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Mi gran boda millonaria
Katy Evans

Traducción de Eva García


Contenido

Portada
Página de créditos
Sobre este libro

La hora de la verdad
Una deuda de medio millón de dólares
La audición
Pánico
Sobrevivir a la primera fase
Sí, queremos
Perdidos en el maizal
Primer puesto fronterizo
Francés en la oscuridad
«Langosta» de recompensa
Aislados por la nieve
En cabeza
Confianza
Dulce como la miel
Aloha, Hawái
Más allá de los Siete Lagos Sagrados
Línea de meta
El mundo real
Encuentro a escondidas
Final
Seguir adelante
Epílogo

Agradecimientos
Lista de reproducción
Sobre la autora
Página de créditos
Mi gran boda millonaria

V.1: diciembre de 2021


Título original: Million Dollar Marriage

© Katy Evans, 2019


© de la traducción, Eva García Salcedo, 2021
© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021
Todos los derechos reservados.
Esta edición se ha gestionado mediante un acuerdo con Amazon
Publishing, www.apub.com, en colaboración con Sandra Bruna Agencia
Literaria.

Diseño de cubierta: Letitia Hasser

Publicado por Chic Editorial


C/ Aragó, 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
chic@chiceditorial.com
www.chiceditorial.com

ISBN: 978-84-17972-44-8
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de
los titulares, con excepción prevista por la ley.
Mi gran boda millonaria
Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea…

Nell necesita dinero para pagar su préstamo universitario y Luke para


salvar su bar, así que se apuntan a un reality donde pueden ganar un millón
de dólares. Las reglas son sencillas: deberán casarse, aunque no se
conozcan de nada, y competir contra otras parejas en retos por todo el país.
Ah, y está prohibido enamorarse. Parece fácil, Nell y Luke no podrían ser
más diferentes, pero ¿podrán respetar las reglas?

Una novela adictiva de la autora best seller de las series Real y Pecado

«Una historia de amor moderna con emociones auténticas. ¡Un libro muy
recomendable!»
Harlequin Junkie
A la vida, experta en desgarrarnos
cuando necesitamos madurar.
Era un matrimonio de pega.
O, al menos, esa era la idea…
La hora de la verdad
17 de diciembre

Nell

Tengo ganas de vomitar.


Es la final en directo que todo el país ha estado esperando. El plató está
repleto de periodistas y las cámaras nos enfocan. Se disparan los flashes, y
mi futuro pasa ante mis ojos a la misma velocidad.
Todo depende de lo que ocurra en la próxima hora. Podríamos
responder en un segundo, pero ahora no. Sé que el presentador se va a
enrollar hasta la saciedad. Un resumen con los momentos más
conmovedores de la temporada, entrevistas a los concursantes, actuaciones
de «invitados famosos especiales» que también son fans del programa.
Cada detalle está pensado para crear emoción hasta que llegue la hora
de la verdad.
La gente en este plató, los trece millones de espectadores que nos ven
en sus casas, todos esperan en vilo la respuesta a una única pregunta.
¿Sí… o no?
Ojalá pudiéramos responder y acabar de una vez.
Está muy cerca, pero también podría estar a millones de kilómetros.
Entrelazando sus dedos con los míos, saluda a la multitud que corea
nuestros nombres. No le sudan las palmas de las manos. Echo un vistazo a
sus facciones marcadas y a su sonrisa relajada y se me hace un nudo en la
garganta.
No me extraña que todo el mundo esté enamorado de él, ni que haya
sido el favorito de los fans desde la primera semana.
Ya está. Es el final. O quizá…
Lo miro y le digo:
—Luke… Yo no…
Niega con la cabeza con gran disimulo.
—No pasa nada —murmura mientras me acaricia la palma de la mano
con los dedos—. Respira, Penny. Respira.
Eso hago. Pero aire no es lo único que necesito ahora mismo para
recomponerme.
Hemos pasado por muchas cosas, más de lo que la mayoría de las
parejas vivirán en toda su vida.
Y ahora estamos a punto de tomar la decisión que determinará nuestro
futuro.
Me resulta extraño pensar que hace siete meses ni siquiera conocía a
Luke Cross. Y que hace tres meses lo odiaba. Pero en algún momento las
cosas cambiaron.
En algún momento de esta aventura de locos que hemos representado en
televisión para que la vea todo el mundo hice lo que me prometí a mí
misma que nunca haría.
Ni siquiera sé cómo pasó, pero, cuando vuelvo la vista atrás, me parece
que era inevitable. Como si no hubiera podido impedirlo siquiera, aunque lo
hubiera intentado.
Pero que tuviese que pasar no significa que vaya a durar eternamente…
Una deuda de medio millón de dólares
Nell

Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Seguro que voy a ser la primera
persona a la que echen. Si es que aquí se echa a la gente. No veo la tele, así
que no tengo ni idea de cómo funcionan estos concursos.

—Confesionario de Nell, día 1

Siete meses antes

Me encuentro tumbada en el suelo del salón, en mi piso a las afueras del


campus. Creo que me va a dar un infarto.
Courtney entra y me observa mientras hago un mohín. Me da un
toquecito con la punta de sus zapatos planos.
—¿Tan mal?
Entonces, repara en el sobre roto y en el extracto bancario doblado en
tres partes que descansa encima de mi abdomen.
Sabe a ciencia cierta qué época del año es y lo que eso significa.
Y sí, también sabe que, en efecto, las cosas van mal.
Pero en los últimos años se me ha dado muy bien vivir negándome a
aceptar la realidad, y he ignorado el hecho de que el día del juicio final se
acercaba cada vez más. El día en que me salpicaría la mierda.
Y no hay duda de que ese día ha llegado.
—No puedo respirar —gimo—. Me muero.
Courtney va a la nevera y coge un racimo de uvas.
—Mmm… Si te mueres, ¿se hará cargo alguien de tus préstamos
estudiantiles?
Me incorporo y la miro con el ceño fruncido, pero solo durante un
segundo, porque de pronto vuelvo a sentirme débil. Quizá me estoy
poniendo enferma. Me tumbo y me quedo mirando la vieja araña de cristal
cubierta de polvo de nuestro piso de mierda. El piso de mierda que elegí
para ahorrar dinero. Ni que hubiese vivido a cuerpo de rey todos estos años.
¡Joder, me he contenido!
Courtney se agacha a recoger la carta.
—¡Quinientos mil dólares! ¡Guau!
Dios. Oírlo en voz alta solo hace que la deuda me parezca más
imposible de afrontar. Empujo el culo contra el suelo con la esperanza de
que me trague.
—¿Cómo he acabado así?
Courtney se da golpecitos en la barbilla.
—No sé. ¿Quizá porque no has trabajado desde que te graduaste en la
universidad hace cuatro años?
Me incorporo y la miro a los ojos. Mi mejor amiga, Courtney, se
especializó en educación, se sacó el título en Emory a la vez que yo y tiene
un buen trabajo. No gana un dineral, pero al menos lo suficiente para
devolver el préstamo estudiantil cada mes, y no tiene que pagar su parte
proporcional del alquiler con la tarjeta de crédito como yo. Y encima puede
permitirse pequeños lujos como…
Courtney se da cuenta de que estoy mirando su Frappuccino helado de
vainilla y me lo ofrece. Le doy un sorbo con avidez.
—Ay, pobre.
Cruzo las piernas como los indios.
—¿Cómo esperas que consiga trabajo si aún estoy intentando acabar el
doctorado?
Se ríe.
—En literatura comparada. Ni siquiera sé a qué clase de trabajo puedes
optar con ese título. Dijiste que no querías ser profesora en la universidad.
—Y es verdad. —Pero eso no significa que no lo haría si pudiera. La
verdad es que enseñar parece divertido, pero el mero hecho de pensar en
dirigirme a una sala llena de estudiantes universitarios hace que me pique
todo. Odio exponerme de esa forma—. Sin embargo, me he graduado con
matrícula de honor en todas las asignaturas. Hay muchos puestos de trabajo
disponibles para alguien con mi educación.
Quizá me esté engañando a mí misma. Mientras me sacaba la carrera no
pisé ni una vez el despacho del consejero de carreras. No he movido un
dedo para mejorar mi currículum. Yo estaba la mar de bien mientras
ampliaba mis estudios en la Universidad Emory: primero, el doble grado en
Filosofía e Historia del Arte, luego, el máster en Antropología y, por último,
el doctorado. Eso es porque Penelope Carpenter siempre termina lo que ha
comenzado. Cuando era pequeña, les pregunté a mis padres hasta dónde
podía llegar en mis estudios y cursé las asignaturas que me interesaban para
alcanzar mi objetivo. Dije que iría a por todas, y lo he cumplido, aunque a
mi manera.
Estoy hecha para llegar lejos. El problema es que he ido acumulando
algunas deudas por el camino.
Madre mía, me aterra el mundo real. Donde destaco y estoy a gusto es
en clase. Los libros son mi refugio. En cambio, la vida es todo menos eso.
Puf, solo de pensarlo ya noto que me salen ronchas en la cara.
Ojalá me quedase algún título por sacarme. Un super doctorado. ¿Y si
empiezo el doctorado en jurisprudencia, de modo que pospongo aún más el
día del juicio final?
—Vendrás el jueves a la graduación, ¿no? —le pregunto.
Ella se quita la americana.
—Pues claro, doctora.
Le sonrío. Perfecto. Me cuesta hacer amigos, así que ella es lo más
parecido a una familia que tengo en Atlanta. El resto de mis parientes están
en Nueva Inglaterra y viven a lo grande. Y no, me dejaron bastante claro
que, si quería ir a una universidad que no fuese Harvard, los gastos
correrían de mi cuenta, y así ha sido: he asumido los costes—a duras penas
— a base de dar clases particulares aquí y allá. Mi padre llegó a donde está
ahora por sus propios medios y quiere que sus hijos hagan lo mismo. Firmó
como garante de la tarjeta de crédito y del contrato de alquiler del piso, pero
espera que se lo devuelva todo cuando pueda reunir el dinero. Mi madre
piensa que estoy cometiendo un grave error al sacarme títulos sin parar y no
duda en recordármelo cada vez que puede. Mi padre ya me ha avisado de
que, cuando se muera, mi herencia irá a Harvard, su alma mater, así que ni
siquiera les he invitado a la graduación. Aunque tampoco es que fuesen a
venir.
Levanto la hoja por una esquina como si estuviese sucia y la dejo caer al
suelo.
—¿Crees que Gerald irá?
Courtney resopla.
—No.
—Pero…
—Nell. El tren Gerald no solo ha salido de la estación, sino que ya está
en otro país y se aleja de ti cada vez más rápido.
Eso, Nee, tú no te cortes. Pero sí. Ya lo sabía. Aun así, siempre
mantengo la esperanza en sus ojazos azules. Antes de conocerlo nunca me
había interesado especialmente ningún chico, pero no dejaba de
encontrármelo en la biblioteca. Acabó pidiéndome que estudiásemos juntos
y llevo colada por él desde entonces. Es monísimo, practica esgrima,
entiende de vinos y ama el arte y la música clásica. En definitiva, es el
hombre de mis sueños.
También trabaja como interno en el Hospital de Niños de Atlanta y está
prometido con una Barbie que estudia medicina. Hace nueve meses que
rompimos. Lo normal sería que, a estas alturas, ya hubiese pillado la
indirecta y hubiese dejado de enviarle mensajes todas las semanas.
Eso sería lo que cualquier chica con dos dedos de frente haría.
Pero no Nell Carpenter, que lo único que tiene es una deuda tan enorme
como un agujero negro.
Me pongo de pie, tiro el extracto de mi préstamo estudiantil a la basura,
me envuelvo en mi manta más calentita y, hecha polvo, me desplomo en el
sofá.
Courtney me mira con pena.
—Cielo… ¿Sabes qué? Esta noche echan Solteros de oro en la tele.
¿Qué tal si me cambio, calentamos una pizza congelada y lo vemos juntas?
Así podemos burlarnos de lo patéticos que son todos los concursantes.
Ni siquiera contesto. Ella sabe que nunca veo esas cosas ni como nada
congelado. Mis maneras de entretenerme incluyen leer, escuchar música
clásica, practicar con mi arpa y limpiar la casa. Además, cuido mi
alimentación. Algunos consideran que tengo TOC, pero no es verdad. Solo
soy exigente conmigo misma.
Cuesta creer que hayamos durado tanto como compañeras de piso. Por
suerte no es una completa vaga. Courtney es una de las pocas personas que
puede soportar mis rarezas; por una parte, porque el trato con ella es
bastante fácil, y, por otra, porque no le quedó más remedio. En nuestro
primer año en Emory nos vimos obligadas a compartir cuarto y, desde
entonces, hemos vivido siempre juntas. Cuando digo que me cuesta hacer
amigos, miento. En realidad, ni siquiera lo intento. Que sí, que serán
importantes, pero siempre he dejado claro que mi prioridad son los estudios,
por lo que nunca he salido de fiesta ni cotilleado con nadie o frecuentado la
sala común. Pero parecía como si no me hubiera quedado otro remedio que
hacerme amiga de Nee, como si el hecho de estar tan cerca y compartir una
habitación diminuta lo dictase. Los primeros meses hasta me resistía, pero
Courtney es encantadora y está llena de vida. Siempre cae bien a todo el
mundo. Con el tiempo, acabamos yendo al comedor y estudiando juntas y
nos hicimos mejores amigas.
—Vale. Yo voy a comer pizza mientras veo la tele. Tú deprímete ahí
sentada si eso es lo que quieres.
Y eso hago. Me hago un ovillo y lloriqueo sin consuelo mientras ella
coge una Coca-Cola Light y una pizza congelada y se sienta a mi lado a ver
el programa de mierda. Trato de ignorarlo, pero al final el millonario
macizo acaba por llamarme la atención. Sobre todo cuando veo que una
noche se va con una chica a que les den un masaje en pareja y a la siguiente
se mete en el jacuzzi con otra.
Miro la pantalla con los ojos entornados cuando empieza a liarse con la
segunda chica en la bañera de hidromasaje.
—Qué majo. ¿Cómo puedes ver esa bazofia?
Está enganchadísima; solo un holocausto nuclear conseguiría despegarla
de la tele.
—Está muy bueno.
—Y es gilipollas.
Continúa viendo el programa sin que eso le importe. Se le cae la baba.
Tiene un novio adorable y maravilloso que la trata como a una reina y, aun
así, suspira por el gilipollas este.
Entonces, empiezan los anuncios y se va a hacer palomitas en el
microondas. Me estiro y pruebo la pizza. Puaj. Hasta el cartón sabe mejor.
Mientras vuelvo a poner la cabeza sobre la almohada, algo en la pantalla me
llama la atención y hace que me detenga; me caen churretes de falso queso
por la barbilla.
—¡Llamada para todos los habitantes de Atlanta de entre veinticinco y
cuarenta y nueve años! ¿Te apetece ganar un millón de dólares? Acude a las
audiciones para nuestro nuevo y exitoso reality: ¡Matrimonio por un millón
de dólares! ¿Tienes una personalidad única y espíritu aventurero y arrasas
por donde pasas? ¡Pues reúnete con nosotros en el Centro de Convenciones
de Atlanta el quince de mayo entre las doce y las cinco!
Miro la tele con tanta atención que me olvido de parpadear.
—Eh, ¿te has comido mi pizza? —grita Courtney desde la cocina.
Me limpio el queso de la barbilla y señalo la pantalla.
—¿Eso de qué va?
—¿El qué?
—Las audiciones… ¿Para qué son?
Courtney se deja caer en el sofá con un bol de palomitas enorme.
—¡Ah, sí, eso! ¡Qué ganas! Joe y yo vamos a ir. Llevamos meses
planeándolo.
Estoy confundida.
—¿Vosotros?
—Sí. Han estado haciendo audiciones por todo el país. Pero… —añade,
aunque se detiene al darse cuenta de que ya me estoy imaginando cosas—.
No te hagas ilusiones, Nell. En serio. Si crees que Solteros de oro es cutre,
Matrimonio por un millón de dólares hará que te explote la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque a la gente —la gente normal que no parece que tenga un palo
metido por el culo— le gusta lo cutre. Lo devoran. Y te aseguro que esto
será tres cuartos de lo mismo. Que sí, que es un programa nuevo y todo lo
que tú quieras, pero se rumorea que la premisa es superdiferente.
No profundiza más.
—Superdiferente en plan… —No completa mi frase—. ¿A qué te
refieres? El primer premio es un millón de dólares y yo tengo deudas.
Vendería mi alma por ese dinero.
Courtney se ríe a carcajadas durante un buen rato.
—Ay, no, Nell, no. Esto no es para ti. Ya lo has oído: es solo para
aventureros.
—¿Y?
—¿Cómo que «y»? —Me mira como si fuese evidente—. Si para ti
ordenar el botiquín ya es una locura.
Se me desencaja la mandíbula.
—Qué va. —Bueno, vale, quizá sí. Una vez encontré un par de pastillas
que no había visto nunca—. Además, ¿quién te crees tú? ¿Indiana Jones? Ni
que fueras doña aventurera. Además, piden personalidades únicas.
Se encoge de hombros.
—Eso lo tienes seguro. Pero aun así… ¿En serio estarías dispuesta a
salir por la tele y dejar que todo el mundo viese lo que haces en cada
momento?
—Supongo que por un millón de dólares sí. Venga, ¿no puedo
acompañaros?
Le pongo ojos de cordero degollado.
—Pues… —Mira la tele—. Quince de mayo. ¿Sabes que es el día de tu
graduación?
Cierto.
—Sí, pero las audiciones son de doce a cinco y la graduación no es
hasta las siete. ¿Qué hay de malo en que vaya contigo a echar un vistazo?
Me observa con indecisión.
No entiendo por qué se muestra tan reacia. Por lo general, siempre está
dispuesta a participar en este tipo de planes.
—Venga, Nee, porfa, que necesito el dinero.
La llamé Nee una vez porque pensé que era mono y gracioso, y nos
reímos tanto que he seguido usando ese apodo hasta hoy. Desde entonces
somos Nee y Nell.
—Vale, puedes venir. Pero como pongas los ojos en blanco o me digas
que es una chorrada una sola vez, te voy a mandar a la mierda.
—¡Yupi! —La abrazo—. Me muero de ganas.
—Mi niña —dice mientras me da palmaditas en la cabeza como si fuese
un perro labrador—. Te aseguro que no. Ni te imaginas la que te espera.

Luke

Solo quiero decir una cosa: adelante. Estoy abierto a lo que sea.
—Confesionario de Luke, día 1

Se respira un ambiente animado en el bar de Tim. Todo el mundo está


de pie, con los ojos pegados a las pantallas de las esquinas.
Por el aspecto de esta multitud, se podría decir que a mi humilde
negocio no le va nada mal.
Pero las apariencias engañan.
Solo han venido a animar a Jimmy Rowan, la leyenda, que estrena
nuevo espectáculo en YouTube. Aquí es donde empezó. Donde consiguió
seguidores. Donde dejó huella. Y también donde conoció a Elizabeth
Banks, la rica con la que ha estado saliendo los últimos seis meses.
Jimmy gestiona todos sus negocios desde mi bar, hasta el punto de que
uno de los reservados en la parte de atrás es su despacho. Se ha pasado la
última media hora ahí, haciendo Dios sabe qué con ella. Le lanzo una pajita
de plástico por encima de la barra, y se da la vuelta.
—¿Estás listo?
Se levanta sin soltar la mano de Lizzy, que me sonríe de oreja a oreja.
—Se trata de James. Nació preparado —asegura, y lo mira—. ¿No es lo
que dices siempre?
Él le sonríe y asiente.
—Sí. Exacto. —Se frota las manos—. Eh, ¿estás bien?
Asiento con la cabeza. De puta madre.
Se vuelve hacia su público y carraspea.
—¡Chicos! Os presento el estreno mundial de la hazaña que grabamos
en Oahu. Lo subiré a mi canal este fin de semana.
Jimmy no ha cambiado nada desde que empezó a salir con Lizzy. Sin
embargo, consiguió el capital que necesitaba para expandir su canal de
YouTube y llegar a rincones mucho más exóticos. Mentiría si dijera que no
estoy un poco celoso. Antes de que apareciese Lizzy, Jimmy y yo íbamos
por el mismo camino: crecimos en las calles más duras de Atlanta y
estábamos destinados a vivir el resto de nuestras vidas aquí y ser enterrados
aquí. En cambio, ahora Jimmy se va por ahí de aventuras cada dos semanas
mientras que yo ni siquiera he salido del estado. Además, pese a lo
diferentes que son él y Lizzy, ella le hace tanto bien que casi me hace creer
en el amor.
Casi.
Enciendo el Blu-ray y le doy al play. La pantalla pasa del negro a
mostrar una imagen de Jimmy con casco en el cráter de un volcán.
Todos le vitorean. Es el héroe del barrio.
Un tío al que no había visto nunca me llama la atención.
—¿A esto le llamas whisky? ¿Tú qué haces, le echas agua a esta
mierda?
Lo miro con severidad.
—Vete a otro sitio.
—Sí, te lo aseguro, pero no voy a pagar por esta mierda.
Entonces pierdo los estribos, aunque en realidad mi agitación se debe a
la llamada que he recibido esta tarde. Cojo el vaso de chupito que estaba
limpiando y lo estampo contra la barra. Se hace añicos en mi puño.
Jimmy me mira estupefacto. Lizzy también.
Acto seguido, Jimmy se encara con ese tío.
—Lo vas a pagar, ¿a que sí, cabrón?
—¡Eh! —exclamo mientras levanto una mano. No necesito que me
defienda, pero, sobre todo, lo último que necesito es que me rompa más
muebles, como suele hacer—. No pasa nada.
Jimmy entorna los ojos.
—Y una mierda. Se queja de la bebida, pero no ha dejado ni gota.
El hombre se lo piensa mejor, abre la cartera, lanza un billete de diez y
sale por patas.
—¡Y no vuelvas, capullo! —le grita Jimmy. Después se apoya en la
barra—. ¿Te importaría contarme qué ha pasado?
—Nada —mascullo.
—¡Mira tu mano! —exclama Lizzy mientras la señala. Está llena de
sangre.
—No es nada. —Me la envuelvo con un trapo limpio. No dejan de
mirarme, como si esperasen que siga—. Oye, es tu gran noche. Pásatelo
bien. Luego hablamos.
Ese «luego» acaba siendo a las tres de la mañana. Aviso de que voy a
cerrar a las dos, pero en realidad la gente no se va hasta una hora después.
Jimmy me ayuda a echar a los últimos rezagados. Para entonces, Lizzy ya
se ha quedado dormida hecha un ovillo en su «despacho», tapada con una
de sus camisas de franela.
—A ver, ¿por qué has estado mirando así a todo el mundo? —me
pregunta mientras sirvo dos tequilas—. Como si quisieras arrancarles la
cabeza y retorcerles el pescuezo.
Me bebo el vaso de un trago.
—Estoy sin blanca.
—Bueno, no es la primera vez que estás en horas bajas…
—Esto ya no es como antes. Llevo años en números rojos. Los del
banco están hartos. Me han dicho que mi abuelo pidió un montón de
préstamos hipotecarios para este local, de lo cual yo no tenía ni idea, y que
tengo que pagarlos todos antes de que acabe el año. Pero no puedo porque
tengo que pagar las facturas de la residencia de mi abuela.
—¿Y a cuánto asciende?
—A quinientos mil dólares.
Jimmy se atraganta y mira a su alrededor.
—No te ofendas, tío, pero este sitio no vale medio millón de pavos.
—Ya. El apartamento que tengo en el piso de arriba es un antro todavía
peor que este.
—Joder. Este sitio ha sido de tu familia durante años.
No quiero pensar en eso. Mi abuelo era el Tim del bar de Tim. Que su
legado acabe conmigo es un palo muy gordo.
—La residencia en la que está tu abuela parece el Ritz.
Asiento con la cabeza.
—Y allí se va a quedar. Sus amigas también viven allí y le encanta jugar
al mahjong con ellas y esas cosas. Es lo que la hace feliz.
Jimmy echa una ojeada a su despacho, donde su novia duerme
profundamente. Sé en qué está pensando.
—Bueno, Lizzy tiene debilidad por este sitio…
—No. No se lo digas. La conozco y sé que me daría el dinero en un
abrir y cerrar de ojos, pero no quiero que lo haga. No quiero deberle nada a
nadie.
Me mira como si me hubiese vuelto loco, pero asiente de todos modos.
—Vale. Entonces ¿qué vas a hacer?
—¿Rezar para que ocurra un milagro? —pregunto mientras me encojo
de hombros—. Ni puta idea.
Se apoya en la barra con aire pensativo.
—No. No necesitas un milagro. Tengo la solución aquí mismo. —Se
dirige a su despacho y saca una hoja del montón desordenado que hay en la
mesa—. Esta gente quería poner un anuncio en mi canal. Mañana estarán
por aquí porque tienen que hacer pruebas para un nuevo reality. El primer
premio es un millón de dólares.
Miro la hoja con atención.
—¿Matrimonio por un millón de dólares? No veo esas mierdas de los
reality shows. ¿De qué va?
Jimmy se encoge de hombros.
—No sé. Aquí dice que los concursantes deben tener entre veinticinco y
cuarenta y nueve años, estar en forma y estar abiertos a la aventura. Nada
más. Tío, a ti te pega.
Me río.
—Te pega a ti.
—Sí, pero yo no necesito el dinero. Y la cámara te adora. Las mujeres
se volverían locas contigo.
—Vale, vale —musito mientras me rasco la barbilla—. Me lo pensaré.
Cierro el bar, me despido de mis amigos y subo a mi zulo de dos
habitaciones. Vivía aquí con mis abuelos hasta que él murió y ella sufrió el
primero de muchos derrames cerebrales que la llevaron a la residencia.
Cuando vivíamos aquí los tres, mi abuela lo decoraba con cortinas y velas
para darle un toque hogareño y femenino, pero yo no valgo para eso, y
tampoco paso mucho tiempo en casa, de modo que no lo cuido mucho.
Hasta el bar se está yendo al garete por mi culpa. Al principio sentía
cierto orgullo. Con solo veintitrés años, ya era dueño de un local y
regentaba mi propio negocio. Pasar de donde estaba tan solo cinco años
antes a esto supuso un giro de ciento ochenta grados. Fue como triunfar por
primera vez en la vida. Un ejemplo a seguir para todos los adictos que
piensan que no se puede salir del hoyo.
Pero no ha sido fácil. Y, ahora, estoy hecho mierda.
Como si me estuviese enterrando en otro hoyo. Me estoy cargando la
casa de la abuela, poco a poco.
Me quedo en calzoncillos y me siento en el borde del colchón. Me miro
las cicatrices del brazo y me acuerdo de todas las noches que pasé en los
callejones oscuros del centro de Atlanta, tumbado encima de mi propio
meado, enganchado a cualquier chute barato; creí que moriría antes de
cumplir los veinte.
Todo lo que me he ganado desde entonces pende ahora de un hilo. Voy a
perder este sitio. Y pronto perderé a mi abuela también. ¿Qué me quedará
entonces? Vivo todos los putos días con la convicción de que es eso lo que
encabeza la corta lista de cosas que evitan que vuelva a ser un yonqui.
Sin eso… En serio, ¿qué coño me quedará?
Me acerco a la cómoda para coger el panfleto que me ha dado Jimmy
antes y lo desdoblo. Me tumbo en el colchón y me pongo a pensar en ello
más de la cuenta. ¿Un reality? Nunca me habría imaginado que llegaría a
planteármelo siquiera. Pero cuanto más lo pienso, más creo que podría ser
la única oportunidad que tengo de salvar el bar… y de paso también el
pellejo.
La audición
Nell

Supongo que, si se trata de desafíos mentales, puedo hacerlo bien.


Pero si implica cualquier tipo de coordinación entre las manos y la vista,
estoy apañada. Soy un pelín torpe.

—Confesionario de Nell, día 1

Al final, resulta que Courtney tenía razón.


No tenía ni idea de la que me esperaba.
Son las diez de la mañana y el Centro de Convenciones de Atlanta está
atestado de gente. Parece que se vaya a jugar la Super Bowl. Pudimos
encontrar aparcamiento a un kilómetro y medio de una cola interminable
que salía en zigzag desde la entrada principal. Cuando al fin llegamos y me
di cuenta de que el enorme edificio casi no se veía desde donde estábamos,
comencé a poner mala cara.
Lo estoy pasando fatal.
—Tenías razón, Nee. Ha sido una tontería venir —reconozco entre
dientes mientras ella se apoya sobre Joe. Es el novio perfecto; la trata como
a una reina. Se sacó la carrera a la vez que nosotras, consiguió un buen
empleo y ahora gana un buen sueldo. Lleva a Courtney a restaurantes caros
y se le da muy bien eso de ser adulto.
No como a otra que yo me sé.
—¿Qué te había dicho? —pregunta Courtney, que me aparta cuando
intento apoyarme en ella. Me duelen los pies—. Si vas a ponerte tan
negativa, mejor vete.
Suspiro y miro el reloj. Llevamos solo quince minutos y nos hemos
movido algo así como… un metro. Vuelvo a suspirar. Me pongo de
puntillas para intentar ver mejor el centro de convenciones.
—¿Ha venido toda Atlanta o qué?
—Oye, cállate ya —dice Courtney, y gesticula como si se cerrase los
labios con una cremallera.
—Vale.
Ojalá pudiese apoyarme en alguien. Me pongo en cuclillas y, acto
seguido, me siento, pero, nada más hacerlo, la fila avanza de nuevo. La
historia de mi vida. Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y me
meto como puedo en la cola.
—¿Qué lees? —me pregunta Joe.
—Compendio de la antigua filosofía china —anuncio sin levantar la
vista; si me pierdo de nuevo, se me va a ir la pinza.
—Fascinante —dice.
—Pues sí.
La cola avanza de nuevo. Esta vez no me levanto, sino que me arrastro
sin levantar la vista de mi libro.
Trato de leer más, pero la gente frente a mí está hablando demasiado
alto. El gran tema de conversación es cuál será el objetivo de Matrimonio
por un millón de dólares. Se escuchan rumores disparatados. Parece que las
rubias tetonas que tengo delante junto con sus novios surfistas piensan que
van a ofrecer a la gente un millón de dólares por casarse con sus respectivas
parejas en directo.
Para mí eso sería una putada, porque mi única pareja es mi libro de
texto gigante.
—¿Sabes lo que pienso? —me dice Courtney, apoyada en el hombro de
Joe—. Hablaban de aventura. Creo que van a hacer un equipo de hombres y
otro de mujeres y les van a poner una carrera de obstáculos. Y quien gane
tendrá que casarse en directo o perderá todo el dinero.
La observo fijamente. Razón de más para largarme de aquí cagando
leches. No hago deporte. Soy más tope que un pato. Tengo el cuerpo lleno
de lorzas y curvas, y soy feliz así. Solo echaría a correr si alguien me
estuviera persiguiendo. ¿Y casarme con un completo desconocido? No y
mil veces no.
Miro con nostalgia en dirección a donde Joe ha aparcado el Jeep.
—No harían eso, ¿verdad? Obligar a dos desconocidos a casarse —
pregunto, alarmada.
Ella se encoge de hombros. Ay, madre, eso significa que sí.
—¿Nunca has visto Casados a primera vista?
¿Casados a qué? Sabe con quién está hablando, ¿no?
—Un momento, entonces… ¿te casarías con un desconocido, aunque
estés con Joe?
Ella asiente.
—¿Por un millón de dólares? Claro. Y él haría lo mismo.
Joe la rodea con un brazo y conviene:
—Ya ves.
¿En qué se han convertido? Al final será verdad que el romanticismo ha
muerto.
Un poco más tarde, se acerca a nosotros una mujer vestida con un polo
sobre el cual lleva pegada una etiqueta que dice «MMD: ¡Hola, soy Eve!».
Lleva un auricular que le confiere un aspecto profesional y murmura algo.
—Disculpe —le digo—. ¿Puede decirme si los concursantes deberán
casarse?
No me responde, pero me mira como si fuera tonta y empieza a reírse.
Oh, Dios.
Nos reparte unas hojas y varios bolígrafos.
—Por favor, rellenad esta encuesta y tenedla lista cuando lleguéis al
mostrador. ¡Gracias!
¿Al mostrador? Estiro el cuello, en un intento por ver algo aparte del
páramo siberiano. Mientras lo hago, Courtney se echa a reír.
—Madre mía, me meo con las preguntas.
Miro mi hoja. Aparte de la información habitual, leo lo siguiente:
Indique en una escala del uno al cinco (siendo uno «encaja totalmente
conmigo» y cinco «no encaja nada conmigo») cómo encaja cada una de
estas afirmaciones con usted:
Me encanta conocer gente.
Me gusta estar solo.
Mi círculo social es muy amplio…
Y así sucesivamente. La hojeo y me doy cuenta de que hay más de
quinientas preguntas sobre personalidad para evaluar nuestra condición
física, nuestra inteligencia y cómo nos relacionamos con los demás.
No hay mal que por bien no venga. Me encanta hacer tests.
Me pongo a ello de inmediato. Uso mi libro para apoyarme y empiezo a
rodear números con entusiasmo. Por alguna razón, esto siempre me ha
relajado. De hecho, me encantó hacer las pruebas de admisión del grado y
el posgrado. Sonrío todo el tiempo, o al menos hasta que Nee me propina
un codazo.
—¿Nunca te han dicho que pareces una asesina en serie cuando haces
tests?
Le doy una cachetada.
Lo que me lleva más tiempo es enumerar todos mis títulos y premios,
pero aun así termino antes que los demás. En ese momento, noto una
presencia que acecha cerca de mi hombro.
—Joder, qué rápida.
Me giro y miro hacia arriba. Muy muy arriba para observar al tiarrón
más sucio que he visto en mi vida. Es como si sus músculos estuviesen
luchando por escapar de una camiseta demasiado pequeña. Lleva tatuajes.
Diría que un montón, pero uno ya es demasiado para mí. Además, es
velludo, va sin afeitar y el pelo le tapa los ojos. Percibo un leve olor a
tabaco. Es… un macarra.
Y sus ojos están fijos en mí. Unos ojos verdes preciosos que no encajan
con el resto de su persona y que se clavan en mí hasta perforarme.
Vaaale. Me envaro y le doy la espalda con la esperanza de que se vaya
si lo ignoro. Finjo que estoy interesada en lo que está haciendo Courtney.
En ese momento, Joe se vuelve hacia los hombres que están detrás de
mí y exclama:
—¡Hostia puta! ¿Tú no eres Jimmy Rowan?
—Sip —responde el amigo del chico sucio.
—¡Qué pasada, tío! ¿Te vas a apuntar?
Ay, no.
Detrás de mí, Jimmy le contesta:
—Qué va. Solo he venido a acompañar a mi colega.
—¿En serio? Te escogerían sin pensarlo. Seguro que quieren famosos
—se emociona Joe. Courtney pega la oreja en cuanto oye la palabra
«famosos». Se pone de pie y lo mira de cerca mientras Joe añade—: Es un
youtuber muy famoso.
A Courtney se le desencaja la mandíbula. Pongo los ojos en blanco.
¿Qué demonios es un youtuber famoso y por qué a los tontos de mis amigos
les parece tan interesante? Estos tíos son unos macarras.
Joe rebusca en su mochila.
—¿Me firmas un autógrafo?
Ay, señor. Me pongo de puntillas para ver si avanza la cola y me cruzo
de brazos, decidida a no girarme ni entablar conversación con ellos.
Courtney me tira de la manga, pero me zafo de ella con brusquedad y la
fulmino con la mirada.
—Nell —me susurra al oído, sorprendida—. Es famoso. ¿Y has visto a
su amigo?
Se abanica la cara. ¿Está insinuando lo que creo que está insinuando?
—Me da igual —canturreo.
—Pues no debería. Usa tus técnicas de seducción por una vez en tu
vida. A lo mejor así te olvidas del imbécil de Gerald.
—Eh… Uno, yo no conozco ninguna técnica de seducción. Dos, ya he
olvidado a Gerald. Y tres, aunque no fuese así, el macarra ese no
conseguiría que lo olvidase. Parece… un animal.
—Un animal sucio y sexy. Mmm.
—¡Nee! ¡Esa boca!
Cuando Joe consigue su autógrafo, lo mira como si fuese su posesión
más preciada mientras habla por los codos con los chicos sucios. Mientras
tanto, yo trato de ponerme lo más cerca posible de la gente que tengo
delante para alejarme todo lo que puedo de los macarras. Abro el libro y
leo.
—¿No es un tocho muy gordo para una renacuaja como tú? —oigo que
alguien me pregunta por encima del hombro al tiempo que su aliento me
hace cosquillas en la oreja.
Por poco doy un bote.
Huele bien. ¿Por qué huele bien? Aprieto los dientes y me recoloco las
gafas sobre el puente de la nariz.
—No soy tan pequeña.
De verdad que no. Mido casi 1,70 m. Pero supongo que, en
comparación con él, sí que lo soy, porque él es una bestia.
—¿Estás estudiando para algún examen?
Pongo los ojos en blanco.
—No, estoy leyendo por diversión.
Se ríe.
—¿Leer te parece divertido?
Buf. Sí, me divierte leer; no como a él, para quien seguro que divertirse
es sinónimo de pegar tiros o arrancarles la cabeza a las gallinas de un
mordisco. Decido no contestar con la esperanza de que quizás así se de
cuenta de que no quiero hablar con él.
No sé cómo lo consigo, pero le ignoro hasta que terminamos de hacer la
cola. Dos horas después, llegamos a recepción. Nos dan números y nos
llevan a una zona del centro de convenciones con mesas para sentarnos.
Intento sentarme lo más lejos posible del yeti y su amigo famoso, pero, por
desgracia, Joe nos arrastra a su mesa mientras se comporta como si fuese el
mayor fan del youtuber.
—Número 4322 —anuncian por megafonía.
Miro el mío. Tengo el 5696.
Buf.
Un hombre mayor con una gorra de béisbol agita su número y corre
hacia el escenario. Una mujer con un polo de MMD asiente hacia él,
invitándole a seguirla, antes de conducirlo a través de una puerta.
Un instante más tarde, vuelve a entrar con expresión enfadada, por lo
que supongo que no lo han seleccionado. Le dice algo a su novia y, antes de
irse, ambos le sacan el dedo corazón a la mujer de la puerta.
Muy bonito.
Ella los ignora y anuncia el siguiente número.
Al menos avanzan rápido.
—Como me pase todo el día aquí para estar solo cinco segundos ahí
dentro con ellos me voy a cabrear —susurra Courtney.
—Ya ves —mascullo. Me da un poco de vergüenza estar aquí, eso lo
primero. ¿En serio creía que esto sería mi salvación? No soy única. Ni
aventurera. Y por supuesto que no me voy a casar con un viejo para
aumentar la audiencia de un programa de televisión. Courtney tenía razón:
no encajo aquí. Entre toda esta gente sumarán un coeficiente intelectual de
diez. Cuando dentro de una hora me vaya con las manos vacías tendré que
abrir los ojos y buscarme un trabajo normal como hace todo el mundo.
Y quizá ese es el motivo por el que todavía no me he marchado.
Entierro la nariz en el libro de texto e intento ignorar las conversaciones
a mi alrededor. La gente sigue conjeturando sobre el tema del programa, y
parece que todos están a punto de explotar de la curiosidad.
Levanto la cabeza y veo que el yeti me está mirando. Ojos penetrantes,
oscuros, posesivos.
Vale, ya entiendo a lo que se refiere Courtney. Tiene el atractivo típico
de todos los malotes. Es probable que me interesase si me gustase ese rollo,
pero no me gusta. Prefiero a los chicos aseados, inteligentes y cultos.
Pero, entonces, ¿por qué noto un calor en la entrepierna?
Trago saliva y vuelvo a concentrarme en el libro, pero acabo por leer la
misma frase una y otra vez.
Levanto la cabeza de nuevo. Me sigue observando con intensidad; sus
ojos se posan en mí con una fuerza que me atrapa. Nadie me ha mirado
nunca tan fijamente.
—¿Qué? —espeto.
Niega con la cabeza de forma casi imperceptible.
—Nada, solo que me gusta mirarte.
Estupendo.
Cojo el libro de la mesa, le doy la espalda y me lo coloco en las rodillas.
«Pues espero que también te guste mirarme la nuca».
Consigo acabarme el capítulo de Mencio, pero el hormigueo que siento
en el cuello no desaparece, ya que creo que todavía tiene la vista clavada en
mí. Dios, sus ojos son increíbles, ardientes. No pestañea. Es como si
hubiese identificado a su presa y estuviese a punto de abalanzarse sobre
ella. Pero al rato lo oigo hablar con su amigo, el famoso, y me relajo un
poco.
Anuncian otro número por megafonía y Courtney da un brinco mientras
agita su hoja.
—¡Me toca! ¡Me toca! ¡Deseadme suerte!
Se dirige hacia la puerta mientras da saltos de la emoción y Joe y yo
intercambiamos miradas.
—No ha parado de hablar de esto. ¿Crees que tiene posibilidades?
—Claro —respondo. Es guapa, jovial y a todo el mundo le encanta
pasar tiempo con ella. Aunque hay mucha competencia, Courtney es la
típica concursante de reality. La cámara la adora—. Tiene muchas
posibilidades.
Pero al momento la puerta se abre y entra cabizbaja con lágrimas en los
ojos.
—No me han cogido —gime mientras Joe la estrecha entre sus brazos.
Entonces, lo llaman a él. La besa en la frente y la consuela:
—Ya verás como a mí tampoco me cogen.
Pero va de todos modos. Courtney se sienta a mi lado y dice:
—No han tenido piedad. Ni siquiera me han preguntado nada. Solo me
han mirado y me han dicho que no era lo que estaban buscando. Fin.
—¿En serio? ¿Y qué están buscando?
—Y yo qué sé —masculla justo cuando se abre la puerta del fondo y
entra Joe con los brazos levantados en señal de victoria. Courtney abre los
ojos como platos—. ¿Te han seleccionado?
—Qué va. Solo me han mirado y me han dicho: «Cuidado con la puerta,
no te vaya a dar un golpe al salir».
Courtney suspira.
—Bueno, al menos no he sido la única.
Joe junta sus dos números y los hace trizas. Después, coloca una mano
sobre mi hombro.
—Ayúdanos, Obi-Wan. Eres nuestra única esperanza.
Las palabras todavía flotan en el aire cuando anuncian mi número.
Vale. Bien. Si solo me van a mirar y me van a decir que me largue ya no
me siento tan mal. Me meto el libro bajo el brazo y saludo a la mujer
mientras agito el número.
—Hola.
Echa un vistazo a su portapapeles.
—Hola. ¿Nombre?
—Penelope Carpenter. Pero suelen llamarme Nell.
—Penelope Carpenter. Por aquí. —Me lleva por un pasillo oscuro y
estrecho. Al final hay unas puertas de dos hojas flanqueadas por dos
guardias de seguridad, un hombre y una mujer—. Nada de preguntas. Por
favor, no hables a no ser que te hablen. Si te piden que te vayas, hazlo de
inmediato. Al presentarte firmaste una exención que establece que no
comentarás el proceso de audición con nadie —lee en tono monocorde—.
¿Queda claro?
—Sí —afirmo, y pienso: «¿Me podéis rechazar ya para que pueda irme
a casa?».
—Por aquí, señorita —me indica el hombre, que me hace pasar por un
detector de metales como los de los aeropuertos. Tengo que entregar mi
bolso y mi libro para avanzar. Cuando me los devuelven, la mujer me hace
un gesto con la cabeza que me indica que ya puedo entrar. ¿A quién narices
voy a ver? ¿Al papa?
Respiro hondo y entro.
La sala es enorme y está revestida con paneles de madera. Hay una
mesa gigante en el centro. Tres personas se sientan en la otra punta, una
mujer y dos hombres. Parecen intranquilos. Los hombres parecen un poco
mayores que yo, pero la mujer debe de tener unos cincuenta años. Hay latas
de Coca-Cola y una caja de pizza abierta delante de ellos. Solo sobra un
trozo. El hombre del bigote mordisquea su boli y me contempla como si
hubiese matado a su familia.
—Hola —digo, y saludo sin alzar la mano del todo.
—Siguiente —dice el hombre de forma brusca.
Gracias a Dios.
Doy media vuelta.
—Espera, espera, espera —oigo que la mujer me llama—. ¿Qué estás
leyendo?
Les enseño el título.
El hombre del bigote que tanto me odia suelta un «ah». No tiene pinta
de filósofo, pero…
—¿Siempre llevas esas gafas?
Me las subo en un acto reflejo. Llevo gafas desde los tres años, y estoy a
nada de que me declaren oficialmente ciega. Las lentillas son un fastidio, y
las gafas siempre me han permitido aislarme del mundo exterior.
—Sí…
Supongo que esa es la señal de que debo irme ya. Al fin y al cabo, ya
llevo más tiempo aquí que Joe y Courtney juntos. La mujer continúa:
—Pareces joven. ¿Cuántos años tienes?
—Acabo de cumplir veinticinco.
Mira un folio. Será la encuesta que rellené y entregué en la recepción.
—Aquí pone que eres doctora.
—Sí —asiento—. Esta noche me dan el doctorado en literatura
comparada.
—Tienes un largo historial académico —señala el otro hombre, calvo y
con gafas de pasta—. Me interesa saber por qué has venido. Ves muchos
realities, ¿no?
Niego con la cabeza.
—No veo la tele. No es lo bastante estimulante para mí. He venido para
acompañar a mi amiga y porque necesito el dinero para devolver mis
préstamos estudiantiles.
—Entonces… ¿qué sería para ti algo suficientemente estimulante?
—En mis ratos libres toco el arpa, de modo que la música que me
conmueve me encanta. Mozart, Músorgski, Mahler… Me interesan mucho
el teatro y el arte, y, por supuesto, la buena literatura…
Me callo cuando me doy cuenta de que están mucho más interesados en
mi vida de lo que nunca lo ha estado nadie. De pronto parecen pendientes
de cada una de mis palabras.
Pero ¿por qué?
—¿Y hay algo que no soportes?
No me creo que esto esté pasando.
—Ah, bueno, lo normal. La ignorancia, la pereza, las personas
mimadas. La gente que no lee o que cree que los deportes son una religión o
que se pasa el día comiendo comida basura. Son los culpables de que la
sociedad se esté yendo al garete.
—Mmm. ¿Te consideras deportista?
Bajo la cabeza y echo un vistazo a mi cuerpo.
—¿Usted qué cree? Ni siquiera he visto un solo partido en mi vida.
Como he dicho antes, no es lo bastante estimulante para mi mente. Creo que
el cuerpo humano es una obra de arte solo por su mente.
La mujer mira su hoja.
—Interesante, Penelope. ¿Y tienes novio?
Por un momento pienso en Gerald.
—Nell. Y no.
El hípster me hace un gesto para que avance.
—¿Puedes acercarte, soltarte el pelo y darte la vuelta, por favor?
No quiero hacerlo, pero obedezco. Camino hacia la mesa, me quito la
coleta y me giro un poco como si fuera una modelo en la pasarela, pero casi
me caigo de culo. Me aferro a la mesa para conseguir estabilidad.
Cuando miro hacia arriba, los tres están sonriéndose y asintiendo.
La mujer rebusca en su portapapeles y saca una carpeta negra. Me hace
un gesto para que me acerque y, con entusiasmo, anuncia:
—Enhorabuena. Pasas a la primera ronda. Soy Eloise Barker, la
productora ejecutiva. En esta carpeta está todo lo que necesitas saber.
La miro embobada. Esto no está pasando.
—¿Primera ronda?
Ella asiente y me estrecha la mano.
—Sí, estás entre los cincuenta concursantes y cinco suplentes que serán
elegidos para la grabación de la primera temporada de Matrimonio por un
millón de dólares. La grabación empezará en septiembre. Hay varias fases,
pero ya has dado un gran paso hacia el millón de dólares.
Que no, que esto no está pasando. Estoy soñando.
—Pero, a ver, ¿ni siquiera van a explicarme de qué trata el programa?
¿Lo del matrimonio, por ejemplo?
El hombre del bigote me estrecha la mano. Al parecer ahora me adora.
—Soy Vic Warner, productor y guionista. —Señala al hípster calvo—.
Y este es Will Wang, famosa celebrity de la televisión y nuestro
presentador.
Lo miro fijamente. ¿Famoso? Si no lo he visto en mi vida.
—Eh… ¿Y el programa?
Eloise niega con la cabeza.
—Todo lo que tienes que saber está en la carpeta. Llámanos si tienes
alguna duda. Siento que no podamos responder a todas tus preguntas con la
información de la carpeta, queremos mantener cierto aire de misterio, pero
todo llegará a su debido tiempo.
Niego con la cabeza. ¿Aire de misterio? Eso no va conmigo.
—Es que yo…
Entonces, abre la primera página y señala el apartado «Calendario de
premios». Entorno los ojos para leerlo.
—Como verás, aunque no podemos deciros qué haréis, todos los
concursantes que se presenten el primer día de grabación recibirán veinte
mil dólares. Serán tuyos tanto si decides seguir como si no.
Veinte mil dólares.
Solo por presentarme.
Se me hace un nudo en la garganta, pero antes de que me deje sin aire
consigo chillar un «¡vale!».
Entonces, me hacen salir a un sitio completamente distinto a donde
estaba antes y paso media hora deambulando hasta que logro encontrar a
Courtney y Joe, que están sentados delante del centro de convenciones.
Courtney se acerca a mí a toda prisa en cuanto me ve.
—Bueno ¿qué? ¿Dónde estabas?
Aún aturdida, levanto la carpeta con el logo de MMD.
—Me han cogido.

Luke

Mi estrategia es la siguiente: lograr que todos me adoren. No es tan


difícil.

—Confesionario de Luke, día 1

A la chica mona no le caigo bien.


Mirarla se ha convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Observar
cómo se sonrojan sus mejillas, blancas como la nieve excepto por unas
pecas que tiene en la nariz y que resultan más visibles por las gafas.
Tampoco tengo nada mejor que hacer. Jimmy está manteniendo una
larga conversación con un fan, por lo que me esperan horas y horas de…
nada. Y ella me parece mona. Aparenta menos de veinticinco, eso seguro.
Y se ha traído un puto libro de texto a las audiciones. ¿Qué clase de
chica se trae un libro de texto a estos sitios?
Es la típica empollona de buena familia. Quizá no sea virgen, pero
apuesto a que no suele follar y a que tampoco hace el amor. Y, si lo hace,
seguro que procura que haya el menor contacto posible. Vi que ponía en la
encuesta que no le gustaba ni beber ni salir de fiesta ni fumar… Hostia,
pues quizá sí que es virgen. Se la ve muy inocente.
En un momento, han despachado a muchísima gente con las audiciones.
Por fin, los dos amigos de la chica mona salen y le toca el turno a ella.
Veo cómo se aleja. Lleva los típicos vaqueros de madre, como si
quisiera disimular que tiene buen culo.
Muy buen culo.
Cuando se va miro el reloj de la pared mientras me siento al lado de
Jimmy, que está intercambiando mensajes de texto con su hermano
pequeño.
La chica mona no vuelve. Interesante.
Pasan unos veinte minutos hasta que anuncian mi número.
La mujer mira su portapapeles y pregunta:
—¿Luke Cross?
—Yo.
Pasamos los controles de seguridad mientras se enrolla para resumirme
las reglas, pero no la escucho.
—Suerte —me dice.
—Gracias, preciosa.
Entro. Puede que esta sea la mayor gilipollez que he hecho en mi vida.
¿Cómo dejé que Jimmy me convenciera? A lo mejor debería renunciar al
bar de Tim. La abuela lo entendería porque siempre se queja de que trabajo
demasiado.
Y una mierda. Como lo pierda no tardaré nada en volver a buscar el
desayuno en la basura y dormir en callejones.
Hay una mujer y dos hombres sentados en la otra punta de una mesa y
me estudian de arriba abajo cuando entro.
—¿Qué pasa, chicos?
Entonces, la mujer se limita a decir:
—Él. No hay duda. Él.
Estoy confundido.
—¿Para qué me quieres, preciosa?
Me guiña un ojo, se inclina y se pone a cuchichear con un tío que lleva
un bigote. Él asiente y me dice:
—Parece usted de los que aguantan bien en una pelea, señor…
—Nada de señor —le corrijo—. Llámame solo Luke. Luke Cross. Y sí,
me defiendo.
—Veintiocho años, uno noventa y noventa kilos, ¿eh? Te criaste en el
centro de Atlanta. ¿Eres fan de los Falcons? —pregunta el calvo mientras
lee lo que he escrito en la encuesta.
—Justo.
—Aquí dice que te gusta divertirte. ¿Qué significa eso para ti?
Me encojo de hombros.
—Tomarme unas birras, ver un partido en la tele… Ya sabes, vivir la
vida.
—¿Drogas?
—No. Ya paso de esas mierdas.
—Pero ¿fuiste a rehabilitación? ¿Por alguna adicción?
—Sí. Con dieciocho años, pero al final me desintoxiqué y seguí
adelante.
—Se nota que haces deporte —dice la mujer, que no le quita ojo a mis
bíceps.
Los flexiono para que pueda contemplarlos en su máximo esplendor. Y,
ya de paso, me cojo del dobladillo de la camiseta y le pregunto:
—¿Quieres ver mis abdominales?
La mujer asiente, pero Mostachón niega con la cabeza.
—En tu solicitud pone que has estado en la cárcel.
—Sí. Pero eso ya es agua pasada. Hará unos diez años. Allanamiento de
morada. De joven hacía muchas tonterías con tal de conseguir dinero para
drogas.
—¿Y qué nos puedes decir sobre tus estudios?
—Dejé el instituto con dieciséis años. Mis padres me echaron de la
granja que teníamos a las afueras de Atlanta y no los he vuelto a ver desde
entonces. Viví en la calle durante dos años hasta que mi abuelo me encontró
y me acogió. Me llevó a rehabilitación, me sacó de las calles y me enseñó a
hacerme cargo del bar. Se podría decir que es mi héroe.
La mujer se frota los ojos. ¿Está llorando?
—Qué mono.
—Mmm —murmura el hombre—. ¿Y a qué te dedicas?
—Soy camarero en un bar que pertenecía a mi abuelo hasta que murió
hace cinco años.
—¿Y qué harías con el dinero si ganas el concurso?
—Pagaría todas las deudas hipotecarias del bar. Y lo que sobrase me lo
gastaría en cerveza y en un séquito.
La asaltacunas me mira como si quisiese devorarme mientras se da
golpecitos en el labio con el boli. Creo que le molo. Noto la química entre
nosotros.
Le sonrío de oreja a oreja.
—Es coña. Bueno, solo lo último.
—Lo quiero —salta de pronto, como si no pudiese contenerse más.
—Pero si es… —El bigotudo de los cojones se tapa la boca con la mano
para que no me entere de lo que murmura. Es probable que le esté
advirtiendo de que soy una bomba de relojería y de que les voy a traer
problemas. Y no se equivoca.
—¡Me da igual! Es perfecto. Mira qué cara, qué ojos. Es el tipo
perfecto. Nuestro objetivo demográfico se volverá loco por esa cara.
El objetivo demográfico: las mujeres.
Mostachón levanta las manos en señal de rendición.
—Vale.
—Entonces ¿estamos todos de acuerdo? —pregunta la mujer.
Los hombres asienten a regañadientes. Capullos.
—¡Vaya, dos seguidos! —Me dedica una sonrisa lobuna—. Bueno,
guapo, acércate para recoger tu paquete de bienvenida. Has pasado a la
primera fase. La información que necesitas está en esta carpeta.
Alzo el puño en señal de victoria.
—¡De puta madre!
—Vas a tener que moderar tu lenguaje para la tele.
Vuelvo a alzar el puño.
—Entonces, qué guay. ¿Mejor?
—Servirá.
Se presenta como Eloise no sé qué, me estrecha la mano y me dice que
es la productora ejecutiva del programa. Le guiño un ojo. Si esta mierda
está amañada, meterme a la productora ejecutiva en el bolsillo puede
ayudarme a asegurarme un puesto en la final.
Acto seguido, me presenta a los dos hombres, pero pronto olvido sus
nombres.
—Llámanos si tienes alguna pregunta, por favor. Espero verte la
próxima temporada para el comienzo de una gran aventura.
Les estrecho la mano.
—¡De puta madre! Qué ganas de… —Me doy cuenta de que no tengo ni
puta idea de sobre qué va el programa este, pero me da igual. Estoy
preparado para cualquier cosa. He superado la fase más difícil. El dinero es
mío—. Hacer lo que nos hagáis hacer.
Eloise me sonríe.
—Ya verás. Lo harás bien, seguro.
Yo también lo creo. Todos los que tengan una carpeta negra ya pueden
ponerse a la cola para comerme el rabo, porque el millón es mío.
Me acompañan a la salida, donde Jimmy me espera. Se fija en la carpeta
que llevo bajo el brazo.
—Qué te dije yo, ¿eh? Vas a ser una estrella.
—De puta madre —digo, ya que aún no estoy en la tele—. Vamos a
celebrarlo. Ya puedo saborear el dinero. Yo invito.
Pánico
Nell

¿Cuál es mi prototipo de chico ideal? Pues no lo sé. Y sí, me gustaría


casarme, y antes de los treinta, a poder ser. Me gustan la música clásica, el
arte y las cosas buenas de la vida, así que supongo que me encantaría
conocer a alguien culto, con clase, refinado… Quizá un médico.

—Confesionario de Nell, día 1

Han pasado cuatro meses desde la audición. Es por la mañana temprano.


