Está en la página 1de 244

Nota Importante

El presente libro ha llegado ha llegado a ti gracias al esfuerzo


desinteresado de lectores como tú, quienes han traducido y corregido
cada capítulo, por lo que te pedimos que no subas capturas de pantalla
a las redes sociales, ni etiquetes al autor, pues, como tú, nos veríamos
afectados y obligados a dejar de traer increíbles historias en nuestro
hermoso idioma.
También te pedimos que apoyes al autor dejando una reseña en
Goodreads, preferiblemente en inglés y comprando el libro si te es
C. R. GREY

posible.
Por último, se cuidadoso/a al difundir el material que acabas de
adquirir TOTALMENTE gratis.

2
Staff
Moderadora:
Belen
C. R. GREY

Traductoras:
Orion
Shooky
3
Belen

Correctoras:
Yuruichi
Cristal Queen of Deant
Orion

Diseño:
Belen
Contenido
SINOPSIS CAPÍTULO VEINTIDÓS: ISOBEL

CAPÍTULO UNO; ISOBEL CAPÍTULO VEINTITRÉS: ISOBEL

CAPÍTULO DOS: ISOBEL CAPÍTULO VEINTICUATRO: DEAN

CAPÍTULO TRES: DEAN CAPÍTULO VEINTICINCO: ISOBEL

CAPÍTULO CUATRO: DEAN CAPÍTULO VEINTISÉIS: DEAN

CAPÍTULO CINCO: ISOBEL CAPÍTULO VEINTISIETE: ISOBEL


C. R. GREY

CAPÍTULO SEIS: DEAN CAPÍTULO VEINTIOCHO: DEAN

CAPÍTULO SIETE: ISOBEL CAPÍTULO VEINTINUEVE: ISOBEL

CAPÍTULO OCHO: DEAN CAPÍTULO TREINTA: ISOBEL

CAPÍTULO NUEVE: DEAN

CAPÍTULO DIEZ: ISOBEL


CAPÍTULO TREINTA Y UNO: ISOBEL

CAPÍTULO TREINTA Y DOS: DEAN


4
CAPÍTULO ONCE: DEAN CAPÍTULO TREINTA Y TRES: ISOBEL

CAPÍTULO DOCE: ISOBEL CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO: DEAN

CAPÍTULO TRECE: ISOBEL CAPÍTULO TREINTA Y CINCO: DEAN

CAPÍTULO CATORCE: DEAN CAPÍTULO TREINTA Y SEIS: DEAN

CAPÍTULO QUINCE: CAPÍTULO TREINTA Y SIETE: DEAN

CAPÍTULO DIECISÉIS: CAPÍTULO TREINTA Y OCHO: DEAN

CAPÍTULO DIECISIETE: CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE: ISOBEL

CAPÍTULO DIECIOCHO: CAPÍTULO CUARENTA: DEAN

CAPÍTULO DIECINUEVE: CAPÍTULO CUARENTA Y UNO: ISOBEL

CAPÍTULO VEINTE: ISOBEL CAPÍTULO CUARENTA Y DOS: DEAN

CAPÍTULO VEINTIUNO: DEAN EPÍLOGO: ISOBEL


Sinopsis
Ella busca cambiar el mundo. Él busca un nuevo comienzo. ¿Qué
sucede cuando dos personas improbables se cruzan? Un romance
inesperado que deja a ambos, simultáneamente, huyendo y deseando
mucho más.
Isobel, Iz, Powell es la clásica chica buena. Con un
sobresaliente en los estudios, un máster en el horizonte y un plan para
mejorar la vida de los más desfavorecidos. Pero las apariencias
engañan. Iz tiene un oscuro secreto que nadie -ni siquiera su mejor
C. R. GREY

amiga de siempre, Suze- conoce. Lleva bien la vida guardando ese


secreto para sí misma. Hasta que su viaje de chicas a Punta Cana se ve
arruinado, primero por una enfermedad y luego por una ventisca que
suspende todos los vuelos. Es entonces cuando conoce a Dean, el
desastre andante en el que no puede dejar de pensar.
Dean Kennedy necesita empezar de nuevo. La vida no ha sido
5
precisamente amable con él, así que cuando una oportunidad de
trabajo le promete llevarle a cientos de kilómetros de casa, aprovecha
la oportunidad sin pestañear. Sólo hay un problema. Su avión aterriza
de emergencia en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, dejándolo
atrapado sin poder llegar a su trabajo. Está dispuesto a tirar la toalla,
aceptando que su vida nunca mejorará, cuando conoce a Isobel.
Una ventisca y un fallo informático más tarde, Iz y Dean acaban
alojándose en una cabaña de una sola habitación con nada más que
una cama de matrimonio que no tienen más remedio que compartir.
¿Aprenderá Dean a dejar entrar a alguien en su corazón? ¿Encontrará
Iz la fuerza para superar su pasado oculto y volver a amar? Sólo el
tiempo lo dirá en esta historia de amor vacacional independiente y
cercana.
Capítulo Uno: Isobel
Letológica: La incapacidad de recordar una palabra o un nombre
concreto.
Ojalá hubiera una palabra que se pudiera usar cuando se olvida
más que una palabra. Más bien una frase entera. Mejor aún, los
objetivos profesionales completos a largo plazo que has tenido
memorizados desde que tenías doce años. Eso es lo que estoy
experimentando ahora mismo. Conozco la palabra -más bien, la frase-
para olvidar todo el sentido de la ambición y las metas: Trabajo de
C. R. GREY

tesis.
Durante los últimos tres días, he estado mirando un cuaderno
vacío, esperando que las palabras vengan a mí. No es por falta de
intentos que mi cuaderno sigue vacío. En realidad, ha perdido unas
veinte páginas desde que empecé una frase, sólo para romper y
desmenuzar la página antes de tirarla a la papelera casi desbordada
que hay junto a mi cama.
¿Por qué escribir un trabajo de tesis con un bolígrafo y un papel
6
como un escritor de la vieja escuela? Eso fue por sugerencia de mi
compañera de piso y mejor amiga, Suzanna. Ella pensaba que mi
portátil me distraía demasiado, ya sabes, con la World Wide Web
tentándome a comprar artículos de decoración innecesarios para
amueblar nuestro mini apartamento de dos habitaciones o un nuevo
traje de baño para nuestro próximo viaje a Punta Cana, pero Suze
estaba equivocada. A diferencia de ella, a mí no me gusta pasar las
horas navegando por Instagram o por cualquier sitio de compras en
línea del que ella hable maravillas este mes. De hecho, soy bastante
minimalista y prefiero no gastar mi dinero en cosas sin sentido que
Mark Zuckerberg cree que quiero.
Prefiero dedicar mi tiempo a investigar qué empresas coinciden
con mi aspiración de alimentar al mundo. Está claro que me estoy
adelantando porque, si no consigo presentar este maldito trabajo de
tesis -que en realidad es más bien un ensayo personal- en las próximas
semanas, puedo despedirme de mis sueños de salvar el mundo.
Lo más extraño es que, en cualquier otro momento, no tengo
ningún problema en cotorrear durante horas sobre mis esperanzas, mis
sueños y todas las formas en que voy a utilizar mi experiencia en
programación. Pero ahora, con un cuaderno en blanco delante de mí y
un bolígrafo casi sin tinta metido en la espiral de mi cuaderno, no puedo
recordar ni una sola idea que haya tenido. Lo único en lo que puedo
pensar es en el tema del ensayo que me persigue cada segundo de mi
vida.
Escribe sobre un problema que desees resolver en tu vida. Explica su
C. R. GREY

importancia para ti y qué pasos piensas dar para resolver dicho


problema.
Bastante fácil, ¿verdad? No podría estar más equivocada.
Mick, mi otro compañero de cuarto, es un artista. Creo que pinta
cuadros, pero honestamente no tengo ni idea. Nunca he visto sus obras
de arte. De todos modos, dice que esto es el bloqueo del escritor. Le 7
tomo la palabra porque no he experimentado nada parecido en mi
vida. Claro, escribo todo el día, pero escribir el mismo código una y otra
vez en un nuevo programa cada trimestre no deja lugar a bloqueos
creativos.
Durante los últimos dos años y medio, he trabajado en iBotics, una
empresa de inteligencia artificial con la misión de crear soluciones a
problemas globales. Lo que me atrajo de esta empresa es su dedicación
a las soluciones alimentarias en todo el mundo. Cuando conseguí el
trabajo, pensé que estaba en el camino correcto para dejar una huella
positiva en el mundo, pero vaya si me equivoqué.
En dos años y medio, iBotics ha estado llena de fallos y fracasos del
programa, de ahí que haya un nuevo programa cada dos meses. Se
redujo el tamaño de la hermosa oficina con vistas a Back Cove y con
cerca de 500 empleados que, a primera vista, suponía una amenaza
para otras empresas tecnológicas de Silicon Valley y Nueva York, a una
mísera oficina compartida con poco más de 100 empleados. La única
razón por la que me mantuvieron fue porque todavía tengo un puesto
de principiante, lo que significa que podían pagarme una fracción de lo
que ganan los programadores senior.
Estoy segura de que cuando me llevaron a mi nuevo escritorio en el
sótano sin ventanas y no me quejé, supieron que habían tomado la
decisión correcta. No hace falta decir que ese día, hace poco más de
dieciocho meses, fue cuando solicité el ingreso a la escuela de posgrado
en línea. La estúpida de mí pensó que entrar en la escuela de posgrado
sería la parte más difícil. No sabía que el verdadero reto era plasmar en
papel mis deseos de alimentar a los hambrientos.
Ohhh, el deseo de alimentar a los hambrientos. Anota eso. Al menos
es un comienzo. Sabiendo que este "avance" abandonará mi cerebro en
C. R. GREY

dos segundos, saco mi teléfono del bolsillo, abro la aplicación Notas y


escribo ALIMENTAR AL HAMBRE en mayúsculas. Es una pequeña
victoria, pero acepto cualquier inspiración que pueda conseguir.
Incluso con el cambio de oficina, mi apartamento no está lejos del
trabajo. Sólo un paseo de quince minutos. Aunque estemos en pleno
febrero, no me importa. Me da la oportunidad de pensar. En el
8
periódico. En cómo será el próximo capítulo de mi vida. El paseo
siempre parece más corto de lo que es. Antes de darme cuenta, estoy
empujando la puerta del apartamento, lista para abordar unos cuantos
párrafos antes de mi vuelo... eso es, hasta que echo un vistazo a Suze.
Como auténtica descendiente de irlandeses, su piel es cremosa y
está salpicada de pecas por todo el cuerpo. Hace años que domina el
manejo de su melena rizada, que me recuerda a la chica de Brave1. Lo
que quiero decir es que su piel es impecable, su pelo siempre está
perfectamente peinado y se viste como si el amor de su vida estuviera a
punto de entrar por la puerta en cualquier momento. Pero hoy, Suze
tiene el mismo aspecto que yo: pálida, sucia y desaliñada.
Suze está hecha un ovillo en el sofá con el pelo revuelto sobre la
cabeza y, ¿lo está? Sí, lo está. Lleva la sudadera extragrande de USM
que me regalaron en mi primer año de universidad y un par de mis
pantalones de chándal holgados.

1 Se refiere a Merida, la protagonista de Brave o, traducido, Valiente. Es una película de Disney.


―¡Jesucristo, Suze! ¿Qué te ha pasado?
En todos los años que conozco a Suze, nunca la he visto en joggers,
y mucho menos en sudaderas. Aunque su sentido de la moda no es tan
preocupante como el color verde apagado de su piel. Al tocar su frente,
la siento caliente y húmeda al tacto.
―Suze, estás como a un millón de grados ―Apenas si logra
responder con un gemido―. ¿Fue algo que comiste? ¿Necesitas ir al
hospital?
―No te preocupes ―dice Mick, entrando en la habitación
compartida con uno de nuestros cubos de vómito. Pone el cubo junto al
C. R. GREY

sofá a tiempo para que Suze se incline y vacíe el contenido de su


estómago, lo que supongo que no es la primera vez hoy. Salto hacia
atrás justo a tiempo para evitar cualquier salpicadura―. Tiene gripe
―dice Mick.
―Lo siento mucho, Iz ―gime Suze una vez que el cubo está lleno y
ha dejado de jadear―. He arruinado todo. No hay manera de que
pueda subir a un avión. 9
Internamente, doy volteretas. Nunca quise ir a este tardío viaje de
cumpleaños a Punta Cana. Suze me convenció de acompañarla
diciendo que febrero es el mejor momento para ir, e invocó la cláusula
de la mejor amiga que dice que tengo que apoyarla en su última
ruptura. Aparentemente, dejar a Rodger o Ronnie, o como quiera que se
llame, no llevaba ni dos meses de relación, y eso significaba volar 1.700
millas hasta una isla en pleno invierno.
Cuando todavía no estaba de acuerdo, sacó la carta de "un último
hurra" antes de que me mudara inevitablemente a otra ciudad, lo que
nos llevó a tener códigos postales diferentes por primera vez en más de
cinco años. Al principio me negué. Pero cuanto más me hablaba del
viaje, más atractivo me parecía. Finalmente cedí y acepté ir.
Sin embargo, ahora que mi compañera de viaje y la razón por la
que estamos haciendo este viaje no puede acompañarme, parece
como si acabara de ganar un billete de ida para mantener los pies
firmemente en el suelo y en Portland.
Externamente, pongo una cara de puchero para disimular mi
emoción.
―Oh, no ―gimoteo un poco demasiado falso, así que me retraigo
de la teatralidad―. ¿Segura que no puedes hacerlo? ―La cara atómica
de vómito de Suze me mira con ojos inexpresivos―. Bien, bien.
Pregunta tonta. ¿Pero qué hacemos? ¿Debo llamar al centro turístico o
algo así y cancelar?
―¡No! ¡No hagas eso!
Suze se lanza hacia delante como si estuviera a punto de saltar del
sofá, y sólo se mueve un par de centímetros antes de desplomarse,
C. R. GREY

completamente agotada.
―Suze, tienes gripe. Tú misma lo has dicho. No puedes subir a un
avión. Tenemos que hacerles saber que no vamos a ir. Tenemos un
seguro de viaje, así que debería cubrir todo por algo así. No te 10
preocupes.
Me dirijo a mi ordenador portátil, que está en la mesa de la cocina,
para buscar la información sobre los vuelos y los complejos turísticos.
Voy por la mitad cuando las palabras de Suze me detienen en seco.
―Quiero que vayas sin mí.
Utilizo mi dedo como un improvisado hisopo para asegurarme de
que la he oído bien. Cuando todavía no estoy del todo convencida, la
hago repetirlo.
―¿Tú qué?
―Sé que me has oído. He dicho que quiero que vayas sin mí.
―¿Por qué demonios iba a ir a Punta Cana sin ti?
―Porque lo necesitas ―dice Mick con el cubo de vómito recién
limpiado en la mano―. Sólo mírate.
―¿Qué se supone que significa eso? ―pregunto con un tono de
voz nervioso.
Mick, ahora en la cocina y secándose las manos recién lavadas,
toma un sorbo de su café, pone los ojos en blanco, suspira y luego
responde como si yo hubiera hecho la pregunta más tonta por segunda
vez esta noche.
―Significa que te ves como una mierda. Estás tan pálida que eres
casi translúcida. Tu pelo no tiene vida y tu piel está apagada. Necesitas
más tiempo al sol y menos tiempo acurrucada en el sótano que llamas
oficina. Tienes poco más de veinte años, por el amor de Dios, y pareces
una madre con dos hijos menores de dos años que no ha dormido en
meses.
Me quedo con la boca abierta por un momento antes de que todo
mi cuerpo se apriete. Cruzo los brazos sobre el pecho, aprieto la
mandíbula, incluso enrosco los dedos de los pies. Uno de mis amigos
C. R. GREY

dice que parezco un choque de trenes sin remordimientos.


Cuando Suze y yo conocimos a Mick un mes antes de la 11
graduación, sabía de su costumbre de ser franco con sus pensamientos,
incluso si no son lo que quieres oír. De alguna manera, me las arreglé
para pasar dos años -uno de ellos viviendo juntos- en los que evité sus
opiniones directas. Incluso con mi piel dura, espero por Dios no volver a
estar en el extremo receptor.
―Nena, sabes que lo digo con cariño ―dice, suavizando su tono ―.
Sólo esperaba que te despertaras y te dieras cuenta tú misma sin que
yo tuviera que decirlo.
―No es mi culpa que me hayan metido en el sótano. Al menos
conservé mi trabajo.
―Sabes que tiene razón ―dice Suze.
―Vaya. Eso significa mucho viniendo de ti ahora, Suze. ¿Te has
visto?
Acurrucada sobre sí misma, con los brazos alrededor del
abdomen, la única respuesta de Suze es lanzarme el dedo corazón más
débil de la historia de la humanidad.
―Mi vestuario está bien, muchas gracias.
Mick se acerca y se sienta en el otro extremo del sofá, echa un
vistazo a la posición de Suze, que parece acaba de ser golpeada, y se
traslada a la silla amarilla de respaldo alto que conseguimos en la
venta de bienes de algún epicúreo de la ciudad.
―Para Portland tal vez. Pero esto definitivamente no va a volar en
Cali o Nueva York. Es hora de destacar, Babe. Haz una declaración.
¿Y qué pasa si mi vestuario se compone principalmente de franelas
extragrandes y jerséis de gran tamaño? Me gusta estar cómoda en el
trabajo. Además, mucho de lo que llevo es ropa usada por mi padre.
¿Cómo voy a deshacerme de su ropa? Además, no es que no tenga
ropa más bonita y mejor ajustada para cuando salgo. Pero... estaría
bien destacar un poco en mi nueva ciudad, sea donde sea.
C. R. GREY

―Bueno... tal vez mi vestuario podría beneficiarse de una


actualización.
―Eso sería un comienzo ―gime Suze en el cubo―. Algunos reflejos
serían aún mejores. 12
―¡Oh, cambio de imagen! ―Mick grita.
Me acobardo. Desde la primera vez que nos encontramos, todo lo
que Mick ha hablado es de darme un cambio de imagen. Cada vez,
tengo una excusa. Me estoy dejando crecer el pelo para donarlo. Estoy
tratando de ahorrar dinero para la matrícula. Antes de hoy, siempre
tenía una salida. Me corté el pelo hasta los hombros durante el verano.
Mi último pago de la matrícula fue hace meses. Hoy se me han acabado
las excusas.
―Si va a tomar su avión, no tenemos tiempo para un cambio de
imagen ―dice Suze, haciéndome un rápido guiño.
―Ugh, bien. Pero si no vas a ir al viaje, te voy a hacer un cambio
de imagen esta noche.
Los ojos castaños oscuros de Mick se ponen a la altura de los míos
y me atraviesan el alma. Entonces, ¿cuáles son mis dos opciones? ¿Ir a
Punta Cana sola o hacer que Mick tire toda mi ropa, agote mi tarjeta de
crédito y haga cualquier otra cosa que esté tramando en su cabeza?
Odio decir esto, pero ir a otro país sola es la opción más atractiva.
―Si me veo tan enferma y necesito pasar más tiempo al sol,
entonces supongo que Punta Cana es mi única opción. No hay muchas
oportunidades de sol en Nueva Inglaterra en esta época del año.
Tanto Suze como Mick se alegran, lo que me hace preguntarme si
todo esto del cambio de imagen ha sido una estratagema para que
acepte este viaje, ahora en solitario, en el que han trabajado antes de
llegar a casa. Debería estar enfadada, pero hay una parte de mí que
bulle de ilusión por alejarse de lo que queda de la oficina. Además, ¿una
semana sola? Tendré mucho tiempo para trabajar en mi tesis. ¿Qué es
lo peor que puede pasar?
C. R. GREY

13
Capítulo Dos: Isobel
¿Tiene sentido ducharse antes de subir a un avión? Cualquier otro
día, en absoluto. Pero cuando pasas una hora sentada a dos pies de
distancia de alguien que no para de vaciar el contenido de su
estómago, es un poco necesario. No me siento bien compartiendo todos
esos gérmenes asquerosos y enfermos con todos los demás en mis
múltiples vuelos.
Con un poco menos de una hora antes de ir al aeropuerto, no hay
tiempo suficiente para lavarme el pelo, así que me lo pongo en un moño
C. R. GREY

desordenado en la parte superior de la cabeza mientras los pequeños


mechones alrededor de la línea del cabello cuelgan y se rizan por la
humedad de la ducha. Por ahora, esto tendrá que ser suficiente.
Limpia y satisfecha de haber eliminado los gérmenes de la gripe,
me envuelvo el cuerpo con mi mullida toalla blanca y me dirijo al
dormitorio para añadir mis artículos de ducha a la maleta que tengo 14
sobre la cama. Al meter el neceser de lona en la maleta, un destello rojo
llama mi atención. Es extraño. Creo que no tengo nada rojo. Saco el
objeto extraño y lo sostengo delante de mí, sabiendo inmediatamente
que no he metido en la maleta este vestido ajustado a la cadera. Y
definitivamente no metí este enterizo verde musgo con recortes que
van desde la cadera hasta el pecho.
―Tienes que estar bromeando ―me digo, sacando puñado tras
puñado de ropa de seda, encaje y spandex. Y no me olvido de la
lencería, que no había visto en mi vida. Yo no empaqué esto, pero sé
quién lo hizo―. ¿Qué demonios es esto? ―grito, sosteniendo un surtido
de tangas, bikinis de cuerdas y camisetas de tirantes transparentes.
La atención de Suze y Mick se dirige hacia mí, con arrugas en la
frente. En cuanto ven la ropa que les sacudo, sus rostros se relajan,
apartándose como si les hiciera perder el tiempo.
―Yo no empaqué esto ―digo, entrando en la zona común, por lo
que estoy entre los dos―. De hecho, no he visto nada de esto antes en
mi vida. ¿Dónde está mi ropa?
―Piensa que es parte de tu regalo de cumpleaños atrasado ―dice
Mick moviendo una ceja.
―Realmente no tengo ganas de interpretar tus crípticos mensajes,
Mick. Tengo que irme en unos veinte minutos. Sólo dime dónde está mi
bolsa.
―Esa es tu bolsa ―dice Suze―. Y esa es tu ropa. Hemos
derrochado y te hemos comprado ropa nueva para el viaje.
Considéralo un mini cambio de imagen.
―Ya nos lo agradecerás después ―añade Mick moviendo aún
más las cejas.
C. R. GREY

―¿Intentas echarme un polvo o algo así?


―Lo que tú y un potencial chico de cabaña hagan en la playa por
la noche es cosa suya ―dice Mick―. Estamos aquí para ayudar a
llamar su atención, eso es todo.
―Sí, bueno, lo hago bien por mi cuenta.
―Todos lo sabemos ―dice Suze, señalando débilmente el aire con 15
dos dedos.
―No es lo que quería decir. En absoluto.
―Pero sabes que tengo razón ―dice.
―Eso no viene al caso. La cuestión es que no necesito que ustedes
dos hagan de celestinos y regalen el billete de Suze a Greg o a Dylan o a
cualquiera de sus aburridos amigos con los que han intentado
emparejarme.
―Tendrías mucha suerte de salir con Dylan ―dice Mick, saliendo
en defensa de su amigo―. Es la definición literal de un novio perfecto.
Trabaja sesenta horas a la semana, así que sólo se verán un par de
veces al mes. Pero luego se siente mal, así que te invita a cenas
elegantes y te hace los regalos más bonitos que jamás se hayan visto.
Te lleva a viajes caros de los que todo el mundo estaría celoso, y
entonces te convertirías en una rica y famosa bloguera de viajes y
vivirías feliz para siempre.
―Dios, Mick. ¿Por qué no te casas con él de una vez?
―Psh. Como si no lo hubiera intentado.
―Además ―dice Suze―, sabemos que es mejor no emparejarte
con nuestros amigos. No eres exactamente del "tipo de relación". Los
guardaremos para nuestra próxima compañera de piso, que realmente
aprecia las cosas románticas como los chocolates y las citas con vino y
las comidas caseras por encima de los condones de colores y los paseos
de la vergüenza.
―Uno, grosera ―digo, cruzando los brazos y endureciendo mi
postura―. Dos, ustedes saben que no estoy buscando una relación. No
C. R. GREY

ahora. No pronto. Estoy...


―Centrarte en tu carrera y cambiar el mundo ―gimen al unísono
Suze y Mick.
Mi atención se centra en los dos. ¿No se supone que son mis
amigos y que apoyan mi decisión de permanecer soltera? ¿Ser
independiente y no ser retenida por un tipo? ¿A quién quiero engañar? 16
Suze y Mick son dos de los románticos más desesperados que conozco.
Quieren que todos tengan una relación. Lo juro, creen que el amor es la
forma de resolver la guerra.
―Además ―añade Suze―. Estoy bastante segura de que eso es
una chorrada y sólo una excusa para encubrir la verdadera razón por
la que no quieres salir.
Tengo que quedarme callada. Por mucho que quiera que sea, no se
equivoca.
―Sólo dime que no le has dado tu billete a alguien con la
esperanza de que me haga cambiar de opinión sobre las relaciones
―digo, cambiando rápidamente de tema―. Porque la noticia es que no
va a suceder.
―No, pequeña señorita anti-relación. Ayudé a Suze a devolver su
billete hoy mismo. Estás libre de las maravillosas cadenas del amor.
―Bien, basta de hablar ―dice Suze―. Tienes que ir a vestirte y
coger tu bolsa. El taxi llegará en cualquier momento.
Echo un vistazo al reloj que cuelga de la pared del otro lado de la
habitación y veo que tiene razón. Me alegro de haber perdido el tiempo
justificando mi plan de no sentar nunca la cabeza. Lo extraño es que a
la gente de mi edad se le suele decir que haga lo mismo que yo -no
sentar la cabeza- porque somos muy jóvenes. Pero aquí Suze y Mick
me están reprendiendo por hacer exactamente lo que hacen otras
chicas de mi edad. Lo que sea.
Con el puñado de ropa aún en la mano, vuelvo al dormitorio, lo
meto en la bolsa y añado las cosas de última hora que he reservado.
Cuando faltan unos minutos para que me recoja el taxi, me pongo mi
ropa favorita que no es de trabajo: unos vaqueros de cintura alta, una
C. R. GREY

de mis camisas lisas de cuello en V, unas zapatillas negras y mi


chaqueta de cuero. Al salir, Mick me asegura que cuidará de Suze
mientras yo no esté y que la llevará al hospital si le sube la fiebre. Los
abrazo y los beso, teniendo en cuenta que sólo beso la parte superior de
la cabeza húmeda de Suze, y luego me preparo para la escapada
17
tropical que me espera.
La Ley de Murphy2 es una mierda.
No han pasado ni treinta minutos de mi vuelo de Portland a Nueva
York y el infame pitido provoca una ola de silencio en toda la cabina.
―Señores, les habla su capitán. Lamento informarles que haremos
un aterrizaje de emergencia debido a una ventisca demasiado
peligrosa para volar. Por su seguridad, el control de tráfico aéreo ha
suspendido todos los vuelos hasta nuevo aviso. Les pedimos que
aseguren todas sus pertenencias, se abrochen el cinturón de seguridad
y se preparen para el descenso. Por favor, permanezcan a la espera de
más instrucciones.
Tras el anuncio, hay unos breves segundos en los que se puede oír
caer un alfiler. Entonces, se produce el caos.
―Esto es una puta barbaridad ―grita alguien de la fila de atrás.
―¿Cómo se supone que voy a llegar ahora a la boda de Janet?
―grita una mujer cuatro filas por delante de mí.

2 La ley de Murphy dice que si algo puede salir mal, saldrá mal.
―Más vale que me devuelvan todo el dinero de este vuelo ―grita
el hombre redondo y flácido de mi fila mientras la azafata se acerca
para comprobar que todo está en su sitio―. Juro que no volveré a usar
su aerolínea.
Yo, en cambio, simplemente pongo los ojos en blanco y me maldigo
por haber subido a este vuelo. No tengo que culpar a nadie más que a
mí misma. Y tal vez a Mick... y a Suze, también.
En el momento en que el avión se estaciona en la terminal y se
apaga la luz de ABROCHAR CINTURONES, una turba de pasajeros
enfurecidos se abre paso por el estrecho pasillo hacia la salida. No es
hasta que el avión está casi vacío que pienso en coger mi equipaje de
C. R. GREY

mano y entrar en el aeropuerto. No sé por qué me sorprende, pero ver


a cientos de personas agolpadas en tres mostradores de un aeropuerto
demasiado pequeño no es lo que esperaba.
Teniendo en cuenta el tamaño del aeropuerto, dudo que se vea
tanta gente en una semana, y mucho menos de una sola vez. No hay 18
forma de que esa cola se mueva pronto, así que busco un rincón
tranquilo y deshabitado del aeropuerto, me pongo los auriculares y
pongo en cola mi lista de reproducción de café preferida en Spotify,
esperando que me aleje del infierno que estoy viviendo.
Me agito en mi asiento, no paso más de cinco minutos en cada una
de mis aplicaciones de productividad y pérdida de tiempo, incapaz de
salir de mi cabeza el tiempo suficiente para disfrutar de mi música.
Quizá Suze pueda ayudarme a animarme. Su energía optimista y
burbujeante siempre es la cura para mi estado de ánimo.
Yo: Oye, el avión aterrizó de emergencia debido a una tormenta de
nieve. Parece que estoy en algún lugar de Vermont, pasando el rato
hasta que los mostradores se despejen y pueda averiguar qué hacer
ahora. ¿Algún consejo... tanto para saber dónde ir como para dejar de
estar tan molesta? Espero que te sientas mejor.
Ya he viajado antes. Incluso he hecho viajes en solitario de vuelta a
casa, a Connecticut. Pero nunca me había pasado algo así. Sin
embargo, Suze se quedó tirada en el aeropuerto, perdió su vuelo e
incluso una vez, cuando era adolescente, se equivocó de vuelo, así que
sé que es la experta en visitas inesperadas al aeropuerto.
Cuatro canciones más tarde, Suze responde, no como si hubiera
estado contando o algo así.
Suze: ¿¡HABLAS EN SERIO!? Siento mucho haberte hecho ir.
Debería estar allí contigo.
Yo: Estás enferma. No es tu culpa. Pero por favor... ¡necesito un
consejo!
Suze: Encuentra a algún chico guapo y hazlo en el baño. Eso
hará que te desahogues
C. R. GREY

Yo: Ja, ja. Muy graciosa.


Suze: No es algo que no hayas hecho antes.
Yo: Liarse con alguien en un bar es completamente diferente a
hacerlo en un aeropuerto. Pero en serio. Tú eres la experta en
aviones. ¿Qué hago? 19
Suze: Dejando de lado las bromas, mira a ver si te pueden
meter en otro vuelo y te compensa una habitación hasta que
puedas llegar a Punta Cana. Puede que te pierdas un día o dos
del viaje, pero es mejor que perderlo todo, como yo.
Suze: ¡Pero también piensa en el tipo!
Yo: Lo haré... sobre la habitación. Y tal vez el tipo, también.
Parece que la fila se mueve muy rápido. Supongo que iré a ver.
Suze: ¡Mantenme informada!
Fiel a mi palabra, salgo de mi rincón tranquilo y me pongo al final
de la cola. Por suerte, la mujer que está detrás del mostrador parece
tener las cosas claras, porque esta cola avanza más rápido que las
otras dos. Probablemente ella no quiere estar aquí más que yo.
Hago lo posible por parecer tranquila. Lo último que necesito ahora
es que alguien se aproveche de mí porque parezco un cachorro
perdido. Mantengo la mirada alta y los hombros hacia atrás. Ignoro las
volteretas y los golpes en mi estómago, y no llamo la atención sobre el
hecho de que estoy a dos segundos de sudar a través de mi chaqueta.
―¿Puedo ayudarle? dice, señalando que está lista para mí en el
mostrador quince minutos después.
―Sí, así que mi avión aterrizó de emergencia y ahora estoy aquí
―La mujer, Sabina, como reza la etiqueta plateada que lleva en el
pecho, levanta las cejas y me mira con ojos aburridos y vacíos ―. Pero
obviamente ya lo sabes ―digo con una sonrisa cortante―. ¿Hay algún
lugar donde pueda quedarme hasta que consiga otro vuelo?
―Todos los vuelos están en tierra.
C. R. GREY

―Entonces, ¿tal vez una habitación hasta que pueda conseguir un


vuelo?
Con un suspiro, me pide la tarjeta de embarque, luego dirige su
atención al ordenador que tiene delante y teclea un rato antes de volver
a mirar hacia mí.
―Lo más pronto que puedo conseguirte un vuelo al aeropuerto 20
internacional JFK es en cuatro días. Todo está en tierra hasta entonces.
Puedo intentar coordinar con el JFK un vuelo a Punta Cana desde allí.
En cuatro días, estaré haciendo las maletas para volver a Portland.
No tiene sentido ni siquiera intentar reservar un vuelo.
―¿Hay alguna otra opción? Me parece un desperdicio ir a Punta
Cana por poco más de un día.
―Tal y como yo lo veo, tienes dos opciones. Puedes conseguir un
coche de alquiler y conducir hasta otro aeropuerto y ver si te pueden
meter en un vuelo antes.
―Noooo, gracias ―digo, levantando las manos―. Conducir y yo
no nos llevamos bien, especialmente cuando hay nieve de por medio.
―En ese caso, diría que tu mejor opción es quedarte aquí hasta
que pase la tormenta, y luego volar de vuelta a Portland. Parece que
queda una habitación en la ciudad. No hay habitaciones disponibles en
los hoteles o posadas cercanas, pero hay un Airbnb a pocos kilómetros
de aquí. Puedo conseguirlo para ti con una tarifa reducida.
―Hagamos eso entonces.
Tras teclear un montón de veces y varios minutos más tarde, he
llamado a un Uber, he reservado un vuelo de vuelta a Portland para
dentro de cinco días, he cancelado mi reserva de Punta Cana y tengo a
mano la información del Airbnb de una habitación a unos quince
kilómetros del aeropuerto. Con todo impreso, Sabina me despide de su
mostrador. Antes de que me aleje cinco pasos, su ordenador está
apagado y ella desaparece en la sala de descanso, presumiblemente.
Lo que empezó como un desastre está tomando forma. Al menos
estaré alejada de los demás durante casi una semana en mi propio
lugar. No habrá nada que me distraiga de terminar mi trabajo. Por fin
21
C. R. GREY

las cosas se están arreglando.


Capítulo Tres: Dean
No sé lo que es, pero dondequiera que voy, las mujeres me
coquetean.
Muy bien, ya sé por qué. Es porque soy atractivo. Ellas lo saben
tanto como yo. Estoy seguro de que mi forma de llevarme a mí mismo
sólo me hace más tentador para las mujeres. Déjame decírtelo de esta
manera: Tengo "chico malo" escrito por todas partes. Los tatuajes, lo
ardiente, y no te olvides del pasado problemático que añade leña al
fuego de mi reputación que las mujeres no parecen tener suficiente.
C. R. GREY

Soy un hombre sencillo. Me gustan las mujeres. Si tiene un culo y


unas tetas y no tiene autoestima, puedes apostar tu último dólar a que
estoy dispuesto a ligar. Aunque no soy exigente, hay dos tipos de
mujeres que parecen perseguirme: las que buscan vengarse de su ex
infiel y las que tienen "problemas con papá" escrito por todas partes.
Ese es mi tipo de mujer favorita. Baja autoestima, dispuesta a probar
cualquier cosa una vez, y siempre se va antes de que yo tenga que
preguntar. ¿Podría ser más fácil que eso? 22
La participante de hoy que busca ser la siguiente muesca en mi
cama es la azafata de pelo negro que ha venido a "asegurarse de que
todo está cómodo" seis veces en los últimos cuarenta y cinco minutos.
Tomo nota mentalmente de cómo arquea la espalda para acentuar la
forma en que la falda azul de su uniforme se ciñe a su inexistente
trasero. Está desesperada por hacerse notar. Definitivamente entra en
la categoría de venganza.
La mantengo en el fondo de mi mente mientras escudriño el vuelo
en busca de otras candidatas potenciales. No es que esta chica no esté
buena. Tiene una piel cálida y acaramelada que es muy atractiva, pero
el sexo por venganza es un éxito o un fracaso. Un segundo, está
metiendo su lengua en tu garganta. Al siguiente, se hace un ovillo
sollozando sobre lo zorra que es y cómo es demasiado estúpida para
darse cuenta de que su novio la engañó durante seis meses antes de
que ella lo descubriera. Estoy aquí para fortalecer la baja autoestima,
no para construirla.
Eh, se está esforzando mucho para llamar mi atención. También
puedo halagarla y ver lo que dice una vez que el avión aterrice antes de
lo previsto. Supongo que no hay nada malo en ello.
―¿Vienes aquí a menudo? ―Le pregunto a la azafata una vez que
el avión ha aterrizado y casi se ha despejado. Es la peor frase para
ligar, pero normalmente las hace reír. No es que tenga que intentar ligar
con las mujeres. Este juego verbal es más bien una ventaja para ellas.
―De vez en cuando, sí ―dice, apartándose de su compañera de
C. R. GREY

trabajo para mirarme.


Hay un momento en el que me mira. Sí, me ha estado mirando
durante todo el vuelo y yo he mirado en su dirección una o dos veces,
pero mirar y coquetear con alguien son dos cosas muy diferentes. Está
claro que supero la prueba mental que tiene porque su cuerpo se
suaviza y se vuelve más fluido, reflejando mi postura relajada. 23
―Entonces, ¿qué pasa con esto del aterrizaje de emergencia
―Una ventisca está llegando a la costa. Intentaron sacar todos los
vuelos posibles, pero parece que este fue uno de los pocos
desafortunados que no pudo llegar. Creo que dijeron que uno, tal vez
dos vuelos más aterrizaron aquí.
―Este lugar no parece lo suficientemente grande como para que
quepa nuestro vuelo, y mucho menos dos o tres ―digo, señalando con
la cabeza el edificio que parece más una antigua oficina que un
aeropuerto al otro lado del avión.
―Seguro que es una casa de locos ahí dentro. Menos mal que te
has quedado atrás ―dice con una voz ronca que, no voy a mentir, me
pone un poco caliente. La azafata se acerca a mí, hinchando el pecho
en mi dirección.
―¿Crees que estaremos aquí mucho tiempo?
―No estoy segura ―dice, pasando las yemas de los dedos por sus
labios pintados de rojo―. Podría ser por un día, o podría ser una
semana.
―En cualquier caso, parece que necesito un lugar para ir ―digo,
peinando un trozo de pelo invisible detrás de su oreja. La azafata
contiene la respiración, mirándome con ojos brillantes, mientras mi
mano se detiene en su mejilla.
―Ya tengo una habitación. Eres bienvenido a quedarte conmigo.
Es una oferta sólida. Al menos no tendría que pagar una habitación
esta noche. Dudo porque sólo la veo frenando y dándome las peores
C. R. GREY

bolas azules, todo por su ex.


―Puede que te tome la palabra. Tengo que coger mi maleta
primero, y supongo que al menos debería ver si puedo conseguir una
habitación.
Es mentira. La única bolsa que llevo conmigo es el petate de mano
que tengo en mis manos. Pero ella no necesita saber eso.
24
―Oh, claro ―dice ella, cambiando de posición sobre sus talones y
poniéndose rígida―. Envíame un mensaje.
Con un guiño, me entrega un trozo de papel que tenía preparado.
Me meto el papel en el bolsillo sin mirarlo.

El interior del aeropuerto es exactamente lo contrario de lo que


esperaba. Me imaginaba que sería casi imposible pasar por las puertas,
pero no tengo ningún problema en acercarme a las líneas de atención
al cliente. Con tres carriles abiertos y menos de un puñado de personas
delante de mí, no tengo ningún problema para esperar. Sabiendo que
tengo algo de tiempo para matar, saco mi teléfono y envío un mensaje
de texto a mi amigo Davey, que me está esperando en Carolina del
Norte.
Yo: Hey hombre. El vuelo se quedó en tierra por una tormenta
de nieve. Voy a alquilar un coche y conducir hasta allí. Podría
ser un día o demasiado tarde.
Apenas tengo tiempo de guardar el teléfono en el bolsillo antes de
sentirlo vibrar en mi mano. Sin embargo, no le doy una segunda
mirada. Estoy demasiado ocupado mirando a la chica de la fila de mi
izquierda. Lleva un par de esos estúpidos vaqueros de cintura alta que
tanto gustan a las chicas. Los odio. Cubren demasiada piel y son una
mierda para quitárselos. Pero en ella, podría hacer una excepción. Los
vaqueros ajustados alargan sus piernas y hacen que sus curvas sean
aún más visibles.
Mis ojos recorren sus interminables piernas, suben por su torso
envuelto en una chaqueta de cuero y finalmente se posan en su perfil.
Lleva el pelo rubio y brillante amontonado en la parte superior de la
C. R. GREY

cabeza, dejando a la vista todos los rasgos afilados de su rostro. No


puedo dejar de mirar a esta chica. No sólo está jodidamente buena,
sino que hay algo en ella que no me cansa.
Imagínate. Mientras estoy babeando por ella, se gira hacia mí.
Durante medio segundo, me planteo mirar al suelo o al techo para que
no piense que soy un completo pervertido o algo así. Entonces, nuestros
ojos se fijan durante un brevísimo segundo. Rodeados por un borde 25
negro, con tonos miel y castaños en sus iris, sus ojos redondos parecen
bastante inocentes a primera vista, pero ni siquiera sus gafas
cuadradas pueden ocultar los secretos de sus ojos color coñac.
Reconozco estos ojos. He visto la misma agudeza mirándome
fijamente en mi cama docenas de veces. Por mucho que intente
parecer diferente, puedo detectar a una chica con problemas de papa
en cualquier momento y lugar.
Le lanzo mi sonrisa de baja bragas, pero ella no me dedica una
segunda mirada. Simplemente pasa por delante de mí. Bueno, esa es
una primera vez. Supongo que probablemente esté saliendo con algún
tipo que trabaje en finanzas. Esa es la estabilidad que necesitan las
chicas como ella. Lo que sea. Si las cosas no funcionan con esta chica a
la que acabo de apodar Buttercup, siempre tengo su cara que puedo
enviar por mensaje.
―Señor ―me dice la mujer de mediana edad que está detrás del
mostrador.
Echo una última mirada a Buttercup, y luego recojo mi bolsa de
viaje, encendiendo el encanto. A las ancianas siempre les gusta que les
coquetee un tipo que tiene la mitad de su edad.
―¿Cómo va esta noche...? ―Rápidamente miro desde su cara
agachada hasta la etiqueta con su nombre, y luego vuelvo a su
cara―. ... ¿Betty?
―Se acerca la nieve y quiero salir de las carreteras antes de que se
ponga mala.
―Dímelo a mí. Digamos que por casualidad no tienes ningún coche
de alquiler, ¿verdad?
C. R. GREY

―Me has oído decir que viene la nieve, ¿verdad? Una ventisca
total. ¿Realmente quieres conducir?
―Betty, crecí cerca de la frontera canadiense. Tenemos casi tres
metros de nieve cada año. De hecho, los primeros ocho meses que tuve
el carnet de conducir conduje en la nieve. Eso no es un problema para
mí.
Betty hace un ruido extraño en su garganta que es una mezcla
entre una tos y un murmullo. 26
―Desgraciadamente para ti, no tenemos más coches de alquiler.
―¿Por qué...? ―Fuera de mi periferia, veo a Buttercup en el
mostrador de al lado asomarse a mi camino. Todavía está sola. Sé que,
si quiero tener una oportunidad de ligar con ella, tengo que actuar con
calma―. ¿Cuáles son mis otras opciones?
―Bueno, parece que podría conseguirte un coche esta misma
semana. Hasta entonces, lo mejor que puedo hacer es alojarte en una
habitación. Parece que tenemos una más en la ciudad. ¿Quieres que te
la reserve?
Como no tengo muchas opciones, estoy de acuerdo.
Betty pasa los siguientes minutos tecleando. Mientras recoge el
paquete de información para mi habitación, la mujer del mostrador le
entrega a Buttercup una única tarjeta de embarque, se da la vuelta y se
dirige a la recogida de equipajes. Después de todo, puede que no tenga
que conformarme con su cara.
―Aquí tienes, hijo. Disfruta de tu estancia en Valoid.
Con una sonrisa forzada, cojo los papeles de la mano de Betty y
sigo a Buttercup hasta la zona de recogida de equipajes.
Si juego bien mi carta, ni siquiera veré el interior de esa habitación.
C. R. GREY

27
Capítulo Cuatro: Dean
Vaya, esta chica se mueve de verdad. Para cuando llego a la
mitad del camino hacia el carrusel de equipaje, ya ha cargado su bolsa
de mano en la parte trasera de su maleta rodante de tamaño infantil y
tiene su bolso, más grande de lo normal, colgado del cuerpo. Por suerte
para mí, sólo tengo que dar un par de pasos para estar a su lado.
Ahora es mi momento de brillar. Sin previo aviso, agarro el asa de su
maleta y envuelvo su mano. Dando un rápido apretón a su mano, doy
un suave tirón al asa de la maleta en mi dirección. Tal y como esperaba,
se asusta y me deja coger la maleta. Luego, sigo caminando hacia la
C. R. GREY

puerta.
Sé que es tonto y juvenil, pero ni siquiera es la peor "jugada" que he
hecho para que una chica me siga a casa.
―Um. Disculpa. ¿Qué demonios estás haciendo? ―pregunta
Buttercup, agarrando el mango y tirando de él en su dirección. 28
Por primera vez, me mira y me ve de verdad, y su respuesta es la
que yo esperaba. Se le quiebra la voz y cambia su peso de un pie a otro,
incapaz de encontrar una forma cómoda de estar de pie. Las mujeres
siempre se sorprenden cuando me ven. ¿Qué puedo decir? Llevo el
aspecto de chico malo con facilidad. La barba incipiente que delinea mi
sonrisa de satisfacción, mi pelo peinado de forma casual. El tipo que me
lo corta dice que es como un quiff o algo así de raro. No sé... a las chicas
les gusta la sensación de tener los lados recortados y a la vez tener algo
más largo en la parte superior para agarrarse durante el sexo. Lo que sí
sé es que soy el epítome del peligro al que las chicas parecen correr.
Te juro que, si mi complexión y estilo no son suficientes para cerrar
el trato, en cuanto ven mi brazo lleno de tinta, eso suele ser suficiente.
―Esa es... Esa es mi maleta.
Agarra un mechón de su pelo rubio soleado que le ha caído hasta
la oreja y lo enrolla alrededor del resto del pelo de la parte superior de
la cabeza. Supongo que lo usa como distracción de su voz temblorosa,
pero no lo hace. Soy un profesional leyendo mujeres.
―Lo sé.
Como soy un asno, no puedo dejar pasar la oportunidad de
contemplar su figura de reloj de arena. Recorro su cuerpo con la mirada
y le guiño un ojo para hacerle saber que me gusta lo que veo.
―¿Estás hablando en serio ahora?
―¿Parezco alguien que bromea mucho? ―pregunto, dándole toda
mi alegría. En cualquier momento, me va a rogar que la ayude a llevar
su maleta al hotel. Lo presiento.
―Y esa, esa mirada... ―dice, señalando y haciendo girar su dedo
índice en mi cara―, ¿realmente te funciona? ¿Qué carajo?
C. R. GREY

―Cada vez.
Mis palabras son duras. Casi mordaces. No puedo entender por
qué. Tal vez sea porque estoy tratando de conquistar a esta mujer por
alguna estúpida razón cuando sé que tengo lo que es su cara lista para
salir. O tal vez es porque está dudando de mi capacidad para
conquistar a una mujer con una simple mirada.
29
―Sí. Claro... lo que sea.
Buttercup cruza los brazos sobre el pecho, exhibiendo sus tetas en
ese escote en V de color carbón que lleva, pero me siento demasiado
atraído por sus ojos misteriosos y a la vez familiares como para pensar
en echar una mirada furtiva.
―Escucha, amigo ―dice ella―. Se supone que debería estar de
camino a Punta Cana ahora mismo. En lugar de eso, estoy atrapada
aquí en...
―Valoid, Vermont.
―…en Valoid, Vermont, durante la próxima semana. No tengo
ropa de Nueva Inglaterra empacada. Sólo trajes de baño y pantalones
cortos gracias a Suzanna ―Bendita seas, Suzanna. Quienquiera que
seas―. Sólo quiero ir a tomar una ducha caliente y relajarme. No que
me coquetee en el aeropuerto un tipo que esta bueno.
―Espera, espera, espera. ¿Así que piensas que estoy bueno?
―No. Yo-eso no es lo que quise decir. En absoluto. Lo que quise
decir fue...
―No, está bien. Lo entiendo ―Ahora me toca a mí cruzar los
brazos sobre el pecho, imitando su postura de poder. A diferencia de
mí, Buttercup no puede resistirse a comprobar cómo mi camisa de
franela azul y blanca bajo mi chaqueta de bombardero se ciñe a mi
amplio pecho y mis hombros―. Es normal que las mujeres se pongan
nerviosas en mi presencia. No te castigues por ello.
Para ser aún más imbécil, le guiño el ojo de nuevo.
C. R. GREY

―De acuerdo, escucha. No me interesa. ¿De acuerdo? Si las


mujeres se lanzan a por ti como haces ver, no debería ser un problema
para ti encontrar a alguien dispuesta a meterse en la cama contigo.
Pero esa mujer no soy yo. Así que, ¿me devolverás mi bolso ahora? ¿O
tengo que llamar a la policía?
―No te atreverías ―le digo, desafiándola.
―Pruébame ―dice, sacando su teléfono del bolsillo trasero. 30
Sin pensarlo, le quito el teléfono de la mano.
―¡Oye! ¿Qué carajo?
Alcanza su teléfono, pero es bastante fácil mantenerlo alejado de
ella. Incluso estando de puntillas y estirándose todo lo que puede, yo
sosteniéndolo, con el codo doblado a noventa grados, está fuera de su
alcance.
―Relájate, sólo estoy poniendo mi número.
―¿Por qué?
―En caso de que cambies de opinión.
Tras comprobar que mi número es correcto, le devuelvo el teléfono
a Buttercup. Nuestros dedos se tocan bajo los remolinos del plástico de
mármol verde de la funda. Ninguno de los dos se mueve al principio,
pero entonces el mismo mechón de pelo vuelve a caer sobre su cara y
ella se aparta. Lo cojo, con ganas de volver a tocarla, pero ella lo aparta
antes de que pueda hacerlo.
―No va a suceder, pero gracias.
Por primera vez desde que nos conocimos, deja caer el filo de su
voz. En su lugar se encuentra el sonido más dulce y bello que jamás he
escuchado. Me produce inmediatamente la misma sensación de calidez
que tenía cuando mi madre cantaba "Over the Rainbow" cuando me
arropaba de pequeño. Me estremece esa sensación. Es extraño y ajeno
y algo que no he sentido en décadas.
Estoy demasiado absorto en mi pasado y en descifrar este
C. R. GREY

sentimiento como para escuchar la pregunta que me hace. Si no fuera


por sus cejas arqueadas y su mirada expectante, nunca habría sabido
que había dicho algo.
―Lo siento. ¿Qué?
―He dicho que me devuelvas la maleta ahora.
―Oh. Sí. Aquí tienes.
31
Me alejo de la maleta y hago un gesto hacia ella como si fuera una
chica mostrando un premio en "El precio justo". Sin darme ni un
segundo para reconsiderar mi decisión, agarra el asa como si fuera a
cambiar de opinión y robarle la maleta si no la coge allí mismo. Con su
premio de un millón de dólares en la mano y mi orgullo por los suelos,
Buttercup se levanta más alto al pasar con sus maletas a cuestas.
No es hasta que sale del aeropuerto y la última pareja que queda
dentro pasa, ignorando que están en público, cuando me doy cuenta de
que es la primera vez que le doy mi número a una chica. Es una
sensación extraña, pero eso no es lo que hace que se me revuelva el
estómago. Al menos no es lo que más me revuelve el estómago. Lo que
lo hace, es que ya estoy mirando mi teléfono, esperando que me mande
un mensaje.
Capítulo Cinco: Isobel
En cualquier momento, tengo que despertar de este sueño -no,
pesadilla- que estoy viviendo. Pierdo a mi compañera de viaje antes del
vuelo y el avión tiene que aterrizar de emergencia en Middle of
Nowhere3, Vermont. Como si estar sola en una ciudad desconocida no
fuera lo suficientemente malo, inmediatamente se me insinúan. ¿Y qué
si es el tipo más sexy que he visto? Eso no cambia el hecho de que no
estoy de humor para que me cojan, y mucho menos para que
coqueteen conmigo.
C. R. GREY

De acuerdo, puede que cambie un poco las cosas, pero eso es


principalmente porque no puedo dejar de pensar en él. O en cómo sus
ojos color avellana se vuelven marrón chocolate cuanto más me mira.
O en cómo, incluso en pleno invierno, su piel sigue teniendo un brillo
dorado. Y, sobre todo, no puedo dejar de pensar en la forma en que su
camisa se ciñe sobre sus músculos cuando imita mi postura.
Este tipo está caliente, y lo sabe.
Deja de pensar en ese tipo. Ahora. Tiene malas noticias escritas
32
sobre él.
Sí... justo como me gustan. Son menos propensos a coger
sentimientos.
Si no hubiera sido por lo que mis amigos sólo conocen como el
incidente, nuestra conversación habría ido por un camino
completamente diferente. Probablemente me habría hecho quedar
como una idiota. La pequeña señorita "que se guarda para el
matrimonio" no habría sabido cómo reaccionar ante un tipo como él
que coquetea conmigo. Pero ahora estoy bien versada en el arte de
olfatear a un chico follador.
Hay cosas más importantes en las que pensar ahora mismo. Como
tu tesis. O, mejor aún, en lo que vas a comer durante una semana.

