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FORMACION HUMANA

EN LA FAMILIA

Educar es preparar para la vida feliz. Esos niños y adolescentes a quienes se


educa hoy, van a gastar mañana -ya profesionales- la tercera parte de su día, al
menos, en el trabajo. Y si no se les forma para ser felices en su actividad profesional,
no es verdad que, en la práctica, esa acción educativa consista en prepararles para
la vida feliz.

Si el principal objetivo es aprender a ser felices -y enseñar es ser felices-, y los


padres no hacen con sus hijos educación para el trabajo, no es verdad que, en la
práctica, se les pueda considerar primeros educadores.

De hecho, a las nuevas generaciones -a los hijos- les educan, en primer lugar,
los padres. No obstante, debe hacerse notar que los padres no son los únicos
educadores de sus hijos. Complementan su acción educativa los profesores, los
colegios, los clubes infantiles y juveniles, etc. Y, en tercer lugar, educan (o deseducan)
la calle, el barrio, el entorno, los medios informativos, los puestos de revistas, los cines,
las carteleras de los cines, la ciudad y el campo, las playas y los montes, etc.

Pero alguien debe coordinar tanta influencia potencialmente educativa -


contraeducativa en bastantes casos, hoy-. Alguien debe dirigir, comprobar, distinguir
entre lo aceptable y lo rechazable. Ese alguien son, naturalmente, los padres.

La familia es el primer ámbito de educación, si los padres se comportan como


primeros responsables -y logran que sus hijos sean los segundos responsables- si los
padres actúan como primeros educadores -y logran que sus hijos sean los segundos
educadores.

Educan los padres, ante todo, con su ejemplo. Con el ejemplo en el modo de
relacionarse con los demás: no critican, saben querer, saben decir a solas y con
delicadeza lo que ven mal, son leales, etc.

Con el ejemplo en su modo de trabajar: un trabajo bien hecho y con afán de


servicio; hablan de lo mejor de su trabajo; aprecian el trabajo ajeno, sin envidias, sin
cerrazón.

Nota técnica elaborada por el Departamento de Desarrollo


Académico de ICAMI en base al libro "Educación para el
trabajo" de Oliveros F. Otero. Editorial EUNSA.
Con el ejemplo como ciudadanos: sus deberes cumplidos; exigidos sus
derechos; nunca indiferentes a los problemas de su micro entorno, de la ciudad, de
la sociedad de hoy, de la humanidad; siempre activamente abiertos a la mejora social.

Con sus ejemplos de vida cristiana, si son bautizados: no un catolicismo "en lo


mínimo"; una relación alegre y confiada, filial, con Dios -filiación divina y mariana-;
amistad con los ángeles, etc.

También educan con optimismo -promotores y buscadores de óptimos en su


acción educativa y en todo, apostando por la grandeza del hombre, pese a sus
miserias-; con su autoridad, correcta y servicialmente ejercida; con su saber directivo
-prudencia, sabiduría-; con sus palabras -sobrias, dosificas, oportunas- y con sus
silencios; con sus objetivos educativos y con los habituales medios de educación
familiar.

PERSONAS EDUCABLES

¿Y a quiénes educan? A personas. No sólo a estudiantes, sino también a futuros


profesionales. No sólo a seres necesitados sino también a seres capaces de aportar.
No sólo a buenos hijos de familia, sino también a futuros miembros de la sociedad.

¿Que será la sociedad mañana? Lo que sean los hijos de hoy. ¿Que harán
los ciudadanos del mañana? Lo que hayan aprendido en su convivencia familiar y en
su convivencia escolar. ¿Que harán los profesionales del mañana? Lo que hayan
aprendido hoy, como hijos, en la familia en cuanto a escuela de trabajo.

Luego, los objetivos educativos, en el ámbito familiar y desde él, deben ser
pensados para personas, con la dignidad y con la irrepetibilidad que les caracteriza.

Pero, a veces, al entrevistar a padres, se advierte su dificultad para pensar estos


objetivos de educación familiar.

¿Qué hacer? Tal vez les resulte muy práctico pararse a pensar en el hijo como
persona, como ser humano. Si el hijo es un ser que piensa y hace, convendrá:

1. Enseñarle a pensar;
2. Enseñarle a realimentar el pensamiento con la información;
3. Enseñarle a informarse (distinguir entre información de calidad, anodina y
reductora);
4. Enseñarle a decidir;
5. Enseñarle a hacer, como realización de lo decidido (por él o por otros).

