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Este libro es para ti, que sabes que verás las estrellas,
incluso con el miedo de que todo se ponga oscuro.
Mi oscuridad favorita es tu sombra.
—Frankvi Gama—
Capítulo 1
Todo fue por ti
Vértigo.
Ese era el nombre del club al cual tenía que ir. Allí me
encontraría con Darius, el tipo que me ayudaría a llegar a
Derek, ya que Sombra no podía acercarse a ese hijo de
puta. El Chico oscuro había cumplido su promesa, aunque le
fue difícil porque según él, eso significaba exponerme a un
peligro del que siempre me quiso proteger.
Le pedí que dejara de verme como a una damisela en
apuros, ya que odiaba que me siguieran subestimando. Y,
tras asegurar que no lo hacía porque me creía incapaz de
defenderme, se resignó a dejar las evasivas y me habló de
Darius, su club y la ciudad neutral que manejaba.
—¿Confías en él? —indagué.
Volvíamos a la calma después de la pelea, pero no podía
pedir nada distinto cuando éramos enemigos jugando a los
amantes como se lo dije antes.
—Demonios, claro que no —largó—. Nunca confiaré en
nadie que posiblemente querrá llevarte a la cama en cuanto
te tenga enfrente.
—Oye, tampoco soy un pedazo de carne de alta calidad
que todos se quieren comer —me defendí y bufó.
—Si quieres usar ese ejemplo, pues lo eres, Bella —zanjó
—. Pero el problema aquí es que la mayoría de los hombres
queremos follar con quien se nos ponga enfrente, y cuando
sabemos que es una mujer difícil y aparte poderosa, nuestra
obsesión sube de nivel y no queremos descansar hasta
probar un pedazo de esa carne de alta calidad.
—¿Te tomas en cuenta porque eres de esos hombres? —
inquirí en tono burlón.
—Si no me tomo en cuenta me señalarías de hipócrita —
explicó y reí.
Tenía lógica lo que decía, así que lo dejé por la paz.
Además de que quería evitar entrar en otra discusión con él,
por muy divertido que fuera terminar follando luego.
—Bueno, ten en cuenta que no cualquiera logra
conquistarme.
—Y el que lo consiga no durará mucho.
—Lo que tú digas —murmuré con sarcasmo y lo sentí
tensarse.
Aunque se relajó cuando sintió que me estaba riendo.
Seguimos hablando de mi visita a Vértigo y todo lo que
debía saber, y luego sacamos temas más triviales.
Estábamos relajados, contándonos algunos detalles que no
afectaran nuestras posiciones y reí de sus comentarios
descarados o con doble sentido. El tipo tenía muchas
ocurrencias y no dejaba de sorprenderme que fuera de esa
cabaña se comportara tan frío, rudo y malvado, pero a mí
me mostrara una cara más humana y cálida.
Definitivamente, él sí era como el amor y el odio: partes
de una misma moneda.
Salí de la cama para ir al baño y asearme un poco,
además de que quería verificar mi móvil y avisarle a Caleb
que todo estaba bien para que no se preocupara. Pues,
aunque supiera mi ubicación, no tenía idea de lo que estaba
pasando dentro de la cabaña.
—¡Carajo! —murmuré cuando encendí la luz del baño.
Cerré los ojos y los entrecerré de nuevo para poder ver,
ya que mis retinas dolían después de pasar demasiado
tiempo en la oscuridad. El cuarto era pequeño y estaba
decorado con un estilo minimalista que se adaptaba bien a
la cabaña. Antes, Sombra había encontrado mi ropa interior
y la había dejado sobre la mesita de noche para que pudiera
vestirme cuando él me permitiera. Después de sentirme un
poco más limpia, me vestí y me miré en el espejo. Noté el
rubor en mis mejillas, mi cabello enmarañado y las marcas
de su brusca pasión en mi piel abultada.
«Eran las pruebas de un buen sexo. El Chico oscuro
merecía diez estrellas».
Me mordí el labio por las ocurrencias de esa arpía en mi
interior.
—¿Te gusta lo que ves? —le pregunté a Sombra cuando
apareció en la puerta y se recargó a un costado del marco
con el hombro y se metió las manos a los bolsillos del
pantalón.
Se había puesto la misma ropa, pero llevaba la máscara
color carbón en ese momento.
—Tanto, que me dan ganas de hacer a un lado esa
braguita y follarte mientras nos vemos en el espejo —soltó y
abrí los ojos con incredulidad. No por lo que dijo, sino por
cómo mi cuerpo reaccionó.
Parecía como si no estuviera cansada.
—Calma, porque ya te di mucho en la primera cita. Deja
algo para la siguiente —recomendé y me di la vuelta para
que nos miráramos de frente—. Ahora permite que revise mi
móvil antes de que tenga a un rubio aguafiestas tocando la
puerta —advertí y bufó.
—Ve, porque no quiero asesinar a nadie hoy —advirtió y
rodé los ojos.
—Idiota —chillé cuando me azotó el culo al pasar delante
de él y se limitó a reír. La sala era pequeña y estaba
conectada a la cocina-comedor en un espacio abierto,
iluminado con luces tenues. Probablemente por eso no se
complicó para llevarme directamente a la cama cuando
entramos a la cabaña.
Y me sobresalté un poco al ver el desastre que dejamos
en la cama, una prueba de que nada de lo que hicimos fue
suave. Tomé el móvil de mi bolso tirado en el suelo de la
entrada y alcé una ceja al comprobar que ya eran las cuatro
de la madrugada y tenía demasiadas llamadas de Caleb y
Elliot; también encontré de Dylan y Tess.
Decidí marcarle primero a Elliot porque era quien más
había insistido.
—Hola —saludé cuando descolgó y lo escuché suspirar
aliviado.
—¡¿Dónde mierda estás, Isabella?! —Alejé el móvil de mi
oído por su grito. El chico estaba muy enfadado y raras
veces lo veía o escuchaba de esa manera.
—¡Jesús! Cálmate, hombre. Estoy bien —aseguré y vi a
Sombra cerca.
Escuché la voz de Caleb de fondo y me extrañó que
estuvieran juntos.
—¡¿Qué me calme?! ¡Demonios! ¿Lo dices en serio? —
largó y preferí no responder a eso—. Eres una
desconsiderada con las personas que te amamos, que nos
preocupamos por ti. —Supe que mi móvil tenía demasiado
volumen cuando Sombra se tensó al escucharlo.
—Estoy bien, Elliot. Además, sé que Caleb debió avisarles
que ya había estado conmigo —señalé y bufó.
—Él quiere que sepas que esa chica... Maokko llegará
mañana —avisó luego de que el rubio se lo recordara.
Su tono de voz cambió a uno más duro y frío y maldije en
mi interior porque supuse que sospechaba dónde me
encontraba.
—He tenido algo que hacer, Elliot, pero supongo que no
me has dejado tantas llamadas durante la madrugada solo
por querer asegurarte de que…
—Mi tío ha despertado —soltó y me quedé sin palabras.
Esa noticia era la que tanto esperaba y al fin había llegado.
Mis ojos se cristalizaron.
—No estás jugando, ¿cierto? —murmuré con dificultad.
—Jamás con algo así. Despertó durante las primeras horas
de la madrugada. Tía Eleanor nos avisó y corrimos hasta
aquí para saber qué diría el médico. Por eso hemos tratado
de localizarte. —Me sentí muy culpable.
—Voy para allá ahora mismo —aseguré comenzando a
buscar mi ropa y zapatos—. ¿Elliot? —Me quedé mirando el
móvil como idiota cuando me cortó la llamada sin
despedirse.
«El hijo de puta había vuelto».
¡Maldición!
—No me digas que te irás ya —preguntó Sombra con
dureza al ver que me vestía con rapidez.
Mi corazón seguía bombeando rápido, con estrés y
felicidad a la vez. Debía importarme solo que Myles hubiera
reaccionado, pero después de todo no era tan perra porque
me afectaba la actitud de Elliot. Y me frustraba faltar a mi
palabra con Sombra cuando él cumplió con la suya.
—Surgió algo importante.
—Con Elliot —espetó—. Vas a faltar a tu promesa por irte
con ese imbécil.
—¡No, Sombra! Él me acaba de avisar que Myles ha
despertado después de días en coma. —Odiaba que usara
lentillas porque no sabía reconocer sus reacciones, aunque
la tensión al erguir sus hombros me hizo imaginar que se
sorprendió—. Así que lo siento, pero ese hombre es como mi
padre y nada me impedirá ir al hospital ahora mismo.
—Te llevaré —se ofreció, y por su tono, supe que no
aceptaría un no por respuesta.
«Prefirió morir antes que sentir algo más por ella, antes
de traicionar la memoria de la mujer a la que sí amaba».
La voz de Tess resonó en mi cabeza, cortando de raíz
aquel recuerdo que tuve de la vez en que estuve con Elijah
en esta casa.
«A ella se le olvidó añadir que también eres la culpable de
la muerte de Enoc, o ya se te olvidó cómo ocupó tu lugar y
lo atravesé con mis tantos. Mierda. Y si retrocedemos el
tiempo, también eres culpable de que asesinaran a Amelia,
la novia de tu amado. Porque Elliot la entregó por ti, ¿no?
Incluso no sería ninguna sorpresa de que hayan matado a tu
madre por ti. ¿De cuántas muertes más serás culpable,
reina Grigori de mierda?»
Me coloqué los auriculares y reproduje música desde mi
móvil para silenciar mis pensamientos cuando la voz de
Fantasma también se coló entre ellos. Devil doesn’t bargain
de Alec Benjamin me inundó los oídos y respiré hondo.
«Solo es una batalla perdida, Colega».
Lo sé, pero supuse que mi guerra sería contra los
Vigilantes, no contra mi propia gente.
Y sí, yo sabía que iba a enfrentarme a mis propios
demonios, pero era mi pelea con Tess la que me tenía mal,
porque despertó en mí miedos y frustraciones que conseguí
dormir a base de frialdad.
—¡Bella! —Giré la cabeza con brusquedad al escuchar que
me llamaban con un grito—. ¡Demonios! ¡¿Qué haces?!
Me sobresalté al ver a Sombra a mi lado y no entendí la
razón, pero le dije algo que nunca hubiera pensado que le
admitiría a él.
—Todo ha sido mi culpa. ¡Mi maldita culpa! —Reí sin
gracia y me saqué un auricular.
Vi sorpresa y miedo en sus ojos.
—No cometas una locura —pidió, y hasta ese momento
miré hacia dónde él lo hacía.
¡Oh, mierda!
Estaba sentada sobre el pasamano, con los pies hacia el
acantilado como si mi intención fuera tirarme de allí. Me
mareé al ver la altura. ¿Cómo había llegado a esa posición?
Sombra llegó a mí como si temiera que me lanzara antes
de que él pudiera evitarlo y me tomó de la cintura para
bajarme del pasamano. Me erguí al plantar los pies en la
terraza con la idea de alejarme, pero me cogió de la muñeca
y abrí los ojos demás al sentir su mano desnuda en mi piel.
Había dejado los brazaletes tirados en el salón de
entrenamientos y él no llevaba guantes de nuevo.
Vi sorpresa en sus ojos negros, esa vez no usaba lentillas
que me impidieran leer sus emociones y sentí que mis
mejillas enrojecieron y se calentaron. Acababa de sentir la
piel desigual y giró mi mano para ver de qué se trataba.
—Puta madre —susurró al ver las cicatrices pronunciadas.
Hice los cortes con la katana, así que las heridas fueron
profundas y los médicos hicieron todo lo que estuvo en sus
manos para salvarme, no para que quedara una suave
cicatriz.
—Si las hubieras visto recién hechas te habrías cagado —
traté de bromear y él me miró con severidad.
—Dime que no es lo que pienso —suplicó y me limité a
mirarlo a los ojos—. Isabella..., ¿qué hiciste? —preguntó y
sentí la decepción en su voz robotizada.
Traté de zafarme de su agarre, mas no me lo permitió.
—Quería... —Alcé la barbilla al sentirme acorralada, no
quería volver a la vulnerabilidad—. Mi propia versión de
Romeo y Julieta, supongo —ironicé y el miedo que vi en sus
ojos fue enorme—. Pero resulta que mi Romeo murió para
no traicionar a su verdadera Julieta —añadí con una risa
llena de sarcasmo.
—¡No, preciosa! No digas eso —se apresuró a decir y eso
me descolocó. Y más en cuanto acarició mi rostro. La
sensación de sus yemas en mi piel me hizo más consciente
de cómo se me calentaron las mejillas—. Solo estabas con el
Romeo equivocado —aseguró y sus ojos negros se volvieron
más penetrantes—. ¿Cuándo hiciste esto?
—Hace más de tres años.
—Después de que LuzBel... —Se quedó en silencio para
medir mi reacción.
—Muriera —terminé por él y me saqué el otro auricular de
la oreja para guardarlos en el bolsillo de mi pantalón,
aparentando con ese gesto que estaba tranquila—. Sí,
después de eso.
—No lo intentarás de nuevo —sentenció y me tomó de la
mano para llevarme lejos de la terraza.
—Idiota, no pensaba hacerlo —dije con una sonrisa
mientras me arrastraba como si fuera una niña a la que se
llevaba a la fuerza del parque.
—Eso no fue lo que vi —espetó.
—Porque eres un exagerado, Sombra. Solo estaba
escuchando música.
Apreté los labios para no reírme cuando giró el rostro para
verme por sobre su hombro y noté que estaba
entrecerrando los ojos. Se aferraba a mi mano como si no
quisiera soltarme jamás, como si de alguna manera eso le
diera la tranquilidad y seguridad de que no correría de
nuevo hacia el borde del acantilado y terminaría lo que,
según él, intentaba hacer de nuevo. Y no me llenaba de
orgullo que creyera que cometería tal estupidez otra vez,
pero no podía quejarme después de mis tontos
antecedentes.
Una imponente Hayabusa estaba estacionada detrás del
coche y pensé que Sombra había llegado allí en ella. Dom y
Max nos observaron atentos, y hasta ese instante pensé que
no impidieron que Sombra llegara a mí.
«¿Y si sabía lo que pasó gracias a Fantasma?»
Me tensé ante el susurro de mi conciencia.