3 Traducción: En medio de la nada, lo dejamos en inglés, porque suena mas cool. Ja!
Gracias a Dios la parte lógica de mi cerebro todavía funciona. De lo
contrario, habría estado completamente a kilómetros de la ciudad sin
comida en una ventisca.
Le pido a mi conductor de Uber, Ed, que se detenga en la tienda de
comestibles antes de llevarme a la cabaña para que pueda recoger lo
esencial: sopa enlatada, pasta, arroz, cereales y muchos bocadillos.
Algunos días, maldigo en silencio a mi madre por no haberme enseñado
a cocinar. Pero no es culpa suya. Estaba demasiado metida en la
disección y reconstrucción de ordenadores como para molestarme en
cortar cebollas o remover sopa.
Ed es paciente mientras reúno mis provisiones, incluso cuando
C. R. GREY

empieza a nevar. Si yo fuera él, iría rápido a la cabaña y me alejaría lo


más posible de las carreteras. Por eso es Ed quien conduce y no yo. Ni
siquiera baja la velocidad cuando la nieve se pega, dejando un lecho de
blanco a lo largo de la carretera. Yo lo habría hecho. Pensarías que,
como alguien que ha vivido en diferentes partes de Nueva Inglaterra
toda su vida, tendría más confianza para conducir por carreteras
nevadas. Pero estarías equivocado.
33
Ed detiene el coche frente a la cabaña. Le doy las gracias y le doy
una buena propina por haber aguantado mi improvisada visita a la
tienda de comestibles sin una sola queja. Mientras se aleja, introduzco
el código de cuatro dígitos en el teclado y por fin veo el lugar al que
llamaré hogar durante la próxima semana.
La cabaña es ligeramente más grande que mi apartamento. Tiene
una planta abierta con la cocina a la derecha y una zona de estar al
frente. Como promete, hay un dormitorio con una cama de matrimonio
de aspecto acogedor y un montón de edredones para mantenerme
caliente. Junto al dormitorio, hay un baño que es un poco más grande
que un vestidor. No hay películas ni televisión ni nada por el estilo...
tanto mejor para mantenerme concentrada en mi trabajo. Ahora que lo
pienso, no hay ni un riachuelo cercano que me distraiga del silencio. Es
bastante inquietante. Aunque tenga veinticuatro años y, con un poco de
suerte, me falten meses para vivir sola, no creo que sea una vergüenza
encender todas las luces, cerrar todas las cortinas y comprobar tres
veces que la puerta está cerrada.
Con todo en orden, me ducho por segunda vez esta noche, porque
los aviones son asquerosos, y me pongo el pijama que he comprado
específicamente para el viaje. Siempre he querido tener un pijama de
verano a juego, ya sabes, de los que tienen un par de pantalones cortos
y una camiseta de manga corta abotonada. Si Suze y Mick deciden que
estos no están a su altura, puede que me niegue a pagar mi parte del
alquiler del mes siguiente como venganza.
Por un instante, me planteo sacar el secador que Suze y Mick me
han preparado y secarme el pelo como me enseñó mi estilista durante
C. R. GREY

el verano. Luego recuerdo que técnicamente estoy de vacaciones. ¿A


quién le importa que mi pelo esté encrespado y con mechones? De
todos modos, es probable que esté en un moño desordenado toda la
semana, porque no importa. Estoy completamente sola. Podría andar
desnuda toda la semana y nadie lo sabría.
Como son más de las nueve, renuncio a la cena en lugar de un
puñado de galletas Goldfish y unas cuantas Oreos. Podría empezar mi 34
redacción, pero es demasiado tarde. Sin nada más que hacer, decido
acostarme temprano y me voy a la cama. Mi plan es leer unos cuantos
capítulos de La última caléndula y ver por fin si Zack y Amber van a
ceder a la evidente tensión sexual o van a seguir haciéndose miserable,
pero a las tres páginas ya siento los ojos cubiertos de arena.
En un segundo, estoy leyendo cómo Zack pone su mano en la nuca
de Amber y cierra los ojos con ella. Al siguiente, veo los ojos oscuros y
misteriosos del chico del equipaje mirándome fijamente mientras sus
hábiles manos me acarician la cara. Nos quedamos congelados, ambos
demasiado asustados para respirar, antes de chocar el uno con el otro
como si la otra persona fuera lo único que los mantiene con vida.
Ya no se conforma con mi boca, sino que explora y saborea cada
centímetro de piel a lo largo de mi mandíbula y mi cuello. Entonces, me
arranca la chaqueta de cuero y la arroja a nuestros pies. Segundos
después, su chaqueta también está en el montón. Como si se tratara de
un juego de striptease de ida y vuelta, me agarra del dobladillo de la
camisa y me la pasa por la cabeza. Sus manos encuentran
inmediatamente mis pechos, mi pecho se agita bajo su agarre mientras
la yema de su pulgar me acaricia el pezón a través de la malla
transparente de mi sujetador.
Ahora es mi turno en su juego de striptease, y no pierdo tiempo en
averiguar lo musculoso que es bajo esa franela. Con sus manos
clavadas en la pared a ambos lados de mi cabeza, observa cómo mis
hábiles dedos no pierden tiempo en desabrochar botón tras botón
hasta que no queda ninguno. Mi premio es arrancar el suave material
que puedo decir que se usa mucho y ver las interminables crestas de su
abdomen. Mis dedos rozan la superficie, sintiendo cada colina y cada
C. R. GREY

valle de su paquete de ocho. Bajo el último músculo hay una ligera V


que me anima a viajar hacia el sur.
Antes de que mis manos lleguen a su destino, me hace girar y me
sujeta las muñecas con una de sus manos. Su otra mano me
desabrocha el sujetador con facilidad. Me sube la tela por los brazos,
haciéndome cosquillas en la superficie de la piel, y la añade al montón
de ropa que hay en el suelo. Su mano libre me toca el pecho. Su boca
35
me besa ese punto tan sensible detrás de la oreja.
Haciendo acopio de todas mis fuerzas, me libero de las muñecas.
Volviéndome hacia él, mis dedos encuentran el botón y la cremallera de
sus vaqueros, bajándoselos por los tobillos. Mientras que yo estoy
nerviosa y apurada, él es todo lo contrario. A su vez, se toma su tiempo
para desabrochar mis vaqueros. Luego, aún más tiempo en bajarme la
cremallera. Dios, lo que daría por ayudarle a acelerar el proceso.
La espera me tortura. Me estremezco bajo su contacto, esperando
que capte la idea. Lo hace. Mis vaqueros se unen a la creciente pila de
ropa. Desnudos los dos, salvo la ropa interior, le atraigo hacia mí, sin
poder soportar la distancia que nos separa. Lo primero que noto es su
bulto chocando contra mi pelvis. Cuando sus manos recorren la parte
delantera de mi ropa interior, echo la cabeza hacia atrás y gimo.
Entonces jadeo.
Luego me congelo.
Al otro lado de la puerta de la habitación se oye el golpe de la
puerta principal, seguido de una voz masculina inaudible.
Sólo lo estás imaginando, Iz. Sólo un mal sueño. Eso es todo.
El crujido del suelo de madera más allá de la puerta cerrada del
dormitorio dice lo contrario.
No veo películas de terror porque me pongo a trabajar con
demasiada facilidad, pero sé lo suficiente sobre ellas como para darme
cuenta de que así es como empiezan al menos una docena. No me
convertiré en la próxima víctima en algún periódico local en primera
plana que diga que fue víctima de un ataque mortal en la cama. De.
C. R. GREY

Ninguna. Jodida. Manera. Soy el tipo de chica que caerá luchando si es


necesario.
Salgo de la cama lo más silenciosamente posible y cojo la lámpara
de la mesilla de noche que nunca enchufe, esperando que haga el
suficiente daño para que pueda salir de la cabaña antes de que sea
demasiado tarde. Me arrastro a través de la oscuridad hacia la puerta 36
cerrada del dormitorio, tratando de planear mi huida en este lugar
desconocido, pero a medida que el crujido del suelo se hace más fuerte,
sé que es ahora o nunca.
Me animo con unas cuantas respiraciones profundas y abro de
golpe la puerta del dormitorio. Toda la planificación se va
inmediatamente por la ventana, ya que me quedo helada al ver al
intruso.
Capítulo Seis: Dean
Voy a tener que empezar a rezar porque, claramente, los ángeles
existen. El que está frente a mí es la prueba.
A un brazo de distancia está la propia Buttercup con un conjunto
que, supongo, le ha preparado su amiga. Se trata de una camisa
abotonada de color rosa bebé de aspecto súper suave y unos
pantalones cortos con enormes hojas de palmera impresas. Al instante
me arrepiento de haber pensado que quería verla con esos vaqueros
altos al verla con estos pantalones cortos. Ahora que he visto lo que hay
C. R. GREY

debajo, no quiero volver a ver sus piernas cubiertas.


Paso demasiado tiempo mirando sus interminables piernas.
Cuando mi mirada se encuentra con la suya, sus ojos están muy
abiertos y sus cejas se separan. Sus labios -cómo no mirar sus labios-
se separan, haciendo de su boca una línea plana. En sus manos tiene
una lámpara de mesa de metal negro como si fuera un bate de béisbol.
Cuanto más me mira, más se afloja la tensión de sus brazos y baja la
lámpara hasta que se apoya en su hombro. 37
―Parece que, después de todo, no hacía falta que me enviaras un
mensaje de texto ―digo, esforzándome por ocultar la diversión en mi
voz. Parece absolutamente adorable, tratando de hacerse la dura de
esta manera.
―¿Qué demonios estás haciendo aquí?
―Podría preguntarte lo mismo.
―Ya sabes, el acoso no es tan halagador como puedes pensar
―Sus ojos se estrechan. Su agarre en la lámpara se aprieta mientras la
vuelve a inclinar hacia atrás―. Ya te dije que no me interesaba. Ahora
vete a la mierda antes de que llame a la policía ―Algo me dice que no
está bromeando conmigo.
―No te he seguido hasta aquí. Esta es mi cabaña.
―¿De qué estás hablando? Obviamente, esta es mi cabaña.
―Bueno, obviamente hay una confusión o algo así.
―Demuéstralo ―dice, manteniendo un agarre firme en su arma
de elección y manteniéndola en posición de ataque.
¿Qué coño significa eso? ¿Probar qué?
―Demuestra que no me has seguido hasta aquí ―explica.
Con fuego en los ojos, no pierdo tiempo en coger el paquete que
me dio Betty de la mesa donde lo dejé. Estiro el brazo, dejándola dar el
siguiente paso. No me sorprende. Se une a mí al otro lado de la
habitación y finalmente baja la lámpara para poder leer por encima del
paquete.
―Te he dicho que no te he seguido. Tengo el código de la llave y
C. R. GREY

todo ―digo, golpeando el paquete en sus manos.


―Tiene que haber algún error.
―Parece que sí. Había cientos de personas en un aeropuerto
diseñado para un par de docenas como máximo. Seguramente se
38
produciría un error. Parece que tú y yo somos los afortunados,
Buttercup.
Maldita sea. Su apodo se desliza antes de que pueda detenerme.
Se me hace un nudo en el estómago. Lo último que necesito ahora es
que se ponga rara por un estúpido apodo, pero no parece que eso la
perturbe lo más mínimo.
Para mi sorpresa, no se inmuta ni le da importancia.
―¿Qué vas a hacer con esto? ―pregunta, devolviendo los papeles.
―¿Qué voy a hacer? Fácil. Voy a acostarme.
Doy un paso hacia el dormitorio, pero ella me aprieta la mano en el
pecho como una especie de barricada. Es pequeña pero feroz. Hincho
un poco más el pecho, esforzándome por flexionar los músculos que
pueda bajo su mano. Estoy actuando como un maldito pavo real. Pero
da igual. A las mujeres les encanta eso. Buttercup, sin embargo, no se
ve afectado en absoluto.
―No es lo que quería decir, amigo. O encuentras otro lugar para ir
o yo lo hare. Y yo estaba aquí primero, así que parece que no tienes
suerte ―Si sólo supiera la mitad de esto.
―Tengo una idea mejor ―digo, adoptando la misma postura de
brazos cruzados de antes en el aeropuerto. Buttercup me imita
inmediatamente―. ¿Qué tal si vuelves a la cama y yo voy contigo?
―Ja ―se ríe―. Ya quisieras.
―Exactamente. Entonces, ¿hacemos esto o qué?
Doy otro paso hacia el dormitorio, pero su mano vuelve a
encontrar mi pecho como un imán. Espero que no sienta los latidos de
C. R. GREY

mi corazón bajo su contacto.


―¡No, en absoluto! No sé nada de ti. No me voy a meter en la
cama contigo.
―¿Qué quieres saber?
Desplazo mi peso hacia delante, invadiendo su espacio personal,
frunciendo los ojos y separando los labios de la forma en que las
mujeres no pueden resistirse. De nuevo, ella no se siente afectada por
mí. ¿Qué le pasa a esta chica? 39
―Hm. ¿Qué quiero saber? ―dice, golpeando sus labios como si
estuviera perdida en sus pensamientos―. ¿Qué tal donde te quedas
esta noche? Porque seguro como el infierno que no es aquí.
―Tengo una idea mejor. ¿Qué tal si solo me quedo aquí? Hazlo
más fácil para todos.
―¿Cómo es eso más fácil para mí?
―Piénsalo de esta manera. Estamos en medio del bosque. No hay
nadie en uno o dos kilómetros a la redonda. Puedo protegerte si es
necesario.
―Claro, porque eso no es sospechoso ni nada.
Me alejo de ella, apoyándome en el respaldo de una de las sillas de
madera con sólo la mitad de mi peso para no caerme. Tal vez dándole
un poco más de espacio le demuestre que nunca haría nada para
lastimarla.
―Escucha, está claro que te atraigo. Tú misma lo dijiste en el
aeropuerto ―Espero su argumento, pero no dice nada, confirmando lo
que ya sospecho―. ¿Por qué no dejas que me quede aquí? Así los dos
sacamos algo de esto.
―Ah, ¿sí? ¿Cómo qué?
―Bueno, no tengo que dormir en la nieve, y tú puedes quedarte
conmigo.
Veo los engranajes moviendose en su cabeza. Ella realmente está
C. R. GREY

considerándolo. ¡Aleluya!
―Tengo una idea mejor. Ya que te sientes claramente atraído por
mí, ¿por qué no hacemos un pequeño juego de esto?
―¿Qué tienes en mente? ―pregunto, pasando por alto la parte de
la atracción porque ella no se equivoca en absoluto.
―Tú y yo nos quedamos aquí...
―Ya estoy dentro. 40
―Espera. Déjame terminar ―Se entretiene, juguetea con sus gafas
y se las quita para limpiar una mancha imaginaria. Sólo cuando suelto
un suspiro exagerado, continúa―. Tú y yo nos quedamos aquí, pero no
puedes tocarme.
Tiene que estar bromeando. Es la cosa más estúpida que he
escuchado. El objetivo de coquetear con ella es sellar el trato.
―Eso es una mierda.
―Ese es el juego. Tómalo o déjalo.
―Bien.
―Entonces acepto tu oferta y la subo. Entonces no puedes
tocarme.
―Bien.
―Y sólo para hacer las cosas aún más interesantes, apuesto a que
no puedes mantener tus manos fuera de mí toda la semana.
―¿Sí? Bueno, apuesto a que no puedes quitarme las manos de
encima durante todo el día.
―¿Qué obtienes si pierdo?
Se sujeta la barbilla y se golpea la nariz con el dedo índice. Mira
alrededor de la habitación, luego sus ojos se posan en algo a su
izquierda, entonces sus ojos se iluminan con fuerza.
―Si gano, tienes que afeitarte las piernas. Eso lo hará interesante
para la próxima mujer con la que intentes acostarte.
C. R. GREY

―No va a ser un problema. Porque vas a perder.


―Entonces, ¿qué consigues si pierdo? Ya que pareces tan seguro
de ti mismo.
―Si pierdes, te llevas el mejor premio de todos ―Ahora me toca a
mí hacerla sudar. Me subo las mangas y finalmente le doy un buen
vistazo a la tinta que me recorre el brazo―. Y.
―Es una apuesta estúpida.
41
―Sí, eso dices ahora. Sólo espera hasta que pierdas. Entonces
estarás extasiada ―Ella pone los ojos en blanco y deja escapar un
pequeño suspiro―. ¿Te apuntas?
―Claro, por qué no ―Extiende su mano en mi dirección, pero
tengo una idea mejor.
―¿Un beso?
Sus ojos captan los míos y una oleada de calor sale de mi interior.
Entonces se muerde el labio inferior, lo que hace que yo quiera hacer lo
mismo. Cuando se inclina hacia mí, poniéndose de puntillas e
inclinando la cabeza hacia un lado, un cosquilleo me recorre la espina
dorsal al saber que puedo chupar y mordisquear sus labios carnosos y
sonrosados.
―Vas a perder ―susurra, a centímetros de mi cara. Colocando
sus dedos en mi frente, me empuja suavemente.
―¿Vas a jugar así, entonces? Oh, puedo jugar sucio.
―Ohhh, seguro ―dice en tono condescendiente―. Pero, para que
lo sepas, Suze sabrá exactamente dónde estoy y con quién estoy, por si
de repente dejo de responder a sus mensajes.
Coge los papeles con mis datos de la mesa y, de repente, saca su
teléfono móvil.
―Sonríe para la cámara.
La miro fijamente, entrecerrando ligeramente los ojos, y le dedico
una pequeña sonrisa, mi sonrisa de bajar pantalones. Al otro lado de su
teléfono, la veo separarse ligeramente y lamerse los labios. Esa mirada
C. R. GREY

siempre funciona.
―Bueno... ―hace una pausa, escudriñando los papeles durante
medio segundo―, ...Dean Kennedy. Supongo que deberías ponerte
cómodo mientras envío tu foto e información a Suze. Si termino muerta,
sabrán que fuiste tú.
Maldita sea, me encanta oírla decir mi nombre. Y su actitud
descarada. Considero perder la apuesta aquí y ahora. Pero no puedo. 42
Este encuentro no es como cualquier otro. Para empezar, ninguno de
los dos puede irse después. No hay otras habitaciones. Y ya hay un par
de centímetros de nieve acumulada. Pero más que eso, hay algo
diferente en la propia Buttercup.
No sé. Tal vez sea porque estoy acostumbrado a que las mujeres
se entreguen a mí sin siquiera preguntarme mi nombre. Y, por mucho
que intente ignorarlo, ella me hace sentir de cierta manera... una
manera que ni siquiera se me ocurre entender. Hay algo en ella que
hace que no odie del todo la idea de que sea la primera mujer con la
que pase la noche. Y si es la primera mujer con la que me acuesto dos
veces, bueno, tampoco me opongo a eso.
Pero ahora me estoy adelantando. Primero, tengo que ganar esta
estúpida apuesta. Y sé cómo puedo hacer que eso suceda.
Cuando me dice que me sienta como en casa, sé que quiere decir
en el sofá. Con una mirada a esa cosa, sé que la mitad de mí no cabrá.
La cama parece una opción mucho mejor.
―No te preocupes si lo hago ―digo, recogiendo mi bolso de mano
y dirigiéndome al dormitorio.
―¡Espera! ¡Esa es mi habitación!
―¿Quién lo dice?
―Yo.
―¿Y?
―Y... bueno ¿no vas a ser un caballero y respetar mi virtud o algo
así y dormir en el sofá?
¿Quiere jugar sucio? Está a punto de descubrir en qué clase de
C. R. GREY

tormenta de mierda se ha metido. Dejo caer mi bolsa y me giro hacia


ella. Debe de haber empezado a seguirme porque cuando me giro,
chocamos. La sujeto de los brazos para mantenerla en pie, poniéndola
en la posición perfecta para aumentar el encanto.
―Si hay algo que debes saber de mí ―digo, pasando el pulgar por
su mejilla y trazando la línea de su mandíbula. Me inclino hacia ella, lo
suficientemente cerca como para oler su jabón afrutado o su champú o
algo así, y me sitúo a centímetros de su oreja antes de continuar ―, es 43
que no soy un caballero.
Capítulo Siete: Isobel
¿En qué demonios me he metido?
Alego locura porque no hay ninguna otra razón lógica por la que
dejaría que un completo desconocido se quedara en mi cabaña en un
lugar extraño... especialmente un desconocido cuyo objetivo es
claramente meterse en mis pantalones. ¿Por qué tuve que empeorar
las cosas haciendo esa estúpida apuesta? Es obvio que eso sólo hace
que me desee más. Mentiría si dijera que el sentimiento no es mutuo.
Pero no puedo acostarme con él. Parte de la razón es que no quiero
C. R. GREY

perder la apuesta, pero una parte mayor de mí sabe que es porque no


me gustan las relaciones. Dormir con alguien que está metido en una
cabaña conmigo, bueno, es un paso en la dirección equivocada.
Quiero a mi madre. Decir que me rompió el corazón alejarme de
ella a los dieciocho años para ir a la universidad es el eufemismo del
siglo. Era el modelo perfecto, excepto en lo que respecta a las
relaciones. Después de ver el fracaso de una relación tras otra mientras 44
crecía, me arruinó las citas. Al menos eso es lo que le digo a la gente.
Después de declarar abiertamente su condición de chico malo, se
marcha y me deja sola en la cocina. Si cree que va a acercarse a esa
cama, se está buscando otra cosa. Haré lo que sea necesario para
asegurarme de que al menos tengo algo de paz cuando duermo. Como
debería haber esperado, cuando entro en el dormitorio, veo al tipo del
equipaje -Dean; me recuerdo a mí misma-. Se llama Dean y ha dejado
su bolsa de lona en un rincón junto al armario. Sus Vans están junto a la
bolsa, pero su chaqueta ya está en una percha. Por si eso no fuera
suficiente "sentirse como en casa", ha llegado a reclamar la mitad de la
ahora demasiado pequeña cama de matrimonio, tumbado con un
tobillo cruzado sobre el otro.
―Vi la lámpara que faltaba y tu libro en esa mesita de noche
―dice, señalando la otra mitad de la cama con la cabeza―, y me
imaginé que ya habías reclamado esa mitad.
Este tipo tiene que estar drogado si cree que comparte la misma
cama que yo. Que durmamos juntos, bueno, eso es una cosa.
¿Compartir la cama? Eso es un gran no. Sólo he compartido la cama
con un chico antes, y chico, eso resultó ser el mayor error de mi vida, y
eso fue sólo una siesta después de un largo día de clases. No voy a
cometer ese error de nuevo.
―No te atrevas a pensar ni por un segundo que vas a dormir en
esta cama conmigo.
―Demasiado tarde. Lo he pensado. Me encanta la idea.
―No, no, no, no. Que te quedes aquí es una cosa. Que duermas en
C. R. GREY

la misma cama que yo... no. Eso no va a pasar.


―¿Siempre eres así? ―pregunta, pasando por alto mi declaración.
Estoy medio tentada de ignorar su pregunta, igual que él ha
pasado por alto lo que he dicho, pero ya sabe cómo meterse en mi piel.
En lugar de recuperar el control de la conversación, caigo en la trampa
que ha planeado.
―¿Así como? 45
―Toda malhumorada y demas. Has estado en mi garganta desde
el momento en que saliste de esta habitación y me viste en la cabina. Al
principio, pensé que sólo estabas coqueteando, pero ahora tengo la
sensación de que hice algo para enojarte ―Cuando no digo nada, Dean
se sienta hacia adelante, su postura rígida y sus rasgos se suavizan
inmediatamente―. Escucha, si he hecho algo, lo siento. Todo lo que
intentaba era coquetear contigo.
Bueno, mierda. Ahora me siento como una idiota porque sé que no
se equivoca.
―No, no has hecho nada para molestarme. Es que... a veces me
pongo un poco insolente. Especialmente con los chicos. Supongo que he
sido quemada demasiadas veces por los chicos para tener una
disposición alegre. Y mis amigos se preguntan por qué sigo soltera.
Como si esa no fuera la mayor razón.
―O tal vez sea porque aún no has encontrado a un tipo que pueda
soportar tu descaro ―dice encogiéndose de hombros―. Pero no voy a
quemarte. Estoy un poco atascado aquí durante al menos unos días, así
que sería difícil ignorarte si nos enrollamos. Eso haría las cosas bastante
incómodas, eso es seguro.
Siento que mi duro exterior se resquebraja bajo su broma. Una
sonrisa suave y una carcajada que se me escapan de los labios. Antes
de que pueda reaccionar lo bastante rápido como para retractarme,
una sonrisa genuina que hace aparecer un hoyuelo en su mejilla
derecha sustituye la habitual sonrisa sexy de Dean.
Tan rápido como aparece su sonrisa, es sustituida por su mirada
C. R. GREY

más rígida y coqueta. Vuelve a recostarse en las almohadas, cerrando


los dedos detrás de la cabeza. Su camisa se levanta lo suficiente como
para vislumbrar la línea de vello oscuro en su estómago.
―Ahora que hemos sacado toda esa rareza del camino, ¿quieres
decirme qué estabas haciendo aquí justo antes de irrumpir y
amenazarme con una lámpara de mesa?
―Sí, claro, amigo. Como si fuera a decirte eso.
46
―Estoy seguro de que puedo hacer que me lo diga.
―Ah, ¿sí? ―pregunto, apoyando los codos en el estribo de madera
y levantando la cadera derecha. En esta posición, el botón superior
desabrochado de mi conjunto de dormir deja a la vista la cantidad
perfecta de escote.
Dean no dice nada más. Sólo se pone en una posición sentada y
luego de pie, sin usar nada más que su abdomen.
Dios. Lo que daría por ver sus abdominales.
¡Maldita sea! ¿He dicho eso en voz alta? Da un par de pasos para
reunirse conmigo a los pies de la cama y flexiona los tríceps mientras
alarga la mano por encima de la cabeza para agarrar la parte trasera
de su camisa, tirando de ella por encima de la cabeza y depositando
descuidadamente la camisa en el suelo.
―¿Qué estás haciendo?
Mi cuerpo pasa por ciclos de calor y frío como una microfiebre. No
necesita hacer nada para que le cuente mi sueño sexual. Si se acerca y
me quita el top ahora, prácticamente lo estaré viviendo. Un destello de
calor se apodera de mis piernas. Un cosquilleo de anticipación me hace
alargar la mano para acariciar su torso desnudo. El aire electrificado es
lo único que nos separa, haciendo bailar los vellos de mis brazos. Siento
su cálido aliento en mi cara y mi cuello mientras se desabrocha
lentamente los vaqueros, se baja la cintura hasta los tobillos y se queda
sólo con los calzoncillos negros más ajustados que he visto nunca,
mientras me mira fijamente a los ojos.
A la mierda con perder la apuesta. No puedo soportar más el
C. R. GREY

zumbido en todo mi cuerpo. Necesito tocarlo, o necesito que él me


toque. Realmente no importa ahora mismo. Sólo necesito que nuestros
cuerpos se aprieten el uno contra el otro. No me importa quién gane o
quién pierda. Lo único que me importa es tirar de su pelo mientras sus
manos y su boca recorren mi cuerpo.
Da otro paso, esta vez hacia un lado, mientras camina detrás de
mí. Con mis sedosos pantalones cortos apenas cubriendo mi culo
47
cuando estoy de pie, no hay nada que dejar a su imaginación conmigo
inclinada de esta manera. Está recibiendo un espectáculo completo
conmigo en esta posición, eso es seguro.
Aspira una bocanada de aire detrás de mí. Sé que en cualquier
momento va a darme la vuelta y hacer exactamente lo que he estado
pensando desde que le vi por primera vez. Espero, luego espero un poco
más. Pero no pasa nada.
―Tomaré una ducha ―me susurra al oído.
Si la lujuria pudiera matar, habría caído muerta hace diez minutos.
Dean tiene que ser tan competitivo como yo, claramente no tiene
intención de ser el perdedor. Eso está bien. No tengo nada que perder
en esta apuesta, así que no tengo ningún problema en darme la vuelta,
agarrarle la cara y dejar que mi fantasía se haga realidad.
Cuando me doy la vuelta, está saliendo por la puerta del
dormitorio.
―Si te parece bien, Buttercup ―dice sin mirar atrás.
Ese bastardo. Probablemente estaba tanteando el terreno para ver
con qué facilidad cedería. Bueno, te puedo asegurar que no voy a dejar
que eso suceda de nuevo. A partir de ahora, yo soy la que toma las
decisiones. Y sé exactamente qué hacer.
C. R. GREY

48
Capítulo Ocho: Dean
Estoy muy involucrado en esta situación. Esta chica me está
plantando cara. Normalmente no soy tan coqueto. No tengo que
serlo. Las mujeres se me tiran encima. A lo sumo, es una frase
genérica para ligar y un toque. Ese es el alcance de mi coqueteo.
Todo es diferente con Buttercup.
Parece que no puedo dejar de coquetear con ella. Es divertido,
pero sé que no es la única razón. No hace falta ser un genio para
darse cuenta de que estoy compensando en exceso el extraño
C. R. GREY

calor que siento en el pecho. Si me concentro en la forma en que


mi pene se retuerce cada vez que ella me mira a través de sus
pestañas, con ese apretado tirón en la comisura de la boca como
si tuviera un secreto que está luchando desesperadamente por
compartir y menos en lo lleno que se siente mi corazón cuando
estoy cerca de ella, en cómo si siempre estuviera luchando contra
una risa, entonces puedo seguir con mis hábitos normales sin
49
problema. ¿No es así?
La única dificultad es que me desea casi tanto como yo a ella.
Cuando estamos en la misma habitación, prácticamente puedo oír
su corazón palpitando como un tambor. Es normal que las mujeres
se pongan calientes cuando me ven sólo en calzoncillos. Suele ser
el último paso necesario antes de que se pongan de espaldas. Pero
la forma en que Buttercup se derritió por completo al verme, cómo
parecía que cada músculo de su cuerpo intentaba evitar que me
alcanzara y tocara, pero aun así estaba a centímetros de rozar mi
abdomen, fue una de las cosas más calientes que he visto. Ninguna
mujer me había deseado -no, necesitado- tanto. Y verla inclinada
de esa manera, con el culo a la vista... fue simplemente cruel.
Sin embargo, no hizo nada al respecto.
¿Por qué es un problema tener a la mujer más sexy del mundo
jadeando sobre mí? Porque casi cometí un gran error... uno que no
me sentó bien en el estómago. Así que, tuve que salir de allí-
rápido. Me dirijo a la única otra habitación, sabiendo que tiene que
ser el cuarto de baño, y espero a que el agua helada sofoque el
rojo vivo... bueno, seguro que ya me entiendes. Normalmente eso
funciona, pero estoy aprendiendo rápidamente que ni siquiera el
agua más fría puede quitarme de la cabeza su culo perfectamente
curvado o su actitud de "tiene un comentario para todo".
No estoy orgulloso de ello, pero sé que sólo hay una manera de
C. R. GREY

despejar mi cabeza y superar las próximas veintitantas horas de


mi parte de la apuesta. Cuando voy a buscar mi jabón corporal
como una especie de lubricante, recuerdo que salí corriendo del
dormitorio tan rápido que no traje nada conmigo. Ni siquiera una 50
toalla. Bueno, parece que las cosas se han vuelto mucho más
interesantes.
Estoy a punto de llamar a Buttercup para que me traiga mis
cosas de la ducha. Entonces veo su colección de jabón, champú,
acondicionador y un par de frascos más de Dios sabe qué
alineados ordenadamente en la ducha.
No lo hagas, amigo. No seas tan escurridizo.
Mi cerebro y mi cuerpo no están en la misma longitud de
onda. Agarro su botella de jabón con aroma a flores de cerezo.
En serio. No lo hagas. Ya es bastante malo masturbarse con
alguien que está en la otra habitación. No uses su jabón también.
Sin pensarlo, doy una calada. Cualquier progreso para salir de
esta agua helada desaparece en un segundo. Bueno, ahora no
tengo otra opción. Exprimo una cantidad decente de jabón en la
palma de la mano y empiezo a bombear. Tres bombeos y la
imagen de Buttercup completamente vestida. Eso es todo lo que
necesito para sentir lo que espero que no sea más que una
liberación momentánea.
No pierdo tiempo en enjuagarme el cuerpo, esta vez usando
una pequeña cantidad de su jabón para no oler como un jardín
japonés cuando salgo del baño. Y mierda, ya que he usado su
jabón, también puedo usar su champú. La sustancia azul que se
llama champú tiene un aroma que no es tan fuerte como el de su
jabón, pero me deja el pelo más suave que nunca. Puede que
tenga algo de razón.
Satisfecho con mi ducha y sin poder sentir los dedos de los
C. R. GREY

pies, sé que no puedo demorarme más. Cierro el grifo y me


dispongo a pasearme desnudo por la cabaña como castigo por
haber sido una completa idiota. Tengo la mano en el pomo de la
puerta y el agua me resbala por el cuerpo cuando veo una pila de
toallas limpias enrolladas en un estante metálico en la pared
opuesta a la ducha. Qué oportuno. Cojo una toalla y me la paso 51
dos veces por la cabeza para secarme el pelo, y luego me la enrollo
alrededor del cuerpo, dejándola colgar sobre las caderas.
―Mira eso ―oigo decir a Buttercup mientras salgo del
baño―. Te pareces a Zac Efron en Baywatch... sólo que menos
musculoso.
―Creo que eso fue casi un cumplido de tu parte. Tengo la
sensación de que ahora estoy a punto de conseguir el verdadero.
―Bueno, ahora estás haciendo que parezca que no soy más
que mala contigo ―Me sigue al dormitorio, apoyándose en el
umbral de la puerta justo cuando estoy a punto de dejar la toalla y
vestirme―. Oh, no te preocupes por mí. No me opongo a una cena
y un espectáculo.
―¿Cena?
―Sí, hice la cena. Bueno, comí hace unas horas. Pero me
imaginé que probablemente no habías comido nada, así que te
hice la cena.
―¿Me has hecho la cena? ―pregunto, asegurándome de
haberla escuchado bien.
―Bueno, sí. No es nada especial. Sólo he calentado algo de
sopa. Nada elegante ni nada, pero supuse que probablemente
tendrías hambre.
Para una persona normal, tener a alguien que le calienta la
comida preparada no es un gran problema. Para mí, bien podría
C. R. GREY

haber saltado delante de una bala por mí. Bueno, tal vez no tan
extremo, pero muy cerca. Han pasado más de veinte años desde
que alguien hizo la comida para mí. En un instante, ese sentimiento
cálido y difuso que he intentado ignorar desde que la vi sonreír por
primera vez resurge diez veces más fuerte. Es una de las mejores
sensaciones del mundo, así que, naturalmente, tengo que joder las
cosas.
La sensación difusa pasa de ser un zumbido a una descarga
52
eléctrica en un instante. La calidez se instala en mi estómago como
una roca hirviendo de mil libras. Cuanto más tiempo permanezco
quieto, más se acercan las paredes a mí. Necesito salir de aquí y
alejarme de Buttercup. No sé lo que me está haciendo, pero sea lo
que sea, no puede ser bueno.
¿Quién se cree que es esta chica? No necesito que me cuide.
He estado por mi cuenta desde que era un niño. Ella es toda
caliente y fría, coqueta y grosera, ¿y luego me hace de comer
como si fuera una persona importante en mi vida? No hay nadie
más en mi vida por una razón. O me han dejado a mí o yo los he
dejado a ellos. No puedes confiar en nadie. Es sólo cuestión de
tiempo que te hagan daño. No voy a dejar que una extraña con
una cara bonita y un cuerpo caliente me haga daño.
―De todos modos ―dice―, la sopa debería estar lista ahora,
así que ve a vestirte.
Sale del dormitorio y cierra la puerta tras ella. La habitación
parece apagada. Como si faltara algo. Pero no algo. Alguien. Hace
dos segundos, lo único que quería era estar solo. Ahora que lo
estoy, apesta. Estoy tan cansado de estar solo. Pero no importa lo
que quiera, así es como tiene que ser. Me niego a arrastrar a
alguien, a arruinar más vidas, otra vez.
Me pongo un pantalón de chándal y una camiseta gris de mi
bolsa de viaje y me dirijo a la cocina, obligándome a enfadarme. Es
C. R. GREY

la mejor manera de poner límites. Tiene que haber un muro


kilométrico entre nosotros para mantenerme a raya. Lo que sienta
no significa nada. No hay sentimientos. Sólo sexo. Tengo que seguir
con lo que sé.
Cuando se da la vuelta con una sonrisa cómplice en la cara y
un brillo en los ojos, me aseguro de que mis palabras sean más
duras de lo que jamás haya oído. 53
Con suerte, eso la hará retroceder un poco.
―¿Hay comida de verdad?
Buttercup, que acaba de poner el cuenco de sopa hirviendo
sobre la mesa, frunce el ceño y ladea la cabeza como si nunca
hubiera oído hablar de la comida.
―Ya sabes, comida de verdad. Un plato principal con
acompañamiento. ¿Algo que llene y tenga nutrientes que no sean
tres días de sodio?
Baja la mirada, incapaz de mantener mi contacto visual, y
sacude ligeramente la cabeza de un lado a otro. Luego, sin decir
nada más, pasa junto a mí y se dirige, supongo, al dormitorio.
Dios, eso duele.
Joder. ¿Por qué tienes que ser tan jodidamente imbécil, Dean?
Debería estar besando sus pies por dejarme estar aquí. En
cambio, estoy coqueteando con ella un segundo y gritándole al
siguiente. ¿Qué clase de idiota hace eso? Ah, sí. Yo. Sacó tiempo de
su día para hacerme la comida cuando fácilmente podría haberme
ignorado. ¿Y qué hago para agradecerle? Me cago en ella.
¿Por qué te importa lo que piensa o cómo se siente? Es sólo una
chica.
Es sólo una chica, ¿no? ¿Sólo otra persona que puedo usar
para sacar mi frustración o estrés?
Si es así, ¿por qué me siento como me siento con ella? ¿Por
C. R. GREY

qué me empeño en acostarme con ella o ya pienso en que será la


primera persona con la que me acueste dos veces? ¿Cómo va a
ser la primera persona con la que comparta la cama? ¿O cómo
estoy totalmente bien estando encerrado en la nieve con ella
durante los días que sea y fingiendo que todo está bien cuando
fuera de estas cuatro paredes no tengo ningún sitio al que ir ni
nada que hacer? ¿Es entonces una chica cualquiera? 54
Por supuesto que sí. Porque si no lo es, significa que siento algo
que no he sentido desde Elle en el instituto. No me gustan las
relaciones ni los sentimientos ni nada de eso. Como dije, cuando
dejas entrar a alguien, sólo le estás dando la oportunidad de
joderte en el futuro. Pero sólo porque yo no pueda dejarla entrar no
significa que tenga que ser un idiota con ella.
―¡Hola! ―digo un poco más alto de lo que pretendía, lo que
hace que Buttercup dé un salto antes de girarse hacia mí ―.
Gracias. Por la sopa, quiero decir ―Se queda mirando un punto en
el suelo a medio camino entre nosotros―. No he podido comer, así
que esto es perfecto. Gracias. Pero que sepas que mañana saldré
a buscar comida de verdad para que comamos. No más de esta
mierda pre-hecha, ¿de acuerdo? Vas a vivir con un chef los
próximos días y vas a comer como tal.
Digo esto último en broma, con la esperanza de suavizar el
golpe de mi arrebato, pero nada cambia en su rostro. Por fin
levanta la vista hacia mí, pero esta vez solo para asentir
ligeramente antes de darse la vuelta y dirigirse al dormitorio. Sé
que me lo merezco.
Me merezco que me ignoren. Sinceramente, casi espero que
salga con mi bolsa y me eche. Cuando vuelve a salir un segundo
después, espero la patada. En lugar de sostener mi bolso, sostiene
un libro. En lugar de abrir la puerta y echarme, se acomoda en el
sofá.
C. R. GREY

Tal vez mi mierda pasivo-agresiva no la hirió como yo


pensaba. Eso me duele aún más. Eso significa que está
acostumbrada a recibir mierda, y eso no está bien.

55
Capítulo Nueve: Dean
Es doloroso comer el cuenco de sopa. Primero, porque es de lata y
casi no tiene condimentos. Con cada cucharada, pienso en formas de
mejorarla. Un poco de sal y pimienta le vienen muy bien. Un poco de
tomillo y una pizca de cúrcuma harían que esta agua amarilla con
fideos empapados y pollo falso fuera algo apetecible.
La horrible sopa es el segundo dolor de estar tan cerca de
Buttercup después de lo que acaba de pasar. Incluso estando de
espaldas a ella, puedo sentirla en la habitación. Puedo sentir su mirada
C. R. GREY

en mi dirección media docena de veces mientras como.


Hace falta todo lo que hay en mí para no saltar de la mesa y estar
cerca de ella, aunque sea para disculparme de nuevo. Pero sé que estar
en su cara probablemente no es lo que ella quiere y preferiría mantener
algo de espacio, así que lucho con todo mi cuerpo para permanecer en
mi asiento. Lo único que me mantiene aquí en lugar de allá con ella es
que me concentro en masticar mi sopa -sí, mastico esta sopa, con la 56
esperanza de que dure más. Para cuando raspo el cuenco, la sopa está
helada.
Por el rabillo del ojo, veo que la atención de Buttercup vuelve al
libro que tiene en las manos cuando me levanto de la mesa. Me alejo de
ella y me dirijo hacia el fregadero y vuelvo a sentir sus ojos en mi
espalda, así que decido tomarme mi tiempo para lavar el cuenco y la
cuchara, flexionando los músculos de la espalda con cada movimiento.
No hay nada más que pueda usar para entretenerme, así que decido
ser un hombre y hablar con Buttercup y disculparme de nuevo. Ya
sabes lo que dicen. No te vayas a dormir enfadado. Sé que eso se
refiere a las parejas casadas, pero estoy bastante seguro de que
compartir la cama con un desconocido entra en la misma categoría.
―Hola. ¿Qué haces? ―pregunto mientras me dejo caer en la silla
más cercana al sofá. Apoyo los codos en las rodillas, acercándome a
ella, asegurándome de que siente mi presencia.
Buttercup cierra su libro de golpe, manteniendo el pulgar en su
lugar como un marcador improvisado. Deja escapar una exagerada
respiración antes de dirigir su atención hacia mí.
―Estaba leyendo.
―Oh, bien. Me alegro de no interrumpir nada entonces. ―Eso sólo
me gana otro suspiro exagerado. Demasiado para suavizar las cosas ―.
Escucha ―empiezo de nuevo, sentándome en la silla ahora que tengo
toda su atención―. Siento que hemos empezado con el pie izquierdo. Si
estamos atrapados juntos en esta pequeña cabaña durante los
próximos días, creo que vale la pena conocernos. ¿No crees?
C. R. GREY

Buttercup saca el pulgar del libro y lo coloca en la mesa entre


nosotros.
―Te prometo que no suelo ser tan imbécil ―Eso es una gran
mentira―. Yo sólo... Bueno, digamos que no estoy cerca de las mujeres
con la suficiente frecuencia como para tener, eh, conversaciones
normales.
Intenta disimularlo, pero el leve tirón de la comisura de los labios
de Buttercup me dice que tiene curiosidad.
57
―Entonces, lo que estás diciendo es que no tienes conversaciones
que vayan más allá de ‘’¿Estás tomando anticonceptivos?’’
―Oye, eso no es justo. ―Su cara está llena de juicios mientras se
mueve para estar a ras del lado del sofá más cercano a mí, apoyando
la barbilla en su mano―. Bien, no te equivocas. Pero, a cerca de...
―Miro el reloj invisible de mi muñeca―. ...dos horas. Ahora tienes
oficialmente el título de mayor tiempo pasado conmigo sin mencionar el
control de la natalidad. Felicidades.
―Vaya, qué honor.
―Entonces, ¿lo estas? ―pregunto, sólo medio en broma―.
Preguntando por un amigo.
―Tengo veinticuatro años.
―Eso no responde a mi pregunta.
Ella responde mordiéndose la comisura del labio y mirándome con
esos ojos redondos que tiene por encima del borde de las gafas. Esta
mujer es pura maldad. Sabe perfectamente lo que hace con su cuerpo,
porque cuando me remuevo en mi asiento, peinándome con los dedos,
una lenta sonrisa se dibuja en su rostro.
―Digamos que el convento no me dejó entrar ―Todavía apoyada
en su codo, se inclina hacia mí hasta que sus piernas están debajo de
ella y se balancea sobre su codo y sus rodillas ―. Entonces, sí. Estoy
tomando anticonceptivos.
Repito, esta mujer es pura maldad. Cómo no ha sido reclamada
por algún tipo todavía me deja perplejo. Si yo fuera del tipo de
C. R. GREY

relaciones, haría todo lo posible para domar a esta descarada y hacerla


mía. Sé que no es mía, nunca lo será. Pero al menos, por el momento,
tengo la suerte de poder reclamarla.
―Sólo necesito que sepas ―dice ella, apartándose y sentándose
en el sofá más lejos que antes―, que no me voy a acostar contigo.
―¿Qué?
58
Esto tiene que ser otro de sus extraños juegos o algo así. Tal vez esa
mierda de psicología inversa de la que la gente siempre habla. Me está
diciendo que no se acostará conmigo para que ceda aquí y ahora. Tiene
que ser eso, y definitivamente está funcionando.
―No es nada contra ti. Simplemente no eres mi tipo.
El calor sube en mi cuerpo. Pero no del tipo bueno que viene antes
del sexo. Del tipo malo que me hace querer arremeter. Casi siempre he
sido amable con ella. Sí, sólo he coqueteado con ella, pero no la juzgo
como ella lo hace conmigo. ¿Qué le da a ella, a esta joven de
veinticuatro años, el derecho a juzgarme?
―Ya que pareces saber tanto sobre mí, ¿por qué no me dices
entonces cuál es mi tipo?
―Con mucho gusto ―dice ella, devolviendo la actitud―. Eres el
clásico chico que folla. Ya sabes, el tipo de hombre que sólo busca una
cosa. En el momento en que consigues eso, pasas a la siguiente mujer,
muy probablemente sin preguntarle siquiera su nombre. Si ella te lo
dice da igual, pero probablemente no lo recuerdes en dos segundos, de
todos modos. Seguro que el sexo es como una competición para ti. O
bien fuiste una persona tardía y te cansaste de escuchar a tus amigos
hablar de con cuánta gente se acostaron, así que te propusiste tener el
mismo número que ellos. O bien valoras tu valía en función de con
cuántas mujeres has estado. Pero, si tuviera que adivinar, diría que es
lo de la valía. Ahora dime. ¿Estoy en lo cierto?
Tiene razón, pero no puedo decírselo.
―Lo tomo como que tenía toda la razón.
―¿Qué hay de malo en eso si es consentido?
C. R. GREY

―Nada. Pero eso no es lo que estoy buscando.


―Entonces, ¿qué? ¿Quieres una relación o algo así?
Espero impacientemente su respuesta, moviendo
incontroladamente mi pierna hacia arriba y hacia abajo para llenar el
creciente silencio. Dependiendo de cómo responda a continuación,
cambiará por completo lo que significará la vida en la nieve con ella. 59
―No quiero en absoluto una relación ―dice con otra de sus risas
sarcásticas. No sé qué pensar de esa respuesta, pero antes de que
pueda hacer una pregunta de seguimiento, ella interviene―. De
ninguna manera vamos a tener sexo.
―Nunca digas nunca.
―¿Qué significa eso?
―Bueno, significa que no se puede negar que te sientes atraída por
mí. Tú misma lo has dicho, y sabes que yo siento lo mismo.
―Sin embargo, la atracción no significa nada. Que me atraiga
alguien no significa que me acueste con él.
―Eso es cierto, pero ¿cuántas personas te han atraído antes con
las que has hecho una apuesta sexual?
―Una apuesta anti-sexo, eso sí.
Claro, porque que ella apueste a que puede aguantar más que yo
antes de que uno de los dos ceda inevitablemente y nos liemos es
totalmente una apuesta antisexo.
―¿Estás diciendo que quieres salir de esto, entonces? ¿Ni ganador
ni perdedor? ¿Simplemente cancelar todo el asunto?
Su boca se abre y se cierra media docena de veces, como si
estuviera a punto de responder para cambiar de opinión en el último
momento. Sacude suavemente la cabeza, respondiendo en silencio a
sus pensamientos. Finalmente, hincha las mejillas de una manera que
me hace pensar en esas ardillas de dibujos animados que solía ver en
Disney y que luchaban contra el crimen o lo que fuera con esos ratones.
C. R. GREY

Sólo después de desinflar lentamente sus mejillas hinchadas habla.