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Si el hijo es un ser capaz de saber y de querer, convendría:

6. Enseñarle a ver, a darse cuenta, a hacerse cargo de lo que sucede, de las


opciones entre las que se puede elegir, etc.;

7. Enseñarle a convivir en la verdad (no en la mentira ni en la ambigüedad);

8. Enseñarle a hacer el bien, a hacer obras buenas, a hacer algo bueno en favor de
otros;
9. Enseñarle a poner orden dentro de sí mismo, a organizarse, a establecer
prioridades en su querer y en su hacer.

10. Enseñarle a buscar la verdad, a amar la verdad, a vivir la honradez;

11. Enseñarle a vivir como ser creado, a no creerse autosuficiente;

12. Enseñarle a querer a los demás, a quererlos mejores, a ayudarlos a ser mejores.

Si el hijo es una persona, es decir, un centro de intimidad y de apertura,


convendría:

13. Enseñarle a cultivar su intimidad, aceptando o rechazando, según criterios rectos


y verdaderos, ideas, costumbres, ayudas, etc.;

14. Enseñarle a abrirse, expresándose bien, escuchando, prestando sus mejores


servicios, sabiendo dar y recibir, etc.

Si el hijo ha de crecer como persona, tendiendo a la madurez humana,


convendría:

15. Enseñarle a vivir armónicamente las virtudes humanas, a saber, la sinceridad, la


generosidad, la reciedumbre, la laboriosidad, la sobriedad, etc.;

16. Enseñarle a distinguir, por las luces de la razón y las lecciones de la experiencia,
entre lo esencial y lo accesorio, y a vivir de acuerdo con esa distinción.

Si el hijo, como persona, ha de prepararse para la vida feliz, que eso es la


educación, convendría;

17. Enseñarle a ser responsablemente libre, superando ignorancias, perezas,


cobardías y egoísmos, y a ser culto, desde el fundamento natural de su libertad,
evitando la tiranía de las subculturas;

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18. Enseñarle a ser feliz, también en el dolor, evitando la tiranía del hedonismo.

Si el hijo ha venido a la vida en el seno de una familia cristiana y, por tanto, ha


sido bautizado convendría (no como un hecho aislado, sino relacionado con todos
los demás aspectos, dándoles una nueva dimensión):

19. Enseñarle a ser imagen viva de Dios, viviendo con todas sus consecuencias la
filiación divina y la filiación mariana.

Y finalmente, por ser el hijo niño o niña, varón o mujer, convendría:

20. Enseñarle a vivir su virilidad o su feminidad, respectivamente, ayudándole a


desarrollar sus mejores cualidades. Debería destacarse, sobre todo, la importancia
de la educación de la feminidad en la mujer, hoy.

¿Y LOS MEDIOS?

He aquí veinte objetivos educativos que pueden concretarse más o menos en cada
hogar. Veinte objetivos que reclaman, para no quedarse en sueños, los correspondientes
medios.

Los medios son los habituales en la vida familiar: ejemplo, autoridad,


motivación, una casa agradable y bien distribuida -para convivir y para aislarse un
poco-, unos encargos bien pensados para cada uno, unas tertulias familiares, unas
conversaciones privadas con cada hijo, unas excursiones familiares, un tiempo de
vacaciones responsablemente gastado (también para que los hijos tomen contacto
con el mundo del trabajo), un selecto ambiente de lecturas, una serie de alternativas
en el hogar (no sólo televisión), etc.

Y así, los padres -con la ayuda de los colegios, de los clubs, de otras
instituciones culturales y deportivas, de la vecindad, etc. -enseñarán a sus hijos a ser
buenos hijos, buenos hermanos, buenos trabajadores, buenos vecinos, y -si bautizados-
buenos cristianos (sin olvidar, repito, que esto supone todo lo anterior, dándole una
nueva dimensión).

Los padres necesitarán confiar y prever para aceptar y aprovechar lo bueno


de cada complemento, de cada ambiente. Y para rechazar y contrarrestar todo
aquello que genere confusión, irresponsabilidad y masificación en la vida de sus hijos.

Realmente, quizá nunca hubo tantas dificultades ambientales para educar a los
hijos -dificultades potenciadas por la complicidad y por la moda. Ni tampoco
tuvieron jamás a su alcance los padres tantas ayudas. El quid está en saber
aprovecharlas.

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