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Portada
Página de créditos
Sobre este libro
La hora de la verdad
Una deuda de medio millón de dólares
La audición
Pánico
Sobrevivir a la primera fase
Sí, queremos
Perdidos en el maizal
Primer puesto fronterizo
Francés en la oscuridad
«Langosta» de recompensa
Aislados por la nieve
En cabeza
Confianza
Dulce como la miel
Aloha, Hawái
Más allá de los Siete Lagos Sagrados
Línea de meta
El mundo real
Encuentro a escondidas
Final
Seguir adelante
Epílogo
Agradecimientos
Lista de reproducción
Sobre la autora
Página de créditos
Mi gran boda millonaria
ISBN: 978-84-17972-44-8
THEMA: FRD
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de
los titulares, con excepción prevista por la ley.
Mi gran boda millonaria
Era un matrimonio de pega. O, al menos, esa era la idea…
Una novela adictiva de la autora best seller de las series Real y Pecado
«Una historia de amor moderna con emociones auténticas. ¡Un libro muy
recomendable!»
Harlequin Junkie
A la vida, experta en desgarrarnos
cuando necesitamos madurar.
Era un matrimonio de pega.
O, al menos, esa era la idea…
La hora de la verdad
17 de diciembre
Nell
Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Seguro que voy a ser la primera
persona a la que echen. Si es que aquí se echa a la gente. No veo la tele, así
que no tengo ni idea de cómo funcionan estos concursos.
Luke
Solo quiero decir una cosa: adelante. Estoy abierto a lo que sea.
—Confesionario de Luke, día 1
Luke
Luke
¿Mi prototipo de chica ideal? Buf, ni idea. Lo único que sé es que aún
no la he conocido. No he conocido a ninguna que me haya hecho decir:
«Sí, esto es lo que quiero para el resto de mi vida». Es que ni por asomo.
Luke
¿Mi estrategia? Es la misma que uso para la vida. Sé bueno con los
demás y el resto vendrá solo.
No, no pensaba que nos harían casarnos tan pronto. Pensaba que solo
tendrían que casarse los ganadores, porque así se llama el programa, pero
creía que para entonces yo ya me habría ido hace mucho. No pasa nada.
Bueno, seguro que mis padres piensan que me he vuelto loca, pero está
claro que vamos a anular el matrimonio en cuanto nos eliminen.
Luke
Luke
Sí, estoy cansada. Pero con una buena ducha y un sueño reparador
volveremos a estar como nuevos. ¡No! ¡Pues claro que lo haremos por
separado! Los votos no significan nada para mí. Él no es realmente mi
marido. ¿Quién te has creído que soy?
Luke
Me paso las manos por la cara y me las miro. Tengo los ojos rojos y los
dedos en carne viva; me escuecen de haberme pasado tanto rato girando
llaves.
Sin embargo, ha sido una buena noche. En cuanto perdí de vista a la
doctora Carpenter, alias la reina de la mala hostia, encontré un antro detrás
de la cantina con una barra bien surtida. El bar de Tim no cierra hasta las
dos, así que rara vez me voy al sobre antes de las cuatro. Me puse a beber
chupitos de tequila con Ivy, Brad, Zach y Charity.
Estuvimos hablando un poco del concurso y me enteré de que habían
eliminado a Webb y Daphne. Webb, nadador y uno de mis aliados, parecía
una amenaza, pero su relación con Daphne era un martirio. Corre el rumor
de que, en cuanto la cosa se puso difícil, ella pidió irse.
Después nos pusimos a rajar de nuestras parejas y fue un alivio oír que
todos tenían los mismos problemas.
También estuvimos quejándonos de Ace y Marta. Brad sobre todo,
porque odia a Ace desde que estuvo a punto de pincharle el globo a él
también.
—Creo —dije mientras me encendía un cigarrillo— que estamos
celosos de que el gilipollas ese se esté llevando toda la suerte.
—¿Por qué lo dices? —me preguntó Charity. Charity es la típica
modelo de bañadores: rubia, delgada y con buenas tetas. Creo que, igual
que a mí me eligieron para seducir a un público femenino, a ella la metieron
para atraer a los chicos. Tony es su pareja, un ingeniero aeroespacial—. ¿No
estás contento con tu mujer?
Me encogí de hombros y señalé a la cámara que había detrás de la barra.
—No está mal.
Diría que no pilló la indirecta. Se acercó hasta rozarme con las tetas y
dijo:
—La mitad de las veces no entiendo nada de lo que dice Tony.
Zach se marchó pronto y nos quedamos solos los cuatro. Poco después,
Ivy y Brad, los dos deportistas disciplinados a los que sus parejas les
importaban un carajo, se fueron juntos vete a saber dónde, seguramente a
comparar músculos. Por eso me quedé solo con Charity.
Sabía lo que estaba pensando. Me giré y le dije que tenía que irme, pero
me siguió hasta la parte de detrás de la cantina y me rodeó con los brazos.
Sí, no podía negar que estaba muy buena. Y, después del calentón que
llevaba por culpa de Penny, estaba deseando desfogarme. Además, me
estaba mirando con ojos de cordero degollado, que decían: «Hazme tuya».
—Conozco un sitio donde podríamos estar solos.
No la seguí a donde señalaba. E intentó besarme, pero me aparté.
—Venga, para ya.
—¿Por? No estamos casados de verdad. ¿Te gusta tu mujer de pega o
qué? ¿Es eso?
Me la quité de encima.
—Cámaras —mascullé con los dientes apretados.
Pero había otros motivos. Primero, porque estoy casado con Penny y,
aunque sea un paripé, aunque me odie, hablaba en serio cuando le dije que
éramos la primera y la mejor alianza el uno del otro. No quiero que nada ni
nadie se interponga entre nosotros.
Me pasé la siguiente hora tratando de permanecer sobrio. Ahora estoy
sentado en un banco fuera de la cabaña donde duerme Penny, mientras veo
cómo Will Wang les da instrucciones a Ace y Marta para el próximo tramo
del viaje. Como fueron los primeros en encontrar su llave, empezarán antes
que nosotros.
Dentro de unas pocas horas más, cuando sea nuestro turno, podremos
irnos.
Poco después, la puerta se abre detrás de mí y Penny asoma la cabeza.
Me mira, se pone la capucha sobre la cabeza y pasa por mi lado a paso
decidido hacia la cantina.
Mierda. Sigue enfadada.
Si tenemos que completar otro desafío sin hacer las paces, nos va a salir
fatal.
Me levanto del banco y voy tras ella.
—Oye. ¿Cuál es el problema?
—Tú —murmura al tiempo que abre la puerta y entra.
Se pone en la fila y toma una bandeja, luego comienza a cargarla con
fruta, requesón y huevos. Yo la sigo y hago lo mismo.
—¿Y por qué estoy en tu lista negra hoy?
Se gira hacia mí, a punto de perder los estribos y, acto seguido, echa un
vistazo a su alrededor en busca de las cámaras.
—¿Dónde estabas? —susurra.
—¿Qué quieres decir? Tú no…
—Oh, Dios mío. ¿Has estado… bebiendo? —pregunta, incrédula—.
¡Hueles a alcohol! ¿Estás borracho?
—No. Solo he tomado un par de copas…
—Eres asqueroso.
—¿Qué? Tú no…
—No. Yo no. No bebo. No fumo. Y no hago ninguna de las cosas que te
resultan atractivas. Por eso me das asco.
Se me escapa una carcajada.
—No parecías tan asqueada anoche cuando mirabas mi cosa de reojo.
Se le descuelga la mandíbula. Enrojece mientras sus ojos vuelan hacia
la cámara que está grabando cerca de nosotros. En lugar de contestar, pasa
junto a mí, me empuja y vuelca mi bandeja, por lo que la fruta se cae por
todas partes, pero ni siquiera se detiene para ayudarme a recogerla.
Diez minutos después, voy a la zona del comedor. El resto de los
concursantes que aún no se han ido están hablando entre ellos en una mesa,
pero Penny está sentada sola y lee su poesía francesa. Empujo mi bandeja
sobre la mesa y levanta ligeramente la cabeza con cara de pocos amigos.
Me siento delante de ella.
—Mira —le digo en voz baja—. Hay cámaras por todos lados. ¿Puedes
fingir que eres civilizada conmigo?
Me ignora.
—Hoy es un nuevo día. ¿Podemos olvidar lo que pasó ayer?
Nada.
—Venga. Todavía quiero ganar este concurso, y sé que tú también. No
podemos conseguirlo si seguimos enfadados el uno con el otro. —Le
ofrezco mi mano—. ¿Tregua?
Ella la mira con cautela y luego sacude solo las puntas de mis dedos.
—Vale. Pero solo porque quiero ganar.
—Bien. —Miro hacia mi bandeja, luego empiezo a meterme huevos y
tostadas en la boca—. ¿Estás preparada para hoy?
Ella se encoge de hombros.
—Supongo.
—¿Por qué no te sientas con los demás?
Ella los mira por un momento y levanta un hombro.
—No soy sociable.
—¿Y qué? ¿Qué quieres decir con eso? —pregunto mientras me llevo el
café a los labios—. Marco todas las casillas: la de la fuerza, la de la astucia,
la de la inteligencia y la de la resistencia… ¿Y pretendes que también
marque la de ser social?
Ella me mira y veo que el ceño comienza a formarse.
—Es broma —me apresuro a decir—. Caray. Pensé que si dormías bien
no te despertarías de mala hostia.
Sus dedos se aferran con fuerza al tenedor. Creo que está dudando si
lanzarlo contra mí o no. Sin embargo, sonríe.
—Creo que me caerías mejor si no me hablaras. O mejor, si te fueses.
Levanto las manos en señal de rendición. Sé cuándo he perdido, de
modo que me acerco a la otra mesa y me pongo a charlar con el resto de los
concursantes. Disfruto de una conversación agradable para variar, hasta que
llega la hora de salir. Me sorprende que, a pesar de que Ivy y Brad siguen
mirándose con cara de haber follado, parece que ambos se llevan mejor con
sus respectivos cónyuges despechados que yo con Penny. Charity está
hablando con Tony como si no hubiese intentado tirarme la caña a mí
primero. Somos los matrimonios más penosos del mundo.
No. Lo más penoso es que siento la necesidad de serle fiel a una mujer
que ni siquiera esconde su odio hacia mí.
A la hora indicada, nos encontramos con Will Wang, pero, antes de que
nos dé nuestro sobre, tiene que avergonzarnos con recuerdos del día de
mierda de ayer.
—Bueno, Luke, anoche te frustraste un poco, ¿no?
—Sí.
Dame el maldito sobre, gilipollas.
—Y, Nell, ¿te preocupaste cuando tu marido perdió la paciencia?
Ella resopla.
—No me importa lo que haga o deje de hacer. No es mi problema. Mi
única preocupación es ganar.
Will sonríe.
—El primer Test Matrimonial no te salió muy bien. Además, me di
cuenta de que pasasteis la noche anterior separados. ¿Problemas en el
paraíso?
—No —espeto, de forma tajante.
Al fin, capta el mensaje y nos entrega nuestro sobre.
—Muy bien, chicos, mucha suerte. ¡Podéis continuar!
Penny rasga el sobre y lee su contenido en voz alta.
—Continuad hacia el norte por Ravine Trail hasta los establos para que
os asignen un caballo. Vaya.
—¿Montar a caballo? —digo—. De puta madre.
—¿Lo has hecho alguna vez? —pregunta mientras salimos del punto de
partida.
—Soy un chico sureño. Puede que haya crecido en las afueras de una
gran ciudad, pero vivía en la granja de mis padres hasta que me echaron.
Ella arquea una ceja.
—¿Por qué lo hicieron?
—No quieras saberlo. ¿En París dan clases de equitación?
Ella niega con la cabeza.
—Aprendí en casa.
—A ver si lo adivino. Tu papá te regaló un poni por tu décimo
cumpleaños.
Ella frunce el ceño.
—Undécimo, en realidad. Brownie. Sin embargo, no lo he montado
desde hace diez años.
—Sí. Yo también llevo bastante tiempo sin montar, pero es como ir en
bicicleta: nunca se olvida. Podemos ganar algo de tiempo si los demás no
saben montar.
—Eso espero. Pero en ese caso… Dios. Sería un desafío físico que por
fin puedo hacer de verdad. ¿Quién me lo iba a decir?
La miro de soslayo.
—No te pongas chulita.