―No. Supongo que no.
Una sensación de aleteo comienza en mi estómago. Hombre, esta
chica me da latigazos... pero me encanta.
―Entonces lo diré de nuevo. Nunca digas nunca.
60
―En ese sentido ―dice, estirándose mientras se levanta, coge su
libro y se dirige al dormitorio.
―Espera. ¿A dónde vas?
―A la cama ―dice, como si fuera lo más obvio del mundo.
―Pero pensé...
¿Qué pensaba? ¿Qué empezaríamos a besarnos ahora mismo y a
follar hasta que saliera el sol? Sí. Eso es exactamente lo que pensé.
―¿Pensaste qué?
Está de pie junto a mi silla. Si quisiera, podría alcanzarla, tocarla y
subirla a mi regazo. Podría ver por fin a qué saben sus labios. Podría
hacer muchas cosas, y casi las hago. Esta noche ha sido un infierno de
montaña rusa, así que no hago nada. Además, porque quiero ver
cuántas más burlas cree que puede hacer.
―Pensé que nos estábamos conociendo.
―Estamos atrapados aquí juntos, ¿recuerdas? Hay mucho tiempo
para eso. Pero ahora tengo que ir a la cama ―dice encogiéndose de
hombros.
Me enfurruño en mi silla, aguantando el tiempo que tarda en entrar
y salir del baño para hacer lo que sea que hacen las chicas allí dentro
durante tanto tiempo. El movimiento se detiene y la puerta de la
habitación se cierra. Cuento hasta diez antes de levantarme de la silla.
Compruebo la cerradura de la puerta principal y apago las luces antes
de irrumpir en el dormitorio.
―¿Qué haces aquí? Parecías muy cómodo ahí fuera. Solo.
C. R. GREY

―Me voy a la cama ―digo, imitando su tono práctico de antes.


Sin perder tiempo, me quito la camiseta por encima de la cabeza,
como les gusta a las mujeres, y me quito el chándal. Por segunda vez en
la noche, me encuentro frente a Buttercup sin más ropa que mis
calzoncillos. Esta vez, sin embargo, no parece tan nerviosa como hace
una hora.
―¿Realmente estamos haciendo esto? 61
―Te dije antes que no iba a dormir en el sofá.
―Sí, bueno, pensé que estabas mintiendo ―dice, cruzando los
brazos con fuerza sobre el pecho―. O que cambiarías de opinión o algo
así.
Me encojo de hombros.
―Lo siento, Buttercup. No se puede. Es imposible que quepa en ese
sofá. Ni siquiera te atrevas a decir que puedo dormir en el suelo ―digo,
interrumpiendo antes de que pueda sugerirlo―. Soy un hombre adulto.
Si duermo en el suelo, no me muevo en tres días.
―Bien ―dice ella, metiéndose en la cama. Ya sabiendo que no hay
que poner a prueba su paciencia, me meto en la cama segundos
después―. Sólo recuerda la apuesta. Si me despierto y estás encima de
mí, lo cuento como una pérdida para ti. Y tengo mucha crema de
afeitar, así que no creas que vas a salir de esta con las piernas peludas.
―Levanto inocentemente las manos para indicarle que la escucho alto
y claro.
―No tocar. Entendido.
Ninguno de los dos se mueve durante unos segundos, tumbados
como momias con un espacio lo suficientemente grande entre los dos
como para que quepa una tercera persona. Supongo que esto es tan
nuevo para ella como para mí.
―Esto es simplemente ridículo ―dice, girando sobre su lado para
mirarme.
―¿Qué es esto? ―pregunto, rodando para mirarla también.
C. R. GREY

―Somos dos adultos. Esto no tiene que ser tan raro como lo
estamos haciendo. Sólo son dos personas compartiendo la cama. No es
gran cosa.
―Exactamente.
Pero para mí, es un gran problema. 62
―Bien. Pero no me pongas la mano en el culo o en la teta o algo así
cuando esté dormida, ¿de acuerdo?
―No pongas tu mano en mi polla cuando estoy dormido.
Eso justifica otra sonrisa, buena y cálida, de Buttercup antes de
señalar la lámpara de mi lado.
―¿Puedes apagar eso ahora?
―Claro. Buenas noches, Buttercup.
Me alejo de ella y busco el interruptor de la lámpara.
―Buenas noches, Dean.
Compartir la cama se vuelve mucho más íntimo en la oscuridad.
Para mí, las mujeres y las camas significan sexo, no dormir. Es un
concepto extraño, ajeno, que no consigo asimilar. Le dije que esto no
era raro, así que tengo que quedarme tranquilo. Noto que se ha
relajado un poco, que sigue tumbada de lado frente a mí con un brazo
bajo la almohada y el otro encima, pero no puedo relajarme. Es
demasiado extraño. Así que me mantengo lo más cerca posible del
borde de la cama. Tan cerca que, si me moviera más a mi izquierda,
estaría en el suelo.
―Isobel ―dice con una voz tan chillona que tengo que preguntarle
qué ha dicho―. Isobel. Me llamo Isobel. Pero mis amigos me llaman Iz.
No se me pasó por la cabeza que hasta ahora no le había
preguntado su nombre.
―Sólo pensé que, si estás durmiendo en la misma cama que yo, al
menos deberías saber mi nombre. Aunque lo olvides en dos segundos.
Dice la última parte en broma, pero mi respuesta es
C. R. GREY

completamente seria.
―No olvidaría tu nombre.
No puedo terminar la noche con eso. ¿En qué estoy pensando? Me
obligo a pensar en otra pregunta, esperando que lo que he dicho no sea
lo último que piense al quedarse dormida.
―¿Qué prefieres?
63
―¿Eh?
―¿Qué nombre prefieres? ¿Cómo quieres que te llame?
―Oh. Uh...
―...porque dijiste que tus amigos te llaman Iz. No quiero ser
grosero, pero no diría que somos amigos. Al menos, todavía no.
Entonces, ¿cómo debería llamarte?
De nuevo, silencio. Esta vez el silencio se prolonga tanto que me
pregunto si ya se habrá dormido. Estoy a punto de ponerme de lado
para ver si está despierta cuando responde.
―Buttercup está bien.
Capítulo Diez: Isobel
Nunca me he acostado con un hombre.
Bueno, no de esa manera. Obviamente, he tenido sexo. Sólo que no
ha habido pernoctaciones. Pensé que lo odiaría. Soy el tipo de
durmiente que se extiende y utiliza cada centímetro de la cama. Suze
dice que parezco una estrella de mar cuando duermo. Yo digo que
parezco cómoda. Pero compartir la cama con Dean no era tan malo
como pensaba. Mi piel zumbó con anticipación toda la noche. Casi
esperaba que me alcanzara y me agarrara el culo o algo así. Por lo
C. R. GREY

menos que pasara su mano por mi pierna. Pero mis deseos no sirvieron
de nada porque, al no ser un caballero, Dean se ciñó a mis reglas.
Sabiendo cómo duermo, casi espero despertarme en los brazos de
Dean, envuelta en el calor de su cuerpo y con mi piel haciendo
cosquillas contra el pelo salpicado de su pecho. En cambio, me
despierto con frío y sola. Veo que la ventisca no ha hecho más que
empezar al asomarme por las persianas. Se ha acumulado poca nieve
durante la noche. Sólo lo suficiente para dejar un par de centímetros de 64
nieve en la carretera, pero si las densas nubes grises que se ciernen
sobre nosotros significan algo, pronto habrá mucha nieve en nuestro
camino.
Un escalofrío recorre la habitación y casi me hace volver a la
cama, donde puedo quedarme acurrucada durante horas. Sé que no
hay tiempo para eso. Tengo que empezar con mi trabajo, pero también
tengo que encontrar a Dean. No porque me importe ni nada parecido,
sino porque quiero asegurarme de que... oh, al diablo. Sí, porque me
importa. Me siento cómoda con él. Como si pudiera ser yo misma, lo
cual no es algo que pueda decir de mucha gente. Con demasiada
pereza para vestirme, pero con demasiado frío para quedarme en
pijama tropical, rebusco en mi bolso hasta encontrar la bata
transparente que Suze ha metido en la maleta. No sirve de mucho para
abrigarme, pero de momento tiene que servir.
―¿Dean? ―Salgo del dormitorio, pensando que está en la cocina
preparando el desayuno, pero no está en la pequeña sala de estar.
Golpeo la puerta del baño. Quizá se esté duchando de nuevo o algo
así―. ¿Dean? ¿Estás ahí? ―Silencio.
Eso es raro.
Sin saber qué más hacer, abro la puerta principal.
―¿Dean? ―Vuelvo a llamar, esta vez a lo desconocido.
Al encontrarme con más silencio, doy unos pasos hacia el porche y
miro un poco más. ¿Quién sabe? Podría estar cortando leña o haciendo
cosas de hombres ahí fuera. Es entonces cuando las veo: huellas que se
C. R. GREY

alejan de la cabaña, parcialmente cubiertas por una capa de nieve.


Oh, bueno. Tal vez soy una estrella de mar que duerme y no pudo
soportarlo. Se arriesgó ahí fuera en lugar de pasar otra noche con mis
miembros de peso muerto. Al menos ahora, mi único enfoque puede ser
en mi tesis y no ganar la apuesta.
Y esto significa que puedo omitir la parte de "quién" cuando le
envíe a Suze un mensaje de texto con la información de dónde me estoy
65
quedando. Eso facilitará las cosas.
De vuelta al interior, cojo mi teléfono de la mesita donde lo dejé
anoche después de hacer la foto de Dean y le envío a Suze una rápida
actualización.
Yo: ¡Hola! Espero que te sientas mejor. Siento no haberte
mandado otro mensaje anoche... las cosas se complicaron en el
aeropuerto. No puedo llegar a Punta Cana hasta el final de la
semana, así que me quedaré en Valoid y volaré de vuelta el día
17.
Agrego la dirección de la cabaña y envío el mensaje. Miro fijamente
mi teléfono, esperando ver esos tres puntos danzantes. Pasan un
puñado de segundos, luego un minuto. Sesenta segundos no es mucho
tiempo, pero como alguien que casi siempre recibe una respuesta de
Suze en el mismo instante en que le envío el mensaje, decido dejar de
procrastinar y empezar el día.
Los dientes cepillados, la cara lavada, el pelo en otro moño
desordenado, y todavía no hay respuesta de Suze. Está bien. Está
enferma, y todavía es un poco temprano. Me preocuparía si no
estuviera durmiendo.
La cabaña no parece tan fría ahora que me he levantado, pero eso
no significa que me excite menos la idea de ponerme unos leggings y
una sudadera holgada y dar por terminado el día. Rebusco en mi bolso,
pero sólo saco un vestido de playa tras otro bikini. Nada tan cómodo
como una sudadera holgada.
Me decido por la opción más informal: una camiseta negra de
manga larga y unos pantalones cortos blancos con pequeños recortes
C. R. GREY

de cachemira en la parte inferior. No es exactamente un grito de que


estoy preparada para una ventisca, pero tendrá que servir. A mi lado,
mi teléfono zumba. Finalmente, mi teléfono se ilumina con un mensaje
de Suze. Lo cojo y me quedo paralizada. Mi atención se centra en el
sonido de los pasos que suben las escaleras del porche.
Con mi arma de la lámpara todavía en la cocina, no tengo nada
para armarme. En su lugar, me asomo a la puerta, dispuesta a
encerrarme en el dormitorio y salir por la ventana si es necesario. 66
―¡Dean! ―Aclamo, un poco demasiado excitada, saliendo del
dormitorio y prácticamente saltando hacia él cuando abre la puerta.
Utiliza la cadera para mantener la puerta abierta y entra en la
cabina con dos bolsas marrones en los brazos. Me apresuro a
acercarme a él, sin llegar a darle un abrazo, y en su lugar cojo una
bolsa. Al estar tan cerca, el olor a bosque de su colonia se apodera de
mis sentidos. Se me pone la piel de gallina al inhalar su aroma. Intento
localizarlo. ¿Vainilla, quizás?
―Buenos días a ti también ―Una sonrisa se dibuja en su rostro,
que resalta el hoyuelo de su mejilla. Nuestras miradas se fijan durante
un segundo, luego me alejo y llevo la bolsa de la compra al mostrador.
Dean me sigue de cerca―. Como prometí, hice algunas compras, ya
que hay un chef en la casa que requiere algo más que alimentos
producidos en fábrica y carbohidratos inútiles para cocinar algo que
nos mantenga vivos a ambos.
Los dos nos dirigimos a la cocina y nos ponemos a trabajar para
descargar las bolsas de la compra. Estoy ocupándome de mis asuntos
cuando él llama mi atención. Lo miro de reojo y veo que me mira
fijamente, con los brazos cruzados y la cabeza inclinada hacia un lado.
Al principio, creo que me está mirando como si fuera un trozo de pastel
que está decidiendo si quiere por mis pantalones cortos, pero luego veo
que centra su atención estrictamente en mi cara.
―¿Qué? ―pregunto riendo para disimular mi malestar. No soy un
experimento de laboratorio. No me gusta que me estudien.
―Pensaste que me había ido, ¿no?
C. R. GREY

Me congelo, sosteniendo una bolsa de zanahorias sobre la bolsa


marrón.
―¿Qué? No. ¿Por qué dices eso?
―Sólo una corazonada ―Dean se encoge de hombros y sonríe,
pero no deja de mirarme.
―¿Qué quieres que te diga? ―pregunto, dejando la bolsa de
zanahorias y apoyando la cadera en el mostrador.
―La verdad... que digas que creías que me había ido.
67
―¿Qué otra cosa podía pensar? No estabas aquí cuando me
levanté. Y había huellas en la nieve alejándose de la cabaña. ¿Cómo iba
a saber que no te habías ido?
―¿Tal vez porque todas mis cosas siguen aquí? ―pregunta―.
¿Eso no me ha delatado?
―Oh.
No pensé en comprobar si sus cosas seguían aquí.
―Entonces, admítelo.
Dean da un paso hacia mí. Con sólo uno o dos centímetros de
distancia entre nosotros, de repente me siento débil bajo su imponente
figura, algo que intento dejar de sentir. No mejora la situación cuando
me pone la mano en la mejilla, con las yemas de los dedos rozando la
zona blanda detrás de la oreja mientras el pulgar me recorre la
mandíbula.
Se me corta la respiración en el pecho. Siento que mi corazón late
con fuerza, pidiendo a gritos que respire de nuevo, pero no puedo. Estoy
completamente congelada en su presencia.
―Admite que pensabas que me había ido ―continúa―. Y admite
que estás feliz de que no lo haya hecho.
La otra mano de Dean encuentra mi cintura con facilidad. Mi
cuerpo tiene mente propia. Encuentra sus anchos hombros y los sujeta
para ayudarme a mantener la verticalidad mientras me atrae hacia él.
C. R. GREY

Nos quedamos así, como estatuas abrazadas, hasta que la atención de


Dean cae sobre mis labios separados. Pues bien, joder. Me inclino hacia
él.
―No cedas tan fácilmente, Buttercup dice cuando nuestros labios
están a milímetros de tocarse, su aliento cálido y mentolado secando
mi boca.
Se retira y empieza a descargar la compra. Yo, en cambio, tardo
68
en salir de mi aturdimiento. Cuando por fin vuelvo en mí, sacudo la
cabeza para librarme de su hechizo.
―¿Y bien?
―Vale, bien. Pensé que te habías ido. Y estoy encantada, incluso
con cosquillas, de que no lo hayas hecho. ¿Feliz?
―Muy. ¿Comes?
Sacudo la cabeza. ¿Cómo puede superar lo que acaba de pasar
tan rápido?
―Todavía no.
―Bien.
Dean saca una caja de cartón de una bolsa y la deja a un lado, y
luego un montón de productos frescos de otra.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto, inclinándome para que
nuestros cuerpos se rocen. Esta vez, es él quien se congela bajo mi
contacto.
―Tortilla de claras de huevo con espinacas y tomates. Y una
guarnición de tostadas de aguacate.
Mis glándulas salivales se disparan al pensar en un desayuno que
sólo creía que la gente elegante tomaba cuando salía a almorzar. Pero
esto es real. Estoy aquí, viendo a Dean prepararlo
despreocupadamente como si tuviera esto todos los días.
―Tienes un montón de cosas ―digo mientras miro las bolsas que
C. R. GREY

ocupan el mostrador―. Debe haberte costado una fortuna.


En mi cabeza, ya estoy calculando lo que probablemente cuesta
esto para poder devolver la mitad. Es lo justo.
―La verdad es que no. Intento comprar ingredientes locales en la
medida de lo posible, así que eso ayuda. Y conozco los trucos de la
tienda de comestibles, así que ni se te ocurra calcular cuánto he
gastado y devolvérmelo. Lo he hecho por mí, no por ti ―dice con un 69
guiño―. Me he acostumbrado a una cierta gama de sabores que no
dejaré que se arruine por la sopa y la pasta enlatadas.
―Espera... ¿cómo has traído la comida aquí?
―Sabes, hay una cosa que se llama "ride share" que ayuda a otras
personas a ganar dinero y me permite desplazarme por una ciudad
extraña sin tener que caminar ocho kilómetros.
―He oído hablar de Uber ―digo sin que me haga gracia―. Tomé
uno para llegar aquí ayer.
Dean se limita a poner los ojos en blanco y dirige su atención a los
ingredientes de la tortilla que tiene delante.
―Oye ―dice por encima del hombro un segundo después―, hay
algo en la bolsa para ti.
Dean señala la bolsa situada más lejos de las demás. Se me eriza
la piel, emocionada por la idea de recibir un regalo mientras me dirijo a
ella. No tengo ni idea de qué esperar. ¿Crema de afeitar de broma, tal
vez? Lo que saco es mucho mejor que un regalo de broma. Dos botellas
de vino -uno tinto y otro blanco- y una enorme caja de bombones en
forma de corazón. Ahora está hablando mi idioma.
―¿Para qué es esto?
―Como agradecimiento por dejarme quedarme en lugar de
echarme cuando podrías haberlo hecho. Y un regalo de "lo siento" por
haber sido un imbécil anoche sin razón. A veces me pongo así.
―Tráeme más vino y chocolates y podrás ser un asno cuando
quieras.
Mientras Dean termina de desayunar, yo sirvo dos vasos de vino
C. R. GREY

tinto en copas de plástico azul claro que encuentro en el armario. Me


envía una mirada escrutadora cuando lleno las copas de ocho onzas
más de la mitad. Lo mando a la mierda. En respuesta, le digo que
técnicamente estoy de vacaciones. Se ríe y sacude la cabeza para sí
mismo, volviendo a la tortilla que está cocinando.
―Salud ―dice, levantando su copa de vino una vez que estamos
sentados en la mesa con el desayuno frente a nosotros.
―Por una extraña serie de acontecimientos y una inusual amistad. 70
Al tomar un sorbo, me da la bienvenida la suavidad afrutada del
vino. Mi favorito. Cuando le doy un bocado a la comida, todo lo que sé
sobre los huevos se va inmediatamente por la ventana. Son sólo huevos
con algo de queso y verduras mezcladas, pero esto es sin duda lo mejor
que he probado.
―Por cierto, hoy estás muy bonita.
―Gracias. No eres tan mal cocinero.
―¿Lo he hecho? ―pregunta, llevándose una mano al pecho,
fingiendo sorpresa―. ¿Es posible que haya recibido un cumplido de la
propia gruñona?
―Si sigues así, no habrá más ―le advierto, señalando mi tenedor
en su dirección. En un instante, se inclina y me roba el trozo de tortilla
del tenedor―. ¡Oye!
―En realidad es por eso por lo que me estaba moviendo ―dice,
ofreciéndome a cambio un trozo de su tortilla que acepto
amablemente―. Iba de camino a Carolina del Norte para empezar un
nuevo trabajo.
―Ah, ¿sí? Eso es genial. Es en un restaurante, supongo.
―Sí. Un viejo amigo mío va a abrir un restaurante dentro de una
semana y me pidió que viniera a ser el chef ejecutivo. Sinceramente,
habría aceptado cualquier trabajo en cualquier lugar si eso significara
salir de mi ciudad natal.
―¿Qué tiene de malo tu ciudad natal?
C. R. GREY

Dean traga más fuerte de lo habitual, casi forzado. Se tensa en su


asiento durante un segundo, pero luego se relaja antes de continuar.
―No te preocupes por eso.
Comemos en silencio hasta que él ha recogido su plato y yo
termino mis últimos bocados de tostada. Estoy a punto de felicitar al
chef cuando suena el teléfono de Dean. Debía de estar esperando una
llamada, porque se levanta de la mesa e inmediatamente va a
contestar. 71
―Lo siento. Tengo que coger esto.
―No hay problema ―digo, metiendo el resto de la comida en la
boca.
―Esto sólo tomará un segundo, lo prometo. Volveré a limpiar
entonces.
―Tómate tu tiempo. Puedo arreglármelas.
Con una rápida sonrisa, corre hacia el dormitorio, respondiendo a
la llamada por el camino antes de cerrar la puerta tras de sí.
Capítulo Once: Dean
―¿Qué pasa, Davey? ―pregunto, trotando hacia el dormitorio y
encerrándome en él.
Tengo la sensación de que sé hacia dónde va esta conversación. Si
mi sospecha es cierta, lo último que quiero es que Buttercup se entere
de que soy un indigente.
―¿Qué pasa? ¿En serio? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
―Amigo, no sé qué quieres...
C. R. GREY

―Lo que quiero es saber dónde diablos estás, Dea.


Aprieto y suelto la mano libre dos veces antes de contestar. Su
ausencia durante tanto tiempo me ha hecho olvidar lo mucho que odio
a Davey.
―Te lo dije ayer. Mi vuelo aterrizó de emergencia y estoy atrapado
en Vermont.
―Sí, pero dijiste que ibas a comprar un coche. ¿Por qué sigues en
Vermont?
―Es imposible olvidar cómo son los inviernos de Nueva Inglaterra,
72
aunque hayan pasado diez años. La nieve aquí no es como en otros
estados. No es un pie de nieve aquí y allá. Son pies de nieve a la vez. No
puedo controlar eso, igual que no puedo controlar que no tengan
coches.
―Claro. Pero tú eres mi chef ejecutivo. Te necesito aquí ahora. El
restaurante abre en unos días. Tenemos una apertura suave mañana y
tenemos críticas de comida en abundancia. Mis chicos no saben qué
hacer. Necesito que les enseñes.
―Mierda, Davey. Haces que parezca que soy yo quien ha hecho el
menú.
―No quiero oírlo. Tenías la opción de decir que no. Al menos
entonces habría tenido tiempo de encontrar a otra persona. Pero
debería haber sabido que algo como esto podía suceder. No se puede
confiar en un Kennedy, ¿verdad?
Muerdo con tanta fuerza la mandíbula que inmediatamente me da
dolor de cabeza. Si hay algún sentimiento persistente que no sea el de
querer darle una paliza, ya ha desaparecido.
Sinceramente, quedarme atrapado en Vermont y no llegar al sur es
probablemente lo mejor que me ha pasado.
―En serio, hombre ―dice mientras yo recorro la habitación,
intentando con todas mis fuerzas no hacer un agujero en la pared ―,
vas a hacer esta mierda. ¿Después de todo lo que he hecho por ti? Eso
C. R. GREY

es bajo. Muy jodidamente bajo.


Como no tengo nada que perder, me niego a contenerme. Puede
que no sea capaz de joder a Davey, pero puedo asegurarme de que
sepa la clase de escoria que es.
―¿Qué? ¿Es bajo de mi parte quedarme atascado en una ventisca
y no llegar a ti por tu línea de tiempo? Si me necesitabas tanto, quizá
deberías haberte puesto en contacto conmigo hace meses, cuando
empezaste a contratar, y no esperar una semana antes de la apertura 73
para ver si quería el trabajo. Parece que nadie más quería trabajar
para un idiota, y yo era tu última opción. Así que esa parte es cosa tuya.
No mía.
Al otro lado del teléfono, Davey aspira profundamente, supongo
que para defenderse. Pero yo no tengo nada de eso.
» Y hablando de bajos, ¿qué tal si ahora me dejas sin hogar y sin
empleo? Dejé mi apartamento, mi trabajo, todo para trabajar en tu
restaurante asiático-mexicano que va a fracasar en seis meses de
todos modos, ya que parece que sólo contrataste a imbéciles que no
pueden averiguar cómo poner arroz frito de cerdo en una concha de
tortilla.
―Claro, porque vivir en ese agujero de mierda al que llamabas
hogar es diferente a que tú vivas en la calle ―ataja―. Te hice un puto
favor sacándote de allí, y este es en serio el agradecimiento que recibo.
Tú y tu viejo son lo mismo. Un montón de cabrones que no se merecen
nada.
―No vuelvas a decir una mierda como esa. ¿Me oyes?
No contesta. Por un segundo, creo que me ha colgado. No me
importa comprobarlo.
» No me parezco en nada a ese vago. Tú y todos los demás lo
saben. Nunca haría lo que él hizo. Que te jodan a ti y a tu restaurante.
Dale mi trabajo a otro, si es que lo quiere, pero te prometo que estaré
allí tan pronto como pueda para reírme en tu cara mientras te rompo la
puta mandíbula.
C. R. GREY

Ya he tenido suficiente. Aparto el teléfono, sorprendido al ver que


no ha terminado ya la llamada, y la termino yo mismo. Luego, tiro el
teléfono contra la pared.
Por desgracia, no se rompe.
Darle una paliza verbal no es tan satisfactorio como esperaba. En
lugar de eso, sólo me molesta más saber que no tengo ningún sitio al
que ir cuando se acabe mi alquiler en este lugar. Nadie va a alquilar a
un hombre adulto que no tiene trabajo. Al menos, con todo lo que tengo 74
en esa estúpida bolsa, será mucho más fácil vivir en la calle.
Toqué fondo en mi ciudad natal. Irme de allí debería haber sido el
comienzo de la mejora de las cosas. Pero aparentemente, no era el
fondo porque, al más puro estilo Kennedy, encontré la manera de
hundirme más en el agujero.
Desde que le dije a Buttercup que no soy siempre un imbécil, me
mantengo encerrado en el dormitorio hasta que estoy relajado.
Imagínate, ninguno de mis trucos habituales funciona para sacarme de
mi estado de ánimo de mierda después de hablar con Davey. No hacer
scroll en Instagram, no escuchar música y no hacer el cardio que pueda
hacer en el pequeño dormitorio.
A mediodía, la nieve pasa de ser pequeños grupos a copos del
tamaño de una pelota de golf. Al cabo de una hora, la nieve está
totalmente blanca. Pasan otras horas y hay fácilmente un par de
metros de nieve en el suelo.
He desperdiciado el día por completo. La negrura del exterior es
prueba de ello. Como no me siento mejor, sé que no tiene sentido seguir
escondido en esta habitación. Entonces, ¿cuál es la mejor manera de
dejar de estar molesto? El maldito alcohol, por supuesto. Las dos
botellas de vino y un paquete de seis cervezas que hay en la cocina no
son suficientes para quitarme el mal humor, pero sí para aliviar mis
sentimientos.
―Yo, Buttercup. ¿Quieres emborracharte? ―Pregunto, saliendo
finalmente de la habitación.
Al otro lado de la puerta del dormitorio, tengo una visión clara de
ella apoyada en la encimera con esos diminutos pantalones cortos
C. R. GREY

suyos. La parte inferior de su culo está a la vista como la noche anterior.


Olvidé al instante mi plan de ahogar mis penas. Una mirada a otra de
sus posiciones burlonas es suficiente para sacarme de mi depresión.
Me paso los dedos por el pelo grueso y me acerco a ella. Es obvio
que esto ha sido lo único en lo que ha pensado desde que cogí su bolsa.
Ya tengo claro cómo se desarrollará todo esto. La agarro por la cintura
y la hago girar hacia mí, poniendo finalmente mis labios sobre los suyos. 75
Mientras le inclino la barbilla hacia atrás para profundizar el beso,
suelto su pelo rubio como el caramelo de su moño desordenado y le
paso los dedos por él, sabiendo que está suave como la seda desde que
usé su champú.
A partir de ahí... bueno, tengo la sensación de que es el tipo de
persona que sabe exactamente lo que quiere y que no se va a contener
en el dormitorio.
Nunca pensé que diría esto, pero no puedo esperar a afeitarme las
piernas con tal de sentir por fin su cuerpo apretado contra el mío,
explorar y saborear su piel.
―Eres tan sexy ―le digo, susurrándole al oído en voz baja y con la
respiración entrecortada.
Buttercup gime. Su piel ya irradia calor. Sé que está caliente por mí.
En cuanto me vio, lo dejó claro. Puede que haya intentado evitar su
atracción por mí, pero el rocío de la piel detrás de su oreja contra mis
labios me dice que ha estado esperándome desde el desayuno para
ligar. Cuando la giro hacia mí, su rostro pálido me detiene en seco. No
hay rastro de su piel resplandeciente con un toque de rosa en las
mejillas. En su lugar hay un fantasma de la mujer con la que me
acuesto mientras se le forman gotas de sudor a lo largo de la línea del
cabello y el labio superior.
Parece que está a punto de desmayarse. El pánico corre por mis
venas. ¿Es alérgica a algo y necesita uno de esos EpiPen 4? ¿Tiene
epilepsia o algo que la haga desmayarse? No sé qué hacer ni qué le
pasa. Entonces lo veo. Una lata de mini raviolis Chef Boyardee con la
lengüeta rota. Un cuchillo de deshuesar con la punta muy afilada, y un
C. R. GREY

flujo constante de sangre que rezuma hacia el suelo desde su mano


izquierda.
―¡Jesucristo! ―Cojo una toalla de mano de la encimera y se la
pongo alrededor de la herida. Buttercup se estremece. En cuestión de
segundos, la sangre se filtra a través de la toalla gris ―. ¿Qué demonios
estás haciendo?
―Tratando de hacer la cena.
Sus palabras se pegan como si tuviera la boca seca. Donde debería
haber saliva hay pegamento.
He visto suficientes heridas en la cocina en mi vida para saber que
tengo que llevarla al hospital. No hay coche y probablemente un pie y
76
medio de nieve fuera hacen una tarea sencilla casi imposible. Espera.
¿Este pueblo tiene siquiera un hospital? Si lo tienen, podrían pasar horas
antes de que una ambulancia llegue a nosotros. Tengo algo de
experiencia en primeros auxilios. Aunque no lo suficiente. Por lo general,
hago lo que puedo para frenar o detener la hemorragia y esperar a los
paramédicos, pero eso podría no ser una opción ahora.
―Necesito ver tu mano ―Le agarro la muñeca y tiro de la mano
cortada hacia mí, pero se resiste. No hay tiempo para jugar, así que la

4 El EpiPen es una forma de ayudar a tratar una reacción alérgica severa. Se parece a un bolígrafo
y consiste de una dosis del medicamento, un compartimiento para mantener el medicamento y
una aguja.
agarro con más fuerza y la atraigo hacia mí―. Necesito ver tu mano
―repito, enfatizando mis palabras.
Ahora se resiste menos y me deja desenvolver la toalla de su
mano. Le quito la sangre de la palma de la mano para verla mejor, pero
el brazo de Buttercup se queda inerte en mi mano.
―Ayúdame, Dean.
Levanto la vista justo a tiempo para ver sus ojos y su cabeza girar
hacia atrás.
Ha habido varias ocasiones a lo largo de mi vida en las que el
tiempo parece ralentizarse. La primera fue cuando Holly se fue. Luego
C. R. GREY

cuando Olivia lo hizo. La tercera está ocurriendo ahora mismo. No pude


hacer nada cuando me dejaron. Estando aquí con Buttercup y viendo su
cabeza acercarse a la encimera, puedo asegurarme de que no le pase
nada a esta mujer que parece haberse colado en mi vida.
En el momento en que sus piernas ceden, paso los brazos por
debajo de sus axilas y la atraigo hacia mí para ayudarla a caer al suelo.
Con ella a salvo de una conmoción cerebral o... algo en lo que no quiero
pensar, la recojo en mis brazos. Incluso inconsciente, es ligera como
una pluma y se adapta perfectamente a mí, con su cuello acunado justo
debajo de mi hombro. La llevo al sofá para facilitar la limpieza en el
futuro. 77
Se me hace un nudo en el estómago cuando miro su mano. He
visto tendones e incluso huesos una vez mientras trabajaba en la
cocina. No lo vi, pero mi turno empezó justo después de que alguien se
cortara parte del dedo. Eso fue un desastre, pero no parece coincidir
con la cantidad de sangre de esta noche. Tuvo que haberse cortado la
mano. Quizás incluso se cortó el tendón entre el pulgar y el índice.
Entonces, ¿qué podría hacer? ¿Cómo puedo ayudarla entonces?
Deja de ser una perra, Dean. Ella te pidió ayuda. Confió en ti. No la
defraudes.
Por mucho que no quiera mirar su mano, sé que tengo que hacerlo.
Es la única manera de saber cuánto daño hizo.
―¿Qué demonios?
Sorprendentemente, apenas hay nada malo en su mano. La
hemorragia no tarda en detenerse ahora que está tumbada. La sangre
que recubre su mano sólo se ha manchado con la toalla. Sí, hay mucha
sangre, pero el corte es sólo de unos pocos centímetros en la palma de
la mano. Tampoco es tan profundo. Debe haberse golpeado de la
manera correcta para que parezca que se cortó la mano.
Doy un suspiro de alivio. Me he enfrentado a cortes y quemaduras
con cuchillos al menos tres docenas de veces en mi carrera, tanto
conmigo mismo como con compañeros de trabajo. No tiene sentido que
me moleste tanto esta noche.
Entonces, de repente, lo hace.
C. R. GREY

De alguna manera, me guste o no, Buttercup es mucho más que un


posible ligue. Estoy completamente encaprichado con esta chica. Desde
su descarada actitud hasta su total y absoluta fe en mí, me ha hecho
replantearme toda mi vida. Por mucho que intente luchar contra lo que
siento por ella desde el momento en que la vi, es inútil. Ninguna
cantidad de sexo o coqueteo puede enmascarar el hecho de que siento
algo.
En menos de veinticuatro horas, me ha dejado con ganas de no ser
tan imbécil para poder ser la mitad del hombre que ella se merece.
¿Es la cosa más estúpida que he dicho? Probablemente no, pero
está ahí arriba.
Lo más tonto de esta situación es que durante años, incluso la
78
semana pasada, he criticado a mis amigos de copas por vivir el estilo
de vida de soltero imbécil y luego abandonarlo por completo después
de conocer a una chica. Un día, es todo sexo casual y sin números, y al
siguiente es el brunch del domingo. Juré que nunca sería ese tipo.
Nunca pensaría en acostarme con la misma chica dos veces o incluso
pasar una noche completa con alguien. ¿Enamorarse de una chica?
Completamente descartado.
Me dijeron que era cuestión de tiempo que me sintiera diferente.
Que un día conocería a la chica que lo cambiaría todo. En ese
momento, me reí y les dije que iba a salir al estilo de Hugh Hefner.
Pero aquí estoy. En cuestión de menos de veinticuatro horas, he
roto mis dos reglas: Compartí una cama con una chica y todavía estoy
aquí al día siguiente. Dos días y una cama aún no son suficientes. Con
Buttercup, quiero mucho más que eso. Quiero ser la persona en la que
pueda confiar... la persona con la que se sienta segura. Y, si no
estuviera tan jodido, la persona que la haría feliz para siempre.
C. R. GREY

79
Capítulo Doce: Isobel
Lo último que recuerdo es ver la sangre goteando de mi mano y a
Dean frente a mí. Después de eso, la oscuridad. Cómo llegué de la
cocina al sofá con un paño frío en la cabeza es un misterio. Todo es
borroso y onírico, pero incluso en mi estado de postfallecimiento,
todavía puedo distinguir la figura de Dean sentado en el suelo con la
espalda apoyada en el sofá.
Pensar en la noche anterior y en todo ese rojo me hace sentir
mareada de nuevo. Me retuerzo, tratando de sacarlo de mi cerebro.
C. R. GREY

Eso llama la atención de Dean.


Se da la vuelta para mirarme, con las cejas muy juntas.
―Hola, bella durmiente. ¿Cómo te sientes? ―Hago una mueca de
dolor y me cubro la cara con la mano.
―Lo siento mucho. No me va bien la sangre y suelo desmayarme.
Como puedes ver.
Me agarra suavemente de la muñeca y me aparta la mano de la
cara. Sus ojos de color avellana, llenos de una emoción que no logro 80
ubicar, se unen a los míos durante un breve instante. Mientras nos
miramos fijamente, tengo que apartar la mirada. Lo que hay en sus ojos
es demasiado intenso para mantenerla. En su lugar, examino el resto de
su rostro. Su frente, antes arrugada, se ha suavizado y su característica
media sonrisa se extiende por su rostro.
―Hubiera sido bueno saberlo ayer en lugar de que me asustara
totalmente de que entraras en shock diabético o te cortaras la mano o
algo así.
Lo dice riendo, pero no puedo evitar encogerme y volver a taparme
la cara. Me da un miedo atroz la sangre. Me da náuseas y me desmayo
al pensar en ella. Suelo advertir a la gente de mi necesidad de entrar en
coma al ver la sangre lo antes posible. Pero nunca pensé que tuviera
que advertir a Dean de ello.
―Oye, no te avergüences. Todos tenemos nuestras manías.
―Ah, ¿sí? ―pregunto, dejando caer las manos para mirarlo de
nuevo―. ¿Cuál es la tuya entonces, Sr. Perfecto?
Mira hacia arriba como si esperase que la respuesta apareciese en
el techo, y luego vacila en soltarlo como si fuese el mayor secreto
conocido por el hombre.
―Primero, no soy perfecto. Pero gracias por decir eso. Parece que
por fin has entrado en razón porque me llenas de cumplidos a diestro y
siniestro ―Sólo pongo los ojos en blanco porque sabe que tiene
razón―. En segundo lugar, no puedo ver películas de miedo por mi
vida. Ni siquiera esas películas de terror súper cursis llenas de sangre y
vísceras falsas. Ni una sola. Estaré despierto durante días después.
C. R. GREY

Oírle decir esto ayuda a suavizar la vergüenza de mi miedo a la


sangre. Sé que no puedo ver películas de terror, pero creía que los
hombres, especialmente los que se parecen a Dean, viven para esas
cosas. Ya que está de humor para compartir, supongo que es el
momento perfecto para compartir algo más con él.
―¿Es demasiado tarde para contarte otro secreto? ―pregunto,
inclinándome más cerca y tomándome mi tiempo para construir la
81
anticipación tanto como sea posible. Cuando parece que está a punto
de estallar, comparto mi secreto demasiado obvio―. No tengo ni idea
de cómo cocinar.
Dean permanece en silencio durante unos dos segundos antes de
romper a reír de forma histérica, echando la cabeza hacia atrás.
―No me digas ―dice entre sus risas que son tan contagiosas que
no puedo evitar reírme también con él―. Por suerte para ti, soy un chef
profesional.
―¿Así es como aprendiste a vendar a la gente?
Me señalo la mano izquierda vendada, todavía demasiado
nerviosa para mirarla o moverla.
―Sí. No es la primera vez que veo a alguien familiarizarse
demasiado con un cuchillo de deshuesar. Conseguir que eso se
detenga... ―Me estremezco ante la expectativa de escuchar cualquier
variación de la sangre. En ese momento, Dean hace una pausa,
probablemente pensando en cómo reformular lo que iba a decir ―. -
Conseguirlo bajo control fue fácil y no me llevó nada de tiempo. Es un
vendaje un poco voluminoso, ya que lo único suficientemente grande en
el botiquín son los rollos de gasa. Las tiritas se caen en cuanto se mueve
la mano. Pero debería estar completamente curada en unos días. No
hay de qué preocuparse.
―Entonces, ¿no hay visitas al hospital esta noche? ―pregunto
para estar tranquila.
Dean sacude la cabeza.
―No. No hay visitas al hospital. Para mañana, probablemente ni
C. R. GREY

siquiera necesitarás la gasa.


―Uf ―suspiro, fingiendo que me limpio el sudor de la frente con la
mano buena―. Odio los hospitales. Los evito a toda costa.
―No te culpo. Pero este corte en tu mano significa algo más.
Arrugo la cara, casi temerosa de lo que vaya a decir a
continuación.
―Yo cocino a partir de ahora. 82
Capítulo Trece: Isobel
Dean se niega a dejarme ayudar en la cocina. Ni siquiera me deja
levantarme del sofá hasta que la cena está emplatada y en la mesa.
Dice que necesito descansar y que no puede vigilarme a mí y a la
comida al mismo tiempo... algo así de estúpido. Sin embargo, no
discuto demasiado. Le observo felizmente mientras cocina y baila
horriblemente por la cocina al ritmo de un grupo del que nunca he oído
hablar. Me mira y sonríe cada vez que me atrapa mirando hasta que
finalmente dice que la cena está lista media hora después.
C. R. GREY

La comida que cocina Dean es fácilmente una de las cosas más


deliciosas que he probado y es de alguna manera mejor que el increíble
desayuno que hizo esta mañana. Es sólo pollo cubierto con algún tipo
de salsa cremosa, con queso, arroz, judías verdes y un lado reacio de
los mini raviolis Chef Boyardee ya que la lata casi me cuesta la mano.
Ni siquiera creo que Mick pueda hacer algo tan bueno. Y, teniendo en
cuenta que es el único de los tres que sabe cocinar, ha sido el chef
designado desde que se mudó con nosotras. Solía pensar que era el
mejor cocinero.
No creo que pueda volver a comer nada de lo que hace Mick y, 83
sobre todo, nada de lo que intente preparar después de haber probado
dos de las comidas de Dean. Todo lo que hace Dean es lo
suficientemente sencillo como para infundir la confianza de que
cualquiera podría hacerlo, pero en cuanto tomas un bocado, sabes que
nadie más podría hacer nada que se acerque a lo decadente que es su
comida. Y él hizo esto para mí.
Es decir, también lo hizo para él, pero me dejó experimentar esta
obra maestra en lugar de dejarme comer cualquier revoltijo insípido de
comida que yo hubiera juntado. Cuando hace cosas así y se ocupa de
mí, de una chica desmayada que acaba de conocer cuando no tiene
que hacerlo... no sé. Me siento de una manera extraña que nunca he
sentido antes. Es como... no. Olvídalo. No es nada.
Lo que estoy sintiendo tiene que ser la tensión sexual entre
nosotros. Estar encerrado con un hombre sexy durante un día hace que
cualquiera se sienta así.
Cuando lo miro sentado en el asiento perpendicular a mí, hay algo
diferente en la forma en que me mira. Su expresión es más suave y
cálida que la de esta mañana. Antes estaba caliente, pero verlo así
enciende un fuego en lo más profundo de mi ser. Aprieto las piernas con
fuerza, esperando que el fuego no se extienda.
Mi mente es más fuerte que mi voluntad, porque enseguida me
imagino cómo se sentiría que sus manos musculosas me frotaran
lentamente por las piernas desnudas. Cómo tantea el terreno con cada
C. R. GREY

pasada, subiendo hasta mi centro, centímetro a centímetro. Luego


pienso en cómo se sentiría la creciente barba de su cara al rozar mi
sensible piel.
¿Qué pasaría si cediera aquí y ahora? Decir que se joda toda la
apuesta. Recuerdo cómo sabía su boca en mi fantasía y cómo se
sentían mis dedos rozando su abdomen. Podría sentir todo eso ahora
mismo.
―Buttercup ―dice Dean en mis ensoñaciones, su voz rica y ronca 84
casi lo suficiente como para hacerme caer en el abismo.
―Mmm ―gimo en respuesta, haciéndole saber lo cerca que estoy.
Justo antes de que su boca conecte con mi mitad inferior, el ruido
metálico de un utensilio que choca con un plato de cristal me saca de
mi segunda fantasía con Dean. Abro los ojos de golpe, sin acordarme de
que los he cerrado, y veo a Dean cogiendo el tenedor mientras esconde
una carcajada. Ese imbécil coqueto.
―¿Qué haces? ―pregunta.
―Nada. Sólo que me gusta mucho este pollo, eso es todo.
―Si te gusta tanto, ¿por qué no has comido más que unos pocos
bocados? ―pregunta con esa sonrisa de suficiencia en la cara.
Para eso no tengo respuesta. A falta de palabras, corto otro trozo
de pollo y me lo meto en la boca. Luego un tenedor de arroz. Apuñalo
unas judías verdes y me dispongo a metérmelas en la boca llena
cuando Dean apoya el codo en la mesa, haciendo que estemos quince
centímetros más cerca.
Sé que sabe lo que estaba pensando. Como lo supo ayer. Pero no
me importa. Envuelta en mi fantasía que está pidiendo convertirse en
realidad, recorro su cuerpo con la mirada. Sé lo que esconde bajo la
camiseta. Todo ese músculo interminable. Dios, lo que daría por
sentirlo. Y los malditos tatuajes. Hasta ahora no había tenido la
oportunidad de estudiar la colorida tinta que va desde su muñeca hasta
su bíceps.
―Tienes que dejar de mirarme así ―dice, apartándome justo
C. R. GREY

antes de que le toque el brazo para estudiar el paisaje pintado en su


antebrazo.
―¿Cómo qué? ―pregunto, haciéndome la tonta.
―Como si me estuvieras desnudando con la mirada, lista para
abalanzarte en cualquier momento ―Entrecerrando los ojos de esa
manera que le gusta hacer, veo un destello del Dean que mejor
conozco, el que siempre está listo para salir―. Como si estuvieras
suplicando que te follen. Así que dime. ¿En qué estabas pensando?
Su voz, ya ronca, baja otra octava, haciéndola casi irresistible. Giro
la cabeza para poder ver su cara fuera de mi periferia, mirándolo de
85
reojo, y luego vuelvo a apartar la vista de él. En esa fracción de segundo
de contacto visual, veo que sus ojos se oscurecen de lujuria.
―Estoy seguro de que puedo adivinar en qué estabas pensando
―dice―. Tu piel enrojecida me dice todo lo que necesito saber.
―¿Por qué no me dices en qué estoy pensando entonces?
Esta vez, me giro completamente en mi silla para mirarlo. Dean se
queda allí, mirándome fijamente durante un segundo antes de
recostarse en su asiento y cruzar los brazos sobre el pecho.
―Fácil. Estabas pensando en cómo sería ceder. Más
específicamente, estabas pensando en lo que te haría cuando me
dejaras.
Yo imito su postura chulesca, apoyándome en el respaldo de mi
silla y cruzando los brazos sobre el pecho. Con mi cuello en V, que deja
a la vista mi decente pecho, no puede resistirse a mirar a hurtadillas.
―Cuando te deje ―repito―. ¿Es eso cierto?
―Mhm.
―¿Le importaría explicarse entonces, Sr. Kennedy? Ya que parece
conocerme tan bien.
―Con mucho gusto.
Mi corazón late un poco más rápido. Un escalofrío recorre mi
columna vertebral. Si antes no lo estaba, ahora estoy hiperconcentrada
C. R. GREY

en cada uno de sus movimientos. La forma en que sus ojos se niegan a


separarse de los míos. Cómo sus labios se separan, permitiendo que su
lengua salga por un segundo. Cómo se inclina hacia delante hasta que
sus codos se apoyan en las rodillas. La forma en que sus ojos se dirigen
a mi escote por un momento, sólo ahora consciente de que mis dedos
están trazando un contorno en forma de medialuna todo este tiempo.
Satisfecho, continúa―: Estabas pensando en mis labios en tu piel.
En cómo besaría primero ese punto sensible detrás de tu oreja mientras
susurro cosas sucias contra tu piel. Luego, pensabas en cómo trazaría 86
tu mandíbula con mis labios, teniendo en cuenta que no te dejaría
besarme hasta que no pudieras aguantar más. Incluso entonces, no
cedería. No. Bajaría lentamente hasta tu clavícula.
Dean utiliza la yema del pulgar para trazar su ruta mientras habla.
Cada movimiento es suave, deliberado, con el único propósito de ganar
la apuesta. Sus ojos rompen el contacto durante un breve segundo y se
dirigen a mis labios. Mi boca saliva inmediatamente. Lucho contra el
deseo de alcanzarlo y tocarlo, de explorar su cuerpo como él lo hace
conmigo, pero antes de que tenga la oportunidad, Dean continúa.
―Te quitaría la manga del hombro ―dice, haciendo una
demostración mientras habla, llevándose no sólo el algodón de mi
camiseta sino también el tirante de mi sujetador―. De esta manera,
puedo... ―se inclina y presiona sus labios sobre mi hombro, retirándose
sólo un segundo para decir unas sílabas―. ...besarte... toda... a…
través... de... tu... pecho.
Sus labios se ciernen sobre mí. Justo cuando creo que está a punto
de bajar, se retira. Está esperando a que haga el siguiente movimiento,
desafiándome a perder. De ninguna manera voy a hacer eso. Por
mucho que quiera inclinarme hacia delante, agarrarle la nuca y acercar
su cara a la mía, no voy a ceder.
―No me rindo tan fácilmente, Buttercup ―Un destello de dolor
baila por su cara, casi como si intentara convencerse de eso también―.
Soy competitivo. No seré yo quien dé el primer paso. Hay demasiado
que perder en esto. Tú sólo tienes todo por ganar.
C. R. GREY

―¿Y si cediera? ―Pregunto con una voz mucho más suave y


rasposa -más sexy- que, de costumbre, ignorando el hecho de que ya
hemos roto la regla de no tocarse media docena de veces ―. ¿Entonces
qué?
―Entonces te agarraría por la cintura y te levantaría de esa silla
―dice, levantándose lentamente y señalando hacia donde me siento ―.
Te daría la vuelta y te lanzaría sobre la mesa. Antes de que te des 87
cuenta de lo que está pasando, ya tendré desabrochados y por los
tobillos esos pantalones cortos tan sexys y te quitaré la camiseta para
que no lleves nada más que el conjunto de ropa interior a juego que
llevas escondido debajo.
Aunque pensaba que se había ido, es muy posible que Dean
estuviera en mi mente cuando me puse el tanga blanco de encaje y el
sujetador push-up a juego esta mañana.
―Ahí es cuando me soltaría. Te besaría como nadie te ha besado
antes.
Me duelen las yemas de los dedos. Necesitan tocarlo, sentir su pelo
revuelto entre mis dedos. Necesitan tocar sus brazos tonificados que sé
que sólo se consiguen con horas de gimnasio alrededor de mi cuerpo,
pero sobre todo necesito sentir mi cuerpo apretado contra el suyo. Él ve
cómo se separan mis piernas y cómo se arquea mi espalda y decide
que llevamos demasiado tiempo separados. Me agarra por las caderas
con una fuerza suave y tira de mí para que nuestros cuerpos choquen
con un ruido sordo. Nunca en todos mis años he sentido que mi mundo
se derrumbaría a mi alrededor si no tocaba a la persona que tenía
delante. Como me siento ahora. Así que lo hago.
Le rodeo el cuello con los brazos y me doy el gusto de tocar con
una mano la suavidad aterciopelada de su pelo recortado, como había
soñado, antes de subir por su nuca para rodear con los dedos los largos
mechones de la parte superior.
―Estoy seguro de que eso es lo que estabas pensando.
No lo era, pero me gusta mucho más su versión que la mía.
C. R. GREY

Es inútil intentar apagar el fuego en mi interior. Se ha extendido por


todo mi cuerpo hasta el punto de que una ola de placer amenaza con
hacerme implosionar aquí mismo, entre sus brazos. Incluso ahora, al
borde del precipicio metafórico, amenazando con caer, no me importa.
Sólo quiero -necesito- que haga todo lo que acaba de decir y mucho
más.
Siento el calor que desprenden sus labios. Huelo la colonia a la que
ya estoy acostumbrada. Mi cuerpo se entumece cuando nuestros labios
se rozan. Pero no llegamos a besarnos. El viento se levanta y el crujido 88
de un árbol nos hace saltar a los dos. Sus brazos me rodean de forma
protectora cuando nos envuelve la oscuridad.
Capítulo Catorce: Dean
Dos veces en las últimas veinticuatro horas, la madre naturaleza
me ha jodido. La primera vez resultó ser una bendición disfrazada, no
sólo porque esquivé una bala importante al ser despedido de un trabajo
antes de empezar, sino también porque conocí a Buttercup gracias a
ello. Esto me lleva a la segunda vez que la madre naturaleza me jodió.
Estaba a punto de besarla. O ella estaba a punto de besarme a mí. A la
mierda. Estábamos a punto de besarnos cuando sonó como si la puerta
fuera arrancada de sus bisagras. Estúpido árbol. Estúpido apagón.
C. R. GREY

Estoy molesto. En parte porque estábamos tan cerca de besarnos.