Estoy en el coche de Courtney y he puesto la cara delante del aire
acondicionado porque siento que estoy a punto de vomitar.
—No puedo creer que vaya a hacerlo. No puedo creer que vaya a
hacerlo. No puedo creer que vaya…
Courtney me interrumpe cuando chasquea los dedos.
—Vas a hacerlo.
Asiento con la cabeza. Me castañetean los dientes.
Se pone el cinturón y me mira desde el asiento del conductor.
—Va, tía, que ya eres doctora. Doctora Malota. Puedes hacer lo que sea.
Es tu momento. Te han elegido entre más de diez mil aspirantes. Vas a
llegar lejos.
Intento que su charla motivacional me cale hondo y espero que
desaparezcan las náuseas.
—Tienes razón.
En pocas palabras, el mes pasado fue una locura. Leí el papeleo una y
otra vez. La mayoría eran chorradas jurídicas y papeles por firmar. Tuve
que pasar un examen físico y conseguir un permiso médico. Asimismo,
realicé una prueba de detección de drogas, rellené un test de personalidad
con alrededor de dos mil preguntas más y me sometí a una evaluación
psiquiátrica. Hace dos semanas, un fotógrafo y una estilista vinieron a mi
casa a hacerme una sesión que me recordó a las fotos de cuando iba a
primaria.
Hoy es el primer día de grabación. Será en un recinto cerrado, en las
instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de Georgia. Como no
tengo coche, Courtney se ha ofrecido a llevarme, pero está frustrada porque
no puede quedarse a mirar. No. En el primer episodio los cincuenta
concursantes se ven las caras y descubren de qué trata el programa, por lo
que todo es confidencial. Cuando acabemos de grabar nos trasladarán
rápidamente a un lugar secreto en el que se reanudará la competición. Hay
mucho hermetismo en este programa.
La verdad es que no me parece mal que sea una grabación privada. No
tengo ninguna prisa por hacer el ridículo delante de millones de personas.
De camino, Courtney me va dando los consejos que le vienen a la
mente.
—Está bien que demuestres que eres lista, pero no te pases. Y por lo
que más quieras, no sermonees a nadie ni pongas los ojos en blanco.
—¡Yo nunca hago eso!
—¡Siempre lo haces!
Me encojo de hombros.
—No tengo la culpa de que la gente me saque de quicio.
—Vale, vale. Pero tú inténtalo. En serio, Nell, porque si esto se parece a
Supervivientes, vas a tener que conseguir gustarle a la gente y crear
vínculos con ellos si quieres ganar.
Me estremezco. A mí eso no me pasa. La gente me evita.
—Así que, incluso aunque odies a alguien, finge que es tu persona
favorita en el mundo. —Se queda pensativa un momento—. Imagina que
son los crucigramas del New York Times de los domingos.
La miro fijamente.
—Los de los sábados son más difíciles.
—Vale, vale, pues piensa que son los crucigramas de los sábados, me da
igual. Pero no te cabrees con ellos por ser ignorantes, ¿vale? No quiero que
mandes tu oportunidad al garete por ser una inadaptada social. Los
inadaptados sociales siempre son los primeros a los que echan.
No puedo discutírselo. Sé que lo soy.
—Primero, solo he visto un episodio de Supervivientes, y solo porque tú
lo estabas viendo, y me marcó de por vida. Comieron ciempiés. Segundo,
¿cómo sabes que esto se parecerá a Supervivientes?
—No lo sé. Yo solo te aviso.
—Pues si tengo que comerme un ciempiés, ya pueden echarme. ¿Algo
más?
—Sí. Sonríe. Relájate. Que parezca que te lo pasas bien. Intenta aliarte
con los más sociables y los más simpáticos. No pienses en el dinero o te
frustrarás y…
—Me echarán a la calle. ¿Qué más?
—Y si en algún reto hay que nadar…, apáñatelas para hacer lo menos
posible. Bueno, eso con cualquier reto físico. Mejor ni lo intentes.
—Oye, que sé nadar.
Courtney resopla.
—Nell, si pareces un bicho agitando las patitas para no ahogarse —dice
mientras sacude los brazos en el aire un momento antes de volver a coger el
volante.
—Vale. Pero… Courtney.
Respiro hondo.
—¿Qué? Sé que hay algo que te preocupa. Venga, desembucha.
—Es que… ¿Te acuerdas de que dijiste que querías que viéramos
Solteros de oro para burlarnos de los concursantes? ¿Eso significa que la
gente me verá y se burlará de mí?
Me mira con compasión.
—Cielo… No le caerás bien a todo el mundo. Sí, habrá gente que se
burlará, pero también habrá quien te apoye. Los productores te han elegido
entre miles de personas por alguna razón.
Me hundo en el asiento y, con la vista al frente, susurro:
—¿Crees… que Gerald me verá?
Courtney cierra los ojos como si no pudiese soportar mirar a alguien tan
patético como yo. Supongo que seguir prendada de un tío que te rechazó de
forma tan absoluta hace nueve meses es un poco triste.
—Sí, seguramente.
Cuando salíamos las dos parejas a la vez, Gerald siempre hablaba con
Joe de realities. Le encantaban y siempre se imaginaba cómo sería
concursar en Supervivientes. Mientras yo estudiaba, él estaba en la otra
habitación con los ojos pegados a la tele. De no ser por sus prácticas, seguro
que lo habría visto en la cola de la audición. Me estremezco. ¿Me verá
hacer el ridículo?
Quizá es uno de los motivos por los que accedí a hacer esto. Quería
volver a estar delante de él a toda costa, incluso aunque eso significara dar
pena.
—No pienses en él. Céntrate en ti y en ser tú misma.
Cierto. Ser yo misma. Puedo hacerlo.
—Pero nada de poner los ojos en blanco, sermonear a la gente o
comportarme como una inadaptada social, ¿no?
Ella asiente.
—Exacto. Y tampoco nadar. No lo olvides. Ni se te ocurra nadar.
Uf.
—¿Has acabado?
No, no ha acabado. Me da más consejos, pero entonces llegamos al
aparcamiento de las instalaciones deportivas. Está abarrotado. Hay por lo
menos veinte camiones con equipos de grabación, así como uno enorme de
dieciocho ruedas aparcado detrás. Tiene escritas las palabras “«MATRIMONIO
POR UN MILLÓN DE DÓLARES» en un lateral, y al lado hay una foto de Will
Wang, el calvo de las audiciones.
Me pongo a temblar de nuevo.
Courtney se detiene cerca de la entrada principal y suspira mientras yo
miro las puertas.
—Qué envidia me das. ¡Esto te va a cambiar la vida! —Lo sé, aunque
no tengo claro si será para bien o para mal—. ¿Lo tienes todo?
Vuelvo a repasar la lista de mi regazo.
—Creo que sí.
Estiro el brazo hacia el asiento de atrás y cojo mi mochila grande y
resistente. Luego abrazo a Courtney.
—Nos han dicho que no podemos hablar con nadie durante la grabación
ni usar el móvil. Te he añadido como contacto de emergencia. Bueno, adiós.
Te echaré de menos.
—Y yo a ti —responde—. ¡Dales caña!
Ya está. Ha llegado el momento.
Agarro la manija y abro la puerta. Nada más pisar la acera se me echa
encima una mujer con un micro. ¿De dónde narices ha salido?
—Perdone, ¿es usted concursante de Matrimonio por un millón de
dólares? ¿Sabe en qué consistirá el programa? ¿Nos puede contar algo
acerca de la grabación que se va a llevar a cabo hoy?
La miro sin mediar palabra.
Tampoco es que pueda contarle nada. Porque ni siquiera nosotros
mismos lo sabemos. Y una de las cláusulas del contrato nos prohíbe revelar
el contenido de la carpeta. Pero tengo la cámara en la cara y eso hace que
me olvide de caminar, hablar o respirar.
De pronto, alguien me coge de la cintura y me empuja hacia la puerta.
Dejo escapar un chillido, desconcertada, cuando oigo una voz masculina:
—Que te pires, coño, que no va a decir nada.
Bajo la vista y veo una manaza bronceada en mi abdomen.
Luego, la levanto y me encuentro con una bestia peluda. El yeti.
Recupero el habla al instante y le doy puñetazos en la mano.
—¡Suéltame!
Cruzamos las puertas y me deja en el suelo con brusquedad.
—Como desees, princesa —me dice con una sonrisa de oreja a oreja—.
Si de verdad pretendes ganar, ya puedes empezar a acostumbrarte a las
cámaras.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Qué haces aquí? Esto es solo para concursantes.
Se mete la mano en el bolsillo de los vaqueros y saca una hoja doblada.
Mientras la despliega, me doy cuenta de que forma parte del papeleo de los
concursantes.
No, por favor. No, no, no, no.
—¿Eres concursante?
—Ya te digo —dice—. Te voy a machacar.
Frunzo el ceño aún más. Courtney quería que fuese amable con todo el
mundo, ¿no? Pues más vale que lo olvide. Me cuelgo la mochila al hombro.
—Ya veremos. Déjame en paz.
Doy fuertes zancadas que resuenan mientras me dirijo a recepción, pero
él me sigue de cerca.
—¿Qué? ¿Hoy no te has traído el libro de texto tocho?
Le doy palmaditas a la mochila. He traído un montón de libros.
Entonces me doy cuenta de que no tiene por qué saberlo.
—No es asunto tuyo.
Sigue intentando hablar conmigo mientras le entrego mis papeles a la
mujer de recepción. Decido ignorarlo una y otra vez.
—Bienvenida —me dice la mujer, que lee mi nombre en la hoja.
Juro que me está pisando los talones; noto su aliento en la nuca. Me
aliso la coleta y mi pelo impacta contra sus pectorales.
Esos pectorales de acero, propios de Superman.
—Penelope Carpenter. Estamos encantados de tenerte como
concursante. El resto se está preparando para la grabación. Pasa por aquella
puerta de allí.
—Gracias.
Cruzo las puertas. Otra vez me castañetean los dientes. Nos dijeron que
llevásemos puesta ropa deportiva y que trajésemos varias mudas. Como no
tenía, fui al súper y compré con la tarjeta de crédito sujetadores deportivos,
pantalones pirata de licra, camisetas y unas zapatillas por valor de 200 $.
Sin embargo, cuando entro, me doy cuenta de que «ropa deportiva» no
significa lo mismo para todo el mundo. Hay una mujer super musculosa que
solo lleva la parte de arriba de un bikini y pantalones cortos de niño. Otra
muy guapa con una trenza en la espalda va solo en bikini. Un hombre lleva
unos pantalones de ciclista cortos y ajustados que le marcan todos los
músculos. Mucha gente está enseñando demasiada carne. ¿No les da miedo
que se les salga una teta o algo así y se vea en pantalla? Porque a mí sí, de
ahí que me haya traído las camisetas más holgadas que he encontrado.
Merodeo alrededor de la sala mientras veo cómo los hombres sacan
musculitos y las mujeres se pavonean delante de un espejo que llega hasta
el techo.
Me siento como pez fuera del agua.
Mientras me pregunto si todo esto vale la pena por 20 000 dólares, me
tropiezo con el pie de una chica sentada en un banco. Tiene la piel oscura y
lleva pantalones cortos debajo del sari y zapatillas. No se le ven las tetas.
—Hola —me saluda mientras se aparta para hacerme sitio.
Me siento a su lado; el corazón me va a mil.
—Hola. ¿Eres concursante?
Ella asiente.
—Estoy muy, muy, muy nerviosa —reconoce con voz débil y baja—.
¡No tengo ni idea de por qué me han elegido!
Sonrío.
—Ni yo.
Extiende la mano.
—Shveta Patel —dice—. De Nueva Jersey. Estoy intentando ganar
dinero para enviárselo a mis padres, en la India, y que le paguen la
operación a mi hermano pequeño.
Oh. Eso sí que es honorable, y no el lío en el que yo estoy metida. Le
estrecho la mano.
—Nell Carpenter. De aquí, de Atlanta.
—Me he estado fijando —dice—, y creo que han intentado escoger a
personas que no se parezcan en nada entre ellas. Representa muy bien la
esencia de Estados Unidos. Hay jóvenes, viejos, gente de todas las razas y
clases, deportistas, no deportistas… Es muy interesante.
Miro a mi alrededor y veo a lo que se refiere. Aun así, la mayoría tiene
una cosa en común: sus partes íntimas están casi al descubierto.
Justo entonces veo al yeti. Lleva una camiseta ajustada y pantalones de
camuflaje. No le hace falta pavonearse o sacar musculitos; es consciente de
lo sexy que resulta. Se ríe mientras habla con dos guapos más como si
fuesen amigos de toda la vida. La rubia ligera de ropa está loquita por él, y
la mujer mayor de los tatuajes que lleva corsé de cuero y lo mira desde un
banco también. De hecho, todas las mujeres tienen los ojos puestos en él. Y,
a medida que cuenta su historia con entusiasmo y la acompaña de gestos,
cada vez más gente le presta atención y se siente atraída por él.
Casi puedo oír la voz de Courtney en mi cabeza: «Es él. Alíate con él».
Menos mal que no está aquí, porque me niego a acercarme a ese tío.
Además, Shveta me cae mucho mejor. Hablamos un poco y me entero
de que es epidemióloga. Me cuenta que está enganchada a los realities y
que lo sabe todo de ellos porque en la India tenía estrictamente prohibido
ver la tele. Es muy fan de Solteros de oro, Supervivientes, El Gran Reto…
Vamos, todo programas que no conozco de nada. No se lo voy a tener en
cuenta. Dado que sabe tanto, decido que podría ser una buena aliada.
Pero no puedo dejar de mirar al yeti y cómo encandila a los presentes
sin ningún esfuerzo. Hace que todos se giren hacia él como las flores se
vuelven hacia el sol. Lo adoran. ¿Por qué?
Mientras pienso en la respuesta, él deja la frase a medias para mirarme
con esos ojos verde esmeralda tan sexys y desconcertantes y me guiña un
ojo.
Entonces, todos se giran en mi dirección.
Me arde la cara. Ser el centro de atención hace que me pique la piel.
Él prosigue con su historia y deseo que me trague la tierra, pero en ese
momento alguien se pone a gritar nombres por un megáfono.
—Penelope Carpenter. Preséntate en la puerta roja para ir al
confesionario.
Miro a Shveta.
—¿Confesarme? Pero si no soy religiosa…
—No, no. Yo lo acabo de hacer. No te preocupes, no da miedo. Te
encierran en una habitación y te graban mientras respondes algunas
preguntas, como por qué estás aquí, cuáles han sido tus primeras
impresiones, de qué crees que tratará el programa, quién crees que es tu
mayor rival, etc.
No, parece que no da miedo, pero bien que me he asustado cuando
aquella mujer me ha puesto la cámara en la cara antes.
Voy. Me tiemblan un poco las rodillas, pero no es tan horrible como
esperaba. La mujer que graba es maja y me saca las respuestas con bastante
facilidad. Al final dice:
—Si sigues en el concurso, tendrás que ir al confesionario dos veces al
día. ¡Suerte, Nell!
Algo más animada, me dirijo al vestuario. Una vez allí me doy cuenta
de que están todos en fila: las mujeres a un lado y los hombres al otro. Me
pongo al final. Nos llevan por un pasillo oscuro hasta una cancha de
baloncesto desierta. Allí nos recibe Will Wang, que lleva un traje sin
corbata.
—¿Preparados para vuestra foto de clase? —pregunta.
La mujer, Eloise Barker, la productora ejecutiva, también está aquí y
nos estudia de arriba abajo uno a uno.
—¿Podrías quitarte la camiseta? —le pide a un hombre. Y añade en voz
alta—: Por cuestiones de publicidad nos ayudaría mucho que llevaseis
cuanta menos ropa mejor, ya que las fotos van a estar en todos los carteles y
queremos llamar la atención de la gente. Así que ¡a desnudarse! Pero ¡no os
paséis tampoco! ¡Sobre todo tú, Luke!
La gente empieza a quitarse la ropa como si no fuese mucho pedir. Los
hombres están sin camiseta, pero es que las mujeres no se quedan atrás. La
chica que llevaba la parte de arriba del bikini se baja los pantalones y
descubre su vientre plano.
Me estremezco. Miro abajo. Yo ya voy con pantalones ajustados y
camiseta holgada encima del sujetador deportivo. No quiero quitarme nada
más, o perderé mi dignidad.
Por suerte, Eloise no me pide que me quite la camiseta. Me subo las
gafas y me pregunto si de verdad parezco tan repulsiva como para que la
gente no quiera verme desnuda.
Los miembros del personal nos colocan en filas de forma que hombres y
mujeres estamos alternados. Me pongo en segunda fila, al lado de un
asiático, y entonces me doy cuenta de quién se va a poner al otro lado.
El yeti.
No puedo mirar.
Madre mía, menudo torso.
Es todo músculos tonificados, bronceados y fuertes. Lleva tatuajes por
todos lados y tiene unos abdominales increíbles. Para lo guarro que pensaba
que era, huele muy bien.
Aunque los pensamientos que me provoca sí que son sucios. No puedo
evitarlo. Está para mojar pan y rebañar.
Me rodea con un brazo. Me envuelve con su cuerpo rígido y me
contraigo como un paquetito aplastado.
—Me alegro de que estés aquí, Penny.
Parece que cada poro de mi piel se alegra con su tacto. Estoy tan
excitada que me pica todo.
Me niego a dejar que esto vaya a más.
Lo miro con cara de pocos amigos mientras los demás se colocan en la
fila.
—No me llames así. Nadie lo hace.
Trato de apartarlo de un codazo, pero es imposible sin tocarlo, y he
jurado que no cruzaría esa línea. Los miembros del personal parecen
decididos a apiñarnos como a sardinas, así que nos hacen gestos para
indicarnos que nos apretujemos más. Me rodea con el brazo y me estrecha
contra sus pectorales. Noto el calor de su pecho desnudo incluso a través de
la camiseta.
El fotógrafo mira por el objetivo.
—A ver, giraos un poco para que quepáis todos.
Le hacemos caso. Ahora lo tengo detrás. Su calor corporal me está
mareando.
—Soy Luke —me susurra al oído, y hago todo lo posible por no pensar
en cada centímetro de su piel tersa y desnuda…
Me da igual. Me da igual. Me… Ay, madre. De pronto noto que algo se
contrae detrás de mí.
¿Es su polla lo que me está presionando contra la parte baja de la
espalda?
Me echo encima del asiático que tengo delante y ahogo un grito cuando
pierdo el equilibrio y por poco me caigo de la plataforma. Unas manos
enormes me cogen de los brazos y me devuelven a tierra firme antes de que
derribe a los demás concursantes como si fuesen bolos.
—Quieta.
Levanto la vista y veo que me está sonriendo con arrogancia. Me mira
con ojos salvajes y felinos, enmarcados por pestañas gruesas y oscuras.
Tiene los dientes demasiado blancos y alineados para lo sucio que parece.
Sacudo el brazo para que lo suelte, y lo hace, pero despacio, como si se
resistiese a dejarme ir.
Me flaquean las rodillas. Tengo una sensación rara, como si me hubiese
marcado. Ningún hombre ha tenido ese efecto en mí jamás al tocarme.
Pero él es él. Y yo soy yo.
Y por eso nunca deberíamos estar juntos. Es una locura. Alteraría las
leyes del universo por completo.
Por fin, el fotógrafo empieza a hacer las fotos. Me paso casi todo el rato
aguantando la respiración.
—A ver, chicos, os aviso —nos dice Eloise a todos mientras bajamos de
los escalones—. Poneos algo que sea fácil de lavar. El primer desafío será
un poco sucio.
¿Sucio? Uf, odio la suciedad.
Pero entonces miro a Luke, que se aleja de mí y se pavonea como si
supiera que es el centro de todas las miradas. Con paso alegre recoge su
camiseta. No puedo apartar la vista de sus tatuajes porque me hipnotiza la
manera en la que se mueven en esa espalda perfecta, bronceada y
musculosa.
Creo que quizá ya no detesto tanto la suciedad como antes.

Luke

¿Mi prototipo de chica ideal? Buf, ni idea. Lo único que sé es que aún
no la he conocido. No he conocido a ninguna que me haya hecho decir:
«Sí, esto es lo que quiero para el resto de mi vida». Es que ni por asomo.

—Confesionario de Luke, día 1

No sé si es importante tener aliados en este juego, pero de todas formas


yo los tengo.
Siempre se me ha dado bien hacer amigos. Todavía no hemos empezado
a grabar siquiera y ya he llegado a un acuerdo con Ivy, la culturista rubia;
otro con Michael, el chaval informático; y otro con cuatro deportistas que
parecen el grupo de «los guays». Nos hemos comprometido a ayudarnos
hasta el final. Y si sumamos eso a mi relación con la productora ejecutiva,
podríamos decir que no está nada mal. Además, estoy seguro de que haré
más amigos.
Penny, por ejemplo.
O… no.
Ahora le gusta huir de mí, pero cuando estaba pegado a ella hace un
momento no podía disimular que se siente atraída por mí igual que yo no
podía ocultar lo dura que me la había puesto. La pobre tenía toda la piel de
gallina, incluso en esas pequitas tan monas.
Nos volvemos a poner en fila para pasar a la siguiente habitación: las
chicas a un lado y los chicos al otro.
—A ver —dice uno de los miembros del personal mientras se pasea por
el pasillo—. No estamos en directo, pero lo vamos a grabar todo en una sola
toma, así que no habléis y tampoco os desnudéis. Comportaos, chicos, por
favor. Primero grabaremos a Will Wang mientras camina de espaldas hacia
las puertas. La cámara lo enfocará a él, y quiero que todos os asoméis y
saludéis o choquéis los cinco mientras pasa por vuestro lado, y que os
presentéis mirando a cámara. Entonces, cuando grite «¡esto es Matrimonio
por un millón de dólares!», cruzaréis las puertas a toda prisa y os colocaréis
en vuestra marca. ¿Entendido?
Aplaudimos y jaleamos entusiasmados. Silbo y Ivy pone los ojos en
blanco sin dejar de aplaudir.
—¡Venga, venga, venga! —brama.
Es una puta bestia. Si tengo algún rival, es ella. Hay otros cachas, pero
ya me he hecho amigo de todos. Estoy listo para ser el líder.
—Tres… Dos… Uno… Grabando —anuncia el director.
—¡Hola! En directo desde las instalaciones deportivas del Instituto de
Tecnología de Georgia. ¡Bienvenidos a la primera temporada del programa
que va a arrasar! Esta noche nos acompañan cincuenta concursantes que no
tienen ni idea de lo que van a tener que hacer para conseguir nuestro
premio. Lo único que tienen en común son sus ganas de ganar el mayor
premio de la temporada: ¡un millón de dólares! ¡Esto… es… Matrimonio
por un millón de dólares!
Corre de espaldas mientras habla. Presenta a algunos concursantes y
abre la puerta de un empujón. Aprieto los puños y sigo al líder.
No puedo creer que esté aquí, haciendo esto, ni que haya dejado a
Jimmy y a Flynn a cargo del bar las próximas tres semanas y que les haya
pedido que se aseguren de que la abuela está bien. Antes de irme, le dije
que iba a estar fuera un tiempo para dedicarme a la tele y que me pasaría las
próximas tres semanas sin saber ni dónde estaría ni qué haría. Y sigo sin
saberlo. Solo sé que lo van a retransmitir para todo el país.
Formo parte del juego.
Cruzo las puertas corriendo. Es como si fuese la final de un campeonato
y fuésemos el equipo local. Las gradas están abarrotadas y el público grita.
Deben ser actores, porque están demasiado emocionados. Gritan e intentan
tocarnos cuando paso corriendo. ¡Hostia puta!
Casi freno en seco cuando veo lo que tengo delante.
Es una piscina olímpica.
Y está llena de globos.
Uno de los concursantes que tengo detrás me da un codazo y me señala
dónde está mi marca, una X en el suelo con el nombre «LCROSS». Me
coloco ahí y saludo a mis falsos fans. Devuelvo los besos que me lanzan
unas chicas muy monas y entonces me animan con más energía.
—¡Vale, chicos, en esto consiste el juego! —grita Will Wang cuando
estamos todos. Se sube a un podio con vistas a la piscina, desde donde un
cámara nos graba desde arriba. He contado al menos diez cámaras. Busco a
Penny y la encuentro en la otra punta, muerta de miedo—. Hemos llenado
esta enorme piscina con globos. Hay por lo menos un millón. Cuando toque
el silbato tendréis que tiraros y encontrar el globo con vuestro nombre.
Fácil, ¿no?
Examino los globos. Lo primero que noto es que los nombres están
escritos con permanente. Alzo la vista y veo que una de mis mayores
amenazas, un tío rapado lleno de tatuajes y piercings llamado Ace, está
haciendo lo mismo.
Me mira con cara de pocos amigos.
Se va a enterar este cabrón.
—Pero ¡hay una trampa! —anuncia Will Wang con una sonrisa—. Si
alguien encuentra vuestro globo primero, puede dároslo de manera
desinteresada.
Casi me entra la risa. Nunca he conocido a muchas personas que estén
dispuestas a compartir un millón de dólares.
—Aunque también puede explotarlo, en cuyo caso dicho concursante
quedaría eliminado de la competición para siempre.
Varios ahogan un grito.
¡Sí, hombre! Eso no me va a pasar a mí. Me lo he currado para estar
aquí y tengo aliados.
Estoy preparado.
—Si explotan vuestro globo, solo podrá salvaros una cosa, pero lo
descubriremos más adelante. Sin embargo, antes de poneros a explotar los
globos de todos los concursantes, tened en cuenta que es posible que
necesitéis a esa gente más tarde. Está en vuestras manos.
Alzo la barbilla y me preparo para tirarme con el objetivo de encontrar
mi globo sin explotar ninguno.
—Esta fase acabará con dieciocho concursantes. Sí, más de la mitad
seréis eliminados. Los primeros que encuentren sus globos pasarán a la
siguiente fase. —Coge aire y levanta una mano—. ¿Alguna pregunta?
Todos negamos con la cabeza.
—¡Preparados! ¡Listos! ¡Ya!
Saltamos a la vez mientras suena una música horrorosa de fondo.
Se desata el caos. Globos de todos los colores vuelan por todas partes.
Entonces, noto algo viscoso entre los dedos de los pies y lo entiendo
todo. En esta piscina no solo hay globos.
Parece… gelatina.
Percibo el olor mientras me abro paso. Y entonces la veo. Gelatina de
lima pegajosa y dulce.
Gritos. Voces. Estallan las primeras peleas y Wang llama a la calma. Se
oye la fricción del látex de los globos al rozarse y el chapoteo de la gelatina,
pero hay un sonido más estridente aún: el de los globos al explotar. Por
todas partes.
Me dirijo hacia los dos globos que vi antes y me fijo en que en el
primero pone «SHVETA PATEL». Vadeo hasta el otro y lo cojo antes que
Silas Chen, el chaval de mi grupo. Sonrío de oreja a oreja al leer el nombre:
«PENELOPE CARPENTER».
—¿De quiénes son? —me pregunta mientras busca como un loco entre
los globos y la gelatina de los cojones.
—No está el tuyo.
—Me lo darás si lo ves, ¿no?
—Claro.
Me giro en una dirección diferente y me sumerjo en un mar de lima y
látex mientras una mujer se lanza sobre mí. Está llorando, las lágrimas se
deslizan por su rostro y tiene gelatina entre las tetas.
—¡Qué asco!
—¡Jódete! —grita alguien detrás de mí, y estallan más globos—. ¡Eh,
tú, gilipollas, dame ese puto globo!
Pedirnos que nos comportáramos era demasiado.
—Nuestra primera concursante, Greta Waltz —dice Will con tono
solemne—, ha sido eliminada.
No veo más globos escritos desde mi posición privilegiada, así que me
enderezo y busco a Penny. Lleva todo el rato en la otra punta de la piscina,
y ha estado revisando cada globo despacio y con cuidado. Vadeo hacia ella
mientras aparto la gelatina de mi camino y, justo en ese momento, me
encuentro con una chica ataviada en un sari. Los globos la cubren por
completo e intenta mantener la cabeza a flote.
—¿Shveta?
Apenas puede oírme porque hay demasiado ruido.
—¿Sí?
Le entrego su globo.
—¿En serio? —Lo levanta y lo estudia con atención—. Madre mía,
gracias.
Sigo abriéndome paso entre el caos para llegar hasta Penny cuando Will
Wang anuncia:
—¡Ya tenemos a nuestra primera concursante, damas y caballeros!
¡Shveta Patel, de Nueva Jersey!
Y nos suelta todo el rollo de la vida de Shveta. No dejo de mirar los
globos a mi alrededor mientras cruzo la piscina.
Han descalificado a otros cinco concursantes más; uno de ellos, que es
de mi grupo, echa pestes por lo bajo con aires de ofendido mientras se
dirige hacia la pared donde están los demás perdedores. Entonces veo a
Ace, que aprieta un globo hasta hacerlo explotar.
—¡Y otro que muerde el polvo! —exclama Will Wang—. Ace Moulder
está en racha. Ya ha condenado a tres personas. ¡Los demás concursantes
rezan para que sus globos no acaben en sus garras!
Joder. Bueno, aún no han dicho mi nombre. A medida que me acerco,
noto a Penny más preocupada. Sigue revisando cada globo con esmero,
pero arruga un poco la frente y de vez en cuando le echa un ojo a la pared
de los perdedores, como si se imaginase ahí.
—¡Penny! —la llamo a voces.
No me mira.
Es verdad, olvidaba que no responde a ese nombre.
—¡Penelope Carpenter!
Ahora sí que me mira; se le iluminan los ojos cuando ve el globo rojo en
mis manos.
Entonces, Ace aparece de la nada a mi espalda y se lanza a por el globo
que llevo en las manos. Lo aparto de él en el último segundo, pero entonces
se me escapa y se va volando. Intento cogerlo, pero está fuera de mi alcance
y flota hacia Ace, que lo mira con una sonrisa de oreja a oreja.
Levanta las manos para atraparlo y el globo le roza la yema de los
dedos.
Mierda.
Aprieto los puños y corro hacia él. Lo hundo por los hombros y lo
sumerjo en olas de látex y lima. Aprovecho que las cámaras no nos están
enfocando y le propino un puñetazo en la garganta que le hace atragantarse
con el aire que le queda en los pulmones. Cuando salgo a la superficie hay
un foco apuntándome.
La irritante voz de Will Wang retumba por todos lados:
—¡Miren eso! Luke Cross es el príncipe azul de Penelope Carpenter.
¿No es todo un caballero, chicas?
Me limpio la mierda verde de los ojos y sujeto el globo con firmeza
ahora que tengo a Penny delante.
—¿Lo vas a explotar delante de mis narices? —pregunta, preocupada.
—No. —Se lo entrego—. ¿Por quién me tomas?
—No sé —murmura, y se recoloca las gafas—. Gracias.
Mientras sale de la piscina, Will Wang anuncia:
—Y la siguiente concursante que pasa a la segunda fase es… ¡Penelope
Carpenter!
Ella me mira y me dedica una amplia sonrisa.
Vaya, vaya, vaya, pero si sabe sonreír y todo. A lo mejor no es tan
estirada como yo pensaba.
—Eh, nenaza —grita alguien detrás de mí.
Me giro.
Ace sostiene un globo amarillo que lleva mi nombre.
Mierda.
Antes de que se me ocurra qué hacer, lo aprieta entre las palmas de las
manos y lo hace estallar, y no puedo mirar otra cosa que no sea su
asquerosa sonrisa de satisfacción.
Sobrevivir a la primera fase
Nell

¿Que cuál es mi estrategia? No lo sé. Dado que no soy muy


deportista, supongo que usaré el cerebro. Una vez casi me ahogué en
menos de un metro de agua.

—Confesionario de Nell, día 1

A pesar de que de cintura para abajo estoy cubierta de gelatina de lima,


me dirijo a las plataformas de los ganadores como si flotase en una nube.
No me lo creo. He sobrevivido a la primera fase.
Gracias a él. Al chico sucio que no deja de mirarme.
Courtney y yo bromeábamos con que sería la primera expulsada.
Apostábamos a que acabaría el primer día de grabación durmiendo calentita
en mi cama.
Pero no solo no me han expulsado, sino que ya no estoy entre los
cincuenta semifinalistas.
Estoy entre los dieciocho finalistas.
He memorizado la lista de premios de la carpeta negra, así que sé lo que
recibiremos cada uno. Cincuenta mil dólares.
¡Cincuenta mil dólares!
Y sin mover un dedo. Me han dado mi globo y…
—Y el siguiente eliminado es —sé que duele, chicas, lo siento— Luke
Cross. Estoy seguro de que todas las mujeres que nos están viendo ahora
mismo están gritando. Nuestro príncipe nos dice adiós. Lo cierto es que
pensaba que aguantaría más —confiesa Will Wang en tono piadoso.
Levanto la cabeza horrorizada y veo que Luke se dirige hacia la otra
pared, cubierto de gelatina. Es la pared de los perdedores.
No. No.
¿He sido yo? ¿Es culpa mía?
Sostengo el globo en las manos; el globo que lleva mi nombre y que
Luke rescató para mí. No dejo de darle vueltas al hecho de que debería ser
el suyo y que le corresponde a él estar aquí en vez de a mí.
Shveta me da un abrazo.
—¡No me lo creo! ¡Hemos pasado a la siguiente fase!
El corazón me retumba en los oídos mientras veo a Luke ahí de pie,
apoyado en la pared, con cara de enfado. Seguro que lamenta el día en que
ayudó a una torpe como yo. Se cruza de brazos y mira el suelo.
Me. Siento. Como. Una. Cabrona.
Pasan diez minutos más, los necesarios para que los concursantes que
quedan exploten o encuentren el resto de los globos. Cuando ya han salido
todos de la piscina y se han incorporado al bando de los ganadores o los
perdedores, Will Wang dice:
—Veamos. Diecisiete personas han encontrado sus globos y treinta y
tres han visto morir sus sueños en los primeros minutos de Matrimonio por
un millón de dólares. Pero, como he explicado antes, los que se han
quedado sin globo aún tienen una oportunidad para volver a concursar.
Baja del podio y camina hacia Shveta con una sonrisa.
—Nuestra primera ganadora. Ahora descubriréis en qué consiste
Matrimonio por un millón de dólares. Os vais a dividir en equipos. Me
gustaría que hicieses explotar tu globo cuando cuente tres y que cogieses el
papelito de dentro.
Entonces empieza a contar y, en cuanto llega al tres, Shveta aprieta su
globo hasta hacerlo estallar. Cuando el papelito cae a sus pies, se agacha y
lo desdobla.
—Lee el nombre para nuestro público, por favor —le pide Will Wang.
Ella arruga la nariz.
—Ace Moulder.
La multitud jalea.
—¡Acércate, Ace! —dice el presentador. Ace se pavonea desde su
puesto en el bando de los ganadores y se acerca a ellos mirando con recelo a
Shveta. Will Wang coge su globo, lo revienta y saca el nombre de Shveta
Patel—. ¡De ahora en adelante seréis compañeros y trabajaréis juntos!
A Ace se le escapa un sonoro «joder», y Shveta parece aterrorizada.
Will les hace un gesto para que vayan a unas gradas, y Ace se coloca detrás
de Shveta. Se los ve encantados.
Entonces Will Wang me mira.
—Nuestra concursante número dos, la encantadora y brillante doctora
Penelope Carpenter.
Esta vez el aplauso es leve, pero, de pronto, me doy cuenta de que me
van a emparejar con uno de estos hombres. Will mira mi globo. Me cuesta
reventarlo, así que cierro los ojos con fuerza cuando lo hago. Will recoge el
papel y lo lee.
—Como hemos dicho, los perdedores todavía tienen una oportunidad. Y
ahora mismo un afortunado perdedor está a punto de volver al concurso,
cortesía de nuestra bella doctora. —Me entrega el papel—. Lee el nombre
en voz alta, por favor.
Lo miro y, por primera vez, me alegro. Porque por fin siento que podría
estar en buenas manos.
—Luke Cross.

Luke

¿Mi estrategia? Es la misma que uso para la vida. Sé bueno con los
demás y el resto vendrá solo.

—Confesionario de Luke, día 1

—¡La tímida pero encantadora doctora Carpenter ha salvado a Luke


Cross! —exclama Will Wang—. ¡Ven aquí, grandullón!
Will Wang empieza a cansarme, pero me la suda.
Paso a la segunda fase. Cincuenta mil dólares.
Alzo el puño y me alejo de la pared de los perdedores. Le doy un abrazo
a Will y saludo a la multitud de falsos fans que me animan como locos.
—No me des las gracias a mí, dáselas a tu chica —me dice.
Me dispongo a darle un abrazo, pero ella da un paso atrás y casi se cae a
la piscina. Tiene cara de cervatillo asustado, supongo que debido a las
cámaras. Levanto el pulgar para animarla.
—¿Él va a ser mi compañero? —susurra, aturdida.
—¡Pues claro! ¡Pero enseguida llegaremos a eso! —anuncia Will, con
tanta alegría que me pregunto si habrá desayunado crack—. ¡Vamos a
conocer a las siete parejas restantes!
Will sigue emparejando a los concursantes. Los siguientes son Ivy, la
culturista con la que me he aliado, y Cody, el flacucho asiático que no
conozco. Me pongo al lado de Penny; diría que está temblando.
—¿Estás bien? —le pregunto.
—No… No me creo que haya llegado tan lejos —dice.
—¿No? Pues yo voy a por todas —le aseguro—. Si quieres
acompañarme…
Ella enarca una ceja.
—¿No vas a machacarme?
—No, tía, no. Ahora que eres de mi equipo no.
Se queda callada un momento, lo que dura el aplauso a la siguiente
pareja: Brad, uno de los deportistas de mi grupo, y Natalie, una motorista
cañera de mediana edad que lleva un corsé de cuero y piercings.
—Seré una carga para ti.
Me río.
—¿Cuánto debe de pesar una cosita como tú?
—Me refiero a que… si quieres ganar, estarías mejor con… —Señala a
los demás—. Cualquiera.
—Puede. Pero estoy contigo. Estoy bien.
Ya se han decidido el resto de los equipos: somos nueve parejas. Will
Wang dice:
—¡Estos son! ¡Estos son los equipos de Matrimonio por un millón de
dólares! ¡Cada uno de estos individuos tiene como mínimo cincuenta mil
dólares asegurados!
Todos vitoreamos. De puta madre.
—Pero, perdedores, todavía os queda una posibilidad más para volver al
concurso, y vamos a descubrirla ahora mismo.
Bajan las luces y ponen una música épica de fondo.
Will Wang explica:
—Emparejados, se os va a dar la opción de participar en el próximo
desafío. Si aceptáis, ¡obtendréis como mínimo setenta mil dólares! ¡Lo
único que tenéis que hacer es decir «sí»!
Me encojo de hombros y grito:
—¡Sí, tío!
Will se ríe.
—Echa el freno, vaquero. Quizá quieras saber dónde está la trampa, lo
cual nos lleva al objetivo principal del programa. John Phillips, ¿estás ahí?
Sube al escenario conmigo, por favor.
En ese momento, un hombre trajeado se levanta y la multitud se aparta
para dejarlo pasar. Sube al podio a paso ligero, le estrecha la mano a Will y
se coloca a su lado.
—John está aquí por una razón muy especial. Mejor dicho, una
ceremonia muy especial.
Las cámaras nos están enfocando las caras; aquí hay gato encerrado.
—De hecho, John es juez de paz.
La multitud ahoga un grito. Penny se pone tensa.
—Sí. ¡Si queréis participar en el próximo desafío y en cualquier otro
que venga después, vosotros y vuestras parejas tendréis que casaros!
Ahogan un grito más sonoro. Las pantallas de arriba se centran en las
expresiones de estupor de los concursantes. Penny está temblando. Ivy
parece cabreada. Ace no deja de repetir la misma palabrota una y otra vez.
La chica india se ha sentado en el suelo y se ha tapado la cara con las
manos. Menudo caos.
Yo, en cambio, no podría estar más tranquilo.
El programa se llama Matrimonio por un millón de dólares. ¿De verdad
no se les pasó por la cabeza que casarse sería parte del concurso?
Voy a por todas.
—Viviréis con vuestra pareja como si fueseis uno solo. Durante el
concurso lo haréis todo juntos. Habrá desafíos que pondrán a prueba vuestra
resistencia, vuestra fuerza y vuestra capacidad para trabajar en pareja. Si
ganáis, cada uno os llevaréis doscientos cincuenta mil dólares y tendréis la
posibilidad de anular el matrimonio si lo deseáis. Pero si decidís seguir
casados de manera legal, ¡os llevaréis el millón de dólares y una luna de
miel con todos los gastos pagados!
Miro a mi alrededor. Todas las parejas son polos opuestos. Parece que
hayan pasado nuestros test de personalidad por una máquina y hayan
elegido a la persona menos compatible con nosotros para emparejarnos.
—Entendemos que supone un gran compromiso por vuestra parte, por
lo que os vamos a dar a cada uno de vosotros y a vuestra pareja cinco
minutos para que lo habléis detenidamente y decidáis qué hacer. Pero, por
favor, tened en cuenta que vuestra decisión será definitiva y que os tendréis
que casar aquí y ahora. Luego cogeréis un vuelo y el concurso empezará de
verdad. —Les guiña un ojo a los perdedores—. Si abandonáis ahora os iréis
a casa con cincuenta mil dólares, pero si decidís continuar ¡ganaréis setenta
mil y tendréis la oportunidad de conseguir más! El tiempo empieza… ¡ya!
Me vuelvo hacia Penny. Se abraza a sí misma, no me mira.
—Oye, por mí lo hacemos.
No dice nada.
Entonces, agito una mano delante de su cara.
—¿Estás loco? —espeta al fin mientras me mira—. No me casaría
contigo en la vida.
—Vale. Olvídate del matrimonio. Lo que importa es el dinero. Y yo lo
necesito.
Entonces, deja escapar un suspiro.
—Pero… mis padres…
—Que les den a tus padres. Que le den a todo el mundo. ¿Qué más da?
Podemos anular el matrimonio cuando ganemos, pero tanto tú como yo
necesitamos el dinero, ¿a que sí? Piensa en todos los concursantes a los que
has vencido para llegar a este escenario. Vamos a hacerlo, coño.
Baja la vista al suelo.
—No vamos a ganar.
—Claro que sí, tía. Tú aportas la inteligencia, ¿no? Yo la fuerza. Nos las
apañaremos nos pongan los desafíos que nos pongan. Confía en mí. Vamos
a arrasar.
Se aparta el pelo de la cara y mira la cuenta atrás; nos quedan menos de
dos minutos para tomar una decisión.
Le doy un codazo.
—¿De qué tienes miedo?
—Pues… no sé —musita con un hilo de voz—. ¿De hacer el ridículo
delante de todo el país?
—No dejaré que eso suceda. ¿Algo más?
Me mira con unos enormes ojos azules y me llega, justo ahí. Al alma, a
la polla. Quiero separarle esos labios suaves y carnosos con la lengua y
dejarme llevar.
—¿De enamorarte de mí? —le pregunto con una sonrisa de oreja a
oreja.
Abre los ojos como platos y se sonroja.
—No. De eso no.
—Perfecto. Entonces ¿qué? ¿Qué dices?
Se mira la mano. Al principio no lo pillo, pero luego sí. Ahí es donde
iría el anillo.
—Es que… toda mi vida he soñado con una boda romántica. Con un
anillo de verdad, un vestido blanco, una iglesia, una tarta nupcial y un
hombre del que esté enamorada. Esto es cursi y artificial y no…
Justo entonces suena la alarma.
—¡Tiempo! —exclama Will Wang, que enfila hacia los concursantes
con el micro—. Veamos. Shveta y Ace. Antes de que nos reveléis vuestra
decisión, decidnos, ¿os habéis divertido en Matrimonio por un millón de
dólares hasta ahora?
Ace frunce el ceño. Shveta responde:
—Sí. Hasta ahora.
—Ah, de acuerdo. ¿Y tú qué has decidido? ¿Sí o de ninguna manera?
Shveta se inclina hacia el micrófono.
—He decidido que… de ninguna manera. No voy a continuar. Gracias.
La multitud empieza a cuchichear.
—¿Y por qué has renunciado a la posibilidad de ganar un millón de
dólares?
—No puedo hacerlo —explica Shveta mientras Ace la mira con cara de
pocos amigos—. En mi cultura somos muy estrictos con el tema del
matrimonio.
—Vale, vale. —Le pasa el micrófono a Ace—. ¿Cómo te ha sentado la
decisión de Shveta?
—Pues como el culo, aunque tampoco quería casarme con esta zorra.
Will se aleja, incómodo, porque parece que Ace esté a punto de arrearle
un puñetazo a lo primero que encuentre, como su cabeza, por ejemplo.
—No se preocupe, señor. Existe la posibilidad de que vuelva a
incorporarse a medida que avanza el programa. Si para el próximo desafío
se casan menos de nueve parejas, las vacantes se sortearán entre los que
estáis eliminados.
Me acerco al oído de Penny y ella se pone tensa de nuevo. Madre mía,
¿siempre va a estar nerviosa conmigo?
—Mira. Ace está eliminado. Nuestra suerte mejora por momentos.
Y lo sé. Lo sé por cómo esquiva mi mirada o por la forma en que se
pone rígida cuando estoy cerca. Puede que a su cuerpo le atraiga, pero ahí
está su pedazo de cerebro para decirle que no, que huya lo más lejos y
rápido posible en la otra dirección.
Y es probable que le vaya mejor así.
Su respuesta va a ser que no.
—¡Pareja número dos! —Will Wang nos habla mientras se acerca a
nosotros—. El príncipe azul y la encantadora doctora. ¡Esto sí que es una
pareja llamativa! Doctora Carpenter, ¿y tú? ¿Te lo has pasado bien hasta
ahora?
Traga saliva y asiente.
—Perfecto. Pues no hagamos esperar al público. ¿Qué dices? ¿Vas a ir a
por el millón o tu aventura acaba esta noche? ¿Sí o de ninguna manera?
Me mira un segundo, acerca los labios al micrófono y musita:
—Sí.
Y me entran unas ganas tremendas de abrazarla. Lo haría si no supiera
que se apartaría muerta de miedo.
Sí, queremos
Nell

No, no pensaba que nos harían casarnos tan pronto. Pensaba que solo
tendrían que casarse los ganadores, porque así se llama el programa, pero
creía que para entonces yo ya me habría ido hace mucho. No pasa nada.
Bueno, seguro que mis padres piensan que me he vuelto loca, pero está
claro que vamos a anular el matrimonio en cuanto nos eliminen.

—Confesionario de Nell, día 2

Diez minutos después nos encontramos todos en un podio. Somos nueve


parejas en total. Varios concursantes decidieron no casarse y a otros los
rescataron del bando de los perdedores. Metieron a los ganadores en un
grupo y fueron diciendo nombres y emparejándolos al azar hasta que
fuimos nueve equipos. En este momento estamos escuchando al juez de paz
mientras pronuncia los votos básicos —«en la riqueza y en la pobreza»—, y
todo ese rollo; pero lo hace con voz de presentador de concursos. Estoy
sudando por culpa de los focos y estoy hecha un cristo después del último
desafío. Encima voy en piratas, mis zapatillas están llenas de gelatina de
lima y llevo un velo cursi en la cabeza sujeto por una horquilla con las
siglas MMD en pedrería.
Si me viesen mis padres…
Bueno, con suerte para cuando me vean el programa habrá terminado y
el matrimonio ya estará anulado.
—Novias, cogedle la mano a vuestro futuro marido, miradlo a los ojos y
repetid después de mí…
Trago saliva. La mano de Luke es más o menos el doble de grande que
la mía. Es callosa y áspera, pero agradable. La mía resbala por el sudor.
Levanto la vista hacia sus ojos verdes. Esta luz hace resaltar las motas de
color ámbar que hay en ellos.
Estamos cara a cara. Cogidos de la mano. Tan cerca que noto el calor
que emana su cuerpo. Le brilla la piel; apuesto a que sabe a lima y sudor.
Madre mía, es guapísimo. Tanto que casi consigue que ignore las
cursiladas que el juez de paz está diciendo y que olvide las cámaras y los
focos y que estamos en las instalaciones deportivas del Instituto de
Tecnología de Georgia, a punto de embarcarnos en un concurso.
Doy el «sí, quiero» a duras penas porque me atraganto al hablar.
Entonces el juez de paz se vuelve hacia los hombres y les pregunta lo
mismo. Luke da el «sí, quiero» con voz baja y temblorosa pese a que la
frase «hasta que la muerte os separe» sigue flotando en el aire. Las alianzas
que intercambiamos son de un tono dorado, pero de plástico, y pone MMD;
no han reparado en gastos con ese detalle.
—Os declaro marido y mujer —anuncia el juez.
Y así, sin comerlo ni beberlo, Luke Cross y yo estamos casados.
Estoy casada. Casada con el yeti sucio que no deja de mirarme.
—Podéis besaros.
Abro los ojos como platos. Me vuelvo hacia el juez con cara de espanto.
Luke ni siquiera lo intenta. Nos quedamos ahí como dos pasmarotes.
Oigo que dos personas se están peleando detrás de nosotros y me giro para
ver qué sucede. Ace, que logró volver al juego porque su número fue
emparejado con una belleza de cabello oscuro llamada Marta, acaba de
recibir una bofetada.
—¡No me toques! —grita ella.
Miro de nuevo a Luke, que dice:
—No te preocupes, cariño. No voy a intentarlo.
—Gracias —murmuro.
—Mirad a vuestras nueve parejitas —nos indica Will Wang, que baja
del podio con una sonrisa en el rostro—. Se están preparando para
embarcarse en una luna de miel, por así decirlo. Pero ¡esto no es una luna
de miel cualquiera! ¡Hay algunas reglas básicas!
Will comienza a explicar los detalles del juego. Cuando lleguemos a la
primera parada, se nos adjudicarán cinco mil dólares para viajar a los
lugares que vayamos a visitar. La mayoría de los vuelos los reservará el
programa para mantener un aire de misterio respecto a cuáles serán los
próximos destinos, pero tendremos que reservar dinero para el transporte en
tierra y el alojamiento. En la mayoría de las paradas habrá desafíos que
pondrán a prueba nuestra capacidad para trabajar en pareja. Las plazas se
determinarán en función de cómo nos vaya en los desafíos y de lo que
tardemos en llegar al punto de registro. La última pareja en llegar a la meta
o al punto de registro de cada tramo del viaje será eliminada. Sin embargo,
varias paradas no serán eliminatorias. Escucho todas las instrucciones, que
me abruman y me hacen sentir mareada.
—Parece El Gran Reto —dice alguien.
Me encojo de hombros en silencio. En este momento, me arrepiento de
no haber visto ese programa. Porque quizás ahora sabría qué esperar.
Un miembro del personal nos insta a bajar de las plataformas y nos saca
de la habitación a pesar de que Wang aún no ha terminado de hablar. Lo
último que oigo es: «Los vamos a llevar a un lugar secreto de los Estados
Unidos. Allí pondremos a prueba su relación de la forma más dura.
¿Quiénes aprenderán a trabajar juntos? ¿Quiénes…?
Las puertas se cierran detrás de nosotros y nos llevan por el pasillo por
el que habíamos entrado. Fuera nos espera un autobús turístico enorme. Nos
hacen subir a todos y nos dicen que ya han metido nuestro equipaje y que
nos sentemos con nuestros cónyuges.
Mi cónyuge.
Madre mía, que me he casado.
Con un tiarrón sucio que no me pega nada.
Aún pegajosos a causa de la gelatina, los dieciocho tomamos asiento.
Miro por la ventanilla cómo desaparece el Instituto de Tecnología de
Georgia.
—¿A dónde nos llevan? —pregunto al cabo de unos minutos.
—Al aeropuerto —aclara él.
Tiene razón. Nos dirigimos al sur por la I-85, al Aeropuerto
Internacional de Atlanta.
—¿Crees que va a ser mucho más intenso? ¿Peligroso tal vez?
Él asiente.
—Creo que van a hacer lo que quieran con nosotros y nos van a joder
siempre que puedan.
Me estremezco, pero parece que a él le hace gracia.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta la palabra «joder»?
Me estremezco de nuevo.
—¿O es el acto lo que te preocupa?
—No me gusta esa forma de hablar, la verdad. Me resulta ordinaria.
—Usted perdone, señora Cross. Intentaré moderar…
—No. Nada de señora Cross. —Me mira confundido, así que se lo
explico—. Cuando me case, conservaré mi apellido de soltera. Ni siquiera
uniré el de mi marido y el mío con un guion. Me he ganado mi título.
Siempre seré la doctora Carpenter, gracias.
Entorna los ojos.
—Estás de coña.
Me pongo tensa otra vez.
—Bueno, doctora Carpenter, si queremos ganar, debemos aclarar
algunas cosas antes de subir al avión. —Baja la voz y se acerca a mi oreja
—. Tenemos que vigilar a Ace y Marta. A ella no la conozco, pero, por lo
que hemos visto, Ace va a jugar sucio.
Se asoma al hueco que hay entre los asientos para asegurarse de que
nadie nos está mirando.
—Ivy es fuerte y competitiva, pero no puede conmigo, y su compañero
Cody es de los más debiluchos. Sin embargo, Brad es un tío duro. Va a
costar vencerlos a él y a Natalie. Él es deportista y ella una marimacho.
Me quedo mirándolo. Apenas conozco los nombres de esta gente.
Estaba ocupada intentando no tropezar o caerme de bruces. ¿Cómo ha
evaluado a la competencia tan deprisa?
—Los demás no van a suponernos ningún problema, así que número
uno: quiero que confíes plenamente en mí, del mismo modo que yo voy a
confiar en ti. Somos el primer aliado del otro; el contacto más
inquebrantable. ¿Entendido?
Me sorprende lo serio que suena. Está claro que ha venido a ganar.
Pobre; lo más seguro es que lo decepcione con mayúsculas. Si me he
quedado sin aire solo de ir corriendo hasta el autobús.
—Entendido.
—Número dos: tienes que calmarte. Deja de preocuparte por todo y
relájate. Hazme caso y todo irá bien.
¿Habla en serio?
—No he dicho que esté preocupada.
—Tu lenguaje corporal sí —dice mientras desliza su dedo a lo largo de
mi brazo desnudo y cubierto de gelatina. Se me pone la piel de gallina. Me
estremezco, no tanto por el contacto sino porque, contra todo pronóstico,
me resulta agradable. No me importaría que siguiese—. Joder, ¿siempre
estás tan tensa?
—No. Solo cuando me caso con completos desconocidos.
Se ríe. Se lo toma todo como un juego.
—¿De verdad no te importa estar casado con alguien a quien acabas de
conocer y con el que no te habrías casado nunca?
Se encoge de hombros.
—No es real.
—Sí lo es. Aunque haya sido una cursilada, tenemos un papel oficial
con nuestro nombre. Así que se podría decir que hemos mancillado una
antigua tradición que merecía ser respetada. Soñaba con casarme algún día
con un hombre al que amase y he mancillado ese sueño. Cuando me case de
verdad, la gente pensará que soy una farsante porque me casé contigo
primero. ¿Y por qué? ¿Por dinero? Me siento… sucia.
Noto cómo Luke reflexiona.
—Madre mía, visto así… Yo solo sé que no va en contra de mis
aspiraciones de futuro. Nunca he soñado con casarme. No me va ese rollo.
Este chico me repugna.
—¿Con «ese rollo» te refieres al compromiso? ¿Al amor? ¿A la
monogamia?
Me mira con cara de asco.
—Sí. A esas mierdas. Deberías relajarte y no preocuparte tanto por lo
que piensen los demás.
—No puedo evitarlo. Y sí, suelo tener los nervios a flor de piel. En
realidad es una ventaja. Soy organizada, centrada y competitiva, aunque no
sea deportista. Por eso siempre me he graduado con summa cum laude en
todas las carreras que he estudiado.
—No sé lo que significa eso. Lo que sé es que estás supertensa. Si te
relajaras y dejases de esconderte tras esas gafas, serías un pibón de la
hostia. Tranquilízate, nena.
Frunzo el ceño. Me da igual ser un pibón. Aunque puede que tenga
razón. Siempre me han dicho que soy muy cuadriculada.
—No me llames «nena».
—Como quieras, cariño. Número tres: pareces de las que se vienen
abajo con facilidad —dice sin dejar de mirarme a los ojos—. Y habrá
muchos desafíos físicos. No quiero oírte decir «no puedo» ni una sola vez.
Si te cuesta superarlos, dímelo y te ayudaré. Y yo acudiré a ti si hay un
enigma o algo que requiera más neuronas de las que tengo. No soy muy
listo, pero nunca te diré que no puedo. ¿Entendido?
Me dan igual sus formas. Se está comportando como si los votos que
hemos pronunciado lo convirtiesen en mi dueño.
—¿Algo más?
Se rasca la barba.
—Creo que no.
—Perfecto. Bueno, yo sí tengo algo que añadir. Ni se te ocurra tocarme.
Y no, no vamos a dormir en la misma cama. Y si nos hacen compartir
habitación, yo me pido la cama y tú… te buscas otro sitio para dormir, a
poder ser en otro cuarto. Ah, y no pienses que porque haya un papel que
diga que soy tu mujer tienes derecho a que me comporte como cualquier
mujer con su marido. Piensa en esto como un acuerdo comercial. Nada más.
¿Vale?
Sonríe, divertido.
—Lo que usted diga, señora.
Asiento, contenta de que le haya entrado en la cabeza. Justo en ese
momento, vislumbro el aeropuerto a lo lejos y suspiro.
Oigo que murmura en voz baja:
—Pero estoy seguro de que cambiarás de opinión.
Tuerzo la cabeza para mirarle.
—¡No voy a cambiar de opinión bajo ninguna circunstancia!
Se encoge de hombros.
—Si tú lo dices, nena.
—¡Lo digo porque lo sé! ¡Y no me llames ni «nena» ni «cariño» ni nada
por el estilo, porque no me hace gracia!
Cruzo los brazos y lo ignoro durante el resto del viaje, que no dura
mucho.
El autobús no tarda en parar. Le miro y me acaricia la mejilla con
delicadeza.
Tras lo cual se lleva el dedo a la boca y lo chupa.
—Vaya, sabes bien.
Casi me muero ahí mismo.
Su tacto es suave como una pluma, pero me llega al alma.
—¿Has oído algo de lo que te acabo de decir? —exijo saber mientras se
me dispara la temperatura—. ¿Qué te he dicho sobre tocarme?
Me mira a los ojos durante un buen rato y se relame los labios.
—Sí, te he oído. Pero seguir órdenes no es mi estilo. Y menos de
alguien que sabe tan bien como tú.
Se me desencaja la mandíbula. La cabeza me da vueltas.
No puedo pensar en nada excepto en que cree que tengo buen sabor.
¿Yo? ¿Buen sabor?
Uno de los miembros del personal avanza por el pasillo mientras reparte
un trozo de tela negra a cada concursante.
—Cuando subáis al avión, sentaos con vuestro cónyuge. En el momento
del despegue poneos la venda.
¿Una venda? Estupendo. Estar con los ojos vendados al lado de mi
cónyuge va a ser un cóctel molotov, sobre todo porque acaba de
saborearme.
Cogemos nuestras bolsas y subimos al reactor. Saco mi libro. Me estoy
dejando la vida para meter mi mochila en el compartimento de arriba
cuando llega Luke y lo consigue sin esfuerzo.
—Gracias. —Me siento a su lado y veo que se está agarrando con
fuerza a los reposabrazos. Lleva los auriculares puestos. Nos dejan
conservar nuestros móviles, pero nos han bloqueado los datos, el wifi, los
mensajes y las llamadas. Decido ponerme los míos yo también para no tener
que hablar, pero la curiosidad que siento es demasiado fuerte y pregunto—:
¿No te gusta volar?
Me sonríe con suficiencia.
—Es la primera vez que lo hago.
—¿En serio? —Por alguna razón oír eso hace que me sienta mejor. Más
valiente—. No tienes nada de qué preocuparte.
—No he dicho que estuviese preocupado.
—Tu lenguaje corporal sí —lo imito mientras señalo cómo se agarra al
reposabrazos, aunque procuro no tocarlo.
Relaja los dedos y se pone a toquetear las letras de su anillo de plástico.
—¿Vuelas mucho?
Asiento con la cabeza.
—Soy de Cabo Cod.
Aunque, en realidad, no voy mucho por allí.
—¿Dónde está eso?
—En Massachusetts.
—¿Y qué hace una yanqui como tú por aquí por el sur?
Sonrío.
—Quería huir de mi familia. Vine aquí sin la menor intención de volver.
Entre el grado, el máster y el doctorado llevo aquí ya ocho años.
—Joder, eres un cerebrito.
—Supongo. También tengo buena memoria, lo cual ayuda.
—Joder, tía. Mis padres me repudiaron cuando tenía dieciséis años,
cuando dejé el instituto. Me planteé retomarlo para sacarme el título, pero
qué coñazo, con lo que odio hacer exámenes. Nunca se me han dado bien
los estudios. En cambio, tú eres el sueño de cualquier padre. ¿Me estás
diciendo en serio que tienes problemas con tu familia? ¿Por qué?
—Mi padre quería que fuese a la facultad de Derecho de Harvard para
que siguiese sus pasos. Pero a mí eso no me interesaba. Básicamente me
dijo que él asumiría todos los gastos si continuaba con su legado, pero si no,
me las tendría que apañar yo sola.
Me mira impresionado.
—Qué huevos tienes, tía.
Me encojo de hombros, aunque en realidad me siento un poco orgullosa
de mí misma. El machote piensa que tengo huevos.
—Bueno. No sé si soy valiente o estúpida, porque gracias a eso se me
han acumulado los préstamos estudiantiles. Pero hay que ser fiel a uno
mismo, ¿no?
El avión empieza a rodar por la pista. Luke estira el cuello para mirar
por la ventanilla ovalada. No lo dice, pero creo que está nervioso.
—¿Y tú qué?
—Tengo un bar. O… el banco tiene un bar. Necesito el dinero para
recuperarlo.
—Ah. ¿Cómo se llama?
—No lo conoces. Dudo que alguien tan dulce y pura como tú haya
pisado mi barrio siquiera. Es un bar de mala muerte. —Toca el libro de mi
regazo—. Con razón tienes el cerebro tan grande, con todo lo que lees.
Asiento.
—Me encanta Baudelaire.
—Baude… ¿qué? —Me quita el libro de las manos y lo hojea—. Coño,
pero si está en otro idioma.
—Es francés.
—¿Y lo entiendes?
Asiento.
—Cuando era pequeña veraneaba en París.
—Hostia… puta. —Carraspea para aclararse la garganta. Sigue
hojeando el libro con aire distraído—. Quiero decir, hostia… pura. Qué rara
eres. Yo no toco un libro desde… Buf, ya ni me acuerdo.
Me encojo de hombros.
—Le beau est toujours bizarre.
Me mira de arriba abajo.
—Le… ¿qué?
—Lo bello siempre es raro.
—Ah. —Señala mis auriculares—. ¿Qué estás escuchando?
—Músorgski. Cuadros de una exposición. ¿Tú?
Se quita un auricular y me lo ofrece para que escuche. No estoy segura
de si quiero que nos los intercambiemos, pues que lo comparta después de
que ha estado en su oído me parece un gesto casi íntimo, pero lo cojo y le
doy uno de los míos.
Solo oigo a una banda de rock que aporrea la batería con tanta
estridencia que estoy convencida de que me va a dar dolor de cabeza.
Parece que el cantante esté gritando de dolor. Me estremezco y le devuelvo
el auricular.
Cuando lo miro está tan cerca que puedo ver las motas de color ámbar
en sus ojos; esos ojos que me perforan. Aún está escuchando mi música,
pero las comisuras de sus labios dibujan una leve sonrisa cuando descubre,
divertido, que no me ha gustado la suya.
—Eres una chica de gustos clásicos, ¿eh?
—Adoro la música clásica —le digo, quitándole el auricular y
volviendo a ponérmelo yo.
Me está mirando como si fuese un ser mitológico. Creo que lo único
para lo que ha servido esta conversación es para demostrar que no podemos
ser más opuestos. No creo que el equipo de Matrimonio por un millón de
dólares haya encontrado a dos personas que peguen menos que nosotros.
Pero tal vez eso es justo lo que querían.
Casi me echo a reír al ver que se le han puesto los nudillos blancos de
agarrarse al reposabrazos.
—Por cierto, puedes liberar a los reposabrazos de tus garras. Ya hemos
despegado.
En ese momento, echa un vistazo a través de la ventanilla mientras el
avión asciende hacia el cielo. Atlanta es un mosaico debajo de nosotros. Se
inclina por encima de mí. Tiene las patillas cortas, la barba cubre su piel
color caramelo y un mechón de cabello oscuro que me muero por apartarle
cae sobre sus ojos. Percibo su aroma, masculino, profundo y… delicioso,
suficiente para hacer que mis entrañas se retuerzan con fuerza.
—¡Guau! ¡Cómo mola!
—¿Quieres que te cambie el sitio? —le propongo. Me pregunto si es
consciente del efecto que tiene en mí.
Gira un poco la cabeza y se queda a escasos centímetros de mí.
Prácticamente me desnuda con los ojos, que le brillan, pícaros.
—No. Las vistas son mejores aquí.

Luke

Vaya que si me sorprendió. Nunca me había imaginado que me


casaría ni que sentaría la cabeza, y menos con una chica como ella. Yo soy
de trato fácil. No le hago ascos a nada. Pero Penny… es harina de otro
costal.

—Confesionario de Luke, día 2


He sobrevivido a mi primer vuelo. Estamos sentados con los ojos
vendados, listos para bajar del avión e irnos… vete a saber dónde.
—¿Dónde crees que estamos? —me susurra Penny—. Solo hemos
volado tres horas. Según esa información, la velocidad del viento y la
ubicación del aeropuerto desde el que despegamos… diría que estamos
en…
—Filadelfia.
—¿Cómo lo…?
—Estoy mirando sin que se note.
Me da un codazo.
—¡Para! Nos están grabando en todo momento. Incluso ahora. Así que
no hagas que nos descalifiquen.
Me gusta que esté pensando en el juego.
—Lo que usted diga, señora.
Un miembro del personal nos acompaña a otro autobús y el trayecto
dura una hora más. Para entonces ya es de noche y estoy listo para irme al
sobre.
Que a lo mejor es donde acabo durmiendo si sigo las reglas que me ha
impuesto Penny.
—¡Vale, chicos! —anuncia Will Wang desde la parte delantera del
autobús cuando paramos—. Estamos en vuestro primer puesto fronterizo,
así que ya podéis quitaros las vendas.
Me bajo la mía hasta que queda alrededor de mi cuello. Fuera está
oscuro. Examino todas las ventanas. Joder, estoy convencido de que nos
han soltado en medio de la nada.
—¿Dónde coño estamos? —pregunta Ace detrás de mí.
Salimos del autobús y formamos un círculo alrededor de Will en un
campo lleno de baches y barro. Hace un frío que te cagas; tanto que me sale
vaho por la boca. Hundo las manos en los bolsillos de mis pantalones
cortos.
—Son las nueve. Id a vuestras dependencias. Allí podréis refrescaros,
comer algo y descansar. Cuando suene la sirena, tendréis que presentaros
aquí para recibir instrucciones sobre vuestro próximo desafío. De ahora en
adelante, vosotros y vuestro cónyuge viajaréis por vuestra cuenta, sin
importar dónde vayan los demás concursantes. Quien llegue primero al
siguiente puesto fronterizo obtendrá una ventaja en el próximo tramo del
viaje. ¿Alguna pregunta?
Charity, una modelo con unas tetas enormes que tienen enamorados a
los cámaras, dice:
—¿Dónde están nuestras dependencias?
A modo de respuesta, un foco ilumina unas tiendas de campaña
pequeñas.
Entonces veo la expresión horrorizada de Penny.
Mierda. Voy a dormir en el suelo, fuera de la tienda. A la intemperie.
La tienda tiene nuestros nombres. Es aún más pequeña de cerca. Los
productores se están quedando con nosotros. Le hago un gesto para
indicarle que pase primero y, nada más entrar, empieza a quejarse
—Odio ir de acampada. Buf, qué frío.
Entro y veo que solo hay un saco de dormir. Creo que los productores
intentan que la convivencia con nuestro cónyuge sea lo más incómoda
posible. Caben dos personas, pero no creo que tenga la suerte de usarlo.
Enciendo una linterna y la luz ilumina una mochilita y la silueta de Penny,
que está acurrucada.
—¡Toma ya! —grito cuando abro la mochila y encuentro una fiambrera
con galletitas de queso y Coca-Colas. Le paso una a ella.
Se tira encima del saco y niega con la cabeza.
—No como esas cosas. —Se mira las zapatillas—. Y encima estoy
pegajosa por la gelatina.
—No te gusta la comida basura, la naturaleza… ¿Algo más?
Se sube las rodillas al pecho hasta hacerse un ovillo, temblando,
mientras yo abro el paquete de galletitas. No he comido nada en todo el día,
así que me las zampo en un momento. Me apetece una cerveza, pero me
toca conformarme con la Coca-Cola. Penny rebusca en su mochila.
Saca un cepillo y pasta de dientes.
¿Está loca?
—¿Dónde vas con eso? Que esto no es el Four Seasons.
Ella arruga la nariz.
—Tengo que lavarme los dientes.
—Buena suerte.
Me quito los zapatos y me empiezo a tumbar encima del saco mientras
ella se dispone a salir.
Está casi fuera cuando se da la vuelta y me ve ahí tumbado.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Cierro los ojos. El saco no es gran cosa, pero menos da una piedra.
—¿Ibas en serio antes?
Ella asiente.
—Muy en serio.
Entonces, me incorporo y me vuelvo a calzar. Me estoy preparando para
buscar otro sitio donde dormir cuando vuelve a entrar, esta vez con cara de
pocos amigos.
—Creo que me he traumatizado de por vida.
—¿Qué pasa? ¿No has encontrado el spa?
Niega con la cabeza.
—Nos han puesto baños portátiles. Qué asco.
Cuando pasa por mi lado percibo un olor a menta, de modo que lo más
probable es que al final sí que se haya cepillado los dientes. También huele
a ella. Creo que es su champú, pero tal vez sea la gelatina de lima. Percibí
ese aroma por primera vez en el avión y, desde entonces, no he podido
ignorarlo.
Daría cualquier cosa por acurrucarme en un saco de dormir con ese
aroma y disfrutarlo toda la noche.
Se sienta en el saco de dormir, se desata las zapatillas y se las quita. A
continuación, gatea hasta la apertura del saco y se mete dentro. Se hace un
moño y deja las gafas encima de su mochila.
Entonces me mira.
Me cago en la puta. Es preciosa. Lleva esas gafas tan grandes para que
no se le vea la cara, y lo consigue. Parpadeo dos veces en la penumbra en
un intento por ver algo más de la chica que se empeña en ocultar.
—¿Qué? —masculla.
—Nada —digo.
Salgo y cierro las solapas de la tienda. La temperatura ha bajado en la
última hora. Cuando me pongo a buscar un lugar para descansar, tropiezo
de repente con un bulto en el suelo. Es Brad, uno de los miembros iniciales
de mi grupo de deportistas. Está tumbado en el suelo con otros dos
concursantes a los que no distingo.
—¿A ti también te ha echado tu mujer? —le pregunto mientras
encuentro un sitio donde tumbarme. Sin embargo, solo hay barro y hierba
seca. Da puto asco.
Envuelto en su anorak, niega con la cabeza.
—No. Ella quería que me quedase, pero es mayor que mi madre, así
que… sí. Le he dicho que dormiría fuera.
Joder. Bueno, al menos tengo compañía.
Aunque no es la compañía que me gustaría.
En la oscuridad veo a un tío fornido con pinta de astuto llamado Steven.
Su esposa Erica le habrá mandado a paseo. Es la típica empresaria de
personalidad neurótica, y me recuerda un poco a Lizzy, la novia de Jimmy,
excepto porque Erica es una cabrona. Es una borde y una escandalosa; me
volvería loco. Steven me estrecha la mano.
Luego conozco a Elliott, que seguro que pesa casi doscientos kilos. Su
pareja es un pibón llamado Jen que al parecer se gana la vida publicando
vídeos de sus entrenamientos.
También está Zach, que tiene cuarenta y cinco años, se ha divorciado
dos veces y es padre de tres niños. Tiene pinta de ser el típico tramposo.
Está emparejado con Cara, que baila ballet y tiene veinticinco años. Y,
aparte de todos ellos, hay unos cuantos chicos más.
—¿Estamos todos aquí o qué?
Brad sonríe de oreja a oreja.
—Ace no. —Señala una tienda de campaña—. Escucha.
Escucho y oigo un claro gemido.
Zach niega con la cabeza.
—Anda que han tardado en consumar el matrimonio.
Arqueo una ceja.
—¡No jodas! ¿Son Ace y Marta? ¿La reina de la belleza que no sabe
hablar inglés?
Y pensar que esos podríamos ser Penny y yo si se hubiese relajado un
poco y se hubiese dejado llevar.
Zach se encoge de hombros.
—No se la ve con muchas luces que digamos.
—Pues anda que él, ¡vaya prenda está hecho! —exclama Steven.
—Ya ves —coincide Brad, que se sienta y hace crujir los nudillos—.
Creo que tendríamos que encontrar una manera de pararle los pies. Al
menos, deberíamos trabajar en equipo e intentarlo.
Steven y Elliott asienten. Steven dice:
—Me apunto.
Me encojo de hombros.
—No sé, tío.
Esa no es la estrategia que pensaba usar. Ace es un gilipollas, pero
quiero ganar sin jugar sucio. Me parece bien que nos ayudemos los unos a
los otros, pero no estoy dispuesto a machacar a otro concursante. Tengo
demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por eso.
Seguimos hablando durante un rato más, pero estamos tan cansados que
pronto nos acabamos quedando dormidos. El cielo está despejado y cubierto
de estrellas. Estoy tan hecho polvo que ni siquiera sueño. Parece que no ha
pasado suficiente tiempo cuando, de repente, suena una sirena.
—¡Concursantes! —grita alguien—. ¡Preparaos!
Me incorporo de un salto y miro a mi alrededor. Está incluso más
oscuro que antes porque las nubes han tapado la luna y también porque…
—No me extraña que tenga la sensación de que no he dormido nada —
dice Zach, el más mayor, mientras se frota las entradas y echa un vistazo al
reloj—. Son las tres de la mañana.
Perdidos en el maizal
Nell

¿Que cómo estoy? Tengo la sensación de haber dormido sobre siete


rocas distintas durante tan solo doce minutos. No he comido nada desde el
desayuno de ayer y tengo gelatina por todas partes. Muy contenta no me
siento, la verdad.

—Confesionario de Nell, día 2

Después de recogerme el pelo en una coleta y ponerme las gafas, salgo


a trompicones de la tienda. Todo está tan oscuro que no veo nada. ¿Qué
hora es?
Will Wang nos habla por un megáfono con un tono de voz tan animado
que me resulta estridente. Los demás concursantes y yo le escuchamos
atentos.
—En directo desde el condado de Lancaster (Pensilvania). Los
concursantes de Matrimonio por un millón de dólares están a punto de
embarcarse en su primer desafío. ¡Son las tres de la mañana, así que ya toca
ponerse en marcha!
No tengo ni idea de qué pinta tengo, pero estoy muerta. Parpadeo una y
otra vez para no dormirme. Sigo llevando la misma ropa apestosa con
pegotes de lima y no he podido asearme esta mañana. No estoy
acostumbrada a semejante crueldad.
Me abro paso entre la multitud y veo a Luke ahí plantado con los brazos
cruzados. Para alguien que ha dormido en el barro tiene muy buen aspecto.
Me regala una gran sonrisa cuando me ve.
—¿Has dormido bien?
Me siento un poco culpable por no haber compartido la tienda con él,
pero era demasiado pequeña. ¿Qué tendría que haber hecho? ¿Dormir
encima de él?
Se me acelera el pulso solo de pensarlo.
—Sí. ¿Y tú?
—No me quejo. ¿Has estado a gusto?
Asiento con la cabeza.
—Sí, mucho.
—¿Te has lavado los dientes? —Me guiña un ojo—. He oído que es
importante.
Lo miro con el ceño fruncido.
—Cállate.
Will nos pone el micro delante de la cara para que contestemos y
pregunta:
—¿Cómo estáis de buena mañana?
Pese al cansancio que llevamos encima, conseguimos gritar bien fuerte
en respuesta. Hace un frío que pela y parece que todavía falta un buen rato
para que amanezca. Meto las manos en los bolsillos de mi parka negra y
empiezo a dar saltitos en el sitio.
—¡Bienvenidos a la línea de salida de vuestra carrera por el millón de
dólares! Al final de cada tramo llegaréis a un registro o a un puesto
fronterizo en el que podréis descansar y reponer fuerzas para el día
siguiente. No os detengáis hasta que lleguéis al registro o perderéis un
tiempo valiosísimo. La última pareja que llegue será eliminada, a no ser que
sea una fase no eliminatoria. El orden en el que lleguéis a cada registro
determinará la hora a la que saldréis en el próximo tramo.
»Empezaréis el viaje en tres grupos de tres. El Test Matrimonial
Número Uno determinará el orden en el que saldréis.
¿Test Matrimonial? Suena fatal. Echo un vistazo a Luke, que mira
fijamente a Wang con el ceño fruncido y expresión de concentración. Es la
cara de un auténtico jugador.
—Os preguntaréis qué es un Test Matrimonial —continúa Will mientras
se pasea de un lado a otro delante de nosotros—. Tendréis que someteros a
varios durante el viaje y os premiarán con bonificaciones tan decisivas
como un tiempo de ventaja a la hora de salir. ¿Recordáis el cuestionario
personal que rellenasteis antes de que empezase el programa? El Test
Matrimonial demostrará cuánto os conoce vuestra pareja y si es capaz de
responder a esas preguntas sobre vosotros. Primero, las mujeres. Dad un
paso al frente, por favor.
Avanzo, dudosa. A los lados tengo a la mujer mayor con ropa de cuero y
a Marta, que no deja de mirarse una uña rota. Entonces, un miembro del
personal se acerca a nosotras y nos entrega una pizarra electrónica a cada
una.
—Tenéis veinte segundos para escribir cómo creéis que acabaría vuestro
marido la siguiente frase: «Si me quedase atrapado en una isla desierta, lo
único que llevaría conmigo sería… —Hace una pausa para crear intriga y se
me cae el alma a los pies. Me quedo en blanco—. ¡Ya!
Me vuelvo en dirección a Luke y me doy cuenta de que me está
mirando fijamente, como si intentase enviarme la respuesta por telepatía.
—¡Los hombres no podéis ayudar! ¡Dejad que vuestras esposas lo
hagan solas! —les regaña Will—. ¡Diez segundos!
De todos modos, creo que lo sé. Garabateo la respuesta a toda
velocidad.
De pronto, suena un timbre y Will dice:
—Muy bien, ¡veamos cómo les ha ido a nuestros tortolitos en el Test
Matrimonial Número Uno!
Empieza por Marta. No estoy muy segura de que Marta sepa inglés,
pero me sorprende que conozca la palabra que empieza por ce y que se usa
de forma coloquial para referirse a las partes íntimas de una mujer, y resulta
que eso es justo lo que respondió Ace, de modo que se llevan un punto.
Natalie, a mi lado, contesta:
—Batidos de proteínas.
Y, por extraño que parezca, esa fue la respuesta de Brad. Ellos también
ganan un punto.
Entonces, Will se acerca a mí. Me muerdo el labio.
—Bueno, doctora Carpenter. ¿Sin qué cree que no podría vivir Luke
Cross si estuviese atrapado en una isla desierta?
Giro la pizarra y enseño lo que he escrito.
—¿Una mujer? —pregunto.
La gente se echa a reír. Luke reprime una palabrota detrás de mí. ¿Me
he equivocado? Suena el mismo timbre molesto y Will dice:
—Lo siento, doctora Carpenter. La respuesta correcta era una navaja.
Una navaja.
Me vuelvo hacia Luke, que me está mirando con los ojos entornados.
«¿Una mujer?», dice con un único movimiento de labios, como si me
hubiese vuelto loca. Me encojo de hombros.
Resulta que él tampoco responde correctamente a las preguntas que le
formulan sobre mí. Tenemos cero puntos de seis, lo que nos coloca en el
grupo tres, el último, que saldrá diez minutos después que el grupo uno. Por
supuesto, Ace y Marta están en ese grupo. Por cómo masculla Luke tengo
claro que no le caen nada bien.
—Nuestro primer desafío se llevará a cabo en la granja Riverview,
condado de Lancaster, en el laberinto de maíz más grande y desafiante del
mundo. Este laberinto no se parece a ningún otro que hayan visto hasta el
momento. En algunos caminos hay kilómetros y kilómetros, de modo que,
si os equivocáis de dirección, puede que estéis perdidos durante horas.
Quizá tengáis que pasar por algún túnel. A medida que avancéis, iréis
recogiendo números que os indicarán que vais por buen camino. Hay
cientos de caminos diferentes en el laberinto, pero solo debéis conseguir los
números del uno al diez de vuestro color. Durante vuestra aventura deberéis
resolver varios desafíos y acertijos.
»Además, pensad que habrá varios «fantasmas» dispuestos a daros caza.
Si veis alguno, corred, porque, si os atrapa, os tocará volver al punto de
salida para empezar de nuevo y habréis perdido un tiempo valiosísimo.
¿Alguna pregunta?
Miro a Luke. ¿Tenemos alguna pregunta? Él no. Él ya está en posición;
parece que se muera de ganas de entrar.
—Ah, casi se me olvida. Dado que queremos animaros a que trabajéis
en pareja, vais a estar atados cara a cara.
Todos exhalan a la vez de forma sonora.
Sin embargo, yo ni siquiera tengo fuerzas para eso. Solo estoy…
horrorizada.
¿Voy a tener que pasarme las próximas horas pegada a Luke Cross? Por
alguna razón lo eché del saco de dormir anoche. ¡Porque quería evitar esto!
Atan a las parejas que saldrán primero y las conducen al laberinto. Los
observamos y, de repente, el corazón se me dispara. A la mayoría no parece
inquietarles la proximidad. Pero ahora mismo solo puedo pensar en que voy
a estar tan cerca de Luke Cross que notaré cada una de sus respiraciones y
él notará las mías.
Unos minutos después de que el segundo grupo se vaya, llega nuestro
turno.
Furiosa y roja como un tomate, le echo una mirada furtiva mientras los
miembros del personal se acercan con trozos de cuerda gruesa. Una mano
descansa en su cadera y con la otra se rasca la barba sin quitarme los ojos
de encima.
—¿Te parece bien que lo hagamos?
Agradezco que me lo pregunte, pero lo que yo opine no importa en
absoluto.
—¿Acaso tengo otra elección?
El miembro del personal nos pide que nos juntemos. Luke separa los
pies, y yo pongo los míos entre los suyos. Levantamos los brazos, nos pasan
la cuerda alrededor de la cintura y la tensan tanto que no podemos estar más
pegados. Sus pectorales me oprimen los senos.
Bajamos las manos. Me da vergüenza mirarlo, de modo que mantengo
la vista al frente, centrada en su pecho.
Al cabo de un rato siento que algo presiona mi abdomen. Se le ha
puesto dura.
Me sonrojo. Esto es surrealista.
Cambio de posición.
—¿Podrías… parar?
Él se ríe por lo bajo.
—¿Y tú podrías… no tener tetas? ¿Podrías… no oler tan bien?
¿Podrías… no ser tan suave?
Me envaro.
—¿Cómo?
—Soy un hombre, nena. Si dejaras de excitarme, tal vez no me pondría
cachondo.
¿Le… excito? ¿Yo?
Enseguida me esfuerzo por cambiar de tema.
—¿Y cuál es la estrategia aquí?
—La misma de siempre. Ganar. Tú sígueme a mí.
—¿Cómo voy a seguirte si estoy enfrente de ti? —espeto.
—Tú ya me entiendes.
A trompicones y con mucho esfuerzo llegamos a la línea de salida.
Resulta casi imposible caminar porque voy de espaldas. No puedo tomar la
iniciativa porque solo veo el pecho de Luke, así que… lo tengo difícil.
Mientras tanto, su rabo es ya del tamaño de una secuoya; una secuoya viva
y palpitante que me oprime el vientre todavía más. Intento concentrarme en
el desafío para no pensar en lo cachonda que estoy yo también. O para no
preguntarme en cómo sería que bajase la cabeza y me besase.
—¿Preparados? —grita Will Wang.
—¿Estás lista? —me dice Luke entre dientes.
Asiento con la cabeza.
—¡Listos!
—Cuando diga «ya», salta encima de mí y rodéame con las piernas,
¿vale? —susurra.
¿De verdad me acaba de pedir que…?
—Un momento… ¿Cómo?
—¡Ya!
Todo pasa muy rápido. Me coge de los muslos, hace que le rodee el
cuello con los brazos y me sujeta del culo. Y así, conmigo en brazos,
adelanta a las otras dos parejas y se adentra en el laberinto a toda prisa.

Luke

No fue difícil. Cuando está mojada pesa alrededor de cuarenta quilos.


Lo duro fue la lluvia, que era gélida, y me impedía avanzar porque hacía
que el barro se me metiera en los tobillos. No tenemos ese clima en el sur.

—Confesionario de Luke, día 2


—¡A la izquierda! ¡Por enésima vez, que gires a la izquierda! —me
grita.
Mi tímida y modosita mujercita es la peor copiloto del mundo.
Sin embargo, es innegable que tiene unas tetas impresionantes. Las
tengo muy cerca, así que sé de lo que hablo. Los pezones se le han
endurecido y los noto pegados a mis pectorales. Lo que daría por sentirla
desnuda, piel con piel.
También es innegable el efecto que tiene en mí y lo cachondo que me
pone. No sé por qué, pero cuanto más me grita para indicarme qué dirección
debo seguir, más me apetece tirarla al barro y hacérselo ahí mismo.
Lleva dos horas diluviando sin parar y no he visto a un alma en todo ese
tiempo. Hemos conseguido ya cinco números y vamos a por el sexto.
Ignoro los gritos de Penny; pero me sale el tiro por la culata y a los
cinco segundos acabo en un callejón sin salida.
Mierda. Gruño.
—¿Qué pasa? —No ve nada porque tiene la cara enterrada en mi pecho,
pero, antes siquiera de saber cuál es el problema, me recrimina—: Te he
dicho que giraras a la izquierda.
—Eres puñeteramente lista.
Me doy la vuelta para desandar mis pasos, y entonces lo distingo. Está a
unos cincuenta metros y se acerca a nosotros.
Un fantasma.
Bueno, en realidad es un tío vestido de azul que avanza pesadamente
hacia mí, pero es el primero que vemos.
Mierda.
—Agárrate fuerte —le pido a Penny.
Echo a correr lo más rápido que puedo y giro a la izquierda como me
había indicado. Hay barro por todas partes, la lluvia me quita visibilidad, y
todo me parece borroso mientras doblo a la izquierda, a la derecha y otra
vez a la izquierda con la esperanza de despistar al fantasma. Sería una
putada que tuviéramos que volver a empezar con lo lejos que hemos
llegado.
Veo el seis azul más adelante y corro a por él. Penny lo coge y me lo
guarda en la chaqueta.
—¡El seis! ¡Toma ya! —grita.
—Shh —le digo mientras miro a través de la pared de hojas de maíz
secas y aprovecho para recuperar el aliento—. Creo que lo hemos
despistado.
—¿Sí? Pues venga, sigamos.
—Dame un segundo—digo, pues aún me cuesta respirar.
Ella suspira, molesta.
—Y, para tu información, mi pasatiempo favorito no es rellenar
circulitos. Se me da muy bien tocar el arpa.
Se me escapa una carcajada. Hicimos el Test Matrimonial hace más de
dos horas. ¿Después de todo este tiempo todavía sigue dándole vueltas a
eso?
—¿En serio me vas a echar la bronca por responder mal cuando tú
tampoco has acertado ninguna? ¿Qué coño fue eso de decir que me llevaría
a una mujer a una isla desierta?
—A ver —dice con la cara pegada a mi camiseta—. Es obvio que te
gustan las mujeres.
¿Ha pillado el mensaje de mi polla entonces?
—Sí, pero estar vivo me gusta un poco más, así que preferiría una
navaja.
Estoy empezando a respirar con normalidad cuando dice:
—Pues si crees que mi respuesta era estúpida, deberías replantearte la
tuya. ¿Una botella? ¿Para qué iba a necesitar yo una botella en una isla
desierta?
Niego con la cabeza y murmuro en un hilo de voz:
—Lo ha cambiado el corrector automático porque no sabía escribirlo.
—¿Qué quieres decir?
—Bote… lo que sea. Ese tío francés que te gusta. —Me apoyo en una
pared de maíz—. ¿Podemos descansar un poco?
Se queda callada un momento. Respondió con la palabra «libros», así
que, en cierto modo, contesté bien, pero no seré yo quien lo diga, porque,
comparado con ella, soy un cazurro.
—Ah. —Deshace el gancho que había formado con las piernas
alrededor de mí y las baja al suelo mientras libera mi cuello de sus brazos.
Supongo que es lo más cerca que va a estar de reconocer que mi respuesta
era correcta. Y lo más cerca que voy a estar yo—. Perdona. ¿Mejor?
No.
—Sí.
Me recoloco la polla, pero nada puede conseguir que disminuya mi
erección. Nada excepto desnudarla y follármela aquí mismo; pero nos están
grabando. Hay muchas cámaras. Algunos drones sobrevuelan la zona, y las
cuerdas que nos unen llevan cámaras y grabadoras incorporadas.
—Estoy bien. Venga, sube.
La levanto y la coloco de nuevo a mi alrededor, donde parece que
encaja a la perfección.
No sé si es que ya he sobrepasado el umbral del dolor, o es mi cuerpo,
que la desea; pero, sea lo que sea, no voy a soltarla de nuevo.
A lo largo de la siguiente hora, conseguimos los últimos cuatro números
que nos faltaban. En todo ese tiempo no vemos a nadie más en el laberinto.
O lo estamos haciendo de cine o lo estamos haciendo como el culo.
—Veo la salida, agárrate —anuncio, y echo a correr.
Se aferra a mí mientras salimos disparados por las puertas. Al entrar,
nos reciben los cámaras y Will Wang.
—¿Somos los primeros? —le pregunto.
—¡Aún no habéis terminado! —dice Will mientras se apresuran a
desatarnos. Miro a Penny. Ya no queda ni rastro de la gelatina de mierda,
pero ahora está completamente cubierta de barro. Aunque estoy convencido
de que no tengo mejor aspecto que ella—. Esta furgoneta os va a llevar a
vuestro próximo desafío.
Respiro con dificultad y Penny parece exhausta.
—¿Otro más?
Él asiente.
Joder.
Nos subimos a la furgoneta calados hasta los huesos y sin dejar de
tiritar, aunque la calefacción está encendida dentro. Solo nos acompaña un
cámara, que lo graba todo desde el asiento de delante. Cuando el conductor
arranca, digo:
—Oye, ¿puedes decirnos a dónde vamos?
Él niega con la cabeza.
—Lo siento.
Golpeo el asiento y me apoyo en el respaldo. Penny está temblando,
empapada; la ropa se le pega a la piel. La rodeo con el brazo.
—¿Te importa?
Ella niega con la cabeza y se inclina hacia mí. Huele a tierra y a lluvia,
y cuando le rozo la coronilla con los labios me entran ganas de darle un
beso. Aún la tengo dura por su culpa, así que no consigo ponerme cómodo.
Apoya la cabeza en mi hombro como si no le importase estar cerca de
mí.
Y, sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos.
Primer puesto fronterizo
Nell

Sí, estoy cansada. Pero con una buena ducha y un sueño reparador
volveremos a estar como nuevos. ¡No! ¡Pues claro que lo haremos por
separado! Los votos no significan nada para mí. Él no es realmente mi
marido. ¿Quién te has creído que soy?

—Confesionario de Nell, día 2

Estamos muy cerca.


Cuando llegamos al aeropuerto el chófer nos dio nuestras bolsas y un
sobre que no podíamos abrir hasta que aterrizásemos. Nos aseamos un poco
en los baños del aeropuerto y a continuación, junto con los demás
concursantes, nos embarcamos en un vuelo de tres horas rumbo a otro
destino secreto. Luego nos separamos y tuvimos que decidir si coger un taxi
o un autobús para ir desde el aeropuerto hasta nuestra próxima parada en las
montañas.
Nada más llegar, me puse a vomitar.
Vértigo. Estupendo. Tuve el mismo problema durante un viaje familiar
a Suiza cuando era más joven, pero pensaba que lo había superado.
Ahora es casi de noche. Uno de los cámaras que nos acompañan nos ha
vendado los ojos, pero creo que estamos en las Montañas Rocosas porque
una niebla espesa se cierne sobre las inmensas cimas que nos rodean. El
clima es húmedo y está nublado. Estamos ante una valla de hierro forjado
enorme con nueve puertas de colores. Si miro a través de ella, puedo leer un
letrero donde pone: «PUESTO FRONTERIZO. DESCANSE AQUÍ».
Y un poco más lejos se distinguen unas cabañas. Cabañas de verdad,
con camas, cañerías y esas cosas normales.
Casi puedo imaginarme allí.
Sin embargo, ahora mismo lo único real es la bilis que asciende por mi
garganta. Se me revuelve el estómago cuando me siento en el suelo y me
llevo las rodillas al pecho. Tomo un pequeño sorbo de agua con la
esperanza de que no vuelva a subir. Mi ropa está manchada de barro seco y
se me pega al cuerpo. Además, no dejo de tiritar por la humedad.
Luke vuelve a toda prisa con otro juego de llaves. Hay un viejo vagón
minero en la entrada principal lleno de llaves de todos los colores. La regla
es que solo se puede probar una llave a la vez.
Lo hemos intentado durante horas. Hemos sacado las llaves azules, una
tras otra. O, al menos, Luke lo ha intentado. Entre la entrada y el vagón
habrá un campo de fútbol de distancia, y Luke ha hecho ya cerca de ciento
cincuenta viajes. Hay un montón de llaves azules a nuestros pies.
Hasta el cámara que graba este desastre parece molesto con nosotros.
Yo, mientras Luke continúa, me muero lentamente.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta mientras corre a meter la llave
en el candado.
Asiento con la cabeza.
—Mierda.
Levanto la vista justo a tiempo de ver cómo una gota de un rojo intenso
cae al suelo, a sus pies. Le sangran las manos. Sin embargo, eso no lo frena.
Él sigue ahí, al pie del cañón, como una máquina.
Parecía un milagro, pero cuando hemos llegado llevábamos ventaja
sobre los demás. Nos han hecho salir del aeropuerto en el orden en que
habíamos abandonado el maizal, por lo que creo que hemos sido los
primeros. Pero no dejo de otear el camino a lo lejos por si aparece la
próxima pareja. No tardarán en llegar. Mientras tanto nuestra ventaja se
reduce.
Luke aparece de nuevo con otra llave. Lo intenta mientras me esfuerzo
por ponerme de pie.
—¡Joder!
—Déjame a mí —le digo mientras le paso mi botella de agua.
Me mira con indecisión.
—Va, tú ya has hecho bastante. No me va a pasar nada por hacerlo un
par de veces. Tómate un respiro.
Empiezo a correr, pero cada vez estoy más mareada y mis pasos se
vuelven pesados. Es posible que vuelva a vomitar. Meto la mano bien al
fondo del montón de llaves y saco una azul. Vuelvo corriendo y encuentro a
Luke paseándose de un lado a otro. Abre la botella de agua y le da un buen
trago mientras pruebo la llave.
Error.
—Mira —dice.
Oteo por encima de mi hombro y veo los faros de un taxi que se acerca.
Falta muy poco para que dejemos de ir en cabeza.
Me dispongo a ir a por otra cuando Luke se me adelanta.
—Yo soy más rápido que tú. Tardas mucho —puedo percibir el tono de
frustración en su voz.
Me enfadaría con él, pero estoy demasiado cansada para hacerlo. Lo veo
todo borroso. Me inclino y vomito un poco más: solo agua y bilis. Me duele
la cabeza. Cuando levanto la vista, el taxi se detiene y salen Ace y Marta.
Estupendo.
Justo entonces aparece Luke, que ya está criticando por lo bajo «al
gilipollas ese». Intenta abrir la cerradura mientras Ace grita a viva voz:
—¡Eh, nenaza! ¡Parece que tienes compañía! Quita de en medio y
aprende cómo se hace.
Luke finge que le entra por un oído y le sale por el otro, pero percibo
cómo va perdiendo la paciencia poco a poco.
—¡Joder! —masculla entre dientes.
—Déjame a mí ahora —le digo, y echo a correr antes de que me lo
discuta.
Vuelvo a rebuscar en el inmenso vagón y saco otra llave mientras
pienso en lo difícil que está siendo este desafío. Podríamos pasarnos aquí
toda la noche y no tener siquiera la oportunidad de experimentar el nirvana
que nos espera tras la verja. Reprimo un sollozo. Estoy muy, muy, muy
harta, cansada y débil.
Me arrastro hacia la puerta. Luke coge la llave y la prueba. Menea la
cabeza y vuelve al vagón justo cuando oímos a Marta gritar de alegría.
—¡Mira! —grita Ace mientras abre la puerta—. ¡A la primera!
Todos los tontos tienen suerte.
Entran tan campantes, magreándose, y se detienen al otro lado de la
cerca para saludarnos. Entonces Ace coge del culo a Marta y le da un
morreo mientras tiran sus bolsas a la plataforma del puesto fronterizo.
—¡Primeros! —exclaman.
Will Wang y unos cuantos cámaras aparecen de la nada y graban la
celebración desde el otro lado de la cerca mientras el confeti llena el aire.
Luke los fulmina con la mirada y le tiro de la manga mientras le digo:
—Mira.
Me hace caso. Parece que otros tres coches atraviesan la oscuridad y se
dirigen hacia aquí.
Como Luke se queda ahí parado con la mandíbula tensa, decido volver
al vagón. Cuando regreso, me grita para que corra más.
—Hostia puta, tía, ¿te pesa el culo o qué?
Le sostengo la mirada mientras pruebo la llave.
—Perdón por no correr tanto como tú.
—Ya tendríamos que haberla encontrado. —La llave no gira, así que me
la quita de las manos—. Bueno, que no cunda el pánico.
Intenta mantenerse tranquilo, pero el pánico se está apoderando de él.
Entonces se fija en la llave que he traído y gruñe.
—¡Esta no es azul! ¡Es morada!
Me recoloco las gafas sobre el puente de la nariz y miro bien la llave.
—¡Perdón! Se está haciendo de noche, así que…
Luke señala el suelo.
—¿Qué tal si te sientas aquí y te quedas quieta? Así avanzaremos más
rápido.
Y entonces desaparece.
Ya no puedo más, de modo que obedezco al maestro. Me siento en el
suelo y ni lo miro. Primero, observo mis uñas, después contemplo el cielo y
doy pequeños sorbos a mi botella de agua. Cuando me pide ayuda, lo
mando a paseo.
—Estás de coña, ¿no? —pregunta—. ¿En serio te vas a quedar ahí
sentada de brazos cruzados?
—Estoy haciendo exactamente lo que me has dicho, ¿no te acuerdas?
Me perfora con la mirada y veo cómo se le ensanchan las aletas de la
nariz al respirar con dificultad.
—¡Me cago en este puto desafío de mierda! —brama frente a la
cerradura cuando prueba con otra llave que tampoco funciona. Da una
patada al suelo, se agarra a los barrotes y empieza a zarandear la verja.
Mientras tanto, la segunda y la tercera pareja —Brad y Natalie y Ivy y Cody
— entran como si nada.
—Tienes que calmarte —le advierto.
—Y tú enervarte más —espeta mientras Cara, la bailarina, y Zach, el
padre, lo consiguen sin apenas esfuerzo—. Odio perder.
—Se nota.
—Joder, pensaba que dabas suerte, Penny.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¡Quizá no la doy porque me llamo Nell! —casi le grito.
Estamos perdiendo los estribos, no cabe duda. Nunca nadie me había
sacado tanto de quicio como Luke ahora mismo, y eso que al principio
parecía tan tranquilo y relajado. Estoy temblando muchísimo. Le sacaría los
ojos. Y nunca me había sentido así antes. Respecto a nadie.
No encontramos nuestra llave hasta casi medianoche, después de
intentarlo durante más de tres horas. Pese a que habíamos empezado los
primeros, acabamos sextos. Apostaría a que Luke no está contento. Sin
embargo, cuando entramos a trompicones en nuestra cabaña, su humor
mejora como por arte de magia.
—Joder, por fin —dice mientras tira su mochila y echa un vistazo a su
alrededor—. Digo… Jo, por fin.
Yo inspecciono la habitación. Es pequeña y oscura y solo tiene una
cama.
Una cama. Vale, es doble, pero…
—Steven y Erica han pasado justo después de nosotros. Así que van a
eliminar a Webb y Daphne o a Jen y Elliott.
Sigue hablando del concurso. Conoce muy bien a cada pareja, pero para
mí solo son nombres, de modo que permanezco en silencio.
—Pero estamos muy por detrás de Ace y Marta. Aún tenemos que
adelantar muchísimo. —Se pasa las manos por la cara, pero de pronto para
y se mira la sangre de las palmas—. Estoy reventado.
Me asomo al baño. Hay una ducha, un váter y un lavabo, todo bastante
rústico. Una araña de patas finísimas se acerca al desagüe y me estremezco.
—Te dejo que te duches primero. —Mi voz suena entrecortada— Luego
ve al médico a que te revisen las manos.
Así te podrás librar de mí.
Pilla la indirecta.
—Un momento. ¿Estás enfadada conmigo?
Lo miro con expresión de «¿tú qué crees?».
—¿Por?
Me cruzo de brazos.
—Te voy a dar una pista: «¿Qué tal si te sientas ahí y te quedas quieta?»
—bajo la voz una octava para imitarle.
Él se encoge de hombros.
—Estaba frustrado. Me estaban afectando las gilipolleces que decía
Ace.
—¡Pues no tenías por qué pagarlo conmigo! —le grito.
Entonces, él respira hondo y exhala despacio, y después estira los
brazos por encima de la cabeza.
—¿Sabes cuál es tu problema?
—No, pero seguro que me lo vas a decir.
—Que eres una desagradecida —gruñe. Va hecho una furia a abrir su
bolsa—. He corrido un montón de kilómetros contigo en brazos para que
fuéramos los primeros, ¿y qué he recibido a cambio? ¿Un gracias?
Se me desencaja la mandíbula.
—¿Un gracias? ¿Me tomas el pelo? ¡Como si quisiera tener tu cosa
entre mis piernas todo el santo día!
Se ríe.
—¿«Mi cosa»?
Agita la cabeza como si no se creyese que está teniendo esta
conversación conmigo, una mujer hecha y derecha que no puede decir la
palabra delante de él.
—Cariño, tendrías suerte si tuvieras mi cosa entre las piernas. A lo
mejor así te relajarías de una puñetera vez, porque no te vendría nada mal.
Lo perforo con la mirada, tan enfadada que vuelven a asaltarme los
temblores. Me he quedado sin respuestas ingeniosas; se han esfumado.
Se quita los zapatos, la chaqueta y la camisa antes de que me dé tiempo
a apartar la vista. Basta con que vea parte de esos maravillosos pectorales
llenos de tatuajes para que me quede embobada y no pueda mirar a otro
lado.
Se dispone a bajarse los pantalones. Solo me doy cuenta de que me he
quedado absorta cuando me dedica una sonrisa torcida y pregunta:
—¿Ves algo que te guste?
De repente, me doy la vuelta.
—¡Perdón!
Entonces reparo en que es culpa suya por ser un exhibicionista.
—Podrías desnudarte en el baño para no darme vergüenza ajena, ¿qué te
parece?
Él se encoge de hombros.
—Lo que no se anuncia no se vende, nena. Y no tienes por qué
avergonzarte. Si te apetece probar algo, avísame.
¿Qué tal… todo?
Maldigo a mi cabecita codiciosa, me abrocho la chaqueta y hago todo lo
que está en mi mano para no mirarlo mientras bordeo la puerta.
—No me pongas más enferma de lo que ya estoy. Voy a la cantina. Me
vendrán bien unas galletitas saladas.
—Yo no quiero nada, cariño. Gracias por preguntar —me grita mientras
cierro de un portazo.
Llego a la cantina a la vez que echo pestes de él. Por muy bueno que
esté y aunque haya un certificado de matrimonio con nuestros nombres y
nos hayamos unido bastante hoy, eso no le da derecho a tratarme así.
Estamos discutiendo como un viejo matrimonio. Mira que desnudarse en
mis narices… ¿Qué espera que haga? ¿Lanzarme a sus brazos?
Seguro que la mayoría lo haría. Pero yo no soy la mayoría, y tampoco el
tipo de mujer con el que está acostumbrado a tratar. Estoy convencida de
que a ellas les encantan sus tatuajes, su lenguaje soez y su falta de tapujos al
hablar de sexo.
Pero a mí no.
Hay algunas parejas cenando en la cantina. Natalie, la motera, y…
¿Brad? ¿Ivy, la culturista, y Cooper? No me acuerdo. En comparación con
Luke y conmigo, parece que ellos se lleven de maravilla. No me miran, así
que no les hablo. Cojo mis galletitas saladas y doy media vuelta. Me muero
de ganas de meterme en la ducha.
Abro la puerta y lo primero que veo es el culo escultural de Luke. Está
secándose el pelo con una toalla al lado de la cama. De pronto, se da la
vuelta y suelto un grito al tiempo que cierro los ojos con fuerza y suelto las
galletitas.
—¡Tápate!
—Joder, tía. Yo duermo desnudo. Si te molesta, búscate otro sitio.
Estoy en la puerta con los párpados apretados. Me da miedo abrirlos por
lo que me pueda encontrar.
—Tus galletas.
Abro un ojo y veo que me las está dando. Se ha puesto unos bóxers.
—Tranquila, cariño, mi cosa está a cubierto.
Suspiro y le quito las galletas de las manos. Tiene gotas en los hombros
y en el pecho, y su olor de recién duchado es penetrante. El pelo le oculta la
cara. Me mira con un brillo depredador en los ojos.
—No hagas eso.
—¿El qué?
—Burlarte de mí. O… mirarme así. Como si quisieras… devorarme.
—Nena, si quisiera devorarte, ya lo habría hecho, porque aparentemente
prefiero tirarme a mujeres en una isla desierta que, no sé…, vivir.
Se pone una camiseta y unos pantalones de camuflaje y se aleja
mientras yo me siento a los pies de la cama.
Pienso en cómo sería probarlo y me pongo a temblar. ¿Qué probaría
primero? ¿Sus labios? Sin duda. Tiene buenos labios. Sin embargo, mi
mente viaja hasta su pecho, con todos esos tatuajes, y más abajo, hasta su
cosa. Hasta su polla. Me sorprende lo mucho que me gusta esa palabra tan
obscena. Ya había notado su polla cuando estábamos en el desafío, pero he
cerrado los ojos antes de verla bien hace un momento. Me la imagino, me
imagino tocándola, llevándomela a la boca.
Madre mía. Si yo nunca he chupado una polla. Gerald quería que lo
hiciera, pero no hay ni punto de comparación entre él y Luke. Gerald era
mono, pero Luke es… un hombre. Recio, masculino, con un cuerpo grande
y escultural… Demasiado para procesarlo todo.
Cuando Luke se va, me doy una ducha que me sabe a gloria. Veo cómo
el barro que no he conseguido quitarme en los lavabos del aeropuerto
ensucia el desagüe. Pienso en Gerald, me pregunto si estará viendo el
programa, pero solo un instante, porque no tardo en volver a pensar en
Luke. En su culo. En lo duro y terso que lo tiene. En los hoyuelos diminutos
que tiene en cada nalga. Me doy cuenta de que, poco a poco, mis manos se
van acercando a mi sexo y las dejo ahí más tiempo del necesario. Me obligo
a terminar lo que he venido a hacer.
Cuando el agua corre clara salgo, me pongo el pijama, me seco el pelo
con una toalla y me pongo cómoda en medio de la cama. ¿Desnudo? Si cree
que va a dormir con el culo al aire está muy equivocado.
Con ese culo prieto y perfecto al aire no.
En absoluto.
Un segundo después oigo unos golpecitos que proceden de la cabaña de
al lado.
Me arrastro al borde de la cama, abro la puerta y me asomo.
Viene de la cabaña de Marta y Ace. ¿Están… teniendo sexo? Dios, qué
asco. Si solo se conocen desde hace dos días.
Vuelvo a la cama, me tapo hasta la barbilla e intento dormir a pesar del
ruido cuando me viene un pensamiento a la cabeza: no sé qué tipo de
química tienen, pero les está funcionando. Lo bordaron en el Test
Matrimonial y van los primeros.
Pero eso no significa que yo vaya a hacer lo mismo con Luke. Si eso es
lo que hay que hacer para ganar, me niego, gracias. Sí, nos hemos entendido
bien en el laberinto de maíz, pero luego todo se ha ido al garete.
Somos demasiado diferentes.
Un ejemplo de ello es que me muero de ganas de meterme en la cama y
dormir, pero él, en cambio, no vuelve a la cabaña. Se pasa toda la noche
fuera.
Pensé que me alegraría, pero me equivocaba.

Luke

El desafío de la cerradura ha sido una matada. Y lo peor es que era


cuestión de suerte y no atinábamos con la llave. No nos ha salido bien.
Pensaba que con su cerebro y mi fuerza lo conseguiríamos, pero sin suerte
no vas a ningún lado. Necesito una copa.
—Confesionario de Luke, día 2

Me paso las manos por la cara y me las miro. Tengo los ojos rojos y los
dedos en carne viva; me escuecen de haberme pasado tanto rato girando
llaves.
Sin embargo, ha sido una buena noche. En cuanto perdí de vista a la
doctora Carpenter, alias la reina de la mala hostia, encontré un antro detrás
de la cantina con una barra bien surtida. El bar de Tim no cierra hasta las
dos, así que rara vez me voy al sobre antes de las cuatro. Me puse a beber
chupitos de tequila con Ivy, Brad, Zach y Charity.
Estuvimos hablando un poco del concurso y me enteré de que habían
eliminado a Webb y Daphne. Webb, nadador y uno de mis aliados, parecía
una amenaza, pero su relación con Daphne era un martirio. Corre el rumor
de que, en cuanto la cosa se puso difícil, ella pidió irse.
Después nos pusimos a rajar de nuestras parejas y fue un alivio oír que
todos tenían los mismos problemas.
También estuvimos quejándonos de Ace y Marta. Brad sobre todo,
porque odia a Ace desde que estuvo a punto de pincharle el globo a él
también.
—Creo —dije mientras me encendía un cigarrillo— que estamos
celosos de que el gilipollas ese se esté llevando toda la suerte.
—¿Por qué lo dices? —me preguntó Charity. Charity es la típica
modelo de bañadores: rubia, delgada y con buenas tetas. Creo que, igual
que a mí me eligieron para seducir a un público femenino, a ella la metieron
para atraer a los chicos. Tony es su pareja, un ingeniero aeroespacial—. ¿No
estás contento con tu mujer?
Me encogí de hombros y señalé a la cámara que había detrás de la barra.
—No está mal.
Diría que no pilló la indirecta. Se acercó hasta rozarme con las tetas y
dijo:
—La mitad de las veces no entiendo nada de lo que dice Tony.
Zach se marchó pronto y nos quedamos solos los cuatro. Poco después,
Ivy y Brad, los dos deportistas disciplinados a los que sus parejas les
importaban un carajo, se fueron juntos vete a saber dónde, seguramente a
comparar músculos. Por eso me quedé solo con Charity.
Sabía lo que estaba pensando. Me giré y le dije que tenía que irme, pero
me siguió hasta la parte de detrás de la cantina y me rodeó con los brazos.
Sí, no podía negar que estaba muy buena. Y, después del calentón que
llevaba por culpa de Penny, estaba deseando desfogarme. Además, me
estaba mirando con ojos de cordero degollado, que decían: «Hazme tuya».
—Conozco un sitio donde podríamos estar solos.
No la seguí a donde señalaba. E intentó besarme, pero me aparté.
—Venga, para ya.
—¿Por? No estamos casados de verdad. ¿Te gusta tu mujer de pega o
qué? ¿Es eso?
Me la quité de encima.
—Cámaras —mascullé con los dientes apretados.
Pero había otros motivos. Primero, porque estoy casado con Penny y,
aunque sea un paripé, aunque me odie, hablaba en serio cuando le dije que
éramos la primera y la mejor alianza el uno del otro. No quiero que nada ni
nadie se interponga entre nosotros.
Me pasé la siguiente hora tratando de permanecer sobrio. Ahora estoy
sentado en un banco fuera de la cabaña donde duerme Penny, mientras veo
cómo Will Wang les da instrucciones a Ace y Marta para el próximo tramo
del viaje. Como fueron los primeros en encontrar su llave, empezarán antes
que nosotros.
Dentro de unas pocas horas más, cuando sea nuestro turno, podremos
irnos.
Poco después, la puerta se abre detrás de mí y Penny asoma la cabeza.
Me mira, se pone la capucha sobre la cabeza y pasa por mi lado a paso
decidido hacia la cantina.
Mierda. Sigue enfadada.
Si tenemos que completar otro desafío sin hacer las paces, nos va a salir
fatal.
Me levanto del banco y voy tras ella.
—Oye. ¿Cuál es el problema?
—Tú —murmura al tiempo que abre la puerta y entra.
Se pone en la fila y toma una bandeja, luego comienza a cargarla con
fruta, requesón y huevos. Yo la sigo y hago lo mismo.
—¿Y por qué estoy en tu lista negra hoy?
Se gira hacia mí, a punto de perder los estribos y, acto seguido, echa un
vistazo a su alrededor en busca de las cámaras.
—¿Dónde estabas? —susurra.
—¿Qué quieres decir? Tú no…
—Oh, Dios mío. ¿Has estado… bebiendo? —pregunta, incrédula—.
¡Hueles a alcohol! ¿Estás borracho?
—No. Solo he tomado un par de copas…
—Eres asqueroso.
—¿Qué? Tú no…
—No. Yo no. No bebo. No fumo. Y no hago ninguna de las cosas que te
resultan atractivas. Por eso me das asco.
Se me escapa una carcajada.
—No parecías tan asqueada anoche cuando mirabas mi cosa de reojo.
Se le descuelga la mandíbula. Enrojece mientras sus ojos vuelan hacia
la cámara que está grabando cerca de nosotros. En lugar de contestar, pasa
junto a mí, me empuja y vuelca mi bandeja, por lo que la fruta se cae por
todas partes, pero ni siquiera se detiene para ayudarme a recogerla.
Diez minutos después, voy a la zona del comedor. El resto de los
concursantes que aún no se han ido están hablando entre ellos en una mesa,
pero Penny está sentada sola y lee su poesía francesa. Empujo mi bandeja
sobre la mesa y levanta ligeramente la cabeza con cara de pocos amigos.
Me siento delante de ella.
—Mira —le digo en voz baja—. Hay cámaras por todos lados. ¿Puedes
fingir que eres civilizada conmigo?
Me ignora.
—Hoy es un nuevo día. ¿Podemos olvidar lo que pasó ayer?
Nada.
—Venga. Todavía quiero ganar este concurso, y sé que tú también. No
podemos conseguirlo si seguimos enfadados el uno con el otro. —Le
ofrezco mi mano—. ¿Tregua?
Ella la mira con cautela y luego sacude solo las puntas de mis dedos.
—Vale. Pero solo porque quiero ganar.
—Bien. —Miro hacia mi bandeja, luego empiezo a meterme huevos y
tostadas en la boca—. ¿Estás preparada para hoy?
Ella se encoge de hombros.
—Supongo.
—¿Por qué no te sientas con los demás?
Ella los mira por un momento y levanta un hombro.
—No soy sociable.
—¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso? —pregunto mientras me llevo el
café a los labios—. Marco todas las casillas: la de la fuerza, la de la astucia,
la de la inteligencia y la de la resistencia… ¿Y pretendes que también
marque la de ser social?
Ella me mira y veo que el ceño comienza a formarse.
—Es broma —me apresuro a decir—. Caray. Pensé que si dormías bien
no te despertarías de mala hostia.
Sus dedos se aferran con fuerza al tenedor. Creo que está dudando si
lanzarlo contra mí o no. Sin embargo, sonríe.
—Creo que me caerías mejor si no me hablaras. O mejor, si te fueses.
Levanto las manos en señal de rendición. Sé cuándo he perdido, de
modo que me acerco a la otra mesa y me pongo a charlar con el resto de los
concursantes. Disfruto de una conversación agradable para variar, hasta que
llega la hora de salir. Me sorprende que, a pesar de que Ivy y Brad siguen
mirándose con cara de haber follado, parece que ambos se llevan mejor con
sus respectivos cónyuges despechados que yo con Penny. Charity está
hablando con Tony como si no hubiese intentado tirarme la caña a mí
primero. Somos los matrimonios más penosos del mundo.
No. Lo más penoso es que siento la necesidad de serle fiel a una mujer
que ni siquiera esconde su odio hacia mí.
A la hora indicada, nos encontramos con Will Wang, pero, antes de que
nos dé nuestro sobre, tiene que avergonzarnos con recuerdos del día de
mierda de ayer.
—Bueno, Luke, anoche te frustraste un poco, ¿no?
—Sí.
Dame el maldito sobre, gilipollas.
—Y, Nell, ¿te preocupaste cuando tu marido perdió la paciencia?
Ella resopla.
—No me importa lo que haga o deje de hacer. No es mi problema. Mi
única preocupación es ganar.
Will sonríe.
—El primer Test Matrimonial no te salió muy bien. Además, me di
cuenta de que pasasteis la noche anterior separados. ¿Problemas en el
paraíso?
—No —espeto, de forma tajante.
Al fin, capta el mensaje y nos entrega nuestro sobre.
—Muy bien, chicos, mucha suerte. ¡Podéis continuar!
Penny rasga el sobre y lee su contenido en voz alta.
—Continuad hacia el norte por Ravine Trail hasta los establos para que
os asignen un caballo. Vaya.
—¿Montar a caballo? —digo—. De puta madre.
—¿Lo has hecho alguna vez? —pregunta mientras salimos del punto de
partida.
—Soy un chico sureño. Puede que haya crecido en las afueras de una
gran ciudad, pero vivía en la granja de mis padres hasta que me echaron.
Ella arquea una ceja.
—¿Por qué lo hicieron?
—No quieras saberlo. ¿En París dan clases de equitación?
Ella niega con la cabeza.
—Aprendí en casa.
—A ver si lo adivino. Tu papá te regaló un poni por tu décimo
cumpleaños.
Ella frunce el ceño.
—Undécimo, en realidad. Brownie. Sin embargo, no lo he montado
desde hace diez años.
—Sí. Yo también llevo bastante tiempo sin montar, pero es como ir en
bicicleta: nunca se olvida. Podemos ganar algo de tiempo si los demás no
saben montar.
—Eso espero. Pero en ese caso… Dios. Sería un desafío físico que por
fin puedo hacer de verdad. ¿Quién me lo iba a decir?
La miro de soslayo.
—No te pongas chulita.
El camino es empinado, pero llegamos a los establos antes de que
anochezca. Nos dan nuestros dos caballos (yo recibo uno grande y negro
llamado Maximus, y ella recibe a una yegua llamada Sweet Pea) y un mapa,
y nos explican que tenemos que llegar a la cima de la Cumbre de Frank.
Ella lee el mapa.
—Hay una ruta paralela que parece menos empinada, pero creo que
ahorraremos tiempo si vamos por la ruta principal.
Miro los senderos. Definitivamente, uno es más difícil que el otro.
Conociendo a Ace, seguro que tomó ese. Sin embargo, no tiene pinta de
saber una mierda sobre caballos.
—¿Qué piensas?
Parece sorprendida.
—¿Me estás dirigiendo la palabra? Guau. Pensaba que no serías capaz
de hacerlo.
Maximus relincha y mueve la cabeza con impaciencia.
—Bueno, esa ruta tiene pinta de ser empinada, y no quiero que te eches
atrás a mitad del camino.
Ella resopla.
—No lo haré.
Entonces, toma las riendas y avanza delante de mí, sin miedo, por el
sendero empinado.
Bueno, al menos por fin me queda claro qué ruta vamos a tomar.
La alcanzo, pero no pierde un segundo. Guía a su caballo sin dificultad
por el camino rocoso, sin miedo. No se da la vuelta ni duda, de modo que
me paso la siguiente hora mirando el culo que le hacen los vaqueros.
Cuando llegamos a la cima de la colina y bajamos de los caballos, nos
encontramos con un par de guardabosques que nos señalan los árboles. Me
doy cuenta de que Penny se siente segura de sí misma por la sonrisa que
luce, nada frecuente en ella. No sonríe tanto como debería, pero cuando lo
hace se le ilumina el rostro.
Esta Penny segura de sí misma es lo más sexy del mundo.
Ella camina delante de mí hacia un claro, pero enseguida se detiene en
seco.
Estamos al borde de un barranco, y allí mismo, delante de nosotros, hay
un cable largo que se extiende hasta donde alcanza la vista. Es una tirolina.
Alzo el puño en señal de victoria.
—¡Toma ya! Siempre he querido probar esto.
—¡Bienvenidos a Infarto, una de las tirolinas más largas, empinadas y
aterradoras del mundo! —señala el guía.
Esto es lo mío. Corro hacia la tirolina, y la vista es una pasada. Nunca
he salido de Atlanta. En todos mis años en la granja, en las calles del centro
o en el bar, nunca pensé que llegaría a estar aquí algún día. Hace seis meses,
estaba celoso de Jimmy por viajar de aquí para allá, y ahora mírame.
Contemplo toda la vista, respiro el aire de la montaña y me siento como el
pringado ese de Titanic que gritaba «¡soy el rey del mundo!».
Sin embargo, luego miro a Penny, petrificada y con mala cara.
No es buena señal.
La acerco al guía, que dice:
—Bienvenidos, viajeros. Tenéis una elección importante que hacer.
Podéis llegar a Switchback Trail a caballo, lo que os llevaría unas tres
horas, o bajar por la tirolina y plantaros allí en tres minutos. Depende de
vosotros.
Me mira de forma tímida y sé lo que va a decir antes de que abra la
boca.
—Me dan miedo las alturas —admite en voz baja.
—Ya, pero piensa en todo el tiempo que podemos ahorrar. Hemos
quedado sextos en el puesto fronterizo, así que no podemos permitirnos más
retrasos.
—Lo sé, pero no puedo.
—Sí puedes. Solo tienes que agarrarte a mí. —Me dirijo al guía—. Se
supone que vamos a ir juntos, ¿no? Los dos.
Él asiente.
—¿Ves? No es nada. Si te aferras a mí como en el laberinto de maíz,
estaremos abajo antes de que te des cuenta.
—Pero…
—Si quieres, puedes ir detrás de mí esta vez, ¿de acuerdo?
Respira hondo.
—¿Puedo cerrar los ojos?
—Claro. Te pedí que confiaras en mí, ¿recuerdas? No voy a dejar que te
pase nada.
Está temblando.
— Eso dices ahora, pero, ¿cómo sé que no me vas a dejar morir?—
gimotea con las manos en la cara.
—Mira. —Me pongo a su altura y la miro a los ojos—. Depende de ti.
Tú decides. Sabes lo que yo haría, pero prefiero que seas tú quien decida
cómo lo vamos a hacer.
Percibo un ápice de agradecimiento en sus ojos, pero no sé si me lo
estoy imaginando. Camina hasta el borde y se asoma con cuidado, y luego
sus ojos siguen el cable de la tirolina hasta el punto en que desaparece entre
los pinos.
Aprieta la mandíbula, se quita las gafas y las guarda en su mochila.
Asiente con la cabeza hacia el guía.
—Prepáranos para la cosa esta.
No quiero decir nada para que no cambie de opinión, pero estoy tan
emocionado que me entran ganas de besarla. Nunca he acompañado a
Jimmy en sus acrobacias porque con esas cosas el riesgo de sufrir lesiones
graves es muy elevado, pero he soñado con hacer algo así toda mi vida. El
guía nos pone un casco y un arnés y nos coloca en la plataforma. Por
último, nos cierra la cremallera y nos enseña dónde agarrarnos.
—Os voy a dar un pequeño empujón y con eso bastará. Así de fácil —
dice el guía.
No puedo verla porque está detrás de mí, pero sé que el corazón le late
desbocado.
—¿Estás bien? —le grito.
—¡No puedo creer que esté haciendo esto! ¡Debo de haberme vuelto
loca! —chilla—. Avísame cuando esto acabe.
Habrá cerrado los ojos. Se va a perder unas vistas de la hostia. El guía
empieza a contar:
—Uno, dos, tres…
Y, antes de que nos dé el empujón, ella ya está gritando, aterrada. Y
grita muy fuerte.
Bajamos hacia los árboles en picado. Al principio, me da la sensación
de que nos estamos cayendo y todo sucede tan rápido que veo el paisaje
borroso. Sin embargo, en algún momento se produce un cambio.
Ella deja de gritar de miedo y comienza a chillar de alegría.
—¡Madre mía! ¡qué pasada! —grita y se ríe al mismo tiempo.
Veo las puntas de sus pies y me doy cuenta de que está dando patadas al
aire salvajemente, de modo que yo también empiezo a reírme.
Atravesamos los árboles y la plataforma de aterrizaje aparece de
repente. Estiro los pies para el aterrizaje y un guía nos ayuda a frenar. Me
quita los mosquetones y me libero con la sensación de que ya tengo el
millón de dólares en mis manos. Me quito el casco, y cuando sueltan a
Penny, se acerca a mí y me abraza.
Entonces, la beso. Lengua y dientes, manos y pelo. Le estampo los
labios y devoro su boca como si fuera lo último que voy a comer.
Y lo más extraño es que ella me deja. Gime y me devuelve el beso
mientras enreda sus manos en mi pelo y mueve su diminuta lengua como si
no hubiese un mañana.
Y las cámaras capturan cada segundo de ese precioso momento.
Francés en la oscuridad
Nell

Sí, le he besado. Ha sido una experiencia increíble. No, no significa


nada. Nos hemos dejado llevar por la adrenalina. En serio, no hay nada
que leer entre líneas.

—Confesionario de Nell, día 3

Le he besado.
Oh, dios, le he besado.
No puedo pensar en nada más mientras caminamos hacia el próximo
puesto fronterizo. Luke no lo menciona. No me toca de nuevo, solo me
ofrece una mano para ayudarme a escalar las rocas. Sin embargo, aún siento
su calor, y mis labios están en carne viva por la aspereza de su barba. Nunca
me han besado de esa forma. No me lo habría imaginado ni en un millón de
años.
¿Qué significa eso?
Nada, por supuesto. Ha sido el resultado del subidón de adrenalina.
No hablamos mucho. El sol se está poniendo y tenemos que llegar al
puesto fronterizo. Me siento valiente y un poco imprudente después de la
experiencia en tirolina, así que le sigo bien el ritmo aunque el camino sea
empinado. Un miembro del personal nos ha dado a cada uno un paquete con
equipo de senderismo, comida y otros artículos de primera necesidad, pero
como Luke no se ha molestado en usarlos, yo tampoco.
De camino, adelantamos a Ivy y Cody, que han parado a descansar, pero
no vemos a nadie más. Luego, aunque Luke me asegura que Ivy es una
buena aliada suya, pasamos la siguiente hora compitiendo con ellos por el
mejor puesto.
Al final, llegamos unos diez segundos antes que ellos.
Cuando estamos tirando nuestras cosas en la plataforma, Will Wang
anuncia que somos terceros.
¡Terceros!
—¡Santo cielo! —exclamo mientras él da un puñetazo en el aire y me
da un abrazo frío y rápido.
Me queda claro. Es el típico abrazo que le daría a su hermana, y que
indica que se arrepiente de haberme besado.
Se me hace un nudo en el estómago.
El guía nos lleva a un claro. Ya ha anochecido y lo único que veo son
árboles, hasta que levanto la vista y me doy cuenta de que lo que pensaba
que eran la luna y las estrellas es en realidad el reflejo de la luna en las
ventanas de unas casas árbol diminutas.
—Bienvenidos al siguiente puesto fronterizo. Vais a pasar la noche entre
los árboles. Que disfrutéis.
Tenemos que subir una escalera destartalada para llegar al porche
delantero. Estoy un poco preocupada, ya que el último lugar donde pasamos
la noche dejaba bastante que desear, pero cuando enciendo las luces me
quedo fascinada. Es bonito y está limpio, y hay una chimenea encendida.
Por supuesto, hay algunos inconvenientes. El mayor es que es
romántico. Como si necesitara un romance en este momento, sobre todo
cuando no puedo dejar de pensar en el beso. Como era de esperar, solo hay
una cama. Y no hay agua corriente.
Ya no estoy tan cansada como antes, así que decidimos bajar a la
hoguera para comer algo. Ahí es donde descubrimos que Ace y Marta han
vuelto a llegar primeros, seguidos de Brad y Natalie. Cuando cogemos
nuestro plato y nos sentamos junto al fuego, Ace y Marta se levantan y se
van.
—¿Les hemos echado nosotros? —pregunta Luke con una amplia
sonrisa.
Y es esa clase de sonrisa que hace que me derrita por dentro. O tal vez
es el hecho de que haya hablado en plural. Por algún motivo, siento que ya
no soy solo un obstáculo en su camino. Por primera vez, siento que somos
un equipo.
Luke conoce muy bien a Brad. Estoy segura de que se han aliado en
algún momento durante la grabación. Hablan como viejos amigos. Natalie,
la motera de edad avanzada, es callada pero maja. De hecho, terminamos
riéndonos juntas mientras hablamos de nuestras experiencias. Nunca he
encajado en ningún grupo; Courtney es la única amiga de verdad que he
tenido. Sin embargo, a Luke no le cuesta nada llevarse bien con todo el
mundo y se las arregla para meterme en la conversación, así que me da la
sensación de que encajo. Me hace sentir querida, me enternece y… me dan
ganas de tener esta vida cuando vuelva a casa.
Por un instante, me aterra la idea de volver a mi aburrido piso sin novio,
sin vida social, sin trabajo, sin futuro.
Cuando el resto de parejas llegan, nos enteramos de que han eliminado a
Jen, la gurú de las dietas que colgaba vídeos de sus entrenamientos, y a
Elliott, su «marido», un grandullón.
Es bastante tarde cuando volvemos a la casa del árbol.
—Estoy molido —se queja Luke mientras subimos la escalera.
Como no digo nada, malinterpreta mi silencio, porque un segundo
después añade:
—No te preocupes. Dormiré en el suelo.
No estaba pensando en eso en absoluto.
—En realidad —digo—, ¿crees que graban dentro de las habitaciones?
—Qué va. En el contrato pone que no, pero supongo que habrá micros.
—Ah. Bueno, esta cama es más grande que la de la última vez, así que
no pasa nada porque durmamos juntos. Siempre y cuando te quedes encima
de las sábanas. ¿Vale?
Enarca una ceja.
—Tú mandas.
—Ah. Y tienes que dormir vestido.
—Si tú lo dices…
Entramos y saco el pijama de mi bolsa mientras él se quita la camisa. Le
hago un gesto para que se dé la vuelta y me pongo una camiseta de tirantes
y unos pantalones cortos.
—Ya estoy. —Me tapo con las sábanas.
Se sienta, se quita los pantalones y se acuesta a mi lado en calzoncillos.
Después del beso, la escena me resulta demasiado íntima, no sé por qué.
Ahora todo lo que hace me parece íntimo, como si tuviésemos que dar un
paso más.
Me estiro para apagar la luz, aunque sé que me va a costar dormirme
porque tengo su cuerpo desnudo a centímetros del mío.
—¿Quieres… que practiquemos? Para el Test Matrimonial, quiero decir.
Se ríe por lo bajo.
—No pensaba que quisieras practicar otra cosa, cariño.
Me alegro de que estemos a oscuras, porque así no puede ver lo roja que
me he puesto. Trato de recordar alguna pregunta del test.
—¿Cuál es mi comida favorita?
Se apoya en el codo y me mira a la luz del fuego.
—A ver si adivino… La salchicha seca.
—No. El solomillo Wellington. También me gustan las coles de
Bruselas.
—Estás de coña, ¿no?
Ignoro la pregunta.
—¿La tuya es… la salchicha seca?
—Bingo.
Sonrío.
—Mmm… Dime una persona que te inspire.
—Fácil. Mi abuelo. ¿Y a ti?
Niego con la cabeza y me pongo como un tomate.
—A mí no…, no se me ocurre nadie. Dejé esa pregunta en blanco.
—¿Y eso?
—Porque no necesito que nadie me inspire. Confío en mí.
Él asiente con la cabeza como si me entendiera y murmura:
—Vaya.
Lo miro.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es que… suena a lo típico que diría una persona solitaria.
—Dice el hombre que no quiere casarse.
—Y no quiero, pero me encanta rodearme de gente. Cuanta más mejor.
¿Qué le vamos a hacer? Me gusta socializar. Con casi todo el mundo.
Me estremezco.
—Supongo que…, a mí no. Bueno, puede ser. Prefiero rodearme de
personas cercanas que sé que me apoyan. Y una de ellas será mi marido.
Quizá él me inspire.
—Joder, tía, las cosas no funcionan así. Si te escondes de todos y no les
das una oportunidad, no lo conocerás nunca.
Quizá tenga razón. Pero es que…, la idea me aterra.
—Es que creo que no les caigo bien al resto de concursantes. No
tenemos nada en común.
—No es cierto. Les caerías bien, pero no les das una oportunidad.
Supongo que tiene razón.
Un momento después, continúa:
—¿Penny?
—Nell.
—Eso. Dime algo en francés.
Me río.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque me cuesta dormirme y a lo mejor así dejo de pensar en el
concurso y concilio el sueño.
—Vale.
Pienso un momento antes de decir:
Comme deux anges que torture
Une implacable calenture
Dans le bleu cristal du matin
Suivons le mirage lointain
Abro los ojos. Está apoyado en un codo y me está observando. Las
sombras de las llamas bailan sobre su piel tatuada, un borrón agradable para
mi pobre vista.
—Joder. ¿Qué has dicho?
—Es Baudelaire. Básicamente que es hora de dormir.
—La hostia. ¿Y ya está? En francés todo suena muy sexy. Habría jurado
que querías que me metiera debajo de las sábanas contigo.
Aprieto los labios y niego con la cabeza.
—Se acabó el francés.
Se tumba y se tapa los ojos con el brazo.
—¡Mierda!
—Mmm… ¿Por qué querrías meterte debajo de las sábanas conmigo?
Se aparta la mano de la cara.
—¿Por qué? Me estás vacilando, ¿verdad?
—Bueno, no soy tu tipo en absoluto, ¿a que no? —digo sin pensar y me
tapo hasta la barbilla—. Los chicos no les tiráis la caña a las chicas con
gafas, ¿no? Y las mujeres que hay aquí parecen…
—Sentiste mi polla. ¿Crees que no tienes lo que hay que tener para
poner cachondo a un tío?
—No…
—Pues resulta que las gafas esas de culo de vaso que llevas para
esconderte me parecen la hostia de sexys —admite—. Y seguro que no soy
el único. ¿Eres virgen?
—¡Por Dios, no!
Me entra la risa tonta. ¿Por qué estamos hablando de esto? ¿Me he
vuelto loca?
—Vale. Entonces sabes de lo que hablo, ¿a que sí? ¿Tienes novio?
¿Alguna vez lo has puesto cachondo?
—A ver. —Paso el dedo por la sábana y cojo un hilo suelto de la manta
—. Solo he tenido uno. Y no era de los que…
Él cierra los ojos.
—Un momento. A ver si lo entiendo. ¿Solo has estado con un chico en
toda tu vida?
Asiento con la cabeza. ¿No hace cada vez más calor aquí dentro?
—Gerald. Es médico. Es… inteligente, guapo, amable…
—Y un amante de mierda.
—¿Qué? No. ¿Cómo te…?
—¿Sigues saliendo con ese imbécil?
—¡No es imbécil! —exclamo sin saber muy bien por qué lo estoy
defendiendo—. Rompimos hace casi nueve meses.
—Vale. Entonces…, este chico te ha enseñado todo lo que sabes sobre
sexo. Y, sin embargo, la mujer que tengo delante no se ha acostado con
nadie en casi un año, se sonroja cada vez que ve algo que desea de verdad,
no quiere que la toquen y ni siquiera puede decir las palabras «joder» o
«polla». —Se encoge de hombros—. Te ha vuelto frígida. En mi pueblo a
eso se le llama ser imbécil y un amante de mierda.
Lo miro boquiabierta.
—¡No soy frígida!
—Eh, no es culpa tuya.
Quiero pegarle, pero no soportaría tocar su cuerpo desnudo. Ay, madre,
tal vez tenga razón.
Enciendo la luz y me incorporo.
—Te besé, ¿no? ¿Tan mal lo hice?
—No. Me pusiste como una puta moto, pero creo que necesitas hacerlo
mil veces más para corregir lo que te enseñó el imbécil ese.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Sabes qué? —digo mientras me subo las sábanas hasta el pecho—.
Prefiero que duermas en el suelo.
Me dedica una sonrisa pausada y empieza a tirar de la manta. Tiro yo
también y se ríe de mí a modo de respuesta.
—Como tú digas, cariño.
Se acuesta en el suelo solo con una almohada y no lo vuelvo a oír en
toda la noche. Intento dormir, pero no puedo porque tengo la sensación de
que está en lo cierto. En lo que respecta a Gerald, pero, sobre todo, en lo
que respecta a mí.

Luke

A Penny le sorprende que hayamos llegado tan lejos, pero a mí no.


Desde el principio he dicho que había venido a ganar. Y sí, no me soporta,
pero nos las apañamos a pesar de que somos dos polos opuestos. Aunque,
quién sabe. Este podría ser el final de nuestra aventura.

—Confesionario de Luke, día 7

Llevamos una semana en el concurso.


Después de Colorado viajamos a Texas, donde Erica, la neurótica, y
Steven, el tío con cara de astuto, fueron eliminados tras un desafío en el que
uno de nosotros tenía que construir el pajar más grande y el otro tenía que
cargar fardos de heno y dar vueltas por la granja. Se ve que Steven no
quería hacer nada y que Erica le estaba gritando todo el rato para que
eligiese algo, por lo que, al final, él la mandó a la mierda y abandonó el
plató.
Nosotros lo hicimos bien porque no necesitábamos estar cerca el uno
del otro.
Luego fuimos a Charleston (Carolina del Sur), donde tuvimos que pasar
la noche en una finca encantada. Nos quedamos en lados opuestos de la
mansión y al final se nos fue la olla, pues los dos pensábamos que el otro
había abandonado y cada uno hicimos por nuestra cuenta el cesto de hierba
dulce que debíamos hacer juntos. Después de eso, nos tocó enfrentarnos al
segundo Test Matrimonial, en el que volvimos a fallar las tres preguntas.
Qué sorpresa… ¿Como iba a saber yo que su forma favorita de relajarse era
ir a un museo de mierda? Respondí ir de compras porque pensaba que era lo
que les encantaba a todas las mujeres. Creía que lo llevaban en la sangre,
pero, a juzgar por la mirada asesina que me echó, cualquiera pensaría que la
habría llamado caníbal o algo así.
¿Mi forma favorita de relajarme según ella? Rascarme los huevos en el
sofá. ¿Mi forma favorita de pasar la noche? Tirarles los tejos a las mujeres.
¿Mi lugar favorito para pasar el rato? Un club de striptease. Es obvio que
me considera un capullo y un salido.
¿El resultado? Que casi quedamos últimos.
Los únicos que la cagaron aún más que nosotros fueron Cara, la
bailarina, y Zach, el padre, que perdieron el vuelo y fueron eliminados.
Somos los últimos de las cinco parejas restantes.
Ahora estamos en Lubec (Maine), en un embarcadero, cerca de un faro.
Dicen que es el punto más oriental de los Estados Unidos. Hay bruma y
hace un frío que pela.
Lo único más frío es Penny.
Nunca he conocido a una chica más rencorosa que ella. Desde que
tuvimos aquella charla en la casa del árbol en Colorado se ha cerrado en
banda y apenas me dice dos palabras seguidas. Además, me he pasado casi
todas las noches con mis aliados y he cogido algunas borracheras; otro
motivo por el que está cabreada. Todas las parejas tienen una buena
relación. Puede que no tengan un vínculo amoroso, pero aprecian y toleran
al otro por el bien del concurso. Sin embargo, Penny ni siquiera me mira.
Pensé que después del beso intimaríamos cada vez más.
En cambio, cada uno va por su cuenta. Vamos a perder si seguimos así.
A estas alturas, nuestra relación me importa una mierda. Me centro en el
juego y en cómo podemos salvar el pellejo y ponernos en cabeza pese a que
estamos a un paso de la eliminación.
Quizá no podamos. Una parte de mí cree que podemos hacer todo lo
que esté en nuestra mano, pero si no trabajamos juntos no bastará.
Estoy harto.
Si ella es feliz viviendo engañada y no quiere enfrentarse a los hechos,
yo no puedo hacer nada.
Aun así, de vez en cuando la miro y pienso: «Joder, qué pena».
No es consciente de lo guapa que es. Se cierra al resto del mundo
porque cree que lo único que puede ofrecer es ese gran cerebro suyo.
Además, no tiene ninguna confianza en sí misma. No sé por qué se siente
así, pero sé de qué pie cojea. De vez en cuando, la persona que está tratando
de ocultar sale a la luz, la Penny sexy y dulce que hay debajo de esa
máscara… Si se relajase… Pero no. Está atrapada en una jaula de la que no
quiere escapar.
Se pone el abrigo, se lo abrocha hasta la barbilla y mira el agua negra y
espumosa. Me la pone dura hasta con esas botas de agua naranjas. Pienso en
aquella noche, cuando yo estaba tumbado con ella en la cama, y en cómo
ansiaba tocarla, desnudarla y reclamar su boca y el resto de su cuerpo.
¿Cómo puede pensar que no excita a los hombres?
—Esto es lo tuyo, ¿no? —le digo mientras Will Wang se pasea con su
chaquetón y sus orejeras—. Como creciste aquí…
Se sube las gafas y me echa una mirada que grita que me vaya.
—No.
El barco pesquero atraca en el muelle. Está lleno de viejos canosos que
parecen haber vivido toda su vida en el mar. Will Wang explica:
—Estos hombres os darán una breve lección sobre cómo sacar a las
langostas de sus trampas. Tendréis que sacar cien langostas. Si capturáis
una langosta azul recibiréis una recompensa especial al final del día cuando
lleguéis al próximo puesto fronterizo. ¿Listos?
Subo al bote y le ofrezco mi mano. No la acepta.
Se pasa casi todo el rato hablando con los pescadores de langostas,
aprendiendo lo que hay que hacer mientras me ignora. El viento nos silba
en los oídos, y la niebla es tan espesa que se asienta entre nosotros mientras
yo trabajo en babor y ella en estribor. No la veo cuando empezamos a sacar
las trampas. Solo oigo que los langosteros gritan:
—Aquí tres.
—Seis.
Están contando hasta cien, pero yo también llevo la cuenta.
Quiero conseguir más que ella.
No sé qué pretendo demostrar si saco más langostas, pero estoy
convencido de que, si lo hago, las cosas entre nosotros cambiarán. De
hecho, quizá hasta crea que soy digno de hablar con ella. O tal vez, solo tal
vez, se alegre tanto por mí que se lance a mis brazos y vuelva a besarme.
Lo sé. No tengo ni la más mínima posibilidad.
Estamos a la par: yo tengo cincuenta y ella cuarenta y ocho. Abro una
trampa, pero está vacía. Entonces chilla de alegría.
Miro su trampa. Ella tiene tres.
Y una es azul.
A la mierda. He perdido. Estamos en el mismo equipo, pero siento la
derrota.
Cuando volvemos a la orilla está sonriendo. No se debe a nada que haya
hecho yo, pero no voy a desaprovechar la ocasión.
—Buen trabajo —la felicito ahora que está de buen humor.
—Suerte que tenía pastillas para el mareo —dice, y se frota las manos
todavía con los guantes puestos—. ¿Qué crees que conseguiremos con la
langosta azul?
Me encojo de hombros.
—Quizá tengamos suerte y no nos eliminen.
Ella suspira.
—¿Crees que ya tenemos un pie fuera?
Anoche llegamos al puesto fronterizo de Lubec, al hostal, convencidos
de que éramos los últimos. No obstante, supimos que seguíamos dentro
cuando descubrimos que Cara y Zach aún no se habían registrado porque
habían perdido el vuelo.
Ahora hemos atracado en el muelle y nos hemos bajado del bote. Los
demás equipos se habrán ido ya, así que espero que podamos recuperar algo
de tiempo. Pese a que Penny me saca de quicio, me desespera y hace que
quiera volver a Atlanta, no estoy dispuesto a abandonar el concurso. Por
extraño que parezca, no quiero separarme de ella. No, quiero tomarme mi
tiempo para conocerla bien.
Pero tiempo es justo lo que no tenemos.
Will nos espera al final del muelle para entregarnos el próximo sobre.
Penny lo abre y lee lo que pone.
—Boston. Freedom Trail. Esto sí que lo conozco.
—¿Pone qué tenemos que hacer?
Ella niega con la cabeza.
—Solo que quedamos en el principio de Freedom Trail.
Vamos al aeropuerto en taxi. Allí cogemos un avión de hélice rumbo a
Portland, y luego un tren en dirección a Boston. Para entonces ya es de
noche.
Este es el terreno de Penny, por lo que conoce bien el camino. Cuando
salimos de la Estación del Norte, echa a correr. Me abro paso entre la
multitud para seguirla, hasta que vemos la plataforma. Will Wang nos está
esperando allí. Da igual lo rápido que vayamos, siempre se las apaña para
llegar antes.
Paramos en seco.
—Bienvenidos, viajeros —dice Will. ¿Me lo estoy imaginando o no
parece tan feliz como siempre?—. Habéis llegado al Freedom Trail de
Boston. Por desgracia habéis sido los últimos.
Mierda. Se acabó.
Miro a Penny, que abre los ojos como platos. Ya está. Nuestra aventura
ha llegado a su fin. Solo queda volver a Atlanta y…
¿Y qué, exactamente?
Joder. Qué mierda. Haría lo que fuera por seguir en el concurso. Pienso
en todas las veces que podríamos haber trabajado juntos y mejorar nuestro
tiempo y…
JODER.
—Pero hay buenas noticias —prosigue Will—. Esta es una ronda no
eliminatoria, de modo que seguís en el concurso. Mañana saldréis los
últimos, pero esta noche podéis estar tranquilos.
Lo miro a los ojos. Estoy tan preocupado por mi bar y por tener que
venderlo que por un momento mi mente no asimila la información.
—No solo eso, sino que, como fuisteis el único equipo que encontró una
langosta azul, vais a gozar de una cena sin igual en el muelle de la Chart
House, famosa en el mundo entero. ¡Id a vuestro cuarto a cambiaros, porque
vais a vivir una noche inolvidable en la gran ciudad de Boston, además de
poneros ciegos de langosta!
Miro a Penny. Le tiembla el labio inferior y parece que se va a echar a
llorar de un momento a otro. Me agarra del brazo y la estrecho contra mí.
No parece que quiera alejarse.
Cojo aire. No me ha tocado en días, así que aprovecho esta rara
oportunidad. Le aliso el pelo, bajo la cabeza e inhalo su aroma mientras la
aprieto contra mi pecho y nos calmamos.
—No me lo creo —dice, con lágrimas en los ojos.
Con los brazos entrelazados, cogemos nuestras bolsas y nos disponemos
a seguir al guía hasta el hotel, pero de pronto Penny se para en seco. Sigo su
línea de visión hasta ver a un hombre canoso con un abrigo negro y traje.
—Oh, Dios mío. —Traga saliva y me suelta—. Un momento.
Entonces va hacia él.
Tiene sus mismos ojos. Su barbilla. Sé quién es por la forma en la que
ella se achica, más y más a cada segundo que pasa. Es el cabrón de su
padre.
Ella le toca el brazo con indecisión y le dice algo al tiempo que me
señala.
Will Wang dice:
—Lo siento, pero hablar con…
Le pongo una mano en el brazo.
—Dale un momento.
Puedo ver su cara mejor que la de ella porque lo tengo de frente. Está
rojo, crispado. Puedo distinguir algunas palabras.
—¿A esto es a lo que te dedicas ahora? ¿A corretear delante de las
cámaras? ¿Y este paleto? ¿Por qué? Por el amor de Dios, Penelope, pensaba
que te habíamos educado mejor.
Ella sacude la cabeza y susurra algo, pero no puedo entenderlo.
Él le dice algo brusco, como una advertencia, y ella agacha la cabeza.
Luego asiente y se dispone a darle un abrazo, pero el muy cabrón se
queda ahí, rígido, con las manos en los bolsillos. Me mira con frialdad.
«Que te jodan a ti también».
Entonces ella corre hacia mí. Will Wang comienza a recordarle que
hablar con cualquier familiar o amigos durante el concurso está
estrictamente prohibido, pero la guío calle abajo y la llevo al vestíbulo del
hotel lo más rápido que puedo, así que lo perdemos de vista.
Todavía frunce el ceño cuando entramos en el ascensor. Arruga la frente
por la preocupación.
—Tengo la sensación de que no estaba aquí para darme la bienvenida a
la familia.
Ella ni siquiera sonríe.
—¿Estás bien? —le pregunto.
Se queda callada un buen rato y observa cómo avanzan los números.
Entonces asiente.
—Pero no me apetece langosta.
Me encojo de hombros. Nunca he comido langosta, así que me la suda.
—Vale. Si quieres…
—Quiero emborracharme —dice, sin mirarme—. ¿Te apuntas?
Casi me atraganto. La miro, preguntándome si de verdad está bien. De
todas formas, no pienso rechazar una invitación como esa. De ninguna
manera.
—Sí, me apunto.
«Langosta» de recompensa
Nell

Sí. Fue una noche muy bonita. Salimos a… cenar langosta. Fue una
buena recompensa.

—Confesionario de Nell, día 7

Mi padre.
Mi molesto, ausente y nunca impresionado padre ha aparecido en la
grabación de mi programa.
Trata a mi madre como el culo. Me ignoró durante ocho años. No asistió
a ninguna de mis graduaciones porque piensa que mis títulos no valen nada.
Y, sin embargo, por alguna razón, siempre aparece cuando menos lo quiero
en mi vida.
Qué suerte la mía. Trabaja en el centro de Boston. Pensé que la ciudad
era lo suficientemente grande como para escapar de él, pero se ve que no.
Estaba muy enfadado, como si le debiera una explicación. ¡Soy adulta!
¿Por qué iba a hacerlo?
Sigo furiosa cuando saco una muda de mi bolsa. Una parte de mí quiere
esconderse en mi cama, pero sé que eso es lo que quiere mi padre. Que me
aleje de la esfera pública y que no lo avergüence.
Así que voy a salir de copas. Espero ver mi cara de borracha en la
portada del Boston Globe.
Pero cuando rebusco en mi bolsa me doy cuenta de que la mayoría de
mi ropa no está. Solo hay un sujetador deportivo, una camiseta, un bañador
y unos cuantos calcetines. Anoche me quedé sin ropa limpia, así que la lavé
en el fregadero y la tendí en la bañera del hostal de Maine. Pero estaba muy
cansada… ¿La guardé?
Madre mía.
Me he dejado casi toda mi ropa en Maine.
Como si necesitara más razones para llorar en este momento.
Sin embargo, mi padre me ha enfurecido tanto que me ha sacado de mi
zona de confort. Natalie no abre la puerta, así que decido llamar a la puerta
de Ivy. Le cuento lo que ha pasado y tiene la amabilidad de prestarme una
muda y desearme que me divierta esta noche en mi cena de recompensa.
Me ducho y me pongo la ropa. En realidad, más bien tengo que
embutirme en ella. Los vaqueros son muy ajustados y la camiseta es la
mitad de una camiseta, es una camisetita sin mangas con un escote
pronunciado. Me miro en el espejo y… De perdidos al río. Quizá también
aparezcan mis tetas en primera plana.
Salgo del baño y cojo el móvil, la cartera y la tarjeta del hotel.
—¿Listo? —pregunto sin mirar a Luke, que está viendo el béisbol.
No dice nada y en ese momento me doy cuenta de que en realidad me
está mirando a mí y no a la tele. Tiene la boca ligeramente entreabierta.
—¿Qué? —espeto.
—Nada, es solo que…
—Me he dejado la ropa en Lubec —mascullo—. Ivy me ha prestado
esto.
—Estás…
Lo interrumpo.
—No lo digas.
Levanta las manos en señal de rendición, pero no aparta su mirada de
mi escote. Sintiéndome desnuda, levanto la camisa para cubrirme un poco
mejor. No es que ayude mucho, así que me pongo la chaqueta. Me sigue
hasta Charles Street y miro a ambos lados de la calle.
—¿A dónde? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—No sé. No salgo desde… nunca.
—¿Me estás diciendo que nunca te has puesto pedo?
Sacudo la cabeza.
—Vale. Pues yo vivo en un pedo continuo, así que… —Mira a un lado y
al otro—. Vamos.
Lo sigo.
—¿A dónde vamos?
Se encoge de hombros y señala detrás de él.
—A algún sitio en el que no estén ellos.
Miro por encima del hombro y me doy cuenta de que hay algunos
cámaras que nos están siguiendo, aunque desde la otra acera. Acelera el
ritmo, y, de pronto, me coge del brazo y me lleva a un callejón.
—Diría que se te da muy bien esquivar a la gente —observo.
—Sí, bueno…
No dice nada más. Pero, para mi sorpresa, me siento segura a su lado,
aunque sea un macarra o haya robado a la mitad de los habitantes de
Atlanta.
Después de salir del callejón, no sé a dónde vamos de tantas vueltas que
hemos dado, pero al final miramos atrás y las cámaras se han ido. En línea
recta hay un bar de tequila que no he visto nunca.
Entramos. Es un cuchitril oscuro lleno de gente. Mi pulso se acelera
mientras nos sentamos en una barra larga.
—¿Se parece a tu bar?
Sonríe con suficiencia.
—Esto es el Ritz comparado con mi bar, que es un tugurio. Cuando lo
regentaban mis abuelos era bonito, pero ahora se está yendo a la mierda. —
Tamborilea con los dedos en la barra—. ¿Qué vas a pedir?
—Pues… —Miro los licores, confundida—. ¿Margarita?
—Pensaba que querías ponerte pedo. Nada de mierdas afrutadas.
—¿Entonces?
—Cuervo —sentencia—. Dos.
El camarero nos sirve chupitos. Levanto el vaso y miro el líquido
ámbar. Saco la lengua para probarlo mientras él me observa con una
sonrisilla.
—¿Nunca has tomado un chupito? —pregunta.
—No. ¿Es difícil?
Él sacude la cabeza, examina la barra y encuentra un par de rodajas de
lima y sal.
—Haz lo que mismo yo. Lame, bebe, chupa.
Se lame la mano debajo del dedo índice, se echa sal y me espera. Luego
se lame la mano, levanta el vaso, se lo bebe de un trago y se mete la rodaja
de lima en la boca.
—Ahora tú.
Lamo la sal, pero el líquido me abrasa la lengua nada más tocarla y me
quema la garganta también. De alguna manera me las arreglo para tragar,
pero las lágrimas caen por mi cara. Sin perder un segundo, me da la lima, y
chupo, pero siento que voy a vomitar porque me arde la garganta.
—Dios —logro decir cuando recupero el aliento.
—¿Malo?
—No. Diferente.
—Bueno. Ahora contrólate. Creo que uno es suficiente para ti si
nunca…
Doy un puñetazo en la barra.
—¡Camarero! Otra ronda.
Luke me mira fijamente.
—Oye, espera un poco.
El camarero hace una pausa, pero le meto prisa.
—No quiero esperar.
Cojo el vaso con chulería.
—¿Por qué crees que ya no le va bien a tu bar?
Levanta el vaso de chupito y se lo piensa.
—En parte es porque mi abuelo se hipotecó hasta las cejas y no se lo
contó a nadie hasta que los bancos llamaron a mi puerta hace seis meses.
Pero en gran parte es porque soy un encargado de mierda. Hay muchas
cosas que no entiendo porque dejé el instituto demasiado pronto. Incluso
después de que mi abuelo me enseñara y me ayudara, sigo sin tener ni idea.
Madre mía. Está muy equivocado. Me apresuro a corregirlo.
—Eso no es cierto. Mucho de lo que aprendí yo en la escuela es
conocimiento que nunca podré aplicar en la práctica fuera del aula. Tú
tienes algo mejor. Entiendes cómo funciona el mundo. Sabes hablar con la
gente y caerles bien. Por el contrario, ¿qué tengo yo? Un doctorado y un
montón de titulaciones sin valor. No estoy capacitada para lidiar con nada
más allá de los muros de mi universidad.
Hago ademán de ir a coger más gajos de lima y él me los acerca sin
apartar su mirada de mí. Creo que está tratando de entenderme.
—Esto tiene que ver con tu viejo, ¿no?
Asiento con la cabeza. Lamo, sorbo y chupo. Esta vez no quema tanto
como la primera vez.
Pido otro.
—Echa el freno, doctora, que no quiero que te saquen de aquí en
camilla —dice mientras se toma su bebida sin la lima—. ¿Qué ha pasado?
—Nada. Lo de siempre. Hace años que no nos vemos, pero ¿acaso se ha
alegrado de volver a verme? No, me ha acusado de desperdiciar mi vida y
me ha dicho que alguien debería hacerme entrar en razón para que no le
avergüence. ¿Te lo puedes creer? Resulta que yo le avergüenzo. Como si no
lo hiciese él solito al acostarse con su secretaria, que es tan solo cinco años
mayor que yo. Básicamente me ha dicho que me buscase un trabajo de
verdad y dejara de comportarme como una niña.
—¿En serio? Espero que lo hayas mandado a la mierda.
—No con esas palabras, pero le he dicho que no me importa lo que
piense. Que es mi vida, y que, si no le gusta, tendrá que aguantarse.
El camarero rellena nuestros vasos otra vez. Estoy un poco achispada.
Ahora mismo mandaría a mi padre, a Gerald y a quien fuese a hacer
puñetas.
—Buf, qué duro.
—Hacía falta. Me gustaría que estuviera orgulloso de mí por una vez,
pero es obvio que nunca va a suceder.
Me mira con otros ojos.
—Pues debería. Tienes huevos. Pareces una mosquita muerta, pero en
realidad sabes lo que quieres y vas a por ello. Que le den a tu padre si no lo
considera una virtud.
Sonrío. Creo que quiero a Luke Cross un poquito en este momento.
—Hace que todo lo que hago parezca un fracaso. He pasado mi vida
tratando de impresionarlo, pero nunca ha funcionado. Y ahora me da miedo
terminar la universidad porque tengo miedo de equivocarme, que, según él,
es lo que siempre hago. Siempre. Así que es lo único que puedo hacer.
—Hay gente a la que nunca podrás impresionar, hagas lo que hagas.
Está tratando de hacerme sentir mejor y lo admiro.
—¿Tú qué sabrás, si tú impresionas a todo el mundo?
Se ríe.
—A tu padre no.
Me estremezco. ¿Habrá oído las cosas horribles que ha dicho mi padre
de él?
—¡Esa es la cuestión! ¡Ni siquiera te conoce! Quiere que me case con
alguien de clase alta. ¿Casarme con un tío como él que trata a su mujer
como el culo? No, gracias —digo desconsolada—. He estado pensando en
lo que me dijiste. Y tienes razón. Soy una frígida. Y Gerald un imbécil.
¿Sabes? Salí con él seis meses y a los cinco cedí y le entregué mi
virginidad. Me estaba reservando para alguien que me quisiera de verdad, y
pensaba que le amaba y que él me amaba a mí. Pero siempre sentía que
estaba haciendo algo mal. «Muévete así», «ahí no», «hazlo así». Todo el
sexo que tuvimos consistió en él dándome órdenes, así que ¿cómo no iba a
tener la sensación de que estaba haciéndolo mal? Todo el mundo me dice
que soy un desastre excepto mi mejor amiga.
Me mira durante un buen rato. Tengo la ligera sospecha de que es
demasiada información, pero no puedo parar. Contemplo mi vaso con aire
pensativo.
—¿Sabes por qué rompió conmigo? Porque no se la quería chupar,
seguro. Le amaba y él me dejó porque no quería chuparle su cosa. Pero, en
serio, si un tío te dijese todo el rato que no lo estás haciendo bien, ¿tú se la
chuparías? —Le señalo con el dedo—. No, en serio, ¿lo harías?
Levanta las manos.
—Y una mierda. No, en absoluto, pero por más motivos.
—Sí —murmuro—. Tienes razón. Me he echado a perder por su culpa.
—No —dice—. Para nada. Algunas personas querrán encasillarte, pero
cuando te traten así es tu deber escapar. Mándalos a tomar por culo.
Me apoyo en la barra, pensativa.
—Sí, ¿verdad? Que se vayan a tomar por culo —digo por fin, y me
bebo el chupito sin la lima igual que él. Es como agua. Podría pasarme el
día haciendo esto. Me mareo solo de pensarlo.
Me impulso con la barra para girarme, así que ahora mis rodillas están
entre sus piernas.
—Cariño, llevas tres chupitos en quince minutos. Relájate o te sentirás
como si te hubiese caído una tonelada de ladrillos encima.
Lo miro y en un arrebato me quito la coleta como una conejita sexy,
algo impropio de mí. Pero de repente me siento libre. Juguetona, libre y…
sensual. No sé si es porque algunos chicos están mirándome el escote o
porque estoy con el tío más macizo del bar. Me apoyo en sus muslos y me
inclino hacia delante para que me vea bien los pechos, pues lleva echando
miraditas furtivas desde que me he puesto esta camisetilla rosa. Nunca he
lucido tetas o culo… pero, por cómo hipnotiza a Luke, creo que me gusta.
Me doy cuenta de que hay una pista de baile detrás de las mesas altas.
Está a reventar.
—¡Eh! —grito—. ¡Vayamos allí!
Me las arreglo para llevarlo conmigo, y un segundo después estoy
bailando en el centro de la multitud, moviéndome, sintiéndome parte del
gentío, feliz, sexy y viva. Estamos lejos de las cámaras y parece que no
queda rastro de la antigua Penelope Carpenter. Nueva ropa, nueva actitud…
nuevo hombre sexy al que lamería encantada de arriba abajo.
Todos están saltando al ritmo de la música. Todos menos él. Él solo me
mira con una sonrisa en los labios, como si le gustase lo que ve.
Me desea.
Y yo a él.
Mucho.
Contoneo las caderas mientras me acerco a él. Le toco la cara.
—¿Por qué no bailas?
—Porque te estoy mirando a ti.
Sonrío.
—¿Ves algo que te guste? ¿Algo que quieras probar?
—Sí. Todo —responde con voz ronca.
Buena respuesta. Lanzo mis brazos alrededor de él y presiono mi cuerpo
contra su pecho. Entonces, envuelve sus grandes brazos a mi alrededor y
sus manos masajean mi culo. Me muero. Porque cada poro de mi ser lo
quiere más cerca.
—Pues vámonos —le susurro al oído.
—No, Penny. Las cámaras…
—Me da igual —le aseguro, y le ofrezco mi mejor puchero—. Que
miren. Que miren todos. Fóllame aquí mismo.
—Penny —me dice en tono de advertencia.
Mira a su alrededor, luego me coge de la mano y me lleva hacia la
puerta. El aire frío azota mi piel desnuda. Se ha levantado niebla y está
chispeando. Él baja los labios y me da un beso en el pelo que hace que me
estremezca. Trastabillo.
Me toma de la mano de nuevo y me conduce calle abajo, al puerto, lejos
del hotel. Mi cuerpo se agita por la emoción de lo desconocido cuando, de
repente, gira en la esquina de un edificio, en un callejón estrecho y sin
salida, y me empuja hacia él.
Me acorrala allí, contra el muro del edificio, con uno de sus enormes
brazos a cada lado de mi cabeza. Su boca se apodera de la mía, dura y
brusca; sus dientes toman mi labio inferior y lo arañan. Su lengua se abre
paso hacia mi boca y su barba frota mi cara enrojecida. Esto ya no es solo
un beso, sino que resulta arrollador. Esto es empujar, pelear, follar con la
boca. Es crudo y duro y exactamente lo que espero de alguien como Luke
Cross. Estamos en medio de una ciudad llena de diversiones, y sin embargo
no existe nada en este momento salvo su boca, sus labios y su lengua, que
me toman y me hacen suya. Su boca es hábil y está ávida. Mi respiración se
vuelve irregular cuando me acaricia los brazos desnudos.
Lo quiero dentro de mí. Quiero más que eso. Como si sintiera ese
anhelo, sus dedos trazan un camino placentero y delirante hacia mis pechos.
Me toca el pezón por encima de la tela con el pulgar. Ya está duro para él.
Me lo pellizca y yo me retuerzo contra el muro del edificio, con los ojos
en blanco. Estoy desesperada por notar su lengua en mis pechos desnudos.
Quiero seguir adelante, que me pruebe. Quiero que pruebe todo mi cuerpo.
Se le escapa un leve gemido y sus manos sobrevuelan mis costillas por
un lateral. Luego, las hace descender hasta mi culo y me aúpa. Lo rodeo con
las piernas. La tiene dura contra mi sexo, que palpita.
Grito mientras su lengua desciende por mi cuello. Nunca, jamás, me
cansaré de esto.
Quiero que me coma entera. Quiero comérmelo entero.
De pronto se aparta.
—¿Penny? —murmura mientras baja un dedo por mi mejilla.
—¿Mmm?
Me relamo y observo sus labios rojos, húmedos y en carne viva; justo el
sitio que quiero besar una y otra vez.
Se queda callado mientras espera a que alce la vista y mire sus ojos de
yeti ardientes e intensos.
—Una cosa es que quisieras olvidarte de tu padre. Pero ¿esto? Se te ha
ido la olla por completo.
—¿Crees que soy frígida? —le pregunto, suplicante.
Despacio, baja un dedo por mi mejilla en dirección a mi labio inferior, y
se detiene ahí. Saco la lengua y pruebo su dedo. Sal, lima y él, mmm. Se le
escapa un suspiro entrecortado cuando me lo llevo a la boca y lo chupo
ligeramente.
Gime.
—No. Claro que no, joder —masculla, y me aplasta con su cuerpo—.
Se me está yendo la olla a mí también.
Le dedico una caída de párpados. No sé cómo explicarlo, solo sé que,
cuando estoy con Luke, soy una persona nueva que nadie más conoce. Con
él hago lo que me apetece. Me aferro al máximo a él, pruebo todo lo que
puedo, me empapo de su esencia… Qué gusto.
—Nena —susurra con voz baja y gutural—. Como sigas haciendo eso
se va a liar.
Le chupo más el dedo, hago bailar la lengua alrededor de la punta y la
paso por los lados a modo de promesa de lo que está apunto de suceder.
Porque ahora mismo… quiero que se líe.

Luke

Sí… Ahora que lo pienso, no, no vimos a los cámaras. Pero nos lo
pasamos bien. Penny se durmió en el viaje de vuelta en taxi y la llevé en
brazos. Aunque estamos listos. Mejor que nunca. Vamos a ganar terreno.

—Confesionario de Luke, día 8

No he dormido en toda la noche. Ni siquiera lo he intentado. Me senté


en el balcón, vi salir el sol sobre el puerto de Boston y por la mañana fui al
confesionario.
Pero Penny, por el contrario, se quedó roque en cuanto la metí en el
cuarto.
Desde el momento en que la acosté en la cama supe que no podría
dormir. No dejaba de pensar en ella, me la había puesto dura como una
piedra. Esta cría que sigue abriéndose a mí de la mejor de las maneras es
como un regalo de Navidad que desenvolver cada mañana.
A las seis tengo que despertarla.
Tiene la cara debajo de la almohada y el pelo suelto. Cuando le digo que
tenemos que irnos, gime.
—No, no, no. Estoy muerta.
—No, no lo estás —le aseguro cuando se quita la almohada de la cara y
me mira con los ojos rojos—. ¿Qué quieres? ¿Alcohol para la resaca? ¿Algo
grasiento? ¿O el remedio de toda la vida: agua y un ibuprofeno? Lo tengo
todo. Tú eliges.
Busca sus gafas a tientas. Se las doy. Se las pone y se echa el pelo hacia
atrás mientras mira atónita la bandeja de beicon y huevos que le he traído
del restaurante y el minibar que he abierto para ella.
—¿Alcohol para qué? —Se aprieta el puente de la nariz—. Déjalo.
Ibuprofeno, por favor.
Le doy dos pastillas y una botella de agua. Se las traga.
—¿Llegamos tarde?
—Tenemos que estar abajo en quince minutos.
Aparta las sábanas que la cubrían y se mira. Cuando se da cuenta de que
lleva puesta mi camiseta, pasa de estar verde a palidecer.
—¿Por qué…? ¿Qué hicimos…?
No se acuerda. No se acuerda de nada. No se acuerda de que, de haberse
salido con la suya, habríamos follado en la calle. Seguro que tampoco se
acuerda de que me lamió los dedos, se arrimó a mí e insinuó que quería
follar.
—No. No encontraba tu pijama.
El rubor tiñe sus mejillas.
—¿Me… cambiaste tú?
Asiento con la cabeza.
—No miré. Mucho.
Mira a su alrededor y parece que casi lo ha aceptado, pero de repente
pone cara de asustada y corre hacia el baño a vomitar. Al cabo de un
minuto, la encuentro tendida en el suelo con la mejilla apoyada en la taza
del váter.
—Ni siquiera tengo ropa limpia para hoy —gimotea.
Le paso el agua.
—Sí que tienes. Se lo comenté a los productores y me dejaron elegir
ropa interior para ti en la tienda de regalos. Y Charity también te ha
prestado cosas.
Da un sorbito al agua y se arrastra hasta la pila de ropa. Levanta las
bragas con un dedo.
—Esto parece hilo dental. ¿En serio crees que este es mi estilo?
La antigua Penny ha vuelto.
—Cállate y cámbiate.
Al final no nos queda más remedio que alquilar un coche para ir a
Vermont. Mejor. Penny duerme como un lirón en el asiento del copiloto
mientras yo conduzco cuatro horas rumbo a nuestro próximo desafío. Sin
embargo, de camino empiezo a estornudar. Para cuando llegamos al Maple
Run Sugar Shack tengo la calefacción a tope, pero todavía no he entrado en
calor.
Le doy un codazo a Penny para que despierte.
—Ya hemos llegado.
He pillado algo, joder. Lo noto en cuanto me bajo del coche y siento
como si me hubiera caído una tonelada de ladrillos en la cabeza.
Penny sale del coche alquilado y camina hacia la cabaña moviendo el
culo de una manera que me resulta tanto divertida como sexy. Los vaqueros
de Charity le quedan largos, así que se ha enrollado los bajos. No son de su
talla, pero le hacen un culo estupendo. Incluso con dolor de cabeza no
puedo dejar de mirarla.
Incómoda, se mete la mano en la raja y se recoloca las bragas.
—Estas bragas son una mierda —me asegura mientras salta como si
tuviera hormigas en los pantalones—. No entiendo cómo hay gente que se
las pone a diario.
Normalmente le diría que se aguantara, pero me duele la garganta.
Parpadeo y empiezo a seguirla. Me observa con extrañeza.
—¿Estás bien? Tus ojos no tienen buen aspecto.
Asiento y entramos en la cabaña de azúcar. Hay un tío con ropa de
franela y mono de trabajo.
—Bienvenidos a Maple Run Farm, viajeros —nos dice mientras señala
fuera—. Hoy vais a extraer savia de arce de nuestros árboles. Por norma
general, en Maple Run Farm hay entre veinte y cuarenta mil grifos en
constante funcionamiento en primavera, cuando la nieve se derrite. Sin
embargo, como es otoño, extraer savia es un poco más complicado, pero no
imposible. Os voy a enseñar a colocar los grifos y a extraerla. Dispondréis
de las herramientas para hacerlo vosotros mismos.
Nos entrega unas jarras de litro.
—Podéis colocar un máximo de cinco grifos. Lo único que tenéis que
hacer para conseguir el sobre es llenar un recipiente hasta la línea roja.
Penny asiente con entusiasmo y lo sigue por la puerta trasera hacia el
bosque. Yo me quedo atrás. Hace frío, pero el sol me calienta la cara. Veo
doble y noto la hinchazón en mi garganta.
Esto es un puto infierno. Estaba en el contrato. «Es su deber
informarnos si desarrolla alguna enfermedad o afección durante la
grabación para que el equipo médico del programa lo examine de
inmediato». «Examen inmediato»… Eso para mí significa eliminación.
Y tengo clarísimo que no me van a eliminar por un simple resfriado sin
importancia.
O lo que sea, incluso si es de los gordos. Y una mierda. No me van a
eliminar. Puedo apañármelas y eso es lo que voy a hacer.
Me arrodillo en el suelo y veo cómo el tío hace un agujero en el árbol y
clava la boquilla. O lo intento. Cuando Penny le imita, él le indica que ya lo
ha comprendido y nos deja solos.
—¿Quieres hacer uno? —me pregunta mientras me pasa la barrena.
—Se te da bien. Yo… —Me dejo caer en un montón de hojas secas que
hay detrás de mí—. Solo necesito un minuto. Demasiada fiesta anoche.
Ella respira hondo.
—Luke. Vamos los últimos. Necesitamos ganar tiempo.
—Lo sé.
Intento ponerme en pie. Todo lo que pasa después lo percibo como una
sucesión de flashes. No me he colocado desde los dieciocho, pero siento
que estoy flotando en una nube inducida por la droga. Solo me funciona
medio cerebro; estoy a punto de desmayarme. Ayudo a hacer el resto de los
agujeros, pero me resulta imposible concentrarme. Para cuando termino, el
dolor es tan fuerte que parece que alguien me esté clavando un grifo a mí.
No sé muy bien cómo, conseguimos la savia que necesitamos y el sobre.
—Tenemos que ir al aeropuerto de Burlington —me explica Penny—.
Aquí pone que nos preparemos para un vuelo largo. ¿Qué significa eso?
Volvemos al coche y nos plantamos en el aeropuerto a primera hora de
la tarde. Odio volar en aviones estrechos con tanta gente, pero esta vez no
me quejo. Tomo asiento y, tras ignorar las preguntas de Penny sobre si estoy
bien, me quedo frito. Me despierto para hacer escala, compro una botella de
agua para mí y otra para Penny, y me la bebo poco a poco mientras
esperamos para embarcar. Estoy hecho mierda. Soy consciente de que
Penny me observa con extrañeza. Me vuelvo a quedar frito en el segundo
vuelo.
Lo siguiente que sé es que Penny me está zarandeando.
—Luke. Ni te imaginas dónde estamos.
Estoy congelado. Espero que estemos en un paraíso cálido y bonito en
el que podamos tomar el sol.
Echo un vistazo por la ventanilla, pero no distingo nada en la oscuridad.
—¿Dónde coño estamos? ¿Es de noche?
—No, eso es lo raro. ¡Son las siete de la mañana! —Me da un codazo
para que me levante—. ¡Estamos en Alaska!
No me jodas.
Aislados por la nieve
Nell

Sí, está claro que hemos sido los últimos durante gran parte de la
carrera, y ha habido muchas ocasiones en que hemos pasado por los pelos.
Hemos experimentado algunos reveses, pero no nos rendimos.

—Confesionario de Nell, día 9

El taxi nos lleva a un pueblecito en medio de la nada. Durante el


trayecto no dejo de hablar con el conductor, que es un charlatán.
En primer lugar, no puedo creer que estemos en Alaska. Y en segundo,
cuanto más hablo con otras personas, menos tengo que hablar con Luke.
Tampoco es que esté hablando mucho. No recuerdo bien qué sucedió
anoche tras el primer chupito de Cuervo. Recuerdo su mano en mi culo
mientras yo giraba sobre mí misma. Él estaba completamente quieto y la
sala me daba vueltas. También recuerdo su boca en la mía y el momento en
el que le pedí que me follase en la pista de baile.
Después de eso… nada. Y si pienso mucho en ello, me muero de la
vergüenza.
No me extraña que me haya ignorado la mayor parte del tiempo desde
entonces. De verdad, parece que no me soporte. Se muestra frío y distante,
y es como si hubiese cambiado de actitud por completo. Antes estaba muy
motivado con el concurso. Ahora parece que esté intentando perder a
propósito para librarse de mí. Casi no ha movido un dedo durante el desafío
del sirope. Quiero cogerlo, zarandearlo y decirle que se ponga las pilas.
No debería haberme emborrachado.
No debería haberme lanzado a sus brazos.
No debería haberme puesto en plan zorra para ponerle cachondo.
Incluso creo que le hablé de Gerald y me quejé de lo penosa que soy en la
cama.
Madre mía, menuda pringada.
Estamos casi a mitad de camino. Solo quedan cinco equipos en la
carrera. Esto es serio. ¿Y qué hice yo ayer? Fui y le puse las tetas en la cara.
Me muero. En serio, ¿en qué estaba pensando? Pero si ni siquiera soy
sexy. Seguro que piensa que soy tonta.
Mientras yo estoy tensa e inquieta, Luke está en el asiento de atrás en
silencio.
El taxista nos deja en una esquina cerca de una gasolinera. Salgo del
coche y el viento me azota la cara. Me pongo la capucha. El suelo está lleno
de montículos de nieve. Veo a Will Wang encogido junto a los cámaras en
una marquesina cercana.
—¡Hola, viajeros! —nos saluda cuando llegamos—. ¡Espero que hayáis
descansado bien en el viaje hasta aquí, porque estáis a punto de enfrentaros
a vuestro próximo desafío!
Asiento y me froto las manos con entusiasmo mientras el ayudante de
Will nos da botas de nieve, petos, abrigos muy acolchados, guantes y
gorros, todo con el logotipo de MMD. Empiezo a quitarme los zapatos para
ponerme el peto y entonces miro a Luke.
Me está empezando a preocupar. Tiene las manos en los bolsillos y la
vista perdida. Chasqueo los dedos delante de él para que se prepare y da un
respingo.
—¿Estás bien? —le pregunto entre dientes mientras se pone el peto.
—Sí, tranquila —me dice con voz ronca pero débil.
—Este no es un desafío para los débiles de espíritu —anuncia Will, que
sonríe ante nuestra agonía—. Ni para los de cuerpo débil. Primero, uno de
vosotros deberá llevar al otro en un trineo de perros a un kilómetro de esa
colina. A continuación, tendréis que construir juntos un iglú con la nieve y
pasaréis la noche ahí. Cuando salga el sol mañana, vosotros y las cuatro
parejas restantes os enfrentaréis en un nuevo desafío cara a cara para decidir
vuestra ubicación durante la segunda mitad de la aventura.
Miro la colina. Veo los surcos que han dejado los concursantes que nos
han precedido hasta que se pierden en la oscuridad. Creo que Luke no
tendrá problemas para tirar de mí. Y construir un iglú…, no debería ser
difícil. Pero lo último que quiero hacer es pasar la noche en uno. Fuera.
Muerta de frío. Apretujada. Sin agua corriente.
Buf…
Miro a Luke para que me infunda ánimo. Él era quien me motivaba
durante los desafíos verdaderamente intensos, como la carrera por el maizal
lleno de barro y la tirolina. Pero parece… cansado. Tiene los ojos vidriosos,
caídos y…
Dios mío.
Entonces me doy cuenta de una cosa.
Él es quien me infunde ganas. Si las ha perdido, yo también lo haré.
—Venga, ánimo —le digo, y tiro de él hacia el trineo—. ¿Empujo yo o
tú?
Era broma, pero ni siquiera sonríe.
—Pon el culo ahí.
Lo dice de forma tan abrupta que es como una flecha en mi corazón.
Desearía que me volviera a llamar «nena». Que me llamase «nena» y me
mirase con ese brillo pícaro que me indica que me está desnudando con los
ojos. Solo una vez. Solo un momento.
Sin embargo, se limita a observar la colina y prepararse para el ascenso.
Como si fuese un trámite de negocios. Tal y como yo quería. Yo quería que
esto fuese un acuerdo comercial y ahora se ha convertido en eso.
Qué tonta soy.
Me siento. Apilamos nuestras bolsas sobre mis piernas y él comienza a
tirar del trineo por la nieve, que le cubre las rodillas. Dado que bordó el
desafío en el laberinto de maíz cuando cargaba conmigo, creo que esto no le
supondrá mucho esfuerzo. Sin embargo, trastabilla mientras tira con fuerza
y le cuesta respirar.
De pronto, se me ocurre una idea.
¿Acaso no se encuentra bien?
He estado demasiado angustiada por cómo me puse en evidencia, pero a
lo mejor esto no tiene nada que ver con lo que pasó anoche en Boston. Le
vuelvo a preguntar si está bien, y él responde que sí de nuevo, pero tal vez
solo está tratando de ocultarles a todos el hecho de que ha caído enfermo
porque, si los productores lo descubren, puede que lo eliminen.
Cuando suelta un gruñido y cae de rodillas por segunda vez, le digo:
—Luke. ¿Quieres descansar?
—No —refunfuña sin mirar atrás—. Quiero llegar.
Miro por encima del hombro. No hemos avanzado mucho. Aún veo la
falsa sonrisilla de Will Wang, y las cámaras nos están enfocando.
Me muerdo el labio. Las reglas son que solo uno puede sentarse en el
trineo todo el tiempo.
—¿Quieres que tire yo?
—Sé realista.
Arrugo la frente.
—Puede que no tenga músculo, pero puedo intentarlo. A lo mejor
podemos llegar a un…
—No. —Se vuelve hacia mí con las mejillas rojas y azotadas por el
viento—. Ocupas la mitad que yo. No vas a poder tirar de mí.
—Luke…
—Para. —La brusquedad de su tono me parte el alma y me acalla al
instante—. Ahora mismo no me quedan fuerzas para discutir contigo.
Enrolla la cuerda alrededor de sus manos y la alza sobre sus gruesos
hombros. Observo su magnífico cuerpo y la amplitud de sus hombros
mientras se esfuerza por tirar del trineo. No es tanto mi peso como la nieve
que se interpone en su camino y el empinado ángulo de la colina. Tiene
razón. Lo más seguro es que yo hubiese soltado la cuerda y que hubiéramos
caído cuesta abajo.
Sale el sol, pero el día está nublado, por lo que no calienta. Creo que
nunca he visto nada tan trágico: cómo intenta subir el trineo que se le
escapa de vez en cuando mientras yo estoy ahí sentada siendo un lastre.
Está sufriendo. El viento lo azota y se ceba con él y yo no puedo ayudarlo.
Milagrosamente llegamos al campamento. Hay cinco montículos
enormes: la base de nuestro hábitat de esta noche. Las otras parejas están
construyendo sus iglúes. Apenas nos miran cuando llegamos, pero Ace,
cuya estructura está casi completa, se mofa de nosotros.
—¿Qué te pasa, nenaza? ¿Tu trineo pesa demasiado para ti? A lo mejor
deberías volver a tu cunita.
Luke permanece en silencio, pero aprieta los puños. Me bajo del trineo
en cuanto puedo y me interpongo entre ellos.
—Ignóralo. Yo empezaré con el iglú y así tú puedes descansar un rato.
Para mi sorpresa, me hace caso. Se sienta en el trineo un momento y se
cubre los ojos con el gorro. Se coloca boca abajo para que no le dé el viento
mientras yo me paseo alrededor de nuestro refugio y miro a los demás para
ver por dónde empiezo. Nos han dado herramientas para cavar, así que me
pongo manos a la obra y hago un pequeño agujero en la nieve. Voy
despacio.
Cuando me giro para comprobar si Luke se encuentra bien, lo encuentro
tumbado de lado con los ojos cerrados. Me quito un guante, y, despacio, me
acerco a él para tocarle la frente, pero incluso antes de hacerlo ya noto el
calor.
Madre mía, está ardiendo.
—Luke —susurro. Lo cojo de la chaqueta y lo zarandeo—. ¡Luke!
Tienes que levantarte.
Le pesan los párpados, pero abre los ojos y me mira.
—Hola.
—Estás enfermo. Mucho. Tenemos que decírselo a los productores.
Intenta ponerse en pie. Está loco.
—No. Ni se te ocurra. Escucha, estoy bien.
—Te vas a morir. No puedes…
—No. Tenemos que ganar.
Casi me entra la risa.
—¿Ganar? Hemos ido los últimos prácticamente desde el primer día. Ha
sido cuestión de suerte que hayamos llegado tan lejos.
—Cierto —dice con voz áspera—. Y por eso vamos a ganar, porque he
traído a mi Penny de la suerte.
Me coloca un mechón detrás de la oreja y por poco rompo a llorar ahí
mismo.
—No creo que pueda construirnos un refugio sola. ¿Me ayudas?
—Claro.
Somos lentos. Muy lentos. Luke necesita mucho tiempo para descansar.
Alrededor de las siete anochece, y acabamos trabajando en la oscuridad,
alumbrados solo por los focos. Los demás llevan horas acurrucados en sus
iglúes mientras nosotros trabajamos en el nuestro, que deja mucho que
desear. Solo hemos hecho espacio para el saco de dormir doble y para
nosotros.
Pero lo terminamos.
Entramos a gatas. El mero hecho de ponernos cómodos ya es una
odisea. Hay nieve por todas partes y me estoy congelando. Supongo que
voy a pasar la noche en vela y tiritando.
—Menuda mierda —dice.
Me río, totalmente de acuerdo, hasta que Luke me atrae hacia él y me
envuelve en el abrazo más cálido y reconfortante del mundo. No sé si es
porque está enfermo, pero su cuerpo es como un radiador, incluso pese a las
múltiples capas de ropa que hay entre los dos. Inhalo su aroma masculino y
penetrante. De pronto pienso que sería la mar de feliz si me quedara
encerrada aquí con él para siempre.
—Ahora que lo pienso —su voz suena débil en la oscuridad absoluta—,
no se está tan mal.
Se me escapa una risa tonta.
—He estado pensándolo, Penny… —dice con tono apagado.
En ese momento, creo que va a empezar a hablar de estrategias o que
me va a decir que se encuentra peor y que quiere ir al médico. Cojo aire.
Sin embargo, añade:
—No dejes que ni tu padre ni nadie te diga que te equivocas. Eres
buena. Muy buena. Y no importa qué te propongas, lo harás bien. No me
cabe ninguna duda.
Balbucea, quizá porque sigue medio grogui, pero me da igual.
Son justo las palabras que necesito oír ahora mismo. Me está calentando
de pies a cabeza, pero esas palabras me calientan por dentro. Las proceso, y
cuanto más pienso en ellas, más ganas tengo de llorar. No por tristeza, sino
porque llevaba veinticinco años esperando oírlas.
Me abraza fuerte y me quedo dormida con el rostro enterrado en su
pecho. El latido de su corazón me calma.

Luke
Estaba un poco pachucho, pero ya me encuentro mejor. Vamos a por
todas. ¿Que cómo hemos seguido adelante? Todo gracias a Penny.

—Confesionario de Luke, día 10

Una sirena me despierta de golpe. Reina una oscuridad total, y son


necesarios el olor de la nieve y la sensación del cuerpo de Penny contra el
mío para recordarme dónde demonios estoy. Ella se mueve, y siento el
aleteo de sus pestañas en mi cuello. Su piel es cálida y húmeda y desprende
un aroma dulce. Me apetece probarlo.
Encuentro sus gafas y la ayudo a ponérselas.
—Ya no estás tan caliente —me dice con voz esperanzada.
Tenso los músculos. No me duelen tanto como anoche.
—Ya me siento mejor.
—¿Sí?
Me abraza más fuerte. Su nariz presiona mi nuez y noto su aliento
cálido en la piel. Cuando dice «me alegro» parece que me esté dando un
beso.
Bajo la cabeza en busca de sus labios, pero justo en ese momento
vuelve a sonar la sirena.
Hora de enfrentarse a la siguiente etapa.
La ayudo a salir por la pequeña abertura. No me creo que
construyésemos esto anoche. Estaba medio grogui, pero ahora el frío de
Alaska me da fuerzas, así que me pongo en pie y respiro hondo. Lo tengo
claro.
Estoy dispuesto a ganar.
—¿Y esa sonrisa, nenaza? —La voz proviene del iglú de enfrente.
Maldito Ace—. Vais a la cola. Este va a ser vuestro último desafío.
A mi lado, Penny frunce el ceño y se da puñetazos en la mano, aunque
sus pintas no son muy amenazantes.
—Eso ya lo veremos…, nariz perforada…, guarro…
Se calla, perdida.
Le tiro de la chaqueta con una sonrisa. Los insultos no son lo suyo, pero
necesitamos ese espíritu si queremos vencer a las demás parejas.
—Eh.
Me mira.
—Cuando no se te ocurra nada bueno… —Le hago una peineta a Ace
—. Esto expresa más que nada.
Lo intenta, pero Ace ya no está prestando atención. Él y Marta siguen
imbatibles, pero Brad y Natalie no se quedan atrás, y Ivy y Cody y Tony y
Charity también han estado trabajando muy bien juntos. Ahora mismo
cualquiera podría ganar.
Los miembros del personal nos dan barritas de cereales y zumo.
Después, nos convocan delante de una cabaña enorme donde se encuentra
Will Wang, que nos saluda:
—¡Espero que hayáis dormido bien!
Lo dice en tono de broma, porque todos parecemos zombis. Pero yo sí
que he dormido bien. Ya te digo.
—Antes de enfrentaros al próximo desafío, esperamos que estéis listos
para el Test Matrimonial Número Tres.
Todos se quejan. Nosotros también, porque, joder, no se nos dan
demasiado bien esos tests. Todavía no hemos acertado ninguna pregunta
sobre el otro. Los ojos de Penny están muy abiertos, seguramente porque
son los primeros tests que ha suspendido en su vida. Me acerco y le susurro
un «nosotros podemos» para animarla, aunque no estoy convencido.
Sale con las demás mujeres. Un miembro del equipo le entrega una
pizarra electrónica. Will sonríe con la falsedad que lo caracteriza.
—¡Primera pregunta, chicas! ¿Qué o quién es la mayor inspiración de
vuestro marido?
Coño, empiezo a pensar que podemos conseguirlo de verdad. Se le
tensan los músculos de la espalda y garabatea como una loca.
Para mi sorpresa, Penny y yo somos los únicos que respondemos bien a
la pregunta.
—Su abuelo.
Me sonríe de oreja a oreja cuando enseñamos lo que hemos escrito.
¡Ha acertado! Le devuelvo la sonrisa.
—Y… ¡correcto!
—¡Toma!
Penny da un salto y chocamos los cinco.
También da una respuesta correcta a la pregunta de dónde soy, aunque
era fácil. La mayoría de las chicas responden bien.
Aunque eso me importa poco. Estamos ganando terreno y las tornas se
están girando.
—Para la última pregunta nos hemos basado en vuestros últimos
confesionarios. ¿Cuál diría vuestro marido que es vuestra mayor virtud?
No duda. Lo escribe al momento. Me mira y me guiña un ojo.
¿En serio sabe lo que he dicho?
Will Wang les pregunta una a una. Empieza por Natalie, que cree que es
su valentía, pero se equivoca. Brad dijo su descaro. Marta acierta: ha escrito
sus tetas. Seguro que él dijo su polla. Una vez más, demuestran que no han
entendido la norma de comportarse.
Will se acerca a Penny, que, a pesar de todo, parece nerviosa.
—Bueno, doctora Carpenter, ¿cuál es su respuesta?
Gira la pizarra.
—Mi inteligencia.
El timbre suena casi antes de que diga la última palabra.
—Lo siento, no es correcto. ¿Qué dijo el señor Cross sobre su
encantadora esposa? ¡Sus… pecas! Sus pequitas, damas y caballeros.
Me mira con el rostro encendido. Parece sorprendida de que no haya
elegido su mente. Joder, es que esas pecas me cautivaron desde el momento
en que la vi.
Da igual.
Me muero de ganas por saber cuál es mi mejor rasgo según ella.
Supongo que mi polla, pero la conozco y sé que le daría vergüenza escribir
eso o cualquier otra parte de mi anatomía. Así que voy a lo seguro y escribo
«mis ojos». ¿Y qué ha dicho ella?
—¡Su inteligencia, señor Cross!
¿Yo? ¿Inteligente?
Pero si es ella quien tiene veinte mil títulos. Me doy la vuelta y la miro a
los ojos, sorprendido. Debió de oír mal la pregunta.
Acertamos cuatro de seis y empatamos con Ace y Marta. Ahora las
mierdas que Ace ladra me resbalan. Dije que machacaría a alguien…, y va a
ser a él.
—Después del siguiente desafío nos despediremos de una pareja. Os
vais a ensuciar un poquito. —Sonríe de oreja a oreja—. Vais a trabajar codo
con codo con vuestro cónyuge. Vayamos dentro, allí descubriréis qué tenéis
que hacer.
Entramos. Nos quitamos la ropa de abrigo y nos ponemos nuestra ropa
habitual. Mientras lo hacemos, le susurro a Penny:
—¿Estabas borracha en el confe o qué?
—¿De qué hablas?
Me río.
—Dijiste «inteligencia». ¿Creías que se referían a ti o qué? ¡Yo no
destaco por mi inteligencia en absoluto!
—No es cierto. Claro que destacas. —Luego baja la voz una octava y
añade—: ¡Mis pecas no son mi mejor rasgo!
¿Me está imitando? ¿Ella me oye así? Me genera mucha ternura.
—Anda que no. Eso y otras partes de ti, pero no era plan de hacer la
lista de la compra. Y no quería que te pusieses roja cuando te enterases.
Abre los ojos como platos.
Will continúa:
—Esto es una piscifactoría cubierta que exporta salmón ecológico
procedente de Alaska a todo el mundo. El salmón que se cría en el interior
proporciona más alimento para satisfacer la demanda. ¡Los tanques que
contienen estos salmones pueden albergar hasta diez mil peces!
Él sigue, pero ninguno le escuchamos. Queremos saber de qué trata el
desafío.
Entramos en una habitación enorme y nos plantamos en una pasarela
metálica desde la que se ven los tanques. Son bastante grandes. Deben
medir un metro y medio por lo menos y los peces no tienen mucho espacio
para moverse. En total hay cinco tanques.
Cuando firmamos los acuerdos para el programa, nos avisaron de que
podríamos vernos expuestos a situaciones potencialmente peligrosas. Yo
diría que esta es sin duda una de ellas.
Hemos venido a jugar.
—Tendréis tres minutos. Empezaremos por la primera pareja que llegó
al campamento ayer por la tarde. A mi señal, los dos cónyuges elegiréis un
tanque, os meteréis e intentaréis encontrar la pista. No voy a decir en qué
consiste, pero cuando la veáis lo sabréis. Cuando consigáis la pista, leedla y
pasad a la siguiente fase del recorrido.
»No obstante, tened en cuenta que, dado que solo cuatro parejas saldrán
de aquí, solo cuatro tanques contienen una pista. Mucha suerte. ¿Listos?
Todos aplaudimos.
Como era de esperar, Ace y Marta llegaron primero, así que, cuando
suena el silbato, bajan las escaleras a toda prisa y se meten de un salto en el
primer tanque. Miro a Penny de soslayo. Parece preparada. Se frota las
manos y frunce las cejas, concentrada.
—Tienes un lado competitivo. Llevas una bestia dentro.
Ella asiente.
—Quiero ganar. No sabes lo contenta que estoy de que ya te encuentres
mejor. Me tenías muy preocupada.
Es adorable. ¿Se había preocupado por mí?
—Podrías descansar en este desafío —sugiero—. Ya que ayer lo hiciste
casi todo tú sola.
—No. Me llevaste a rastras por toda la cuesta. Además, si vamos los
dos encontraremos la pista antes. —Señala el tanque de Ace y Marta. Él no
deja de soltar improperios—. Parece difícil. Llevan ya cinco minutos
buscando sin éxito. Tenemos que trabajar en equipo.
—Ya ves.
Saco el puño.
Ella me observa perpleja.
—Choca.
—¿Eh?
—Deberíamos tener un saludo de equipo. Pon la mano de esta manera.
Lo hace. Se la choco, le cojo la mano, se la aprieto, se la suelto y me
paso la mano por el pelo. Sigue atónita.
—No lo pillo.
—Se me olvidaba que no te gustan los deportes. Un saludo así sirve
para animarte. Te pone a cien. Te prepara para la batalla. —Sigue
confundida. Niego con la cabeza—. Déjalo. ¡A por todas!
Por fin llega nuestro turno. Will Wang cuenta hacia atrás y dice:
—Príncipe azul y Doctora, ¿estáis listos? Podéis empezar… ¡ya!
Bajamos las escaleras a toda velocidad. Llego primero a la escalerilla
del tanque que queda y subo. Me tiro de cabeza a un tanque lleno de peces.
El agua está turbia. Busco con la esperanza de encontrar Dios sabe qué,
pero solo toco peces y los laterales del tanque.
Penny sube la escalerilla y se mete en el agua poco a poco.
—¡Está helada!
Mira a su alrededor con cuidado, como hizo el primer día en la piscina,
cuando puso cara de asco. Mientras tanto, yo salpico y busco a ciegas en el
fondo del tanque con la esperanza de atrapar algo que no tenga escamas.
Me sumerjo, pero el agua es verde y putrefacta y no puedo ver nada. Echo
un vistazo y me doy cuenta de que a las demás parejas les está pasando lo
mismo.
De pronto Penny exclama:
—Luke. ¡Luke!
Me quito el agua de los ojos y veo que sostiene un botecito blanco del
tamaño de su pulgar.
—¡Pero bueno! ¡La encantadora doctora ha sido la primera en encontrar
una pista! —exclama Will Wang cuando las cámaras nos enfocan.
El resto de los equipos dejan de hacer lo que estaban haciendo y miran
cómo Penny desenrosca la tapa y saca un pergamino.
Y así, sin comerlo ni beberlo, pasamos a ser los primeros.
En cabeza
Nell

Es curioso. La suerte quiso que fuéramos últimos el primer día. Y


después nos colocó en lo más alto. Ahora todo está equilibrado. Aún no
estamos listos para volver a casa.

—Confesionario de Nell, día 10

Nos volvimos a equipar para la nieve y nos dirigimos a nuestro próximo


destino en lancha. Pasamos como un rayo al lado de glaciares y salientes de
hielo para coger un avión en Anchorage. Como aún estábamos mojados por
nuestra inmersión en los tanques —el agua estaba helada— me daba miedo
que Luke recayese. En el aeropuerto de Anchorage nos registramos para
tomar el siguiente vuelo y nos dijeron que no íbamos a necesitar los abrigos
ni las botas.
¡Calor! ¡Hurra!
Fui al baño a refrescarme y ponerme la única ropa limpia que me
quedaba: los pantalones pirata, el sujetador deportivo y una camiseta, y al
salir vi a Ace y Marta, que entraban a toda prisa e iban abrigados hasta las
cejas. Ace me miró y me dijo:
—Has tenido suerte, chiflada. Veremos cuánto te dura.
¿Chiflada? ¿En serio? Pensé en sacarle el dedo como me enseñó Luke,
pero no me atreví. Además, el hecho de ir los primeros me pareció
suficiente. Le preocupamos. Somos sus mayores rivales.
Yo. Rival. Me parto.
Ahora estamos en otro avión, con suerte rumbo a un clima más cálido.
Nuestro liderazgo no es real, porque, a juzgar por lo rápido que han llegado
la mayoría de las parejas —con las que compartimos vuelo—, deben haber
encontrado la pista justo después de nosotros. Estoy intentando leer mi
ejemplar de Los miserables en francés, pero soy muy consciente de que
Luke no me quita ojo. Lleva una camiseta de manga corta, por lo que sus
robustos brazos están al descubierto, y la fina tela negra revela sus
pectorales. Sin embargo, pese a lo grande que es, me cede el reposabrazos a
mí. Se lo cedería encantada, pero entonces creo que no lo usaríamos, y me
gusta que estemos piel con piel, aunque sea solo la de los brazos. Su piel es
de color caramelo oscuro, y la mía tiene un tono melocotón claro. No puedo
dejar de mirar el contraste de nuestros brazos juntos. Es raro y lógico a la
vez. La piel de gallina es más notoria justo donde nuestros brazos se unen.
Por un segundo, me pregunto si pasaría lo mismo en otras partes del cuerpo.
Esto… Sí. Victor Hugo. Concéntrate en la lectura.
Exhala. Me aventuro a mirar su cara. Me está observando,
estudiándome con los ojos. Tiene unas pestañas tan gruesas y oscuras que
podría perderme en ellas. El sol poniente le da a su piel un tono anaranjado
y resalta las motas ámbar de sus ojos. Sonríe, divertido.
—¿Te cuesta leer?
Me sonrojo. Se ha dado cuenta.
—¿Por qué lo dices?
Toca el libro con un dedo.
—Porque hace rato que no pasas página.
—No.
Paso página pese a que no he terminado de leer la anterior.
Una leve carcajada brota de su garganta, como si me tuviese calada.
Cierro el libro y lo miro, inquieta. Me preocupa que se note que me
quedo mirando demasiado tiempo alguna zona en concreto. Pero cada parte
de él es fuerte y viril y pide un altar a gritos; todo en él es sexo puro y duro;
sexo del bueno. Apuesto a que la cámara lo adora y que, cuando veamos
este programa dentro de unos meses, todas las mujeres estarán al borde del
desmayo. Aunque no percibirán ni la mitad, porque no sabrán lo bien que
huele a jabón y bosque. Ni que es capaz de poner tu mundo patas arriba con
solo una mirada. Ni cómo besa ni cómo pronuncia tu nombre…
Voy a volverme loca si no paro ya, así que me guardo mis sentimientos
para mí.
—¿Te encuentras bien?
La diversión da paso a una sonrisa de oreja a oreja. Le brillan los ojos y
se distingue un hoyuelo entre ese matojo de barba de dos días, aunque
parece que lleve más tiempo sin afeitarse.
—¿De verdad estabas preocupada por mí, nena?
Me muerdo el labio inferior en respuesta.
—Estoy bien. Todo va bien —dice con una voz grave que retumba en
mi interior.
Detesto que todo lo que dice o hace provoque una reacción en mi
cuerpo.
—Por un segundo me preocupé —le confieso al cabo de un momento
—. Es que pensé que…, esa noche…, tú y yo…, ya sabes…
Me vuelve a mirar a los ojos. Me aguanta la mirada.
—¿Que tú y yo qué?
Cojo aire.
—Que casi…
Se ríe y se le van los ojos a mis dichosas pecas, esas que tanto le gustan
y que yo no soporto.
—No hicimos nada, nena. Ni de lejos.
—Ah. —Me esfuerzo para apartarme de él—. Ya. Quiero decir que
pensaba que estabas molesto conmigo o que había hecho algo mal. Pero
estabas así porque no te encontrabas bien, ¿verdad? ¿No estás enfadado
conmigo?
—Qué va. —Comienzo a relajarme, hasta que él me coge de la mano y
entrelaza sus dedos con los míos. Noto sus callos en la palma mientras me
acaricia el dorso de la mano con los dedos—. No me has hecho nada malo.
Dudo que puedas.
Lo miro sin dar crédito.
—Claro que puedo. Siempre estoy…
—No. El problema fueron los demás. No podría enfadarme con una
chica tan dulce como tú. —Me aprieta la mano ligeramente y luego me besa
los nudillos sin dejar de mirarme a los ojos—. Y si hubiésemos estado tan
cerca como yo hubiese querido, no habría podido detenerme.
Ay, madre. Me ha desarmado por completo. Los pezones se me han
puesto duros y se me contrae la entrepierna a pesar de que solo me ha
cogido de la mano. Una parte de mí desearía recordar mejor la noche que
pasamos en Boston, porque el vago recuerdo de su boca en mi piel casi no
parece real. Me resulta tan lejano como mis fantasías, casi como si no
hubiese pasado.
Quiero ser capaz de hablar sobre esa noche. Me muero de ganas de
hacerlo desde entonces, pero no me salían las palabras, y parecía que no
quería que lo molestasen. Sin embargo, ahora que me está observando tan
concentrado, ha llegado el momento.
—Entonces esa noche… —Empiezo, con la esperanza de que los ojos le
brillen por el recuerdo y acabe la frase por mí. Pero no lo hace. Y me doy
cuenta de que ni siquiera ahora me salen las palabras—. ¿Fue…? ¿Qué
pasó?
Levanta una ceja.
—Creo que a eso se le llama ponerse pedo.
Y ya está. Me entran retortijones.
—Ya. Pero ¿fue divertido porque ambos estábamos borrachos? O…
¿fue algo más?
Se me retuercen las entrañas cuando reparo en lo que acabo de
preguntar. Ay, madre. ¿En serio he dicho eso?
Hay un brillo juguetón en sus ojos.
—¿Qué querías que fuera?
Frunzo el ceño. ¿Qué estoy haciendo? Por supuesto que esa noche no
significó nada para él. Seguro que está acostumbrado a liarse con chicas
borrachas. Al fin y al cabo, regenta un bar. Vive para ponerse pedo.
—Olvida lo que he dicho. Anoche casi no dormí y estoy cansada —
mascullo, y me giro para que no note que le estoy mintiendo. Dormí muy
bien anoche. Gracias a él—. Me voy a echar un rato, que tiene pinta de que
mañana va a ser un día movidito.
Pronto anochecerá, así que bajo la persiana para que no entre luz,
aunque es muy probable que la oscuridad haga que fantasee con momentos
románticos en los que no debería pensar, y menos si incluyen a alguien
como Luke Cross. Luke Cross, que vive para estar pedo, es un macarra, le
encanta follar y lo más seguro es que no tenga ni un ápice de romanticismo
en el cuerpo.
Al cabo de un rato, oigo que me llama:
—Penny.
Quiero que esta conversación se acabe ya. No puedo estar cerca de él
cuando cada parte de mi cuerpo reacciona a su presencia. Se me sigue
contrayendo la entrepierna por su cercanía y, aunque me aparté de él,
todavía tengo la piel de gallina.
Un instante después, suena más insistente.
—¿Nell?
No puedo ignorarlo, así que me doy la vuelta a punto de murmurar algo,
pero en ese momento me encuentro con su boca, que se apodera de la mía.
El beso es lento, dulce e incluye pequeños mordiscos. Pone mi mundo del
revés. Nada de lengua, solo sus labios y los míos. Su barba desaliñada me
hace cosquillas en la barbilla. Hay cámaras. Normalmente en los aviones en
los que hemos estado había dos o tres. Pero no parece que a él le importe y
me lame los labios con delicadeza.
Sin despegarse de mi boca, susurra:
—Buenas noches, preciosa. ¿Quieres apoyar la cabeza en mi hombro
para dormir?
Miro esos ojos verdes que tengo a escasos centímetros y asiento,
agradecida.
Poso la cabeza sobre su enorme hombro e inhalo su aroma. Él baja la
suya. Creo que también me está oliendo, porque sus labios y su nariz se han
hundido en mi pelo y el pecho se le hincha. Eso hace que note un aleteo en
el estómago. Nunca he sentido nada igual.
Romántico o no, no se le da nada mal.
Esto me está empezando a gustar. Y mucho.

Luke

¿Que de qué estábamos hablando en el avión a San Diego? Y yo qué


sé. No me acuerdo. ¿Que si nos llevamos bien? Pues sí. Por ahora, hemos
atado muchos de los cabos sueltos que tenía nuestra estrategia. Nos
llevamos bastante bien.
—Confesionario de Luke, día 11

Cuando salimos del Aeropuerto Internacional de San Diego a la cálida


brisa del océano, cualquier enfermedad que haya estado rondando mi
sistema estos días me abandona por completo. Y me siento fuerte. Bien.
Listo para comerme el mundo.
Mientras esperamos al taxi le doy la mano a Penny, que lee la pista.
—Tenemos que ir a la ERM —dice mientras arruga la nariz—. ¿Dónde
está eso?
—Es la Estación de Reclutamiento de la Marina —le susurro. El resto
de las parejas también está esperando al taxi y no quiero darles ninguna
pista.
—¿En serio? ¿Cómo lo sabes?
—Varios de mis primos sirvieron allí.
Cogemos el siguiente taxi. No le funciona el aire acondicionado. He
anhelado que hiciera calor durante mucho tiempo, y ahora que por fin
estamos en un clima cálido, es demasiado. Llevo una camiseta y pantalones
de camuflaje y estoy sudando como un cerdo. Miro a Penny, que sigue con
la chaqueta puesta y se está abanicando la cara con la mano.
—Eh, Doc —digo mientras le tiro de la chaqueta—. Quítate esto.
Me hace caso. Se aparta el pelo de la cara y se ata la chaqueta a la
cintura. Después saca la lengua y jadea.
—Todavía tengo calor. Esto no es normal. Pensaba que San Diego tenía
el clima perfecto.
Le estiro de la camiseta.
—Quítate esto.
Abre los ojos como platos.
—No. No puedo.
Me pregunto si recuerda algo de la noche que pasamos en Boston. No sé
si recuerda que me dejó bajarle la camiseta en el callejón y lamerle esos
pezones tan rosados y perfectos. Me pregunto si sabe que mataría por
repetir la experiencia.
—¿No llevas sujetador?
Ella asiente.
—Pero…
—Quiero saber quién te ha metido en la cabeza todas esas inseguridades
por tu cuerpo. ¿Fue el gilipollas de tu novio?
—No. Es que… soy tímida. No me gusta que me miren.
—Joder, ¿en serio? Porque me encanta mirar tu cuerpo. De hecho,
cuando te arrimaste a mí en el iglú, no podía pensar en otra cosa más que en
tu cuerpo.
Se sonroja, se pone rígida y se vuelve hacia la ventanilla mientras se
abanica la cara. Hasta que de pronto se quita la camiseta.
—¿Contento?
Madre mía, ya te digo. Contentísimo. Es preciosa.
Nadie esperaría que una chica reservada y estudiosa tuviera esas curvas.
Ya las he sentido, pero verlas hace que me entren ganas de desnudarla por
completo. Se muerde los labios y hace un ovillo con la camiseta delante de
la barriga. Tengo tantas ganas de lamerla que se me hace la boca agua y me
tenso por la necesidad. Lo más sexy de todo es que no es consciente de lo
atractiva que es.
Cuando se da cuenta de que la estoy mirando cruza los brazos sobre el
pecho.
—Dices que no te gusta que te miren —murmuro—. Pero te aseguro
que quien te mira no piensa nada negativo.
Le baja el rubor hasta el pecho. Me quedo embobado con los ojos
clavados en su escote. Es perfecto. Daría cualquier cosa por descubrir
dónde termina ese sonrojo, bajarle el sujetador y volver a meterme esos
pezones en la boca.
Llegamos a la estación. Unos hombres vestidos con ropa de trabajo nos
saludan. Bueno, más bien nos atacan. En cuanto salimos del taxi se nos
echan encima y empiezan a gritarnos mientras el personal nos conduce a
una habitación. Nos dicen que somos la peor escoria de la tierra y la mierda
más grande que jamás ha existido. Penny me mira nerviosa y creo que está
a punto de llorar. Mientras ella abre el sobre, echo un vistazo a los marines
que nos han puesto a parir.
Ahora la miran como si la deseasen.
Una furia ardiente me baja por la espalda y me siento posesivo, como si
quisiera que se volviese a poner la camiseta. Los miro con el ceño fruncido
y la mandíbula tensa. No me importa que sean marines, los voy a reventar.
«O cerráis la puta boca u os la cierro yo».
En ese momento se abre la puerta y entran Charity y Tony. Bien. Así se
fijarán en otra cosa. Porque esta chica… Esta chica inteligente, preciosa y
sexy con esa coleta y esas pecas… es mía.
No sé cuándo comencé a sentirme así, pero no pienso permitir que otro
hombre se acerque a ella. Somos un equipo. Estamos juntos en esta carrera,
como buenos aliados. Es la única alianza que me importa. Que le den al
resto.
De repente, ahoga un grito. Me giro y veo que mira horrorizada la
tarjeta que ha sacado del sobre.
—¿Qué pasa?
—Uno tiene que hacer la pista de confianza —dice sin levantar la vista
del papel.
La pista de confianza es dura de cojones. Cuando estaba en el instituto y
planeaba alistarme en el ejército investigué un poco, pero después me metí
en las drogas.
—Bueno. No pasa nada. Si solo tiene que enfrentarse a ella uno de
nosotros, puedo ser yo. ¿Qué…?
Suspira, intranquila, y se le cae el sobre al suelo.
—El otro tiene que raparse la cabeza.
Ah.
Mierda.
Ahora entiendo a qué se refiere.
—Vale.
La puerta se abre y entran Brad y Natalie. No tenemos mucho tiempo
para tomar una decisión.
El sargento nos entrega nuestra ropa de trabajo.
—Hay un vestuario para hombres y otro para mujeres. Esperamos
vuestra respuesta cuando volváis.
Nos empujan por caminos distintos, pero yo no dejo de mirar la cara de
horror de Penny.
—Oye, tú decides. Haré lo que tú quieras.
No contesta. Parece aturdida. Quiero seguirla y asegurarle que todo irá
bien y que pensaría que es la chica más sexy del mundo incluso si estuviera
calva, pero no creo que mi opinión le importe. Todo el mundo la verá, los
trece millones de fans que vean el programa por la tele.
Me pongo la camiseta ajustada, las botas, los pantalones militares y el
sombrero y salgo. En ese momento llegan Ace y Marta. No sé cómo, pero
van los últimos. Ni siquiera siento la necesidad de restregárselo; me basta
con ver cómo un sargento de la marina se desgañita con él.
Penny sale. Va vestida con la ropa de trabajo. La gorra le tapa los ojos,
así que casi no la reconozco. Con ese conjunto parece salida de una de mis
fantasías. No me importaría que actuase como una sargenta y me gritase
con esa naricilla respingona.
—He decidido que voy a hacer la pista de confianza.
—Penny… —empiezo, porque no tengo claro que sepa dónde se está
metiendo—. Pero…
—Para. Sé que no es la mejor estrategia, pero lo tengo claro —dice con
la mandíbula apretada y la vista al frente.
Un marine ya la está guiando hacia la pista.
Otro marine se acerca a mí.
—¿Listo?
La veo irse mientras me quito la gorra y me paso los dedos por el pelo.
Raparme me la suda, es solo pelo, pero lo que no quiero es que Penny sufra.
—¿Puedo verla?
—Te llevaremos allí cuando terminemos. Vamos.
Cuando por fin desaparece de mi campo de visión, asiento.
—De acuerdo. Acabemos con esto.
Confianza
Nell

¿Que si me gusta el nuevo peinado de Luke? Sí. Es que ¿qué más da


el pelo, en realidad? No me preocupan los rasgos físicos. No son lo
bastante interesantes para mí. La sencilla razón por la que decidí hacer la
pista de confianza es porque quería demostrarme a mí misma que podía
hacerlo. Pero sí, Luke está muy atractivo con esa pinta de marine. De
hecho, lo está se ponga lo que se ponga.

—Confesionario de Nell, día 11

Un cámara me acompaña a la pista y en este momento me gustaría que


solo me sudasen las palmas de las manos. Sin embargo, estoy
hiperventilando. Tengo sudor en el escote, por debajo de las costillas y por
todas partes. Me pregunto si habré tomado la peor decisión de mi vida.
Mi razonamiento ha sido el siguiente: haga lo que haga, voy a pasar
vergüenza de todos modos. Así que tengo dos opciones: hago la pista de
confianza y paso vergüenza durante una hora, o me rapo y paso vergüenza
durante seis meses hasta que me crezca el pelo.
Así que aquí estoy.
La pista de confianza.
Los obstáculos parecen mucho más altos e insalvables a medida que me
voy acercando. Tengo que superar diez obstáculos si quiero terminar y que
nos den la próxima pista. Sin embargo, cuando me aproximo, empiezo a
temblar a pesar de que estoy chorreando.
—Muy bien —me dice el marine. Gracias a Dios que ya no están
gritando como cuando llegamos, o me entrarían ganas de tirar la toalla—.
Empezarás cuando cuente tres. Yo te seguiré y te iré dando órdenes,
¿entendido?
Asiento. Me aprieto la coleta y me pongo en posición en la línea de
salida. Espero haber tomado la decisión correcta.
Ahora una parte de mí se pregunta si la única razón por la que decidí
conservar mi pelo es porque me encanta cómo me mira Luke cuando lo
muevo.
No, no. Los rasgos físicos no me interesan ni me estimulan.
Menuda mentira. En realidad, los rasgos físicos de Luke me estimulan
más que cualquier conversación intelectual. Sus ojos, sus músculos, esas
enormes piernas, ese culo… Me excita como nadie. Me vuelve loca. Solo
pensar en…
—¿Lista? ¡Ya!
La cámara capta mi primer movimiento, que es tropezar. Casi me caigo
de bruces. Imagino que el marine se estará preguntando qué clase de patosa
está recorriendo su querida pista. Pero me pongo en pie de un salto cuando
llego al primer obstáculo: unas barras colgantes con lodo debajo.
No he hecho esto desde que tenía diez años e iba al colegio, pero en su
momento lo hice. Y, aunque no tengo músculos, me las arreglo para cruzar
las barras sin caer al barro. Bajo una rampa a trompicones mientras el
marine me grita que tengo que pasar el siguiente obstáculo: una pared con
una cuerda. Cojo carrerilla y, con un salto, me impulso y me agarro a la
cuerda, por lo que consigo llegar al otro lado sin matarme.
Entonces, algo dentro de mí cambia.
Y empiezo a pensar que puedo conseguirlo.
Los siguientes obstáculos me resultan fáciles. Cruzo unos neumáticos
corriendo. A continuación, tengo que agarrarme a una cuerda que cuelga
sobre el centro de un hoyo de barro y saltar el hoyo. Lo logro. No tardo en
sentirme invencible. La canción de Rocky empieza a reproducirse en mi
cabeza cuando llego al siguiente obstáculo: unas barras de equilibrio de
madera. Solo me caigo una vez.
Entonces la veo. Una cuerda suspendida horizontalmente sobre un
charco de barro.
No tengo ni idea de cómo llegar a ella.
—Aférrate a ella con los brazos y las piernas, agárrate bien e impúlsate
con las manos y los pies —me grita el marine.
Subo la rampa y me dispongo a hacerlo. No pienso ser el eslabón débil.
Ya he superado más de la mitad. Puedo con esto.
No sé cómo, pero acabo cayéndome de manera que cuelgo por la parte
de debajo de la cuerda en vez de por la parte de arriba. La cruzo poco a
poco, consciente de que hay otra persona en la pista que me está ganando
terreno. Veo un destello de pelo negro y piel bronceada.
Marta.
Entonces alguien silba y grita:
—¡Tú puedes, Penny!
Ladeo la cabeza y veo a un marine guapo e imponente que me aplaude.
El sombrero le tapa los ojos, pero a pocos hombres les queda tan bien la
camiseta. Es Luke.
Me muerdo el labio inferior con fuerza. Casi me hago sangre mientras
cruzo el charco y llego al final.
¡Lo he conseguido! ¡Y sin mancharme!
Bajo la rampa a toda prisa y voy a por el siguiente obstáculo: unos
muros bajos. Trepo, pero no con la elegancia que me gustaría, pues noto
que Luke me está mirando. Me anima, me silba y me aplaude. Cuando lo
supero, me enfrento al obstáculo que viene a continuación: unas barras de
metal. Tengo que impulsarme con los pies para levantarme, pero lo hago
solo porque quiero acabar ya con esto. Estoy decidida a lograrlo.
Cruzo la línea de meta antes que Marta. Luke me recibe con una gran
sonrisa. Chocamos los cinco y me da un abrazo para celebrarlo.
—¡Menuda fiera! ¿Cómo coño lo has conseguido?
Le quito el sombrero de un tirón. Su maraña de pelo ha desaparecido, al
igual que su barba. Está… limpio. Y tan sexy como siempre.
—Bonito corte —digo mientras se pasa la mano por la cabeza.
Me dirijo hacia la próxima pista cuando Luke me detiene y, entonces,
sigo la dirección de su dedo y veo que tengo un roto en los pantalones y que
estoy sangrando. Me subo la tela y descubro que me he hecho un enorme
corte en la espinilla. La sangre baja por el calcetín hasta la bota. Nunca me
había hecho una herida así.
—Ve a que te vea el médico.
Miro a Ace, que está hablándole de malas maneras a Marta mientras ella
finaliza la carrera.
—No. Tenemos que irnos ya. Vamos.
Me da la mano y cogemos la siguiente pista. No nos molestamos en
cambiarnos de ropa. Cogemos las bolsas y pillamos el primer taxi. Rasgo el
sobre y leo lo que pone. Le digo al conductor con voz ahogada:
—Tenemos que llegar a un sitio llamado Julian. Dese prisa, por favor.
—¿Julian? ¿Y qué tenemos que hacer allí? —me pregunta Luke
mientras compruebo si nos sigue alguna de las otras parejas.
Me encojo de hombros.
—No lo especifica. —Me inclino hacia delante y le pregunto al taxista
cuánto dura el viaje. Me dice que el recorrido hasta las montañas de San
Diego dura alrededor de una hora. Entonces me recuesto, tensa e inquieta,
pero sobre todo… eufórica—. ¿Me has visto?
Luke me señala la pierna. La apoyo en su rodilla mientras dice:
—Sí, te he visto, fiera. ¿Qué pasa? ¿Vas a renunciar a tu poesía francesa
para hacerte marine, doctora Cross?
Me encojo de hombros, feliz.
—Quizás.
Él se ríe y me remanga los pantalones con un cuidado y una ternura
impropios de unas manos tan grandes. Después, rebusca en su bolsa y saca
el botiquín que nos dieron al principio de la carrera. Abre un paquete de
toallitas antisépticas con los dientes, saca una y me la pasa por el corte. Me
retuerzo un poco.
—¿Duele? —pregunta.
Niego con la cabeza. Una mano está atendiendo el corte de la espinilla,
pero la otra está apoyada en mi rodilla desnuda, cálida y firme. Noto sus
callos y eso me pone la piel de gallina y hace que mis terminaciones
nerviosas cobren vida. Cuando acaba de limpiar la herida, baja la cabeza y
sopla con suavidad.
Siento un hormigueo en la piel. Cuando levanta la cabeza, sonríe con
picardía, como si la electricidad que desprende mi cuerpo le indicase que él
es mi mayor debilidad. Como si supiese que todas mis zonas erógenas lo
desean.
Trato de convencerme de que se debe a la adrenalina.
Pero es mentira. Ya he sentido esto en otra ocasión, y no hizo falta una
carrera de obstáculos.
La herida no parece tan grave una vez desinfectada. Ya casi no sangra.
Luke me pone pomada y un vendaje enorme.
—Te recuperarás pronto, fiera. ¿Estás cansada?
Me miro. Para no haberme caído al fango ni una sola vez, estoy
sudorosa, sucia, llena de barro y seguro que doy asco. Por no hablar de que
no nos hemos duchado desde que estuvimos en Boston, que fue hace cuatro
días. Una limpieza rápida en el baño de un aeropuerto no sirve de mucho.
—Estoy agotada. ¿Cuántas probabilidades hay de que podamos dormir
en una cama de verdad esta noche, con un baño donde podamos ducharnos
en condiciones?
Sonríe con actitud relajada.
—¿Es una invitación?
Me sonrojo. Empiezo a bajar la pierna, pero al principio no me deja. Me
acaricia la rodilla con el pulgar y asciende hasta mi muslo. Me gusta.
Entonces, nos miramos a los ojos y pregunta:
—¿Hay algún otro sitio que requiera mi atención, doctora Cross?
Casi me da un ataque. Me gustaría decirle que todo mi cuerpo.
Lo quiero en la ducha, en mi cama, en todas partes. Donde pueda, me da
igual.
Cada centímetro de mí necesita cada centímetro de él.

Luke

Sabía que podía hacerlo. Ella cree que solo puede presumir de su
cerebro, pero nunca he conocido a una chica tan dura consigo misma. Es
muy tenaz.

—Confesionario de Luke, día 11


Nos detenemos delante de un hostal, en un pueblecito de montaña
llamado Julian. Nada más llegar vemos a Will Wang, que nos está
esperando en la plataforma. Salimos del taxi y tiramos nuestras cosas a sus
pies.
—Felicidades, pareja —dice Will—. Habéis sido los primeros.
De puta madre. Seguimos en cabeza.
Me giro hacia Penny y la envuelvo entre mis brazos. Huele muy bien, a
pesar de que estamos sudorosos y sucios. Me lleno los pulmones con su
aroma. De pronto, quiero que nos quedemos así lo que queda de noche,
justo así.
No, quiero más.
A ella. Conmigo. En una habitación. Toda la noche. Quiero abrazarla,
desnudarla y explorar cada centímetro de su cuerpo con la boca.
Y ni siquiera eso bastaría para que me la sacara de la cabeza.
Vamos los primeros. Es cojonudo, porque significa que continuamos la
aventura, pero ahora mismo lo único que quiero es llevármela a la cama.
Will sonríe de oreja a oreja y dice chorradas como que Julian es
conocido por sus tartas de manzana y que esta noche vamos a disfrutar de
una cena relajante con pastel y helado de postre. También que vamos a
pasar la noche en uno de los mejores hostales del pueblo.
¿Pero en qué estoy pensando yo? En la cama.
En Nell y yo. En la cama. Juntos.
Y esta vez no pienso dormir encima de las mantas, lo tengo claro. Por la
manera en la que me coge de la mano mientras entramos, no creo que le
importe.
—Qué contenta estoy de que ya estemos aquí—dice mientras cogemos
un ascensor que chirría y nos lleva al último piso de esta casita victoriana
—. Me doy asco. Tengo unas ganas tremendas de darme un baño, cenar y
relajarme. Además, estoy un poco dolorida.
—Ah, ¿sí? ¿Dónde?
—En los hombros, a causa de las barras, y…
Le acaricio la espalda desde abajo y asciendo hasta esos hombros tan
delicados. Le doy un masaje en el cuello y ella echa la cabeza hacia atrás.
—Qué gusto.
Nuestra habitación es pequeña, pero cuenta con baño propio. Nada más
cerrar la puerta, suelto las bolsas y la acerco a mí. Le doy un morreo y la
estampo contra la puerta. Se le escapa un gemido cuando le meto las manos
por debajo de la camiseta y le cojo las tetas. Su piel es cálida y agradable al
tacto. La cabeza me da vueltas. Hablo sin pensar mientras la beso.
—Quiero esto. Te quiero a ti.
—Pues tómame.
Música para mis oídos. Me pongo a ello en cuanto me lo pide.
Entonces caigo en la cuenta.
No hice las maletas a conciencia y me dejé muchas cosas que me
podrían haber venido bien. Pero hay algo en concreto que me arrepiento de
no haber cogido.
Preservativos.
La beso en la coronilla y me obligo a apartarme de ella.
—Mierda. Tengo que ir a por una cosa. Para nosotros. ¿Vale?
La confusión da paso a la desilusión. Se mira la ropa sucia y se
estremece.
—Vale. Pues voy a aprovechar para ducharme, que me hace falta.
La cojo de la barbilla y le doy un beso suave.
—No tardo nada.
El hostal está lleno de cámaras; parece más bien un zoo. No hay tienda
de regalos, así que salgo por la entrada trasera en un intento por pasar
desapercibido para que no me sigan las cámaras. En cuando me aseguro de
que no me han seguido, recorro las empinadas calles en busca de una
farmacia. Todo el rato me imagino a Penny duchándose en nuestro cuarto.
El mundo conspira contra nosotros, porque todas las tiendas por las que
paso están cerradas o no venden condones. Veinte minutos después
encuentro una gasolinera que solo vende unos XXL de la marca Crown. Me
da mala espina porque el paquete está cubierto de polvo y no hay fecha de
caducidad, pero me la suda. Esto es mejor que nada.
Cuando entro, Penny está saliendo de la ducha. Se ha puesto una toalla,
se ha echado el pelo hacia atrás y no lleva las gafas, lo que me permite ver
su preciosa cara. Saco los condones de la bolsa de papel y se pone roja. Ese
rubor me vuelve loco y me da ganas de tocarla, saborearla y hacerla mía.
La cojo de la toalla y la acerco a mí. El dulce olor de su champú y su
piel húmeda me vuelven loco. La tengo tiesa por su culpa. La electricidad
estática, la tensión y el calor llenan el ambiente.
—Lo he conseguido —le aseguro. Saco un condón de la caja. Vienen
unos cuantos. No creo que los vayamos a usar todos esta noche ni que
necesite unos XXL—. Pero no es justo que estés tan limpia. Me voy a
duchar primero.
Me quito la ropa y me meto en el baño. Me doy la ducha más rápida que
se haya visto jamás mientras me imagino a Penny esperándome, envuelta en
la toalla. Para cuando termino la tengo dura como una piedra y se me marca
por debajo de la toalla que llevo enrollada alrededor de la cintura.
Salgo de la ducha y la encuentro sentada al borde de la cama, justo
donde estaba la última vez que la he visto. Lleva la toalla puesta y se está
mordiendo el labio.
—Eh…, ¿Luke?
Le preocupa algo. Parece una niña tímida, pero ese cuerpo es el de una
mujer. Le sobresalen los pechos por encima de la toalla; podría perderme
entre sus múltiples curvas. Es tan pura… Sus mejillas coloradas y ese olor
dulce y fresco me están volviendo loco.
Entonces, me siento en la esquina de la cama y la atraigo hacia mí hasta
que la tengo sobre mi regazo. Las gotas aún bailan sobre en esa clavícula
tan bonita y femenina. Apoya la cabeza en mi hombro, me coge de la mano
y suspira, preocupada. Me besa las puntas de los dedos.
—Me vuelves loca. Pero que muy loca. Como nadie en toda mi vida. Ni
siquiera puedo pensar cuando me miras así.
Me río entre dientes. La cojo en brazos y la acuesto en el centro de la
cama. La tengo, justo donde quería, justo donde pensaba en tenerla desde el
momento en que la vi en la cola de Atlanta. Me mira e, insegura, se muerde
esos bonitos labios rosados mientras me dispongo a quitarle la toalla.
Primero quiero tocarla, luego probarla, comérmela y tragármela entera.
Empiezo a tirar de la toalla, pero de pronto se estremece.
—Luke… Tengo miedo.
Mis dedos se detienen, pero la polla me palpita por la urgencia de
follármela.
—De…
—No de ti, sino de lo que me haces sentir. De perder el control. —Echa
la cabeza hacia atrás y mira al techo—. Yo nunca… Ya sabes. Con nadie.
Se pone más roja. Es lo más adorable del mundo. No me está revelando
nada que no imaginase ya.
—Puedes decirlo, cariño. Nunca te has corrido.
Inspira bruscamente al oír la palabra.
—Bueno, no creo.
—¿Que no crees? Si te hubieras corrido lo sabrías. A ver si adivino. El
gilipollas de tu ex te hizo creer que era culpa tuya.
Se encoge de hombros.
—Bueno… ¿Y si mi cuerpo no puede hacerlo?
Me tumbo a su lado y me apoyo en un codo mientras contemplo la
belleza de su cuerpo semidesnudo.
—No funciona así. Tú y el imbécil ese no erais compatibles.
Me mira dubitativa.
—Pero de eso se trata. Yo pensaba que sí. Pensaba que estaba
enamorada de él, pero me equivocaba. Porque tú… Nunca imaginé que
precisamente tú… Quiero decir, que toda mi vida he sido la que lo sabía
todo, pero en lo que a este tema respecta… No sé nada. Me siento como una
auténtica estúpida.
Está diciendo cosas sin sentido y me resulta adorable. Me acerco a su
cara y lamo una gota que tenía en el lóbulo.
—¿Quieres decir que te gustaría esperar?
Niega con la cabeza.
—No puedo esperar. Te necesito. Te deseo. Solo te pido que tengas
paciencia. Por favor. Y que no te enfades si soy una pésima amante. Ya
esperé una vez porque quería asegurarme de que estaba enamorada. Y mira
de qué me ha servido.
Le aparto el pelo de la cara.
—Cariño, eso no va a pasar. Si quieres esperar, hazlo.
Se le escapa una risa nerviosa.
—Pero ya…
—Me la suda. No pasa nada si cometes errores, pero no tienes por qué
conformarte. Diez millones de tíos en este país estarían encantados de
acostarse contigo, y estoy convencido de que todos conseguirían que te
corrieras. El gilipollas ese no te hace falta. Parece que te cueste entender
que eres alguien por quien vale la pena esperar. Deja de esconderte ya tras
esas gafas y destaca siendo tú misma, y ya verás como tendrás a cientos de
hombres detrás de ti.
—Pero…, los demás hombres me dan igual. Te…
Bajo la cabeza y le doy un beso en cada mejilla.
—A ver qué te parece esto. Relájate y no hagas nada. Te mereces un
descanso después de la carrera de obstáculos. Yo me ocupo de todo, ¿vale?
Ella asiente despacio. Antes de que se queje le pongo un dedo en los
labios.
Mi boca lo sustituye. Atrapo sus labios rosados con mis dientes y ella
suspira y se relaja. Entonces, me rodea el cuello con las manos.
—Eso es. Agárrate a mí, nena.
Me mete la lengua con indecisión mientras yo le toco la cadera y bajo la
mano hasta su muslo desnudo. Cuando llego a la entrepierna, ahoga un
gemido.
—Lo único que tienes que hacer es abrir las piernas —le aseguro
mientras la beso.
Mi boca recorre su barbilla, su mandíbula y llega al lóbulo de su oreja.
Me lo meto en la boca y chupo mientras le separo las piernas y asciendo
despacio. Su piel parece tan suave y pulcra que me vuelvo loco solo al
pensar en estar entre sus piernas. Pero esto es para ella. Me abro paso entre
el terciopelo de su entrepierna hasta su sexo.
Ella se estremece y abre mucho los ojos.
—Shh. Pídeme que pare si hago algo que no te gusta.
Hurgo con un dedo entre sus pliegues, cálidos y húmedos. Dios, ya está
húmeda para mí. No me creo que no pueda correrse. Cuando encuentro su
clítoris, se contrae en la cama y levanta un poco las caderas.
—Ah.
Empieza a respirar con dificultad. Me parece que estoy ante una diosa.
Solo me apetece mirarla. Por más que la desee, follármela ya no es mi
objetivo. Creo que me quedaré satisfecho si consigo que se corra y pierda el
control bajo mi tacto.
Trazo pequeños círculos alrededor de su clítoris. Mientras tanto, ella
cierra los ojos, se muerde el labio y absorbe la sensación. Desciendo y lamo
su garganta y sus pechos, que se agitan con el movimiento de mi mano.
—¿Todo bien, cariño?
—Sí, muy bien.
Siento cómo se le tensan los músculos. Algo en su interior se contrae, a
punto de explotar.
Despacio, le quito la toalla de esos senos tan turgentes y atrapo un
pezón con la boca mientras gime. A continuación, le introduzco un dedo y
al mismo tiempo le aprieto el clítoris con la yema del pulgar. Segundos
después se lanza hacia delante, se agarra a la toalla y expulsa todo el aire
que tiene en los pulmones. Se le contrae el sexo una y otra vez alrededor de
mi dedo, duro a más no poder. Hostia puta, es una maravilla ver cómo se
corre: se pone colorada y se le nubla la vista. Está muy sexy.
Me acerco a su oreja y le susurro:
—¿Ves? Eres perfecta.
Se vuelve a tumbar en la cama, más relajada de lo que la he visto nunca.
—Dios, qué rápido lo has hecho. No siento los dedos de los pies. —Es
delicioso lo sexy que está ahí tumbada, desnuda, moviendo los pies. De
pronto se apoya sobre los codos y me mira—. Lo has hecho muchas veces,
¿no?
Me encojo de hombros.
—Te lo he dicho. No hay nada malo en ti.
—Me cuesta creerlo. Todo este tiempo he pensado que no podía, y… —
Vuelve a balbucear. En algún punto recobra el sentido de la vergüenza,
porque se aprieta la toalla y me mira avergonzada—. ¿Qué hacemos ahora?
Me río porque si no lo hago se me va a ir la olla. Hay tantas cosas que
quiero hacer con ella…, pero sentiría que le estoy quitando más de lo que le
puedo ofrecer a cambio. Puede que haya conseguido que se corra, pero no
tengo un doctorado. Tampoco estoy hecho para el matrimonio. Joder, es que
ni siquiera puedo mantener una conversación medio inteligente con ella.
Tengo muy claro que no soy la clase de hombre del que una mujer de su
talla debería enamorarse.
Me incorporo.
—Primero será mejor que nos vistamos —le digo—. Y luego bajamos a
cenar. Nadie debería preguntarse qué hemos estado haciendo.
Pone mala cara, pero es la expresión más adorable del mundo.
—Pero… ¿podemos volver después?
Sí. El brillo de sus ojos me provoca unas ganas tremendas de tomarla
allí mismo. Socorro. Debería reservarse para un hombre al que ame de
verdad. Alguien que la merezca y con quien vaya a pasar el resto de su vida.
Y ni de coña soy yo.
Dulce como la miel
Nell

Estaba tan cansada después de la pista de confianza que apenas podía


mover un músculo. Después de cenar nos quedamos fritos.

—Confesionario de Nell, día 11

Bajamos al comedor. Allí descubrimos qué parejas quedan: Ivy y Cody,


Brad y Natalie, y Ace y Marta. Charity y Tony fueron eliminados en
Alaska, y el puesto fronterizo de Julian era una ronda no eliminatoria.
Excepto Ace y Marta, el resto de las parejas están comiendo y saludan a
Luke como si fuese su mejor amigo.
—¡Hola! —les dice a Brad y Natalie mientras nos llevan a nuestra
mesa.
Oigo que alaba la valentía de Natalie porque se ha rapado la melena
rubia en el último desafío. Me saludan con un gesto. La camarera me
conduce hasta mi asiento, pero él se sienta en cuclillas delante de ellos y les
cuenta una de sus anécdotas más divertidas.
Lo observo desde mi sitio. El nuevo corte de pelo deja su nuca al
descubierto, y es increíble darse cuenta de que cada pequeña parte de él —
incluso aquellas que mantiene ocultas— es perfecta. Me muero de ganas de
volver a tocarlo. Y de que me toque, por Dios. Lo deseo con locura.
Unos minutos después se acerca a grandes zancadas y se sienta frente a
mí.
—Ace y Marta vuelven a estar segundos. Menudos cabrones —maldice
con una sonrisa—. No pasa nada. Les ganaremos.
A Luke le entusiasma que nos encontremos entre los cuatro finalistas.
Cuando recuerda que en la lista de premios de la carpeta ponía que
recibiríamos cien mil dólares cada uno, vuelve a centrarse en el juego. Está
intentando hablar de estrategias conmigo mientras disfrutamos de un pollo
al horno y un puré de patatas.
Pero ¿en qué estoy pensando yo?
En que me he corrido.
Madre mía, y de qué manera. Al correrme he descubierto que todos los
clichés que se dicen sobre los orgasmos son ciertos. El mundo ha temblado,
las montañas se han movido y los planetas han colisionado.
Me muero de ganas por repetirlo.
Cuando la adrenalina que me había generado la pista de confianza ha
desaparecido, me he puesto muy nerviosa. Pero es normal, se trata de Luke
Cross. Ni siquiera puedo mirarlo a él y a su precioso cuerpo sin sonrojarme
por completo. Pero lo ha hecho muy bien. Ha sido tan dulce. Tan paciente.
Ha dado sin esperar nada a cambio.
Podría decirse que estamos de cena romántica, pues nuestra mesa está
en un rincón, alejada de las demás. Bebemos vino y brindamos por haberles
quitado el primer puesto a Ace y Marta en dos fases consecutivas. No estoy
borracha, solo un poco achispada. Le sonrío como una tonta todo el rato.
Nuestras piernas están enredadas debajo de la mesa, y compartimos la tarta
de manzana que hay de postre. Ni siquiera he reparado en las cámaras,
aunque sé con total seguridad que están captando este momento.
Pero me da igual.
No me importa que Gerald y mi padre me vean, porque solo verán cosas
buenas: a mí, dichosa y feliz por primera vez en mi vida.
¿Qué más da que sea un reality cursi?
¿Qué más da que la alianza y el matrimonio sean de pega?
¿Qué más da que Luke parezca un macarra y que, en teoría, seamos
completamente opuestos?
Es la primera persona que me llega al alma. La primera que se ha
tomado su tiempo para ocuparse de mí. Y la primera persona en este mundo
en la que confío de verdad.
Entonces, mientras estoy ahí sentada escuchando una historia sobre su
infancia en una granja a las afueras de Atlanta, decido que voy a dejar de
ser tan estirada. Que pase lo que tenga que pasar. Que esta aventura de
locos me lleve a donde quiera llevarme. Que no sea yo quien tome las
riendas por una vez.
Me inclino hacia delante para impregnarme de él. Su piel es de un
cálido color caramelo a la luz del fuego; le brillan los ojos. Incluso con el
pelo rapado está increíblemente sexy. Quiero restregarme con él esta noche.
Mientras le doy otro sorbo al vino, decido que sí, que lo voy a hacer.
Como dijo Luke, que les den a todos.
—¿Por qué te echaron de casa tus padres? —le pregunto mientras agito
la copa con actitud satisfecha y despreocupada—. No me lo contaste.
Se encoge de hombros.
—Era un yonqui. Tenían todo el derecho a hacerlo. Con doce años
empecé a fumar maría, luego me dio por los calmantes de mi padre, y
después todo se me fue de las manos por completo y empecé a meterme
heroína siempre que podía para pasar el día. Les robaba para pagarme mis
vicios y les hacía la vida imposible. Les pedí ayuda para desintoxicarme,
pero estaban hartos de mí, así que viví en la calle un par de años.
—¿Un par de años?
—Sí. Cada día me despertaba pensando que ese sería el último. Creía
que iba a morir, y no me importaba. Entonces mi abuelo me acogió. Nunca
se llevó bien con mis padres.
Ahogo un grito.
—Eras muy joven.
—Sí, pero… —Se acerca y me enseña las marcas de los brazos—. Era
un joven difícil. Las cicatrices no se me han ido todavía. Han pasado diez
años y aún las tengo.
Tiene unos brazos gloriosos, con cicatrices incluidas. Le paso un dedo
por el bíceps hasta llegar al recodo de su brazo y me fijo en cómo se le
marcan los músculos. Es precioso, y las cicatrices solo lo embellecen aún
más.
—¿No te da miedo recaer? Lo digo porque trabajas en un bar ¿No te
preocupa volver a pasar por lo mismo?
—Todos los días. Me empecé a drogar porque me aburría, pero también
porque no sabía quién era ni cómo enfrentarme a los problemas. Cuando
empecé a trabajar en el bar para ayudar a mi abuelo, aprendí quién era y
quién quería ser.
—Quieres ser como él. Él es tu inspiración.
—Sí. O intentarlo, al menos. Pero todos tenemos un límite, y cuando se
sobrepasa ese límite es cuando explotamos. Lo sé mejor que nadie porque
lo he vivido. Intento no pensar en ello, pero sé que bastaría un par de
caladas para que volviera a recaer. Y eso me aterra.
Le tiembla el brazo. Salgo del trance cuando me fijo en que sigo
sujetándoselo con ambas manos, cautivada por él y por sus sinceras
palabras. Entonces lo suelto.
—¿Y tu abuelo?
—Murió hace unos años, pero no sin antes enseñarme a llevar un bar —
me explica mientras se lleva el brazo al costado—. Aunque, como te dije,
ahora está hecho mierda por mi culpa.
—Lo dudo mucho —le digo. No me creo que nada de lo que toque este
hombre pueda salir mal—. De modo que tus padres todavía no te hablan.
¿Tienes más familia?
—Mi abuela. Es muy fuerte. Le dije que iba a salir por la tele y que iba
a estar un tiempo fuera y piensa que me he ido a Hollywood para
convertirme en una estrella de cine. Se lo estaba contando a todo el mundo
antes de que me fuera. —Sonríe de oreja a oreja y le brillan los ojos. Solo
por la cara que pone me queda claro lo mucho que la quiere. El corazón me
da un vuelco—. Pero al pagarle la residencia me quedaba cada vez menos
dinero para asumir las deudas del bar, y los bancos no dejaban de acosarme,
así que por eso vine aquí. Pero se me está agotando la paciencia. Una parte
de mí piensa que debería resignarme y entregarle las llaves al banco, pero
entonces…
Se le oscurecen los ojos, y sé qué está pensando. El bar es lo único que
tiene. Sin eso no será mucho mejor que ese chico de dieciséis años que
vagaba sin rumbo.
—No deberías. Es el bar de tu abuelo. Seguro que no está tan hecho
mierda como crees. Lo que pasa es que te exiges mucho a ti mismo porque
era el bar de tu héroe.
Esboza una sonrisa torcida.
—Puede ser. Lo único que sé es que nunca habría imaginado que iba a
llevar un negocio yo solo. ¿Qué coño sé yo de eso? Nada.
Me acabo la copa.
—Sabes más de lo que crees.
—Qué va. Tienes demasiada fe en mí. No soy listo. De muchas cosas no
tengo ni idea. Ni siquiera sabía de qué trataba este concurso. No veo
realities, ni siquiera conocía la existencia de este programa.
—Ni yo. Debo muchos préstamos universitarios, principalmente porque
me da pavor enfrentarme al mundo real. Sigo haciendo como los avestruces,
me niego a afrontar la realidad. Así que, cuando mi amiga me habló del
programa, decidí que quizá era mi oportunidad de sacar la cabeza del hoyo.
Parece cosa del destino.
—Sí. Yo nunca me habría enterado de no ser por Jimmy.
—¿Jimmy?
—¿James Rowan? ¿La estrella de YouTube? Es mi mejor amigo. Casi
como un hermano. Lo viste en las audiciones. ¿No te acuerdas?
—Sí. Pero no estoy muy familiarizada con YouTube —admito—. Ni
siquiera sabía que existía algo llamado estrella de YouTube.
Una lenta sonrisa se extiende por su rostro.
—Madre mía, tía, eres como una página en blanco. Te podría enseñar un
montón de cosas.
Me vienen a la cabeza cientos de ideas, y para mi sorpresa muchas son
subidas de tono. Aprender qué es una estrella de YouTube ni siquiera está
en la lista.
—Lo estoy deseando.
—Aunque tú podrías enseñarme muchas más cosas. Como palabras
sexys en francés.
No tengo la mente sucia. De hecho, suelo ser la última en pillar los
chistes verdes, e incluso entonces me los tienen que explicar. Pero su forma
de mirarme, con ese brillo pícaro en los ojos, provoca un efecto en mí que
nunca había experimentado. En lo que a él respecta, soy una pervertida
total.
—Ah. ¿Como voulez-vous coucher avec moi, ce soir?
No lo pilla.
—Sí. Como lo que sea que hayas dicho. ¿Qué significa?
Alzo las cejas.
Él entorna los ojos.
—¿Estás de coña? ¿Dices guarradas en francés, pero no en tu idioma?
Me encojo de hombros con aire inocente.
—Es más fácil cuando no tienes ni idea de lo que te digo.
—Pero ¿me lo vas a decir, o voy a tener que adivinarlo?
Le guiño un ojo.
—Deberíamos subir al cuarto. Y quizá te lo diga entonces.
No tengo que sugerirlo dos veces. No me da la mano, ni me pone una
mano en la parte baja de la espalda para guiarme, porque las cámaras
capturan cada uno de nuestros movimientos de camino al ascensor. Me está
protegiendo. A mí y a nosotros.
Mientras subimos me trago los nervios. Está decidido. Voy a hacerlo.
Llevo veinticinco años viviendo con miedo. Pero esta noche voy a mandar a
todos a hacer puñetas y me voy a entregar al único hombre que me ha hecho
sentir algo en toda mi vida.
Cuando entramos en el dormitorio, espero que me estampe contra la
puerta como ha hecho antes, pero, en vez de eso, va a la otra punta de la
cama y se quita la camiseta.
—¿Qué lado quieres?
Me quedo embobada con la vista fija en ese cuerpo fibroso, tan cálido a
la tenue luz. Ya me estoy acostumbrando a su nuevo corte de pelo. Estoy
tan lista para él que creo que voy a explotar. Quiero que salve las distancias
y me tome. Pero cuando no contesto y él ni siquiera me mira, sé que algo no
anda bien.
—¿He hecho algo mal? —pregunto con un hilo de voz, porque como
diga que sí me voy a suicidar.
Se sienta en el borde de la cama y se desabrocha los pantalones.
—No, cariño. Pero será mejor que nos vayamos a la cama ya. Mañana
nos espera un día duro si queremos seguir siendo líderes.
—No —respondo tras armarme de valor—. No estoy cansada.
Entonces doy un paso. Luego otro. Y, cuando lo tengo justo delante y
sus rodillas tocan mis muslos temblorosos, me quito la camiseta, me suelto
el pelo y me lo echo a un lado.
Me mira el sujetador embobado; los ojos le arden de deseo. Lo veo. Lo
noto. Pero algo le frena. Quiero que me toque, pero aprieta los puños a los
costados.
—No hagas eso —su voz suena torturada, desesperada.
Con los nervios a flor de piel, me desabrocho los vaqueros y me los bajo
hasta las caderas. Me cuesta hablar sin que me tiemble la voz, pero quiero
que vea que tengo el control y que sé perfectamente lo que estoy haciendo.
—¿Hacer qué? Me estoy preparando para irme a la cama.
De pronto, me rodea cada muñeca con una mano y me inmoviliza para
que me detenga.
—No me jodas, Penny. No puedo hacer esto ahora, joder. Dijiste que
querías reservarte para el hombre con el que te casases.
Estoy ansiosa, me tiembla todo.
—Sí. Y estoy casada contigo.
Niega con la cabeza. La desesperación y dolor que percibo en sus ojos
solo me hace desearlo aún más.
—Pero no de verdad —puntualiza con la respiración agitada. Se me cae
el alma a los pies—. Te estás reservando para el hombre al que ames. Para
don perfecto. O al menos eso es lo que deberías hacer.
Lo sabía. Sabía que lo había estropeado todo. He hablado demasiado. Si
no le hubiese contado nada de mi pasado ahora estaríamos haciendo el
amor. Mil emociones se remueven en mi pecho y no soy capaz de expresar
ninguna.
—¿Y si no lo conozco nunca?
Se le ensanchan las fosas nasales al exhalar.
—Lo conocerás. Y aunque no fuese así, ese no es un motivo suficiente
para que te conformes.
—¿Crees que me estoy conformando contigo?
Él cuadra los hombros y responde con los dientes apretados:
—Estoy seguro al ciento diez por ciento de que si follamos te estarás
conformando.
—¿Por qué? ¿Cómo puedes pensar eso?
Se sienta de nuevo. El pecho se le mueve, agitado.
—Da igual.
—No, no da igual. A mí me importa. ¿Nunca has deseado algo con
tantas ganas que te ha llevado a replantearte todo lo que considerabas
verdadero hasta entonces?
Niega lentamente con la cabeza, sus ojos fijos en el suelo.
—Follar conmigo no te proporcionará lo que estás buscando.
Se refiere al amor de cuento de hadas en el que creía cuando estaba
saliendo con Gerald. Pensaba que lo que tenía con él era eso, que
estaríamos juntos para siempre. Fui una ilusa.
—Puede que ya no busque eso.
—Pues deberías. Te lo mereces. Te mereces a alguien que aprecie hasta
el último y asombroso detalle de ti, Penny —dice—. Si seguimos adelante,
solo será un polvo. Eso es todo. Eso es lo único de lo que soy capaz. Lo
único posible. Pero no es lo que quieres.
—¡No me digas lo que quiero! —le grito—. Y dame lo que necesito.
Mis palabras despiertan algo en sus ojos que no le había visto hasta
ahora. Algo ardiente y casi salvaje. Todavía me sujeta las muñecas. Se
levanta de la cama como un resorte y se cierne sobre mí con toda su
estatura. Mis senos suben y bajan con cada respiración mientras me mira a
los ojos. Me da miedo haberlo ofendido hasta el punto de que me rechace
para siempre. La espera me mata.
De pronto me tira encima de la cama.
Se tumba encima de mí y me baja los vaqueros y las bragas con un solo
gesto. Estoy completamente desnuda. Intento incorporarme, pero, antes de
que pueda hacerlo, me coge del culo y me arrastra hasta el borde de la
cama. Coge mis tobillos y se los sube a los hombros.
Y hunde la cabeza. Sin previo aviso. Su boca atrapa mi sexo con tanta
voracidad que me arranca un grito.
—¿Esto es lo que quieres? —pregunta con rabia.
Mi cuerpo amortigua sus palabras. Su aliento es cálido y su respiración
fuerte. Nunca me habían hecho esto. Me siento tan sorprendida como
avergonzada… Pero una chispa prende en mi interior cuando empieza a
dibujar círculos con la lengua sobre mi clítoris de la misma forma en que lo
hicieron antes sus dedos.
Sin embargo, esta vez multiplicado por mil. Me lame desde abajo hasta
arriba sin dejar ningún ápice de mi piel por explorar. La vergüenza da paso
a una necesidad por aferrarme a algo. La calidez húmeda de su lengua hace
que me retuerza de placer. Me arriesgo a mirarlo, y veo que sus ojos
oscuros y entornados están clavados en mí como si estuviese enfadado, lo
cual me pone aún más cachonda. Me está dando justo lo que había pedido,
y más vale que no pare hasta que acabe.
—¡Oh, Dios! —grito.
Mis gemidos por poco hacen temblar las paredes. Mueve la lengua por
mi zona más sensible y enseguida me la mete hasta el fondo para explorar
mi interior. Levanta la cabeza y me introduce un dedo en la vagina. Estoy
en las nubes. No puedo pensar con claridad.
Lo único que ocupa mi mente es: «Más. Más. Más».
Y me lo da. Su lengua traza círculos más rápidos y su dedo late dentro
de mí. Entonces, la fricción alcanza un punto crítico. La espiral que tengo
dentro se despliega de repente, y sus lametones se vuelven más salvajes y
rápidos. Si no se hubiese rapado, me encantaría tirarle del pelo. Me acerco a
su boca, y de pronto me corro entre gritos. Me mete la lengua hasta el fondo
mientras me corro. Madre mía, y menudo orgasmo; me derrito alrededor de
su dedo. De repente, todos los dolores que tenía han sanado.
—¿Era esto lo que querías, cariño? —me pregunta con la voz ronca y
los ojos brillantes. Lo miro y veo mis fluidos en su boca. El orgullo viril
ilumina su rostro. Está muy sexy.
No, no es lo que quería. Al menos no al principio.
Sin embargo, dudo que haya algo mejor, así que asiento, aturdida y con
cara de loca, lista para que tome la iniciativa. Lista para que haga conmigo
lo que le plazca.

Luke

Sí. Nos hemos dormido y hemos salido tarde de Julian. ¿Qué le vamos a
hacer? Estábamos reventados.

—Confesionario de Luke, día 12

Por la mañana, cuando despierto, la luz del sol entra por las vidrieras e
ilumina nuestra cama.
Nos hemos liado como dos adolescentes durante toda la puta noche.
Hice que se corriera y luego nos besamos, tonteando, hasta dejar nuestros
labios en carne viva, nos tocamos y nos masajeamos hasta que nos
quedamos dormidos. No sé qué coño me pasa y por qué soy tan protector
con esta chica, pero no se parece a ninguna mujer que me haya tirado, no
solo por las razones obvias. Quiero que se quede a mi lado, la quiero en
vena, en todas partes.
Penny está más preciosa que nunca: su cabeza descansa sobre mi
bíceps, su pelo cosquillea mi barbilla y sus labios parecen una fresa madura
allí donde la marqué con los míos. Me he pasado la última hora mirando
cómo duerme sin atreverme a despertarla, observando las caras que pone
mientras sueña. Parece tranquila. Contenta. Feliz.
Y parece mía por completo.
Aunque no sea así. Ni ahora ni nunca.
Anhelo tanto estar en su interior que el deseo me quema por dentro.
Siento que conozco su cuerpo al milímetro, cada lunar y cada curva; lo
único que me falta es ese último obstáculo. No puedo hacer nada al
respecto. Si la hago mía, si la llevo a donde quiere que la lleve, será como
poner fin a esta etapa, pero no sé si con un punto o con un interrogante.
Jugueteo con mi anillo de plástico. Solo en un juego de locos como este
una chica tan elegante, dulce y maravillosa se casaría con un holgazán
como yo.
Quizá por eso no soy capaz de despertarla.
No quiero que este sueño acabe.
Pero pasará en unos días. Tendremos que tomar una decisión y volver a
nuestras vidas, en la misma ciudad, pero a años luz del otro. Y este sueño se
esfumará de mi vida para siempre.
Le tiemblan un poco los ojos y los abre despacio. Me mira.
—Ah. Hola. ¿Qué hora es?
—Ni idea. —Mis primeras palabras del día resuenan por toda la
habitación—. ¿Has dormido bien?
—Muy bien. —Sonríe. Luego estira los brazos por encima de la cabeza
y, de repente, se le borra la sonrisa—. Dios. Ay. Me duele todo.
—Nada que un buen masaje no pueda arreglar. Date la vuelta, preciosa.
Se me cae la baba cuando pienso en tocarla y sentir su piel suave y los
músculos de sus hombros y su espalda. Rueda sobre la cama, su cuerpo
desnudo pegado ahora al mío, y alarga el brazo para coger el reloj de la
mesita de noche. Cuando lo alcanza, noto que se le tensan los músculos.
—¿No teníamos que registrarnos a las ocho?
—Sí.
Le bajo la mano por la curva de la espalda y le masajeo las nalgas. Se
me pone más dura aún. Llevo empalmado durante días por su culpa y justo
cuando creo que estoy acostumbrado, se me tensan más los huevos y se me
hincha más la polla. La presión es fuerte, y cuando dé rienda suelta a mis
fantasías con Penny será todavía peor.
Pero estoy dispuesto a correr el riesgo. Ahora me deja tocarla en
cualquier sitio. Dejaría que le hiciese lo que me diese la gana con tal de que
la complaciese. Yo soy el único que se opone y camina por la fina línea que
separa la cordura de la locura.
No tengo ocasión, porque se levanta de un brinco con una agilidad
sorprendente si tenemos en cuenta que está molida tras la carrera de ayer.
—¡La madre que me parió! ¡Son las ocho y media! ¡Nos hemos perdido
el registro!
No sé cómo, pero nos las arreglamos para vestirnos, coger nuestras
cosas y salir a toda prisa hacia la plataforma de registro, donde llegamos
cinco minutos después. No hay ni rastro de Will Wang. No le ha dado la
gana esperarnos. Solo hay un miembro secundario del personal con un
cámara. Nos regaña mientras nos entrega el siguiente sobre y se dirige a la
cámara:
—¡La pareja que iba primera ahora va la última, y todo porque se les
han pegado las sábanas! ¡Vaya! ¡Van con mucho retraso! ¡Esperemos que
esto no suponga el fin para la doctora y el señor Cross!
«Es la doctora Carpenter, gilipollas», pienso mientras nos subimos al
asiento trasero de un taxi. De puta madre. Quería pasar más tiempo con
Penny, y a este paso no voy a tener ocasión de acabar de hacerle el masaje.
Tenemos las horas contadas. Creo que nuestra aventura llega a su fin.
O quizá no. Solo hemos hablado de volver a Atlanta y anular el
matrimonio. Pero sería de locos y les dejaría a todos flipando si…
No puedo pensar en eso ahora.
—Slab City —le grita al conductor con una potencia que no sabía que
tenía—. Tenemos que llegar allí. Lo más rápido que pueda, por favor. Dese
prisa.
Nuestro taxista no se anda con chiquitas. Conduce a noventa kilómetros
por hora en la Interestatal 8 y, gracias a eso, llegamos a nuestro destino en
tiempo récord. De camino, Penny suspira.
—¡No entiendo por qué hemos hecho eso! ¡Parecemos tontos! ¡Hemos
renunciado al primer puesto! ¿Y para qué?
¿Para qué? La pregunta se queda en el aire mientras espero a que se dé
cuenta de lo que ha dicho. No se da cuenta.
¿En serio piensa que no valió la pena?
Quizá lleva razón. Hay mucho dinero en juego. La oportunidad de
devolver sus préstamos estudiantiles y salir del hoyo. Quizá eso le importe
más.
Apoya la pista en su regazo y lee lo que pone:
—Antes era una base naval, pero ahora es una comunidad de arte en la
que vive mucha gente. Tenemos que encontrar la escultura del retrete. La
próxima pista está ahí.
—No parece difícil.
El conductor se ríe un poco, pero no dice nada, y cuando nos detenemos
me doy cuenta de qué era lo que le hacía tanta gracia. Hay basura por todas
partes. Los trozos de metal reluciente del desierto de California pasarán por
esculturas para algunos, pero lo único que yo veo es que vamos a tardar un
siglo en atravesar toda esta mierda.
Y hace un calor que te cagas. El sol nos golpea con fuerza, y no hay ni
árboles ni sombra por ningún lado. Y tampoco se ve ningún taxi, lo cual me
indica que los otros equipos ya han encontrado sus pistas y se han ido.
Mierda. No quiero decírselo a Penny porque no quiero darle más
motivos para que piense que lo de anoche fue un error.
Aunque es verdad. La hemos cagado. Y nuestra equivocación podría
costarnos un millón de dólares.
—¡Vamos! —exclama, y echa a correr en dirección al cepillo de fregar.
Acabamos escalando montañas de desechos que la gente ha ido tirando
al desierto. Es para volverse loco. Estoy chorreando, y lo único en lo que
pienso es en que hace una hora estaba en el cielo y ahora estoy en el
infierno.
Entonces oigo que Penny me llama.
—¡La he encontrado! ¡Luke, la he encontrado!
Corro colina abajo hasta ella. Está de pie al filo de una losa de hormigón
medio rota y lee la pista.
—Yuma —anuncia—. Tenemos que ir al aeropuerto de Yuma.
Otro vuelo. Hasta hace un par de semanas no había pisado un
aeropuerto en mi vida, y ahora me siento como un puñetero trotamundos.
He perdido la cuenta de las horas que hemos pasado viajando en avión, pero
me alegro de que esto no se haya acabado todavía y de que podamos seguir
en otro sitio.
Llegamos al aeropuerto justo cuando están embarcando. Cuando nos
sentamos en nuestros asientos, dispuestos a descansar por fin, Penny se
pone a buscar a nuestros compañeros de carrera. Al no encontrar a ninguno
dice:
—Pues sí que vamos con desventaja. ¿Crees que nos echarán cuando
lleguemos a nuestro destino?
—No lo sé —respondo, porque no tengo ni idea.
Ya no sé nada. Ni siquiera lo que pensaba que sabía.
Siento que puede pasar cualquier cosa.
Aloha, Hawái
Nell

Sí. Vamos los últimos otra vez, pero por suerte lo hemos vuelto a
conseguir. Me muero de ganas de relajarme en la playa. Nunca he estado
en Hawái.

—Confesionario de Nell, día 13

Después de una escala extremadamente larga, llegamos al andén de


Maui a las once de la mañana con los collares de flores que nos han puestos
unas chicas en la puerta. Tiramos las bolsas al suelo y esperamos a que Will
Wang nos anuncie que hemos sido eliminados, pues nos vuelve a mirar con
ojos de cordero degollado.
—Por desgracia sois los últimos, pero volvéis a estar de suerte —nos
dice, y de pronto se le ilumina la cara—. ¡Esta ronda no es eliminatoria!
Me vuelvo hacia Luke, cansada y dolorida, y nos abrazamos de nuevo.
Me siento rara y con jet lag; podría dormir un día entero.
Entonces Will nos da las mejores noticias del mundo: podremos
relajarnos todo el día en el hotel hasta que se reanude la carrera mañana.
Habrá algo llamado luau de despedida por la noche con las otras tres
parejas. Miro a Luke con los ojos como platos.
Despedida. Ya casi hemos terminado.
Es curioso. Han pasado poco menos de dos semanas desde que me
despedí de Courtney en las instalaciones deportivas del Instituto de
Tecnología de Georgia. Y, sin embargo, me da la sensación de que he
cambiado, he madurado y me he convertido en una persona totalmente
distinta. Cuando vuelva a casa y a la vida que he dejado atrás, me sentiré
como pez fuera del agua.
Echo mucho de menos a Courtney, pero cuando pienso en mi hogar me
deprimo y me entra miedo. Intento no darle muchas vueltas y vivir el
momento.
—¡Y acordaos de poneros el despertador! —concluye Will con un
guiño.
Luke masculla algo por lo bajo y me pregunta:
—¿Qué quieres hacer? ¿Playa?
Asiento, la mar de contenta. Me muero de ganas. ¿Tumbarme en la
playa a la sombra de una palmera mientras disfruto de un mojito con este
hombre tan guapo a mi lado? Me parece el plan perfecto. Incluso me he
traído un bañador para la ocasión.
El personal de Matrimonio por un millón de dólares se ha superado con
creces esta vez. Pasaremos la noche en una cabañita en la playa. Es un sitio
precioso con ventanas para que entre la brisa y un porche que da al océano.
Me cambio en un momento y salgo. Luke está rebuscando entre sus cosas.
Me mira y niega con la cabeza.
—Cariño, esta no eres tú.
Miro mi bañador de piscina cruzado por detrás. Es discreto y me gustó
para los desafíos.
—¿A qué te refieres?
—A que… —dice, sin dejar de hurgar en su bolsa. Saca un bikini rojo
minúsculo cuyas cuerdas cuelgan hacia abajo— deberías ponerte esto.
Es casi microscópico.
Pestañeo.
—Ni en broma. ¿De dónde lo has sacado?
—Lo acabo de ver hace un instante en la tienda y he pensado que
llevaba tu nombre.
Lo miro boquiabierta.
—El dinero es para el transporte, no para comprar…
—Póntelo.
Lo cojo. Me muerdo el labio mientras lo observo. Es incluso más
provocador que la ropa interior que me compró. Las cámaras me van a
enfocar todo el tiempo. No me he puesto algo así en mi vida. Bueno, alguna
vez sí que me lo he probado y me he preguntado si sería capaz de llevarlo,
pero nunca he llegado a salir del probador con él puesto.
Pero… de acuerdo. Ya es hora de que empiece a vivir el momento.
Vuelvo al baño y salgo con el bikini puesto.
—¿Contento?
Él asiente, me coge de la cintura y me acerca a su pecho. Me acaricia la
cara, y recorre mis labios con la yema del pulgar.
—Creo que no puedo dejar que salgas así vestida.
—Por mí perfecto —respondo con las mejillas encendidas—. Hay
cámaras fuera.
Me suelta y coge su bañador.
—¿Tú y yo aquí solos? ¿Mientras llevas eso? No me tientes.
¿Tentarlo? ¿En serio? Si ha sido él quien me ha dado el bikini. Parece
que lo único que he hecho en todo el día es tentarlo. Refunfuña cuando me
acerco demasiado o cuando lo miro de cierta manera, y siempre masculla
por lo bajo que voy a acabar con él. Y, sin embargo, sabe que le dejaría
hacerme lo que quisiera. Pero aun así insiste en torturarse a sí mismo, y
nada de lo que digo le hace cambiar de opinión.
Cree que es el único que está viviendo una tortura. Es cierto que yo me
he corrido, que anoche me exploró tan bien que conoce mi cuerpo como si
fuese el suyo, y que veo las estrellas al instante cuando me toca. Sin
embargo, quiero más. Sabe a la perfección lo que quiero.
Y el muy cabrón no me lo da.
En cambio, se dedica a volverme loca.
Salimos al porche. Yo me siento a la sombra de las palmeras a
contemplar el agua cristalina, y él se va a nadar. Lo observo en el agua.
Contemplo las preciosas curvas de su ancha espalda, la forma en que se
mueve, como una pantera que acecha a su presa, la manera en que el sol
adora cada centímetro de su piel. Hace calor y el ambiente es húmedo, y
aun así me pone la piel de gallina.
Vuelve mientras yo estoy hecha un ovillo en la tumbona, terminando de
leer Les Misérables.
—Ven conmigo. El agua está caliente.
Niego con la cabeza al recordar que Courtney dijo que nadaba como un
bicho ahogándose.
—No sé nadar.
Se sienta a mi lado. Las gotas forman un mosaico en su piel. Me muero
por lamerlas y saborear su dulzura salada.
—¿Y si el desafío de mañana consiste en eso?
Le sonrío de oreja a oreja.
—Entonces te lo dejaré a ti.
Vuelvo a mi libro, pero él se queda ahí, callado. Cuando levanto la vista
me doy cuenta de que tiene la suya fija en mí. Cavila en silencio; su mirada
es tan intensa que casi me roba el aliento.
—¿Qué? —Me giro para mirar hacia el océano—. Aunque me metiese
en el agua ahora, es imposible que me enseñes a nadar en una hora.
—Cierto. Igual de imposible que hacer que te corras, nena.
¡Menudo fanfarrón! Lo miro con el ceño fruncido.
—Tenemos que arreglarnos para el luau.
—No hace falta. Los productores han dicho que podemos ir en bañador.
Me estremezco.
—Así que no tienes excusa, preciosa. —Observa mi rostro, y noto el
momento en el que se da cuenta de lo que pasa—. Ah. Conque es eso… No
quieres que te vean.
Señalo a los dos cámaras que nos acechan.
—Exacto.
Entra y vuelve con una camiseta suya hecha una bola. Me la tira.
—Pues ponte esto. No dejes que esas chorradas te impidan vivir al
máximo.
No puedo rebatírselo. Me pongo la camiseta —es enorme— e inhalo el
aroma celestial de Luke mientras camino por la arena blanca. Tiene razón.
El agua está caliente y me relaja. Es perfecta. Aunque preferiría que las
cámaras no estuviesen aquí. Luke me da algunos consejos para que mejore
mi brazada y no parezca un bicho ahogándose. Sin embargo, procura no
tocarme ni hacer nada que las cámaras vayan a captar, lo que supongo que
es una buena idea.
Pero también me vuelve loca.
—Tenías razón. El agua estaba genial —le digo cuando llegamos al
luau.
Está justo en la playa, no muy lejos de las cabañas. Nos vuelven a poner
collares de flores. El sol se está yendo y el cielo ha adquirido un tono
anaranjado. Mi piel está tirante por la sal, pero no me molesta.
Sirven Mai Tai. Cada uno cogemos una copa y nos sentamos. Alguien
toca el ukelele con mucha destreza. Unas mujeres con el pelo suelto y
faldas de hojas bailan el hula.
—Podría acostumbrarme a esto —admite Luke mientras da un sorbo a
su bebida y saludamos a los contrincantes, que están viendo el espectáculo.
Está más bronceado y parece aún más guapo con esta luz. El estilo de vida
de la isla le sienta bien. Y pensar que no hace mucho lo consideraba un
macarra… Ahora lo encuentro tan sexy que incluso mirarlo me duele, y más
cuando sé que me está negando lo que quiero.
El sol se pone mientras escuchamos la música. El cielo se tiñe de rosa.
Nos sirven comidas nativas como, por ejemplo, mahi-mahi y poi, y el
mundo parece en orden. Puede que no sea el chico más apropiado para mí,
pero… Ni siquiera sé si eso es cierto.
De hecho, puede que sí que sea el adecuado. Me da igual cuántas veces
me rechace. Quizá solo sea cuestión de convencerlo.
—Me lo he pasado muy bien hoy. Debería dejar de preocuparme por lo
que piensen los demás —le digo— y vivir más el momento.
—Pues sí —coincide, y me arrastra a la fila de bailarinas de hula con
Ivy y Natalie. Las bailarinas nos dan faldas de hojas y nos explican que
cada movimiento narra una historia. Nos enseñan a mover las caderas al
ritmo de la música, de una forma seductora y sensual. Se me da fatal, pero
no soy la única.
Por fin he encontrado algo que se le da mal a Luke.
Pero qué más da. Desde aquí arriba me importa una mierda lo que
piense la gente.
La sensación es alucinante. Sobre todo cuando se vuelve hacia mí y me
hace un gesto con el dedo para que me acerque a él, atrayéndome como si
fuese su marioneta. Las cámaras nos enfocan y graban cómo se quita el
collar de flores y me lo pasa por la cabeza, pero no captan cómo le brillan
los ojos cuando me mira, como si fuese la única chica del mundo. No ven
su cara de deseo mientras se estira la parte inferior de la camiseta.
Sé lo que me está pidiendo pese a que esos ojos hacen que me resulte
imposible pensar con claridad. Está oscureciendo. Los Mai Tai me calman
los nervios. Mi camiseta sigue algo húmeda, por lo que estoy empezando a
coger frío, de modo que me la quito y se la devuelvo a Luke.
—¿Bien?
—Sí. Bien. —Su voz es un murmullo sordo. Me mira con aprobación.
Me abraza; nuestros cuerpos se funden en uno solo y sus dedos se clavan en
la piel desnuda de la parte baja de mi espalda—. Muy pero que muy bien.

Luke

Bueno, sí. Daba la sensación de que se acercaba el final. El concurso


ha sido muy estresante. Nos ha venido bien relajarnos durante una noche.
Todos lo necesitábamos.

—Confesionario de Luke, día 14

Cuando se apagan las antorchas del luau ya es más de medianoche. Toca


volver a la cabaña.
Los demás contrincantes se llevan bien, pero ninguna pareja, ni siquiera
Ace y Marta, tienen la relación que tenemos Penny y yo. No quería
separarme de ella ni un segundo. Me he quedado a su lado, sosteniéndola
cerca de mí —que les den a las cámaras—, queriendo marcarla con mi
tacto, con mi aroma, y que hasta la última persona de la playa supiese que
era mía.
El concurso todavía no ha terminado, y eso significa que aún es mía.
Y había muchas otras miradas furtivas. Dudo que Penny, siempre tan
dulce e ingenua, se imaginase que esos cabrones estaban babeando al verla
con ese bikini tan pequeño. Los hipnotizaba a todos como una puñetera
sirena, y lo más flipante es que si no ha visto nada es porque me estaba
mirando a mí.
Me he bebido hasta el agua de los floreros para atontarme un poco y no
mirar con lupa sus movimientos. Hasta sus gestos más pequeños e
insignificantes despertaban en mí la necesidad de saborearla incluso allí, a
la intemperie. He estado encima de ella en todo momento, oliéndola y
empapándome de su esencia.
Para cuando caminamos por la playa en dirección a la cabaña, solos a la
luz de la luna llena, la frustración y la ira se apoderan de mí y hacen que me
hierva la sangre. Ira hacia ella. Y hacia mí por crear un monstruo en ella,
por ser la mitad del hombre que ella desea.
Parece feliz, y eso solo empeora mi estado de ánimo. Me da la mano y
mueve las caderas como nos han enseñado las bailarinas de hula. Lleva la
minifalda de hojas y el bikini y las flores le adornan el pelo y el cuello. Solo
me apetece tumbarla en la arena y hundirme en ella.
Por fin llegamos al porche. Entonces, le suelto la mano, me dejo caer en
la tumbona y miro la luna.
Penny da vueltas delante de mí, bailando hula. Mueve las caderas en
círculos fascinantes y, tal y como nos han enseñado, me dice «ven» con las
manos. Me sostiene la mirada, pero no pienso sucumbir. No pienso
sucumbir a esta tentación hecha mujer que no tiene ni idea de dónde se está
metiendo.
Estoy a nada de perder el control. Me rasco la barba mientras la miro;
me tiemblan los dedos por el deseo.
—No, ven tú aquí.
Me hace caso sin dejar de mover las caderas en círculos de lo más
tentadores delante de mis narices. Cuando está lo bastante cerca, la rodeo
con un brazo y la acerco a la tumbona. Ahoga un grito y se queda quieta.
Con un único tirón, le quito la falda, que cae justo en un charco a sus
pies. Coloco una mano en su vientre y noto cómo tiembla. Levanto la
cabeza para besarle el ombligo y le muerdo la cuerda del bikini.
—Quítate esto. Ya.
—¿Y si hay… cámaras? —pregunta mientras mira frenéticamente a su
alrededor.
—No hay.
—¿Cómo lo…?
—Porque he sobornado al cámara para que nos dejase en paz una noche.
—¿Otra vez con el dinero del transporte?
—Sí.
Permanece inmóvil, así que tiro de la otra cuerda y la tela cae al suelo,
revelando su culo, desnudo para mí. Entonces, paso mis dedos por su raja.
Tan mojada. Tan lista y preparada para mí… Joder. Justo lo que menos
necesito ahora mismo. Pero huelo lo excitada que está, y ella gime
suavemente y se tambalea.
Hacer que se corra, ver cómo pierde el control… es mi nueva adicción.
—Siéntate en mi cara.
—¿Cómo…?
—Ya me has oído. Necesito saborearte, Penny. Ponme el culo en la cara
para que te saboree.
«Para que te castigue por ser una puñetera tentación».
La preocupación se dibuja en su mirada, pero sé que lo está deseando
tanto como yo. Se sube a la tumbona respirando con dificultad y coloca los
muslos a ambos lados de mi cara. Se sienta y ahoga un grito cuando mi
lengua la toca.
La lamo, y ella gime mientras se aferra al asiento con desesperación.
Está tensa y casi parece que esté llorando cuando dice:
—No puedes seguir haciéndome esto, Luke. Dame tu polla. Necesito tu
polla. Por favor.
Le meto la lengua todo lo que puedo y le mordisqueo el clítoris. Noto
sus fluidos. La acerco a mi cara con brusquedad y ella se retuerce y mueve
el culo donde quiere que yo esté.
Se corre al instante y se desploma encima de mí. Acto seguido se tumba
a un lado. Está tanto tiempo callada que me incorporo y la miro.
Hay lágrimas en sus ojos.
—¿Qué te pasa? Pero ¡si te has corrido! ¿No era eso lo que querías?
Me mira con dureza. Se incorpora y recoge la parte de abajo del bikini.
—No. ¡Ya te he dicho lo que quiero! ¿Qué estás intentando? ¿Hacerte el
mártir?
—No, intento evitar que cometamos un grave error.
—¡No es un error! —Se pone en pie como un resorte y me sostiene la
mirada. El pecho se le agita arriba y abajo y pone los brazos en jarras. Está
medio desnuda. Parece una puñetera diosa iluminada por la luna. El
impulso de abrazarla y estrecharla entre mis brazos es tan fuerte que me
provoca temblores—. De acuerdo, sí, los anillos son falsos, pero ¿por qué
no crees que esto sea real?
Porque sé mejor que ella cómo funciona el mundo. Y no funciona así.
Las doctoras con un futuro prometedor no se casan con exadictos que no
tienen nada que ofrecerles.
No contesto. No puedo, porque sé que discutirá conmigo e intentará
convencerme de que esto puede funcionar. Además, si no me levanto y me
alejo de ella, ambos nos arrepentiremos.
Por eso, me bajo de la tumbona y trato de entrar en la cabaña hecho una
furia, pero ella me detiene. Me avergüenza la facilidad con la que lo
consigue. Basta con que pose su mano sobre mi brazo para que me detenga.
El tiempo se congela. No existe nada más. Soy suyo.
Me giro en su dirección, pero ella ya tiene la mirada puesta en mis
bermudas. Me baja un dedo por el abdomen, hasta la costura, y tira del
nudo. Me las desata y me toca la polla con cuidado. Cuando la libera está
tan dura por ella como siempre.
Entonces, se arrodilla.
Rodea mi polla con los dedos como si llevase haciéndolo toda la vida.
Me quedo atónito cuando veo que se la mete en la boca con expresión
hambrienta, hambrienta de mí. Su tacto me hace dar un respingo. Quiero
gruñir en protesta, pero me quedo en el intento y acabo gimiendo de deseo
con voz entrecortada. Quiero apartarla, pero soy incapaz.
Me ha atrapado.
Me ha atrapado desde el día en que la conocí.
Y ahora está debajo de mí, y me mira fijamente, deseándome como si
fuese un oasis en el desierto.
No puedo negarle mi cuerpo porque tampoco estoy dispuesto a
renunciar a ella. Iba a suceder tarde o temprano.
Puede que no sea el hombre de su vida, pero si esto es lo único a lo que
puedo aspirar, me vale. Me conformaré con ser el hombre con el que quiere
estar ahora.
Bajo la vista y contemplo cómo me acaricia el pene con la palma de la
mano, curiosa, como la gatita seductora que es. Recuerdo cómo suplicaba
que le diese mi polla y por poco me flaquean las rodillas. Me apoyo en la
pared mientras baja las manos por mis caderas y mis muslos.
—Es tan grande y está tan… despierta —me susurra fascinada. Mi
pequeña zorrita me tiene comiendo de su mano—. Luke, ¿quieres mi…?
Dios, eres guapísimo. Tengo muchas ganas de…
Entonces se calla y empieza a chupármela. Tantea con la lengua,
insegura. Echo la cabeza hacia atrás de forma involuntaria. Quiero ver esto,
quiero ver todo lo que puede hacer esta chica con la lengua, pero la
sensación de ella lamiéndome, saboreándome y tentando a mi polla va más
allá de mis fantasías más eróticas. La cojo de la nuca sin pensar y hundo
mis dedos en su pelo, completamente a merced de esta mujer.
—¿Lo estoy haciendo…? —pregunta de pronto con una voz angelical
—. ¿Así está bien?
¿Que si está bien? Joder. Si alguna vez ha habido una sensación mejor
en la faz de la Tierra, no sé cuál es. Pienso en el imbécil de su ex y en que
quien ríe último ríe mejor porque esto es la gloria y no sabe lo que se está
perdiendo.
—Sí, preciosa. Tienes una boca muy dulce. Dame más.
Envalentonada, me acerca a ella, se mete el glande en la boca y traza
círculos delicados y lentos. Se la mete entera en la boca y mi mente vuela.
Ni siquiera estoy seguro de en qué maldito planeta me encuentro. Ella
comienza a mover la cabeza sobre mi polla y encuentra un ritmo con el que
me hace follar su bonita boca. Ahora sus manos están en mi culo y me
empuja hacia el interior de su boca. Estoy temblando, a punto. Tan cerca
que parece que lo sabe.
Se la saca de la boca solo para repartir besos suaves y burlones
alrededor de mi miembro. Puta tentadora. Puta y bella tentadora que se
arrodilla ante mí, adorando mi polla. Cuando llega a la base, baja la cabeza
y se mete uno de mis huevos en la boca con lentitud.
Mi cuerpo se paraliza. Me tenso y dejo escapar un gemido que estoy
seguro de que se habrá oído en la otra punta de la isla.
—Hostia puta —gimo—. ¿Y decías que nunca lo habías hecho?
Ella deja de lamerme los huevos y asiente con la cabeza mientras nos
miramos a los ojos. A continuación, se la vuelve a meter en la boca por
completo. En este momento no puedo pensar con claridad. Creía que le iba
a enseñar yo a ella, pero es ella la que ha estado instruyéndome desde el
principio. Su lengua se mueve por las rugosidades de mi miembro, y se
mantiene ahí, sus labios firmes alrededor de la base de mi polla mientras me
quedo sin aire.
—Penny —le advierto con desesperación, porque estoy cerca, y sé que,
después de la tortura a la que me ha sometido, cuando empiece no podré
parar. La aparto, pero ella no se rinde. Se la mete más al fondo y succiona
mientras dejo escapar un gemido y me corro en su garganta. No puedo
evitarlo. No puedo detenerlo. Además, se vuelve más difícil cuando ella
gime con suavidad. Está tan concentrada que ni siquiera se inmuta cuando
me corro. Deja su boca a mi alrededor y traga con entusiasmo, lamiendo
hasta la última gota, sin soltarme hasta que termino y me hundo en ella sin
aliento.
La levanto en mis brazos, mi hermosa diosa, y la sostengo en la
tumbona con brazos temblorosos mientras la acuno tanto como ella me
acuna a mí. Todas mis palabras han huido. Todos mis pensamientos.
Lo único que sé es que lo ha conseguido.
Me ha enamorado.
Más allá de los Siete Lagos Sagrados
Nell

Sí, estoy nerviosa porque esto ya se acaba. Y nerviosa por los


próximos desafíos. Estamos muy cerca. Aun así, estoy intentando vivir el
momento y agradecer cada segundo que pasamos en el concurso. Es una
oportunidad única en la vida, y dudo que vuelva a experimentar algo así de
nuevo.

—Confesionario de Nell, día 14

Tenemos que presentarnos a las seis de la mañana en el registro. Esta


vez no se nos pegan las sábanas. Antes de salir de la cabaña, Luke me da un
beso que me deja sin aliento. Ahueca mi rostro posesivamente y despierta el
deseo en todo mi cuerpo.
—¿Preparada?
Asiento con la cabeza. Y aunque no lo estuviese, tenemos que ir. Hace
calor y hay humedad en el ambiente, incluso a primera hora de la mañana,
así que llevo el bikini, solo porque me lo compró Luke, y los únicos
pantalones cortos que me he traído. Él solo va con las bermudas. Por un
momento me pregunto si es posible que nos aislemos del mundo exterior y
nos quedemos aquí hibernando.
Pero tenemos una carrera que ganar. Estamos decididos.
El sol sale mientras llegamos a la plataforma y vemos a Will Wang y al
resto de parejas.
—¡Bienvenidos de nuevo! ¡Os traemos el Test Matrimonial Número
Cuatro! En este desafío descubriremos cuánto os habéis compenetrado en
estas dos últimas semanas. Os vais a poner espalda con espalda, mujeres a
un lado y hombres al otro, con auriculares para que no oigáis nada. Cuando
cuente tres, os enseñaremos dos palabras y tendréis que decir en voz alta
una u otra. Va a ser muy rápido, por lo que deberéis ser veloces. La pareja
que consiga más coincidencias al final de la ronda saldrá quince minutos
antes. Concursantes, a vuestros puestos.
Lanzo una mirada a Luke y él me guiña un ojo, como si esos quince
minutos no importasen lo más mínimo. Pero sí que importan. Somos los
últimos. Toda ayuda es poca si queremos ganar.
Ocupo mi sitio en la plataforma de madera y me coloco los auriculares.
Me arriesgo a mirar a Luke, que está haciendo lo mismo detrás de mí. Tomo
aire y me pongo de espaldas muy cerca de él, aunque sin tocarlo. Pero
entonces, siento cómo su mano me roza la cadera, me toca el codo y
desciende por mi muñeca. Entrelaza sus dedos con los míos y los aprieta.
Me derrito.
—¿Preparados? —pregunta Will Wang mientras levanta una mano—.
¡Listos! ¡Ya!
No bromeaban cuando decían que iría rápido. Apenas me da tiempo a
pensar antes de que salga otra pareja de palabras. ROMANCE SEXO, CON
LUZ A OSCURAS, DULCE SENSUAL, RÁPIDO LENTO, DURO /
SUAVE. Grito las respuestas de forma atropellada y se me entumecen los
labios. De pronto, la pantalla se queda en blanco y oímos a Will Wang por
los auriculares.
—¡Concursantes, quitaos los auriculares y venid a ver cómo lo habéis
hecho!
Le suelto la mano y me quito los auriculares. Cuando me doy la vuelta,
veo el marcador gigante. Ace y Marta solo han coincidido doce veces.
Natalie y Brad, dieciséis. Ivy y Cody, veintisiete.
¿Y Luke y yo? Cincuenta y seis veces. De sesenta.
Abro los ojos como platos cuando lo asimilo, pero en ese momento él
me abraza. Me abraza y me levanta del suelo, presionándome contra su
pecho desnudo de una manera que me hace desear que volvamos a la
cabaña. Entierra su rostro en mi cuello y dice:
—Esa es mi chica.
—¿Cómo es posible? —pregunto, estupefacta, mientras las otras parejas
comienzan a alinearse para la próxima etapa de la carrera—. ¿Acaso
tenemos telepatía?
Él se encoge de hombros. Ace y Marta salen primero, y les sigue el
resto de los equipos, pero ya no estamos tan atrás como cuando dejamos
Julian. Todavía tenemos una oportunidad. Como dice Will, cualquiera
podría ganar.
Unos minutos después de que Brad y Natalie se vayan, llega nuestro
turno. Entramos en la plataforma cogidos de la mano, y Will nos da la pista
y nos guiña un ojo.
—¿Es que os han juntado con pegamento? —dice al tiempo que señala
nuestras manos unidas.
A estas alturas ya hemos aprendido a ignorar sus comentarios, de modo
que me limito a abrir la pista y la leo.
—Tenemos que ir al punto más alto de la isla —le informo.
Luke observa el exuberante follaje verde que nos rodea. Hay muchas
colinas.
—Joder, ¿y eso dónde está?
—En Haleakala —digo, contenta de haberme tomado un minuto para
leer el folleto de la cabaña—. El volcán inactivo.
Levanta un pulgar en señal de agradecimiento, metemos nuestras cosas
en el Jeep Wrangler que hemos alquilado y ponemos rumbo al volcán.
Mientras ascendemos casi a la altura de las nubes, pasamos por prados
donde algunas vacas están pastando. Cuando por fin llegamos al
aparcamiento, vemos que Ivy y Cody salen de un Jeep. Espero que eso
signifique que los hemos alcanzado.
Nos bajamos y vamos al centro de bienvenida a toda prisa. Allí nos
indican que debemos seguir una ruta hacia el cráter. Nos precipitamos hacia
el paisaje árido y lunar, y más adelante vemos el puesto fronterizo, lo que
nos hace correr más rápido.
Me siento bien. Casi en forma. Como si tuviéramos posibilidades de
ganar. Ahora le puedo seguir el ritmo a Luke, o quizá él se esté adaptando al
mío. Sea como sea, formamos un buen equipo.
Llegamos al puesto fronterizo y vemos a Brad y Natalie allí. ¡Qué
emoción! Toma ya, les estamos dando alcance. Entonces, oigo que Brad
suelta una ristra de palabrotas. Se pone a dar patadas y a golpear el poste de
madera que tiene delante.
A medida que nos acercamos, me doy cuenta. Cuatro postes, uno por
equipo. Un pequeño armario de cristal contiene la pista, pero está cerrado
con un candado. Me acerco y lo levanto. Es una combinación de cinco
números.
—¿Qué crees que es? —le pregunto a Luke.
—Que me parta un rayo si lo sé—dice—. ¿Nos han dado una
combinación?
—¡No! —gruñe Brad, que se da un puñetazo en la mano—. Llevamos
aquí una hora probando todas las combinaciones que se nos ocurren.
Miro a mi alrededor y luego a la pista. Caigo enseguida.
Pongo un uno, un cero, un cero, un dos y un tres, y tiro del candado.
Se abre.
—Hostia puta —susurra Luke—. ¿Qué has hecho?
Cojo la pista y la abro bajo la atenta mirada de Brad y Natalie.
—La altura de la montaña —les digo—. El punto más alto de Maui.
—¡Ah! —exclama Natalie, y comienza a poner el número. Agarro la
mano de Luke y corremos al aparcamiento.
Saco la pista del sobre y la leo.
—Tenemos que ir a Hana. Cuando lleguemos al final del camino,
pasando los Siete Lagos Sagrados, recibiremos la siguiente pista.
—¿Los Siete Lagos Sagrados? Mierda.
Nos metemos en el Jeep descapotable y nos vamos. «Camino» no es una
buena definición para lo duro que es realmente. Resulta que el camino es un
sendero de tierra estrecho y sinuoso de un solo carril, con tráfico en ambas
direcciones… que, además, se encuentra al lado de un alto acantilado que
da al océano. Si coges las curvas demasiado rápido, es posible que te
choques con un autobús turístico que venga en sentido contrario. Y si lo
intentas esquivar, quizá choques con un acantilado o caigas treinta metros
en picado y te estampes contra las rocas de abajo. Así que el límite de
velocidad es de 8 km/h.
Luke va a sesenta, sus manos se aferran al volante y su cuerpo está
tenso, como si tuviese que demostrar algo.
—¡Mira! —digo al tiempo que señalo la ensenada—. Creo que esos son
Ivy y Cody.
Luke pisa el acelerador y esquiva una vaca extraviada por los pelos.
—Toma ya. Les vamos pisando los talones.
Me aferro a la manija de la puerta con la esperanza de que sea cierto y
que no nos matemos, porque esa sería una excelente manera de poner fin al
concurso.
Al fin, pasamos los Siete Lagos Sagrados, muy concurridos y turísticos,
pero el camino continúa y nos las arreglamos para alcanzar a Ivy y Cody.
Vamos a la zaga. Cuando bajamos, encontramos un letrero que nos indica
qué camino seguir. Solo contiene un montón de flechas que nos muestran
por dónde ir.
Una vez más, ambos equipos estamos a la par en el camino, la mayor
parte del cual es rocoso y empinado. Luke me echa una mano durante las
partes más difíciles, y no nos quedamos atrás.
Todos nos detenemos a contemplar maravillados un lago de aguas
cristalinas con tres preciosas cascadas estrechas. Cody señala la flecha.
Apunta a la cascada.
El miedo me atenaza el pecho.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —le pregunto a Luke—. Seguro que hay
una manera más fácil. No soy Spider-Man.
Se pasa las manos por la cabeza y frunce el ceño.
—Bah. Apuesto a que es más fácil de lo que parece. Vamos.
Nos adentramos en el lago de agua tibia, que se hace más y más
profundo, y me toca la barbilla antes de llegar a la cascada. Allí
descubrimos una cuerda que cuelga. Cody la agarra primero y se pone a
horcajadas mientras busca un punto de apoyo. Ivy le sigue.
Luke me pone una mano protectora en la parte inferior de la espalda por
debajo del agua.
—Ve tú primero. No dejaré que te caigas.
Lo miro preocupada, pero asiento. Me froto las manos y agarro la
cuerda. Trato de recordar dónde está poniendo los pies Ivy mientras me
impulso.
Los primeros metros no suponen ningún problema, pero, a medida que
ascendemos y el lago se hace cada vez más pequeño, mi miedo a las alturas
aparece. Los asideros están húmedos y se me resbalan las zapatillas. Más de
una vez dependo de la cuerda, y de Luke, para no caerme. Cumple su
promesa y siempre tiene una mano cerca para cogerme.
En un determinado momento subimos a un lado de las cataratas. Allí
tenemos que cruzar de perfil al otro lado del agua. Me detengo y veo cómo
Ivy llega al punto de apoyo con un salto. Se estira para darle la mano a
Cody, pero de pronto resbala. Intenta agarrar la cuerda, pero se le escapa y
cae. Luke se estira para cogerla, pero la mano de ella se le resbala.
Todos miramos boquiabiertos cómo cae al menos nueve metros, entre
gritos, y se estrella en el agua.
—¡Mierda! —grita Cody—. ¿Ivy?
Un minuto después, emerge a la superficie y nos saluda desde allí.
—¡Joder, qué daño! Ahora voy.
—Está bien —anuncia Luke, que suspira aliviado mientras continuamos
el resto del camino.
Cuando por fin llegamos, el camino termina de forma abrupta en un
acantilado. Allí vemos un letrero donde pone: «Bienvenidos, viajeros. ¡Dad
el salto de fe!» con una flecha gigante que apunta al acantilado.
Oh, no.
Luke se detiene al borde del acantilado.
—Son unos dieciocho metros y no se ve nada con los árboles, pero todo
va a salir bien.
Lo miro durante un buen rato. Intento acercarme para echar un vistazo,
pero el mero hecho de estirar el cuello para mirar me marea y me revuelve
el estómago.
—¿Es necesario? —Esa no es la promesa que esperaba—. ¿De verdad?
Él asiente y me da la mano.
—¿Confías en mí?
Asiento con la cabeza. Sí. Muchísimo.
—Pues venga.
Y, acto seguido, nos tiramos. Sin dudarlo. Cogidos de la mano, saltamos
del acantilado, y caemos al agua tibia y fresca del lago. Salimos a la
superficie en los brazos del otro, y no necesito aliento porque me besa, y
resulta que ese es todo el sustento que necesito.
Me coge de la mano, salimos tan rápido como podemos del lago y
vamos al próximo conjunto de pistas.
—Venga, fiera. Tenemos una carrera que ganar.
Luke

No sabíamos cuándo iba a terminar. Nos imaginábamos que pronto,


pero no teníamos ni idea de que sería así.

—Confesionario de Luke, día 14

Rasgo el sobre de la siguiente pista con los dientes y saco el papelito,


que nos indica que debemos volver a la isla. Mi voz pierde fuerza cuando
digo:
—Y escucha esto. «Dirigíos al acuario de Maui para poner fin a vuestra
aventura».
—¿Fin?
Abre los ojos como platos.
No sé qué esperaba. Sabía que no iba a durar para siempre porque nos
moriríamos, pero pensaba que tendríamos algo más de tiempo. Ahora
parece que todo está a punto de llegar a su fin de golpe y yo lo que quiero
es que continúe.
Quiero que sigamos adelante.
Subimos al Jeep. Los otros equipos todavía nos pisan los talones, y Ace
y Marta siguen delante de nosotros, por lo que no podemos retrasarnos
como me gustaría. Y hablar con ella. Hacer planes.
¿En qué coño estará pensando?
No dice nada mientras volvemos a la isla.
El silencio me mata.
Tenemos que hablar. Esto no puede terminar cuando las cámaras dejen
de grabarnos. En el Jeep estamos solos. Hay muchas cosas que necesito
decirle, y esta podría ser mi última oportunidad para hacerlo.
—Mira… —empiezo.
Al mismo tiempo ella dice:
—¿Sabes…?
Nos reímos.
—Perdona. Tú primero —digo.
—No. No era nada —musita con un hilo de voz. ¿En serio? ¿El
concurso está a punto de acabar y no va a decir nada? — Me parece
increíble que todo vaya a acabar ya.
—Ya ves. —Aprieto el volante y subo una marcha. No aguanto más—.
¿Qué vamos a hacer al final?
Ella parpadea, atónita.
—¿A qué te refieres?
—¿Qué les quieres decir a todos si ganamos?
Ella niega con la cabeza.
—Primero centrémonos en vencer a Ace y Marta. Luego ya veremos lo
que hacemos, ¿vale?
—No. Aunque no ganemos, ¿tú qué quieres hacer?
Arruga la nariz.
—¿Te refieres a… si quiero seguir casada contigo?
Dicho así parece que se me haya ido la puta olla como cuando le saqué
el tema en Atlanta. Por eso he guardado las distancias con ella todo este
tiempo y no me la he tirado pese a que me moría de ganas.
Es demasiado buena para mí. Se merece mucho más, coño.
—Solo me gustaría asegurarme de que estamos en la misma onda —
aclaro, con voz tensa—. Nada más.
—Mmm… —musita, y mira al frente—. No sé. ¿Qué quieres hacer tú?
Hostia puta, que se lo está pensando.
Me río.
—¿Qué pensaría la gente si quisiéramos seguir casados?
Ella se encoge de hombros.
—¿Cambiaría algo? Que les den por culo.
—Sí, que les den —digo—. Deberíamos hacerlo.
—Sí, estoy de acuerdo.
Hostia puta.
¿Acabamos de acordar lo que creo que acabamos de acordar?
De repente, un coche me viene de cara y lo esquivo. Penny se agarra a
la manija de la puerta. Me reincorporo en la carretera y me detengo a la
primera ocasión.
—Ven aquí —murmuro, y la paso por encima de la caja de cambios. La
beso con pasión. Trazo el contorno de sus labios, que siguen rojos e
hinchados por los miles de besos que le he dado estos días—. Es una locura.
Lo sabes, ¿verdad?
Ella asiente y suspira con total satisfacción al tiempo que entrelaza mi
mano con la suya y las levanta para contemplar los dos anillos de pega, uno
pequeño y otro grande, que se tocan por nuestras manos unidas.
—Luke…
—¿Sí?
Le acaricio el cuello con la nariz, perdido en su aroma y su tacto y la
abrumadora necesidad que tengo de estar a su lado. Estoy preparado para
ser su marido y convertirla en la esposa más feliz del planeta.
—Me encantaría ir de luna de miel contigo. Así que vamos a ganar esta
carrera.
Me río.
—Exacto.
La suelto y vuelvo a la carretera sin soltarle la mano. Por fin, llegamos
al acuario. A medida que descendemos la colina, lo vemos: hay una
pequeña multitud de espectadores. También hay cámaras y pancartas del
programa. Nos están esperando. Empiezan a animarnos cuando nos
metemos en el aparcamiento.
Es el final.
A medida que nos acercamos a la plataforma, veo a Ace y a Marta en un
cuadrado enorme. Al principio pienso que nos han ganado.
Pero luego me doy cuenta de que Marta le da órdenes a Ace como una
loca mientras él coloca unos bloques de colores en fila. Se detienen y
levantan las manos. Entonces, Will Wang corre hacia ellos y les dice:
—Lo siento, pero… ¡habéis vuelto a fallar!
Eso significa que aún no han ganado. Aparcamos en un extremo del
aparcamiento.
—¡Vamos! —le grito a Penny mientras salimos y nos abrimos paso
entre la multitud.
Will se acerca a nosotros y nos lleva a nuestro cuadrado. Veo los
bloques de colores, listos para que los alineemos.
—La tarea es sencilla, y es la última de la carrera —explica—. Colocad
estos bloques de cemento en el orden del color de las banderas que había en
los registros.
Mierda.
¿Había banderas en los registros?
Me paso las manos por el pelo y me agacho, convencido de que estamos
jodidos. ¿Quién coño se va a acordar de eso?
Pero Penny está examinando los bloques de colores en silencio y de
forma metódica. Le da golpecitos al verde.
—Luke, ¿me ayudas?
La miro durante un buen rato.
—Un momento. ¿Sabes ordenarlos?
Entonces recuerdo con quién estoy hablando. Con Penelope Carpenter,
quien, aparte de un millón de virtudes más, posee una mente de oro en esa
cabecita suya y una memoria prodigiosa.
Lo sabe todo. Todo.
Cuando cojo el verde y lo meto en el primer hueco, ella ya tiene el
morado en las manos. Se lo quito y lo introduzco en el segundo hueco.
Sigue con los demás, y va indicándome cuál coger sin esforzarse y sin tan
siquiera detenerse a pensar.
Cuando los he colocado todos, asiente.
—Ya está.
No hay duda al final de esa frase. Rebosa seguridad.
Lo sabe.
¡Esa es mi mujer, joder!
Línea de meta
Nell

Me lo he pasado genial. Ha sido, sin duda, la mejor experiencia de mi


vida. Lo siento. No me permite dar más información hasta que el episodio
final se retransmita en directo.

—Última entrevista de Nell, día 14

Ivy y Cody llegan justo cuando me aparto del rompecabezas y Luke y


yo levantamos las manos.
Will Wang se acerca a nosotros con el micrófono.
—Veamos si la brillante doctora y su semental están a la altura del
desafío.
Hace una pausa dramática, pero no necesito esperar para saber que lo he
hecho bien. Hasta ahora he sobrevivido a las demás pruebas, pero esto es lo
que se me da bien.
Echo un vistazo a Ace, que levanta un bloque y nos observa con
atención mientras Will revisa nuestro trabajo. Parece que el público
contiene la respiración.
—Damas y caballeros, les presento a los ganadores de la primera
temporada de Matrimonio por un millón de dólares… ¡Penelope Carpenter
y Luke Cross!
Sin poder evitarlo, me echo a llorar.
Se oyen vítores, pero no les presto atención. La gente agita pancartas
con nuestros nombres. Las cámaras nos enfocan. Con una fuerza
descomunal, Ace arroja un bloque a un coche y hace saltar la alarma.
¿Y mientras tanto?
Mientras tanto Luke se acerca a mí despacio. Envuelve mi cara con sus
manos grandes y cálidas, baja la cabeza y apoya su frente en la mía. Solo
me concentro en sentirlo; el deseo que siento por él me llega hasta las
mismas entrañas. No mediamos palabra. Creo que nos limitamos a respirar
el aroma del otro mientras el caos se desata a nuestro alrededor.
—Penny —susurra por fin sin la chulería que mostraba antes. Es como
si no se lo pudiese creer—. Lo hemos conseguido.
Me encanta que me llame Penny. Me encanta que su lado competitivo
no lo haya dominado nunca ni lo haya convertido en un imbécil integral
como a Ace. Me encanta que piense en mí antes que en el concurso. Pero,
por encima de todo, me encanta que vayamos a ser marido y mujer. Por
encima de todo, amo a Luke Cross y la idea de pasar el resto de mi vida con
él.
Supongo que eso no da audiencia, porque un segundo después, Will nos
separa y nos rodea con un brazo a cada uno.
—Se os ve muy a gusto así. ¡Y, por supuesto, todo el mundo está
deseando conocer vuestra respuesta! —exclama, y ya echo de menos el
contacto de Luke.
Además, la respuesta es sí.
Sí. Sí. Sí.
Acabemos con esto. Queremos que nuestro «y vivieron felices y
comieron perdices» empiece ya.
Miro más allá de Will y de su colorida camisa hawaiana, y veo a mi
marido, que me guiña un ojo. Parece tan impaciente como yo por lanzarse a
la aventura.
Ambos abrimos la boca. Estamos de acuerdo.
Entonces, Will continúa:
—Pero vamos a pediros que os reservéis la respuesta para la final. ¡Sí,
la final será en directo y se emitirá el 17 de diciembre desde Hollywood!
¡No se la pierdan!
No me gusta nada esa fecha. ¿17 de diciembre? He perdido la cuenta de
los días, pero sé que todavía falta mucho incluso para Acción de Gracias.
¿Se refiere a que tenemos que… esperar?
¿Cómo?
Luke se muestra tan confundido como yo mientras el resto del público
aplaude y las cámaras dejan de grabar. De pronto, todos empiezan a recoger
para marcharse.
—Eh, espera. ¿A qué cojones ha venido eso? —Luke mira a Will con
dureza—. ¿Y qué hacemos nosotros mientras?
Pero Will le ignora por completo.
—Enhorabuena a los dos —dice, y me da una leve palmadita en la
espalda desprovista de emoción—. Ahora vendrá alguien a explicároslo.
Algunos desconocidos se acercan a darnos la enhorabuena y la multitud
comienza a dispersarse. Luke me coge de la mano.
—No te preocupes, encontraremos una solución.
Justo en ese momento, aparece Eloise Barker.
—¡Hola, chicos! Felicidades.
—¿Entonces qué? —pregunta Luke—. ¿Qué significa eso de que no
vamos a revelar nuestra decisión hasta diciembre?
Ella asiente.
—Ya, es que el programa no empezará a emitirse en Estados Unidos
hasta este domingo. Hay diez episodios, lo que nos lleva al 17 de diciembre.
En el contrato se especifica, bombón. Pero tengo que confesarte que lo has
hecho muy bien. Ambos, en realidad. ¡Matrimonio por un millón de dólares
se perfila como el mayor éxito de la temporada!
Luke aprieta los dientes.
—Vale, pero…
Eloise lo mira, molesta.
—Cariño, ¿te has leído el contrato? Porque si no, puedo explicártelo.
Le habla como si fuese tonto. Como si solo fuese un cuerpo atractivo
sin cerebro, lo que me hace odiarla aún más. Aprieto los puños, pero soy
invisible para ella.
—La cláusula de confidencialidad está clara. Estáis obligados por
contrato a guardar silencio y a no revelar nada de información sobre el
concurso hasta después de la final, lo que significa que no se os puede ver
juntos ni podéis comunicaros de ninguna manera desde hoy hasta el 17 de
diciembre. ¿Entendido?
Tengo el corazón en un puño. No sé qué decir. Por suerte, Luke se me
adelanta.
—Y una mierda.
—Lo siento —lo chincha Eloise, que coloca una mano en sus
maravillosos bíceps, y esa es la gota que colma el vaso. Al instante la odio
como no he odiado nunca a nadie—. No me había dado cuenta de que no
estabas haciendo esto por dinero.
Trago saliva. Lo cojo del brazo con actitud posesiva y lo alejo de ella.
—No pasa nada —murmuro en un intento por sonreírle—. No es tanto
tiempo. Y no va a cambiar nada, ¿verdad?
Él asiente de forma distraída, todavía con la mirada clavada en Eloise y
el ceño fruncido. Consigue sonreír y estira la mano para tocarme, pero de
pronto Eloise vuelve a agarrarle del brazo y me mira con desdén.
—La cláusula se activa cuando acabemos de grabar fuera. O sea, ya. —
Lo aleja de mí poco a poco—. Venga, grandullón, no me obligues a acusarte
de violar el contrato.
No. No, así no.
—¿Quieres decir que ni siquiera puedo despedirme? —pregunta
mientras Eloise lo conduce a una limusina que lo está esperando—. Estás de
coña, ¿no?
Por lo visto no.
Lo llevan a la parte de atrás de la limusina, y él se da la vuelta para
hacerme un gesto de despedida con la mano. Hago lo propio y entonces la
puerta se cierra. Se ha ido. No puedo verlo a través de los cristales tintados.
17 de diciembre. De aquí a ese día pueden pasar muchas cosas.
Cojo mi bolsa y me dirijo al aparcamiento. Respondo a las felicitaciones
de la gente mientras trato de ignorar el enorme vacío que se está abriendo
en mi corazón y que crece cada vez más. Un miembro del personal me
recibe y me lleva en limusina al aeropuerto. Mantengo la esperanza de ver a
Luke por el camino, pero al parecer se han tomado en serio lo de
mantenernos separados, porque no hay rastro de él por ningún lado.
En el vuelo a Atlanta tengo al lado a una mujer que ocupa todo el
reposabrazos mientras duerme. No hay nadie con quien hablar, con quien
escuchar música o con un hombro ancho en el que dormir, por lo que el
viaje de vuelta se me hace eterno.
Cuando por fin llego a casa y el taxi me deja en mi piso, ya es más de
medianoche. Courtney no me espera, ya que no teníamos ni idea de cuándo
se nos permitiría volver a casa. Me dejé las llaves dentro, así que llamo al
timbre. Joe abre la puerta y me saluda sorprendido. Está medio dormido y
lleva unos bóxers arrugados.
Abre la puerta un poco más y Courtney también aparece.
—¡Madre mía, qué morena estás! ¡Ya no pareces un zombi!
Corre hacia mí y me abraza fuerte. De pronto me echo a llorar, y no es
por el comentario de los muertos vivientes. No sé cuál es el motivo. He
vivido una experiencia alucinante. Luke y yo hemos ganado el maldito
concurso. Además, hemos decidido seguir casados, por lo que debería estar
en una nube.
Pero no dejo de balbucear como una tonta. Estoy llorando tanto que voy
a llenarle la camiseta de mocos.
—¿Qué te pasa, cielo? ¿Has quedado última? ¿Has hecho el ridículo en
la televisión nacional? ¿Qué es?
Recuerdo que no lo saben porque el programa aún no se ha estrenado.
No puedo creer que, después de todo lo que hemos pasado, tenga que
sentarme a esperar y mantener la boca cerrada mientras tanto. Incluso con
mi mejor amiga.
—No puedo decirte nada —le digo entre lágrimas—. Lo pone en el
contrato.
Me rodea con un brazo y me lleva a la cocina. Le hace un gesto a Joe
para que ponga la tetera a hervir.
—Claro que puedes. Solo tienes que asegurarte de que las personas a las
que se lo cuentes no se van a ir de la lengua. Joe y yo guardaríamos el
secreto, lo sabes.
—Ah. Vale.
Me limpio la nariz.
Nos sentamos frente a la mesa de la cocina y miro a mi alrededor. Por
alguna razón todo parece más pequeño. Más frío. Como si ya no me
perteneciese.
—Estoy exhausta —le aseguro al tiempo que me enjugo las lágrimas de
los ojos y Joe me sirve una taza de té. Sumerjo la bolsita y suspiro—. Sé
que solo han sido un par de semanas, pero llevo meses pensando en cómo
será salir por la tele. Y ahora todo ha cambiado. Me he pasado todo el vuelo
intentando decidir qué va a pasar ahora. Y después.
—Bueno, pasará lo que tenga que pasar. Salir en la tele te resultará
extraño, pero luego todo se calmará—dice mientras Joe se sienta a su lado
—. Bueno, ¿qué? ¿Nos vas a decir en qué capítulo te han echado?
—Eso —añade Joe—. ¿Hasta dónde has llegado?
Pienso en ese último momento, cuando apartaron a Luke de mí, y se me
encoge el corazón.
—He ganado.
Courtney se inclina hacia delante y mira a Joe con una ceja enarcada.
—¿Perdón? Me ha parecido oír que ha ganado.
Joe asiente para confirmárselo.
—Eso ha dicho. —Me mira y niega con la cabeza—. Nos está
vacilando.
—¡Lo digo en serio!
Courtney se cruza de brazos.
—¡Vale! ¡No nos lo digas si no quieres! —dice con un puchero—. Pero
dinos al menos cuál era el bombazo. ¿Los ganadores tenían que casarse?
Niego con la cabeza. Me siento más confiada ahora, pues dudo que
crean lo que les voy a decir.
—Todos teníamos que casarnos. Me casé con Luke Cross. ¿Os acordáis
del chico que estaba detrás de nosotros en la cola? Pues ese.
Se le desencaja la mandíbula.
—¿El guarro ese que estaba buenísimo? ¡Madre del amor hermoso! —
Joe la mira dolido, pero ella le ignora—. Entonces ¿has tenido que
enfrentarte a desafíos con él y ese tipo de cosas?
Me llevo dos dedos al lugar donde estaba el anillo de plástico hasta que
me lo quitaron.
—Teníamos que hacerlo casi todo juntos.
Vuelve a abanicarse la cara con la mano.
—En serio, estoy deseando ver el programa contigo. ¿Y estaba bueno?
¿Era dulce? ¿Sexy? ¿Intimasteis? ¿Hacía que todos se desmayasen a su
paso? Por favor, dime que ha hecho que te olvides de Gerald.
Sí, sí, sí, sí, sí, y mil veces sí. Cuanto más pienso en él, más ganas tengo
de volver a estar con él. Y peor me siento. No puedo creer que tengamos
que esperar hasta el 17 de diciembre para vernos de nuevo. No estoy
acostumbrada a semejante crueldad…
Ya estoy llorando otra vez.
Me seco las lágrimas con el dorso de la mano y, de repente, ya no me
apetece té. Quiero irme a la cama, aunque estoy segura de que le voy a
echar de menos cuando duerma a partir de ahora. No quiero enfrentarme a
esto más tiempo. Quiero irme a dormir y ponerme un cartel en la frente que
diga «Despertadme cuando sea el 17 de diciembre».
—Creo que me voy a acostar ya —anuncio, y me pongo de pie—. Lo
siento.
Sé que Courtney espera más cotilleos. Cómo no. Esto es lo más
emocionante que me ha pasado en la vida, y en otras circunstancias se lo
contaría todo. Sin embargo, no me siento capaz. Ahora no. No cuando cada
historia iría ligada al recuerdo de Luke.
Por eso, subo a mi pequeño cuarto, a mi pequeña cama, y me meto
debajo de las sábanas. Sin él. Sin mi marido.

Luke

Ha estado guay. No me puedo quejar.

—Última entrevista de Luke, día 14

Eloise está sentada a mi lado con las piernas cruzadas para que vea lo
tonificados que tiene los muslos.
Pero lo único que puedo hacer yo es ver por la ventanilla cómo la chica
de mis sueños desaparece a lo lejos. Observa cómo se va la limusina, y
parece tan triste que necesito volver para abrazarla y llevarla conmigo.
Eloise chasquea los dedos delante de mí y me doy cuenta de que me ha
hecho una pregunta.
—¿Cómo te sientes tras ganar el concurso?
Asiento con la cabeza.
—Bien.
Me mira como si esperase un poco más de entusiasmo por mi parte.
—No sé qué pasará ahora —añado.
Sonríe de oreja a oreja y saca un par de cervezas de la nevera. Me
ofrece una.
—El cielo es el límite para ti, cariño. Te garantizo que los vídeos tuyos
que tenemos valen oro. ¿Qué quieres? ¿Grabar anuncios? ¿Ser modelo?
¿Quieres probar suerte como actor? En cuanto el mundo entero te vea no
podrán quitarte el ojo de encima. Y fui yo quien te descubrió.
Miro la cerveza y la dejo en el posavasos.
—Nada de eso me interesa.
Le da un sorbo a su cerveza.
—¿Me estás tomando el pelo? Tienes una oportunidad increíble. Dentro
de dos meses el país entero estará enamorado de Luke Cross.
Contemplo el azul del océano a través de la ventanilla y recuerdo que
ayer estaba surcando las olas con ella. Quizá hace dos semanas no me
hubiese importado alcanzar el estrellato. En cambio, ahora solo quiero que
una persona esté enamorada de mí.
—Y no te preocupes por el matrimonio. Lo anularemos de inmediato;
hay un pequeño vacío legal en la cláusula de coerción —me explica con una
sonrisa ladina—. Sé que os tiene que haber costado estar casados con
alguien con quien no tenéis nada en común. Pero sabíamos que nos daría
audiencia. La expectación es máxima. ¿Vas a ver el programa el domingo?
Frunzo el ceño y niego con la cabeza.
—Ay, ¿estás nervioso? No te preocupes: he tenido la última palabra en
la edición del metraje, y no es por echarme flores, pero creo que te he
dejado estupendo —dice al tiempo que se inclina y me da palmaditas en el
pecho. Deja la mano ahí más tiempo del necesario, me araña el abdomen y
me mira, expectante—. Podrías decir «gracias».
—Gracias —respondo de forma mecánica.
Sigue bajando la mano.
—O podrías demostrarme tu agradecimiento —propone ella.
La miro. Su mirada lobuna es inconfundible. Le cojo la mano y se la
aparto.
—No. No puedo.
Se recuesta, atónita.
—¿Que no puedes?
—Ya me has oído —gruño—. Estoy enamorado de Penny. Quiero
seguir casado con ella y ella conmigo.
Ella niega con la cabeza.
—Las cosas no funcionan así. Os emparejamos…
—Ya. Nos juntasteis para que nos llevásemos fatal y no quisiéramos
estar casados. Pensabais que os ibais a ahorrar la pasta, ¿no? Pero no
queremos anular el matrimonio. Es lo que íbamos a decir al final de la
carrera, y es lo que habríamos dicho si no os hubieseis sacado de la manga
este jueguecito para conseguir más audiencia. Queremos estar juntos. Y nos
estáis jodiendo la vida al hacernos esperar hasta el final.
—Creo que no estás pensando con claridad. Por supuesto que vais a
querer anular el matrimonio.
—No. No vamos a querer. Y tampoco vamos a cambiar de opinión en la
final.
Soy consciente de que me está mirando con la boca ligeramente abierta
mientras la limusina se detiene en el aeropuerto de Maui. Cojo mi bolsa y
salgo. Me da mi billete y dice:
—Qué pena.
No, no lo es.
Puede que me sienta como una mierda ahora mismo, pero no se debe a
que haya decidido estar con Penny, eso seguro. Es la única buena decisión
que he tomado.
Cojo el vuelo de inmediato y llego a Atlanta sobre las diez de la noche.
Como imagino que mi abuela ya estará durmiendo, le pido al taxista que me
deje en el bar de Tim, pues sé que encontraré a Jimmy justo donde lo dejé.
El bar se está llenando cuando entro por la puerta. Todos aplauden
sorprendidos, lo que me dibuja una sonrisa en la cara pese a que estoy
reventado. No he pegado ojo en el avión. Localizo detrás de la barra al tío
que contraté para que me sustituyese durante un tiempo, un pobre
desgraciado como yo que necesitaba todo el dinero que pudiese conseguir.
Avisto a Jimmy al fondo, en el reservado de la esquina que usa como
despacho. Ahora está con Lizzy, así que creo que ya no viene por necesidad,
sino por costumbre.
James se acerca cuando Flynn, mi mini yo, me sirve un chupito de
tequila, y me saluda:
—¿Cómo estás, cabrón? Te hemos echado de menos por aquí.
Me lo bebo de un trago, en un intento por mantener a raya cualquier
recuerdo de Penny en Boston, bailando pegada a mí, mirándome con cara
de no haber roto un plato mientras me lamía los dedos con esa lengua
prodigiosa que tiene. Dejo el vaso con un golpe y le hago un gesto a Flynn.
—Sí. Otro.
—¿Ha sido para tanto? —pregunta Jimmy con una amplia sonrisa, y
saca el taburete que hay a mi lado con los pies—. Nos estamos preparando
para verlo todos juntos el domingo. Va a ser el evento más importante que
se haya visto jamás en este barrio.
—Pues no contéis conmigo —digo, y me tomo el segundo chupito.
—¿Qué coño te han hecho? ¿Terapia de choque? Estás hecho mierda.
Bonito corte.
Me paso las manos por la cara y el pelo. Últimamente, mi barba es tan
poco frondosa como mi pelo y me pican los ojos por el cambio horario.
—Me voy a la cama. Mañana hablamos.
Siento que todos me miran mientras recorro el pasillo en dirección a las
escaleras y subo a mi casa. Cuando llego, tiro mis cosas al suelo y me
desplomo en el sofá. Miro la macha de humedad del techo.
Me entran náuseas al recordar cómo Eloise me tiraba de los pantalones.
Hace dos semanas, cuando la conocí, le habría dado lo que hubiese pedido
encantado. Pero llevo a Penny tan metida en la piel y en las venas que no
tengo ojos para otra mujer. No es cuestión de sexo ni de desfogarse ni nada
por el estilo. La necesito como el aire que respiro.
Y ni de coña voy a esperar hasta el 17 de diciembre para decírselo.
El mundo real
Nell

Me ha costado intentar guardar el secreto durante tanto tiempo. La


gente no dejaba de preguntarme. Me alegro de que por fin se haya
acabado.

—Última entrevista de Nell, 17 de diciembre

—¿Qué haces? —me pregunta Courtney mientras intento escribir mi


currículum frente al portátil—. Ven, está a punto de empezar.
—No —gimo. Se me revuelve el estómago del miedo—. Tengo que
terminar esto. Hay una vacante en el Departamento de inglés de la
Universidad Estatal de Georgia y creo que cumplo el perfil.
Cuando Joe entra, Courtney le dice:
—A por ella.
Y, entre ambos, me cogen y me tiran al sofá. Joe se sienta encima de mis
piernas y Courtney en mi barriga. Me muero.
—¡No! —gimo.
Coge un puñado de las palomitas que acaba de preparar y me lo tira a la
cara.
—Dijiste que lo verías.
Gimo.
—Vale. Pero levantaos si no queréis que muera aplastada.
La grabación finalizó hace una semana. Hoy se estrena el primer
episodio de Matrimonio por un millón de dólares, aunque Courtney ya es
superfán. Ha estado leyendo un montón de webs de noticias y ya se conoce
a todos los concursantes. Hasta se ha hecho una tabla con las posibilidades
que tienen de ganar. No dejo de repetirle que ganamos Luke y yo, pero es
muy cabezota, quizás porque todavía me ve como un bicho que agita las
patitas para no ahogarse.
Se quitan de encima justo cuando salen los créditos del principio. Me
tapo la cara con las manos y miro a través de mis dedos. Will Wang corre
por el pasillo de las instalaciones deportivas del Instituto de Tecnología de
Georgia mientras la cámara lo sigue, y empieza a presentar el programa.
Veo mi codo, y luego atisbo por un segundo a Luke.
—¡Aaaaah! ¡Qué bueno está! —chilla Courtney.
Justo lo que yo pienso.
Y ya he tenido suficiente.
No puedo ver esto.
Salto del sofá justo cuando me vibra el móvil. Es un mensaje, pero finjo
que es una llamada y exclamo:
—¡Tengo que cogerlo!
Así que me voy lo más rápido que puedo a otra habitación y dejo atrás
los vítores del falso público de Matrimonio por un millón de dólares. Ay,
madre. Es Gerald.

Gerald: Qué pasa, superestrella?

Suelto el móvil y suspiro. Ya no siento nada por él. Ni amor. Ni ira. No


es más que un insecto molesto para mí. Me planteo borrar el mensaje, pero
entonces tendría que ir al salón y ver cómo se desarrolla mi romance con
Luke al detalle.
No, gracias. Le escribo:

Yo: ¿Qué quieres?


Gerald: Es que hace mucho que no hablamos.

Suspiro. Hace un mes habría matado por saber si estaba pensando en


mí. Durante un tiempo me tuvo comiendo de su mano, y él lo sabía. Bastaba
con que dijera «salta» para que yo saltara. Pero ya no. Ni siquiera le guardo
rencor. Solo quiero que me deje en paz. Escribo:

Yo: No tengo nada que decirte.

Oigo que Courtney ahoga un grito y dice «¡¡no!!» en la otra habitación.


Y luego: «¡Cárgate a ese cabrón, Luke!». Me doy cuenta de que
probablemente se refiere a Ace, y que estarán retransmitiendo el momento
en el que explota el globo de Luke. Un instante más tarde, Gerald contesta:

Gerald: Estoy viendo el programa. Tienes buen aspecto, Nell.

Aprieto los puños. Está jugando al mismo juego de siempre, intentando


que caiga en sus redes. Estoy harta.

Yo: Que lo disfrutes. Tengo que irme.

Lanzo el móvil a la silla que tengo al lado y niego con la cabeza. No sé


por qué, pero sabía que me enviaría un mensaje. A lo mejor hasta fue el
motivo por el que me apunté al principio.
No, el motivo por el que me apunté fue para volver a verlo.
Pero en algún momento dejó de importarme. Y ahora me importa una
mierda.
Courtney vuelve a chillar y oigo que exclama: «¡Pensaba que tu dama
de honor iba a ser yo!». Conque ya va por ahí… Al rato me llega otro
mensaje:

Gerald: La madre que te parió. ¿En serio te has casado con ese tío?

Cojo el móvil y bloqueo el número.


Pero no antes de recibir otro mensaje. Me preparo para leerlo, pero me
doy cuenta de que no es de Gerald. Es de un número desconocido. Pone:
«Vooly voo coochie a le moi croissant?». Doy tal brinco que por poco toco
el techo.
No puede ser… ¿O sí?
Sí, claro que sí.
Me tiemblan los dedos mientras escribo:

Yo: ¿Me estás preguntando si quiero acostarme con tu bollo del


desayuno?

Un momento después:

Él: ¡¿Significa eso?! Joder, cómo me pones.

Sonrío de oreja a oreja. Courtney le está gritando algo a la tele, pero


toda mi atención está en el móvil.

Yo: Sabes que no puedes hablar conmigo.


Él: Por eso te estoy escribiendo desde el móvil de mi colega. He
tardado un rato en conseguir tu número.
Yo: ¿Cómo lo has hecho?
Él: Los delincuentes lo tenemos fácil. ¿Estás viendo el programa?
Yo: No soy capaz. ¿Tú sí?
Él: Buf, no. Pero nunca he visto el bar tan lleno. Estoy en la despensa
de atrás, haciendo «inventario».

Sonrío. Me gusta que estemos en el mismo barco, a pesar de que la


distancia nos separe. Aunque tampoco estamos tan lejos. Nunca me dijo
dónde estaba su bar, pero he visto el recorrido con el GPS y está a menos de
cinco kilómetros de mi casa. Sigo pensando que, si estábamos destinados a
estar juntos, es probable que nos hayamos encontrado en algún sitio antes.
A veces me planteo la posibilidad de intentar encontrarme con él «por
accidente», por ejemplo, yendo al bar y fingiendo que pasaba por el barrio.
Luego recuerdo que necesita el dinero y no quiero ponerle en un
compromiso.

Él: ¿Alguna vez has roto las reglas?

La idea me hace sonreír.

Yo: ¿En qué estás pensando?


Él: Te enviaré un mensaje cuando me pueda escapar. Buenas noches,
cariño. Que duermas bien.

Echo la cabeza atrás en la silla y doy un gritito de emoción solo de


pensar en romper las reglas con el buenorro de mi marido. Me tiembla todo
el cuerpo, tiembla por él, por la posibilidad de verlo antes de la final.
Salgo a ver a Courtney y Joe, que no apartan la vista de la pantalla.
Estoy que no quepo en mí. Ella no me mira, pero percibo recelo en su voz
cuando pregunta:
—¿Qué tal la «llamada»?
Yo sonrío de oreja a oreja. Ahora mismo, nada podría borrarme la
sonrisa de la cara. Nada. Ni siquiera…
Veo cómo nos atan para la misión del laberinto de maíz. Sin embargo, la
cámara no me enfoca a mí. Se centra en los bíceps protuberantes de Luke y
en su cara de concentración mientras nos ponemos en fila en la línea de
salida.
Ya no solo sonrío de oreja a oreja; estoy húmeda. Ansiosa. Delirante. De
hecho, tengo que llevarme las manos a los muslos para sujetarlos y que mis
rodillas dejen de temblar.
—Ay, madre —dice Courtney, que da botes en el sofá mientras estruja
un cojín con las dos manos y lo retuerce como una loca. No creo que vaya a
durar mucho—. No solo te casaste con don misterioso, guarro y sensual,
¿sino que cruzaste un laberinto de maíz entero atada así a él?
Asiento y esbozo esa sonrisa petulante que tanto detesta. Sonrío así cada
vez que me regodeo porque sé algo que los demás ignoran.
Porque lo cierto es que…
Aún no ha visto nada.

Luke

Sí, es duro. Es como estar en el limbo. Solo quiero que se acabe ya y


que todo salga a la luz.

—Última entrevista de Luke, 17 de diciembre


Vaya semana de mierda. Todo me recordaba a mi vida antes de Penny.
He intentado volver a ocuparme del bar, pero sentía que me obligaban a
quedarme quieto cuando debía moverme. Los días me parecían años. Me
estaba volviendo loco.
Los mensajes que he intercambiado con Penny han sido mi pilar. Me
transportaban a donde quería estar. Me recordaba lo que necesitaba y me
motivaban para seguir adelante.
Después de eso me marqué un objetivo. Sabía lo que tenía que hacer.
Sabía que podría soportar los próximos meses si la veía. Aunque fuese
una vez. Para hacerlo sin levantar sospechas ni violar el contrato, tenía que
conseguir dos cosas: primero, tenía que hablar con Lizzy, la novia de
Jimmy y, segundo, tenía que encontrar el momento y el lugar.
Lizzy me lo ha puesto muy fácil. Esa chica es un sol, y sabía que podría
confiar en ella para que me guardase el secreto. Cuando ha habido algo de
lo que yo no sabía nada, me ha enseñado fotos en su móvil para echarme
una mano y me ha ayudado a encontrar la mejor fuente. Incluso ha cerrado
el trato por mí y ha cumplido con lo prometido. Lo único que yo he tenido
que hacer ha sido tomar una decisión en función de lo que sé de Penny y
dar el número de mi tarjeta de crédito.
Encontrar el momento ya ha sido más difícil. Mi abuela sufrió un
derrame cerebral la noche después de mi vuelta y no sabíamos si iba a
sobrevivir. Al final se recuperó. Cuando entro en su habitación una mañana,
está sentada, esperándome. Parece que vuelve a ser la anciana dura de
siempre.
—¿Cómo te encuentras?
—Luke, llegas tarde —me reprende ella.
Me río.
—¿Tarde para qué?
La enfermera me sonríe.
—Quería hablar contigo del episodio de Matrimonio por un millón de
dólares de anoche. Creo que quiere cantarte las cuarenta.
—¡Todos queremos! —exclama mi abuela—. ¿Cómo pudiste hacerle
eso?
Arqueo una ceja. Así que todos los viejos se dedican a hablar de mi vida
amorosa. ¿Es eso?
—¿A quién?
—¡A tu mujer! ¿Qué haces retozando con esas frescas cuando esa mujer
tan guapa te está esperando en casa?
Me rasco un lado de la cara. Hay que ver lo exagerada que es. Hablé
con algunas mujeres de otros equipos para formar alianzas, pero eso fue
todo. El problema es que mi abuela siempre ha sido muy extremista.
—No sé de qué hablas.
Le ahueco las almohadas, pero me aparta de un codazo.
—Me gusta esa tal Penny. ¿Cuándo la conoceré? Me gustaría conocer a
mi nieta política. —Me da un manotazo—. ¿Por qué me la has estado
ocultando?
—Abuela, es… —Me siento en la silla que hay frente a ella con mi
gorra de los Braves en las manos—. A ver…
Miro a la enfermera, que me susurra:
—Hemos intentado explicárselo. No entiende que era parte del
programa.
Me inclino hacia delante. La abuela es una mujer tradicional; estuvo
sesenta años casada con mi abuelo.
—Sí. A ver… La gracia del programa es que cuando los concursantes
acaban la carrera pueden decidir si anulan su matrimonio o no.
No me entiende.
—¿Anularlo?
—Sí, me refiero a romperlo. Invalidarlo.
Abre los ojos como platos.
—Pero no lo has hecho, ¿verdad?
—Bueno…, no exactamente…
—¡Bien! Porque estás casado con ella. Tienes que sacar tu matrimonio
adelante. No puedes rendirte cuando las cosas se ponen difíciles. Esa chica
es buena para ti, Luke. Veo cómo la miras. Y cómo te mira ella a ti. Estáis
hechos el uno para el otro.
Me da palmaditas en la mano.
Mi abuela es la única persona aparte de Penny y yo que cree que
tenemos futuro.
Me hace un gesto para que me acerque. Me inclino más.
—Y no la cagues —me gruñe al oído.
La enfermera se echa a reír a carcajadas.
—No lo haré —le aseguro—. Te lo prometo.
La enfermera le da palmaditas a la abuela en el pie.
—Os dejo para que habléis —dice, y se va.
Cuando se marcha, miro a mi alrededor para asegurarme de que nos
hemos quedado solos. Entonces rebusco en mi bolsillo, saco la cajita y la
abro. Es la única joya que he comprado en mi vida, así que no soy un
entendido, pero me parece bonita. Y lo será aún más en su mano. No creo
que a Penny le vayan mucho las joyas, pero creo que esta le gustará.
—¿Crees que está bien?
La abuela la observa con detenimiento.
—Bueno, vas mejorando. ¡El primer anillo que le diste parecía el regalo
que te viene con los cereales!
—En realidad no… —Me callo. No tiene sentido explicarle que en
verdad no fui yo el que le dio el primer anillo. No lo entendería. Así que lo
guardo y exhalo.
—¿Por qué estás tan nervioso? Ya te ha dicho que sí.
«Pero no de verdad», pienso.
—Porque ella es demasiado buena para mí.
—Cielo —dice, y se inclina hacia mí para tocarme la mejilla—. Tu
abuelo me decía lo mismo hasta el día que murió. Con esa actitud vas a ser
un marido estupendo.
Encuentro a escondidas
Nell

Claro que no. No he contactado con nadie del programa en el periodo


intermedio entre la grabación y la final. Eran las reglas.

—Última entrevista de Nell, 17 de diciembre

Tres semanas.
Tres agónicas semanas.
Fue el tiempo que pasó antes de que recibiera otro mensaje de Luke.
Me estaba volviendo loca. Fui a la entrevista para el puesto de profesora
adjunta en el Departamento de inglés de la Universidad Estatal de Georgia,
pero no lo conseguí, por lo que seguía buscando trabajo. Sin embargo, el
estrés que me producía que mi deuda siguiese creciendo apenas hacía mella
en mí, pues sabía que el 17 de diciembre obtendríamos nuestra recompensa:
un millón de dólares. Mi mente estaba hecha un lío por el revuelo que el
programa estaba causando, y, como es evidente, por pensar en Luke.
Llevaba el móvil siempre conmigo, a la espera del mensaje. Se hizo de
rogar.
Para cuando me llegó, ya era noviembre.
No era dulce. Ni siquiera amable. Solo ponía: «20:00 h, domingo. Sal
de Atlanta por Carver Mill Road hasta la curva en forma de S, luego gira a
la derecha, métete a través de los árboles y sigue unos noventa metros».
Me quedé con la vista fija en el mensaje. ¿Y si no era suyo? Podría
haber sido de un asesino en serie que intentaba atraerme a un lugar aislado.
Pero miré la hora: las ocho de la tarde del domingo, hora a la que
retransmitían Matrimonio por un millón de dólares, y decidí que prefería
arriesgarme en vez de que me obligasen a ver el programa. De hecho, me
las he ingeniado de maravilla para no ver los episodios pese a la insistencia
de Courtney, que sigue intentando que me lo trague con ella. Se ha vuelto
aún más fan que antes, y no puede creer que siga en el concurso. Un
domingo me miró extrañada y me preguntó:
—No irás a ganar, ¿no?
Y me encogí de hombros.
Así que el domingo cojo prestado el coche de Nee y salgo de Atlanta.
No tengo ni idea de a dónde me dirijo, y el camino es espeluznante y
oscuro. Es otoño y las hojas caen mientras conduzco por la curva
zigzagueante. Efectivamente, hay un pequeño camino a la derecha. Es de
grava y está lleno de surcos. Conduzco con los ojos entornados por la luz de
los faros hasta que veo la parte trasera de una vieja camioneta de la marca
Ford.
Freno y apago el motor mientras rezo para que sea él, pero, por si acaso,
no salgo.
Entonces se abre la puerta y sale una figura enorme. Rodea la parte
trasera de la camioneta y se apoya ahí con los brazos cruzados.
Esos bíceps son inconfundibles. Es él.
Olvido quitarme el cinturón de la emoción y por poco me estrangula.
Me lo desabrocho, salgo del coche y corro a sus brazos. Me subo a él a
horcajadas. Me sujeta del culo y lo rodeo con las piernas. Me besa en el
pelo, en la cara, en la boca, y disfruto de su presencia, de su aroma, de su
cuerpo, de todo.
—Te he echado mucho de menos —digo, con la cara enterrada en su
cuello.
—Y yo a ti.
Nos quedamos abrazados un buen rato; me aprieta contra su cuerpo
cálido y no hablamos, pese a que he querido contarle un montón de cosas
desde que me fui. Es curioso, tras habernos separado, veía cosas que creía
que le gustarían o pensaba en qué decirle, pero ahora… No quiero hablar.
Solo quiero estar cerca de él.
Cuando me deja en el suelo tras lo que parece un siglo, miro a mi
alrededor.
—¿Dónde estamos?
Señala detrás de él.
—En la granja de mis padres. Su casa está ahí arriba. Pero nadie viene
aquí nunca. Antes venía aquí a colocarme.
—Ah.
Vale. Menos cháchara y más besos.
Me dispongo a besarle, pero él pregunta:
—¿Tienes que volver pronto?
Sacudo la cabeza con firmeza.
—No quiero volver nunca más.
—Bien, porque puede que te retenga. —Abre la puerta trasera de su
camioneta, se sube y extiende un saco de dormir. Me da la mano para
ayudarme a subir. Nos quitamos los zapatos y nos metemos juntos en el
saco, de lado, el uno frente al otro—. ¿Te suena?
—Recuerdo que la última vez que hicimos esto estábamos a diez
grados. Pero llevábamos mucha más ropa y estábamos mucho más cerca.
—Mmm… A ver qué podemos hacer —dice, y empieza a
desabrocharme los botones de la blusa. Me la quito. Nos ayudamos a
desnudarnos despacio, y cuando él me rodea con un brazo y me empuja al
calor de su cuerpo, siento que he muerto y he llegado al cielo—. Me gusta
estar contigo, doctora Carpenter.
—Llámame doctora Cross —le corrijo mientras acaricio su pecho—. Es
más que un honor para mí ser tu mujer. Así parece más real, como si ser
tuya fuese lo más acertado.
Me baja las manos por la espalda y me aprieta el culo.
—Cariño… Mi mujer… Eres muchas cosas —susurra—. Estoy tan
enamorado de ti que no sé qué hacer con mi vida. Sans toi, je ne suis rien.
Lo miro embelesada; mis poros rezuman amor por él.
—¿Dónde has aprendido eso?
Me observa con atención y me coloca un mechón detrás de la oreja.
—Dime que lo he dicho bien, porque llevo semanas practicando.
Sonrío.
—Sí. Yo tampoco soy nada sin ti.
—Me alegro. ¿Le has contado a alguien lo nuestro?
Asiento.
—A mi mejor amiga. Pero no me creyó.
Se ríe por lo bajo.
—Me cuesta creerlo hasta a mí. Por eso tenía que verte. Necesito saber
que no eres un sueño. —Me besa en la frente—. Dios, eres preciosa.
Pone una mano entre nosotros.
—Tócame ahí —murmuro—. Tócame por todas partes.
Me separa los muslos con las rodillas y abre mis piernas de par en par.
Estoy chorreando. Su mano se desliza entre mis piernas, me toca el clítoris,
y mete un dedo lento en mi interior, húmedo. Ahogo un grito cuando el
deseo se extiende por cada una de mis terminaciones nerviosas. Luke se
traga mi jadeo y gime cuando fundimos nuestros labios. Su dedo se desliza
lenta y rítmicamente dentro y fuera de mí y me hace gemir y retorcerme
bajo sus caricias. Su tacto sobre mi clítoris es amable, suave y persistente.
Traza círculos con tal seguridad que no puedo evitar mojarme. Siento un
anhelo en el estómago, un ansia dentro de mí que no se puede saciar. Me
muero por acercarme a él lo máximo posible.
Toco su polla. Su hermosa y perfecta polla.
—Te deseo. Te necesito. Por favor, Luke.
Espero que se resista, pero me responde con un gruñido masculino que
retumba contra mi pecho. Me besa con más ímpetu y después me da
pequeños besos mientras se echa hacia atrás y se coloca entre mis piernas.
Se toca los pantalones. Sé lo que está buscando. Lo cojo de la mano.
—Estoy protegida. Y quiero sentirte por completo. Fóllame.
—Joder, Penny. ¿Sabes cuántas veces he soñado con esto?
—Lo sé. —Lo beso en la frente—. Yo también. No he dejado de pensar
en ti ni un segundo desde que me fui de Maui.
Me apoyo sobre los codos y observo cómo se coge el miembro y me lo
coloca entre las piernas. Se detiene cuando está a punto de entrar en mí y
me mira a los ojos.
—¿Seguro que quieres hacerlo?
Asiento con la cabeza. Más que nada.
Me cubre con su cuerpo, y de repente siento cómo se desliza dentro de
mí, centímetro a centímetro, y me colma de forma lenta. Resulta tan
placentero y delicioso que esté dentro de mí, en el lugar correcto, que
parece que encaja en mi interior como la última pieza del rompecabezas.
Me hace temblar de arriba abajo.
—Joder, Penny —murmura con la voz entrecortada. Sus manos agarran
mis caderas, me clava los dedos—. Encajamos muy bien.
Y luego entra y sale, cadera con cadera. Es enorme, me estira y lo siento
dentro de mí, palpitando al ritmo de su pulso. Suspiro, temblorosa, y
saboreo la sensación de su piel caliente, que cubre la mía. Beso su mejilla,
salada por el sudor, y me pregunto qué me va a hacer a continuación para
volverme completamente loca.
—¿Así? —pregunta, inseguro y tímido, como si no fuese consciente de
lo increíble que es y que hasta la más mínima cosa me hace enamorarme
más y más de él.
—Me encanta. Me encanta tu polla. Estoy muy a gusto.
La presión aumenta cada vez más, voy a explotar. Antes de que eso
pase, deja de cogerme de las caderas y se retira. Siento la punta de su
miembro en mi entrada un segundo y, al momento, se hunde en mí despacio
y sin pausa.
No puedo evitarlo. Me arranca un chillido.
—¿Bien? —me pregunta con ojos penetrantes.
¿Cómo podría no estarlo? Se trata de mi marido y yo. Juntos. Haciendo
el amor. No puede haber nada mejor.
—Sí. Más. Más rápido.
Se desliza hacia fuera de nuevo, despacio, aunque esta vez sin pausa.
Acto seguido, me embiste con fuerza. La presión brota desde lo más
profundo de mi ser como un volcán a punto de entrar en erupción y
aumenta poco a poco. Sus músculos están tensos cuando se retira y me
embiste de nuevo, más fuerte, más rápido, más hondo, lo que alimenta mi
deseo porque se hunda en mí lo máximo posible.
Nunca me han follado así en mi vida. Me penetra tan a fondo que cada
poro de mi cuerpo se convierte en fuegos artificiales.
—Sí. Sí —grito—. Madre mía, Luke. Oh, Dios. No pares, no pares
nunca, nunca, por favor. No pares, Luke.
Estoy balbuceando.
—¿Te gusta que te lo haga duro? —pregunta con voz tensa.
Levanto las caderas de la cama improvisada y acojo sus embestidas a un
ritmo constante y acelerado. Estamos cubiertos de un sudor agradable, y la
fricción amenaza con prendernos fuego.
—Sí. Como tú quieras. Por favor, necesito sentirte —jadeo.
Un escalofrío de placer nace en la parte baja de mi vientre y amenaza
con llegar a cada centímetro de mi cuerpo. Ya no me siento cohibida. Deseo
su boca en mi piel, en todas partes. No quiero que deje de follarme nunca.
La presión de mi vientre me atraviesa con fuerza, y sé que se avecina algo
increíble.
Disminuye la velocidad de sus embestidas y mide el ritmo cuando entra
y sale, penetrándome más profundamente. Su pecho me roza los pezones,
que están duros, y de pronto doy un grito. Ha dado en el lugar correcto; el
placer es casi insoportable. Me estoy poniendo aún más cachonda y estoy
más cerca del orgasmo de lo que jamás creí posible. Le rodeo las piernas
con las caderas, y él se entierra en mí. Me lleva al cielo. Me aferro a su
cuerpo como si fuese lo único que me atase a la tierra.
Me estremezco con tal intensidad que se me escapa un grito primitivo y
le araño la espalda. Me corro. Muy fuerte. Tan fuerte que sigo gritando y
gimiendo su nombre una y otra vez, hasta que se me empieza a pasar el
estado de éxtasis. Este hombre me desgarra por dentro.
Al parecer, se ha estado conteniendo, porque en cuanto se me empieza a
pasar el efecto me la mete hasta el fondo y se queda ahí mientras noto cómo
se vacía en mí. Libera un largo gemido, amortiguado por mi pelo, y luego
susurra mi nombre una y otra vez.
—Penny —murmura mientras las contracciones disminuyen y me mira
a los ojos desde un estado de trance. Se desploma en mis brazos, sin
fuerzas, y lo abrazo mientras las estrellas, la luna y el mundo entero nos
iluminan, sonriendo por este momento tan perfecto.
No me cabe ninguna duda de que este hombre está hecho para mí.
Ya lo creo que sí.

Luke

Sí. Nos ha costado esperar hasta el 17 de diciembre. Pero aquí estamos.


Acabemos con esto de una vez.
—Última entrevista de Luke, 17 de diciembre

Más tarde, ella está acostada contra mi pecho, exhausta.


Mi preciosa mujer.
El sol empieza a asomar por el horizonte. Lo que parecía una hora han
sido diez.
Ojalá pudiese inmortalizar la sensación de su aliento en mi piel. El olor
de su champú y su excitación es fuerte en el aire matutino. Respiro hondo
con la intención de ahogarme en él. Contemplo sus pestañas, que se agitan,
las pecas que pueblan su nariz, sus labios rojos en carne viva, y quiero
conservar esas estampas para siempre.
Le acaricio la espalda y enredo mis piernas con las suyas. Abre los ojos
y alza la barbilla para mirarme.
—Buenos días.
Hay muchas cosas que aún quiero hacerle. Una y otra vez. Quiero
chuparla, lamerla, tocarla y probarla entera, hasta el último rincón. No me
cansaría nunca.
Pero se nos ha acabado el tiempo.
—Buenos días, preciosa. Tenemos que irnos ya.
Hace un mohín, pero sale del saco de dormir sin hacer ruido. Cogemos
la ropa de la parte trasera de la furgoneta y nos vestimos despacio, como si
así fuésemos a alargar nuestro tiempo juntos.
La contemplo mientras se pone los zapatos en la puerta trasera y, por un
momento, me la imagino vestida de blanco en dirección al altar.
Inhalo y exhalo. El vaho sale de mi boca, pues el aire es gélido.
—El día que empezó el programa dijiste que querías una boda de
verdad, con su vestido, su tarta y sus alianzas.
Sonríe.
—Sí. Pero no pasa nada. No cambiaría nada.
Entonces, meto la mano en el bolsillo de mis vaqueros, hinco la rodilla
ante ella y abro la pequeña caja de terciopelo.
—Pero yo sí.
Ahoga un grito.
—Luke, ¿cómo…?
—Necesitas un anillo de compromiso de verdad. Una boda. Un vestido.
Una luna de miel. Necesitas todo eso. Y te lo voy a dar en cuanto todo esto
termine y consigamos el dinero. Te lo prometo. A partir de ahora solo viviré
para hacerte feliz. Nada más.
—Ya soy muy feliz —susurra—. La respuesta es sí. Por supuesto. Para
siempre.
Baja de la puerta trasera, se lanza a mis brazos con cuidado y me besa.
—¿No quieres probártelo? —pregunto.
Lo vuelve a mirar.
—No hacía falta un anillo. Es bonito. ¿Lo has elegido tú?
—Con un poco de ayuda —confieso. Lo saco de la cajita y se lo pongo
en el dedo.
Lo agita un poco y lo admira. Después, pasa las manos alrededor de mi
cuello y me besa.
—Gracias. Es perfecto. Hace que lo nuestro parezca real. Me muero de
ganas de llevarlo puesto siempre.
Le doy un beso de despedida. Se mete en su coche y veo a través del
parabrisas cómo me hace un gesto con la mano. El diamante reluce mientras
sale marcha atrás y desaparece.
Va a tener que quitárselo. Al menos por ahora.
Seis semanas más. Seis semanas más. Seis semanas más.
Ya me siento más preparado para soportarlo. Para sobrevivir.
Pero aun así estaré de los nervios. Me muero de ganas de que pueda
llevar el anillo sin pensar en quitárselo.
Me muero de ganas de que el mundo entero sepa que es mía.
Final
Nell

Sí. Por fin puedo decirlo en voz alta. Luke y yo hemos ganado la
primera temporada de Matrimonio por un millón de dólares. Me parecía
imposible cuando empezamos. Pero al final hemos formado un buen
equipo.

—Última entrevista de Nell, 17 de diciembre

17 de diciembre

Por fin ha llegado el momento.


Llevo dos horas en un camerino de la parte de atrás del estudio con los
demás concursantes, esperando a que nos llamen. Ahora mismo el público
del estudio está disfrutando de la primera de las dos horas que dura la final:
el episodio en Maui.
Luke también está aquí, saludando a sus colegas del concurso y
hablando con casi todo el mundo.
Excepto… conmigo.
Porque, aunque la mayoría de los concursantes saben que Luke y yo
ganamos, nadie, ni los productores ni los concursantes, conocen cuál será
nuestra respuesta. Al llegar me dijeron que no hiciese obvia nuestra
decisión.
Sin embargo, no deja de mirarme. La intensidad de sus ojos eleva la
temperatura de mi cuerpo; esa fijeza, esa actitud posesiva. Y yo he vuelto a
ser la mosquita muerta de siempre y me he hecho amiga de los aperitivos.
Estoy nerviosa y llena de energía, pero, sobre todo, soy incapaz de quitarle
el ojo de encima. Lleva puesto un traje.
Lleva. Un. Traje.
Viste como alguien que dispone de un millón de dólares.
Mi marido está como un tren. Se me cae la baba.
Estoy sentada en una esquina del sofá cuando alguien me tira de la
manga. Levanto la vista y veo a Shveta.
—Enhorabuena —dice, y me da un abrazo—. Se rumorea que has
ganado. ¿Quién lo iba a decir?
Sonrío.
—Sí, gracias. Madre mía, qué nerviosa estoy.
—Y yo. Aunque tú tienes más motivos. Todas las cámaras os van a estar
enfocando a ti y a Luke.
Sí, supongo. Se me revuelve el estómago de pensarlo. Pero entonces
miro a Luke y… me tranquilizo al instante. Se le dibuja una sonrisa en los
labios. Ojalá pudiese inmortalizar cómo me hace sentir. La emoción se
apodera de todo mi cuerpo. En menos de una hora podré ponerme el anillo
que llevo en el bolso sin tener que quitármelo nunca más. Podré besar y
abrazar a mi marido sin necesidad de que volvamos a escondernos.
Podré ser la esposa de Luke Cross. Su mujer. Para siempre.
A las nueve menos cinco nos colocan en fila para que salgamos. Las
mariposas que revolotean en mi estómago se convierten en murciélagos a
medida que cada concursante es emparejado con su «cónyuge» en el orden
en que fueron eliminados. Por fin, me ponen con Luke y nos colocan al
final. Levanto la vista y él me coge de la mano, que está húmeda y no deja
de temblar.
—Me alegro de verte aquí, Penny —Su tono es delicado como el
chocolate fundido, y muy relajado.
Me río. Quiero decirle muchísimas cosas.
Pero entonces se oyen los vítores del público y los productores nos
hacen un gesto para que salgamos.
Así que seguimos las instrucciones.
El plató está repleto de periodistas y las cámaras nos apuntan. Se
disparan los flashes, y mi futuro pasa ante mis ojos a la misma velocidad.
Todo depende de lo que ocurra en la próxima hora. Podríamos
responder en un segundo, pero ahora no. Sé que el presentador se va a
enrollar hasta la saciedad. Un resumen con los momentos más
conmovedores de la temporada, entrevistas a los concursantes, actuaciones
de «invitados famosos especiales» que también son fans del programa.
Cada detalle está pensado para crear emoción hasta que llegue la hora
de la verdad.
La gente de plató, los trece millones de espectadores que nos ven en sus
casas, todos esperan en vilo la respuesta a una única pregunta.
¿Sí… o no?
Ojalá pudiéramos responder y acabar de una vez.
Luke está muy cerca, pero también podría estar a millones de
kilómetros. Con los dedos entrelazados saluda a la multitud que corea
nuestros nombres. No le sudan las palmas de las manos. Echo un vistazo a
sus facciones marcadas y a su sonrisa relajada y se me hace un nudo en la
garganta.
No me extraña que todo el mundo esté enamorado de él y que haya sido
el favorito de los fans desde la primera semana.
Ya está. Es el final. O quizá…
Lo miro y le digo:
—Luke… No…
Niega con la cabeza con gran disimulo.
—No pasa nada —murmura mientras me acaricia la palma de la mano
con los dedos—. Respira, Penny. Respira.
Eso hago. Pero aire no es lo único que necesito ahora mismo para
recomponerme.
Hemos pasado por muchas cosas, más de lo que la mayoría de las
parejas vivirán en toda su vida.
Y ahora estamos a punto de tomar la decisión que determinará nuestro
futuro.
A medida que nos acercamos al escenario, empiezo a oír cómo al
presentador anuncia los nombres completos de los concursantes eliminados.
Entonces nos enfocan a nosotros.
—¡Recibamos a los ganadores de Matrimonio por un millón de dólares:
Penelope Carpenter y Luke Cross!
El señor y la señora Cross.
La multitud estalla en aplausos y vítores. Luke me aprieta la mano y me
lleva al centro del plató mientras saluda a sus fans. Veo carteles por todas
partes con su nombre. Los llevan chicas guapísimas que probablemente se
lo han estado comiendo con los ojos desde el primer día. Y con razón. Doy
un traspié cuando el aplauso empieza a desvanecerse, pero Luke no me
suelta. Me acompaña todo el camino hasta el sillón que hay delante de los
demás concursantes. Me deja en mi sitio y me ayuda a ponerme el micro.
—Relájate, preciosa, nos adoran —me susurra, y acto seguido se sienta
a mi lado.
Lo veo un momento en el monitor. Madre mía, qué guapo está. ¿Y
quién es el fantasma pálido y raro con gafas y pecas que tiene al lado?
Ah, sí. Soy yo.
Observo al público. Muchas chicas llevan pancartas y las agitan. No
importa dónde mire, solo veo «LUKE», «LUKE», «LUKE». Lo aman, eso
está claro.
El aplauso cesa y se hace tal silencio que oigo los latidos de mi corazón.
Will Wang se dirige al frente del plató a grandes zancadas y dice:
—Bueno, bueno, bueno, estoy seguro de que hay muchas preguntas para
nuestros concursantes, pero primero quiero hablar con la pareja ganadora.
¿Cómo estáis?
Luke me mira y yo le hago un gesto con la cabeza para que conteste él,
pues no me responden las cuerdas vocales. Me aprieta la mano.
—De lujo.
La multitud jalea como si acabase de descubrir una cura para el cáncer.
Las mujeres silban. El cariño que sienten todos por él resulta abrumador.
Bueno, todos menos Ace, que está en la fila de atrás. Las cámaras lo
enfocan un momento para mostrar su cara de pocos amigos.
Sonrío. Creo que Luke también se ha dado cuenta, porque me aprieta la
mano. Le devuelvo el apretón.
—La gente está deseando saber cómo lograsteis superar las dificultades,
porque hubo un tiempo en que parecía que estabais más fuera que dentro.
—Cierto —coincide Luke—. Casi siempre íbamos los últimos, pero le
pusimos remedio. Hay rivales muy buenos en este plató. Cualquiera podría
haber ganado. Al final creo que ganamos por pura suerte.
La gente aplaude por cortesía. Así es Luke, siempre tan diplomático.
—Me gustaría añadir una cosa —dice una voz detrás de nosotros. Creo
que es Cody—. Luke no solo ha sido un concursante excelente, sino que
siempre ha intentado ayudarnos a todos. Es competitivo, sí, pero cuando
alguien ha estado en apuros, se ha ocupado de esa persona primero. El
dinero no podría haber acabado en mejores manos.
Aplauden más fuerte. Tanto los concursantes como el público asienten
en señal de aprobación. Parecen incluso contentos de haber perdido contra
él. Haber perdido el dinero no les fastidia tanto porque se alegran de que se
lo haya llevado él y no Ace. Estoy de acuerdo.
Totalmente de acuerdo.
Pero ¿acaso han olvidado que yo también estaba en su equipo?
«No pasa nada», me digo a mí misma. Estoy acostumbrada a ser
invisible y pasar desapercibida. En cambio, Luke siempre llama la atención.
Es su manera de ser.
—¡Por supuesto, también hubo muchas peleas durante el viaje! —dice
Will Wang—. Mirad esto.
Las pantallas de plató se iluminan con un montaje de parejas que se
gritan entre ellas durante varios desafíos. Y entonces salimos nosotros en
Colorado, delante de la puerta cerrada con candado, mientras tratábamos de
encontrar la llave. Es la parte en la que exploto y, con ojos furiosos, le digo
a Luke: «¡Quizá sea porque me llamo Nell!». La gente se ríe. Pero ¿y lo que
pasó un segundo antes, cuando él me estaba gritando a mí?
Entonces cortan la escena y la siguiente muestra el momento en que
digo: «No me importa lo que haga o deje de hacer. No es mi problema. Yo
lo que quiero es ganar». Luke está al fondo; se le ve dolido por mi
respuesta. No me gusta verlo tan afectado. En su momento no me di cuenta,
pero… Ni siquiera recuerdo cuándo sucedió eso.
Oigo que alguien del público dice:
—Menuda zorra.
Trago saliva.
Las personas que animan desde el público están de parte de Luke.
Pero la pregunta es: ¿hay alguien de mi lado?
El montaje llega a su fin y todos aplauden. Me sudan tanto las palmas
de las manos que tengo que soltar la de Luke. Veo mi imagen en el monitor
y me doy cuenta de que me brilla la frente por el sudor. Parezco aterrada.
Luke se inclina hacia delante y me pregunta si estoy bien.
Asiento con la cabeza.
¿Seguro?
—Pero el odio no ha sido lo único en Matrimonio por un millón de
dólares. También se respiraba mucho amor—continúa Will, que señala la
pantalla.
Entonces, comienzan a retransmitir otro montaje, este de abrazos entre
las parejas durante varias victorias. Cuando Ace y Marta aparecen liándose,
la mitad del público exclama de alegría y la otra abuchea. Está claro que
son la típica pareja que a la gente le encanta odiar.
Entonces, para mi sorpresa, ponen mi primer beso con Luke. Fue
después de tirarnos en tirolina en Colorado. Lo retransmiten en las doce
pantallas de plató, en grande y desde todos los ángulos posibles.
El corazón me da un vuelco.
¿La reacción del público? Aunque algunas personas animan, predomina
un abucheo muy largo y ruidoso por parte de las mujeres. Al fondo, una de
ellas exclama:
—¡No es lo bastante buena para ti, Luke!
Y otra dice:
—¡Vente conmigo!
Me pongo tensa.
Entonces veo a Luke en un monitor. Está sonriendo, como si lo halagase
recibir tantas atenciones. Parece que no se da cuenta de cómo me está
afectando a mí.
Ahora sí que voy a vomitar.
Por suerte el montaje acaba. Me pregunto cuánto puede empeorar esto.
—Pero conozcamos un poco más a la pareja de moda. Ella es doctora y
viene de Atlanta: ¡Penelope Carpenter!
Ay, madre.
Retransmiten un vídeo sobre mí. Intercalan las entrevistas que he hecho
con información de mi vida. También aparece el momento en el que me caí
de culo durante la pista de confianza de los marines, la escena en la que
traté de construir el iglú llena de mocos y el instante en el que estaba muerta
de miedo con la tirolina. Todo muy favorecedor. Luego aparecen algunos
concursantes que hablan de mí. La mayoría piensan que soy una engreída,
una estirada o que no tengo ni la más mínima posibilidad.
Cuando acaba el vídeo, la gente aplaude por cortesía. Me estremezco.
Desde luego, me han hecho quedar como la bruja mala de la película.
—Y ahora conozcamos más a fondo al rompecorazones de Estados
Unidos, el hombre que está volviendo locas a las mujeres de todo el país…
¡Luke Cross!
Su vídeo casi hace que me vuelva a enamorar de él. Reproducen escenas
en las que monta a caballo como un príncipe, se mete en el agua sin
camiseta o le da a Shveta su globo. Entre las tomas hay entrevistas con
varios concursantes. Todos lo consideran el favorito. Entonces, aparece Ivy,
que sonríe y se abanica la cara con la mano. «No me digáis que no está
bueno», dice con una sonrisa de oreja a oreja.
Y, tras Ivy, unas diez concursantes más dicen lo mismo. Que si está
buenísimo. Que si está cañón. Que si no me importaría compartir habitación
con él o que me pidiese matrimonio…
Luego hay un video en el cual está abrazando a otras chicas, y otro de
unas mujeres que lo abordan en el aparcamiento.
El siguiente vídeo se grabó de noche y tiene una textura granulosa.
Reconozco la figura de Luke mientras camina entre dos edificios al lado de
una rubia… ¿Charity? Oigo que dice algo como «sé de un sitio en el que
podríamos estar solos» mientras lo toca y lo acaricia.
Él no se aparta de la guapísima modelo.
Se oye una voz en off que reconozco porque es la voz chillona de
Charity.
—Ya lo creo —susurra con actitud cómplice—. Luke y yo tuvimos un
romance secreto cuando no nos grababan. Es el semental que la gente cree
que es.
No puedo apartar la vista de la pantalla. Noto que Luke se remueve
incómodo. Las náuseas me queman la garganta. El montaje llega a su fin y
Will Wang hace una pausa para la publicidad.
Luke me coge la mano.
—Oye. ¿Estás bien?
Ni siquiera soy capaz de mirarlo.
Se levanta y se planta justo delante de mi asiento para protegerme del
público.
—Eh, Penny. Mírame. Sabes que no es cierto, ¿verdad?
Lo miro. Quiero creer que no lo es. Sé lo que me dijo aquella noche.
Que me quería. Que no era nada sin mí. Quiero creer eso.
Pero cuanto más me veo según me percibe la cámara, más convencida
estoy de que no soy suficiente para él.
No obstante, no tiene ningún motivo para mentir. Ni uno solo.
A no ser que quiera quedarse con el medio millón. Si decidimos anular
el matrimonio solo recibiremos la mitad del premio. Pero si decidimos
seguir casados…
No. Él no haría eso.
¿O sí?
Es absurdo; casi tanto como que hayamos quedado primeros.
Niego con la cabeza, pero no porque no crea lo que dicen. Es porque
necesito alejarme. De él. De todo el mundo. Ahora mismo no puedo tomar
una decisión. Necesito más tiempo. Tengo un anillo en el bolso que me
recuerda que soy suya. Pero ¿lo soy de verdad?
—¡Ya estamos de vuelta! —anuncia Will Wang mientras cruza el plató a
grandes zancadas—. Antes de formularles a Luke y Penny la pregunta del
millón, me gustaría darles algunos datos. Seguro que han oído eso de que
los opuestos se atraen. Sin embargo, en el mundo real solemos buscar a
alguien parecido a nosotros. Este experimento lo demuestra. Después de
que nuestras parejas fuesen eliminadas, les dimos la oportunidad de seguir
juntas por una bonificación en efectivo, y las ocho parejas decidieron anular
el matrimonio. Incluso Ace y Marta decidieron romper tras la grabación a
pesar de que parecía que se habían enamorado a primera vista. Lo que
demuestra que… los opuestos se atraen, pero ¡claramente no se enamoran!
«Los opuestos no se enamoran. Los opuestos no se enamoran…».
—¡Muy bien! ¡Y ahora el momento que todos estaban esperando!
Percibo que me enfocan. De repente, me sube la temperatura. Me siento
confusa. No puedo respirar. No puedo pensar.
¡Penelope Carpenter y Luke Cross! ¿Qué decidís? ¿Sí o no?
Se hace un silencio tan grande que juraría que todos pueden escuchar
cómo me late el corazón. Will Wang acerca el micrófono a nuestro rostro.
La gente se mueve hacia el borde del asiento. Es como si el tiempo se
hubiese detenido; el mundo se para. Miro a Luke, el hombre del que estoy
perdidamente enamorada, y me observa con tal fijeza que el corazón me da
un vuelco. Abro la boca al mismo tiempo que él.
Sé lo que va a decir.
Así que me adelanto.
Y me oigo decir:
—No.
Acto seguido me pongo de pie, me quito el micrófono del cuello y salgo
a toda prisa.

Luke

Una puta mentira, así de claro. Las cosas no pasaron tal y como se vio
en la tele. Se inventaron una historia y eligieron las imágenes que más les
convenían para contarla. Nos han jodido la vida solo por la audiencia.

—Entrevista con Luke Cross para TV Buzz Daily después de la final

Me levanto de un salto para salir corriendo detrás de Penny, pero olvido


el micro que me ata a la silla. Para cuando me lo quito ya se ha ido. La
cámara capta mi cara de rabia.
—Oooooh —dice Will Wang—. ¡Parece que Luke no esperaba esa
respuesta!
La rabia me nubla la vista.
—Vete a la mierda —le espeto, y salgo echo una furia.
La primera persona que me encuentro es Eloise Barker, que extiende las
manos hacia mí para tranquilizarme.
—¡Tú! —gruño mientras la señalo con el dedo—. ¡Esto es culpa tuya!
¿A qué coño ha venido eso? ¿Qué coño le has hecho a Penny?
Me sonríe con suficiencia.
—Luke, cielo, no tengo ni idea de a qué te refieres. Lo que has visto es
lo que pasó en realidad. Sin embargo, lo que crees que tienes con Penny es
una fantasía.
¿Qué coño está diciendo?
—¿Por qué lo…?
—Porque —me interrumpe como si nada— el mundo te ama. Pero
quiere que estés soltero.
Me paso las manos por el pelo.
—¡¿Qué gilipollez es esa?! Querías ahorrarle al estudio medio millón de
dólares. Es eso, ¿no? Me la suda el dinero. Quédatelo. La amo y quiero
seguir casado con ella.
Niega con la cabeza.
—Pues por lo visto ella no. Lo siento, Luke. Te ha dado una respuesta, y
es definitiva. Además, ya ha firmado el papel. —Me lo enseña; tiene la
firma de Penny—. Anularemos vuestro matrimonio.
No. Esto es una pesadilla. Lo tenía todo planeado. Después de la final
en directo, cuando nos tirasen el confeti, iba a abrazarla y besarla delante de
todo el mundo. Y no iba a soltarla jamás. Había reservado una habitación a
nuestro nombre. Prácticamente se me caía la baba al imaginar que la
llevaría a la habitación y me hundiría en ella, el lugar donde debo estar.
En cambio, el público aplaude y no hay confeti. Suena música de fondo.
Los demás concursantes abandonan el plató en fila; no me miran con pena
sino con miedo, como si fuese una bomba de relojería a punto de estallar.
Pues no se equivocan.
Charity está bajando las escaleras cuando la arrincono. Parpadea como
un cervatillo asustado.
—¿A qué coño ha venido eso?
Me dedica una mirada llena de repugnancia.
—No he dicho nada que no estuvieses pensando. Me deseabas desde el
principio. Era obvio.
Alzo los puños, que me tiemblan de lo enfadado que estoy.
—¡¿Cómo?! ¡Pero si nunca te he tocado!
Me aparto de ella. La puta corbata no me deja respirar. Tengo ganas de
liarme a hostias, de pegarle a algo, de pegarle a alguien, pero todos
mantienen la distancia conmigo. Me arranco la corbata y corro a la parte de
atrás del plató.
La llamo, pero no encuentro a mi mujer por ningún lado.
Se ha ido, joder.
Y ya no es mi mujer.
Seguir adelante
Nell

TV Buzz Daily ha intentado ponerse en contacto con Penelope


Carpenter en numerosas ocasiones para conocer su opinión acerca de la
impactante final de Matrimonio por un millón de dólares, pero no ha sido
posible localizarla.

Es Nochebuena.
Ha pasado una semana desde la final y el mundo exterior es más que
nunca un campo de minas.
Estoy a oscuras en mi cuarto con el portátil. Es mi fortaleza. Me he
pasado casi toda la semana en la cama. Las sábanas están sucias porque
llevo tiempo sin ducharme. No como. Ni siquiera consigo hacer las cosas
normales que me hacían feliz, como escuchar música clásica o leer. Todo lo
que alguna vez me trajo alegría me recuerda a él.
Cuando llegué a casa después de la final, Courtney intentó hablar
conmigo, pero le dije que no me encontraba bien y me encerré en mi cuarto.
Desde entonces, solo la he visto un par de veces, pero siempre llama a mi
puerta cada vez que vienen periodistas a hacer preguntas. La ignoro o le
aseguro que estoy bien pero que necesito tiempo.
He recibido —y eliminado sin contestar— al menos doscientos correos
de varias fuentes de noticias que querían saber mi opinión.
¿Mi opinión?
Ojalá no me hubiese apuntado a ese maldito programa. Recibí el dinero,
que me ha ayudado a pagar muchas facturas, pero, si pudiese volver atrás,
sin duda me quedaría con las facturas.
Porque ahora tengo un corazón roto e inútil que duele tanto que creo
que estoy muriendo lentamente. Intento recomponerme una y otra vez, pero
siempre acabo hundiéndome de nuevo. Y como en todo el país nadie
apoyaba nuestra relación ni les gustaba la pareja que formábamos, dudo que
me vayan a entender.
Estoy sola. Completamente sola. Y quizá es así como tiene que ser.
Me llega otro mensaje de voz al móvil con el prefijo 508. Reconozco el
número. Es mi padre. Como sé que nada puede hacer que me sienta peor, lo
reproduzco:
—Feliz Navidad, Nell. Mmm… Tu madre y yo queremos que sepas…
que hemos visto el programa. Hemos intentado contactar contigo. Nos
gustaría decirte… que, si te apetece volver a casa, estamos aquí. Estamos de
tu lado, Nell.
Reprimo un sollozo.
A casa. A lo mejor ese es el problema en mi vida. Quizás en vez de
venir hasta aquí debería haberme quedado en casa y comportarme como mi
padre quería. Puede que todo este tiempo él tuviese razón.
Empiezo a borrar correos de gente que solicita entrevistarme hasta que
veo uno de la Universidad de Massachusetts en Amherst. En noviembre
hice una entrevista para ser catedrática de literatura inglesa. Lo abro y, a
medida que leo, mis ojos se abren cada vez más.
«Estimada Dra. Carpenter:
Nos complacería mucho darle la bienvenida a nuestra facultad…».
Lo miro durante un buen rato, y de pronto sé que mi corazón no está tan
herido porque empieza a latir de nuevo. Quizá no lo haga igual o a la misma
velocidad que antes. Quizá no vuelva a ser feliz. Pero creo que sobreviviré.
Es lo que tengo que hacer.
Justo entonces alguien llama a la puerta.
—¿Nell? Soy Courtney. Sal, porfa. Es Navidad. He preparado la cena.
Salgo de debajo de las mantas y voy a abrir la puerta. Parece
sorprendida. Me mira bien y se le entristece el semblante.
—Madre mía, Nell, tienes un aspecto horrible.
Me aliso el pelo.
—¿Gracias?
—Cielo, ya ha pasado una semana. ¿No quieres hablar?
Me dejo caer bocabajo sobre la cama.
—No hay nada de qué hablar.
Me sigue y se sienta en la cama. Le echa un vistazo al portátil.
—¿Y esto? ¿Has conseguido trabajo? ¿En Massachusetts?
Asiento con la cara aún enterrada en las mantas.
Me mira horrorizada.
—No lo irás a aceptar, ¿no?
Trago saliva.
—Creo que sí.
Palidece al oír mi respuesta.
—¡No! —grita—. Pero ¿y qué pasa con…?
—Siento que tengo que hacerlo. Solo así seré capaz de superar esto.
—¿Superar el qué? ¿Que estás enamorada de Luke Cross?
Me levanto como un resorte y niego firmemente con la cabeza.
—No estaba enamorada de él…
—Sí, por supuesto. Y llevas una semana de bajón por un tío al que no
quieres. Ya.
La miro con el ceño fruncido.
—¡Estaba enferma!
—Ya, claro. —Se cruza de brazos—. Venga, Nell. Te conozco. Y desde
que volviste de la grabación pareces una persona distinta.
—No es verdad —mascullo. He estado destrozada desde que volví de
Maui porque no puedo pensar en otra cosa que no sea Luke. Me extraña que
no haya hecho que me encierren teniendo en cuenta la de veces que me he
sorprendido a mí misma estos dos meses mirando a la nada, sonrojada y
febril, mientras recordaba su cuerpo en contacto con el mío—. ¿Y a qué te
refieres?
—A que a la Nell que conozco le daba miedo todo lo que no estuviese
entre las páginas de un libro. ¡Y mírate ahora! —Señala el portátil—. La
idea de dar clase te aterrorizaba. Y ahora te ofreces para ser profesora en
varias universidades. He visto a una chica más feliz. Más aventurera. Más
extrovertida. Mas relajada. Al principio pensaba que era por el concurso.
Pero a medida que veía el programa lo supe. Era por el hombre.
De acuerdo. Ya me imaginaba que se daría cuenta de que estaba
enamorada de Luke en cuanto viese el programa. Estaba claro que todas las
mujeres del país habían caído rendidas a sus pies, y eso que ellas no
dormían abrazadas a él cada noche. No me da vergüenza haberme rendido a
sus encantos; le habría pasado a cualquiera.
—Vale, sí, le quiero. ¿Y qué?
Me mira como si me hubiese vuelto completamente loca.
—No es solo eso. Ha conseguido que te quieras a ti misma. ¿Y sabes
cuántos hombres pueden hacer eso? Déjame que piense… Ninguno. Si le
quieres, ¡no entiendo ni entenderé nunca por qué dijiste que no!
—¡¿Cómo que por qué?! ¿No viste los vídeos que pusieron en la final?
No había duda de que no sentía lo mismo que yo y solo quería casarse
conmigo para conseguir el millón de dólares. Punto.
—Sí, Nell, vi la final. Pero también toda la temporada. Y he visto cómo
se enamoraba perdidamente de ti. Estaba enamorado de verdad.
—Es imposible. Nadie más se dio cuenta de eso.
—¡Pues claro que sí! El problema es que estaban celosos. Todos fuimos
testigos de vuestra prolongada mirada cuando por fin ganasteis. Él te
hablaba en susurros, y parecía que no hubiese otra mujer en el mundo. Está
enamorado de ti hasta las trancas. No tengo ninguna duda. Vuelve a ver los
vídeos si no me crees.
Niego con la cabeza.
—Te equivocas.
—No, cariño, no. Sabes que tengo razón. Por eso estás destrozada.
Porque has encontrado a tu alma gemela, al hombre que saca lo mejor de ti,
al que hace que la felicidad te ilumine los ojos, y has dejado que los demás
te digan cómo debes sentirte. La has cagado. Pero no pasa nada, a juzgar
por cómo se quedó cuando abandonaste el plató hecha una furia, no me
cabe ninguna duda de que te está esperando y de que se siente igual de mal
que tú ahora mismo.
Me llevo las manos a la cara. El odio que siento hacia mí misma y lo
mucho que me arrepiento me provocan temblores.
—La he cagado, ¿verdad? Y fíjate si soy penosa que una parte de mí
piensa que tendría que haberme quedado con él incluso si hubiese querido
seguir casado conmigo por el dinero. Habría sido mejor que estar como
ahora. Porque estar así… sin él… Lo odio. No lo soporto.
—Créeme. No lo hacía por el dinero. Ve a por él. Recupera a tu hombre.
Niego con la cabeza. Siento como si una tonelada de ladrillos me
aplastase el pecho.
—No puedo. He desperdiciado mi única oportunidad.
Me mira decepcionada.
—¿Por qué? ¿Porque Nell Carpenter siempre necesita tener razón y no
es capaz de reconocer que se equivoca?
—Más o menos.
—¿Aunque eso suponga decidir entre ser feliz o una desgraciada?
Asiento con la cabeza.
—Merezco ser una desgraciada por lo que le he hecho. ¿Sabías que me
tuve que lanzar yo? Él se negaba una y otra vez a acostarse conmigo porque
no se consideraba lo bastante bueno. Y cuando por fin lo hicimos me
propuso matrimonio. Te lo juro. Me dio esto. —Rebusco en mi mesita de
noche y saco el anillo—. Para demostrarme que me querría siempre.
Se lo pongo en la palma de la mano y ella ahoga un grito.
—Madre mía, Nell. Es lo más bonito y lo más romántico que he oído
nunca. ¿Qué coño has hecho?
Empiezo a sollozar.
—No me lo merezco. Soy una persona horrible, no me lo merezco.
Todo este tiempo pensaba que era demasiado buena para él, cuando es Luke
el que es demasiado bueno para mí. Merezco ser una desgraciada lo que me
queda de vida por haberme comportado así.
—No, cariño, en absoluto. Mereces ser feliz.
—Él también. Pero no se merece a alguien que lo trate como yo —le
digo al tiempo que cuadro los hombros—. Por eso quiero ir a Amherst.
Necesito alejarme de todo. De él. Aunque nuestros caminos no volviesen a
cruzarse, me mata saber que vivimos en la misma ciudad y que lo nuestro
podría haber funcionado.
Me da el anillo.
—Pues vas a tener que devolvérselo primero.
Los ojos se me van al anillo. Es muy bonito. Soy consciente de que
tengo que devolvérselo, pero mi cuerpo se contrae del miedo ante la idea de
buscarle para entregárselo.
—Lo sé. Podría enviárselo por correo. Tengo la dirección de su bar.
Courtney niega con la cabeza.
—Intentas escaquearte. Esa que habla es la antigua Nell. La que se
escondía del mundo real y se asustaba de su propia sombra, pero ya no eres
esa mujer. Y lo sabes. Sabes que esto de esconderte en tu cuarto no es
propio de ti. Deberías hablar con él.
Tiene razón. Y, aunque sé que sin duda será lo más doloroso que he
hecho nunca, necesito volver a verlo. Al menos una vez.
—Vale, iré.
—Hoy.
—¿Hoy? Es Nochebuena.
—¿Y? Lo has retrasado una semana. Tú misma has dicho que lo has
tratado fatal. Se lo debes.
Salgo de la cama.
—De acuerdo, puedo hacerlo.
Sonríe con tristeza.
—Así me gusta. Pero dúchate primero, por favor, que apestas. Venga, te
voy a preparar todo el ponche de huevo con alcohol que quieras para
cuando vuelvas.
Cojo el albornoz con la certeza de que voy a necesitar mucho más que
ponche de huevo para levantarme el ánimo cuando todo esto acabe.
Mientras me estoy arreglando para irme, pienso en lo que me ha dicho
Courtney. Y me doy cuenta de que, aunque esté hundida en la miseria, soy
otra persona. Una versión mejorada de mí misma. Ahora soy más fuerte.
Gracias a él. Me ha inspirado, me ha ayudado a encontrarme y no ha
dudado de mí en ningún momento.
Sí, mi corazón se rompió en mil añicos. Pero cuando vuelva a juntarlos
será más fuerte a pesar de las cicatrices que Luke ha dejado en él.
Y cuanto más lo pienso, más sé que volvería a repetirlo todo. Porque un
corazón con cicatrices es mejor que uno que no ha latido nunca.

Luke

Ahora ya no importa porque todo ha terminado. Pero sí, en la final me


enfadé. Mi respuesta habría sido diferente. Pero no la culpo a ella, sino a
los productores.
—Entrevista de Luke para TV Buzz Daily

Ya es tarde. El bar está casi vacío. Les he dicho a mis clientes que iba a
cerrar pronto para pasar Nochebuena con mi abuela, pero es mentira. He
estado con ella esta mañana, y mañana también iré a verla. Esta noche voy a
hacer lo que he hecho durante las últimas siete noches.
Ponerme pedo.
Ya lo estoy un poco.
Hace tiempo me propuse que no volvería a beber hasta que cerrase el
bar. Sin embargo, no lo he cumplido. Llevo bebiendo chupitos de tequila a
escondidas desde mediodía. Está sonando «Rudolph» en la máquina de
discos y hay lucecitas de colores parpadeando por todas partes, pero dudo
que haya un sitio más deprimente en todo el mundo.
Tengo un montón de gente a los que considero amigos y de los que
podría rodearme, además de mi abuela, Jimmy y Lizzy.
Pero nadie puede reemplazarla a ella.
Jimmy se ha pasado las últimas horas perfeccionando su nueva
acrobacia en el escritorio de su despacho. Cuando se acerca a pagar la
cuenta, me examina de arriba abajo.
—Dios, Luke, más despacio.
Cojo el billete de veinte que deja en la barra y, sin mirarle a los ojos,
respondo:
—Vete a la mierda.
Conozco de sobra a Jimmy, por lo que sé que no se va a sentir ofendido.
Y aunque no fuese así, mi respuesta sería la misma. Un «idos a la mierda»
como una catedral para todo el mundo. Jimmy no le da importancia.
—Lo que tú digas. Escucha, Luke, todos sabemos por qué te comportas
de esta forma. Es por esa chica. Si tanto la quieres, ve a buscarla.
Guardo el billete en la caja registradora.
—No tienes ni puta idea.
Pero sí la tiene. Estaba con Lizzy cuando le pedí ayuda con el anillo y
vio lo contento y emocionado que estaba por casarme con Penny. Lo
impaciente que parecía por estar siempre con ella, como él con Lizzy. Pero
después, él y otros trece millones de personas fueron testigos de cómo me
partió el corazón y lo pisoteó al abandonar el plató.
Me sirvo otro chupito y me lo bebo de un trago.
—Vale —admito con la mirada clavada en la barra—. A lo mejor lo
hago. Pero no va a servir de nada. Se ha terminado.
Cojo la botella. A la mierda el vaso de chupito. Me la iba a acabar igual.
Rowan no pierde detalle de cómo me llevo la botella a la boca.
—Relájate, tío. Ven a cenar conmigo y con Lizzy.
Niego con la cabeza. Lo único que quiero hacer ahora mismo es irme a
la cama y mandar a la mierda a todo el mundo hasta que pierda el
conocimiento.
—No, id vosotros. Feliz Navidad.
Me mira preocupado y se va justo cuando los dos últimos clientes
también se marchan. Me quedo solo. En otra ocasión, me pasaría la
siguiente hora limpiando, pero hoy no me da la gana. Ni siquiera me
preocupo de cerrar la puerta del bar con llave. Dentro de poco, este local ya
no será problema mío. Cojo la botella de tequila por el cuello y empiezo a
subir las escaleras que conducen a mi casa.
—Luke.
Esa voz me golpea como una patada en el estómago.
Me giro despacio. Y ahí está ella. Bueno, ellas. Parpadeo hasta que las
dos imágenes se vuelven una. Penny. La preciosa Penny. Lleva un pequeño
abrigo blanco con una capucha de pelo. Parece un ángel.
Por un momento se me ocurre que ha venido a buscarme, a decirme que
cometió un error. Bajo unos escalones. Pero entonces veo la cajita en su
mano. La deja en la barra y dice:
—Vengo a devolverte esto.
La miro con desinterés y me dispongo a subir las escaleras.
—Luke —levanta la voz un poco más.
Me doy la vuelta.
—¿Qué?
Ella se baja la capucha y se muerde el labio.
—Pues…, que en enero me iré a Massachusetts. He encontrado trabajo
allí. Solo quería decírtelo y también que… lo siento.
—¿Que lo sientes? —repito sus palabras porque tiene que haber un
error. Que lo siente ¿Cómo es posible?
Avanzo hacia ella con paso airado. Golpeo tan fuerte la barra con la
botella que Penny se estremece.
Me acerco a ella y me limpio la boca con la mano.
—Lamento muchas cosas en mi vida, pero nunca lamentaré los
segundos que pasé contigo. Ni uno solo. Porque enamorarme de ti y amarte
ha sido lo único que he hecho bien en mi puta vida.
Me mira a los ojos y palidece.
—Me da igual lo que mostrasen en los vídeos. No me follé a Charity. Ni
siquiera la toqué. No he mirado a ninguna otra, lo juro. Estaba coladito por
ti. Te metiste en mi cabeza desde que te vi leyendo aquel enorme libro en la
cola de las pruebas. Se te ha ido la olla si crees que las mujeres que había en
plató te llegaban a la suela de los zapatos. Solo has existido tú desde el
momento en que te vi.
—Pero… —susurra con la frente arrugada—. Sé que me equivoqué. Sé
que no puedes perdonarme.
Intento negar con la cabeza, pero me mareo al hacer el mínimo
movimiento. Sigo apoyado en el borde de la barra. Intento concentrarme en
ella para no caerme.
—¿Qué te dije? Nunca me has hecho nada malo. Nunca. No hay nada
que perdonar.
Se queda ahí plantada, como si no supiera si quedarse o irse.
Cojo la cajita, se la pongo en la mano y le cierro el puño.
—Y no quiero esto. No quiero el anillo a no ser que lo lleves tú y te
quedes a mi lado. Eso es lo único que tiene sentido, joder. —Me limpio la
cara porque veo doble y llevo un pedo de la hostia. Y, entre sollozos, añado
—: Pero eso no va a pasar, así que lárgate.
—Pero… ¿y el dinero? ¿No estás enfadado conmigo por el dinero?
Me froto la cara con las manos.
—El dinero me importa una mierda. Voy a perderlo todo. Se suponía
que no podía destapar el tinglado que tenían montado los muy hijos de puta,
así que he violado el contrato. Voy a tener que buscarme un abogado porque
me han demandado. Además, me van a embargar el bar y todo es una
mierda. Así que alejarte de mí ha sido la mejor decisión que has tomado.
—Lo siento —repite con esa voz angelical que me parte el alma. Me
mira con pena. No quiero su compasión.
—Como he dicho antes, yo no. Solo lamento que no hayamos podido
seguir juntos como me habría gustado. Que te diviertas en Massachusetts.
Me dirijo a la escalera, pero entonces me llama y el pánico se refleja en
su voz.
—¡Luke! Por favor…
Agacho la cabeza y apoyo las manos en la pared para que la habitación
deje de dar vueltas.
—¿«Por favor» qué? ¿Qué coño quieres que haga?
No sé cuánto ha tardado en salvar la distancia que nos separa, pero de
repente está a mi lado y me acerca a ella. No puedo resistirme. Me toma el
rostro entre las manos y me besa con suavidad en la cara, en las mejillas y
en la frente. Me está besando como si fuese un niño desvalido y quisiese
cuidarme.
—No me hagas esto —le suplico mientras inhalo su aroma una y otra
vez. Huele a polvos de talco, pasta de dientes y champú, y siento la
suavidad de sus labios en la piel—. No me hagas esto. No me hagas creer
que eres mía y después te vuelvas a ir. No podría soportarlo.
—No voy a marcharme —me promete.
—¿No me vas a dejar?
—No. Te quiero, Luke.
La cojo de la barbilla para poder contemplarla sin que dé vueltas en mi
cabeza, y, con los ojos clavados en ella, le digo:
—Y yo a ti, preciosa. Pero pensaba que eras más inteligente. No tengo
nada que ofrecerte.
—No necesito nada —susurra—. Sans toi, je ne suis rien. Sin ti no soy
nada. Contigo tengo todo lo que necesito. Ya solucionaremos lo del dinero.
Te lo prometo.
La cojo en brazos y ella me rodea con los suyos y se agarra a mí como
un mono. Apoyamos la frente en la del otro. Le estoy tocando el culo. Se le
acelera la respiración cuando empiezo a acariciarla con la nariz.
Quiero hundirme en ella y demostrarle que es mía. Y demostrármelo a
mí mismo también. Tiemblo de deseo, de amor y de frustración mientras
Penny me acaricia la mandíbula con los dedos. Gimo y le doy un suave
beso. Otro. Con delicadeza al principio. Más brusco después. Cuando le
mordisqueo los labios se le eriza la piel por el roce de mi barba. Me dejo
llevar por mis sentimientos.
—Lo siento, Luke —susurra mientras le quito el abrigo.
Nos damos la vuelta y la acorralo contra la pared. La miro de hito en
hito. Le doy un repaso de arriba abajo mientras mis manos descienden por
sus costados. Le toco los pechos y los estrujo para ponerla cachonda.
Está deseando que lo hagamos. Su aliento entrecortado me lo confirma.
Tantea mis labios con los suyos y empezamos a besarnos de verdad. Sin
reservas. Casi con rabia, pero no del todo. Joder, la quiero demasiado.
Restriega su sexo contra mi polla mientras su pequeña lengua se bate en
duelo con la mía.
Nos enrollamos contra la pared a pesar de que voy ebrio. La beso con
más dureza y vehemencia. Entonces bajo la intensidad y hago el amor con
su boca. El tacto de Penny me sana y se lleva todo lo malo para sustituirlo
por una pizca de su magia.
Gimo entre temblores a causa del esfuerzo que estoy haciendo por no
poseerla aquí y ahora. La sentaría en la barra y me la follaría en el
mostrador. Le comería el coño hasta que se hiciese de día y me
emborracharía aún más con sus fluidos hasta perder el conocimiento.
Pero es mi mujer. Al menos yo lo veo así. Se merece algo mejor.
Siempre va a merecer a alguien mejor que yo.
Sin embargo, la llevo a mi cuarto. Veo la curiosidad en su rostro cuando
abro la puerta de mi apestoso zulo y entramos. Cierro de un portazo y voy
directo a mi cama, que está deshecha. La coloco en el medio.
Penny se echa el pelo hacia atrás y se muerde el labio mientras sonríe,
seductora, y mira a su alrededor. Para mi sorpresa, se da la vuelta y empieza
a oler las sábanas. Suspira feliz y busca mi mirada. Se incorpora y levanta
los brazos con un movimiento lento y sensual para que la desnude.
Hostia puta. Esta chica va a acabar conmigo.
Le saco la blusa por la cabeza.
Se queda sin aliento mientras hago lo mismo con mi camiseta.
No rompemos el contacto visual mientras le quito el resto de la ropa y
yo también me desnudo.
Tampoco dejamos de mirarnos cuando me coloco encima de ella con
cuidado de no aplastarla. Hago que me rodee la cintura con las piernas.
Enredo mis manos alrededor de sus muñecas y le levanto los brazos,
entrelazo mis dedos con los suyos y me hundo en ella.
Gimo al sentir cómo se aferra a mí, pero entonces empieza a sollozar.
—¿Por qué lloras?
Paro.
—Porque te quiero. Y te echaba de menos.
—Y yo a ti. —No soporto verla así—. No nos vamos a separar de
nuevo. Nunca, Penny. Ahora eres mía. ¿Dónde has dejado el anillo?
—¿Eh? —Parece aturdida. Niega con la cabeza y mira a su alrededor—.
En…, en mi bolso.
Lo veo entre su ropa. Abro la cajita y vuelvo a sacar el anillo. Le cojo la
mano.
Derrama una lágrima. La miro a los ojos.
—A la tercera va la vencida, ¿no?
Ella asiente con la cabeza, se sorbe los mocos y se enjuga las lágrimas
mientras le coloco el anillo en el dedo.
—Sí, a la tercera va la vencida —coincide con voz ronca—. Sí, quiero,
Luke Cross. Siempre. Mañana quiero conseguirte a ti uno tan real como
este.
—Ya lo tengo. Puede que no lo veas porque es invisible. Pero un anillo
me rodea el corazón.
Beso la alianza y le doy un beso rápido en cada dedo.
Pone una mano a la altura de mi corazón como si sus latidos la
serenasen. Entonces, se inclina hacia mí para que la bese. Le doy un beso en
la frente y en la punta de la nariz. Luego me deleito con su tentadora boca.
Quiero tomármelo con calma. Quiero hacerle el amor. Pero al mismo
tiempo también quiero follármela.
Pero mi Penny tiene otros planes. Me tumba en la cama de un empujón.
Obedezco y veo que se sienta a horcajadas encima de mí. De pronto, estoy
sobrio. Se mueve hasta que encuentra la postura con la que se siente más
cómoda.
Le subo la mano por los costados.
—¿Es la primera vez que lo haces?
Sonríe con timidez.
—Creo que me gusta probar todo tipo de cosas nuevas contigo.
Mueve las caderas y contraigo los labios para reprimir un gemido.
—Me gusta. Te quiero. Lo estás haciendo genial.
Mejor que eso, Dios. Como siga girando así las caderas no voy a
aguantar mucho.
Cuando se echa hacia delante para besarme en los labios me embriaga
con su dulce aliento.
—Qué bueno estás y cómo me pones.
Apenas puedo hablar de lo cachondo que estoy.
—Es usted preciosa, señora Cross. Es imposible que estés más excitada
de lo que estoy yo ahora al verte.
Le cojo los pechos y jugueteo con sus pezones con los pulgares
mientras le lleno el cuello y la mandíbula de besos. Me cuesta creer que esté
aquí mientras se inclina encima de mí y me hundo en ella, duro y profundo,
tal y como a ella le gusta. Justo como yo lo necesito.
Aumentamos el ritmo y la dureza.
Mi cuerpo absorbe cada uno de sus gritos. Me deleito con cada sonido.
Con los lametones de su dulce lengua cuando se inclina y les da amor a mi
mandíbula, a mi cuello y a mis hombros.
—Joder, Penny, dime que lo echabas de menos, que me echabas de
menos.
—Te echaba de menos. Te quiero.
Se incorpora y me mira, cubierta de sudor y preciosa.
Gimo y le cojo las tetas mientras contemplo cómo me monta. Se me cae
la baba mientras me cabalga como una puta amazona. Parece que esté
soñando.
—Te quiero. —Mi voz suena áspera.
No me canso de repetírselo. Necesito grabárselo en la piel de cualquier
forma. Le acaricio los costados. No quiero que esto acabe nunca.
—Y… yo… a… ti…
Se queda sin aliento y parece que está a punto de estallar. Echa la
cabeza hacia atrás y mueve las caderas más rápido. La cojo de la cintura y
la ayudo a subir y bajar. Se me tensan los músculos mientras espero a que
se corra primero.
Cuando lo hace, la observo sobrecogido. Me asombra su belleza. Me
maravilla que pueda sentirme tan unido a otro ser humano; que pueda
experimentar todo esto a pesar de que estaba destrozado. La miro tan solo
dos segundos porque enseguida me corro con ella.
Nos dormimos abrazados.
En mitad de la noche me despierto con una erección, cortesía del culo
de Penny, que sigue pegado a mi miembro. Sonrío cuando huelo su pelo
debajo de mi nariz. Ladeo la cabeza y le cojo la mano en la oscuridad.
Tanteo con la yema del pulgar en busca de sus dedos. Y sí. No la he soñado.
No la he evocado, desesperado. Madre mía, no habría imaginado una señora
Cross más perfecta que ella ni aunque me hubiesen pedido que describiese
mi mujer ideal.
Pero es real. Penny lleva el anillo que le mostrará al mundo entero que
es mía.

Nell

Es la mañana de Navidad, y realmente lo parece cuando me despierto


con los besos de Luke Cross. Ladeo la cabeza hacia el calor de su cuerpo y
entierro la cara en su cuello mientras lo abrazo fuerte. He dormido como un
bebé. Hacía tiempo que no dormía tan bien.
—Buenos días, fiera —susurra con ternura.
—Buenos días —respondo con una sonrisa. No puedo contenerla.
A pesar de que la anulación fue casi instantánea (supongo que el
programa ya lo tendría previsto), nos vamos a volver a casar. De verdad.
Tengo voz de recién levantada. Le toco la barba para asegurarme de que de
verdad estoy en sus brazos y que no me lo he imaginado.
—Hola —digo mientras toco su cálida piel.
—Hola.
Se ríe entre dientes.
—No me he imaginado lo de anoche. Ni… —Levanto la mano y ahogo
un grito de emoción al ver mi anillo de compromiso—. ¡Ni esto!
Lo abrazo otra vez.
Suelta una risita y me atrae hacia él. Apoya la espalda en la almohada y
me coloca en su regazo. Lo lleno de besos mientras me mueve.
—¡Sí! ¡Mil veces sí! —exclamo.
—Con uno vale. Uno para toda la vida.
Él también parece somnoliento. Tan somnoliento como sexy. Me da un
beso lento y dulce en los labios.
—Es una cita. Orgullo y prejuicio.
Los ojos le brillan con picardía.
—Dime una en francés.
Me río.
—Je t’aime.
—Je t’aime aussi.
—¡Estás aprendiendo francés!
No puedo quitarle las manos de encima ni dejar de darle besos. No solo
hemos ganado el concurso, sino también el puto gordo de la lotería. Hemos
encontrado a nuestra alma gemela, eso a lo que aspira todo el mundo.
—Algún día —digo cuando por fin salgo de la cama y voy a cotillear su
desordenada cocina—, quiero que me enseñes a servir copas y preparar
bebidas increíbles. Como una camarera de verdad. —Me coloco detrás de la
encimera y empiezo a rebuscar en la nevera. Todo parece viejo. Arrugo la
nariz mientras trato de encontrar algo comestible—. ¿Te preparo algo?
Miro la cama. Luke niega con la cabeza despacio. Y me hace un gesto
con el dedo para que me acerque a él. Ay, madre. Está buenísimo. En la
cama, toda deshecha por haberse acostado conmigo. No puedo creer que
casi lo mandase a freír espárragos, que casi mandase lo nuestro al garete por
mis miedos e inseguridades. No pienso separarme de él nunca más. No me
importa que haya gente que no lo comprenda. Yo sí lo hago, le entiendo a él
y él me entiende a mí. Ya no sé qué voy a hacer respecto al puesto de
trabajo en Massachusetts, y tampoco sé qué hacer con nada; solo que me
voy a casar con él, y espero que sea pronto.
Dejo la comida por ahora y regreso a la cama. Obedezco su sexy
reclamo. De todas formas, mi prometido/exmarido/futuro marido me resulta
más apetecible. Retira las mantas y se da palmaditas en el regazo. La tiene
tan dura que se me hace la boca agua mientras me subo encima de él y le
vuelvo a rodear el cuello con los brazos.
Nos besamos durante un momento. Bueno, un buen rato. Sin prisas, con
calma. Sin cámaras que nos enfoquen ni puntos de control que esperen
nuestra llegada. Solo Luke y yo. Su hábil lengua y sus cálidas manos me
acarician. Y yo, sin aliento, me lo como entero.
—¿Cuándo tenías pensado? —insisto con cariño mientras me aparto
para coger aire. Y agito el anillo delante de sus ojos.
—Ahora. Mañana. Pronto —responde sin titubear, pero entonces frunce
el ceño—. Pero no tan pronto que parezca falso como la última vez. Quiero
que tengas la boda que siempre has querido.
—Tendré lo que quiero: tú. —Echo un vistazo a su casa, que, pese al
desorden, es encantadora. Hasta el bar de abajo es muy… él. De repente
recuerdo su situación económica. Pronto la nuestra—. Tampoco quiero tirar
el dinero… —Vuelvo a recorrer la estancia con la vista. Me doy cuenta de
que no hay ni estanterías ni libros, salvo uno para aprender francés en su
mesita de noche. Me retuerzo de placer al verlo—. No está tan mal como
decías. Es mono. ¿Viviremos aquí?
—Sí, pero solo durante un tiempo. Hasta que solucione este lío y
compremos una casa más grande para cuando tengamos hijos. Eh. —Como
me ve distraída me toma de la barbilla y hace que lo mire a los ojos—. No
te preocupes, lo ordenaré.
—No estoy preocupada. —Suspiro, hundo la cabeza en su pecho y
vuelvo a abrazarle—. Me muero de ganas.
Aun así pienso en todo el dinero que perdimos —que perdió él— por mi
culpa, y siento la necesidad de disculparme de nuevo.
—Luke, si no fuese por mí, serías…
Me pone un dedo en los labios y sonríe como si supiese lo que estoy
pensando.
—No lo siento, Penny. Y tú tampoco deberías sentirlo, ¿vale? —Suena
serio hasta que asiento. Entonces, con expresión más amable, asiente
también—. Ya se nos ocurrirá algo. Juntos. Trabajo en equipo, ¿vale? No
conozco un equipo mejor. Quedamos los primeros, coño.
Asiento con la cabeza.
—Sí, cierto.
Su sonrisa brilla con la luz de un millón de vatios.
—Ya se nos ocurrirá algo. Juntos. Pero de momento… —Me abraza y
me levanta un poco más la barbilla— Háblame de la boda de tus sueños.
Nos pasamos la siguiente hora hablando de la boda de nuestros sueños.
Él dice que le da igual dónde y cuándo mientras sea conmigo. Es tan mono
que me dan ganas de comérmelo. Cuando por fin decidimos cómo va a ser,
me hace una pregunta que me pilla por sorpresa pero que me hace
muchísima ilusión.
Quiere que conozca a su abuela.
Le emociona tanto mi entusiasmo que antes de mediodía ya estamos de
camino a la residencia.
—Abuela —dice Luke nada más llegar.
Veo a una bella anciana en silla de ruedas con un libro en el regazo.
Mira por la ventana con aire pensativo. La enfermera la gira hacia nosotros
cuando oye la voz de Luke.
Luke sonríe y me hace un gesto para que me ponga a su lado.
—Te presento a Nell, abuela.
Su abuela esboza la sonrisa más amplia que he visto en mi vida.
—Ven aquí, Nell —dice como si nos conociésemos de toda la vida.
Supongo que es lo que tiene haber participado en un reality.
Me hace un gesto con el dedo para que me acerque. Voy.
—Mucho gusto, abuela —digo mientras me arrodillo ante ella y la cojo
de la mano. Ella agacha la cabeza.
—Este chico te quiere muchísimo. Y sé que tú a él también. Cuando me
llegue la hora, me iré en paz sabiendo que no estará solo. Todo lo contrario.
Me guiña un ojo. Se me hace un nudo en la garganta, pero asiento y me
enderezo.
—¿Qué cuchicheáis tanto vosotras dos? —Luke nos mira con el ceño
fruncido mientras revuelve entre las cosas de la abuela—. ¿Qué te apetece
hacer? ¿Jugamos a un juego de mesa?
Nos quedamos dos horas más, hasta que la enfermera viene a pedirnos
que nos vayamos para que la abuela pueda descansar. Suspiro, encantada,
mientras salimos de la residencia. Luke me pasa el brazo por los hombros y
yo apoyo la mejilla en su pecho y lo cojo de esa cintura tan fuerte y esbelta.
—Es maravillosa, Luke. Me encanta. Gracias por traerme.
Se queda en silencio y me da un beso en la coronilla. No hace falta que
me exprese lo agradecido que está de que haya venido. Le he pillado
cuando nos miraba a su abuela y a mí mientras hablábamos y jugábamos al
Monopoly. He llenado el tablero de hoteles, pero la abuela nos ha ganado a
los dos. Nos hemos reído mucho.
Luke también se lo ha pasado muy bien hoy.
Lo que me hace preguntarme si puedo solucionar las diferencias que me
separan de mi familia.
—¿Te apetecería conocer a mis padres? —pregunto, dudosa, con la vista
atrás—. Solo si quieres, eh. Sé que no se van a llevar el premio a mejores
padres del año, pero hace poco se pusieron en contacto conmigo y…
—Me encantaría conocer a tus padres —me interrumpe con esa
sonrisilla sexy.
Suspiro y le beso en el dorso de la mano.
—Sé que no les resultará fácil venir a la boda porque los planes que
hemos hecho son una locura —digo con una sonrisa de oreja a oreja—.
Pero me encantaría que te conociesen primero.
Epílogo
Estrellas de reality

Nell

Todo el país está aclamando la publicación del libro en el que los


ganadores de Matrimonio por un millón de dólares, Penelope Carpenter y
Luke Cross, lo revelan todo. Estamos deseando saber qué era real y qué
habían manipulado los productores, cómo se enamoraron y cómo se
prometieron, ¡esta vez de verdad! ¡A la venta la próxima semana!

—TV Buzz Daily

París.
Estamos en la ciudad más romántica del mundo, posando mientras nos
hacemos fotos con la Torre Eiffel, que brilla en el cielo nocturno detrás de
nosotros.
Yo voy de blanco y Luke lleva esmoquin.
Nos acompaña la gente que nos quiere de verdad. Courtney, mi dama de
honor, y Joe. Jimmy, el padrino de Luke, y Lizzy. Es una boda íntima con
vistas a la Torre Eiffel en la terraza del Shangri-La.
No, mis padres decidieron no venir hasta aquí, pero, cuando fuimos a
verlos a la casa donde me crie, me sorprendió que nos recibiesen con
cariño. Bueno, vale, a Luke también con curiosidad.
Cenamos bistec asado y les contamos nuestros planes. Nos felicitaron y
nos desearon lo mejor. Además, nos hicieron muchas preguntas sobre el
programa. Parecían interesados de verdad, casi como si fuesen fans. Y antes
de irnos me hicieron prometerles que volvería a visitarlos después de la
luna de miel.
Estuvo… bien.
Me siento optimista respecto a eso y respecto a atreverme a vivir mi
vida por fin en vez de planearla desde una distancia prudencial. He
encontrado un trabajo más estable como profesora particular, y además
tengo intención de ayudar a Luke con el bar. Todo parece muy…
emocionante.
Esta vez estamos haciendo las cosas bien. La boda… Todo. A nuestra
manera y sin dejar que nadie nos diga lo contrario.
El día de hoy es justo como siempre he soñado. Un sitio romántico, un
vestido precioso, una tarta nupcial enorme, un anillo de oro y otro de
diamantes, y el hombre más apuesto del mundo, que, además, está
enamorado de mí.
Cuando el fotógrafo acaba de hacer las fotos, los seis salimos a la
terraza para que Luke y yo pronunciemos nuestros votos. Esta vez no hay
gelatina de lima. Ni focos molestos, ni cámaras, ni una multitud que nos
anima, ni horteradas como esas. Solo estamos nosotros y nuestros mejores
amigos, una luna llena y mucho amor. Es la primera vez que llevo lentillas
y no dejo de secarme los ojos con el pañuelo que me regaló la adorable
abuela de Luke para que llevase algo viejo.
El juez de paz habla francés, así que le dije a Luke que no se
preocupase, que dijese sus votos en inglés. Me insistió para que le dijese los
míos en francés. ¿Por qué será? Cuando me coge de la mano le miro
fijamente a los ojos y digo:
Moi, Penelope, je te prend, Luke,
pour être mon mari
pour avoir et tenir de ce jour vers l’avant,
pour meilleur ou pour le pire
pour la prospérité et la pauvreté,
dans la maladie et dans la santé,
pour aimer et chérir;
jusqu’à la mort nous sépare.
Sin soltarme, Luke me mira con un brillo en los ojos.
—He preparado mis propios votos para ti.
Parpadeo, atónita. Hemos repasado el plan mil veces para que no
hubiese sorpresas, pero esto no me lo esperaba para nada.
—¿En serio?
Le observo a la espera de que se saque un papelito del bolsillo del
esmoquin, pero no lo hace. Al parecer los ha memorizado.
Entonces me promete que está enamorado de mí y que solo vivirá para
hacerme feliz. Me asegura que soy su mayor aventura. Que nunca ha
deseado nada con tantas fuerzas como casarse conmigo. Me dice que me
lleva tan dentro de su alma que ya soy parte de él. Y que se muere de ganas
de pasar el resto de su vida conmigo.
Y lo expresa todo… en perfecto francés.
Si hay algo más sexy que el francés, es mi atractivo marido hablando
francés mientras me mira con ojos penetrantes y húmedos.
Ahora mismo el pañuelo me viene de perlas porque he empezado a
sollozar. Me recompongo, me abanico la cara con la mano y aguanto lo que
queda de ceremonia.
Cuando nos declaran marido y mujer, Luke no espera a que le den
permiso para besarme. Me aparta el velo y me mira como si estuviésemos
en Navidad y yo fuese el mejor regalo que ha recibido nunca. Enmarca mi
rostro con las manos y me da un pequeño beso, dulce y ceremonioso, que
me parece muy bonito pero que claramente no es lo que imaginaba.
—Sabes hacerlo mejor —lo chincho. Después de todo ya somos
profesionales en esto de las bodas, y tenemos que compensar la ausencia de
besos de la primera—. Trece millones de desconocidos vieron nuestro
primer beso; no creo que tengamos que cortarnos con este.
—Claro que sé hacerlo mejor, pero estaba intentando ser respetuoso.
—A la mierda el respeto —suelto mientras lo rodeo con los brazos—.
Dámelo todo.
Y lo hace. Claro que lo hace. Me folla la boca con brusquedad durante
un buen rato y me coge del culo y me lo aprieta hasta que me falta el aire y
me flaquean las rodillas.
—Solo puedo decir una cosa: Mon dieu. ¿Cómo has hecho eso? —
chillo.
Sonríe.
—Vous n’avez encore rien vu.
«Aún no has visto nada».
Lo sé. Estoy impaciente. Me llevo la mano al corazón, que no va a
poder aguantar mucho más. Si es posible morir de felicidad, tengo un
problema.
—Me estás matando. Para.
Cuando la ceremonia termina, abrazamos a nuestros amigos. Ya casados
—y esta vez para siempre—, Luke me ofrece su brazo y nos vamos a la
parte de la terraza que está más al exterior. Allí nos espera un banquete. Nos
sentamos a la mesa y Jimmy propone un brindis.
—Por Penny y Luke. No os habéis llevado el millón de dólares de ese
programa de mierda, pero habéis conseguido algo muchísimo mejor.
Brindamos y bebemos champán. Courtney, Lizzy y yo nos reímos de la
emoción como colegialas. Se respira amor. No puedo dejar de mirar a mi
maravilloso marido.
Y luego empieza el baile. Bailamos mucho, aunque no es que se me dé
mejor que nadar. Sin embargo, hemos bailado delante de las cámaras, así
que esto no supone ningún problema. Luke me saca a bailar y me envuelve
en sus brazos.
—Hola, mujer —dice.
Estoy sonriendo como una tonta.
—Hola, marido.
Me hace girar y me toca el culo.
—Me parece recordar una pista de baile en Boston en la que se te fue un
poquito la olla.
—Esa persona era otra —digo, y agito las pestañas con aire inocente—.
Yo no hago esas cosas.
—Mierda. ¿Me estás diciendo que me he casado con la chica
equivocada? Porque tenía muchas ganas de que cogiera una borrachera. Es
más facilona así.
Me río.
—Eso he oído. Pero, borracha o no, no creo que te vaya a poner muchas
pegas esta noche.
Alza el puño.
—Síííí —exclama—. Pero vamos a ponerte una copa, por si acaso.
Se coloca detrás de la barra, mira los ingredientes y espolvorea con
azúcar los bordes de unas copas de cóctel. A continuación, llena una
coctelera con coñac y zumo de limón.
—¿Qué estás preparando? —pregunto.
—Una de las primeras bebidas que me enseñó a hacer mi abuelo fue un
sidecar. Es de París.
Lo contemplo, hipnotizada, mientras añade hielo y lo sacude con
pericia. Acto seguido coge un limón y un pelador y echa la cáscara en las
copas. Es evidente que lleva mucho tiempo haciéndolos.
—Estás muy guapo así —indico—. Sexy.
Llena las copas como si nada y me da una.
—¿Te pongo cachonda?
—Ya te digo, joder —digo mientras doy un sorbo y aparto la copa de
mis labios, sorprendida. Mi marido puede emborracharme cuando quiera—.
Mmm, qué rico.
Finge que está horrorizado mientras se dispone a servir a las chicas.
—No me gusta ese lenguaje, señora Cross. Me resulta ordinario. —Me
guiña un ojo.
—Eh. —Joe nos llama desde la mesa. Está viendo con Jimmy el último
video que ha subido a YouTube—. Se rumorea en el extranjero que cierto
libro encabeza las listas de ventas. Otra vez.
Courtney aplaude.
—¡Ya van dos semanas seguidas!
Miro a Luke. Nos encogemos de hombros. No he leído el libro. Ni
siquiera me lo he planteado. Vendimos nuestra historia en una subasta
pública, nos entrevistamos con el escritor, conseguimos el dinero para
devolver mis préstamos y pagar la hipoteca de Luke, y nos lavamos las
manos. En realidad, por una parte, esperábamos que fuese un fracaso,
porque ya nos habían dado el dinero, y si fracasaba tal vez dejaríamos de
interesarle a la gente y los medios por fin se olvidarían de nosotros. Cuando
nos fuimos por la boda, acamparon en el bar de Tim y en casa de Courtney
pese a que llevo meses viviendo con Luke.
Pero decimos lo mismo de siempre, que ya se ha convertido en el
mantra de la familia Cross. Lo voy a bordar y lo voy a poner en la repisa de
la chimenea de nuestra casa cuando volvamos a Estados Unidos:
«Que les den por culo».
He estado decorándola, y ya casi no parece un zulo como Luke creía. En
realidad, el bar es muy pintoresco y acogedor, y a la gente le encanta. Con
un poco de publicidad y unas estrategias de mercado ingeniosas en las que
hemos estado trabajando Lizzy y yo, el bar que lleva el nombre de su
abuelo no solo va a perdurar, sino que va a causar sensación. La noche antes
de irnos a París la cola daba la vuelta a la manzana. Jimmy bromeaba
cuando dijo que iba a tener que renunciar a su reservado.
—No quiero volver a casa —admito por encima de la barra mientras me
acabo mi cóctel y Luke me sirve otro—. Sabes que nos van a acosar cuando
volvamos de la luna de miel, ¿no?
Él sonríe y le da un sorbo a su cóctel. Se inclina hacia delante y me besa
en la oreja.
—¿Quién ha dicho que la luna de miel tenga que terminar pronto?
Me gusta cómo suena eso.
Al final, la fiesta termina. Me da un poco de pena, pero a la vez me
alegra porque sé qué viene después. La noche de bodas. Quiero mucho a
esta gente, pero me muero de ganas de estar a solas con mi marido.
Mi marido, mi marido, mi marido. Nunca me cansaré de repetirlo. Y yo
soy su mujer.
Lo sé, ha sido mi marido desde el concurso, pero ahora es real. Está
bien. Es perfecto. Y es para siempre.
Les deseamos buenas noches a nuestros amigos y les decimos que los
veremos mañana en el desayuno de despedida. Vamos al ascensor sin
soltarnos, pero antes de llegar Luke ya me está metiendo mano por debajo
de la falda. Entramos y, cuando las puertas se cierran, entierra su rostro en
mi cuello y me sube la tela del vestido.
—¡La hostia! ¡Cuántas capas! —murmura mientras subimos al ático—.
¿Y mi mujer? ¿Está aquí debajo?
No me estoy escondiendo de él, eso seguro. Sí, quería llevar este
vestido, pero ahora ya no. Ahora estoy harta y me muero de ganas de
quitarme esta cosa infernal y sentir su piel contra la mía.
Sus dedos consiguen atravesar el tul y se meten entre mis piernas.
Se le escapa un gemido. El deseo se apodera de mí cuando acaricia la
piel desnuda de mis muslos.
—Ahí está. Mmmm, me encanta lo caliente y húmeda que ya te has
puesto para mí.
Suena el pitido del ascensor que indica que hemos llegado y, sin previo
aviso, me coge en brazos y me lleva a nuestro cuarto.
—Luke, ¿qué…?
—Estoy llevando a mi esposa a la cama de la forma más rápida que sé.
No puedo rebatírselo. Me agarro más fuerte a su cuello.
Abre la puerta y la cierra de una patada. Me tumba en la cama y se le
oscurecen los ojos cuando me atraviesa con la mirada. Se quita la chaqueta
y la corbata.
—Está muy guapa con ese vestido, señora Cross, pero creo que ya ha
llegado el momento de que se lo quite.
Sonrío de oreja a oreja.
—Buena suerte. —Me tumbo bocabajo para que vea los ganchos y las
presillas que me recorren la espalda y que básicamente me tienen cosida al
vestido—. Y otra cosa. Llevo alrededor de cuatrocientas horquillas en el
pelo. Si decides embarcarte en esta misión…
Empieza quitándome los zapatos y luego se pone a desatarme el vestido.
—¿Cuándo he rechazado yo un desafío? Y la recompensa es mucho
mejor esta vez.
El proceso requiere su tiempo. Me pongo con las horquillas y me
deshago los tirabuzones mientras él se entretiene con el vestido. Cada vez
que descubre algo de piel me besa con ternura. Al cabo de unos cinco
minutos refunfuña, impaciente.
—Espero que esto no sea motivo de divorcio.
Al final coge la tela y desgarra la costura.
Me río mientras me quita el enorme vestido y me quedo en medias
blancas con volantes, tanga y corsé de encaje con liguero.
—La verdad es que no tenía ninguna intención de volver a ponérmelo.
Me mira con avidez desde el borde de la cama
—Esto ya me gusta más —gruñe. Me coge de los pies y me acerca a él.
Me clava los dedos en los muslos, en los broches que sujetan la liga a las
medias—. No sé qué coño es esto, pero es bastante elegante.
—Me la suda la elegancia. Hagamos guarradas —espeto. Le desabrocho
los botones de la camisa y su pecho liso queda al descubierto. Cuando
acabo le pongo la mano a la altura del corazón, que late desbocado—. Te
quiero, Luke. Por siempre y para siempre.
Se planta entre mis muslos separados y me mira, listo para reclamarme;
pero la verdad es que ya me ha reclamado. Lo hizo desde que me fijé en él
por primera vez.
Me acuna el rostro con la mano y me pasa el pulgar por el labio con
suavidad.
—Me voy a pasar todos los días de mi vida asegurándome de que es
usted feliz, señora Cross. Mi preciosa esposa. Ya verá. Voy a ser el marido
que usted siempre ha querido.
Le beso en la yema del pulgar y disfruto de su contacto.
—Ya lo es, señor Cross.

FIN
Agradecimientos

Aunque escribir es una tarea personal y, a veces, una profesión


bastante solitaria, publicar es harina de otro costal, y no podría hacerlo sin
la ayuda y el apoyo de mi increíble equipo. Os estoy muy agradecida a
todos.
A mi familia, ¡os quiero!
Un agradecimiento especial a Lauren y Holly, de Amazon Publishing, y
a Montlake, por creer en mí y llevarme bajo sus alas mágicas. ¡Gracias a
todos los de Montlake por ser el mejor equipo que podría haber imaginado
jamás!
¡Gracias, también, a Amy y a todo el personal de la Agencia Jane
Rotrosen!
Gracias a mis amigos escritores. Os aprecio mucho a todos.
Gracias a Nina, Jenn, Chanpreet, Hilary, Shannon y a todos los de
Social Butterfly PR, ¡sois increíbles!
Gracias a Melissa, a Gel, a mi fabuloso editor de audiolibros en inglés, a
mis maravillosas editoriales extranjeras, y a todos mis blogueros por
compartir y apoyar mi trabajo. ¡Os valoro más de lo que las palabras
pueden expresar!
Y a mis lectores. Me siento enormemente bendecida por contar con un
grupo tan entusiasta y maravilloso de personas con las que compartir mis
libros. Gracias por vuestro apoyo.
Besos y abrazos,

Katy
Lista de reproducción

«Trouble» — Pink
«Timebomb» — Tove Lo
«Say It Right» — Nelly Furtado
«Team» — Lorde
«Clarity» — Zedd (feat. Foxes)
«I Don’t Know How to Love Him» — Sinead O’Connor
«Goodbye» — Miley Cyrus
«Far Away» — Nickelback
«Dancin’ Away with My Heart» — Lady Antebellum
«Nothing Really Matters» — Mr. Probz
«I’m All Yours» — Jay Sean
«Never Gonna Leave This Bed» — Maroon 5
Sobre la autora

Katy Evans creció acompañada de libros. De hecho, durante una


época eran prácticamente como su pareja. Hasta que un día, Katy encontró
una pareja de verdad y muy sexy, se casó y ahora cada día se esfuerzan por
conseguir su particular «y vivieron felices y comieron perdices».

A Katy le encanta pasar tiempo con la familia y amigos, leer, caminar,


cocinar y, por supuesto, escribir. Sus libros se han traducido a más de diez
idiomas y es una de las autoras de referencia en el género de la novela
romántica y erótica.
Gracias por comprar este ebook. Esperamos que hayas
disfrutado de la lectura.

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