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Cátedra Santos

Horst Bredekamp en dos charlas con Ulrich Raulff

Actuar en lo simbólico
Estrategias de empoderamiento, política del cuerpo y las estrategias imaginales de la guerra

[“Horst Bredekamp in zwei Gesprächen mit Ulrich Raulff*. Handeln im Symbolischen


Ermächtigungsstrategien, Körperpolitik und die Bildstrategien des Krieges”,
en Kritische Berichte, año 33, 2005, Nº1, pp. 5-11. Trad. Felisa Santos].

Raulff: ¿Qué piensa del actual debate acerca de la importancia de las imágenes?

Bredekamp: La discusión es llevada ante todo en el campo de la teoría de los medios y en eso
radica su fuerza pero también su ceguera. Cuando se habla de una política de la imagen,
entonces en relación a un marco complejo, esto activa todos los medios de la imagen, también
los pre-modernos.

Raulff: Pero la tesis de Virilio del periodista “colocado”, ¿no ofrece nueva evidencia de que la
guerra y el cine están en esencia emparentados?

Bredekamp: En estos días puede leerse de nuevo en Virilio que las imágenes, y
particularmente las imágenes de guerra, mienten: que no tienen ningún contenido de verdad
respecto de la substancia que parecen reflejar. Es una constatación, de que la esencia de la
imagen no está a la altura porque está cargada de expectativas incumplibles. Naturalmente
una guerra con su olor, con su dolor no puede ser puesta en imágenes adecuadamente. Por
eso los periodistas que acompañan actúan ya son conscientes de retrucar la crítica de la
imagen. Después de la guerra simulada como se afirma que es la primera Guerra del Golfo –me
acuerdo de las palabras del general Schwarzkopff: “We have long been waiting for the video
game generation, now here they are” – después de la ilusión, que una guerra simulada puede
ser sostenida y reproducida, tenemos ahora que vérnosla con estrategas, que experimentan
una representación tal como desagradable. Lo que ahora se intenta es una retirada del
resplandor traicionero de la simulación por el brillo de una auténtica participación –con su
polvo, su barro pero también la embriaguez del nadar por el mar del desierto nocturno. Hay
ciertos intereses políticos, también intereses filosóficos por parte de los straussianos…

Raulff: … ¿seguidores del filósofo Leo Strauss?

Bredekamp: … sí, Leo Straussianos que al parecer para la nueva Guerra del Golfo han pensado
una nueva estrategia de imagen, a saber, producir mediante el periodista que acompaña un
aparente luchar con que puede contagiarse del heroísmo del viaje nocturno por el desierto y
del combate y con eso puede volver a llevar a una situación altamente tecnológica al
combatiente solitario heroico. Esto es lo contrario de lo que ha sido la dirección de la imagen
convenida en la primera Guerra del Golfo. Aquí diferentes objetivos políticos y filosóficos se
han vuelto imagen.

Raulff: Pero, ¿eso es típicamente straussiano? ¿No experimentamos el regreso de un tipo a la


Ernst Jünger?

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Bredekamp: Es un Strauss enfáticamente implementado y banalizado. Decisivo es aquí al


parecer la reflexión fundamental de que una sociedad que hace discursos y que se distrae no
es capaz de una autodefensa fundamental. Este era el análisis de Carl Schmitt como también
de Strauss de las postrimerías de la democracia de Weimar. Esta doctrina ha transmitido
Strauss en los Estados Unidos pasando por dos generaciones de teóricos políticos. Es parte de
las peculiares volteretas de la historia política de los dogmas, que los Estados Unidos
implementen elementos actuales de una teoría que fue ideada ante la amenaza de la
democracia de la República de Weimer. El campo de la teoría de los medios tiene así un efecto
que la sociedad de la televisión considera como imagen de una democracia moderna, que al
mismo tiempo es menospreciado por los straussianos y utilizado virtuosamente.

Raulff: En otras palabras, ¿ante Bagdad, también se dejan de lado el deconstructivismo y el


postestructuralismo a favor del straussismo?