El camino es empinado, pero llegamos a los establos antes de que
anochezca. Nos dan nuestros dos caballos (yo recibo uno grande y negro
llamado Maximus, y ella recibe a una yegua llamada Sweet Pea) y un mapa,
y nos explican que tenemos que llegar a la cima de la Cumbre de Frank.
Ella lee el mapa.
—Hay una ruta paralela que parece menos empinada, pero creo que
ahorraremos tiempo si vamos por la ruta principal.
Miro los senderos. Definitivamente, uno es más difícil que el otro.
Conociendo a Ace, seguro que tomó ese. Sin embargo, no tiene pinta de
saber una mierda sobre caballos.
—¿Qué piensas?
Parece sorprendida.
—¿Me estás dirigiendo la palabra? Guau. Pensaba que no serías capaz
de hacerlo.
Maximus relincha y mueve la cabeza con impaciencia.
—Bueno, esa ruta tiene pinta de ser empinada, y no quiero que te eches
atrás a mitad del camino.
Ella resopla.
—No lo haré.
Entonces, toma las riendas y avanza delante de mí, sin miedo, por el
sendero empinado.
Bueno, al menos por fin me queda claro qué ruta vamos a tomar.
La alcanzo, pero no pierde un segundo. Guía a su caballo sin dificultad
por el camino rocoso, sin miedo. No se da la vuelta ni duda, de modo que
me paso la siguiente hora mirando el culo que le hacen los vaqueros.
Cuando llegamos a la cima de la colina y bajamos de los caballos, nos
encontramos con un par de guardabosques que nos señalan los árboles. Me
doy cuenta de que Penny se siente segura de sí misma por la sonrisa que
luce, nada frecuente en ella. No sonríe tanto como debería, pero cuando lo
hace se le ilumina el rostro.
Esta Penny segura de sí misma es lo más sexy del mundo.
Ella camina delante de mí hacia un claro, pero enseguida se detiene en
seco.
Estamos al borde de un barranco, y allí mismo, delante de nosotros, hay
un cable largo que se extiende hasta donde alcanza la vista. Es una tirolina.
Alzo el puño en señal de victoria.
—¡Toma ya! Siempre he querido probar esto.
—¡Bienvenidos a Infarto, una de las tirolinas más largas, empinadas y
aterradoras del mundo! —señala el guía.
Esto es lo mío. Corro hacia la tirolina, y la vista es una pasada. Nunca
he salido de Atlanta. En todos mis años en la granja, en las calles del centro
o en el bar, nunca pensé que llegaría a estar aquí algún día. Hace seis meses,
estaba celoso de Jimmy por viajar de aquí para allá, y ahora mírame.
Contemplo toda la vista, respiro el aire de la montaña y me siento como el
pringado ese de Titanic que gritaba «¡soy el rey del mundo!».
Sin embargo, luego miro a Penny, petrificada y con mala cara.
No es buena señal.
La acerco al guía, que dice:
—Bienvenidos, viajeros. Tenéis una elección importante que hacer.
Podéis llegar a Switchback Trail a caballo, lo que os llevaría unas tres
horas, o bajar por la tirolina y plantaros allí en tres minutos. Depende de
vosotros.
Me mira de forma tímida y sé lo que va a decir antes de que abra la
boca.
—Me dan miedo las alturas —admite en voz baja.
—Ya, pero piensa en todo el tiempo que podemos ahorrar. Hemos
quedado sextos en el puesto fronterizo, así que no podemos permitirnos más
retrasos.
—Lo sé, pero no puedo.
—Sí puedes. Solo tienes que agarrarte a mí. —Me dirijo al guía—. Se
supone que vamos a ir juntos, ¿no? Los dos.
Él asiente.
—¿Ves? No es nada. Si te aferras a mí como en el laberinto de maíz,
estaremos abajo antes de que te des cuenta.
—Pero…
—Si quieres, puedes ir detrás de mí esta vez, ¿de acuerdo?
Respira hondo.
—¿Puedo cerrar los ojos?
—Claro. Te pedí que confiaras en mí, ¿recuerdas? No voy a dejar que te
pase nada.
Está temblando.
— Eso dices ahora, pero, ¿cómo sé que no me vas a dejar morir?—
gimotea con las manos en la cara.
—Mira. —Me pongo a su altura y la miro a los ojos—. Depende de ti.
Tú decides. Sabes lo que yo haría, pero prefiero que seas tú quien decida
cómo lo vamos a hacer.
Percibo un ápice de agradecimiento en sus ojos, pero no sé si me lo
estoy imaginando. Camina hasta el borde y se asoma con cuidado, y luego
sus ojos siguen el cable de la tirolina hasta el punto en que desaparece entre
los pinos.
Aprieta la mandíbula, se quita las gafas y las guarda en su mochila.
Asiente con la cabeza hacia el guía.
—Prepáranos para la cosa esta.
No quiero decir nada para que no cambie de opinión, pero estoy tan
emocionado que me entran ganas de besarla. Nunca he acompañado a
Jimmy en sus acrobacias porque con esas cosas el riesgo de sufrir lesiones
graves es muy elevado, pero he soñado con hacer algo así toda mi vida. El
guía nos pone un casco y un arnés y nos coloca en la plataforma. Por
último, nos cierra la cremallera y nos enseña dónde agarrarnos.
—Os voy a dar un pequeño empujón y con eso bastará. Así de fácil —
dice el guía.
No puedo verla porque está detrás de mí, pero sé que el corazón le late
desbocado.
—¿Estás bien? —le grito.
—¡No puedo creer que esté haciendo esto! ¡Debo de haberme vuelto
loca! —chilla—. Avísame cuando esto acabe.
Habrá cerrado los ojos. Se va a perder unas vistas de la hostia. El guía
empieza a contar:
—Uno, dos, tres…
Y, antes de que nos dé el empujón, ella ya está gritando, aterrada. Y
grita muy fuerte.
Bajamos hacia los árboles en picado. Al principio, me da la sensación
de que nos estamos cayendo y todo sucede tan rápido que veo el paisaje
borroso. Sin embargo, en algún momento se produce un cambio.
Ella deja de gritar de miedo y comienza a chillar de alegría.
—¡Madre mía! ¡qué pasada! —grita y se ríe al mismo tiempo.
Veo las puntas de sus pies y me doy cuenta de que está dando patadas al
aire salvajemente, de modo que yo también empiezo a reírme.
Atravesamos los árboles y la plataforma de aterrizaje aparece de
repente. Estiro los pies para el aterrizaje y un guía nos ayuda a frenar. Me
quita los mosquetones y me libero con la sensación de que ya tengo el
millón de dólares en mis manos. Me quito el casco, y cuando sueltan a
Penny, se acerca a mí y me abraza.
Entonces, la beso. Lengua y dientes, manos y pelo. Le estampo los
labios y devoro su boca como si fuera lo último que voy a comer.
Y lo más extraño es que ella me deja. Gime y me devuelve el beso
mientras enreda sus manos en mi pelo y mueve su diminuta lengua como si
no hubiese un mañana.
Y las cámaras capturan cada segundo de ese precioso momento.
Francés en la oscuridad
Nell
Le he besado.
Oh, dios, le he besado.
No puedo pensar en nada más mientras caminamos hacia el próximo
puesto fronterizo. Luke no lo menciona. No me toca de nuevo, solo me
ofrece una mano para ayudarme a escalar las rocas. Sin embargo, aún siento
su calor, y mis labios están en carne viva por la aspereza de su barba. Nunca
me han besado de esa forma. No me lo habría imaginado ni en un millón de
años.
¿Qué significa eso?
Nada, por supuesto. Ha sido el resultado del subidón de adrenalina.
No hablamos mucho. El sol se está poniendo y tenemos que llegar al
puesto fronterizo. Me siento valiente y un poco imprudente después de la
experiencia en tirolina, así que le sigo bien el ritmo aunque el camino sea
empinado. Un miembro del personal nos ha dado a cada uno un paquete con
equipo de senderismo, comida y otros artículos de primera necesidad, pero
como Luke no se ha molestado en usarlos, yo tampoco.
De camino, adelantamos a Ivy y Cody, que han parado a descansar, pero
no vemos a nadie más. Luego, aunque Luke me asegura que Ivy es una
buena aliada suya, pasamos la siguiente hora compitiendo con ellos por el
mejor puesto.
Al final, llegamos unos diez segundos antes que ellos.
Cuando estamos tirando nuestras cosas en la plataforma, Will Wang
anuncia que somos terceros.
¡Terceros!
—¡Santo cielo! —exclamo mientras él da un puñetazo en el aire y me
da un abrazo frío y rápido.
Me queda claro. Es el típico abrazo que le daría a su hermana, y que
indica que se arrepiente de haberme besado.
Se me hace un nudo en el estómago.
El guía nos lleva a un claro. Ya ha anochecido y lo único que veo son
árboles, hasta que levanto la vista y me doy cuenta de que lo que pensaba
que eran la luna y las estrellas es en realidad el reflejo de la luna en las
ventanas de unas casas árbol diminutas.
—Bienvenidos al siguiente puesto fronterizo. Vais a pasar la noche entre
los árboles. Que disfrutéis.
Tenemos que subir una escalera destartalada para llegar al porche
delantero. Estoy un poco preocupada, ya que el último lugar donde pasamos
la noche dejaba bastante que desear, pero cuando enciendo las luces me
quedo fascinada. Es bonito y está limpio, y hay una chimenea encendida.
Por supuesto, hay algunos inconvenientes. El mayor es que es
romántico. Como si necesitara un romance en este momento, sobre todo
cuando no puedo dejar de pensar en el beso. Como era de esperar, solo hay
una cama. Y no hay agua corriente.
Ya no estoy tan cansada como antes, así que decidimos bajar a la
hoguera para comer algo. Ahí es donde descubrimos que Ace y Marta han
vuelto a llegar primeros, seguidos de Brad y Natalie. Cuando cogemos
nuestro plato y nos sentamos junto al fuego, Ace y Marta se levantan y se
van.
—¿Les hemos echado nosotros? —pregunta Luke con una amplia
sonrisa.
Y es esa clase de sonrisa que hace que me derrita por dentro. O tal vez
es el hecho de que haya hablado en plural. Por algún motivo, siento que ya
no soy solo un obstáculo en su camino. Por primera vez, siento que somos
un equipo.
Luke conoce muy bien a Brad. Estoy segura de que se han aliado en
algún momento durante la grabación. Hablan como viejos amigos. Natalie,
la motera de edad avanzada, es callada pero maja. De hecho, terminamos
riéndonos juntas mientras hablamos de nuestras experiencias. Nunca he
encajado en ningún grupo; Courtney es la única amiga de verdad que he
tenido. Sin embargo, a Luke no le cuesta nada llevarse bien con todo el
mundo y se las arregla para meterme en la conversación, así que me da la
sensación de que encajo. Me hace sentir querida, me enternece y… me dan
ganas de tener esta vida cuando vuelva a casa.
Por un instante, me aterra la idea de volver a mi aburrido piso sin novio,
sin vida social, sin trabajo, sin futuro.
Cuando el resto de parejas llegan, nos enteramos de que han eliminado a
Jen, la gurú de las dietas que colgaba vídeos de sus entrenamientos, y a
Elliott, su «marido», un grandullón.
Es bastante tarde cuando volvemos a la casa del árbol.
—Estoy molido —se queja Luke mientras subimos la escalera.
Como no digo nada, malinterpreta mi silencio, porque un segundo
después añade:
—No te preocupes. Dormiré en el suelo.
No estaba pensando en eso en absoluto.
—En realidad —digo—, ¿crees que graban dentro de las habitaciones?
—Qué va. En el contrato pone que no, pero supongo que habrá micros.
—Ah. Bueno, esta cama es más grande que la de la última vez, así que
no pasa nada porque durmamos juntos. Siempre y cuando te quedes encima
de las sábanas. ¿Vale?
Enarca una ceja.
—Tú mandas.
—Ah. Y tienes que dormir vestido.
—Si tú lo dices…
Entramos y saco el pijama de mi bolsa mientras él se quita la camisa. Le
hago un gesto para que se dé la vuelta y me pongo una camiseta de tirantes
y unos pantalones cortos.
—Ya estoy. —Me tapo con las sábanas.
Se sienta, se quita los pantalones y se acuesta a mi lado en calzoncillos.
Después del beso, la escena me resulta demasiado íntima, no sé por qué.
Ahora todo lo que hace me parece íntimo, como si tuviésemos que dar un
paso más.