—¿Pueden dejarnos a solas un momento? —le pidió a
ambos hombres, distrayéndome de mi análisis. Ellos, por
supuesto, que no le obedecieron hasta que yo asentí de
acuerdo.
—¡Jesús! Estás exagerando —me quejé cuando abrió la
puerta del coche y me tomó de la cintura para sentarme en
el asiento del copiloto.
Me ignoró y a cambio me acunó el rostro.
«¡Puf! El Chico oscuro era muy paranoico».
—Te han hecho mierda el rostro —señaló al ver mi ceja
cortada.
—Vaya, gracias. Te juro que no lo había notado —satiricé.
—¿Quién fue? —exigió saber.
Entrecerré los ojos por su actitud y me arrepentí de
hacerlo cuando mi ceja lastimada protestó por el brusco
movimiento.
—Tess. No te hagas como si no lo supieras ya —solté sin
más.
—¿Por qué debería saberlo? —espetó, pero no me dejó
responder—. Espero que ella haya quedado peor. —Quise
reír al escucharlo—. ¿Por qué lo hizo?
—Porque soy la culpable de que ustedes nos hayan
secuestrado, de que asesinaran a Elsa, a mis padres, a
Elijah. Y ¿sabes qué? También soy culpable de que se
deshicieran de Amelia. Y lo peor de todo es que creo que
LuzBel me creyó culpable —solté como una verborrea y lo
escuché reír con sarcasmo.
—No fue tu culpa.
—¡¿No?! —ironicé zafándome de su agarre y me bajé del
coche para alejarme de él—. Sombra, hirieron a Myles para
hacerme volver. Todos a mi alrededor mueren, las personas
que me importan sufren y es mi culpa.
—¡Y por eso pretendías suicidarte de nuevo! —espetó con
ira y me dolió que recalcara aquello.
—No quería hacerlo ahora, no sé ni cómo llegué a esa
posición. Solo estaba recordando, analizando todo lo que
me pasa y... —Lo miré pensando en por qué le daba
explicaciones con tanta facilidad y me molestó no tener una
explicación coherente—. ¿Cómo supiste que estaba aquí? —
cuestioné cambiando de tema—. ¿Y cómo es posible que
mis hombres no te detuvieran?
—Le llamé a Caleb para que le pidiera a tus hombres que
me dejaran pasar —confesó.
—¿Pero qué demonios? —espeté.
—Conseguí su número con la misma facilidad que obtuve
el tuyo —se mofó y apreté los puños—. Le llamé luego de
escuchar a Cameron hablando con su hermana, la
consolaba porque la chica era un mar de lágrimas mientras
le decía que su amiga se había ido. —Tragué con dificultad
al descubrir que él sabía de Cam y Jane.
—Tú…
—Sí, sé de ellos desde que LuzBel logró infiltrar a
Cameron y no, no lo delataré —aseguró.
En ese momento, entendí por qué Cameron nunca lograba
conseguir información relevante, pues Sombra lo estaba
manejando a su favor para darnos migajas. Por eso Grigori
no había logrado ningún golpe importante y reí con burla
hacia nosotros mismos por ser tan ingenuos.
«Aunque Sombra también lo estaba siendo al asegurarte
de que no lo delataría con tal de que te tranquilizaras».
Buen punto.
Me estaba dando otra señal de que estaba dispuesto a
hacer cosas por mí, para no perder mi confianza y yo podía
usar eso a mi favor, tal cual él lo hacía con la ventaja que
tenía en sus manos.
—Caleb se negó a ayudarme, pero alguien le dijo sobre
algo que tus hombres informaron y cedió. Supongo que
creyó que podría ayudarte. —Bufé con ironía, aunque
supuse que también mi amigo me dio la oportunidad de
seguir guiando las cosas para que funcionaran a mi favor.
Así trabajábamos en La Orden, buscábamos las ventajas
incluso dentro del lodo en el que habíamos caído.
Sombra volvió a acercarse a mí y me tomó de las manos
para que relajara los puños, y en cuanto lo consiguió las giró
para ver mis muñecas de nuevo. No se lo impedí porque no
tenía caso esconderme más. Además, había dejado de ver
mis cicatrices como un recuerdo de debilidad.
—Lo vi antes y no lo comprendí —mencionó sobre el
pequeño tatuaje que tenía en la muñeca izquierda. Era un
punto y una coma, y en medio de ellos pasaba una de las
cicatrices—. Lo investigué y me negué a creerlo, así que
decidí pensar que no era porque intentaste quitarte la vida,
sino más bien por lo que te tocó vivir. —Cerró los ojos un
momento y odié recordar el retrato que Caleb hizo de él,
puesto que ahora lo imaginaba de esa manera a pesar de
que usaba la máscara de Ghost de nuevo—. Lo único que
pasé por alto son las iniciales que hay en cada signo —
añadió y me miró con intensidad.
Me tensé y me solté de su agarre.
—La vida sigue, Sombra —musité—, pero es difícil vivirla
con los demonios que te atormentan, alejarte de las
personas que amas y enfrentarte a los fantasmas del
pasado. Y más aún cuando te juzgan por las decisiones que
tomaste.
—Que te importe un carajo si te juzgan, Isabella. Tú no
tienes por qué ir explicándole a cada persona tu infierno.
Luce tu fuego y ya —aconsejó y sonreí sintiendo que sus
palabras me calaron en lo profundo—. Mejor concéntrate en
disfrutar de quien te sigue creyendo un ángel, aunque se
vuelva loco jugando con tus demonios —añadió con
picardía.
Solté una carcajada y negué con la cabeza.
—Ten cuidado con tus palabras, Sombra, porque suenan
como si te murieras por cerrar un trato conmigo y el diablo
no negocia —advertí.
—¿A qué te refieres?
—A que no confíes en mí, porque esa locura que me
demuestras, podría usarla a mi favor —confesé y lo imaginé
alzando una ceja.
—No eres reacia a mí, Isabella. Así que yo también
podría…
—Llevaba años sin sexo, chico, pero no te sientas especial
porque cedí contigo —Lo corté—. Ya que eso no significa que
te convertirás en mi príncipe azul.
—¿Quién carajos quiere ser un príncipe azul en estos
tiempos? —inquirió con burla—. Yo disfruto siendo el villano
al que odias en el día, pero que te calma los demonios por
la noche —se mofó y sentí un escalofrío reptar por mi
espalda—. Así te hagas la dura y actúes como si tuvieras la
misma fragilidad de una granada al levantarle la anilla, no
cediste conmigo porque ansiabas salir de la puta castidad,
Pequeña —zanjó y me tomó de la cintura—. Lo hiciste
porque al igual que mis malditos demonios cediendo
contigo, los tuyos se morían de ganas porque yo los
calmara.
—Entonces actúa como el maldito villano que eres y deja
de correr detrás de mí cada vez que pienses que te
necesito, porque no lo hago, Sombra. Eres quien calma mis
demonios, no quien acaba con el caos de mi cabeza —
espeté y puse una mano sobre la que él tenía sobre mi
cintura para que me soltara.
Se negó a dejarme ir y con la otra mano me tomó de la
nuca.
—No me digas cómo debo actuar contigo, Bella —exigió y
su mirada se oscureció más—. Porque así se me ocurra la
estúpida idea de enamorarme de ti, lo haré porque quiero. Y
créeme que no esperaré a que me correspondas, ya que me
bastaría sentir por ambos.
Contuve un jadeo al escuchar sus últimas palabras y la
realidad me golpeó el rostro porque me vi reflejada en él. El
corazón se me aceleró y maldije comprendiendo todo lo que
llegué a confundir en su momento y me dolió.
Amé a Elijah con locura y me conformé con sentir por
ambos porque necesitaba tenerlo a mi lado. Me aferré a él
de una manera enferma, así que no me importó si me
correspondía o no. Y si bien supe que se quemó con nuestro
juego como me lo confesó en aquel edificio, era consciente
de que la palabra amor nunca salió de su boca porque en
realidad sintió lástima.
Lástima de la chica que se enamoró perdidamente de él y
que perdió a su padre luego de sufrir un secuestro. Y su
empatía por mi oscuro momento no le permitió dañarme
con la verdad.
—Dicen que cada uno se engaña con la mentira que más
le gusta, y yo ya cometí el error de pensar como tú, porque
me gustó la idea de tenerlo para mí así no me
correspondiera —admití—. Y créeme cuando te digo que
duele en el alma entender que no es suficiente sentir por
ambos.
—A mí me gusta esta mentira —admitió y presionó su
frente a la mía—, porque ninguna de mis verdades se sintió
como una chispa capaz de incendiar el mundo —confesó.
Lo miré a los ojos y noté que ellos me querían decir tantas
cosas que su boca no podía, así que decidí ignorarlos.
Porque no me importaba.
Porque él seguía siendo un medio para un fin.
Y porque aprovecharía esa ventaja que me estaba
poniendo en las manos.
Usé mis métodos para averiguar si Sombra supo lo que
pasó con Tess por medio de Fantasma, o si en realidad
intuyó que algo malo sucedió por la llamada que escuchó de
Cameron y Jane.
Y no lo supo por Fantasma, o al menos fingió bien que no,
y hasta me dejó entrever que no tenía idea de que había
hablado con él. Tampoco se lo dije, me guardé esa
información y seguí indagando para asegurarme de que no
sospechara sobre Isamu, pues él sería mi pieza clave para
conocer las operaciones de los Vigilantes. Y le dejaría creer
a Sombra que podía seguir manipulando a Cameron,
aunque sería muy estúpido de su parte pensar que me
tragaría más lo que ese chico nos informara.
Al irme de la casa del bosque con mis hombres y, tras una
despedida lacónica con Sombra, le pedí a Maokko y Caleb
vernos en el hotel. Además de que le llamé a Elliot para
solicitarle que habláramos más tarde en su apartamento y
aceptó de inmediato.
En cuanto el rubio me recibió en el lobby, explicó que
decidió darle mi ubicación a Sombra para que aprovechara
mi oportunidad, sabiendo a la perfección que querría
ponerme a seguir investigando o aprovechando mis
oportunidades antes que derrumbarme en mi propia
podredumbre. Y no se equivocó, aunque tuve mi momento
con el ataque de pánico, algo de lo que Dom ya le había
comentado, pero que no mencionó porque ya sabía que no
era de lo que quería hablar.
Estando con Maokko, les comenté sobre mi llamada con
Fantasma, así como la razón por la cual Cameron no
conseguía información importante, y no les dije sobre mi
fuente, aunque Caleb lo entendió porque solo él sabía que
estuve con Sombra.
—Después de lo que pasó con esa perra, solo pienso en
que ella es la traidora —espetó Maokko.
Estábamos en la habitación de Caleb, sentados alrededor
de una pequeña mesa. El rubio se mostraba pensativo,
tecleando cosas en su laptop. Y sí, con tristeza acepté que
yo también veía a Tess como quien me estaba traicionando,
aunque tampoco me dejaría cegar por el calor del
momento, puesto que podía ser una perra conmigo, mas no
la creía capaz de dañar a su padre para hacerme volver.
—También he pensado en ella, pero sería ilógico de su
parte hacerte volver cuando le conviene más que estés lejos
y no te interpongas en su camino —explicó Caleb.
Pensar en quién podía ser el traidor nos estaba
provocando demasiados dolores de cabeza.
—De lo único que tengo certeza hasta ahora, es de que
Grigori ya no es seguro, ya no puedo confiar en ellos y así
me hierva la sangre de ira, debo admitir que estos malditos
Vigilantes han conseguido su objetivo: destruirnos desde
adentro —refuté con decepción.
—Su mejor jugada hasta ahora. —Estuvo de acuerdo
Caleb.
—Pero no la final —acotó Maokko—. Ya sabes que los
Sigilosos no nos damos por vencidos hasta que derroquen a
la reina y, desde donde yo lo veo, hay mucho juego por
delante y ahora manejas piezas importantes y más valiosas.
—Coincido con ella —afirmó Caleb—. Isamu es nuestro
caballo, y con él dentro y mientras no lo descubran,
podemos darle un golpe a los Vigilantes del que no se
levantarán tan fácil.
—Bien, sigamos en el juego —los exhorté y ambos
asintieron.
Juntos tomamos la decisión de también cambiar el destino
de Myles y Eleanor sin que ellos mismos lo supiesen para
que no se lo mencionaran a Tess. Caleb se encargaría de
poner al tanto al maestro Cho para que él le explicara el
cambio y las razones a Myles en cuanto los recibiera.
Tras terminar esa reunión con mis compañeros, le llamé a
Eleanor para reunirnos en la cafetería del hospital, y en
cuanto me vio supo que las cosas con su hija no habían
salido bien. Incluso quiso hablar con las dos porque no
estaba dispuesta a permitir que siguiéramos mal, pero me
negué con rotundidad e incluso le advertí que se arriesgaría
a que ambas termináramos peor, ya que en ese momento
era yo la que no estaba dispuesta a arreglar nada con la
pelirroja, pues con sus palabras acabó con mi poca voluntad
de querer hacer las paces.
—Desconozco la razón de mi hija para decirte semejante
barbaridad, Isa, pero te aseguro que ni Myles ni yo te hemos
creído culpable en ningún momento de lo que le pasó a mi
Elijah —resolló tomándome de las manos por encima de la
mesa.
Acababa de pedirle perdón por lo de mi Tinieblo y por lo
de su marido, solo por si acaso lo que Tess me dijo fue por
algo que escuchó de ellos.
—Todos hemos sido víctimas de nuestro propio destino y
tengo la certeza de que así tú nunca hubieras pisado esta
ciudad, mi familia estaría atravesando por lo mismo —
añadió para reconfortarme y, tras eso, se puso de pie y me
abrazó, dándome un beso en la coronilla porque yo me
quedé sentada sin saber cómo reaccionar—. Te quiero,
Isabella. Y contigo la vida me devolvió el doble de lo que me
quitó —añadió y me mordí el labio por las emociones que
me embargaban—. Y sí, cariño, el proceso ha dolido, pero el
resultado vale la pena y lo sabes.
—Lo sé —admití con la voz ronca y la tomé del brazo que
tenía en mi pecho para devolverle parte del gesto que me
estaba dando—. Y yo también te quiero, Eleanor —aseguré
y me regaló una sonrisa llena de cariño que me hizo pensar
en ella como mi propia madre.