Estar tan cerca de conseguir lo que ambos queremos. Pero la
verdadera razón por la que estoy molesto es que estoy aprendiendo
rápidamente lo imposible que es encender un puto fuego.
Por haber vivido tan al norte, prácticamente en Canadá toda mi
vida, se podría suponer que mis fines de semana se llenaban en el
bosque. Haciendo fuego, cazando y pescando para comer, montando 89
una tienda de campaña... todo eso está muy lejos de la realidad.
Aunque nunca había encendido un fuego, sabía que no podía ser
tan difícil. Lo había visto hacer al menos una docena de veces en las
películas y en la televisión mientras crecía. Tirar unas cerillas sobre un
periódico arrugado y algo de madera y Voilà. Fuego. Al menos, eso es lo
que pensé.
―Tienes que estar bromeando ―gruño en voz baja.
Otro intento fallido de encender un fuego. Ya van cinco veces. Tal
vez seis. ¿Quién sabe si más? Todo lo que sé es que he gastado media
caja de cerillas, un puñado de papeles del cuaderno de Buttercup, y la
leña se niega a encender.
Eso es todo. Me rindo. No necesito quedar como un idiota una y
otra vez cuando está claro que no consigo encender el fuego. La caja de
fósforos restantes es arrojada al otro lado de la habitación en señal de
derrota.
―Dios. Uno pensaría que un tipo tan grande y masculino no
tendría problemas para encender un fuego ―dice Buttercup desde
algún lugar detrás de mí―. Pensé que todos los chicos eran Boy Scouts.
Sé que lo dice en broma, probablemente tratando de aligerar el
ambiente. Su habitual tono sarcástico la delata. Pero no estoy de humor
para bromas. Definitivamente no cuando se ríe de mí.
―Sí, bueno, si mi padre no estuviera tan ocupado bebiendo su
vida, tal vez me hubiera llevado de campamento y esas cosas para que
supiera cómo encender un fuego básico, para no morir congelado.
Me desahogo, soltando inconscientemente más de veinte años de
C. R. GREY

animosidad hacia mi padre en una sola frase. No me ayuda a sentirme


mejor. De momento, no tengo nada que hacer. ¿Cuándo aprenderé que
ser brusco con ella no hace más que hacerme sentir peor y deja el aire
espeso y pesado?
Todavía de espalda a ella y nada más que el silencio entre
nosotros, no puedo decir si se fue o si todavía está aquí. Si es tan
inteligente como supongo que es, se fue al dormitorio o al baño. En
90
cualquier lugar que no sea cerca de mí. Ella no merece estar en el
extremo equivocado de mi ataque verbal. Otra vez.
No hizo nada malo.
Realmente eres un maldito imbécil.
No lo digas. Ni siquiera sé por qué esa estúpida voz me dice esto,
porque no tiene por qué hacerlo. Ya está arraigado en mi cabeza. Lo ha
estado desde que tenía seis años.
Saber eso y cómo arremetí contra Buttercup sin razón es el punto
de inflexión. Comienza con un movimiento de mi mano. Eso es todo lo
que se necesita. Un estúpido movimiento que provoca una onda en
todo mi cuerpo. Primero un tic, luego un puño cerrado. Luego una
inyección de adrenalina. Lo siguiente que sé es que oigo los latidos de
mi corazón en mis oídos. Quiero destruir todo lo que está cerca de mí.
Romper todos los platos, hacer saltar las sillas de la cocina sobre mis
rodillas, romper las almohadas.
Sólo quiero romper todo lo que está a la vista de la misma manera
que la vida me ha roto en cada oportunidad.
Me estoy levantando, listo para causar mi destrucción, cuando lo
siento. Un simple toque. Un toque de Buttercup y ya no veo el rojo.
―Yo tampoco tuve un padre al crecer ―dice, manteniendo su
mano en la base de mi cuello, donde siempre mantengo la tensión. Se
queda ahí un segundo, las yemas de sus dedos rozando círculos contra
mi camisa, antes de que su mano se deslice por mi hombro mientras se
arrodilla en el suelo a mi lado como si mi arrebato no significara
nada―. Sé que no es lo mismo, pero más o menos sé cómo es ―Sin
provocar, es la primera vez que me toca―. Tenía ocho años cuando mi
C. R. GREY

padre murió.
―Lo siento ―digo sin tapujos.
Incluso con ella tan cerca, es difícil verla en la oscuridad, pero creo
que se encoge de hombros.
―Fue hace mucho tiempo. Era el mejor padre que una chica podía
pedir ―Hace una pausa, probablemente pensando en algún recuerdo
especial, así que me siento a su lado en silencio. Cuando habla, sus
palabras son más ligeras, casi como una risa―. Siempre iba a mis 91
fiestas de té reales y se bebía el agua que yo sacaba del lavabo. Incluso
se la bebía cuando le mezclaba los dientes de león que recogía del patio
sin una sola queja. Salíamos en citas de padre e hija todos los meses
desde que tengo uso de razón. Incluso me consiguió un viejo ordenador
en una venta de garaje y me enseñó a ponerlo en marcha. Nos llevó
meses, pero lo conseguimos.
» Pero sólo porque él y mi madre eran felices y porque todo era
perfecto, todo tenía que cambiar ―dice, su voz ya no está llena de
risas―. Nos atropelló un conductor borracho en pleno día. Era un día de
fiesta. Tal vez los dos no trabajaban en mitad de la semana o algo así,
pero, en cualquier caso, todos decidimos hacer un picnic en el parque.
Mi madre y yo estábamos bien excepto por un par de huesos rotos. Las
dos necesitábamos unas cuantas operaciones, pero nada importante.
Pero mi padre... bueno, él conducía y no tuvo tanta suerte.
Sé a dónde va su historia, pero eso no hace que duela menos. Odio
saber que pasó por un trauma así a una edad tan temprana. Me deja
un nudo apretado en la garganta que hace que sea difícil de tragar.
» Por eso odio los hospitales, por cierto. Es porque pasé una
semana allí con mi madre, rodeada de médicos y máquinas, pero
nunca pude volver a ver a mi padre. Nunca se despertó.
Una pesadez se instala en la habitación. Si pudiera, retrocedería en
el tiempo y eliminaría al cabrón que los golpeó antes de que arruinaran
su perfecta infancia. Así no tendría que sentir este dolor todos estos
años después. Pero eso no puede suceder. En su lugar, hago lo único
que se me ocurre. Me alejo de su contacto durante medio segundo
C. R. GREY

antes de rodear su hombro con el brazo y tirar de ella en mi dirección.


Cuando se acerca a mí, cambio de posición para que su espalda esté
pegada a mi pecho, con un brazo detrás de mí para apoyarme y el otro
rodeando su torso.
―Lo siento mucho, Isobel.
92
Al oírme decir su verdadero nombre en lugar del tonto apodo que
me he inventado para ella, se derrite contra mi cuerpo. Me rodea el
antebrazo con las manos y baja la cabeza para darme lo que parece
un suave beso en el brazo. Puede que me equivoque, pero, por si acaso,
le devuelvo el favor plantando suavemente mis labios en su sien.
―Eso fue hace mucho tiempo. El dolor nunca desaparece
realmente, pero se suaviza, ¿sabes? ―Hace una pausa―. ¿Lo sabes?
―Asiento con la cabeza.
―He perdido a unas cuantas personas. De muchas maneras
diferentes.
No puedo ocultar mi rigidez. Cada vez que pienso en todos los que
he perdido -tanto voluntariamente como sin avisar- me pongo tenso.
―No tienes que hablar de ello.
Sabiendo que ha perdido a un padre, seguro que entenderá por
qué hago las cosas que hago. Te jode. Pero eso no significa que quiera
decírselo. Ni a nadie. Sobre cualquier cosa. Manejo las cosas a la
manera de Kennedy. Las empujo hacia abajo tanto como sea posible y
espero hasta que alguien provoque una pelea y dejo que la ira
reprimida trabaje a mi favor.
―Digamos que soy el único de mi familia que queda. Pero no te
preocupes ―digo antes de que tenga tiempo de comentar―, no quieres
oír hablar de mi vida. Entonces, ¿qué pasa ahora? ―pregunto para
asegurarme de que no hay forma de que pueda cambiar el tema hacia
mí.
―¿Qué quieres decir?
―Desde que tu padre murió hasta ahora. ¿Qué pasó? Tengo la
sensación de que hay algo más en esta historia. Como de dónde sacas
C. R. GREY

tu actitud descarada. Así que escúpelo.


―¿Por qué tengo que compartir cuando tú no lo haces?
―pregunta, inclinando su cabeza hacia atrás sobre mi hombro para
poder verme mejor.
―Ya te lo he dicho. No quieres oír hablar de mi vida.
―¿Y si lo hago?
A pesar de que acabamos de hablar de su descaro, ya no hay 93
rastro de él.
―No es así. Confía en mí.
Mueve la cabeza para dejar de mirarme, pero no la quita de mi
hombro.
―Bueno, para resumir la historia, mi madre se sintió sola y
empezó a tener citas de nuevo. Algunos chicos eran amables y pasaban
tiempo con las dos, otros eran amables con mi madre, pero no pasaban
tiempo conmigo, pero la mayoría eran unos idiotas. El peor fue Gary. Yo
estaba en la universidad cuando se conocieron, viviendo en Portland
mientras ellos estaban en Hartford, así que no vi ninguna de las señales
de advertencia hasta que fue casi demasiado tarde. Ella conoció a Gary
y dejó su trabajo. Dijo que no le gustaba que ella trabajara. Algún
orgullo personal sobre el cuidado de ella... tonterías como esa. En pocos
meses, estaban comprometidos y preparándose para comprar una
casa juntos, combinando sus bienes, todas esas tontas cosas del
matrimonio.
―Supongo que odias a Gary.
Eso no es una pregunta. Es obvio que ella le metería una barra
caliente por la garganta si tuviera la oportunidad.
―Yo y otra docena de personas a las que jodió. Verás, su
verdadero nombre es Stanley algo así. Y, bueno, Stanley está pasando
doce años entre rejas en una prisión federal por robo de identidad,
fraude y un puñado de cosas más.
―Mierda. ¿Hablas en serio? ―pregunto, saltando hacia atrás para
C. R. GREY

ver todo lo que pueda de ella―. ¿Ha robado todo?


―Lo intentó, pero por suerte no consiguió nada de nosotros. Mi
madre finalmente entró en razón y lo dejó en el aeropuerto cuando iban
a fugarse. A ella se le rompió el corazón -cosa que todavía no entiendo,
por cierto- y a él le cayó la cárcel. No es de extrañar que después de
eso ella abriera los ojos y se diera cuenta de que no se puede confiar en
los hombres. Sin ánimo de ofender.
―¿Por eso estás soltera? ¿Porque odias a los hombres? ―Lo digo
en voz alta sin pensar. No es hasta que veo su cara contorsionada en la 94
penumbra que me doy cuenta de que se lo he dicho a ella y no en mi
cabeza―. Lo siento. Lo he dicho mal. No quería decir eso.
―Oye, no te equivocas. Te dije antes que suelo tener una mecha
corta con los hombres. Supongo que esa es una razón, pero es sólo una
pieza del rompecabezas completo.
No da más detalles.
―No todos son como Gary, ya sabes.
―Tal vez no. Pero aún no he conocido a nadie que no lo sea.
Eso duele. Sé que no soy un santo, pero esperaba que ella pensara
en mí como algo más que un delincuente como ese imbécil. Para mi
suerte, la única persona por la que tengo sentimientos reales no tiene
interés en salir conmigo.
―No soy del tipo de citas por una razón. Sexo casual y sin
compromiso, ese es mi estilo.
―Me cuesta creerlo
¿Somos más parecidos de lo que pensaba?
―Entonces supongo que tendré que demostrártelo.
Antes de que pueda procesar lo que dice, está encima de mí.
Sentada en mi regazo. Sus piernas desnudas me aprietan los muslos. Su
mano está en mi cuello y no pierde tiempo en pasar sus dedos por mi
nuca. Inmediatamente, mis nervios se ponen en alerta. Cuando me
besa, aprieta su pecho contra el mío y no se contiene. Me besa como si
C. R. GREY

llevara días en el desierto y mis labios fueran una fuente de agua. Está
hambrienta. Es voraz. Como si ninguna cantidad de agua fuera a ser
suficiente para saciar su sed.
Cuando rueda sus caderas contra mí, tengo que acallar un gemido.
El sexo no es nuevo para mí, así que dime por qué mi cuerpo se
comporta como el de un estudiante de secundaria que está a punto de
eyacular en sus pantalones después de ser tocado por primera vez. Sí,
claro. Porque Buttercup es diferente a todas las que he conocido. Con
ella, todo es nuevo. 95
―No creo que vamos a necesitar más esto ―dice, tirando de mi
camisa por encima de mi cabeza―. O esto ―añade, haciendo lo
mismo con la suya.
El instinto se impone. No puedo evitarlo. Le agarro las tetas, lo
único que separa nuestra piel es un fino trozo de algodón y encaje.
Demasiado fino porque noto que su pezón se endurece bajo mi
contacto.
―Tenías razón antes... tengo un conjunto a juego.
Con eso, no puedo callar mi gemido. Es crudo y está en el fondo de
mi garganta, y se vuelve más hambriento cuando ella clava sus dientes
en mi labio inferior. Siento que mis manos caen de su cintura y abro los
ojos justo a tiempo para verla levantarse del suelo, con el culo por
delante. Mueve las caderas como si estuviera sonando la música de
una bailarina de striptease y se desabrocha los pantalones cortos con
una lentitud agonizante. Para cuando la cremallera se desliza hacia
abajo, estoy de rodillas frente a ella, tratando de ayudarla en el
proceso.
―Tan ansioso, Sr. Kennedy.
Retrocede cuando mis dedos rozan los suyos. Hago un mohín como
un niño pequeño. Por suerte, ella no lo ve, ya que se da la vuelta,
reanudando sus círculos de cadera y desplazando sus pantalones
cortos por encima de sus voluptuosas caderas con cada movimiento.
Cuando los tiene sobre el oleaje de su figura, los deja caer al suelo.
Está demasiado concentrada en su pequeño y sexy baile como
C. R. GREY

para oírme llegar por detrás. Cuando la hago girar para que me mire,
suelta un grito ahogado, primero de miedo y luego de excitación.
―Tampoco creo que necesitemos esto ―digo mientras me acerco
a ella y le desabrocho el sujetador con una mano.
Desliza la tela, sin dejar ninguna barrera entre nosotros. Al verla
sólo en tanga, no puedo esperar más. Levanto a Buttercup y sus piernas
me rodean inmediatamente. Me permito saborear su piel... cómo no
hacerlo con esa suave piel y sus tetas en mi cara antes de bajarnos al 96
suelo. La cama está demasiado lejos, joder. Lo mismo con el sofá. No
puedo esperar ni un segundo más y, por lo visto, tampoco Buttercup, ya
que está arañando mis pantalones de deporte para quitármelos, con la
boca negándose a separarse de mí.
¿Qué diablos estoy haciendo? Te diré lo que estoy haciendo... lo
mismo que hago con cualquier mujer después de decirme a mí mismo
que ella no es como ellas y que se merece algo mejor. ¿Y qué hago?
Tratarla como una puta. Dios, me encantaría follarla y arruinarla para
todos los demás hombres más que nada ahora mismo. Pero eso no es
lo que realmente quiero. Lo que quiero es... bueno, es complicado. Y, si
soy sincero, no sé del todo lo que quiero. Sólo sé que así no es como
debería empezar.
―¿Qué pasa? ―me pregunta cuando me alejo
inesperadamente―. ¿No tienes un condón? Si no, no pasa nada. Estoy
tomando anticonceptivos, ¿recuerdas?
Vuelve a enredar sus brazos alrededor de mi cuello, atrayéndome
hacia sus labios. Me rindo, pero solo para besar su frente.
―¿Qué fue eso?
―Un beso.
Me deslizo hacia atrás, asegurándome de que hay mucho espacio
entre nosotros. Si no, probablemente acabaré haciendo algo estúpido
como pensar con mi polla y no con mi... ¿mi qué? ¿Con el corazón? Sí,
claro.
―Eso no se parece en nada a cómo me has estado besando. Eso
fue...
C. R. GREY

No termina su pensamiento. No tiene que hacerlo. Sé exactamente


lo que iba a decir.
Eso fue raro.
Porque así fue. Un segundo la estoy tocando y besando las tetas y
al siguiente le estoy besando la frente como si fueramos viejos amigos.
Me mira como si esperara una explicación, pero no la tengo. 97
―¿Cómo está tu mano? ―le digo.
Se queda boquiabierta y suelta una risa repentina y forzada.
―¿Realmente es eso en lo que estás pensando ahora? ¿En mi
mano? ―No respondo, no estoy seguro de lo que quiere que diga ―.
Está bien. ¿Ahora podemos volver a lo que estábamos haciendo?
―Iz, espera ―digo, impidiendo que se acerque.
―¿Qué te pasa? Esto es literalmente lo que querías desde que nos
conocimos. ¿Ahora, de repente, no me quieres? ¿Por qué?
―No es eso. Lo prometo.
―Entonces, ¿por qué de repente te apagas por mí ahora que me
has visto desnuda? ¿No cumplo con tus estándares o algo así?
―En realidad, no.
Ella inspira, pero el aire se pierde en algún lugar y no vuelve a salir.
Estoy seguro de que eso era lo último que esperaba oír. Se queda
congelada en el tiempo, sorprendida, y se queda sentada durante lo
que parece una eternidad, probablemente repitiendo lo que he dicho en
bucle. Cuando vuelve a la realidad, coge mi camiseta del suelo y se la
pone para cubrir su cuerpo.
―Habría estado bien saberlo antes de hacer todo esto ―dice en
tono mordaz.
―Iz, espera ―repito, mucho menos dolido esta vez. El agarro de la
mano cuando pasa por delante de mí. Para mi sorpresa, se queda y
espera a escuchar lo que tengo que decir―. Eres mucho mejor de lo
que esperaba. Demasiado buena para mí, eso es seguro.
C. R. GREY

―No sabes nada de mí.


―Sé que no cumples con mis estándares. Los superas, joder.
Me arrepiento de haber dicho eso tan pronto como lo hago. Tiene
que ser la cosa más estúpida que he dicho nunca. Su risa solo hace que
mi voz interior grite más fuerte lo estúpido que soy.
―Dean, vamos. No me conoces. Sólo soy una chica que se lanza 98
sobre el extraño que dejé quedarse en mi cabaña. Eso debería ser una
señal bastante clara de que no supero las expectativas de nadie.
―Eso es un montón de mierda y lo sabes.
―¿Era eso lo que querías decir?
Tengo la sospecha de que hay mucho más en su historia que no me
está contando. Algo que le haría pensar que es así como la veo. Quiero
preguntarle, pero ahora no es el momento.
―Escucha, no sé cómo decir esto, así que ten paciencia conmigo,
¿bien? Siento... algo. Contigo.
Sé que no puede verme. Está demasiado oscuro para ver algo más
que su silueta, pero sigo mirando hacia otro lado, sin querer ver su
reacción.
―Sí, Dean. A eso se le llama estar excitado.
―¿Puedes escuchar? ―digo, mi repentina frustración eliminando
cualquier vergüenza mientras me levanto del suelo y me pongo al lado
de ella―. Es imposible que no sientas la química que hay entre
nosotros, y no estoy hablando de lo que acaba de ocurrir. Hablo de lo
que siento cuando estoy cerca de ti y de lo que tú sientes cerca de mí.
Puede que haya dejado el instituto, pero no hace falta ser un genio para
saber que hay algo más que sexo entre nosotros.
―¿Qué estás diciendo, Dean? ―pregunta ella, con la voz llena de
dudas y miedo.
―Estoy diciendo... estoy diciendo que me gustas. ¿De acuerdo? Me
gusta cómo me siento a tu lado. Me gusta cómo cambias mi estado de
ánimo con sólo entrar en una habitación, y me gusta que confíes en mí.
Supongo que eso es lo que estoy tratando de decir.
C. R. GREY

Al oírme decir eso, ella retrocede. Quiero mantener su mano en la


mía, pero no lo hago. La dejo caer.
―Es sólo porque estás atrapado en una cabaña conmigo. Por eso
te sientes así ―dice, como si tratara de convencerse a sí misma más
que a mí. 99
―No es así, Iz.
―Lo es.
―Piensa lo que quieras, pero sé que no es por eso. Y te lo
demostraré.
―¿Cómo?
Eso no lo sé. Al menos, todavía no.
―Tendrás que esperar y ver, supongo ―Eso podría darme un poco
de tiempo―. Pero puedo decirte que no soy el imbécil engreído que
crees que soy... no todo el tiempo, al menos. No me parezco en nada a
Gary ni a ningún otro tipo que haya entrado en tu vida antes de ayer y
te haya hecho daño. Puede que no siempre sepa qué decir o hacer,
pero te prometo que nunca haría nada que te hiciera daño.
―¿Me estás pidiendo que sea tu novia o algo así?
―Sinceramente. No tengo ni idea de lo que estoy pidiendo...
―Bien. Porque sólo me conoces desde hace dos días. Normal... lo
que sea que quieras, no se mueve tan rápido.
―Estoy seguro de que no es así. Pero también estoy seguro de que
la mayoría de la gente no tiene la restricción de tiempo que tenemos
nosotros y les aterra que al final de esto no vuelvan a verse o a saber de
la otra persona.
―¿Es... es eso cierto?
Claro que sí. Ella ha cambiado todo sin intentarlo. ¿Cómo voy a
volver a ser el antiguo yo en unos días cuando ella se haya ido? ¿Y si no
quiero volver? Pero ella no puede saber todo eso todavía, así que evito
C. R. GREY

su pregunta.
―Escucha, nunca me he sentido así antes. Estos sentimientos son
completamente nuevos para mí. No sé lo que quiero aparte de...
Me corto antes de decir algo increíblemente estúpido que sé que la 100
asustará.
―¿Además de qué, Dean?
Suspiro.
―Sólo dame la oportunidad de demostrar que no eres como las
demás.
Buttercup se queda de pie, apretando las manos delante de su
cuerpo semidesnudo, mirándome fijamente durante lo que parecen
horas antes de que finalmente hable.
―Bien.
Mi corazón y mi estómago dan un vuelco.
―¿En serio?
―No esperes que me enamore de ti ni nada parecido.
Ya veremos.
Capítulo Quince: Isobel
Odio a Dean. Él y su estúpida boca y sus estúpidas palabras. Me
estaba llevando perfectamente bien, ignorando la sensación
desconocida que crecía en mi pecho hasta que tuvo que ponerle una
palabra: química. Ahora que sé lo que es, no puedo dejar de pensar en
ello.
La última vez que me sentí así fue en el otoño de mi primer año de
universidad. Y, bueno, digamos que Blake -mi entonces novio- me
enseñó todo lo que necesito saber sobre por qué no debería salir nunca
C. R. GREY

más.
¿He mencionado que odio a Dean? Porque lo odio. Con pasión.
¿Por qué tiene que arruinar todo lo que teníamos diciendo que le gusto?
¿Y por qué tengo que emocionarme de que lo haga? Soy una completa
idiota. Por eso. El hecho de que deje que un extraño se quede en mi
cabaña es prueba suficiente de mi poca inteligencia.
101
Cómo terminé en la escuela de posgrado me sorprende en este
punto. Pero lo más idiota de todo es que le doy el visto bueno para que
pruebe lo que sea que sienta que necesita probarme.
Me meto en el baño después de decirle que no me voy a enamorar
de él.
Es lo único que podía hacer. No quiero ni pensar en lo que tiene en
mente o cuando quiere ponerse romántico y raro, pero no quiero
esperar a ver qué pasa. Naturalmente, hago lo más adulto y huyo. A un
cuarto oscuro. A tomar una ducha helada.

Dicen que las mejores ideas surgen en la ducha, así que en cuanto esta
idea aparece en mi cabeza, sé que es algo inteligente. Va a intentar
demostrarme que esta relación es una buena idea. Entonces tendré que
demostrar que está equivocado. Mostrarle que no necesitamos
corazones y flores y que una aventura llena de sexo y sin ataduras es
exactamente lo que necesitamos.
―Hola, Iz ―llama Dean, golpeando la puerta del baño. No espera
a que responda antes de entrar―. He traído una vela para ti. Pensé que
es mejor que ducharse en la oscuridad.
La habitación negra como el carbón se llena de un cálido
resplandor anaranjado y hace que todo se sienta más cálido. También
hace evidente lo delgada que es la cortina blanca de poliéster. Con las
luces encendidas, era la barrera perfecta.
Con sólo la llama de la vela bailando al otro lado, puedo ver la silueta
de Dean a través de la tela, lo que significa que definitivamente puede
verme.
Bien.
C. R. GREY

A pesar de que el agua está helada, me coloco bajo la corriente,


echo la cabeza hacia atrás para mostrar mi perfil femenino y dejar que
el agua se deslice por mi cuerpo, sin olvidar el vendaje de mi mano.
Tomo su silencio que tengo toda su atención. Justo a tiempo para el
segundo paso de mi plan. 102
Cierro el agua y me escurro los restos del pelo, agarro la toalla que
cuelga de la pared junto a la ducha, y luego retiro la cortina antes de
que me rodee por completo para que Dean pueda echar un rápido
vistazo a mi cuerpo a la luz.
―Gracias, pero ya he terminado.
Sigue sin hablar. Al no estar separados por una cortina, veo que no
se molestó en ponerse otra camisa. No podía haber planeado eso, pero
añade una capa extra a mi plan.
―Te he traído ropa limpia ―dice.
Levanta una pila de ropa doblada en sus brazos para
mostrármela.
―¿Revisaste mi bolso?
No es jodidamente genial. Tengo... no, ¡es perfecto! Si revisó mi
bolso, debe haber visto la interminable lencería. Tal vez eso lo convenza
de que soy una chica informal.
―Lo hice.
―¿Ves algo que te guste?
―Sí. Tu amiga tiene un gusto muy singular ―Mierda. ¿Cómo
recordaba que le dije que Suze me había hecho la maleta? ― Pero
como no hay nada más que trajes de baño, vestidos y pantalones
cortos, te traje algo de mi ropa que te ayudará a mantenerte caliente.
―Bueno, es un buen detalle por tu parte ―digo, cogiendo la ropa.
Me muevo de la manera adecuada para obligar a la parte metida a
desenredarse alrededor de mi cuerpo y uso mi mano libre para
atraparla en mi pecho.
―Buen agarre ―dice, manteniendo sus ojos en los míos.
C. R. GREY

―Eso habría sido vergonzoso.


―Menos mal que lo has cogido, entonces. No querría que te
avergonzaras.
Me estaba tanteando hace diez minutos. ¿Cómo puedo estar de
pie empapada en nada más que una toalla y no afectarle? 103
―Ve a vestirte y a calentarte ―dice, besando la parte superior de
mi cabeza mientras me rodea―. Saldré en un minuto.
Espera que me vaya, pero no lo hago. En cambio, dejo caer la
toalla. Lo miro por encima de mi hombro con los rasgos más suaves e
inocentes posibles, un contraste total con la cara familiar que me
devuelve la mirada. En la luz tenue, veo que sus manos se dirigen a la
cintura. Sin previo aviso, se baja el pantalón de deporte y los
calzoncillos. Mis ojos se dirigen a su polla ya erecta y me relamo los
labios para hacerle saber que me gusta lo que veo. Ninguno de los dos
nos movemos durante varios segundos, demasiado absortos en
saborear el uno al otro.

Acaba moviéndose primero, pero no hacia mí. No. Se mete en la ducha


y abre el agua.
Joder.
Me pongo la ropa, inmediatamente abrumada por la combinación
de vainilla, madera de cedro y cítricos, el olor característico de Dean.
Tengo que enrollar los pantalones de chándal tres veces para que no
me cuelguen por los pies, pero no hay esperanza de que la sudadera en
la que estoy nadando me quede bien.
Vestida, salgo del cuarto de baño sin preocuparme de lavarme los
dientes o lavarme la cara. Sólo quiero alejarme de Dean lo más rápido
posible.
Cuando sale de la ducha con el mismo pantalón de chándal bajo
en sus caderas y llevando sus bóxers en una mano y la vela en la otra,
estoy tumbada en el sofá. Sus pies descalzos se deslizan por el suelo de
madera cuando va a comprobar que la puerta principal está cerrada.
C. R. GREY

―¿Lista para la cama?


―Sí.
―Muy bien entonces. Vamos.
―Estoy bien aquí, muchas gracias.
Le doy una palmadita a mi cama improvisada, asegurándome de 104
que sabe que de ninguna manera voy a compartir la cama con él esta
noche.
―Estás bromeando.
―¿Parece que estoy bromeando?
―Sí, más o menos. Porque hace mucho frío aquí fuera y sólo va a
hacer más frío.
―¿Y dormir en el dormitorio hace tanta diferencia?
―Tiene menos ventanas, así que sí. Y también me tiene a mí.
Dice la última parte con voz optimista. Como si él solo fuera a
cambiar mi mente acerca de dormir aquí.
―He vivido en Nueva Inglaterra toda mi vida. Creo que estaré bien.
―Es una mala idea.
Por supuesto, es una mala idea. Estoy usando cada músculo para
luchar contra mis insistentes escalofríos, pero prefiero morir congelada
que estar cerca de él.
―Estaré bien.
―Sí, no ―En dos zancadas, viaja desde la puerta principal hasta el
sofá, agachándose frente a mí―. Te lo pido amablemente, Buttercup.
Puedes hacer esto por las buenas o por las malas. Pero no voy a dejar
que duermas aquí esta noche.
Miro hacia otro lado. No puede obligarme a dormir con él. Soy un adulto
y puedo hacer lo que me dé la gana.
―Realmente no quiero hacer esto por las malas.
―Entonces no lo hagas.
―No vas a dormir aquí fuera.
C. R. GREY

―Sí. Lo. Estoy. Haciendo.


―Bien. Sólo sé que me obligaste a hacer esto.
Se levanta de su posición agachada, apaga la vela y la pone en la
mesa de café, y se acerca al sofá.
―No te atreverías.
105
―Sí me atrevería.
Antes de que tenga tiempo de esquivarlo, me levanta y me lanza
por encima de su hombro como si fuera una muñeca de trapo.
―¡Dean! ¿Qué carajo?
Pateo y me agito y golpeo contra su cuerpo duro como una roca,
pero él no se mueve. Sólo me aprieta más. Soy persistente, sin
embargo, y sigo luchando por salir de sus brazos.
―Podrías haber hecho esto por las buenas ―me recuerda.
―Te dije que no... ¡Dean!
Me balanceo hacia adelante, agarrándome a su cuello y esperando
que eso ayude a suavizar el impacto de caer al suelo, pero nunca caigo.
Termino en los brazos de Dean en su lugar, presionada contra su torso.
―Pensé que así dejarías de golpearme.
―Claro. Porque estoy segura de que estás muy lastimado.
No dice nada. Nada cuando entra en el dormitorio. Nada cuando
me baja a la cama. Nada cuando me arropa. Una vez que está bajo las
mantas en el otro lado, se extiende a través de la cama y me atrae
hacia su pecho, rodeándome inmediatamente con sus brazos.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto, haciendo lo posible por
apartarlo.
―Buenas noches, Isobel ―dice, besando mi cabeza como si no
fuera gran cosa y él hiciera esto todas las noches.
Planeo deshacer todo lo que Dean hace y mostrarle que las
relaciones no son todo diversión y juegos como él parece pensar. Puede
C. R. GREY

que me guste estar cerca de él, pero eso no significa que me guste de
esa manera. Además, es ridículo enamorarse de alguien que acabas de
conocer. No es así como funciona. Pero eso no significa que no pueda
disfrutar de sus brazos rodeándome o de la forma en que su suave y
cálido aliento me hace cosquillas en la nuca. 106
Sólo por esta noche, me rendiré.
―Buenas noches, Dean.
No puedes enamorarte de alguien que acabas de conocer, me
recuerdo a mí misma mientras me alejo. Pero ¿Y sí?
Capítulo Dieciséis: Dean
Hace dos noches, estuve despierto durante horas, dando vueltas en
la cama. Me sentía miserable.
Nunca había compartido la cama con nadie. No había forma de
escapar del calor hirviente que irradiaba su cuerpo despatarrado.
Atrapado bajo las mantas, era como si estuviera en una sauna. Cada
pocos minutos, sacaba un pie de debajo de las mantas para intentar
que entrara aire fresco. Cómo Buttercup durmió durante la noche, no
tengo ni idea.
C. R. GREY

Anoche, sin embargo... bueno, es una historia completamente


diferente. Con Buttercup arropada contra mi cuerpo, mis brazos
sosteniéndola, y sus piernas envueltas en las mías, no tuve ningún
problema para dormirme. De alguna manera, el calor de nuestros
cuerpos no me molestó en lo más mínimo. No me importaba su pelo
que me cubría la cara. No me importaba que mis brazos estuvieran en
tensión, y no me importó que sus suaves ronquidos me adormecieran
en minutos. 107
Como todo lo bueno tiene que llegar a su fin, mi reloj interno me
despierta al amanecer. Supongo que es difícil romper un hábito de
quince años.
Sin embargo, no me importa. Hay una calma en la mañana que me
encanta desde que era un niño con una ruta de papel.
Hoy en día, me gusta especialmente la tranquilidad que se respira
por las mañanas.
Despertarme con Buttercup todavía en mis brazos es como quiero
despertarme cada día. Si pudiera, me quedaría así para siempre. Esto
es demasiado perfecto para acabar.
No puedes enamorarte de ella. Las relaciones nunca duran.
Joder.
Esa estúpida voz tenía que volver a abrir la boca. Me he abierto,
aunque sea sólo una grieta, diciéndole lo que sentía. Estaba en la cima
del mundo, pero entonces la voz tuvo que poner estos pensamientos en
mi cabeza. En cuanto dice eso, los flashes de las mujeres que han
venido y se han ido en mi vida me impiden ver.
Todas las mujeres de tu vida te dejan.
¿Crees que no lo sé?
Miro por el puente de la nariz para ver a Buttercup. Su cabeza está
apoyada en mi pecho, así que sólo puedo ver la mitad de su cara.
Incluso cuando duerme, con la boca abierta y un poco de baba junto a
su labio, es absolutamente hermosa.
Ella también te dejará.
C. R. GREY

Buttercup no es como las otras mujeres de mi vida. Ella es mucho


mejor. Ella no me dejaría.
Pero podría.
Por mucho que quiera ignorar la voz, sé que tiene razón. Sólo nos
conocemos desde hace dos o tres días. Vivimos en estados diferentes, y
no sabemos nada el uno del otro. ¿Quién puede decir que hago todo 108
esto para probar que mis sentimientos por ella son reales, sólo para
que se dé la vuelta y no me hable en una semana? Es mucho más fácil
olvidar todo lo que dije anoche. Pero sé que me odiaría si no lo intentara
al menos.
Todavía no tengo un plan completo, pero tengo una idea de por
dónde empezar. Desafortunadamente, no tengo lo que necesito aquí, lo
que significa otro viaje a la ciudad, dejando que se despierte sola.
Rodando suavemente a Buttercup sobre su lado para poder sacar mi
brazo de debajo de ella, me levanto y me asomo a las persianas. Sigue
nevando, pero no como ayer.
Bien. Debería poder conseguir lo que necesito.
Hay una tonelada de nieve en el suelo, pero eso no va a detenerme.
Me pongo lo primero que veo -unos vaqueros, una camiseta de manga
larga y mis botas- antes de dirigirme al baño. Cepillados los dientes,
miro hacia la cocina mientras me dirijo a la puerta principal. No hay
tiempo suficiente para comer desayuno si quiero estar de vuelta antes
de que Iz se despierte. Pero por si acaso no lo hago, me vuelvo para
borrar una página de su cuaderno y dejar una nota... sólo para que ella
no piense que me he vuelto a ir.
Fuera, la nieve me llega a las rodillas. No es un simple paseo, eso
está claro. Me arden las piernas y los pulmones. De alguna manera,
llego al final de la pequeña calle en donde está la cabaña y en la
carretera principal, sorprendido de ver que ya está arado.
―¡Oye! ¿Necesitas que te lleve?
―¿Qué?
Levanto la vista de mis vaqueros empapados para ver una
C. R. GREY

camioneta con un arado en la parte delantera, ralentiza junto a mí.


―Te he preguntado si necesitas que te lleven. Parece que te diriges
a algún sitio, pero este no es tiempo de caminar.
Miro al conductor. Hay algo sospechoso en la gente que es
demasiado amable.
Me hace pensar que están compensando demasiado por ser un asesino
o algo así. Cuando miro a este tipo, sin embargo, no veo nada más que
hospitalidad de pueblo.
109
―Eso sería genial, en realidad. Me ahorraría mucho tiempo,
seguro.
En el asiento del pasajero de la camioneta, le doy un rápido repaso
al tipo. Supongo que debe tener unos cuarenta años por la sal y la
pimienta que le rodea la barba incipiente. Puede que sea el abrigo
deportivo que lleva, pero parece bien vestido, sobre todo a mi lado.
―Soy Paul ―dice, extendiendo su mano hacia mí.
―Dean ―digo, estrechando su mano.
―Oh, Dean. Tienes la mano helada. Creo que tengo otro juego de
guantes ahí si los quieres.
―Oh, no. De verdad. No es necesario. El viaje ya es suficiente.
Paul asiente.
―Bueno, Dean. ¿Dónde puedo llevarte?
―¿Tienen una joyería?
C. R. GREY

110
Capítulo Diecisiete: Isobel
Creo que Dean es un mago. Eso o es la persona más inquieta que
conozco. Los dos días se ha levantado y se ha ido para cuando me
despierto. Debe amar la mañana. No hay pánico, sin embargo, ya que
lo primero que hago es echar un vistazo y veo que su bolsa sigue aquí.
No voy a actuar como una tonta enamorada cuando regrese de nuevo.
Ayer aprendí la lección.
Salgo de la cama y estiro los brazos por encima de la cabeza, con
los pantalones de chándal prestados por debajo de las caderas, me
C. R. GREY

dirijo al resto de la casa... por si acaso Dean se esconde allí. No lo está,


lo cual no es sorprendente. Ver mi cuaderno abierto sobre la mesa sí lo
es. Allí, encuentro una nota garabateada de Dean. Tengo que forzar la
vista para leer su letra ilegible, pero me las arreglo.
Tenía que hacer algunos recados. Fui a la ciudad por un rato. Debería
volver antes de que te levantes, pero en caso de que no sea así, ya sabes
dónde estoy para que no llores pensando que me he ido... otra vez. Coge
algo de cereal y guarda espacio para la comida. Te cocinaré cuando
vuelva. Con suerte, eso es lo suficientemente seguro para ti.
111
-Tu tal vez acosador
Me río de su firma y de cómo es una pequeña llamada de atención
de la noche en que nos conocimos. Aunque mantengo mi declaración
original, estaría bien si me estuviera acosando. Hasta ahora todo ha
salido bien.
Sólo sé inteligente. Ya sabes cómo terminará esto.
Necesito una distracción de toda esta situación de Dean, así que
decido que no puedo atrasar este trabajo por más tiempo. Vuelvo a la
última página en la que tenía notas y me pongo a trabajar. Por
supuesto, en un tiempo récord, todos los pensamientos abandonan mi
cerebro y me quedo mirando otra página en blanco.

―¡Mi teléfono! ―Le digo al cuaderno que siento que me juzga por mis
pequeños progresos―. Tengo notas en mi teléfono.
Corriendo de vuelta al dormitorio y cogiendo el teléfono de la
cómoda donde lo dejé ayer por la mañana, me encuentro con una serie
de mensajes de Suze, cada uno de los cuales aumenta progresivamente
el pánico. El más reciente de hace media hora, amenazando con venir
hasta aquí y ver cómo estaba, ya que no había respondido.
Conozco a Suze, y no me extrañaría que estuviera en su coche y en
la carretera. Todo es ya bastante complicado. No necesito una tercera
persona que se quede aquí para empeorar las cosas. Así que cojo el
teléfono y la llamo. No me sorprende que conteste al primer timbrazo.
―¡Iz! ¿Eres tú? ¿Estás a salvo? ¿Cuál es la palabra segura?
C. R. GREY

―Choco-chunk ―digo, riendo al teléfono.


Después de ver demasiados documentales de crímenes reales,
Suze y yo implementamos una palabra segura en nuestras
conversaciones. Por supuesto, Choco-chunk- que significa "estoy a
salvo", ha sido la única de nuestro puñado de palabras seguras que
hemos utilizado.
112
―¡Iz! ¿Dónde carajo has estado? Estoy literalmente de camino a ti
ahora mismo. Estaba tan preocupada.
Mierda. No fui lo suficientemente rápida.
―Bueno, sabes que estoy bien. No hay necesidad de venir aquí.
Puedes volver a casa.
―Estoy como a una hora de distancia en este momento.
―Suze.
―He pensado que aún podemos tener un viaje de chicas, aunque
no estemos en Punta Cana.
No tengo palabras. Suze no puede venir aquí. Eso sería desastroso.
―¿Qué pasa con la nieve? ¿Es realmente seguro conducir?
―A diferencia de ti, yo puedo conducir en la nieve... y apenas está
nevando. Parece que te tocó lo peor de la nieve.
―¿No estás enferma?
―Sin fiebre durante veinticuatro horas.
―Pero ¿qué pasa con el trabajo? ―pregunto, tirando de un clavo
ardiendo para alejarla.
―Es sábado, en primer lugar. Así que no hay trabajo. Y yo estoy
libre de todos modos ya que se supone que estoy en otro país ―Hay
una pausa incómoda en la que intento encontrar algo que decir. No lo
consigo―. Isobel Powell. ¿Qué me estás ocultando a mí?
―¿Soy tan fácil de leer?
―Después de ser las mejores amigas durante media década, sí.
Ahora escupelo. ¿Por qué no me quieres allí?
C. R. GREY

―No es eso ―digo, poniéndola en el altavoz.


Saber que Suze está a sólo una hora de distancia y que se enterará
de esta extraña relación conmigo y con Dean me hace sudar a través
de la capucha. Me pongo otro cuello en V con una camiseta vaquera
abotonada por encima, y opto por mantener los joggers para
mantenerme caliente y no tener que llevar pantalones cortos en una 113
cabaña sin calefacción.
―Es que ―digo, tanteando mientras trato de encontrar las
palabras adecuadas―. Puede que no esté sola.
Se hace el silencio. Me pregunto si Suze estrelló su coche en la
autopista por mí. Estoy a punto de preguntarle si todavía está allí
cuando grita en el teléfono tan fuerte que tengo que quitarle el altavoz.
―¿Te estás quedando con alguien? ¿Está súper bueno?
―¿Por qué crees que es un hombre? Podría estar con una chica.
―Podrías. Pero no actuarías tan raro si fuera una chica. Está
bueno, ¿no?
¿Está bueno Dean? Bueno es un eufemismo. Es más parecido a dios
que caliente con sus interminables músculos, su piel bronceada y su
perfecto aspecto.
―Está muy bueno ―le digo a Suze, dándole la versión aguada.
―Bien, definitivamente voy a ir ahora. Tengo que ver a este tipo
con el que te acuestas.
―No es eso. Simplemente nos han sobrecargado.
―Sí, claro. Lo que sea. ¿Qué tan bueno es?
―¿En qué?
Jugueteo con la venda de mi mano. Tiene los bordes curvados por
los movimientos de la noche anterior. Paso el pulgar por la gasa rizada
y desgastada, necesitando hacer algo. Mi plan es que, si me muevo lo
suficiente, pensaré en algo que decirle a Suze.
―Vamos, Iz. Sabes de qué estoy hablando.
C. R. GREY

Claro que lo sé, pero ¿cómo puedo decirle que no quiere acostarse
conmigo?
―No es así.
―Oh. ¿Es gay?
―Suze, ¿puedes dejar tu interrogatorio? No es gay. Simplemente
114
no hemos dormido juntos. Es lo que es, así que no quiero hablar más de
ello. ¿De acuerdo?
―Birn. ¿Significa esto que no puedo ir, entonces?
Tengo tantas ganas de decirle que no. Pero ella es Suze, y me voy a
mudar al otro lado del país en unos meses. ¿Cómo puedo decirle que no
quiero pasar todo el tiempo posible con ella?
―Puedes hacerlo si quieres, pero no sé dónde te quedarás. No hay
espacio para una tercera persona en esa cama.
―¿Compartirán una cama y no dormirán juntos? ¿Qué demonios
te pasa?
Tengo una sacudida. No me había dado cuenta de que estaba
desgarrando el vendaje de gasa de mi mano hasta que mis uñas rozan
la piel rosada de la costra en mi palma. Me aprieto rápidamente la
mano y me siento para evitar otro desmayo.
―No soy yo. Y dije que no quería hablar de ello.
―Puedo ir a casa. No hay problema.
Si está aquí, puede ser una ventaja inesperada para mi plan. Como
mínimo, pone sus planes en espera indefinida. ¿Pero es eso lo que
quiero? Sí, y no. Hay algo en Dean que me hace entusiasmarme con
posibilidades. En el fondo, sé que no tiene sentido. Por eso le digo a Suze
que venga.
―Sólo espero que tengas ropa de abrigo. Hemos estado sin energía
por un tiempo y no veo ninguna señal de que vuelva pronto.
―Ew. Podría ir a casa entonces.
C. R. GREY

―Demasiado tarde. Ya le he dicho a Dean que te vas a quedar con


nosotros ―miento.
―Bueno, dile a Dean que será mejor que se ponga las pilas y te dé
lo que quieres pronto o te irás a otra parte. Estás demasiado buena 115
como para quedarte sentada, suspirando por un tipo que no te quiere.
Si ella supiera la verdad... que me quiere tanto que no se acuesta
conmigo.
Capítulo Dieciocho: Dean
De camino a la joyería, Paul entabla una pequeña charla. Habla de
la nieve, y yo hablo de cómo me está gustando Valoid hasta ahora.
Antes de darme cuenta, él está parado frente a la joyería Keller.
―Odio echarte en medio de una conversación ―empieza,
poniendo el coche en el aparcamiento―, pero tengo mucho más que
arar. ¿Estarás bien desde aquí?
―Absolutamente. Me has ahorrado mucho tiempo. Gracias.
Busco mi cartera, pero Paul levanta la mano.
C. R. GREY

―Guarda tu dinero, hijo. No hace falta.


―¿Seguro?
Asiente con la cabeza.
―Absolutamente.
Agradeciéndole de nuevo, no pierdo tiempo y lo dejo volver al 116
trabajo.
En cuanto pongo un pie en la joyería, sé que estoy completamente fuera
de mi elemento. Debo haber estado en algún momento de euforia
después de despertarme con Iz en mis brazos esta mañana. Ahora que
estoy despierto, me doy cuenta de lo tonta que es esta idea.
Nunca he estado en una joyería. Y definitivamente nunca le he
comprado a una chica joyas antes. Estoy fuera de mi elemento. Debería
irme. Esta es una idea terrible.
―¿Puedo ayudarle? ―pregunta una mujer de mediana edad, que
llega a mi lado.
―Yo... honestamente no estoy seguro de lo que estoy buscando.
―Bueno, ¿quizás pueda ayudarte? ¿Es un regalo de San Valentín?
Asiento con la cabeza.
―¿Para tu novia?
―Más o menos ―No tengo ninguna razón, pero quiero contarle a
esta mujer todo sobre mis sentimientos por Iz. Trabajando en una
joyería, tiene que haber visto cientos de parejas. Tal vez ella pueda
ayudar―. Acabamos de conocernos. Yo... creo que quiero que sea mi
novia. Me gusta. Mucho. Pero no nos conocemos desde hace mucho
tiempo, y todo esto es nuevo para mí.
Una sonrisa se extiende por su cara mientras un toque de rosa
llega a sus mejillas.
―Amor joven. Sé lo que hay que hacer.
Una hora más tarde, tengo el regalo guardado en mi bolsillo.
C. R. GREY

Naomi me asegura que es perfecto para Iz y que combinará con su


tono de piel cálido, algo que aprendió después de que compartiera
cada detalle sobre su aspecto. Incluso con la seguridad de Naomi, sigo
teniendo mariposas. Esta cosa podría arruinar todo. O podría ser justo
lo que necesito. No hay forma de saberlo hasta que se lo dé, lo cual no 117
estoy preparado para hacer. Todavía no.
¿Cómo se regala una joya a una chica? ¿Cuándo se la doy? ¿Con
la cena? ¿En cuánto regrese? Dios, esto es un error.
Demasiado tarde para echarme atrás, compruebo que la caja
negra sigue en mi bolsillo trasero antes de atravesar la ciudad hacia la
cabaña cuando un anciano, encorvado y moviéndose a paso de
tortuga, sale con una pala en la mano. Agarra el mango y se inclina
para despejar una zona frente a su escaparate. Con la conciencia
tranquila, no puedo dejarle palear su acera. Él apenas puede sostenerla
sin el peso de la nieve.
―¡Déjame ayudarte con eso! ―Corro hacia él antes de que tenga
la oportunidad de tirarse la espalda o romperse la cadera.
―Oh, gracias, joven ―dice, entregándome la pala.
El hombre se queda un momento mirando cómo muevo un montón
tras otro de nieve. No puedo decir si es porque hace frío o porque es
viejo, pero puedo ver su cuerpo temblar mientras me mira trabajar.
―¿Por qué no entra y se calienta? Te le dejaré su pala cuando
haya terminado.
―Creo que es un plan maravilloso. Hace demasiado frío aquí fuera
para un viejo como yo. Agradable y cálido en el interior.
―Tiene suerte. La cabaña en la que me estoy quedando ha estado
sin energía desde anoche.
―Oh, ¿estás en Meyer's Place? ―Me encojo de hombros, sin saber
quién es Meyers―. ¿En la calle Dupas Lane?
―Eso me suena.
―No creí reconocerte, pero con este viejo cerebro, quién sabe ya.
No te preocupes por eso. Le haré a Meyers una llamada y le haré saber.
Probablemente sólo tiene que llegar y cambiar un interruptor o
C. R. GREY

algo así.
Antes de que pueda protestar por su ayuda, el anciano vuelve a
entrar en la cafetería. Sabiendo que no se va a morir de frío aquí fuera,
me pongo a trabajar para despejar la zona. Trabajo tan rápido como
puedo para volver a Buttercup sin apresurarme y hacer un trabajo de
mierda. Puede que sea un delincuente, pero si hay algo que odio, es un
118
trabajo de mierda. Por suerte, la zona no es muy grande y no lleva
nada de tiempo. Limpiando mis mocos en la manga de mi chaqueta,
me dirijo a la cafetería para dejar la pala.
―Todo está despejado, señor. ¿Quiere que le ponga algo de sal
antes de irme?
No tengo intención de quedarme, estoy deseando volver, pero el
viejo me llama al mostrador.
―No se moleste ―dice, levantando las manos―. ¿Puedo ofrecerte
un café o chocolate caliente o algo para entrar en calor?
Estoy a punto de negarme, pero entonces pienso en mis dedos
entumecidos. Si alguna vez quiero volver a trabajar como chef, perder
mis dedos por congelación no es el camino que debería tomar.
―Eso suena muy bien. ¿Un chocolate caliente?
―Enseguida...
―Mi nombre es Dean, señor. Dean Kennedy.
―Enseguida, Dean.
Las campanas sobre la puerta tintinean y me giro para ver a Paul
entrar.
―Creí haberte dicho que no limpiaras esa acera tuya, Jerry. Justo
venía a hacer eso por ti ―dice Paul, quitándose la chaqueta y
colgándola en el perchero junto a la puerta―. Me alegro de verte de
nuevo, Dean.
―Igualmente.
―Yo no he paladeado una maldita cosa ―dice Jerry, sosteniendo
mi taza de chocolate caliente―. Dean lo hizo por mí. ¿Ya conociste a
C. R. GREY

Dean?
―Sí. Lo llevé a la ciudad ―Jerry le da a Paul una taza de café
antes de tomar el asiento junto a mí―. Ahh. Fue con el chocolate
caliente, ¿eh? Buena elección. Es el mejor chocolate caliente del mundo.
Sé está demasiado caliente para beber, pero estoy demasiado
emocionado para esperar. El chocolate caliente es mi bebida favorita
de invierno, especialmente cuando está cubierto con pequeños 119
malvaviscos como ahora. Tomo un sorbo, sin importarme el mordisco
en la lengua por el calor, e inmediatamente me siento abrumado por la
rica cremosidad de la bebida.
―No te equivocas. Este es sin duda el mejor chocolate caliente que
he tomado ―digo, sin exagerar lo más mínimo.
―No te molestes en preguntar por qué está tan bueno ―dice Paul
a mi izquierda―. Ese chocolate caliente ha sido un secreto familiar
durante cien años.
―Oh, no hace falta halagar a un viejo como yo ―dice Jerry para sí
mismo, así que yo sonrío en respuesta.
Ahora que mi cuerpo ya no está congelado, el bulto del joyero
clavándose en mi culo se vuelve molesto. Lo saco y lo pongo sobre la
encimera, tocándolo cada pocos segundos para asegurarme de que
sigue ahí.
―Dime, Dean. ¿Qué vas a hacer esta noche? ―Paul pregunta.
Lo que sea necesario para que Buttercup se enamore de mí.
―No creo que tenga nada planeado.
―¿De verdad? ¿Un hombre joven y guapo como tú no tiene una
cita esta noche?
Jerry interviene.
―Parece que sí. Los hombres jóvenes no van por ahí con joyas
todos los días ―continúa Jerry, señalando la caja frente a mí.
Según mi opinión, Jerry debe tener más de ochenta años. El poco
pelo que le queda es completamente blanco. Su cara se hunde,
haciendo que sus orejas parezcan demasiado grandes para su cara.
C. R. GREY

Puede tener las arrugas de un hombre mayor, pero el brillo en sus ojos
grises le hace parecer joven y vibrante todavía. Su aspecto envejecido y
su actitud de decir cualquier cosa me hacen pensar en mi abuelo.
Comparten la misma mentalidad despreocupada que tenía el
abuelo hasta el día en que murió. Ni siquiera el cáncer de próstata y de
hígado pudieron frenarle. 120
―No le hagas caso a Jerry. Puede ser directo. La generación más
vieja, supongo ―Paul dice en voz baja para que sólo yo pueda
escuchar.
―Está bien ―le respondo―. Es un poco refrescante.
Paul sonríe, luego gira su cuerpo ligeramente para incluir a Jerry en
la conversación.
―De todos modos, vamos a tener nuestro baile anual de San
Valentín en el centro comunitario esta noche. No es nada lujoso... sólo
en el gimnasio de la ciudad. Pero son bienvenidos a unirse a nosotros.
Estamos tratando de difundir la palabra tanto como sea posible para
que los que nos visitan sepan lo que está pasando y que están
invitados.
―Cuando nuestro pueblo se llamaba Valentine Bluffs ―Jerry
interrumpe―.
Sí, hace unos cuarenta y cinco años. Lo cambiaron de Valentine Bluffs a
Valoid, pero todavía celebramos la historia de nuestro pueblo haciendo
un baile de Día de San Valentín cada año. Eres bienvenido a unirte.
Puedo darte la información.
Esto podría ser perfecto para mi plan. Bailar con Buttercup en el
Día de San Valentín... ¿cómo se puede superar eso? Y me daría una
excusa para regalarle la pulsera. Podría decirle que pensé que esto
sería un mejor accesorio que esas cosas de flores para la muñeca... algo
así. ¿Qué mejor primera cita?
―Sí, eso suena bien, en realidad. Intentaré estar allí.
Paul me entrega un folleto para el baile, y me pregunto si es el
alcalde o algo.
C. R. GREY

Saboreando mi chocolate caliente y tratando de saborearlo,


escucho a Jerry y Paul discutiendo de un lado a otro, interviniendo de
vez en cuando. Me lo estoy pasando muy bien estar aquí con los dos,
pero cuanto más tiempo estoy aquí, más pienso en Buttercup. Le dije
que volvería pronto, y ahora es más de mediodía.
121
―Bueno, supongo que debería volver ahora. Tengo una larga
caminata por delante.
―No me digas que has venido caminando desde la casa de Meyer
―dice Jerry, desconcertado.
―De hecho, Paul me recogió en el camino.
―Y yo también estaría encantado de llevarte de vuelta.
Paul se levanta de su asiento y se dirige a la puerta, cogiendo su
abrigo por el camino.
―No tienes que hacer eso ―le digo. Odiaría que acortara su
tiempo con Jerry por mi culpa.
―No tengo que hacerlo, pero quiero hacerlo. Piensa en ello como
un agradecimiento por ayudar a Jerry aquí. Perdió a su esposa el año
pasado, y ha sido muy duro para él. Tener una nueva cara con la que
hablar le ayudó, estoy seguro.
―¿Seguro que no quieres quedarte?
―Volveré antes del baile. Así es como él y su esposa se conocieron,
así que lo mantendré ocupado mientras se celebra el baile.
Me quedo callado durante un minuto, pensando en silencio en mis
opciones. Podría fácilmente volver caminando. Son sólo un par de
kilómetros. Normalmente corro más que eso cada día.
―Además, si te llevo, volverás con tu chica más rápido.
Tu chica, repito. Mi chica.
―Siempre y cuando no se salga de su camino ni nada por el estilo.
Paul sacude la cabeza.
C. R. GREY

―No hay ningún problema. La mayoría de las carreteras están


libres de nieve ahora de todos modos, así que será más rápido que esta
mañana.
Nos despedimos de Jerry, y estoy a punto de seguir a Paul por la
puerta cuando algo me llama la atención.
―¿Oye, Jerry? 122
―¿Qué necesitas, Dean?
―¿De dónde has sacado esas flores? ―pregunto, señalando las
rosas rojas vivas en el escaparate.
―Son todas tuyas.
Sonrío.
―Gracias, Jerry. A Iz le van a encantar.
Eso espero.
Unos minutos de conducción más tarde y estamos ralentizando
frente a la cabaña.
―Gracias de nuevo por el viaje ―digo, estrechando la mano de
Paul.
―Por supuesto. Si hay algo más que pueda hacer por ti mientras
estás en Valoid, sólo házmelo saber.
―¿Conoces a alguien que esté contratando? ―pregunto.
Tengo un par de miles de dólares ahorrados para poder pagar en
efectivo un apartamento barato hasta que consiga trabajo, pero cuanto
antes encuentre un empleo, mejor.
La cara de Paul se ilumina.
―¿Eres bueno con la tecnología? Estamos a punto de abrir nuestra
propia empresa startup en el otro lado de la ciudad. Me gustaría poder
entrar en detalles, pero no soy lo suficientemente inteligente para
entender lo que están haciendo. Hay algo de robótica involucrada y
algo de IA, ¿tal vez? Estoy feliz de pasar tu información al director, sin
embargo
C. R. GREY

―Ah, no soy un tipo de tecnología. Soy más bien un tipo de trabajo


de pie. Solía trabajar como ayudante de cocina. Tenía un trabajo
alineado, pero eso se cayó en el último minuto por parte del propietario.
No pasa nada. Sólo pensé en preguntar. 123
―¿Cocina? ¿Eres un chef?
―Lo he sido durante los últimos ocho años. El plan era ser el chef
ejecutivo en un nuevo restaurante en el sur.
―¡Bueno, eso es perfecto! Jerry ha estado buscando un chef.
Desde que ustedes dos se llevan bien, dudo que tenga alguna reserva.
Se lo haré saber a Jerry.
―Eso sería genial. Gracias, Paul.
―No hay problema. ¿Nos vemos entonces?
―Por supuesto.
Tal vez este nuevo comienzo en Valoid es exactamente lo que
necesito. Nueva ciudad, nueva chica, nuevo trabajo... ¿cómo podrían
las cosas ser mejores que esto?
Capítulo Diecinueve: Dean
Estoy demasiado ocupado repasando cómo será la noche y
planeando qué decir para darme cuenta de que hay un coche
aparcado delante de la cabaña. No es hasta que estoy dentro y veo dos
cabezas sentadas en el sofá que me doy cuenta de que algo pasa.
Junto a la rubia a la que me he acostumbrado hay un fuego de
rizos.
―Así que este es el dios del sexo, ¿eh? ―dice la pelirroja. Tanto
ella como Iz se giran al sonido de la puerta. Iz sonríe, pero la pelirroja
C. R. GREY

me mira fijamente. De repente me siento desnudo bajo su mirada


escrutadora.
―Lo siento. ¿Quién eres?
Miro a Buttercup en busca de respuestas, pero me ignora por
completo y se vuelve a la chica. 124
―Es él ―confirma.
¿Qué carajo está pasando?
―Bueno, supongo que debería presentarme al tipo que no se está
tirando a mi mejor amiga, por alguna estúpida razón.
Ahh, mejor amiga. Esto tiene más sentido ahora... más o menos.
―Quiero decir, mírala ―continúa―. ¡Está buena!
Confía en mí. Lo sé.
―Tú debes ser Suze ―digo, extendiendo mi mano. Después de un
segundo, ella finalmente la estrecha.
―Así que sabes de mí. Tiene sentido considerando que soy lo
mejor en la vida de Iz.
―Lo suficiente para saber que tienes un gran sentido del estilo
cuando se trata de mi chica.
No me atrevo a mirar a Buttercup para ver su reacción a lo de mi
chica. Estoy seguro de que su cara está haciendo esa cosa de ciervo en
la cabeza que hace cuando se sorprende.
―Pero no lo suficiente como para acostarse con ella ―dice como
una afirmación y no una pregunta.
Me quedo sin palabras. Me cuesta bastante decirle a Buttercup por
qué de repente me pongo en abstinencia con ella. No hay forma de
decírselo a su amiga. ¿Qué pasa con las chicas y sus mejores amigas,
de todos modos? Siempre son tan protectoras de que no te acuestes
con ellas. Pero cuando no lo haces, se enfadan de todos modos. Creo
que realmente no puedes ganar.
C. R. GREY

Mientras me quedo con la boca abierta como un pez, la mayor


sonrisa se forma en la cara de Suze. Antes de darme cuenta, se está
doblando por la mitad, riendo histéricamente mientras Buttercup se
une a ella. Repito. ¿Qué carajo está pasando? 125
―Dios, Dean ―aúlla Suze―. Deberías ver tu cara.
No me gusta ser el blanco de una broma de la que no sé nada, así
que fuerzo una risa.
―¿Puedo hablar contigo un segundo? ―pregunta Iz.
Sin tener tiempo de reaccionar, me agarra del brazo y me lleva al
dormitorio. Suze dice algo mientras nos vamos, pero no me importa
escuchar. Estoy demasiado concentrado en dejar a Iz a solas y en
averiguar qué hace su mejor amiga aquí.
―Así que has conocido a Suze ―dice, manteniendo los brazos
apretados sobre su cuerpo.
―¿Qué demonios, Buttercup? Una advertencia habría estado bien.
―Si hubiera tenido tiempo de avisar, lo habría hecho. Ella,
honestamente, pasó por aquí sin decirme nada. Confía en mí. Dijo que
se preocupó de que no respondiera a sus textos y pensó que había sido
asesinada o algo así y vino aquí. No sabía que venía hasta que estaba a
menos de una hora de distancia. ¿Son... son esas para mí?
Sigo sus ojos hacia el ramo de rosas rojas que no me di cuenta de
que aún estaba sosteniendo. Genial. Justo lo que necesitaba. Su amiga
viéndome volver con un ramo de putas rosas rojas. Tiene que pensar
que soy un completo perdedor. Estoy listo para lanzarlas fuera cuando
veo el brillo en los ojos de Buttercup.
―Por supuesto que son para ti. Feliz día de San Valentín.
Me atrae hacia su cuerpo, apretando fuertemente alrededor de mi
medio.
―Gracias.
En ese momento, me olvido de todo lo demás. Mi falta de trabajo.
C. R. GREY

Mi infancia jodida. La mala primera impresión que tuve con Suze. Nada
importa excepto sentir a Buttercup contra mi cuerpo, su mejilla
presionada contra mi pecho.
¿Qué carajo me está pasando?
No me importa averiguarlo.
―Por cierto, ¿cómo está tu mano?
126
No parece que lleve ya el vendaje y sigue estando vertical, así que
asumo que no tiene ningún problema.
―Como nueva ―dice, echándose hacia atrás y sosteniéndola para
que la vea―. Todo gracias a ti.
Le doy un beso a Iz en los labios. Eso era todo lo que había
planeado que fuera con su amiga en la otra habitación, pero un beso
rápido nunca es suficiente con ella. Mis labios están de nuevo en los
suyos, devorando su dulce sabor. Dejo que mis manos se deslicen por la
parte trasera de su cuello hasta llegar a su pelo, envolviendo sus hebras
doradas en mis dedos.
Mientras mis manos van hacia el norte, las suyas van hacia el sur
con una agenda clara.
Por mucho que quiera follarla, no puedo dejar que eso ocurra. No
con Suze aquí, al menos. La recojo antes de que haga algo que no podré
detener. Con sus piernas envueltas alrededor de mí, la dejo caer en la
cama, lanzando el ramo suelto con ella. Las flores van por todas partes,
enmarcando su cuerpo perfecto.
―Veo que sigues en mis pantalones deportivos.
―¿Qué puedo decir? Son cómodos.
―Y te quedan mucho mejor a ti que a mí.
Buttercup me golpea juguetonamente en el pecho. Me agarra del
cuello de la camisa y tira de mí para que nuestros labios se conecten de
nuevo. Joder. Eso es caliente. Sus manos inmediatamente agarran
cualquier parte de mi cuerpo. Si sigue así, no voy a ser capaz de parar.
Inmovilizar sus manos por encima de la cabeza es lo único que se me
C. R. GREY

ocurre hacer para evitar que explore. Un segundo más tarde, me doy
cuenta de que esto sólo pone en marcha sus instintos primarios. Ella
arquea su espalda, presionando su pecho contra el mío, y profundiza el
beso.
Esta mujer me está dando una carrera por mi dinero. Es
demasiado irresistible. Con una mano sosteniendo mi peso sobre ella,
dejo que mi otra mano libere mi agarre de sus muñecas y recorra la 127
longitud de su torso. Cuando mi mano roza el dobladillo de su camiseta,
me detengo y vuelvo a subir, esta vez por debajo de su camiseta.
Cuando mi palma encuentra su teta, empujo el sujetador y no pierdo
tiempo en trazar círculos alrededor de su pezón. Ella se tensa debajo de
mí, su respiración se vuelve superficial. Sus dedos me tiran del pelo de
forma demasiado dolorosa, pero no me detengo.
―Para ser dos personas que no está durmiendo juntos, parece que
están bastante cómodos el uno con el otro ―dice la voz penetrante de
Suze. Buttercup me empuja al mismo tiempo que me muevo a su lado y
me siento en el borde de la cama como un adolescente al que acaban
de encontrar en la habitación de una chica por primera vez ―. No te
detengas por mí.
―¿Qué quieres, Suze? ―Buttercup gime, arreglando su sujetador.
―Quería ver si volvías pronto para pasar tiempo conmigo. Pero ya
veo lo que te ha retrasado. Lo entiendo. Dejaré que vuelvas a ello.
A mi lado, Iz suspira y me aprieta el muslo.
―Terminaremos esto más tarde ―dice, levantándose―. ¿Qué
quieres hacer, Suze?
Tengo que admitir que, aunque Suze se me metió en la piel cuando
nos conocimos, me agrada. Ahora entiendo de dónde saca Buttercup su
actitud descarada.
Son como dos guisantes en una vaina. Y, lo más impresionante, es
que puede mantenerse con la comida algo que no se ve a menudo en
las chicas. Suelen estar demasiado nerviosas por algo que comer
delante de mí. Pero Suze no. Un bocado de mi ensalada de col rizada -
algo que ella era escéptica de comer sobre la base de que es
repugnante, y lo devoró todo. Si ella terminaba lamiendo su plato, no
C. R. GREY

me habría sorprendido.
Los tres pasamos las siguientes horas hablando de tonterías: cómo
se conocieron, su compañero de piso Mick, y todas las embarazosas
historias de borrachera, historias de Buttercup de la universidad. Esas
las encuentro particularmente interesantes... especialmente aquella en
la que se besó con un poste de metal durante un minuto entero,
128
pensando que era el chico de la fiesta antes de que Suze la llevara de
vuelta a su dormitorio y la encerró en el baño por la noche.
―Oh, mierda ―dice Buttercup, mirando su teléfono en la mesa de
café―. Es mi madre, debería contestar.
Se dirige al dormitorio y cierra la puerta, dejándonos a Suze y a mí
solos por primera vez. Y, considerando que ella es la que más sabe de
Buttercup, aprovecho esta oportunidad para obtener toda la
información posible sobre Iz.
―Entonces, Suze...
―Lo juro por Cristo. Si haces algo para lastimarla, me aseguraré
de que no puedas lastimar a nadie nunca más ―dice, volviéndose
hacia mí y señalándome con un dedo.
―¿Me estás amenazando, Suze? ―pregunto, recostándome en la
silla junto al sofá, completamente divertido.
―Es Suzanna para ti. Y sí.
―¿De dónde viene esta hostilidad? ―pregunto, levantando las
manos en el aire―. Creía que estábamos bien.
Tan bien que estoy a punto de preguntarle cómo conquistar a su
mejor amiga.
―Escucha. Iz es mi mejor amiga. Es como mi hermana.
―Vale...
―Y no sé de dónde viene todo ese rollo simpático que tienes pero
déjalo ya.
C. R. GREY

―¿Qué quieres decir con 'simpático'?


Se deja caer en el sofá, cruzando los brazos, antes de enviarme
la mirada más sucia del mundo. Si las miradas pudieran matar, sus
penetrantes ojos grises me habrían eliminado aquí y ahora.
―Por favor ―dice, añadiendo una mirada de soslayo―, un 129
segundo estás diciendo 'vamos a follar' y al siguiente te detienes y le
dices que no vas a tener sexo con ella porque te gusta. Y después te
pones en plan 'haré lo que sea para demostrarte que me importas'.
Literalmente la definición de un simpático.
―Los insultos que he recibido incluyen: "idiota", "pendejo", "cabrón", y
casi todos los insultos bajo el sol. Pero nadie me ha llamado nunca
simpático―. Entonces, repito. Si la lastimas...
―No lo haré ―digo, cortándola.
¿Por qué todos piensan siempre lo peor de mí?
―Bien. Puede que seas nuevo en el mundo de las citas, así que
todo es brillante plástico y arco iris, pero no es la primera vez que Iz
sale con alguien. Ella sabe lo que sucede cuando el enamoramiento se
acaba.
Ya he oído suficiente. ¿Por qué está contando conmigo fuera de
esta relación incluso antes de que empiece?
―Necesito que me escuches ―Mi voz es lo suficientemente
tranquila para no distraer a Buttercup, pero tiene mi intensidad
habitual... la combinación perfecta para que Suze se calle y finalmente
me deje hablar―. Puede que sea nuevo en las citas, pero sé que lo que
siento es algo que nunca he sentido antes. Quiero ser la mejor persona
posible para tener una oportunidad de ser el tipo de persona que ella
merece. Yo no lo soy y sé que probablemente nunca seré lo
suficientemente bueno para ella, pero mierda. Prefiero hacer todo lo
posible para mostrarle el tipo de persona que podría ser si ella me diera
la oportunidad. Si ella se despierta mañana, un año, o en diez años y
decide que no soy lo suficientemente bueno, entonces al menos lo di
todo mientras tuve la oportunidad. Probablemente piense que soy un
pedazo de mierda como todo el mundo, pero no puedo sentarme e
C. R. GREY

ignorar lo que siento. Hay algo real entre nosotros, y te gradecería que
no hicieras que Iz piense menos de mí sin siquiera conocerme.
Cuando termino, me doy cuenta de que no sólo he arruinado
cualquier posibilidad de quedar bien con Suze, sino que también le he
dicho que me estoy enamorando de su mejor amiga. Rápido. Admitir
esto a alguien a quien no le gustas es la forma más rápida de la 130
decepción. ¿Qué carajo acabo de hacer? La cara de Suze se frunce
tanto que creo que está a punto de derrumbarse. Entonces, sin previo
aviso, se relaja por completo y me da esa enorme sonrisa con dientes
que ha estado dando a Iz toda la tarde.
―Bien. Era una prueba, y la has pasado. Me agradas un poco.
Creo que ustedes estarían bien juntos.

―¿En serio?
Chico, ella sabe cómo mantener a alguien en sus dedos de los pies.
―Sí. Pueden arreglarse el uno al otro.
―¿Quién dice que necesitamos arreglarnos? ―pregunto, con un
tono defensivo.
―No sé mucho sobre ti, pero no ocultas tus emociones súper
bien. Especialmente no frente a un detective en entrenamiento. Aunque
no te conozca, conozco a Iz.
―¿Qué se supone que significa eso?
―Ha tenido una vida dura.
―Me habló de su padre.
―No estoy hablando de eso.
Mi corazón se hunde en la boca del estómago. Tenía la sensación
de que había algo más en su historia que no me estaba contando. Algo
que la haría tener tal desconfianza en los hombres. Casi no quiero
preguntar porque no quiero que Suze confirme mis sospechas, pero lo
hago de todos modos.
―No lo sé. No me lo ha contado. Pero sé que ha pasado algo. Ella
dice que no sale con nadie por culpa de su madre, pero cambió años
C. R. GREY

antes del todo el asunto de Gary.


¿Qué pudo haberle pasado para que dejara de salir?
Estoy devanando los sesos, pensando en los peores escenarios
posibles, cuando se oye la puerta de la habitación abierta.
―Bueno, supongo que debería irme ―dice Suze, levantándose del
sofá y se dirige hacia la puerta principal antes de que Iz pueda sentarse
a su lado. 131
―Espera. ¿No te vas a quedar? ―pregunto, confundido sobre por
qué está aquí con una maleta entonces.
―Sí ―dice Iz―. Pensaba que te ibas a quedar.
―No. Sólo pasé para ver cómo estaba nuestra chica. Asegurarme
de que está a salvo. Pero, contigo cuidando de ella, está en perfectas
manos.
Suze guiña un ojo, y de alguna manera lo interpreto como su sello
de aprobación.
―¿Segura que no quieres quedarte? Estoy segura de que a Dean
no le importaría ceder la cama por esta noche.
―Por muy tentador que sea verlo dormir en esa cosa ―dice,
señalando el sofá que es tres cuartos de mi tamaño―, no me
entrometeré. Dejaré que vuelvan a lo que estaban haciendo antes.
Además, hace mucho frío y necesito la calefacción.
Suze e Iz se abrazan en la puerta, diciéndose algo. Como mantengo
distancia y les dejo tener su tiempo juntas, no puedo oír lo que dicen.
Tiene que ser algo bueno porque las dos me miran y sonríen cuando
terminan de abrazarse. Para mi sorpresa, Suze se acerca a mí después
y me abraza. No dejo que nadie me abrace. Pero no dudo en dejar que
Suze me abrace.
―Simplemente no le des una razón para no confiar en ti ―dice en
un susurro―. Dale cientos de razones para que confíe en ti y nunca
hagas nada que le quite esa confianza.
Quiero pedirle más información, pero Suze se aparta.
C. R. GREY

Siguiendo a Suze fuera, Iz y yo nos quedamos en el porche, con mis


brazos alrededor de ella para mantenerla caliente, y observamos cómo
se aleja. No es hasta que se pierde de vista que Buttercup se vuelve
hacia mí.
―¿Y ahora qué hacemos? ―me pregunta con un tono coqueto en
la voz.
―Ahora nos preparamos para una fiesta.
132
Capítulo Veinte: Isobel
―¿Una fiesta? ―Repito―. ¿Vamos a una fiesta?

Odio las fiestas. No he ido a ninguna desde la universidad por una


buena razón. La última vez que lo hice fue cuando mi vida cambió para
siempre, todo por culpa de Blake. Sin embargo, no puedo decirle a Dean
eso. Si lo hiciera, significaría que tendría que contarle todo, y nunca
estaré preparada para eso.
―Sí. Será divertido.
C. R. GREY

Dean se mueve por la cocina con facilidad, limpiando los platos


que dejamos fuera después de la comida. Si mi estómago diera algo
más que volteretas ante la idea de ir a una fiesta, me impresionaría
más su habilidad para bailar con sus movimientos aparentemente
coreografiados. En lugar de eso, me quedo junto a la ventana delantera,
envuelta en el brillo dorado del sol, durante el tiempo que tarda en
fregar los platos.
―¿Qué pasa? ―pregunta, su sonrisa se desvanece al volverse
133
hacia mí.
―Nada.
―Sí. De acuerdo ―Dean tira la toalla que tiene colgada sobre el
hombro en la encimera y se acerca a mí, quitándome el mechón de
pelo de los dedos que había estado tirando y girando sin darme cuenta.
―Algo va mal. ¿Es por Suze? ¿No querías que se fuera?
―Sí, y no. Pero eso no es lo que está mal.
―Ah. Así que admites que algo está mal ―Maldito seas y tus
juegos mentales, Dean.
―Vamos, Buttercup. Puedes confiar en mí.
Cuando Dean me pone los dedos bajo la barbilla y me echa la
cabeza hacia atrás para que lo mire a los ojos, es difícil no soltarle mi
mayor y más oscuro secreto. Por un segundo, quiero hacerlo, pero una
vez que ha salido a la luz, no puedo retractarme. De repente, lo que
pasó es real. No como si no lo fuera ya.
―Es que… No sé. Supongo que, como, ¿cómo se supone que vamos
a ir a una fiesta en una ciudad desconocida en medio de una ventisca?
―En primer lugar, hace horas que dejó de nevar, así que eso no es
un problema. Segundo, es el baile anual de San Valentín de Valoid. Y
tercero, tengo una invitación personal del alcalde o lo que sea. Pero eso
no es lo que te molesta. ¿Lo es?
Me alejo. Tengo que hacerlo. Si no lo hago, sé que me derrumbaría
en sus brazos, algo que no pienso hacer nunca. Ni con él ni con nadie.
C. R. GREY

―¿Ayudaría si te dijera algo?


Hay algo en la voz de Dean que me toca el corazón.
―Siempre puedes decirme algo.
Suspira, me coge de la mano y tira de mí hacia el sofá. No es hasta
que estamos sentados frente a frente -yo en el sofá y él en la mesa de
centro- que continúa. 134
―Estoy seguro de que esto no es demasiado sorprendente, pero no
tuve la mejor infancia. Bueno, supongo que al principio sí. O al menos
eso creía. Pero da igual. Eso no importa. Cuando era un niño, tal vez
seis años, mi madre, Holly, se fue. Se levantó una mañana, hizo las
maletas y se fue. Me aferré a ella, llorando y rogando que no se fuera,
pero ningún grito logró que se detuviera. Me levantó de su pierna. Pensé
que me envolvería en uno de los abrazos que solía darme cuando era
un niño. Antes de que llegara mi hermana. En lugar de eso, me puso en
el suelo y cerró de golpe la puerta principal antes de que pudiera
alcanzarla.
Mi corazón se rompe en mil pedazos. La imagen de un pequeño
Dean persiguiendo a su madre es algo que me gustaría poder quitarme
de la cabeza.
» Corrí hacia mi padre, tirando de su mano para que detuviera a
mi madre. No lo hizo. Ni siquiera se movió. Sólo se sentó en su sillón,
viendo la televisión y bebiendo su cerveza. No se movió cuando Olivia,
mi hermana pequeña, lloró en su cuna. No se movió para hacernos la
cena. Estuvo sentado tres días bebiendo cerveza mientras mi estómago
gruñía sin control y Olivia olía fatal.
» Mi padre era una mierda ―dice, apoyándose en sus brazos ―.
Nunca se preocupó por nosotros, ni siquiera cuando mi madre estaba
cerca. Lo único que le importaba era sentar su gordo culo en esa
estúpida silla a cuadros y beber cerveza. Tuve que aprender a cuidar de
mí mismo y de Olivia. No era perfecto, pero le cambiaba los pañales y le
daba el biberón siempre que podía. Pero los pañales y la fórmula se
acabaron.
―Dean ―digo, tocando con mis dedos su antebrazo. Quiero
C. R. GREY

cogerle la mano, pero tiene las manos tan apretadas que las puntas de
los dedos se enrojecen. Sin embargo, con mi toque, se relaja lo
suficiente como para liberar algo de tensión―. ¿No tenías abuelos o
alguien que te cuidara? ―Niega con la cabeza.
―No hay abuelos. Ninguno que se preocupara de todos modos. 135
Tenía una tía que vivía a seis horas de distancia, pero la última vez que
la visitamos fue un par de meses antes de que mi madre se fuera.
Pensábamos quedarnos el fin de semana, pero hubo muchos gritos y
nos dijo que nos fuéramos una o dos horas después de llegar. Mis
padres quemaron muchos puentes... lo suficiente como para que la
familia tampoco se preocupara por nosotros, los niños.
No sé qué decir. Nada de lo que sale de mi boca se acerca a lo que
quiero decir. Por suerte, no tengo que hacerlo. Dean sigue hablando, y
yo estoy feliz de escuchar.
» Conseguí una ruta de papel cuando tenía diez años. Las cosas
mejoraron un poco. Podía comprar comida para Olivia y para mí,
comprar su ropa para la escuela. Ya sabes, todo lo esencial. Levantarse
a las seis de la mañana para trabajar antes del colegio no era fácil.
Tampoco tenía bicicleta, así que tenía que ir andando a todas partes.
Estaba demasiado cansado para prestar atención en clase o hacer los
deberes, así que no lo hacía. No era importante. Lo que sí lo era, era
mantener a Olivia segura y sana.
» El día que cumplí dieciséis años, conseguí un trabajo en una
pizzería. Trabajé todo lo que pude, pero hay tantas restricciones para
los menores que no era suficiente. Así que dejé el instituto, mentí sobre
mi edad en otra solicitud y trabajé en una gasolinera durante el día y en
la pizzería cada dos noches. Ahorré un par de miles de dólares, con la
esperanza de conseguir un lugar con Olivia. Pero la vida es una mierda.
Mi padre tenía la costumbre de entrar a hurtadillas en mi habitación y
coger el dinero que había ahorrado. Al principio, eran un par de dólares
aquí y allá. Pero un día me limpió, llevándose cerca de cinco mil dólares
para comprar alcohol y un nuevo televisor. ¿Recuerdas cuando dije que
mi padre era una mierda?
C. R. GREY

―¿Sí? ―pregunto, preocupada por lo que dirá a continuación.


―Verás, que robara a sus propios hijos era una mierda. Pero eso
no era nada comparado con el hecho de que nunca tuvo problemas
para pegarme. 136
No puedo soportarlo más. Verlo romperse delante de mí es
demasiado para verlo. Me levanto del sofá, apartando sus brazos para
poder sentarme en su regazo. Me acerco a él hasta que quedamos
pecho con pecho, entonces le rodeo la espalda con los brazos y no lo
suelto. Nos quedamos así durante unos segundos, envueltos en los
brazos del otro, mientras espero poder quitarle el dolor de alguna
manera.
―Lo soporté durante años ―dice, jugando con mi pelo―. Durante
años, dejé que me golpeara y me rompiera los huesos. Pero el día que
se llevó mi dinero fue el día en que empecé a devolver los golpes... No
tengo que seguir si no quieres.
No me di cuenta de lo fuerte que lo estaba apretando hasta que se
acerca a su espalda para aflojar mi agarre de vicio.
―No. Quiero escuchar.
No quiero hacerlo. La verdad es que no. ¿Pero cómo puede alguien
escuchar de buena gana historias sobre cómo alguien a quien quiere
fue golpeado y abandonado cuando era niño?
―Entonces lo haré corto. A los dieciocho años, sabía que tenía que
salir. Las peleas con mi padre eran más frecuentes. Volví a ahorrar lo
suficiente para tener mi propia casa, pero tenía que pensar en Olivia.
Estaba en primer año y se negaba a mudarse, aunque fuera al otro lado
de la ciudad. La misma escuela y todo, pero ella no quería nada de eso,
así que me quedé otros dos años.
» No sé cómo sucedió, pero una noche le di una paliza a mi viejo.
No paré hasta que Olivia me sacó literalmente de encima. Acabó en el
hospital durante tres días. Dijo que lo asaltaron cuando volvía a casa
del trabajo. Estaba demasiado avergonzado para decir que se lo hice
yo. Pero eso fue todo. Sabía que tenía que irme. Si no lo hacía, era
C. R. GREY

cuestión de tiempo que nos matáramos el uno al otro. Le rogué a Oliva


que se viniera conmigo, pero me dijo que estaría bien y que de todos
modos se iría pronto a la universidad.
―Bueno, ¿lo hizo? ¿Está todavía en la universidad o se ha
graduado o algo así? ―Hay una larga pausa. Demasiado larga para
seguir esperando un final feliz.
137
―Ella murió.
―¿Ella... murió?
―Hace dos meses. Lo tenía aún más difícil para resistirse a las
drogas y al alcohol que siempre estaban cerca. Llegué a los diecinueve
años antes de empezar a abusar. Intentaba no acercarme a esas
cosas, pero era difícil cuando siempre estaban cerca. Ahora no lo hago,
para que lo sepas. Hace más de dos años que no tomo ninguna droga.
Pero Olivia era diferente. Sólo tenía catorce años cuando empezó. Era
adicta, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir más
drogas, incluso si eso significaba...
No necesita decir nada más. No lo he vivido en primera persona,
pero sé por compañeros de pasillo en la universidad hasta dónde
llegaban para conseguir cualquier tipo de droga.
» Ocultó muy bien su adicción. Nunca aceptó dinero ni pidió nada.
No fue hasta después de su muerte que descubrí que se prostituía.
Desde que tenía quince años. Una maldita niña. No tenía ni idea. Su
novio era básicamente su proxeneta. Ni siquiera sabía que salía con
alguien. Todo lo que puedo pensar es que, si estuviera más cerca, si no
tuviera tantos trabajos a la vez y no me mudara cuando lo hice, ella no
habría seguido ese camino y seguiría aquí hoy.
―No puedes pensar así, Dean. No puedes culparte a ti mismo.
―Debería haber sabido que algo pasaba. No me pareció bien
dejarla cuando me mudé, pero tuve la sensación de que quería que me
fuera... casi como si quisiera deshacerse de mí. No lo entendí entonces,
pero ahora tiene sentido.
―¿Has hablado con alguien después de la muerte de Olivia?
C. R. GREY

―He hablado con mucha gente.


―No me refiero a eso. Quiero decir, ¿has hablado con alguien
sobre la muerte de Olivia y todo lo que llevó a ella?
―No estoy loco. No necesito un psiquiatra.
―Sé que no lo estás, pero no tienes que estar loco para ver a un
terapeuta. Yo hablé con alguien después de la muerte de mi padre y me
138
ayudó mucho. No es saludable embotellar las cosas.
Mira quién es la olla que llama a la tetera negra.
―Sí, pero esa es la manera de Kennedy ―dice con una risa
sarcástica.
―No tiene que ser pensado.
―Tú eres el única que lo sabe. Que mi hermana murió.
―¿Nadie lo sabe? ―Se inclina para que nuestras frentes se toquen
y luego sacude la cabeza―. ¿Por qué me lo dices entonces?
―Para demostrarte que entenderé lo que sea que estés sintiendo
ahora sobre este baile o fiesta o como quieras llamarlo. Sé que nos
acabamos de conocer hace unos días, pero puedes confiar en mí, Iz.
Tengo mis propios secretos que guardo. Puedo guardar los tuyos
también.
La idea de reducir la carga de mi pasado y compartirlo con Dean
es muy tentadora. Conociendo el suyo, sé que decírselo no sería tan
impactante. Comparado con lo que él ha pasado, mis problemas
parecen hormigueros.
―Pero ¿qué pasa si te lo digo y descubres que no soy tan perfecta?
―Pregunto con un tono desenfadado para disimular mi miedo a que
me rechace.
―No quiero que seas perfecta.
Eso es todo lo que necesito escuchar. Dean desnudó su alma para
mí. Lo menos que puedo hacer es devolver el favor.
Antes de que tenga la oportunidad, su mano está en mi nuca,
tirando de mí hacia él. Sus labios están salados por la ensalada. Me
C. R. GREY

encanta; no me canso. El fuego que ha estado ardiendo en mi interior


durante los dos últimos días se convierte en un infierno incontrolable.
Haciendo rodar mis caderas, lo siento crecer debajo de mí. Dios, no
puedo soportarlo más. Haría cualquier cosa por sentirlo dentro de mí.
―Por favor ―le susurro al oído.
―Que se joda ―dice, mordiendo la tierna piel de mi clavícula ―.
Voy a follar con usted ahora, Srta. Powell.
139
Capítulo Veintiuno: Dean
Dios mío. Sentir sus caderas apretando contra mí... Sería un
masoquista, un maldito tonto, si no le diera lo que quiere. Casi me
vengo abajo en ese momento. Pero eso no sería justo. Ella se merece
algo mejor. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme
de que disfrute cada segundo de esto.
Continuamos justo donde lo dejamos la otra noche. La mayor
diferencia ahora es que no me alejaré. De ninguna manera me alejaré.
Las yemas de mis dedos se clavan en la tela entre mis dedos y su
C. R. GREY

piel, odiando al instante estos pantalones y la forma en que nos


separan. Necesito sentirla, así que tiro de ella hacia el dormitorio, con el
cuerpo caliente por su risa coqueta contra mis labios. Pero la risa se
silencia rápidamente cuando se quita la camisa vaquera y me sube las
manos por la espalda, asegurándose de que no haya espacio entre
nosotros. Me echo hacia atrás en la cama. Su pelo me hace cosquillas
en la cara cuando cae encima de mí.
―Tenías razón, sabes. Sobre esa primera noche ―La miro
140
fijamente a los ojos entrecerrados, esperando oírla decir lo que siempre
he sabido―. Estaba fantaseando totalmente contigo cuando llegaste. Es
en lo único que he pensado desde que me robaste la bolsa en el
aeropuerto.
Un gemido se acumula en mi pecho y queda atrapado en el fondo
de mi garganta.
―Ah, ¿sí? ―Pregunto, apretando su culo―. ¿Y con qué estabas
fantaseando? No quisiera defraudarla ahora, Srta. Powell.
―Primero, esto tiene que desaparecer ―Me agarra el dobladillo
de la camisa y me lo pone por encima de la cabeza. No protesto,
demasiado excitado por ver a dónde va esto. El creciente bulto en mis
pantalones es prueba de ello. Tenía la sensación de que ella era una
fuerza dominante. Verla tomar el control y decirme lo que quiere es
jodidamente excitante―. Y luego me dejas sentir cada cresta y plano
de los apretados músculos de tu cuerpo que supe que tenías en cuanto
te vi.
Las yemas de sus dedos acarician mi núcleo. Tan suaves que más
de una vez me pregunto si todavía me está tocando. Es una agonía. Me
encanta esto, pero me muero por poner mis manos sobre ella y hacer lo
mismo.
―¿Cuándo podré tocarte?
―Muy, muy pronto. No te preocupes. Ahora es cuando me agarras
las muñecas y me las pones por encima de la cabeza como has hecho
antes, quitándome la camiseta…
C. R. GREY

―¿Así?
Se queda sin aliento cuando la pongo de espaldas e imito su
fantasía. Con sus dos muñecas en una mano, le quito el cuello en V, y
sólo la suelto medio segundo para liberarla de la constricción de la
camisa.
―¿Y ahora qué, Srta. Powell? 141
―Mi sujetador ―dice ella en un susurro.
Hago todo lo que me dice para asegurarme de que cumplo todas
sus fantasías, empezando por su sujetador. Me echo hacia atrás y me
sitúo a un par de metros por encima de ella, y me bebo cada
centímetro de su cuerpo semidesnudo. A través de la luz dorada que se
asoma entre las persianas, parece de ensueño. Para asegurarme de
que todo esto es real, me inclino para que estemos casi pegados el uno
al otro.
―¿Y ahora? ―pregunto, trazando la curva de su pecho con mi
dedo.
Se estremece debajo de mí, se balancea de lado a lado para que
mi dedo pinte líneas en su pecho.
―Exactamente lo que estás haciendo.
Ya está jadeando. Con los brazos todavía inmovilizados sobre su
cabeza, uso mi lengua para trazar un círculo alrededor de un pezón y
luego del otro, soplando aire fresco a lo largo de las zonas húmedas. Al
verlos en su punto álgido, los muerdo y chupo de uno en uno. Ella se
retuerce, sobreestimulada y con ganas de más.
―¿Qué sigue, Isobel?
Me mira a los ojos lo mejor que puede, ya embriagada por su
orgasmo.
―No lo sé. Esto fue cuando un imbécil codicioso entró en mi
cabaña y arruinó mi pequeño sueño sexual.
―Supongo que tendré que improvisar entonces.
Con un movimiento fluido, le quito los joggers que me ha robado y
C. R. GREY

las bragas, dejándola completamente desnuda. Incapaz de alejarme un


segundo más, deslizo un dedo dentro de su pliegue, bombeando
lentamente. Sus músculos se contraen a mi alrededor.
―Santa... mierda... Dean ―susurra, cada palabra separada por
una respiración entrecortada. 142
Agrego un segundo dedo para intensificar esto para ella. Y eso lo
consigue. Empuja sus caderas contra mi palma, moviéndose
incontroladamente mientras el orgasmo crece en su interior. Dejo que
se mueva libremente contra mi contacto. Verla tomar las riendas, verla
conseguir exactamente lo que necesita, es lo más atractivo del mundo.
De repente, sus músculos se relajan y se derrite debajo de mí.
―Guau. Eso fue... guau ―dice entre respiraciones abundantes ―.
Tu turno ―Busca mi bragueta, pero la detengo.
―Oh, aún no he terminado contigo.
Me atrae hacia ella, pero me contengo, dándole un beso suficiente
para retenerla. Cuando me separo, un rápido suspiro se escapa de sus
labios. Sustituyo este sonido insatisfecho por un grito ahogado cuando
me quito la ropa. Se queda con la boca abierta al ver mi cuerpo. La
punta de su lengua se pasea por su labio. Cuando saco un condón de la
nada como un puto mago y lo pongo, se muerde la zona que acaba de
lamer.
―Dobla esto por la mitad y ponlo bajo tus caderas ―le digo,
entregándole mi almohada. Ella escucha, poniéndose a la vista ―.
Buena chica.
Satisfecho, me sitúo entre sus piernas, con mi polla rozando su
abertura. Espero, curioso por ver qué hará con nosotros tan cerca.
―Dean ―gime, suplicando de nuevo.
―¿Qué quieres? Dímelo.
Engancha sus piernas alrededor de mi cintura, con los tacones
clavados en mi culo, y me atrae hacia ella.
―Sólo fóllame ya.
C. R. GREY

Bajo lentamente, aspirando entre los dientes. El sexo siempre se


siente bien, pero nunca se ha sentido tan bien. Me refiero al puto éxtasis
de pies a cabeza. Un sexo que altera la mente y que me ha arruinado
para todas las demás mujeres. Aquí estaba pensando que sería al
revés.
143
―Joder. Iz. Te sientes tan jodidamente bien.
―Dean... no te detengas.
Joder. No tiene ni idea de lo que me está haciendo. Estoy
caminando por la cuerda floja, intentando aguantar con todas mis
fuerzas cuando sé que es imposible. Ella debe sentir lo mismo porque,
con mi siguiente empuje, se agarra a mis brazos, clavando sus uñas en
mi piel para apoyarse. Duele muchísimo y sé que le dejará una marca,
pero no podría importarme menos. Que el mundo sepa que es mía.
Sólo ese pensamiento me hace acercarme más. Sabiendo que no
puedo aguantar mucho más, saco mis brazos del agarre de Iz y le
agarro los tobillos. Con sus piernas en el aire, me deslizo aún más
adentro. Un rojo intenso sube por su pecho y se extiende por su cuello.
Ninguno de los dos puede aguantar más. Siento que su cuerpo se suelta
al mismo tiempo que el mío, dejándonos convulsionar y apagar
mientras cabalgamos juntos en esta increíble ola.
Sólo cuando está satisfecha, me derrumbo en la cama junto a ella,
ambos jadeando y completamente agotados.
Capítulo Veintidós: Isobel
Santa. Mierda.
No puedo creer que me haya dejado pasar tanto tiempo sin
experimentar eso. Fue, sin duda, el mejor y más emocionante momento
de mi vida. Fue... bueno, indescriptible. Quiero experimentarlo una y
otra vez durante el resto de mi vida.
Whoa... ¡más despacio! Te estás adelantando, Iz.
¿Y qué pasa si vivimos en estados diferentes y sólo tenemos unos
pocos días más juntos? ¿A quién le importa? Voy a disfrutar de esto
C. R. GREY

todo lo que pueda hasta que no pueda más.


Tardo varios minutos en normalizar mi todavía agitada
respiración. Cuando por fin lo hace, me pongo de lado, apoyándome en
el codo, y recorro con el dedo los árboles pintados en la carne de su
antebrazo izquierdo. He visto sus tatuajes antes y los he estudiado 144
cuando él no miraba, pero nunca lo suficientemente cerca como para
ver todos los detalles de los árboles que van desde la muñeca hasta el
codo. Donde terminan los árboles, hay una cordillera interminable que
está cubierta por nubes en su hombro.
Los detalles puestos en esta pieza de arte son increíbles. Tomo nota
mentalmente de preguntar a Dean dónde se hizo esto. Puede que tenga
que visitar al artista antes de ir al oeste.
―No sé tú, pero ese fue el mejor sexo que he tenido.
Una sonrisa arrogante se dibuja en la cara de Dean. Encierra las
manos detrás de la cabeza como si fuera el hombre más seguro del
mundo, llevando su arte consigo. Me enfado.
―Me alegro de no haber decepcionado a la Srta. Powell ―Me mira
de reojo y hago un mohín. Me besa el labio hinchado antes de
susurrarme al oído―: Y además ha sido el mejor sexo que he tenido.
Satisfecha, me toca rodar sobre la cama e imitar su postura
anterior. Con mi cuerpo desnudo aún al descubierto, Dean me llena la
piel de besos. Se detiene en mis pechos, sacando la lengua cada pocos
segundos y aplicando la más suave succión, aparentemente listo para
el segundo asalto.
―Pero sabes ―dice―, eso no te libra de decirme por qué no
quieres ir al baile.
Así de fácil, mi felicidad se drena de mi cuerpo.
El sexo no era una forma de evitar decírselo, aunque esperaba que
fuera una ventaja añadida. Quiero decírselo... de verdad. Sólo me
C. R. GREY

preocupa cómo me mirará después. Incluso sin que los demás lo sepan,
me miran de forma diferente. Pero no es justo mantener a Dean en la
oscuridad después de lo que me dijo sobre Olivia.
Me acurruco contra su costado, esperando que esto sea más fácil.
Con su brazo sobre mi hombro, creo que no hay mejor momento que
este. 145
―La versión resumida es que tuve una experiencia desagradable
con un ex en una fiesta.
―¿Y la historia completa?
―La historia completa es que, en mi primer año de universidad,
estaba saliendo con un chico llamado Blake. No era una relación muy
buena. No creía que fuera mi persona para siempre ni nada por el estilo,
pero nos divertíamos. Las cosas progresaron, y terminé dándole la
cabeza en el laboratorio de computación cuando se quedó para
ayudarme a preparar los exámenes parciales.
―Bueno, eso no es tan malo. Estoy seguro de que no eres la
primera persona que lo hace.
Continúo, ignorándolo―: Le hice una mamada y luego fuimos
juntos a una fiesta en su casa de la fraternidad. Mientras estábamos
allí, Blake debió contárselo a la gente y dijo que yo era fácil o algo así.
Me pasé el resto de la noche esquivando a tipos que intentaban que me
acostara con ellos. Fui lo suficientemente estúpida como para seguir a
un tipo al piso de arriba cuando me dijo que podía usar su baño en
lugar de esperar al de abajo.
» Acabé en su habitación. Luché contra él lo mejor que pude
cuando cerró la puerta y trató de llevarme a... ya sabes, pero él era un
jugador de fútbol y yo sólo un empollón de los ordenadores. Tenía
fácilmente más de cien libras sobre mí. Golpearle no sirvió de nada.
Dean se tensa debajo de mí, rodeando mi cuerpo con su brazo.
―¿Él...?
Sacudo la cabeza.
―La puerta se abrió antes de que el tipo pudiera hacer nada.
C. R. GREY

Cuando vi que era Blake, me sentí muy aliviada. Pensé que pondría al
tipo en su lugar o algo así. Que me llevaría de vuelta a mi dormitorio y
me diría que nunca dejaría que algo así sucediera de nuevo. Pero no lo
hizo. Volvió a cerrar la puerta y se turnaron para pasarme entre los
dos. Pero no les importaba. Querían aprovecharse de mí.
―Iz, por favor no me digas que te hicieron algo. Besarte y tocarte 146
ya es bastante malo, pero por favor no digas lo que me preocupa que
digas.
Finalmente miro a Dean. Tiene la mandíbula apretada y las fosas
nasales dilatadas. Le pongo la mano en el brazo y noto que su cuerpo
se estremece debajo de mí.
―No, Dean. No pasó nada más esa noche. Suze debe haberme
visto subir y romper las cosas. Volvimos al dormitorio. Todo el tiempo,
se disculpó por interrumpir lo que creía que era un trío. Pensó que yo
estaba llorando porque estaba avergonzada de que ella se metiera. En
ese momento, me estaba reservando para el matrimonio como una
buena chica cristiana. Cuando le conté lo sucedido, me dijo que debía ir
a mi consejero y rellenar un informe o algo así. Esa fue la última vez que
hablé con Blake.
―Bien. Espero que haya recibido su merecido.
Permanezco en silencio, sin querer compartir el resto de la historia.
Me justifico diciéndome a mí misma que Dean sólo me preguntó por
qué odiaba las fiestas. Esa es la razón. Lo que pasó después no es algo
que él deba saber.
―No tenemos que ir ―dice Dean, rompiendo el silencio―.
Podemos tener una cita en la noche. Estoy dispuesto a intentar hacer
otro fuego. Podemos asar algo de pollo o cocinar unos nachos o algo
así. Mi amigo en casa dijo que una vez hizo nachos en una fogata y
fueron los mejores que ha probado...
La única forma que conozco para que Dean deje de hablar es
besarlo. Así que lo hago. Nada como antes. Sólo un beso lento con la
C. R. GREY

palma de la mano apoyada en su mejilla que dura lo suficiente para


que se calle.
―Podemos ir al baile.
―Realmente no tenemos que... ―Lo beso de nuevo.
―¿Me estás escuchando? Vamos a ir al baile. Creo que ya es hora
de sustituir esos viejos y malos recuerdos por otros nuevos y buenos,
147
¿no crees?
Siento que Dean estira el brazo detrás de mí, buscando algo que
está fuera de su alcance. Como sigue tumbado horizontalmente en la
cama, supongo que está cogiendo la manta que hay a los pies de la
cama para envolvernos. Lo siguiente que sé es que una rosa roja medio
marchita me hace cosquillas en la nariz.
―Dean ―digo, riendo y tratando de liberarme de la flor.
―¿Qué estás haciendo?
―Ten paciencia conmigo.
Deja de usar la flor como un pincel contra mi cara y se retira de la
cama, poniéndose los pantalones. Me siento, siguiendo sus
movimientos, y me pongo su camiseta sobre mi cuerpo desnudo.
―Isobel Powell ―dice, desplazando su peso de forma que se
equilibra sobre una rodilla. Se me cae el estómago. Nunca pensé que
vería a alguien arrodillado frente a mí. Es totalmente aterrador. Todo se
ralentiza a mi alrededor, convirtiéndose en una vertiginosa visión de
túnel. Es imposible que se declare. Claro que el sexo fue estupendo,
incluso increíble, pero no puede. Sería ridículo. Quiero correr hacia él,
levantarlo de su sitio y gritarle lo estúpido que está siendo. Que nadie
querría casarse conmigo después de saber lo que ha pasado ―.
¿Quieres ir al baile conmigo?
Siento que mis hombros caen al menos una pulgada. Por supuesto,
no se está declarando. ¿Por qué fue lo primero que se me ocurrió? Ah,
sí... probablemente porque ningún hombre en su sano juicio se
arrodillaría si no se estuviera declarando.
―Me encantaría ―digo, cogiendo la rosa que me ofrece―. Pero
C. R. GREY

¿qué me pondré?

148
Capítulo Veintitrés: Isobel
―Si me haces ir a un baile, me vas a ayudar a encontrar algo que
ponerme. ―Mantengo mi voz plana. No me apetece nada, pero no
puedo seguir enfadada con él. No después de conseguir la sonrisa que
tanto me gusta―. Estamos en pleno febrero y todo lo que tengo es ropa
de playa.
Dean se levanta de su posición arrodillada y me besa, sus labios se
separan ligeramente para que su lengua salga por un segundo.
―Deja tu bolsa en la cama ―dice contra mis labios antes de
C. R. GREY

retirarse―. No estoy en la moda o lo que sea, pero estoy seguro de que


puedo ayudar a armar un conjunto con lo que tienes.
―Creo que, teniendo en cuenta que Suze pudo ganar Project
Runway en el primer episodio y que ella y Mick hicieron mi maleta,
estamos de suerte.
No hay razón para que mi piel arda mientras veo a Dean rebuscar
en mi bolsa. Acabamos de tener sexo. Pero saber lo que hay ahí me 149
hace sudar.
―¿Esperanzados estábamos ahora? ―pregunta, sosteniendo una
escasa cosa roja de tirantes en la que no podría entrar ni aunque mi
vida dependiera de ello.
―Ya te lo dije. Mis compañeros de piso me han robado la bolsa
―Le quito el intrincado sujetador de las manos y lo vuelvo a meter en
mi bolsa, ahora vacía―. No tengo control sobre lo que hay en esta
bolsa.
―¿Qué tengo que hacer para verte con esto? ―pregunta,
mostrando un rico corsé de color ciruela.
―Seguro que te gustaría saberlo ―digo, arrebatándole el corsé y
el tanga a juego y metiéndolo de nuevo en el bolso. Tomo nota
mentalmente de lo que le gusta y sonrío ante la idea de ponérmelo,
pero Dean no lo ve. Está demasiado ocupado sosteniendo otra pieza de
lencería. Esta vez, un leotardo negro de encaje con tirantes finos y un
corte en V tan profundo en la espalda que me llega hasta la cintura.
―Ha-ha. Suficiente lencería. Necesito algo que ponerme ―me
burlo, cogiendo también esta pieza de sus manos. Antes de que pueda
meterla en la bolsa con las demás piezas, me la devuelve y la vuelve a
levantar.
―Esto es perfecto.
Tiene que estar alucinando. No puedo llevar lencería en público.
―Sí, perfecto si quiero que me arresten ―Vuelvo a cogerle la
lencería y la hago bola, sintiendo el suave encaje bajo mis dedos ―.
C. R. GREY

Además, no tiene nada. Se puede ver a través de ella.


―Ponte esto debajo entonces ―dice, encogiéndose de hombros y
sosteniendo un nuevo sujetador adhesivo de silicona―. La gente lleva
cosas como estas todo el tiempo en el bar en el que solía trabajar.
―Eso puede ser cierto, pero no hay manera de que pueda usar
eso. Me moriría de frío.
―No te pondrás sólo eso ―dice riendo en voz baja. Recoge
algunas cosas más de la cama y se gira, satisfecho―. Te pondrás esto.
150
Aparte del body de encaje demasiado revelador, el conjunto de
Dean no está nada mal. Elige el par de vaqueros de cintura alta y la
chaqueta de cuero que yo llevaba en el avión y un par de botines de
tacón. Es un atuendo totalmente de chica mala, algo que yo no soy.
―Última oportunidad. Podemos quedarnos aquí.
Los ojos de Dean se convierten en rendijas. Me está desafiando.
Está escrito en su cara. Dos pueden jugar a ese juego. Reto aceptado.
―Voy a necesitar unos minutos para cambiarme, si no te importa.
Una sonrisa tortuosa se desarrolla en su rostro.
―Sí, señora.
Una hora después, me encuentro frente al espejo. Las dos velas
hacen brillar la habitación, ayudando a que parezca más seductora de
lo que soy.
Estoy cansada de las duchas frías, así que me refresco con un poco
de jabón en una toalla húmeda y champú en seco. Mi cabello ya era
grande para empezar, pero la altura extra del champú en seco añadió
mucho volumen a mis raíces. Por lo demás, me dejo el pelo solo.
Después de haberme colocado un moño tras la ducha de anoche, mi
cabello se secó con ondas relajadas. Si a esto le sumamos las raíces
antigravitatorias, parece que he tardado horas en vez de minutos en
peinarme. Esto le da un nuevo significado a cuando la gente dice que
C. R. GREY

alguien tiene ese aspecto de recién cogido.


También me maquillo de forma sencilla. Sólo un poco de base, un
ojo ahumado -la única técnica de maquillaje que recuerdo del curso
intensivo que me dio Suze en la universidad- y un lápiz de labios de
color vino intenso para completar mi estilo de chica mala. Apenas me
reconozco en el espejo. La chica que me devuelve la mirada se ve
segura, sana y femenina gracias a la ilusión de una figura de reloj de
151
arena, cortesía de la lencería.
Incluso sin la chaqueta de cuero, puedo decir sin ninguna duda que
estoy muy sexy. No puedo esperar a ver lo que piensa Dean.
―He pedido un Uber para que nos recoja. Estará aquí en...
Una mirada en mi dirección y Dean pierde el hilo. No se molesta en
ocultar que me está desnudando con la mirada. Como cuando nos
conocimos, se toma su tiempo para recorrer todo mi cuerpo, desde las
piernas hacia arriba. Juro que veo una pequeña mancha de baba en la
comisura de su boca.
El propio Dean no tiene tan mal aspecto. Lleva otra de sus sencillas
camisetas de manga larga. Ésta tiene un par de botones en la parte
superior, uno de los cuales está desabrochado para dejar al descubierto
un poco de pelo en el pecho. Es más atrevido que yo, así que su pelo
húmedo y peinado hacia atrás por las innumerables veces que se ha
pasado los dedos por él me hace saber que se ha duchado. Y afeitado.
La barba rasposa a la que estoy acostumbrada se ha recortado a un
rastrojo manejable. Dean siempre ha sido atractivo, pero hay algo en él
que lo hace irresistible. Tengo mariposas al saber que voy a tener una
cita, pero ver la forma en que Dean me mira hace que las mariposas
desaparezcan.
―¿Cuándo llegará? ―pregunto con mi mejor voz ronca.
―Tenemos suficiente tiempo.
Dean camina, no, marcha, por la habitación. Me agarra por la
cintura y me apoya contra la pared, inmovilizándome con su cuerpo.
Una de sus manos sube por mi cuerpo y se detiene en mi pecho antes
de agarrarme la nuca. Su pulgar presiona suavemente la parte carnosa
C. R. GREY

de mi nuez de Adán, que es extrañamente una de las cosas más


calientes del mundo, mientras me besa.
Sus labios se clavan en mí, dejando su marca. La cabeza me da
vueltas mientras aspiro su aliento mentolado, y de repente me
avergüenzo de no haberme lavado los dientes mientras me preparaba.
Había una buena cantidad de ajo en el almuerzo. Estoy segura de que
aún queda en mi aliento. Quiero apartarlo y hacer gárgaras de 152
enjuague bucal, pero me olvido de ello cuando separa sus labios y
desliza su lengua en mi boca. Sus rodillas se debilitan por su contacto,
pero por suerte tengo a Dean para apoyarme.
―Oh, me voy a divertir contigo y con tus "atuendos".
Me derrito. Este hombre realmente me ha arruinado para todos los
demás. Cómo se supone que voy a volver al mundo real en unos días, a
las aburridas reuniones con los chicos de casa, no tengo ni idea. Pero no
quiero pensar en eso ahora. Sólo quiero pensar en lo bien que huele y
sabe Dean. Sobre todo, en cómo me hace sentir.
Un claxon de coche suena desde fuera, lo que nos hace saltar a los
dos.
Joder.
―Supongo que tendremos que continuar con esto más tarde
―dice, retrocediendo y reajustando su entrepierna―. Es hora de irse.
Me tiende la mano y yo rodeo la suya con mis dedos.
―¡Oh! Casi lo olvido ―dice, corriendo hacia su bolsa y volviendo
un segundo después―. Este es el traje perfecto para ti, pero falta algo.
Tiene una caja negra en sus manos. El tipo de caja que todas las
chicas saben lo que hay dentro sin tener que abrirla. Se me revuelve el
estómago y se me acelera el pulso. ¿Me ha comprado un regalo?
Cuando la abre, una fina pulsera de oro brilla a la cálida luz de las
velas.
―Espero que te guste ―dice, ahora muy interesado en lo que hay
en el suelo.
C. R. GREY

―¿Qué me guste? Dean, me encanta. Pero no tenías que


conseguirme nada.
Realmente me encanta. Pero lo que no le digo es que esto complica
las cosas diez veces.
―Sé que no tenía que hacerlo. Sólo pensé que quedaría bien con tu 153
atuendo ―Hace una pausa, me mira durante medio segundo y luego
vuelve a apartar la mirada―. Lo compré para Olivia, pero...
No cuestiono a Dean. No me ha dado ninguna razón que me haga
pensar que no está diciendo la verdad, pero mi instinto me dice que se
trata de un regalo recién comprado... sobre todo porque dijo que tenía
que hacer unos recados, pero volvió horas más tarde con nada más
que un ramo en la mano. Sin embargo, me muerdo la lengua y le doy a
Dean el beneficio de la duda de que no ha ido a la ciudad a comprarme
una pulsera como parte de su plan maestro.
―Es hermoso, Dean. Gracias. ¿Puedes ayudarme a ponérmelo?
―Al instante, su cara se ilumina, y mi Dean está de vuelta.
¿Mi Dean? ¿De repente es "mi Dean"? Cálmate, Iz. No es tuyo. No
puede serlo.
Sus dedos danzan por mi muñeca mientras me abrocha la pulsera.
Cuando está asegurado, me coge la mano de nuevo y me besa los
nudillos, luego tira de mí hacia la puerta, cogiendo mi chaqueta de
cuero al salir. Cuando pasamos por el espejo de la pared, me miro por
última vez.
―¡Oye! ―grito, clavando los pies en la alfombra para que deje de
moverme―. Me has manchado todo el pintalabios.
―Bien ―dice, tirando de nuevo de mí hacia la puerta mientras el
claxon del coche suena por segunda vez―. Eres demasiado sexy con él.
No quiero que nadie se haga una idea equivocada.
C. R. GREY

154
Capítulo Veinticuatro: Dean
Entrar en el gimnasio del antiguo instituto ,convertido en centro
comunitario, detrás de Buttercup es como una escena de una de esas
películas de chicas por las que Olivia solía desmayarse.
Entramos mientras una canción se desvanece en otra, en esa
fracción de segundo en la que todo se calma. La sala está llena hasta
los topes, pero todos los ojos están puestos en ella y en mí por
asociación. Me miran a mí, luego a ella y una vez más a mí para ver si
estamos juntos o si la sigo por casualidad. Sé lo increíble que está esta
C. R. GREY

noche; para asegurarme de que todos saben que es mía, le pongo la


mano en la espalda y me inclino para hablarle al oído.
―¿Quieres bailar? ―pregunto, con ganas de hacer todas las cosas
de la cita que pensaba que eran demasiado cursis para mí.
―No estoy segura ―dice, volviéndose hacia mí y frotándose la
nuca―. Todos las demás llevan vestidos y cosas así. Yo parezco una
stripper.
155
Nunca pensé en lo que llevarían los demás o en cómo se vería ella
en comparación con ellas. Diablos, no pensaba que se compararía con
ellas... no con ese aspecto.
Deja de frotarse el cuello lo suficiente como para ajustarse la
chaqueta de cuero sobre el torso, ocultando al mundo su sexy figura.
―Y todo el mundo me mira ―dice―. Creo que fue un error llevar
esto.
Me culpo por su incomodidad. Fui egoísta en mi razonamiento al
elegir este atuendo. Principalmente quería verla cubierta de encaje,
pero también quería ver cómo reaccionaría todo el mundo al ver a un
tipo como yo con una chica como ella. Me alegra informar de que es
una de las mejores sensaciones del mundo.
Pero eso es sólo una parte de la razón por la que elegí lo que lleva
puesto. También pensé que se vería muy bien con el atuendo. Y, sin
duda, tengo toda la razón. La forma en que el encaje abraza su cuerpo
y resalta su perfecta figura debería ser ilegal.
Al ver lo incómoda que está, la alejo de las miradas fijas y la
conduzco a un rincón apartado.
―Creo que deberíamos irnos, Dean ―dice cuando estamos en
nuestra sección oculta.
―Estás increíble esta noche. ¿Ya te lo he dicho?
Su nariz se frunce en señal de desacuerdo, pero sus hombros se
relajan medio centímetro.
―Todo el mundo me está mirando.
C. R. GREY

―Porque matarían por parecerse a ti o por tener una oportunidad


de acercarse a ti ―La veo exhalar, su postura se suaviza
completamente en respuesta―. Así que deja que miren y que se
pongan celosos. ¿A quién le importa? Aquí sólo estamos tú y yo. Nadie
más importa, preciosa.
Eso consigue la sonrisa que acaba con la Tierra -la sonrisa que
ilumina incluso nuestro oscuro y apartado rincón- que estaba
156
esperando. Con la esperanza de aprovechar al máximo su nuevo
impulso de confianza, me quito la chaqueta, luego la desenvuelvo de su
cuerpo y los pongo a ambos en las gradas plegadas junto a nosotros.
―No bailaremos hasta que estés lista ―le digo, ofreciendo mi
meñique―. Incluso si eso significa que no bailamos esta noche.
―Eres demasiado bueno para mí, Dean ―dice, rodeando el mío
con su dedo meñique.
Vaya, lo tiene al revés.
El DJ pone varias canciones de amor a lo largo de las décadas.
Cosas sensibleras sobre preguntar si ella será suya, necesitar su amor,
y cómo si ella se fuera, se llevaría la mayor parte de él. Ayer, odié estas
canciones. Linkin Park, Aerosmith y Avenged Sevenfold son mucho más
mi estilo. Pero al tener mis brazos alrededor de sus hombros con ella
inclinada hacia mí, sé que las tendré descargadas en mi teléfono y las
tendré en repetición para el final de la semana.
Nos hemos balanceado al ritmo de la música, pero me muero por
bailar con ella. No sé si sé bailar... nunca lo he intentado. Pero soy
perfectamente feliz pareciendo un tonto en medio de la pista de baile
para ella.
―Vamos a bailar ―digo, empujándola hacia el centro de la
habitación.
No se mueve.
―Dean ―dice con el corazón encogido.
Dios, era una estupidez hacerla venir cuando ya había dicho que
no quería venir, pero no podía quitarme de la cabeza que esta sería la
C. R. GREY

primera cita perfecta para escucharla.


―Podemos ir a casa. No debería haberte hecho venir aquí cuando
no querías. Lo siento mucho. ―Espero que coja nuestras chaquetas y
corra hacia la puerta. Al menos sonreír, o asentir con la cabeza...
cualquier cosa menos que frunza los labios y se estremezca cuando le
toco la barbilla―. ¿Qué está pasando? ―pregunto, tenso por su 157
cambio de comportamiento―. Habla conmigo.
Buttercup mira a todas partes menos a mí. Se balancea de un lado
a otro, tratando de encontrar una posición adecuada, pero fracasa
cada vez.
―Yo sólo ―Aspira una bocanada de aire y la mantiene durante un
segundo antes de exhalar con sus palabras tan rápido que se mezclan
en un gran lío―, creo que lo de antes fue un error.
La habitación gira a mi alrededor. Me duele la cabeza. El mareo y
el peso extra de mis extremidades demasiado pesadas amenazan con
arrastrarme al suelo ante el ataque por sorpresa. ¿Qué quiere decir con
que fue un error? Prácticamente me rogó que me acostara con ella. ¿Y
ahora se arrepiente?
―¿Qué quieres decir, Iz? Estás bromeando, ¿verdad? Tienes que
estar bromeando.
Baja la cabeza como si de repente le diera vergüenza mirarme.
¿Qué demonios he hecho mal?
―No.
―Iz, vamos. Necesito que me hables. Pensé que querías tener
sexo.
―No es el sexo lo que creo que fue un error.
Por Dios. ¿Podría ser más imprecisa? ¿No ve que me estoy
volviendo loco?
―Es que... supongo que es todo antes y después del sexo.
C. R. GREY

―¿De qué estás hablando?


Mis rodillas son débiles debajo de mí. En cualquier momento, sé
que voy a caer al suelo. Con el poco tiempo que me queda antes de
desplomarme frente a ella, retrocedo contra la pared, utilizándola para
sostener mi patético cuerpo. 158
―Fue una estupidez por mi parte jugar con toda esta farsa. No
estamos saliendo. Nunca saldremos. Ninguno de nosotros es esa
persona.
―Sí, pero pensé...
―¿Qué pensaste, Dean? ¿Que de repente estar atrapado en la
misma cabaña que yo y dormir conmigo te convertiría en mi novio?
Como he dicho. Ninguno de nosotros es capaz de tener relaciones.
Mi mente se queda en blanco. Grito una y otra vez que le diga algo,
pero no puedo recordar cómo formar una frase. En cambio, la miro
fijamente en silencio.
―Déjame preguntarte algo ―comienza―. ¿Con cuántas personas
te has acostado?
―¿Qué tiene eso que ver?
―Responde a la pregunta, Dean. ¿Cuántas?
Dudo. No quiero decírselo. En lugar de eso, agacho la cabeza
avergonzado y trago media docena de veces, intentando que
desaparezca el nudo en la garganta.
―¿Y bien?
―Ocho... este año.
―¿Eso me incluye a mí? ―pregunta, con voz gélida. Niego con la
cabeza―. ¿Y has tenido alguna relación con alguna de las otras ocho
mujeres de este año? ¿O has empezado esta extraña búsqueda que
hiciste conmigo?
―No, pero...
C. R. GREY

―¿Qué hay de diferente en mí entonces?


Todo. La forma en la que hablas. La forma en la que actúas. La
forma en la que me haces sentir. Todo en ti es diferente a todas las que
he conocido.
―Sólo pensé... no sé ―tropiezo con mis palabras―. Supongo que
159
sólo… Olvídalo.
―Es mi culpa poder dejar que esto durara tanto tiempo ―No. Esto
no puede estar pasando―. Lo siento mucho, Dean ―¿Qué está
diciendo?―. Creo que voy a recoger mis cosas y...
No escucho lo que dice a continuación. No oigo nada. La música, la
conversación, su voz... todo se desvanece en la nada. Lo único que
queda es el escozor en mi pecho. Sus palabras me duelen más que
todas las veces que mi padre me pegó juntas. Duelen tanto que me
escuecen los ojos. No, eso no está permitido.
Sé un maldito hombre, Dean.
Odio el hecho de que las únicas "palabras de aliento" que me dijo
mi padre se repitan ahora en mi cabeza.
―Entonces, ¿qué quieres?
Mi voz es dura y acusadora, pero no me importa. Necesito
respuestas. Ahora.
―Te vas. Yo me voy. No volveremos a vernos. ¿Por qué alargar
esto más de lo necesario?
―Entonces, ¿lo que estás diciendo es que lo de hoy -todo lo que
hicimos, todo lo que dije- no significó nada para ti? Todas las veces que
he ido más allá para demostrarte que no soy el pedazo de mierda que
todo el mundo cree que soy y que puedo tratarte bien porque
realmente me gustas, Iz. Demasiado para mí. Pero nada de eso
importa... ―Abre la boca para hablar, pero me niego a escuchar lo que
tiene que decir.
―Sabes ―digo―. Pensé que eras diferente. Puede que no sepa
qué palabras decir para decirte lo que siento, pero realmente pensé
C. R. GREY

que eras diferente. Todas las demás mujeres en mi vida terminan por
irse. Pero me dije que tú no lo harías porque no eres como ellas. Bueno...
―Dean...
―Ahórratelo ―interrumpo, sabiendo que la dureza de mi voz no
es nada comparada con la tormenta de fuego que se está formando en 160
mi interior. Necesito salir de aquí ahora―. Tengo que irme.
Sin dejar que diga nada más, atravieso la multitud con el hombro y
me voy.
No puedo creer que haya sido tan tonto. Al igual que ella, renuncié
a las relaciones. Pero entonces ella apareció y me hizo querer estar en
una relación. Me hizo querer ser mejor persona que el pedazo de
mierda que era hasta hace unos días. ¿Y qué tengo para demostrarlo?
Nada. Nada más que el desamor por una chica de la que no me había
dado cuenta de que me estaba enamorando hasta ahora.
Capítulo Veinticinco: Isobel
En el momento en que Dean sale del gimnasio, me siento
completamente sola a pesar del centenar de personas que hay en la
sala. Quiero perseguirlo y decirle que me arrepiento de haberlo dicho
todo. Contarle la segunda parte de mi historia y la razón por la que no
salgo con nadie. Pero sé que no tiene sentido. Lo rechacé. Lo rechacé de
plano. Incluso si tuviera la oportunidad de volver a hablar con él, dudo
que escuchara algo de lo que digo. Hice mi cama. Ahora tengo que
acostarme en ella.
C. R. GREY

―¿Todo bien?
Mi atención pasa de la salida, donde aún perdura la imagen de
Dean marchándose furioso, al hombre que no sabía que estaba a mi
lado. Es casi medio metro más alto que yo, incluso con mis tacones. Su
gran altura, su afilada mandíbula y sus dramáticos ojos encapuchados
me ponen los nervios de punta. Hay algo en él que me da escalofríos.
―Sí, estoy bien ―digo.
161
―Te vi a ti y a tu novio pelearse un poco. Sólo quería asegurarme
de que estás bien. Tiene que ser bastante grave si se va sin su chica.
―No es mi novio.
Al oír mis palabras, sus ojos depredadores se oscurecen hasta
convertirse en la mirada más negra que he visto nunca.
―Oh, bueno, eso cambia las cosas.
Se frota las manos y se acerca dos pasos a mí. Igualo su
movimiento, manteniendo la distancia entre nosotros, pero me
encuentro con la pared helada en mi espalda desnuda. Con sus dos
siguientes pasos, estamos parados frente a frente. Mis tripas me gritan
que corra. Alejarme lo más posible de este tipo, pero no hay forma de
evitar su imponente figura.
―¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? ―pregunto, poniendo una
falsa bravuconería.
―Bueno, ahora que sé que no estás viendo a nadie, creo que
deberíamos bailar.
―Gracias, pero realmente debería irme.
Busco mi chaqueta, pero me encuentro con las gradas vacías.
Dean debe haber cogido la mía por accidente cuando se fue. Oh, bueno.
Puedo desafiar el frío si eso significa alejarme de este tipo.
―Vamos a bailar ―dice, tirando de mi brazo. La habitación se
convierte en un borrón―. Esto te va a encantar.
C. R. GREY

Lucho por alejarme de él, pero al igual que con el amigo futbolista
de Blake hace tantos años, no tengo ninguna posibilidad contra él. Me
agarra con fuerza y me clava los dedos con tanta fuerza que estoy
segura de que mañana tendré moratones en el brazo. No es hasta que
estamos en medio de la pista de baile y rodeados de parejas felices que 162
la habitación se vuelve a enfocar. Me alejo, pero él me da un último
tirón del brazo. Mi pecho y mi pelvis se aprietan contra él. Entonces se
niega a soltarme.
Mi pecho se agita mientras intento aspirar cualquier cantidad de
aire en mis pulmones. Intento decirme a mí misma que respire lenta y
profundamente. Que sólo es un baile. Que no va a pasar nada malo.
Pero no me creo nada de esa mentira. Basándome en mis experiencias,
mi cabeza grita que en cualquier momento este tipo me sacará de aquí
y me llevará a donde sea y hará lo que sea conmigo. Necesito salir de
aquí... antes de que las cosas empeoren.
Miro alrededor de la sala lo mejor que puedo con mi limitada
capacidad de movimiento. Espero hacer contacto visual con alguna de
las parejas cercanas. Si notan mi mirada fija y mi cara de cejas
arqueadas, nos separarán. Entonces, yo podré salir corriendo de aquí e
ir... ¿supongo que de vuelta a la cabaña? Le dije a Dean que me iría
esta noche y que buscaría otro lugar para quedarme, aunque no estoy
segura de todas las vueltas que tengo que dar para llegar allí. Pero eso
no importa, ya que todo el mundo está demasiado encaprichado con su
pareja como para mirar a otro lugar que no sea los ojos del otro con
anhelo.
Dios, odio el romance.
La canción cambia a algo alegre que no conozco, y sus
movimientos se vuelven erráticos. Me mete la entrepierna en el cuerpo,
apretando contra mí, sin avergonzarse en absoluto de su creciente
bulto. Pronto, mi cintura no es suficiente para él, y explora el resto de mi
cuerpo. Primero, sus manos viajan hacia el sur y agarran dos puñados
de culo, luego agarran mis muslos, luego todo lo que puede agarrar.
―¡Suéltame! ―grito, golpeando mis manos contra su pecho, pero
C. R. GREY

él no se detiene.
Veo mi futuro en sus ojos negros. La forma en que pasa sus nudillos
por mi hombro cubierto de tirantes de espagueti. La forma en que sus
ojos se dirigen a mi escote y cómo su palma se mueve contra mi culo.
Son movimientos infinitesimales, pero dicen mucho.
Intento una vez más, sin éxito, apartarme. Perdiendo la esperanza
y deseando poder bloquear lo que viene a continuación, cierro los ojos
en previsión de su indeseado contacto.
163
Capítulo Veintiséis: Dean
Estoy jodidamente azotado. ¿Puedes creerlo? Yo, azotado. Por
alguien que conocí, ¿qué, hace tres días? Soy tan jodidamente patético.
La única explicación lógica es la brujería. ¿Qué otra excusa hay para
que Buttercup me haga pasar de un imbécil que no se molestó en
aprender el nombre de una chica a alguien que quiere pasar cada
segundo con ella?
Aunque Isobel me haya embrujadom, no me importa. No odio la
persona en la que me ha convertido sin hacer nada más que ser ella
C. R. GREY

misma. Pero nada de eso importa ahora. Ella no me quiere, como todos
los demás.
Ella dijo algo sobre dejar la cabaña esta noche, al menos eso es lo
que supongo que dijo. No quiero correr el riesgo de verla allí. No sé qué
estupidez diría o haría si lo hiciera. Así que decido buscar el hotel más
cercano y ver si tienen alguna habitación libre. Tal vez, como lo peor de
la nieve ha cesado durante la noche y las carreteras están despejadas,
algunas personas han alquilado un coche o han tomado un vuelo y hay
164
alguna habitación libre. De esta manera, nunca tendré que volver a la
cabaña. Nunca más tendré que verla a ella o a sus cosas. Sólo haz
como si nada de esto hubiera pasado. Olvida mis cosas. No las
necesito. Apenas tengo nada de todos modos. Todo lo que quiero es
salir de aquí.
¿Y si no hay habitaciones libres? Bueno, al menos ya no nieva.
Me pongo la chaqueta y encuentro la de Buttercup debajo de la
mía. Mierda. No quiero volver a entrar ahí. Si lo hago y la vuelvo a ver,
me preocupa que lo cambie todo. Que me haga estar resentido con ella
en lugar de amarla. Que me haga decirle que la quiero en vez de
alejarme como debería. Pero la chica no lleva más que encaje y
vaqueros, todo por mi culpa. No puedo dejar que se muera de frío
porque le robé la chaqueta. Eso significa que tengo que volver al
gimnasio y enfrentarme a ella una vez más.
Puedo hacer esto. Sólo dale la chaqueta y vete. No es gran cosa.
De pie a las puertas del gimnasio, me detengo en seco. Claro, el
gimnasio se ha despejado un poco, pero sigo abrumado por la cantidad
de gente y sus movimientos esporádicos. Entras y sales. Sólo hay que
acabar con esto. Espero acercarme sigilosamente a ella en la esquina
sin que me vea. Qué cosa más gallina. Lo que sea. Sólo dale la chaqueta
y vete. No hace falta que le digas nada. Dásela y vete.
―Hola. ¿Quieres bailar?
Siento que unas manos se deslizan por mi pecho y se posan en mi
hombro. Miro y veo a una mujer de pelo largo y rubio, ojos penetrantes
C. R. GREY

y labios brillantes. Se aferra a mí como si fuera un premio que ha


ganado en la feria. Este es el tipo de trato al que estoy acostumbrado.
Las mujeres se lanzan sobre mí sin tener que hacer ningún esfuerzo.
Hace un par de días, habría sido una gran excitación. Hoy, la idea de
que una mujer que no sea Buttercup me toque me da asco.
Repito: estoy azotado.
165
―Déjame en paz ―le digo, apartando sus manos de mí.
―¡Oye! Sólo busco pasar un buen rato.
―Y yo quiero alejarme de ti ―Le dirijo la mirada, canalizando
todo el fuego que hay en mí en mi mirada, esperando que entienda el
punto―. Así que déjame en paz.
Se pone tan roja que puedo sentir el vapor que sale de su piel.
―Eres un idiota ―dice antes de marcharse.
―Maldita sea, sí. Y dile a todas los demás que me dejen en paz
también ―le digo.
Con esa barbie fuera de mi camino, tengo vía libre hacia la esquina
donde dejé a Iz. Ya tengo su chaqueta extendida, lista para
entregársela y marcharme, pero ya no está allí.
Espero que no se haya ido sin su chaqueta. Tal vez fue al baño o algo
así.
He llegado hasta aquí sin perder la cabeza. Puedo aguantar unos
minutos más hasta que vuelva. Estoy demasiado impaciente para
esperar. En lugar de eso, escudriño la habitación y los pasillos cercanos.
Primero la veo a ella, luego veo el rojo. No porque sea ella ni nada
parecido. Sino por el tipo aleatorio que la manosea. Sólo por eso ya
estoy molesto.
Ella no es tuya, Dean. Puede bailar con quien quiera.
Entonces la veo resistirse y empujar contra su pecho para alejarse.
Joder. Con. Eso. No hay manera de que la ignore, aunque me odie.
Lo siguiente que sé es que me abro paso entre la multitud de gente.
C. R. GREY

Llego a la mitad de la pista de baile. Un tipo con el que me topo me


agarra del codo y me grita algo, pero me lo quito de encima como si
fuera una telaraña. Estoy justo detrás de Iz cuando este imbécil la
alcanza. La quito de en medio y el cabrón me agarra el torso.
―¿Qué diablos, amigo? ―ladra, levantando la vista y viéndome en
el lugar de Buttercup.
166
―Aparta. Tus. Jodidas. Manos. De. Ella.
Pongo tanto énfasis en mis palabras que toda la habitación tiembla
por encima de la música. Fuera de mi periferia, veo que Isobel abre los
ojos, se vuelve hacia mí y dice algo que no oigo. Toda mi atención se
centra en arruinar la vida de este tipo.
―Creía que habías dicho que no era tu novio ―le dice a Buttercup,
antes de volver a centrar su atención en mí―. Para que conste, amigo.
Ella vino sobre mí. Sólo le estaba dando lo que quería ― Que. Se. Joda.
Este. Maldito. Tipo.
Todo se oscurece durante un segundo, como si alguien hubiera
pulsado accidentalmente el interruptor de la luz, cubriendo la
habitación de negro antes de volver a encenderla. Cuando recupero la
visión, veo al tipo en el suelo, con la sangre brotando de su nariz, y
siento mi mano cerrada en un puño a mi lado mientras mis músculos
tiemblan por todo el cuerpo.
Mi padre no me enseñó una mierda de niño. Ni a montar en
bicicleta ni a atarme los zapatos ni nada. Pero me enseñó a pelear. Y
Dios, ha pasado demasiado tiempo desde que estuve en una pelea.
Estoy deseando que este cabrón se levante sólo para poder darle un
puñetazo una y otra vez y verle caer al suelo cada...
―¡Dean! ―Oigo decir a Isobel. Inmediatamente me sacan de la
visión de túnel y me devuelven al gimnasio medio lleno. La música ha
parado y todos nos miran. Siento que su mano envuelve la mía y me
aparta―. ¡Dean, para!
La miro, observando su rostro pálido. Siento que sus manos
tiemblan contra las mías. Joder. Mira lo que has hecho. Tira de mi mano
C. R. GREY

con todas sus fuerzas. Sentir su mano en la mía por última vez es tan
tentador que casi me voy con ella. Pero no puedo dejarlo. Todavía no he
terminado con él.
―Por favor, Dean. Vámonos.
Ella y su brujería. Tengo que hacer lo que ella dice. 167
―No te atrevas a pensar en mirarla nunca más ―le grito al tipo
que se agarra la nariz―. ¿Me entiendes? Nunca más.
Ahora tira más fuerte y sé que es hora de irse. Para ser tan
pequeña, tiene mucha fuerza. Dejo que Iz me saque de la habitación y
la sigo sin rechistar hasta que llegamos a la mitad del largo pasillo y nos
alejamos de las pocas personas que permanecen en la puerta del
gimnasio.
―¿Qué demonios, Dean? ―dice, soltando mi mano y empujando
contra mi pecho, luego me empuja una y otra vez hasta que estoy de
espaldas a la pared.
Resulta que soy masoquista. Si no lo fuera, no estaría aquí y me
revolcaría en la tortura de estar tan cerca de ella y no poder tocarla y
abrazarla. Mierda, dejaré que me grite durante días si eso significa que
puedo mirarla.
Cuando termina de golpearme, camina un poco y se pone de pie al
otro lado del pasillo. Se cruza de brazos y aprieta tanto las manos en el
bíceps que los nudillos se vuelven blancos. Su postura dice que podría
matarme ahora mismo, pero sus ojos brillantes me dan las gracias,
agradecidos de volver a verme.
Tienes una segunda oportunidad en esto, Dean. Tienes que decirle lo
que sientes.
Claro... porque eso irá muy bien. Golpea a un tipo en la cara, y
luego dile que la amas. Esto seguro que va a ir muy bien.
C. R. GREY

168
Capítulo Veintisiete: Isobel
―¿Qué demonios, Dean? ―Vuelvo a chasquear cuando no
contesta.
En lugar de responder, sus ojos se fijan en los míos. Me hipnotizan
por la forma en que parecen brillar. Tengo que apartar la mirada.
Cuando lo hago, miro sus labios, que están apretados en una sonrisa
incontenible.
Estoy enfadada con él, tengo que recordarme a mí misma, pero no
estoy segura de por qué estoy enfadada exactamente. ¿Por el puñetazo
C. R. GREY

al tipo? ¿Por irse? Por querer besarlo. No. Estoy enfadada con él.
Mantente firme.
―¿Qué demonios fue todo eso?
―¿Qué? ―dice, apoyándose en la pared, imitando mi postura de
brazos cruzados.
Sólo esa palabra me produce escalofríos de la mejor manera
posible. No pensé que lo volvería a ver. Y que, si lo hacía, por 169
casualidad, estaría furioso conmigo. Que ni siquiera miraría hacia mí,
pero ahora está aquí, hablándome, y mirándome, completamente
divertido y encaprichado con cada palabra que digo.
ESTAS. LOCA. POR. ÉL.
―Ohhh. Quieres decir ahí dentro ―dice, señalando el gimnasio al
final del pasillo―. Cuando le di un puñetazo a ese asqueroso que no se
quitaba de encima. ¿Es eso de lo que estás hablando?
Sí, creo que eso es lo que me enoja. Eso es lo que voy a ir con, de
todos modos.
―No tenías derecho a pegarle. ¿Y si me pegabas a mí en vez de a
él? ―Se ríe para sí mismo, aunque no puedo decir si está divertido o
molesto.
―Estabas al otro lado de mí. Ni siquiera estabas cerca. Y nunca te
golpearía. Deberías saberlo, Buttercup.
Mierda. ¿Por qué tiene que usar mi apodo ahora?
Dean encorva los hombros hacia delante, encorvándose un poco
hacia la pared. Por supuesto, sé que nunca me golpearía.
Especialmente después de todo lo que ha pasado, pero no voy a dejar
que gane esta pelea tan fácilmente. Sigo echando humo.
―Aun así. No tenías que pegarle. Me hiciste quedar como una
idiota cuando la gente ya me estaba mirando toda la noche.
―¿Es eso lo que realmente te importa ahora? Jesús, Iz. Tus
C. R. GREY

prioridades están mal hechas.


―¿Qué debería importarme entonces?
―¿A quién le importa lo que piensen los demás? No importan
cuando se trata de nosotros.
Mi corazón se aprieta en el pecho. Deseo tanto que haya un 170
nosotros. Dean es la primera persona -además de Suze y Mick- con la
que puedo ser realmente yo misma. Nunca hubo un período incómodo
en el que actuara para él. Siempre me ha aceptado por mí, sin querer
nada más. ¿Y si le cuento todo y decide que ya no me quiere? Eso me
destrozaría por completo. Ya me han herido demasiadas veces. No
puedo dejar que me haga daño a mí también. Es más fácil si me alejo.
―No hay un nosotros, Dean ―digo con el corazón encogido.
Con ambas manos, Dean se pasa los dedos por el pelo. Pero no de
la forma casual y coqueta que suele hacer. Esta vez, lo hace muy
lentamente. Casi como si estuviera tirando de cada folículo. Cuando no
hay más pelo del que tirar, deja que sus manos descansen en la parte
superior de su cabeza como si acabara de correr un maratón.
―Sólo dime qué es lo que me pasa ―No sé de qué está hablando.
No hay nada malo en él―. ¿Qué he hecho para demostrar que soy algo
parecido a Gary?
―No has hecho nada.
―¿Entonces por qué sigues alejándome? ―Estoy a punto de decir
que, porque vivimos en estados diferentes, ya que esa es la respuesta
más fácil y obvia, pero me corta―. Y no me vengas con esa mierda del
tiempo o la distancia. Dame una razón real por la que no podamos, al
menos, ver hasta dónde llega esto.
―Porque Gary no es la razón por la que no tengo relaciones.
Las palabras ya están en el universo antes de que me dé cuenta de
que las digo. Ahora no puedo retirarlas.
―Entonces, ¿por qué, Iz? Dijiste que esos tipos no te hicieron nada.
¿Qué pasó, entonces?
C. R. GREY

Las lágrimas arden detrás de mis ojos. Siento que me tiembla la


barbilla. Intento detenerlas, pero están fuera de mi control.
―Yo... dije que no hicieron nada. Eso no significa que no haya
ocurrido después.
Se queda congelado, con una nueva inhalación clavada en el
pecho, mientras procesa mis palabras. 171
―Oh, Dios mío ―dice finalmente, tirando de mí hacia su cuerpo el
tiempo suficiente para arrastrarme fuera del pasillo semiabierto y hacia
una habitación oscura.
Veo que es un aula. Aproximadamente la mitad del tamaño de un
aula de hoy en día. Probablemente puede contener un tercio de los
estudiantes matriculados en la actualidad. Es un aula de arte. Los
interminables materiales y el suelo cubierto de pintura son un claro
indicador. Por la luz del pasillo, veo que hay un dibujo de una margarita
entre una mariposa y un cuadro de una princesa colgado en la pared.
Parece que la princesa está celebrando una fiesta de cumpleaños. Hay
globos rosas detrás de ella y algunos...
―Iz ―oigo decir a Dean, desviando mi atención de los distintos
cuadros―. Puedes hablar conmigo.
―Quiero hacerlo. Tengo tantas ganas de decírtelo. Pero no puedo.
―¿Por qué?
―Si lo hago, entonces descubrirás lo jodida que estoy y me
dejarás. Sigues pensando que te dejaré, pero ¿has pensado en lo
contrario? ¿Sobre lo aterrorizada que me hace eso?
―Iz, yo no...
―No puedes decir eso. No puedes. No hasta que sepas lo que
pasó.
―Entonces dime, Iz ―Me guía hasta una de las mesas más
cercanas y saca un taburete de metal del tablero para que me siente.
Después de sacar un taburete para él y sentarse, toma mis dos manos
entre las suyas―. Por favor.
C. R. GREY

―No sé qué decir ni por dónde empezar.


―Desde el principio ―Puedo hacerlo.
Aquí no hay nada.
―¿Recuerdas cuando te conté lo de Blake y el jugador de fútbol?
―Sí.
―Eso fue sólo el principio. Por eso ya no voy a fiestas. La razón por
172
la que no salgo es por lo que pasó después ―Dean no dice nada. Se
sienta y espera que continúe―. Pasé el resto del fin de semana en mi
dormitorio. Suze se quedó conmigo, aunque tenía una cita. Cuando
llegó el lunes, supe que tenía que poner cara de circunstancias e ir a
clase. En algún momento del día, recibí un correo electrónico de mi
asesor en el que me preguntaba si podíamos quedar sobre las siete
después de que terminara su clase de la tarde.
» Fui allí pensando que se trataba de mis clases o quizás de unas
prácticas de las que habíamos hablado al principio del semestre. Sin
embargo, cuando llegué, me dijo que había oído rumores sobre mí en
una fiesta este fin de semana y quería asegurarse de que estaba bien.
Me dijo que, si alguna vez necesitaba alguien con quien hablar, su
puerta estaba siempre abierta.
Ya no me arden los ojos por contener las lágrimas. Ahora fluyen
libremente sólo de pensar en lo que va a ocurrir a continuación. Hago
todo lo posible por ocultarlo en la oscuridad, pensando que podría usar
mi manga para limpiar las lágrimas antes de que rueden por mi cara,
pero no llevo nada más que este estúpido leotardo de lencería y no
tengo forma de ocultar mis lágrimas.
Dean se levanta. Por un segundo, creo que ya ha oído suficiente y
se ha hartado de mí, pero entonces vuelve con un rectángulo de toallas
de papel marrón barato que siempre tienen los colegios. Lo siento como
un cartón en mi cara mientras me limpio las lágrimas.
―Le di las gracias y le dije que le avisaría si necesitaba algo
―continúo después de respirar profundamente―. Pero cuando me
levanté para irme, él también lo hizo y cerró la puerta. Me preguntó qué
hacía una 'chica guapa como yo saliendo con dos universitarios'. Me
C. R. GREY

dijo que me haría pasar un buen rato. Le dije que no estaba interesada
y que se había equivocado, pero no le importó. Empezó a besarme y a
desnudarme. Cuando me resistí, me puso la mano en la boca y me dijo
que se aseguraría de que suspendiera todas las clases y que me
arruinaría la vida. Como era una niña tonta y estúpida, pensé que 173
podía hacer eso, así que dejé que me hiciera lo que quisiera.
Dean se estremece a mi lado, pero sigo adelante. Ahora que he
abierto las compuertas, no hay forma de cerrarlas.
» Lloré todo el tiempo, pero no le importó. Hizo lo que quiso sin
importarle nada. Cuando por fin terminó, me dijo que me expulsaría
por plagio o por hacer trampas si le contaba a alguien lo que había
pasado. No dije nada. No entonces. Ni las otras cuatro veces que
ocurrió.
―Isobel.
Esperaba que ya se hubiera ido. En mi cabeza, siempre imaginé
que a quien se lo dijera me miraría como una mercancía dañada.
Como si no mereciera el amor porque no luché lo suficiente para
quitármelo de encima.
¿Por qué no se ha ido todavía?
Sí. Porque él es Dean... la persona que ha aceptado quién soy y
todas mis rarezas y equipaje desde el primer día. Ya debería saber que
debo esperar lo inesperado de él.
―Iz, no sé qué decir.
―No tienes que decir nada.
―¿Por qué no me lo dijiste antes? Si lo hubiera sabido, no habría
presionado tanto.
―Nunca se lo dije a nadie.
―¿Nadie lo sabe?
C. R. GREY

Sacudo la cabeza.
―Ni siquiera Suze.
Hay una pesadez en el aire. Exponer mi oscuro secreto al mundo
me hace sentir libre, como si ya no estuviera atrapada en la oscuridad.
Sin embargo, esa energía negativa tiene que ir a alguna parte, y se
instala a nuestro alrededor, dificultando la respiración.
Necesito decir algo, con la esperanza de romper la pesadez. 174
―La única gracia que me salva es que cambié de concentración
entre el primer y el segundo año, así que él ya no era mi asesor. Nunca
tuve que reunirme con él y pude mantenerme al margen de sus clases.
Lo veía en los pasillos de vez en cuando, o en las aulas limpiando
después de una clase. Siempre me miraba de la peor manera: un poco
de lujuria y rabia, pero nunca volvió a tocarme.
» Luego, cuando echas todo el asunto de Gary en la mezcla, me di
cuenta de que no puedo confiar en nadie. Es más fácil decirle a la gente
que Gary es la razón por la que no salgo.
Dean no dice nada.
Sigue sin decir nada.
Tengo que decir algo.
―Pero eso fue hace mucho tiempo. Lo que está en el pasado está
en el pasado ―Todavía no hay nada.
En cambio, me rodea con sus brazos, me levanta del taburete y me
acerca a él todo lo posible. Es entonces cuando me derrumbo. Con
burbujas de mocos y todo. En cambio, Dean se limita a abrazarme y me
deja llorar contra su pecho.
―Soy terrible con las palabras ―dice en mi pelo―. Quiero decir
tantas cosas, pero no consigo encontrar las palabras adecuadas.
―En realidad no tienes que decir nada ―le digo encogiéndome de
hombros, echándome hacia atrás para poder mirarle a través de mis
C. R. GREY

ojos vidriosos. Y lo digo en serio. Sus acciones lo dicen todo ―.


¿Podemos fingir que esto no ha pasado?
―No.
Mi corazón se hunde y me alejo.
―Y te diré por qué ―dice, usando la manga de su camisa para
limpiar las lágrimas persistentes de mi cara―. Porque esto es una 175
parte de ti. No puedes esconderte de ello ni ignorarlo. Te ha hecho una
persona más fuerte.
―Ja ―digo, cortándole―. No soy fuerte.
―Iz, eres la persona más fuerte que conozco. Has caminado con
eso sobre tus hombros todos los días durante ¿cuántos años? Y nunca
dejas que eso te impida hacer lo que quieres. No has abandonado la
escuela. No has asesinado a nadie, que yo sepa. Y tienes la fuerza para
aguantarme. ―Ante eso, tengo que reírme. No está equivocado. Era
una pesadilla cuando nos conocimos. La mejor pesadilla absoluta ―.
Gracias por decírmelo.
―He pensado que si soy el único que sabe lo de tu hermana y todo
lo que has pasado es justo que te cuente mi secreto que nadie más
conoce.
Dean baja la cabeza y murmura algo para sí mismo.
―Podríamos guardar los secretos del otro. Todos ellos ―dice,
levantando la vista hacia mí y ofreciéndome una versión suavizada de
su infame sonrisa―. Si quieres. ―Quiero―. Iz, me gustaría mucho ser
la persona en la que confías, pero sé lo que sientes por todo ―dice ―.
Sé que no es justo empujarte a algo que no quieres, así que me retiraré,
pero no puedo seguir mi vida sin ti en ella. En la media hora que pensé
que no volvería a verte, me sentí perdido. Te pido por favor que sólo
seas mi amiga. Cuando vuelvas a casa, no te olvides de mí.
Como si pudiera olvidar a Dean. Es el maldito Dean Kennedy, pero
¿es eso suficiente?
―No creo que podamos ser amigos ―digo.
C. R. GREY

―Oh.
―No quiero que seamos amigos.
Dean se baja del taburete y da un paso atrás, me mira fijamente
con una expresión de agonía, luego se gira y se dirige hacia la puerta.
Cree que es así de fácil deshacerse de mí. 176
―Baila conmigo.
Se vuelve, con las cejas alzadas y los labios entreabiertos, como si
estuviera a punto de decir algo, pero se contiene. Se queda tan quieto
como una estatua, esperando con la respiración contenida para ver lo
que sucede a continuación. Cuando finalmente habla, lo hace con una
voz tan tranquila como la de un ratón en comparación con su habitual
tono bullicioso.
―¿Qué has dicho?
―Baila conmigo ―repito, moviéndome por la habitación y
cogiendo su mano.
―Si bailo contigo, no hay vuelta atrás.
―Lo sé.
―No hay manera de que pueda bailar canciones de amor contigo
y fingir que sólo somos amigos.
―Lo sé.
―Si entramos ahí ―dice, señalando la dirección general del
gimnasio―, todo cambiará.
―¡Dean, lo sé! ¿Podemos bailar ahora?
Sus ojos se fijan en los míos, brillantes y llenos de esperanza,
mientras le rodeo el cuello con los brazos. Sus manos encuentran ese
punto en mi cintura donde parecen encajar perfectamente. Me abraza
tan fuerte que es como si nos convirtiéramos en un solo ser. Aunque
tiene la cara pegada a mi hombro, me doy cuenta de que está radiante.
Sin ningún esfuerzo, me levanta los pies del suelo y me hace girar por el
C. R. GREY

pasillo hasta que los dos nos reímos.


―Quiero que sepa que acaba de cometer un gran error, Srta.
Powell ―dice Dean, colocándome de nuevo en el suelo, pero negándose
a añadir espacio entre nosotros.
―¿Y eso por qué, Sr. Kennedy? ―pregunto incrédula.
Baja la cara hasta quedar a centímetros de mi boca, y se detiene 177
antes de que nuestros labios choquen entre sí.
―Porque no te voy a dejar ir ahora.
Incapaz de soportar el calor que desprenden sus labios o el modo
en que su aroma a madera me calienta la sangre, me pongo de
puntillas y le beso con más pasión que antes. Esta vez, el beso está lleno
de amor. Lo termino antes de tiempo y uso mis manos para golpear su
pecho.
―Sólo cállate y baila conmigo.
Capítulo Veintiocho: Dean
En cualquier momento, estoy convencido de que voy a despertar
de este sueño para encontrarme de nuevo en mi apartamento de
mierda o trabajando en el Iron Pig, donde me acosan las clientes cada
noche y gano la mitad de lo que debería. Porque así es cada segundo
con Iz: un sueño maravilloso y perfecto.
No soy el tipo de chico que consigue a la chica. Mierda, hace tres
días, nunca quise una. Ahora, con Iz en mis brazos en medio de la pista
de baile, no quiero pensar en mi vida antes de ella. Se acabó el mirar al
C. R. GREY

pasado. A partir de ahora, sólo se trata del futuro... nuestro futuro.


Bailamos juntos, sin dejar más que el espacio de un brazo entre
nosotros durante horas. Las únicas parejas que quedan son todas como
nosotros: jóvenes que disfrutan cada segundo con su nueva pareja. La
música es mucho más alegre, llena de canciones que hablan de bailar
con alguien que te quiere y -adecuada para Isobel y para mí- de
callarse la boca y bailar. Declaro oficialmente que esta canción es 178
nuestra canción.
Vaya, qué bien sienta decirlo.
Cuando termina nuestra canción, llega la primera canción lenta en
una hora. Con el sudor goteando de la nuca con cada movimiento,
pienso que es el momento perfecto para un descanso. Hasta esta
noche, pensaba que estaba en buena forma. Pero me doy cuenta de
que no tengo capacidad pulmonar para seguir el ritmo de Buttercup en
la pista de baile.
Dispuesto a coger un vaso de agua o un ponche, me dirijo hacia un
lado de la sala. Pero Iz tiene otra cosa en mente. Aprovecha la escasa
distancia que nos separa para girar hacia mi pecho y rodear mi cuello
con sus brazos antes de apoyar su cabeza en ese punto justo encima
de mi corazón.
En este momento, estoy deseando llamar a mis compañeros. Cada
vez que uno de ellos me decía el discurso de "he encontrado la elegida",
me reía y les decía que estaban cometiendo un gran error. Cada vez,
me decían que esperara y viera. Me decían que una vez que encontrara
a la elegida, me sentiría como un imbécil por criticarlos, a lo que yo
respondía que nunca dejaría que eso sucediera.
Bueno, si no estuviera tan ocupado estando en la cima del mundo,
podría sentirme como un imbécil, pero, aun así, probablemente no en
ese momento. Ahora nada puede derribarme.
―¿Por qué me llamas Buttercup? ―pregunta a mitad de la
canción.
C. R. GREY

Su pregunta me coge desprevenido.


―¿Por qué? ¿No te gusta?
―Claro que sí ―dice, apartándose para mirarme y dejando caer
una mano sobre mi hombro―. Sólo tengo curiosidad.
Si soy sincero, nunca pensé mucho en ello. Simplemente fue el
179
primer nombre que me vino a la mente cuando la vi en el aeropuerto.
Sin embargo, es una respuesta poco convincente.
―Supongo que es porque te negaste tan groseramente a decirme
tu nombre cuando nos conocimos ―digo con fingida molestia.
Pone los ojos en blanco, insatisfecha.
―Bueno, tú tampoco.
―Touché. Supongo que, si lo pienso bien, elegí a Buttercup porque
tu pelo y tu actitud descarada me recordaron a Buttercup de La
princesa prometida. Estaba muy enamorado de ella cuando era niño, y
supongo que mi subconsciente sumó dos y dos. Vio a una hermosa
rubia que me recordaba a la princesa con la que quería casarme
desesperadamente de niño y decidió que Buttercup era perfecta, de
nuevo, ya que te negaste a decirme tu nombre.
Una parte de mí espera que se desmaye con corazones en los ojos
ante mi intento romántico. No lo hace. Sólo acurruca su cara contra mi
pecho.
―Sabes, yo también tuve que ponerte un apodo.
―¿Te refieres a algo más que a un 'dios del sexo'? ―Asiente con la
cabeza, pero no lo comparte, así que le doy más vueltas ―. Bueno,
ahora estoy intrigado. Tienes que decírmelo.
―No quiero. Es una tontería ―dice. A pesar de ocultar su rostro,
puedo sentir su sonrisa creciendo contra mi pecho.
―Oh, vamos. ¿Qué tan malo puede ser?
C. R. GREY

―Bastante malo ―Hace una pausa de medio segundo antes de


continuar―. Te llamé el chico del equipaje.
Me esfuerzo por mantener a raya mi creciente sonrisa. No lo
consigo. En cuestión de segundos, me río a carcajadas de lo ingenioso
de su apodo para mí.
―Está bien. Eso está bastante mal ―admito cuando se retira y me 180
mira fijamente.
―Mi apodo para ti es mucho mejor.
―Oye, al menos el Tipo del Equipaje es mejor que el Capitán Barco
de los Sueños.
Me pongo muy nervioso. Eso significa que al menos estaba
interesada en enviarme mensajes de texto después de salir del
aeropuerto. Y lo sé porque en la primera oportunidad que tuve, cambié
mi nombre en su teléfono de esa estúpida broma del Capitán Barco de
los Sueños a mi nombre real. Eso me recuerda que debería hacer que
pusiera una contraseña en su teléfono.
―Lo admito. Tampoco es el mejor nombre. Supongo que tendrás
que pensar en un nuevo apodo para mí. Uno que sea mejor que los
otros dos, preferiblemente.
―Parece que te has puesto un apodo por defecto.
Arrugo las cejas y la miro, buscando en mi memoria un apodo que
me hubiera puesto.
―Bueno, si soy Buttercup, ¿eso no te convertiría en Westley?
―Para ti, querida, incluso sería tu Dread Pirate Roberts.
Iz baja sus manos de mi cuello y las recorre por mis brazos,
descansando finalmente en mis antebrazos, dando a cada uno un
pequeño apretón, inclinándose un poco más.
―Entonces tráenos nuestras chaquetas.
―Como quieras.
C. R. GREY

181
Capítulo Veintinueve: Isobel
No quiero que esta noche termine nunca. Nunca pensé que diría
esto, pero empapada de sudor y envuelta en los brazos de Dean es
exactamente donde quiero estar. Me digo a mí misma que el hecho de
que nos vayamos del baile no significa que nuestra cita vaya a
terminar. Nada de despedidas incómodas en el porche. Nada de
preguntarse si se lo ha pasado bien y si me llamará. Después de todo,
se queda conmigo. Al menos durante unos días más.
Hace mucho calor dentro del gimnasio, pero en cuanto salimos,
C. R. GREY

recuerdo lo terribles que pueden ser las temperaturas de Nueva


Inglaterra.
―De ninguna manera, amiga.
―¿Qué? ¿No te apetece dar un paseo? ―pregunta con un brillo de
algo en los ojos mientras camina hacia la carretera.
―Nos vamos a congelar antes de llegar a la mitad de camino a la
casa. 182
―Entonces supongo que tendré que tenerte cerca.
Sin decir nada más, me toma en brazos y empieza a caminar.
―Tienes que estar bromeando. Son como cinco kilómetros de
vuelta. No puedes llevarme todo el camino.
―¿Quieres apostar? ―Dean sigue caminando, con su habitual
mirada de suficiencia escrita en su cara todo el tiempo.
Me encanta esto. Estar tan cerca de Dean y bromear con él... aquí
es exactamente donde quiero estar. Lo único que lamento es lo mucho
que he luchado contra esto.
―¿Qué obtengo si no puedes cargarme?
―¿Eh?
―Pensé que estábamos apostando de nuevo. Y quiero hacerlo.
Entonces, ¿qué obtengo si no puedes llevarme?
―A mí, por supuesto.
―No puedes elegir el mismo premio dos veces. ―finge hacerse el
ofendido―. Además, te tengo a ti de todos modos.
―Claro que sí. ―camina unos pasos más con los ojos entornados
como si estuviera sumido en sus pensamientos―. ¿Qué tal si, si ganas,
te invito al mejor chocolate caliente del mundo? Y si gano yo, te enseño
a cocinar.
Puedo entender estos términos.
C. R. GREY

―Trato.
Dean mira hacia adelante, dirigiéndose a la oscuridad y a lo
desconocido con determinación. Sólo un par de pasos más tarde, gira a
la izquierda y se dirige al mismo todoterreno en el que llegamos en
Uber, abriendo la puerta trasera y depositándome en el calor del coche.
―Gracias de nuevo por venir esta noche, Sam. Te lo agradezco
mucho ―dice, deslizándose en el lado opuesto.
―No hay problema, Dean. No podía dejar pasar tu oferta ―dice
183
Sam, dirigiéndose a la cabaña―. Mi novia no estaba súper emocionada
de que trabajara en San Valentín, pero estará encantada en unos
meses ahora que tengo lo suficiente para proponerle matrimonio
finalmente.
―Felicidades, amigo. Espero que hayas bailado con ella esta
noche, por lo menos. No te sentaste aquí toda la noche, ¿verdad?
―No. Pasamos unas cuantas horas bailando. También la llevé a
casa. Espero que esté bien.
―No esperaría que la dejaras ir sola a casa. Eso es lo que debe
hacer un caballero.
―¿Lo alquilaste para la noche? ―pregunto, susurrando a Dean y
señalando a Sam en el frente.
―Era lo más lógico para mí. De esa manera, sabía que tendríamos
una forma de volver a casa. No pensaste que volvería caminando,
¿verdad?
Antes de que tenga la oportunidad de responder, Sam vuelve a
hablar.
―También conseguí ver cómo te despojabas de ese tipo bailando
con tu chica. Bien por ti.
Dean se pone rígido a mi lado. Espero que no sea porque lo haya
hecho tan mal esta noche. No es que me haya molestado, de todos
modos. Simplemente no podía procesar que Dean volviera y me salvara
C. R. GREY

después de cómo lo traté. Para asegurarme de que Dean lo sepa, le


aprieto la mano. Se relaja inmediatamente.
―Sólo espero no haber causado ningún problema.
―¿Cómo qué? Vi lo que estaba haciendo. De hecho, iba a
interrumpirlo cuando viniste a molestar. Fue radical. ―hay silencio por
un segundo, luego Sam continúa―. Él no vive aquí. No afectará a nada
en Jerry’s, si es eso lo que te preocupa.
―¿Qué es Jerry's? ―le pregunto a Dean, pero me ignora.
184
―Supongo que la palabra viaja rápido por aquí.
―No tienes nada de qué preocuparte. Confía en mí.
Vuelvo a preguntarle a Dean sobre Jerry's, por si no me había oído
la primera vez, pero se limita a negar con la cabeza y a decir que ya me
lo explicará más tarde.
**
Volvemos a la cabaña en un santiamén. Con Sam al volante, Dean
se acerca y me abre la puerta. Y dice que no es un caballero. Estoy en
mi propio mundo, de la mano de Dean y empapándome de cada
segundo de lo loco que ha resultado este viaje cuando siento que Dean
se pone rígido a mi lado.
―¿Qué pasa? ―susurro.
Sin Sam y con Dean abrazándome más fuerte mientras mira a su
alrededor, siento que mi respiración se acelera y las palmas de las
manos sudan.
―Hay huellas ―dice, señalando el suelo delante de nosotros,
iluminado por el brillo de la luna casi llena―. Y hay algo en la puerta.
Quédate aquí mientras lo compruebo.
Dean da unos pasos lentos hacia el porche, dejándome sola en la
oscuridad. Sí, no. De ninguna manera voy a dejar que me secuestre un
lunático, así que sigo a Dean hasta el porche.
―Pensé que te había dicho que te quedaras atrás ―dice con un
C. R. GREY

resoplido.
―Sé que no estás familiarizado con las películas de terror, pero
alerta de spoiler. Eso es lo que siempre se dice antes de que aparezca el
asesino. No sé tú, pero yo no estoy de humor para que me asesinen
esta noche.
―Bien. Sólo quédate cerca. 185
Como si permanecer cerca no fuera mi plan todo el tiempo.
Subiendo los escalones hasta la puerta, toma la nota y la extiende
para que la luz de la luna haga de linterna. Miro por encima de su
hombro, intentando leer lo que dice.
Ya debería volver la luz. Siento el retraso... no sabía que alguien se
iba a quedar en la cabaña esta semana. Si necesitas algo más, házmelo
saber.
Al final de la página hay un número de teléfono y un nombre que
no reconozco.
―Entonces, ¿volvió la energía?
―Sólo hay una manera de averiguarlo.
Tal como decía la nota, la energía ha vuelto. Y el interior está
calentito. Esta noche, que ya era increíble, se ha vuelto mucho mejor.
―¿Tienes hambre?
Sacudo la cabeza.
―Estoy bien. Sinceramente, estoy completamente agotada por el
baile. ¿Te importa si me voy a la cama?
―Por supuesto que no. Voy a darme una ducha rápida y luego me
meto.
La idea de enjabonar a Dean en la ducha mientras el agua caliente
calienta la habitación es demasiado tentadora.
―Bueno, si ese es el caso, creo que puedo despertarme lo
suficiente para acompañarte.
Me muevo a cámara lenta, controlando cada músculo de mi
C. R. GREY

cuerpo mientras me quito la chaqueta. Cuando no tengo nada que


cubra la lencería de arriba, me desabrocho los vaqueros, pero Dean me
detiene.
De acuerdo. Hablando de un aguafiestas.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunto. 186
―Créeme, quiero hacer esto tanto como tú, pero...
―Oh, no me digas que vas a ser célibe conmigo otra vez.
Dean se ríe.
―No lo soy en absoluto.
―¿Entonces cuál es el problema?
―Todas mis "relaciones" pasadas se centraban en el sexo. No
quiero que ese sea el caso contigo. Tenemos todo el tiempo del mundo.
Sólo quiero que las cosas sean diferentes. ¿Tiene sentido?
No lo tiene, pero le digo que sí.
Nos separamos y, en cuanto me quito la ropa y me pongo el
pijama -que ahora es un surtido de ropa de Dean- y mi cabeza toca la
almohada, me quedo profundamente dormida.
Capítulo Treinta: Isobel
Sigue a tu corazón.
Las palabras de mi madre se repiten desde que me llamó durante
la inesperada visita de Suze. Seguir a mi corazón... eso es lo que quería
hacer, pero averiguar qué quería mi corazón no era una tarea sencilla.
Fui de un lado a otro media docena de veces. Sabía que quería algo
casual; eso es lo que sé. Pero también sabía que me gusta mucho Dean
y que no quiero que esto termine. Acabo de conocerlo. ¿Y si esto lleva a
algo?
C. R. GREY

Averiguar lo que quiere mi corazón no es fácil. No hay un mapa.


Sólo una completa incertidumbre y vulnerabilidad. Pero Dean hace que
todo valga la pena, por lo que seguir mi corazón y aceptar ser, ¿qué?
¿Supongo que su novia? Bueno, eso fue fácil.
A pesar de que ya no tengo dudas ni paso de puntillas por esa 187
innegable química entre Dean y yo, estoy completamente inquieta.
Dormir fue fácil, pero permanecer dormida fue un reto totalmente
nuevo. Cada vez que Dean se movía, yo me despertaba. Cualquier
sonido fuera de la cabaña me dejaba en vilo. Después de unas horas de
dormitar y luego de despertarme, decido rendirme y dirigirme a la otra
habitación. Pienso sentarme en el sofá y leer algunos capítulos de mi
libro, pero mi cuaderno se burla de mí desde la mesa de la cocina, el
brillo del reflejo de la luz lo hace parecer un villano en una película.
―Uf... bien ―le digo a mi némesis, admitiendo finalmente mi
derrota y tomando asiento en la mesa.
No puedo seguir procrastinando. Tengo que ocuparme de mi
trabajo. Si no lo tengo terminado para cuando llegue a casa, sé que no
lo haré. Y entonces puedo despedirme de mi sueño de salvar el mundo.
Con el teléfono conectado a mi lado y los auriculares con mi lista de
reproducción favorita, tomo el bolígrafo y el cuaderno medio vacíos y
me pongo a trabajar.
Pero el bolígrafo no se siente bien en mi mano. Las palabras no
parecen reales. No importa lo que haga, no puedo deshacerme de este
bloqueo de escritor.
Voy a fracasar.
Basta, Iz, digo, sacudiendo la mano y forzando todos los
pensamientos negativos de mi cabeza. Eres una persona inteligente y
puedes superar esto. Ya lo dijo Dean. Sólo concéntrate. Acaba con esto y
no tendrás que volver a pensar en este estúpido trabajo.
Mis palabras de ánimo y el estímulo de Dean parecen hacer el
trabajo. Por primera vez en semanas, se levanta el velo que nubla mi
C. R. GREY

visión de mis objetivos profesionales. Me veo viajando por el mundo y


poniendo a prueba mis innovaciones. Me veo en una oficina abierta y
bien iluminada, con un espíritu de colaboración entre mis compañeros
de trabajo. Y lo más importante, veo que todos mis sueños se hacen
realidad.
―¿Qué haces? ―oigo un ruido sordo detrás de mí.
188
Todos los músculos de mi cuerpo se tensan de inmediato y lanzo el
bolígrafo por la mitad de la habitación mientras me doy la vuelta para
ver quién está allí.
―¡Maldita sea, Dean! Me has dado un susto de muerte. ―por
supuesto, es Dean. ¿Quién más podría ser?― ¿Cuánto tiempo llevas
aquí?
―Unos cinco minutos. Te he estado observando ―dice, apoyado
en el umbral del dormitorio con una camisa blanca y sus bóxers.
―¿Observándome? Eso no es espeluznante ni nada ―digo,
levantándome y recuperando el bolígrafo de la cocina―. ¿Pero por
qué? ¿Y por qué estás levantado?
―¿Por qué estás levantada tú?
―No podía dormir ―digo encogiéndome de hombros.
―Bueno, yo tampoco. ―se acerca a mí y me besa la parte
superior de la cabeza antes de sentarse en su lugar habitual en la
mesa―. Pero sobre todo porque esta suele ser la hora a la que me
levanto, de todos modos.
Retiro los parpadeos a mi lado y veo el nebuloso tono azul del
amanecer asomando. He estado despierta casi toda la noche y no he
hecho ningún progreso. Simplemente genial.
―¿De verdad me estabas mirando?
―Mhmm. Eres linda cuando trabajas. Cada dos segundos te
detienes, miras al techo y luego vuelves a lo que tienes delante, que
parece una historia en la que estás trabajando.
―Dios, ojalá. Es un estúpido ensayo para la escuela de posgrado.
C. R. GREY

Es mi último trabajo, pero parece que no puedo terminarlo.


―La escuela de posgrado, ¿eh?
―Sí. Planeaba tenerlo hecho hace semanas, pero no tengo nada. 189
―paso las páginas garabateadas para enfatizar que no tengo nada―.
Lo más extraño es que el ensayo es sólo sobre mis objetivos. En
cualquier otro momento, podría hablar de mis esperanzas y sueños
durante horas, pero ahora, con el aviso grabado a fuego en mis
párpados y este estúpido cuaderno delante de mí, es como si me
hubiera olvidado de todas mis metas.
―¿Quieres que vea si puedo ayudar?
Mis ojos se iluminan.
―¿De verdad? ¿Harías eso por mí?
―Por supuesto. Puede que haya dejado el instituto, pero escuchar
tus sueños y esperanzas es algo que creo que puedo hacer. ―me saca
el cuaderno y me quita el bolígrafo de la mano para que todo quede
frente a él―. ¿Quieres un café primero?
―No me digas que tú también eres un barista de renombre
mundial y que puedes hacer una infusión fría casera con una mirada.
―Sólo instantáneo, ―dice, levantándose y cargando la cafetera.
―Supongo que eso servirá. ¿Puedo tener leche y azúcar en el mío?
Vuelve a moverse por la cocina. Aprovecho para usar la cámara
de mi teléfono como espejo. Claro que no he dormido mucho, pero las
babas secas, las lagañas en los ojos y la cabeza de cama no son muy
atractivos.
―Un dulce café para una señorita Buttercup ―dice, entregando mi
bebida con un guiño―. Ahora, háblame de tus sueños.
―¿Por dónde empiezo? ―pregunto, tomando un sorbo.
Dios, hasta su café instantáneo es increíble. Seguro que sabe cómo
arruinar cada parte de mi vida más allá de estas cuatro paredes.
¿Cómo se supone que voy a ir a casa pasado mañana y volver a la
C. R. GREY

comida normal y ahora al café normal?


―¿Qué tal si me dices de qué trata este ensayo?
Duh. Eso sería útil.
―Se trata de un problema que queremos resolver y cómo lo
resolveremos.
―Parece bastante fácil. 190
―Sí, tal vez para ti. Llevo semanas mirando este cuaderno sin
avanzar.
Dean se echa hacia atrás en su silla y mira hacia arriba como si
estuviera contemplando algo.
―Te diré algo. Dijiste que el problema es escribirlo, ¿no? ¿Qué
puedes hablar de estas cosas, sin problemas?
―Sí.
―Entonces habla conmigo. Lo escribiré. Problema resuelto.
¿Por qué no pensé en esto hace semanas? Podría haber terminado
y disfrutar de mis noches y fines de semana en lugar de estresarme por
un estúpido ensayo.
No tengo ni idea de cuánto tiempo divago. Lo suficiente como para
que el sol salga y brille a través de las persianas. Probablemente podría
hablar durante otras dos horas sobre esto, pero el horrible sonido de mi
estómago refunfuñando y mi espalda dolorida por la silla de madera
dice que ya es suficiente. Ahora hay páginas y páginas de notas en mi
cuaderno. Estoy segura de que puedo encontrar algo en él para escribir
un artículo.
―Así que quieres cambiar el mundo ―dice, cerrando el cuaderno
y deslizándolo hacia mí.
―¿Es tan obvio?
―Oh, no. En absoluto. Sólo has dicho 'quiero salvar el mundo'
media docena de veces por minuto.
―Oye, tú eres el que dijo que quería ayudar.
Levanta las manos inocentemente en el aire.
C. R. GREY

―Y todo esto es completamente fascinante. Pero, aunque hace


casi quince años que no escribo un ensayo, parece que tienes muchas
cosas diferentes de las que hablas. ¿No sería más fácil elegir una sola
cosa y centrarse en ella en lugar de escribir sobre cinco cosas diferentes
a la vez?
Mierda. ¿Dean tiene más de treinta años? Apenas tengo 191
veintitantos. ¿Está eso permitido?
Me sacudo la idea de la cabeza. ¿A quién le importa si tiene más
de treinta años? A él no parece importarle que yo tenga veinticuatro.
¿Por qué debería importarme su edad?
―Lo haría un millón de veces más fácil, seguro. Pero no puedo
elegir sólo una cosa. Todas son importantes y objetivos míos.
―Claro, pero piénsalo así. Eres una mujer dura que va a trabajar
en estas cosas a lo largo de su vida. Tacha eso. Sólo porque eres tú,
diremos que durante la próxima década trabajarás en todo esto.
―señala el cuaderno que tiene más palabras ahora que desde que
empecé a trabajar en mi trabajo―. Elige una de estas cosas para
empezar, ¿cuál será?.
Pienso durante un minuto, arrugando la cara hacia el techo de la
forma en que Dean señaló que lo hago.
―Si tuviera que elegir una, diría que quiero centrarme en la
biotecnología. Los científicos están estudiando la creación de alimentos
sintéticos en los países en desarrollo donde los cultivos fallan. Se trata
de versiones artificiales de aminoácidos, proteínas y ADN para imitar
los alimentos. Sé que suena raro comer comida falsa, pero son cien por
cien comestible. Todavía hay que investigar mucho sobre esto, pero
podría cambiar el mundo tal y como lo conocemos. La gente que de
otro modo no tendría acceso a los alimentos podría, en teoría, tener
mucha comida para comer. ¿Te imaginas un mundo en el que todos
puedan comer? Te estoy aburriendo, ¿verdad?
―No, no lo estás. Tu educación está a años luz de la mía. Creo que
C. R. GREY

he entendido todas las palabras que has dicho.


―¿Pero ves lo que quiero decir? Puedo hablar eternamente de mis
sueños. Es sólo que se trata de ponerlos en palabras. Pero, teniendo
todo esto para trabajar ―digo, señalando mi cuaderno―, creo que 192
ahora puedo terminar esto en poco tiempo.
―Bueno, entonces mi trabajo aquí está hecho. Te dejo con ello.
Paso las siguientes tres horas en la mesa de la cocina, Dean se
detiene con comida y agua, pero por lo demás me deja sola para
terminar mi trabajo. A la hora de comer, por fin está terminado.
Todavía tengo que volver a editarlo, añadir fuentes y todas esas cosas
de la universidad, pero por lo demás está terminado.
Capítulo Treinta y Uno: Isobel
―Levántate y brilla, preciosa ―canta Dean, sacudiéndome
suavemente para que me despierte.
Normalmente tengo una sensación de calidez y plenitud cuando
escucho la voz ronca de Dean. Hoy, quiero darle un puñetazo en la cara.
Sé a qué hora se levanta y, teniendo en cuenta que la noche anterior no
dormí nada, esperaba que hoy me dejara dormir. No. Tiene un extraño
plan para que me levante al amanecer con él. No estoy de acuerdo con
eso, así que me niego a abrir los ojos. Quizá capte la pista de que estoy
C. R. GREY

durmiendo y me deje en paz.


―Vamos, Buttercup ―dice, sacudiendo todo mi cuerpo―. Es hora
de levantarse.
―Déjame dormir ―gimo contra la almohada, con la esperanza de
alejarme del balanceo de Dean.
―No hay tiempo para dormir. Tenemos demasiado que hacer hoy.
―No. Hoy tenemos que dormir. Eso es todo.
Me pongo boca abajo y entierro la cabeza bajo la almohada. ¿No 193
entiende la indirecta?
―Si no quieres levantarte por tu cuenta, seguro que puedo hacer
que te levantes.
―Hmfhm.
―Tuviste tu oportunidad ―se burla.
Sin previo aviso, las yemas de los dedos de Dean pinchan y se
contonean en mis costados, en la parte posterior de mis rodillas y en
cada centímetro de mi sensible piel. El puro impacto me hace despertar
y alejarme de él. No estoy segura, pero puede que le haya dado un
codazo o una patada. Sinceramente, se lo merece. ¿Quién va por ahí
haciéndole cosquillas a la gente que está medio dormida?
―Whoa, Whoa, ya he terminado ―dice, inmovilizando mis brazos
contra mi cuerpo para inmovilizarme―. No sabía que tuvieras tantas
cosquillas.
―No. Hagas. Eso. Nunca más. ―digo, sacudiéndome para
liberarme de su agarre y señalándolo con el dedo, mirándolo fijamente
con las cejas fruncidas. En el momento en que veo que su cara se
aplana, no puedo evitar que la sonrisa se extienda por mi rostro―.
¡Estoy bromeando! Pero no me hagas cosquillas cuando estoy dormida.
Eso está prohibido.
―¿Pero puedo hacerte cosquillas cuando estás despierta?
C. R. GREY

―Tacha eso. No se permiten cosquillas.


―De acuerdo. Nada de cosquillas. Tomo nota.
―Bien. Ahora, ¿puedes decirme por qué me has levantado al
amanecer?
Dean se ríe. 194
―Primero, no es el amanecer. Son casi las siete y media. El
amanecer está más cerca de las cuatro y media, cuando suelo
levantarme para trabajar.
Lo miro fijamente, sin gracia.
―En segundo lugar ―continúa―, como mañana vuelves a
Portland, me imaginé que no querrías perder un segundo durmiendo el
día, y por eso te he levantado al "amanecer". Pensé que podríamos ir a
la ciudad o algo así. Te debo un chocolate caliente, después de todo.
―Sabes, eso suena bastante divertido.
―¿Si?
―Sí. Deja que me vista y podemos ir.
Dean me agarra del codo y me tira de nuevo a la cama.
―Más despacio, zippy. ¿Estás profundamente dormida un
segundo y al siguiente estás lista para ir a la ciudad?
―Sí. ¿Por qué no? Ya estoy despierta. Vamos.
―Todavía no hay nada abierto. Ni siquiera son las ocho. Tenemos
algo de tiempo para matar.
―¿Por qué tienes que levantarme tan temprano si no hay nada
abierto hasta dentro de unas horas?
―Así tendrías mucho tiempo para esto.
¿Sexo matutino? Esto sí que me gusta.
Separo mis piernas en anticipación, pero Dean se aleja y se va.
Bueno, eso no está bien.
C. R. GREY

Cuando vuelve a entrar, tiene las manos en la espalda.


―¿Qué quieres primero? ―dice, encogiendo rápidamente los
hombros. 195
―¡Hmm, la mano derecha!
―Muy buena elección.
Adelantando el brazo derecho, saca la botella de vino blanco sin
abrir de la que me había olvidado por completo.
―¿Ahora la mano izquierda?
Asiento con la cabeza y Dean me da la caja de bombones en forma
de corazón que he estado comiendo durante los últimos días.
―No te llenes de ellos ―dice, señalando la caja medio vacía
cuando me meto un chocolate relleno de caramelo en la boca―. Tengo
algo mejor en camino.
Antes de que tenga la oportunidad de preguntarle a qué se refiere,
se marcha de nuevo, para volver con una enorme bandeja de
humeantes delicias con fruta fresca, huevos -tanto revueltos como
pasados por agua- y bacon.
―También tengo zumo de naranja y café. Es que no pensé que
poner líquidos en la cama fuera una buena idea.
―Sabes que estás arruinando mi vida, ¿verdad? ¿Cómo se supone
que voy a volver a la vida sin tu cocina mañana?
―De eso se trata ―dice con un guiño, y luego ambos nos ponemos
a comer.
**
Pasamos el resto de la mañana en la cama aprendiendo todo lo
que podemos sobre la otra persona. Dean se entera de que odio las
comedias románticas, pero que Dieciséis velas es mi película favorita de
todos los tiempos, y yo me entero de que su miedo al cine de terror se
extiende al género infantil.
C. R. GREY

―¿Cómo es que nunca has visto Casper?


―Eh, por los fantasmas.
―¿Entonces no sabes nada de los asuntos pendientes?
―¿Asuntos pendientes? ―pregunta.
―Es como una regla universal de los fantasmas. No puedes morir
con algo sin resolver o te convertirás en un fantasma. Así que será
196
mejor que pienses en qué asuntos tienes pendientes antes de que estés
condenado a caminar por el planeta como un fantasma.
Muevo los dedos en su cara y hago sonidos de fantasma, y él hace
lo mismo. Nos reímos incontroladamente hasta que me duelen los
costados y me falta el aire. Entonces, de la nada, Dean se pone serio.
―Así que dijiste que estabas a punto de graduarte en la escuela de
posgrado ―dice Dean, vertiendo el último trozo de vino en mi vaso de
plástico―. ¿Y luego qué? Quiero decir, sé que el plan es cambiar el
mundo. Pero, ¿desde dónde? Por ejemplo, ¿te vas a quedar en tu
trabajo actual?.
Esto es lo que he estado temiendo. Finalmente conozco a un chico
que me gusta semanas antes de que planee mudarme al otro lado del
país. Eso complica aún más las cosas. ¿Qué pasará entonces con
nosotros? Tomo a propósito un largo sorbo de mi vino para evitar
responder el mayor tiempo posible. Cuando me mira con ojos
expectantes, sé que no puedo demorar más.
―En realidad estoy buscando un nuevo trabajo.
―Oh, genial. ¿Te quedas en la zona?
Sería mucho más fácil si Dean pudiera leer la mente. Que supiera
lo que estoy pensando.
―Estoy abierta a mudarme.
Ya está. Eso es lo suficientemente vago mientras implica que si algo
surgiera en Silicon Valley. Por ejemplo, estaría abierta a mudarme allí.
―¿Ah, sí? ―pregunta, con los ojos iluminados―. Resulta que
conozco información supersecreta sobre un trabajo tecnológico en el
que no tendrías que mudarte muy lejos.
C. R. GREY

―¿En serio?
Si no tuviera que mudarme lejos, podría seguir viendo a Suze y a
Mick todo el tiempo. Y a mi madre. Echo de menos a mi madre.
―Sí. El otro día estuve hablando con el alcalde o lo que sea, el
mismo tipo que me habló del baile de anoche, y me dijo que pronto se
197
abrirá una empresa tecnológica en Valoid. Me pareció que hacían lo
que a ti te interesa con la comida y esas cosas. Tal vez podrías
investigar eso.
―Si eso funcionara, sería perfecto. Estaría justo en medio de Suze y
mi madre.
―Veré si puedo conseguir el número de Paul hoy. Intentaré que se
conecten antes que te vayas a casa.
―¿Y tú?
―¿Qué pasa conmigo?
―Antes dijiste algo sobre Carolina del Norte. ¿Cuándo te vas?
―Ah. Eso no funcionó.
―Entonces... ¿te vas a quedar aquí?
―Esa es otra razón por la que vamos a la ciudad. Puede que tenga
un trabajo.
―¿Significa eso que te vas a quedar?
Asiente con la cabeza y mi estómago da un vuelco. Es demasiado
pronto para querer mudarme a un lugar sólo para estar cerca de mi
novio, pero la posibilidad de que no tengamos la restricción de tiempo y
la distancia que originalmente pensé que teníamos hace que esto se
sienta más como una relación normal. Quiero decir, ¿cuántas personas
se conocen en vacaciones y acaban manteniendo el contacto? La gente
vuelve a sus vidas y rutinas normales. Pero si nuestras vidas normales
chocan por casualidad...
―¿Por te hiciste esto? ―pregunto, agobiada por la necesidad de
cambiar de tema.
C. R. GREY

―¿Este en concreto? ―pregunta, señalando el árbol que estoy


trazando―. ¿O toda la manga?
―Las dos cosas.
―Bueno, este en concreto es un pino oriental. Están por todas
partes en mi país, así que me pareció adecuado tatuármelo. Por qué
todo ―dice, frotando su tinta―, primero, pensé que quedaba bien. Y lo
198
hace. ―asiento con la cabeza―. Pero también quería recordar de
dónde vengo. Crecí rodeado de naturaleza, prácticamente viviendo al
aire libre. Aunque nunca fui de camping y tuve una infancia de mierda,
me gusta pensar que soy tan fuerte como estos enormes árboles.
―Definitivamente lo eres ―digo, pasando su brazo por encima de
mi hombro.
―Oh, no, no lo haces. No te atrevas a ponerte cómoda. Nos vamos
pronto.
―Pero es tan acogedor en tus brazos ―digo, contoneándome
contra su cuerpo.
―Lo sé, pero tenemos muchas cosas que hacer hoy. Así que arriba
y vamos por ello.
Dean salta de la cama antes de que pueda acurrucarme contra él
y convencerlo de que se quede en la cama. Da una palmada,
animándome a moverme como si fuera un niño o un perro o alguien
fácilmente excitable como él, lo que claramente no soy. Sólo para
recordárselo, le saco la lengua antes de levantarme de la cama a
regañadientes.
C. R. GREY

199
Capítulo Treinta y Dos: Dean
Cuanto más veo de Valoid, más me entusiasma la posibilidad de
convertirlo en mi nuevo hogar. Este pueblo tiene mucho carácter y
encanto. Es exactamente como se ven los pueblos pequeños en las
películas. Y es cierto que todo el mundo se conoce el nombre de todos.
Bueno, no tanto Iz y yo, pero todos son lo suficientemente amables
como para saludar y sonreír.
Nos tomamos nuestro tiempo para explorar el pueblo y pasar por
las diferentes tiendas. Iz me ruega que vayamos a la tienda de
C. R. GREY

antigüedades por unos tarros viejos que ha visto en el escaparate y que


dice coleccionar. Para ello, la arrastro al almacén general y hago que
ella y yo nos pongamos camisetas de "I Love Valoid" a juego sobre
nuestra ropa. Le saco una foto con su mejor pose de modelo y luego
una de nosotros juntos. Nos turnamos para sacar fotos con nuestros
teléfonos y enviárnoslas durante todo el día. Todas son geniales, pero mi
favorita es la de Buttercup sorprendida por el gigantesco helado que 200
pedimos para comer.
Cuando los dos estamos llenos de helado, volvemos a salir y
caminamos hasta que una tienda me llama la atención.
―¿Por qué has parado? ―pregunta Iz.
No respondo, sólo sonrío.
―¿Qué? ―pregunta ella riendo.
―¿Qué te parece? ―pregunto, señalando la palabra TATTOO
pintada en grandes letras de molde en el cartel que hay sobre nosotros.
―Ohhhh. De ninguna manera, amigo. No va a suceder.
―Vamos. Estábamos hablando de ellos.
―No. Tú estabas hablando. Yo estaba escuchando.
Se cruza de brazos y se queda mirando, totalmente aburrida por
mi idea impulsiva.
―¿Tienes algún tatuaje? ―ella sacude la cabeza―. ¿Entonces no
crees que ya es hora?
―Quizá para ti.
―Sí, para mí. De todos modos, hace tiempo que necesito algo de
tinta nueva ―digo, frotando mi brazo en blanco.
―Dean ―se queja―. Pensé que tenías todo el día planeado o lo
que sea. ¿No lo va a estropear esto?
―No llevará tanto tiempo.
―Dean ―se queja de nuevo.
C. R. GREY

―¡Dean! ―oigo una voz familiar que viene de detrás de Buttercup.


Levanto la vista y veo a Paul caminando hacia nosotros―. Me alegro de
verte de nuevo. ¿Cómo te trata la vida en Meyer's?
―No muy mal ―digo, estrechando su mano como si fuéramos
viejos amigos―. Anoche, cuando llegamos a casa después del baile, ya
había vuelto la luz, así que hacía calor. 201
―¿Terminaron por ir al baile? ¿Cómo fue?
―Fue genial. Memorable, por decir algo.
Al recordar el baile, no puedo evitar sonreír. Pasaron tantas cosas,
pero sin ellas, no creo que estuviéramos aquí ahora. Le rodeo la cintura
con el brazo, necesitando sentirla cerca de mí.
―Esta es mi novia, Isobel. Isobel, este es Paul... del que te hablé.
―Encantada de conocerte ―dice, estrechando su mano.
―Espero que Dean sólo dijera cosas buenas.
―Le estaba hablando sobre todo del trabajo tecnológico por el que
me preguntaste. Resulta que Iz es un genio de la informática. Está a
punto de graduarse en la escuela de posgrado.
―Oh, ¿en serio?
―Estoy estudiando tecnología y desarrollo global, con la esperanza
de entrar en la industria de la biotecnología.
―Bueno, no sé mucho de lo que acabas de decir ―ríe Paul―, pero
sé que estamos a un par de meses de lanzar algún tipo de empresa de
Inteligencia Artificial. Creo que he oído susurros de algo global u otro.
Estaría encantado de que te reunieras con el director para saber más, si
estás interesada.
―¡Eso sería genial!
―Estoy seguro de que a Marco le encantaría hablar contigo. Ha
estado en un gran momento de reclutamiento. Me sorprendería que
hubiera tenido tiempo de dormir. Puedo llevarte a su oficina ahora
mismo... si eso no estropea tu cita.
C. R. GREY

Iz me mira con sus enormes ojos.


―No hay problema. Los alcanzaré más tarde ―digo.
―Eso me recuerda. Jerry me ha preguntado si no te importaría 202
pasarte hoy para hablar del trabajo. Puedo traer a Isobel al comedor
cuando termine.
―Me parece bien. ¿Iz?
―Suena bien. ¿Te veo en un rato entonces?
―Nos vemos. Yo... sí. Te veré más tarde.
Capítulo Treinta y Tres: Isobel
―¿Qué te dije? El mejor chocolate caliente, ¿verdad? ―me
pregunta Dean mientras vuelvo a inclinar la taza para llevar, tomando
hasta la última gota de la rica y cremosa bondad. Si hubiera sabido que
iba a estar tan bueno, me lo habría bebido todo en el camino de vuelta
a la cabaña. Ahora sólo tengo un par de gotas.
―Fácilmente el mejor chocolate caliente de la historia. No puedo
creer que puedas beber esto cuando estás trabajando. Estoy tan celosa.
―Sí, estás celosa ahora hasta que me veas en unos meses y tenga
C. R. GREY

veinte libras más de peso. Entonces te alegrarás de no poder beberlo


todo el día.
―¿El señor músculos ganando peso? Imposible.
―Entonces, ¿crees que vas a aceptar el trabajo? ―pregunta,
rodeándome con su brazo.
Rara vez me gusta el contacto físico. A Suze le gusta mucho eso,
203
siempre abrazando a todo el mundo y enlazando su brazo con el de
ellos como si fueran los mejores amigos. La dejo hacerlo porque es
Suze. Con Dean, quiero que me abrace y me toque y todas esas cosas
que normalmente odio. Especialmente cuando me tira contra él así.
Acostados en la cama o sentados en el sofá como ahora, no importa.
Encajamos perfectamente.
―Todavía no he hecho la entrevista.
―¿Qué ha sido hoy, entonces?
―No sé. No fue una entrevista. Sólo he hablado con Marco durante
una hora.
―Oh.
Quiero decirle a Dean que la búsqueda de empleo no ocurre de la
noche a la mañana. Lleva tiempo, a veces incluso meses. Pero no creo
que lo entienda. Acaba de conseguir un trabajo y un apartamento sin
siquiera intentarlo.
―¿Puedo robar una de tus sudaderas? ―pregunto, un escalofrío
me recorre.
―¿Tienes frío? Puedo subir la calefacción.
―No tengo frío, frío. Sólo un poco. Entonces, ¿puedo?
―Tómalo. Debe haber otro limpio en mi bolsa. Es de color burdeos.
Toma esa.
La sudadera es fácil de encontrar. Es lo primero que veo cuando
abro su bolso. Eso, y luego veo su teléfono. Está iluminado, mostrando
un número no guardado en su teléfono. Sólo suena un segundo antes de
saltar el buzón de voz.
C. R. GREY

―Hola, Dean. Alguien ha llamado...


Me detengo. Al llevar el teléfono de Dean hacia él, algo en la
pantalla llama mi atención. Un texto.
Desconocido: Me divertí mucho la otra noche contigo. Mañana por
la tarde tomo un vuelo a Boston. Avísame si quieres volver a salir antes
de que me vaya. Ya sabes dónde encontrarme, XO. 204
Me digo a mí misma que estoy leyendo mal. Tengo que estarlo. Es
imposible que Dean haga algo así. Hemos estado juntos prácticamente
todo el tiempo. Excepto los dos primeros días, cuando me desperté y él
no estaba aquí. Y las horas entre el encuentro con él en el aeropuerto y
su aparición aquí. No pudo... ¿o sí?
―¿Encontraste la sudadera? ―pregunta Dean desde la otra
habitación.
No respondo. Tengo mis propias preguntas que hacer.
―¿Dónde estabas antes de venir aquí esa primera noche?
―pregunto, irrumpiendo en la habitación.
A Dean se le cae la cara de vergüenza cuando lo pregunto. Me
duele el pecho y el estómago. Sin decir nada, se limita a confirmarlo
todo.
―¿Qué… qué quieres decir? Estaba en el aeropuerto.
―Después de eso. Después del aeropuerto y antes de que
estuvieras aquí. ¿Dónde estabas?
―Iz.
―Dime, Dean. ¿O debería preguntarle a ella?
Arrojo su teléfono sobre su regazo. Me mira, preguntándose en
silencio de qué estoy hablando. Pero cuando mira su teléfono y lee el
texto, todo el color abandona su rostro. Se levanta y se acerca a mí,
pero no quiero tocarlo. No después de lo que ha hecho. Por suerte, la
mesa de café está entre nosotros, así que puedo esquivarlo fácilmente y
mantener la distancia.
C. R. GREY

―Iz, tienes que escucharme. Puedo explicarlo.


―Sí. Famosas últimas palabras.
―De verdad, Iz. Por favor. Sólo escúchame.
―No tengo que hacerlo, Dean. Sé exactamente lo que pasó. Te
rechacé en el aeropuerto, así que te fuiste con otra persona. Luego,
205
cuando ella te echó, viniste aquí ―Dean no discute nada de esto ―.
Entonces vienes aquí y empiezas a coquetear conmigo, intentando
acostarte conmigo. ¿Después de haber dormido con otra persona?
―¿Y?
―¿Y? ¿Y? ―fuerzo una risa―. ¿No ves lo jodido que es eso?
―Me aseguré de no acostarme contigo hasta después de
ducharme.
Me burlo. Me burlo literalmente. No puede estar hablando en serio.
―¿Así que eso hace que esté bien? ¿Qué te duches antes de
acostarte conmigo de repente hace que todo esto esté bien?
―Iz, ¿puedes dejar que me explique? Por favor.
Vuelve a acercarse a mí, con los brazos extendidos como si fuera a
abrazarme. Nunca más. Me muevo hacia el otro lado de la habitación
para mantener el mayor espacio posible entre nosotros. Cuando
todavía me sigue, corro hacia el dormitorio y cierro la puerta con llave.
Segundos después, el pomo de la puerta se mueve un puñado de veces.
―¡Déjame en paz! ―digo, luchando contra las lágrimas.
―Escúchame, Iz. Puedo explicarlo.
Sigue hablando, rogándome que lo escuche. Necesito alejarme de
él. Lejos, muy lejos de él. No hay suficiente espacio aquí. No en todo
Vermont. Así que hago las maletas.
―La he jodido, Iz. ¿Es eso lo que quieres que diga?
Agarro mi teléfono y abro la aplicación de Uber. Milagrosamente,
alguien está a cinco minutos.
Sólo cinco minutos, Iz. Puedes hacer cinco minutos.
C. R. GREY

Agarro lo que encuentro, echando puñado tras puñado de ropa en


mi maleta. Agarro mi libro, el cargador de mi teléfono y mis zapatos
apilados contra la pared.
―Por favor, déjame entrar para que podamos hablar.
Lo ignoro.
―Iz, por favor ―dice Dean, golpeando la puerta del dormitorio. 206
Compruebo mi teléfono.
Cuatro minutos.
El tiempo justo para recoger el resto de mis cosas.
Abro de golpe la puerta del dormitorio. Al principio, la cara de
Dean se ilumina, pensando que le estoy dejando explicarse. Luego sus
ojos se dirigen a mi maleta.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunta con la voz tensa.
Paso por delante de él con el hombro y me dirijo al cuarto de baño,
metiendo mis artículos de aseo en mi bolsa de baño. Cuando el cuarto
de baño parece que nunca haya estado allí, me giro para encontrar a
Dean todavía congelado junto al dormitorio.
Tres minutos.
―¿Adónde vas? ―pregunta.
―A casa ―digo en tono cortante.
―Tu vuelo no sale hasta mañana.
―Así que pasaré la noche en el aeropuerto.
―Eso es ridículo. No te vayas.
Agarro el cuaderno en el que está mi redacción casi definitiva y lo
meto en el bolso. Ya está. Eso debería ser todo.
Dos minutos.
Siento la energía de Dean detrás de mí. Me pone las manos en los
hombros, pero me las quito de encima.
C. R. GREY

―No me toques ―digo, dándome la vuelta.


Ver a Dean hacer una mueca de dolor al oír mis palabras me pone
al borde del abismo. Las lágrimas que tanto he luchado por contener
caen en cascada por mi cara. No porque me entristezca que él esté
triste, sino porque fui tan estúpida como para creerle. Como para
preocuparme por él y por cómo me hacía sentir.
207
―Por favor, no te vayas ―se queda, con la voz áspera y grave
como si intentara contener las lágrimas. Bien. Espero que llore a mares.
Un minuto.
―¿Cómo puedo quedarme aquí contigo? ¿Compartir la cama
contigo? ¿Mirarte después de lo que hiciste?
―Me acosté con alguien. Gran cosa.
―No me importa que te hayas acostado con alguien.
―¿Entonces por qué te vas?
¿Es posible que sea tan tonto?
―No es que te hayas acostado con alguien, Dean. Es que te
acostaste con alguien y veinticuatro horas después dices que te
importo. Hiciste que pareciera que soy la única chica en el mundo.
―Porque lo eres, Iz.
―No puedo serlo, Dean. Porque si eso fuera cierto, no habrías
salido del aeropuerto y te habrías acostado con otra persona. No me
habrías comprado vino y chocolates y me habrías llevado al baile y me
habrías contado todo lo que hiciste. Porque si realmente te importara,
no te habrías acostado con la primera persona que apareciera.
―¿Cómo iba a saber que te volvería a ver?
―No lo sé, Dean. Pero lo que sé es que no puedes conocer a
alguien, decidir que te gusta y luego acostarte con otra cuando te
rechaza. Está claro que no te gusto tanto como crees.
Veo los faros del Uber bailar sobre las paredes de la cabina.
C. R. GREY

Es hora de irse.
―La he jodido, Iz. Lo siento. Si supiera lo que hubiera pasado con
nosotros, volvería atrás en el tiempo y lo borraría todo. Por favor... no te
vayas. 208
Lo ignoro, tomo mis maletas y me dirijo hacia la puerta.
Al igual que la primera vez que nos conocimos, Dean se acerca por
detrás de mí y me agarra del asa de la bolsa, atrapando mi mano bajo
la suya. Odio que una sensación de calor me recorra el cuerpo con su
tacto.
―Suéltame, Dean ―digo, tirando del asa.
―No puedo, Iz. No puedo dejarte ir.
Tiro más fuerte, pero Dean resiste.
―¡He dicho que me dejes ir!
Aprieto los dientes al hablar. Esta vez, cuando tiro de la manivela,
finalmente se rinde.
Prácticamente salgo corriendo de la cabaña, las ruedas de mi
bolso golpean contra los escalones del porche mientras me muevo. Un
puñado de metros separa la cabaña del Uber. Con cada paso, espero
que Dean me grite que no me vaya. Que me persiga y me diga que me
ama o cosas cursis como las que hacen en las películas.
Pero entonces recuerdo que mi vida no es una película. No hay
grandes teatros ni declaraciones de amor. Le dije que me dejara en
paz. Intentó perseguirme en la cabaña y fracasó. ¿Por qué iba a
perseguirme de nuevo? No estamos en un plató de Hollywood. Estamos
en Valoid, Vermont. No somos amantes cruzados. Sólo somos un chico
y una chica que se cruzaron.
No pierdo la esperanza de que Dean intente una vez más que me
quede hasta que estoy en el asiento trasero del Uber y miro la cabaña.
La puerta está cerrada y él no está allí.
Parece que le resultó así de fácil dejarte marchar.
C. R. GREY

―¿Dónde puedo llevarte? ―pregunta el conductor.


Creo que puede ser Ed, el de la otra noche, pero no puedo estar
segura a través de mis ojos brillantes. 209
¿Adónde voy?
Pensaba ir al aeropuerto, pero entonces recuerdo lo que la chica
dijo en su mensaje. Tengo un vuelo a Boston mañana por la tarde. El
mismo vuelo en el que se supone que estoy. No puedo subir a ese avión.
Cada mujer con la que me cruce, me preguntaré si es ella.
―¿Señorita?
No puedo subir al vuelo, pero tampoco puedo quedarme aquí.
Supongo que eso sólo me deja una opción.
Capítulo Treinta y Cuatro: Dean
Hay una parte de mí que piensa que esto no es real. Una parte
enferma de mí piensa que ella llegaría a hacer las maletas sólo para
demostrarme lo cabreada que está. No hay manera de que se vaya.
Entonces veo los faros de un coche moverse por la cabaña como
una parca que viene a llevarse la única alegría de mi vida. Es entonces
cuando sé que esto es real. Cuando siento que me estoy asfixiando.
―La he jodido, Iz. Lo siento ―digo, divagando todo en un suspiro.
Es todo lo que puedo hacer para no derrumbarme e hiperventilar en el
C. R. GREY

suelo―. Si supiera lo que pasaría con nosotros, volvería atrás en el


tiempo y lo borraría todo. Por favor... no te vayas.
Ella hace lo contrario.
Yo hago lo único que se me ocurre hacer. Corro detrás de ella y
agarro el asa de su maleta. Si mi vida no se estuviera desmoronando a
mi alrededor, me habría parecido divertido... la diferencia entre la
primera vez que hice esto y ahora. La gran diferencia que pueden 210
suponer un par de días.
Ella tira más fuerte de la manija.
―Suéltame, Dean.
―No puedo, Iz ―aprieto mi mano alrededor de la suya...
necesitando sentirla y saber que todo estará bien―. No puedo dejarte
ir.
Me mira con un fuego en los ojos que ni siquiera sus lágrimas
pueden apagar.
―¡He dicho que me dejes ir!
Vuelve a tirar de la manilla, esta vez con más fuerza. Ya no me
quiere. Por mucho que me mate, sé que tengo que dejarla ir.
Ni siquiera mira hacia atrás, sólo baja corriendo los escalones del
porche y entra en el todoterreno. Ya se ha olvidado de mí.
En cuanto cierra la puerta trasera del todoterreno, sé que se ha
acabado, pero no puedo verla marchar. Cierro la puerta delantera, mi
espalda se desliza por la puerta hasta que estoy en el suelo y tiemblo. Al
principio, creo que es por el frío. Luego me doy cuenta de que estoy
llorando.
Yo no lloro.
No lloré en el funeral de Olivia.
No lloré cuando mi padre me pegaba casi todas las noches.
La última vez que lloré fue cuando mi madre se fue. Fue entonces
cuando me di cuenta de que llorar no te lleva a ninguna parte, a menos
C. R. GREY

que busques un cinturón en el culo.


Sin embargo, lloro por Isobel.
Me dije a mí mismo que no me involucrara. Que ella sólo
terminaría dejándome como todos los demás. Por una vez, no escuché
a mi subconsciente. Escuché a mi corazón cuando me dijo que ella 211
nunca haría algo así. ¿Y mira a dónde me llevó? Un maldito corazón
roto.
Capítulo Treinta y Cinco: Dean
Una semana después
La nieve, antes esponjosa, que hacía que toda la ciudad pareciera
sacada de una película, se vuelve fangosa y negra.
No hay trabajo que me distraiga del vacío interior que me desgarra
las entrañas. Ni la forma en que me hacía reír con todo lo que decía, ni
la forma en que olía su jabón de flores de cerezo y cómo aún perdura
en la ropa que llevaba. Ni cómo, en cuestión de días, se infiltró en cada
parte de mi vida.
C. R. GREY

Ahora que se ha ido, es lo único que tengo en mente.


Miro fijamente lo último que ha visto:
Yo: Di algo. Cualquier cosa.
Después de eso, los textos no se entregan. Las llamadas van
directamente al buzón de voz. Sé que me ha bloqueado.

212
Capítulo Treinta y Seis: Dean
Marzo
Antes odiaba la nieve. Luego, conocí a Iz y me enamoré de su
belleza, todo gracias a ella. Ahora la odio porque es lo que nos unió.
A medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de que sólo hay una
cosa que odio más que la nieve: la constante lluvia helada que golpea
contra mi ventana como si fueran dedos golpeando, suplicando que los
dejen entrar. Deja charcos helados que me empapan los pies. Yo digo
que por eso no salgo. Que no quiero que se me mojen los pies. Pero sé
C. R. GREY

que es una mentira conveniente. Es porque espero que ella llame a mi


puerta.
No lo hará.
No me quiere.
Tengo que seguir adelante. 213
Capítulo Treinta y Siete: Dean
Abril
No soy una persona simbólica, pero hay algo en los brotes de los
árboles que se abren y en las flores que florecen que dice que es hora
de empezar de nuevo.
Tengo una cita.
Hailie, una camarera de la cafetería, ha sido mi amiga desde mi
primer día de trabajo, lo que dice algo porque he sido un auténtico
C. R. GREY

imbécil desde que empecé, algo que me digo a mí mismo que termina
ahora. Su pelo azul brillante me llamó la atención. Es ella misma sin
complejos, y eso me gusta de verdad. Desde que empecé, me ha
mirado con ojos de asombro, pero nunca me ha presionado. Supongo
que es porque ella, y todos en Valoid, saben lo que pasó.
Salimos a cenar. Es súper incómodo, pero la invito a mi
apartamento de todos modos.
214
Capítulo Treinta y Ocho: Dean
Mayo
Es tarde. Probablemente cerca de las dos de la mañana cuando
suena mi teléfono. Casi lo ignoro porque he salido con Hailie y otros
amigos hasta pasada la medianoche, sabiendo perfectamente que
tenía que estar en el trabajo a las cinco y media. Necesito dormir, pero
algo me dice que debo contestar.
―Tienes dos segundos antes de que cuelgue ―digo, con una voz
no más alta que un murmullo.
C. R. GREY

―¿De verdad quieres que esta conversación empiece así?


Pensaba que te haría ilusión saber de mí.
Sustituye el dolor sordo de mi pecho por una sensación de
agitación. Por un segundo, creo que estoy soñando. No puede ser ella.
―Iz. ¿Eres tú?
―¿Quién más podría ser? No esperabas una llamada de otra
chica, ¿verdad? 215
―No. Sólo pensé que no volvería a saber de ti.
La única otra chica que podría llamar es Hailie. Se ha convertido en
una de mis mejores amigas en los últimos meses. Sí, salimos en una cita
esa vez, pero no pasó nada entre nosotros, ni siquiera un beso. Es
divertido estar con ella, pero no hubo chispa. Después de Iz, no creo que
vuelva a sentir eso. Lo de ella y yo fue una intervención divina, una
mierda cósmica en la que no creía hasta que nos conocimos.
―Bien. Sobre la otra chica. Porque te echo de menos. Tenía que
escuchar tu voz.
Me siento en la cama. ¿La he oído bien? ¿Ha dicho que me echa de
menos? Me pellizco, intentando despertarme, pero no pasa nada.
Aunque sea un sueño, estoy demasiado feliz para que me importe. Dios,
he echado de menos su voz.
―¿Sí? Yo también te echo de menos.
―¿Puedo verte pronto?
―¿De verdad? ¿Quieres verme?
―Este es Dean, ¿verdad? ¿Mi Dean?
Hace meses que no me habla. Me abandonó y ahora quiere que
vuelva. Supongo que eso que dicen de que estar separados te hace
darte cuenta de cuánto quieres a alguien es cierto.
―Sí, este es tu Dean.
―Bien. Porque quiero que me visites. La próxima semana.
C. R. GREY

―¿La próxima semana? ―pregunto para asegurarme de que la


escucho bien.
―¡Sí! Vamos a salir todos a celebrar mi graduación en The Funky
Horse. Es un pequeño bar de mala muerte en Market Street. Estarás allí,
¿verdad? 216
―No me lo perdería por nada del mundo.
Me dice la dirección y cuándo debo estar allí, y luego cuelga. Tengo
que levantarme para trabajar en un puñado de horas, pero no me
importa, no puedo dormir. Estoy demasiado ocupado pensando en
volver a ver a Iz. Me está dando una segunda oportunidad, y haré todo
lo posible para asegurarme de no volver a cagarla.
Capítulo Treinta y Nueve: Isobel
La vida es dura. Entre las solicitudes de graduación, la búsqueda
de trabajo y... bueno, de lo tercero no hablamos, ha sido una tormenta
de caos sin parar desde que conseguí que me llevaran a la estación de
tren y me monté en ella hasta llegar a Hartford. Pensé que quedarme
con mi madre me ayudaría. Ella ha pasado por desamores y rupturas
antes. Seguramente tendría algún consejo. Eran más de las nueve
cuando me recogió, pero enseguida se puso a preparar sus famosas
tortitas caseras como a mí me gustan.
C. R. GREY

―¿Qué pasa, cariño? ―me pregunta cuando no me sumerjo en las


tortitas como lo hago normalmente.
Es entonces cuando me derrumbo.
Las imágenes de un futuro lleno de domingos pasados en la cocina,
bailando por toda la casa y riendo sin parar pasan por mi cabeza.
Por supuesto, Dean está en todas estas imágenes.
Le cuento todo.
―Cariño, no tienes que estar triste porque él no era el elegido 217
―dice, frotando pequeños círculos en mi espalda―. Lleva tiempo, pero
lo encontrarás pronto. Lo sé.
―Ese es el problema ―digo, usando la manga de una de las
sudaderas de segunda mano de mi padre para limpiar mis lágrimas―.
Lo era.
―Entonces llámalo.
―No me quiere, mamá. Ni siquiera intentó detenerme.
―¿Cómo sabes que no lo hace?
―Simplemente lo sé.
Esa es la última vez que se menciona a Dean. Tres días después,
Suze conduce y me recoge. Dice que iBotics cerró oficialmente mientras
yo estaba fuera, y que necesitan que vaya a limpiar mi escritorio o lo
tirarán todo. Desde que llegaron a casa, Suze y Mick llenan cada
segundo con algo.
Al principio, las noches de juegos de fin de semana con los
compañeros de piso, las clases de yoga de los sábados por la mañana y
-a regañadientes- el cambio de imagen de Mick eran un aburrimiento.
Odiaba no tener ni un segundo a solas. Pero luego, tan rápido como
llegó la tormenta, pasó. Empecé a esperar con ansia el tiempo que
pasaba con mis compañeros, especialmente cuando empezaron las
entrevistas virtuales.
Tardé tres meses, una semana y cuatro días en superar lo de Dean.
C. R. GREY

No fue fácil, pero lo hice.


Los tres tomamos chupitos en el bar mientras bailamos
torpemente con mis dos mejores amigos canciones que eran populares
en 2015. En mi cabeza hay una diadema con una gorra de graduación
de lentejuelas. Fingí que me daba arcadas cuando Mick me la presentó
por primera vez y me dijo que tenía que ponérmela en honor a la 218
obtención de mi título de máster esta tarde, pero me alegro de haberlo
hecho. ¿Sabes cuántos tragos gratis te dan por celebrar tu graduación?
Hasta ahora, estoy en cuatro.
―No sé tú. Pero esta noche voy a estar jodida ―digo, arrastrando
las palabras.
―Creo que ya lo estás ―dice Mick, entregándome otro chupito de
color ámbar.
―¿Más borracha que la semana pasada? ―pregunta Suze.
Asiento con la cabeza―. No creo que eso sea posible.
―La semana pasada estaba borracha de vino ―digo, llevándome
el vaso de chupito a los labios y engulléndolo―. Esta noche, estaré
borracha, borracha.
―Dios, te voy a echar de menos cuando te mudes a California y te
hagas rica y te cases con un multimillonario ―dice Suze, tirando de mí
contra ella y poniendo un mohín falso.
―¡Supongo que te vienes conmigo!
―¿Y dejarme aquí sola en el frío para que me case con un tipo
aburrido mientras ustedes se pasean por las alfombras rojas con sus
maridos? No lo creo ―grita Mick.
―Entonces nos vamos todos... si consigo el trabajo.
―Oh, por supuesto, conseguirás el trabajo ―dice Mick entre
sorbos de su piña colada―. Dijiste que la entrevista fue genial.
―Y luego nada más que silencio de radio desde entonces ―digo.
―Sólo tienes que esperar. Seguro que tu vida está a punto de
cambiar ―dice con un guiño.
―Creo que tiene razón ―oigo decir a Suze.
C. R. GREY

Al principio, creo que está de acuerdo con Mick. Cuando veo su


cara -sus ojos saltones, su mirada fija y su boca abierta- sé que su
respuesta se debe a algo más. Me doy la vuelta, siguiendo su mirada, y
contemplo lo último que esperaba ver.
―¿Dean? ―me digo a mí misma, pensando que ya estoy
219
demasiado borracha si estoy viendo a mi ex―. ¿Dean? ―vuelvo a
decir, aún sin saber si esto es real o una extraña alucinación―. ¿Qué
haces aquí?
―Hola, Buttercup ―dice, mostrando su característica sonrisa en la
cara.
Se mueve de tal manera que parece que se acerca para
abrazarme. Cuando no comparto ni una cuarta parte de su
entusiasmo, utiliza una mano para pasarse los dedos por el pelo. Su
camiseta de manga corta muestra los tatuajes que solía mirar durante
horas. Mete la otra mano en el bolsillo de sus vaqueros, probablemente
esperando que creamos que eso es lo que pretendía hacer todo el
tiempo.
―Estás increíble ―dice cuando el silencio es más que incómodo.
―¿Qué estás haciendo aquí, Dean? ―vuelvo a preguntar.
Debe pensar que estoy bromeando porque se ríe. Cuando no me
río con él, con la cara arrugada y parpadeando rápidamente, deja de
reírse y nos mira a los tres en busca de algo.
―Iz, tú... me has invitado. ¿Te acuerdas?
No lo recuerdo en absoluto. Nunca lo habría invitado. No después
de lo que hizo.
―La semana pasada ―explica cuando no respondo―. Me
llamaste y me invitaste aquí para celebrar tu graduación. Dijiste que me
echabas de menos y que querías verme.
Me quedo en silencio. Debe estar diciendo la verdad. No hay
C. R. GREY

manera de que él hubiera sabido de esto de otra manera. A menos que


Suze lo haya llamado. La miro, pero su cara está tan sorprendida como
la mía. Es imposible que haya llamado. Si ella no lo hizo, tuve que
hacerlo yo. ¿Pero cuándo?
La semana pasada. Eso no fue un sueño.
―Iz, ¿podemos... podemos hablar un segundo? ¿A solas? 220
Me mira fijamente, con la cara completamente plana ahora,
esperando que le responda. La palabra "no" tarda una eternidad en
formarse. La tengo en el borde de la lengua cuando Suze habla.
―Necesito orinar. Iz, ven conmigo.
Me tira del codo y me aleja de la cabeza baja de Dean antes de
que pueda reaccionar. Bendita seas, Suze. Sigue tirando de mí en
dirección al baño hasta que Dean y Mick desaparecen entre la multitud.
―Bien, ¿puedes decirme por qué está aquí? ¿Qué hiciste, Iz?
―Te juro que no recuerdo haberlo llamado. No tengo ni idea de por
qué está aquí.
―Bueno, alguien tuvo que llamarlo. A menos que te esté
acechando ahora, lo cual dudo que aparezca mágicamente por su
cuenta tres meses después.
―Quiero decir, yo tuve que llamarlo. Soy la única que tiene su
número.
―Creía que habías dicho que lo habías borrado ―me interrumpe.
Me arden las mejillas. Me envuelvo con los brazos, protegiéndome
preventivamente de cualquier golpe que Suze esté a punto de
enviarme. Por suerte, una mirada entrecerrada es el mayor daño que
recibo.
―Tienes que estar de broma. Cuando nos emborrachamos el fin
de semana pasado, tuve un sueño en el que lo llamaba y le decía que le
echaba de menos y le pedía que me visitara, pero eso es todo lo que
C. R. GREY

pensé que era. ―me apoyo en la pared para que me sirva de apoyo,
dejando caer la cabeza hacia atrás para que esté en la pared―.
Aparentemente no fue así.
―¿Lo quieres aquí?
Miro a Suze con ojos muertos. ¿Está hablando en serio ahora?
―De acuerdo, lo entiendo. Guarda los puñales ―dice ella―. ¿Qué 221
quieres hacer entonces? Puedo decirle al de seguridad que me ha
metido mano y hacer que lo eche ―dice ella, demasiado ansiosa por
ver cómo se desarrolla eso.
―Sólo quiero irme.
―De acuerdo ―dice, tirando de mí para abrazarme―. Pero tienes
que decirle la verdad. Ha venido hasta aquí. Dean merece saberlo.
―¿Merece saber qué?
Al oír la voz de Dean, Suze y yo nos separamos del abrazo, girando
nuestras cabezas hacia él. Me pregunto qué parte de nuestra
conversación ha escuchado. No da ninguna señal.
―No importa. Escucha, creo que he metido la pata al venir aquí.
Me voy a ir y los dejaré disfrutar de su noche. Felicidades, Iz. Sabía que
podías hacerlo.
Se da la vuelta y se aleja.
―Bueno, eso fue más fácil de lo que pensé que sería ―susurra
Suze.
He visto todo esto antes. Él atravesando una habitación llena de
gente para alejarse y darme lo que le pido, ignorando lo que quiere por
mí. Ver su postura decaída, escuchar la derrota en su voz me trae
tantos recuerdos. Lo menos que puedo hacer es hablar con él. Suze
tiene razón. Ha venido hasta aquí.
―¡Dean, espera!
Se da la vuelta con una expresión animada en su rostro.
―¿Qué estás haciendo? ―pregunta Suze, tirando de mí hacia
C. R. GREY

atrás cuando doy un paso hacia Dean.


―Es que... creo que hay muchas cosas de las que tenemos que
hablar.
―¿Quieres venir a mi hotel? ¿Para hablar? ―añade después de
echar un vistazo a la mirada de Suze, que podría matar.
―Estaré bien ―le aseguro, dándole un rápido apretón en la mano
para confirmarlo.
222
Por fin afloja su agarre y me suelta. Me muevo para estar junto a
Dean, intentando no tropezar mientras la habitación gira a mí
alrededor.
―Lidera el camino.
Capítulo Cuarenta: Dean
En cuanto veo a Buttercup, sé que está borracha. Apenas puede
salir sin caerse. Se las arregla, pero cuando un tramo completo de
escaleras nos separa de la salida, sé que no voy a correr ningún riesgo.
La levanto y la llevo en brazos las cuatro manzanas que separan el bar
de mi hotel. Es más fácil así.
―Vaya, Iz. Tranquila ―le digo cuando se desliza por la pared
mientras abro la puerta de la habitación del hotel. La atrapo antes de
que se golpee la cabeza contra el suelo y decido que la cama es el lugar
C. R. GREY

más seguro para ella. Al menos no puede abrirse la cabeza allí.


Inmediatamente se desploma, tratando de quitarse los zapatos sin
éxito. Al ver que Iz se frustra, me agacho y desabrocho la fina correa
que rodea su tobillo para liberar un zapato y luego el otro. Para cuando
termino, se ha bajado la parte superior del vestido y está jugando con
los ganchos de su sujetador sin tirantes. Antes de que tenga la
oportunidad de detenerla, lo tiene desabrochado y está tirando el
223
sujetador por la habitación.
―¿Qué? ―dice, con voz aguda―. No es que no hayas visto esto
antes ―hace un movimiento perezoso entre sus tetas―. Que sepas que
no voy a tener sexo contigo.
―Sí, no me digas.
Lo digo en voz baja, pero Iz tiene un súper oído cuando está
borracha.
―¿Qué? ¿No te acostarías conmigo ahora? ¿No soy lo
suficientemente buena para ti? ¿No lo suficientemente buena después
de la cara que tiene? ―pregunta, arrastrando las palabras.
―Ponte esto ―le digo, lanzándole una camiseta que saco de mi
mochila. Se la pone sobre el torso y se quita el resto del vestido―. Iz,
necesito que seas seria conmigo. ¿Por qué me has invitado aquí?
Se encoge de hombros como una niña, subiendo los hombros hasta
las orejas antes de dejarlos caer.
―Me ignoras durante meses y luego, cuando te estoy superando,
me llamas y dices que me echas de menos. ¿De verdad no recuerdas
nada de eso?
―Nop ―dice ella, dejando caer su P.
Suspiro, pasándome la mano por el pelo, antes de sentarme junto
a ella en el borde de la cama. Vaya, me siento como un idiota ahora. Ya
sé lo que va a decir a continuación, pero como soy un masoquista
empedernido, necesito que lo diga.
C. R. GREY

―¿Qué pasa entre nosotros, Iz?


―Nada.
―¿Acaso me quieres aquí? ¿O he conducido cuatro horas para
nada?
―Ya te lo he dicho, Dean. No pasa nada entre nosotros. ¿Me oyes? 224
―pregunta ella, pinchando mi pecho con cada palabra―. Un gran.
Gordo. Nada.
Sabía que eso iba a pasar. Después de obtener la reacción
exactamente opuesta que esperaba en el bar, esto no debería ser una
sorpresa. Pero sigue doliendo. Sin saber qué hacer, me siento y me
retuerzo las manos.
―¿Puedo hacerte una pregunta? ―pregunta ella, tumbada de
espaldas y mirando al techo.
―Claro.
―¿Qué habría pasado si, cuando apareciste esa noche, me
hubiera acostado contigo?.
―No lo sé.
―Entonces déjame preguntártelo así. ¿Me habrías dicho que te
habías acostado con otra persona de antemano?
No contesto. Yo era un imbécil entonces -digo como si fuera hace
años- y sé que no lo habría hecho. Me hubiera creído la mierda más
caliente teniendo dos mujeres que se me tiran encima la misma noche.
―¿Ves? ―dice con un hipo que le hace temblar todo el cuerpo―.
Por eso no hay nada entre nosotros. Ahora no. Ni nunca. Nunca podré
confiar en ti.
―Eso es mentira y lo sabes. Desde el momento en que entré por la
puerta, no hice nada malo. Todavía no lo he hecho. Estás enfadada
conmigo por algo que hice antes de estar juntos. Antes de que nos
conociéramos.
C. R. GREY

―Estoy enfadada porque como te rechacé, te fuiste a follar con


otra persona, y luego acabaste en mi cabaña diciendo lo mucho que te
importaba. Por eso estoy enfadada. Si realmente te importara, habrías
ido directamente a la cabaña y no habrías jodido por ahí.
―La he jodido, Iz. No sabía que me gustabas así hasta que me
dejaste cuidarte cuando te cortaste la mano. 225
―Ugh. Para.
―¿Qué quieres que te diga entonces?
―¡Nada! Quiero que te calles.
―Tú eres la que dijo que querías hablar.
―Sí. Hasta que volví a escuchar tu essssstúpida voz.
Lo que más deseo es enojarme y dar un puñetazo. Pero no lo estoy.
No siento nada. Una vez perdí a Iz. Fue una mierda, pero lo estaba
superando. Estaba saliendo con gente y pasándolo bien. Entonces ella
tuvo que llamar, y mi estúpido culo piensa que me echa de menos.
Debería haber sabido que probablemente también estaba borracha
entonces.
―Tuvimos una aventura. Déjalo así ―dice, devolviéndome a la
realidad.
―Tal vez para ti. Para mí, fue real. Te amé, Iz. Y me odio por ello
porque todavía lo hago.
―Tú no me amas ―me acusa―. No digas que lo haces cuando no
es así.
―Pero lo hago, Iz. Te amo.
―Deja de decir eso ―suplica, presionando sus manos sobre sus
oídos.
Sabías que esto pasaría. Siempre lo supiste. Nadie puede sobre
amarte, y mucho menos soportar estar cerca de ti. Eres tan patético.
Intento suplicarle que me escuche. Que escuche mi versión de la
C. R. GREY

historia, pero se empeña en bloquearme. Me encojo de hombros. No


hay razón para estar aquí entonces. Sólo estoy siendo un... ¿cómo me
llamó Suze? ¿Un simp5? Así es. Estoy siendo un simp para una chica
que no quiere saber nada de mí. Me levanto de la cama y agarro mi
mochila. 226
―¿A dónde vas?
―No te preocupes, joder ―digo―. Gracias por arrastrar mi
corazón por el barro. Otra vez. Ya he terminado.
Lo último que veo antes de salir de la habitación del hotel es el
rostro afligido de Isobel, su brazo extendiéndose hacia mí mientras se
mueve por la cama en mi dirección. Su boca se mueve, pero cierro la
puerta antes de que pueda oír lo que tenga que decir.
Estoy a mitad de camino hacia el ascensor cuando oigo a Isobel
gritar mi nombre.
―¡Dean! ¡Dean! Dean, espera.
Es imposible ignorarla. En primer lugar, porque es de madrugada y
grita como si aún estuviéramos en el bar con la música a tope. Pero
también por el pesar y la tristeza en su voz.

5 es un insulto que usan los jóvenes en broma cuando un chico está siendo amable con una chica,
generalmente para conseguir su atención o algo más
No la escuches. Sólo está jugando contigo otra vez.
Me doy la vuelta, siguiendo el camino del pasillo, y doy pasos de
gigante, dejándola atrás mientras doblo la esquina hacia el ascensor
que, por suerte, se abre en cuanto pulso el botón de llamada. Dentro,
golpeo el botón de cierre de la puerta en rápida sucesión, esperando
que me ayude a escapar de este infierno medio segundo antes.
―Dean, detente. ―ella dobla la esquina y está a centímetros. Tiene
la cara roja y manchada, con líneas de rímel negras. Verme en el
ascensor la lanza hacia mí―. Dean, yo no m...
Las puertas se cierran antes de que pueda acercarse más.
C. R. GREY

Por fin, algo de paz y tranquilidad.


La habitación del hotel está en el segundo piso, así que el viaje en
ascensor es rápido. Por un segundo, me preocupa que tome las
escaleras y me encuentre en el vestíbulo. Peor aún, temo que tome las
escaleras y se caiga y se rompa el tobillo. Qué idiota. Ella no te quiere.
Deja de preocuparte por ella. No eres un maldito simp. Cuando se abren 227
las puertas y no veo a nadie en el vestíbulo, salgo corriendo del hotel y
siento enseguida el escozor del aire frío en la piel. Pero no dejo que eso
me detenga.
Quiero volver a casa. Quiero estar en mi apartamento, en mi
cama, pero son cuatro horas de viaje y no estoy en condiciones de
ponerme al volante. Probablemente perdería el control del coche de
alquiler y me estrellaría contra un puente o caería en una zanja o algo
así. No puedo ir a casa, al menos no todavía, y no puedo ir a mi
habitación de hotel. Supongo que iré a dar un paseo.
El alegre tono de mi móvil resuena en mi bolso. Por supuesto, es Iz.
Rechazo la llamada, pero dos segundos después me devuelve la
llamada, con su cara junto al helado gigante que llena la pantalla de mi
teléfono.
Con la necesidad de alejarme de todo, tiro el teléfono contra el
escaparate de ladrillo que tengo al lado con tanta fuerza que se hace
añicos. Bien. Se acabó el regodearse en las fotos de nosotros o
mantener el teléfono encendido por si llama. ¿Quién hace esas cosas?
No Dean Kennedy, eso es seguro.
Resulta que tenía razón la primera vez. Sin relaciones. Sin
ataduras. A partir de ahora, me quedaré con lo que conozco. Es lo único
que se me da bien.
C. R. GREY

228
Capítulo Cuarenta y Uno: Isobel
Todo el progreso hacia la superación de Dean se va por la ventana
en cuestión de minutos. En un segundo, estoy con amigos pasándolo
bien y planeando el resto de mi vida. Al siguiente, me escoltan fuera del
hotel y me expulsan de por vida. Mientras me sacan, me dicen que son
un establecimiento familiar y que no ven con buenos ojos a las
trabajadoras del sexo. Por lo visto, mi falta de llave de la habitación y
mi aspecto de poca ropa hicieron que la gente pensara que era una
dama de la noche. Fue humillante, pero Suze, Mick y yo nos reímos
constantemente de ello. Incluso llegamos a cruzar la calle antes de
C. R. GREY

acercarnos al hotel, bromeando con que si me ven, llamarán a la policía


o algo así.
No puedo seguir insistiendo en lo idiota que me siento por haberlo
abandonado en primer lugar. Eso me lleva a pensar en que Dean me ha
dejado. Oírle decir que hemos terminado me duele. Más de lo que me
dolió a mí alejarme. Pero eso ya es cosa del pasado. Durante semanas,
me pregunté qué habría pasado si hubiera seguido el consejo de mi
madre y le hubiera llamado cuando estaba sobria. Pero no puedo
229
seguir jugando al juego de "Y si". No puedo pasar el resto de mi vida en
mi habitación, aferrándome a su camiseta.
**
Es hora de empezar de nuevo.
―Sé que el plan siempre fue que te fueras ―empieza Suze,
ayudándome a cargar la maleta en el taxi―, ¡Pero no pensé que fuera
tan pronto!.
―¡Lo sé! No tenía ni idea de que las cosas fueran a ir tan rápido.
Pero es bueno. Menos tiempo para asustarse, ¿sabes?
―Va a ser muy raro sin ti, pero estoy muy emocionada por ti.
Pongo los ojos en blanco.
―Suze, sólo me voy un par de días. Es sólo para una entrevista.
―Lo sé, pero serían unos idiotas si no te contrataran.
―Ya veremos. Hay muchos factores diferentes que entran en
juego.
―Será genial. Lo sé ―dice, y me abraza por última vez antes de
dejarme entrar en la parte trasera del taxi.
Si todo sale como quiero, las cosas serán definitivamente raras.
Hay que correr hacia las cosas que te incomodan. Eso es lo que dicen,
¿no? Las mariposas de mi estómago dicen que no, pero mi corazón dice
que sí.
Sigo diciéndome a mí misma que todo sucede por una razón.
C. R. GREY

230
Capítulo Cuarenta y Dos: Dean
Dicen que el tiempo cura todas las heridas.
¿Sabes lo que digo? Que a la mierda con eso.
Han pasado meses desde que Iz me dejó. Tres semanas desde que
yo la dejé. Estamos de vuelta a donde estaba en febrero. La mayor
diferencia ahora es que Ron, Tammy y Hailie no me dan la opción de
salir. Me obligan. Cuando volví de Portland con aspecto de adolescente
angustiado, me sacaron de mi apartamento y me llevaron a la bolera.
Luego al cine. Luego a casi todos los establecimientos de Valoid. Sin
C. R. GREY

embargo, estar ocupado no ayuda. Sigo pensando en Iz. Y hay una


parte tonta de mí que piensa que entrará por la puerta de la cafetería y
me dirá que me ama. Pero eso es una ilusión. Sé que nunca la volveré a
ver. Sólo tengo que seguir adelante. Otra vez.
En el trabajo, mantengo la cabeza baja y sólo hago cosas. Me
quedo hasta tarde la mayoría de los días, es decir, hasta que Jerry o 231
Ron me echan para poder irse a casa. Cuando estoy en mi
apartamento, suelo estar sentado. Hace un par de semanas compré un
televisor, pero eso sólo hace ruido de fondo a mis pensamientos, que
siempre vuelven a ella. Y me odio por ello. Sólo quiero superarla.
Olvidar que alguna vez sucedió. Olvidar meses de mi vida es mejor que
enfurruñarse como un puto estudiante de secundaria al que han dejado
a la semana de empezar su relación.
―Siento molestarte, Dean ―dice Hailie, tocando mi hombro―. Un
cliente quiere hablar contigo.
Si se tratara de otra persona que no fuera Hailie, habría intentado
disimular mucho menos mi molestia.
―¿Qué mesa? ―digo con un gemido.
―La tres.
―¿Dijeron de qué se trata?
―No ―dice ella, haciendo un pequeño contoneo en el lugar donde
se encuentra como si no pudiera esperar a que saliera.
Hailie es bastante animada, para empezar, pero ahora mismo,
prácticamente está rebotando en los dedos de los pies mientras de
alguna manera golpea su bolígrafo en el mostrador. Hablando de
coordinación.
―¿Por qué no puede ir Luke?
―Oye, no me tires debajo del autobús. Sólo estoy preparando el
día de hoy ―le responde.
―Ellos han preguntado específicamente por ti.
¿ELLOS? ¿Es un grupo entero de personas?
Intento asomarme por la ventana que separa la cocina del
C. R. GREY

mostrador, pero no puedo ver la mesa tres desde donde estoy. Sin la
ayuda de Hailie y sin una visión clara de la mesa, no tengo forma de
prepararme para cualquier tormenta de mierda que me espere ahí
fuera. No tengo ningún deseo de abandonar la comodidad de la cocina,
así que echo la cabeza hacia atrás, apretando los dientes, y gimo.
Entonces, siento un empujón a mi lado.
―¿Qué demonios, Hails?
232
―Tienes que ir a hablar con ellos ―dice, y sigue empujándome
hacia el comedor.
Dios. Juro que si es un grupo de chicas adolescentes tratando de
darme su número otra vez. O más turistas ancianos que se quejan de
que no entienden el especial de la cinta azul, me iré. Dejaré que Luke y
Hailie se defiendan en la parte de atrás.
No me muevo lo suficientemente rápido. Hailie sigue empujándome
hasta que atravieso la puerta y entro en el comedor.
―Ve ―susurra, poniéndose de puntillas y presionando contra la
puerta del otro lado para que no pueda volver a entrar.
De mala gana, atravieso el comedor hasta la mesa tres. Cuando
paso por la ventanilla de servicio, todos los cocineros, camareros y
camareras del reloj me miran con ojos ansiosos. Les hago un gesto de
desprecio al pasar por delante. Por qué buscan tanta alegría en mi
miseria, nunca lo sabré. Diré que si apuestan por si volveré a chasquear
con quien me ha sacado del trabajo, mi dinero está con los que
apuestan a que lo haría.
―¿Pasa algo con la comida? ―pregunto cuando llego al final de la
mesa tres.
Por suerte, hoy no tengo que lidiar con los dos tipos de personas
que menos me gustan, ya que sólo hay una persona en la cabina. ¿Pero
quién es? No puedo decirlo ya que se esconden detrás del menú.
―Sí, de hecho, a la tortilla de claras de huevo con tostada de
aguacate parece que le falta algo.
Mi corazón se detiene. Luego late el doble de rápido. Luego se
C. R. GREY

detiene de nuevo.
Conozco esa voz. La reconocería en cualquier parte.
Me digo que me calme. Que respire. Probablemente me estoy
imaginando cosas. Aun así, mi piel zumba de emoción.
―La última vez que lo comí ―añade, bajando por fin el menú―,
Sentí que estaba hecho con mucho más amor. 233
Me cuesta todo lo que puedo para no sacarla de la cabina y
envolverla en mis brazos. Ella está aquí. Sonriendo. A mí. ¿Pero por
qué? No importa. Ella está aquí. En Valoid. En la cafetería. Pero ella me
dejó. No me quería. ¿Por qué está aquí?
Nos quedamos así -ella sentada en la cabina y yo de pie al final de
la mesa- durante lo que parece una eternidad, mirándonos fijamente.
―Dean ―dice finalmente.
Es sólo una palabra, sólo mi nombre en sus labios, pero dice un
millón de cosas diferentes. Dice que lo siente, que me ama, que me
echa de menos, que se alegra de verme y que lo siente de nuevo. Eso es
lo que me rompe. No puedo soportar que siga habiendo espacio entre
nosotros, así que me agacho, la saco de la cabina, la rodeo con mis
brazos y la hago girar.
Como siempre, su cuerpo encaja perfectamente contra el mío.
―Dios, Iz. Pensé que nunca te volvería a ver.
―¿Significa esto que no me odias?
―¿Por qué iba a odiarte? ―pregunto, apartándome del abrazo
para estudiar su expresión pellizcada.
―Por la última vez que nos vimos.
Siento más curiosidad que enfado. ¿Por qué me dijo que fuera sólo
para rechazarme de nuevo? ¿Y por qué me persiguió como si su vida
dependiera de ello? Esas preguntas no me dejan dormir. Pero que no
esté enfadado por cómo terminaron las cosas, no significa que no esté
indeciso, más reservado ahora que antes, por lo que suelto a Iz y doy
unos pasos atrás.
C. R. GREY

―¿Qué haces aquí, Iz?


―No te lo vas a creer, pero acabo de hacer una entrevista en
QuantumCore.
Ese nombre me suena. ¿Por qué?
―Ya sabes... ―continúa―, la empresa tecnológica que está a
unos kilómetros de aquí.
234
―¿Te has entrevistado allí? ―pregunto, sin poder evitar la
ansiedad en mi voz.
―Alguien me avisó de que estaban contratando ―dice con voz
desenfadada, pero también modesta―. Bueno, me entrevistaron... y
me ofrecieron un trabajo.
¿Un trabajo? ¿Aquí?
―Entonces, ¿vas a trabajar aquí? ¿Vas a mudarte aquí?
¿Por qué tiene que meterse conmigo así? Tengo el estómago en la
garganta. Hace meses, la idea de que Iz se mudara a Valoid me daba
casi vértigo. Ahora, me aterra. ¿Voy a tener que ir a una tienda de
comestibles diferente? ¿Vendrá aquí por comida todos los días?
―Por eso estoy aquí. Quiero hacerlo. Pero quería asegurarme de
que te parece bien. Ya que probablemente nos veríamos.
Inspiro profundamente y suelto un suspiro exagerado.
―Si fuera demasiado raro, no sé cómo hacerlo ―dice―. Pero,
¿qué te parece?
―No sé qué decir. Coqueteas despiadadamente conmigo, me
enamoras y luego no quieres saber nada de mí. Ahora, ¿quieres
mudarte aquí? ¿A mi ciudad? ¿Dónde siempre te veré? ¿Y quieres
saber lo que pienso? ―Iz mira hacia otro lado, dejando que su pelo
rubio, más claro que antes, le cubra la cara mientras cruza un brazo
sobre el pecho―. Creo que serías una idiota por no aceptar el trabajo.
Su cabeza se levanta de golpe para que sus ojos amplios se
encuentren con los míos con un brillo.
C. R. GREY

―Entonces, ¿quieres que me quede?


Me quito la gorra y me suelto el pelo desgreñado y crecido. Hace
meses que no me corto el pelo.
Iz es un desastre. Un hermoso desorden. Siempre que está cerca,
mi vida se complica aún más de lo que ya es. Hace que mis emociones 235
se confundan y se vuelvan locas sin intentarlo. ¿Y quién puede decir que
no me dejará de nuevo? ¿Realmente quiero eso en mi vida? ¿Ese caos
andante?
¿A quién quiero engañar? Por supuesto que sí.
―Teniendo en cuenta que tenemos algunos asuntos pendientes y,
viendo que alguien me dijo una vez que me convertiría en un fantasma
si tenía asuntos pendientes, creo que tienes que quedarte.
―¿De verdad? ―pregunta con una sonrisa que crece en su rostro.
―De verdad.
Nos quedamos ahí un rato, sin saber qué hacer a continuación.
Tengo una pregunta que me muero por hacer, pero no estoy seguro de
cómo hacerla.
―He intentado llamar. Muchas veces. Quería avisarte de que iba a
venir, pero el número saltó al buzón de voz.
Eso tiene sentido. Nunca reemplacé mi teléfono.
―Sobre eso, mi teléfono se rompió hace un par de meses.
―Ya veo ―dice con una sonrisa omnisciente.
―Entonces, ¿realmente te vas a quedar?
―Me quedo.
―Y tú... ¿quieres... que salgamos?
―No.
Bueno, ahora sé la respuesta a mi pregunta. Al menos ahora no
tengo que preguntarla y parecer un idiota.
―Creo que deberíamos continuar donde lo dejamos ―añade,
haciendo que mi corazón se agite―. Si te parece bien.
C. R. GREY

―Bueno, entonces, Sra. Powell. ―la recojo en mis brazos y ella


chilla de emoción―. Parece que tenemos que ponernos al día.
―Así es, Sr. Kennedy.

236
Epílogo: Isobel
15 meses después
¿Quién iba a pensar que yo, Isobel Daisy Powell, aceptaría -no,
amaría- la vida doméstica? Todos esos años que pasé luchando contra
las relaciones y el amor desperdiciados. Bueno, no se han desperdiciado
exactamente. Sólo estaba esperando que llegara la persona adecuada,
supongo.
Cuando subí a ese avión sola, rumbo a Punta Cana, pensé que me
esperaba la peor semana de mi vida. Lo único que quería era terminar
C. R. GREY

mi trabajo de fin de carrera, obtener mi título y conseguir un trabajo en


el que cambiara el mundo. Lo que acabó ocurriendo fue que mi vida dio
un vuelco por culpa de Dean. En una semana, me hizo ver que hay
gente buena en el mundo. Gente que me ama y se preocupa por mí.
Sólo tenía que darles la oportunidad. Y, cada día desde que me mudé a
Valoid, ha dejado ese punto más y más claro.
Mi traslado a Valoid mató dos pájaros de un tiro. Conseguí el tipo y
el trabajo. Por ejemplo, estoy volviendo a nuestro apartamento tras 237
regresar de un viaje de dos semanas a Singapur para comprobar el
progreso de las soluciones agrícolas que establecimos hace seis meses.
Dean y yo intentamos tomarnos las cosas con calma al principio,
pero acabamos pasando más noches juntos que separados. Parecía un
extraño retroceso pasar de ser desconocidos y compartir una cabaña
de una sola habitación a salir juntos y vivir a diez minutos de distancia.
Al mes de empezar nuestra relación, trasladamos mis cosas de mi
residencia universitaria en QuantumCore al apartamento de Dean. Sin
duda, una de las mejores decisiones de mi vida, no muy por detrás de ir
de viaje sin Suze hace casi un año y medio.
―Oh, no ―jadeo, deteniéndome frente a la casa de estilo cottage
por la que paso todos los días al ir y venir del trabajo.
Esta casa está sacada de un libro de cuentos. Con su valla de
hierro forjado que rodea el jardín más mágico de arbustos y árboles
monocromáticos con contrastes de salpicaduras brillantes de
hortensias rosas, azules y blancas, lavanda real y vívida, y delicadas
gardenias. En el centro hay una mesa de hierro y sillas. Cuando vi que
estaba a la venta hace un mes, estuve a punto de pujar por ella. Sin
embargo, no podía hacerlo sin hablar primero con Dean.
―¿Has visto que esa adorable casita de la que estoy locamente
enamorada en la calle Wilson está en venta? ―ensayé decir durante la
cena.
Nunca se lo comenté, y no importa ahora porque el malvado cartel
rojo de VENDIDO se burla de mí. Ah, bueno. Nuestro apartamento no
tiene nada de malo.
C. R. GREY

Y, si quisieras la casa, le habrías dicho algo a Dean en lugar de sólo


pensarlo.
El resto del camino de vuelta al apartamento es sombrío. Incluso
sin haber dicho nada, realmente me hubiera gustado vivir en esa casa.
Pero la emoción sustituye a todos los sentimientos solemnes en el
momento en que atravieso la puerta y veo a Dean esperándome con un
ramo de flores en la mano. Quería recogerme en el aeropuerto, pero le
238
dije que no lo hiciera. Tenía que hacer algo de trabajo antes de ir a casa
y no quería aburrirlo. Peor aún, no quería que me distrajera del trabajo.
―Bienvenida a casa, amor ―dijo, entregándome las flores y
besándome―. Te he echado de menos.
―Yo también te he echado de menos ―digo, sonriendo contra sus
labios.
―¿Qué tal Singapur?
―Uf, muy bien. Todo va de maravilla. Incluso nos hemos
adelantado a lo previsto.
―Bien. ¿Eso significa que te tengo toda para mí por un tiempo?
―Sí. Se acabaron las noches de trabajo y los viajes de una semana
durante un par de meses. ―Dean no dice nada al principio, así que
bromeo con él―. ¿Qué se supone que voy a hacer ahora con todo este
tiempo extra?
―Creo que tengo algunas ideas.
―¿Ah, sí? ―pregunto, acercándolo, pero se tensa y se aleja. Me
quedo de pie con los brazos rodeando su figura fantasma antes de que
caigan a mi lado―. De acuerdo. ¿Qué pasa con eso?
―Tengo que confesarte algo, Iz. He hecho algo sin que lo sepas.
Algo bastante grande que sé que te va a asustar.
Bueno, eso no es lo que quieres escuchar segundos después de
llegar a casa.
―Sólo escúchame, ¿de acuerdo? No te enfades.
Mi mente va a todos los posibles escenarios del peor caso. Me lo
imagino dejando entrar a otra persona en el apartamento y pasando el
C. R. GREY

tiempo en nuestra cama. O que salga y se gaste todo nuestro dinero.


Sea lo que sea, la cara pálida de Dean me dice que no es bueno. Tengo
que sentarme, así que saco el taburete de la encimera de la cocina y
me siento. Esto no es lo que quería tratar al llegar a casa.
―Dilo de una vez ―digo, tratando de estabilizar mi mano
temblorosa en mi regazo.
Incapaz de mirarlo, al principio no me doy cuenta de que se va. No 239
es hasta que vuelve del dormitorio con las dos manos a la espalda, de
pie al otro lado de la isla, cuando me doy cuenta de que se ha ido.
―Elige una mano ―dice.
―¿Qué?
―Elige una mano. ¿Cuál quieres primero?
―Dean, no quiero jugar. Sólo dime lo que hiciste.
―Entonces elige una mano.
Pongo los ojos en blanco y suspiro. No estoy de humor para hacer
esto, pero le sigo el juego de todos modos.
―Derecha ―digo, desinflada de toda energía.
Él esboza esa sonrisa de oreja a oreja que ni siquiera ahora puedo
odiar, y luego desliza una pila de papeles por la isla hacia mí. Le doy la
vuelta, pero no tiene mucho sentido.
―¿Dean? ¿Qué es esto?
Vuelvo a mirar y me fijo en la parte superior, solo para asegurarme
de que mis ojos no me están jugando una mala pasada. En la esquina
superior hay una foto de la casa de estilo cottage que me encanta.
Luego hay un montón de palabras, números que indican el importe del
préstamo, el tipo de interés y el importe de la cuota mensual.
―¿Esto es? ¿Es esto lo que creo que es? ―pregunto, pasando de
puntillas por la pregunta que quiero hacer en caso de que no haya
comprado la casa de mis sueños.
―Es nuestra nueva casa. ―Me quedo sin palabras. ¿Cómo lo ha
C. R. GREY

hecho? ¿Cuándo lo ha hecho? Por suerte, Dean continúa―. Te atrapé


buscándola en Zillow sólo ocho docenas de veces. Cuando salíamos,
ibas a propósito por la calle Wilson para que tuviéramos que pasar por
ella. Siempre hablabas de lo bonito que es y de cómo la mesa es
perfecta para el café de la mañana. No me costó mucho darme cuenta
de que te encantaba la casa. Así que la compré. 240
―Mierda. Dean. ¡Dean!
Me levanto de un salto para abrazarlo, pero él se mueve para
quedarse en el lado opuesto de la isla al mío.
―Todavía tengo algo más para ti ―dice, un poco más suave y
reservado esta vez.
Mi corazón se estremece al verlo así.
―La mano izquierda ―digo, sin aliento.
Antes de revelar lo que hay detrás de su mano izquierda, Dean se
acerca a mí. Con su mano derecha, toma mis dos manos entre las
suyas. Luego, sin previo aviso, se arrodilla.
―Isobel, has puesto mi mundo patas arriba en tan poco tiempo.
Yo era una mierda cuando nos conocimos. No merecía ni siquiera
mirarte, pero por alguna razón me dejaste quedarme contigo cuando
fácilmente podrías haberme echado y dejarme morir en la nieve.
Durante esa semana, me cambiaste. Hiciste que quisiera ser una mejor
persona, no para mí, sino para ti. Quería ser el tipo de persona que
merecía estar en la misma habitación que tú.
»Lo raro es que pensaba que mi vida era perfecta antes de
conocerte. Que tenía todo lo que podía desear. En el momento en que te
vi, supe que estaba equivocado. Intenté fingir que no sentía nada por ti.
Intenté coquetear y nada más, pero cuanto más luchaba, más me daba
cuenta de que estaba librando una batalla perdida. No me haces la
vida fácil, pero definitivamente la haces interesante.
La piel de gallina cubre mi cuerpo. ¿Está sucediendo esto
realmente?
C. R. GREY

―Supongo que lo que intento decir es que, antes de conocernos,


nunca quise casarme. Nunca quise vivir con alguien. Pero todo eso
cambió en el momento en que confiaste en mí para cuidarte. Desde ese
día, me prometí ser la mejor persona posible, esperando que me dieras
una oportunidad. Lo hiciste, y no puedo esperar más para darte todo lo
que quieras. Estoy listo para empezar una nueva aventura contigo en
una nueva casa. Así que... 241
Dean saca su mano de la espalda para revelar una caja negra
idéntica, pero más pequeña, a la pulsera de oro que me dio. No podía
soportar quitármela, ni siquiera cuando nos separamos. Con cuidado,
suelta mis dedos de su mano y utiliza su mano libre para abrir la caja.
Dentro está la cosa más bonita que he visto nunca. Es sencillo e
impresionante... exactamente lo que me acabo de dar cuenta de que
siempre quise. La banda de oro macizo del anillo hace juego con mi
pulsera, y en el centro hay un diamante brillante que resplandece
incluso en nuestro oscuro apartamento.
―...Isobel Daisy Powell, ¿quieres casarte conmigo?
―Sí.
Laetitia/n: 1). Felicidad, alegría, deleite, euforia.
2). Cada segundo que estoy con Dean.
FIN
Agradecimientos
Se necesita un pueblo para llevar algo de principio a fin. Cuando se
escribe una novela, esto es especialmente cierto. He recibido
innumerables apoyos a lo largo de todo el proceso de escritura, y quiero
aprovechar este momento para dar las gracias a todos los que me han
ayudado.
En primer lugar, me gustaría agradecer a Bitikcreative el diseño de
la portada más bonita de My Funny Valentine.
C. R. GREY

A continuación, quiero dar las gracias a los miembros de mi grupo


de escritura: Lana, Lexie, Mackenzie y Sara. Las cuatro han jugado un
papel muy importante desde la primera vez que compartí esto. Fueron
lo suficientemente valientes como para leer los primeros borradores de
capítulos que nadie debería haber visto. Por eso, les estoy eternamente
agradecida. Las cuatro me han dado un feedback y una inspiración
increíbles durante los dos últimos años que me han ayudado a llegar
hasta aquí. Y, sinceramente, si no hubiera sido por ustedes, 242
probablemente no habría quemado este manuscrito hace años.
También tengo que dar las gracias a mi increíble compañero,
Jacob, por su constante estímulo. Siempre ha sido mi mayor sistema de
apoyo. Entre aguantar mis locos hábitos de escritura y ayudarme a
mantener la cordura, te mereces una medalla de oro. Gracias por todo
lo que haces por mí. Sin ti, habría abandonado este sueño de escribir
hace años.
Y, por último, un enorme saludo a todos los que están leyendo esto.
EL SONIDO de My Funny Valentine
Sumérgete en el mundo de Valoid, Vermont, escuchando la banda
sonora no oficial de My Funny Valentine:
“Fix You” by Joseph William Morgan

“Future Lover” by Local Natives

“Out of My League” by Fitz & The Tantrums

“Live, Learn, Let Go” by Go Radio

“Over the Rainbow” by Judy Garland


C. R. GREY

“This Side of Paradise” by Coyote Theory

“The Promise” by When In Rome

“Valentine” by Suki Waterhouse

“Can We Kiss Forever?” by Kina [Feat. Adriana Proenza]

“Earth Angel (Will You Be Mine)” by The Penguins

“Unchained Melody” by The Righteous Brothers

“Can’t Help Falling in Love” by Elvis Presley 243


“If You Leave Me Now” by Chicago

“True” by Spandau Ballet

“I Wanna Dance with Somebody (Who Loves Me)” by Whitney Houston

“Shut Up and Dance” by WALK THE MOON

“My Funny Valentine” by Frank Sinatra

“Someone to Stay” by Vancouver Sleep Clinic

“Love Me” by Smeyeul. & Galvanic [Feat. Haux]

“Stay” by Rhianna [Feat. Mikky Ekko]

“All I Want” by Kodaline

“Make You Mine” by PUBLIC


Sobre la autora
De día, C.R. Grey es una redactora profesional que escribe
varios tipos de contenidos sobre el automóvil. Por la noche, crea
personajes dignos de ser desmayados y un mundo perfecto para
escapar de la realidad. Cuando no está escribiendo, puede encontrarla
leyendo, viendo películas o construyendo LEGO®. Ella y su pareja están
ahorrando para comprar una casa en los suburbios de Filadelfia,
Pensilvania, con sus tres gatos llenos de personalidad: Toby, Maggie y
Kassie.
C. R. GREY

244

También podría gustarte