Me estiro para apagar la luz, aunque sé que me va a costar dormirme
porque tengo su cuerpo desnudo a centímetros del mío.
—¿Quieres… que practiquemos? Para el Test Matrimonial, quiero decir.
Se ríe por lo bajo.
—No pensaba que quisieras practicar otra cosa, cariño.
Me alegro de que estemos a oscuras, porque así no puede ver lo roja que
me he puesto. Trato de recordar alguna pregunta del test.
—¿Cuál es mi comida favorita?
Se apoya en el codo y me mira a la luz del fuego.
—A ver si adivino… La salchicha seca.
—No. El solomillo Wellington. También me gustan las coles de
Bruselas.
—Estás de coña, ¿no?
Ignoro la pregunta.
—¿La tuya es… la salchicha seca?
—Bingo.
Sonrío.
—Mmm… Dime una persona que te inspire.
—Fácil. Mi abuelo. ¿Y a ti?
Niego con la cabeza y me pongo como un tomate.
—A mí no…, no se me ocurre nadie. Dejé esa pregunta en blanco.
—¿Y eso?
—Porque no necesito que nadie me inspire. Confío en mí.
Él asiente con la cabeza como si me entendiera y murmura:
—Vaya.
Lo miro.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es que… suena a lo típico que diría una persona solitaria.
—Dice el hombre que no quiere casarse.
—Y no quiero, pero me encanta rodearme de gente. Cuanta más mejor.
¿Qué le vamos a hacer? Me gusta socializar. Con casi todo el mundo.
Me estremezco.
—Supongo que…, a mí no. Bueno, puede ser. Prefiero rodearme de
personas cercanas que sé que me apoyan. Y una de ellas será mi marido.
Quizá él me inspire.
—Joder, tía, las cosas no funcionan así. Si te escondes de todos y no les
das una oportunidad, no lo conocerás nunca.
Quizá tenga razón. Pero es que…, la idea me aterra.
—Es que creo que no les caigo bien al resto de concursantes. No
tenemos nada en común.
—No es cierto. Les caerías bien, pero no les das una oportunidad.
Supongo que tiene razón.
Un momento después, continúa:
—¿Penny?
—Nell.
—Eso. Dime algo en francés.
Me río.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque me cuesta dormirme y a lo mejor así dejo de pensar en el
concurso y concilio el sueño.
—Vale.
Pienso un momento antes de decir:
Comme deux anges que torture
Une implacable calenture
Dans le bleu cristal du matin
Suivons le mirage lointain
Abro los ojos. Está apoyado en un codo y me está observando. Las
sombras de las llamas bailan sobre su piel tatuada, un borrón agradable para
mi pobre vista.
—Joder. ¿Qué has dicho?
—Es Baudelaire. Básicamente que es hora de dormir.
—La hostia. ¿Y ya está? En francés todo suena muy sexy. Habría jurado
que querías que me metiera debajo de las sábanas contigo.
Aprieto los labios y niego con la cabeza.
—Se acabó el francés.
Se tumba y se tapa los ojos con el brazo.
—¡Mierda!
—Mmm… ¿Por qué querrías meterte debajo de las sábanas conmigo?
Se aparta la mano de la cara.
—¿Por qué? Me estás vacilando, ¿verdad?
—Bueno, no soy tu tipo en absoluto, ¿a que no? —digo sin pensar y me
tapo hasta la barbilla—. Los chicos no les tiráis la caña a las chicas con
gafas, ¿no? Y las mujeres que hay aquí parecen…
—Sentiste mi polla. ¿Crees que no tienes lo que hay que tener para
poner cachondo a un tío?
—No…
—Pues resulta que las gafas esas de culo de vaso que llevas para
esconderte me parecen la hostia de sexys —admite—. Y seguro que no soy
el único. ¿Eres virgen?
—¡Por Dios, no!
Me entra la risa tonta. ¿Por qué estamos hablando de esto? ¿Me he
vuelto loca?
—Vale. Entonces sabes de lo que hablo, ¿a que sí? ¿Tienes novio?
¿Alguna vez lo has puesto cachondo?
—A ver. —Paso el dedo por la sábana y cojo un hilo suelto de la manta
—. Solo he tenido uno. Y no era de los que…
Él cierra los ojos.
—Un momento. A ver si lo entiendo. ¿Solo has estado con un chico en
toda tu vida?
Asiento con la cabeza. ¿No hace cada vez más calor aquí dentro?
—Gerald. Es médico. Es… inteligente, guapo, amable…
—Y un amante de mierda.
—¿Qué? No. ¿Cómo te…?
—¿Sigues saliendo con ese imbécil?
—¡No es imbécil! —exclamo sin saber muy bien por qué lo estoy
defendiendo—. Rompimos hace casi nueve meses.
—Vale. Entonces…, este chico te ha enseñado todo lo que sabes sobre
sexo. Y, sin embargo, la mujer que tengo delante no se ha acostado con
nadie en casi un año, se sonroja cada vez que ve algo que desea de verdad,
no quiere que la toquen y ni siquiera puede decir las palabras «joder» o
«polla». —Se encoge de hombros—. Te ha vuelto frígida. En mi pueblo a
eso se le llama ser imbécil y un amante de mierda.
Lo miro boquiabierta.
—¡No soy frígida!
—Eh, no es culpa tuya.
Quiero pegarle, pero no soportaría tocar su cuerpo desnudo. Ay, madre,
tal vez tenga razón.
Enciendo la luz y me incorporo.
—Te besé, ¿no? ¿Tan mal lo hice?
—No. Me pusiste como una puta moto, pero creo que necesitas hacerlo
mil veces más para corregir lo que te enseñó el imbécil ese.
Lo miro con el ceño fruncido.
—¿Sabes qué? —digo mientras me subo las sábanas hasta el pecho—.
Prefiero que duermas en el suelo.
Me dedica una sonrisa pausada y empieza a tirar de la manta. Tiro yo
también y se ríe de mí a modo de respuesta.
—Como tú digas, cariño.
Se acuesta en el suelo solo con una almohada y no lo vuelvo a oír en
toda la noche. Intento dormir, pero no puedo porque tengo la sensación de
que está en lo cierto. En lo que respecta a Gerald, pero, sobre todo, en lo
que respecta a mí.
Luke
Sí. Fue una noche muy bonita. Salimos a… cenar langosta. Fue una
buena recompensa.
Mi padre.
Mi molesto, ausente y nunca impresionado padre ha aparecido en la
grabación de mi programa.
Trata a mi madre como el culo. Me ignoró durante ocho años. No asistió
a ninguna de mis graduaciones porque piensa que mis títulos no valen nada.
Y, sin embargo, por alguna razón, siempre aparece cuando menos lo quiero
en mi vida.
Qué suerte la mía. Trabaja en el centro de Boston. Pensé que la ciudad
era lo suficientemente grande como para escapar de él, pero se ve que no.
Estaba muy enfadado, como si le debiera una explicación. ¡Soy adulta!
¿Por qué iba a hacerlo?
Sigo furiosa cuando saco una muda de mi bolsa. Una parte de mí quiere
esconderse en mi cama, pero sé que eso es lo que quiere mi padre. Que me
aleje de la esfera pública y que no lo avergüence.
Así que voy a salir de copas. Espero ver mi cara de borracha en la
portada del Boston Globe.
Pero cuando rebusco en mi bolsa me doy cuenta de que la mayoría de
mi ropa no está. Solo hay un sujetador deportivo, una camiseta, un bañador
y unos cuantos calcetines. Anoche me quedé sin ropa limpia, así que la lavé
en el fregadero y la tendí en la bañera del hostal de Maine. Pero estaba muy
cansada… ¿La guardé?
Madre mía.
Me he dejado casi toda mi ropa en Maine.
Como si necesitara más razones para llorar en este momento.
Sin embargo, mi padre me ha enfurecido tanto que me ha sacado de mi
zona de confort. Natalie no abre la puerta, así que decido llamar a la puerta
de Ivy. Le cuento lo que ha pasado y tiene la amabilidad de prestarme una
muda y desearme que me divierta esta noche en mi cena de recompensa.
Me ducho y me pongo la ropa. En realidad, más bien tengo que
embutirme en ella. Los vaqueros son muy ajustados y la camiseta es la
mitad de una camiseta, es una camisetita sin mangas con un escote
pronunciado. Me miro en el espejo y… De perdidos al río. Quizá también
aparezcan mis tetas en primera plana.
Salgo del baño y cojo el móvil, la cartera y la tarjeta del hotel.
—¿Listo? —pregunto sin mirar a Luke, que está viendo el béisbol.
No dice nada y en ese momento me doy cuenta de que en realidad me
está mirando a mí y no a la tele. Tiene la boca ligeramente entreabierta.
—¿Qué? —espeto.
—Nada, es solo que…
—Me he dejado la ropa en Lubec —mascullo—. Ivy me ha prestado
esto.
—Estás…
Lo interrumpo.
—No lo digas.
Levanta las manos en señal de rendición, pero no aparta su mirada de
mi escote. Sintiéndome desnuda, levanto la camisa para cubrirme un poco
mejor. No es que ayude mucho, así que me pongo la chaqueta. Me sigue
hasta Charles Street y miro a ambos lados de la calle.
—¿A dónde? —pregunta.
Me encojo de hombros.
—No sé. No salgo desde… nunca.
—¿Me estás diciendo que nunca te has puesto pedo?
Sacudo la cabeza.
—Vale. Pues yo vivo en un pedo continuo, así que… —Mira a un lado y
al otro—. Vamos.
Lo sigo.
—¿A dónde vamos?
Se encoge de hombros y señala detrás de él.
—A algún sitio en el que no estén ellos.
Miro por encima del hombro y me doy cuenta de que hay algunos
cámaras que nos están siguiendo, aunque desde la otra acera. Acelera el
ritmo, y, de pronto, me coge del brazo y me lleva a un callejón.
—Diría que se te da muy bien esquivar a la gente —observo.
—Sí, bueno…
No dice nada más. Pero, para mi sorpresa, me siento segura a su lado,
aunque sea un macarra o haya robado a la mitad de los habitantes de
Atlanta.
Después de salir del callejón, no sé a dónde vamos de tantas vueltas que
hemos dado, pero al final miramos atrás y las cámaras se han ido. En línea
recta hay un bar de tequila que no he visto nunca.
Entramos. Es un cuchitril oscuro lleno de gente. Mi pulso se acelera
mientras nos sentamos en una barra larga.
—¿Se parece a tu bar?
Sonríe con suficiencia.
—Esto es el Ritz comparado con mi bar, que es un tugurio. Cuando lo
regentaban mis abuelos era bonito, pero ahora se está yendo a la mierda. —
Tamborilea con los dedos en la barra—. ¿Qué vas a pedir?
—Pues… —Miro los licores, confundida—. ¿Margarita?
—Pensaba que querías ponerte pedo. Nada de mierdas afrutadas.
—¿Entonces?
—Cuervo —sentencia—. Dos.
El camarero nos sirve chupitos. Levanto el vaso y miro el líquido
ámbar. Saco la lengua para probarlo mientras él me observa con una
sonrisilla.
—¿Nunca has tomado un chupito? —pregunta.
—No. ¿Es difícil?
Él sacude la cabeza, examina la barra y encuentra un par de rodajas de
lima y sal.
—Haz lo que mismo yo. Lame, bebe, chupa.
Se lame la mano debajo del dedo índice, se echa sal y me espera. Luego
se lame la mano, levanta el vaso, se lo bebe de un trago y se mete la rodaja
de lima en la boca.
—Ahora tú.
Lamo la sal, pero el líquido me abrasa la lengua nada más tocarla y me
quema la garganta también. De alguna manera me las arreglo para tragar,
pero las lágrimas caen por mi cara. Sin perder un segundo, me da la lima, y
chupo, pero siento que voy a vomitar porque me arde la garganta.
—Dios —logro decir cuando recupero el aliento.
—¿Malo?
—No. Diferente.
—Bueno. Ahora contrólate. Creo que uno es suficiente para ti si
nunca…
Doy un puñetazo en la barra.
—¡Camarero! Otra ronda.
Luke me mira fijamente.
—Oye, espera un poco.
El camarero hace una pausa, pero le meto prisa.
—No quiero esperar.
Cojo el vaso con chulería.
—¿Por qué crees que ya no le va bien a tu bar?
Levanta el vaso de chupito y se lo piensa.
—En parte es porque mi abuelo se hipotecó hasta las cejas y no se lo
contó a nadie hasta que los bancos llamaron a mi puerta hace seis meses.
Pero en gran parte es porque soy un encargado de mierda. Hay muchas
cosas que no entiendo porque dejé el instituto demasiado pronto. Incluso
después de que mi abuelo me enseñara y me ayudara, sigo sin tener ni idea.
Madre mía. Está muy equivocado. Me apresuro a corregirlo.
—Eso no es cierto. Mucho de lo que aprendí yo en la escuela es
conocimiento que nunca podré aplicar en la práctica fuera del aula. Tú
tienes algo mejor. Entiendes cómo funciona el mundo. Sabes hablar con la
gente y caerles bien. Por el contrario, ¿qué tengo yo? Un doctorado y un
montón de titulaciones sin valor. No estoy capacitada para lidiar con nada
más allá de los muros de mi universidad.
Hago ademán de ir a coger más gajos de lima y él me los acerca sin
apartar su mirada de mí. Creo que está tratando de entenderme.
—Esto tiene que ver con tu viejo, ¿no?
Asiento con la cabeza. Lamo, sorbo y chupo. Esta vez no quema tanto
como la primera vez.
Pido otro.
—Echa el freno, doctora, que no quiero que te saquen de aquí en
camilla —dice mientras se toma su bebida sin la lima—. ¿Qué ha pasado?
—Nada. Lo de siempre. Hace años que no nos vemos, pero ¿acaso se ha
alegrado de volver a verme? No, me ha acusado de desperdiciar mi vida y
me ha dicho que alguien debería hacerme entrar en razón para que no le
avergüence. ¿Te lo puedes creer? Resulta que yo le avergüenzo. Como si no
lo hiciese él solito al acostarse con su secretaria, que es tan solo cinco años
mayor que yo. Básicamente me ha dicho que me buscase un trabajo de
verdad y dejara de comportarme como una niña.
—¿En serio? Espero que lo hayas mandado a la mierda.
—No con esas palabras, pero le he dicho que no me importa lo que
piense. Que es mi vida, y que, si no le gusta, tendrá que aguantarse.
El camarero rellena nuestros vasos otra vez. Estoy un poco achispada.
Ahora mismo mandaría a mi padre, a Gerald y a quien fuese a hacer
puñetas.
—Buf, qué duro.
—Hacía falta. Me gustaría que estuviera orgulloso de mí por una vez,
pero es obvio que nunca va a suceder.
Me mira con otros ojos.
—Pues debería. Tienes huevos. Pareces una mosquita muerta, pero en
realidad sabes lo que quieres y vas a por ello. Que le den a tu padre si no lo
considera una virtud.
Sonrío. Creo que quiero a Luke Cross un poquito en este momento.
—Hace que todo lo que hago parezca un fracaso. He pasado mi vida
tratando de impresionarlo, pero nunca ha funcionado. Y ahora me da miedo
terminar la universidad porque tengo miedo de equivocarme, que, según él,
es lo que siempre hago. Siempre. Así que es lo único que puedo hacer.
—Hay gente a la que nunca podrás impresionar, hagas lo que hagas.
Está tratando de hacerme sentir mejor y lo admiro.
—¿Tú qué sabrás, si tú impresionas a todo el mundo?
Se ríe.
—A tu padre no.
Me estremezco. ¿Habrá oído las cosas horribles que ha dicho mi padre
de él?
—¡Esa es la cuestión! ¡Ni siquiera te conoce! Quiere que me case con
alguien de clase alta. ¿Casarme con un tío como él que trata a su mujer
como el culo? No, gracias —digo desconsolada—. He estado pensando en
lo que me dijiste. Y tienes razón. Soy una frígida. Y Gerald un imbécil.
¿Sabes? Salí con él seis meses y a los cinco cedí y le entregué mi
virginidad. Me estaba reservando para alguien que me quisiera de verdad, y
pensaba que le amaba y que él me amaba a mí. Pero siempre sentía que
estaba haciendo algo mal. «Muévete así», «ahí no», «hazlo así». Todo el
sexo que tuvimos consistió en él dándome órdenes, así que ¿cómo no iba a
tener la sensación de que estaba haciéndolo mal? Todo el mundo me dice
que soy un desastre excepto mi mejor amiga.
Me mira durante un buen rato. Tengo la ligera sospecha de que es
demasiada información, pero no puedo parar. Contemplo mi vaso con aire
pensativo.
—¿Sabes por qué rompió conmigo? Porque no se la quería chupar,
seguro. Le amaba y él me dejó porque no quería chuparle su cosa. Pero, en
serio, si un tío te dijese todo el rato que no lo estás haciendo bien, ¿tú se la
chuparías? —Le señalo con el dedo—. No, en serio, ¿lo harías?
Levanta las manos.
—Y una mierda. No, en absoluto, pero por más motivos.
—Sí —murmuro—. Tienes razón. Me he echado a perder por su culpa.
—No —dice—. Para nada. Algunas personas querrán encasillarte, pero
cuando te traten así es tu deber escapar. Mándalos a tomar por culo.
Me apoyo en la barra, pensativa.
—Sí, ¿verdad? Que se vayan a tomar por culo —digo por fin, y me
bebo el chupito sin la lima igual que él. Es como agua. Podría pasarme el
día haciendo esto. Me mareo solo de pensarlo.
Me impulso con la barra para girarme, así que ahora mis rodillas están
entre sus piernas.
—Cariño, llevas tres chupitos en quince minutos. Relájate o te sentirás
como si te hubiese caído una tonelada de ladrillos encima.
Lo miro y en un arrebato me quito la coleta como una conejita sexy,
algo impropio de mí. Pero de repente me siento libre. Juguetona, libre y…
sensual. No sé si es porque algunos chicos están mirándome el escote o
porque estoy con el tío más macizo del bar. Me apoyo en sus muslos y me
inclino hacia delante para que me vea bien los pechos, pues lleva echando
miraditas furtivas desde que me he puesto esta camisetilla rosa. Nunca he
lucido tetas o culo… pero, por cómo hipnotiza a Luke, creo que me gusta.
Me doy cuenta de que hay una pista de baile detrás de las mesas altas.
Está a reventar.
—¡Eh! —grito—. ¡Vayamos allí!
Me las arreglo para llevarlo conmigo, y un segundo después estoy
bailando en el centro de la multitud, moviéndome, sintiéndome parte del
gentío, feliz, sexy y viva. Estamos lejos de las cámaras y parece que no
queda rastro de la antigua Penelope Carpenter. Nueva ropa, nueva actitud…
nuevo hombre sexy al que lamería encantada de arriba abajo.
Todos están saltando al ritmo de la música. Todos menos él. Él solo me
mira con una sonrisa en los labios, como si le gustase lo que ve.
Me desea.
Y yo a él.
Mucho.
Contoneo las caderas mientras me acerco a él. Le toco la cara.
—¿Por qué no bailas?
—Porque te estoy mirando a ti.
Sonrío.
—¿Ves algo que te guste? ¿Algo que quieras probar?
—Sí. Todo —responde con voz ronca.
Buena respuesta. Lanzo mis brazos alrededor de él y presiono mi cuerpo
contra su pecho. Entonces, envuelve sus grandes brazos a mi alrededor y
sus manos masajean mi culo. Me muero. Porque cada poro de mi ser lo
quiere más cerca.
—Pues vámonos —le susurro al oído.
—No, Penny. Las cámaras…
—Me da igual —le aseguro, y le ofrezco mi mejor puchero—. Que
miren. Que miren todos. Fóllame aquí mismo.
—Penny —me dice en tono de advertencia.
Mira a su alrededor, luego me coge de la mano y me lleva hacia la
puerta. El aire frío azota mi piel desnuda. Se ha levantado niebla y está
chispeando. Él baja los labios y me da un beso en el pelo que hace que me
estremezca. Trastabillo.
Me toma de la mano de nuevo y me conduce calle abajo, al puerto, lejos
del hotel. Mi cuerpo se agita por la emoción de lo desconocido cuando, de
repente, gira en la esquina de un edificio, en un callejón estrecho y sin
salida, y me empuja hacia él.
Me acorrala allí, contra el muro del edificio, con uno de sus enormes
brazos a cada lado de mi cabeza. Su boca se apodera de la mía, dura y
brusca; sus dientes toman mi labio inferior y lo arañan. Su lengua se abre
paso hacia mi boca y su barba frota mi cara enrojecida. Esto ya no es solo
un beso, sino que resulta arrollador. Esto es empujar, pelear, follar con la
boca. Es crudo y duro y exactamente lo que espero de alguien como Luke
Cross. Estamos en medio de una ciudad llena de diversiones, y sin embargo
no existe nada en este momento salvo su boca, sus labios y su lengua, que
me toman y me hacen suya. Su boca es hábil y está ávida. Mi respiración se
vuelve irregular cuando me acaricia los brazos desnudos.
Lo quiero dentro de mí. Quiero más que eso. Como si sintiera ese
anhelo, sus dedos trazan un camino placentero y delirante hacia mis pechos.
Me toca el pezón por encima de la tela con el pulgar. Ya está duro para él.
Me lo pellizca y yo me retuerzo contra el muro del edificio, con los ojos
en blanco. Estoy desesperada por notar su lengua en mis pechos desnudos.
Quiero seguir adelante, que me pruebe. Quiero que pruebe todo mi cuerpo.
Se le escapa un leve gemido y sus manos sobrevuelan mis costillas por
un lateral. Luego, las hace descender hasta mi culo y me aúpa. Lo rodeo con
las piernas. La tiene dura contra mi sexo, que palpita.
Grito mientras su lengua desciende por mi cuello. Nunca, jamás, me
cansaré de esto.
Quiero que me coma entera. Quiero comérmelo entero.
De pronto se aparta.
—¿Penny? —murmura mientras baja un dedo por mi mejilla.
—¿Mmm?
Me relamo y observo sus labios rojos, húmedos y en carne viva; justo el
sitio que quiero besar una y otra vez.
Se queda callado mientras espera a que alce la vista y mire sus ojos de
yeti ardientes e intensos.
—Una cosa es que quisieras olvidarte de tu padre. Pero ¿esto? Se te ha
ido la olla por completo.
—¿Crees que soy frígida? —le pregunto, suplicante.
Despacio, baja un dedo por mi mejilla en dirección a mi labio inferior, y
se detiene ahí. Saco la lengua y pruebo su dedo. Sal, lima y él, mmm. Se le
escapa un suspiro entrecortado cuando me lo llevo a la boca y lo chupo
ligeramente.
Gime.
—No. Claro que no, joder —masculla, y me aplasta con su cuerpo—.
Se me está yendo la olla a mí también.
Le dedico una caída de párpados. No sé cómo explicarlo, solo sé que,
cuando estoy con Luke, soy una persona nueva que nadie más conoce. Con
él hago lo que me apetece. Me aferro al máximo a él, pruebo todo lo que
puedo, me empapo de su esencia… Qué gusto.
—Nena —susurra con voz baja y gutural—. Como sigas haciendo eso
se va a liar.
Le chupo más el dedo, hago bailar la lengua alrededor de la punta y la
paso por los lados a modo de promesa de lo que está apunto de suceder.
Porque ahora mismo… quiero que se líe.
Luke
Sí… Ahora que lo pienso, no, no vimos a los cámaras. Pero nos lo
pasamos bien. Penny se durmió en el viaje de vuelta en taxi y la llevé en
brazos. Aunque estamos listos. Mejor que nunca. Vamos a ganar terreno.
Sí, está claro que hemos sido los últimos durante gran parte de la
carrera, y ha habido muchas ocasiones en que hemos pasado por los pelos.
Hemos experimentado algunos reveses, pero no nos rendimos.
Luke
Estaba un poco pachucho, pero ya me encuentro mejor. Vamos a por
todas. ¿Que cómo hemos seguido adelante? Todo gracias a Penny.
Luke
Luke
Sabía que podía hacerlo. Ella cree que solo puede presumir de su
cerebro, pero nunca he conocido a una chica tan dura consigo misma. Es
muy tenaz.
Luke
Sí. Nos hemos dormido y hemos salido tarde de Julian. ¿Qué le vamos a
hacer? Estábamos reventados.
Por la mañana, cuando despierto, la luz del sol entra por las vidrieras e
ilumina nuestra cama.
Nos hemos liado como dos adolescentes durante toda la puta noche.
Hice que se corriera y luego nos besamos, tonteando, hasta dejar nuestros
labios en carne viva, nos tocamos y nos masajeamos hasta que nos
quedamos dormidos. No sé qué coño me pasa y por qué soy tan protector
con esta chica, pero no se parece a ninguna mujer que me haya tirado, no
solo por las razones obvias. Quiero que se quede a mi lado, la quiero en
vena, en todas partes.
Penny está más preciosa que nunca: su cabeza descansa sobre mi
bíceps, su pelo cosquillea mi barbilla y sus labios parecen una fresa madura
allí donde la marqué con los míos. Me he pasado la última hora mirando
cómo duerme sin atreverme a despertarla, observando las caras que pone
mientras sueña. Parece tranquila. Contenta. Feliz.
Y parece mía por completo.
Aunque no sea así. Ni ahora ni nunca.
Anhelo tanto estar en su interior que el deseo me quema por dentro.
Siento que conozco su cuerpo al milímetro, cada lunar y cada curva; lo
único que me falta es ese último obstáculo. No puedo hacer nada al
respecto. Si la hago mía, si la llevo a donde quiere que la lleve, será como
poner fin a esta etapa, pero no sé si con un punto o con un interrogante.
Jugueteo con mi anillo de plástico. Solo en un juego de locos como este
una chica tan elegante, dulce y maravillosa se casaría con un holgazán
como yo.
Quizá por eso no soy capaz de despertarla.
No quiero que este sueño acabe.
Pero pasará en unos días. Tendremos que tomar una decisión y volver a
nuestras vidas, en la misma ciudad, pero a años luz del otro. Y este sueño se
esfumará de mi vida para siempre.
Le tiemblan un poco los ojos y los abre despacio. Me mira.
—Ah. Hola. ¿Qué hora es?
—Ni idea. —Mis primeras palabras del día resuenan por toda la
habitación—. ¿Has dormido bien?
—Muy bien. —Sonríe. Luego estira los brazos por encima de la cabeza
y, de repente, se le borra la sonrisa—. Dios. Ay. Me duele todo.
—Nada que un buen masaje no pueda arreglar. Date la vuelta, preciosa.
Se me cae la baba cuando pienso en tocarla y sentir su piel suave y los
músculos de sus hombros y su espalda. Rueda sobre la cama, su cuerpo
desnudo pegado ahora al mío, y alarga el brazo para coger el reloj de la
mesita de noche. Cuando lo alcanza, noto que se le tensan los músculos.
—¿No teníamos que registrarnos a las ocho?
—Sí.
Le bajo la mano por la curva de la espalda y le masajeo las nalgas. Se
me pone más dura aún. Llevo empalmado durante días por su culpa y justo
cuando creo que estoy acostumbrado, se me tensan más los huevos y se me
hincha más la polla. La presión es fuerte, y cuando dé rienda suelta a mis
fantasías con Penny será todavía peor.
Pero estoy dispuesto a correr el riesgo. Ahora me deja tocarla en
cualquier sitio. Dejaría que le hiciese lo que me diese la gana con tal de que
la complaciese. Yo soy el único que se opone y camina por la fina línea que
separa la cordura de la locura.
No tengo ocasión, porque se levanta de un brinco con una agilidad
sorprendente si tenemos en cuenta que está molida tras la carrera de ayer.
—¡La madre que me parió! ¡Son las ocho y media! ¡Nos hemos perdido
el registro!
No sé cómo, pero nos las arreglamos para vestirnos, coger nuestras
cosas y salir a toda prisa hacia la plataforma de registro, donde llegamos
cinco minutos después. No hay ni rastro de Will Wang. No le ha dado la
gana esperarnos. Solo hay un miembro secundario del personal con un
cámara. Nos regaña mientras nos entrega el siguiente sobre y se dirige a la
cámara:
—¡La pareja que iba primera ahora va la última, y todo porque se les
han pegado las sábanas! ¡Vaya! ¡Van con mucho retraso! ¡Esperemos que
esto no suponga el fin para la doctora y el señor Cross!
«Es la doctora Carpenter, gilipollas», pienso mientras nos subimos al
asiento trasero de un taxi. De puta madre. Quería pasar más tiempo con
Penny, y a este paso no voy a tener ocasión de acabar de hacerle el masaje.
Tenemos las horas contadas. Creo que nuestra aventura llega a su fin.
O quizá no. Solo hemos hablado de volver a Atlanta y anular el
matrimonio. Pero sería de locos y les dejaría a todos flipando si…
No puedo pensar en eso ahora.
—Slab City —le grita al conductor con una potencia que no sabía que
tenía—. Tenemos que llegar allí. Lo más rápido que pueda, por favor. Dese
prisa.
Nuestro taxista no se anda con chiquitas. Conduce a noventa kilómetros
por hora en la Interestatal 8 y, gracias a eso, llegamos a nuestro destino en
tiempo récord. De camino, Penny suspira.
—¡No entiendo por qué hemos hecho eso! ¡Parecemos tontos! ¡Hemos
renunciado al primer puesto! ¿Y para qué?
¿Para qué? La pregunta se queda en el aire mientras espero a que se dé
cuenta de lo que ha dicho. No se da cuenta.
¿En serio piensa que no valió la pena?
Quizá lleva razón. Hay mucho dinero en juego. La oportunidad de
devolver sus préstamos estudiantiles y salir del hoyo. Quizá eso le importe
más.
Apoya la pista en su regazo y lee lo que pone:
—Antes era una base naval, pero ahora es una comunidad de arte en la
que vive mucha gente. Tenemos que encontrar la escultura del retrete. La
próxima pista está ahí.
—No parece difícil.
El conductor se ríe un poco, pero no dice nada, y cuando nos detenemos
me doy cuenta de qué era lo que le hacía tanta gracia. Hay basura por todas
partes. Los trozos de metal reluciente del desierto de California pasarán por
esculturas para algunos, pero lo único que yo veo es que vamos a tardar un
siglo en atravesar toda esta mierda.
Y hace un calor que te cagas. El sol nos golpea con fuerza, y no hay ni
árboles ni sombra por ningún lado. Y tampoco se ve ningún taxi, lo cual me
indica que los otros equipos ya han encontrado sus pistas y se han ido.
Mierda. No quiero decírselo a Penny porque no quiero darle más
motivos para que piense que lo de anoche fue un error.
Aunque es verdad. La hemos cagado. Y nuestra equivocación podría
costarnos un millón de dólares.
—¡Vamos! —exclama, y echa a correr en dirección al cepillo de fregar.
Acabamos escalando montañas de desechos que la gente ha ido tirando
al desierto. Es para volverse loco. Estoy chorreando, y lo único en lo que
pienso es en que hace una hora estaba en el cielo y ahora estoy en el
infierno.
Entonces oigo que Penny me llama.
—¡La he encontrado! ¡Luke, la he encontrado!
Corro colina abajo hasta ella. Está de pie al filo de una losa de hormigón
medio rota y lee la pista.
—Yuma —anuncia—. Tenemos que ir al aeropuerto de Yuma.
Otro vuelo. Hasta hace un par de semanas no había pisado un
aeropuerto en mi vida, y ahora me siento como un puñetero trotamundos.
He perdido la cuenta de las horas que hemos pasado viajando en avión, pero
me alegro de que esto no se haya acabado todavía y de que podamos seguir
en otro sitio.
Llegamos al aeropuerto justo cuando están embarcando. Cuando nos
sentamos en nuestros asientos, dispuestos a descansar por fin, Penny se
pone a buscar a nuestros compañeros de carrera. Al no encontrar a ninguno
dice:
—Pues sí que vamos con desventaja. ¿Crees que nos echarán cuando
lleguemos a nuestro destino?
—No lo sé —respondo, porque no tengo ni idea.
Ya no sé nada. Ni siquiera lo que pensaba que sabía.
Siento que puede pasar cualquier cosa.
Aloha, Hawái
Nell
Sí. Vamos los últimos otra vez, pero por suerte lo hemos vuelto a
conseguir. Me muero de ganas de relajarme en la playa. Nunca he estado
en Hawái.
Luke
Luke
Eloise está sentada a mi lado con las piernas cruzadas para que vea lo
tonificados que tiene los muslos.
Pero lo único que puedo hacer yo es ver por la ventanilla cómo la chica
de mis sueños desaparece a lo lejos. Observa cómo se va la limusina, y
parece tan triste que necesito volver para abrazarla y llevarla conmigo.
Eloise chasquea los dedos delante de mí y me doy cuenta de que me ha
hecho una pregunta.
—¿Cómo te sientes tras ganar el concurso?
Asiento con la cabeza.
—Bien.
Me mira como si esperase un poco más de entusiasmo por mi parte.
—No sé qué pasará ahora —añado.
Sonríe de oreja a oreja y saca un par de cervezas de la nevera. Me
ofrece una.
—El cielo es el límite para ti, cariño. Te garantizo que los vídeos tuyos
que tenemos valen oro. ¿Qué quieres? ¿Grabar anuncios? ¿Ser modelo?
¿Quieres probar suerte como actor? En cuanto el mundo entero te vea no
podrán quitarte el ojo de encima. Y fui yo quien te descubrió.
Miro la cerveza y la dejo en el posavasos.
—Nada de eso me interesa.
Le da un sorbo a su cerveza.
—¿Me estás tomando el pelo? Tienes una oportunidad increíble. Dentro
de dos meses el país entero estará enamorado de Luke Cross.
Contemplo el azul del océano a través de la ventanilla y recuerdo que
ayer estaba surcando las olas con ella. Quizá hace dos semanas no me
hubiese importado alcanzar el estrellato. En cambio, ahora solo quiero que
una persona esté enamorada de mí.
—Y no te preocupes por el matrimonio. Lo anularemos de inmediato;
hay un pequeño vacío legal en la cláusula de coerción —me explica con una
sonrisa ladina—. Sé que os tiene que haber costado estar casados con
alguien con quien no tenéis nada en común. Pero sabíamos que nos daría
audiencia. La expectación es máxima. ¿Vas a ver el programa el domingo?
Frunzo el ceño y niego con la cabeza.
—Ay, ¿estás nervioso? No te preocupes: he tenido la última palabra en
la edición del metraje, y no es por echarme flores, pero creo que te he
dejado estupendo —dice al tiempo que se inclina y me da palmaditas en el
pecho. Deja la mano ahí más tiempo del necesario, me araña el abdomen y
me mira, expectante—. Podrías decir «gracias».
—Gracias —respondo de forma mecánica.
Sigue bajando la mano.
—O podrías demostrarme tu agradecimiento —propone ella.
La miro. Su mirada lobuna es inconfundible. Le cojo la mano y se la
aparto.
—No. No puedo.
Se recuesta, atónita.
—¿Que no puedes?
—Ya me has oído —gruño—. Estoy enamorado de Penny. Quiero
seguir casado con ella y ella conmigo.
Ella niega con la cabeza.
—Las cosas no funcionan así. Os emparejamos…
—Ya. Nos juntasteis para que nos llevásemos fatal y no quisiéramos
estar casados. Pensabais que os ibais a ahorrar la pasta, ¿no? Pero no
queremos anular el matrimonio. Es lo que íbamos a decir al final de la
carrera, y es lo que habríamos dicho si no os hubieseis sacado de la manga
este jueguecito para conseguir más audiencia. Queremos estar juntos. Y nos
estáis jodiendo la vida al hacernos esperar hasta el final.
—Creo que no estás pensando con claridad. Por supuesto que vais a
querer anular el matrimonio.
—No. No vamos a querer. Y tampoco vamos a cambiar de opinión en la
final.
Soy consciente de que me está mirando con la boca ligeramente abierta
mientras la limusina se detiene en el aeropuerto de Maui. Cojo mi bolsa y
salgo. Me da mi billete y dice:
—Qué pena.
No, no lo es.
Puede que me sienta como una mierda ahora mismo, pero no se debe a
que haya decidido estar con Penny, eso seguro. Es la única buena decisión
que he tomado.
Cojo el vuelo de inmediato y llego a Atlanta sobre las diez de la noche.
Como imagino que mi abuela ya estará durmiendo, le pido al taxista que me
deje en el bar de Tim, pues sé que encontraré a Jimmy justo donde lo dejé.
El bar se está llenando cuando entro por la puerta. Todos aplauden
sorprendidos, lo que me dibuja una sonrisa en la cara pese a que estoy
reventado. No he pegado ojo en el avión. Localizo detrás de la barra al tío
que contraté para que me sustituyese durante un tiempo, un pobre
desgraciado como yo que necesitaba todo el dinero que pudiese conseguir.
Avisto a Jimmy al fondo, en el reservado de la esquina que usa como
despacho. Ahora está con Lizzy, así que creo que ya no viene por necesidad,
sino por costumbre.
James se acerca cuando Flynn, mi mini yo, me sirve un chupito de
tequila, y me saluda:
—¿Cómo estás, cabrón? Te hemos echado de menos por aquí.
Me lo bebo de un trago, en un intento por mantener a raya cualquier
recuerdo de Penny en Boston, bailando pegada a mí, mirándome con cara
de no haber roto un plato mientras me lamía los dedos con esa lengua
prodigiosa que tiene. Dejo el vaso con un golpe y le hago un gesto a Flynn.
—Sí. Otro.
—¿Ha sido para tanto? —pregunta Jimmy con una amplia sonrisa, y
saca el taburete que hay a mi lado con los pies—. Nos estamos preparando
para verlo todos juntos el domingo. Va a ser el evento más importante que
se haya visto jamás en este barrio.
—Pues no contéis conmigo —digo, y me tomo el segundo chupito.
—¿Qué coño te han hecho? ¿Terapia de choque? Estás hecho mierda.
Bonito corte.
Me paso las manos por la cara y el pelo. Últimamente, mi barba es tan
poco frondosa como mi pelo y me pican los ojos por el cambio horario.
—Me voy a la cama. Mañana hablamos.
Siento que todos me miran mientras recorro el pasillo en dirección a las
escaleras y subo a mi casa. Cuando llego, tiro mis cosas al suelo y me
desplomo en el sofá. Miro la macha de humedad del techo.
Me entran náuseas al recordar cómo Eloise me tiraba de los pantalones.
Hace dos semanas, cuando la conocí, le habría dado lo que hubiese pedido
encantado. Pero llevo a Penny tan metida en la piel y en las venas que no
tengo ojos para otra mujer. No es cuestión de sexo ni de desfogarse ni nada
por el estilo. La necesito como el aire que respiro.
Y ni de coña voy a esperar hasta el 17 de diciembre para decírselo.
El mundo real
Nell
Gerald: La madre que te parió. ¿En serio te has casado con ese tío?
Un momento después:
Luke
Tres semanas.
Tres agónicas semanas.
Fue el tiempo que pasó antes de que recibiera otro mensaje de Luke.
Me estaba volviendo loca. Fui a la entrevista para el puesto de profesora
adjunta en el Departamento de inglés de la Universidad Estatal de Georgia,
pero no lo conseguí, por lo que seguía buscando trabajo. Sin embargo, el
estrés que me producía que mi deuda siguiese creciendo apenas hacía mella
en mí, pues sabía que el 17 de diciembre obtendríamos nuestra recompensa:
un millón de dólares. Mi mente estaba hecha un lío por el revuelo que el
programa estaba causando, y, como es evidente, por pensar en Luke.
Llevaba el móvil siempre conmigo, a la espera del mensaje. Se hizo de
rogar.
Para cuando me llegó, ya era noviembre.
No era dulce. Ni siquiera amable. Solo ponía: «20:00 h, domingo. Sal
de Atlanta por Carver Mill Road hasta la curva en forma de S, luego gira a
la derecha, métete a través de los árboles y sigue unos noventa metros».
Me quedé con la vista fija en el mensaje. ¿Y si no era suyo? Podría
haber sido de un asesino en serie que intentaba atraerme a un lugar aislado.
Pero miré la hora: las ocho de la tarde del domingo, hora a la que
retransmitían Matrimonio por un millón de dólares, y decidí que prefería
arriesgarme en vez de que me obligasen a ver el programa. De hecho, me
las he ingeniado de maravilla para no ver los episodios pese a la insistencia
de Courtney, que sigue intentando que me lo trague con ella. Se ha vuelto
aún más fan que antes, y no puede creer que siga en el concurso. Un
domingo me miró extrañada y me preguntó:
—No irás a ganar, ¿no?
Y me encogí de hombros.
Así que el domingo cojo prestado el coche de Nee y salgo de Atlanta.
No tengo ni idea de a dónde me dirijo, y el camino es espeluznante y
oscuro. Es otoño y las hojas caen mientras conduzco por la curva
zigzagueante. Efectivamente, hay un pequeño camino a la derecha. Es de
grava y está lleno de surcos. Conduzco con los ojos entornados por la luz de
los faros hasta que veo la parte trasera de una vieja camioneta de la marca
Ford.
Freno y apago el motor mientras rezo para que sea él, pero, por si acaso,
no salgo.
Entonces se abre la puerta y sale una figura enorme. Rodea la parte
trasera de la camioneta y se apoya ahí con los brazos cruzados.
Esos bíceps son inconfundibles. Es él.
Olvido quitarme el cinturón de la emoción y por poco me estrangula.
Me lo desabrocho, salgo del coche y corro a sus brazos. Me subo a él a
horcajadas. Me sujeta del culo y lo rodeo con las piernas. Me besa en el
pelo, en la cara, en la boca, y disfruto de su presencia, de su aroma, de su
cuerpo, de todo.
—Te he echado mucho de menos —digo, con la cara enterrada en su
cuello.
—Y yo a ti.
Nos quedamos abrazados un buen rato; me aprieta contra su cuerpo
cálido y no hablamos, pese a que he querido contarle un montón de cosas
desde que me fui. Es curioso, tras habernos separado, veía cosas que creía
que le gustarían o pensaba en qué decirle, pero ahora… No quiero hablar.
Solo quiero estar cerca de él.
Cuando me deja en el suelo tras lo que parece un siglo, miro a mi
alrededor.
—¿Dónde estamos?
Señala detrás de él.
—En la granja de mis padres. Su casa está ahí arriba. Pero nadie viene
aquí nunca. Antes venía aquí a colocarme.
—Ah.
Vale. Menos cháchara y más besos.
Me dispongo a besarle, pero él pregunta:
—¿Tienes que volver pronto?
Sacudo la cabeza con firmeza.
—No quiero volver nunca más.
—Bien, porque puede que te retenga. —Abre la puerta trasera de su
camioneta, se sube y extiende un saco de dormir. Me da la mano para
ayudarme a subir. Nos quitamos los zapatos y nos metemos juntos en el
saco, de lado, el uno frente al otro—. ¿Te suena?
—Recuerdo que la última vez que hicimos esto estábamos a diez
grados. Pero llevábamos mucha más ropa y estábamos mucho más cerca.
—Mmm… A ver qué podemos hacer —dice, y empieza a
desabrocharme los botones de la blusa. Me la quito. Nos ayudamos a
desnudarnos despacio, y cuando él me rodea con un brazo y me empuja al
calor de su cuerpo, siento que he muerto y he llegado al cielo—. Me gusta
estar contigo, doctora Carpenter.
—Llámame doctora Cross —le corrijo mientras acaricio su pecho—. Es
más que un honor para mí ser tu mujer. Así parece más real, como si ser
tuya fuese lo más acertado.
Me baja las manos por la espalda y me aprieta el culo.
—Cariño… Mi mujer… Eres muchas cosas —susurra—. Estoy tan
enamorado de ti que no sé qué hacer con mi vida. Sans toi, je ne suis rien.
Lo miro embelesada; mis poros rezuman amor por él.
—¿Dónde has aprendido eso?
Me observa con atención y me coloca un mechón detrás de la oreja.
—Dime que lo he dicho bien, porque llevo semanas practicando.
Sonrío.
—Sí. Yo tampoco soy nada sin ti.
—Me alegro. ¿Le has contado a alguien lo nuestro?
Asiento.
—A mi mejor amiga. Pero no me creyó.
Se ríe por lo bajo.
—Me cuesta creerlo hasta a mí. Por eso tenía que verte. Necesito saber
que no eres un sueño. —Me besa en la frente—. Dios, eres preciosa.
Pone una mano entre nosotros.
—Tócame ahí —murmuro—. Tócame por todas partes.
Me separa los muslos con las rodillas y abre mis piernas de par en par.
Estoy chorreando. Su mano se desliza entre mis piernas, me toca el clítoris,
y mete un dedo lento en mi interior, húmedo. Ahogo un grito cuando el
deseo se extiende por cada una de mis terminaciones nerviosas. Luke se
traga mi jadeo y gime cuando fundimos nuestros labios. Su dedo se desliza
lenta y rítmicamente dentro y fuera de mí y me hace gemir y retorcerme
bajo sus caricias. Su tacto sobre mi clítoris es amable, suave y persistente.
Traza círculos con tal seguridad que no puedo evitar mojarme. Siento un
anhelo en el estómago, un ansia dentro de mí que no se puede saciar. Me
muero por acercarme a él lo máximo posible.
Toco su polla. Su hermosa y perfecta polla.
—Te deseo. Te necesito. Por favor, Luke.
Espero que se resista, pero me responde con un gruñido masculino que
retumba contra mi pecho. Me besa con más ímpetu y después me da
pequeños besos mientras se echa hacia atrás y se coloca entre mis piernas.
Se toca los pantalones. Sé lo que está buscando. Lo cojo de la mano.
—Estoy protegida. Y quiero sentirte por completo. Fóllame.
—Joder, Penny. ¿Sabes cuántas veces he soñado con esto?
—Lo sé. —Lo beso en la frente—. Yo también. No he dejado de pensar
en ti ni un segundo desde que me fui de Maui.
Me apoyo sobre los codos y observo cómo se coge el miembro y me lo
coloca entre las piernas. Se detiene cuando está a punto de entrar en mí y
me mira a los ojos.
—¿Seguro que quieres hacerlo?
Asiento con la cabeza. Más que nada.
Me cubre con su cuerpo, y de repente siento cómo se desliza dentro de
mí, centímetro a centímetro, y me colma de forma lenta. Resulta tan
placentero y delicioso que esté dentro de mí, en el lugar correcto, que
parece que encaja en mi interior como la última pieza del rompecabezas.
Me hace temblar de arriba abajo.
—Joder, Penny —murmura con la voz entrecortada. Sus manos agarran
mis caderas, me clava los dedos—. Encajamos muy bien.
Y luego entra y sale, cadera con cadera. Es enorme, me estira y lo siento
dentro de mí, palpitando al ritmo de su pulso. Suspiro, temblorosa, y
saboreo la sensación de su piel caliente, que cubre la mía. Beso su mejilla,
salada por el sudor, y me pregunto qué me va a hacer a continuación para
volverme completamente loca.
—¿Así? —pregunta, inseguro y tímido, como si no fuese consciente de
lo increíble que es y que hasta la más mínima cosa me hace enamorarme
más y más de él.
—Me encanta. Me encanta tu polla. Estoy muy a gusto.
La presión aumenta cada vez más, voy a explotar. Antes de que eso
pase, deja de cogerme de las caderas y se retira. Siento la punta de su
miembro en mi entrada un segundo y, al momento, se hunde en mí despacio
y sin pausa.
No puedo evitarlo. Me arranca un chillido.
—¿Bien? —me pregunta con ojos penetrantes.
¿Cómo podría no estarlo? Se trata de mi marido y yo. Juntos. Haciendo
el amor. No puede haber nada mejor.
—Sí. Más. Más rápido.
Se desliza hacia fuera de nuevo, despacio, aunque esta vez sin pausa.
Acto seguido, me embiste con fuerza. La presión brota desde lo más
profundo de mi ser como un volcán a punto de entrar en erupción y
aumenta poco a poco. Sus músculos están tensos cuando se retira y me
embiste de nuevo, más fuerte, más rápido, más hondo, lo que alimenta mi
deseo porque se hunda en mí lo máximo posible.
Nunca me han follado así en mi vida. Me penetra tan a fondo que cada
poro de mi cuerpo se convierte en fuegos artificiales.
—Sí. Sí —grito—. Madre mía, Luke. Oh, Dios. No pares, no pares
nunca, nunca, por favor. No pares, Luke.
Estoy balbuceando.
—¿Te gusta que te lo haga duro? —pregunta con voz tensa.
Levanto las caderas de la cama improvisada y acojo sus embestidas a un
ritmo constante y acelerado. Estamos cubiertos de un sudor agradable, y la
fricción amenaza con prendernos fuego.
—Sí. Como tú quieras. Por favor, necesito sentirte —jadeo.
Un escalofrío de placer nace en la parte baja de mi vientre y amenaza
con llegar a cada centímetro de mi cuerpo. Ya no me siento cohibida. Deseo
su boca en mi piel, en todas partes. No quiero que deje de follarme nunca.
La presión de mi vientre me atraviesa con fuerza, y sé que se avecina algo
increíble.
Disminuye la velocidad de sus embestidas y mide el ritmo cuando entra
y sale, penetrándome más profundamente. Su pecho me roza los pezones,
que están duros, y de pronto doy un grito. Ha dado en el lugar correcto; el
placer es casi insoportable. Me estoy poniendo aún más cachonda y estoy
más cerca del orgasmo de lo que jamás creí posible. Le rodeo las piernas
con las caderas, y él se entierra en mí. Me lleva al cielo. Me aferro a su
cuerpo como si fuese lo único que me atase a la tierra.
Me estremezco con tal intensidad que se me escapa un grito primitivo y
le araño la espalda. Me corro. Muy fuerte. Tan fuerte que sigo gritando y
gimiendo su nombre una y otra vez, hasta que se me empieza a pasar el
estado de éxtasis. Este hombre me desgarra por dentro.
Al parecer, se ha estado conteniendo, porque en cuanto se me empieza a
pasar el efecto me la mete hasta el fondo y se queda ahí mientras noto cómo
se vacía en mí. Libera un largo gemido, amortiguado por mi pelo, y luego
susurra mi nombre una y otra vez.
—Penny —murmura mientras las contracciones disminuyen y me mira
a los ojos desde un estado de trance. Se desploma en mis brazos, sin
fuerzas, y lo abrazo mientras las estrellas, la luna y el mundo entero nos
iluminan, sonriendo por este momento tan perfecto.
No me cabe ninguna duda de que este hombre está hecho para mí.
Ya lo creo que sí.
Luke
Sí. Por fin puedo decirlo en voz alta. Luke y yo hemos ganado la
primera temporada de Matrimonio por un millón de dólares. Me parecía
imposible cuando empezamos. Pero al final hemos formado un buen
equipo.
17 de diciembre
Luke
Una puta mentira, así de claro. Las cosas no pasaron tal y como se vio
en la tele. Se inventaron una historia y eligieron las imágenes que más les
convenían para contarla. Nos han jodido la vida solo por la audiencia.
Es Nochebuena.
Ha pasado una semana desde la final y el mundo exterior es más que
nunca un campo de minas.
Estoy a oscuras en mi cuarto con el portátil. Es mi fortaleza. Me he
pasado casi toda la semana en la cama. Las sábanas están sucias porque
llevo tiempo sin ducharme. No como. Ni siquiera consigo hacer las cosas
normales que me hacían feliz, como escuchar música clásica o leer. Todo lo
que alguna vez me trajo alegría me recuerda a él.
Cuando llegué a casa después de la final, Courtney intentó hablar
conmigo, pero le dije que no me encontraba bien y me encerré en mi cuarto.
Desde entonces, solo la he visto un par de veces, pero siempre llama a mi
puerta cada vez que vienen periodistas a hacer preguntas. La ignoro o le
aseguro que estoy bien pero que necesito tiempo.
He recibido —y eliminado sin contestar— al menos doscientos correos
de varias fuentes de noticias que querían saber mi opinión.
¿Mi opinión?
Ojalá no me hubiese apuntado a ese maldito programa. Recibí el dinero,
que me ha ayudado a pagar muchas facturas, pero, si pudiese volver atrás,
sin duda me quedaría con las facturas.
Porque ahora tengo un corazón roto e inútil que duele tanto que creo
que estoy muriendo lentamente. Intento recomponerme una y otra vez, pero
siempre acabo hundiéndome de nuevo. Y como en todo el país nadie
apoyaba nuestra relación ni les gustaba la pareja que formábamos, dudo que
me vayan a entender.
Estoy sola. Completamente sola. Y quizá es así como tiene que ser.
Me llega otro mensaje de voz al móvil con el prefijo 508. Reconozco el
número. Es mi padre. Como sé que nada puede hacer que me sienta peor, lo
reproduzco:
—Feliz Navidad, Nell. Mmm… Tu madre y yo queremos que sepas…
que hemos visto el programa. Hemos intentado contactar contigo. Nos
gustaría decirte… que, si te apetece volver a casa, estamos aquí. Estamos de
tu lado, Nell.
Reprimo un sollozo.
A casa. A lo mejor ese es el problema en mi vida. Quizás en vez de
venir hasta aquí debería haberme quedado en casa y comportarme como mi
padre quería. Puede que todo este tiempo él tuviese razón.
Empiezo a borrar correos de gente que solicita entrevistarme hasta que
veo uno de la Universidad de Massachusetts en Amherst. En noviembre
hice una entrevista para ser catedrática de literatura inglesa. Lo abro y, a
medida que leo, mis ojos se abren cada vez más.
«Estimada Dra. Carpenter:
Nos complacería mucho darle la bienvenida a nuestra facultad…».
Lo miro durante un buen rato, y de pronto sé que mi corazón no está tan
herido porque empieza a latir de nuevo. Quizá no lo haga igual o a la misma
velocidad que antes. Quizá no vuelva a ser feliz. Pero creo que sobreviviré.
Es lo que tengo que hacer.
Justo entonces alguien llama a la puerta.
—¿Nell? Soy Courtney. Sal, porfa. Es Navidad. He preparado la cena.
Salgo de debajo de las mantas y voy a abrir la puerta. Parece
sorprendida. Me mira bien y se le entristece el semblante.
—Madre mía, Nell, tienes un aspecto horrible.
Me aliso el pelo.
—¿Gracias?
—Cielo, ya ha pasado una semana. ¿No quieres hablar?
Me dejo caer bocabajo sobre la cama.
—No hay nada de qué hablar.
Me sigue y se sienta en la cama. Le echa un vistazo al portátil.
—¿Y esto? ¿Has conseguido trabajo? ¿En Massachusetts?
Asiento con la cara aún enterrada en las mantas.
Me mira horrorizada.
—No lo irás a aceptar, ¿no?
Trago saliva.
—Creo que sí.
Palidece al oír mi respuesta.
—¡No! —grita—. Pero ¿y qué pasa con…?
—Siento que tengo que hacerlo. Solo así seré capaz de superar esto.
—¿Superar el qué? ¿Que estás enamorada de Luke Cross?
Me levanto como un resorte y niego firmemente con la cabeza.
—No estaba enamorada de él…
—Sí, por supuesto. Y llevas una semana de bajón por un tío al que no
quieres. Ya.
La miro con el ceño fruncido.
—¡Estaba enferma!
—Ya, claro. —Se cruza de brazos—. Venga, Nell. Te conozco. Y desde
que volviste de la grabación pareces una persona distinta.
—No es verdad —mascullo. He estado destrozada desde que volví de
Maui porque no puedo pensar en otra cosa que no sea Luke. Me extraña que
no haya hecho que me encierren teniendo en cuenta la de veces que me he
sorprendido a mí misma estos dos meses mirando a la nada, sonrojada y
febril, mientras recordaba su cuerpo en contacto con el mío—. ¿Y a qué te
refieres?
—A que a la Nell que conozco le daba miedo todo lo que no estuviese
entre las páginas de un libro. ¡Y mírate ahora! —Señala el portátil—. La
idea de dar clase te aterrorizaba. Y ahora te ofreces para ser profesora en
varias universidades. He visto a una chica más feliz. Más aventurera. Más
extrovertida. Mas relajada. Al principio pensaba que era por el concurso.
Pero a medida que veía el programa lo supe. Era por el hombre.
De acuerdo. Ya me imaginaba que se daría cuenta de que estaba
enamorada de Luke en cuanto viese el programa. Estaba claro que todas las
mujeres del país habían caído rendidas a sus pies, y eso que ellas no
dormían abrazadas a él cada noche. No me da vergüenza haberme rendido a
sus encantos; le habría pasado a cualquiera.
—Vale, sí, le quiero. ¿Y qué?
Me mira como si me hubiese vuelto completamente loca.
—No es solo eso. Ha conseguido que te quieras a ti misma. ¿Y sabes
cuántos hombres pueden hacer eso? Déjame que piense… Ninguno. Si le
quieres, ¡no entiendo ni entenderé nunca por qué dijiste que no!
—¡¿Cómo que por qué?! ¿No viste los vídeos que pusieron en la final?
No había duda de que no sentía lo mismo que yo y solo quería casarse
conmigo para conseguir el millón de dólares. Punto.
—Sí, Nell, vi la final. Pero también toda la temporada. Y he visto cómo
se enamoraba perdidamente de ti. Estaba enamorado de verdad.
—Es imposible. Nadie más se dio cuenta de eso.
—¡Pues claro que sí! El problema es que estaban celosos. Todos fuimos
testigos de vuestra prolongada mirada cuando por fin ganasteis. Él te
hablaba en susurros, y parecía que no hubiese otra mujer en el mundo. Está
enamorado de ti hasta las trancas. No tengo ninguna duda. Vuelve a ver los
vídeos si no me crees.
Niego con la cabeza.
—Te equivocas.
—No, cariño, no. Sabes que tengo razón. Por eso estás destrozada.
Porque has encontrado a tu alma gemela, al hombre que saca lo mejor de ti,
al que hace que la felicidad te ilumine los ojos, y has dejado que los demás
te digan cómo debes sentirte. La has cagado. Pero no pasa nada, a juzgar
por cómo se quedó cuando abandonaste el plató hecha una furia, no me
cabe ninguna duda de que te está esperando y de que se siente igual de mal
que tú ahora mismo.
Me llevo las manos a la cara. El odio que siento hacia mí misma y lo
mucho que me arrepiento me provocan temblores.
—La he cagado, ¿verdad? Y fíjate si soy penosa que una parte de mí
piensa que tendría que haberme quedado con él incluso si hubiese querido
seguir casado conmigo por el dinero. Habría sido mejor que estar como
ahora. Porque estar así… sin él… Lo odio. No lo soporto.
—Créeme. No lo hacía por el dinero. Ve a por él. Recupera a tu hombre.
Niego con la cabeza. Siento como si una tonelada de ladrillos me
aplastase el pecho.
—No puedo. He desperdiciado mi única oportunidad.
Me mira decepcionada.
—¿Por qué? ¿Porque Nell Carpenter siempre necesita tener razón y no
es capaz de reconocer que se equivoca?
—Más o menos.
—¿Aunque eso suponga decidir entre ser feliz o una desgraciada?
Asiento con la cabeza.
—Merezco ser una desgraciada por lo que le he hecho. ¿Sabías que me
tuve que lanzar yo? Él se negaba una y otra vez a acostarse conmigo porque
no se consideraba lo bastante bueno. Y cuando por fin lo hicimos me
propuso matrimonio. Te lo juro. Me dio esto. —Rebusco en mi mesita de
noche y saco el anillo—. Para demostrarme que me querría siempre.
Se lo pongo en la palma de la mano y ella ahoga un grito.
—Madre mía, Nell. Es lo más bonito y lo más romántico que he oído
nunca. ¿Qué coño has hecho?
Empiezo a sollozar.
—No me lo merezco. Soy una persona horrible, no me lo merezco.
Todo este tiempo pensaba que era demasiado buena para él, cuando es Luke
el que es demasiado bueno para mí. Merezco ser una desgraciada lo que me
queda de vida por haberme comportado así.
—No, cariño, en absoluto. Mereces ser feliz.
—Él también. Pero no se merece a alguien que lo trate como yo —le
digo al tiempo que cuadro los hombros—. Por eso quiero ir a Amherst.
Necesito alejarme de todo. De él. Aunque nuestros caminos no volviesen a
cruzarse, me mata saber que vivimos en la misma ciudad y que lo nuestro
podría haber funcionado.
Me da el anillo.
—Pues vas a tener que devolvérselo primero.
Los ojos se me van al anillo. Es muy bonito. Soy consciente de que
tengo que devolvérselo, pero mi cuerpo se contrae del miedo ante la idea de
buscarle para entregárselo.
—Lo sé. Podría enviárselo por correo. Tengo la dirección de su bar.
Courtney niega con la cabeza.
—Intentas escaquearte. Esa que habla es la antigua Nell. La que se
escondía del mundo real y se asustaba de su propia sombra, pero ya no eres
esa mujer. Y lo sabes. Sabes que esto de esconderte en tu cuarto no es
propio de ti. Deberías hablar con él.
Tiene razón. Y, aunque sé que sin duda será lo más doloroso que he
hecho nunca, necesito volver a verlo. Al menos una vez.
—Vale, iré.
—Hoy.
—¿Hoy? Es Nochebuena.
—¿Y? Lo has retrasado una semana. Tú misma has dicho que lo has
tratado fatal. Se lo debes.
Salgo de la cama.
—De acuerdo, puedo hacerlo.
Sonríe con tristeza.
—Así me gusta. Pero dúchate primero, por favor, que apestas. Venga, te
voy a preparar todo el ponche de huevo con alcohol que quieras para
cuando vuelvas.
Cojo el albornoz con la certeza de que voy a necesitar mucho más que
ponche de huevo para levantarme el ánimo cuando todo esto acabe.
Mientras me estoy arreglando para irme, pienso en lo que me ha dicho
Courtney. Y me doy cuenta de que, aunque esté hundida en la miseria, soy
otra persona. Una versión mejorada de mí misma. Ahora soy más fuerte.
Gracias a él. Me ha inspirado, me ha ayudado a encontrarme y no ha
dudado de mí en ningún momento.
Sí, mi corazón se rompió en mil añicos. Pero cuando vuelva a juntarlos
será más fuerte a pesar de las cicatrices que Luke ha dejado en él.
Y cuanto más lo pienso, más sé que volvería a repetirlo todo. Porque un
corazón con cicatrices es mejor que uno que no ha latido nunca.
Luke
Ya es tarde. El bar está casi vacío. Les he dicho a mis clientes que iba a
cerrar pronto para pasar Nochebuena con mi abuela, pero es mentira. He
estado con ella esta mañana, y mañana también iré a verla. Esta noche voy a
hacer lo que he hecho durante las últimas siete noches.
Ponerme pedo.
Ya lo estoy un poco.
Hace tiempo me propuse que no volvería a beber hasta que cerrase el
bar. Sin embargo, no lo he cumplido. Llevo bebiendo chupitos de tequila a
escondidas desde mediodía. Está sonando «Rudolph» en la máquina de
discos y hay lucecitas de colores parpadeando por todas partes, pero dudo
que haya un sitio más deprimente en todo el mundo.
Tengo un montón de gente a los que considero amigos y de los que
podría rodearme, además de mi abuela, Jimmy y Lizzy.
Pero nadie puede reemplazarla a ella.
Jimmy se ha pasado las últimas horas perfeccionando su nueva
acrobacia en el escritorio de su despacho. Cuando se acerca a pagar la
cuenta, me examina de arriba abajo.
—Dios, Luke, más despacio.
Cojo el billete de veinte que deja en la barra y, sin mirarle a los ojos,
respondo:
—Vete a la mierda.
Conozco de sobra a Jimmy, por lo que sé que no se va a sentir ofendido.
Y aunque no fuese así, mi respuesta sería la misma. Un «idos a la mierda»
como una catedral para todo el mundo. Jimmy no le da importancia.
—Lo que tú digas. Escucha, Luke, todos sabemos por qué te comportas
de esta forma. Es por esa chica. Si tanto la quieres, ve a buscarla.
Guardo el billete en la caja registradora.
—No tienes ni puta idea.
Pero sí la tiene. Estaba con Lizzy cuando le pedí ayuda con el anillo y
vio lo contento y emocionado que estaba por casarme con Penny. Lo
impaciente que parecía por estar siempre con ella, como él con Lizzy. Pero
después, él y otros trece millones de personas fueron testigos de cómo me
partió el corazón y lo pisoteó al abandonar el plató.
Me sirvo otro chupito y me lo bebo de un trago.
—Vale —admito con la mirada clavada en la barra—. A lo mejor lo
hago. Pero no va a servir de nada. Se ha terminado.
Cojo la botella. A la mierda el vaso de chupito. Me la iba a acabar igual.
Rowan no pierde detalle de cómo me llevo la botella a la boca.
—Relájate, tío. Ven a cenar conmigo y con Lizzy.
Niego con la cabeza. Lo único que quiero hacer ahora mismo es irme a
la cama y mandar a la mierda a todo el mundo hasta que pierda el
conocimiento.
—No, id vosotros. Feliz Navidad.
Me mira preocupado y se va justo cuando los dos últimos clientes
también se marchan. Me quedo solo. En otra ocasión, me pasaría la
siguiente hora limpiando, pero hoy no me da la gana. Ni siquiera me
preocupo de cerrar la puerta del bar con llave. Dentro de poco, este local ya
no será problema mío. Cojo la botella de tequila por el cuello y empiezo a
subir las escaleras que conducen a mi casa.
—Luke.
Esa voz me golpea como una patada en el estómago.
Me giro despacio. Y ahí está ella. Bueno, ellas. Parpadeo hasta que las
dos imágenes se vuelven una. Penny. La preciosa Penny. Lleva un pequeño
abrigo blanco con una capucha de pelo. Parece un ángel.
Por un momento se me ocurre que ha venido a buscarme, a decirme que
cometió un error. Bajo unos escalones. Pero entonces veo la cajita en su
mano. La deja en la barra y dice:
—Vengo a devolverte esto.
La miro con desinterés y me dispongo a subir las escaleras.
—Luke —levanta la voz un poco más.
Me doy la vuelta.
—¿Qué?
Ella se baja la capucha y se muerde el labio.
—Pues…, que en enero me iré a Massachusetts. He encontrado trabajo
allí. Solo quería decírtelo y también que… lo siento.
—¿Que lo sientes? —repito sus palabras porque tiene que haber un
error. Que lo siente ¿Cómo es posible?
Avanzo hacia ella con paso airado. Golpeo tan fuerte la barra con la
botella que Penny se estremece.
Me acerco a ella y me limpio la boca con la mano.
—Lamento muchas cosas en mi vida, pero nunca lamentaré los
segundos que pasé contigo. Ni uno solo. Porque enamorarme de ti y amarte
ha sido lo único que he hecho bien en mi puta vida.
Me mira a los ojos y palidece.
—Me da igual lo que mostrasen en los vídeos. No me follé a Charity. Ni
siquiera la toqué. No he mirado a ninguna otra, lo juro. Estaba coladito por
ti. Te metiste en mi cabeza desde que te vi leyendo aquel enorme libro en la
cola de las pruebas. Se te ha ido la olla si crees que las mujeres que había en
plató te llegaban a la suela de los zapatos. Solo has existido tú desde el
momento en que te vi.
—Pero… —susurra con la frente arrugada—. Sé que me equivoqué. Sé
que no puedes perdonarme.
Intento negar con la cabeza, pero me mareo al hacer el mínimo
movimiento. Sigo apoyado en el borde de la barra. Intento concentrarme en
ella para no caerme.
—¿Qué te dije? Nunca me has hecho nada malo. Nunca. No hay nada
que perdonar.
Se queda ahí plantada, como si no supiera si quedarse o irse.
Cojo la cajita, se la pongo en la mano y le cierro el puño.
—Y no quiero esto. No quiero el anillo a no ser que lo lleves tú y te
quedes a mi lado. Eso es lo único que tiene sentido, joder. —Me limpio la
cara porque veo doble y llevo un pedo de la hostia. Y, entre sollozos, añado
—: Pero eso no va a pasar, así que lárgate.
—Pero… ¿y el dinero? ¿No estás enfadado conmigo por el dinero?
Me froto la cara con las manos.
—El dinero me importa una mierda. Voy a perderlo todo. Se suponía
que no podía destapar el tinglado que tenían montado los muy hijos de puta,
así que he violado el contrato. Voy a tener que buscarme un abogado porque
me han demandado. Además, me van a embargar el bar y todo es una
mierda. Así que alejarte de mí ha sido la mejor decisión que has tomado.
—Lo siento —repite con esa voz angelical que me parte el alma. Me
mira con pena. No quiero su compasión.
—Como he dicho antes, yo no. Solo lamento que no hayamos podido
seguir juntos como me habría gustado. Que te diviertas en Massachusetts.
Me dirijo a la escalera, pero entonces me llama y el pánico se refleja en
su voz.
—¡Luke! Por favor…
Agacho la cabeza y apoyo las manos en la pared para que la habitación
deje de dar vueltas.
—¿«Por favor» qué? ¿Qué coño quieres que haga?
No sé cuánto ha tardado en salvar la distancia que nos separa, pero de
repente está a mi lado y me acerca a ella. No puedo resistirme. Me toma el
rostro entre las manos y me besa con suavidad en la cara, en las mejillas y
en la frente. Me está besando como si fuese un niño desvalido y quisiese
cuidarme.
—No me hagas esto —le suplico mientras inhalo su aroma una y otra
vez. Huele a polvos de talco, pasta de dientes y champú, y siento la
suavidad de sus labios en la piel—. No me hagas esto. No me hagas creer
que eres mía y después te vuelvas a ir. No podría soportarlo.
—No voy a marcharme —me promete.
—¿No me vas a dejar?
—No. Te quiero, Luke.
La cojo de la barbilla para poder contemplarla sin que dé vueltas en mi
cabeza, y, con los ojos clavados en ella, le digo:
—Y yo a ti, preciosa. Pero pensaba que eras más inteligente. No tengo
nada que ofrecerte.
—No necesito nada —susurra—. Sans toi, je ne suis rien. Sin ti no soy
nada. Contigo tengo todo lo que necesito. Ya solucionaremos lo del dinero.
Te lo prometo.
La cojo en brazos y ella me rodea con los suyos y se agarra a mí como
un mono. Apoyamos la frente en la del otro. Le estoy tocando el culo. Se le
acelera la respiración cuando empiezo a acariciarla con la nariz.
Quiero hundirme en ella y demostrarle que es mía. Y demostrármelo a
mí mismo también. Tiemblo de deseo, de amor y de frustración mientras
Penny me acaricia la mandíbula con los dedos. Gimo y le doy un suave
beso. Otro. Con delicadeza al principio. Más brusco después. Cuando le
mordisqueo los labios se le eriza la piel por el roce de mi barba. Me dejo
llevar por mis sentimientos.
—Lo siento, Luke —susurra mientras le quito el abrigo.
Nos damos la vuelta y la acorralo contra la pared. La miro de hito en
hito. Le doy un repaso de arriba abajo mientras mis manos descienden por
sus costados. Le toco los pechos y los estrujo para ponerla cachonda.
Está deseando que lo hagamos. Su aliento entrecortado me lo confirma.
Tantea mis labios con los suyos y empezamos a besarnos de verdad. Sin
reservas. Casi con rabia, pero no del todo. Joder, la quiero demasiado.
Restriega su sexo contra mi polla mientras su pequeña lengua se bate en
duelo con la mía.
Nos enrollamos contra la pared a pesar de que voy ebrio. La beso con
más dureza y vehemencia. Entonces bajo la intensidad y hago el amor con
su boca. El tacto de Penny me sana y se lleva todo lo malo para sustituirlo
por una pizca de su magia.
Gimo entre temblores a causa del esfuerzo que estoy haciendo por no
poseerla aquí y ahora. La sentaría en la barra y me la follaría en el
mostrador. Le comería el coño hasta que se hiciese de día y me
emborracharía aún más con sus fluidos hasta perder el conocimiento.
Pero es mi mujer. Al menos yo lo veo así. Se merece algo mejor.
Siempre va a merecer a alguien mejor que yo.
Sin embargo, la llevo a mi cuarto. Veo la curiosidad en su rostro cuando
abro la puerta de mi apestoso zulo y entramos. Cierro de un portazo y voy
directo a mi cama, que está deshecha. La coloco en el medio.
Penny se echa el pelo hacia atrás y se muerde el labio mientras sonríe,
seductora, y mira a su alrededor. Para mi sorpresa, se da la vuelta y empieza
a oler las sábanas. Suspira feliz y busca mi mirada. Se incorpora y levanta
los brazos con un movimiento lento y sensual para que la desnude.
Hostia puta. Esta chica va a acabar conmigo.
Le saco la blusa por la cabeza.
Se queda sin aliento mientras hago lo mismo con mi camiseta.
No rompemos el contacto visual mientras le quito el resto de la ropa y
yo también me desnudo.
Tampoco dejamos de mirarnos cuando me coloco encima de ella con
cuidado de no aplastarla. Hago que me rodee la cintura con las piernas.
Enredo mis manos alrededor de sus muñecas y le levanto los brazos,
entrelazo mis dedos con los suyos y me hundo en ella.
Gimo al sentir cómo se aferra a mí, pero entonces empieza a sollozar.
—¿Por qué lloras?
Paro.
—Porque te quiero. Y te echaba de menos.
—Y yo a ti. —No soporto verla así—. No nos vamos a separar de
nuevo. Nunca, Penny. Ahora eres mía. ¿Dónde has dejado el anillo?
—¿Eh? —Parece aturdida. