa de suficiencia. Me guiñó un ojo y después de darle
un beso a Maokko, se dio la vuelta y se marchó.
«Malditos cabrones con ansias de competir por ser el
mejor».
Estábamos de acuerdo en eso.
—Cariño, te dejamos un día y haces que dos titanes casi
se maten —se burló Maokko, enganchando su brazo en el
mío mientras seguimos el camino hacia el interior del club.
—Deja de burlarte, maldita. Pude provocar algo terrible.
—Al menos Elliot sigue con vida. Eso significa que pudiste
haber querido follar con Darius, pero no hablaste demás.
—¡Maldición! Eres una perra. —Quise sonar molesta, pero
terminé riéndome de su señalamiento.
Y también experimenté más alivio porque tenía razón.
Cuando entramos al club, Marcus ya nos estaba
esperando, y de nuevo nos sirvió de guía hacia una oficina
al otro extremo del pasillo que nos llevaba al privado donde
estuve con Sombra antes. Y me dejó sin palabras que esta
vez Maokko se haya comportado frívola con él, y por la
sorpresa que demostró ese moreno tatuado con aspecto de
rudo, tampoco esperaba la actitud de mi amiga.
Luego tendría que amenazarla con algún tipo de tortura
para que me dijera de una buena vez qué pasaba entre
ellos.
—No intenté nada contigo, ¿cierto? —le pregunté cuando
llegamos frente a la puerta y sonrió.
Marcus era muy guapo y atractivo, y realmente deseaba
no haber sido tan perra.
—No estaría vivo de haber sido así —respondió con
diversión y exhalé sin ocultar mi alivio.
Mi caja torácica comenzó a moverse con brusquedad
cuando abrió la puerta para mí y tragué, sintiendo la
garganta como lija. Me excusé con que todavía sentía los
efectos de la droga y la bebida ante el temblor en mi
cuerpo, aunque muy en el fondo admitía que todo era por
los nervios y la expectativa de lo que Sombra iba a decirme.
Y después de lo que Darius confesó, estaba perdiendo las
esperanzas de no haber permitido una traición
imperdonable.
«No volveré a ingerir nada que dañe mi cuerpo, mente y
raciocinio», me prometí.
La tensión era espesa cuando me adentré a la oficina,
incluso se me dificultó respirar. Me llevé las manos hacia los
relicarios colgados en mi cuello y rogué no haber abierto el
mío frente a nadie, mientras estuve sumida en la oscuridad.
—Te tardas por ir a ver ese idiota y cuando llegas aquí, te
entretienes con ese otro hijo de puta. ¿Lo haces solo por el
simple deseo de joderme? —Ese fue el caluroso saludo con
el que Sombra me recibió y no iba a negar que su voz me
intimidó mucho.
Pero también me ayudó al encender mi ira para
deshacerme del nerviosismo.
Había estado mirando por una ventana cuando entré, y al
girarse vi que usaba un pasamontaña con diseño de lobo, y
tenía puestas las mismas lentillas doradas que llevó en
Nauticus.
Estaba más que claro que el tipo se disfrazaba para
intimidar y no solo para proteger su identidad.
«Era un lobo muy sexi».
Ahí iba mi conciencia de nuevo, esa vez vestida de
caperucita.
Sombra caminó hacia mí como si de verdad fuera a
comerme y su fragancia amaderada me golpeó antes que
su cercanía, y no me sentía orgullosa de mi poco
autocontrol ante el efecto que conseguía tener en mí.
—Sabes muy bien que no. Lo hago porque quiero y porque
odio que siempre pretendas imponerme tu voluntad como si
fuera el premio que tanto codicias —espeté y sus ojos
dorados me escanearon, así que me obligué a sostenerle la
mirada—. Yo puedo hablar y ver a quien quiera.
—Es que eso está claro, Bella. También puedes follar con
quien quieras, ¿cierto? —satirizó.
—Igual que tú —me mofé y la tensión en su cuerpo
aumentó.
«Punto para ti, mi perra amiga».
—Nunca dejarás de recordarme lo que pasó con Lía,
¿cierto? —inquirió y rodé mis ojos.
—Si insistes en actuar como mi dueño, sí.
Y con el historial que teníamos de vivir en un tira y afloja
todo el tiempo, lo último que esperé de él fue que me
tomara de la nuca y me llevara hasta su cuerpo para
abrazarme y darme un beso en la coronilla sin quitarse el
pasamontañas. Lo tomé de los laterales de la sudadera y
apreté la tela entre mis manos al sentir que se me cortó la
respiración. Y más cuando me abrazó por el cuello e hizo
que presionara la oreja justo encima de su corazón, lo que
me dejó escuchar sus latidos acelerados.
Y no fue la presión que utilizó, sino el gesto en sí lo que
me dejó sin aire.
—¿Qué hice mientras estuve oscura? —Mi voz sonó
amortiguada por su cuerpo.
—¿Oscura? —Vi un brillo de diversión en sus ojos cuando
me alejó para que lo mirara.
—Se escucha mejor que decir idiota —aclaré y rio.
Me alejé de él y aguardé por su respuesta.
—Intuyo que Darius ya te dijo una parte de lo que
sucedió. —Sentí mis mejillas arder con la reconfirmación de
que el tipo no mintió—. En realidad, solo anoche te
descontrolaste. Pasaste todos estos días en tu apartamento,
bebiendo como si fuese lo más extraordinario del mundo.
Pero ayer te drogaste y, en un descuido que tuve, te
perdiste de mi vista, y cuando te encontré, estabas bajo el
cuerpo de Darius, semidesnuda.
—Mierda —dije llevándome una mano a la cabeza,
deseando haber hecho esa pregunta por teléfono para no
tener que experimentar una resaca moral.
—¿Fuiste a mi apartamento? —pregunté, aunque ya sabía
la respuesta.
Sombra asintió y me odié aún más.
Me restregué el rostro y le di la espalda, dejándole claro
que odié haber permitido que pisara un terreno que siempre
deseé respetar en todos los sentidos. Y para muchos podía
ser absurdo porque merecía seguir adelante, y estaba de
acuerdo con eso. Pero Sombra no era el tipo con el que
seguiría mi vida. Ni siquiera lo había visto sin esa máscara y
tampoco quería hacerlo porque él no era nada serio para
mí.
Solo la pieza que quería seguir moviendo a mi
conveniencia.
—Tan malo es para ti que haya entrado a ese
apartamento —ironizó.
—Y así te parezca poco, lo es, Sombra —aclaré—. Ese
apartamento es uno de los pocos lugares donde guardo mis
mejores recuerdos con Elijah, y ahora no podré revivirlos sin
pensar en ti.
Y ya que no podía leerlo bien, cortesía de su disfraz, no
supe si le molestó o no mi respuesta.
—Pues ya está hecho y tendrás que vivir con eso.
Dormimos juntos en ese apartamento y ya —se mofó con
tanto descaro que deseé golpearlo.
Odiaba que para él fuera algo sin importancia, y aunque
ya lo imaginaba porque me desperté desnuda, la culpa y la
traición se arraigaron más en mí al imaginar que follamos
en la cama que compartí con mi Tinieblo.
Profané un lugar que él siempre cuidó, y comprobé que fui
la única a la que llevó ahí. Elijah pudo haber sido un idiota
mujeriego y, aun así, lo de nosotros haya comenzado como
una venganza, me dio todas sus primeras veces. Las más
importantes según lo que siempre me demostró.
—¿Lo hicimos en su cama? —pregunté con temor y asintió
—. ¡No! —dije con voz lastimera e intenté empujarlo, pero
me tomó de las muñecas—. ¡Tú y yo no pudimos haber
follado en su cama! ¡Es inaudito! ¡Es horrible! —grité.
Intenté zafarme para volver a mi ataque, pero con
agilidad me giró en mi eje y me llevó hasta el escritorio que
estaba a unos pasos de nosotros, inclinándome en él. Di un
golpe sordo con las rodillas en la madera y me presionó el
pecho en la mesa, sin dejar de sostener mis manos por la
espalda.
—No te follé, hice más que eso y es increíble que después
de todo lo que vivimos anoche, solo te preocupe si te tomé
o no en su puta cama —susurró en mi oído con molestia.
Aun así, sentí que rozó la pelvis en mi trasero, y su aliento
cálido traspasó la tela del gorro y me estremeció al chocar
en mi piel—. ¿Tanto te molesta eso, Bella? —preguntó con
sarcasmo.
—No lo entiendes, Sombra —escupí entre dientes—. Y
tampoco me importa si lo haces o no. Y no me molesta. Me
indigna, me frustra, lo odio, me hace sentir asquerosa y una
perra traicionera.
—No parecía así anoche. De hecho, hasta me diste las
gracias —se burló y eso solo aumentó mi frustración.
E imaginé que actuó así porque, a lo mejor, le afectó que
yo reaccionara con tanto repudio a lo que hicimos después
de todo lo que ya habíamos pasado. Y así me sintiera
molesta, era más conmigo misma por permitirle llegar a
tanto. Era mi culpa, no suya.
—¿Qué más te dije? —pregunté rendida.
—¿En serio no recuerdas nada? —Negué en respuesta.
Cuando se aseguró de que no enloquecería, me soltó y dejó
que me irguiera—. No tuvimos sexo —aceptó cuando
recargué las pompas en el borde del escritorio.
—Pero me acabas de decir que… —Lo miré, sintiéndome
desorientada, y por cómo entrecerró los ojos, deduje que
sonreía.
—Te dije que hicimos más que follar porque lo que
vivimos anoche cruzó mis propios límites —explicó y cerré
los ojos un segundo, respirando hondo.
—Te hablé de lo que viví con las chicas —aseguré y su
silencio me lo confirmó. El corazón se me aceleró con las
preguntas que llegaron a mi cabeza y puse una mano en mi
pecho para intentar calmarlo—. Si te dije todo, ¿entonces no
follamos porque sientes…?
—Maldición, Bella. Ni siquiera termines esa pregunta
estúpida —espetó y, aunque alcé la barbilla, sé que él vio en
mis ojos el temor y me tomó de ahí con suavidad—. No
sentiste nada por voluntad y sé que lo comprobaste el día
que entraste en Karma —aseguró, y la piel se me erizó por
la convicción en su voz robotizada, y porque haya notado
eso—. Morí de celos, Pequeña. Odié que lo sedujeras de esa
manera e incluso cuando me provocaste a mí porque viste a
Lía en mi regazo, fui capaz de notar que te produjo asco la
cercanía de esa mierda.
No sabía por qué razón fue, pero sentí alivio y paz al
escucharlo decir eso. Fue como si el hecho de que alguien
más percibiera mi pudor me quitara un enorme peso de
encima.
—Es raro que no recuerde nada de lo que hicimos o dije —
susurré tras carraspear, queriendo dejar ese tema para no
martirizarme—. La primera vez que consumí ese tipo de
droga aluciné lo imposible. Y sí, entiendo que la reacción
pueda ser distinta porque el alucinógeno estaba mezclado
con otro tipo de narcótico, pero me cuesta creer que el
cambio con la que consumí anoche sea tan brusco como
para que haya olvidado todo.
Le tomé la mano para que dejara de sostenerme el rostro,
pero Sombra no estaba dispuesto a dejarme ir y entrelazó
nuestros dedos.
—¿Únicamente olvidaste lo que hiciste anoche? —Negué
con la cabeza de inmediato.
—No recuerdo nada desde que llegué al apartamento
luego de lo de Jacob.
—Entonces no se debe solo al alucinógeno, sino también
al shock por lo que pasó. Tu cerebro de alguna manera se
protegió del cúmulo de emociones fuertes por el que
pasaste —explicó y le encontré la lógica—. ¿Siempre lo
alucinas a él? —Esa pregunta tan repentina me hizo fruncir
el ceño.
—¿Por qué sabes que lo aluciné a él?
—Dijiste lo imposible, así que no es difícil intuir que
alucinaste a LuzBel.
Si su respuesta no hubiera sido rápida, habría dudado.
Pero además de la rapidez, sonó seguro.
—Es la segunda vez que me drogo. Y sí, la primera vez lo
aluciné, pero esto no es algo que vaya a hablar contigo —
aclaré y lo escuché bufar, o sonreír—. Siento mucho mi
comportamiento.
Sus párpados se abrieron más, así que imaginé que lo
sorprendí.
—Isabella, no soy tu padre, ni la persona más ejemplar
para decirte esto. —Me acunó el rostro de nuevo y respiré
hondo—. Pero deja de meterte esa mierda o acabarás muy
mal. Comprendo por qué lo hiciste, mas no olvides que
Jacob fue un traidor y los traidores no merecen que tú te
pongas así.
—Espero que esas palabras nunca jueguen en tu contra —
le advertí y su forma de mirarme cambió por completo.
—Sombra, Lía está aquí. —Marcus nos interrumpió con
ese aviso. Maokko iba a su lado y con la glock en la mano.
—¡Mierda! —bufó Sombra y me puse alerta—. ¡No la dejes
pasar!
—Es tarde, viene con una comisión grande de súbditos y...
—Miró hacia atrás cuando las voces se comenzaron a
escuchar cercanas.
—¿Qué putas estabas haciendo para avisarme hasta
cuando ya la tenemos encima? —espetó Sombra sin alzar la
voz.
Fulminé a Maokko con la mirada haciéndole la misma
pregunta y la maldita cabrona tuvo la osadía de sonreír,
pero supuse que también lo hizo de nervios.
—Ya le he avisado a Max que mantenga la calma, así que
tocará improvisar —me dijo a la vez que me tomó del
hombro.
Me hizo caminar hacia un armario grande que estaba en
la oficina, agradeciendo que tuviera el espacio suficiente
para que ambas cupiéramos.
No nos escondíamos de nadie, pero solo llegamos los tres,
y si Maokko optó por ocultarnos era porque también dedujo
que muchas veces era mejor dar marcha atrás que pecar de
valientes. Y si queríamos salir ilesas, pues el armario sería
un buen refugio.
—¡Hola, cariño! —lo saludó Lía con su voz chillona.
Me tapé la boca y la nariz para que no me escucharan
respirar y, gracias a la luz que se filtraba entre las
separaciones de la madera, vi que Maokko me imitó.
También pude ver cuando Lía llegó frente a Sombra y lo
besó en los labios, por encima del hocico de lobo que
adornaba su pañuelo. Varios Vigilantes más entraron a la
oficina con ella y algo me decía que ellos no eran personas
agradables para Sombra.
—Pensé que estarías con Darius —señaló él,
escuchándose tenso aun con su voz robotizada.
—¡Nah! —Lía hizo un gesto de mano desinteresado al
decir aquello—. No quería hablar con él, así que lo dejé en
casa en cuanto llegó, y me vine hacia aquí para que
pasemos el rato. —Reconocí cierta malicia en su voz.
La chica llevaba el cabello chocolate en ondas sueltas y
un vestido veraniego verde. Sus labios estaban pintados con
labial rojo y los ojos marrones enmarcados con delineador
negro.
—Hemos hablado en muchas ocasiones de esto: no me
gusta que vengas al club —espetó Sombra. Ella se acercó a
él sin importarle lo que le dijo y acarició su rostro. Mi pulso
se aceleró cuando noté sus intenciones de subirle el
pasamontañas. Sombra le tomó la muñeca y la detuvo—. No
estamos solos —masculló entre dientes, y por un momento
creí que le diría que Maokko y yo estábamos ahí, pero con la
mirada señaló a los Vigilantes cerca de la puerta.
«No se escondía solo de ti».
Lo noté.
—Entonces los sacaré a ellos —propuso ella con voz
juguetona.
Sentí un picor en las manos y no me di cuenta hasta ese
instante de que las había empuñado, enterrándome las
uñas en las palmas.
—¡Basta, Lía! Ya hemos hablado mucho de esto —se quejó
él.
—¡Sí, y no entiendo por qué ahora te niegas a mí, cuando
hace unos meses follábamos como unos malditos conejos!
—refutó sin importarle que los otros tipos la oyeran.
Vi la frustración y los nervios en Sombra cuando ella le
reclamó. ¡Demonios! Entonces yo solo había visto una de
esas tantas veces. Maldito hijo de puta.
«Saber eso te molestó, eh».
Más de lo que quería y debía. Y antes de que susurraras
algo más: me molestó porque Sombra asesinó a Caron y
atentó contra Elliot cuando no tenía ningún derecho de
hacerlo. No cuando él follaba con esa idiota.
«Y como unos malditos conejos».
¡Genial!
—Y de verdad espero que no sea por esa estúpida —
continuó Lía con tono amenazante y eso captó más mi
atención y la de Maokko—. Porque si me entero de que
buscaste la manera para estar con ella luego de que la viste
en Karma, si tan solo me doy cuenta de que te atreviste a
susurrar su nombre…, mi promesa se irá a la mierda —
advirtió con tanta seguridad que llegué a creer que ella era
la que lideraba a los Vigilantes— y te arrepentirás, Sombra.
Juro que te arrepentirás, ya que todavía no has visto nada
de mí, ni de lo que soy capaz de hacer cuando me provocan.
—Cálmate —le pidió él en el momento que la chica
comenzó a actuar extraño. La tipa se estaba volviendo loca
y su cara de maniática lo demostraba—. No la he visto, ni
siquiera me he acercado a ella —aseguró, y mi orgullo por
poco me hizo salir del maldito armario, porque era obvio
que hablaban de mí.
—Tenemos un juramento —recordó ella y él asintió—. ¡No
soy estúpida, Sombra! ¡Descubrí que mi hermano la ha
ayudado! —gritó y juré que la respiración de Sombra se
cortó al escucharla.
¿Su hermano? Derek no me ayudó en nada. Y la tipa
estaba más loca de lo que pensé si creía eso.
—¿De qué hablas? —inquirió fingiendo serenidad. Lía
comenzó a reírse como una maniática y mi piel se erizó.
—De que mi maldito hermano me traicionó y fue él quien
ayudó a Isabella White a entrar a Karma. —Mi estómago se
revolvió al oírle decir eso. La simple idea de Derek aliándose
conmigo me daba asco—. Acabo de ordenar que lo maten,
pero antes lo torturaran —avisó con orgullo—. Darius Black
va a conocer el castigo por haberme traicionado.
«¡Oh, maldita mierda!»
Mi corazón se detuvo ante lo último.
Capítulo 32
Nadie es como tú

Tenía que ser una jodida broma. Darius no podía ser


hermano de Lía porque eso significaba que también lo era
de Derek, y darme cuenta de eso me sentó peor de lo que
podía llegar a imaginar.
La resaca, los nervios, el enojo y la impresión hicieron que
se me revolviera más el estómago. Comencé a temblar y
sentí a Maokko tocarme, pidiéndome que me calmara antes
de que nos hiciera descubrir por esa tipa. Y aunque deseaba
salir del armario y exigirle que me dijera dónde estaba
Darius, no me haría matar y menos propiciaría que
lastimaran a Maokko por dejarme cegar por mi furia.
Y así ese imbécil no me haya dicho una sola palabra sobre
su parentesco con Derek y Lía, tampoco quería que ella lo
dañara por ayudarme. No me lo perdonaría por más que lo
hubiera usado en un principio.
—Salgan de aquí —ordenó Sombra para los tipos que
llegaron con Lía y ella los obligó a obedecerle, yéndose
enseguida y cerrando la puerta para darles privacidad—. Me
gusta la idea de que saques a ese hijo de puta del camino —
prosiguió y jadeé al escucharlo. Maokko me tapó la boca
antes de que otro sonido se me escapara—. Sin embargo,
matarlo sería demasiado fácil.
Lía hizo unos gestos extraños e intentaba en vano
mantener la calma. Sombra se acercó a ella con cautela y
comenzó a acariciarle el rostro. El corazón estaba a punto
de salírseme por la garganta y los sentimientos que se
arremolinaban en mi interior se estaban volviendo
insoportables.
—Si de verdad te traicionó, que no lo creo, deberíamos
averiguar qué tanto hizo o dijo —continuó Sombra. La chica
cerró los ojos ante la caricia de él y noté que comenzó a
calmarse.
—Estoy a muy poco de volverme maníaca —se quejó ella.
«¡Puf! ¿En serio?»
Ni el sarcasmo de mi conciencia calmó mi furia en ese
momento.
—Quiero verlo muerto —increpó y las manos le temblaron
cuando tomó con ambas la de Sombra y se apegó más a él,
como necesitando de aquella caricia que el chico le daba
para no volverse loca—. No me importa averiguar nada, solo
quiero que sufra por su traición.
—Si quieres, yo mismo puedo matarlo. —Se ofreció él e
hice que Maokko dejara de taparme la boca.
Puse la mano sobre la puerta del armario con la intención
de abrirla. La madera hizo un leve crujido ante mi
movimiento y Maokko me apretó la muñeca al mismo
tiempo que Lía buscó de dónde provenía el sonido, pero
Sombra captó la atención de ella, abrazándola,
sorprendiéndola y haciendo que se girara para que la chica
me diera la espalda mientras que él quedó de frente al
armario, pidiéndome con la mirada que me calmara.
Quise sacar la mano para mostrarle el dedo medio.
—Pero antes déjame divertirme con él —siguió el maldito,
volviéndose a ganar la atención de su chica—. Te encanta la
tortura, quieres que él sufra y soy el indicado para ese
trabajo —señaló con entusiasmo.
Tanto a Lía como a mí nos tomó por sorpresa lo que
Sombra propuso.
—Pensé que habías logrado llevarte bien con él —repuso
ella separándose de él.
—Pensaste mal. Jamás podré llevarme bien con ese
imbécil.
—¿Y harías eso por mí? —La emoción en la voz de Lía fue
palpable, pero porque le gustaba recibir la atención de
Sombra, lo que me hizo ver por qué él se aprovechaba de
eso para obtener beneficios que no conseguiría por medio
de otros Vigilantes—. Entonces fuiste tú quién lo golpeó —
dedujo luego de que Sombra asintió a su pregunta anterior.
—Y no obtuve suficiente, así que esta es mi oportunidad
para seguirme divirtiendo con ese hijo de puta —explicó y
me pareció increíble lo traicionero que era con su gente, ya
que sabía que por muy posesivo que fuera, nunca demostró
que quisiera asesinar a Darius hasta ese momento.
«De nuevo, Colega: hablabas del mismo tipo que asesinó
a un sargento por tocarte, sin importarle el castigo que se
provocaría él mismo. Quien quiso quemar vivo al pobre
ojiazul».
Sí, pero ninguno de ellos era su amigo. Y por muy rara
que fuera esa amistad entre Sombra y Darius, el
enmascarado idiota demostraba tolerar a Darius como para
no matarlo.
«Hasta que tocó lo suyo».
Joder, que yo no era suya.
—¿Puedes hacer eso por mí? —La voz seductora de
Sombra me sacó de mis pensamientos.
Me estaba sofocando, y más en el momento que Lía quiso
sacarle la máscara a Sombra una vez más, y él la giró para
que, en ese momento, fuera su espalda la que yo mirara y
no la de ella. La chica chilló con diversión ante aquel acto, y
seguido de eso levantó el pasamontaña de su novio y lo
besó.
No podía asegurar si él estaba correspondiéndole ya que
no lo veía, pero sí noté cómo ella pasó pegada a su boca
unos buenos minutos y escuché cuando gimió y jadeó. Y por
un momento, la posesividad que guardaba en lo más
profundo de mi ser intentó salir. Mi cuerpo se volvió un
completo bloque de hielo, la taquicardia me atacó con
intensidad y la respiración me estaba haciendo falta en esos
momentos.
«¿Eran celos?»
Y elevados a un mil por ciento.
«¡Y lo aceptabas!»
¡Claro que sí!
Me negaba a enamorarme o amar a Sombra, pero seguía
siendo mujer y odiaba que fuese tan posesivo conmigo, que
incluso asesinara a Caron y atentara contra la vida de Elliot.
Detestaba cuando el imbécil decía ser mío y me demostraba
todo lo contrario. Mi maldito orgullo estaba herido y tenía
que controlarme porque Darius debía darme muchas
explicaciones, y para eso, primero tenía que rescatarlo.
—Cálmate, joder —susurró Maokko lo más bajo que pudo
y le hice una señal de mano, diciéndole que lo haría.
¡A la mierda Lía y Sombra!
—Quédate conmigo esta noche y prometo que ordenaré
que no toquen a Darius para que tú te diviertas con él —
propuso Lía y me tensé todavía más.
Temí la decisión de Sombra, aunque estaba segura de lo
que haría y me odié por dejar que comenzara a afectarme
tanto como para sentirme herida por lo que diría.
—Que no lo toquen —aceptó sin titubear y me mordí el
puño.
Maokko susurró un mierda y como no había dejado de
tomarme de la muñeca, sentí que apretó su agarre con ella
para detenerme por si me volvía loca. Me limité a apretar
los párpados con demasiada fuerza y respiré hondo sin
hacer ruido, repitiéndome una y otra vez que Sombra solo
era el medio para un fin. Mi enemigo, el tipo al que estaba
usando para hacer caer a los Vigilantes y no para que yo
cometiera el error de caer por él.
Le aseguré en Karma que no me importaba y tenía que
cumplirlo.
«Pero no podías, Compañera. Era imposible tapar el sol
con un dedo».
Mierda.
La ira hervía en mi sangre, la desesperación me estaba
creando claustrofobia y eso no ayudaba a mermar la
traición que zumbaba en mi piel. Sin pretenderlo, quizá,
Sombra sacó mi lado posesivo, y al hacerme presenciar lo
que hacía con esa tipa, me devolvió el golpe que le di con
Caron.
—Ya pueden salir —informó el maldito imbécil.
—¡Jesucristo! —exclamó Maokko y abrí los ojos hasta que
golpeó las puertas del armario y salió llevándome junto con
ella.
Pasaron algunos minutos, Lía se había ido junto a su bola
de imbéciles. Marcus entró para avisar que estaban saliendo
del club y Maokko me dijo algo que no escuché, pues me
concentré en sostenerle la mirada a Sombra que estudiaba
mi semblante, intuyendo que en ese momento yo era como
un volcán a punto de hacer erupción.
—¡Le tocas un maldito cabello a Darius y te mato, hijo de
puta! —espeté hacia Sombra en el momento que Maokko se
fue de la oficina para asegurarse de que no corríamos más
peligro.
Lo golpeé con el dedo índice en el pecho para asentar que
estaba hablando en serio y no sé si utilicé mucha fuerza o él
actuó por inercia, pero retrocedió un paso.
—¿Tanto te importa? —Su voz robótica se escuchó más
gruesa.
—Más de lo que me importas tú —mascullé, y por la
manera en la que se irguió, deduje que mis palabras le
afectaron más de lo que ambos esperábamos—. ¡Es su
maldito hermano! —recapitulé, todavía incrédula—. ¿Por
qué no me lo dijeron? ¿Por qué Darius me ayudó?
¡Demonios! ¡¿Por qué la traicionó?!
Todo volvió a llegarme de golpe y la confusión cada vez
aumentaba, pues incluso sabiendo eso, en mi interior seguía
sintiendo que podía confiar en Darius, ya que siempre sentí
que fue auténtico conmigo y eso no cambió aun después de
descubrir su parentesco con esas personas.
—¿Y por qué tu novia me odia tanto? Entiendo que
pertenecemos a organizaciones enemigas, pero que quiera
asesinar a su hermano por ayudarme es inaudito, además
de que se está tomando la situación como una traición
personal cuando lo que hice en primer lugar, es
consecuencia de lo que el malnacido de su tío y el
asqueroso de Derek me hicieron.
—¡Cálmate! —pidió Sombra y bufé—. Te odia porque no
ignora mi atracción por ti, por eso se toma esta traición tan
personal. Me alejaron de la misión cuando entendieron que
jamás te lastimaría, me prohibieron acercarme a ti en el
instante que supieron cuánto me gustabas. Lía tiene todo el
apoyo de Fantasma, Lucius y Derek, ya que ellos saben de
sus celos y es una manera de ganársela como aliada —
explicó—. Darius nunca ha sido cercano a su familia, a
excepción de su madre. Y él no te lo dijo antes para evitar
que ese conocimiento interfiriera en nuestros planes. —
Negué con la cabeza y me tomé el tabique de la nariz—. Y
no lo voy a matar, Bella, puesto que así ese hijo de puta me
provoque como un maldito suicida, tengo mucho que
agradecerle y si actué con Lía fue solo para obtener
información.
—¿Actuaste? —ironicé, riendo con amargura.
—Sí, actué con ella.
—Pues hombre, te has ganado un Oscar porque lo has
hecho estupendo. Nadie podrá superarte. —Aplaudí
mientras le decía cada cosa y él negó.
—¿Estás celosa? —cuestionó y la diversión en su voz me
indignó.
—¡Por supuesto que no! —espeté—. ¡Ve. Fóllatela en
todas las posiciones que quieras y obtén la puta información
para que me la des! —seguí, intentando que mi voz no
sonara tan amarga a como se sentían las malditas palabras
en mi boca.
Nos miramos con intensidad y mucha frialdad de mi
parte, e intuí que él trataría de buscar los celos en mis ojos,
pero no los encontraría, y no porque no los sentía, sino
porque los disfrazaba con frialdad y desinterés.
—¿Te importa una mierda saber que estaré con ella? ¿No
te molesta lo que viste? —volvió a cuestionar, negándose a
conformarse con mi actuación y reí con ironía.
—A veces me demuestras ser un tipo tan inteligente y
otras el más completo estúpido —escupí con burla—. Que
me folles no significa que tenga sentimientos hacia a ti. —Vi
su intención de replicar, pero seguí hablando—. Fui clara
contigo, Sombra: obtendrías mi cuerpo, mis besos, mis
putas caricias, mas no mi corazón —le recordé—. Así que
para que me moleste que estés con ella antes debería verte
como algo más que un juego, e incluso así, tampoco creas
que te montaría un espectáculo. Dios, ni siquiera a Elijah,
que lo sigo amando con mi vida, se lo haría.
No supe por qué tuve que sacar a colación a mi Tinieblo y
a Sombra eso le sorprendió, según la manera en la que sus
párpados se abrieron.
—¿No? —preguntó incrédulo.
—No —juré—. La chica de antes pudo perdonarle todo a
ese hombre. La de ahora, lo mataría sin remordimientos a la
primera traición que cometiera contra mí, porque tenías
razón, Sombra, puedo ser tan psicópata como tú con la
persona que amo.
—¿Lo matarías así tuviera justificación el daño que te ha
hecho? —inquirió y dio un paso hacia mí.
Metió el cabello detrás de mi oreja y no dejó de mirarme a
los ojos, lo que me hizo suponer que, con esa pregunta,
Sombra quería asegurarse que yo tuviera claro que su
comportamiento con Lía tenía un porqué. Además de
comprobar si yo fingía que no me importaba solo porque se
trataba de él.
—Lo mataría porque, aun sabiendo que me daña, ha
puesto por delante a mis enemigos cuando para mí él ha
sido lo único —aclaré y le regalé una sonrisa ladina,
demostrándole con ello que no mentía—. Así que tú tienes
suerte de seguir con vida. —Esperaba que entendiera de
una buena vez lo que eso significaba.
Y en caso de que no, apoyé mis manos en sus hombros y
me puse de puntillas para darle un beso en la mejilla por
encima de su gorro. Esperaba que quedara claro que Elijah
era la persona que más me importaba, el hombre que se
había colado en lo más profundo de mi alma y que, cuando
me lo arrebataron, solo me dejó oscuridad. Por su propio
bien, era mejor que no buscara más.
—Ahora, prepárate para hacer bien tu papel: folla a tu
novia y logra que te susurre al oído en dónde demonios
tiene a Darius. —Se tensó con mis palabras, y antes de que
dijera algo, le planté un beso casto en la boca del lobo—. Yo
me encargo de rescatarlo —aseguré y me separé de él.
Me miró estudiándome, buscando algo en mí y sacudió la
cabeza en lo que supuse que fue decepción.
—¿Qué hiciste con mi ángel? —susurró y cerró los ojos
unos segundos.
Era la primera vez que lo veía hacer ese gesto.
—Murió junto a su demonio —respondí sin más.
Abrió los ojos al escucharme y no pude identificar lo que
experimentó gracias a las lentillas.
—Isa, ya podemos irnos. Está todo libre —avisó Maokko,
entrando a la oficina sin tocar y le agradecí la interrupción.
Caminé con la intención de ir hacia ella, aunque antes de
conseguirlo, Sombra me tomó con delicadeza del interior
del codo y presionó la frente en mi sien.
—Así lo niegues, sé que no te agrada la idea de saberme
con Lía esta noche, porque sí, Isabella, puede que tu ángel
muriera con él —La piel se me erizó ante su tono y aliento
cálido—, pero el demonio que ahora habita en ti me cree tan
suyo como yo te creo mía.
Tragué con dificultad y no respondí.
«El lobo tenía un punto».
Pasé tres horas reunida con los Grigoris, mi élite y el
senador Gibson, pero por más que lo intentaba, mi mente
no lograba concentrarse en lo que hablaban. Salvar a Darius
de su desquiciada hermana era más importante, y sentirme
impotente, para nada grato, pues por mucho que quisiera
hacer, no me quedaba otra opción que esperar hasta que
Sombra obtuviera la información de su paradero.
Todos escuchaban atentos cada indicación de Caleb sobre
cómo procederíamos para sacar a los Gibson del país. Yo, en
cambio, miraba a cada minuto mi móvil con la esperanza de
alguna noticia.
—Isa, ¿qué te sucede? —preguntó Dylan cuando la
reunión finalizó y el senador se fue.
—Voy a quedarme fuera de esta misión. Encárguense
ustedes de todo, ya que es obvio que no le estoy dando la
importancia que se merece —les dije.
No sería irresponsable al poner en peligro a los Gibson por
mi falta de interés.
Sentí las miradas de todos en mí y deseé irme de la sala
de juntas, no solo porque estaba más preocupada por
Darius, sino porque era la primera vez que me encontraba
con Evan y Connor luego de lo sucedido con Jacob. Mi
hermano y Tess a lo mejor creyeron que mi desinterés era
por lo que acababa de pasar y decidí que era mejor así.
—Pueden dejarme a solas con Evan y Connor —pedí y,
tanto los Sigilosos como los otros Grigoris, me miraron con
sorpresa, pero no dijeron nada y se marcharon.
Evan y Connor se quedaron en sus lugares. No había
planeado hablar con ellos, pero al verlos y notar la tristeza
que ensombrecía sus ojos, supe que tenía que pedirles una
disculpa por lo que hice, aunque eso resultara difícil.
—No te culpamos, Bella —Evan fue el primero en hablar al
notar que yo no encontraba la manera de soltar las
palabras.
—¿Hablas solo por ti? —inquirí.
Connor respiró hondo al entender mi pregunta hacia Evan.
—También lo hace por mí, Isabella —aseguró y fue mi
turno de respirar hondo—. Y por si lo has pensado, no te
creo un monstruo desalmado porque estuve en ese almacén
y fui testigo de lo mucho que te dolió tratar de asesinarlo.
—Y también fuimos testigos de la infamia de Jacob al
acercarse a ti y tratarte como si hubieras sido su mejor
amiga, cuando por la espalda te estaba clavando la peor de
las puñaladas —añadió Evan e hice una mueca que
intentaba reflejarse como sonrisa triste.
—Derek lo engañó, pero Jacob decidió traicionarnos a
todos. Tuvo elección y optó por la peor. No Derek, fue Jacob.
Y así ese imbécil haya sido mi hermano por decisión mía,
me lastimó. Y si yo hubiese estado en el lugar de LuzBel, sé
que habría corrido con la misma suerte, pues a Jacob no le
hubiera importado que yo lo viera como mi hermano.
Entendí el punto al que Connor quería llegar, pero eso no
significaba que doliera menos.
—Sin embargo, a pesar de todo, hemos decidido creer
que murió en una misión —admitió Evan y lo miré.
—Lo hacemos para honrar los años de amistad entre
nosotros antes de lo de Elsa —agregó Connor y asentí.
—No sé si yo deba, pero me gustaría también creer eso.
—Debes —dijeron ambos al unísono y sonreí de verdad
esa vez.
—Tú sufriste la mayor traición de su parte, y que quieras
creer eso solo nos confirma que te dolió tanto como a
nosotros verlo morir, a pesar de lo que te hizo perder. —
Tragué con dificultad ante las palabras de Evan.
Connor estaba más cercano a mí, así que me sorprendió
tomándome de la mano.
—No te tortures creyendo que te odiaremos. Somos
Grigoris, Isabella, así que sabemos que procediste con
justicia para nuestros muertos. Además de que lo hiciste de
una manera que los otros Grigori no lo hubieran hecho.
—Le diste un honor que no merecía y le dejaste saber la
verdad —dijo Evan tras las palabras de Connor y esa vez
respiré más hondo, llenándome de un poquito de alivio.
—Gracias, chicos —murmuré bajo, aunque no con voz
débil.
Tras hablar con ellos, lo hice con Caleb, Salike y Maokko.
Necesitaba comentarles a los primeros dos lo que vivimos
en Rouge y de lo que nos enteramos, para prevenirles que
era muy probable que tuviéramos que actuar en favor de
Darius. Dejé descansar a Ronin y llamé a Isamu para que
también supiera del parentesco entre Derek, Lía y Darius.
—Si lo que Sombra dijo es cierto, entonces podría ser que
quien protege a Darius es su madre. Es la única lógica que
encuentro para que nadie mencione que son hermanos —
comentó Isamu y miré a mis compañeros.
—¿Crees que la esposa de David tenga ese poder? —
cuestioné.
—En la organización, no, pero sí con su marido. Ya sabes,
un deseo que David le cumple a su mujer: proteger a uno de
sus hijos y que lo mantengan alejado de todo lo que lo
ponga en peligro. Una razón más para que se odie con
Derek, pues este no soporta los celos de que uno de ellos
sea el favorito.
—¿Y qué pasa con Lía?
Entendí la lógica de Isamu con respecto al odio entre
Derek y Darius, pero no conseguía aceptar que sucediera lo
mismo con Lía.
—Según lo que presencié, Darius siempre odió que Lía
estuviera metida en ese mundo, ya que en una ocasión la
acusó de dejarse manipular todo el tiempo por su padre. Así
que entre ellos podría ser más por diferencias de
pensamientos y decisiones.
No dudé de eso, pues desde un principio Darius me
demostró que estaba con los Vigilantes más por obligación,
no porque le gustara ser de los malos. Y tras saber que
optaba por mantenerse en una zona neutral y que era la
consanguinidad lo que lo unía ellos, comprendí el desagrado
que siempre mostró y el poder que poseía en su territorio.
—Jefa, quiero estar con ustedes si decides ir a rescatarlo
—pidió Isamu.
—Quiero que Ronin descanse bien, así que solo confío en
ti para proteger a Elliot —razoné.
—De acuerdo —respondió y, aunque sabía que no era lo
que quería, no me desobedecería y tampoco desempeñaría
mal mi orden.
Había pensado en relevarlo con Salike, pero el maldito de
Sombra la amenazó por hacerse pasar por mí, así que no la
expondría. Caleb se estaba encargando de lo de Gibson
ante mi falta de ánimos. Y Maokko, esa tonta era fácil de
manipular si le ponían a Marcus enfrente, así que no me
arriesgaría.
Habíamos discutido por su descuido en Rouge, ya que Lía
y su comitiva entró por la parte trasera del club, por lo que
Max no se enteró hasta que ya era tarde, y cuando intentó
advertirnos, Maokko no atendió el móvil porque tenía el
aparato en silencio. Y únicamente porque yo cometí el
mismo error (y por eso Max tampoco se pudo comunicar
conmigo), no le apliqué el castigo que merecía.
Sensei Yusei me habría llamado la atención a mí por
dejarle pasar ese descuido a Maokko, puesto que ella
siempre decía que los hermanos Sigilosos también eran
súbditos, y su deber era proteger a los líderes.
«Y bien sabías que tenía toda la razón».
Por lo mismo, le dejé claro a Maokko que así fuera mi
amiga, sería la primera y última vez que le dejaría pasar
eso.
Había pensado en ir al apartamento de Elliot para estar
con él. Isamu me aseguró que lo veía mejor y caminaba
como si no estuviera operado, por lo mismo, los médicos le
dieron el alta, pero sabiendo que mi cabeza estaba en lo de
Darius, opté por irme directo al salón de entrenamientos del
cuartel y comencé a calentar con un bokken, repitiendo
cada movimiento que aprendí años atrás; partía el aire, lo
pateaba, luchaba con un contrincante imaginario, todo con
tal de mantener mi mente ocupada.
Pero nada ayudaba. Las horas pasaban y no había tenido
ninguna noticia.
«Así que mantuviste la esperanza de que el Chico oscuro
obtuviera información sin llegar a los extremos con su
novia, eh».
Grité ante el susurro de mi conciencia, lo seguí haciendo
con cada golpe que lancé al aire, transpirando en exceso
debido a la sobrecarga de trabajo físico que obligué a mi
cuerpo a hacer, pero no me cansaba. Y tenía una energía
incontrolable que me urgía gastar.
—Siempre he querido pelear así. —Me detuve al escuchar
la voz de Jane. Mi respiración estaba acelerada y tenía que
inhalar por la boca para llenar mis pulmones con un poco
más de oxígeno.
—Por lo que he visto, no peleas mal —señalé entre jadeos
y sonrió—. Cuando pensé en volver, imaginé que
encontraría a la tierna e indefensa Jane —confesé. Caminé
hacia donde estaba el otro bokken, lo tomé y lo lancé hacia
ella. Lo cogió de inmediato—. Me equivoqué; en su lugar,
encontré a una chica con buenos reflejos y un puño muy
fuerte —dije recordando su bienvenida y vi la vergüenza en
su rostro por aquella reacción que tuvo.
—Connor me ha enseñado todo lo que sé, pero aún no
logró dominar esto. —Levantó el bokken. Noté cómo lo
sostenía y sonreí.
Sin que se lo esperara, me fui sobre ella, aunque no la
ataqué con fuerza. Como lo dije antes, Jane tenía buenos
reflejos, pero no sabía tomar el arma. Por tal motivo, y a
pesar de que se defendió, el bokken cayó de su mano de
inmediato.
—El bokken es la imitación de una katana, hecho de
madera para usarlo en entrenamientos —informé mientras
ella cogía de nuevo el arma.
—He visto cómo usas la katana, lo haces ver tan fácil —
habló con un poco de exasperación y reí.
—He entrenado desde los doce años, aunque lo dejé por
un tiempo —recordé mis inicios en el mundo de las artes
marciales y sentí nostalgia—. Tardé tres años en aprender a
usar la katana de forma correcta. —Con un gesto de cabeza,
señalé el objeto en su mano y seguí hablando—. Tienes que
saber tomar el bokken para que no te lo arrebaten con un
golpe tan débil. —Levanté el mío e hice que viera cómo lo
agarraba. Me imitó y de nuevo la ataqué con un poco más
de fuerza, y esa vez no lo soltó. Sonreí con orgullo—. ¿Ves
cuánta diferencia hace el agarre en él?
Jane lucía demasiado sorprendida de lo que acababa de
hacer.
—No dejes de enseñarme —pidió con emoción—. Quiero
aprender a usar una katana.
—Iremos por pasos. No te enseñaré a usar la katana hasta
que aprendas a dominar el bokken.
—¿Por qué?
—La katana es un arma diseñada para destruir a cualquier
otra si se utiliza de manera correcta. Y para aprender a usar
cualquier tipo de arma blanca oriental, primero debes
dominar una de estas. —Señalé y asintió.
—¿Sabes usar otro tipo de arma? —Asentí y noté su
curiosidad por saber más.
—Mi entrenamiento comenzó con un bokken, después
practiqué con armas de verdad: el shinai, aunque ese está
hecho de bambú, el wakizashi, tanto, ninjato, la katana y
otros más —enumeré.
—Tu favorita es la katana —dedujo con facilidad y sonreí
por lo obvio.
—Sí, pero dame un ninjato y también te mostraré las
maravillas que se pueden hacer con él.
Reímos y continué enseñándole a usar el bokken.
Conversábamos cada vez que nos tomábamos un descanso,
y le di las gracias en su momento por haber estado conmigo
toda esa semana en la que me perdí. Luego de que
asegurara que lo hizo porque yo era su amiga, disfruté de
su compañía.
Por primera vez desde que volví, me reencontré de
verdad con ella: la chica que con su miedo y valentía logró
darme lo mejor de mi vida.
«Te dio todo».
Sin duda alguna.
Caminamos juntas hasta nuestros coches al terminar de
entrenar, y seguimos conversando, reconectándonos,
recuperando un poco de lo que se nos robó. Porque sí,
comenzaba a entender de una vez por todas que, si perdí a
mis amigas, fue gracias a las artimañas de los Vigilantes y
todo el daño que me hicieron cuando llegué a la ciudad.
Por ellos tuve que irme y comenzar de cero.
Por ellos dejé atrás a las personas que me querían y a las
cuales quería.
—Gracias por la enseñanza, Sensei —dijo Jane haciendo
una tonta reverencia.
—Eres una buena alumna —halagué y devolví el saludo.
Max abrió la puerta del coche para que subiera y así
llevarme al apartamento. Dom y Salike esperaban pacientes
a lo lejos.
—Comprendo lo que hiciste —soltó Jane de pronto y me
tensé. Sabía de qué hablaba—. Y no mentiré, no podía
creerlo cuando Connor llegó llorando a mis brazos. Pero él
aseguró que vio el dolor en tus ojos y supe que no había
sido nada fácil para ti.
—Jane, no es buen momento para hablar de eso —me
quejé sin querer ofenderla y Max se apartó para darnos
privacidad.
—No lo haremos —aseguró con una tierna sonrisa—. Solo
quería que supieras que no te juzgo y sé que mi Isabella aún
vive dentro de ti. —La piel se me erizó al escuchar su
manera de referirse a mí—. Y esto me da esperanzas.
Se acercó y tomó el brazalete que me regaló para mi
cumpleaños. La joya seguía llevando el dije de ella, el de
Tess y el del maestro Cho. Me la había vuelto a poner esa
mañana por un impulso. Jane, en cambio, comenzó a usar el
suyo luego de mi pelea con la pelirroja.
—Sé que ya Tess ha hablado contigo y tienes razón,
iremos paso a paso, pero quiero que sepas que lamento no
haberte entendido y olvidar los demonios que te
atormentaban. —Deduje que Connor le habló de lo que les
confesé, por eso hizo la mención de mis demonios, porque
Jane estuvo conmigo cuando reviví mis tormentos luego del
secuestro—. Y quiero que sepas que por mucho que me
haya molestado que te fueras, nunca dejé de considerarte
mi amiga y te quiero mucho, Isa.
—Y yo a ti —repuse intentando ser fuerte y sus ojos
brillaron con lágrimas.
Se abalanzó sobre mí para abrazarme y, a diferencia de
Tess, a Jane sí le correspondí, y no entendí si lo hice porque
estaba vulnerable o porque con ella sentía que era más
fácil.
Minutos más tarde, me separé y sin decir nada más, subí
al coche. Salike se acomodó a mi lado y Dom en el asiento
del copiloto. Max se puso en marcha y me despedí de mi
amiga con una sonrisa. No hablé con nadie durante todo el
camino al apartamento y cuando llegué tomé una ducha
larga, comí algo, vi la tele y ya entrada la noche decidí
meterme en la cama tras cepillarme los dientes. Hablé con
Lee-Ang y los chicos durante horas, y cuando me vi obligada
a cortar la llamada, sentí un vacío en el pecho que
amenazaba con ahogarme. Quería volver a Italia, pero no
era el mejor momento, no cuando apedreé el avispero y mis
enemigos estaban más pendientes de mí.
Tomé el relicario de mi cuello y abrí la placa para mirar las
fotografías, respirando hondo, sintiéndome culpable por
haber dormido en esa cama con otro hombre que no era el
dueño de mi corazón, pero también cansada de aferrarme a
un pasado que no volvería.
Estaba harta de anhelar lo que jamás volvería a tener.
—Si hace unos meses me hubieran dicho que diría estas
palabras, me habría reído como loca —le dije a la foto en mi
relicario—, pero ya es inevitable que me niegue a esto.
Debo seguir adelante, y sin pretenderlo creo que ya he
comenzado a hacerlo.
Besé la imagen y una lágrima rodó por mi mejilla,
después cerré el relicario y me quedé pensando en todo lo
que estaba pasando. Dando vueltas y vueltas en el mullido
colchón sin poder encontrar una posición cómoda.
Mi intención al entrenar hasta el punto de la agonía por el
cansancio era poder dormir por la noche, y no lo estaba
consiguiendo. El insomnio me atrapó, y esa vez no era por
mis malos recuerdos o por añorar la presencia de mi
Tinieblo, sino por pensar en Darius y mi desesperación por
encontrarlo vivo, pero también se debía a Sombra y su
manera de obtener la información. Mi posesividad estaba
aflorando una vez más, y comencé a arder en celos.
Genial.
Miré el móvil con la esperanza de hallar algún mensaje o
llamada de parte de CO, pero no encontré nada.
«Lo inevitable estaba llegando, Colega».
¡Puf!
Salí de la cama desesperada y con el corazón acelerado
por las imágenes que se formaban en mi cabeza de Sombra
con Lía. Eran apenas la una de la madrugada y, según
parecía, si seguía acostada, las películas en mi mente
tomarían formas más atroces. Así que fui a la cocina sin
encender las luces y me preparé un té. Sospesé la idea de
llamar a Salike para que me acompañara, ya que estaba
haciendo su guardia con Dom y Max, pero al final lo evité,
porque yo no era la mejor compañía en ese momento.
—Mierda —me quejé, restregándome el rostro, sentada en
un taburete de la isla, deseando que amaneciera pronto
para tener información de Darius y dándome cuenta de que
el tiempo era mi otro enemigo, ya que se congeló—. ¡Jesús!
—exclamé.
Todos mis sentidos se pusieron en alertas cuando el
timbre sonó. Tomé un cuchillo de la encimera y caminé
sigilosa hacia la puerta. Era pasada la una y treinta de la
madrugada.
¿Quién en su sano juicio iría a visitar a alguien a esa
hora?
La boca se me secó y la respiración se me cortó al ver a
Sombra por la mirilla. Llevaba el pasamontaña de Ghost y
corrí de nuevo a la encimera para ver mi móvil. Salike
acababa de enviarme un mensaje de texto para avisarme
que lo habían dejado pasar porque el tipo aseguró que era
importante, y no supe si sentirme estúpida porque me alivió
que me buscara después de follar con su novia, o furiosa e
indignada por su descaro.
«Ni estúpida ni furiosa. Estabas tan loca como él».
Bien, eso podía ser posible.
Volví a mirar por la mirilla y noté que Sombra tenía el
móvil en su oído y Max llegó a su lado. Decliné la llamada
que me hizo en cuanto mi móvil comenzó a vibrar y él negó.
—Ya le han avisado que está aquí y no dio instrucciones
para que lo hagamos irse, así que espere —escuché la
recomendación de Max, su voz fue ahogada por la puerta y
apreté los labios para no sonreír cuando Sombra negó
impaciente.
Respiré hondo para que los latidos de mi corazón se
calmaran, y abrí la puerta mientras soltaba el aire por la
boca con lentitud, un grave error, ya que eso me obligó a
volver a inspirar y entonces su aroma me golpeó.
«Al menos no detectaste fragancia femenina mezclada
con la suya».
Demonios.
—Señorita White, necesita que me quede con usted —
inquirió Max.
Sombra me miraba impaciente, queriendo pedir que no
aceptara, pero conteniéndose al intuir que podía actuar por
capricho si se atrevía a exigir privacidad después de lo que
acababa de hacer.
—Gracias, Max, pero no es necesario —dije y escuché a
Sombra bufar en lo que me pareció ser más un gesto de
alivio.
—Estaremos cerca por si se le ofrece algo —aseguró y
asentí.
—Espero que si has decidido venir a esta hora, de nuevo a
un lugar en el que sabes que no eres bienvenido, sea
porque tienes buenas noticias —aseveré al momento de
quedarnos solos.
No llevaba lentillas, así que pude leer la frustración en sus
ojos negros.
—¿Puedo pasar? —No respondí, simplemente me aparté
de la puerta y le hice un gesto con la mano para que
siguiera. Miró el cuchillo que todavía sostenía y deseé ver su
expresión.
La luz de la luna nos daba un poco de visibilidad, pero aun
así me acerqué al interruptor para encender las luces de la
sala.
—Deja así, por favor —pidió.
Era de esperarlo.
—¿Y? ¿Lograste que te susurrara algo? —pregunté
exasperada y dejando las luces apagadas.
—Será un viaje largo, y aunque no te quiero metida en
esto, no lo puedo hacer solo. Necesito tu ayuda y la de tu
gente de confianza —formuló y una pizca de alivio me
invadió.
—Tengo a mi élite —recordé y negó.
—Lo que haremos es casi suicidio y necesito más gente.
Solo cuento con Marcus, Cameron y cinco tipos más de mi
confianza.
—¿Cameron? —dije sobresaltada.
—Después de que tu gente matara a varios de los
Vigilantes de mi confianza, tuve que improvisar —explicó y
fruncí el ceño.
—Dices que es una misión suicida. ¿Lo has incluido para
deshacerte de él sin meterte en problemas conmigo? —Rio
y negó con la cabeza.
—Así parece, pero no. De hecho, comenzó a trabajar con
mi equipo esta semana. Fantasma pensó en deshacerse de
él luego de descubrir que tu tarzán asiático era un infiltrado.
Así que, para no correr más peligro, decidió cortar de raíz
las probabilidades.
—¿Y cómo ayuda a que eso no pase que lo tengas en tu
equipo?
—Los Vigilantes han sufrido muchas traiciones, pero
nunca han tenido una de mi élite por muy mal que me lleve
con los jefes. Mi desempeño ha sido intachable.
—Hasta lo de Caron —recordé y rio.
—Hasta que regresaste a mi vida, Pequeña tempestad —
afirmó y logré detener la sonrisa que me provocó que me
llamara así.
—Cuento con los Grigoris de mi sede y con La Orden. —
Decidí regresar al tema principal antes de que él encontrara
cómo aprovecharse de lo que su apelativo me provocó—.
Dejaré fuera al equipo de Elijah porque definitivamente no
moverán un dedo por un Vigilante, pero bastará con mi
gente.
—Reúne a todos los que puedas —me alentó y asentí.
Marqué el número de Caleb y Maokko en conjunto y ellos
me respondieron al segundo tono.
—¿Isa? —dijeron ambos al unísono, con la voz ronca y
soñolienta.
—Siento mucho despertarlos, pero necesito su ayuda. —
Era consciente de que Sombra alcanzaba a escuchar a
pesar de que no los tenía en altavoz.
—¿Tienes noticias de Darius?
—Así es y debo rescatarlo antes de que sea tarde —le
respondí a Maokko.
Les comenté todo lo necesario, haciéndoles saber que
Sombra estaba conmigo, la información que me dio y lo que
necesitaba de ellos.
—Los relevos de Salike, Ronin e Isamu llegaron al país
esta semana, pero no quise ocuparlos hasta que tú te
recuperaras. Así que contamos con ellos, además de los
Grigoris californianos —informó Caleb, refiriéndose a la
semana que me perdí en mi luto.
—Perfecto. Los quiero a todos reunidos dentro de dos
horas en la bodega de Perseo —ordené—. Ya me encargaré
de poner al tanto a Max, Dom y Salike.
—¿Querrás a Ronin o a Isamu en esta misión? —inquirió
Caleb.
La luz del exterior le daba en un lado del rostro a Sombra
y vi en sus ojos la diversión que brilló en ellos. El maldito
sabía que uno de ellos protegía a Elliot.
—Que sea Ronin —respondí y, tras un «de acuerdo» por
parte de ambos, corté la llamada.
—Te mueves rápido —halagó Sombra y alcé una ceja. Lo
escuché reír porque imaginó la perversidad que pasó por mi
cabeza ante su declaración y me mordí el labio.
—Ya conoces el almacén de Perseo, ve allí con tu gente
para prepararnos —indiqué en tono de despedida—. Cierra
la puerta cuando te vayas —añadí y pasé por su lado al
dirigirme hacia la habitación.
Ambos podíamos estar concentrados en rescatar a Darius,
pero eso no significaba que había olvidado lo que hizo para
obtener la información. Y para desgracia de ambos, me
estaba afectando más de lo que debía.
—Bella —me llamó y me congelé cuando sentí su mano
en mi antebrazo, impidiendo que avanzara.
—Hiciste un buen trabajo, Sombra. Concentrémonos en ir
a salvar el culo de ese idiota, porque tiene mucho que
explicarme —formulé con más amargura de la que
esperaba, odiando que mi cuerpo reaccionara a su cercanía.
—Odio que actúes así por lo que crees que ha pasado. —
Me mordí el labio para contenerme y sonreí con cinismo.
—No te creas tan importante.
—No me quieres ver a los ojos, eso me demuestra que no
estás feliz y que por mucho que lo niegues, te afecta
haberme imaginado con ella. —No reconocí lo que enturbió
su voz robotizada, pero algo me dijo que él tampoco estaba
feliz por mi reacción. E iba más allá de lo que yo podía
imaginar—. Pero te recuerdo, Isabella, que no puedo
permitir que ella desconfíe de mí.
—Perfecto. —Reí con ironía al decir eso y Sombra me
colocó frente a él para tomarme de la barbilla y hacer que le
sostuviera la mirada.
—Deja de actuar así, joder.
—¿Así cómo?
—Como una cabrona fría que finge muy bien que no se
muere de celos.
—Es que no finjo, Sombra. Pero que no lo quieras ver no
es mi problema —espeté y me alejé de él, sin darle la
oportunidad de que me retuviera de nuevo.
—Nada se siente igual si no es contigo —soltó y me
detuve sin mirarlo, apretando los puños—. Fuiste mi fantasía
desde la primera vez que te vi, Isabella. Y cuando tuve la
oportunidad de tomarte, estaba seguro de que te iba a follar
como el duro que siempre creí ser en la cama. —Lo escuché
reír con ironía y tragué con dificultad—. Sin embargo, me
hiciste sentir como un puto novato. —Un escalofrío me
recorrió el cuerpo entero por la intensidad de sus palabras
—. Cuando te vi, todavía eras inocente, y al tenerte en la
cama, esa inocencia se convirtió en bestialidad.
Giré el rostro para mirarlo. Lo encontré con los ojos
cerrados y los puños apretados a cada lado de su cuerpo, en
la posición natural de sus brazos. Me estremecieron sus
palabras, pero más su actitud y esa intimidad que solía
tener conmigo a pesar del poco tiempo que teníamos
relacionándonos.
—Una chica de ambos bandos —siguió y abrió los ojos. Yo
no tenía idea de a qué se refería—. Solo tú logras hacer de
este hijo de puta un completo idiota —aseguró y la garganta
se me secó—. Nadie es como tú, nadie me hace sentir como
tú. Con nadie obtengo el placer que he conseguido contigo.
—Tragué de nuevo con dificultad. Era oficial: me había
vuelto una estúpida—. Nadie logra tenerme en el infierno y
que lo sienta como el cielo, si no eres tú.
Regresé la mirada al frente y cerré los ojos, respirando
profundo. Necesitaba controlarme, que mi corazón se
calmara, que mis manos dejaran de temblar. Pero sobre
todo, tenía que olvidar la urgencia que me embargó de
arrancarle la ropa a Sombra y borrar los rastros que dejó Lía
en su cuerpo.
—Pude haber esperado hasta que amaneciera, pero
deseaba estar con la única loca que complementa mi
locura. —Abrí los ojos y me sentí débil y cansada por tanto
fingir.
Y, por un segundo, deseé que notara lo que estaba
pasándome.
—¿Se supone que esas palabras me harán sentir mejor?
«¡Jesucristo! Siempre creí que el Tinieblo había sido un
hijo de puta con corazón de hielo, hasta que tú descubriste
la oscuridad que tenías en el tuyo».
—Eso espero —respondió.
Me di la vuelta para enfrentarlo, pero no me acerqué a él.
—Si no odiara tanto saber que acabas de estar con ella,
ahora mismo te sacaría la ropa y te demostraría qué tan
bestia puedo ser cuando tocan lo que se me ha dado como
mío. —Mi voz fue gutural y lo imaginé alzando la ceja—. No
digas que me perteneces cuando en realidad no es así —
pedí con frustración—, porque si me llego a creer eso en su
totalidad y sigues acostándote con ella…, no solo mataré a
Lía, sino también a ti, Sombra —advertí y, al ver cómo sus
ojos se cerraron un poco, supe que estaba sonriendo.
—Entonces... ¿si estás celosa?
Bufé una risa y negué con la cabeza.
—Confórmate con saber que, si aún estamos hablando, es
porque quería esa puta información más que tú —aclaré—.
Pero vuelve a obligarme a presenciar una situación como la
de esta mañana en tu oficina, o a saber que estarás follando
con ella, y te juro que sabrás de lo que soy capaz. —Nos
miramos una vez más y luego decidí que ya era momento
de que dejáramos de hablar—. Nos vemos en el almacén.
—¿Crees que alguna vez haya una posibilidad entre tú y
yo? —preguntó.
Pero él sabía la respuesta, así que creí que solo buscaba
que yo se lo confirmara.
—No, Sombra —respondí segura—. Tú y yo siempre
seremos clandestinos, como el sol y la luna: imposibles.
—Incluso entre el sol y la luna todo es posible —contradijo
—. Por eso existen los eclipses, ¿no? ¿No es esa prueba
suficiente de que nada es imposible? —Reí al escucharlo.
—El problema es que no soy una simple luna, o un simple
sol. No me conformo con el eclipse. Lo quiero todo o, si no,
no ofrezcas nada. —El silencio reinó entre ambos y se llevó
una mano a la cabeza, frustrado y sabiendo que yo tenía
razón—. Tú siempre pondrás la promesa que tienes con los
Vigilantes por delante de mí, y yo siempre me negaré a
volver a amar como amé a Elijah. Así que no soñemos con lo
imposible —zanjé con parsimonia, y antes de seguir
hablando algo que no nos llevaría a nada, me di la vuelta y
me fui a mi habitación.
Era momento de darle verdadera importancia a lo
importante.
Capítulo 33
Con amor

Me vestí en cuestión de minutos con ropa adecuada para


reunirme con mi gente. Después hablé con Dom, Max y
Salike, y aclarado todo, nos pusimos en marcha hacia el
almacén de Perseo, siendo seguidos por Sombra (quien se
conducía en su Hayabusa).
Las cosas que nos dijimos me afectaron en sobremanera
y, aunque no quería seguir pensando en ello, me estaba
resultando difícil, y más al darme cuenta de que no podía
evitar sentir lo que sentía, incluso siendo consciente de lo
peligroso que era.
«¿Más peligroso que ir a esa misión suicida para rescatar
a Darius?»
No había nada más suicida que sentir más de lo que
pretendía por Sombra. Así fuera solo deseos, pasión, celos y
posesividad.
Dos horas después, estábamos reunidos en el almacén.
Regresar ahí no fue grato para mí tras lo sucedido con
Jacob, pero tenía que enfrentarme con valentía a los
resultados de mis acciones.
Sombra entró junto a mí, Salike, Dom y Max, seguido de
sus hombres. Los chicos de La Orden y Ronin ya se
encontraban ahí, y en cuanto me vieron hicieron una
reverencia. Caleb y Maokko se les unieron, incluso los
Grigoris, y eso me causó un poco de gracia, pero lo oculté. A
diferencia del rubio, quien no consiguió esconder que era el
menos feliz de ver a Sombra y a Marcus a mi lado. Y sí, él
respetaba mis decisiones, las apoyaba incluso, pero eso no
significaba que toleraría con facilidad la presencia de mis
enemigos, sobre todo luego de saber lo que los Vigilantes
me hicieron.
Maokko, en cambio, estaba feliz de ver a Marcus, aunque
se comportaba desinteresada. Y él..., pues comenzaba a
notar que mi loca amiga le afectaba más de lo que admitiría
alguna vez. La asiática tenía cara de niña buena la mayor
parte del tiempo; no obstante, sus actitudes y la manera en
la que se vestía daba a demostrar que toda esa inocencia
podía volverse muy peligrosa, y eso muchas veces se volvía
atractivo para algunos hombres o un repelente para otros.
—Necesitaré a alguien igual que tú, un Doppelgänger —le
pidió Caleb a Sombra cuando nuestro plan comenzó a tomar
forma.
Una mesa de madera nos servía como escritorio
improvisado para extender un mapa que Sombra nos
proporcionó. Era de los alrededores de la ciudad a la que
tendríamos que ir.
—¿Es necesario? —cuestionó el susodicho.
—¿Crees que te lo pediría si no? —se quejó Caleb, pero no
permitió que Sombra respondiera—. Después me lo
agradecerás, ya que no solo salvaremos a Darius, sino que
también protegeré tu culo.
—¿Siempre eres así de arrogante? —La voz robotizada de
Sombra se escuchó con exasperación.
—Si estar seguro de lo que hago es arrogancia para ti,
pues sí. Siempre.
—Y tú creías que el maldito tarzán asiático era insufrible
—dijo Marcus con una risa burlona hacia Sombra luego de la
respuesta de Caleb y rodé los ojos.
—¿Puedes o no? —inquirí para Sombra antes de que se
pusieran a decir más payasadas y asintió.
—Espera…, ¿le dicen tarzán a Isamu? —preguntó Ronin en
el momento que Sombra tomó el móvil para hacer una
llamada.
—Sí —respondí entre dientes y vi cuando Salike le dio un
codazo a Ronin porque este comenzó a reírse.
—Eso te convierte a ti en la Jane asiática.
—Y a ti en su Chita —contraatacó Salike cuando Ronin la
llamó así.
Me restregué el rostro pareciendo frustrada, pero en
realidad lo hice para esconder mi risa por escuchar las
barbaridades que soltaba Ronin.
—Jesucristo —murmuró Caleb, ocultando su diversión.
Maokko, en cambio, soltó una carcajada.
Menos mal Sombra avisó que el tipo que serviría como su
doble llegaría pronto y envió a Marcus a recogerlo a un
punto en específico para no darle la ubicación del almacén
por teléfono. Mientras ellos llegaban, continuamos
detallando el plan y Caleb le explicó al Chico oscuro que, en
efecto, usaría al Doppelgänger para proteger su posición
con los Vigilantes.
Mi amigo, como siempre, trataba de cubrir hasta los
francos más insignificantes y había pensado en todo,
consciente de que, si entrábamos a rescatar a Darius, Lía
sospecharía que Sombra tuvo que ver con eso. Y con lo
desalmada que demostró ser con su hermano, no
dudábamos en que correría a delatar al Chico oscuro con
Fantasma o Derek.
Media hora después, Sombra salió del almacén para
recibir al tipo que sería su doble, puesto que este último le
pidió hablar con él para que le explicara mejor de qué se
trataba todo y aceptamos darles espacio.
—¡Jesús! —escuché exclamar a Maokko. Ella miraba hacia
la puerta del almacén y casi me fui de culo cuando la imité.
—¡Mierda! —susurré en el momento que vi caminando a
dos Sombras idénticos, acompañados por Marcus y
Cameron.
Mi piel se erizó al no poder identificar cuál de los dos era
el tipo al que supuestamente yo conocía.
—Perra con suerte —murmuró Maokko y la miré sin
comprender—. Si yo fuera tú, me haría la confundida y los
follaría a los dos. —Casi la asesino con la mirada por su
descaro y ella solo se encogió de hombros—. Digo..., es para
saber si son idénticos en todo.
—Maldita perra —dije entre dientes.
«Yo que tú, le hacía caso a tu sabia amiga».
¡Puf!
Respiré hondo mientras miraba a ambos Sombras
acercarse y le sonreí a Cameron como saludo.
—A mí me encantaría comprobar algunas cosas sobre ese
chico que viene al lado del moreno —soltó Ronin,
refiriéndose a Cam.
Estaba comprobado que él y Maokko fueron cortados con
la misma tijera.
—Menos mal te regresarás pronto a Tokio, pequeña
mierda hormonada —espetó Caleb y vi de soslayo que Ronin
entrecerró los ojos.
—¿Estás celoso?
—Ya, Ronin. Deja de joder —lo regañó Salike y se lo
agradecí.
—Tengo curiosidad por saber si reconocerás a tu Sombra.
—¿Mi Sombra? —Bufé para Marcus cuando dijo eso, y fue
increíble ver que el encogimiento de hombros que me hizo
fue como un calco del gesto desinteresado que Maokko
siempre tenía para mí.
—Que tú no lo veas no significa que los demás estemos
ciegos —se defendió.
Rodé los ojos. No me pondría a seguir ese juego estúpido.
Lo que sí hice fue acercarme a ambos Sombras, pues noté
que era intención de ellos ponerme a prueba, ya que
ninguno habló ni reaccionaron a mi interacción con Marcus.
Caminé alrededor de ambos y los observé con
detenimiento, comprobando que a simple vista eran
idénticos y nadie podría distinguirlos. Sin embargo, contaba
con mi As bajo la manga y una vez más le demostraría a
Sombra que me había dejado ser su debilidad más
peligrosa.
Con ese objetivo, me acerqué más a Sombra uno, lo cogí
de la nuca y le planté un beso en la boca, por encima del
pasamontañas de Ghost. Todos susurraron cosas
ininteligibles, algunos incluso rieron. Le sonreí a ese Sombra
sin haber perdido detalle de Sombra dos y me sorprendió
que este último solo haya apretado los puños ante mi acto.
—Nunca debiste mostrarme que yo era tu debilidad —
susurré en su oído tras acercarme a él—. Porque sí, mi
Sombra, se ha convertido en mi lugar favorito para
golpearte.
«¡Mierda, Colega! Siempre supiste que nuestro Sombra
era el dos».
Su mirada lo delató. Él siempre me veía como si le costara
estar sin ponerme las manos encima, mientras que su doble
me miró con diversión.
—Puedes ser mi debilidad —dijo Sombra, tomándome de
la cintura antes de que pudiera alejarme de él—, pero no
olvides que con eso, te conviertes en la muerte de muchas
personas.
Dicho eso, me soltó y Caleb habló antes de que
siguiéramos con ese juego.
—Supongo que ya sabes por qué estás aquí —dijo hacia el
doble de Sombra y este asintió.
—Para volver a jugar en su lugar.
Demonios, hasta sus voces eran exactas con ese aparato.
«Espera, ¿dijo volver?»
—¿Cómo que volver? —pregunté, compartiendo la duda
de mi conciencia, temiendo que alguna vez haya estado con
él y no con el Sombra que siempre creí.
—¿Es en serio, Isabella? ¿Crees que estaría vivo si hubiera
hecho lo que estás pensando? —indagó Sombra y el alivio
que me invadió me hizo soltar el aire que retuve.
—Lo suplanté en otro país —explicó el doble—. Yo no vivo
aquí —añadió y deseé escuchar su voz real para saber si
identificaba su acento.
Aclarado ese punto, Caleb se encargó de explicarle mejor
cómo se haría todo. Cameron llegó a mi lado para
saludarme ya que no pudo hacerlo antes por la interacción
que tuve con Sombra y su doble. Y noté las ganas de Ronin
por llegar a nosotros con alguna excusa para que se lo
presentara, pero decidí darle un pequeño castigo, tal vez así
aprendía a comportarse.
Y no tenía idea de si Cam le daba importancia al género
de las personas para tener una relación o algo pasajero, los
chicos tampoco mencionaron nada y nunca le conocí a
alguna pareja. Así que, en su momento, dejaría que Ronin
descubriera por su cuenta si él también tendría suerte con
el producto americano, al igual que su hermana de putería.
—Entonces tú serás el encargado de ir hasta el almacén
donde tienen a Darius y actuarás como si en verdad
quisieras matarlo —dijo Caleb hacia el doble—. Llegarás con
los súbditos leales a Fantasma para que no sospechen y den
fe de que has actuado acorde a tus órdenes. Mientras que
tú y tus demás hombres de confianza nos acompañarán a
Isa y a nosotros —señaló a Sombra con lo último.
Aclarado eso, nos dedicamos a hacer equipos antes de
cambiarnos por nuestros uniformes para partir.
—Salike, irás con Marcus, Dom y Max —ordené, dejándole
a mis guardaespaldas porque ella era mi doble.
Maokko me miró indignada, pero calló porque no
cuestionaría mis órdenes y porque sabía que de ninguna
manera la dejaría cerca del moreno tras su error en Rouge.
—Ustedes irán con ellos —dijo Caleb para dos de los
Vigilantes de confianza de Sombra, señalando a los Sigilosos
que llegaron para relevo.
El Chico oscuro les pidió obedecer porque confiaría en el
plan de mi amigo.
—Cameron, tú irás con Ronin y con ellos. —Me adelanté
con esa orden antes de que Caleb lo enviara con otras
personas y vi a Ronin esconder una sonrisa y a mis Grigoris
asentir.
—Y tú te vienes conmigo…
—Me voy con ella —interrumpió Sombra a Caleb. Sentí
que las mejillas me ardieron y Maokko rio al entender el
doble sentido de las palabras de ese depravado.
—Vienes con Maokko, Isa y yo —reformuló Caleb en tono
aburrido y, una vez más, noté que Sombra me sonreía con
la mirada.
—Espero que tú no tengas problema en venirte conmigo
—deseó Ronin hacia Cameron y rogué para que este no le
entendiera.
—¿Qué dice? —me preguntó Cam.
—Que lo sigas —mentí y mis hermanos escondieron su
diversión.
—Está más que claro que los orientales de inocentes solo
tienen el rostro —confirmó Marcus cuando Ronin, Cameron y
los otros se alejaron.
Al parecer, él entendía un poco de japonés y no
desaprovechó la oportunidad para lanzarle una pulla a
Maokko, aunque esta lo ignoró deliberadamente.
—Mira un poco de Hentai y lo tendrás más claro —
recomendó Caleb.
—Asqueroso —se quejó Maokko.
El doble de Sombra miró con diversión las interacciones
que se llevaban a cabo entre nosotros. Aunque no dijo nada,
se limitó a poner en marcha su parte y se marchó con los
demás Vigilantes, el Chico oscuro incluido, pues nos
reuniríamos en un punto específico de Alexandria, nuestro
destino.
Había tratado de mantener la calma luego de recibir la
información del paradero de Darius, y mientras armábamos
el plan, pero cuando íbamos de camino, la agonía me
encontró de nuevo. Rogué para que el doble desempeñara
bien su parte sin dañar de gravedad a Darius, ya que era
inevitable que actuara como Fantasma esperaba, sin
recurrir a los golpes.
—Deadpool hace su aparición —murmuró Sombra con
diversión.
Había pasado una hora desde que nos vimos y yo
acababa de llegar junto a Caleb y Maokko al punto que
acordamos. Los tres vestidos con nuestros uniformes de La
Orden en color Vinotinto. Llevaba mi katana asegurada en la
parte trasera de mi tahalí y algunas armas de fuego en los
cinturones tácticos de mis muslos, así como dagas. Me puse
la capucha, pero no la mascarilla hasta que llegara el
momento.
—¿Cómo sabes que me gusta Deadpool? —cuestioné, ya
que me tomó por sorpresa que me llamara así.
—No lo sabía —aclaró—, solo te hice una broma por el
uniforme que llevas. Desde que te vi en Tokio, pensé en ti
como la versión femenina y sexi de ese antihéroe. —Medio
sonreí por la explicación.
—Deja los halagos para… —Callé y negué al analizar lo
que diría.
—¿Para luego? Por supuesto. Me los reservaré para
cuando vuelva a tenerte desnuda debajo o encima de mí —
aseguró y maldije por lo que sus palabras provocaron en mi
entrepierna.
—Eso no volverá a…
—¡Bueno, chicos! Llegó la hora de que los profesionales
actuemos —nos interrumpió Maokko y Sombra rio porque
me quedé con la declaración a medias una vez más.
—¿Ves? Hasta el destino te silencia porque sabe que es
inevitable que tú y yo no volvamos a estar juntos —se mofó
en voz baja.
Caleb llegó minutos después de mi amiga (ambos se
habían quedado detallando unas cosas a unos pasos detrás
de mí), informándonos que todos estaban en sus posiciones
y solo esperábamos indicaciones de Marcus y los demás
para actuar. Mientras lo hacíamos, la asiática se dedicó a
charlar con Sombra, dejando, por supuesto, los filtros de
lado, y estaba segura de que debajo de la máscara, el Chico
oscuro sonreía por las ocurrencias de esa loca. Incluso el
rubio lo hacía, por más fastidiado que intentara mostrarse,
para seguir dejando claro que no toleraba a ese integrante
inesperado que teníamos.
—Si la pequeña Sigilosa aquí presente no fuera celosa o
posesiva contigo, te aseguro que yo misma te daría un poco
de mi luz, querido Sombra —aclaró Maokko y me limité a
negar con la cabeza.
—Así pienses lo contrario, Marcus podría olvidar que soy
su jefe si me atrevo a mirarte. Eso sin contar con que no
busco luz en mi vida, asiática loca. Me he decantado más
por las reinas oscuras y sanguinarias —respondió Sombra y
el idiota me guiñó un ojo para que me quedara claro de lo
que hablaba.
Gracias al cielo que Caleb estaba un poco retirado en ese
instante para que no escuchara a esos dos hablando
estupideces.
—¿Y quién dijo que yo no soy una reina oscura y
sanguinaria? —inquirió ella—. Y me ofende que saques a
colación a ese imbécil. Él tiene novia y no somos ni siquiera
amigos, así que no tiene por qué fijarse en quién me mira.
¿Así que era eso? Esa era la razón de que Maokko se
mostrara indignada con Marcus, aunque supuse que había
algo más.
—Y este otro imbécil también tiene novia, pequeña
mierda. Así que calla y concéntrate —bufé para Maokko,
refiriéndome a Lía.
Vi la intención de Sombra de replicar, también la de mi
amiga, pero por fortuna, Caleb gritó:
—¡Es hora!
De inmediato, la adrenalina que contenía en mi cuerpo
hizo su aparición. Me coloqué la mascarilla y preparé para lo
que íbamos a desatar.
El edificio en el que tenían a Darius estaba abandonado,
pero muy bien custodiado por varios Vigilantes como
Sombra lo había previsto. Ir allí con pocos hombres habría
sido un maldito suicidio, y era bueno que, aunque no fuimos
con muchos, llevábamos a los mejores.
—No te mantengas cerca de ella —recomendó Caleb a
Sombra—. Si lo haces todo se irá a la mierda.
—Voy con Maokko —avisé. Caleb asintió y Sombra solo
observó, debatiéndose entre obedecer o no.
No esperé su respuesta y corrí junto a mi amiga y
compañera de batallas. Ese no iba a ser un rescate fácil,
pero haríamos lo mejor. Llegamos hasta el punto ciego del
edificio y logramos colarnos sin ningún problema en el
interior. Tratamos siempre de cuidarnos la espalda y
avanzamos sin ningún percance. Me adelanté en un pasillo
y escuché un golpe sordo a mi espalda, me giré y encontré
a Maokko con su ninjato clavado en el pecho de un tipo.
Como lo dije antes: siempre cuidándonos las espaldas.
Seguimos y derribamos a varios tipos a nuestro paso
hasta que llegamos a un salón amplio. Quisimos continuar
nuestro camino con rapidez, pero nos fue difícil cuando, de
la nada, estuvimos rodeadas por varios hombres.
—¡Miren, chicos. Nos llegó diversión! —exclamó uno que,
al parecer, era el líder del escuadrón.
—¿Lista? —susurró Maokko, pegando su espalda a la mía.
—Siempre —respondí y tomé mi posición de combate.
Ambas arrastramos el pie derecho hacia atrás (como
cuando un toro se prepara para atacar a su torero) en señal
de sincronía. Sensei Yusei nos enseñó a luchar de esa
manera, era la danza de la muerte, como solía llamarla. El
movimiento de nuestro pie marcaba el inicio y con eso
sabíamos que cada golpe o desplazamiento que haríamos
sería acorde.
—Hora de matar —le dije a Maokko en el momento que vi
al tipo líder haciéndole una señal de cabeza a los demás
para que se nos fueran encima.
La cacería dio inicio.
Me abalancé contra el primero, y cuando quiso golpearme
me tiré al suelo y lo esquivé, acariciando de paso su cuello
con mi katana. La sangre me salpicó el rostro y agradecí
tener la mascarilla puesta. Dos más me atacaron con los
sables que desenfundaron en cuanto maté a su compañero.
Y mientras luchaba, analicé que los Vigilantes también
solían usar armas orientales en las luchas, una costumbre
que supuse les dejó Aki Cho.
Mis movimientos fueron rápidos y, aunque recibí algunos
puñetazos, pude recomponerme y actuar como fui
entrenada. Maokko sabía darle un uso maestro a su ninjato
y peleó a mi lado con la misma letalidad que yo manejé.
Pero más hombres llegaron y temí no lograr mi objetivo.
Uno de ellos, logró conectar una patada en mi tobillo y me
desestabilizó. Caí al suelo amortiguando el golpe, aunque
aun así el aire abandonó mis pulmones. El maldito intentó
clavarme su sable, pero lo contuve con mi katana y jadeó de
pronto.
—Mierda —me quejé, cubriéndome el rostro a duras
penas cuando la sangre le salió de la boca y después cayó
al suelo.
—¿Estás bien? —preguntó Sombra. Él acababa de
atravesar al tipo con su sable.
Me tendió la mano para ayudarme a poner de pie y la
tomé.
—Se supone que te mantendrías al margen, fue una orden
—le recordé.
—Tu manera de decir gracias es única —se burló—. Y no
olvides que soy más del tipo que da órdenes y no del que
las recibe.
No le respondí, me concentré en mirar a mi alrededor y vi
que Caleb también había llegado a ese salón y estaba
luchando junto a los demás de nuestro equipo. Aproveché la
ayuda y seguí mi camino hasta donde se encontraba Darius,
aunque no sin antes notar que Sombra le hizo una señal a
Maokko para que me siguiera y ella asintió. Corrimos sin
perder más tiempo porque era seguro que ya alguien
hubiera dado la alerta y teníamos que actuar con rapidez.
Escuchaba voces a lo lejos y me guie por la robotizada
que me era familiar, pero cuando llegamos hasta el salón,
mi corazón se detuvo con la imagen frente a mí.
«Era demasiado tarde».
—¡Joder, no! —susurré o creí que lo hice.
El doble de Sombra estaba parado frente a Darius, Marcus
y otros Vigilantes que no eran aliados. Siguiendo el plan,
Maokko atacó a los tipos sin matarlos a todos porque
debíamos dejar testigos. Otros de nuestros compañeros de
La Orden se unieron junto a los Grigoris.
Yo no podía apartar la mirada del chico frente a mí. Darius
se encontraba colgado del techo, amarrado de las manos,
con los ojos cerrados e hinchados y de un color púrpura que
casi se confundía con negro. No tenía camisa y todo su torso
estaba manchado de sangre. Mi corazón se oprimió al
imaginar que lo usaron como saco de boxeo. Le dejaron el
rostro desfigurado, su barba escurría líquido carmesí y no
veía que su pecho se moviera.
Lo peor pasó por mi cabeza.
—¿Dime que no fuiste tú? —pedí al doble, conteniendo las
lágrimas cuando mi gente dejó inconsciente a los únicos
tres testigos que dejaríamos con vida aparte de nuestros
aliados.
—No, Bella. Lo encontramos así, lo siento.
La ira me cegó ante lo último que dijo. El dolor me oprimió
el pecho porque no quería que Darius muriera y por eso
monté ese operativo suicida. La frustración por no haber
actuado con más rapidez ardió en mi interior y me lancé
sobre el doble, atacándolo sin piedad ya que lo culpaba de
no haber evitado ese final trágico. Y sí, era parte del plan
que yo peleara con él, pero en ese momento no medí mis
ataques.
—¡Él no tenía que morir! —grité.
El dolor me estaba carcomiendo más de lo que creí. Me
afectó demasiado no salvar a Darius y no entendía si se
debía al luto que sufría por Jacob o porque, en realidad,
apreciaba a ese tipo a pesar de no conocerlo bien. Pero el
hecho de que él, habiendo sido criado por enemigos,
decidiera ayudarme a mí por encima de su familia, me hizo
respetarlo.
Darius, que tenía poco de haber llegado a mi vida, fue
más leal que a quien creí mi amigo fiel.
—¡Cálmate! —pidió el doble. No lo hice; en su lugar, lo
derribé y me preparé para clavarle la katana en el pecho—.
¡Bella, no está muerto! —gritó y me detuve justo a tiempo.
Lo dejé tirado y corrí enseguida hacia Darius para
comprobar que no mentía. Marcus lo estaba soltando de los
amarres, ayudado por Ronin y Cameron, quienes sostenían
el cuerpo herido. Escuché un leve quejido de su parte y
sentí que los ojos me ardieron.
Todavía seguía consciente.
—Estarás bien —susurré acariciándole la cabeza.
—Be... lla
—Shhh —dije aliviada de oírlo.
—Gra... graci... as
—Calla, idiota —pedí soltando una lágrima y lo vi medio
sonreír—. Sáquenlo de aquí —le ordené a Ronin, Maokko y
Salike—. Acompáñenlos y no paren hasta llegar al hospital
—dije para los otros Sigilosos.
—Vaya que eres ruda —murmuró el doble llegando a mi
lado.
—Espero que de verdad no te hayas tomado en serio el
papel de torturador —advertí.
—Juro que no. No me va el torturar si es para violencia —
aseguró y negué al comprender cómo sí le iba.
Miré a mi gente sacar a Darius de ese lugar. Marcus y
Cameron tomaron otro rumbo porque todavía había que
lidiar con los Vigilantes que seguían luchando en nuestra
contra y no se podían arriesgar a que los vieran conmigo. El
doble peleó a mi lado y cuando al fin conseguimos salir del
edificio, noté el reguero de muertos que dejamos.
—¿Y Sombra? —le pregunté a Caleb al encontrarlo con
Max y Dom.
—Se aseguró de que salgamos sin problemas de aquí y
ahora mismo va a reunirse con Lía para que ella no vaya a
sospechar de él —informó.
Tensé la mandíbula al imaginar lo que haría para que la
tipa no dudara de él.
Marcus y Cameron se fueron con Sombra. El doble me
siguió hasta el coche en el que me conduje con Caleb y
Maokko, y mi amigo aseguró que nuestros compañeros
partieron media hora antes de que yo consiguiera salir del
edificio, para cumplir mi orden de llevar a Darius al hospital.
—Salgamos pronto de aquí —sugirió Caleb. Él era el
encargado de conducir y Dom se subió como copiloto. El
doble se metió en la parte trasera conmigo mientras que
Max iría en otro coche con algunos Grigoris.
Éramos tres coches en total los que nos quedamos de
último.
—Apresúrate —lo animé sin dejar de mirar a mi alrededor.
Caleb ya iba a toda marcha para salir pronto de ese
territorio donde nos encontrábamos, pero mis sentimientos
estaban a flor de piel después de creer a Darius muerto y
saber que Sombra iba a reunirse con Lía.
—¡Demonios! —espetó Sombra falso a mi lado—. Los
refuerzos han llegado —avisó y mi cuerpo reaccionó a dicha
alerta.
Escuché a Caleb maldecir cuando en la carretera vimos
que varios Jeeps descapotados se acercaban a toda marcha,
y en cada uno logramos contar al menos a siete Vigilantes,
armados hasta los dientes.
—Dime que Maokko y los demás lograron continuar sin
problemas —pedí a Caleb.
—La última vez que me comuniqué con ellos, estaban
llegando al hospital más cercano —afirmó y asentí con
alivio.
«Al menos lograste tu objetivo».
Era lo único que agradecía.
Caleb no bajó la velocidad de nuestro coche, y tampoco
trató de retornar, porque eso nos obligaría a meternos en
una persecución, y no teníamos idea si del lado contrario
encontraríamos a más Vigilantes, así que la única opción
viable era enfrentarnos e intentar huir por donde íbamos.
Y por si lo que estaba pasando fuera poco, el doble de
Sombra me tomó por sorpresa cuando lo vi sacándose el
pasamontañas sin importarle que lo viéramos.
—¡Dios! Pudiste haber escogido otra oportunidad para
hacer esto —indiqué y él sonrió de lado.
Era un tipo muy guapo y, a pesar de la situación, detallé
una barba incipiente y clara. Sus rasgos eran duros, con
nariz recta y labios medianos. Tenía el cabello castaño,
aunque con las puntas doradas, dándole un aspecto de
chico de playa junto a su tez trigueña. Noté tinta en la poca
piel que vi de su cuello, parte de un tatuaje que supuse
comenzaba en su nuca. No supe si mi adrenalina aumentó
por verlo sin la máscara o por el problema que teníamos
encima.
«¿Y si era nuestro Sombra?»
Era una posibilidad que, por un momento, me emocionó a
pesar de la situación.
—El plan se fue a la mierda —bufó y ambos nos miramos
a los ojos—. Hubiese querido mostrarte mi identidad en
otras circunstancias, pero no fue posible. —Mi corazón dio
un vuelco al escucharlo y no entendí la razón—. Pase lo que
pase, no te alejes de mí, Bella —pidió.
Quise decirle algo, pero no pude porque, en ese
momento, impactaron el coche que iba adelante de
nosotros, y seguido de eso, alcanzaron el nuestro.
—¡No! —gritó Caleb.
Ese fue todo el aviso que tuve de que lo que sucedió fue
grave, aunque seguí en silencio en ese momento, porque un
humo blanco inundó nuestro coche y sentí que comenzaba a
desvanecerme, con los ojos demasiado pesados y sin la
fuerza suficiente para mantenerlos abiertos.
Bienvenida oscuridad.

Desperté con un terrible dolor de cabeza, sentada en una


silla de madera, amarrada con las manos hacia atrás y los
pies a las patas de la silla. Lo último que recordaba era ver a
Sombra quitándose la máscara, el impacto del coche, el
humo blanco y luego la oscuridad.
Sombra.
No tenía idea de si en realidad era el verdadero o su
doble, tampoco sabía qué sucedió con él, Caleb y los demás
Grigoris que me acompañaban. La preocupación me lamió
la piel y el corazón se me aceleró, pero entonces un leve
jadeo llamó mi atención. Busqué de dónde provenía y me
encontré a mi amigo sentado en el suelo, amarrado a una
viga.
—¿Caleb? —lo llamé y me asusté porque no respondió.
Estábamos en una especie de habitación sucia e inmunda y
únicamente una triste bombilla nos iluminaba—. ¡Demonios,
pequeña mierda! Responde.
No lo hizo y me preocupé.
Escuché algunos balbuceos afuera de la habitación y
negué con la cabeza, riendo con burla hacia mí misma por
permitir que una vez más me atraparan. Era una mierda, y
aunque pensé que esa vez sí podrían matarme, tenía menos
miedo que antes, porque ya no era la chica que apenas
estaba conociendo este mundo. Además, me encargué de
proteger con maestría a mi tesoro para que nadie
consiguiera llegar a él si me eliminaban.
Después de todo, sí valió la pena que me mantuviera
alejada de los míos para que nadie conociera mi mayor
debilidad.
—Caleb, despierta —pedí una vez más y él jadeó.
Estaba noqueado e imaginé que le inyectaron algo más,
además de lo que sea que pusieron en el humo del coche.
Intenté moverme en la silla, pero me resultó imposible.
Quien me ató supo que intentaría de todo para salir de esa
situación y se aseguró de que no tuviese ninguna
oportunidad. Las voces de antes se hicieron más claras y mi
respiración aumentó cuando escuché esa robotizada. La ira
suplantó a la preocupación y sus tentáculos activaron la
adrenalina en mi cuerpo.
—¡Cuida que no pase o me lo pagas con tu vida de
mierda! —ordenó el malnacido y la puerta se abrió.
Fantasma lucía como lo vi en Karma, aunque con más
locura en los ojos, además del regocijo porque al fin me
tenía frente a él. Dibujé una sonrisa perversa en mi rostro y
lo miré con el odio más puro que albergaba en mi interior,
gracias a él y a las ratas de sus compañeros, demostrándole
mi necesidad de estar libre para enfrentarlo como tanto
había estado deseando durante tres malditos años.
—Así que la zorra Grigori ha despertado —se burló.
—Zorra, reina, puta, perra, maldita, cabrona, hija de puta.
¿Qué más tienes en tu pobre repertorio de apelativos? —
indagué—. Y no respondas, porque lo único que me importa
es que nunca me podrás llamar cobarde, algo que tú sí eres.
Por eso me tienes que sedar y atar para encontrarte los
jodidos cojones y así enfrentarme —ironicé y reí con
cinismo.
—Para tener mucho que perder, eres muy bocazas —
escupió sin esconder lo mucho que le molestaron mis
palabras—. Y debo admitir que saliste dura de cazar, zorra
de mierda —bufó y me reí para dejar claro que su
inteligencia no daba para inventar nuevos apelativos
despectivos.
Mi actitud lo cabreó a tal punto que no se contuvo más y
me abofeteó con tanta fuerza que me giró el rostro y me
llenó la boca de sangre. Respiré profundo, esperando que el
dolor se calmara, y después volví al ataque verbal.
—No me has cazado, bastardo de mierda, ya que ni para
eso sirves. Me tienes aquí porque yo me expuse. —En ese
momento, no fue una bofetada la que me dio, sino un
puñetazo que me hizo caer al suelo sobre mi costado
izquierdo.
Me golpeé la cabeza en el impacto y gruñí, viendo puntos
verdes y azules, aturdida.
«Era momento de que consideraras la posibilidad de
mantenerte callada mientras estuvieras atada de pies y
manos».
Compañera, me estabas recomendando lo imposible.
Fantasma ordenó a uno de sus hombres que me
levantara, haciendo solo un movimiento de cabeza. Cabe
mencionar que el tipo no lo hizo de forma amable. Cuando
estuve de nuevo frente a él, me di cuenta de que mis
relicarios se habían salido del interior de mi uniforme y
Fantasma se percató de ello, tomándolos con brusquedad y
con la fuerza suficiente para estrangularme con las
cadenas.
Los sostuvo así hasta que sentí que me estaba poniendo
roja.
—¿Cómo se abren? —indagó y sonreí.
—Con amor —satiricé y después escupí su rostro, aunque
lo tenía cubierto por la máscara.
No estaba siendo inteligente.
«¡¿En serio?!»
Tener a ese hijo de puta frente a mí era lo que siempre
deseé, además de arrancarle el puto corazón y cumplirle las
promesas que le hice antes de que él me cumpliera las
suyas.
—Volviste más letal, pero igual de estúpida —susurró y
apretó de nuevo las cadenas de los relicarios en mi cuello,
consiguiendo que el aire comenzara a faltarme—. Y no te
asesino ya únicamente porque necesito que me digas si
Sombra me traicionó.
Me soltó de golpe y jadeé en busca del oxígeno que me
robó.
—Sombra es un maldito lameculos —escupí intentando
parecer convincente.
—¡Estabas con su jodido amigo! —gritó y mis dudas sobre
si era el doble o el verdadero acabaron.
—Lo has dicho tú: estaba con su amigo. Ahí tienes tu
respuesta. —Me dio la espalda y comenzó a hacer gestos
extraños, cegado por la frustración—. ¿Dónde está él? —me
atreví a preguntar.
—Espero que recibiendo su merecido de manos del
hombre al cual traicionó. —Saber que Sombra era el
encargado de castigar al doble me tranquilizó—. Así como
tú y tus perros lo recibirán a cambio de Darius —avisó.
No me asustó su declaración, ya que su frustración me
indicaba que las cosas no estaban saliendo como quería.
Incluso tenerme en sus manos no le satisfacía, y eso me
intrigó mucho, puesto que yo, en su lugar, ya lo habría
matado.
—A veces me pregunto qué es lo que tienes tú —soltó,
girándose para mirarme, pero esa vez de una forma más
maniática que antes y fruncí el ceño al no comprender sus
palabras—. Desde que apareciste, ha sido solo para joder mi
vida. ¡Me han traicionado por tu puta culpa!
—No, bastardo, no te equivoques. Te habrían traicionado
incluso si yo nunca me hubiera cruzado en tu camino,
porque al final quien es traidor siempre encuentra una
excusa —aseveré y me dolió porque eso entendí con Jacob
—. ¡Tú sí jodiste mi vida y todavía no entiendo la razón! —
grité—. Mataste a mi padre, a Elijah y no te conformas —
gruñí.
—No solo los maté a ellos —dijo con malicia y en el
pequeño lapso que se quedó en silencio lo imaginé
sonriendo—. También maté a tu madre —confesó con
orgullo y eso me enloqueció.
—¡Suéltame, hijo de puta! ¡Hazlo y repíteme eso cuando
ambos estemos de igual a igual! —exigí y rio.
Nunca creí que mi odio por él podría aumentar hasta que
abrió la boca para confesar que me arrebató a mi madre,
como si estuviera conversando del cambio de clima. Y
entonces me di cuenta de que ese malnacido me jodió la
vida desde mucho antes de cruzarnos.
—Tú y yo jamás seremos iguales, maldita puta —se mofó.
—Y tienes toda la razón —concedí—. Yo jamás seré una
bastarda cobarde.
—¡Cállate! —gritó—. ¡Y no vuelvas a llamarme así! —rugió
alzando la mano para volver a golpearme, pero Sombra
apareció.
Abrió la puerta con tanta brusquedad que casi la arrancó
de sus bisagras y entró siendo una tempestad que arrasaba
con todo a su paso, como una catástrofe a punto de
suceder. Marcus, Cameron y otros lo siguieron, con las
armas alzadas para contener a los súbditos que llegaron con
Fantasma. Y fue increíble ver cómo ese Chico oscuro se
abalanzó contra Fantasma, lo tomó del cuello y lo empotró a
la pared, manipulándolo como a un simple muñeco de
trapo.
—Tócala de nuevo y no respondo —rugió Sombra en su
cara y mi corazón corrió como un caballo a galope en plena
guerra.
Fantasma pataleó y quiso golpearlo, pero Sombra fue
astuto y le contuvo las piernas con las suyas.
—No olvides tu posición —espetó Fantasma con dificultad,
intentando apartar las manos de Sombra de su cuello—. Y
tampoco tu promesa.
—¡Entonces cumple tú la tuya! —exigió Sombra y lo soltó.
Fantasma tosió y jadeó en busca del aire robado—. ¡Ella se
va ahora mismo de aquí y después tú y yo arregláremos
esto! —advirtió.
—¡Fue esta perra la que se metió en mi territorio y me
provocó! ¡Mierda, Sombra! Hizo que tu amigo te traicionara
y lo vistió como tú para hacer que te maten —reclamó
Fantasma y en silencio admiré el excelente plan de Caleb—.
No quise romper nuestra promesa —añadió casi en un
susurro y noté las ganas que tenía de acercarse a él.
Y me descolocó que un tipo que se creía tan duro
reaccionara con miedo o preocupación por la actitud de
Sombra, lo que me provocó reír y negar burlona por la
situación tan patética.
—Para ser un líder, actúas tan débil, pequeño bastardo —
me burlé.
Fantasma enloqueció más y quiso irse contra mí, pero
Sombra lo detuvo. Marcus llegó a mi lado y con la mirada
me pidió que callara y eso solo consiguió que me carcajeara
más. Aun así, el moreno cortó los amarres que me
mantenían en la silla. Y sí, correr hacia Caleb era mi
prioridad para asegurarme de que estuviera bien. Sin
embargo, ese bastardo hijo de puta encendió la chispa de la
maldita ira en forma de pólvora que guardaba en mi interior
cuando me confesó lo de mi madre, así que lo ataqué.
Ninguno esperaba mi reacción, así que me fue muy fácil
plantarle un fuerte puñetazo en el rostro y, antes de que
Fantasma reaccionara, lo golpeé en el estómago haciendo
que todo el aire lo abandonara. Incluso así supo defenderse
e intentó golpearme de nuevo, pero me impulsé con el pie
derecho y salté hasta conectar mi rodilla izquierda en su
mandíbula.
Cayó al suelo como el costal de mierda que era y cuando
quise llegar de nuevo a él, sacó un arma y me disparó.
En una fracción de segundo, mi corazón se aceleró al
saber lo que me esperaba y casi se me salió del pecho
cuando vi a Sombra frente a mí, apartándome del camino
del proyectil y llevándome al suelo con él encima de mi
cuerpo, aunque amortiguando mi golpe con sus brazos.
«¡Eso no podía estar pasando!»
—¡No! —grité al darme cuenta de lo que mi conciencia
quiso decir.
Sus brazos me sostenían con debilidad, mientras que con
el cuerpo me protegió del impacto de bala. Se puso delante
de mí sin dudar un segundo, evitando que fuese herida.
—¡Demonios, Sombra! ¡Tú no! —escuché gritar a
Fantasma cuando se percató de lo sucedido.
Su declaración fue la confirmación que me hizo ser
consciente de la realidad, y deseé que Sombra jamás se
hubiera cruzado en el camino y que esa bala me cayera a
mí y no a él.
—¿Por qué? —dije con agonía cuando sus ojos se
conectaron con los míos, mostrándose preocupado por mí
cuando fue él quien recibió el impacto.
—Que vivas siempre será mi prioridad —afirmó con la voz
débil.
Llevaba la misma máscara de Ghost, así que miré
horrorizada cuando esta se manchó de rojo a la altura de su
boca.
—Tú no, Sombra —susurré—. Ya me dejaron una vez, tú
no, por favor —supliqué—. Prefiero la muerte antes que
tener que vivir con el dolor de perder a alguien más —
aseguré con aflicción cuando noté que sus ojos perdían
brillo.
—¡Sácala de aquí! —gritó Fantasma.
—¡No! —grité cuando Marcus me sacó de debajo del
cuerpo de Sombra—. ¡Mierda, no! —volví a gritar al ver que
Fantasma intentaba hacer algo por él.
Sombra quedó tirado en el suelo, sobre su estómago, y
noté una enorme mancha de humedad en su espalda, junto
al agujero de la bala. Y a pesar de todo, él me miraba a mí,
y las lágrimas me abandonaron porque temí que en realidad
ya no me estuviera mirando.
—¡Por favor, Isabella! Cálmate o lo vas a exponer —pidió
Marcus, hablándome en el oído.
Luché por zafarme, pero fue imposible. El mastodonte era
fuerte, y quise gritar una vez más, aunque a pesar de la
bruma en mi cabeza sabía que tenía razón e intenté
calmarme.
—¡Llamen al puto doctor! Se está muriendo —gritó
Fantasma con agonía mientras auxiliaba a Sombra.
Cameron ayudaba a Caleb y Marcus consiguió sacarme
del inmundo cuarto, pero antes de que la puerta se cerrara,
vi a Fantasma quitarse la máscara y el gorro con el que
protegía su identidad. Estaba dándome la espalda, y aun así
lo reconocí y comprendí todo.
«¡Dios mío, el Chico oscuro!»
Mi conciencia me regresó a lo que pasaba, lo importante
en ese momento: mi Chico oscuro.
Se estaba muriendo, comenzó a convulsionar y verlo así
me hizo olvidar lo demás. Quise exigir que lo salvaran, pero
tuve que contenerme. Marcus corría conmigo sobre su
hombro y vi a varios Vigilantes llegar.
—No mueras —susurré. Y no pude ver más.
«Él era capaz de dar la vida por ti».
¡Sí! Pero no quería a nadie más que muriera por mí.
Necesitaba a alguien que, a pesar de toda la mierda que nos
rodeara, fuera capaz de vivir por mí.
Solo por mí.
Capítulo 34
Italia

Caminé de un lado a otro en el pasillo del hospital,


pensando con amargura que en lugar de ir a un hotel o al
apartamento, mejor hubiera rentado una habitación de
hospital, ya que desde que volví me la había pasado en esos
lugares.
Un doctor me revisó cuando llegué y me dio un
medicamento para contrarrestar los efectos del sedante y el
dolor que me provocó el golpe que me llevé en la cabeza.
Caleb estaba dormido, ya que a él le inyectaron una dosis
más del que llevaba el humo que lanzaron al coche, y según
lo que me explicó Isamu, nos dispararon un dispositivo que
detuvo el Jeep y, aparte, diluyó el sedante en los filtros de
aire.
Menos mal, solo a Caleb, el doble de Sombra y a mí nos
secuestraron, a los demás los dejaron inconscientes en los
coches, pues como nos moverían, no les importó que
pudieran informar de lo sucedido al despertarse. Max le
avisó a Isamu lo que sucedía en cuanto reaccionó, y este a
su vez se puso en contacto con el Chico oscuro. Él fue quien
descubrió nuestra ubicación, puesto que nos llevaron a otro
lugar lejos del edificio donde tuvieron a Darius.
Marcus y Cameron nos sacaron del edificio luego de lo de
Sombra, pero Isamu, Ronin, Max y Dom nos esperaban a
dos millas de allí. Y no quería irme sin asegurarme que
atendieran al Chico oscuro, pero mi presencia solo
empeoraría todo y necesitaba llevar a Caleb al hospital.
Además, Cam me prometió mantenerme al tanto sobre
Sombra y, a pesar de que eso no me tranquilizó mucho, sí
me convenció para irme sin mirar atrás.
Habíamos llegado al mismo hospital en donde llevaron a
Darius, él ya estaba estabilizado y el doctor descartó daños
graves a pesar de los golpes internos y un cabestrillo que
tendría que usar en el brazo derecho. Isamu se estaba
haciendo cargo de todo en lugar de Caleb y, aunque no
quería, tuve que avisarle a Dylan y a Tess lo que pasó para
que estuvieran pendientes y se protegieran más.
—Joder, Isa. Lo siento, pero debo decir esto: has
comprometido la extracción de los Gibson por ir a salvar a
un puto Vigilante —se quejó mi hermano y respiré hondo.
No lo juzgaría porque tenía toda la razón. Comprometí la
seguridad de la familia del senador, pero no por un Vigilante
como él aseguró.
—Sé que es difícil de entender, pero no veo a Darius
como un Vigilante. Él me ayudó a entrar a Karma e hizo
todo lo que estuvo en sus manos para sacarme de allí sana
y salva cuando le era más fácil atraparme y entregarme a
sus jefes, Dylan. Y tú sabes cómo soy con las personas que
se ganan mi respeto. ¡Mierda! Fuiste testigo de lo que fui
capaz de hacer por Jane cuando apenas la conocía.
Lo escuché bufar, me tenía en altavoz para que Tess
también fuera parte de la conversación.
—Miremos el lado bueno: al menos ese malnacido de
Sombra está muriendo y eso les dejará claro a los Vigilantes
que no estamos jugando y se lo pensarán mejor para
atacarnos —lo animó Tess, aunque a mí ya no me cayó en
gracia que se regocijara con lo que le pasó al Chico oscuro.
Pero tampoco se los reprocharía cuando el objetivo
siempre fue destruir a los Vigilantes desde adentro, así
como ellos hicieron con nosotros. Y aseguré que no me
importaría arrastrar a Sombra en esa caída, porque desde
un principio decidí usarlo como un medio para nuestro fin.
«Pero ya no te era fácil pensar así desde que recibió esa
bala por ti, ¿cierto?»
Tragué con dificultad por lo que me hizo ver mi
conciencia.
Terminé de hablar con mi hermano y Tess tras asegurarles
mil veces que estaba bien. Luego, Isamu me avisó que
Marcus pidió apoyo para rescatar al doble de Sombra, ya
que él también corría peligro de muerte. No dudé en dar la
autorización para enviar a nuestros compañeros Sigilosos en
esa misión, y media hora después, lo recibieron en el
hospital. Aprovechamos que los Vigilantes estaban
distraídos por el atentado a uno de ellos para rescatarlo sin
mayores problemas. Aceptaba que, por un momento, deseé
que fuera el verdadero Sombra solo para dejar de sentir esa
presión en mi pecho que me estaba costando ignorar.
—¿Estás bien? —preguntó cuando terminaron de revisarlo.
Isamu lo llevó a dónde yo me encontraba y me sobresalté
al verlo, no porque iba cojeando y sosteniéndose un lado del
tórax como si le dolieran las costillas, sino porque sus ojos
eran tan grises que me sentí envuelta en un día nublado. Y
juré que si se hubiera presentado ante mí con la máscara
puesta, habría caído de rodillas creyendo que era Elijah.
—Usaba lentillas —explicó lo que era obvio y le regalé una
sonrisa de labios apretados.
—¿Tú estás bien? —pregunté intentando recomponerme.
Él asintió.
—Sombra me dio algunos golpes. No estoy seguro de que
los fingiera, pero estoy bien. —Deduje que lo último lo dijo
para animarme.
No lo logró.
—¿Sabes algo de él? —Negó con la cabeza y exhalé un
largo suspiro.
—Lo último que supe fue que lo sacaron del edificio en un
helicóptero. —La presión que sentía en mi pecho comenzó a
parecerse al dolor—. Fantasma no lo dejará morir —aseguró
y le agradecí que mencionara ese nombre porque consiguió
que me embargara la ira y eso se sentía mejor.
—¿Tú conoces la identidad de Fantasma? —Asintió en
respuesta.
—No me preguntes nada de eso porque hay cosas que no
tengo permitido hablarlas. —Me limité a bufar porque ya me
lo esperaba, pero lo acepté porque ya no era necesario que
dijera más—. Me llamo Dominik, por cierto.
—No vi que usaras collar para cambiar tu voz, Dominik, y
tampoco tienes un piercing en la lengua como Sombra —
señalé.
Su acento, además, era muy estadounidense, así que no
logré identificar por medio de ello de dónde era en realidad.
—Ese tipo de dispositivo solo lo usa Sombra. Yo llevaba
uno que se adhiere a una muela, además de unos parches
que se colocan aquí. —Se tocó con los dedos entre la
barbilla y la garganta, por donde estaban las cuerdas
vocales.
Me explicó también que el piercing de Sombra era una
joya sofisticada, ya que no se movía como normalmente se
podía hacer con los otros piercings, sino que este estaba
bien incrustado en su músculo vocal para que tocara los
nervios que iban directo a sus cuerdas vocales, lo que hacía
imposible que el cambiador fallara y, por ende, lo delatara
al dejar escuchar su voz normal.
Cuando Sombra me confesó en la cabaña que su
cambiador estaba en el piercing, no le di importancia a su
funcionamiento hasta que tuve la curiosidad por lo que
Dominik me dijo del suyo.
Y no solo hablábamos de eso durante el tiempo que
estuvimos conversando, también nos metimos a temas
triviales sin tocar nada que lo comprometiera, y descubrí
que era un tipo genial, de buen humor y fácil de tratar.
Inspiraba confianza, pero no de esa que me haría hablarle
de mis secretos mejor guardados, sino de una en la que
sabía que podíamos charlar y charlar por horas con la
certeza de que me escucharía sin aburrirse.
—Sé lo que haces —le dije de pronto y él sonrió.
—¿He ayudado?
—Un poco —admití y puso una mano en mi hombro.
Estábamos sentados uno junto al otro.
Había notado que me llevó por conversaciones triviales,
no para no comprometerse, sino para hacer que dejara de
pensar en lo sucedido. Y así lo consiguiera, el dolor agónico
en mi pecho siguió punzando y atragantándome por
instantes.
—Isa, el maestro Cho necesita hablar contigo —avisó
Maokko hablando en japonés.
Ella se había mantenido al lado de Caleb, sin despegarse
de él ni un solo instante, y no porque fueran compañeros o
ex, sino porque, sin importar el pasado, habían rescatado su
amistad, y estaba segura de que ambos se veían como yo
con Elliot.
—Sensei —saludé sin alejarme de ellos luego de tomar el
móvil.
—¿Recuerdas lo que siempre te he dicho? —No me dejó
responder—. La vida da batallas a sus mejores guerreros
porque son los únicos dispuestos a ganarlas. —Bufé una risa
amarga sabiendo que no me diría nada bueno.
—No lo suavice con nada y suéltelo —pedí con el corazón
acelerado y lo escuché suspirar.
Lee-Ang me había comentado que él viajaría a Italia para
reunirse con ellos, luego de que ella y los chicos volvieran al
país junto a Myles y Eleanor.
—Los ojos de Daemon han cambiado de color otra vez.
Aiden está asustado porque lo ve triste y Myles ha
propuesto llevarlo al médico, pero Lee-Ang no sabe qué
hacer porque no son tus órdenes. —Me puse de pie casi de
un salto al escucharlo.
—Pero… eso no puede ser, maestro. Yo hablé con los
chicos anoche y los vi felices, a él sobre todo. Con
demasiada energía para ser sincera —comenté llena de
agonía, frunciendo el ceño y acariciando mi garganta para
que el ardor en ella mermara.
—Si te soy sincero, esto me preocupa, Chica Americana. Y
creo que ha llegado el momento de volver.
Me llevé la mano a la cabeza y solté el aire por la boca,
apretando los párpados con fuerza. Odiaba ser una buena
guerrera y me daba miedo perder la batalla.
—Llegaré allí lo más pronto que pueda —aseguré y corté
la llamada.
Volví a sentarme manteniendo los ojos cerrados. Tomé el
relicario entre mi mano y me aferré a él, intentando pensar
con claridad. Ya ni debía sorprenderme que cuando alguna
dificultad llegaba a mi vida, más le seguirían, porque según
parecía, era tan buena guerrera que decidían enviarme todo
en masa. Cinco años atrás me pasó con la muerte de mamá,
que desencadenó una serie de situaciones dos años
después que terminaron en mi secuestro, el asesinato de
papá, descubrir mi verdadero mundo, luego mi siguiente
tortura, la muerte de Elijah, para rematar yéndome del país.
Y ahora, el atentado de Myles, el de Elliot, la traición de
Jacob, Darius hospitalizado y Sombra luchando entre la vida
y la muerte. Agregando además en mi lista a Daemon, con
quien no entendía por qué sus ojos se tornaban a otro color
o la razón en sus cambios de humor tan bruscos, y a Aiden
asustado de eso. Ellos que eran lo más grave e importante
en mi vida: mis talones de Aquiles. Las únicas personas por
las cuales me convertiría en un verdadero infierno, pero
también en la más dócil de las damiselas.
«Tu verdadero tesoro».
Y mi secreto mejor guardado.
—¿Pasa algo? —preguntó Dominik y negué con la cabeza.
—Sí, que estoy viva y mientras me mantenga así, los
problemas jamás acabarán —respondí exasperada y
después saqué una bocanada de aire por la boca—. ¿Dónde
está Isamu? —le pregunté a Maokko.
—Cerca de la enfermería —avisó y asentí poniéndome de
pie—. ¿Qué pasa, Isa?
—Estás a cargo de todo hasta que Caleb se recupere —
avisé y susurró un mierda al intuir que viajaría—. Y tú,
concéntrate en recuperarte, mi gente se encargará de
protegerte —le dije a Dominik.
—Gracias, Isabella. He hablado con mi hermano y él se
encargará de sacarme del país —informó y asentí.
—Hasta que él lo consiga, tienes a mi gente —reafirmé y
me sonrió agradecido.
Le di un asentimiento como despedida y, tras eso, busqué
a Isamu con Maokko a mi lado y le comenté lo que pasaba
en Italia. Vi su preocupación y me aseguró que podía irme
tranquila, que ella se encargaría de todo hasta que Caleb
pudiera tomar de nuevo las riendas.
—¿Crees que Elliot está en condiciones de viajar? —le
pregunté a Isamu en japonés al encontrarlo y alzó una ceja.
—Lo vi desesperado por volver a su vida normal. De
hecho, les pidió a sus padres que regresaran a California
porque él estaba bien —respondió también en su idioma,
sabiendo que intentaba que nadie nos entendiera—. Creo
que le urgía tener privacidad con la rubia —añadió y sonreí.
—Estoy a punto de joder eso, si él quiere, claro —señalé
—. Por cierto, encárgate de tener listo el jet lo más pronto
que sea posible. Dom puede ayudarte con eso.
—¿A dónde iremos y cuándo quieres que viajemos?
—A Italia y quiero hacerlo en un par de horas. Solo Ronin
y tú me acompañarán esta vez. Salike se quedará aquí
cubriéndome.
—Perfecto.
Dicho eso, saqué mi móvil y marqué el número de Elliot,
quien me respondió al tercer tono.
—¿Estás ocupado o solo? —pregunté sin saludar.
—Estoy con Alice —avisó.
—Necesito pedirte algo sin que ella escuche.
—Habla, puedes hacerlo.
—Voy a viajar en un par de horas, ¿quieres
acompañarme?
—¿Es a dónde creo?
—Sí.
—Cuenta conmigo —aceptó de inmediato.
—Gracias, Elliot. Ronin irá por ti —avisé y corté la
llamada.
El ojiazul no tenía ni la menor idea de cuánto lo
necesitaba a mi lado.
Una hora después, la adrenalina al fin había abandonado
mi cuerpo por completo y las ganas de llorar se
intensificaron junto al ardor en mi garganta, pero me
contuve porque no quería perder la fortaleza que con
diciplina y frialdad había conseguido. Mi lado coherente ya
me estaba pidiendo que desistiera de la justicia que
buscaba, pero mi lado incoherente me obligaba a no parar
hasta obtenerla y deshacerme de los enemigos que me
impedían ser libre y feliz con las personas que amaba.
Así que debía aguantar un poco más.
Dom, Max y Salike nos llevaron hasta el hangar a Isamu y
a mí. Ronin y Elliot ya nos esperaban ahí, y cuando este
último me vio se sorprendió de los golpes en mi rostro, ya
que Isamu nunca le dijo por lo que pasé sabiendo que solo
lo preocuparía y él no podía hacer nada en su estado.
—Pero qué demonios, Isa. ¿Qué te ha pasado? —preguntó
tomándome del rostro.
Él lucía mejor de lo que lo vi el día anterior.
—Prometo que voy a contártelo, pero ahora solo
abrázame —pedí, temiendo hacerlo yo y lastimarlo en el
proceso.
—Joder, cariño. Eres como una niña traviesa a la que
descuido en un segundo y ya ha hecho un desastre —se
quejó en son de broma mientras me envolvía en sus brazos
y solté una risa ahogada.
—Dices esto porque no conoces a los chicos —aseguré y
lo sentí darme un beso en la cabeza.
—Así que va a pasar. Voy a conocerlos y no solo por
medio de esa foto —analizó incrédulo, tocando mi relicario
al alejarse de mí.
—Es un viaje repentino porque algo sucede con Daemon y
necesito averiguar de qué se trata —expliqué y vi la
preocupación inundar su rostro.
—Sea lo que sea, no olvides que son parte de ti y eso
significa que van a superarlo —aseguró y asentí con una
sonrisa—. Gracias por permitirme estar con ustedes.
—Cuando volví, sabía que solo a ti podría confesarte mi
razón para irme, porque eres la persona en quien más
confío, Elliot. Por eso, necesito que me acompañes —
aseguré y fue su turno de sonreír.
—¿Crees que me adorarán tanto como me adoras tú? —
bromeó.
—No, mis pequeños van a adorarte tal cual te adoró su
padre —devolví y, después de muchos días, reí de verdad al
ver su reacción.
«Era momento de presentarle a los clones».

En esta ocasión no le oculté nada a Elliot. Ni siquiera omití


las veces que me vi con Sombra y de que, en efecto, él era
el único responsable de su ataque, así como las razones que
lo llevaron a asesinar a Caron. Y por supuesto que no le
gustó y me hizo sentir como una chiquilla a la que debía
hacerle entender todo lo que estaba haciendo mal,
recordándome mis prioridades y en eso le di razón. Así
como él me la dio a mí al entender mi necesidad de
deshacerme de Fantasma, pues mientras esa escoria
viviera, nunca tendría tranquilidad.
El mundo era demasiado pequeño para mí y los
Vigilantes. Así que, si quería tener un futuro feliz con mi
gente, tenía que acabar con esas ratas.
Llegamos a Italia casi treinta y seis horas después de que
salimos del hangar en Virginia y mi cuerpo resintió el viaje.
Las horas del vuelo hubiesen podido ser menos, pero
teníamos que hacer algunas escalas en diferentes países
para no ser rastreados. Siempre hice ese ritual, y no por mí,
sino para que nada ni nadie pudiese llegar a mis hijos.
Mis hijos.
Ellos eran el regalo más especial que Elijah me dejó y,
aunque fui su mayor amenaza cuando traté de suicidarme,
porque no sabía que los llevaba en mi vientre, me convertí
en su protectora desde el instante en el que abrí el segundo
sobre que Laurel me entregó en la clínica St. James.
Por mis hijos hui, para protegerlos y fortalecerme, para
ser la madre que ellos necesitarían, la guardiana que no
dejaría que el destino al que estaban expuestos les robara
la felicidad. Por mis gemelos entendí a mamá en su carta,
porque así como ella hizo todo para protegerme, yo lo haría
por esa parte que Elijah me dejó suya antes de perderlo
para siempre.
De La Orden del Silencio, solo mi élite sabía de ellos,
aparte del maestro Cho y sensei Yusei. Y de mi pasado,
únicamente permití que lo supieran Myles y Eleanor,
además de Laurel y Elliot, a quien se lo confesé cuando
volví a Virginia. Y de momento no estaba dispuesta a que
nadie más supiera de ellos. Mis pequeños eran ese tesoro
que cuidaba con recelo, los únicos capaces de darme un
poco de luz y lo que la vida me devolvió luego de
arrebatármelo todo.
Así que todo lo que hiciera para cuidarlos jamás sería
exagerado.
Cuando tuve aquel sobre en la mano, no lo creí, y por un
momento pensé en que era una treta del maestro para
sacarme de mi miseria, ya que me parecía imposible que
después de la tortura eléctrica y el intento de suicidio,
concibiera una vida en mi vientre, pero al llegar a Tokio y
ser tratada por un médico, él me explicó que no era una
vida sino dos, y que fue posible gracias a que olvidé
tomarme mi píldora anticonceptiva en varias ocasiones por
aquel tiempo, lo que disminuyó su efectividad. Y más
porque el día en que perdí a Elijah tampoco la bebí por
dedicarnos a hacer el amor.
Lo que nos hizo estar seguros de que, a pesar de la
tortura, sus espermatozoides consiguieron fecundar mi
óvulo setenta y dos horas después, y los embriones estaban
tan decididos a nacer, que por lo mismo no me
abandonaron al cortarme las venas. Y solo en ese momento
me arrepentí de verdad de lo que quise hacer y le agradecí
a Elliot que me haya salvado.
«Por eso decidiste confesarle a él la existencia de los
clones. No era solo por la confianza absoluta que le
profesabas, sino también porque de todos, era el que más
merecía saberlo».
Exacto, puesto que por muy decididos que hayan estado
mis hijos de nacer, no lo hubieran conseguido si Elliot no me
hubiera salvado.
Mi pequeña fortaleza en Italia estaba ubicada en una
campiña de Florencia, la comencé a construir con la ayuda
del maestro Cho desde que llegué a Tokio. Ya que, aunque
pasaría todo mi embarazo y los primeros meses de vida de
mis hijos en la capital de Japón, quería que ellos crecieran
lejos de los lugares donde mis enemigos podrían
encontrarme. El lugar contaba con tres anillos de seguridad,
a los únicos donde los Sigilosos que no eran parte de mi
élite podían acceder. El territorio de la casa era acogedor y
me encantaba que fuera lejano al bullicio de la ciudad.
El jardín era amplio y adecuado para que Aiden y Daemon
jugaran a sus anchas, y para que Myles y Eleanor tomaran
el desayuno y disfrutaran del aire puro que se respiraba.
—Demonios, tienes un paraíso escondido aquí —murmuró
Elliot cuando bajamos del coche.
Ronin e Isamu se rieron al escucharlo.
—Un paraíso donde fácilmente encuentras una muerte
sádica si entras sin permiso —le dijo Isamu.
—Ni los hijos de los mafiosos tienen tanta seguridad como
los clones —añadió Ronin. Él fue quien bautizó a mis hijos
así porque al principio no sabía distinguirlos.
—¿Lo entiendes? —le pregunté a Elliot cuando vi que rio
por lo que Ronin dijo.
—Es que en serio le gustan los ojiazules, nena, ya que
tuvo la delicadeza de regalarme un traductor de tiempo real
para que pudiera entenderlo —explicó tocándose el
auricular inalámbrico que llevaba en el oído, y a pesar de
que no quería que me llamara con ese apelativo, me reí.
—¡Papi llegó! —gritó de pronto Ronin en inglés. Isamu
rodó los ojos y Elliot lo miró con sorpresa. Yo volví a reírme.
—Es lo único que dice en inglés para que los chicos lo
entiendan —expliqué.
—Este tipo es todo un caso, letal y gracioso. No sabes lo
que me reído con él desde que lo dejaste conmigo —confesó
y no lo dudé ni un segundo.
—Maokko e Isamu le dicen que compensa lo que le falta
haciendo reír a sus parejas. —Ambos nos reímos cuando le
dije eso.
El corazón se me aceleró cuando nos acercamos a las
escalinatas exteriores de la casa y escuché a Lee-Ang
gritándole algo a Aiden.
El frenesí que experimenté era único, y me preparé para
el tornado que se me venía encima en el momento en que
Lee abrió la puerta y Aiden apareció corriendo. Sonreí con
felicidad y amor puro, abriendo los brazos para alcanzar al
pequeño volador que se me lanzó encima desde el tercer
escalón antes de que Ronin lo cogiera.
—¡Mami! —gritó carcajeándose porque pudo escaparse de
los brazos de Ronin.
El impulso que mi pequeño tomó me cogió un poco
inestable y trastrabillé hacia atrás con él en brazos. Elliot
fue nuestro héroe al cogerme de la cintura y evitar nuestra
caída sin dañarse él mismo. Para Aiden eso fue más
gracioso que el juego de bienvenida que siempre tenía con
Ronin cuando llegábamos juntos y sus carcajadas llenaron
mi corazón de calidez.
Solo en esos momentos podía decir que la vida no fue tan
mierda conmigo después de todo.
Los gemelos eran grandes para sus dos años con nueve
meses. Tenían el cabello castaño, Aiden lo llevaba
alborotado en ese instante y las mejillas rojas de seguro por
estar jugando a las carreras. Sus ojos grises brillaron de
felicidad y me plantó un beso en la boca como siempre lo
hacía. Se aferró a mi cuello y hundió el rostro en el hueco de
este.
—Te estañé —dijo con su vocecita cantarina y tuve que
tragar fuerte el nudo en mi garganta.
Era muy expresivo y aprendió a decir sus primeras
palabras cuando solo tenía un año y medio.
—Y yo a ti, mi hermoso ángel —susurré con amor.
Se separó de mí y miró a Elliot, quien todavía sostenía mi
cintura y miraba tal escena con... No sabía explicar cómo
nos veía.
—¿Tén es él? —preguntó mi niño con un poco de timidez.
Lee-Ang e Isamu miraban la escena desde la puerta.
—Soy tío Elliot, campeón —respondió él y mi hijo lo
observó con detenimiento.
—¿Mami? —Miré de nuevo hacia los escalones y encontré
al dueño de aquella vocecita.
Mi Daemon nos observaba con ojos tristes desde los
brazos de Ronin y eso me partió el alma.
—Hola, mi amor chiquito —dije abriendo uno de mis
brazos y sosteniendo a Aiden con el otro—. Ven con mami
porque está necesitada del amor de sus pequeños ángeles
—pedí.
Ronin lo bajó, sosteniéndolo de la mano para que bajara
los escalones, y cuando llegó al final de estos, se soltó del
agarre de mi compañero y corrió hacia...
«¡Ja! Comenzábamos excelente».
Casi escuché a mi conciencia riéndose junto a Ronin al ver
a Daemon yéndose directo hasta las manos de Elliot para
apartarlas de mi cintura. El ojiazul no supo cómo reaccionar
y negué, sonriendo por el arrebato de mi pequeño. No era la
primera vez que Daemon reaccionaba así con la cercanía de
otras personas conmigo. Con Caleb era igual cuando le daba
por darme sus abrazos amistosos y, aunque no era algo que
yo les inculcaba, mis hermanos Sigilosos se divertían
asegurando que eran celos inocentes.
Con el único que Daemon no se mostraba celoso era con
Aiden, puesto que lo amaba igual que a mí.
—Mi amor chiquito, ven aquí —pedí y me senté en el
escalón final.
Volví a abrir el brazo y Aiden me imitó con el suyo,
llamando a su hermano. Daemon se había quedado mirando
a Elliot con un dedito metido en la boca, midiendo la
reacción del ojiazul para saber si hizo bien o mal.
«O si lo asustó tanto como para alejarlo de ti».
—No me usta él —dijo con sus palabras torpes, típicas de
los niños, aunque él hablaba menos que su gemelo.
Vi a Elliot mirando incrédulo al pequeño cuando este al fin
llegó a mí y se aferró a mi cuello como lo hizo antes su
gemelo, abrazándome con fuerza. Le susurré un lo siento al
ojiazul, ya que no esperaba la declaración de D[15] (como le
abreviábamos el nombre) luego de esa reacción que tuvo.
—Él es tío Elliot, mi amor. Un amigo de mami y primo de
papi —expliqué y los dos me miraron al escuchar de su
padre.
Ambos eran casi una copia el uno del otro, a excepción de
los ojos. Aiden los tenía grises y Daemon de dos colores:
grises con la parte central del iris en color miel como los
míos. Aunque en esos momentos, lucían de un profundo
color marrón. Era la segunda vez que le cambiaban a ese
tono y, como dijo el maestro Cho, no era normal y me
preocupaba.
Lo peor de todo, era que cuando eso sucedía, mi pequeño
también cambiaba de actitud: se ponía muy triste y a veces
hasta agresivo.
—¿Un ángel tomo papi? —preguntó Daemon mirando a
Elliot.
Este último me observó con sorpresa y me encogí de
hombros, intentando que comprendiera el por qué mis hijos
creían tal cosa.
—No, campeón. No soy un ángel como tu padre. —Elliot
se puso en cuclillas para estar al mismo nivel que mis hijos
cuando respondió—. Pero lo conocí muy bien y ¿saben qué?
—Ambos chicos salieron de mis brazos y se acercaron a él
—. A Lu... Elijah —se corrigió de inmediato y sonreí— le
encantaba jugar fútbol y cuando éramos unos chicos como
ustedes, pasábamos horas y horas jugando a la pelota.
—¡Yo jugo a la pelota! —gritó Aiden con emoción.
—Tú juegas, no jugas —corregí riéndome.
—Entonces... ¿qué les parece si jugamos un poco? —
propuso Elliot. Aiden asintió de inmediato.
Daemon se dio la vuelta y llegó a mis brazos de nuevo.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas y me frustraba no saber
la razón de su actitud.
—¿Qué pasa, mi amor? —pregunté y él solo se sorbió la
nariz, limpiándose con su pequeño puño.
—Quelo a papi —susurró y toda la fortaleza que intenté
tener se fue por un tubo.
Abracé a mi hijo con fuerzas, intentando encontrar la
manera de hablar sin llorar, pero no sabía cómo. Con
disimulo, limpié las lágrimas que se me escaparon porque
volví en un momento muy vulnerable, tanto para mí como
para mi pequeño y la frustración estaba siendo mi peor
enemiga.
Mis hijos sabían de Elijah y lo conocían por fotos, pero
nunca mostraron que él les hiciera falta porque no crecieron
con su presencia. Así que, que Daemon me dijera eso, fue
un golpe tremendo a mi corazón ya maltrecho. Y me sentí
pésimo al analizar que, a lo mejor, yo nunca puse atención a
la necesidad de mis pequeños por tener una figura paterna
en sus vidas.
—No quielo que eté tiste, mami —dijo Aiden refiriéndose a
su gemelo. Había regresado a mí para abrazar a su hermano
por la espalda y le plantó un beso en la cabeza.
Me limité a abrazar a ambos, sin palabras al ver lo fuerte
que Aiden intentaba ser por su otra mitad. Y por irónico que
pareciera, ya que tendría que ser lo contrario, era ese
pequeño el que me daba fuerzas a mí para que yo pudiera
seguir adelante por los dos.
—¡Hey, campeón! —Elliot tocó la cabeza de Daemon para
llamar su atención—. Si tú quieres, yo podría hablarte de tu
papá. —ofreció y D lo miró. Sus mejillas estaban mojadas
por las lágrimas que no dejaba de derramar—. ¿Te gustaría
eso? —preguntó y él asintió—. Bien, pero no llores más y
prometo que les contaré muchas cosas de papá.
Sonreí cuando Aiden se acercó a su hermano y con su
camisa le limpió las mejillas.
—No lloles más y tío nos dilá de papito —susurró y
Daemon asintió.
Me puse de pie cuando Elliot tomó a ambos de la mano.
Ronin se había acercado con un balón de futbol y supuse
que fue por él cuando escuchó a Elliot hablar sobre jugar a
la pelota.
—Gracias —le susurré a Elliot y asintió.
Cuando me giré hacia la puerta, encontré a Eleanor al
lado de Lee, llorando mientras mi amiga la consolaba. Isamu
estaba un poco alejado, serio e imperturbable, pero no dejó
de mirarme. Le sonreí, queriéndole indicar que todo estaba
bien, y él negó consciente de que no era así.
Subí los escalones para llegar con Eleanor y Lee, y las
abracé sin decir nada, derrumbándome en sus brazos
porque no soportaba más.
Lloré porque ya no quería ser fuerte, por encontrar a
Daemon de nuevo tan triste. Lloré al ver a Aiden intentando
ser fuerte por su hermano. Lloré por mí, por la traición que
sufrí, por no saber qué hacer y también lo hice por la
persona a la que no dejaría de extrañar nunca.
Pero también lloré por no saber nada de Sombra y la
incertidumbre que sentía al pensar que podía estar muerto.
Me ahogaba esa idea, ya era inevitable.

Lee-Ang me calmó a punta de tés, y así conseguí hablar


un poco con Eleanor, pero luego me dio mi espacio con mi
amiga y volví a terminar llorando. A ella sí le conté con lujo
de detalles todo por lo que estuve pasando, y sentí que
liberé mi carga con sus consejos y la paz que me transmitía,
incluso siendo tan letal como Maokko y yo.
—Ya sabes lo que dice papá: no te desesperes ni estando
en la más sombría de las aflicciones, porque de las nubes
negras cae agua limpia y fecundante.
—Lo sé, Lee. Pero ya tuve estás nubes negras sobre mí
por mucho tiempo —refunfuñé y ella sonrió.
—Ve un paso a la vez, Isa. Primero céntrate en resolver lo
que sucede con D y ya luego preocúpate por tu chico
porque, según como me lo describes, está demasiado
aferrado a su vida y a la tuya como para dejarte así porque
sí.
—Él no es…
—A mí no me mientas, Chica americana, porque entonces
evitaré darte mi consejo —advirtió y bufé—. Dile al mundo
entero que es solo la pieza que estás moviendo a tu favor,
el hombre que usas para tu beneficio, pero no trates de
engañarte más a ti misma porque ya no lo estás
consiguiendo. Sombra te importa y tuviste que verlo en
peligro para darte cuenta.
—Ni siquiera lo conozco, Lee.
—No conoces su rostro, pero te mostró lo más importante
—aseguró—. Oscar Wilde habló por él mismo cuando dijo: el
hombre nunca es sincero cuando interpreta su propio
personaje. Dale una máscara y te dirá la verdad. O, en este
caso, te mostrará su esencia.
Tragué con dificultad y no le dije nada más a Lee luego de
esas palabras, simplemente me restregué el rostro y seguí
bebiendo mi té.
Minutos después, Eleanor volvió para avisarnos que Myles
acababa de llegar a casa junto al maestro Cho, así que
bajamos para recibirlo y me alivió demasiado verlo tan bien
recuperado. Él aseguró que se lo debía a sus nietos, quienes
se encargaban de cuidarlo, mimarlo y darle los momentos
más felices de su vida. Había salido con el maestro para
reunirse con el médico que vería a D al día siguiente,
adelantándose para que yo no tuviera que preocuparme
también por eso y se lo agradecí.
Eleanor y Lee prepararon una rica cena mientras yo ponía
al día a Myles, descubriendo que él tampoco se había
quedado de brazos cruzados, puesto que mientras yo me
ocupaba de todo en Estados Unidos junto a su hija y mi
hermano, él le echaba la mano al maestro con las
cuestiones de La Orden, ayudándole con sus contactos a
conseguir nuevos aliados.
Cenamos todos en familia cuando la hora llegó,
únicamente Isamu y Ronin hicieron falta en la mesa, porque
querían asegurarse de que todo con la seguridad de la casa
estuviera marchando como se debía. Los gemelos no
quisieron irse a la cama en cuanto Lee quiso llevárselos,
puesto que no estaban dispuestos a separarse de mí, ni yo
de ellos.
—Tómate un descanso, desde hoy yo me hago cargo —le
pedí a Lee-Ang cuando salí de la ducha.
Los chicos habían arrastrado a Elliot a su cuarto de juegos
cuando les avisé que me ducharía y luego nos meteríamos a
la cama.
—Ya sabes cómo soy, no me fío de los hombres —me
recordó, refiriéndose a que cuando ella estaba en una
misión, debía asegurarse por sí misma que todo estuviera
bien.
—Al menos duerme más horas —recomendé y asintió.
Me despedí de ella en cuanto Elliot llegó con los chicos y
exhalé un suspiro lleno de agonía al darme cuenta de que
Daemon seguía teniendo la mirada triste, incluso luego de
haber jugado toda la tarde. Me mantuve observándolo
mientras lo hacía y fui testigo de cómo se sentía feliz y
eufórico en un rato, después cambiaba a hiperactivo y
molesto para terminar triste una vez más y llorando con
frustración.
Muchos podrían creer que solo era un niño caprichoso y
consentido, pero los más cercanos a él sabíamos que no se
trataba de eso, porque la mayoría del tiempo era incluso
más tranquilo que Aiden.
—Son increíbles —dijo Elliot viendo que ambos corrían
hacia mi cama con sus osos de felpa favoritos.
Se los habían regalado unos hombres meses atrás cuando
Lee los llevó al parque para que interactuaran con otros
niños. Mi amiga los hizo revisar bien, y en cuanto se aseguró
de que no eran peligrosos, se los devolvió. Y según lo que
me explicó, no era intención de los tipos dárselos a ellos,
pero pasaron cerca. Aiden los vio y se decantó por los
juguetes a tal punto que los hombres se vieron en la pena
de obsequiárselos.
Desde ese día, Lee evitó ir al parque, ya que no estaba
dispuesta a pasar por algo así de nuevo.
—Y tienen tanto de ti como de LuzBel, sobre todo Daemon
—señaló recordando cómo lo apartó de mí y reí por eso.
—Gracias por jugar con ellos.
—No lo agradezcas. Esos pequeños son como mis propios
hijos y no lo digo con doble intención —aclaró y asentí—. Te
veo mañana —se despidió y, tras eso, besó mi frente y me
abrazó.
—¡No, mami e mía y de mi hemano! —gritó Daemon.
Elliot se alejó de inmediato.
—Juega contigo, pero aun así no toques a mami —
aconsejé con burla y rio.
—En serio. Ese chico sacó casi todo de LuzBel, pero se
salva porque el pequeño se ganó mi corazón —señaló y
después se marchó.
Solté una carcajada y luego fui a la cama para tumbarme
con mis chicos. Amaba las noches a su lado.
Extendí los brazos a los lados y cada uno recostó su
pequeña cabeza en mis costados. Aiden me besó la mejilla y
Daemon limpió el lugar donde Elliot me había besado para
luego besarme él ahí. Su acto me sorprendió y me hizo reír.
—Cariño, no tiene nada de malo que tío Elliot me dé
besos en la frente. Lo hace porque me quiere mucho, como
te quiere a ti y a tu hermano —le expliqué, pero se
comportó como si no le hubiera dicho nada.
—¿Té es eso? —preguntó en cambio.
Miré a dónde señaló y noté que la camisa se me había
subido, dejando a la vista mi cicatriz. Me quedé en silencio
un momento buscando la mejor manera de responderle.
—Es una marca de fortaleza —dije—. Después de que me
la hicieron, me hice más fuerte. —Él me miró atento.
—¡Yo telo una de esa, pala sel fuelte como mami! —gritó
Aiden.
«Creo que no escogiste la mejor respuesta».
No lo hice.
—Ustedes son más fuertes que mami y no necesitan una
de estas —aseguré intentando corregir mi error.
Seguimos hablando y jugando un rato más hasta que
Aiden se quedó dormido. Daemon seguía inquieto, así que
decidí inventarme una historia para contársela mientras le
masajeaba la cabeza con la intención de que se relajara
porque siempre le gustó que hiciera eso, pero por
momentos me quitaba la mano y me apartaba como si no
me quisiera tener cerca. Aunque si era yo la que quería
darle espacio, entonces me buscaba y gemía como si algo le
doliera, o bufaba con fastidio, a punto de llorar.
Me preocupé porque esa vez sus cambios estaban siendo
más bruscos que la primera vez.
—¿Te duele algo? —Me miró y no respondió, girándose
para darme la espalda—. Vamos, amor. Mami está asustada
por no saber qué tienes. Sé bueno conmigo y háblame —
supliqué abrazándolo y dándole besos en la cabeza.
—Me dele atí, mami. —Se tocó el pecho y me aterré—. Y
tuando llolo se me quita —aseguró. Sus palabras eran más
difíciles de interpretar que las de Aiden, pero imaginaba que
ser madre te daba el poder de entender a tus hijos, así que
supe lo que me dijo y yo también quise llorar.
Su dolor era más difícil de sanar porque no era físico.
—¿Te doy besitos para que disminuya? —propuse y se
giró, asintiendo y sonriendo en medio del llanto silencioso
que ya había soltado.
«Dios mío, Colega. Yo también quería que dejaras de ser
la guerrera más fuerte».
Lo más difícil de no saber lo que le sucedía, era que no
tenía idea de cómo tratarlo. Y le rogué al tiempo que se
apiadara de mí esa vez y no se congelara porque necesitaba
que amaneciera para llevarlo a su cita con el médico, y que
así me ayudaran a entender por qué mi pequeño estaba
sufriendo.
Y menos mal fui escuchada, ya que amaneció pronto y,
aunque no dormí ni un minuto porque preferí quedarme en
vela para monitorear a mi hijo, a pesar del cansancio del
viaje, me sentía un poco aliviada de que por fin la hora de
estar con los profesionales estuviera más cerca.
Maokko me había acompañado por mensajes de texto y
me hizo saber que, si no la hubiera necesitado tanto en
Virginia para que estuviera pendiente de la recuperación de
Caleb, la de Darius y de lo que sucedía con Sombra, habría
viajado a Italia sin dudar para estar a mi lado y apoyarme
en ese momento tan difícil con Daemon.
Eleanor y Myles me acompañarían a la clínica mientras
que Elliot y Lee-Ang se quedarían con Aiden para que no
resintiera la ausencia de su gemelo, ya que era la primera
vez que me veía obligada a separarlos, y mi pequeño
curioso entristeció a pesar de que le prometí que no
estarían alejados por mucho tiempo.
Gracias a Myles, quien se puso en contacto con el
pediatra de mis clones. El doctor (que era un neuropediatra)
ya tenía todo el historial médico de Daemon, así que en
cuanto entramos a su consultorio, supo quién era el
pequeño en mis brazos. De entrada, me hizo muchas
preguntas, a Eleanor y Myles por consiguiente, pues fueron
ellos los que presenciaron desde el inicio el segundo cambio
de humor y de color de ojos de D. Enseguida del
interrogatorio, lo examinó, asegurando que físicamente
estaba bien, incluso los exámenes de sangre que le
practicaron no lanzaron nada extraño, por lo que debería
recurrir a otros métodos.
—Tenemos un largo camino por recorrer —señaló el
médico al tener los resultados de algunas pruebas que
hacían falta por llegar y tragué con dificultad—. A partir de
mañana, el pequeño Daemon Pride White será sometido a
diferentes pruebas psicológicas, así como otras de
laboratorio. Además, voy a reunirme en unas horas con un
equipo de colegas, entre ellos dos de los mejores
neurólogos de Italia y Europa, quienes me ayudarán a
determinar cuál es el cuadro que su hijo está presentando.
—D estaba en mis brazos y se aferró a mí como si supiese lo
que sucedía.
—Si servirá para acortar el camino, tenga presente que no
debe escatimar en gastos porque el dinero no es un
problema —puntualizó Myles y el doctor asintió.
Si bien la mayoría de los médicos trabajaba en su carrera
por pasión y para ayudar a las personas, no se ignoraba que
cuando había dinero de por medio su dedicación
aumentaba, así que entendí que Myles hiciera esa
aclaración.
Nos marchamos de la clínica luego de que terminara de
detallarnos el proceso al que pensaba someter a D, y al día
siguiente, estuvimos muy temprano en el hospital al que
nos refirió, donde él también ejercía de médico. Ese fue el
inicio de una travesía tediosa, desesperante y agotadora.
Aiden me acompañó algunas veces para apoyar a su
hermano, Elliot también se nos unió, y juntos enfrentamos
la agonía de Daemon cada vez que era metido a alguna
máquina o sometido a más exámenes.
El calvario inicial duró una semana y era irónico cómo yo,
una mujer que no se humillaba ante nadie, que venía de
sufrir situaciones horribles y era capaz de hacer cosas
atroces, lloraba a mares cada vez que a uno de mis bebés le
inyectaban algo en las venas y él pedía que pararan. Me
partía en pedazos cuando me miraba pidiéndome ayuda, y
yo, en lugar de detener a las enfermeras o médicos, lo
sostenía a él.
Nada había sido tan doloroso en mi vida como esos
momentos con él. Y vaya que sufrí cuando perdí a su padre,
pero eso... no tenía palabras para describir cómo mi alma se
desgarraba.
A todo eso, le agregaba la incertidumbre de no tener
noticias de Sombra y que ni siquiera podía comunicarme
con Cameron. Menos mal Darius estaba recuperándose de
maravilla, preguntando por mí a cada momento y
aceptando las excusas que mis compañeros le daban sobre
mi paradero.
—Respira hondo y deja de pensar en lo que pasará,
Isabella. Porque todo en esta vida tiene solución —me dijo
Lee.
Estábamos en el hospital de nuevo, ella se quedaría con
los clones en un salón de juegos para niños, aledaña a la
sala de juntas donde ya los médicos nos esperaban. Elliot,
Myles y Eleanor me acompañarían a recibir las noticias que
nos darían.
—¿Incluso la muerte? —indagué, queriendo parecer
graciosa.
—Incluso la muerte y según tus creencias, ya que
después de ella encuentras resurrección, condenación o
reencarnación. —Sonreí porque Lee, al igual que su padre,
siempre tenían una respuesta para todo.
Cuando entré a la sala acompañada de Elliot, y con Myles
y Eleanor detrás, vi al neuropediatra que nos había referido
al hospital, acompañado de un psicólogo, dos cardiólogos y
dos neurólogos. Ver a tantos médicos aumentó mi terror.
—Gracias por venir. Tomen asiento —pidió el
neuropediatra. Respiré profundo después de sentarme y
Elliot me cogió de la mano, presionándola en señal de apoyo
—. Bien, Isabella, al fin las pruebas terminaron y ahora, con
seguridad, podemos darle el diagnóstico de su hijo. —Asentí
porque no podía hablar—. Con mis colegas lo hemos
observado y examinado de manera minuciosa y hemos
descartado cualquier tipo de enfermedad física, pero
confirmado una condición que, aunque no es común que se
desarrolle en niños, sí es posible. —Se detuvo para abrir un
sobre y miré a los demás médicos.
Uno de ellos, el más joven y serio, me estaba observando,
estudiándome tal vez.
—¿Es grave? —preguntó Eleanor con la voz entrecortada.
Su pregunta me hizo dejar de mirar a aquel médico.
—Todo depende de cómo sea tratado —respondió amable
el neuropediatra—. El pequeño Daemon ha sido
diagnosticado oficialmente con Bipolaridad tipo 1 —soltó y
no supe cómo reaccionar—. Junto a ese desorden de
personalidad, está presentando también un cuadro maniaco
depresivo bastante elevado. No sé si alguno de ustedes
tenga claro de qué trata todo esto, pero en todo caso, aquí
mis colegas se encargarán de explicarles.
Bipolaridad tipo 1.
Me restregué el rostro con ambas manos en cuanto el
neuropediatra le dio la palabra al psicólogo, sintiendo que
me ahogaba cuando con cada palabra suya, me daba
cuenta del infierno que mi pequeño tesoro había estado
viviendo.
Yo sabía lo que era estar deprimido porque caí en una
depresión profunda cuando Elijah murió y a consecuencia
de eso quise suicidarme, y terminé ingresada en un hospital
psiquiátrico. La depresión podía llevarte a la muerte y
estaba consciente de eso. Tuve un episodio traumático que
casi me cuesta la vida, pero salí de él y a pesar de tanto
fiasco, no volví a caer en eso.
Mi hijo, en cambio, tendría que enfrentarse a situaciones
como esas durante toda su vida. Viajaría de la felicidad
extrema a la tristeza profunda en un santiamén y, en ese
instante, me sentí como una mierda porque nunca pensé en
la gravedad de esa condición, pero siempre me fue fácil
juzgar a otras personas de bipolares sin tener idea de lo que
eso significaba.
Era la segunda vez que Daemon caía en depresión y se
ponía maníaco, pero según explicaron los médicos, no hubo
tanto riesgo porque era un bebé apenas, y a pesar de que
su enfermedad se desarrolló muy pronto, su edad era un
factor que tenía a favor para no causarse ningún daño.
—¿A qué se debe esta condición? —pregunté cuando
encontré mi voz.
—No hay factores específicos. A veces puede ser por
genes heredados, otras por cuestión de la vida.
—Pero Isabella no es bipolar y mi hijo tampoco —señaló
Myles.
—Esto es como el gen de los gemelos: no siempre lo
heredas de tu madre, sino también de generaciones
anteriores a ella o a ti —respondió uno de los neurólogos
mirándome a mí.
—¿Qué puede pasar en el peor o mejor de los casos en
alguien con bipolaridad? —se atrevió a cuestionar Elliot,
quien había permanecido en silencio total.
—En el peor de los casos: un paciente bipolar maniaco
puede provocarse la muerte en un estado de oscuridad, que
es como le llamamos a cuando entran en depresión
profunda y sus ojos cambian de color. Esto último se da en
uno de cada cien casos. —Se refirió al cambio de color en
los iris—. O son propensos a morir más en accidentes, paros
cardiovasculares o situaciones en las que su cuerpo no
reacciona bien al arranque de adrenalina que tienen.
»Nosotros normalmente vivimos constantes cambios de
humor, pero en un nivel normal, los bipolares no. Su
felicidad es extrema, su emoción se eleva a un nivel diez
cuando nosotros apenas lo experimentamos en un nivel
tres, su adrenalina por lo consiguiente. La tristeza muchas
veces los lleva a depresión, todo en ellos es extremo y es
allí donde necesitan tratamientos. Y en el mejor de los
casos, aprenden a vivir con su condición, saben enfrentar
sus cambios, y si aceptan su enfermedad, entonces ellos
mismos buscan los métodos para controlarla; a veces
químicos, otras naturales, y llegan a tener una bipolaridad
ordenada.
—¿Conocen a alguien que ha controlado su condición? —
El neuropediatra sonrió a mi pregunta.
—Tiene a uno frente a usted —dijo señalando a uno de los
neurólogos—. Fabio D’angelo.
Era el más joven, el mismo que me había estado
estudiando rato atrás. Rondaba los treinta o un poco menos,
y no sabría describir la esperanza que sentí al verlo.
—¿Cómo ha sido? —me apresuré a preguntarle.
—Me diagnosticaron bipolaridad 1 cuando tenía diez años.
A tu bebé se le ha desarrollado muy temprano, pero eso no
es malo, Isabella. Al contrario, tienes la posibilidad de
comenzar a tratarlo y educarlo más tiempo cuando él
todavía se somete a ti. Lo importante es el apoyo que le
den, el amor que le brinden, porque a la larga es lo único
que nos mantiene cuerdos. Daemon va a reaccionar bien a
eso, aunque cuando comprenda mejor y caiga en un estado
de depresión, también sentirá que no es merecedor de tal
amor.
»Lo observé junto a su hermano y noté que son muy
unidos, Aiden lo cuida y si ellos siguen así, entonces todo
será más fácil para Daemon. Ahora bien, en mi caso, mis
periodos de oscuridad llegan cuando me altero, me estreso
y recuerdo algo que me marcó para mal. He llegado a
necesitar choques de electricidad en el cerebro para que
borren mi memoria de manera momentánea y así evito
llegar a suicidarme. Y si ahora mismo estoy hablando
contigo acerca de esto, es porque veo tu dolor y lo siento
más que todas las personas en esta sala.
Me mordí el labio para no llorar. Electrochoques al cerebro
de mi hijo era lo que más me asustó, y con todo mi corazón
deseé que no tuviera que llegar a ello.
—Ten en cuenta que ser bipolar no es ser siempre
maníaco, malo o peligroso y quiero que entiendas que
nosotros solo somos personas que sentimos más, amamos
de una manera única y con el mejor tratamiento y apoyo
moral, podemos llegar a ser grandes personas. Luchamos
más por ello, sí, pero lo logramos. Sigue siendo la madre
que eres, ustedes los abuelos que son y tú enséñale a ser
un buen hombre, pues tu ejemplo como padre facilitará el
camino del niño.
Sentí las mejillas calientes y rojas cuando se refirió a Elliot
con lo último, pero ninguno lo corrigió.
—Trataré de que sea el mejor de los hombres —respondió
Elliot con seguridad, sin mirar a sus tíos o a mí.
Pero intuí que, igual que yo, ellos no lo tomaron a mal
porque Elliot no asumió esa responsabilidad con segundas
intenciones.
—Bien, Isabella, Elliot y señores Pride —habló el
neuropediatra, quien sería el doctor de cabecera de mi hijo
de aquí en adelante—. Les enseñaremos todo lo referente a
esta condición, y además necesitamos su permiso para
regresar de nuevo a Daemon a su gris miel, que es el color
de sus ojos según me indicó. —Me asusté ante eso y me
puse de pie.
—No van a dañar su cerebro, es un bebé —repliqué,
intentando parecer en control.
—Claro que no, Isabella —aseguró el doctor D’angelo—.
Pero tu hijo es un bebé que apenas va a comenzar a
aprender a sobrellevar su condición, y la única manera de
volverlo a su color natural y su estado de ánimo normal, es
con terapias psicológicas y medicamentos intravenosos.
Tenemos que sacarlo de su depresión, ya que está sufriendo
mucho y créeme que es mejor el dolor físico que le
causarán algunas inyecciones, al dolor interior que lo hace
llorar a cada momento.
Volví a sentarme y les pedí disculpas por mi reacción.
Luego les di el permiso que necesitaban para proceder
como era necesario con mi hijo.
Firmé muchos documentos después de eso, y de
inmediato se inició con el tratamiento para regresar a mi
hijo a su color natural. El doctor D'angelo se acercó a mí
cuando estuve sola y me confesó que conocía al maestro
Cho, y que fue él quien se contactó con su persona para que
nos ayudara con D. Me recomendó que iniciara a mi hijo en
las artes marciales, ya que era la mejor manera de canalizar
su energía, y por experiencia sabía que todo ese ámbito
también calmó su mente. Agregó que podía incluir a Aiden
en eso para unirlos más y que D no se sintiera extraño.
Le agradecí por su ayuda, notando además que era un
hombre de pocas palabras. Lucía rudo y apartado del
mundo. No obstante, se abrió conmigo al ver mi situación y
eso me hizo saber que, bajo esa piel de tipo duro, existía un
hombre de gran corazón y eso me dio esperanzas para mi
hijo.
«Sacaríamos de esa a nuestro pequeño Tinieblo».
Llegamos a casa con D dormido y Aiden estaba
desesperado por verlo así después de largas horas en la
clínica y hacer un tratamiento que nos garantizaba
estabilizar a mi pequeño. En mi bolso cargaba miles de
documentos que me ayudarían a aprender sobre la
bipolaridad, y mucha medicina que debía tomar mi hijo,
pero sería solo mientras él no pudiese comprender lo que
padecía. Ya después buscaríamos maneras naturales para
controlarlo.
Lo acosté en mi cama y Aiden se acomodó a su lado,
porque de nuevo dormiríamos los tres juntos, como la
pequeña familia que éramos y siempre habíamos sido. La
noche ya había llegado y estaba más exhausta que de
costumbre por todo lo que estuvimos pasando esa semana,
pero aun así, el corazón se me aceleró cuando escuché el
móvil vibrar sobre la mesita de noche.
Era un aparato irrastreable que Isamu me había dado el
día anterior para que Cameron se comunicara conmigo
cuando pudiera.
—Hola —dije saliendo hasta el balcón de mi habitación.
—¿Isa?
—¡Al fin, Cam! No tienes idea de lo desesperada que me
has tenido.
—Te entiendo, pero sabes que esto es arriesgado.
—Dime que está bien —pedí con la voz angustiosa—. Por
favor, confírmame que ese idiota se salió con la suya. —Lo
escuché suspirar y después se quedó en silencio.
—No sé cómo decirte esto. —El estómago se me revolvió
ante la espera de algo malo—. El disparo llegó cerca de su
corazón y entró en crisis al llegar al hospital, Isa... Lo siento
—susurró y sentí que mi mundo se detuvo.
Capítulo 35
Un compañero de batalla

Cuando mi mundo siguió su marcha tras inspirar hondo y


retener el aire un par de minutos, entendí por qué todos se
sorprendían de la frialdad que me caracterizaba, pues al
exhalar con lentitud volví a la serenidad, confirmando lo
inmune que me estaba volviendo después de tantos golpes
en mi vida y que ninguno fuera de suerte.
«Eran situaciones como esas las que te hacían desear
volver a ser niña, ¿no?»
Pues sí, porque los golpes en las rodillas dolían menos que
los del corazón.
Sin embargo, incluso con toda la tempestad a mi
alrededor que amenazaba con destruirme a cada momento,
no estaba dispuesta a rendirme, sabiendo que detrás de mí
tenía a dos pequeños que seguían mis pasos. Por ellos, era
capaz de sobrevivir los peores cataclismos, así que la vida
podía joderse.
—¿Ha muerto? —Mi voz sonó tan fría, que me provoqué
un escalofrío a mí misma.
—No, pero las probabilidades de que sobreviva son pocas
—respondió Cameron y presioné el móvil entre mis manos
—. Ha sufrido dos paros cardiacos y no sale del coma.
«Si seguías así, pronto te convertirías en la viuda negra».
—¿Dónde lo tienen? —Carraspeé para que mi voz no
sonara tan amarga e ignoré a mi conciencia.
—En una puta fortaleza. Fantasma lo trasladó allí y se
llevó a los mejores médicos. Nos dejan estar cerca de él solo
cuando lo cuidamos. —Reí sin gracia.
—Es lo menos que puede hacer después de casi matarlo
—repliqué sin perder la calma—. ¿Crees que puedas darle
un mensaje de mi parte? Así esté en coma, necesito que se
lo digas.
—Voy a grabarte, así que háblale directamente, ya que
nunca me dejan estar a solas con él. Pero sé cómo hacer
que te escuche sin que sospechen —aseguró. Le dije que
estaba bien y me pidió que esperara mientras activaba la
grabadora—. Adelante —me animó.
Por un momento, me quedé en silencio, meditando lo que
diría.
—No es mi problema que hayas creído lo contrario debido
a mi pasado, pero te aseguro que no quiero a alguien que
sea capaz de dar la vida para salvarme, sino a una persona
que tenga la fortaleza de vivir por mí. —Recordé el dolor
que sufrí al perder a Elijah mientras empecé diciendo eso—.
Porque yo siempre he sabido que necesito a un compañero
de batalla y no a un hombre que me abandone en medio de
ella.
»Así que vive, maldito enfermo. Vive y demuéstrame que
lo que me dijiste en aquella cabaña no fue otra patraña
tuya. Pruébame que sigo siendo la única con la capacidad
de cortar esa línea entre tu vida y tu muerte, y no permitas
que nadie me arrebate ese derecho. Ya que, para tu jodida
suerte, todavía necesito usarte y te prometo por mi sangre
que el día que quiera deshacerme de ti, no lo haré con una
bala cerca de tu corazón, sino con mi daga, esa que
aseguras que tanto te excita cuando la pongo en tu
garganta.
Me quedé en silencio unos segundos porque las ganas de
llorar amenazaron con quebrarme la voz, y no quería que
me escuchara así.
—No quiero a un hombre que intente superar a Elijah,
Sombra. Necesito a alguien que me demuestre que vale la
pena seguir adelante sin él y si eres ese alguien, entonces
vive y dímelo a la cara —finalicé, orgullosa de no haber
perdido la batalla contra el llanto.
Cameron se mantuvo en silencio, esperando unos
segundos por si añadía algo más, y cuando se percató de
que había terminado, lo escuché soltar el aire.
—Yo… —Rio luego de no saber qué decir—. Te prometo
que haré que te escuche.
—Gracias —dije mirando hacia el interior de mi
habitación. Mis pequeños estaban en un sueño profundo—.
Tengo que dejarte, y cuando puedas, infórmale a Maokko
sobre Sombra, ella me lo hará saber.
—¿Cuándo vuelves?
—Hasta que solucione ciertas situaciones.
—Antes de que todo esto pasara, Sombra estuvo
investigando a una chica… Brianna Less. —Eso despertó mi
curiosidad—. La conociste en DC el día que secuestraron a
Elliot y Evan. —Presioné la mano sobre el balcón de la
terraza al intuir de quién hablaba—. Una chica infiltrada de
los Vigilantes a la cual le salvaste la vida.
—La novia de Derek —zanjé.
«La chica por la que Jacob aseguró que ese infeliz caería».
—Ahora su esposa y madre de una pequeña de casi dos
años. Ellas son su vida, Isa. —Sonreí con regocijo ante esa
afirmación—. Sombra la siguió por unos días, aunque no
consiguió su dirección porque justo pasó esto. Sin embargo,
tiene un registro de las tiendas a las que va y de la perrera
en donde es voluntaria.
—¿Tienes ese registro? —pregunté de inmediato.
—Sí, pero… tiene una hija, Isa. La chiquilla se la vive
pegada a ella, así que no hay probabilidad de que la atrapen
sola. Se lo hice ver a Sombra.
—¿Y?
—¡Mierda! Me acabas de dar la misma respuesta que él
me dio y créeme que de ti sí me asusta —confesó y reí.
—Deja el miedo de lado y dale a Maokko toda la
información que tengas de esa mujer —recomendé—.
Necesito comenzar a cobrarle a Derek lo que me debe para
después seguir con Fantasma. Sombra lo sabía, por eso me
ahorró ese trabajo. —Así lo deduje, ya que el Chico oscuro
escuchó la declaración de Jacob antes de morir—. Por lo que
te recomiendo que no entorpezcas nuestros planes a menos
que quieras ayudarle a Derek con su castigo.
—Sabes que no se trata de eso, Isa. Es que tiene una hija,
joder. Y creí que al menos a ti sí te importaría ese detalle.
—Claro que sí me importa, Cam. De hecho, hasta me
facilitará más las cosas, porque si ese hijo de puta no quiere
que su pequeña sufra por la falta de su mamá entonces
preferirá entregarse sin rechistar —analicé.
—Dime, por favor, que no dañarás a la pequeña.
—Eso jamás —aseguré sin dudar.
Podía querer a ese malnacido en mis manos, pero su hija
era intocable para mí. Y no era por él, sino porque era
madre y yo sabía lo que era imaginar que mis enemigos
consiguieran llegar a mis pequeños. Y hasta donde sabía,
Brianna solo cometió el error de enamorarse de quien no
debía.
«Procreó con el peor de las mierdas».
Y le haría saber el error que cometió.
Corté la llamada con Cam luego de que entendiera que sí
o sí debía darle esa información que poseía a Maokko y
regresé a la cama con mis hijos, pensando en lo que él me
comentó sobre el estado de Sombra, en el mensaje que yo
le envié, deseando que viviera para escucharlo y, sobre
todo, que se recuperara. Y no quería que se salvara solo
porque le aseguré que la única que se adueñaría de su vida
sería yo, sino también porque él tenía demasiadas cosas
que explicarme y Fantasma encabezaba la lista.
Además, saber que tenía a la persona indicada para hacer
que Derek se entregara solito a mí, me hizo tener ideas que
dieron vueltas tras vuelta en mi cabeza. Armé diferentes
planes y deduje también que, si Jacob me aconsejó ir detrás
de Brianna, fue porque estudió a mis enemigos mientras me
traicionaba. Por eso siempre estuvo seguro de que Derek
caería por amor. Y resultaba irónico que después de salvarle
la vida a esa chica, sería yo la encargada de ponerla en
peligro; no la mataría, no dañaría a su hija, solo sería mi
carnada.
Porque a diferencia de ese malnacido, yo todavía tenía un
límite que no traspasaría.
«No con la niña».
Sonreí con malicia por lo acertada que fue mi conciencia,
pues esa niña era la única que no sufriría las consecuencias
de tener a un monstruo como padre.

Estaba reunida con Ronin, Isamu, Lee-Ang y Elliot en mi


oficina. Caleb, Maokko y Salike nos acompañaban por medio
de una videollamada. Muy temprano les había solicitado
que charláramos, ya que después de una semana, al fin
tenía cabeza para que me pusieran al día sobre lo que
investigaron a cerca de la información que Cam les dio
sobre Brianna Less.
Antes de eso, estuve conversando con Myles y el maestro
Cho, pues aunque me regiría por lo que yo quería hacer,
necesitaba escucharlos y para mi sorpresa, no me
aconsejaron que desistiera sino sobre lo que debería hacer
para evitar que el tiro me saliera por la culata.
«Siempre vas a actuar según lo que tú quieres, así que no
nos queda más que aconsejarte para que no te
equivoques», me había dicho Myles.
—Manda a fabricar lo que te pedí, ya que no me voy a
negar un poco de tortura física.
Caleb asintió de acuerdo. Isamu me había aconsejado
darle tortura psicológica a Derek junto a otro tipo de tortura
física que me dejó con escalofríos, incluso se ofreció a
hacerlo él si yo no era capaz y Elliot me miró asustado,
rogando que mi respuesta no fuera positiva, aunque terminó
peor cuando no respondí.
Maokko y Salike se habían encargado de añadir más
información a la que Cameron les proporcionó, luego de
contactar a Maokko tras hablar conmigo una semana atrás.
Sombra consiguió buenos detalles, pero todavía no
dábamos con la ubicación exacta del talón de Aquiles de
ese malnacido de Derek.
No sin exponernos.
—¿Le dirás a alguien más acerca de esto? —preguntó
Ronin e imaginé que se refería a los Grigoris.
—Solo a quienes considere necesario.
Lee-Ang se mantenía caminando de un lado a otro en la
oficina, analizando lo que escuchaba y mirando hacia el
jardín de vez en cuando, donde Eleanor y Myles jugaban con
mis clones.
—¿Darius está mejor? —pregunté.
—Sí, pero el idiota finge que no porque le gustan los
cuidados de Salike. —Sonreí al escuchar a Caleb y, de
soslayo, miré a Isamu, aunque él se mantuvo inafectado por
esa declaración.
Había hablado con Darius días atrás (luego de que
también me avisaran que Dominik salió de nuestra
protección, ya que su hermano lo sacó del país) y le advertí
que me tendría que dar muchas explicaciones en cuanto
estuviésemos frente a frente y él aseguró que contaba con
ello. Se estaba quedando en el apartamento de Elliot, el
ojiazul le dio alojamiento sin importarle que fuera un
Vigilante, ya que después de lo que sufrió, no podía
acercarse a territorio de su familia sin arriesgarse a que esa
vez sí lo mataran, puesto que quedó más que confirmada su
traición hacia los Black luego de que yo montara ese
operativo para rescatarlo.
Le había preguntado a Elliot si lo conocía a él o a Lía, pero
respondió que no. Y lo único que me abstuve de comentarle
(y que tampoco les dije a los demás) fue la identidad de
Fantasma, ya que eso era algo que quería tratar
directamente con Darius.
Me despedí de mis compañeros en Virginia tras haber
terminado de armar parte del plan que ejecutaríamos
cuando volviera a Estados Unidos, y los que me
acompañaban en Florencia volvieron a sus actividades.
Elliot avisó que iría al jardín con los chicos y le agradecí que
me diera espacio con Lee. El ojiazul lucía completamente
recuperado del ataque que sufrió, y en la consulta médica
que lo obligué a tener dos días atrás, el doctor confirmó que
su operación ya había sanado y podía volver a sus
actividades diarias manteniendo cierto cuidado para que la
incisión sanara por dentro.
—Ya suéltalo, Lee —le pedí a mi amiga. Sea lo que sea
que hubiera pensado, no quiso decírmelo frente a los
demás.
—Sabes que no me gusta que te envenenes con la ira y la
sed de venganza, pero por esta vez, no te contengas con
ese tipo, Chica americana. —Alcé una ceja por su petición,
pues no me esperaba eso de ella. Aunque imaginé que se
debió a que a ella sí le dije por todo lo que pasé en manos
de Derek—. Como nos dijo mi padre: saca tu espada ante un
espadachín y no recites poesía a quien no es un poeta.
Levanté el mentón con sus últimas palabras, entendiendo
que me estaba sugiriendo que tenía que actuar de acuerdo
con quien tuviera frente a mí. Y en ese caso, Derek merecía
lo que Isamu propuso y más.
—Así será —aseguré y ella sonrió de lado.
Para muchos, Lee-Ang era la sensata de mi élite y no se
equivocaban, pero entre su sensatez también estaba la
oscuridad que solo ofrecía a quien se la ganaba.
Me fui para el jardín luego de terminar nuestra charla.
Myles y Eleanor ya no estaban ahí, pero sí mis hijos y Elliot
jugando a la pelota. Después de días en tratamiento, los
ojos de D ya habían vuelto a su gris miel natural, y con ello
regresó su comportamiento normal, por lo que yo ya estaba
respirando mejor y tranquila al verlo recuperado, aunque
sabía que mi pequeño era como una bomba de tiempo
gracias al destino que me lo premió con esa condición
maldita, pero no nos daríamos por vencidos sino todo lo
contrario: lucharíamos para hacerle la vida menos
complicada.
Días atrás, había iniciado mi investigación sobre métodos
naturales para no tener que recurrir a la medicina química
siempre, y Lee-Ang comenzó a introducirlos en el mundo de
las artes marciales para empezar a canalizar la energía de
mi pequeño. Yo me uní a sus clases en varias ocasiones y
me sentí muy orgullosa de ambos, ya que demostraban
interés y, sobre todo, se divertían mientras aprendían cada
una de las diciplinas. Y era consciente de que las terapias
con el psicólogo no evitarían lo inevitable, pero al menos
retrasarían un nuevo episodio de oscuridad, el tiempo
necesario para que conociéramos más sobre la bipolaridad y
la manera de sobrellevarlo.
Con la situación de Sombra, me sentía un poco más
tranquila, gracias a que Cameron volvió a contactar a
Maokko para informarle que el Chico oscuro no había salido
del coma, pero logró superar la crisis más grave. Así que
confiaba que para ese momento ya estuviera mejor, pues
como si yo fuera una amante, debía conformarme con los
recados que me hacían llegar a escondidas de la esposa de
vez en cuando, para no levantar sospechas.
Por primera vez desde que lo conocía, y dejando de lado
que estábamos en países distintos, sentía a Sombra
demasiado lejano.
—¿En qué piensas? —preguntó Elliot. Se sentó a mi lado
sobre el pasto, mientras mis hijos seguían jugando.
—En nuestro regreso a Estados Unidos.
Lo escuché exhalar y presentí que me diría todo lo que se
guardó en la reunión.
—Deja que tu gente se encargue, Isa. No te expongas
más.
—Para que las cosas salgan como quiero, debo hacerlas
yo misma. Además, Derek no envió a alguien más a
joderme, lo hizo él mismo —le recordé y vi lo mucho que se
molestó, pero no conmigo.
En el viaje hacia Italia también le confesé sobre lo que
sufrimos en el secuestro y me mostró su pena, frustración y
furia.
—No quiero que te sigas ensuciando más las manos con
esas mierdas y, aunque me viste sorprendido por lo que
propuso Isamu, sé que ese bastardo se merece eso y más —
aseveró—. Simplemente no deseo que lo hagas tú.
—Lo haré yo porque lo necesito, Elliot. Por eso volveremos
dentro de dos semanas, además de que quiero comprobar
por mí misma que Sombra esté vivo y bien dentro de lo que
cabe —admití y se tensó.
—Pues yo espero que esté muerto, porque ese hijo de
puta también se merece todo lo malo que le está pasando.
—Escucharlo decir eso no me gustó, pero tampoco podía
juzgar a Elliot porque tenía motivos válidos para odiarlo.
Sombra se lo ganó a pulso.
No lo defendería en eso.
—Te comprendo, pero comprende tú que el tipo recibió
una bala por mí y cada vez que pudo me protegió.
—Pues envíale flores o una jodida carta en
agradecimiento, pero no vayas a exponerte por él, Isabella,
ya que entonces no servirá de nada lo que hizo para
salvarte —dijo exasperado—. Tú tienes más que perder que
ese infeliz, no lo arriesgues —añadió señalando a Aiden.
D había corrido minutos atrás al interior de la casa
cuando Lee lo llamó, y todavía no volvía para seguir jugando
con su hermano.
—No soy estúpida, Elliot. No me voy a exponer a lo idiota.
Además, no volveré solo por Sombra, sino también para
deshacerme de los peligros para mis hijos. Tú sabes que si
los mantengo escondidos y me privo de estar todo el tiempo
con ellos, es porque mis enemigos están tras mi culo
siempre. Los Vigilantes me han obligado a mantenerme en
movimiento. Así que, si quiero volver a Italia y no regresar
más a Estados Unidos para ser feliz con mis clones, tengo
que cortar de raíz con las amenazas.
Me había alterado y Elliot estaba molesto, pero no dijo
nada porque por dentro me daba un poco de razón, lo
conocía muy bien para asegurarlo.
—¿Tén es Somba, mami? —La voz de Daemon a mis
espaldas me tomó desprevenida.
«Piensa bien tu respuesta, Compañera. Porque con esos
chicos cualquier cosa se podía complicar».
—Maldición —dije entre dientes antes de mirar a D.
—Sombra es el perro de mamá, campeón —respondió
Elliot para sacarme del apuro y rodé los ojos.
—¡Yo quielo uno, mamá! —pidió Aiden con emoción—. Y
quielo que se llame Somba, como tu pejro. —Sonreí con
sarcasmo hacia Elliot. Él lo hizo con diversión.
—¿Y tú quieres uno? ¿Un cachorro? —le preguntó el
maldito ojiazul a D.
—¡Sí! —respondió dando saltos.
—¿Mami, polemos tenelo y te se llame Somba?
Aiden me cogió del rostro al hacer esa pregunta, su gesto
era una imitación del mío, ya que en muchas ocasiones
tenía que hacerlo para captar su atención cuando quería
que me respondiera algo importante. Sonreí para él, aunque
en mi interior deseaba matar a Elliot por su brillante idea.
—Si tío Elliot lo propuso, entonces estoy segura de que él
también les regalará uno. Y claro que estoy de acuerdo, mis
amores —acepté y los tomé de la cintura para acercarlos a
mí—. Y si les gusta el nombre de Sombra para el cachorro,
pues adelante. Estoy segura de que a su tío le encantará
tener un recordatorio de mi perro —ironicé y vi de soslayo
que el ojiazul negó con la cabeza.
Pero no replicó, y gracias a mis hijos dejamos de hablar
sobre temas que nos harían discutir.
Rato después, estábamos cenando de nuevo en familia.
Ronin e Isamu nos acompañaban y deseé, en algún
momento, estar reunida así con todas las personas que
seguían siendo importantes para mí. A mis hijos les
encantaba estar rodeados de personas, ya que la mayoría
del tiempo eran solo ellos dos con Lee en la casa. Así que,
por poder darles más días como ese, no descansaría hasta
deshacerme de las personas que me obligaban a privarlos
de una vida normal.
Cuando nos fuimos a la cama, charlé con mis pequeños
para que se hicieran a la idea de que pronto tendría que
irme por cuestiones de trabajo, pero les prometí que sería la
última vez que nos separaríamos y estaba dispuesta a
cumplirles. Y sí, se pusieron tristes al principio y me asustó
que a Daemon le afectara más la noticia. Sin embargo, me
tranquilicé porque fue el que mejor me comprendió.
—¿Es una pomesa de vida? —inquirió Aiden levantando su
meñique y mis ojos se abrieron con sorpresa.
«Bien decían que los niños eran como esponjas que
absorbían todo lo que escuchaban, así estuvieran jugando
sin prestar atención».
Y los míos parecían absorber hasta la última gota.
—Sí, mi pequeño clon curioso, es una promesa de vida —
dije enganchando mi meñique con el suyo y D se cubrió la
boquita con una mano, riéndose mientras nos veía a su
hermano y a mí—. Después de este viaje, volveré y
pasaremos una larga temporada juntos —repetí y alcé el
otro meñique para Daemon.
—Pomessa di vita —celebró él, hablando en italiano y lo
miré sin podérmelo creer.
Obviamente, la primera palabra no la pronunció bien,
pero lo demás fue perfecto y, aunque sabía que la mayoría
de las caricaturas que veían eran en italiano, hablaban y
escuchaban solo en inglés, incluso con las personas de la
casa. Además de que el psicólogo que lo atendía utilizaba la
lengua materna de mis hijos.
«Lo dicho antes: esos pequeños eran unas auténticas
esponjas».
Pues ya no tenía ni la mínima duda.
Elliot llegó a mi habitación y se unió a mi conversación
con los chicos. Luego me pidió que saliera al balcón de la
recámara con él, ya que necesitaba decirme algo.
—No quiero discutir —advertí cuando estábamos afuera.
—Solo quiero disculparme contigo —aclaró—. Nena, sabes
que siempre he respetado tus decisiones, incluso si esas me
afectan, y sí estoy enfadado por lo que me hablaste de ese
idiota y tu cercanía con él. —Al final, Elliot había conseguido
que ese apelativo que usaba conmigo ya no me afectara
para mal, pues me enseñó a darle de nuevo un buen
significado—. Aun así, sé que no debí reaccionar como lo
hice cuando tú, sin importar el error que Alice cometió
contigo, no intentas alejarme de ella.
—A excepción de aquella vez en Grig —le recordé y
ambos reímos.
—No lo tomo en cuenta porque ya me pagaste eso, y más
que bien. —Escondí mi sonrisa con la mano, ya que me
había estado acariciando la garganta cuando hizo ese
señalamiento—. El punto es que no pensé bien las cosas ni
lo que iba a decirte hasta después de nuestro altercado en
el jardín y, aunque odie a ese imbécil, respeto tu decisión y
apoyo que quieras conseguir un poco de paz para ser feliz
con tus hijos. Te lo mereces, además. Únicamente te pido
que jamás me pongas en el mismo lugar con Sombra,
porque entonces no respondo. —Ni yo los quería a ambos
juntos—. Así que te pido perdón por mi actitud.
—Te perdono, tonto. Bien sabes que no puedo estar
molesta contigo —acepté y sonrió.
—También sé que por esto siempre tendré una diana en el
culo con tus pretendientes. —Abrió los brazos y me metí
entre ellos, dejando el rostro cerca de su cuello.
Entendí a lo que se refería y no se equivocaba. Elijah lo
odió por el pasado que compartían, pero también porque yo
nunca me alejé de Elliot ni estando con él. Y Sombra lo
odiaba por lo último, porque con quien sea que estuviera,
no me alejaría del ojiazul.
—Y yo siempre seré la chica a la que tus conquistas odien
—recalqué y rio, descansando su barbilla en mi cabeza.
—Confiemos en que las personas correctas para nosotros
llegarán a entender que el amor que tú y yo nos tenemos
jamás opacará lo que sentiremos por ellas. —Respiré hondo
al escucharlo.
Y no quise decirle que la persona correcta para mí ya lo
había odiado, y creía que así siguiera con vida, jamás habría
llegado a entender eso.
—Bien, es mejor que sueltes a mami antes de que
Daemon nos vea, porque todavía te falta mucho por recorrer
con él para que entienda eso —recomendé y su cara fue
cómica cuando recordó la posesividad de mi hijo.

Dos semanas después, estábamos de regreso en


Richmond. Era increíble haberme ido un mes completo y
sentirlo como si hubiesen sido seis por todas las cosas que
tuve que atravesar.
Septiembre todavía era caluroso, parecía que el verano se
negaba a darle pie al otoño en esa ciudad, y la llovizna que
nos mojaba al bajar del jet se sentía cálida en nuestra piel.
Maokko y Caleb nos esperaban en el hangar y, tras darles
un abrazo, comenzaron a hablarme sobre todo lo que se
mantuvieron haciendo con los Grigoris.
La familia de Gibson ya estaba a salvo en un país
desconocido para muchos de nosotros, aunque el senador
seguía recibiendo amenazas. Los Vigilantes habían
intentado volver a sus andadas guiados por Derek y algunos
aliados que tenían en la Cosa Nostra, aunque era
Bartholome quien se estaba encargando de eso, ya que él
era el encargado de los Grigoris en Nueva York y sus
alrededores. Sin embargo, mi sede y la de Myles le daban
apoyo por lo que nosotros sabíamos más de los Vigilantes.
Cameron se comunicó conmigo días antes de mi viaje de
regreso a Estados Unidos, para informarme que Sombra
había salido del coma y estaba logrando recuperarse, cosa
que me alivió más de lo que aceptaría en voz alta.
—Iré al apartamento de Elliot —avisé y Caleb asintió. Él,
Maokko e Isamu me acompañaban mientras que Elliot se
subió a otro coche junto a Ronin y Dom.
Max y Roman se habían quedado con Salike
acompañando a Darius en el apartamento del ojiazul. Y en
lugar de descansar del viaje, quería verlo, asegurarme que
ya estaba recuperado y que habláramos de una vez por
todas.
—Vaya, no sé si de verdad estás feliz de verla o quieres
adularla para que no te mate —comentó Caleb luego de que
Darius me soltara del fuerte abrazo con el que me recibió al
llegar, y el cual respondí con gusto.
—Demonios, hombre. Deja la desconfianza ya —se quejó
Darius, e imaginé que ese tiempo en el que se habían
tenido que cruzar no fue del todo grato para ninguno.
Hice las presentaciones correspondientes con Elliot y los
estudié mientras se daban la mano y Darius le agradecía
por dejarlo quedarse en su apartamento. No demostraron
nada extraño. Así que creí en lo que el ojiazul aseguró sobre
no conocerse. A Isamu, por supuesto, que lo reconoció,
aunque mi compañero se comportó mordaz con él.
Decidimos comer juntos y charlar mientras
descansábamos un poco. Darius ya no tenía cardenales ni el
rostro inflamado, y un día antes le retiraron el cabestrillo del
brazo.
—¿Podemos ir a tu recámara? —le pedí, y asintió
intentando disimular el nerviosismo, porque al fin
hablaríamos de un tema que él me ocultó muy bien.
—¡Pórtense bien, chicos! —gritó Maokko al vernos
marchar por el pasillo—. ¡¿Qué?! —le inquirió a Elliot cuando
este la fulminó con la mirada.
Yo rodé los ojos e ignoré a esa asiática ninfómana.
—¿Has sabido algo de Sombra? —le pregunté luego de
que me invitara a entrar y cerrara la puerta.
—Solo lo que Cameron te ha dicho a ti. De momento,
Marcus ha evitado ponerse en contacto conmigo y yo no he
querido buscar a mi gente para no exponerlos a que los
dañen por querer sacarles información sobre mí —explicó y
me senté en la silla del pequeño escritorio—. Pero sé que
Fantasma no dejará que muera.
—Por supuesto que no lo hará —dije sin esconder el
sarcasmo y Darius me estudió—. ¿Por qué omitiste el hecho
de que Lía es tu hermana? —solté sin tapujos.
—No ibas a confiar en mí si lo sabías.
—Confié en ti siendo un Vigilante y en Sombra incluso
después de saber que se follaba a tu hermana. —Lo vi
tensarse.
—No soy un puto Vigilante y Lía tiene el título de
hermana, pero jamás lo ha sido —espetó—. Ni siquiera me
llevo bien con el tipo al que debo llamar padre, y si he
considerado a Lía es solo por nuestra madre.
—¿Por tu madre has considerado también a Derek? —
espeté y vi que apretó los puños, demostrando que lo
odiaba casi tanto como yo—. El día que descubrí que
ustedes son hermanos, Lía estaba como loca, desquiciada, y
le prometió a Sombra no dañarte a cambio de que él se
acostara con ella. No lo cumplió y eso me hace creer que
esa tipa no es de palabra ni cumple las promesas.
—Lía está enferma y no fue ella quién me torturó, sino
Derek.
—¿A qué te refieres con que ella está enferma? ¿Y por qué
me odia tanto? —Noté su desesperación al no saber cómo
responderme. Y ya Sombra me había dado la respuesta a
esa pregunta, pero después de lo que descubrí, probaría a
Darius—. Responde y no me mientas.
—Lo de enferma fue solo un decir —espetó— y te odia
porque tú tienes lo que ella no puede: la atención de
Sombra.
Bien, al menos manejó lo mismo que el Chico oscuro.
Pero, en lugar de alegrarme, me enfurecí, porque en ese
momento fui más consciente de que Sombra me mintió en
la cara. Y si antes no pensé en eso, fue solo porque el temor
de que muriera y lo que pasaba con Daemon acaparó toda
mi atención, pero con la cabeza más fría, al volver de Italia
analizaba mejor lo que antes ignoré.
—¿Y Fantasma? —solté—. ¿Por qué me odia?
—¡Isabella! —se quejó.
—Es lo mínimo que merezco de tu parte, Darius. Y no
quiero sacarte en cara nada, pero no olvides que fui a ese
maldito almacén porque no podía dejarte allí, porque te
considero mi amigo, pero necesito respuestas.
—Él te odia porque su padre lo hizo odiarte —confesó y
eso me sorprendió—. Le mintió y le hizo creer cosas a tal
punto que su odio por ti y tu familia fue lo único importante
para él.
—¿Su padre?
—Lucius Black, Isabella. —Me puse de pie al escucharlo.
—Eso no puede ser —repliqué y Darius bajó la mirada al
suelo—. Sombra me dijo que Lía era sobrina de Lucius. Dime
que no mintió —exigí y tensó la mandíbula.
—¿Lía? —repitió al darse cuenta de lo que dije y tuvo el
descaro de mostrarse sorprendido.
—¡Me crees estúpida! —grité y se sobresaltó—. El día que
me ayudaste a entrar a Karma, vi a Fantasma y a Lía, pero
ambos sabemos que esos dos son la misma persona —
escupí por primera vez en voz alta la identidad de
Fantasma. El silencio rotundo inundó la habitación tras mi
confesión y hablé luego de darme cuenta de que Darius
tardaría en reaccionar—. Vi su identidad luego de
dispararme y que Sombra me protegiera. Se quitó la
máscara, y aunque no vi su rostro, su cabello chocolate me
hizo saber lo necesario y lo conecté con su actitud hacia él.
Ahora tú dices que Fantasma es hijo de Lucius y yo sé que
ese maldito es Lía, lo que significa que Sombra me mintió —
terminé con amargura.
No había querido verlo porque no quería decepcionarme
de Sombra, pero ya era inevitable. Y así lo de nosotros fuera
una relación de conveniencia, así estuviera consciente de
que éramos enemigos jugando a los amantes, yo nunca le
mentí sobre que estaba usándolo para mis fines. Jamás le
dije que era suya para engatusarlo. Él, en cambio, no solo
me mintió en eso, sino que también protegió a Fantasma y
me impidió llegar a ella.
Maldición. Tuve la oportunidad de matarla y le perdoné la
vida creyendo que era indefensa cuando no solo me
arrebató a mi padre y a Elijah, sino también a mi madre.
—No soy hermano de Derek, Isabella. David solo tuvo dos
hijos: Derek y…
—El tipo al que Dylan asesinó —terminé por Darius y reí
sardónica cuando asintió.
Otra mentira que pude haber descubierto desde antes si
no hubiera dejado de lado a mi hermano.
—Lucius ha manipulado a Lía desde niña, e intenté que no
fuera así, pero ella se negó. Y sí, no la relacionaste con
Fantasma porque siempre que ella quiere ser solo Lía y
despistar a todos a la vez, usa a un doble con esa máscara.
Por eso Isamu jamás supo la verdad detrás de ese
misterio. Después de todo, la tipa sí era inteligente y
estratega. Y yo una estúpida por tragarme tan fácil que,
siendo sobrina de Lucius, el máximo jefe, le diera tanto
poder.
—Lucius, tu padre —solté con odio y decepción.
—Solo porque el papel así lo dice, pero ese hombre no es
nada para mí —escupió.
—¿Por eso Derek es su mano derecha? ¿Porque tú no te
llevas bien con él? —indagué.
Y agradecí, además, que al menos Darius no hubiera
fingido con el odio que demostraba tener por los Vigilantes.
—Siempre quiso un hijo varón, pero cuando al fin entendió
que yo no seguiría sus pasos, me despreció. Y si me soporta
a estas alturas, es únicamente porque tengo su apellido, y
por irónico que parezca, el hijo de puta respeta demasiado
que sea un Black. Además de que tiene a Derek que es un
calco de mierda como él.
«Concordaba totalmente con eso».
Yo también.
Volví a tomar asiento y me restregué el rostro. La verdad
no siempre era grata de saber, pero la preferiría siempre.
—Sé que esto fácilmente se presta para que pienses y
creas lo peor, Bella —continuó y alcé una ceja con ironía—.
Pero si Sombra te mintió es porque sabe que vas detrás de
ella. Y sí, tienes buenas razones para querer matarla —se
apresuró a decir en cuanto vio mi intento de replicar—. Sin
embargo, hay cuestiones demasiado jodidas por las cuales
debemos protegerla de momento y créeme que quisiera
decírtelo, pero no puedo, no todavía.
—Perfecto. —Bufé y solté el aire con mucha decepción.
—Lía y él han sido novios desde hace mucho, hasta que
tú apareciste. La vida de mi hermana gira alrededor de
Sombra, y si lo pierde, es como perder todo. Eso la vuelve
loca y la hace odiarte, además de poner en peligro a
inocentes.
—Pero ella me odia desde mucho antes de que yo
conociera a Sombra —repliqué—. Y, por otro lado, si tú y Lía
son hermanos, entonces significa que también lo son… o
fueron de Amelia, la novia de Elijah. —Terminé de encajar
las piezas y sus ojos se abrieron demás.
—¿Conociste a Amelia?
—No. Sé de ella por su historia con Elijah y Elliot.
—La muerte de Amelia es una de las manipulaciones más
grandes que Lucius usa con Lía, ya que él siempre le hizo
creer a ella que tú eres la única culpable de ello. Y que
luego Sombra se haya decantado contigo al conocerte,
aumentó ese odio porque cree que la historia va a repetirse
de nuevo.
Quise decirle que esa era una mentira, que el único
culpable de la muerte de Amelia era su propio padre, pero
luego recordé que, en efecto, Elliot entregó a la chica para
salvarme a mí, lo que le facilitó a ese malnacido echarme
toda la culpa.
—Y antes de que lo preguntes: no, Isabella, no te creo
culpable. Yo sé que el único culpable de lo que le pasó a
Amelia es Lucius, por eso no dudé en ayudarte cuando me
buscaste ni me importó traicionarlos y que eso me llevara a
estar cerca de morir si tú no te hubieras arriesgado por mí.
Estaré en deuda contigo por siempre. —Negué con la
cabeza al escucharlo.
—Veo que, a pesar de lo que te hizo, la quieres —señalé y
respiró hondo.
—Porque sé que el verdadero culpable de todo es Lucius.
He visto cómo la manipula.
—Darius, quiero que tengas claro algo —advertí y me miró
a los ojos—. A mí me importa un carajo si ha sido
manipulada o no, igual voy a cobrarle cada lágrima que he
derramado por su culpa, cada dolor que he sufrido y cada
persona que me ha arrebatado. Porque si no tuve piedad
por un amigo que también fue engañado y manipulado,
menos la tendré por una tipa que se ha regocijado con mi
dolor.
Sonreí de lado al ver que sus brazos se erizaron y me
satisfizo que creyera cada una de mis palabras.
—Estás en tu derecho —murmuró con la voz ronca.
—Me arriesgué para salvarte, pero eso no significa que no
te mataré yo con mis propias manos si intentas interponerte
en mi camino. —Alcé una mano cuando intentó hablar—. Y
tampoco me tocaré el corazón con Sombra, porque te juro
que así esté deseando que se recupere del todo de esa bala
que recibió por mí, si sigue protegiendo a esa hija de puta,
por una maldita promesa que tiene con ella o por lo que
sea, voy a eliminarlo sin ningún remordimiento —zanjé y
tragó con dificultad.
—De nuevo, es tu derecho —aseguró— y si me dejas,
quiero ayudarte.
Eso me tomó por sorpresa luego de que asegurara que
entendía que su hermana estaba siendo manipulada.
—¿A qué exactamente? Porque voy a matar al mierda de
tu padre y a tu hermana, pero comenzaré por tu primo,
Derek —recalqué—. ¿Estás seguro de que quieres ayudarme
en eso?
—Que quiera a Lía no significa que deje de lado todo el
daño que ha causado. Y ahora tú eres mi única familia,
pequeña dinamita, por muy extraño que eso pueda
parecerte —aseguró, haciendo que mi pecho se apretujara
porque sus palabras fueron muy sinceras—. Dime a quién
quieres primero, dame gente y lo pondré a tus pies. —La
seguridad en sus palabras y la decisión en sus ojos fue
palpable.
Así que decidí probarlo.
—Quiero a Brianna Less, con ella tendré al primer cobarde
en mis manos —aseguré y lo vi sonreír.
Fue una sonrisa malvada llena de cinismo y gracia, que
me hizo creer que acababa de proponerle lo más fácil del
mundo.
—Sherlock Lakes es su hogar, la tendrás esta noche —
aseguró con tanta convicción, que fue mi turno de erizarme.
Los chicos todavía no habían conseguido la ubicación de
esa tipa, y él la supo siempre.
«Así que Derek estaba a punto de caer en su propio
juego».
Era momento de prepararme para mi mejor tortura.
Capítulo 36
Tardé, pero no olvidé

Ronin y los otros tres compañeros de La Orden


acompañarían a Darius a la misión para la que se ofreció,
mientras que Salike y Roman se mantendrían cerca de
Elliot, pues este último había decidido que iría a Grig (antes
de que Darius y los demás se marcharan), según él porque
necesitaba atender algunas cosas del club, pero yo sabía
que era más su necesidad de ir a ver a Alice.
El tonto había querido deshacerse de los escoltas
asegurando que Sombra no estaba en condiciones de
acabar con su trabajo, pero yo ya no quería que estuviera
protegido solo por el Chico oscuro, sino porque los Vigilantes
buscarían joderme por donde pudieran, y tanto Dylan como
el ojiazul se podrían convertir en mis debilidades, así que
igual que mi hermano, debían mantener guardaespaldas.

—Sé defenderme, Isabella —había alegado.


—Sí, yo también. Pero no por eso somos invencibles. ¿O
acaso no fuiste a parar a un hospital incluso estando
rodeado de más Grigoris? —le recordé y negó rendido.
—No mantienen guardaespaldas por débiles, sino por
inteligentes y precavidos —me apoyó Caleb y Elliot terminó
alzando las manos.
—Bien, tienen razón —aceptó, y una hora después se fue
junto a Salike y Roman hacia Grig.

Yo me quedé en su apartamento con Isamu, Maokko,


Caleb, Ronin y Darius (aunque este último se fue luego con
Ronin y los otros Sigilosos). Desde ahí partiríamos hacia el
cuartel, ya que quería ver a mi hermano y charlar con los
demás chicos. Esa vez no me sentía tan cansada porque en
los últimos días conseguí dormir mejor al lado de mis hijos,
y también aproveché a descansar en el jet mientras
viajábamos.
—¿Confías en él? —me preguntó Maokko después de
contarles todo lo que hablé con Darius.
Los tres se quedaron de piedra al decirles la identidad de
Fantasma. Isamu se sentía un poco molesto consigo mismo
por cómo lo engañaron, aunque sabíamos que siempre era
una posibilidad no enterarnos de todo por muy expertos que
fuéramos en la investigación. Sin embargo, que él ya no
estuviera infiltrado no sería problema para seguir
indagando, pues Darius me dijo cosas que me dejaron
pensando en muchas teorías. Como quién era la madre de
esos hermanos, por ejemplo. Pero también me dio por
dónde seguir averiguando.
—Confío en los resultados que me dará esta noche.
Tampoco soy estúpida, y si le doy el beneficio de la duda es
únicamente porque me conviene —respondí mientras me
comía una manzana.
—Confiaba en que no fueras tan tonta —señaló Caleb sin
despegar sus ojos del portátil frente a él.
Estaba concentrado en una base de datos en donde
averiguaría parte de las dudas que surgieron tras la
confesión de Darius. Lo miré incrédula por lo que dijo, pero
él ni se fijó en ello.
—Isabella tiene que usar todo lo que esté a su alcance
para lograr lo que quiere, y si Darius trae a esa chica,
entonces ninguno de nosotros vamos a exponernos. Derek
caerá y cuando llegue el momento de esa tipa… Sombra y
Darius demostrarán a quién protegen —añadió con descuido
y me miró—. Si a ti o a ella —terminó.
—Espero que sean inteligentes, porque si no, con ellos me
voy a sacar esta puta frustración —concluyó Isamu, dejando
entrever lo molesto que se sentía.
—Pues sí, ojalá que esos cabrones elijan bien, porque si
no, yo misma me encargaré de picarlos y después soy capaz
de comérmelos. —Hice un gesto de asco y tragué con
dificultad el poco de manzana en mi boca tras escuchar a
Maokko. Caleb la miró mal e Isamu mantuvo su seriedad—.
¡¿Qué?! —preguntó al ver nuestra reacción—. Si tenemos la
fama de que los asiáticos comemos perros, entonces me
comeré a esos dos para demostrar qué tan cierto es ese
rumor.
—Joder, Maokko —dijo Isamu entre risas.
Al menos ella le bajó un poco el fastidio a nuestro
compañero.
—Sabes que no es un rumor —declaré y tiré los restos de
la manzana al basurero. Ella solo se encogió de hombros.
Los cuatro seguimos planeando lo que haríamos con la
mujer de Derek e Isamu no desistió en su estilo de tortura
recomendado. Volvió a ofrecerse a hacerlo él, inclusive. Pero
todavía no me sentía tan convencida. Y no porque ese
malnacido no lo mereciera, sino porque a veces a la vieja
Isabella le daba por resurgir en mi interior.
—¡Bingo! —celebró Caleb tras conseguir algo en la base
de datos y me acerqué a él—. Lucius ha conseguido borrar
toda información suya y de su familia del sistema, pero
Grigori guardaba algo de sus inicios como parte de la
organización. Y según este documento, tuvo dos esposas
antes de tu madre. Estuvo casado con la primera por dos
años y uno con la segunda. De Leah Miller no hay datos, ni
siquiera se la registra como esposa de tu padre.
—¿Podría ser porque mi padre también borró los datos de
su familia?
—Es lo más lógico, y ahora tú entiendes que es un
método de protección casi infalible porque estás haciendo lo
mismo —señaló y asentí.
Registré a mis hijos, pero me encargué de que ninguna
información de ellos fuera rastreable, y con los registros
pediátricos me encargaba de que los monitorearan para que
no salieran de la clínica. Además de que me encargué de
que el doctor fuera fiable para que me ayudara con eso.
—¿Sabes la edad de los hermanos Black? —inquirió Caleb
para Isamu.
—Veintiséis Darius y veinticuatro Lía, pero no me confío
más de eso, ya que es posible que también manipularan las
edades —analizó Isamu y asentí de acuerdo.
—Sé que Amelia tenía la edad de Elijah y Elliot, así que si
suponemos que Darius y Lía tienen las edades que Isamu
dice, entonces se llevan un año —comenté yo.
—¿Y su nombre es Lía? ¿O una abreviación? —preguntó
Maokko para nadie en especial.
—¡Mierda! Creo que es un diminutivo de Dahlia —soltó
Isamu.
—¿Crees? —inquirió Caleb.
—En uno de los encuentros que presencié, Derek llevaba
unas Dahlias rojas con las puntas de los pétalos
amarillentas, se los dio a Lía y le dijo: una flor para otra flor.
Quería reconciliarse con ella luego de una discusión que
tuvieron, pero la chica rodó los ojos, respondiéndole que la
próxima vez al menos recordara que sus favoritas eran las
Deseo Azul.
Vi a Caleb escribir eso último en el portátil y pronto tuvo
imágenes de Dahlias Deseo azul. Eran de pétalos centrales
en color blanco cerca de la base, mientras que sus puntas
se tornaban lilas al igual que el resto de los pétalos.
—Pero eso pudo haber sido solo un cumplido —dedujo
Maokko.
—Pensé lo mismo, por eso no le di importancia a lo
siguiente que dijo ese imbécil cuando Lía lo dejó con las
Dahlias en la mano. —Los tres miramos a Isamu, esperando
a que siguiera—: Hija de puta, lo único que tienes de flor es
el nombre. «Y eso también es lo único delicado, recuérdalo»,
le respondió ella.
—Entonces está confirmado. Lía es el diminutivo de su
nombre —reflexioné y los cuatro estuvimos de acuerdo.
—Y que esos tres son hijos de los matrimonios anteriores
de Lucius, contando con la diferencia de edad que tienen
contigo —reflexionó Caleb.
—También es posible que nunca hayan aceptado a Leah
como nueva pareja de su padre, al menos Lía —reprochó
Maokko.
La ira al recordar su confesión sobre ser la asesina de mi
madre me lamió la piel.
—¿No encontraste fotos de ninguno? —preguntó Isamu a
Caleb, refiriéndose a los hermanos Black.
—No, no hay nada sobre ellos. Y de las anteriores esposas
encontré sus actas de defunción. Una murió de cáncer hace
diez años y la otra en un accidente de tránsito hace un año.
Tuvieron hijos con sus respectivas parejas y hay registros,
pero de los Black nada. Y repito, tiene lógica, ya que es la
manera en la que se manejan todos los líderes de la
organización y, aunque Lucius sea un traidor, comenzó
como Grigori.
—Maldición, cómo odio los callejones sin salida —
refunfuñé restregándome el rostro.
—Podemos retroceder para encontrar otro camino, jefa.
Los callejones sin salida no siempre significan que todo
acabó —recordó Isamu y le di la razón.
Al terminar con ese tema, por el momento, nos fuimos
para el cuartel. Tenía la intención de comentarle a los
Grigoris algunas cosas con respecto a mis planes, también
sobre la investigación que iniciamos hacia los hermanos
Black, puesto que luego de cómo Caleb, Maokko y Salike
habían estado trabajando hombro a hombro con ellos, decidí
que era momento de volver a unirnos y recuperar la
confianza que se nos arrebató con la traición.
Dylan me recibió con un abrazo y me llevó hasta el salón
de entrenos. Jane estaba de visita, demostrándole a Connor
qué tan bien había aprendido a utilizar el bokken y me guiñó
un ojo cuando desarmó a su novio con facilidad. Evan
entrenaba con Tess, y al ver a Dylan en esos momentos
conmigo imaginé que, si Jacob hubiese estado vivo, ambos
habrían estado entrenando juntos.
Respiré hondo, con tristeza. Y por un momento,
comprendí a Darius con su hermana.
—¿Nos unimos al entreno? —propuso Maokko.
—Por favor, necesito un poco de acción —aceptó Isamu.
—¿Quieres aprender nuevos trucos? —ofreció Caleb para
mi hermano y este sonrió con suficiencia.
—¿Tú contra mí?
—No, viejo. Tú, Maokko y yo contra Isamu —aclaró el rubio
y Dylan nos miró un tanto sobresaltado.
Le sonreí, diciéndole de esa manera que cuando Isamu
pidió acción lo hizo de verdad, y para conseguirla
necesitaba a más de una persona. A veces eso pasaba en
todos los sentidos, según los rumores.
—Necesito hablar contigo —dijo Tess cuando me quedé
viendo a los chicos.
Dylan había aceptado ser parte del equipo de Caleb y
Maokko. Connor, Evan y Jane se quedarían como parte del
público y vi a esta última emocionada. La recordé viendo
aquella batalla en la fiesta de Lucas (o de los Grigoris, en
realidad) años atrás y sonreí con nostalgia.
—Vamos a perdernos del espectáculo —murmuré para la
pelirroja.
—Con la cara de asesino que tiene tu compañero, ya
sabemos cómo terminará esto.
—¿Tan poca fe le tienes a mi hermano? —inquirí fingiendo
indignación y ella rio.
Era la primera vez que yo actuaba así luego de todo lo
que habíamos pasado.
—Jane nos contará todo con lujo de detalles. Ya sabes lo
buena que es para memorizar cada cosa que ve —aseguró y
fue mi turno de reír.
«Por supuesto que la ex Chihuahua tenía buena
memoria».
—Bien, vamos —acepté y le hice un gesto para que me
guiara.
La seguí hasta la oficina de su padre, sintiendo que estar
con mis hijos, con Myles y Eleanor (y con mis hermanos
Sigilosos por todo un mes), compartiendo y apoyándome
como familia, me hizo ver las cosas desde otro ángulo.
Llegué a aceptar que muchos tenían razón: mi vida debía
continuar y no quería seguirme enfocando en el pasado
cuando se trataba de mis seres queridos. Y aunque todavía
no podía hacerles saber a más personas sobre mi secreto
mejor guardado, sí quería comenzar a preparar el camino
para que algún día esos tesoros que tanto cuidaba, pudieran
tener una vida normal.
Mis clones lo merecían.
—Supe que estuviste en Italia —mencionó Tess mientras
se secaba el sudor con una pequeña toalla blanca.
—Así es. La Orden también opera allí, y como líder tuve
que encargarme de algunos asuntos —respondí en tono
neutro.
Ambas habíamos entrado a la oficina y tomamos asiento.
—¿Algún día me dirás lo que tú y mis padres ocultan? —
La observé intentando parecer tranquila.
—No sé de qué hablas. Según yo, no oculto nada. Tus
padres, no lo sé. —Tess me miró con los ojos entrecerrados
y me encogí de hombros—. Tuviste la oportunidad de ir con
ellos y no quisiste. Habrías comprobado por tu cuenta si
ocultaban algo o no —murmuré recordando lo decidida que
estuve en un momento a que ella supiera de mis hijos.
Pero sí se negó, no retaría al destino, ya que por algo lo
impidió. Y de todos mis enemigos, era al único que le temía,
así que no iba a tentarlo.
—Está bien, dejaré ese tema de lado por el momento —
advirtió y sonreí mordaz—. Daniel nos informó que hemos
sido ascendidos de rango como organización y pasaremos a
trabajar directamente con la presidencia, por lo que nos
extenderán inmunidad mundial. Todo gracias a lo que
hemos logrado en los últimos días.
—¡Dios! Eso es excelente —celebré.
Como organización, ya teníamos cierta inmunidad en
algunos países, pero aun así nos veíamos limitados en
ciertos aspectos gracias a que no estábamos en la nómina
oficial de la presidencia, aunque trabajáramos con el
gobierno. Así que si nos subían de rango, pasaríamos a ser
como una especie de fuerza armada secreta, y el presidente
se convertiría en nuestro comandante en jefe, ya no solo
por gobernar el país.
—¡Felicidades! —exclamé, sintiendo un nudo en la
garganta al pensar en el orgullo que hubiera sentido Elijah
de conseguir esto junto a su familia—. ¿Myles ya lo sabe?
—Se lo he dicho hace una hora. Bartholome y Perseo
también han sido notificados, así que pronto deberemos
asistir a una reunión formal con el presidente —añadió y
asentí—. Gracias, Isa.
—¿Por qué? —pregunté con el ceño fruncido.
—A pesar de lo difícil que fue para ti volver aquí y de la
traición a la que nos enfrentamos, sin contar con que no te
lo hicimos nada fácil, hiciste renacer esta sede.
—No fui yo, Tess. Fue nuestro equipo —dejé claro y ella
negó.
—La caída de los Vigilantes es algo que conseguiste tú y
tu Orden, por eso papá, Perseo y Bartholome se lo hicieron
saber a Gibson. Así que el presidente propone una fusión —
soltó y eso sí que me tomó por sorpresa.
Recordé que Myles estuvo trabajando en mover sus
contactos para conseguir aliados para La Orden mientras
estuve en Italia y conecté todo.
—Myles ya sabía de esto desde mucho antes —dije.
—Sospecho lo mismo, ya que no se emocionó tanto como
esperé cuando le di la noticia —analizó ella.
—Como sea, La Orden del Silencio tiene tres líderes, así
que antes de pensar en una fusión deberé hablar con los
otros dos —avisé y ella asintió.
—¡Dios, Isa! No sé tú, pero yo estoy emocionada de este
logro, ya que los primeros líderes han esperado esto por
años, y el presidente se fijó en la organización gracias a lo
que tú hiciste. Tú, una chica más joven que los fundadores y
mujer, además. La chica en la que ellos no tuvieron fe al
principio. ¿Entiendes a lo que quiero llegar? —inquirió y sus
ojos se pusieron brillosos por las lágrimas de orgullo que
contenía.
«Papá y mamá estarían orgullosos de lo que conseguiste,
Compañera».
Dios.
Medio sonreí al pensar en el día de mi juramento Grigori,
en la reticencia de Perseo, la poca confianza de Bartholome
y en el enfado de Elijah cuando se enteró de que no me
aceptaban por ser mujer. En ese momento, sí querían a mi
hermano como líder, aunque se lo negaran después.
—Entiendo, Tess, pero este mérito no es solo mío. Hay un
equipo detrás de mí que no me deja sola. Tú y Dylan no
dejaron caer esta sede a pesar de que ni tú ni él estaban en
su mejor momento. Así que sí, juntos le demostramos a los
fundadores que no por ser jóvenes somos mediocres. Ellos
tienen la experiencia, nosotros la fuerza, las ganas y los
golpes que la vida nos ha dado. Y puede que con mi Orden
hayamos hecho que resurgieran, pero porque ustedes
mantuvieron una chispa encendida.
Ella se limpió una lágrima que no pudo contener y luego
rio entre la congoja.
—Los niños bonitos demostramos que no tenemos poder
solo por el apellido que portamos —aseguró llorando con
orgullo y apreté los labios para no imitarla.
Estaba segura de que ella también pensó en su hermano
al decir eso, porque él siempre quiso demostrar que su
equipo tenía la capacidad, inteligencia y audacia sin
importar la edad. Elijah hizo todo lo que estuvo en sus
manos para confirmarle a la élite de Grigori que el apellido
que portaba solo era un aderezo, pues su lugar en la
organización y el mérito se los ganó con creces.
—Y vamos a seguir demostrándolo —zanjé y asintió.
—Bien, es hora de dejar de lado el drama y pasar a algo
más que quiero pedirte —avisó y alcé una ceja porque se
puso seria—. Dentro de unos días será el día de
remembranza de…
¡Dios mío!
Supe en ese momento lo que Tess diría. Había estado tan
sumida en todo que olvidé la fecha que se acercaba, no
porque no me importara, sino más bien porque nunca quise
hacer nada para el aniversario de muerte de mis padres,
sino que prefería seguir celebrando sus vidas el día que
nacieron.
—De Elsa y John —terminó Tess tras respirar hondo—. Y sé
que sabes que siempre hacemos una ceremonia en su
honor, y ahora que has vuelto, mi madre propuso que
hagamos una en conjunto para Elsa, tu padre y Elijah.
Me puse de pie y le di la espalda. Quería seguir adelante y
ya lo estaba haciendo, pero pensar en una ceremonia de
ese tipo era también aceptar una despedida para la que creí
que estaba lista, hasta ese momento.
—Papá está de acuerdo, además de que quiere hacer algo
especial para incluirlos de alguna manera en la celebración
de nuestra ascensión en el gobierno. Y yo quiero que tú des
unas palabras en honor a mi hermano, sobre todo.
—No…
—Isa, yo entiendo que es difícil para ti, pero pienso que tú
y Elijah merecen esto.
—Creí que sí, pero no estoy lista, Tess —confesé y me giré
para enfrentarla, ella exhaló un suspiro.
—Para que de verdad puedas seguir adelante, tienes que
despedirte de él, Isabella —dijo con tranquilidad y llegó a mi
lado—. Yo sé cómo fue Elijah, fui testigo de cuánto le
importaste, y por lo mismo estoy segura de que, por muy
posesivo que fuera, no querría verte estancada. Y como
amiga te lo digo: mereces continuar de verdad, no a
medias. Así que te lo ruego, suéltalo, despídete de él para
que florezcas de nuevo. Y sí, sé que soltarlo te dolerá, pero
sostener lo insostenible te desgarrará a un punto que te
matará.
Negué con la cabeza y volví a la silla. Me recosté en ella y
exhalé una bocanada de aire por la boca.
«Sabes que ella tiene razón, Colega. Debías de dejar de
abrazar el pasado para no seguir destruyendo tu presente».
Maldición.
—No soy buena para las despedidas —me quejé al darle
la razón a ella y a mi conciencia. Tess me observó con
comprensión y luego se fue hasta el frente del escritorio y
sacó una caja pequeña de gamuza roja. Llegó de nuevo a mí
y la abrió.
—No lo tomes como una despedida —pidió y, sin permiso,
me tomó la mano en la que tenía el brazalete y colgó un
nuevo dije. Tuve ganas de llorar al verlo—. Tómalo como un
nuevo comienzo, uno que de verdad mereces. —Sus
palabras fueron sinceras y lo agradecí en mi interior
mientras veía un pequeño corazón de plata. Encima de él
tallaron a la perfección agua corrida en color celeste. Era
hielo.
«Un corazón de hielo».
Sonreí con los ojos llenos de lágrimas.
—Un nuevo comienzo —murmuré y asintió—. ¿Cuándo y
dónde será la ceremonia? —pregunté y sonrió con cariño.
—Dentro de tres días, en el cementerio donde ya
descansan los restos de Elsa y tus padres.
—No prometo un discurso, pero lo intentaré.
Una vez más y sin esperármelo, me abrazó. Lo hizo
volviendo a ser aquella amiga que un día fue para mí. La
chica de fuego que me adoptó como su hermana desde
antes que yo cayera en los brazos de su hermano; pero, a
diferencia de un mes atrás, le correspondí.
«Había llegado el momento de despedirnos».
No, era momento de un nuevo inicio.
—Por cierto, es mi regalo de cumpleaños atrasado —
explicó al separarse de mí y señaló el dije.
—Gracias —susurré sincera.
Me fui a mi apartamento después de hablar con ella,
porque de pronto me sentí cansada del viaje. No tenía
sueño, pero sí la necesidad de estar sola.
Tomé una ducha con agua tibia, y luego de salir del baño
y vestirme con una playera y un bóxer de Elijah como
pijama, me serví un café. En mi cabeza rondaban las
palabras de Tess y su petición, analizando que por mucho
tiempo me negué a seguir con mi vida porque siempre lo vi
como una despedida. Sin embargo, en cuanto ella cambió la
perspectiva a un nuevo comienzo, sentí que era más fácil.
O eso creí hasta que tomé un cuaderno y lápiz para
escribir algo…, pero nada salió.
Había muchas cosas que siempre quise decirle a mi
Tinieblo, pero no pude ni podía en ese instante, así que dejé
el cuaderno de lado diciéndome que todavía tenía tiempo,
dándole paso con eso a la ansiedad por no tener noticias de
Darius. La última vez que se comunicó con nosotros, fue
una hora atrás y lo hizo únicamente para avisar que
estaban a punto de llegar a su destino.
Me puse de pie y me acerqué a una de las ventanas con
cautela cuando mi móvil comenzó a vibrar. Tenía el corazón
acelerado al ver las iniciales en la pantalla, pero antes de
responder, me aseguré de que mis guardaespaldas
estuvieran en sus posiciones, y al confirmarlo, la mano me
tembló mientras deslizaba el dedo aceptando la llamada.
—Diga —hablé fingiendo desconocer el número, solo por
si acaso era una trampa.
—Bella. —La piel se me erizó al escuchar su voz
robotizada y la manera que tenía de pronunciar mi nombre,
aunque lo escuché débil—. Cameron está aquí conmigo, no
es ninguna trampa —aseguró percatándose de mi
desconfianza, pero incluso así seguí en silencio—. Recibí tu
mensaje y ahora mismo no puedo ir y decírtelo en la cara,
mas no soportaré hasta recuperarme por completo y verte
frente a frente, así que acepta este adelanto: estoy vivo por
ti y no me iré de este mundo mientras tú estés viva.
No podía explicar lo que sentí al escucharlo, pero sí sabía
que era tan intenso como peligroso.
—¿Estás mejor? —le pregunté, dejando escapar el aire
que había retenido. Casi podía escuchar a mi corazón
martillear en mis oídos.
—Y desesperado por salir de este lugar y demostrarte con
hechos que nunca te he abandonado ni te abandonaré en
medio de la batalla —aseguró y tragué con dificultad.
Me sobé la garganta para tratar de aliviar lo que
experimenté y cerré los ojos.
—No te arriesgues entonces, sabes que llamarme es
peligroso. Recupérate y después me buscas —pedí
intentando sonar neutra—. No quiero que Fantasma o Lía te
descubran —añadí probándolo.
Para mala suerte de Sombra, yo ya no era la chica que se
conformaba con lo que quisieran decirle o darle, con tal de
no perder a quien…
«¿A quien amabas?»
No, a quien me afectaba.
Corregí a mi conciencia, pues estaba muy lejos de sentir
amor por ese chico.
—Fantasma se ha ido hace mucho y Lía no vuelve hasta
mañana —aseguró Sombra, y con eso se alejó aún más de
que sintiera más que deseo por él.
—Me alegra mucho que estés mejor, Sombra. Y no quiero
ser aguafiestas, pero nunca es mal momento para dejarte
claras ciertas cosas. —Intenté controlarme al formular esas
palabras, aunque la presión que ejercí en el móvil
demostraba que estaba lejos de conseguirlo—. Se lo dije a
Darius y lo repito contigo: con mis propias manos le
arrebaté la vida a mi amigo por traicionarme. Así que no
vivas solo para que yo te mate luego. —Se mantuvo en
silencio un rato.
—No te estoy traicionando, Bella. Y te juro que si protejo a
Fantasma es solo porque tengo intereses personales y
promesas que cumplir. Aun así, ni él ni nadie está por
encima de ti —aseguró.
—Eso es muy contradictorio, sobre todo cuando está Lía,
tu novia —señalé y bufó.
—No es mi novia.
—¡No me mientas! —exigí, recordando la confesión de
Darius—. Sé que han sido novios durante años.
—Lo fue hace mucho, pero no más, Isabella. Y si la he
follado, no ha sido porque sea mi novia y la ame,
simplemente lo hice porque me convenía, para que no me
sacaran del país y me alejaran de nuevo de ti. Entiéndelo,
joder. Cuando digo que nadie está por encima de ti, es
nadie, sin excepciones.
Me frustró su mentira, pero porque sabía que en realidad
podía ser una verdad a medias.
—Explícame mejor, Sombra, porque es difícil que te crea
eso cuando sigues poniendo tu promesa con ellos por
encima de mí —pedí cansada.
—Ya no se trata de mi promesa con ellos, sino de
enmendar un grave error que cometí, Pequeña. Y… tiene
que ver con los envíos —confesó y sentí que la garganta se
me secó.
—¿Tiene que ver con niños? —pregunté. Pasaron varios
minutos y no respondió—. ¡Joder, Sombra! Puedo ayudarte
—propuse y lo escuché suspirar.
—No, preciosa, no puedes en esto —susurró y deseé
tenerlo frente a mí para que me mirara a los ojos.
Me estaba volviendo débil con él y no podía permitírmelo.
—Dime de qué se trata y te prometo que te ayudaré a
enmendar tu error. —Lo intenté una vez más, pero sin
esperar mucho para no decepcionarme más—. Sombra…
Me quedé en silencio porque mi móvil vibró avisándome
que había recibido un mensaje de texto. Lo separé de mi
oído sin cortar la llamada y vi que se trataba de Darius.

Fueron las dos únicas palabras, y bastaron para sacarme


una sonrisa de suficiencia. Ese mensaje me ayudó a
recordarme que no podía ser débil.
—¿Derek tuvo algo que ver con que cometieras ese error?
—le pregunté a Sombra.
—Sí —respondió con odio.
—Espero que no vayas a necesitarlo para enmendarlo,
porque no volverás a saber de él —aseguré con emoción.
Me apresuré a ir a mi habitación para ponerme un
vaquero y mis botas, quedándome con la playera de Elijah.
—¿De qué hablas?
—Ya sabes que él me utilizó como carnada, y estoy a
punto de devolverle la jugada.
—Tienes a Brianna Less —supuso de inmediato y mi risa
se lo confirmó—. ¡Demonios! Quisiera estar allí y ver el
rostro de ese hijo de puta —se quejó.
Mientras hablábamos, le envié un mensaje a mis
guardaespaldas, segura de que ya los demás Sigilosos
estaban al tanto de lo que pasaba.
—Tengo que dejarte —avisé. Tenía que llamar a Caleb.
—Juega con su puta mente y hazlo desear estar muerto,
pero no lo complazcas tan pronto —pidió y lo puse en
altavoz para asegurarme unas cartucheras en las piernas.
—¿Alguna otra petición? —pregunté con voz juguetona.
—Sé una chica mala y haz que tu Chico oscuro se sienta
orgulloso. —Me mordí el labio para no reírme tras
escucharlo.
—Acabas de alborotar a mis demonios —exclamé.
—Déjalos así hasta que pueda ir a calmarlos —pidió. De
un momento a otro, lo escuché mejor—. Pero, sobre todo,
cuídate, Isabella White, porque lo que harás es peligroso y
no viví por gusto.
—Prometo portarme muy mal, pero sobre todo, prometo
vivir —aseguré—. Espero verte pronto, Chico oscuro —me
despedí.
—Lo harás, hermosa —aseguró y corté la llamada.
«Al fin llegaba nuestro momento».
Era hora de hacer mi nueva jugada.

Una chica rubia con el delineador corrido y los ojos


llorosos me esperaba sentada sobre una silla de madera,
amarrada de pies y manos. Darius y Ronin estaban a su
lado. Los otros Sigilosos que los acompañaron se
encargaban de custodiar el almacén junto a algunos
Grigoris. Llegué ahí junto a Caleb, Maokko, Isamu, Salike y
Elliot (que se nos unieron a último momento), el ojiazul
todavía no sabía lo que hablé con Darius.
—Estás a punto de verme actuar como en realidad soy,
así que no me cuestiones nada y si consideras que no
soportarás lo que verás, entonces te vas —le pedí al ojiazul
con un tono de voz firme mientras caminábamos hacia
nuestra invitada.
—Solo te pido que no seas desalmada con alguien que no
lo merece —dijo y detuve mi paso para encararlo.
—No seré desalmada, simplemente devolveré el golpe
que me dieron —aclaré y vi su impotencia—. ¿O acaso yo sí
merecía lo que me hicieron? ¿Qué fueran desalmados
conmigo? —cuestioné y me observó con incredulidad y
dolor.
—No, tú menos que nadie —repuso comprendiendo mi
postura—. Haz lo que quieras, pero no olvides lo que eres —
pidió, y sabiendo a lo que se refería, asentí.
«Eras madre como ella».
Sí, pero también una fiera.
Seguí mi camino, ellos se quedaron un poco alejados y
atentos a lo que iba a suceder. Escuchaba que Brianna le
suplicaba por ayuda a Darius, pero él ni siquiera la miraba.
Se concentró en mí y en la satisfacción que me embargó al
tener, por fin, la oportunidad de cobrarme una de mis
peores torturas.
—Cumpliste —dije cuando estuve frente a él y Ronin.
Este último hizo una reverencia hacia mí y asentí con una
sonrisa, agradecida de su apoyo.
—¿Lo dudaste? —preguntó Darius y me encogí de
hombros—. No te fallaría a ti —aseguró y le sonreí.
«Esperaba que esas palabras fuesen ciertas».
Yo igual.
Miré a Brianna, quien comenzó a llorar más y a negar con
la cabeza al reconocerme. Ella me recordaba igual o más de
lo que yo la recordaba a ella.
—¿Y la niña? —pregunté.
—Donde acordamos —respondió Ronin y asentí.
Cameron tuvo razón al asegurar que mamá e hija no se
separaban por ningún motivo, así que no tuvimos más
opción que cogerlas juntas, ya que no me detendría por
nada.
—Por favor, no dañen a mi pequeña —suplicó Brianna y,
por un instante, hizo que me pusiera en su lugar.
Ella tenía suerte de que yo fuera madre.
—No soy tan desgraciada como tu marido —espeté—,
pero no me provoques y coopera si no quieres que cambie
de opinión.
—¿Qué me harás?
—Seré un reflejo de tu marido, así que si sabes con quién
te casaste, entonces no creo que eso te asuste —solté y sus
ojos llorosos se abrieron demás.
—Él no es tan malo, te lo juro.
—Tu miedo por saber que seré un reflejo de él, me dice
que ni tú crees lo que acabas de decir —resollé.
—Sea lo que sea que quieres de él, no te ayudaré —aclaró
y me carcajeé.
—¿Y quién dijo que tienes opción?
—¡Tú me salvaste de tu novio una vez! ¿Por qué me usas
ahora? —gritó desesperada.
—Quien te salvó ese día era una persona diferente. Ahora
lo único que le agradezco a esa noble chica es que te dejó
vivir para que yo pudiera usarte y lograr mi objetivo —
aseguré—. ¿Dónde se esconde esa rata que tienes por
esposo?
—¡Nunca te lo diré! ¡Ah! —gritó cuando la abofeteé solo
para que entendiera que no mentí con mi aclaración
anterior.
—Intenta responder bien, te daré una nueva oportunidad
—aconsejé.
—Solo déjame vivir —suplicó y vi sus dientes manchados
de sangre—. Y déjalo vivir a él. Es bueno, te lo juro —repitió
y solté tremenda carcajada.
—¡Carajo! ¿Es voluntaria en una perrera o en un circo? —
le pregunté a Darius y sonrió.
—Y tú te burlas de que yo soy el chistoso —refunfuñó
Ronin entre dientes haciéndome reír.
—No miento, Derek es bueno —aseguró Brianna con
vehemencia.
—Tal vez contigo sí, pero a mí me demostró ser un terrible
monstruo —mascullé—. Ahora solo quiero demostrarle que,
en efecto, un monstruo puede crear a otro, y este, a su vez,
puede superarlo.
—Sea lo que sea que hizo, fue antes. Ahora él es
diferente, te lo juro.
Miré a Darius, incrédula y sorprendida de lo ciega que
estaba esa mujer. Él se encogió de hombros, como
diciéndome que Brianna era de esas mujeres que vivían en
su burbuja de fantasía, o de las que aceptaban con sumisión
la vida que su pareja les daba, veían a través de ellos, se
tragaban cada mentira que les decían sin atreverse a
explorar por sí mismas el mundo, o a formarse su propio
criterio.
—¿Qué le diré a mi hija cuando pregunte por su papá si tú
lo matas? —siguió Brianna, llorando y queriendo llegar a mi
corazón por medio de la compasión sin darse cuenta de que
había escogido la peor pregunta—. ¿Cómo le explicaré que
su príncipe no estará más para leerle su cuento favorito o
para llevarla a jugar al parque? —siguió y la cogí del rostro
con fuerza.
Esas estúpidas preguntas solo hicieron que recordara a
mis hijos. La suya, al menos, conoció a su padre; a los míos
les fue arrebatada esa oportunidad.
—Le dirás que su papito es un ángel —gruñí cerca de su
rostro, y vi de soslayo que Caleb se acercó, intuyendo que
estaba a segundos de perder el control—. Y que se fue para
cuidarla mejor desde el cielo —repetí lo mismo que les decía
a mis pequeños. Ella negó y lloró todavía más porque
estaba enterrando mis uñas en sus mejillas—. Ahora sé
inteligente, y no permitas que tu hija, además de perder a
su padre violador, también pierda a la estúpida y ciega de
su madre —espeté. Sus ojos se desorbitaron y jadeó con
horror cuando le dije tal cosa y la solté de golpe.
Las puntas filosas de mis uñas en stiletto le dejaron
pequeñas heridas en las mejillas.
—¡Mientes! —gritó y chasqueé con la lengua.
—No gastaré mis palabras en una estúpida que prefiere
creer en un espejismo por miedo a que su burbuja de
fantasía explote —aseveré.
—No te diré nada de Derek —replicó y admiré su fidelidad
a ese malnacido.
Algo que, por supuesto, él no merecía cuando se la vivía
disfrutando de otras mujeres mientras a ella la alejaba con
la excusa de protegerla.
—Con lo fácil que sería hacerte hablar si hago que traigan
a tu hija —reflexioné y noté su terror.
No haría eso, pero la tortura psicológica era, a veces, más
eficaz que la física.
—Si Brianna no habla, tengo una mejor manera de
hacerlo caer —dijo Darius e imaginé que él también creyó
que haría lo que dije. Me reí de eso y noté que sacó un
móvil de su bolsillo y me lo entregó—. Es de ella. Lo he
desbloqueado y tiene registrado el número de ese imbécil.
Haz una videollamada y muéstrale lo que tienes en tus
manos.
Sonreí con picardía y miré la pantalla, ya con el contacto
en ella para que marcara, pero antes de hacer la llamada, le
pedí a Isamu que se acercara. Vi el júbilo en sus ojos,
porque entendió con eso que tomaría sus consejos. Le
comenté a Darius lo que pasaría, y una vez más me
sorprendió, porque estuvo dispuesto a ayudarme sin
rechistar.
Él, Isamu y Ronin hicieron gritar a Brianna de terror en
cuanto la levantaron de la silla para colgarla del techo, con
las manos amarradas a unas cuerdas. Darius se sacó la
playera, e Isamu lo imitó, ambos mostrando sus torsos
marcados de músculos, haciendo que nos preguntáramos si
los cincelaron a mano con precisión y pasión.
Le di una mirada a Caleb, Elliot, Maokko y Salike. El rubio
tenía los brazos cruzados, atento a lo que pasaba (a
Brianna, sobre todo), el ojiazul había tensado la mandíbula y
apretó los puños. Las chicas, en cambio, se deleitaban con
lo que veían: Maokko con malicia y Salike con timidez.
Brianna lucía más aterrada que antes y su respiración se
volvió trabajosa al ver que caminé hacia ella y saqué la
daga que guardé en una de las fundas de mi muslo.
—No me dañes —rogó cuando le desgarré la camisa con
la daga. Isamu la sostenía de la cintura por detrás y Darius
aguardaba a un lado—. Te lo imploro, Isabella. No me dañes,
estoy embarazada —soltó, y aunque eso me sorprendió, no
lo demostré. La miré a los ojos para asegurarme de que no
mentía—. Lo descubrí apenas hace unos días. Tengo doce
semanas de gestación. Por favor, no me dañes —repitió una
y otra vez.
No la iba a dañar físicamente, pero mentalmente no
prometía nada.
—Siempre he tenido un fetiche con las embarazadas.
¿Crees que, si la follo ahora que el embrión comienza a
formarse, habrá probabilidad de cambiar los genes de esa
mierda por los míos? —La pregunta de Isamu hizo que el
estómago de Brianna se hundiera con pavor—. Un pequeño
de ojos rasgados sería precioso, ¿no crees, jefa? —Ronin
soltó una carcajada al escuchar a nuestro compañero.
Isamu bajó una mano a la cadera de Brianna para que ella
no dudara de lo que supuestamente él pretendía hacer y los
lagrimones de la chica se hicieron más gruesos.
—Isabella, por favor.
—Espero que seas fuerte —recomendé y continúe
desgarrando las perneras de su pantalón para que su
aspecto pareciera más deplorable—. Hazlo por tu hija y el
pequeño ser en tu vientre.
—Por favor —rogó perdiendo la voz.
—Cuando Derek me violó, también abusó de mi amiga y
de una chica de Grigori que estaba embarazada, y después
mató a esta última. Y no tienes idea de cuánto le rogamos
para que no nos lastimara —confesé en voz baja. Ella seguía
sin poder creer lo que salía de mi boca—. Tienes a un hijo de
puta malnacido como marido con una enorme cuenta
conmigo. Tú me ayudarás a cobrársela —aseguré y gritó
cuando hice un pequeño corte en su pierna.
Lo hice solo para que saliera un poco de sangre y así ella
se aterrorizara más de lo que ya estaba.
—¿Quieres música? —preguntó Maokko acercándose al
reproductor y quitó la sábana con la que lo cubrían—. Hazlo
a lo dramático —sugirió.
—Obteniendo resultados, no me importa si es dramático o
no —respondí con diversión y ella lo tomó como un sí.
Sacó el móvil para conectarlo al reproductor y enseguida
Monsters de Ruelle llenó nuestros oídos. Negué con la
cabeza mientras seguía riendo, y pulsé en el contacto de
Prince con el que Brianna registró a su marido. Asentí hacia
Darius e Isamu y me alejé de la tipa, quien comenzó a
retorcerse con más pánico al ver que Darius se posicionó
delante de ella, e Isamu la retuvo.
—Cariño, estoy un poco ocupado. —Reí al escuchar la voz
de ese cobarde. Respondió al tercer tono y la imagen de su
rostro se desplegó con nitidez.
—Lo siento mucho, cielo, pero tendrás que hacer tiempo
para mí —respondí con voz melosa y burlona. Sus ojos se
desorbitaron al verme.
—¡Derek! —gritó Brianna.
—¡Hija de puta! —espetó al percatarse de lo que sucedía.
—Te tengo una sorpresa, cariño. Y espero que te sientas
orgulloso porque tu alumna te haya superado —deseé,
comportándome como una chica ilusionada y alcé el móvil
para enfocarme junto a Brianna y los chicos.
—Prometo que va a gustarte —le dijo Isamu en voz alta a
la chica.
—No la dañes —pidió Derek al ver claro a Isamu
recorriendo el torso de su mujer, tomándole los muslos para
abrirla y darle acceso a Darius.
—¡Vamos a jugar! —grité y Ronin tomó la palanca de las
luces que le pedí a Caleb que tuviera listas—. Rojo para que
la folle solo Darius. Ámbar para que sea Isamu. Verde para
que la tomen entre los dos.
Ronin había hecho el cambio de cada luz, y al final dejó
que se mantuvieran intermitentes.
—¡No, por favor! —gritó Brianna.
—Te daré el honor, cielo. Escoge un color —ofrecí a Derek.
Sus ojos estaban tan abiertos que el azul en ellos se volvió
eléctrico.
—Que no la toquen, Isabella.
—Respuesta incorrecta. Ese no es un color.
—¡No la dañes o te juro que te arrepentirás!
—Ah, ah. Ese sigue sin ser un color —me burlé—. Tendré
que dejar que mi público escoja por ti.
—¡Derek! —gritó Brianna en el momento que Darius
enterró el rostro en el cuello de ella y la tomó de la cintura,
empotrándola al pecho de Isamu.
—¿Verde, ámbar o rojo?
—Verde, por favor —gritó Maokko y Ronin hizo que la luz
de ese color se quedara parpadeando.
—¡Dios, no! —suplicó Brianna.
Ni Darius ni Isamu la dañarían. Ni siquiera la tocarían más
allá del torso, el cuello o los muslos, pero se tragó el cuento
de que sí lo harían y nos estaba ayudando a que su marido
también lo creyera.
—¡Mierda! ¡No! ¡No la toquen! —gritó Derek con
impotencia.
—Darius, ¿qué fue lo que me aseguraste hace unos
minutos? —le pregunté con una sonrisa traviesa.
Él se giró hacia la cámara y sonrió con maldad, a la vez
que Isamu cogió a Brianna del cabello de la parte posterior
de la cabeza para que también mirara a su marido.
—Que el mejor sexo te lo da la mujer de tu peor enemigo.
Y estoy a punto de comprobar qué tan cierto es —añadió y
se desabrochó el pantalón.
—¡Por favor, no lo hagas! —le suplicó Brianna, pero Darius
la ignoró y volvió enterrar el rostro en su cuello para
besarla.
Isamu llevó una daga hasta el centro de las piernas de
ella, simulando que le cortaría el vaquero. Me estremecí
porque no le di detalles de lo que pasó aquella vez, pero él
los estaba adivinando y aplicándolos en esa mujer.
—¡¿Qué quieres Isabella?! Dímelo y lo hago, pero por
favor, no la toques. No dejes que la toquen —chilló Derek
con súplica y le hice una seña a Darius para que se
detuviera.
—Quiero que escojas un puto color —aseveré—. O que
tengas los cojones de venir tú mismo por ella.
Dejó de ponerme atención por un momento y escuché
que alguien le dijo algo. Él sonrió con suficiencia.
—Qué tal si mejor la dejas salir de ahí por las buenas —
propuso y su tono volvió a ser altanero—. Mira dónde estoy.
—Me mostró un pequeño cuarto. Había muchos aparatos de
hospital y un hombre enmascarado sobre una camilla.
¡Eso no podía estar pasando!
«¡Mierda!»
—Cambio de las reglas del juego —dijo la voz robotizada
de Lía siendo Fantasma y apareció en la pantalla—. Será
muy fácil para mí matarlo si tú no dejas salir a Brianna de
ahí.
—Después de todo lo que hiciste para salvarlo, sería
absurdo —repuse sin perder la cordura.
—Suelta a mi mujer o lo mato —amenazó Derek y maldije
en mi interior. No era posible que me arrebataran esa
oportunidad de las manos.
No era jodidamente posible que yo permitiera que me
arrebataran esa oportunidad porque consideré la opción de
proteger a Sombra.
—No sé por qué piensan que voy a desperdiciar mi tiempo
en salvar a un lameculos como ese —hablé de manera
despectiva, jugándome una última carta—. Mátalo si
quieres, pero recomiendo que no te tardes porque no creo
que Brianna y el pequeño en su vientre soporten tanto —
solté y, de nuevo, vi esa expresión que tanto me gustaba en
el rostro de Derek—. Tu mujer no es tan fuerte como Elsa,
puto violador. Así que te recomiendo que no me hagas
perder el tiempo y no pierdas el tuyo.
—¡Voy a matarlo! —amenazó apuntando con un arma a la
cabeza de Sombra.
—¿Verde, ámbar o rojo? —inquirí yo con el corazón
acelerado.
—Hija de puta, esto lo vas a pagar caro —amenazó
Fantasma y sentí una pequeña esperanza.
—Tú no te metas, imbécil. Esto es entre Derek y yo.
Cuando llegue tu momento de suplicar, entonces tendrás mi
atención —espeté—. ¿Verde, ámbar o rojo? —gruñí entre
dientes una vez más para el malnacido de su primo.
—Voy a matarlo, perra hija de la gran puta —gritó él
desesperado.
Isamu hizo gritar a Brianna cuando desgarró el medio de
su vaquero, y me sentí como si fuera en un automotor de
frente a otro, dispuesta a colisionar con él. Me estaba
arriesgando, así como Derek, y en esa lucha ambos
debíamos descubrir quién conducía el tren y quién llevaba
el coche.
«¿Matarías al Chico oscuro?»
Él era un medio para un fin. La pieza clave que movería a
mi favor.
«¿Y por qué querías llorar mientras intentabas creer eso?»
¡Mierda!
Estaba a segundos de desistir cuando Maokko llegó frente
a mí, sin ponerse en el foco de la cámara, y me mostró su
móvil. El alma me volvió al cuerpo y tomé el mando del
tren.
—Perfecto, hazlo ya —le dije a Derek—. Y escojo por ti,
maldita mierda. ¡Verde! —grité.
Ronin hizo titilar la luz verde y Brianna gritó un rotundo no
en el instante que Isamu y Darius enterraron el rostro a
cada lado de su cuello.
—¡No, no, no! ¡Espera! —gritó Derek—. ¡¿Qué hago para
que no la dañes?! —preguntó con agonía.
Alcé la mano, haciendo que ambos chicos se alejaran de
Brianna, y ella sollozó entre agradecida y aterrada.
—Espera mis indicaciones para que tomes su lugar —
recomendé con frialdad y le sonreí con pericia—, y ruega
para que tu puta sea fuerte y soporte todo lo que se le viene
encima mientras mis órdenes te llegan —añadí displicente.
—¿Y mi hija? —preguntó asustado y sofocado.
—Dejaré que te despidas de ella —prometí y sonreí con
regocijo al ver que dejó escapar una lágrima—. Tardé, pero
no olvidé, hijo de puta, y esta vez ambos disfrutaremos de
mi infierno —aseguré—. Prometo que va a gustarte, y desde
ahora en adelante te la vivirás pensando en mí. ¡Ah! Y
hazme el favor de matar ya a ese estorbo que tienes en la
camilla —le animé y lo escuché maldecir antes de cortar la
videollamada.
Me quedé de pie, mirando a mi élite, a Elliot y a Darius.
Isamu tenía un brillo de orgullo en los ojos, igual que
Maokko. Ronin sonreía divertido, Salike y Caleb se
mostraron complacidos, aunque este último dejaba entrever
un poco de preocupación por Brianna, pues ella se había
quedado con la cabeza caída hacia el frente y no paraba de
llorar.
Le sonreí al ojiazul y él tragó con dificultad. Darius se
acercó a mí y no descifré lo que vi en su mirada.
—Arriesgaste a Sombra —dijo en un tono raro, entre
asombro, miedo y preocupación.
—Ese no era Sombra —aseguré y sus ojos se
desorbitaron.
—Das miedo, pequeña dinamita —dijo con una sonrisa
nerviosa.
—¿Por qué? ¿Porque me enseñaron a jugar en las grandes
ligas y superé a mis maestros? —inquirí con suficiencia—.
No me temas si es por eso, solo soy así con quienes me
traicionan o me la deben —aseguré y su expresión cambió
por completo—. A quienes me respetan, los protejo con mi
vida —añadí y le guiñé un ojo.
Deseando que le quedara claro cómo se manejaban las
cosas conmigo.
Capítulo 37
Soy tempestad y calma

No iba a negar la adrenalina que corría por mi torrente


sanguíneo, tampoco el alivio. Pero, para mi jodida suerte,
también me invadía la frustración porque, aunque haya
cogido el mando del tren e hice que Derek perdiera esa
batalla, al mismo tiempo yo perdí la mía. Pues si Maokko no
se hubiera acercado para mostrarme el mensaje que Marcus
le envió (lo que me hizo saber que ellos estaban
presenciando lo que hice), diciéndole que ese que estaba en
la camilla no era Sombra, el desenlace habría sido diferente.
«Sí, porque estuviste a segundos de ceder».
Demonios. No me equivoqué al decir que lo que ese tipo
me estaba despertando era peligroso.
—Estás a cargo de la seguridad de esta chica. Caleb te
dará las coordenadas de a dónde la tienes que llevar.
Asegúrate de que un médico la revise para que aguante lo
que aún le falta —le dije a Isamu y este asintió.
Todos los demás me miraban atentos y en silencio.
—Pensé que la dejarías aquí —señaló Darius.
—No pienses cosas que me hagan dudar de ti, Darius —
repliqué con tranquilidad—. Y tampoco me ofendas al
insinuar que soy tan estúpida como para mantener a
Brianna en este almacén luego de que la hayas traído con
su móvil encima.
—Me aseguré de que no tenga rastreador, Bella.
—Pues no te confíes de lo que no logras ver por encima,
ya que no sabes lo que se puede ocultar en el interior. Los
aparatos tecnológicos son como las personas que logran
esconder sus secretos y pecados en lo más profundo de su
ser, y los cubren con capas y capas de verdad, bondad y
buena voluntad —señalé y él tensó la mandíbula.
—A simple vista, el móvil parece no tener nada extraño,
pero hasta no asegurarnos de que no hayan escondido un
programa de rastreo oculto por otros, no vamos a dejar a la
chica a la mano de su marido —añadió Caleb.
Darius asintió, entendiendo nuestro punto. Caleb se llevó
a Isamu con él para indicarle a dónde debía ir junto a Ronin
y los otros Sigilosos que teníamos de apoyo, y yo caminé
hacia la salida del almacén junto a Maokko.
—Me sorprende que te hayas quedado —le dije a Elliot
cuando me acerqué a él.
No me detuve y él me siguió con Salike a su lado. Sentí a
Darius detrás de nosotros.
De momento, el territorio del almacén estaba libre de
enemigos. Mis Grigoris se habían encargado de avisar que
podía salir sin problema alguno. Dom y Max me esperaban
afuera para custodiarme, conscientes de que con lo que
acababa de hacer, volví a ponerme de buena gana en el ojo
del huracán.
«No es como si alguna vez hayas dejado de estarlo,
Compañera».
Cierto.
—¿De qué sirve coquetearle al diablo si no me gusta el
infierno? —inquirió Elliot con simpleza y lo miré dándole una
sonrisa divertida.
Supe que los demás lo escucharon porque Salike escondió
su sonrisa, Maokko, por supuesto que no, y Darius rodó los
ojos con sutileza, según él. Únicamente mis guardaespaldas
conocían lo que era mantenerse al margen de mis
conversaciones.
—Cuidado, una rubia podría tomar a mal tu comentario —
señalé.
—Y un enmascarado, eh.
—Maokko —formulé con advertencia.
Elliot ignoró el comentario de mi amiga y me tomó del
brazo cuando llegué a mi Jeep, deteniéndome antes de que
subiera.
—¿Actuaste allá adentro? —preguntó con temor.
Ya tenía claro que él comprendía mi necesidad de
vengarme, de hacer justicia, pero no ignoraba que, a pesar
de todo, seguía aferrándose a la Isabella que un día fui.
—Creí que lo haría, pero descubrí que disfruté lo que hice
—acepté y no pude describir su mirada—. Elliot, ese maldito
monstruo me hizo creer hace años que yo no era lo
suficientemente fuerte para soportar la tempestad ni para
recuperarme de ella. ¿Y sabes qué? Ahora le he susurrado al
oído que yo soy la jodida tempestad —pronuncié cada
palabra con énfasis y pausa para que también él lo tuviera
claro.
E imaginaba que escucharme lo aterraría, pero no vi
miedo en sus ojos.
—¿Quieres saber por qué me has visto reticente a todo lo
que has decidido hacer? —preguntó y me cogió del rostro.
Meneé la cabeza en afirmación—. Porque ilusamente tenía
miedo de que te dañaran, cariño, que te alejaran de mi lado
de nuevo. Pero hoy he confirmado que esos bastardos de
mierda te rompieron como vidrio, sin tener la más mínima
idea de que, en lugar de destruirte, te volvieron más
peligrosa, porque ahora cada pedazo tuyo se convirtió en un
arma filosa que has comenzado a clavarles en donde más
les duele.
—¿Entonces no creíste que iba a permitir que violaran a
Brianna? —pregunté y sonrió de lado.
—No, porque tú eres peligrosa y actúas en consecuencia
de quien te ha vapuleado. Pero no eres un monstruo. Así
que estaba seguro de que solo utilizarías a la chica para
devolver el golpe que te dieron.
No sabía que necesitaba esas palabras hasta que Elliot las
pronunció, pues fueron la confirmación de que solo estaba
procediendo como los malos, para hacer caer a los peores.
—Solo tú puedes tratarme con tanta delicadeza luego de
ver lo que he hecho —dije riendo, después de que él me
diera un beso en la frente y se alejara de mí.
Darius a lo lejos nos estudiaba, sacando sus propias
conjeturas sobre mi relación con Elliot. Y a esas alturas de
mi vida, era consciente de que solo mi élite y los chicos de
Grigoris entendían que entre el ojiazul y yo existía algo que,
aunque se confundiera con el amor de pareja, no lo era.
—Roman va en camino para recoger al médico —avisó
Caleb.
Ronin se encargaba de meter a Brianna en una camioneta
blindada y el rubio junto a Isamu llegaron a mi Jeep. Darius
se animó a acercarse con ellos.
—Dile que estará pendiente de ella estos tres días. Espero
que la tipa soporte la agonía que todavía la aguarda —
comenté.
—¿Por qué tres días? —preguntó Elliot.
—He aceptado unirme a la ceremonia de remembranza
que harán para papá y Elsa —dije.
—Y para LuzBel —señaló y callé—. ¿Estás lista para hacer
eso?
Evité mirarlos luego de esa pregunta de Elliot.
—No, por eso necesito este tiempo. Tengo que asimilar
que he aceptado dar este paso —expliqué y Darius me miró
extraño al escucharme—. Además de que la espera me
servirá para volver loco a Derek —añadí.
Ese fue el único momento en que les permití que me
vieran vulnerable, luego respiré hondo, alcé la barbilla y
recuperé mi máscara de imperturbabilidad para seguir
girando mis órdenes.
Salike dejaría de proteger a Elliot y se uniría a las chicas
de Grigori, pertenecientes a mi sede, para cuidar de la hija
de Brianna mientras que Isamu y Ronin se encargarían de
ella.
Los siguientes dos días, pasé el tiempo dedicándome a
planear el viaje de Myles y Eleanor, junto a los Sigilosos y
los Grigoris, quienes llegarían al país bajo el mismo régimen
de seguridad que Caleb implementó en todos los demás
vuelos. Además, seguía torturando a Derek enviándole
audios con quejas de Brianna y algunos más crueles de su
hija en los momentos en que lloraba por algún capricho que
mis compañeras no le cumplían.
La niña era muy hermosa y tuve la oportunidad de
conocerla cuando fui a asegurarme de que estuviera bien y
sana. Incluso jugué un rato con ella, y a pesar de lo que les
estaba haciendo a sus padres, disfruté de su presencia y
deseé que algún día me perdonara por lo que iba a hacerle.
Sus ojos azules cargados de inocencia me hacían pensar en
mis hijos y en lo fácil que era ocultarles la maldad que los
rodeaba.
—¿Cómo te llamas, pequeña? —le pregunté cuando la
conocí.
—Pincesa Danik —dijo y sonreí.
—De seguro tendrás a un hermoso príncipe —aseguré
siguiéndole el juego y me regaló una sonrisa juguetona.
—¡Papi e mi píncipe! —gritó con emoción y mi sonrisa se
borró.
Odié que Derek hubiera sido un hijo de puta conmigo y mi
gente. Maldije que se atreviera a dañarme de una forma tan
horrorosa y después procreara a una hermosa nena que lo
creía un verdadero príncipe, cuando solo era el peor de los
villanos que alguna vez conocí.
—¿Y mami? —preguntó Danik queriendo ponerse triste.
—Prometo que pronto estará contigo —aseguré y sonrió.
Me quedé con ella hasta que se durmió en mis brazos y,
tras eso, me fui para el apartamento.
La ceremonia de remembranza sería al día siguiente.
Perseo y Bartholome fueron invitados, así como el senador
Gibson y la familia de Elsa, quienes eran de confianza para
la organización y colaboraban con nosotros. Robert y Agatha
también nos acompañarían. Cada uno de los líderes de
Grigori nos reuniríamos, porque junto al acto de honrar a
nuestros caídos, haríamos oficial que pronto seríamos parte
de la nómina directa de la presidencia.
Me tumbé en la cama con el cuaderno sobre mi
estómago. De nuevo había intentado escribir algo, y aunque
en ese momento sí avancé una línea, pronto me detuve, con
el corazón acelerado. Me negué por demasiado tiempo a dar
ese paso, que llegué a acostumbrarme a seguir atada al
pasado.
«He escuchado que quedarse con lo conocido por miedo a
lo desconocido, equivale a mantenerse con vida, pero no
vivir».
Apreté los párpados cuando el recuerdo de Elijah
diciéndome eso inundó mi cabeza. Sentí que los ojos me
ardían, y no solo porque, quién iba a decirlo, sus propias
palabras me servirían esa vez para ver el miedo que tenía
de dejar de aferrarme a su recuerdo, sino también porque
después de meses de ocultar el terror que tenía de estar
olvidando su voz, volví a escucharlo.
«Maldición. Era como si todos quisieran que avanzaras,
pero cuando tú decidías hacerlo, el fantasma de tu amor
volvía para pedirte que no lo hicieras».
Exacto.
—¿Qué haces? —escuché a Sombra decir. Mi móvil había
vibrado y respondí de inmediato al ver que se trataba de él.
—Intentando dar un paso hacia adelante, pero en lugar de
eso, lo doy hacia atrás y me tropiezo una vez más con mi
pasado.
—Sé de lo que hablas, ya he pasado por allí —confesó. Me
puse de costado y me acomodé mejor en la cama,
exhalando un suspiro.
—¿Y llegaste a avanzar? —pregunté, dándome cuenta de
que después de aquella noche en la cabaña, no habíamos
vuelto hablar de esa manera.
—En muchos aspectos sí.
—¿Cómo en cuáles?
—¿Me creerías si te digo que ahora soy menos idiota?
—Lo que me cuesta creer es que hayas estado en un nivel
más alto, cuando pensé que estabas en tu límite. —Su risa
me contagió luego de que le dijera eso.
—No soy bueno, Pequeña, pero fui peor —aseguró tras
calmarnos.
Sus palabras consiguieron estremecerme, y también me
hicieron desear haberlo conocido desde mucho antes.
«¿Antes que al Tinieblo?»
La pregunta de mi conciencia me hizo pensar en qué
habría pasado si, en lugar de estar con Elliot cuando conocí
a Elijah, hubiera estado con Sombra.
«Lo que me parecía más interesante de tu interrogativa,
es que nunca pensabas en que no conocías el rostro de
Sombra. Ni siquiera te importaba».
Sinceramente, hasta a mí me sorprendía eso.
—¿Cómo me despido de alguien a quien nunca quise
dejar ir? ¿Cómo comienzo de nuevo? —le pregunté de
pronto a Sombra y me pasé la mano por el rostro, volviendo
a la frustración.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Mañana celebraremos un acto de remembranza para
papá, Elsa y Elijah. —No sabía por qué razón le decía esas
cosas a Sombra, quizá porque me sentía cómoda al hacerlo
en ese instante—. Nunca he asistido a ningún acto porque
no estaba aquí y porque prefiero celebrar la vida de mis
seres amados, aunque ya no estén conmigo. Sin embargo,
Tess me pidió que los acompañe, y además, dar unas
palabras de honor. Y ella sabe que esto significa despedirme
de su hermano para siempre, así que me aconsejó que lo
tome como un nuevo comienzo, pero…
Me quedé en silencio de pronto al no saber cómo explicar
lo que me pasaba.
—Tienes miedo de hacerlo —dedujo él y seguí callando—.
Sientes que lo vas a traicionar y no lo merece —añadió y reí
sin gracia.
—¿Quieres que te confiese algo que no le he dicho a
nadie más? —pregunté y respiré hondo.
—Hazlo —me animó y carraspeó enseguida de decir eso.
—A veces pienso que es absurdo y que fui una idiota por
haberme enamorado de un tipo frío, arrogante y mujeriego.
Un hijo de puta, un cabrón que siempre tuvo para mí un
corazón de hielo. —Bufé con frustración y enojo mientras
observaba el dije que Tess me dio.
—¿Fue mujeriego mientras estuvo contigo?
Eso me tomó por sorpresa, sobre todo porque Sombra
mismo acusó a Elijah de mujeriego cuando estuvimos en
Inferno y ambos creímos que mi Tinieblo se había encerrado
a follar con otra. No obstante, dejé ese pensamiento de lado
y analicé su pregunta, reflexionando que, a excepción de la
noche en la que le confesé que me había enamorado de él,
y que me hizo creer que haría un trío con Laurel y Elena,
Elijah no estuvo con otras chicas mientras nuestro juego
duró.
—En realidad no. O al menos no me enteré de que
estuviera con otra —respondí—. Lo demás sí fue. —Sombra
volvió a soltar una carcajada cuando escuchó lo último.
—¿Has escuchado eso que dicen de que hasta un corazón
de hielo se derrite en las manos correctas? —Abrí demás los
ojos a causa de esa pregunta.
—¡Demonios! Es extraño que precisamente tú me digas
eso —admití.
—Solo estoy tratando de ser tu amigo y no solo tu...
¿amante? —propuso con diversión.
—Mi juguete, mi caballo personal para montar —bromeé.
Continuamos charlando y me sentí tan a gusto, que ni
siquiera quise tocarle temas que sabía que nos harían
discutir. Dejé a un lado las dudas, la desconfianza, la
clandestinidad. Y cuando me despedí de él por esa noche,
tuve el valor y la fuerza necesaria para lo que haría al día
siguiente.
Elliot iba a mi lado, Dom y Max nos escoltaban en el
angosto camino de asfalto que nos llevaba hacia el grupo de
personas ubicadas a unos treinta metros de nosotros. El
cementerio completo estaba siendo salvaguardado por los
Grigoris y La Orden del Silencio, estos últimos aumentaron
en número porque una comitiva más grande viajó con Myles
y Eleanor, sugerencia de mis senséis luego de que ellos
también fueron puestos al tanto sobre lo que pasaba en
Richmond.
«Y de ser conscientes de que le pateaste, una vez más, la
cola al diablo».
Pues sí.
De mi élite, solo me acompañarían Caleb y Maokko,
puesto que Ronin e Isamu estaban custodiando a Brianna.
Salike no se despegaría de la pequeña Danik, y Lee-Ang
seguía encargándose de proteger a mis tesoros.
—¿Qué demonios hace ella aquí? —pregunté entre
dientes para Elliot en cuanto vi a Alice, pero no demostré mi
molestia y tampoco miré al ojiazul.
La chica estaba al lado de Robert y Agatha, y así no
tuviera nada en contra de ella, no creía que su presencia
fuera necesaria en un acto que se suponía sería privado.
—Antes de que comiences a echar humo por los oídos,
ten claro que no está aquí porque yo la invité. Bueno, sí,
pero porque mi padre la invitó primero y ni modo que yo
dijera que no —se explicó.
—No tuviste ningún problema en ser un hijo de puta con
ella el día que los vi en el hospital, ¿qué más hubiera dado
que lo fueras de nuevo? —siseé y blanqueó los ojos.
Nuestros brazos estaban entrelazados y ambos vestíamos
de negro: él con un traje formal de saco y corbata junto a
una camisa blanca, y yo con un vestido de mangas tres
cuartas que se pegaba a mi cuerpo y llegaba abajo de mis
rodillas. Me puse medias del mismo color y zapatos de tacón
alto pero cómodos. Me dejé el cabello suelto esa vez. Me
había crecido hasta los omoplatos.
El vestido tenía el cuello alto, por lo que dejé los relicarios
a la vista de todos y agradecí que el calor nos hubiera dado
una tregua al menos ese día.
—No te veo objetando porque Darius está aquí, o ella —
replicó Elliot y con la barbilla señaló disimuladamente hacia
donde Connor y Jane se encontraban.
Me aplaudí por haberme puesto gafas de sol negras, ya
que mis ojos se abrieron demás al ver a Laurel con mis
amigos. Ella me regaló una sonrisa genuina al intuir que la
estaba mirando y le devolví el gesto sin dudar, dirigiendo
una mano a los relicarios y pensando en el regalo que me
llevó años atrás a la clínica St. James.
Era increíble que siendo una completa desconocida para
mí, me haya sacado de un pozo que ni mis amigos pudieron
sacarme.
Asentí en forma de saludo para los líderes de Grigori, el
senador Gibson, Robert y Agatha cuando estuvimos entre
ellos. Mi corazón estaba acelerado y Dylan quizá lo notó, ya
que al tenerme cerca me abrazó y no soltó mi mano. Me
quedé en el medio de él y Elliot, y me di cuenta de que solo
me habían estado esperando a mí para iniciar, pues Myles
asintió hacia un sacerdote y este comenzó con la
ceremonia.
Los recuerdos del día del sepelio de mi padre me
inundaron. No había querido ver a mi alrededor, pero lo hice
en ese instante y el pecho se me apretó en cuanto vi detrás
del sacerdote y encontré las fotos de mi padre, la de Elsa, la
de mi Elijah, y además la de mi madre. Por inercia, apreté el
agarre en la mano de mi hermano y tomé la de Elliot.
—Tres grandes líderes y una excelente amiga y
compañera —comenzó a decir Myles cuando le dieron la
palabra.
Se había referido a mis padres y a su hijo, y por último a
Elsa.
No sabía que incluirían a mi madre, el gesto me tomó por
sorpresa y además me llenó el corazón de agradecimiento,
sobre todo al escuchar atenta cada una de las palabras que
Myles les dedicó. Tras él, se unió Perseo y luego Bartholome
y valoré el respeto que demostraron por mis progenitores,
por quien fue el amor de mi vida y por la chica que
compartió el infierno conmigo.
—Como líderes tenemos la esperanza de procrear y
educar a grandes líderes y sucesores. Tú lo conseguiste,
Myles —dijo Bartholome para terminar con sus palabras—.
Enoc lo consiguió —añadió observándome a mí—. Leah lo
consiguió y por eso los honramos hoy. Además de celebrar
con ellos que Grigori se consolidó como una de las
organizaciones más poderosas del mundo. Este día hemos
cumplido un sueño, amigos —finalizó mirando las
fotografías.
—Justicia, amor y pasión.
—Hacen a un Grigori de corazón —exclamamos todos los
miembros tras las palabras de Perseo.
Minutos después de eso, Bartholome me llamó para que
fuera a su lado, pero no pude moverme en ese instante,
pues me paralicé al saber lo que significaba.
—Tú puedes, Isabella —susurró Elliot y me sentí mal por la
fe que tenía en mí.
Pero como lo había venido haciendo desde hace mucho,
me obligué a poder, a dar esos pasos hacia Bartholome y
cuando me tomó de la mano y me llevó más cerca de las
fotografías, me detuve de golpe porque mis ojos
encontraron una lápida simbólica forjada en piedra gris que
nunca estuve preparada para ver.
Los dientes me castañearon sin sentir frío y el cuerpo
entero me tembló mientras leía el epitafio en ella.
Deseé salir corriendo, llegar al apartamento, encerrarme
y llorar después de leer tan crueles líneas. Dolorosas para
mi alma, para mi corazón oscuro y cegado por la ira que su
muerte me dejó.
Su cuerpo no estaba ahí, pero sí el recordatorio de que no
vivía más, y sentí que iba a derrumbarme. Sin embargo,
Bartholome se apartó de mi lado para cederle su lugar a
Dylan y a Elliot que llegaron junto a mí, como la prueba de
que al frente tenía las imágenes de las personas que perdí,
pero detrás seguían las que todavía me quedaban y que no
me dejarían sola.
Miré a mi hermano, a mi única familia de sangre. Él tenía
un pañuelo en la mano y con delicadeza me limpió las
mejillas, por debajo de mis gafas. Ni siquiera había sentido
que estaba llorando. Sonreí en agradecimiento y luego
observé a Elliot, el chico que me salvó del suicidio y por
quien tomé mi segunda oportunidad.
—La victoria no es la que enseña, se aprende más con la
derrota —comencé a decir cuando me giré para quedar de
frente a los presentes.
Al primero que mis ojos encontraron fue a Darius, él me
miraba con dolor y pena al percatarse de lo que me ocurrió,
pero también me sonrió en señal de apoyo. Luego me
enfoqué en Evan, seguí con Connor, Jane y Laurel, esta
última me guiñó un ojo.
—Y después de tantas derrotas en mi vida, tengo el valor
de estar aquí de pie, frente a todos ustedes —seguí,
mirando a los líderes de Grigori, a Eleanor y Tess—. Escribí
muchas cosas para decirles hoy, pero ahora que me
encuentro aquí, siento que nada de lo que preparé es
adecuado. —El senador Gibson, Robert y Agatha me
sonrieron—. Nunca quise dar este paso, pero alguien me
aconsejó que lo tomara como un nuevo comienzo, y avisó
que soltar el pasado iba a dolerme, pero sostener lo
insostenible me desgarraría por siempre. Tuviste razón.
Miré a Tess al decir eso y ella dejó rodar una lágrima por
su mejilla. Eleanor la abrazó.
—Hace poco más de tres años, estuve aquí de pie,
destrozada, despidiendo a mi padre y a mi compañera,
sintiendo que no iba a poder seguir adelante. La persona
que me acompañó y no me dejó caer ese día, ahora… —
Carraspeé y tragué antes de soltarme en llanto—. Él ahora
es parte de las estrellas que formó el caos, luego de que mis
mundos chocaran.
Caleb y Maokko se tomaron de las manos, y con la que
tenían libre se tocaron el corazón en señal de honra y
respeto.
—Y como él mismo me lo dijo en esa ocasión: sigo aquí,
como el roble, echando raíces más profundas con cada
tormenta que llega a mi vida. —La voz me tembló y respiré
hondo antes de seguir—. Pero no lo he conseguido sola, y
créanme cuando digo que seguir viviendo ha sido la
decisión más difícil que tomé en mi vida, porque con ella me
enfrenté a un camino lleno de tristeza, dolor y hasta
desesperanza. Esa fue la derrota que más me enseñó y
también la que me levantó.
Perseo me miró con orgullo e imaginé que estaba
recordando lo que me dijo en Vancouver meses atrás: «solo
las personas más rotas son capaces de ser grandes líderes y
la gente como tú, es la fortaleza de organizaciones como la
nuestra».
—De mi padre aprendí a ser fuerte en la debilidad. Mi
madre y Elsa me enseñaron a ser valiente cuando tenía
miedo. Y con Elijah entendí que después de la tormenta, no
volvería a ser la misma chica que entró en ella.
En ese momento, Darius me miró de una manera que me
hizo entender que no soportaba estar ahí, aunque no
entendí qué le afectaba tanto.
—No sé si soy una gran líder de esta organización —dije
para Perseo, Myles y Bartholome—. De lo único que estoy
segura es de que soy una Grigori y una Sigilosa. —Miré a
Gibson al pronunciar esas palabras—. Ahora soy frialdad,
oscuridad y fuego —añadí, observando a Connor, Evan, Jane
y Laurel—. Soy tempestad y calma —formulé para mi
hermano y Elliot—. Soy antídoto y veneno —repliqué con
vehemencia, viendo a Darius y también a Alice—. Soy
debilidad y fortaleza. —Me enfoqué en Robert y Agatha—.
Soy sigilo, justicia, castigo, piedad y lealtad —finalicé para
Maokko y Caleb.
Todos los Sigilosos hicieron una reverencia al escucharme.
Los Grigoris se llevaron el puño al corazón y quienes no
supieron cómo actuar, miraron a los demás con asombro.
Asentí en agradecimiento porque me escucharon, y luego
me di la vuelta para mirar de nuevo la lápida simbólica de
Elijah y tomé los relicarios entre mis manos.
—Tu ausencia me marcó peor que el fuego, Elijah Pride. El
tiempo que pasé a tu lado cambió mi vida por completo. Me
quemaste con tu frío y me enseñaste a amar sin esperar
amor a cambio. Y nunca dijiste lo que quise escuchar. Sin
embargo, tus acciones me dieron esperanzas. Contigo
aprendí que las etiquetas salen sobrando y que, en efecto,
en el dolor puede haber placer. —Me limpié las lágrimas sin
quitarme las gafas del todo y continué—: Asimismo,
comprendí que tú jamás te irás de mi vida porque me
dejaste tu huella. —Intenté reír al pensar en mis clones—. Te
negaste a darme muchas cosas en vida, pero al morir me lo
diste todo, y por eso ahora estoy aquí, para decirte gracias,
para decirte adiós, aunque mi corazón se niegue a ello, y
para decir que lograste tu objetivo. Recuerdo tu cuerpo lleno
de tatuajes, ahora el mío lleva los tuyos.
Recordé sus palabras mientras estábamos en el estudio
de ballet de la universidad y respiré hondo.
—Gracias por todo lo que me diste y lo que no pudiste,
por lo que dijiste y lo que no. Gracias por estar siempre para
mí, por darme una familia, por haber llegado a mi vida.
Gracias por haberme dejado amarte y si algún día vuelvo a
verte, espero que me correspondas aquella sonrisa que no
devolviste —Sonreí al transportarme a la primera vez que lo
vi en la cafetería de la universidad—, cuando yo era la chica
nueva y tú el chico con corazón de hielo del cual me
enamoré. —Cerré los ojos y solté una bocanada de aire—. Te
amo y lo haré siempre —finalicé y me acerqué a su
fotografía para acariciarla.
Estaba hecho. Había dado ese gran paso. Quería dejar
descansar en paz a mi amor, vivo en mis recuerdos, y sin
miedo a mirar hacia adelante para intentar ser feliz.
Los chicos Grigoris se acercaron a mí para abrazarme y
mis hermanos Sigilosos se unieron junto a Elliot y Caleb.
Jane no se quedó de lado y entre todos me hicieron ver lo
orgullosos que se sentían de mí por avanzar de verdad.
Hablé con Myles, Perseo, Bartholome y el senador, quienes
aprovecharon para hacerme saber que pronto nos
reuniríamos con el gobernador y el nuevo sargento
comisionado para comunicar las buenas nuevas, y en uno o
dos meses tendríamos una cena con el presidente para
darnos la bienvenida.
Gibson aprovechó para decirme que pensara lo de la
fusión de Grigori con La Orden y le prometí que en la
reunión próxima le tendría una respuesta.
—Estoy tan orgullosa de ti, cariño —exclamó Eleanor y me
abrazó.
Ella y Myles estarían en la ciudad hasta la siguiente
semana.
—Gracias —murmuré y charlé con ella unos minutos hasta
que vi que Connor se fue en busca de Laurel. Le dije a
Eleanor que iría con ellos, ya que no había podido saludar a
la pelinegra y ella me animó a hacerlo enseguida.
Mientras iba a su encuentro, miré a Caleb, Maokko y
Darius cerca de ellos. A este último se le iban los ojos
viendo a Laurel, aunque trataba de disimularlo porque ella
parecía que no se percataba de semejante espécimen
acechándola, e imaginé que eso hirió el orgullo del tipo. Me
crucé con Elliot y Alice en el camino, la rubia me sonrió y
aunque le correspondí, sentí que fue un gesto muy hostil de
mi parte.
—Si las miradas mataran —ironizó Laurel con burla
cuando llegué a ellos y reí.
La chica había presenciado mi gesto con Alice.
«Y según su comentario, no fue solo tu sonrisa la hostil».
—Tú ya estarías muerta desde hace mucho —le dijo
Connor, recordando cómo la miré en Elite años atrás y ella
lo golpeó en el brazo.
«¡Cierto! Era tu socia».
Maldita arpía, no lo era.
—Suerte para ella que en ese entonces yo todavía no era
una asesina sádica —solté en son de broma, pero tanto
Connor como yo éramos conscientes de que solo Laurel
tomaría mi declaración como un juego y no como una
verdad sutil—. Qué bueno que estés aquí.
—Gracias por no correrme en cuanto me viste —proclamó
y los tres nos reímos.
Ella me comentó que Connor fue quien la invitó, ya que al
parecer se mantenían en contacto, así fuera de vez en
cuando. Los tres nos metimos en una charla muy amena
hasta que Jane llegó por su chico y se lo llevó porque tenían
que hacer algo importante. Yo seguí conversando con Laurel
y estando solas aprovechamos para tocar temas más
íntimos.
La chica me demostró por qué todos aseguraban que fue
la mejor amiga de Elijah, pues ella nunca mencionó lo que
supo años atrás. Guardó el secreto como si se tratara de
una tumba sellada y enterrada, ya que se juró a sí misma
que jamás pondría en peligro a la descendencia de su
amigo.
—Entonces son dos —repitió sin poder creerlo y asentí—.
Ya decía yo que él no se iría sin dejar repuesto —añadió y
sonreí.
Caminábamos hacia su coche cuando decidió marcharse y
me dispuse a acompañarla. Dom y Max se mantenían a una
distancia prudente, y al llegar donde ella había aparcado, vi
a Alice a varios metros, yendo en nuestra dirección. Su
Range Rover estaba detrás del Audi de Laurel.
—Aiden y Daemon, te los presento —dije en voz baja para
Laurel, abriendo mi relicario para que viera la foto de mis
gemelos.
Su boca se abrió con incredulidad. Me miró y después
volvió a ver la foto. Su expresión fue épica.
—¡Dios! Son los chicos más hermosos que he visto en mi
vida —exclamó—. Y él definitivamente será la copia exacta
del padre. —Señaló a Daemon y sonreí.
—Son gemelos, Laurel. ¿Por qué solo Daemon será su
copia exacta? —inquirí y rio.
—Tiene la misma expresión seria de él, a eso me refiero
—afirmó y cerró el relicario, un gesto que me pareció muy
protector—. Me alegra que hayas hecho esto, Isa. Te lo
mereces y ellos también.
Entendí que con lo último se refirió a mi nuevo comienzo.
—Fuiste de mucha ayuda, Laurel. El regalo que me diste
me sacó de la miseria —confesé y sonrió—. ¿Fuiste tú quién
lo escogió? —pregunté señalando el relicario y negó.
—Mi padre tiene un negocio de joyería especial. Elijah era
su cliente y papá fue quien fabricó el suyo. Le pidió una
réplica exacta, yo solo me encargaría de llevárselo cuando
estuviera listo —dijo y mi corazón comenzó a acelerarse.
Ella nunca me dijo nada de eso.

—¿Cómo hiciste eso?


—Se abre con nuestras huellas.

Sentí que palidecí ante el recuerdo de esa conversación.


Era la primera vez que pensaba en ello con tanta claridad
después de mi alucinación con Elijah en Grig. Vi a Alice cada
vez más cerca de nosotros, y de pronto, más fragmentos de
lo que viví esa noche llegaron a mi cabeza como ráfagas
violentas de viento invernal.
—¿Estás bien? —preguntó Laurel—. Te pusiste pálida, Isa
—añadió y negué con la cabeza.
La garganta se me secó. Vi a Alice abriendo la puerta de
su coche y se quedó observándonos cuando logró escuchar
parte de lo que Laurel dijo, luciendo atenta, o preocupada.
—¿Sabes el mecanismo de este relicario? —Laurel me
observó confundida por mi pregunta—. ¿Cómo se abre? —
cuestioné con la voz entrecortada.
—Pues con tu huella. Te acabo de decir que es una réplica
exacta de el de Elijah —repitió y tomé el relicario entre mis
manos.
«¿Qué demonios? Esa era una pésima broma».
Mierda.
—Tú no me dijiste nada de eso el día que me lo entregaste
—afirmé.
—No creí que fuera necesario, porque lo abriste de
inmediato. Así que supuse que tenías algún conocimiento de
eso, o que ya sabías que se abría así porque Elijah te lo
explicó con el suyo.
—También está grabada la huella de Elijah —solté y se
asustó.
—¿Cómo supiste eso? —preguntó aturdida, y antes de
responder, vi que Alice se marchó como alma en pena.
«Esa perra sabía algo».
Laurel me pidió explicación de lo que pasaba y le
comenté acerca de mi alucinación con Elijah. Ella no podía
creerlo y me aconsejó que averiguara con sumo detalle
porque aseguró que esa información solo la tenía su padre,
Elijah y ella.
—Mi padre cuida a sus clientes y te aseguro que él no ha
dicho nada sobre eso, porque ¿de qué serviría? —analizó—.
Y yo te aseguro que antes de decir algo que perjudique a mi
amigo, me corto la lengua.
—Lo sé —aseguré.
Me despedí de ella porque me urgía hablar con Caleb y
me pidió que le informara si averiguaba algo.
Le envié un mensaje de texto al rubio y a Maokko para
que me encontraran en el coche, y me fui hacia él escoltada
por Dom y Max. No quise regresar a donde se hizo la
ceremonia porque sabía que me retendrían, así que
aproveché para marcarle a Evan y preguntarle si seguía en
el cementerio. En cuanto me dijo que no, lo insté para que
me informara sobre quién estuvo en la investigación de la
explosión en aquel edificio. Al asegurar que él fue parte de
ello, le pedí que nos viéramos en el cuartel.
—¿Qué sucede, linda? —preguntó Caleb.
—Suban al coche y vamos al cuartel —los animé.
Le pedí a Dom y a Max que se fueran en el que Caleb se
condujo antes con Maokko, y al ponernos en marcha les
comenté a mis amigos lo que había pasado. Ambos se
miraron entre sí, estupefactos, sobre todo el rubio, porque él
siempre estuvo seguro de que lo que viví fue una
alucinación.
—¡Bella! ¿Qué está sucediendo? —preguntó Evan al
vernos entrar en el laboratorio técnico del cuartel.
En nuestra llamada no le di muchos detalles de lo que
quería, así que comencé a relatarle todo, desde la
alucinación que tuve, lo que creímos luego, hasta mi
conversación con Laurel rato atrás y la sorpresa de ella
porque aseguró que nadie más tenía esa información.
—LuzBel siempre fue reservado con su vida privada y
nunca hablaba de detalles sobre las chicas con las que
estuvo así fueran algo de una noche. Lo que nosotros
sabíamos fue porque lo vimos, así que a menos que eso no
haya sido una alucinación, algo que aunque nos duela es
imposible, mi única explicación sería que Jacob pudo
hackear su portátil —dedujo y mi corazón dio un vuelco.
—¿Por qué Jacob? —preguntó Caleb.
—He estado desbloqueando sus computadoras y
desfragmentando los discos duros para acceder a todos los
archivos. También estoy tratando de hackear la nube en la
que almacenaba lo más importante, pero ya sabes, él
también era ingeniero informático y supo cuidarse de
nuestros trucos, así que me llevará un poco más de tiempo.
Connor me ayuda en eso —explicó.
—Y supongo que con lo cerebrito que eres, ya encontraste
algo, así no sea todo —dedujo Maokko y Evan exhaló
tremendo suspiro.
Imaginé que el comentario de mi amiga habría sido un
halago bienvenido por él si no se tratara de seguir
desenmascarando a su amigo.
—El relicario de LuzBel fue encontrado por Jacob, lo supe
porque hallé un archivo policial donde lo señalaban a él,
pero el imbécil lo manipuló antes de entregárselo a Myles.
Ahí aparece el fabricante del relicario, ya que también son
rastreadores. Y sí, los objetos requieren de una huella
dactilar para abrirlos.
—En su plan de traición, eso pudo generarle curiosidad,
así que hackeó la portátil de LuzBel para ver el pedido que
hizo, y a través de eso descubrió que en la tuya hay
grabadas dos huellas —continuó Caleb, conectando los
puntos en el aire.
—Exacto —confirmó Evan con tristeza.
A mí también me embargó ese sentimiento junto a más
decepción.
—Ese malnacido merecía más de lo que sufrió —espetó
Maokko. A Evan le lastimaron sus palabras, pero ni él ni yo
dijimos nada.
—Esta información nos lleva a otras interrogantes —dijo
Caleb y supe a qué se refería.
—Jacob no hizo nada solo, lo que significa que ese día en
Grig pude… Ay, mierda —exclamé y los ojos se me llenaron
de lágrimas instantáneamente con mi análisis.
«Eso no podía ser posible, Colega».
—Linda, cálmate —pidió Caleb al entender y llegó a mi
lado.
—Todo de esa noche es confuso, pero sé que gracias a
esa maldita droga le supliqué a quien sea que estuvo
conmigo que me… —Comencé a llorar porque no era posible
que hubiera pedido que me follaran y Caleb me abrazó.
No me importaba si de verdad hubiera sido Elijah porque
sobria o intoxicada, sabía que siempre le daría mi
consentimiento para que me tomara, pero si alguien más se
hizo pasar por él y se aprovechó de mi vulnerabilidad, abusó
de mí así le hubiera rogado.
«¿Y si fue Jacob?»
Eso era lo que me aterraba.
Tenía leves recuerdos de Elijah negándose a tomarme
porque aseguró que yo no estaba en mis cinco sentidos. Sin
embargo, le rogué. Y al imaginar que pudo haber sido Jacob
y que al final cedió a mis súplicas, me enfermaba.
—Pudo haber sido Alice —dijo Maokko, queriendo mermar
mi dolor, pues así fuera injusto o tonto, dolía menos que
haya sido ella y no Jacob.
—Tenemos que investigar bien a esa tipa —gruñó Caleb y
Evan asintió.
Él me miraba con dolor e imaginé que no se atrevió a
defender a Jacob de nada porque, después de todo, seguía
siendo un traidor.
—No iba a decirte nada hasta tener todo más concreto,
Bella, pero es más que obvio que la investigación sobre ese
día fue violada, así que decidí comenzar desde cero —habló
él cuando yo fingí que me había calmado—. Siéntense —
invitó.
Lo hicimos al verlo sacar algunos documentos y activar
sus monitores, ya que supusimos que eso iría para largo y
no nos equivocábamos. Empezó a explicarnos paso a paso
lo que estaban haciendo y respondió cada una de nuestras
dudas para luego reproducir un vídeo aéreo que él grabó
con uno de sus drones el día de la explosión, cuando
lograron ubicarnos por medio de un localizador que Elliot
consiguió esconderse, pero que no podía activar hasta que
estuviera dentro.
Nunca supe hasta ese instante que Elliot se dejó atrapar.
Se sacrificó para que dieran con nosotros cuando todos
estaban perdiendo las esperanzas de encontrarnos. Deseé
llorar de nuevo por eso, pero me contuve.
—Llevaba el localizador cerca del ingle, en su muslo
interior derecho. Tuvieron que hacerle una incisión para
incrustarlo y luego le dieron tres puntos de sutura. El
aparato iba apagado para que no se lo encontraran, así que
estando dentro él debía esperar el momento correcto para
cortar esos puntos, extraerlo y activarlo.
—Jodida mierda. —Caleb se expresó por Maokko y yo ante
la explicación de Evan.
—¿Por qué no me lo dijeron? —Era estúpido cuestionar
eso, pero igual lo hice.
—Sufrías mucho, así que no añadiríamos más leña al
fuego. Después de eso te fuiste y cuando volviste ya había
quedado en el olvido.
Quise tener a Elliot frente a mí para abrazarlo.
«¿Cuántas vidas le debías ya a ese ojiazul?»
Las suficientes como para estar en deuda con él, incluso
después de la muerte.
—Derek y Fantasma estaban en el edificio al momento de
la explosión —dije regresando al vídeo y él meneó la cabeza
en confirmación—. Todavía me cuestiono cómo es que ellos
salieron vivos de allí y no Elijah.
—Según la investigación forense, fue porque la bomba
que hizo... —Evan se quedó en silencio un segundo al no
saber cómo proseguir— explotar a LuzBel, no estaba
precisamente en el edificio. —Cerré los ojos con fuerza—. La
implantaron en su cuerpo, Isabella, y cuando se aseguraron
de que ellos no correrían peligro, hicieron explotar el
edificio.
Apreté los puños y escuché a Caleb y Maokko maldecir
por lo bajo.
Seguimos observando el vídeo, y traté de borrar las
imágenes de mi cabeza. Evan lo puso en reproducción
rápida hasta llegar a la parte en la que Elliot me sacaba en
sus brazos.
—Miren ahí —pidió congelando la imagen. En la parte
trasera del lugar, se vio a tres personas salir y casi me dio
un ataque cardíaco al reconocerlos.
«¡Tenía que ser una puta broma!»
—No puede ser —espeté y me puse de pie.
—Voy a picarlo —sentenció Maokko. Caleb se mantuvo en
silencio, pero vi cómo tensó la mandíbula.
—Sé de tu cercanía con él y que te ha protegido, Bella.
Pero por tu reacción supongo que no te ha dicho que fue
testigo de lo que te sucedió —opinó Evan.
No se equivocaba: nunca me lo dijo, pero yo tampoco se
lo pregunté porque siempre supe que, si su respuesta era
sincera, me decepcionaría y no erré.
«El Chico oscuro resultó ser un maldito hipócrita».
—Hay algo más —prosiguió Evan.
—No me digas —ironicé.
—Lo siento —dijo, y lo miré expresándole que no tenía por
qué, él solo me estaba ayudando—. Investigué la compañía
que fabricó los relicarios y descubrí que esos modelos son
especiales, ya que el dueño puede enlazar su ID de rastreo
con otro, es decir, que puede clonarlo.
»El fabricante le proporciona un programa especial a su
cliente para que tenga esta opción disponible cuando desee.
Y si LuzBel pidió que el tuyo tuviera registradas ambas
huellas, entonces significa que pudo haber clonado el ID
para rastrearte, algo lógico luego del secuestro que sufriste.
También pensé en eso.
—Los comprobé en el sistema de rastreo de la
organización, pero no los registro, lo que puede significar
que están apagados. Así que, si me das tu permiso, puedo
activar el tuyo y dejar apagado el de LuzBel.
—El ID de rastreo es un pin que no guardas en ningún
lado más que en tu cabeza —analizó Caleb y Evan hizo un
gesto de afirmación—. Mierda, sí eres un cerebrito —añadió
y Maokko rio.
—¿Qué importancia tiene eso? —quiso saber Maokko.
—Va a comprobar que no haya habido clonación —dije yo.
—LuzBel pudo hacer una entre esos dos relicarios, pero si
existiera un tercero.
—Significa que alguien más tiene el pin y te están
rastreando —acotó Maokko al entender todo y me aterré.
—No pueden hacerlo si no se activa —corrigió Evan y eso
me tranquilizó. Ya que, de haberse podido, significaba que
puse a mis hijos en bandeja de plata para quien fuera que
me rastreara.
—Sin embargo, si dejas apagado el de LuzBel y activas el
de Isa y este se conecta a otro, significará que sí lo clonaron
de nuevo.
—Y que tendré mucho material para trabajar e investigar
porque yo también podré rastrear al poseedor y
averiguaremos de quién se trata —terminó Evan para Caleb.
—Hazlo —dije sin dudar y asintió.
—Lo harás tú, en realidad —murmuró y lo miré sin
entender—. Se activa con tu huella y la de LuzBel, una al
frente de la placa y la otra en la parte de atrás, al mismo
tiempo. Se hace así ya que el tuyo es el clon.
—¿Y cómo se supone que…? —Maokko dejó su pregunta a
medias al ver a Evan sacando de un cajón una cajita de
gamuza y me la entregó.
La abrí y dentro encontré un dedal de goma. Era para el
pulgar.
—Tiene grabada la huella de LuzBel. Úsala cuando estés a
solas, porque deduzco que lo que sea que uno guarde en los
relicarios es privado. Así que actívalo siguiendo mis
instrucciones.
El corazón comenzó a golpearme el pecho como un
maniático queriendo escapar de un cuarto blanco después
de toda su explicación. Y miré el dedal sintiendo de repente
que el cuerpo me temblaba.
—Debimos haberte buscado desde hace mucho.
«Estaba de acuerdo con mi clon».
Dijo mi conciencia refiriéndose a Maokko y coincidí con
ambas.
Capítulo 38
No tienes corazón

No quería estar sola y tampoco darles la oportunidad a los


chicos de seguir hablando sobre lo que acabábamos de
descubrir, porque mentalmente me sentía agotada. La
posibilidad de que Jacob haya llevado su traición hasta el
punto de hacerse pasar por Elijah me atormentaba, así que
decidí que mejor atormentaría yo a Derek para dejar de
enfocarme en lo que pudo haber sido o no.
El maldito violador estaba al borde de la locura cuando le
llamé, y ya no sabía si ofenderme, halagarme o suplicarme.
Al menos eso me causó gracia y consiguió que dejara de
lado todo lo demás. Caleb, Ronin e Isamu se encargaron de
ir por él al punto de encuentro donde acordé que lo
recogerían, advirtiéndole que si intentaba pasarse de listo y
dejaba que su poca inteligencia se fuera por el desagüe, su
mujer e hija sufrirían las consecuencias.
Mis compañeros lo desnudarían y lo ducharían (si es que
se le podía llamar así a una pequeña tortura con una
manguera de alta presión y agua fría) antes de transportarlo
al nuevo almacén que Caleb consiguió para llevar a cabo mi
hazaña, ya que por ningún motivo lo moverían sin antes
asegurarse de que no tuviera algún rastreador con él, ya
fuera como gel de cabello o algún accesorio. Y gracias a la
información de Evan con respecto a cómo Elliot consiguió
tener un localizador consigo sin ser detectado, los chicos
también revisarían que Derek no tuviera ninguna incisión
reciente.
—Diga —respondí fútil al aceptar una llamada de Sombra.
Estaba en el almacén con Tess, Dylan y Elliot. Había
decidido hacerlos partícipes del inicio de mi verdadera
venganza a último minuto y ellos estaban encantados de
ser testigos de mi hazaña.
—Marcus me ha dicho que adelantaste tu misión. —
Parecía emocionado al formular esas palabras. Yo, en
cambio, volví a recordar su imagen saliendo de aquel
edificio junto a Derek y Fantasma luego de la explosión.
Ya antes me había preguntado qué tanto sabía él de aquel
día, pero decidí enfocarme en usarlo porque me conozco,
por lo tanto, siempre supe que su verdad (si es que me la
decía) no me dejaría avanzar como mis planes lo requerían.
Por eso lo dejé de lado. Sin embargo, esa tarde la respuesta
a mi interrogante llegó y provocó en mí repulsión, dolor y
decepción en partes iguales.
Una cosa era que Sombra supiera lo que viví y otra que
haya estado presente, siendo testigo de lo que me hacían
en aquel juego de colores.
«¿Y si él escogió un color?»
Tensé la mandíbula ante el señalamiento de mi
conciencia.
—No, simplemente ustedes creyeron que todavía faltaba
para eso. —Fui tan cortante, que hasta Dylan y Tess me
miraron con sorpresa al escucharme.
Elliot se tensó, así que imaginé que adivinó con quién
hablaba.
—¿Qué te sucede, Bella? —Sonreí de lado y sin gracia por
la pregunta de Sombra.
—Confundiste mi bondad con debilidad, y con ello creíste
que la bestia en mí estaba muerta y no dormida —zanjé y
se quedó en silencio—. Conmigo las cuentas son claras, los
favores los pago y las traiciones las cobro. Mantenlo claro —
aconsejé y luego corté la llamada.
Ni mi hermano ni Tess dijeron nada, optaron por observar
cómo Max y Dom llevaban a Brianna hacia una silla
colocada frente al escenario principal, donde su marido
llevaría a cabo la obra de la cual sería mi protagonista.
Maokko les daba las indicaciones y sonrió satisfecha cuando
amarraron a la chica de pies y manos. Salike estaba en otro
lugar, alejado a ese almacén y junto a la niña, ya que no
pondría todas mis piezas en un mismo cajón sabiendo a
quién me enfrentaría.
Me percaté de que Elliot tragó con dificultad, pero se
obligó a parecer imperturbable cuando habló.
—¿Harás videollamada de nuevo? —preguntó.
—No —puntualicé, observando cómo la enorme puerta del
almacén se abría y de un golpe fuerte hicieron entrar a
Derek. Sonreí con suficiencia al verlo descalzo, con el torso
desnudo y un pantalón de chándal—. Lo transmitiré en vivo
en una red especial. Caleb ya se encargó de eso y los
Vigilantes lo saben porque Derek se los dijo —añadí.
Elliot no respondió nada y lo agradecí, pues no me quería
perder ningún detalle de cómo Caleb, Ronin e Isamu se
divertían con Derek mientras lo colocaban en su lugar.
Brianna lloró y rogó por él, pero su marido la calmó en el
momento que este vio a Isamu yendo hacia ella con la
intención de incluirla en su juego.
—Qué facilidad la de ese tipo para que lo confundan con
un hijo de puta repugnante —murmuró Tess entrando en
tensión.
Estábamos de pie frente a un ventanal tintado, en un
cuarto aledaño al enorme salón de ese depósito.
—Es una habilidad en realidad. Sus misiones son de
infiltración en las organizaciones criminales más poderosas.
Así que, para no verse obligado a cometer actos tan
atroces, debe encajar a la perfección en el prototipo de ser
despreciable. Para convencer a los jefes con su actuación y
no verse obligado a ejecutar nada —expliqué.
Aunque me guardé que hubo algunas ocasiones en las
que Isamu sí se vio obligado a ser despreciable en todo el
sentido de la palabra, puesto que eso era parte de los
demonios que lo atormentaban por la noche y que a mí no
me correspondía divulgar.
«Actos despreciables que hicieron caer a los peores».
—¿Y él también tiene esa habilidad? —preguntó Dylan por
Ronin, quien en ese instante le acariciaba el rostro a Derek.
—Shhh, calma. Va a gustarte lo que mi compañero te
hará. Tiende a ser muy amable con los de ojos azules —le
dijo Caleb a Derek, hablando por Ronin, ya que Derek no le
entendería.
—Ronin solo está siguiendo órdenes, pero también se le
da muy bien, aunque no como a Isamu —respondí para
Dylan luego de escuchar a mi compañero.
Tess me miró, entendiendo por qué Caleb dijo esas
palabras. Y por la tensión de mi hermano y la brutalidad con
la que apretaba los puños, imaginé que él también
comprendió.
—¿Vas a drogarlo?
—No, pero sí lo envenenaré —aseguré para Tess—. Yo sí
quiero que le duela y lo traume más de lo que nos traumó a
nosotras —zanjé y los ojos de la pelirroja brillaron con
satisfacción.
Bajo la atenta mirada de los tres, fui hasta el escritorio y
tomé la caja de gamuza negra que Maokko llevó para mí.
Saqué los dos anillos que usé en Karma, recargados al doble
con el dulce veneno que me ayudaría a hacer de ese
momento muy placentero. Me los coloqué en ambos dedos
corazón y me dispuse a ir a atender a mis huéspedes, pero
no sin antes tomar un móvil desechable en el que Caleb
había transferido el número de Brianna.
Me lo metí en la bolsa trasera del pantalón e inicié mi
camino.
—No te voy a robar esta venganza porque al final tú has
sido la más dañada —murmuró Tess con la voz ronca
cuando pasé por su lado—, pero no te limites, por favor. Y
haz que ese hijo de puta sufra el triple de lo que una vez
sufrimos Elsa, tú y yo —pidió destilando odio puro.
—No te decepcionaré —prometí.
Inspiré hondo mientras caminaba hacia mi objetivo. La
oscuridad me acompañaba y no solo la del almacén, sino
también la que crecía en mi interior. Después de tantos
años, pérdidas, dolor, lágrimas derramadas y noches en
vela por miedo a las pesadillas, al fin obtendríamos un poco
de lo que añorábamos.
Y pretendía hacer que tanta espera valiese la pena.
Tomé mi katana en el camino. Antes de llegar al almacén,
me cambié por una camisa corta que dejaba al descubierto
mi abdomen y mi marca, y un pantalón de cuero, todo en
color vinotinto, a excepción de las botas negras. Derek me
observó con repulsión al captar mi presencia caminando a
espaldas de su mujer hasta llegar detrás de ella. La cámara
nos enfocaba. Caleb había comenzado a transmitir desde
que estaban jugando con el invitado especial.
Los ojos de Derek se desorbitaron y sonreí con maldad
ante el respingo que dio Brianna cuando coloqué la mano en
su hombro, con cuidado de no pincharla con mi anillo. El
maldito comenzó a removerse (murmurando cosas que no
entendí por el paño en su boca) porque reconoció mi joya.
—Hola, cariño —saludé sarcástica, caminando alrededor
de Brianna y dirigiéndome hasta él—. Luces divino en esa
posición —halagué siendo seductora y pasando con
delicadeza mis uñas sobre su abdomen.
Tenía la piel roja, fría y con algunas magulladuras,
obsequio del recibimiento que le dieron mis chicos. Sus
brazos ya se habían comenzado a lacerar debido a las
sacudidas que dio intentando apartarse de los toques de
Ronin, pues se encontraba amarrado con un hilo especial de
bronce a una cruz de acero. En el centro de esta, Caleb hizo
que grabaran una “I” con una “W” entrelazada, que
quedarían marcadas en el medio de la espalda alta de ese
malnacido, cuando el sistema adherido a ellas convirtiera la
electricidad en calor.
Derek estaba crucificado, pero él no pagaría por los
pecados del mundo, sino por los suyos.
—Mírate, tan vulnerable frente a la dueña de tus
tormentos. —Usé las palabras que me dijo en Karma y se
retorció ante mi contacto—. ¿Has soñado mucho conmigo?
—Dirigí la mano a su rostro y sonreí por cómo se giró para
evitarlo—. Mírame —pedí bajando mi tono y lo cogí de la
mandíbula—. Ella va a disfrutar verte gozando de lo que
tengo preparado para ti. Tú. Vas. A disfrutarlo —prometí, y
de un tirón le quité el paño de la boca.
—Ya me tienes aquí, déjala ir a ella y a mi hija —exigió y
chasqueé con la lengua, negando.
—¿Quién dijo que el trueque sería así? Además, ¿crees
que después de saber que has mantenido a tu esposa en un
mundo de fantasía, creyéndote un príncipe encantador, voy
a desaprovechar la oportunidad de desenmascararte? —
formulé, yendo de nuevo hacia la chica, con la katana
descansando en mi hombro como si se tratara de un bate
de beisbol. Brianna comenzó a negar como una desquiciada
y sus ojos se inundaban de lágrimas—. Aunque antes quiero
que me digas quiénes fueron partícipes del asesinato de mi
madre.
Por supuesto que Derek calló ante mi petición,
sorprendido además porque le exigiera esa información. Así
que giré la aguja de mi anillo y acerqué la mano a Brianna.
Una vez juré con inocencia que haría pagar a quienes me
arrebataron a mi rosa más valiosa. Años después tenía toda
la intención de cumplirla, con maldad.
—¡No lo hagas! —gritó el maldito y me detuve en seco,
alzando una ceja porque volvió a callar—. Lucius, Fantasma,
otros tipos y yo —soltó luego de maldecir.
Ronin, Caleb e Isamu nos rodeaban, junto a Maokko que
se mantenía a una distancia prudente de Brianna y de mí.
Todos mostraron su molestia ante esa confesión. Ya que,
aunque no conocieron a mamá, la respetaban como líder y
fundadora de La Orden, además de por ser mi madre.
—¿Cómo fue? —seguí, con la mano en el aire.
Volvió a maldecir. El hijo de puta no esperaba que lo
afrontara, y comenzó a hablar hasta que acerqué más mi
mano.
—Charlotte la citó en el lugar donde la emboscamos.
Lucius aprovechó para saldar algunas cuentas con ella.
Luego, dejó que los demás se aprovecharan de lo que él ya
no quería, y al final fue Fantasma quien la mató —confirmó
y oculté mi dolor con ira.
Sabía que mamá fue violada, pero no por quién o quiénes.
«Dejarse cegar por la oscuridad del alma, a veces sí era
justificado».
Yo justificaría la mía.
—¿Fuiste uno de ellos? —Derek miró a Brianna tras
escucharme—. ¡Responde, hijo de puta!
—¡Aaah! —gritó cuando la primera descarga eléctrica
llegó a su cuerpo.
Con asombro, admiré el hermoso trabajo de Caleb al ver
los pequeños rayos de luz azul golpeando la cruz.
«El rubio resultó ser un aprendiz de brujo[16]».
Ronin estaba al mando del regulador, con una sonrisa tan
malvada, que deseé que Marcus lo viera para que volviera a
comprobar que los orientales no eran tan inocentes como
sus rasgos decían.
—¡Derek! —gritó Brianna al punto de desgarrar su
garganta.
—¡Sííííí! —logró gritar Derek cuando Ronin apagó el
regulador, pero activó las letras para que se calentaran.
—Derek, tú no..., no pudiste hacerlo —chilló Brianna al
escucharlo. El rostro de él estaba cabizbajo después de la
descarga—. ¡Mírame! —pidió, destrozada por comenzar a
ver detrás de la máscara de príncipe que empezó a
desquebrajarse en el rostro de su marido— ¿La violaste a
ella y a sus amigas, aparte de que te atreviste a violar a su
madre? —Con mi katana corté los amarres de Brianna y la
dejé liberarse.
Levanté la mano para que Ronin enviara otra descarga y
los gritos de Derek fueron más fuertes.
—¡Sí, Brianna! ¡Sííííí! —La chica se llevó las manos a la
boca por la impresión que sintió al escucharlo cuando él
dejó de ser sometido a la descarga.
—Odio tu lealtad por esta mierda, pero no te culpo más,
ya que supo fingir muy bien ante su Bella que era un
príncipe, cuando conmigo se comportó como una Bestia y
me atormentó noche tras noche como un monstruo. —
Brianna me observó con dolor al oírme—. Y habría tenido
piedad por ti si a pesar de seguir órdenes, no me hubieras
violado ni a mí, a mis amigas o a mi madre —confesé
caminando hacia él—. Pero lo hiciste y ni siquiera pudiste
ser inteligente para no subestimarme, o matarme. Tu peor
error, escoria maldita. —De soslayo, vi a Caleb tomar la
cámara y la acercó a nosotros para no perderse ningún
detalle—. ¿En algún momento te arrepentiste de dañarnos?
Y responde sincero o te juro que en la siguiente descarga
haré que ella te toque.
—De lo único que me arrepiento es de no haberte follado
de nuevo y asesinado después —escupió y reí.
—Vamos a arreglar eso en este momento —aseguré.
Mi katana hizo un sonido estruendoso cuando la dejé caer
al suelo y me mordí el labio a la vez que tiré de la cinturilla
elástica del pantalón de chándal gris.
—¡¿Qué haces?! —preguntó con miedo.
Escuché un gemido de dolor detrás de mí. Maokko
acababa de golpear a Brianna porque ella intentó llegar a
nosotros y defender a Derek.
—No te preocupes, haré que te guste —susurré cerca de
su boca luego de ponerme de puntitas porque el maldito era
alto. Con una leve mirada, le pedí a Ronin que hiciera
calentar más las letras y giré el otro anillo en mi mano,
dejando el botón con acceso fácil para hacer que la aguja
saliera.
Derek se impulsó hacia adelante, tratando de alejarse de
las letras calientes, lo que ocasionó que nuestras frentes se
presionaran. Reí al ver su reacción, y me divertí aún más
cuando su miedo aumentó al darse cuenta de que Tess
había llegado al lado de Brianna, Isamu y Dylan, quienes la
escudaban. El primero tenía un enorme dildo en la mano.
—Él va a hacer que a tu mujer le guste vernos.
—No —resolló Derek, con sus ojos suplicantes y brillosos.
—Mmm, este lindo infierno quiere sentirte de nuevo en su
mano —ronroneé, y antes de que él pudiera analizar lo que
estaba a punto de pasar, tomé su grosor y presioné la aguja
con veneno.
Sus gritos resonaron por el almacén y para aumentarlos
presioné la otra mano en su torso desnudo, clavándole de
paso la siguiente aguja y empotrándolo a las letras
fulgurantes. Inspiré hondo el hedor de su carne
quemándose y disfruté del siseó de su piel achicharrándose.
El corazón se me desbocó por lo mucho que estaba
disfrutando de ese acto tan atroz, y pronto una risa siniestra
abandonó mi garganta. Brianna gritaba con todo su ser,
pero no solo por lo que presenciaba, sino porque Tess había
envuelto un brazo alrededor de su cuello, sosteniéndola
mientras Isamu le arrastraba el dildo por el rostro,
descendiendo hasta su vientre sin llegar más allá.
Sí. Acabábamos de descender juntos a un pozo oscuro y a
un nivel despreciable. Devolviendo el golpe que me dieron
con Tess años atrás, siendo tan monstruos como ese tipo
que tenía los dientes apretados, mirando con terror lo que le
hacían a su mujer mientras soportaba la siguiente descarga
eléctrica que Ronin le dio.
Nadie jamás iba a entender el nivel de trauma que
atravesamos con la pelirroja y Elsa; por lo mismo, tampoco
comprenderían que, en ese momento, fuéramos capaz de
deleitarnos con esa monstruosidad que llevábamos a cabo.
—¡Joder! ¿Por qué ustedes se creen el sexo fuerte, pero
no aguantan los juegos inocentes? —me quejé burlona al
ver a Derek meándose encima.
Por el color claro del chándal, vi que sus orines salieron
con sangre. Y por los gestos de dolor que siguió haciendo
junto a los gruñidos, deduje que el veneno ya había
comenzado a incendiarlo desde el exterior.
Derek me torturó por partes en el pasado, yo lo hice en
una sola jugada, pues no solo estaba pasando por el dolor
físico del veneno, la marca caliente en su espalda y las
descargas, sino también vivía la humillación porque lo
desenmascaré frente a la mujer que amaba, la agonía por
saber si ella y su hija saldrían bien y vivas de la venganza.
Y, sobre todo, el terror al suponer que haría que Brianna
fuera violada por mis hombres.
—¡Por favor, Isabella! —suplicó Brianna, y cuando me
volteé a verla, Tess e Isamu habían permitido que se pusiera
de rodillas—. Hago lo que quieras para que no lo lastimes
más. Sé que se lo merece por lo que te hizo, pero lo amo. Es
mi marido, el padre de mi hija y no soporto ver lo que haces
con él. —Lloró con amargura al pronunciar cada palabra.
Maokko y Ronin se carcajearon al escucharla. Isamu no
dejó de mirarla sin perder su postura de hijo de puta. Tess
se estaba reflejando en ella, recordando quizá que en el
pasado también rogó en vano, lo que aumentó su ira. Mi
hermano se mantuvo expectante y serio. Y Caleb la enfocó
con la cámara para que los Vigilantes fueran testigo de eso.
—Nena..., no —susurró Derek al verla en aquella posición
—. No… merezco que te humilles por mí —le dijo y lo vi
llorar.
Hice una señal a Tess para que no detuviera a Brianna
cuando se puso de pie para llegar hasta su marido y
abrazarlo.
—¡Ah! —gritó cuando Ronin le propició una leve descarga
a su marido para alejarla.
—Amo esta mierda. Me siento como un DJ del infierno que
convierte los lamentos en música —admitió y todos nos
reímos.
A excepción de la pareja.
—Por-por favor, Isabe-lla, deja que se vaya, que no me
vea así —pidió Derek y bufé.
—¿Así suplicaron ellos? —pregunté y no comprendió—.
¿LuzBel y Elliot? —le recordé y volvió a bajar el rostro.
Estaba débil y derrotado.
Harta de su actitud patética, retraje las agujas de mis
anillos y tomé a Brianna de la nuca para lanzarla sobre él.
La presioné con toda la intención de que ella empotrara de
nuevo a Derek sobre las letras calientes y él gritó de dolor.
—Muévete y no solo perderás a tu marido, sino también a
un hijo —advertí. Había levantado la katana con mi pie y
presioné la punta en su vientre—. Márcalo más con mis
iniciales para que, si viven, siempre recuerden quién es la
dueña de sus tormentos —me burlé y ella, como pudo, logró
zafarse y cayó otra vez a mis pies.
—¡Ya no, por favor! ¡Para, para, para. Te lo suplico! —rogó
abrazándome una pierna.
Miré a Derek a los ojos, los suyos estaban llenos de
lágrimas al ver a su mujer de aquella manera. Sabía que el
dolor de la humillación era más fuerte que su dolor físico.
—Y esto apenas comienza —amenacé y Derek lloró más.
—Perdóname —formuló, y por un segundo me congelé.
Pero, al siguiente, sonreí satisfecha y con ganas de seguir
jodiendo su cabeza.
—Tess, vamos a hacer un juego —le dije a la pelirroja.
—No, Isabella, por favor —suplicó Derek con la poca
fuerza que le quedaba y lo ignoré.
—Se llama: escoge un color —continué para Tess que me
miraba atenta—. Rojo para que Ronin folle a Brianna.
—¡Por Dios, no! —sollozó Brianna cuando Isamu llegó a
nosotras y la cogió del brazo, tirando de ella hasta que su
espalda quedó presionada al pecho masculino.
—Suéltala —exigió Derek.
—Ámbar para que la folle Isamu —proseguí—. O verde
para que la forniquen entre los dos.
—Verde —respondió Tess sin dudar y sonreí porque
entendió lo implícito.
—Acabas de ganarme, perra —celebró Maokko, alzando la
mano para la pelirroja y que así chocaran sus cincos.
—Isabella, por favor.
—DJ, pon una última canción —animé a Ronin tras la
súplica de Derek.
—¡Aaah! —Ese fue el grito más largo que escuché
después de los míos, cuando estuve en su lugar, y entonces
Derek se desmayó.
—Creo que le di mucho volumen —comentó Ronin con
inocencia.
Caleb había dejado de transmitir enseguida de que Derek
se desmayó porque el rubio sabía que yo ya necesitaba un
respiro. Perdí la cuenta de todas las súplicas que Brianna
me hizo para que no permitiera que la violaran. Le respondí
que mientras su marido no despertara, nadie la tocaría
porque quería que el fuera testigo de lo que le pasaría. La
pobre se rindió y no protestó cuando la llevaron de regreso
a la silla para amarrarla y luego me fui hacia el cuarto
aledaño a ese gran salón.
Elliot y Darius estaban ahí cuando entré (me sorprendió
ver a este, pero no lo demostré). Sin embargo, no dijeron
nada y se limitaron a observar mis acciones. Me lavé las
manos y el rostro, y enseguida me bebí unos analgésicos
que Isamu me consiguió del botiquín, porque estaba
volviendo a sufrir aquellas jaquecas desesperantes del
pasado.
Tess se hallaba igual, aunque en su caso, se estaba
convirtiendo en migraña.
—Vete a descansar —recomendé, apoyando a mi hermano
que ya le había pedido que se marcharan si se sentía tan
mal.
—No quiero perderme esto —protestó ella. Se encontraba
con los ojos cerrados y Dylan le hacía un masaje en la
cabeza.
No le dije nada, porque Caleb llegó para avisarme que ya
estaba listo lo que pedí. En cuanto respondí que llegaría
enseguida, se marchó para volver a activar la transmisión.
—No harás que la violen, ¿cierto? —Miré a Darius en
cuanto me interceptó fuera del cuarto.
Palpé un ápice de ruego en su voz y me tomó del brazo
con sutileza cuando quise continuar mi camino sin
responder.
—¿Ella te importa? —pregunté y negó.
—Me importas tú y el daño que te haces con esto. —
Fruncí el ceño—. No caigas tan bajo. Él se lo merece, ella no.
—Elsa tampoco lo merecía. Ni mi madre ni Tess ni yo —
espeté intentando zafarme de su agarre, pero no me dejó.
—Tú eres mejor que él, te lo juro —aseguró y estuve
tentada a pincharlo con mi anillo para que me soltara, pero
me detuve antes de llevarlo a cabo. Él lo notó—. ¡Ves! —
señaló y me zafé.
—Se lo dije a Sombra y te lo digo a ti: conmigo las
cuentas son claras, los favores los pago y las traiciones las
cobro, Darius. Así que me importa un carajo si caigo bajo o
no. Derek se arrepentirá de lo que me hizo y si no estás de
acuerdo, entonces vete a la mierda y no me estorbes,
porque no me tomas en un buen momento.
—Yo tampoco estoy en un buen momento, Isa. —El dolor
en su voz fue claro—. Me has hecho recordar cosas muy
dolorosas —añadió y lo observé con dudas—. Cosas que
tuve que tragarme gracias a una promesa de vida que
cumplía con la persona equivocada.
—¿De qué estás hablando?
—Voy a terminar de romper esa promesa, pero antes
tengo que buscar a alguien.
—Darius —advertí.
Me tomó del rostro y me hizo mirarlo a los ojos.
—Si salgo vivo de esto, te prometo que te diré hasta el
más oscuro de mis secretos. —Lo miré sin comprender. Y
tampoco añadió nada más, pues se marchó dándome la
espalda y cometí el error de no darle la importancia
necesaria a sus palabras, pues me urgía más seguir con mi
misión.
Un «no» lastimero salió de Brianna al verme llegar otra
vez y gritó cuando tomé una cubeta de vinagre con hielo y
la derramé sobre Derek. Él jadeó como si lo hubieran tenido
por mucho tiempo debajo del agua y luego siseó por el
ardor que el líquido le provocó en la marca y las
laceraciones que se pronunciaron en sus brazos por el hilo
de bronce.
—¡Hora de continuar, maldito lameculos! —grité— Y ya no
te desmayes, cielo, tenemos una función que dar —le
animé.
—Ya mátame —pidió y sentí que hasta a mí me dolió la
garganta al escuchar su voz ronca.
Y por su gesto, supe que a él le dolía peor.
—¿Y dejártelo tan fácil? —cuestioné con sarcasmo—. Claro
que no —aseguré riendo y tomé la otra cubeta pequeña a
mi lado. Caminé rodeándolo y la derramé sobre su espalda,
admirando a la vez cómo mis iniciales lucían en ella.
Tenía la garganta dañada; aun así, volvió a gritar con
todas sus fuerzas. El hilo se enterró más en sus muñecas
debido a la fuerza que ejerció al retorcerse de dolor, a tal
punto que la sangre le brotó de ella enseguida. Brianna
cerró los ojos como autoreflejo, sintiendo en su propia piel lo
que su marido sufría.
—¡No tienes corazón! ¡Eres un demonio! —me reprochó
en cuanto llegué a ella y la tomé del cabello para obligarla a
que lo mirara.
—¡Lo soy! —acepté con orgullo. De pronto, sentí el móvil
vibrar en mi bolsillo trasero. Solté a Brianna de golpe y al
tomar el aparato, sonreí al ver que se trataba de Lía, puesto
que Caleb transfirió los contactos—. ¿Estás disfrutando del
espectáculo, querida? —pregunté mirando hacia la cámara.
Los chicos me observaron atentos, ya que estaban
rodeándome como al principio. A excepción de Dylan, Tess y
Elliot.
—Esta vez tú ganas. Dime qué quieres y deja de torturar a
Derek —pidió.
—¡Aww, cosita! —me burlé con una sonrisa cínica—. ¿Qué
te hace pensar que voy a dejar mi venganza con este
idiota?
—¿A quién quieres más que a él? —cuestionó y supe a
donde quería llegar.
—A tu novio —respondí, mordiéndome el labio inferior. Yo
también podía jugar a sacarla de quicio—. Fantasma cree
que tengo interés por él y no sé, me ha dado curiosidad
saber lo que ese tipo esconde. Total, tu primo quedará
inservible para satisfacerme. —Le guiñé un ojo y la escuché
respirar más rápido—. Ves que no puedes darme lo que
quiero —señalé y fingí tristeza—. No me hagas perder el
tiempo, querida, y mejor disfruta del espectáculo —la
animé.
Le hice una señal de mano a Ronin y la luz azul que
desplegaron los rayos de electricidad hicieron un hermoso
fondo detrás de mí. Los gritos de Derek no se hicieron
esperar y, tras eso, comenzó a vomitar dándonos una
imagen siniestra y espectacular.
—¡Para! —gritó Brianna y sonreí.
—¡Te doy a Fantasma! —chilló Lía desesperada y me
carcajeé.
—¿Qué maldito poder tienes tú para darme a un superior?
—¡Puedo persuadirlo y lograr que caiga en tus manos,
pero ya basta, Isabella! —gritó desesperada.
«Y era así como tu segundo objetivo caería». Celebró mi
conciencia.
—Acepto solo si tú me lo entregas personalmente —
propuse y Lía bufó—. Y más vale que no intentes jugar
conmigo porque no soy estúpida. Te entregaré a Derek, a su
mujer e hija hasta que tenga a Fantasma en mi poder y
entregado por ti.
—Bien, pero yo quiero a Derek ya —exigió y reí irónica.
—¿Escuchaste cuando dije que no soy estúpida? —
cuestioné y no la dejé responder—. Pero seré benevolente y
te enviaré primero a la niña a una dirección que, por
supuesto, yo escogeré. Si cumples tu palabra, entonces
pondrás en mis manos a Fantasma, y yo pondré en las tuyas
a Brianna y a Derek. ¿Lo tomas o lo dejas?
El silencio reinó por unos segundos, de su parte, y para
darle más realce a mi propuesta, tomé la katana y herí a
Brianna en el brazo derecho. Ella gritó aterrorizada y Derek
me maldijo, así que también le presté atención, llegando a
él para colocar el arma en su entrepierna; Sin embargo, lo
hice con más fuerza de la que pretendía y la enterré,
atravesando la tela y su carne.
—¡Ups! Ves lo que haces con tus gritos, Brianna —dije con
fingido asombro. Los ojos de Derek se desorbitaron al notar
la sangre brotando—. Me pone nerviosa —me excusé con él.
—¡Lo tomo! —escuché decir a través del móvil y sonreí
con suficiencia—. Pero quiero a Derek y su familia vivos.
¡Promételo!
—Lo prometo. Te doy mi palabra de Grigori —dije segura.
Maokko, Caleb y los demás me observaban sonriendo al
saber que acababa de conseguir mi objetivo—. Tendrás a la
niña en un par de horas, así que comienza a preparar tu
plan para entregarme a Fantasma —advertí para Lía y corté
la llamada.
Le hice una señal a Maokko para que apagara la cámara y
Derek suspiró aliviado porque imaginó la propuesta de su
prima. La sangre le seguía saliendo y manchando su
pantalón de chándal y, a pesar de todo el dolor que le había
infringido, noté la esperanza en su rostro por librarse de mí.
—¿Qué prometiste? —inquirió Maokko.
Elliot, Dylan y Tess se habían acercado para unirse a mis
compañeros Sigilosos.
—Entregar a este infeliz con vida a cambio de Fantasma.
—Elliot me miró sin poder creer lo que escuchaba.
—¿Pasamos a la siguiente parte de la tortura? —preguntó
Isamu con malicia.
El cabrón se había metido el dildo en la bolsa delantera
de su pantalón táctico y se lo acarició con malicia.
—Acabas de prometer que… —Elliot se quedó a medias al
comprender lo que implicaba mi promesa y le guiñé un ojo.
—Así es, cariño. Prometí entregarlo vivo, pero jamás
acordamos en qué condiciones —señalé y el rostro de Derek
y Brianna fue épico—. Y antes de que Isamu tenga su propia
diversión, tú conecta los cables en las sienes de esta escoria
—le ordené a Ronin.
El llanto y las súplicas de Brianna comenzaron de nuevo.
Derek maldijo tras escucharme y reí. Mi misión sería
mantenerlo con vida, aunque sufriendo hasta el punto de
que me suplicaría matarlo, pero esa vez la muerte huiría de
él.

Llegué al apartamento casi a las diez de la noche,


sintiéndome un poco más perdida que antes.
Había hecho que Isamu y Ronin sacarán a Brianna del
salón, fingiendo que la tomarían en privado para torturar a
Derek con ese pensamiento. Pero, en realidad, la llevaron
con el médico para que la revisara y descartara cualquier
peligro que pudiese haber corrido su bebé después del daño
psicológico y físico que infligí en la madre. Y sabía que
ninguno de esos pequeños actos de bondad cambiaría mi
pecado, pero me dio igual.
Me convertí en un monstruo herido que por mucho tiempo
lloró sangre, y ahora sonreía con placer al hacer que la
derramaran.
Había tomado una ducha y al salir me vestí únicamente
con unas bragas y una playera (mía esa vez). Consciente de
que no podría dormir, me fui para la sala y puse música a
un volumen que no interrumpiera el sueño de los vecinos,
pero que acallara mis demonios.
Dom, Max y otros Sigilosos se encargaban de custodiar
los alrededores. Tenía a más escoltas porque me proclamé
como la enemiga número uno de los Vigilantes, así que
tendría que tomar mis precauciones. Me serví dos dedos de
whisky en un vaso corto y lo bebí de un sorbo, vertiendo
otro poco antes de sentarme en el enorme sofá.
La cajita que Evan me dio con la huella dactilar de Elijah
descansaba en la mesita del centro. Respiré hondo al
tomarla y bebí un sorbo del licor. Necesitaba valor para
activar el localizador en mi relicario y no entendía la razón.
Saqué el dedal, dejando el vaso de lado, y lo puse en mi
pulgar. Tras eso, y antes de perder la valentía que me dio el
whisky, presioné ambas huellas en la joya, viendo una luz
verde comenzar a parpadear.

Bloqueé el móvil luego de la respuesta de Evan y cerré los


ojos un segundo. Tras eso, cogí el relicario de mi Tinieblo,
viendo cómo me temblaban las manos. Die 4 de Halsey
estaba reproduciéndose cuando hizo clic en seguida de
presionar el pulgar en él. Tragué con dificultad y dejé de
respirar al abrirlo. El corazón me golpeaba el tórax con
brutalidad y la mirada se me nubló al ver la fotografía que
estaba a un lado de la de Tess y sus padres: era yo, cuatro
años atrás en mi dieciocho cumpleaños. Estaba en Elite, el
club en donde perdí parte de mi inocencia, cuando asesiné
para salvar la vida del hombre que después de eso, se
convirtió en mi perdición.
Todavía lucía inocente, feliz e ignorante de lo que me
esperaba.
—¿Por qué escogiste esa foto? —Una duda que me
quedaría para siempre, puesto que sabía que él no se lo dijo
a nadie.
De hecho, podía jurar que ni sus padres ni Tess sabían que
Elijah siempre llevó una foto de ellos en ese accesorio, que
para todos solo era una placa de militares.
Cerré el relicario para no seguir haciéndome más
preguntas y pensé en todo lo que pasó ese día. Mi
despedida de Elijah, descubrir que Sombra fue capaz de
acostarse conmigo y comportarse como mi dueño cuando
fue parte de mi tortura, y luego mi venganza con Derek. Y
entre todo, lo que más me afectaba era haber descubierto a
ese maldito enmascarado.
«¿Te afectaba haber tenido a Derek en tus manos, en una
situación en la que te diría todo lo que quisieras y, sin
embargo, no te atreviste a comprobar hasta qué punto llegó
Sombra en esa ocasión?»
—Ya es absurdo negar cuánto me está afectando ese
maldito enfermo, ¿no?
«Absurdo sería que no lo hiciera luego de cómo se
acercaron desde que volviste al país».
«Tú y yo somos una catástrofe a punto de suceder».
—Y sucedimos, hijo de puta —acepté, llevándome las
manos a la cabeza y enterrando los dedos en mi cabello
todavía húmedo, al pensar en las palabras de Sombra—. Y
sí, Colega, no me importa quién está detrás de esa
máscara, incluso con la sospecha de que Lee se equivocó,
pues ya no estoy segura de que Sombra me haya mostrado
su verdadero ser.
El maldito fue capaz de tomar una bala por mí, pero,
como decía Halsey en su canción, tenía el presentimiento de
que sus mentiras iban más allá de lo que me ocultó y,
aunque no quería, temía que al descubrirlas lloraría porque
caí por él sin darme cuenta...
Mierda, me enamoré de la persona que estaba usando y
me decepcioné, porque una vez más no tuve el cuidado de
en quién pondría mis ojos.
«Joder, Colega. Seguías prefiriendo el veneno en lugar del
antídoto».
Me reí por lo estúpida que seguía siendo con los hombres,
aunque estaba segura de que, a diferencia de antes, a
Sombra jamás le diría lo que me pasaba porque no se lo
merecía.
Me apreté las sienes cuando la jaqueca comenzó de
nuevo. Había estado sufriendo de dolor de cabeza desde el
día en que Darius me llevó a Brianna. Era como si la
adrenalina de tener al fin mi venganza superara todo hasta
el punto de hacerme colapsar. No obstante, dejé de lado esa
molestia y tomé el móvil cuando este se iluminó con una
llamada de Evan.
«Así de eficaz era».
—¿Ya tienes noticias? —quise saber.
Tragué al sentir la garganta reseca.
—Le hablé a Connor de lo que haría porque encontré una
señal encriptada, así que me ayudó a destruir el cifrado que
estaban usando e hicimos que el otro rastreador se
conectara al tuyo —explicó, y de nuevo mi corazón se
aceleró—. Bella, ahora mismo el poseedor está a metros de
ti —dijo y me puse de pie de inmediato.

—Me cago en la puta, esto no puede ser —dije entre


jadeos al leer el mensaje de Max—. ¿Estás seguro de lo que
dices? —le pregunté casi en un susurro a Evan.
—Ya sabes quién es, ¿cierto? —dedujo él y maldije—. Y si
yo no me equivoco, es Sombra —aseguró.
—¿Qué significa eso? —cuestioné no queriendo hacer
conjeturas.
—Significa que tendrás la oportunidad de saber la verdad,
así que no la cagues, por favor —pidió y eso me puso más
nerviosa—. Actúa como si no pasara nada y consigue un
cabello suyo para poder analizarlo. Quiero hacer un buen
trabajo y si este tipo es inteligente, entonces ha tomado
muchas medidas para cuidarse de ti. Aunque, si obtienes un
cabello de él, no habrá ciencia que me mienta y al fin
sabremos su identidad y por qué tiene ese rastreador.
—Tengo miedo de no hacer bien esto, de no poder ocultar
todo lo que sé —confesé y lo escuché reír.
—Matas, torturas, eres una hija de puta y te da miedo no
poder hacer algo tan sencillo. —Sentí vergüenza cuando
señaló tales cosas—. LuzBel fue tu debilidad, Bella. Que no
lo sea Sombra también.
Finalizó la llamada tras decirme tal cosa. Miré el móvil un
poco incrédula, aunque por dentro sabía que Evan tenía
razón. Así que autoricé a Max para que lo dejaran avanzar.
«Estabas a punto de descubrir una verdad que te haría
libre, pero antes, te hará miserable, Compañera».
No estaba preparada para más miseria.
Capítulo 39
La razón eres tú

Me quedé estática en mi lugar cuando el timbre del


apartamento sonó, y esa vez no me tardé en abrir porque
quería hacerme la difícil, sino porque no estaba preparada
para enfrentarme a una verdad que, así me hiciera libre,
antes me haría pasar por un infierno miserable.
Pero era estúpido de mi parte seguirme engañando a mí
misma, así que cuando Sombra hizo sonar el timbre una
segunda vez, caminé hacia la puerta, me asomé a la mirilla
y noté que tanto Max como Dom lo habían escoltado.
—Desde ahora yo me encargo —les dije a mis hombres al
abrir, luego de carraspear, mostrando solo parte del torso
para que no me vieran en bragas.
Ellos asintieron y avisaron que estarían pendientes por si
llegaba a necesitar cualquier cosa. Sombra rio y los miró
con desdén. Iba vestido con su característica ropa negra: la
capucha de la sudadera puesta sobre su cabeza con gorro, y
mascarilla para pasar por normal. No llevaba lentillas, así
que sus ojos negros me escanearon en cuanto le permití
verme. Nos miramos por un largo minuto sin decir nada, su
fragancia impregnó mis fosas nasales y, aunque me doliera
lo que estaba pasando también, me alegró verlo en pie,
pues las imágenes del día en que recibió aquella bala por mí
me torturaron.
Evité tragar con dificultad para que él no viera lo nerviosa
que me puso, pero yo no pude ignorar que las piernas me
temblaran con su cercanía. El corazón se me desbocó al
verlo tan grande y musculoso luego de imaginarlo débil y
moribundo, y tuve que apretar el pomo entre mi mano para
controlar el estremecimiento de mi cuerpo antes de que él
lo notara.
—Por un momento creí que no me abrirías la puerta. —Su
voz robotizada me puso la piel chinita y, sin pedir permiso
dio un paso hacia mí, levantó la mano y acarició mi rostro.
Luché para no cerrar los ojos y disfrutar del primer
contacto que teníamos después de tantos días entre
tormentos. Necesitaba mantener la compostura y recordar
que él fue parte de aquel juego macabro en el que perdí al
amor de mi vida sin importar que, para ese instante, ya
hubiese aceptado que caí por él.
—¿Qué haces aquí, Sombra? —inquirí con perfidia.
—Deja esa actitud conmigo, Pequeña, porque yo no soy tu
enemigo —aseguró y mi boca dibujó una sonrisa irónica.
No obstante, me mordí la lengua para no replicar,
recordando las palabras de Evan: Sombra no podía ser mi
debilidad por mucho que me afectara.
Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, me alejé con
sutileza de él y con una señal de mano lo invité a pasar. Su
brazo rozó el mío cuando pasó por mi lado y un escalofrío
me recorrió ante el recuerdo de lo que podía provocar
nuestra cercanía estando desnudos. Cerré la puerta y pegué
mi espalda a ella en busca de apoyo, para estabilizarme y
controlar mis ansias de abrazarlo y matarlo luego; pues
como dije antes, para mala suerte suya, yo ya no era la
chica del pasado que por estar enamorada se volvía idiota.
Con disimulo solté por la boca el aire que estuve
conteniendo, percatándome de que él observaba la sala de
estar, deteniéndose en la mesita de centro donde dejé el
vaso con whisky.
«Menos mal razonaste en esconder la cajita con el dedal
de la huella».
Mi cuerpo ya había aprendido a reaccionar antes que mi
cerebro.
—¿Te sientes mejor? —pregunté cuando fui capaz de
hablar sin titubear.
—No —aseguró, girándose y yendo hacia mí como un loco
desesperado.
Volví a contener la respiración cuando rodeó mi cintura
con sus brazos y enterró el rostro en el hueco de mi cuello.
Cerré los ojos por las sensaciones en mi interior siendo
revolucionadas, y los abrí en el instante que me sentí en la
oscuridad. Sombra había encontrado el interruptor de la luz,
y tras apagarla, se bajó la mascarilla y empezó a besar mi
cuello, subiendo a mi oreja, respirando en ella de manera
agitada y luego dejando un rastro de besos por mi mejilla y
mandíbula hasta llegar a mis labios y depositar un beso
casto.
—No me lo niegues —pidió porque no le correspondí.
—No te lo mere…
Mis palabras se perdieron en el segundo que me tomó de
la nuca con una mano y luego estampó sus labios en los
míos, exigiendo con arrebato una respuesta de mi parte de
la que no descansaría hasta obtenerla, por lo que tiró de mi
labio, lo mordió con más fuerza de la necesaria y, en cuanto
jadeé, él gruñó y conquistó mi boca con su lengua,
adorando ser correspondido y disparando con ese beso una
hoguera en todo mi torrente sanguíneo, tan salvaje como
voraz.
Me estaba incendiando desde adentro con su dulce
veneno, sintiendo cómo nuestras bocas colisionaban y sus
manos acariciándome la cintura, espalda, cuello y torso,
provocaban ese cataclismo del que él siempre estuvo
seguro de que ocasionaríamos. Tiró una vez más de mi labio
antes de arremeter con su posesiva lengua, reclamándome,
saqueando hasta el último resquicio de mi voluntad.
Y nos separamos solo porque él interrumpió el beso
cuando el aire comenzó a faltarnos, pero antes de alejarse
del todo, volvió a presionar su boca contra la mía en un
beso tan apretado que, cuando se apartó tiró de mí por
inercia, como si acabara de convertirse en un imán y yo en
el metal débil que lo perseguía.
Escuché al cabrón riéndose y supe que notó que no quería
dejarlo ir. No todavía.
—Ahora sí me siento mejor —susurró—. Y solo así lo
estaré siempre —aseguró y no supe responder.
Puse las manos en su pecho y presioné la frente bajo su
hombro, tratando de calmar mi respiración y sintiendo que
los ojos me ardían. Sombra recargó la barbilla en mi cabeza
y me abrazó sin decir nada mientras escuchábamos la
música de fondo. Me parecía una utopía estar ahí con él, y
más, el sentir algo por ese hombre luego de creer que no
podría dejar entrar a nadie más en mi vida tras la pérdida
de Elijah. Pero lo más retorcido, era que no conseguía hacer
que mi corazón dejara de latir tan acelerado por ese Chico
oscuro, incluso sabiendo lo que sabía.
Cerré los ojos, intentando recomponerme. Bajé una mano
hacia su pectoral izquierdo y sentí por debajo un bulto
blando, y me estremecí al suponer que se trataba de la
protección que usaba en la herida de bala que recibió por
mí. Sentí su cuerpo tenso en el momento en que lo abracé,
pues recordar que estuvo a punto de morir me afectó a
niveles insondables. Me puse de puntitas para enterrar el
rostro en su cuello y contuve un jadeo al sentir su piel
cálida. Lo rodeé con los brazos y solté una risa agobiada por
su pulso golpeando acelerado mi mejilla, feliz de que eso
me confirmara que no estaba con una alucinación. Era
Sombra: vivo y tan afectado como yo por él.
—Sabes que es peligroso que estés aquí. —Mi voz sonó
ahogada contra su cuello—. Lía o alguien de los Vigilantes
pudo seguirte, además todavía tienes que recuperarte, no
estás bien.
—Los Vigilantes están más preocupados por lo que harán
tras tu propuesta —recordó—. Marcus y Cameron me han
acompañado, están en el coche. Además, tienes un
contingente bien adecuado aquí. Solo un suicida se
atrevería a venir con la intención de dañarte.
—Tú eres uno —aseguré y él rio, ignorando la verdadera
razón que tuve para decirle eso—. Sentémonos.
Le tomé la mano para llevarlo hacia el sofá, aunque en
cuanto estuvimos cerca, me cogió de la cintura y tiró de mi
cuerpo hacia el suyo.
—Baila conmigo —pidió y eso me hizo reír.
—¿Así de bien te sientes como para bailar? —inquirí, pero
no lo dejé responder—. Además, no es tentador bailar en la
oscuridad.
Había cerrado las persianas de la ventana, así que la luz
exterior no entraba, y la que reflejaba el reproductor era
muy poca, y él la ocultaba con su cuerpo.
—Déjate guiar por mí. —Sonreí cuando tomó mis brazos y
me hizo envolverlos en su cuello, llevando enseguida los
suyos a mi cintura para comenzar a moverse.
—Estoy comenzando a creer que te gusta hablarme a
través de las canciones, o que funcionas mejor con ellas. —
Pensé en eso por su manía de cantarme, ya fuera para
seducirme o advertirme algo.
Él rio con suficiencia por lo último que dije.
—Disfruta este momento conmigo, Bella —susurró en mi
oído, y de nuevo me estremecí.
Y no me negué, me dejé guiar por su paso y escuché la
canción. Era The Reason de Hoobstank y por un motivo que
no entendí, sentí que mis lágrimas afloraron y tuve que usar
hasta el último resquicio de mi fuerza para no soltarlas.
—Quiero que sepas que he encontrado una razón para mí.
Para cambiar quien solía ser.
—No hagas eso —supliqué cuando comenzó a cantarme
en el oído. Su voz robotizada se perdía siempre que hacía
eso, dejándome escuchar un tono grueso.
—Una razón para empezar de nuevo. Y la razón eres tú —
siguió, ignorándome.
Lo abracé con más fuerza y dejé escapar una lágrima al
sentir que besó mi sien.
Era más fácil para mí que jugara a cantarme en un intento
por seducirme, incluso prefería que fuera para advertirme,
como cuando lo hizo en la casa de Caron luego de matarlo.
Porque que lo hiciera en ese momento me aterraba
demasiado.
—Siento haberte lastimado, es algo con lo que debo vivir
todos los días. Y todo el dolor por el que te hice pasar,
desearía poder quitártelo y ser el único que seque todas tus
lágrimas.
—Basta, Sombra, por favor —rogué e intenté apartarme,
pero me retuvo contra su pecho y siguió como si necesitara
cantarme todas esas cosas al oído.
Ese tenía que ser otro tipo de tortura, y lo peor es que me
volvía vulnerable, no solo por la letra, por su voz, por su
vaivén mientras hacía que me siguiera moviendo con él,
sino también por la tristeza, la frustración y la certeza de
que, de nuevo, estaba a punto de entrar a una nueva
tormenta en mi vida de la que no sabía cómo saldría esa
vez.
—Estoy consciente de que hay muchas cosas que no
comprendes y momentos en los que me crees hipócrita y
piensas que prefiero a otra persona antes que a ti —dijo sin
dejar de bailar—. Y aunque no lo comprendas, te digo la
verdad hasta cuando crees que te miento. Todo lo que hice
y hago es por ti, únicamente por ti, Isabella White. —Negué
con la cabeza sin poder decir nada—. Desde el momento en
que te conocí supe que me cambiarías la vida.
The Scientist de Coldplay le siguió a aquella canción que
me cantó, como si el destino hubiera decidido ponerse de su
lado. Y Sombra lo aprovechó, no dejando de bailar conmigo.
—¿Qué pasaría si te digo que sí, Sombra, hay una
posibilidad entre tú y yo? — murmuré y su agarre en mi
cintura se tensó—. ¿O si te digo que desde hace mucho
tengo una idea de cómo eres?
—¿De qué hablas? —Su voz robotizada sonó más ronca y
carraspeó.
—Pedí que hicieran un retrato hablado de ti por lo poco
que he visto de tus rasgos y lo que he sentido —confesé. No
dejó de bailar, pero no entendí si fue porque quería fingir o
porque estaba seguro de que no logré mucho con eso.
—¿Te gusté? —Sentí un ápice de diversión en su voz y
sonreí por lo engreído que sonó.
—Preferí no pedir que me muestres tu identidad, no sé si
eso responde a tu pregunta —ironicé y soltó una carcajada.
—Aun así, sí te gusta lo que sientes de mí.
—Enfermo engreído —repliqué y sentí su sonrisa cuando
me dio un beso en los labios—. Cuéntame tus secretos,
Sombra —pedí de pronto.
—No es fácil.
—Nadie dijo que lo sería —señalé y respiró hondo.
La voz de Chis Martin siguió hablando por nosotros, pero
aun así Sombra no pudo hablar por unos minutos.
—Te elegí a ti, Isabella —murmuró—. Por encima de mi
familia y de mí mismo, te escogí, como el villano que soy. Te
preferí e hice arder el mundo —aseguró.
Sus palabras hicieron que me transportara al día de la
explosión, momentos antes de que consiguiéramos escapar
y en los que Derek me dijo que tenía que dejarme ir con
vida. No era lo que ese hijo de puta deseaba, pero sí lo que
ordenaron. Y después de los juegos de tortura a los que me
sometió, de cómo otros escogieron los colores para que me
dañara y de descubrir a Sombra saliendo de ese edificio
junto a Derek y Fantasma, sospesé la idea de que fue su
decisión que Elijah muriera.
«Tenía lógica si quería el camino libre contigo».
—Tú ordenaste que yo viviera —reflexioné en un hilo de
voz.
—Y que LuzBel muriera —aceptó.
Me alejé de él, en shock.
Me estuve acostando con el asesino del amor de mi vida.
Me había enamorado de él como una maldita estúpida. Me
atrajeron sus secretos, esa relación oscura con la que me
dejé envolver. Estuve a punto de dejar ir mi venganza para
protegerlo. Me sentí plena minutos atrás, en los que llegó y
me besó, agradecida de tener una nueva oportunidad,
únicamente para llegar a ese preciso momento en el que
me hizo sentir la mujer más miserable.
—Isabella, sé que ahora mismo me estás odiando por
esto, pero no me arrepiento. No me importa el infierno que
he vivido desde que tomé esa decisión. Lo único que me
importa es que tú sigues aquí.
Me lancé sobre él a tientas, viendo su silueta. Le golpeé el
pecho, valiéndome un carajo de que tuviera esa herida de
bala, cegada por la furia que me provocó su confesión.
Saber que no solo mató a Caron por tocarme, o que intentó
asesinar a Elliot por sus sospechas, sino que ya antes se
había encargado de arrebatarme a mi Tinieblo, me hizo ver
que su obsesión por mí no era solo tóxica, sino también
asesina.
—¡Qué carajo vas a saber tú de vivir un infierno, maldito
enfermo. Si nunca se te ha caído el cielo encima! ¡Nunca
como se me derrumbó a mí el día que decidiste arrebatarme
el amor! —espeté llorando.
Iba a golpearlo de nuevo, pero me tomó de las muñecas,
las cuales tenía desnudas porque me quité los brazaletes, y
gruñó de dolor en el momento que se sentó en el sofá
conmigo a horcajadas.
«Era un enfermo suicida».
—Ódiame si es lo que quieres, llámame enfermo
obsesionado si eso te libera, porque sí, Isabella, soy un
jodido egoísta que decidió salvarte a ti —aseguró con
orgullo—. Porque ya estaba decidido que uno de… ustedes
iba a morir, así que me encargué de que no fueras tú, jamás
tú, entiéndelo.
Forcejeé queriendo apartarme de él y lo hice con todas
mis fuerzas, pero Sombra también implementó las suyas
para mantenerme sobre su regazo como si no hubiera
pasado por un estado delicado. Luché y lloré, maldiciéndolo
con todo mi ser por lo que me hizo, hasta que el llanto me
ganó y me debilité entre sus brazos.
Él me sostuvo, irónicamente consolándome por lo que me
arrebató.
—Te odio con todo mi ser —murmuré con la voz débil.
—Lo sé —aseguró y me cogió entre el cuello y la barbilla
—. Y es todo lo que merezco de ti —Presionó su frente a la
mía—, pero incluso odiándome, eres mía, Pequeña.
—Eso jamás…
Me silenció apegándome con ímpetu a su cuerpo, sellando
mis labios con los suyos, soltando un gruñido animal porque
al besarme le correspondí furiosa, convirtiendo ese gesto en
uno lleno de ardor y desenfreno. Ambos nos intoxicamos
con las sensaciones que se desataron en nuestros cuerpos,
dejando, en mi caso, que la bruma tomara el control por mí,
pues lo odiaba con la misma intensidad que lo deseaba.
Odiaba que me eligiera a mí, porque yo estuve dispuesta
a sacrificarme por Elijah y por Elliot, pero Sombra era el
villano egoísta como aseguró, así que odié más entenderlo.
Gemí cuando me tomó del cabello con fuerza, dándome
un tirón para obligarme a abrir más la boca para él, y le di
acceso a su lengua, apretando su sudadera entre mis
puños, deseando rasgarle la piel en el proceso para darle
más dolor que placer. Nuestro beso era tormento y paraíso
en partes iguales.
Le permití que me sacara la playera a la vez que yo lo
desnudaba a él, arañándole la piel, quitándole el gorro y
tirando con fuerza de su cabello para hacer caer algunas
hebras que luego pudiera coger para entregárselas a Evan.
Gruñó, pero sabía que no era de dolor porque ambos
estábamos enardecidos por la pasión del momento.
Rompimos el beso el tiempo suficiente para sentirnos piel a
piel, fundiéndonos en la oscuridad que nos rodeaba y
poseía. Me amasó los pechos con dureza, apretándome los
pezones que ya eran capullos endurecidos, y gemí de dolor
y placer.
Su erección rozó mi sexo, duro, caliente y sedoso. Me
tentó a tal punto que lo quería en mi interior con urgencia.
Ninguno de los dos nos estábamos saciando con nuestras
bocas, enloquecidos y ofuscados. Ambos nos convertíamos
en una mezcla de fuego que aumentaba el del otro. Pero, a
pesar del deseo, mi odio no mermó esa vez, y me di cuenta
de que follar con amor u odio podía ser lo mismo, pues
ambos eran sentimientos avasalladores y altamente
inflamables.
Le rodeé el cuello con un brazo y enterré la mano libre en
su cabello para volver a tirar de él. Gemí en cuanto apretó
la suya en la carne de mi culo y me restregó en su erección.
—Fóllame con todo ese odio que sientes por mí, mi amor
—instó y dejé de respirar.
Mi amor.
Nadie, a excepción de Elliot, me había llamado así, y que
lo hiciera Sombra después de lo que me confesó me dejó
estupefacta. Aunque tampoco me permitió razonar, puesto
que agachó la cabeza y se metió una de mis tetas a la boca,
lamiéndola con el mismo frenesí que me tomó los labios.
Gemí y eché la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda
y frotándome en su miembro endurecido, amando como
consentía mis senos, acariciando uno y mamando el otro;
golpeando el piercing en el pezón y haciendo sonidos de
placer que, junto a la música lenta, se convirtieron en
acordes eróticos.
Sombra no dejó de chuparme las tetas hasta que ambas
estuvieron tan doloridas como mi sexo húmedo y suplicante
por su mástil dominante y posesivo. Así que le desabroché
el pantalón y liberé su pene, envolviendo su grosor y
sintiendo la punta húmeda por su deseo, deleitándome por
el gruñido de placer que abandonó su garganta en cuanto
jugueteé con el prepucio, subiéndolo y bajándolo.
—¿Tienes condones? —pregunté bajándome de su regazo.
—En el bolsillo trasero.
Lo tomé para entregárselo, y mientras se lo colocaba, le
bajé el pantalón hasta sacárselo, e hice lo mismo con mis
bragas. Volví a su regazo, sintiendo cómo mi humedad
había alcanzado mis ingles, y agarré su pene para
acomodarlo en mi vértice, desesperada por empalarme en
él. Ambos gemimos y nuestras bocas volvieron a colisionar,
provocando un caos de placer y lujuria en cada embestida.
Me sostuve de sus hombros, moliendo mis caderas de
adelante hacia atrás, enviciada con su grosor
ensanchándome y su longitud llenándome como si hubiera
sido creado para mí.
—¡Mierda! —gruñó y yo gemí. Me tomó de ambos
cachetes del culo con vehemencia, plasmando sus dedos en
mi carne, abriéndome para enterrarse más en mí, marcando
su propio ritmo. El sudor ya nos recubría la piel—. Me estás
matando —aceptó y sonreí, tragándome su aliento y
entregándole el mío.
—Agradece que es de esta manera.
Me mordió el labio inferior y chupó el superior. Le devolví
el gesto con brutalidad, sintiendo el sabor metálico de su
sangre por mi arranque. Me cogió del cabello y aferró la
mano en una sola de mis nalgas para no perder el vaivén de
mis caderas y sincronizarlo a sus empellones.
Mis pechos se rozaban a sus pectorales y no me
equivoqué antes, ya que Sombra sí tenía una gasa para
cubrir la operación que le hicieron. Enterré las uñas en el
músculo entre su cuello y hombro, gimiendo y gozando de
la sinfonía de nuestros besos junto al choque de mi sexo con
el suyo, de mis gemidos y sus jadeos, de sus maldiciones y
mis blasfemias; sintiendo tras varias embestidas, el
cosquilleo potente de la antesala de mi orgasmo.
—Dime que lo sientes —pidió y no comprendí—. Que no
ignoras el fuego que hay entre ambos, y cómo somos
capaces de incendiar todo a nuestro alrededor.
Me contraje alrededor de su polla, con el corazón
acelerado y la respiración vuelta mierda, pero ya no solo por
el sexo que teníamos, sino también por sus palabras.
—Solo siento el fuego con el que quiero quemarte a ti, y
no de la forma placentera.
Lo besé con desesperación, robándole la oportunidad de
replicar. Él no insistió, en su lugar, arrastró las manos por mi
espalda, llegó a mis caderas y se impulsó con las piernas
hacia arriba para empotrarme con ferocidad, logrando que
ese fuego que aseguró que existía entre nosotros,
comenzara a consumirme. Me apreté a su alrededor y me
adueñé de la oscilación de nuestros cuerpos. El ardor en mis
músculos se volvió necesidad, el vientre se me contrajo y en
segundos sentí que mi ser voló en mil pedazos.
El placer que me recorrió desde los dedos de los pies
hasta la cabeza fue desorbitante, gemí liberándome de
ataduras invisibles que me mantuvieron en un plano al que
estaba odiando. Grité con euforia y perdí la noción del
tiempo al escuchar a Sombra gruñir. Su pene se sacudió con
violencia en mi interior y contuvo mis caderas en el instante
que no soportó mis movimientos porque él también se
estaba corriendo.
Él también explotó hasta descomponerse en partículas de
placer, quemándose con mi fuego.
Salvándonos mutuamente y condenándonos a la vez.

Sombra se fue una hora después de nuestro encuentro


sexual, luego de que Marcus le llamó para avisarle que
debían irse porque surgió algo que tenían que atender de
inmediato. Y ya no hablamos de nada porque el tipo se
encargó de dejarme agotada hasta el punto de terminar
dormida entre sus brazos, utilizando el sofá como cama.
La culpa me invadió al verme sola, puesto que no solo
follé con otro en un lugar que fue de mi Tinieblo, sino
porque me acosté con el hombre que, si bien no hizo
explotar la bomba, sí decidió que fuera él la víctima mortal.
«El odio obnubilaba la mente igual que el amor, Colega».
Acababa de comprobarlo.
Le llamé a Evan para avisarle que tenía lo que necesitaba.
El pobre no se había dormido porque la impaciencia lo
carcomía como a mí, así que me pidió que le enviara el
cabello al cuartel para comenzar con el análisis. Metí en la
cajita de gamuza (donde guardaba el dedal) las tres hebras
que saqué del gorro de Sombra, porque para mi suerte lo
olvidó, y le pedí a uno de los Sigilosos que se lo entregara a
Evan de inmediato.
Demás estaba aclarar que no dormí, así que le pedí a
Isamu que me acompañara en el gimnasio del condominio
para entrenar hasta que el sol se dignó a salir. A las siete de
la mañana, fui a tomar una ducha, mi compañero también
se dio una ocupando el baño de visita, ya que no se iba a
separar de mí por ningún motivo.
A las ocho, justo cuando estaba a punto de desayunar
algo, Evan me llamó para pedirme que fuera de inmediato
al cuartel, pues lo que iba a decirme no ameritaba que fuera
por teléfono.
—¡¿Dime que es una puta mentira?! —le exigí a Evan y
solo se limitó a negar.
Únicamente estábamos él y yo en su zona de trabajo.
Isamu y los demás esperaban en otras instalaciones del
cuartel.
—Aproveché la espera para seguir revisando, pero
encontré esto y supe que ya no sería necesario. —Él estaba
tan afectado como yo en ese momento.
Mi mundo se derrumbó.
Todo lo veía en cámara lenta, en ángulos distintos, incluso
de cabeza, con tal de encontrar una explicación lógica, pero
por donde quiera que lo hiciera las imágenes no cambiaban,
seguían siendo las mismas. Me quedé muda, petrificada, y
cuando reaccioné fue para pedirle a Evan que desmintiera
lo que mis ojos estaban viendo.
Me sentía helada, caliente, eufórica, nerviosa, llena de ira,
de dolor, frustración, tristeza y felicidad; todos los
sentimientos juntos, quemándome por dentro, como una
bomba hombre muerto a la que estaban a punto de activar,
explotar y arrasar con todo a su paso.
—Sospeché que estaba siendo muy inteligente, pero
superó mis expectativas. Y tal vez lo hubiese descubierto
con anterioridad, pero nunca tuvimos el suficiente interés —
añadió Evan.
Me llevé una mano a la garganta y la otra al estómago
cuando mi estómago revuelto me hizo sentir el sabor
amargo de la bilis. La mentira y la traición se sentían
demasiado pesadas justo bajo mi pecho, donde comenzaba
mi estómago.
—Me ha visto a la maldita cara, Evan —señalé lo obvio—.
Casi me matan por ir a salvarlo, fue testigo de mi dolor al
despedirme de LuzBel en el cementerio y siguió como si
nada. Confié en Darius y me paga de esta manera.
—¿Y Sombra? —dijo con ironía y reí sin gracia.
—Él ha sido el peor. Lloré frente a él, le confié cosas que
no creí confiarle a nadie y descubro esto —me quejé y puse
de pie—. ¡Arg! —gruñí y salí de ahí antes de destruir todo.
Evan me siguió, llamándome. No paré hasta que llegué
frente a una puerta que reconocí de inmediato entre la ira
que me nublaba la cabeza, y la abrí, siendo como un
tornado dispuesta a arrasar con todo a mi paso. Tiré lo que
se puso en mi camino, destruyendo cada cosa en cuestión
de minutos. Sintiéndome un fracaso y con la vergüenza
relamiendo con crueldad mi piel por haber sido el
hazmerreír de muchos.
El alboroto que provoqué fue tan grande que en tiempo
récord el lugar también fue ocupado por Caleb, Maokko,
Isamu, Tess y Dylan. Mi hermano quiso acercarse y
contenerme, pero el rubio y la asiática lo detuvieron
dejando que siguiera destrozando todo lo que estaba a mi
alrededor. Sentía el rostro mojado por las lágrimas de furia y
dolor, y Tess, siendo la más valiente o suicida de todos, me
cogió del brazo.
—¡Para! —gritó y la ignoré.
Seguí destruyendo, y ella no se dio por vencida, y cuando
tuvo la oportunidad, me abofeteó con tanta fuerza que me
hizo caer al suelo, pero me levanté en un santiamén.
—¡No, Isabella! —rogó Dylan y me detuve a un segundo
de segarle el cuello con la katana, porque se puso frente a
Tess.
Me aterré y me desconocí, sintiendo que me ahogaba con
el ataque de ira que me estaba consumiendo.
—¡Maldición, Isa! —espetó Tess, asustada—. ¡¿Qué te
pasa?!
Evan intentó decir algo, pero Isamu le tocó el hombro
para que callara.
—Mírame a la cara y dime que tú no me has traicionado
—le espeté a Tess con la voz ronca que parecía no ser mía y
ella se sorprendió.
—Mejor mírame tú a los ojos y dime lo que piensas —
devolvió con seguridad.
Había llegado al punto en el que desconfiaba hasta de mi
propia sombra.
«Vaya ironía».
¡Puf! La peor de todas.
Todo se me acumuló y caí de rodillas. Recordé cada
maldita cosa que viví desde la muerte de LuzBel, cuando
me corté el cabello por el dolor de no tenerlo más a él para
que lo admirara. Mis ganas de seguirlo a su infierno, todas
las noches que lloré por su ausencia.
Mi dolor por no tenerlo el día en que nuestros hijos
nacieron o cuando me dijeron lo que Daemon padecía y que
su padre no estuviera allí para afrontarlo juntos. Recordé
cómo Sombra llegó a mi vida para darle otro rumbo, para
darme algo que llegué a creer que necesitaba y cuando
comencé a rendirme, descubrí lo peor de ese maldito y logró
hundirme más en la mierda.
Pero me las pagaría, él y Darius Black me las pagarían.
—Isabella —me llamó Dylan y negué con la cabeza,
sentándome entre todo el caos que hice.
—Llama a Fantasma y dale todos los detalles de dónde
recogerá a Derek y a su mujer —Le pedí a Caleb intentando
no perder la cordura de nuevo—. Encuentren a Darius y
llévenlo al almacén para que les ayude con él. —Iba a seguir
el rumbo de mi plan sin cambiar nada y esperando que todo
me saliera a la perfección de esa manera—. Y ustedes dos
reúnan a todos los Grigori y que se preparen para lo que
viene. —Miré a Dylan y a Tess, esta última iba a alegar, pero
la detuve antes—. No me contradigas, Tess, y mejor
prepárate porque al fin pondré a Sombra en tus manos. —Se
quedó en silencio y después sonrió con malicia.
—¿Crees que ese hijo de puta estará allí? —preguntó y reí
con ironía.
—Te lo puedo jurar —afirmé—. Estoy segura de que
llegará allí para cuidar el trasero de Fantasma. —Las
palabras salieron de mi boca con amargura y perfidia.
—No vas a evitar que asesine a ese cabrón, ¿cierto? —
quiso asegurarse.
—No vas a dudar en degollarlo o asestarle un disparo,
¿cierto? —repliqué y alzó la barbilla—. Y por si acaso te
tiembla la mano, recuerda esto: la decisión de que
asesinaran a tu hermano fue tomada por él.
Me puse de pie enseguida de decir eso y vi cómo la furia
descompuso sus hermosos rasgos.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Dylan.
—Él mismo me lo confesó, y añadió que no se arrepentía
—solté entendiendo todo.
La alevosía que tiñó mi voz fue asquerosa, pero no me
retracté, al contrario, sonreí de lado al ver la furia de Tess y
darme cuenta de que con eso obtuvo el valor suficiente
para que no le temblara la mano en el momento que
Sombra estuviera frente a ella.
Dicho eso, salí de la habitación, con Evan y los Sigilosos
siguiéndome el paso. Caleb me aseguró que se encargaría
de llevar a cabo el plan, y en cuanto llegué cerca del
laboratorio técnico, me giré para mirar a Evan.
—¿Crees que merecía todo esto? —le pregunté y negó de
inmediato.
—Tú menos que nadie —aseguró.
—¿Sabes de Lía Black, la hermana de Amelia? —solté de
pronto y frunció el ceño.
—¿Tienes alguna foto de ella? —inquirió y negué.
—Buscamos, pero no encontramos ninguna. Ni de ella ni
de los otros hijos de Lucius Black —aseguré.
—Ven, te voy a mostrar la única foto de Amelia que
LuzBel no pudo destruir luego de que ella murió —dijo y lo
seguí.
Buscó algo en los archivos de su computadora y, mientras
lo encontraba, me explicó que LuzBel se deshizo de todos
los recuerdos de la tipa luego de superar el duelo y
comenzar a odiarla por su engaño, pero sobrevivió una
imagen que Evan dejó en la nube por si alguna vez la
necesitaba, ya que no existían más registros sobre ella.
—Es ella —dijo al encontrarla y la miré, hallando para mí
la excusa perfecta de por qué era una hija de puta.
Desataría el infierno sobre esos malnacidos, y esa era una
promesa de una Sigilosa.

Estaba en el almacén, observando a través de la ventana


cómo Caleb, Isamu y Ronin se encargaban de bajar de
camionetas distintas a Lía y Sombra. Ella gritaba un montón
de improperios y palabras inentendibles, mientras que
Sombra se limitaba a observar a su alrededor.
Cameron y Marcus también fueron apresados junto a la
bonita pareja, pero para ellos tenía otros planes, así que
Maokko, Salike y otros Sigilosos ejecutaban esa misión.
Los Sigilosos y Darius llevaron a Derek y a su mujer al
punto que se acordó con la pequeña zorra. Y por supuesto
que la maldita quiso ponernos una trampa,
subestimándonos y recibiendo un tiro certero por la culata,
pues actuó según como lo esperé y para lo que preparé a mi
gente. Lo único que se me salió de las manos fue que no
predije que Sombra aprovecharía su oportunidad, por lo que
el maldito le dio una salida fácil al infierno al que condené a
ese violador, y lo mató.
Según mi gente, fue sádico. Y no se deshizo de Brianna
únicamente porque Isamu lo atrapó para que no fuera a
escaparse en el momento que atraparon a Lía y asesinaron
al doble que pretendían darme por Fantasma.
Los chicos llevaban órdenes de no lastimarlo, y nada tenía
que ver con que lo protegía, sino porque necesitaba que se
encontrara en perfecto estado para cuando Tess lo tuviera
en sus manos. La pelirroja debía demostrarme de qué
estaba hecha, y yo quería comprobar si, así como ladraba
también mordía. Ella, junto a los demás chicos, todavía no
llegaban porque los cité a otra hora, pues me urgía un
tiempo a solas con la pareja y su celestino.
«Darius».
Llegué con tranquilidad al salón, notando que Lía
observaba con horror todo el desastre que había quedado
después de la estadía de Derek, situación que me hizo
sonreír con descaro. Caminé a paso lento pero marcado, con
las manos entrelazadas hacia atrás. La oscuridad me
ocultaba, aunque el sonido de mis botas me delató, y en
cuanto las miradas de mi gente me encontraron, hicieron
una reverencia, consiguiendo con eso que los ojos de los
invitados se posaran en mí.
—Bienvenidos a su última morada —me burlé.
Lía me miró con el odio que siempre me profesó, yo en
cambio le sonreí, demostrándole la diversión con la que
oculté el dolor desgarrador que experimenté horas atrás
gracias a ellos. A Sombra, sobre todo.
—¿Los trataron bien? —inquirí y miré a Sombra.
Noté la confusión en sus ojos negros y sus ganas por
pedirme una explicación, pero estaba metido en su papel de
protector, así que se contuvo. Lía, en cambio, mantenía una
actitud extraña, mostrándose ofuscada por momentos,
furiosa en otros, y hasta triste.
—Este no era el trato, maldita zorra —siseó.
—Sigues teniendo un vocabulario de insultos muy pobre,
querida —señalé.
Intentó dar un paso hacia mí, pero no llegó lejos, pues
Isamu la cogió del hombro, tirando de ella hacia atrás con
brusquedad y sentándola en la silla que antes ocupó
Brianna. Luego, Caleb la contuvo y la amarró de pies y
manos para evitar que se escapara.
Observé a Ronin apuntando a Sombra en la cabeza solo
por si acaso se le ocurría interferir.
—Hija de puta —chilló Lía. Darius se mantuvo como
observador, pero noté su tensión.
—¿Fue divertido verme la cara de estúpida? —le cuestioné
con calma criminal y una sonrisa divertida en el rostro.
Darius tragó con dificultad y Sombra abrió demás los ojos
al entender lo que pasaba.
«Maldito hipócrita».
—¡No sé de qué mierda hablas! —espetó Lía, clavando
sus ojos oscuros en mí.
—Es porque no te estoy preguntando a ti, bastarda de
mierda —devolví, usando la ofensa que más le ofendió
cuando me atrapó luego del secuestro de su hermano.
Con una orden silenciosa de mi parte, Caleb e Isamu
llegaron a Darius y lo apresaron. Él se sorprendió al ver lo
que pasaba, pero descubrió mi motivo al mirarme a los ojos.
—¡Bella! —dijo sorprendido—. Yo...
—Cállate —le advertí—. Tuviste la oportunidad de decirme
cada maldita cosa que yo necesitaba escuchar —reclamé y
seguí sin mostrar dolor—. Viste mi necesidad de vengar a
los que amaba. Esta perra casi me mata por ir a salvarte el
culo y, por si fuera poco, me viste a la cara en el cementerio
cuando lloraba y me despedía del hombre que una vez amé,
y no dijiste nada —espeté y su silencio fue rotundo.
La risa frenética y repentina de Lía me sacó de mis
cavilaciones enseguida.
«Maldita loca».
—Tal vez no fue divertido para ellos, pero sí para mí —
confesó entre risas lo que ya sabía. Actué según la demanda
de mi cuerpo y llegué hasta ella para darle un puñetazo que
la hizo escupir sangre en cuestión de segundos.
—Ya verás lo que es divertido para mí —dije y ambas nos
miramos con odio—. Llegó la hora de cumplirle mi promesa
a Fantasma.
—Te lo entregué y tus hombres lo mataron —escupió y fue
mi turno de reír.
—Tengo al Fantasma correcto, dame mérito. No sería
estúpida por tanto tiempo. —La diversión tiñó mi tono y sus
ojos marrones se abrieron demás.
—Isabella, todo tiene una explicación —escuché su
maldita voz robotizada a mis espaldas y me erguí.
—¿Y ahora sí me la darás, Sombra? —cuestioné con burla
girándome hacia él—. Porque ya no la necesito. Te di la
oportunidad anoche y preferiste seguir con este puto circo,
subestimándome como ellos.
—¿De qué estás hablando? —exigió saber Lía a nuestras
espaldas. Sombra calló al igual que Darius y sonreí sin
volver a verla—. ¡Respondan de una puta vez! —gritó y la
escuché removerse en la silla.
—Así que ella también ignora a lo que ustedes dos —
Señalé a ambos—, malditos cobardes, estuvieron jugando —
añadí y reí histérica—. A ver, dime algo. Tal vez esta vez
tienes los cojones. ¿Me acosté solo contigo? ¿O te valgo
tanta mierda que me compartiste con este otro imbécil?
Ronin le quitó el seguro al arma en cuanto Sombra quiso
dar un paso hacia mí. Alcé la barbilla, demostrándole que no
detendría a mi hombre. Darius maldijo.
—Crees que, si maté a Caron únicamente por seguirte el
juego, no iba a matar a este —respondió Sombra.
—Sigue vivo después de que yo lo provoqué, así que
permíteme dudar.
—¡Maldito cabrón! ¡Rompiste tu promesa! —le reclamó
Lía, cargada de furia—. ¡Me traicionaste! —gritó dolida y
sentí cierta satisfacción al oírla.
«¡Ves lo que se siente, perra!»
Sombra no le dijo nada, ni siquiera la miró. Siguió con sus
ojos clavados en mí.
—Supongo entonces que tú fuiste a quien me crucé en el
cementerio y luego en Inferno, por eso prometiste volver a
besarme —deduje para Darius, conectando todos los hilos.
—Bella, lo siento, joder —pidió y negué con la cabeza,
riendo sin gracia.
—Sí, yo también siento habérmelos cruzado, hipócritas
malnacidos —escupí, sintiendo que mi máscara de frialdad
estaba a punto de romperse.
—¡¿De qué mierda hablan?! ¡Maldición! ¿Me traicionaste
desde un principio? —le preguntó Lía a su hermano.
—Los Grigoris han llegado —anunció Caleb y agradecí la
interrupción.
—Cubran su maldito rostro —pedí para Lía. Ella me miró
con desprecio absoluto—. Cuando llegué a esta ciudad, no
pedí cruzarme en el camino de tu novio —le dije antes de
que me dejara de ver—. No fue mi culpa conocer a Elijah
Pride y jamás quise ocupar tu lugar, Amelia Black —solté y
vi la enorme sorpresa en su rostro. Se quedó sin palabras al
descubrir que sabía su identidad y, tras eso, dejé de mirarla.
Darius estaba detrás de ella y me observó con la misma
cara de sorpresa, pero no pudo decir nada. Me giré para
regresar de nuevo al cuarto aledaño y vi a Sombra igual de
estupefacto.
—Todo tiene una explicación —dijo cuando pasé por su
lado y me limité a sonreír.
—Sí, pero entre todas esas, decir que la amabas y que
querías estar con ella, hubiese sido más fácil para mí que
vivir más de tres malditos años sin ti… ¡Creyéndote muerto,
hijo de puta! —espeté.
—Isabella…
—¡No! Es tarde para pedir perdón. Es. Muy. Tarde —
parafraseé, usando aquellas palabras que me dijo en su
carta que no quería escuchar de mí.
Y de las cuales no había retorno una vez pronunciadas.
Capítulo 40
Gritos silenciosos
Horas antes...

Mientras Evan había estado esperando por los resultados


de ADN del cabello de Sombra, siguió revisando el vídeo de
aquel edificio luego de la explosión. La grabación duraba
diez horas, pero como él dijo, nunca tuvieron el interés
suficiente para revisarla toda hasta que la traición de Jacob
y mis dudas llegaron. Por lo que el chico se dedicó a
adelantar, atrasar y congelar imágenes en innumerables
ocasiones, hasta que encontró las respuestas que tanto
buscábamos, y con ellas llegó una de mis más grandes
caídas.
Sombra había regresado al edificio seis horas después,
junto a Fantasma y otros Vigilantes. En la imagen se
mostraba claramente cómo ellos sacaban a Elijah vivo y
completo, a Sombra quitándose la máscara y revelando que
en realidad era Darius. Luego, le entregaba la máscara a
Elijah, cediéndole su lugar para que comenzara una nueva
vida.
Fantasma se abalanzó en los brazos de Elijah cuando este
tomó la máscara en aceptación de su nueva identidad, y él
la recibió sin rechistar. La tipa estaba de espaldas a la
cámara, por eso Evan no la reconoció. Yo, en cambio, ya
sabía quién era, o eso creía hasta que Evan me mostró la
fotografía de Amelia Black.
En la imagen se encontraba entre los brazos de un Elijah
sonriente y feliz, muy diferente al tipo que conocí y del cual
me enamoré.
«Jamás vimos esa sonrisa».
Porque nunca la tuvo para mí.
Los sentimientos que experimenté luego de darme cuenta
de que Elijah estaba vivo fueron los que me llevaron a
destruir el estudio de tatuajes, puesto que era lo único suyo
que tenía a la mano, así que descargué parte de mi ira y
dolor allí, transportándome a tiempos pasados e intentando
deshacerme de ellos con cada cosa que hice trizas.
«¡Sí por ti, Bonita! ¡No vales la pena, lo vales todo! ¡Vales
mi vida!»
«Yo no siento lo mismo por ti, White».
«Quieres la estúpida historia de Romeo y Julieta y
terminar suicidándote».
«Pase lo que pase, prométeme que cuando salgas de aquí
te olvidarás de LuzBel».
«Yo también me quemé a mitad del camino».
«No siempre he tenido un corazón de hielo como lo
aseguras. Ya me enamoré una vez».
Cada recuerdo dolía, quemaba mi piel, ardía en mi interior
y solo quería arrancarlos. Pensé en cuánto lloré al cargar a
mis hijos en brazos luego del parto, de felicidad, dolor y
tristeza por tener a esos ángeles conmigo y desear que el
padre de ellos estuviera a mi lado sosteniéndolos junto a mí,
tomando mi mano y reconfortándome en un momento tan
único, tan especial.
Después llegaron a mi mente las imágenes de Darius
entregándole a Elijah su puta máscara y a Lía tirándose en
sus brazos: feliz y victoriosa cuando horas antes yo salí del
mismo lugar devastada, desmayada y rota. Odiándome,
además, por haber abierto los ojos en aquel hospital cuando
lo único que deseaba era morirme y seguir al hombre que
amaba y que me arrebataron.
¡Mierda!
Estuve a punto de morir con tal de seguirlo sin saber que
ya llevaba a mis hijos en el vientre. Me desquicié al punto
de tener que permanecer en un psiquiátrico, hablaba con
una puta foto y únicamente salí de ese estado porque Laurel
llegó con sus regalos. Me enfrenté a muchas noches de
dolor y regresé para desafiar a un nuevo comienzo,
creyendo y cayendo por Sombra porque él me mostró que
merecía seguir y buscar la felicidad. ¿Y para qué?
«Para volver a caer en un juego retorcido de su parte».
Dios, estaba harta de ser la puta de la vida.
—No entiendo… Vi sus manos sin tatuajes a excepción de
unos rombos sobre los nudillos, Evan. En el rostro tiene
otros rombos pequeños cerca de sus ojos, sobre los
pómulos.
«No tenía perlas y…». Dejé mi pensamiento en el aire
porque sabía que esos detalles eran de quitar y poner.
—Ahora es sencillo crear piel sintética que fácilmente
confundes con la real, así que no dudo que haya estado
usando guantes hechos con eso, lo que le sirvió además
para ocultar sus huellas. Y sobre los tatuajes en el rostro,
pudo hacérselos en este tiempo, temporales o
permanentes. Todo como parte de su juego de engaño —
explicó.
Era lo más obvio, pero me hallaba en un punto donde
razonar para mí estaba siendo complicado. Que él y Darius
me vieran la cara de estúpida no solo fue un golpe de dolor
a mi alma y corazón, sino también a mi ego.
Y, como la vida nunca me daba nada fácil, añadió como
cereza en el pastel mostrarme la imagen de Amelia Black,
quien resultó ser Lía para mí. Añadir esa parte a la traición
que ya ejecutaban contra mí me provocó sentimientos
confusos. Sin embargo, no perdí la razón como al principio,
aunque recordé a LuzBel en Karma, metido entre las piernas
de esa tipa. Lo que esa noche no dolió, en ese instante me
rompió un poco más, pues dejé de ver a ese imbécil como el
caballo de ajedrez al que solo estaba usando para lograr mis
planes, y a ella como la sobrina de Lucius.
Un pedazo más de mi corazón cayó al pensar en LuzBel
aceptando acostarse con ella para obtener la ubicación de
Darius, luego de que la chica recalcara que antes follaban
como conejos. Y de nuevo, lo que no dolió tanto ese día, en
ese instante ardió.
«Porque ya tenías confirmado que siempre fueron el
Tinieblo y su novia».
No, eran peor que eso. Se trataba del hombre al que
amaba, del cual me enamoré con locura, junto a la asesina
de mis padres, la tipa que me arrebató todo incluyéndolo a
él.
—Al fin entiendo todo —le dije a Evan y él me miró sin
comprender—. ¿Puedes confirmarme si son tres hermanos?
¿Si Lucius tiene tres hijos?
—No me crucé mucho con Amelia, pero en las pocas
ocasiones noté que era reservada con su vida. Estaba con
LuzBel, aunque jamás delató a su familia a excepción de
unos cuantos comentarios, lo necesario para que él la
protegiera.
—Dime que al menos sabes su nombre completo —pedí.
—Dahlia Amelia Black, pero odiaba su primer nombre. Lo
detestaba, a decir verdad, porque una vez LuzBel la llamó
así por joderla y terminó mandándolo a la mierda.
Mi única reacción fue reír y, tras eso, me fui del
laboratorio sin decir nada más. Quería huir lejos,
arrancarme el corazón porque, como dijo Elliot, yo era
vidrio, y en ese momento los pedazos filosos me herían a
mí.
Mi élite ya se había ido para cumplir mis órdenes. Los
Grigoris estaban organizando todo para reunirse y luchar en
esa batalla. Y a pesar de mi dolor, no era tan estúpida como
para salir del cuartel sin la seguridad suficiente o de mi
entera confianza, así que no me quedó más opción que
correr hacia el auditorio, donde hice mi juramento. Con las
luces apagadas, llegué hasta el centro del lugar (guiada por
lo que vi al abrir la puerta) y comencé a gritar en silencio.
Un jodido silencio en el que se entretejía la presencia de
un mensaje que no podía decir, pero que estaba ahí. Un
grito silente que no era vacío de comunicación, sino que
comunicaba algo que no podía formular, que acusaba y
mataba; que nació de la imposibilidad, el miedo, la infamia
y el desconcierto. Que expresaba un poder supremo,
prudente y angustioso. Pues, así como había palabras que
no decían nada, también existían silencios que lo gritaban
todo. Y el mío nació de la represión y quería que me
liberara.
Tuve que soltar un grito sordo y mudo porque no podía
hacerlo desaforadamente cada vez que esos trances
extremos de la vida me atacaban. Así que ese lamento que
no logró abrirse paso a viva voz en mi garganta, lo sustituí
con la mudez.
Pero tanto ese clamor ahogado, como el silencio mismo,
expresaron mi imposibilidad de articular que LuzBel
acababa de asesinarme de una manera que ni yo conseguí
con mi calvario. Me mató reflexionar que, porque Fantasma
era Amelia, él intentó hacerme desistir de mi venganza con
excusas estúpidas, cuando lo que buscaba era protegerla de
mí.
—Ya no más, por favor. No más —grité de nuevo en un
susurro, tirada en el suelo de rodillas, con los antebrazos
apoyados en el piso mientras me mordía el puño,
necesitando el dolor físico para que mermara el de mi alma.
Sacudiéndome por los sollozos, deseando tener el valor
suficiente para arrancarme el corazón y que dejara de doler.
Lloré para tratar de deshacer los nudos de mi alma como
mamá me aseguró que pasaría, queriendo lavar con
lágrimas mi vergüenza por haber caído en ese juego,
rogándole a la oscuridad para que me hiciera suya, para
que dejara de incinerarme y me permitiera quemar con
frialdad y fuego.
—¿Lo quieres muerto? —Ni siquiera me levanté para mirar
a Caleb. Él, junto a los otros chicos de mi élite, eran los
únicos que sabían quiénes eran Fantasma y Sombra.
Evan solo supo de este último.
Y ante su pregunta, no pude responder. Me sentí feliz por
un minuto al saber que LuzBel estaba vivo, pero al siguiente
deseé matarlo con mis propias manos por lo que me hizo,
porque fue cruel y egoísta al engañarme así.
—No… no se des-hacen —dije y me apreté el pecho,
refiriéndome a que esos nudos en mi alma no se soltaban
como mamá aseguró—. Habría… habría aceptado que no
quería estar conmigo. Enten-dido que la seguía amando.
Me… me hubiera alejado sin provocarle pena, pa-para que
fuera feliz con ella. ¡Dios mío, Caleb! —El dolor y
resentimiento no me dejaban hablar sin hipar. Mi amigo se
sentó a mi lado y me tomó en brazos. No sabía qué hacía en
el cuartel aún, pero tampoco pregunté—. ¿Por qué… por qué
me hizo creer que murió de esa manera tan sádica? ¿Por
qué hacerme verlo haciéndose pedazos?
Gruñí con dolor, de ese que apretaba el estómago como
un puñetazo robándose todo el oxígeno de los pulmones
hasta que estos ardían. Contuve la respiración y pujé igual
que cuando tomé fuerza para expulsar a mis hijos, con la
esperanza de vomitar el corazón y el alma al mismo tiempo.
—Llora, cariño. Grita, no te contengas más. Porque me
mata verte a sí —suplicó él con la voz gangosa,
apretándome a su pecho.
Pero seguí con mis gritos silenciosos, que sobrevenían de
esa experiencia sobrecogedora frente a la cual no había
palabras para lograr describir, porque no quería que nadie
más fuera partícipe de ese momento en el que caí de nuevo
en la más profunda de las miserias.
Las palabras no me alcanzaban para expresar la magnitud
de todo aquello que sentía. Me quedaron en deuda, porque
incluso diciéndole todo lo que le dije, pareció inútil: no me
liberó del dolor, ni permitió que él comprendiera hasta
dónde llegaba.
El horror entrañó ese silencio que escondió un grito que
no podía ser escuchado.
Y cuando al fin vomité a través de mis lágrimas todo ese
dolor, sentí el impulso que la mujer fría en mi interior tomó
para resurgir. Y no lo estaba haciendo como una
sobreviviente, sino como una guerrera, una amazona
dispuesta a mostrarles a todos por qué no debieron cometer
el error de invocar al diablo sin siquiera saber rezar.
—Sí, Caleb. Lo quiero muerto, pero no por ustedes. Así
que cuídenlo hasta que esté en mis manos —le respondí.
Hizo una reverencia de aceptación y obediencia. Luego
me depositó un beso en la frente y se marchó. Yo salí del
auditorio hasta que estuve más calmada y sellé con
oscuridad el último resquicio de dolor en mi alma.
—¡Joder, Isa! He estado buscándote por todas partes.
Evan me dijo que te fuiste del laboratorio sin decir nada —
dijo mi hermano al verme.
Evan no iba a decir nada de lo que descubrió porque se lo
prohibí hasta que yo decidiera hacer partícipes a los demás
Grigoris de ello.
—Necesitaba reflexionar unas cosas sobre el plan. —No le
dije ninguna mentira con mi respuesta.
—¿Estás bien? Y no me digas que sí porque tienes los ojos
rojos e hinchados.
—¿Entonces para qué me preguntas si estoy bien? —Reí
al decirle eso, y fue de verdad.
Me sentía en calma luego de haber hecho lo que hice en
el auditorio.
—Sé que estás guardándote algo que te afecta y voy a
respetarlo, pero debes saber que me preocupas y que odio
que no estés confiando en mí —expresó.
—Te prometo que después de lo que haremos, voy a
sentirme libre para confiar plenamente en ti y en los demás.
Quería deshacerme de mis enemigos para presentarle a
mis hijos a él y a Tess, así que confiaba en que podría
hacerlo pronto.
—Tess quiere hablar contigo —avisó luego de que lo
abracé—. Está en la oficina de Myles.
—Termina de prepararte bien porque lo que haremos no
es para tomarse a la ligera —recomendé y, tras un
asentimiento, me dirigí a la oficina.
La puerta estaba medio abierta cuando llegué y encontré
a Tess en una llamada telefónica. Con la mano me invitó a
entrar y la esperé unos minutos, descubriendo en su
despedida que estaba hablando con el senador Gibson, a
quien puso al tanto de lo que haríamos.
—Le informé a papá de todo como lo sugeriste, y él me
pidió que hablara con Gibson, ya que sigue siendo nuestro
portavoz con la presidencia. El senador ya tiene el aval para
poner a nuestra disposición al ejército en caso de que lo
necesitemos —informó y asentí.
Le había pedido que le comunicara nuestro movimiento a
su padre porque yo no tenía cabeza más que para torturar a
Derek, jugando a la novia del Joker mientras le incineraba
las neuronas. Sin que Brianna lo presenciara para no
perturbarla más de lo que ya lo había hecho.
Myles no estaría presente en esa misión porque desde
siempre supo que era algo que yo debía cobrarme. Además
de que no quería que se expusiera, pues ya era suficiente
que una líder de la organización se arriesgara.
—Robert ofreció su apoyo, proponiendo a Agatha para que
se quede en los controles dirigiendo a los técnicos del
laboratorio y que así Connor y Evan puedan salir al campo.
—Excelente. Confío en ella para que sea nuestros ojos —
dije en tono hostil.
—¿Qué te sucede, Isa? —inquirió—. Y antes que
respondas, si es que lo haces, quiero que entiendas que lo
que hice en el estudio de Elijah no fue para dañarte, sino
para hacerte reaccionar, ya que nunca te había visto tan
perdida desde que… —El movimiento en su garganta me
hizo saber que tragó con dificultad.
Imaginé que me estaba recordando en mis peores
momentos luego de la maldita patraña de su hermano.
—Desde que LuzBel murió —ironicé, riendo sin gracia—.
No puedo responderte, Tess. Y no porque no quiera, sino
porque no han inventado las palabras para describir lo que
me pasa. Tendrías que vivir mi vida para comprenderme —
expliqué con la misma calma que siempre precede a la
catástrofe.
—¿Por qué LuzBel? Dejaste de llamarlo así desde hace
mucho. Y es extraño que vuelvas a utilizar su apodo con
tanta frialdad, además. Y después de verte destruyendo lo
único que nos quedaba de él aquí, me duele —admitió y
respiré hondo.
—Puedes hablarme de él y de Amelia —solté y abrió los
ojos con sorpresa.
—Nunca te importó saber de ellos, ¿qué cambió ahora?
—No me alcanzaría el tiempo para explicártelo. Así que
hazme un resumen de lo que sabes de ellos —pedí.
Se quedó en silencio un rato, pero no desistí y al final
exhaló un suspiro y comenzó a hablar.
—Se conocieron en un enfrentamiento entre Grigoris y
Vigilantes. Ese mismo día, su pelea terminó en una follada,
puesto que según los rumores: ambos se atrajeron desde el
momento que se cruzaron. Y luego de eso comenzaron a
verse de manera clandestina. —No le pedí que me hablara
de ellos para torturarme, sino para tratar de darle forma a la
traición que se confabuló contra mí.
«Querías comprobar qué tan importante fue ella para él,
como para protegerla».
O qué tan implicado pudo estar él en mi tortura. Ya que, a
ese punto, lo creía capaz de haber participado en ella.
«Mierda».
—Aunque por un tiempo, Elijah siguió aprovechando a
meterse entre las piernas de cualquier fulana que se
cruzaba en su camino en los clubes, y que se lo permitían.
Supongo que Amelia no desconocía eso y lo aceptaba
porque su relación no era seria, pero sí prohibida. Sin
embargo, no dejaron de verse y poco a poco fui notando un
cambio en él. Sonreía y maldecía menos, actuaba como un
chico de su edad y no como el energúmeno que fue luego.
»Cuando las sospechas de que ellos tenían una relación
surgieron, Elijah decidió raptarla con el consentimiento de
ella y la llevó a casa para protegerla. Nuestros padres casi
se vuelven locos ante semejante estupidez cometida por él,
pero era su hijo y decidieron apoyarlo. Te aclaro que jamás
me llevé bien con Amelia, nunca me dio confianza, así que
mantuve mi distancia.
Sonreí por su necesidad de que yo entendiera ese punto.
«Después de casi matarla en tres ocasiones, era lógico
que quisiera encantar a la bestia en ti».
—Luego llegó Elliot, se acercó a ella y sucedió lo que ya
sabes. Mi hermano quedó destruido. El karma fue jodido con
él y realmente lo devastó al punto de volverse un hijo de
puta doblemente frío. Tiempo más tarde llegaste tú, y
entonces Elijah...
—Y entonces llegué yo y pagué lo que no debía. Punto —
solté con tirria y ella se inquietó—. Al final fue bueno que
LuzBel muriera para que se reuniera con su amada —añadí
con burla y noté cuánto le dolieron mis palabras.
—No sé qué demonios te pasa, Isabella, pero cuida lo que
dices —demandó poniéndose de pie. No me inmuté—. ¡Si a
ti ya no te duele su muerte, pues que bien! Aun así, te pido
que no te expreses así de él. —Sonreí con desprecio y negué
con la cabeza.
—Tienes razón, lo siento —concedí sin sentirlo ni una
pizca, pero evitando que sospechara algo—. Gracias por
hablarme de este tema. Ahora, espero que ya todos estén
listos. Prepárate, pues no estaba bromeando cuando te dije
que te pondré a Sombra en bandeja de plata. —Me observó
recelosa y me puse de pie dispuesta a marcharme.
—Gibson me pidió que lo entreguemos con vida para que
pueda ser juzgado por sus crímenes y por el asesinato de
Patterson.
La miré sin entender lo que sentí en mi interior. Si alivio o
frustración.
—También quieren a Fantasma con vida, pero no estoy
dispuesta a concederles eso. Voy a matarlo —declaré sin
dejar que cupiera la duda.
—Yo también a Sombra. No quiero que ese malnacido
tenga la oportunidad de redimirse luego de lo que le hizo a
mi hermano. —Sonreí satisfecha con sus palabras.
—Está claro entonces —zanjé y, tras eso, me fui de la
oficina.
Tres horas después de esa conversación, me estaba
subiendo al coche junto a Maokko, quien se adelantó para
informarme cómo salió la misión con Derek.
Sorprendiéndome en cuanto me hizo saber que Sombra
aprovechó para asesinarlo frente a todos. Amelia se volvió
loca por eso, dejándoles más fácil el atraparla.
Y tras haber enterrado mis debilidades, me sentí lista
para enfrentar a mis demonios a solas, demostrándome a
mí misma que luego de los gritos silenciosos, existían
libertades oscuras y placenteras.
«Y que del amor al odio no hay un paso».
No. Pues yo ni siquiera me moví para hacer esa transición,
ya que estaba odiando a ese infeliz con todo el amor que
una vez le proclamé.

Mi élite y los Grigoris se encontraban conmigo en el


cuarto aledaño a aquel salón. Jane también había llegado
porque quería matarme al enterarse de que Cameron fue
apresado junto a Sombra y Lía, por lo que tuve que calmarla
asegurándole que, si él no me había traicionado, pues no
correría ningún peligro. Y la pobre, después de todo lo que
le demostré que era capaz de hacer, me rogó para que le
prometiera que antes de tomar una decisión, escucharía las
explicaciones que su hermano tuviera para darme.
Maokko estaba feliz de tener en cautiverio a Marcus, ella
me pidió que la dejara torturarlo a su manera, y se lo
permití, exigiéndole que por ningún motivo se dejara
embaucar por él para que lo liberara, puesto que se lo
cobraría caro, y sabiendo que no estaba en mi mejor
momento para ser benevolente, juró que no me
decepcionaría.
Los Grigoris se encontraban confundidos y me pidieron
explicación del por qué Darius estaba entre los invitados y
siendo tratado de la misma manera que Sombra y
Fantasma, quedándose satisfechos en cuanto les aseguré
que era un Vigilante y como tal iba a pagarlo.
—¡Estoy harta de esperar! —declaró Tess y salió del
cuarto hecha una furia.
Los Sigilosos me miraron esperando a que les diera la
orden para detenerla, pero negué y dejé que la pelirroja se
fuera en busca de su venganza. La seguimos minutos
después y, al llegar cerca del salón, me crucé de brazos y
reí al verla propinándole un fuerte puñetazo a su hermano
en la mejilla.
—¿Dejarás que lo mate? —preguntó Evan asustado y me
encogí de hombros.
Isamu y Salike se encontraban a cada uno de mis lados,
entretanto los demás rodeaban a mis enemigos. Elliot
mostraba una tensión que no era típica de él y se quedó
bastante alejado.
—Él quería estar muerto, ¿por qué negarle ese deseo? —
dije casual y Evan se sorprendió.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó Tess y con la rodilla
impactó el abdomen del ex Chico oscuro.
Esperaba que sus lesiones anteriores no fueran afectadas
con el golpe para que aguantara un poco más de tortura. Él
y Darius se hallaban amarrados de pies y manos, colgando
de una viga del techo. Y Tess se deleitaba dándole una
buena paliza a LuzBel hasta que la maldita de Amelia se
soltó de los amarres y se arrancó la bolsa de tela con la que
le cubrieron la cabeza.
La hija de puta aprovechó algún descuido que mi gente
tuvo, pero dejé eso de lado para concentrarme en la
sorpresa de quienes la conocían en cuanto la vieron viva y
dispuesta a matar a Tess, aunque no consiguió mucho
porque Caleb la apuntó con una glock y Ronin había
desenvainado su wakizashi y se lo puso en la garganta,
obligándola a que alzara el mentón para apartar el arma de
su carne.
—Esa perra es astuta —señaló Isamu en japonés—. Cortó
los amarres haciéndole fricción a la cuerda —explicó y noté
lo que dijo.
La cuerda estaba tirada en el suelo con partes
ligeramente más oscuras. Y en mi interior aplaudí su
astucia. Después de todo, ya me había demostrado que no
era una enemiga cualquiera, por lo que no debía
subestimarla como ella lo hizo conmigo.
—¿Pero qué demonios, Isabella? —inquirió Evan con la voz
ahogada.
Él y los demás me miraron incrédulos, suponiendo que no
sabía a quién tenía enfrente, a excepción de Evan que
estaba atónito en realidad por lo que me guardé. Amelia
aprovechó el momento para desarmar a Ronin con una
técnica perfecta de ju-jutsu y alcé la mano de inmediato
para que Caleb no le disparara, permitiéndole a la tipa la
ilusión de poder defenderse.
Tess logró esquivar el ataque de su cuñada, aunque cayó
al suelo, todavía incrédula por lo que veía.
—Tú-tú estabas muerta —balbuceó. Dylan intentó
defender a su novia, pero Maokko le transmitió la orden que
le di a Caleb y apretó los puños.
Agradecí que las reacciones de todos demostraran que
ignoraban que la tipa estaba viva, porque de haber sido al
contrario, habrían desatado en mí una furia que creí que ya
no podía incrementar.
—Volví del infierno, cuñadita —siseó Amelia con burla y se
giró para mirarlos a todos, con el wakizashi en mano, listo
para el ataque.
Sonreí en el momento que su mirada se clavó a la mía y
después en uno de los chicos más cercanos a mí. Elliot. La
sonrisa de Amelia fue malévola para el ojiazul y la tensión
de él aumentó.
—De nuevo frente a frente, Grigoris. —La voz de ella sonó
victoriosa al pronunciar esas palabras, satisfecha por lo que
consiguió.
Ninguno de ellos supo cómo debían reaccionar ante lo
que veían. Jane me miró preocupada. Evan a mi lado seguía
esperando una respuesta, pero yo me concentré en Elliot en
cuanto él me buscó con sus ojos azules y le sonreí para
demostrarle que sabía exactamente quién era esa tipa.
—Supongo que, desde este día, todos aprenderemos la
lección de que, si no hay cuerpo, no hay muerto, ¿no? —dije
con voz gutural para todos y comencé a caminar hacia ellos,
concentrándome en cada persona, a excepción de Darius y
LuzBel, pues estaban a la par y no quería cruzarme con
aquellos ojos traicioneros.
Salike e Isamu no dejaron de flanquearme.
—Sabías de Amelia, por eso me pediste que te hablara de
ella y mi hermano —dedujo Tess, todavía conmocionada y
me encogí de hombros.
Decidí imitar a Amelia al comenzar a girar para mirar a
cada uno, sabiendo que mi espalda estaba protegida por mi
gente. Hasta ese momento, encontré esos ojos que supieron
engañarme con maestría y él negó con la cabeza, pidiendo
que no siguiera adelante.
—Llega un momento en la vida en el que aprendes que
tantas decepciones también enseñan, te vuelven más fuerte
y con más astucia —formulé sin dejar de girar en mi eje con
lentitud—. Aprendí a las malas a encargarme de mis propias
investigaciones y a no esperar nada más que puñaladas en
la espalda, porque de frente mis enemigos saben que no me
pueden atacar, ¿cierto, Dahlia? —Los ojos de Amelia se
veían negros y no marrones como antes.
Y entendí por qué Evan mencionó que odiaba ese nombre,
ya que pareció desquiciarse en cuanto la llamé así y trató
de irse sobre mí, ignorando que Ronin había estado
esperando el momento para recuperar su arma. Él la
desarmó con la misma técnica que ella utilizó e Isamu
sonrió con tanta maldad, que supe que no dudaría en
matarla si la tipa conseguía acercarse más.
—Veo que te mueres por pelear conmigo. Y para ser
sincera, yo necesito con quién descargar un par de cosas —
admití.
—¡Isa, no! —escuché a Elliot decir a mis espaldas. Lo
ignoré.
Saqué el arma que tenía metida en mi espalda y la lancé
hacia Tess. La tomó de inmediato y me miró dubitativa.
—Vamos a cumplir nuestra palabra, así que espero que
me demuestres de qué estás hecha, porque si fallas, yo te
mataré a ti —advertí y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Cometerás un error si lo... ¡Aaah! —gritó Amelia cuando
la tomé del cabello y la tiré hasta llegar a los pies de Darius
—. ¡Hija de puta! ¡Creí que lo amabas! —reclamó y le sonreí
divertida antes de irme sobre ella.
En ese momento, fue más lista y se defendió.
Ambas nos metimos en una pelea de puños y patadas, y
confirmé que la maldita sabía defenderse, aunque ya lo
tenía claro desde el día en que asesinó a mi padre. Todos
nuestros golpes eran certeros, recibíamos y dábamos tal
cual dos amazonas pertenecientes al mismo ejército,
habiendo sido entrenadas por el mismo maestro, pero
defendiendo razones distintas en ese instante. Al fondo,
escuchaba a los chicos Grigoris queriendo detenernos, pero
mi élite lo evitó, porque ellos sabían que solo estaba
obteniendo algo que necesitaba como la vida misma.
Caí al suelo varias veces y me levanté con el impulso, sin
darle la oportunidad a Amelia para que me atacara en el
piso. Ella también cedió en incontables ocasiones y ninguna
estaba dispuesta a parar hasta que el aire nos abandonó y
necesitábamos tomar un respiro. Reí con satisfacción al
verla agotada, con un corte profundo en la ceja del cual le
brotaba mucha sangre. Me limpié la nariz con el dorso de la
mano y noté la mía.
—¡Hazlo! —le grité a Tess, al ver de soslayo que estaba
apuntando a quien ella creía Sombra.
El hijo de puta se había mantenido en silencio, sin
delatarse como tanto deseaba que lo hiciera.
—No lo hagas, pequeña zanahoria —susurró él al fin y vi a
Tess ponerse rígida al escuchar ese apodo en una voz
robotizada.
—Hija de puta, tenías todo planeado —escupió Amelia al
verme sonreír.
—Un error más que cometiste, querida. Creerme una
sentimentalista de mierda que se dejaría guiar por lo que
según ustedes siento —aclaré y la detuve cuando se
abalanzó una vez más sobre mí.
Bajé al suelo con agilidad y le golpeé el tobillo haciéndola
caer. Estuve sobre ella en segundos y le di un fuerte
puñetazo cerca de la boca, pero la diversión se acabó
cuando Caleb me tomó de la cintura y me separó de ella y
después Elliot cogió a Amelia.
—Elijah —susurró Tess, sacando por fin la máscara de
Sombra.
Amelia y yo no dejamos de mirarnos. Ella me estudiaba y
yo volví a sonreír con malicia. Jane jadeó con horror al ver al
dueño de sus miedos y los demás lucieron exactamente
como esperé: a punto de sufrir un ataque al corazón. Pálidos
al tener frente a ellos a un fantasma.
—¿Cómo? —preguntó Dylan en un hilo de voz.
Pero pareció reaccionar en cuanto vio a Connor correr
hacia LuzBel. Mi hermano lo siguió y juntos cortaron los
amarres de su amigo. Elliot estaba tan impresionado como
ellos, mas no aflojó el agarre en Amelia, a diferencia de
Caleb, quien me dejó ir.
—¿Vas a matarlo ya? —inquirió mi amigo cerca de mi oído
y negué con la cabeza.
Los demás de mi élite no se inmiscuyeron en lo que los
Grigoris hacían, y vi que de pronto más miembros de la
organización estaban dentro del almacén.
—¡Tú! ¡Maldita hija de puta! ¡Lo sabías! —me gritó Tess,
señalándome con el arma. En ese momento, Salike sí
intervino para quitársela—. ¡Sabías que era Elijah y me ibas
a hacer matarlo! —siguió la pelirroja con su reclamo sin
importarle lo que mi compañera hizo.
—Siendo franca, no lo sabía. Me enteré hace unas horas.
Pero soy una Grigori, una Sigilosa, además. Y cumplo las
promesas que hago —aclaré y ella negó con frenetismo—.
Me pediste que pusiera a Sombra en tus manos y eso hice
—zanjé y escuché una risa leve por parte de Caleb.
Dylan y ella me miraron entendiendo por qué destruí el
estudio de tatuajes. Y yo evité mirar a LuzBel sin la máscara
y, aunque odié que todos corrieran en su ayuda, incluidos
Roman y otros Grigoris (a excepción de Evan y Jane),
también tuve la capacidad de entender que después de
perder a Jacob, agradecían recuperar a un amigo.
—Pero es Elijah, Isa. El hombre que amas, por el que no
podías seguir adelante —señaló Tess en tono acusatorio,
como si lo que hice fue un pecado capital.
Amelia sonrió con burla al escucharla.
—Creí amar —aclaré tajante y segura.
—Suéltala. —La voz real de LuzBel nos interrumpió. Le
pedía a Elliot que liberara a Amelia—. Y liberen a Darius —
ordenó. Mi corazón se aceleró como nunca porque después
de estar olvidando su voz real, volví a escucharlo.
Más de tres putos años después de creer que me lo
arrebataron, volvía a oír la voz que añoré noche tras noche.
«Maldito Tinieblo, poniendo todo de cabeza».
Connor liberó a Darius, y agradecí que Elliot no
obedeciera y siguiera conteniendo a Amelia. Miré a mi élite,
diciéndoles que no se metieran, pero que tampoco se
descuidaran, porque el hecho de que los dejaran libres no
significaba que lo serían por mucho tiempo.
—¡Suéltala! —gruñó LuzBel de nuevo.
—No, hijo de puta, tú no das las órdenes aquí —espetó
Elliot.
LuzBel reaccionó como Sombra, intentando irse sobre
Elliot, así que tomé el arma que Caleb tenía en la cintura y,
sin pensarlo, le disparé a los pies, obligándolo a retroceder.
—Voy a suponer que como Sombra tenías todo más claro
con respecto a mí, pero como LuzBel vuelves a poseer la
misma idiotez que siempre te caracterizó. —La frialdad de
mi voz enfrió mi propia piel—. Yo no soy Tess, así que, si das
un paso más, te mueres.
—White, sé que no entiendes nada, pero no hagas una
locura. —Fría e hija de puta, pero tragué con dificultad al
escuchar cómo me llamó.
—Ponla en la maldita silla y esta vez que no se escape —
le ordené a Caleb, ignorando a LuzBel.
—Duele ver como el hombre que amas defiende a otra,
¿cierto? —se burló Amelia.
—Cállate —le exigió LuzBel.
—No lo sé, dímelo tú —le devolví a la tipa con diversión—.
Mírame a los ojos y dime si ves dolor —la reté y, como la
desquiciada que era, trató de zafarse de Elliot, ya que este
no la había soltado.
Volví a disparar dos veces, a los pies de ella esa vez, y se
removió como una lombriz en los brazos del ojiazul. Él
mantuvo su postura de acero y no la soltó, lo que yo
aproveché para llegar a ellos. La cogí del cabello zafándola
del agarre de Elliot y la lancé al suelo. LuzBel trató de
protegerla, pero no lo consiguió, pues lo apunté con el arma
en mi mano.
Tess me apuntó a mí.
—Ponte la puta máscara para que recuperes las jodidas
neuronas. —Mi voz salió ronca por la ira—. No eres más que
un criminal, LuzBel. Y has llegado a mi maldita organización,
a mi Orden —recalqué—. Ni tú ni nadie va a arrebatarme
esta venganza de nuevo.
Me causó sorpresa que Connor se uniera a Tess para
encañonarme, y que a él lo imitaran otros Grigoris a nuestro
alrededor. El déjà vu me recorrió la piel, aunque las ventajas
en ese momento eran distintas, pues años atrás yo estaba
sola y defendiendo a una chica que recién conocía. Ese día,
en cambio, Dylan, Evan, Dom, Max e incluso Jane, se
unieron a mi Orden y a los Grigoris de mi sede para
encañonar a LuzBel.
Darius tomó el arma extra de un Grigori a su lado y junto
a Maokko llegaron para presionar sus cañones en las sienes
de Amelia.
—¿Te quedó claro? —le pregunté a LuzBel con ironía.
Ver su actitud protectora con ella me hubiera devastado si
en ese momento yo hubiera seguido siendo la chica que lo
amó con locura. Pero volvió luego de convertirme en la peor
de las cabronas, así que ni me inmuté.
—Es tu hermana —masculló para Darius.
—Y la he cagado tanto con ella que tengo que
reivindicarme —respondió él y no comprendí su respuesta
cuando la estaba apuntando.
—Deja que se explique —suplicó Tess rendida, bajando el
arma al notar que de nada le servía apuntarme. Connor hizo
lo mismo.
—Tuvo tiempo de sobra para hacerlo —espeté y caminé
más cerca de Amelia—. Si ahora quisiera una explicación, se
la habría pedido antes de poner un arma en tu mano.
Nadie se interpuso en mi camino cuando golpeé a Amelia
en la cabeza con la culata de la pistola. Ella maldijo y se
puso de pie para defenderse. Le estaba dando esa
oportunidad porque no quería que todo fuera tan fácil. Por lo
tanto, tras guardar el arma gracias a mi memoria muscular
que actuó por mí, nos fuimos a los golpes de nuevo,
haciéndolo con el odio que ambas nos profesábamos.
En un descuido que tuvo, cayó al suelo por su propio pie,
y aproveché para tomarla de la cabeza con ambas manos y
hacer que rebotara en el piso. Gritó de dolor y me regocijé
con ello. Aunque como si mi peso fuera el de una pluma,
sentí cuando me levantaron en el aire y de pronto estaba
siendo apresada entre unos brazos que tanto conocía, pero
que en ese mismo instante me dolió sentir.
—No te voy a robar ninguna venganza, solo quiero que
me escuches antes de actuar —siseó y le golpeé la nariz con
un cabezazo para que me soltara. Pero el idiota estaba
dispuesto a soportarlo todo y no dejó que me escapara—.
¡Mierda! Ella está enferma, White.
—¿Cuánto crees que eso me importa, imbécil? —mascullé
—. ¡Tú me las pagarás igual que ella, maldito cobarde! —
grité y me empotró a una pared.
Con fuerza, me tomó de la barbilla y me hizo mirarlo. Sus
ojos seguían siendo negros, tenía los tatuajes de rombo en
los pómulos, pero ya en el rostro del chico que una vez creí
mi demonio, y confirmarlo me dolió.
—¡Por favor, no se metan! —escuché suplicar a Tess para
mi gente—. Solo denles unos minutos.
A Caleb e Isamu les importó un carajo lo que ella pidió y
llegaron detrás de LuzBel para apartarlo de mí. Él luchó para
no soltarme.
—No hago esto por ella —aseguró y me reí en su cara—.
Era fingir mi muerte y ser Sombra, o verte morir a ti,
Castaña terca, y jamás te dejaría morir. Te lo dije anoche y
lo mantengo.
—¿Y quién te dijo que morir solo es que tu cuerpo y
órganos dejen de funcionar? —espeté con dolor y me
observó sin entender—. Esa maldita no logró destruirme
como lo hiciste tú. Tú sí me asesinaste de verdad esta
mañana. Mataste mi corazón, mi alma… Eso es morir,
LuzBel. —El impacto que le provocaron mis palabras llenas
de amargura lo aturdieron.
Situación que Isamu y Caleb aprovecharon para apartarlo
de un tirón de mí, haciéndolo caer al suelo.
—Muévete y haré contigo lo que no pude hacerle a Derek
—amenazó Isamu y LuzBel maldijo.
Dejé a ambos lidiando con él y saqué el arma que antes
me guardé, le quité el seguro, harta de entretener la muerte
de esa maldita que me causó sufrimiento por años. Y ya no
se trataba de LuzBel sino de mis padres, así que era mi
turno de vengarme.
La estúpida yacía en el suelo, la sangre le corría de la
cabeza a la frente y un lado del rostro, seguía aturdida por
el fuerte golpe que le propiné.
—He decidido no desperdiciar más tiempo contigo, así
que te mataré rápido. —La tipa comenzó a reírse de lo que
dije.
—¡Ella es bipolar, Isabella! —gritó LuzBel antes de que
presionara el gatillo—. Ahora mismo está en estado maníaco
—siguió y gruñó por la patada que Isamu le propinó.
Yo por poco me atraganté al escucharlo, porque Daemon
llegó a mi mente, y las imágenes que se formaron en mi
cabeza al ver a Amelia reír como desquiciada, me secaron la
garganta y me aceleraron el corazón de una manera distinta
a la de antes.
¡Mierda!
—Y es tu hermana —añadió y el corazón se me detuvo.
«¡No! Eso no podía ser cierto».
Todos jadearon al escuchar esa declaración, tan
estupefactos como yo. Amelia rio y como si se tratara de un
huracán, el recuerdo de las palabras de mi madre en
aquella carta me inundó la cabeza.
«Perdóname porque sé que mi pasado te cobrará a ti algo
que solo es culpa mía, a pesar de que desde que salí de las
garras de un infeliz que me arrebató lo más preciado por
sobrevivirle, he estado pagando por mis errores».
«Puedes odiarme, odiarnos junto a tu padre por irnos sin
prepararte, pero confío en que cuando seas madre
entenderás que muchas veces los padres hacemos cosas
por nuestros hijos que parecen malas, que pueden serlo en
realidad».
«Los hijos son un tesoro que puede convertirse en
fortaleza y debilidad al mismo tiempo, para nosotros. Un
tesoro por el que actuamos de una manera que creemos es
correcta. Por él matamos, vivimos y morimos, amor. Y así yo
me haya equivocado creyendo que lo protegería, nunca lo
hice por falta de amor, sino por abundancia de ello».
—¡No! —dije negándome a esas palabras de mamá y
presioné la punta del arma en la frente de Amelia—. ¡Tú no
eres nada mío, maldita perra! —grité.
—Anda, Elliot, dile la verdad. Dile que no miento. —LuzBel
le exigió apoyo al ojiazul frente a mí. Y con lentitud y la
respiración desbordada, levanté la mirada hacia él y negué
con la cabeza.
Elliot me miró con dolor.
Y entonces volví a morir.
—¡Tú no, E…! —supliqué, incrédula de que él lo supiera,
de que hubiera sabido que ella estaba viva y no me lo haya
dicho—. ¡Tú. No! —volví a decir. Elliot bajó la mirada al suelo
siendo incapaz de sostener la mía y comprendí su tensión—.
¡¿Desde cuándo sabías que ella estaba viva?! ¡¿Desde
cuándo supiste que era mi hermana?!
No me miró ni respondió, así que le disparé a la pierna.
Jane y Tess gritaron, los chicos maldijeron y Elliot gruñó de
dolor.
—¡Te prometo por mi sangre que el siguiente te lo daré en
el corazón si no respondes! Y si no cumplo, me lo cobras
con sangre de mi sangre —juré y sus ojos se abrieron
demás.
—Desde el día de tu secuestro ambos supimos que estaba
viva —habló LuzBel por él.
—El-el día que iba a mostrar... te el ID–DNA, te pinché por
accidente —habló Elliot entre titubeos transportándome a
ese día—. El aparato se activó y creí que fue por error.
Mi corazón se volvió frenético al escuchar cada palabra
que salía de la boca del chico que creía mi incondicional.
Amelia encogió las piernas hasta abrazarse las rodillas al
pecho, viéndose vulnerable, casi como una niña indefensa.
—Pero al analizar tu sangre y la de ella todo coincidió —
zanjó Elliot y miré a mi alrededor.
Todos estaban incrédulos, esperando mi reacción,
mirándome con empatía al suponer que caería al suelo para
llorar. No lo hice ni lo haría. En lugar de eso, comencé a
caminar hacia atrás, alejándome de Amelia.
—Mamá no me quiso, me dejó por ti —susurró ella y
negué.
No. Mamá no pudo abandonarla.
Me tomé la cabeza con una mano y dejé que los
recuerdos siguieran llegando a ella.
«No olvides que fui madre y una madre siempre ama a
sus hijos, no importa lo que ellos crean. Todo lo que hice y
no hice, siempre tuvo un motivo, y poco a poco lo
descubrirás».
«Pero odiaba su primer nombre. Lo detestaba, a decir
verdad».
Dahlia, el nombre de una flor. Un nombre que solo mamá
pudo escoger para una de sus hijas.
«Jodida mierda, Colega».
—Eso es lo que Lucius le ha hecho creer —habló Darius
mientras yo seguía negando con la cabeza—, pero yo sé que
nuestra madre no nos abandonó.
—¡¿Qué?! —articulé con sorpresa. Eso estaba siendo una
pésima broma. Sin embargo, Darius asintió y sonrió con
tristeza.
Entonces, recordé la primera vez que nos conocimos,
nuestra sorpresa porque él sabía hablar japonés y cómo
aseguró que su madre le prometió conocer Japón si aprendía
el idioma. Rememoré su tristeza cuando Maokko le preguntó
si le había gustado el país asiático.
«Toda la verdad siempre estuvo ahí».
—Fui Sombra porque le prometí a mi madre cuidar de su
hija. La encontré en su lecho de muerte y sellé esa promesa
con su sangre, Isabella. —Lo vi recordar con dolor.
«Me has hecho recordar cosas dolorosas», me dijo cuando
le pregunté a Derek sobre la muerte de mamá.
—No-no… no sigas —pedí conteniendo un sollozo.
—Pero estaba cuidando a la hermana equivocada y me di
cuenta de eso al conocerte.
«¡Darius te besó siendo hermanos!»
Eso era lo que menos me importaba.
Me mantuve negando con la cabeza y caminando hacia
atrás en un vano intento por alejarme de todos, dándome
cuenta de que mi vida seguía siendo una mentira. De que
me rodeé de mentirosos siempre, comenzando por mis
padres.
El cuerpo se me puso rígido cuando mi espalda chocó con
un pecho grande y duro e intenté alejarme, pero sus brazos
envolvieron mi cintura y me contuvieron. No me alejé, pero
solo porque el agotamiento mental volvió a encontrarme.
—Darius fue adoptado por tu madre y Lucius, White —
susurró LuzBel en mi oído y al ver a Darius, este asintió—.
Lucius los separó de ella cuando tu madre huyó abatida por
el maltrato recibido por él. No te lo dijimos antes para
protegerte.
—¿Protegerme? —articulé gélida y me zafé de él,
girándome para mirarlo a la cara—. No, LuzBel. Me
ocultaron todo porque me han subestimado, me han creído
débil, una mujer de cristal que piensan que se quebrará
fácilmente. Y dime, ¿cuántas jodidas veces debo romperme
frente a ustedes para demostrarles que no importa las que
sean, siempre, siempre voy a levantarme? —espeté—.
¿Cuántas veces, Elliot? —dije para el ojiazul.
Él estaba tirado en el suelo, sosteniéndose la pierna.
—Isabella, no podíamos hablar.
—¡No! No pudieron confiar en mí, eso es diferente. Mi
padre me preparó para ser su sucesora, pero me apartó de
este mundo porque creyó que no podría con ello cuando fui
más fuerte que él, ya que tuve que vivir el luto de perderlo
dos veces. Dos veces, LuzBel —escupí señalándolo con el
arma—. Y esta hija de puta fue la culpable de arrebatármelo
en ambas ocasiones. Lo mató cuando asesinó a mi madre y
luego cuando lo acuchilló en el secuestro. —No pudo
decirme nada y se limitó a mirarme—. Tú no confiaste en mí
después de que yo me arriesgué a morir por ti —añadí para
Darius—. Y tú, Elliot, tú juraste amarme, pero siempre le has
sido más fiel a mi padre, ¿no?
—Joder, nena. No digas…
—Cobardes malagradecidos —siseé entre dientes y alcé el
arma en el momento que LuzBel quiso llegar a mí—. Debiste
haber muerto de verdad. Porque al quitarte esa máscara,
mataste de nuevo al hombre del cual me enamoré y te juro
que, si él hubiera sido real, lo habría preferido por encima
de ti.
Sus ojos se abrieron con incredulidad y dolor, pero no
tuvo tiempo a decir nada porque Roman gritó:
—¡Han llegado los Vigilantes!
Como si fuese en cámara lenta, vimos que muchos tipos
vestidos de negro irrumpieron en el almacén, armados
hasta los dientes. La lucha se desató de inmediato,
Silenciosos y Grigoris adentrándose en ella, haciendo
parecer el lugar más pequeño.
Mis amigos y compañeros se defendían y mataban sin
restricciones. Salike, Dom y Max llegaron a mi lado con la
intención de sacarme porque Caleb se los ordenó. Y era
estúpido de mi parte, pero me dolió ver cómo LuzBel
peleaba contra unos hombres y defendía a una vulnerable
Amelia, quien únicamente observaba todo como si estuviera
en una película.
Escuché a Tess llamar a Gibson para que los refuerzos
llegaran. Maokko había liberado a Cameron y Marcus,
quienes se unieron a la lucha. A espaldas de Amelia se
acercaba un Vigilante de manera sigilosa y me intrigó que
quisieran atacar a una de sus jefes. Lo vi, podía detenerlo y
salvarla. Me acababa de enterar de que era mi hermana,
que padecía la misma enfermedad de mi hijo y estaba
indefensa en su totalidad.
Pero recordé que era la asesina de mis padres, que ella
junto a LuzBel, Darius y Elliot me masacraron el corazón sin
lástima, así que me limité a sonreír, esperando su muerte.
Sin embargo, la maldita tenía suerte y su chico la protegió.
Su maldito Chico oscuro.
—¡Tenemos que sacarla de aquí! —gritó Max.
Él, Dom, Salike y yo nos defendíamos con disparos. Por
primera vez, evitaría el contacto cuerpo a cuerpo.
—¿Cómo carajos dieron con el almacén? —espeté.
—Son una organización como Grigori, jefa. Tienen sus
medios. No importa cómo lo encontraron, lo importante es
que no te toquen —dijo Salike en su idioma.
Elliot se defendía de dos tipos que querían matarlo, y le
disparé a uno que casi logra su objetivo para que el ojiazul
terminara de defenderse. Max y Dom se adelantaron,
deshaciéndose de los Vigilantes que se interponían en mi
camino hacia la salida. Connor y Cameron protegían a Jane.
Dylan y Tess peleaban espalda contra espalda. Caleb se
estaba apoyando con Evan, y Ronin con Isamu montaban
una cacería sangrienta igual a la que Maokko y Marcus
desataban juntos.
Darius, por otro lado, peleaba cerca de LuzBel,
enfrentando a una horda de Vigilantes que buscaban llegar
a como diera lugar hasta Amelia. Tomé una daga de Salike y
me lancé sobre un par de imbéciles que se me pusieron
enfrente, degollándolos en el instante.
Caleb le gritó algo a Salike y esta me tomó de la nuca
para lanzarme lejos, justo cuando hubo una explosión. Caí
aturdida a lo lejos, protegiéndome de las esquirlas que
volaban hacia mi cuerpo, y en cuanto me incorporé para no
darle la oportunidad a nadie de atacarme en el suelo, perdí
la noción del tiempo.
—¡Joder, no! ¡Salike! —grité horrorizada.
Ella me había apartado de una granada, pero no pudo
correr para salvarse a sí misma. Vi a Isamu correr hacia mí,
y por primera vez noté el atisbo de dolor en sus ojos al ver a
la chica tirada a metros de distancia. Y, sin embargo, su
guerrero interior no lo dejó detenerse, y me cogió del brazo
para levantarme del suelo.
—Sáquenla de aquí —rugió para Dom y Max.
—¡Ah! —grité sintiendo una punzada en la parte de atrás
de la cabeza.
Fue un dolor agudo. Darius le gritó algo a LuzBel.
Segundos después, mi dolor mermó y al recomponerme vi a
Lucius apareciendo con un dispositivo en la mano. Presionó
un botón y Tess cayó al suelo retorciéndose de dolor. Su
hermano gritó un desesperado «no» y corrió hacia ella.
Lucius se rio y supuse que el maldito aparato provocaba el
dolor en Tess.
—Sal de aquí ya, Isabella —me gritó Isamu y al verlo
bañado en sangre mientras mataba a los Vigilantes que se
querían ir contra mí, entendí que pretendía sacrificarse para
que yo escapara a salvo.
«Dios mío».
No quería dejar a mi gente, pero me había sacrificado
demasiado en la vida por otros. Dejé a mis hijos lejos y si
mis ángeles, como los llamó mamá, estaban haciendo todo
lo que estaba en sus manos para que yo tuviera una
verdadera oportunidad al lado de mis gemelos, no la
desperdiciaría. No esa vez.
—Ayuden a Dylan —les ordené a Dom y Max.
Tras eso, cogí una daga que estaba en el suelo y haciendo
un giro de brazo perfecto, la lancé hacia Lucius Black, pues
el viejo decrepito no se percató de mi presencia por
aprovecharse de lo que sea que le hacía a Tess. El arma se
incrustó con avidez en su cuello y él soltó el aparato. No
moriría como yo quería, pero ya no me importaba.
Darius llegó al aparato y le desactivó algo, entonces Tess
dejó de convulsionar.
—¡Sigilosos, hora de retirarnos! —grité en japonés en el
momento que hombres vestidos con el uniforme militar
entraron al almacén, matando a los Vigilantes que se les
cruzaban por el frente.
Era hora de seguir con mi camino y de olvidarme de una
vez por todas de la ciudad que tanto daño me causó.
Maokko y Caleb transmitieron mi orden y corrí fuera del
almacén escoltada por Isamu. Afuera estaba libre de
intrusos, por lo que llegamos enseguida al Jeep, pero
cuando mi compañero abrió la puerta para mí, tiraron de mi
brazo y me giraron con brusquedad.
—¡No puedes irte así! —espetó LuzBel y detuve a Isamu
antes de que lo atacara—. ¡Tú y yo tenemos mucho de qué
hablar! —Me presionó contra su cuerpo, pero después de lo
que había visto y el dolor sufrido, ya no sentía nada.
—Sabes, LuzBel. Mi padre siempre decía algo a lo que
esta mañana le encontré sentido —musité y me miró sin
entender—. Nunca invoques al diablo cuando ni siquiera
sabes rezar. Y tú eres ateo, ¿no?
—Isabella…
—¿Y sabes qué me susurró Sombra mientras me follaba
en aquella cabaña? —lo interrumpí—. Que le excitaba que
yo fuera la única con el poder de cortar el hilo entre su vida
y la muerte. —Gruñó cuando le clavé una daga en el
abdomen—. Y a mí me excita su muerte —declaré, sacando
la daga y volviéndosela a enterrar.
—¡LuzBel! —gritó alguien y lo ignoré.
Él gimió de dolor, pero jamás dejó de mirarme.
—Si acaso sobrevives a esto, no intentes buscarme —le
advertí gélida—, porque en verdad no espero ni verte en el
infierno. —Cayó de rodillas al suelo y de una patada en el
pecho lo alejé del Jeep—. Jaque mate, hijo de puta —finalicé.
Me subí al coche sin mirar atrás y le ordené a Isamu que
se pusiera en marcha, sabiendo que Caleb y los demás se
nos unirían pronto.
Nos alejamos de ese lugar a toda marcha, yo pensando
en que tenía un largo viaje que emprender y una nueva vida
por comenzar junto a las únicas personas que me amaban
de verdad. Las mismas a las que descuidé por buscar una
venganza que al final fue absurda, pero que me enseñó que,
en mi mundo, todo era una farsa.
«Daemon y Aiden eran la única realidad».
Y los cuidaría con mi propia vida.
Mi corazón, por mucho tiempo, fue oscuro gracias a las
traiciones, pero mientras me alejaba del almacén, ardía
como el infierno y rogaba porque se hiciera cenizas pronto.
O se convirtiera en un Corazón de Fuego.
Epílogo
Darius Black

Lucius logró hacer de las suyas antes de que Isabella lo


detuviera con la daga, y ella nos creía la peor mierda del
mundo y no podía culparla. La cagamos en grande, y al
verla tan llena de ira y decepción después de descubrir lo
que le ocultamos, y marcharse porque prefería poner
distancia suficiente entre nosotros antes que matarnos, me
comprobó que ya nada sería fácil.
Creíamos que hacíamos una buena jugada para proteger
a la reina, pero como peones pusilánimes resultamos
perdiendo la partida.
Tess estaba al borde de la muerte por el derrame cerebral
que Lucius le provocó, y si no hubiese sido por Isabella, la
pelirroja habría muerto sin ninguna esperanza. Y sí, el
ejército llegó para ayudarnos, pero antes ya muchos
habíamos sufrido las consecuencias de nuestro maldito
circo, incluso los que no tuvieron nada que ver con ello.
Dylan fue herido de bala en el abdomen, Cameron lucía
desesperado al ver a Jane tan mal herida; Connor estaba
peor al haber intentado protegerla. Evan sufrió lesiones que,
si bien no eran graves, sí muy dolorosas. Y Elliot corrió con
la misma suerte que LuzBel, aunque por personas distintas.
Lucius había descubierto los planes de LuzBel para
proteger a Amelia de nuevo, por eso no le importó
arremeter una vez más contra su propia hija. La maldita
mierda pensaba asesinarla, y casi logra su objetivo al
encontrarla débil por la golpiza que le propinó Isabella, pero
por fortuna para ella, logró salir bien librada de la batalla y
la trasladaron a un hospital para que la trataran, y luego
poder ser juzgada por sus delitos.
Yo estaba herido, no de muerte, pero sí para pasar jodido
varios días. Aunque estaba de pie y dispuesto a cumplir la
voluntad de un pobre moribundo.
—Busca mi móvil, ahí encontrarás el número de Laurel. —
Fueron las palabras de LuzBel en el momento que lo
auxiliamos tras ser apuñalado dos putas veces por Isabella
—. Pídele que active el localizador del relicario de Isabella.
—No podrá hacerlo, destruí el programa de clonación para
que ningún rastreador se conecte a su localizador —le
informó Evan, y a pesar de que LuzBel se estaba muriendo,
casi lo mata con la mirada.
—Conque fuiste tú, imbécil. —Evan ignoró ese reclamo—.
Mierda. Entonces llama a Alice y dile que active el que tiene
en el cuello. —Asentí y Evan nos observó sorprendido—. Esa
maldita castaña no se va a librar tan fácil de mí —aseguró
antes de desmayarse por la pérdida de sangre.
—Antes de que digas algo, es urgente localizarla —me
apresuré a explicarle a Evan—. No se trata de que ellos
deban hablar. Dame el tiempo suficiente para auxiliar a
LuzBel y te lo explicaré mejor.
Evan no dijo nada, se mantenía receloso y gruñendo de
dolor, cubriéndose con la mano una herida de bala que
recibió en el brazo.
No sería fácil enfrentarnos a Isabella, y menos cuando se
hallaba tan cegada por la ira como para no importarle
arremeter contra el hombre que una vez amó. Era increíble
ver cómo el ángel que siempre fue se convirtió en demonio
en cuestión de segundos al sentirse tan herida.
Y algo teníamos bien claro: antes logramos llegar a su
círculo porque ella así lo quiso. Ahora todo era diferente y
sabíamos que encontrarla tal vez sería fácil; acercarnos, lo
dudaba. Pero íbamos a intentarlo porque había muchas
cosas que tenía que comprender. Como que le ocultamos la
verdad para que ella viviera sin correr la misma suerte de
Tess. Pues eso era y sería siempre lo primero para nosotros.
—¿Alguna vez has intentado seguirle el paso a una
persona herida? —le pregunté a Cameron. Estábamos en el
hospital esperando noticias de nuestros heridos.
—No, pero imagino que no es difícil —respondió viendo a
un punto fijo en la pared.
—Prepárate, viejo, porque iremos en busca de una —
informé y me miró dubitativo—. Llamé a Alice para que
active el localizador de Isabella. Iremos tras ella —avisé y
sus ojos se abrieron demás.
—¡Estás loco, viejo! —exclamó y no comprendí—.
Estábamos hablando de atrapar a una persona herida, no a
un demonio enfurecido. Y si acaso viste la actitud de esa
mujer, sabrás que dejó de ser una dulzura el día que
ustedes dos decidieron engañarla —reclamó señalando lo
que hicimos con LuzBel.
Cameron se enteró de cómo le cedí mi máscara de
Sombra a LuzBel, y del por qué él aceptó, hasta que este
último recibió aquella bala protegiendo a Isabella y Amelia
decidió dejarlo una noche en guardia para que lo
protegieran. Y por supuesto que quiso decirle todo a Isa,
pero logramos convencerlo de que nos diera tiempo para
hacerlo por nuestra cuenta.
—No iremos tras una persona herida, grábate eso. Iremos
tras un demonio —repitió más para él—. Y créeme, Darius,
corremos el riesgo de morir en el intento. Ya que, si no se
tocó el corazón para apuñalar a LuzBel, a nosotros nos hará
mierda.
—Lo sé, pero debo hacerlo —aseguré y me observó
atento.
Iba a decir algo, pero el médico llegó informándonos que
LuzBel estaba fuera de peligro y pedía vernos. Nos
permitieron pasar a ambos, él estaba pálido y débil, aunque
el idiota tenía mucha suerte y más vidas que un gato.
—¿Hablaste con Alice? —preguntó y asentí.
—Después de que te trajeran acá revisamos el almacén y
sus alrededores para recuperar el cuerpo de nuestros
muertos —dijo Cameron y ambos lo miramos cuando se
metió la mano en el bolsillo de su pantalón—. Encontré esto
—informó sacando una extraña cadena con una placa
plateada.
Era el relicario de Isabella.
—Dámelo —ordenó LuzBel y Cameron lo puso en su
mano. Lo observó atento y, tras eso, quitó las protecciones
que tenía en sus dedos y pasó la yema sobre la placa.
El objeto se abrió de inmediato y miró fijo su interior unos
segundos. El monitor cardíaco que le habían conectado al
pecho comenzó a mostrar el acelerado ritmo de su corazón,
y gracias a la lesión que sufrió semanas atrás, los médicos
entraron de inmediato para saber de qué se trataba. Con
Cameron nos hicimos a un lado para dejarlos trabajar. Sin
embargo, LuzBel los detuvo.
—¡Esto no puede ser! —dijo y comenzó a negar y a reír de
manera frenética. Ni Cameron ni los doctores ni yo
sabíamos lo que pasaba.
Nos miramos con Cam entre sí, extrañados al no
comprender ni mierda.
—Tienes mucho que explicarme, White —siguió y tuve la
intención de decirle al médico que llamara a un psiquiatra.
—Señor, debemos revisarlo. Apenas está recuperándose
de la lesión en su corazón y no podemos confiarnos —
advirtió el médico y LuzBel negó.
—Llama a Alice y dile que en cuanto obtenga la puta
ubicación me avise —Ignoró al médico y se concentró en mí.
—Tú no podrás ir a buscarla —le recordé.
—Y una mierda que no podré —espetó en un tono frío y
seguro. Cerró el relicario y después se lo colocó en el cuello.
No sabía lo que había visto en ese objeto, pero sí sabía
que verlo lo cambió por completo.
Continuará…
Música utilizada:

1. Ghost Town (Adam Lambert).


2. Don’t Worry Bout It (Wande)
3. Bones (Imagine Dragon)
4. Darkside (Neoni)
5. 6.18.18 (America Valera)
6. Infinity (Jaymes Young)
7. Hail Mary (Skott)
8. Till death do us part (Rosenfeld)
9. Hypnosis (AYYBO, Ero808)
10. Wrecked (Imagine Dragons)
11. Body (Rosenfeld)
12. Woman (Emmit Fenn)
13. Devil doesn’t bargain (Alec Benjamin)
14. Players (Coi leray)
15. I feel like I’m drowning (Two Feet)
16. You don’t own me (SAYGRACE, G-Eazy)
17. Joke’s on you (Charlotte Lawrence)
18. Mephisto’s Lullaby (Xtortion audio)
19. Cherry (Lana del Rey)
20. Blue Jeans (Lana del Rey)
21. Gasoline (Halsey)
22. Lost The Game (Two Feet)
23. Monsters (Ruelle)
24. Die 4 me (Halsey)
25. The reason (Hoobastank)
26. The Scientist (Coldplay)
Agradecimientos

Esta es la nueva edición del segundo libro de una trilogía


que ha marcado mi vida antes y después desde que
comencé en el mundo de la escritura, en plataformas como
Wattpad, Booknet y Amazon (Kindle). Ha sido una aventura
llena de desafíos, y llegar a donde estoy ahora ha supuesto
aún mayores dificultades. Sin embargo, siempre he contado
con la presencia de Dios a mi lado, y por esa razón, mi
mayor agradecimiento es para Él.
Le doy las gracias por abrir mi camino y poner en él a
personas que me han ayudado a crecer como escritora. Me
ha dado amigas que me apoyan incondicionalmente y,
sobre todo, una familia comprensiva que siempre está ahí
para mí.
Pero lo que más agradezco es que me ha dado la
capacidad de luchar por mis sueños y no rendirme ante las
adversidades que se me han presentado en este mundo
literario.
En todos mis libros siempre dejo una parte de mi corazón,
pero trabajar en estas nuevas ediciones me hace darlo todo,
no solo porque los publico de manera independiente, sino
también porque ha sido un reto para mí superarme. Y me
siento satisfecha de haberlo logrado.
Y sin dejar de lado a nadie, quiero agradecer a todos mis
lectores, tanto a los nuevos como a los antiguos, personas
especiales que me ayudan a crecer, a superarme y a seguir
soñando para crear nuevos mundos.
Dios, mi capacidad y mis lectores me han creado y no
pienso detenerme mientras tenga vida.
Gracias a todos.
Contenido

Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Epílogo
Música utilizada:
Agradecimientos
Contenido
[1]
Es la vestimenta tradicional japonesa, aunque en la actualidad se usa casi
exclusivamente en momentos festivos y especiales. El kimono homongi es uno
de los varios tipos que existen.
[2]
En español es un enterizo o mono, una prenda de una pieza con mangas y
piernas y, por lo general, sin cubiertas integrales para pies, manos o cabeza. El
enterizo original es la prenda de una pieza funcional utilizada por los
paracaidistas.
[3]
Es un tipo de arma blanca arrojadiza originaria del Japón medieval. Posee
una gran variedad de formas y estilos, pero predominantemente en forma de
estrella, con filos cortantes y de un tamaño lo bastante pequeño para ocultarlo
con facilidad.
[4]
Tipo de bota, tradicional de Japón.
[5]
Son uno de los tres sistemas de escritura japoneses junto con los silabarios
hiragana y katakana, para los que existen reglas generales a la hora de
combinarlos.
[6]
Es un término japonés usado en varias artes marciales que designa una
clase de grito agudo exhalado durante la ejecución de un ataque.
[7]
El apellido Pride, también significa orgullo en inglés.
[8]
Nombre en inglés que se le da a un grupo de personas que se dedican a
ofender, odiar, y a veces hasta a acosar, a un individuo en especial. En
ocasiones sin razón alguna.
[9]
GBH: Gamahidroxibutirato, es un depresor del sistema nervioso central
que ha adquirido popularidad entre las drogas de abuso. Es conocida como la
droga de fiesta o droga para la violación.
[10]
Siglas en inglés de Identificador de ADN.
[11]
Que la paz esté con ustedes. Saludo tradicional árabe.
[12]
Es una empresa estadounidense que se especializa en alquiler de DVD, Blu-ray, 4K UHD y,
anteriormente, videojuegos a través de quioscos minoristas automatizados. Los quioscos Redbox
cuentan con el color rojo característico de la compañía y están ubicados en tiendas de conveniencia,
restaurantes de comida rápida, tiendas de abarrotes, minoristas masivos y farmacias.
[13]
Mia Khalifa es una exactriz porno, camgirl y celebridad libanesa. Nacida en Beirut.
[14]
Frase del libro TE ESPERARÉ, de la escritora estadounidense Jennifer L. Armentrout.
[15]
La pronunciación de esta abreviación es el nombre de la letra D en inglés:
Di.
[16]
Aquí la conciencia de Isabella hace la referencia a una de las escenas de la película
estadounidense The Sorcerer's Apprentice, que traducida al español lleva por título: El aprendiz de
brujo. Fue estrenada en el 2010 y protagonizada por Nicholas Cage y Jay Baruchel.

También podría gustarte