Me fui del hospital rumbo al apartamento de Elliot y rodé
los ojos cuando mi móvil comenzó a sonar con llamadas
entrantes de Sombra. Odiaba que el maldito me vigilara,
aunque también me causaba gracia que no lo ocultara. Lo
había registrado con una inicial y sonreí cuando esa
desapareció y luego entró un mensaje de su parte.
Me besó.
Y no fue un beso largo o húmedo, menos con lengua
incluida. Simplemente presionó sus labios a los míos y, tras
eso, se apartó, haciéndome sentir como si lo hubiera
soñado o imaginado. Me quedé estupefacta y hasta sin
respirar, y él se limitó a sonreír.
—Así es, volveré —respondió a mi pregunta.
—Eres un…
—¿Ladrón de besos? Solo contigo —aseguró tras
interrumpir las palabras que traté de decir entre dientes, y
luego me guiñó un ojo.
—Tienes suerte de que te necesite, Darius, porque de no
ser así, te aseguro que ahora mismo estaría de…
—¿Devorándome la boca?
Volvió a callarme, estaba conteniendo la risa, bastante
tranquilo. Incluso lucía inocente, como si solo fuera un niño
travieso que actuó por curiosidad. Y terminé riéndome.
—Eres un idiota —solté.
Rio conmigo y, tras la impresión de su arrebato y la ira
fugaz, me invadió la diversión porque en mi mente él era un
hombre de cuidado. Un tipo al que debía temerle ya que
sabía esconder sus ases bajo la manga, pero con ese beso
tan de adolescentes que me robó, también me mostró un
lado suyo que no me sentó mal para ser sincera. Y tampoco
esperaba repetirlo, simplemente lo tomé como un juego.
Cuando calmamos nuestras risas, me pidió disculpas por
lo que hizo, alegando que no pudo contenerse y que era un
hombre que tomaba las oportunidades que la vida le daba
sin pensarlo tanto. Además, aseguró que no lo volvería a
hacer a menos que fuera yo la que quisiera. Le respondí que
eso no pasaría ni aunque estuviera borracha, y se limitó a
sonreír con chulería. Media hora después, nos despedimos,
con la promesa de que me contactaría en cuanto pudiera y,
por supuesto, que me hizo prometerle que no asesinaría a
ningún Vigilante, mientras él estuviera a cargo de la
diversión para ellos.
Me limitaría a darles un mensaje, uno que por supuesto
no olvidarían.
Al estar en el Jeep, Maokko pidió (o más bien exigió) que
le contara lo que pasó con Darius en la oficina y, mientras
nos quitábamos los tacones para ponernos las botas, le dije
todo. Gritó emocionada cuando llegué a la parte del beso
robado y rodé los ojos.
«Maokko era de las mías».
No lo dudaba ni un segundo.
—Avísale a Caleb que ya vamos para Richmond y que nos
reuniremos en el punto acordado —pedí y le entregué mi
móvil. Ya me había puesto en marcha y fruncí el ceño
cuando de soslayo la vi sonreír—. ¿Qué te causa gracia?
—¿Gracia? Nada —exclamó—. Es emoción y no solo por el
beso que ese guapetón te plantó, sino porque ya estoy
imaginando lo increíble que será estar en ese club, bailarles
a nuestros enemigos y después darles a probar un poco de
nuestra exquisita agrimiel.
Sonreí de lado ante las imágenes que puso en mi cabeza,
y mi corazón bombeó acelerado, haciendo incluso que
sintiera la sangre recorriendo mi torrente por la adrenalina y
la emoción de tener a esos hijos de puta en mis manos,
sosteniendo la línea entre su vida y muerte, haciéndome
con el poder de ser yo la que decidía si los dejaba respirar o
les cortaba las esperanzas de ver un día más.
—Mierda, me excita cuando sonríes así —dijo de pronto y
agrandé más mi sonrisa ladina—. Lo haces solo si algo
macabro pasa por tu mente.
—Algo que has puesto tú —aseguré y aparté los ojos de la
carretera un segundo para ver que también ella sonreía.
No dijimos nada más por unos minutos, ambas nos
dejamos consumir por nuestras propias fantasías, y estaba
segura de que, si alguno de los chicos de Grigori tuviera la
oportunidad de ver las mías, terminaría huyendo, ya que a
veces hasta yo me asustaba de la oscuridad que descubría
en mi interior en cuanto la sed de venganza me atacaba.
Mi encuentro con Darius había dado los frutos que
esperaba. Y sí, el tipo me inspiró confianza e incluso me
ayudó a resolver ciertas cosas que dejé en el olvido con tal
de no enfrentarme a mi pasado (a la pérdida de mis padres,
sobre todo). Sin embargo, no le dije nada que tuviera
relevancia porque, como analicé al conocerlo, confiaba en
él, pero no ciegamente.
Pensaba pedirle a Caleb que se contactara con Isamu
para advertirle mis planes y que así nos facilitara lo que
fuera necesario saber. También le solicitaría a Elliot que
organizara nuestro viaje a California porque él supo todos
los movimientos de mi padre, e intuía que conocía mejor
que yo los lugares donde debía comenzar a buscar mis
respuestas. Además, quería que agendara una reunión
especial con Perseo y Bartholome, pues tenía temas con
ellos que prefería charlar sin Tess en el medio, por el
momento.
Estaba aprendiendo la lección sobre ser cuidadosa, e iba
a proteger mi espalda y asegurar mis propias alianzas si
quería sobrevivir a la traición que estaban cometiendo
contra mí.
—¡¿Se puede saber dónde diablos estás?! —Miré a
Maokko en cuanto exclamó eso, sostenía mi móvil en manos
y leía un mensaje que acababa de llegar—. ¡Vaya! Tienes a
alguien que te controle la vida —se burló—. Y el remitente
está registrado como O.
Alcé las cejas al comprender de quién se trataba y maldije
por haberle dado mi móvil a esa asiática que muy poco le
importaba la privacidad.
—Eso no te importa, entrometida —bufé y rio—. Y nadie
me controla la vida.
—El mensaje dice lo contrario.
Nos adentramos en una discusión debido a sus
acostumbradas indiscreciones. E intentó saber más acerca
del remitente de dicho mensaje. Incluso tuve que
arrebatarle el móvil al intuir que quería averiguar todo por
su cuenta al revisar los mensajes que tenía sin leer, pues el
otro lo leyó desde la barra de notificaciones.
Lo dicho antes, ella sabía sobre Sombra lo necesario, no
hasta adónde había llegado ya con él, pero ya iba siendo
hora de contarle todo para que dejara de querer revisar mi
móvil como psicópata siempre que me descuidaba de él.
—¡Ya sé! Es alguien que te folla muy duro y
tremendamente delicioso y no me lo dices por miedo a que
también quiera probar —analizó con emoción y pegué una
carcajada ante tal estupidez.
Sombra me había escrito luego de que se desocupó de
eso tan importante que hacía, incluso me llamó, mas no
respondí porque me olvidé del móvil mientras estuve con
Darius. Y cuando salimos de Vértigo no recordaba que lo
dejé pendiente.
—No es nadie para mí —aseguré y fue su momento para
reír con burla.
Me limité a rodar los ojos.
—Ya sabes lo que dicen de los nadie: muchas veces son
los que se convierten en todo.
—Este no.
—¿Es Sombra? Porque he notado que hay mucho sobre él
que no me dices —señaló con malicia.
—Porque no es… ¡Maldición! —me quejé al frenar de
golpe.
El estado de Virginia se caracterizaba por tener bosques
de abetos y árboles de hojas perennes por doquier. Por cada
bloque de urbanización, era obligatorio que existiera un
bosque. Y las carreteras principales, como por la que
transitábamos, tenía arboledas a cada lado, además de ser
un poco solitaria a esa hora de la noche. Así que me
sorprendió encontrarme de pronto a cinco motocicletas
estacionadas una al lado de la otra para impedirme el paso.
—¡Puta madre! —espetó Maokko y vi su astucia al sacar
las armas y prepararse para el ataque—. ¡No puede ser
posible que nos hayan emboscado! —farfulló histérica en
japonés.
Yo me quedé en mi lugar, reconociendo a los tipos de esas
motocicletas, sobre todo al que usaba una máscara
veneciana blanca y que se bajó de la Hayabusa.
—Cálmate, Maokko. No es una emboscada como la que
piensas —le aclaré entre dientes, y en su rostro solo hubo
confusión.
Sombra le hizo una señal de mano a los demás tipos para
que esperaran. Reconocí a Marcus siguiéndolo, cuidando su
espalda, mientras el Chico oscuro caminaba hacia mi Jeep.
Me concentré tanto en notar que esa vez la máscara tenía
todo el contorno de los ojos pintados de negro, junto a unas
líneas verticales que comenzaban desde la frente, cruzaban
los cuencos de los ojos y terminaban en las comisuras de los
labios también negros, que no me percaté de mi compañera
quitándole el seguro a su arma hasta que la alzó dispuesta a
disparar antes de preguntar quiénes eran.
—Ya, Maokko. Cálmate —dije entre dientes y tomé el
cañón de la glock.
—No vamos a dejar que nos maten —aseguró. Ella no
entendía en ese momento que el chico por el que tanto
preguntó antes casi estaba en sus narices. Sus instintos de
supervivencia le hicieron olvidarse de su curiosidad.
Sombra llegó a mi lado y tocó el vidrio con sus nudillos
enguantados para que lo bajara. Exhalé un suspiro pesado y
después hice lo que pedía. Maokko se quedó atenta, aunque
estupefacta por mi actitud e imaginé que en su cabeza
estaba tratando de encajar todo. Y, a pesar de la oscuridad
que nos regalaba la noche, noté que las lentillas del Chico
oscuro eran negras con venas blancas, simulando una
tormenta con rayos embravecidos.
«De seguro describían su estado de ánimo».
—Me cago en tu puta —murmuró Maokko y evité reír.
Estaba sorprendida por lo que veía y me alegré de que no
solo yo me haya sentido intimidada por esos ojos la primera
vez que los vi.
—Baja del coche —exigió Sombra con tono autoritario en
su voz robotizada.
Alcé una ceja con ironía porque él sabía que conmigo las
cosas no funcionaban así.
—Y una mierda que bajará —respondió Maokko y apuntó
su arma directo al rostro de él, dejándola frente al mío.
Seguí mirando a Sombra con ironía y reto. Estaba segura
de que si hubiera sido la primera vez que lo veía, me habría
orinado encima porque el tipo daba miedo con sus
máscaras y ojos demoniacos, pero temor era lo último que
me provocaba ya.
—Querías saber quién era el remitente de mis mensajes,
pues aquí lo tienes —le expliqué con sarcasmo a Maokko
cuando decidí hacer que bajara el arma.
Su rostro fue cómico al encajar todo.
—¡Es el chico O! —Maldije en mi interior cuando repitió
aquello—. Sombra —agregó con asombro.
—Bella, baja del puto coche. —Nos interrumpió don
impaciente y lo miré con advertencia, comenzando a
hartarme de su tono.
Pero me ignoró.
—Ahora te entiendo —susurró Maokko con picardía.
—Ya veo que eres más puta que mortífera —solté en
japonés—. Quédate aquí —ordené sabiendo lo lengua floja
que podía ser.
Abrí la puerta del coche antes de que me respondiera y
empujé con fuerza, con la intención de apartar de golpe a
Sombra, pero tenía buenos reflejos y detuvo el metal a
centímetros de que lo impactara.
—Maldición —susurré fulminando a Maokko con la mirada
en cuanto ella también salió del coche por la misma puerta
de la que yo lo hice.
—Estás loca si crees que me quedaré esperando de
brazos cruzados mientras estos… —Se quedó mirando a
ambos tipos.
Sus ojos negros brillaron cuando notó a Marcus y este la
miró con frialdad y curiosidad a la vez.
«Apostaba lo que fuera a que esa asiática solo imaginaba
lo que podía haber debajo de la ropa de ese mastodonte».
Yo también.
—Dile a los demás que vigilen el área, que avisen y
cubran si ven algo extraño —le ordenó Sombra a Marcus,
aprovechando el silencio repentino de mi amiga. Y este
obedeció de inmediato, hablando por una radio con los
demás que mantuvieron una distancia prudente con
nosotros.
—Avísale a Caleb que nos retrasaremos —le pedí a
Maokko y la vi teclear en su móvil.
No le pedí que le ocultara nada porque ya el rubio sabía
mis tratos con Sombra.
—Ven —pidió Sombra tomándome de la cintura de
manera posesiva.
—¡Alto! —Lo detuvo Maokko—. No creerás que te la
llevarás tan fácil y me quedaré de brazos cruzados. Bien
puedes matarla.
—A ella le encanta mi forma de matarla —se mofó él.
Me quedé pasmada y Maokko abrió más sus ojos rasgados
al escucharlo, al descubrir lo que ya habíamos hecho, y
después sonrió con picardía y orgullo.
—Vendida —formulé en silencio para que ella me leyera
los labios y su sonrisa se expandió.
—No te preocupes. Bella sabe que no le haría daño, solo
quiero hablar —aclaró Sombra, como si no entendiera que
su cara de idiota no era porque estaba preocupada por mí,
sino embobada—. Marcus, encárgate de ella y no dejes que
se aburra…. Tú y yo —Me miró a mí— hablaremos un buen
rato —avisó y me hizo caminar junto a él.
—¡Demonios, chico! ¿Tus botas son trece? —Sentí que me
sonrojé al escuchar esa pregunta que Maokko le hizo a
Marcus.
—Eh…, sí —le respondió Marcus tras carraspear. Le había
sorprendido esa pregunta de mi perra amiga sin filtros, que
parecía más la reencarnación de mi conciencia.
—¿Y tienes todo igual de grande?
—¡Jesucristo! —susurré, sintiendo pena ajena al escuchar
la nueva pregunta de Maokko para Marcus a nuestras
espaldas.
—Si no tuviera cosas más importantes contigo, me
quedaría para ver este espectáculo —aseguró Sombra y
sentí un toque de diversión en su voz por la situación en la
que había dejado a su guardaespaldas.
—Metido —murmuré.
No me respondió ni escuchamos nada más porque nos
alejamos de esos dos. Sentía pena por Marcus, pero
también quería que tuviera su castigo por ceder a las
tonterías de Sombra. Y soportar a la chica sin filtros podía
tomarse como tortura, ya que no muchos sabían lidiar con
una mujer que no se iba por las ramas jamás.
Al llegar a la Hayabusa de Sombra, me percaté de que los
demás hombres se habían ido, cumpliendo sus órdenes.
—Daremos un paseo —anunció regresando a su tono
tosco.
—¿A dónde?
—Cerca. Necesito hablar contigo en una zona más
privada.
—Podemos hablar aquí —alegué. No quería estar a solas
con él y menos con la actitud que se cargaba.
—Siempre llevándome la contraria, ¿cierto? —Me miró de
una forma intensa, a pesar de esas lentillas que me
dificultaban leerlo, y no supe identificar si deseaba
arrancarme la cabeza o la ropa—. Súbete a la puta moto,
Isabella. Hablaremos donde yo quiera.
¿Pero quién se creía ese idiota?
«Tu dueño, claro estaba».
Pobre imbécil. Yo no era posesión de nadie.
Bufé sin responder y como pude me subí a la moto,
intentando que mi vestido no dejara nada al descubierto.
Sombra se subió cuando estuvo seguro de que ya estaba
lista y me tendió su casco. Su aroma me invadió en el
instante que me lo coloqué y me mordí el labio inferior,
negando en mi mente porque odiaba que me gustara tanto
su fragancia.
Lo tomé de la cintura cuando se puso en marcha y sonreí
en el momento que él me cogió de una mano para que la
pusiera sobre su abdomen, o más bien encima del chaleco
antibalas que sentí debajo de su ropa. No recorrió
demasiado camino, simplemente avanzó hasta adentrarse
en el bosque y se estacionó cuando nos alejó lo suficiente
de la carretera.
Se bajó de la motocicleta sin decir nada y yo me acomodé
mejor en ella. Me gustaba que fuera espaciosa, como una
chaise lounge con ruedas.
—¿Tan interesante estuvo tu visita a Darius? —cuestionó
en un tono lleno de ira y sarcasmo.
—No sé para qué preguntas si es algo que ya sabes —
respondí sin interés. Vi la tensión en sus hombros y supe
que mi respuesta no le satisfizo.
—No, no sé nada porque al igual que tú, él también
decidió ignorar mis putas llamadas —reclamó y me encogí
de hombros.
—No es mi problema que seas tan intenso.
—No juegues conmigo, Isabella —exigió y me mordí la
sonrisa. Había dejado las luces de la Hayabusa encendidas,
aunque eso solo iluminaba la periferia y no directamente a
nosotros—. ¿Qué hicieron aparte de hablar? Y no me
mientas.
Volvió a subirse a la moto luego de hacer esa pregunta,
aunque se colocó al revés para que quedáramos de frente,
de esa manera la luz dejaba de iluminarlo y me hacía más
difícil a mí poder identificar sus rasgos.
Inteligente.
—Follar —musité.
Me reí cuando me cogió del cuello e hizo que nuestros
pechos se rozaran, pero no mentiría al decir que solo
buscaba joderlo; al contrario, necesitaba que me
demostrara que era él y no mi Tinieblo, ya que en esa
posición y con la oscuridad, me fue imposible no recordar
cuando Elijah me tuvo así, tentándome en aquella cafetería,
confirmándome cuánto deseaba que me besara.
—Te juro por el maldito infierno que, si ese hijo de puta se
atrevió a tocarte, voy a cortarlo en pedazos y te enviaré uno
a uno como regalo para que te pienses mejor el provocarme
así. —Sus palabras iban cargadas de una promesa firme.
Sombra estaba cegado por la ira y, aunque no me dañaba
con su agarre, sí me demostraba que con Darius no se
controlaría.
Y creí en su juramento.
Recordé a Darius robándome el beso y estuve segura de
que si Sombra se enteraba, sería suficiente para ponerlos
uno contra el otro y no me convenía. Ambos me seguían
siendo de utilidad y no era prudente para mis planes que se
enemistaran.
—No lo hizo —aseguré, dejando mi tono altanero—. Solo
me ayudó a encontrar algunas respuestas que dejé en el
aire. —Me tensé cuando liberó mi cuello y sus manos
llegaron a mis piernas desnudas. Ya no usaba guantes y
pude sentir el calor de su piel.
—Pero lo intentó —susurró con seguridad, miedo y deseos
de matar.
—No —titubeé y lo escuché reír.
—Mientes tan mal —musitó en mi oído y el corazón se me
aceleró por sus manos arrastrándose a mis caderas. Se
subió la máscara y la dejó sobre su cabeza. Sacó la lengua
para lamerme y besarme el cuello, esparciendo besos por
mi mejilla, saboreándome como si fuera su postre.
Dios.
Abrí la boca para inhalar y exhalar, apretando las manos
sobre la parte de atrás del asiento, pues me había inclinado
para tratar, en un vano intento, alejarme de él. Mis pezones
se endurecieron dentro del vestido y el calor en mi vientre
creció, temiendo con eso que él pudiera sentir la fiebre que
provocó en mi entrepierna.
—Pero la forma en que tu cuerpo reacciona a mí me hace
olvidar esa terrible mentira.
Me mordí el labio para no gemir ni jadear en el momento
que bajó las copas de mi vestido y desnudó mis pechos.
Dejó salir una respiración baja y hundió sus labios en mi
piel, arropando mi pezón con la boca.
—Maldición —susurré, sintiendo calor y un deseo
incontrolable por montarme en su regazo para restregarme
en él y conseguir un poco de fricción.
Arremolinó la lengua en mi capullo endurecido y lo mordió
para luego chuparlo, jugando con él, recordándome que
hacía lo mismo con mi clítoris. Lo hizo lento,
humedeciéndome con su saliva mientras que mi coño lo
hacía con mi deseo. Lo sacó de su boca para luego volver a
zambullirse, succionando de una manera que me provocaba
dolor y placer a la vez.
—Darius es un imbécil que no desaprovecharía la
oportunidad al tenerte cerca —soltó, arropando mi pecho
con una mano para darle atención al otro con su lengua—,
pero confío en que antes hice un buen trabajo y ahora tú…
—Dejó mis senos y con agilidad me subió en su regazo. La
motocicleta se tambaleó con el peso y el movimiento,
aunque él con sus pies volvió a estabilizarla— solo me
deseas a mí.
—Eres demasiado pretencioso —repuse y me sostuve de
sus hombros, controlándome para no restregarme en él
luego del deseo que acababa de despertarme.
—¿Y me equivoco?
Respiré sobre sus labios y apreté los párpados cuando sus
manos se adentraron en la parte baja de mi vestido. Giró la
liga en mi pierna para que el puñal quedara al lado de
afuera y no interrumpiera su camino hacia mi desnudez.
Mi molestia y su ira se convirtieron en deseo puro.
—Eres mía, Pequeña —gruñó, tomándome del moño para
que echara la cabeza hacia atrás y expusiera mi cuello—.
Aunque te niegues a aceptarlo, tu cuerpo no —sentenció y
cogió la carne de mi culo con la otra mano.
Jadeé en cuanto capturó mi pezón con la boca de nuevo y
temblé eufórica y derritiéndome de placer. Molí las caderas
en su regazo sin poder contenerme más, amando la
sensación de la mezclilla friccionando mi centro doloroso y
excitado.
Estaba casi mendigando por sus embistes, pero no se lo
diría.
—Eres mía, joder —gruñó.
—¿Y tú? —pregunté entre gemidos porque siguió
mordiendo y chupando mis pezones, arrastrando las manos
por todas partes y tirando de mis caderas para que me
moliera sobre su erección las veces que quisiera—. ¿Eres
solo mío? —Lo cogí entre la barbilla y su garganta, cubiertos
por el cuello alto de su camisa. Incluso así apreté para que
mis uñas con forma de stiletto se clavaran en su carne—. ¿O
también de alguien más?
Mordí su barbilla, palpando su barba incipiente y me
retorcí sobre su pene de nuevo. Mierda. Me sentía al límite:
hambrienta y deseosa de arrancarle la ropa para follarnos a
lo bestia en medio de ese bosque.
—Esto es mutuo —aseguró—. Sin contratos ni etiquetas,
pero sí con exclusividad. —Apreté los párpados cuando una
de sus manos llegó a mi sexo y con el pulgar se abrió
camino entre mis pliegues, acariciando mi manojo de
nervios empapado. No dijo nada ni se sorprendió al no
encontrar unas bragas que me cubrieran—. Esto lo hago
solo contigo. —Me mordí el labio para no gritar de placer.
Tenía un charco viscoso ahí abajo y su respiración se volvió
acelerada al sentirlo, su erección creció y maldijo—. Te
deseo a ti. Tengo ganas solo de ti.
—¡Ah! —gemí cuando su dedo se adentró un poco en mi
vagina.
Sombra aprovechó eso y se adueñó de mi boca,
besándome con propiedad, de una manera un tanto brusca
que me excitó más. Quería marcar un territorio que solo él
estaba explorando después de tanto tiempo y, aunque
odiaba que me creyera su posesión, en ese instante lo
adoré. Me encantaba la pasión con la que devoraba mis
labios y chupaba mi lengua, acompasando sus movimientos
con el dedo con el cual me daba placer en la entrepierna. Y
después de nuestro encuentro días atrás, esa noche estaba
consiguiendo olvidar el estrés de mi vida.
Olvidé la posible traición a la que me enfrentaba. Olvidé
el cruel reclamo de Tess y nuestra pelea; a Fantasma y su
juego; a mi padre y las respuestas que pudo haberme
dejado. Incluso olvidé lo que Sombra hizo esa noche con el
envío de personas raptadas.
Olvidé y con eso reviví.
—Malditamente tuyo —dijo entre jadeos al separarse solo
unos milímetros de mis labios.
—Demuéstramelo —lo insté con desesperación y mordí su
labio inferior.
—¿Quieres mi polla dentro de ti? —preguntó, y sentí su
sonrisa. Presioné mi frente en la suya, mientras que las
manos trabajaban en su cinturón y el botón del vaquero
para liberar su erección que estaba tan dura como un
mástil.
—Tanto como tú quieres el calor de mi coño sofocándote
—aseguré.
—Joder, sí —aceptó sin vergüenza.
Agradecí que la motocicleta fuera grande y nos permitiera
movernos con facilidad. Comencé a escuchar truenos en el
cielo, el aire empezó a oler a lluvia, pero el clima quedó en
segundo plano a pesar de que sentí las primeras gotas de
agua en mi piel. Únicamente, me concentré en él
colocándose un preservativo que sacó de algún lado.
Al principio, me extrañó que no apagara las luces de la
moto, pero en ese instante, al ver que me alucinaba y no
podía identificar bien mi entorno, entendí el punto: él sabía
que me sería más difícil reconocer sus rasgos con las farolas
altas a su espalda. Aunque yo ya tenía aquel retrato en
mente, y con eso me bastaba.
—¿Lista para follar bajo la lluvia? —preguntó y absorbí
una respiración temblorosa cuando me tomó de las caderas
para alzarme sobre su erección.
—Impaciente.
Envolví los dedos alrededor de su polla para guiarla a mi
entrada. Lo empalé dentro de mí y ambos gemimos en
cuanto me coronó. Apreté mi coño cuando sentí su
pulsación y lo tomé de los hombros. Teníamos la respiración
vuelta mierda y los corazones acelerados.
—Fóllame con toda esa ira que estás reprimiendo —
ordené.
Gruñó en respuesta y me tomó con más firmeza de las
caderas, empujando las suyas hacia arriba para zambullir su
polla más profundo. Grité de placer, amando cómo me
ensanchaba y rozaba mis paredes vaginales. Apoyé una
mano en la parte de atrás del asiento y la otra la dejé en su
cuello.
Gemí y tomé un respiro tras otro, dejándome consumir
por todas las sensaciones que me despertaba. Lo sentía
estirándome en todas partes, golpeando en otras,
consiguiendo que el placer se formara en mi pecho y bajara
a mi estómago, haciendo un recorrido descendente que
amenazaba con hacerme explotar el vientre.
—Dios, así. Fóllame con más ira —lo provoqué.
Su cuerpo estaba tenso, apretado. Se hundía hasta el
final, su polla cada vez palpitaba más en mi interior y su
pelvis le daba fricción a mi clítoris. Los destellos de placer
estaban extendiéndose cada vez más a mi vientre y muslos.
Grité de nuevo cuando me tomó del trasero y me meció
sobre él, cubriendo a la vez mis labios con los suyos.
—Joder, estás tan apretada —gruñó.
La llovizna que ya nos estaba bañando se convirtió en
lluvia, mojando nuestros cuerpos, y podía jurar que nos
hacía humear la piel expuesta por la fiebre de placer que
ambos emanábamos.
—Eso es, Pequeña. Así —alabó cuando eché las caderas
hacia atrás y me empalé por mi cuenta.
Eché la cabeza hacia atrás y gemí. Él subió mi vestido
hasta hacerlo puño en mi cintura y me empujó para chupar
mis pechos mientras yo lo follaba a él. No sabía en qué
parte de la Hayabusa apoyé los pies, solo supe que llevé la
otra mano hacia el asiento y comencé a mecerme por mi
cuenta en su ingle, frotándole mi calor, mojándolo más con
mis fluidos que la lluvia misma.
Me sentí poderosa teniendo todo el control, con sus
gemidos y gruñidos de placer. Subía y bajaba en su polla
cada vez más rápido, o rodaba mis caderas de adelante
hacia atrás mientras él solo me sostenía, dejándome
montarlo como mi jodido caballo.
Mi caballo, no el de los Vigilantes.
—¡Mierda! —jadeó cuando me arqueé y lo monté con más
fuerza.
Apreté las manos con tanto brío en el asiento, que sabía
que mis uñas dejarían marcas en el cuero. Meneé las
caderas en su falo como si fuera experta en la materia,
hundiéndolo y sacándolo como yo quería, haciendo la
fricción que necesitaba.
—Jesús —gemí al sentir dolor y placer cuando me agarró
una teta con vigor, que estaba segura de que me
magullaría.
Me acarició el sexo con la mano libre y sonreí sabiendo lo
que buscaba, pero no sería como Sombra quería esa vez. Yo
lo montaba, yo controlaba, yo decidiría quién se corría
primero y sería él. Así que volví a erguirme y planté los pies
en la base de los pedales, lo cogí con ambas manos de la
nuca y me alcé para luego bajar con más potencia en su
mástil. No rodé las caderas, reboté.
Mis pezones se rozaron en su playera empapada, la
dureza del chaleco que usaba debajo hizo la caricia más
ruda, pero me gustó. Lo besé con pasión, entrando en un
frenesí. Sombra se aferró a mis caderas y se empujó entre
mis muslos para encontrar mis movimientos, empalándome
duro a la vez que yo me envainaba.
El cabello me escurría por el agua de la lluvia, y me
estremecí cuando Sombra pasó sus manos por mi espalda,
apretándome la piel. El placer en mi vientre ya era como un
globo lleno de tanto aire, que no necesitaría de un alfiler
para explotar. Y su polla encontró el punto exacto en ese
momento, provocándome a que lo montara más rápido,
masajeándome hasta que fui yo la que se tensó y comencé
a gemir con más descontrol.
—¡Demonios! ¡Isabella! —suplicó y enloquecí.
Sonreí sintiendo un nivel de placer que no había
experimentado en el momento que empujó dentro de mí
con tanta solidez, que no hubo duda de lo que seguía: se
derramó en mi interior mientras yo lo engullía en mi calor.
Jadeó como si el aire no estuviera siendo suficiente y a la
vez dejó de respirar. Sus dedos se enterraron en mi carne
como si ansiara destriparme. Sin embargo, en lugar de
quejarme de dolor, lo hice de placer, porque el suyo hizo
explotar mi orgasmo.
Mis músculos se tensaron y ardieron, el fuego líquido me
recorrió entera, y me apreté más alrededor de su polla,
tomando a la vez su boca con dureza, enterrando mis uñas
en su nuca desnuda, porque la tela de ahí se había bajado.
Respiré sus jadeos y me corrí con tanto auge que conseguí
congelar el tiempo para extender el placer.
Hasta que mi corazón no pudo más y mi cuerpo se aflojó
sobre el suyo, sintiendo un leve sabor metálico porque
mordí su labio sin medir mi fuerza.
—Demonios —susurró y sonreí al sentir un leve temblor
en sus piernas.
Nos quedamos unos largos minutos sin decirnos nada,
concentrándonos en recuperar el aliento. Y solo cuando
nuestros pulmones estuvieron satisfechos y los corazones
en calma, alcé las caderas y, con su ayuda, saqué su falo
semi erecto de mi interior.
—Jamás olvidaré que eres peligrosa —admitió.
—Tampoco que puedo hacer que tus piernas tiemblen —
me mofé y lo escuché reír.
—Me vuelve loco que no uses bragas —confesó y me dio
un beso casto—, que estés preparada siempre para mí y
follarte mientras solo usas esto. —Metió un dedo en mi
liguero al decir lo último.
—Y a mí me vuelve loca que uses esa ira, pero para
follarme —señalé y acaricié su rostro, queriendo saber cómo
era con exactitud—. ¿Ya no estás molesto?
—Contigo no —aseguró, y con eso supe que iba a
enfrentar a Darius.
Pero no dije nada, me dediqué a acomodarme el vestido y
él se apeó de la moto, bajando su máscara antes. Ambos
estábamos empapados, yo tanto de la ropa como de mi
entrepierna, y agradecí por esa vez que la lluvia no
mermara el calor, ya que no quería sufrir un ataque de frío.
Aún así, Sombra abrió el depósito que la moto tenía detrás
de mí y sacó una cazadora de cuero para ponerla en mis
hombros.
—Esta vez no servirá de nada que te seque el coño —
señaló y sonreí—, pero al menos esto evitará que sientas
frío en el viaje de regreso.
—Gracias —susurré.
—¿Por qué, Isabella?
—Por este detalle —dije como si no fuera obvio.
—¿Por qué me ignoras? ¿Por qué me provocas? ¿Por qué
te gusta llevarme al límite? —aclaró él.
«Entonces no había olvidado el motivo principal para
llevarte al bosque».
—Porque no siempre me hablas o escribes para asuntos
importantes, porque debes aprender a que no soy tuya,
aunque en el sexo parezca lo contrario. Y porque a ti te
gusta cruzar el mío, así que quiero que entiendas lo que se
siente para que lo evites —respondí.
—No te confundas.
—No, tú no te confundas, Sombra —alegué al presentir
que volvería a sus tontas amenazas—. Quieres exclusividad
en esta sexo-relación, perfecto. Te la concedo porque no
estoy interesada en acostarme con nadie más. Pero
recuerda que daré lo que recibo. Sin embargo, eso no
significa que tú y yo seremos algo más o tendré que darte
explicaciones de todo lo que hago o con quién lo hago. Así
que concentrémonos en nuestros propios asuntos.
—Perfecto, será así. Pero ojo, no juegues con la
exclusividad porque no respondo —advirtió y me sorprendió
un poco que dejara ese tema sin discutir más.
Aunque no dije nada porque no sería de las que les
gustaba revolver el avispero, pues sería como adentrarnos
en una conversación de nunca acabar. Y terminaríamos
follándonos de nuevo o matándonos esa vez. Y creo que él
pensó lo mismo, por eso dejó el tema por la paz y se subió a
la moto para regresarme a donde dejamos a Maokko y
Marcus.
Los encontramos dentro del Jeep, cubriéndose de la
llovizna, aunque Marcus salió en cuanto nos vio llegar.
Sombra me ayudó a bajar de la Hayabusa a pesar de que
volvió a estar molesto y le entregué la cazadora. No la quiso
aceptar al principio, pero le expliqué que en el coche tenía
ropa seca y se quedó más tranquilo.
Me encaminó hasta la puerta del Jeep y, antes de
subirme, se acercó a mi oído y susurró:
—Así me sienta con ganas de arrancarte la ropa para
volverte a follar con furia hasta que aceptes que eres mía,
admito sin duda alguna que esta noche tú has sido mi
misión más exitosa. —Me mordí el labio y no me di cuenta
de que lo tomé de la cintura hasta que él puso una mano
sobre la mía.
—¿Misión? —inquirí, aunque sabía a lo que se refería.
—No todas las noches se folla con una diosa bajo la lluvia
—declaró, ignorando mi pregunta.
Tras eso, se separó de mí e intuí que estaba sonriendo.
—Y eso nadie podrá superarlo —agregué segura.
—Nadie —acotó él y sonreí.
Me acarició la mejilla como despedida y luego se dio la
vuelta para marcharse sin mirar atrás, dejándome con una
sensación de que esa noche, dentro del bosque, habíamos
firmado un pacto sin leer las letras pequeñas.
Capítulo 20
¿Te has mudado a la luna?
Le escribí a Max.
Mi móvil volvió a vibrar luego de que decliné la llamada
dos veces y decidí responder.
—Vaya, yo creí que me había librado de ti.
—Es tu problema no haber leído las letras pequeñas el día
que decidiste hacer un pacto conmigo —respondió y sonreí.
«Y también se te aceleró el corazón».
Sí, ya se me estaba pegando tu estupidez.
«Sí, ajá».
—Arruinas mis momentos de tranquilidad —bufé.
—Tú, en cambio, me tranquilizas en momentos de locura.
—Su voz se escuchaba extraña, robotizada pero torpe a la
vez—. ¿Nunca te ha tocado vivir situaciones en la vida que
ya las has vivido antes, sin embargo, las vives de nuevo de
diferente perspectiva?
«Estaba borracho».
Totalmente.
—Se llama déjà vu, ¿no?
—Ah, ah, no es eso. —Se aclaró la garganta y después
prosiguió—. Me refiero a revivir ciertas situaciones, pero en
lugar de ser el hijo de puta, eres la víctima. —Fruncí el ceño
y no contuve las ganas de reír.
—A eso le llaman karma —reconocí mientras me reía—. Y
como te lo dije la otra vez, no me ha tocado vivirlo aún —
bufó después de escucharme.
—Si tú supieras, Bella —se quejó y palpé dolor en su voz
robotizada—. Si tan solo pudiese…. —Calló, y segundos
después soltó el aire por la boca, lo deduje porque sonó así
—. Olvídalo —pidió—. Espero que hayas encontrado lo que
buscabas en California. —No me sorprendió que supiera
dónde estuve.
Pero ¿qué tanto sabía?
«Por el bien de mi ojiazul, esperaba que no mucho».
—Lo hice —aseguré usando una voz neutral.
«Descubrimos que las perlas se seguían sintiendo
deliciosas».
Ignoré eso.
—También espero que mis huellas no hayan sido borradas
—añadió y no pasé desapercibida la advertencia en su voz
borracha.
Reí burlona sin poder contenerme, pero me quedé en
silencio al darme cuenta de lo que le podría dar a entender.
Sin embargo, era tarde, pues él bufó ante mi reacción y lo
escuché maldecir en un susurro.
Mi silencio prolongado y risa burlesca respondieron por
mí.
«Maldición, Isa. Sabía que no querías que él te intimidara,
pero tampoco debías subestimarlo».
Bien, te daba la razón en eso.
—Así que al final ese hijo de puta se comió lo mío —
ironizó.
—No, Sombra —aseguré—. Él no se comió lo tuyo. —
Escuché un suspiro de su parte—. Y si lo hubiera hecho,
pues se habría comido lo mío.
Se carcajeó, el cabrón se carcajeaba y no entendía por
qué.
«Nada te costaba quedarte solo con que Elliot no lo hizo,
joder».
—Eres cruel, Pequeña —murmuró.
—¿Y no dicen que serlo es bueno? —me burlé para tratar
de que eso siguiera pareciendo una broma.
—Ya te enseñaré yo lo bueno que es serlo —devolvió—.
Porque dicen que al cumplir ciertas promesas me vuelvo
bastante cruel. —Me tensé ante la determinación en su voz
—. Y si descubro que Elliot te tocó, entonces reza para que
no caiga en mis manos —amenazó.
—Si lo tocas atente a las consecuencias, porque te haré
conocer el infierno —advertí y lo escuché reír de nuevo.
—Pues bienvenido sea, Bella —me retó—. Arderemos
juntos en él.
—Hijo de…
Me quedé con el insulto a medias y miré el móvil: me
había cortado.
«A ti te encantaba patearle la cola al diablo».
¡Mierda!
¿Cómo carajos me llegó una nota de Sombra a la
habitación, al apartamento de Elijah? ¡Jesús! Rogaba para
que fuera Maokko o alguno de los Sigilosos quien me hizo
llegar el mensaje. Y sí, lo registré como CO en referencia a
Chico oscuro para que no fuera tan obvio quién era en
realidad.
«¿Y si había sido él personalmente?»
No me lo perdonaría.
Busqué el móvil para comprobar si tenía llamadas de los
chicos, y lo encontré cuando estuve a punto de arrancarme
el cabello porque no estaba por ningún lado donde solía
dejarlo. Lo hallé tirado en un rincón, con la pantalla
quebrada en forma de telaraña y rogué para que
encendiera.
No lo hizo, hasta que lo conecté al alimentador de la
corriente. Encontré llamadas de Dylan y Tess, otras de Caleb
y Maokko, pero ninguna de CO.
—La bella durmiente al fin está despierta —dijo Maokko,
entrando a mi habitación.
—¿Qué haces aquí? —Ella sabía que no permitía que
nadie invadiera ese territorio, a excepción de Caleb que le
importaba un carajo mi negativa cuando se trataba de mi
seguridad.
—Amiga, hemos estado aquí desde hace una semana.
—¡¿Qué?! —grité y ella hizo un gesto de disgusto,
apretándose el trago de la oreja con un dedo—. ¿Cómo que
una semana?
—A ver, respira, chica americana. No te caigas de culo,
aún —pidió serena e inhaló profundo, haciéndome un
ademán con la mano para que la imitara.
Negué con la cabeza, sintiendo el corazón acelerado. Una
semana era mucho, y sin que recordara, peor. Eso no podía
ser posible, había perdido días y…
—¡Mierda! ¿Y Elliot? —pregunté, sintiendo que me
volvería loca.
Antes de responder, Maokko se fue hacia el closet y sacó
ropa para que me vistiera. Ni siquiera le di importancia a mi
desnudez.
—Primero, te has recluido aquí desde hace una semana,
hasta anoche, pero vamos por partes. —Mientras hablaba,
me comenzó a vestir como si fuera una chiquilla que no
podía hacerlo por su cuenta.
Pero la dejé hacerlo porque la conocía, siempre que se
ocupaba en algo más soltaba más información, mientras
que cuando solo hablaba, tenía que hacerle preguntas para
llenar los huecos que dejaba vacíos.
Me relató que, en efecto, luego de lo que hice en aquel
almacén me encerré en el apartamento y me perdí en una
oscuridad que los asustó. Sin embargo, permitieron que
viviera lo que tenía que vivir y ellos me cuidaron. Tess y
Dylan estuvieron conmigo, ella y Caleb, Salike e Isamu.
Cada pareja por turnos y Jane se mantuvo con ellos todos
los días. Hasta el día anterior en el que me dejaron en
manos de Max y Dom porque se encargaron del sepelio de
Jacob, tanto los Sigilosos como los Grigoris.
—No sabemos cómo, pero tenías droga en tu poder y
anoche la consumiste, poniéndote tan loca que terminaste
conduciendo una Ducati por la ciudad hasta parar en
Vértigo. Max y Dom pidieron apoyo y Salike con Isamu
acudieron de inmediato. Menos mal Cameron estaba en el
club y su hermana le pidió ayuda por si acaso se te ocurría
hacer una tontería al meterte en terreno enemigo.
—Jesucristo —murmuré, sentándome en la cama.
—Sombra te trajo de regreso, Isa, pero no me preguntes
los detalles de lo que hiciste porque únicamente los sabe
Isamu, y el maldito dijo que como no te ponen en peligro, se
los reservaría hasta que tú decidas saberlos.
—¿Dónde está él?
—Esperando por una hamburguesa muy grasienta que te
hará engullir hasta sacarte la resaca.
Arrugué la nariz. No quería pensar en comida.
—Elliot salió de la inconsciencia hace dos días. Sus padres
quisieron avisarte, pero tuvimos que inventar excusas.
El alivio que me invadió fue tanto, que me desplomé en la
cama, mirando al techo y sintiendo que los ojos me ardían,
ya que también experimenté la vergüenza por no haber
estado allí con él, por recurrir a la droga una vez más para
no enfrentar a mis demonios.
—Quiero ir al hospital —murmuré.
—Irás, pero primero debes comer algo. Lo necesitas luego
de intoxicarte como lo hiciste.
No le dije nada. Por esa vez permitiría que me regañaran
todo lo que quisieran porque me lo gané a pulso. También
decidí coger el móvil, que de milagro funcionaba, y le
marqué a Sombra.
—Ponlo en altavoz, anda —me animó Maokko y negué—.
¡Oh! Eres una mal…
—Sal de aquí, metida. No mereces que te diga nada
después de que decidieras callar lo que sea que hiciste con
Marcus —le recordé.
Sus labios se volvieron una línea recta y se dio la vuelta
para dejarme sola justo cuando Sombra descolgó.
—Ya comenzaba a creer que habías caído en coma etílico
—se burló y me mordí la uña del pulgar, desconchando el
barniz rojo que tenía puesto.
—¿Dime que no hice una estupidez? —pedí.
—Drogarte es una total estupidez —reprochó.
—Sabes a lo que me refiero. Me han dicho que tú me
trajiste al apartamento y quiero asegurarme de que no hice
algo imperdonable.
—Te espero en Rouge, no tardes —advirtió y, tras eso,
colgó.
Miré el móvil como si el aparato me fuera a dar alguna
explicación de lo que acababa de pasar, y tras unos
minutos, solté el aire por la boca, sintiendo que me estaba
desinflando. Poco a poco, fui perdiendo las esperanzas de
no haber sido tan estúpida como para estar con otro en un
lugar que era solo mío y de mi Tinieblo, y eso me plantó una
sensación en el pecho que dolía.
Me sentía como la peor de las traidoras.
Isamu llegó a sacarme de la habitación cuando la comida
que pidió para mí llegó. Y tal cual lo dijo Maokko, amenazó
con meterme él mismo los bocados a la boca si no lo hacía
por mi voluntad.
—Tú y Caleb son unos dictadores que se olvidan
fácilmente de que la que da las órdenes soy yo —refunfuñé
y Salike con Maokko rieron cuando Isamu rodó los ojos.
—Es fácil olvidarlo cuando a veces nuestra jefa se
comporta como una chica caprichosa.
—Tiene un punto —lo apoyó Maokko y la fulminé con la
mirada.
Ella y Salike bebían té.
—¿Vas a añadir algo tú? —inquirí para Salike.
—Sinceramente, no puedo. Yo también tengo mis
momentos de caprichos estúpidos. —Por la mirada rápida
que le dedicó a Isamu, pensé que esa fue una indirecta muy
directa para nuestro compañero.
Él mantuvo su actitud desinteresada y ni siquiera la miró.
Los ojos de Maokko bailaron entre ellos y noté que también
notó lo mismo que yo.
—Vaya, veo que además de ser hermanas por La Orden,
compartimos la tontería de poner los ojos en personas
prohibidas —comentó Maokko—. Y eso te incluye a ti,
Isabella.
—No me jodas, yo no he puesto los ojos en nadie —espeté
y Salike sonrió agradecida de que mi amiga me usara a mí
para sacarla de ese momento de debilidad incómoda.
La charla entre nosotros comenzó a ser más trivial. Caleb
se nos unió en cuanto llegó para asegurarse de que estaba
bien y, por primera vez desde que decidí volver al
apartamento, lo sentí lleno de vida, con mis incondicionales
rodeándome.
El rubio fue el único de ellos que, en lugar de regañarme,
me envolvió en sus brazos y supe que sin decir nada,
intentaba reconfortarme por la pérdida. Podía ser el pilar
que trataba de mantenerse fuerte para que no perdiéramos
la razón en nuestra élite. Pero cuando debía, se convertía en
mi oso gigante para que lo abrazara todo lo que quisiera. Y
ese hecho casi me derrumbó, pues Caleb en muchos
sentidos emocionales se parecía a Jacob.
«Tal vez, Colega. Pero Caleb no era un traidor».
Contuve un jadeo ante el dolor que me apretó el pecho
por el señalamiento de mi consciencia.
—Se fue de inmediato luego de dejarme, ¿cierto? —le
pregunté a Isamu. Caleb y las chicas se habían adelantado
al coche del rubio,
Isamu me miró sabiendo a qué me refería.
—Se fue está mañana, con los primeros rayos del sol. —
Tragué con dificultad ante su respuesta.
—Pero estuviste con nosotros. —Quise que fuera una
afirmación, pero sonó más a pregunta.
Isamu se limitó a negar y maldije.
¿Cómo pude hacer eso? ¿Cómo le permití tomarme en un
lugar que siempre fue mío y de mi Tinieblo? Esa traición no
me la perdonaría jamás.
No quise hacer más preguntas. Me subí al coche con él y
Maokko, en silencio. Mi amiga siempre era la compañera de
equipo de Caleb cuando no era la mía, pero esa vez (y
supuse que por petición de Salike luego de su insinuación)
cambió de lugar con nuestra hermana.
Cuando llegamos al hospital, me encontré con los señores
Hamilton, Tess y Dylan. Los primeros me saludaron felices
de volver a verme y menos mal ya Maokko me había dicho
las excusas que utilizó, así que di mi mejor actuación. Mi
hermano, por su parte, no pudo esconder la preocupación y
me llevó con él a un lado antes de dejarme pasar a ver a
Elliot.
—Si vuelves a hacer otra estupidez como esa, voy a darte
un par de azotes y no me importa lo raro que sea —advirtió
y no contuve la sonrisa.
Lo abracé como respuesta, y agradecí que a pesar de lo
que hice con nuestro amigo, me siguiera viendo como su
hermana y no como un verdugo.
«Fuiste el verdugo de un traidor, debías entenderlo de
una buena vez».
Lo sabía, pero no era fácil aceptarlo, ya que también fue
mi amigo, y así los demás no lo demostraran, sabía que en
el fondo sufrían por esa pérdida.
—¿Estás mejor? —inquirió Tess al llegar a nuestro lado.
Ya no se mostraba como la perra maldita que me hizo la
vida imposible cuando volví, era más una chica arrepentida
que no sabía cómo enmendar lo que hizo, a pesar de que
fue una actuación.
—Dentro de lo que cabe, sí —admití.
Ya había salido del apartamento y ese era un avance.
—No me mates por esto, por favor. —Ese fue todo el aviso
que me dio antes de abrazarme.
Dejé los brazos inertes a los lados de mi cuerpo porque
me tomó por sorpresa su gesto. Dylan sonrió al vernos,
aunque por un momento, noté su mirada enturbiada por los
recuerdos de lo que confesé en aquel almacén. Y estaba
segura de que, para ese momento, ya sabía por lo que
pasamos, pero no diría nada, pues era consciente de que no
se necesitaba.
—Sé que hay un camino muy largo por recorrer entre tú y
yo, pero no pierdo la esperanza de que algún día las cosas
entre nosotras volverán a ser lo que fueron cuando llegaste
a esta ciudad, o mejores —decretó y me limité a sonreírle y
soltar el aire que contuve al alejarnos.
—Si la vida quiere eso, pues se dará. Por ahora, vamos
paso a paso —pedí y le di golpecitos en el brazo. Ella sonrió
al ver mi manera de devolverle su gesto.
Menos mal Angelina me llamó para invitarme a pasar a la
habitación de Elliot. Ronin se encontraba a un lado de la
puerta y le levanté el puño para chocarlo con el suyo en
señal de saludo. Él me sonrió y me guiñó un ojo. Mi
compañero no había abandonado su lugar, pues le aseguró
a Caleb que cumpliría mi orden al pie de la letra.
—Isamu te relevará. Ve a descansar —pedí.
—Me lo pides justo hoy que entra de guardia un médico
que se hace el difícil, pero siempre trata de llamar mi
atención.
—Jesús, Ronin. Pareces hermano de Maokko —dije en su
idioma y él rio, encogiéndose de hombros.
—Lo somos, jefa —me recordó. Lo éramos por pertenecer
a la misma orden y reí.
Terminé de entrar a la habitación, sabiendo que se iría a
descansar por mucho que quisiera poner nervioso a ese
médico de guardia, y negué con la cabeza, divertida por las
ocurrencias de mis compañeros.
—Joder, al fin apareces, cariño —exclamó Elliot al verme y
me sentí mal por haberlo abandonado, no estar a su lado
cuando despertó y que encima él me recibiera con
preocupación.
—Perdóname por no haber estado aquí antes —dije y
negó, sonriendo y mostrándome que sus labios habían
recuperado su bonito color.
Los ojos le brillaban y tenía las mejillas sonrosadas como
siempre. Lo abracé con fuerza teniendo el cuidado de no
lastimarlo, y el alivio se asentó en mi ser, pues era increíble
que estuviera recuperándose.
—Estaba muy preocupado por ti. —Enterró el rostro en mi
cuello y me devolvió el abrazo—. Me han dicho lo que pasó
y, a diferencia de mis padres, no creí que te estuvieras
encargando de los asuntos con Gibson, nena.
—No me llames así, por favor. —Elliot se preocupó al
escuchar mi voz llena de súplica y dolor. Intenté alejarme de
él, pero me tomó de la mano.
Vio en mi angustia lo difícil que era para mí que usara ese
apelativo, aunque desconociera del todo la razón.
«Perdóname, nena».
Las ganas de llorar fueron unas perras ante ese recuerdo.
—Hey, cariño, mírame —pidió y me tomó de la barbilla.
Sacudí la cabeza y respiré hondo. No sucumbiría, y menos
permitiría que él me animara a mí, cuando yo no estuve a
su lado en todo ese tiempo.
—¿Cómo te sientes? —Entrecerró los ojos, pero entendió
que no necesitaba hablar de nada que tuviera que ver con
Jacob.
—Mejor. Ya camino sin problema y esta tarde me voy al
apartamento. Así que espero que mi venganza llegue
pronto. —Me tensé al escucharlo—. Sombra se aprovechó de
mi distracción, Isa, y se lo voy a cobrar. —Fruncí el ceño.
—¿Qué distracción? —pregunté y me observó serio, sin
dejarme ver ninguna emoción.
—Hey, hola, chicos. —Ambos nos giramos hacia esa voz
femenina.
Se trataba de Alice, quien entró sin tocar, interrumpiendo
esa charla que teníamos. Le regaló una sonrisa tierna a
Elliot y se acercó a él. Le dio un beso en la mejilla al ojiazul
y luego limpió el labial que le dejó marcado, un gesto que
me pareció más una caricia.
Alcé una ceja por la intimidad que ella demostraba y me
crucé de brazos, alejándome unos pasos para observarlos,
conteniendo una sonrisa y negando levemente con la
cabeza. Por supuesto que lo que le dije en el jet se estaba
cumpliendo: su dolor pasaría en los brazos de una rubia. Y
Elliot notó que estaba pensando en eso cuando me dedicó
una mirada fugaz y el fantasma de su sonrisa no se
escondió tan bien como la mía.
—¿Cómo te sientes hoy? —La dulzura en la voz de esa
chica era realmente empalagosa para mi gusto.
Pero me reservé cualquier tipo de gesto sarcástico o
comentario en cuanto Elliot me miró de nuevo, y luego a
ella. No sé si estaba cotejando las enormes diferencias entre
ambas, cosa que no era necesaria, ya que a pesar de mis
momentos románticos cuando fuimos novios, jamás llegué a
ese nivel.
—Mucho mejor ahora que he dejado de preocuparme por
Isa. —La tensión en el cuerpo de Alice me hizo entender que
no le gustó del todo esa respuesta.
Y no estaba segura si se debía a lo que le hice en Grig, o
por los celos de que, incluso siendo solo amigos, Elliot
siguiera demostrando que le daba demasiada importancia a
todo lo que tuviera que ver conmigo, sin importarle si a ella
le dolería que soltara esa verdad.
«¡Oooh! Y era probable que la chica ignorara lo que
hicieron en California, porque de saberlo, ya te hubiera
devuelto la estrangulación».
Como si eso fuera fácil.
«Para ella, por supuesto que no. Pero no podías decir lo
mismo de cierto chico que parecía tener cierto fetiche con
usar sus manos como collar sobre ti».
Carraspeé ante esa murmuración y Alice me miró.
—¿Y tu novio? —pregunté sin pensarlo.
—Ya no estoy con él. —La respuesta tomó por sorpresa a
Elliot, así que deduje que era posible que Alice hubiera
terminado su relación luego del atentado hacia él.
—¿Por qué? Si parecían estar muy bien. —Elliot hizo ese
comentario con mucho desinterés.
O al menos fingió que le daba igual si ella seguía con su
novio o no, algo que a Alice le golpeó el orgullo, y rodé los
ojos con fastidio ante lo hijos de puta que a los hombres les
encantaba ser con chicas que demostraban demasiado
interés en ellos. Y podía jurar que Elliot no actuó así porque
yo estuviera ahí, o porque siguiera sintiendo más por mí,
esa era su esencia, la que los demás veían.
Menos yo, hasta ese momento.
—Todavía estás a tiempo de volver con él. No lo conozco
ni sé cómo era su relación, pero… —Dejé de hablar porque
mi móvil sonó con una llamada entrante, y cuando miré la
pantalla quebrada, distinguí las iniciales con las que registré
a Sombra—. Mierda —susurré solo para mí.
Elliot me estaba observando con el ceño fruncido y no
supe si era por lo que estaba a punto de decirle a Alice, o
porque notó mi tensión al saber quién me interrumpió. Alcé
la mano para pedirles un momento y caminé hacia la
ventana de la habitación que me daría el espacio suficiente
para que no me escucharan.
Alice carraspeó para que la atención de Elliot estuviera
solo en ella y me llevé el móvil a la oreja.
—Vienes ahora mismo al club, o voy a ese jodido hospital
y me deshago de la mierda que te hace ir allí.
Lo que me faltaba.
—La próxima vez, sé más inteligente y evita amenazarme
para que me digne a no hacerte esperar —recomendé en
voz baja, manteniéndome tranquila e incluso sonriendo para
que los chicos no notaran nada raro.
—Bella, no estoy jugando.
—Ni yo. Recuerda que no soy tu perrita faldera y menos
parte de tus lacayos, así que no me tientes más, ya que
traigo atorada mucha frustración e ira y te aseguro que no
te gustará ser el receptor de todo ello.
—¡Joder! —gruñó.
—Nos vemos en un rato, senador. Atenderé lo importante
primero —me despedí, alzando la voz y siendo demasiado
amable.
«Bien decían que los hombres pudieron haber descubierto
el fuego, pero solo las suicidas como tú se atrevieron a jugar
con él».
Mi sonrisa creció ante la voz sardónica de mi conciencia. Y
así como prometí, primero me ocupé de lo importante,
aunque me despedí de Elliot tras esa llamada, asegurándole
que me reuniría con Gibson, solo porque la tensión entre él
y Alice comenzó a ahogarme y preferí darles espacio para
que hablaran lo que tuvieran que hablar.
En su lugar, le pedí a Isamu que estuviera muy pendiente
de lo que sucedía. Y cuando le dije que iría a verme con
Sombra, trató de convencerme para que alguien más
cuidara a Elliot, pero si no era él o Ronin, no cedería. Y dado
que al pobre Ronin le urgía un descanso a pesar de su deseo
por ver al médico, Isamu tuvo que conformarse con mi
orden.
—Me llevaré a Maokko y a Max. Salike se irá con Caleb y
Dom para el cuartel —añadí.
El rubio se encargaría de hablar con los demás chicos
para preparar una reunión, que de verdad se haría con el
senador, con respecto a sacar a su familia del país. Y dado
que seguían confundiendo a Salike conmigo, me resultaba
conveniente que se marchara con él y Dom mientras yo me
ocupaba de don posesivo.
Partimos hacia Rouge una hora después, y no me tardé
solo porque quise, sino porque recibí una llamada de Myles
y Eleanor. Lee-Ang los acompañaba. Los tres querían
comprobar que estuviera bien, puesto que se enteraron de
lo sucedido y, aunque les dolió, también me aseguraron que
procedí como se debía.
Bueno, Eleanor se reservó su comentario, ya que ella
nunca estaría de acuerdo con lo que hacíamos. Aunque eso
no impedía que apoyara a su marido en lo que era
requerido. Y Lee-Ang siempre me apoyaba como mi
compañera y amiga.
—Es extraño que esta vez no luzcas tan emocionada de
acompañarme —comenté al ver a Maokko tranquila.
—Así te cueste creerlo, tengo mi orgullo.
—Sí que me cuesta. —Me miró con los ojos entrecerrados
y me encogí de hombros.
Max se estacionó en la parte delantera de Rouge para
pasar por simples visitantes del lugar, y le pedí que nos
esperara y avisara por si veía algo sospechoso. Bajamos del
coche junto a Maokko, confiadas de que Sombra me hubiera
pedido vernos ahí porque ya se había asegurado de que no
corríamos ningún peligro.
Justo al llegar a la acera, encontré a Darius, y me asusté
al verle el rostro lleno de moretones y la ceja con algunos
puntos de sutura.
—¿Darius? ¿Pero qué te ha pasado, hombre? —preguntó
Maokko, tan sorprendida como yo.
—¿Estás bien? —Di un paso hacia él enseguida de hacer
esa pregunta.
—¡Alto ahí, pequeña dinamita! —Me detuve de una y alcé
las cejas por su petición y manera de llamarme—. Sombra
debe estarnos observando y prefiero sanarme primero de
estos —Se señaló el rostro con los pulgares— antes de irme
a otros rounds con él.
—¡Demonios! ¿No me digas que Isa es la causa de que
luzcas como un chico malo, sexi, problemático y más
follable? —Habría fulminado a Maokko con la mirada si no
hubiera sentido mi corazón acelerado y la garganta reseca.
—Realmente me gustas, ¿sabes? —le dijo él.
—¿Tanto como para que pronuncies bien mi nombre?
—Maokko suena sexi.
—Quien lo porta lo es más —aseguró ella.
—¿Qué fue lo que hice? —dije interrumpiendo a la abeja
reina antes de que se desnudara para confirmarle ese punto
a Darius.
Él me miró con la boca torcida, en lo que parecía ser una
oscura diversión.
—Provocarme para que cumpliera la promesa que te hice
—soltó en tono burlón—. Y lo hiciste de una manera que me
costó despreciar.
—¡Jesús! ¿Se te desnudó? —La emoción de Maokko fue
descarada, mientras que yo quería que la tierra se abriera y
me tragara.
—Me fue imposible resistirme, y lo siento mucho, Bella.
Actué mal sabiendo que tú estabas drogada, pero no es fácil
decirle que no a un sueño hecho realidad.
—¡Dios mío! —exclamé y deseé sentarme en cuanto mis
piernas temblaron como si fueran de gelatina—. ¿Tú y yo...?
—No sabía ni cómo formular la pregunta.
—¿Quieres saber si te hice el amor? —preguntó con la
travesura implícita en el tono usado y tragué con dificultad.
¡Jesús! ¿Tan perra había sido?
«¡Ja! Ojalá y sí, que mucha falta te hacía».
Negué ante mis estúpidos pensamientos y deseé darle un
golpe en la cabeza a Maokko para que dejara de reír como
estúpida.
—No lo logramos. —Sentí que el pecho se me desinfló al
soltar el aire tenso y luego se me infló con alivio puro—.
Sombra nos interrumpió y ya te imaginarás cómo se puso
todo —añadió señalando su rostro.
—¡Mierda! ¿Por qué Salike no me pidió relevo desde ayer?
—se quejó la asiática.
—Lo siento tanto, Darius —pedí llena de vergüenza. Y no
solo por lo que provoqué, sino también por llevar conmigo a
esa pequeña mierda sin filtros.
—No te preocupes, Bella. Ya necesitaba algo de acción de
ese tipo, así que te lo agradezco. —Me tapé la boca con
ambas manos, riendo de vergüenza, nerviosismo e
incredulidad—. Y ojalá y te animes a provocarme de nuevo,
pero ya en tus cinco —bromeó o eso creí que hacía—. Las
veo luego, preciosas, tengo que reportarme con Lía. Y ya
voy tarde.
—¿Con Lía? —murmuré extrañada.
Isamu no había conseguido averiguar mucho sobre
Darius, ni siquiera su apellido, y mi compañero sospechó
que al tipo lo protegía alguien con el poder de Lucius o
David. Y debido a que tuvo que salir de su misión antes de
lo previsto, ya no alcanzó a llegar al final de esa
investigación. Por eso me tomó por sorpresa que dijera que
se reportaría con Lía, haciéndolo parecer como si ella fuera
su jefa, puesto que la chica seguía órdenes de su tío y
padre, no las daba.
Y si a Darius lo protegía alguien con poder, resultaba
extraño que fuera él y no ella quien debía reportarse con el
otro.
—Sí, con Lía. Tengo algunas cosas que hablar con ella —
respondió y me sentí incómoda, aun cuando era consciente
de que él era parte de los Vigilantes—. Tengo una farsa que
mantener, pequeña dinamita —me recordó y, sin esperarlo,
besó mi mejilla. Me cohibió su apodo y me daba miedo
saber el porqué de aquel sobrenombre.
—Sombra nos está observando, ¿cierto? —intuí al ver su
sonrisa de suficiencia. Me guiñó un ojo y después de darle
un beso a Maokko, se dio la vuelta y se marchó.
«Malditos cabrones con ansias de competir por ser el
mejor».
Estábamos de acuerdo en eso.
—Cariño, te dejamos un día y haces que dos titanes casi
se maten —se burló Maokko, enganchando su brazo en el
mío mientras seguimos el camino hacia el interior del club.
—Deja de burlarte, maldita. Pude provocar algo terrible.
—Al menos Elliot sigue con vida. Eso significa que pudiste
haber querido follar con Darius, pero no hablaste demás.
—¡Maldición! Eres una perra. —Quise sonar molesta, pero
terminé riéndome de su señalamiento.
Y también experimenté más alivio porque tenía razón.
Cuando entramos al club, Marcus ya nos estaba
esperando, y de nuevo nos sirvió de guía hacia una oficina
al otro extremo del pasillo que nos llevaba al privado donde
estuve con Sombra antes. Y me dejó sin palabras que esta
vez Maokko se haya comportado frívola con él, y por la
sorpresa que demostró ese moreno tatuado con aspecto de
rudo, tampoco esperaba la actitud de mi amiga.
Luego tendría que amenazarla con algún tipo de tortura
para que me dijera de una buena vez qué pasaba entre
ellos.
—No intenté nada contigo, ¿cierto? —le pregunté cuando
llegamos frente a la puerta y sonrió.
Marcus era muy guapo y atractivo, y realmente deseaba
no haber sido tan perra.
—No estaría vivo de haber sido así —respondió con
diversión y exhalé sin ocultar mi alivio.
Mi caja torácica comenzó a moverse con brusquedad
cuando abrió la puerta para mí y tragué, sintiendo la
garganta como lija. Me excusé con que todavía sentía los
efectos de la droga y la bebida ante el temblor en mi
cuerpo, aunque muy en el fondo admitía que todo era por
los nervios y la expectativa de lo que Sombra iba a decirme.
Y después de lo que Darius confesó, estaba perdiendo las
esperanzas de no haber permitido una traición
imperdonable.
«No volveré a ingerir nada que dañe mi cuerpo, mente y
raciocinio», me prometí.
La tensión era espesa cuando me adentré a la oficina,
incluso se me dificultó respirar. Me llevé las manos hacia los
relicarios colgados en mi cuello y rogué no haber abierto el
mío frente a nadie, mientras estuve sumida en la oscuridad.
—Te tardas por ir a ver ese idiota y cuando llegas aquí, te
entretienes con ese otro hijo de puta. ¿Lo haces solo por el
simple deseo de joderme? —Ese fue el caluroso saludo con
el que Sombra me recibió y no iba a negar que su voz me
intimidó mucho.
Pero también me ayudó al encender mi ira para
deshacerme del nerviosismo.
Había estado mirando por una ventana cuando entré, y al
girarse vi que usaba un pasamontaña con diseño de lobo, y
tenía puestas las mismas lentillas doradas que llevó en
Nauticus.
Estaba más que claro que el tipo se disfrazaba para
intimidar y no solo para proteger su identidad.
«Era un lobo muy sexi».
Ahí iba mi conciencia de nuevo, esa vez vestida de
caperucita.
Sombra caminó hacia mí como si de verdad fuera a
comerme y su fragancia amaderada me golpeó antes que
su cercanía, y no me sentía orgullosa de mi poco
autocontrol ante el efecto que conseguía tener en mí.
—Sabes muy bien que no. Lo hago porque quiero y porque
odio que siempre pretendas imponerme tu voluntad como si
fuera el premio que tanto codicias —espeté y sus ojos
dorados me escanearon, así que me obligué a sostenerle la
mirada—. Yo puedo hablar y ver a quien quiera.
—Es que eso está claro, Bella. También puedes follar con
quien quieras, ¿cierto? —satirizó.
—Igual que tú —me mofé y la tensión en su cuerpo
aumentó.
«Punto para ti, mi perra amiga».
—Nunca dejarás de recordarme lo que pasó con Lía,
¿cierto? —inquirió y rodé mis ojos.
—Si insistes en actuar como mi dueño, sí.
Y con el historial que teníamos de vivir en un tira y afloja
todo el tiempo, lo último que esperé de él fue que me
tomara de la nuca y me llevara hasta su cuerpo para
abrazarme y darme un beso en la coronilla sin quitarse el
pasamontañas. Lo tomé de los laterales de la sudadera y
apreté la tela entre mis manos al sentir que se me cortó la
respiración. Y más cuando me abrazó por el cuello e hizo
que presionara la oreja justo encima de su corazón, lo que
me dejó escuchar sus latidos acelerados.
Y no fue la presión que utilizó, sino el gesto en sí lo que
me dejó sin aire.
—¿Qué hice mientras estuve oscura? —Mi voz sonó
amortiguada por su cuerpo.
—¿Oscura? —Vi un brillo de diversión en sus ojos cuando
me alejó para que lo mirara.
—Se escucha mejor que decir idiota —aclaré y rio.
Me alejé de él y aguardé por su respuesta.
—Intuyo que Darius ya te dijo una parte de lo que
sucedió. —Sentí mis mejillas arder con la reconfirmación de
que el tipo no mintió—. En realidad, solo anoche te
descontrolaste. Pasaste todos estos días en tu apartamento,
bebiendo como si fuese lo más extraordinario del mundo.
Pero ayer te drogaste y, en un descuido que tuve, te
perdiste de mi vista, y cuando te encontré, estabas bajo el
cuerpo de Darius, semidesnuda.
—Mierda —dije llevándome una mano a la cabeza,
deseando haber hecho esa pregunta por teléfono para no
tener que experimentar una resaca moral.
—¿Fuiste a mi apartamento? —pregunté, aunque ya sabía
la respuesta.
Sombra asintió y me odié aún más.
Me restregué el rostro y le di la espalda, dejándole claro
que odié haber permitido que pisara un terreno que siempre
deseé respetar en todos los sentidos. Y para muchos podía
ser absurdo porque merecía seguir adelante, y estaba de
acuerdo con eso. Pero Sombra no era el tipo con el que
seguiría mi vida. Ni siquiera lo había visto sin esa máscara y
tampoco quería hacerlo porque él no era nada serio para
mí.
Solo la pieza que quería seguir moviendo a mi
conveniencia.
—Tan malo es para ti que haya entrado a ese
apartamento —ironizó.
—Y así te parezca poco, lo es, Sombra —aclaré—. Ese
apartamento es uno de los pocos lugares donde guardo mis
mejores recuerdos con Elijah, y ahora no podré revivirlos sin
pensar en ti.
Y ya que no podía leerlo bien, cortesía de su disfraz, no
supe si le molestó o no mi respuesta.
—Pues ya está hecho y tendrás que vivir con eso.
Dormimos juntos en ese apartamento y ya —se mofó con
tanto descaro que deseé golpearlo.
Odiaba que para él fuera algo sin importancia, y aunque
ya lo imaginaba porque me desperté desnuda, la culpa y la
traición se arraigaron más en mí al imaginar que follamos
en la cama que compartí con mi Tinieblo.
Profané un lugar que él siempre cuidó, y comprobé que fui
la única a la que llevó ahí. Elijah pudo haber sido un idiota
mujeriego y, aun así, lo de nosotros haya comenzado como
una venganza, me dio todas sus primeras veces. Las más
importantes según lo que siempre me demostró.
—¿Lo hicimos en su cama? —pregunté con temor y asintió
—. ¡No! —dije con voz lastimera e intenté empujarlo, pero
me tomó de las muñecas—. ¡Tú y yo no pudimos haber
follado en su cama! ¡Es inaudito! ¡Es horrible! —grité.
Intenté zafarme para volver a mi ataque, pero con
agilidad me giró en mi eje y me llevó hasta el escritorio que
estaba a unos pasos de nosotros, inclinándome en él. Di un
golpe sordo con las rodillas en la madera y me presionó el
pecho en la mesa, sin dejar de sostener mis manos por la
espalda.
—No te follé, hice más que eso y es increíble que después
de todo lo que vivimos anoche, solo te preocupe si te tomé
o no en su puta cama —susurró en mi oído con molestia.
Aun así, sentí que rozó la pelvis en mi trasero, y su aliento
cálido traspasó la tela del gorro y me estremeció al chocar
en mi piel—. ¿Tanto te molesta eso, Bella? —preguntó con
sarcasmo.
—No lo entiendes, Sombra —escupí entre dientes—. Y
tampoco me importa si lo haces o no. Y no me molesta. Me
indigna, me frustra, lo odio, me hace sentir asquerosa y una
perra traicionera.
—No parecía así anoche. De hecho, hasta me diste las
gracias —se burló y eso solo aumentó mi frustración.
E imaginé que actuó así porque, a lo mejor, le afectó que
yo reaccionara con tanto repudio a lo que hicimos después
de todo lo que ya habíamos pasado. Y así me sintiera
molesta, era más conmigo misma por permitirle llegar a
tanto. Era mi culpa, no suya.
—¿Qué más te dije? —pregunté rendida.
—¿En serio no recuerdas nada? —Negué en respuesta.
Cuando se aseguró de que no enloquecería, me soltó y dejó
que me irguiera—. No tuvimos sexo —aceptó cuando
recargué las pompas en el borde del escritorio.
—Pero me acabas de decir que… —Lo miré, sintiéndome
desorientada, y por cómo entrecerró los ojos, deduje que
sonreía.
—Te dije que hicimos más que follar porque lo que
vivimos anoche cruzó mis propios límites —explicó y cerré
los ojos un segundo, respirando hondo.
—Te hablé de lo que viví con las chicas —aseguré y su
silencio me lo confirmó. El corazón se me aceleró con las
preguntas que llegaron a mi cabeza y puse una mano en mi
pecho para intentar calmarlo—. Si te dije todo, ¿entonces no
follamos porque sientes…?
—Maldición, Bella. Ni siquiera termines esa pregunta
estúpida —espetó y, aunque alcé la barbilla, sé que él vio en
mis ojos el temor y me tomó de ahí con suavidad—. No
sentiste nada por voluntad y sé que lo comprobaste el día
que entraste en Karma —aseguró, y la piel se me erizó por
la convicción en su voz robotizada, y porque haya notado
eso—. Morí de celos, Pequeña. Odié que lo sedujeras de esa
manera e incluso cuando me provocaste a mí porque viste a
Lía en mi regazo, fui capaz de notar que te produjo asco la
cercanía de esa mierda.
No sabía por qué razón fue, pero sentí alivio y paz al
escucharlo decir eso. Fue como si el hecho de que alguien
más percibiera mi pudor me quitara un enorme peso de
encima.
—Es raro que no recuerde nada de lo que hicimos o dije —
susurré tras carraspear, queriendo dejar ese tema para no
martirizarme—. La primera vez que consumí ese tipo de
droga aluciné lo imposible. Y sí, entiendo que la reacción
pueda ser distinta porque el alucinógeno estaba mezclado
con otro tipo de narcótico, pero me cuesta creer que el
cambio con la que consumí anoche sea tan brusco como
para que haya olvidado todo.
Le tomé la mano para que dejara de sostenerme el rostro,
pero Sombra no estaba dispuesto a dejarme ir y entrelazó
nuestros dedos.
—¿Únicamente olvidaste lo que hiciste anoche? —Negué
con la cabeza de inmediato.
—No recuerdo nada desde que llegué al apartamento
luego de lo de Jacob.
—Entonces no se debe solo al alucinógeno, sino también
al shock por lo que pasó. Tu cerebro de alguna manera se
protegió del cúmulo de emociones fuertes por el que
pasaste —explicó y le encontré la lógica—. ¿Siempre lo
alucinas a él? —Esa pregunta tan repentina me hizo fruncir
el ceño.
—¿Por qué sabes que lo aluciné a él?
—Dijiste lo imposible, así que no es difícil intuir que
alucinaste a LuzBel.
Si su respuesta no hubiera sido rápida, habría dudado.
Pero además de la rapidez, sonó seguro.
—Es la segunda vez que me drogo. Y sí, la primera vez lo
aluciné, pero esto no es algo que vaya a hablar contigo —
aclaré y lo escuché bufar, o sonreír—. Siento mucho mi
comportamiento.
Sus párpados se abrieron más, así que imaginé que lo
sorprendí.
—Isabella, no soy tu padre, ni la persona más ejemplar
para decirte esto. —Me acunó el rostro de nuevo y respiré
hondo—. Pero deja de meterte esa mierda o acabarás muy
mal. Comprendo por qué lo hiciste, mas no olvides que
Jacob fue un traidor y los traidores no merecen que tú te
pongas así.
—Espero que esas palabras nunca jueguen en tu contra —
le advertí y su forma de mirarme cambió por completo.
—Sombra, Lía está aquí. —Marcus nos interrumpió con
ese aviso. Maokko iba a su lado y con la glock en la mano.
—¡Mierda! —bufó Sombra y me puse alerta—. ¡No la dejes
pasar!
—Es tarde, viene con una comisión grande de súbditos y...
—Miró hacia atrás cuando las voces se comenzaron a
escuchar cercanas.
—¿Qué putas estabas haciendo para avisarme hasta
cuando ya la tenemos encima? —espetó Sombra sin alzar la
voz.
Fulminé a Maokko con la mirada haciéndole la misma
pregunta y la maldita cabrona tuvo la osadía de sonreír,
pero supuse que también lo hizo de nervios.
—Ya le he avisado a Max que mantenga la calma, así que
tocará improvisar —me dijo a la vez que me tomó del
hombro.
Me hizo caminar hacia un armario grande que estaba en
la oficina, agradeciendo que tuviera el espacio suficiente
para que ambas cupiéramos.
No nos escondíamos de nadie, pero solo llegamos los tres,
y si Maokko optó por ocultarnos era porque también dedujo
que muchas veces era mejor dar marcha atrás que pecar de
valientes. Y si queríamos salir ilesas, pues el armario sería
un buen refugio.
—¡Hola, cariño! —lo saludó Lía con su voz chillona.
Me tapé la boca y la nariz para que no me escucharan
respirar y, gracias a la luz que se filtraba entre las
separaciones de la madera, vi que Maokko me imitó.
También pude ver cuando Lía llegó frente a Sombra y lo
besó en los labios, por encima del hocico de lobo que
adornaba su pañuelo. Varios Vigilantes más entraron a la
oficina con ella y algo me decía que ellos no eran personas
agradables para Sombra.
—Pensé que estarías con Darius —señaló él,
escuchándose tenso aun con su voz robotizada.
—¡Nah! —Lía hizo un gesto de mano desinteresado al
decir aquello—. No quería hablar con él, así que lo dejé en
casa en cuanto llegó, y me vine hacia aquí para que
pasemos el rato. —Reconocí cierta malicia en su voz.
La chica llevaba el cabello chocolate en ondas sueltas y
un vestido veraniego verde. Sus labios estaban pintados con
labial rojo y los ojos marrones enmarcados con delineador
negro.
—Hemos hablado en muchas ocasiones de esto: no me
gusta que vengas al club —espetó Sombra. Ella se acercó a
él sin importarle lo que le dijo y acarició su rostro. Mi pulso
se aceleró cuando noté sus intenciones de subirle el
pasamontañas. Sombra le tomó la muñeca y la detuvo—. No
estamos solos —masculló entre dientes, y por un momento
creí que le diría que Maokko y yo estábamos ahí, pero con la
mirada señaló a los Vigilantes cerca de la puerta.
«No se escondía solo de ti».
Lo noté.
—Entonces los sacaré a ellos —propuso ella con voz
juguetona.
Sentí un picor en las manos y no me di cuenta hasta ese
instante de que las había empuñado, enterrándome las
uñas en las palmas.
—¡Basta, Lía! Ya hemos hablado mucho de esto —se quejó
él.
—¡Sí, y no entiendo por qué ahora te niegas a mí, cuando
hace unos meses follábamos como unos malditos conejos!
—refutó sin importarle que los otros tipos la oyeran.
Vi la frustración y los nervios en Sombra cuando ella le
reclamó. ¡Demonios! Entonces yo solo había visto una de
esas tantas veces. Maldito hijo de puta.
«Saber eso te molestó, eh».
Más de lo que quería y debía. Y antes de que susurraras
algo más: me molestó porque Sombra asesinó a Caron y
atentó contra Elliot cuando no tenía ningún derecho de
hacerlo. No cuando él follaba con esa idiota.
«Y como unos malditos conejos».
¡Genial!
—Y de verdad espero que no sea por esa estúpida —
continuó Lía con tono amenazante y eso captó más mi
atención y la de Maokko—. Porque si me entero de que
buscaste la manera para estar con ella luego de que la viste
en Karma, si tan solo me doy cuenta de que te atreviste a
susurrar su nombre…, mi promesa se irá a la mierda —
advirtió con tanta seguridad que llegué a creer que ella era
la que lideraba a los Vigilantes— y te arrepentirás, Sombra.
Juro que te arrepentirás, ya que todavía no has visto nada
de mí, ni de lo que soy capaz de hacer cuando me provocan.
—Cálmate —le pidió él en el momento que la chica
comenzó a actuar extraño. La tipa se estaba volviendo loca
y su cara de maniática lo demostraba—. No la he visto, ni
siquiera me he acercado a ella —aseguró, y mi orgullo por
poco me hizo salir del maldito armario, porque era obvio
que hablaban de mí.
—Tenemos un juramento —recordó ella y él asintió—. ¡No
soy estúpida, Sombra! ¡Descubrí que mi hermano la ha
ayudado! —gritó y juré que la respiración de Sombra se
cortó al escucharla.
¿Su hermano? Derek no me ayudó en nada. Y la tipa
estaba más loca de lo que pensé si creía eso.
—¿De qué hablas? —inquirió fingiendo serenidad. Lía
comenzó a reírse como una maniática y mi piel se erizó.
—De que mi maldito hermano me traicionó y fue él quien
ayudó a Isabella White a entrar a Karma. —Mi estómago se
revolvió al oírle decir eso. La simple idea de Derek aliándose
conmigo me daba asco—. Acabo de ordenar que lo maten,
pero antes lo torturaran —avisó con orgullo—. Darius Black
va a conocer el castigo por haberme traicionado.
«¡Oh, maldita mierda!»
Mi corazón se detuvo ante lo último.
Capítulo 32
Nadie es como tú
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Epílogo
Música utilizada:
Agradecimientos
Contenido
[1]
Es la vestimenta tradicional japonesa, aunque en la actualidad se usa casi
exclusivamente en momentos festivos y especiales. El kimono homongi es uno
de los varios tipos que existen.
[2]
En español es un enterizo o mono, una prenda de una pieza con mangas y
piernas y, por lo general, sin cubiertas integrales para pies, manos o cabeza. El
enterizo original es la prenda de una pieza funcional utilizada por los
paracaidistas.
[3]
Es un tipo de arma blanca arrojadiza originaria del Japón medieval. Posee
una gran variedad de formas y estilos, pero predominantemente en forma de
estrella, con filos cortantes y de un tamaño lo bastante pequeño para ocultarlo
con facilidad.
[4]
Tipo de bota, tradicional de Japón.
[5]
Son uno de los tres sistemas de escritura japoneses junto con los silabarios
hiragana y katakana, para los que existen reglas generales a la hora de
combinarlos.
[6]
Es un término japonés usado en varias artes marciales que designa una
clase de grito agudo exhalado durante la ejecución de un ataque.
[7]
El apellido Pride, también significa orgullo en inglés.
[8]
Nombre en inglés que se le da a un grupo de personas que se dedican a
ofender, odiar, y a veces hasta a acosar, a un individuo en especial. En
ocasiones sin razón alguna.
[9]
GBH: Gamahidroxibutirato, es un depresor del sistema nervioso central
que ha adquirido popularidad entre las drogas de abuso. Es conocida como la
droga de fiesta o droga para la violación.
[10]
Siglas en inglés de Identificador de ADN.
[11]
Que la paz esté con ustedes. Saludo tradicional árabe.
[12]
Es una empresa estadounidense que se especializa en alquiler de DVD, Blu-ray, 4K UHD y,
anteriormente, videojuegos a través de quioscos minoristas automatizados. Los quioscos Redbox
cuentan con el color rojo característico de la compañía y están ubicados en tiendas de conveniencia,
restaurantes de comida rápida, tiendas de abarrotes, minoristas masivos y farmacias.
[13]
Mia Khalifa es una exactriz porno, camgirl y celebridad libanesa. Nacida en Beirut.
[14]
Frase del libro TE ESPERARÉ, de la escritora estadounidense Jennifer L. Armentrout.
[15]
La pronunciación de esta abreviación es el nombre de la letra D en inglés:
Di.
[16]
Aquí la conciencia de Isabella hace la referencia a una de las escenas de la película
estadounidense The Sorcerer's Apprentice, que traducida al español lleva por título: El aprendiz de
brujo. Fue estrenada en el 2010 y protagonizada por Nicholas Cage y Jay Baruchel.