Bredekamp: Así me parece. Pueda que sea una construcción salvaje pero está en consonancia
con los discursos para nosotros intolerables acerca del sacrificio en una situación de
autodefensa, con la para nosotros francamente desagradable alocución que Bush sostuvo ante
la academia militar en Florida. Para nosotros todos los conceptos utilizados allí son
intolerables –pero es comprensible en el trasfondo de un concepto, según el cual la
democracia en su inactividad discursiva y distractiva y al estar lejos de la decisión no está en
condiciones de defenderse y entonces depende para ello de “volver a hacer metafísica” por
razones estratégicas.

Raulff: Pero, ¿la sociedad del entretenimiento no hizo también de la guerra como continuación
de la diversión por otros medios, algo profundamente insoportable? ¿Qué es lo insoportable
de los nuevos conceptos?

Bredekamp: Es insoportable para nosotros que una retórica, que considera como perjudicial a
la democracia se repita en el marco de la defensa de la democracia. Todos esos vocablos como
“sacrificio”, “batalla”, “combatiente solitario” y la militarización general del lenguaje y los
gestos, que en el marco de una metafísica de la autodefensa celebran la resurrección de la
cultura propia, todos son conceptos y modos de comportarse que nosotros nos hemos
prohibido poque tienen algo de inhumano, porque van más allá de la autodeterminación y la
autoconservación del individuo. Por el contrario, los “embedded journalists “ tienen el
objetivo de llevar la vivencia de lucha a un nuevo heroísmo, mediante una presencia
participativa y que acompaña en la lucha. También es una simulación, claro está, pero con el
objetivo de hacerla irreconocible.

Raulff: En el final de su libro acerca del Leviatán de Hobbes, usted insinúa que las imágenes
del 11 de septiembre darán ocasión a nuevas guerras. ¿Dónde ve la relación?

Bredekamp: En la actualidad se habla mucho de la guerra de imágenes; al mismo tiempo se


pasa por alto que hay diferencias fundamentales entre los grados de acuñación de la imagen,
que Thomas Hobbes ha señalado nítidamente. Según él hay imágenes, son las señales de la
memoria, que por consiguiente son “marks” y algunas imágenes, las que se vuelven
indicaciones directas de acción, que son “signs”. “Signs” son las imágenes acuñadas que a lo
largo de una vida nunca se olvidarán e implican una indicación directa de acción, respecto de

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ellas hay mucho que argumentar. “Signos” de este tipo han sido las dos imágenes decisivas de
los últimos dos años: la destrucción de las estatuas de Buda en febrero de 2001 y la caída de
las torres gemelas de Manhattan. Este “sign” ha llevado a cambiar la retórica política en su
conjunto y en última instancia a la re-heroización de la guerra.

Raulff: En este contexto usted usa un concepto, que parece intervenir profundamente en la
cibernética de la democracia tal como las imágenes como medio para hacer propaganda. Se
habla de “direccionar el miedo” a través de las imágenes.

Bredekamp: Es el concepto central del propio Leviatán. En un pasaje del escrito Thomas
Hobbes se refiere a la apariencia del Leviatán, acerca de la cual en el Libro de Job dice que
ante él “el miedo baila”. Es el miedo originario que baila ante los hombres, que más allá de
toda argumentación racional penetra en capas profundas y provoca un proceso que no puede
probarse pero que por eso posiblemente actúa tan enérgicamente. Desde la caída de las torres
gemelas Estados Unidos baila ante el miedo propio al ver que las masas humanas se echan a
correr sumidas en el pánico. Esta es la señal de miedo que profundamente, para admitir su
palabra, ha penetrado en la cibernética de la reflexión política. Estados Unidos es desde la
caída de las torres gemelas una sociedad obsesionada por el miedo que intenta
destraumatizar su miedo.

Raulff: Pero, ¿USA no ha conseguido ya superar su trauma con la campaña de Afganistán?

Bredekamp: Afganistán no estaba en condiciones de “curar” este tipo de herida de Estados


Unidos. Esa victoria era esperable, demasiado poco triunfalista…

Raulff: … sobre todo porque no fue completa, porque no se capturó a Osama bin Laden. ¿Si se
hubiese tomado revancha o se hubiese hecho justicia, las cosas se habrían visto de distinta
manera?

Bredekamp: Puede que sea una idea absurda pero no se encuentra nada en Afganistán
comparable con el brillo de Manhattan. El traumático desplazamiento de Afganistán y Al
Qaeda a Iraq también se debe a esto, que debía derrotarse algo que brillara para experimentar
el triunfo sanador.

Raulff: Es decir, no se trata del cuerpo del criminal, llámese Osama bin Laden o Saddam
Hussein, sino de ojo por ojo, ciudad por ciudad, Nueva York contra Bagdad.

Bredekamp: Es tan insoportable el pensamiento a la vista del dolor de la guerra: se trata de un


desplazamiento traumático. Nunca se puede superar un trauma en el mismo objeto. Esa es la
diferencia para superar el atentado. En los tiempos premodernos el atentado podía ser
“sanado” matando y desmembrando a quien lo ejecutara como en el caso del regicida Damien
descripto por Foucault. Aquí, en cambio, tiene lugar una “superación del trauma” que tiene
que lograrse por un desplazamiento. Para sanar la herida en este cuerpo simbólico se da un
desplazamiento del trauma y si a veces se designaba a Bagdad como capital de Afganistán, era
algo más que una ignorancia geográfica.

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Raulff: ¿Cómo explicarse entonces la simultaneidad de una acción profunda en lo simbólico,


por así decirlo, en la raíz del miedo de lo simbólico, y un discurso racional –el de los
straussianos– que no puede ser más racional?

Bredekamp: Le corresponde a la tercera generación de los straussianos al parecer, tratar los


ataques metafísicamente fundamentados de los enemigos en un plano que está, por su parte,
más allá de la banalidad, por ejemplo, de lo económico. Sólo se puede vencer a las oposiciones
metafísicas a la democracia, esa es su convicción, con sus propias armas. Y dado que la
modernidad ha llevado a cabo una lucha exitosa contra toda metafísica, se tiene que retornar,
por medio del grupo de los Iluminados, fundamentándose en la autodefensa de la democracia,
a una nueva metafísica en el discurso público del miedo.

Raulff: ¿Qué papel desempeñan en las torturas de la prisión de Abu Graib las imágenes?
¿Fueron ellas mismas instrumentos de tortura: así lo hacemos con ustedes, si no hablan –o no
tuvieron ninguna otra función que ser unidades sexuales de valor libremente convertibles?

Bredekamp: Cuando estas imágenes no están ligadas con el objetivo de la tortura, para
conseguir información por la fuerza, no quiere decir que no tengan ninguna función. He
experimentado la entrevista de Klaus Theweleit (SZ del 13 de mayo) como liberadora aún en
su dureza, pero en el punto decisivo como irreflexiva e imprudente. Su argumento es:
mostramos las imágenes, qué se le va a hacer…

Raulff:… pero entonces, ¿de dónde surge la indignación? Pues cualquiera desde hace treinta
años ha visto imágenes comparables en el cine. Sólo que se sabía que es ficción, que es
actuación, que es puesta en escena. Ahora, en cambio, queda claro para cualquiera que
realmente se le corta la cabeza a un pobre hombre joven, que de hecho se apilan prisioneros a
montones…

Bredekamp: ... sí, y estrictamente en eso radica la diferencia: En el momento, en el que se ve a


Judith y la cabeza de Holofernes en la imagen, por ejemplo, de Botticelli o de Caravaggio, no se
piensa en un cuerpo real; más bien el mostrar la cabeza es una acción simbólica. En el fresco
de Lorenzetti de la ayuntamiento de Siena la Justicia tiene una cabeza cortada en la rodilla
derecha y cualquiera sabe que no es ningún hombre real ni ninguna cabeza real, sino la
amenaza de lo que puede sucederle a alguien que cometa un crimen capital. Aquí, por el
contrario es un hombre el que efectivamente ha sido matado para producir esta imagen. No es
ninguna variante de la mostración disuasoria de los símbolos, sino que por el contrario: un
crimen capital se vuelve el símbolo.

Raulff. ¿Y por eso su insistencia en la diferencia entre la imagen y la cosa?

Bredekamp: Sólo después de este acto de separación se puede determinar en qué medida las
imágenes generan la realidad que ellas reproducen. El siempre vuelto a discutir fenómeno de
que las imágenes en ningún caso ilustran pasivamente, sino que reproducen activamente, no
basta para eliminar el núcleo del problema más amplio que aquí se abre. Éste está más bien en
que el “acto de imagen” creador de hechos es tan eficaz como el uso de armas o la dirección de

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los flujos de dinero. Actualmente vemos imágenes que no reproducen la historia sino que la
generan.

Raulff: ¿Cómo se tiene que pensar este “acto de imagen”?

Bredekamp: La teoría visual atomística no ha podido sostenerse en el terreno de la física pero


es útil tener presente su supuesto fundamental, que el ver es sólo una forma peculiar del
tocar. Si las imágenes de la retina al parecer bombardean corporalmente, entonces las
imágenes no son ya, como Hobbes lo había imaginado, cosas separadas; más bien las imágenes
particularmente notables tienen la misma fuerza que las estocadas o los puñetazos. Por lo
tanto se vuelve el objetivo de las decapitaciones el lograr una imagen, que alcance al ojo del
receptor, al acto de imagen, a la política del cuerpo. No mil tiros sino imágenes de los
prisioneros que están sostenidos por correas para perros pueden aún determinar dentro de
cincuenta años la imagen de USA en el mundo árabe.

Raulff: Susan Sontag en su artículo en contra de la tortura en Abu Ghraib (SZ del 24 de mayo)
insiste más bien en el punto de definir a las imágenes como derivadas y a partir de allí llegar a
qué muestran y producen.

Bredekamp: Precisamente en eso radica el límite de su filípica. Ella evita designar a las últimas
semanas como un momento específico de la historia de la imagen, en el que la imagen se
vuelve acto.

Raulff: Pero, ¿dónde está la diferencia en exhibir cabezas cortadas, algo que también se conoce
en otras épocas y en otros círculos culturales? ¿No será que se vuelven imagen en el momento
en el que se los cuelga de un poste y se los expone? ¿No es lo mismo: se corta la cabeza, para
él, es para para poder mostrar ya sea el triunfo, ya sea la intimidación, para hacer una imagen
de él?

Bredekamp: Como dije, la diferencia es que aquí la cabeza se muestra como un trofeo. Si la
cabeza se hacía visible en la imagen era el símbolo derivado de una situación de combate, que
se transforma en el gesto de triunfo del vencedor. Con la fotografía venía la tentación de
utilizar el acto mismo para producir una imagen, su aparente veracidad usa este proceso
inmediatamente y no sólo en un segundo nivel del exhibir triunfal.

En esta segunda línea, que hace del matar mismo un acto de imagen, por consiguiente, que
aparece intencionalmente de manera inmediata a la imagen, el agrupamiento de las montañas
de cuerpos se expone con el objetivo de snapshots triunfalistas de una etapa posterior. Su
punto final provisorio es ultimar norteamericanos con el propósito de generar imágenes.

Raulff: Ahora, cuando usted dice que todo lo que sucede aquí, la cabeza, la tortura, la
humillación, el ejecutar actos sexuales, sucede sólo para volverse imágenes, cuando usted dice
eso todo el beneficio de la violencia el sexo es embolsado por la imagen –¿no argumenta usted
precisamente como aquellos teóricos de los medios a los cuales usted siempre les ha vuelto a
reprochar el haber dejado de lado la realidad de los cuerpos?

Bredekamp: Pienso que no. Estos jueguitos teóricos se han acabado. El problema se plantea
con los autores que no simulan el cuerpo sino que humillan y sacrifican para generar

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imágenes, en un plano completamente distinto. Está la investigación de Kathrin Hoffmann-


Curtius acerca de las imágenes de los ahorcados y ultimados en el frente oriental.

Ella ha mostrado que las ejecuciones en un primer momento seguían principios militares o
criterios de revancha pero después eran utilizadas para producir imágenes, que para aquellos
que habían sido testigos de estas ejecuciones o los que las habían llevado a cabo eran mucho
más que un mero recuerdo.

Tenían el carácter de un amuleto, escudo apotropaico de las propias vidas, entonces, ya que
las imágenes de los ejecutados eran llevadas en la billetera. Es, en las imágenes de las que
hablamos ahora, una mecánica propia, que también es acuñada en medios masivos como
internet, en obra, pero no cabe ninguna duda de que los cuerpos también son usados en la
imagen para documentar por sí mismos su carácter de empoderamiento y escudo.

Raulff: ¿Son los intentos de acceder vía imágenes a la vida palpitante y de asegurarse la propia
sobrevivencia con la muerte de otros?

Bredekamp: Así se tiene que interpretar el acarrear las imágenes de los ejecutados: como el
tipo más bajo de armadura mágica de imágenes ante el miedo cotidiano a ser alcanzado en
cualquier momento y en cualquier lugar por las balas de las emboscadas o por las bombas de
los vehículos.

Raulff: Ese es el vínculo entre miedo, vida, muerte y sobrevida. Es un enlace del pensamiento
mágico. Ahora se hace visible aún otro, el enlace, al parecer “totalmente normal” para la
guerra de la anatomía de la violencia y la anatomía sexual. Nos enteramos de que la violencia
sexual quizás siempre haya sido algo más que un efecto secundario, que es parte de su núcleo.

Bredekamp: Quizás habría que preguntarse qué se necesita para la producción de imágenes
de retrato en el plano de la inversión corporal. Con esto se llega a una línea propia, que de
ninguna manera fortalece la simbolización, sino la corporización de lo simbólico.

En primer lugar están las horas que insume, el modelo se sienta: tiempo de vida que él pone a
disposición. Después sigue el desvestirse, la superación de los límites de la vergüenza en un
marco que se define como asexual, para poder transgredir estos límites de vergüenza. Nunca
era verdad, pero esa era la definición, cuando se desvestían los hombres para ser pintados o
esculpidos.

Desde finales del siglo XV se añade la sección de los muertos, la intervención en el cuerpo para
poder presentar auténticamente un cuerpo en imagen. En un tercer nivel de incremento el
film hace posible fielmente la vivisección simbólica de la historia de Marsias. El siguiente paso
de esta cuestión de “economía de imágenes”, el amontonamiento de cuerpos humanos
significa una tortura psicológica que es puesta en escena en el cuerpo, para poder producir la
imagen.

En la decapitación del norteamericano, finalmente, se elige y se mata un hombre con un fin


determinado, para que pueda hacerse la imagen: un sacrificio filmado. Aun cuando ya no
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podía haber estado con vida, como afirma el servicio secreto norteamericano, se mantiene la
sugestión de este desplazamiento de este acto simbólico a un crimen. Pero es por eso que el
papel del espectador se tergiversa. Dado que el propósito de este crimen radica en contemplar
su imagen, implica su complicidad al mirar voluntariamente.

Raulff: Nos volvemos cómplices por el mero mirar, ¿eso es lo que creen?

Bredekamp: Así es. Si matar a un hombre tiene como propósito poder hacer una imagen de su
muerte, entonces el contemplar esa imagen es inevitablemente un acto de participación. Ya el
valorar público, tan crítico, implica una confirmación. El dilema es que las imágenes,
consecuentemente, nos imponen, nos intercambian a través de ellas. La más efectiva arma
contra ellas, sin embargo, sería el silencio. Esto es mucho más válido en relación a la visión de
las imágenes incriminatorias. Quien intencionalmente las expone, cumplimenta la
determinación del propósito de quienes han matado a esos hombres. Es la consecuencia
inexorable.

 Las dos entrevistas aparecieron en el Süddeutsche Zeitung, bajo el título: “América


baila ante su propio miedo”, el 7 de abril de 2003 y “Somos extraños cómplices. Gestos
de triunfo, estrategias de empoderamiento y política del cuerpo”, el 28 de mayo de
2004. La redacción agradece a Horst Bredekamp y Ulrich Raulff por la amable
autorización para publicarlos. Las dos partes están separadas por el signo *.

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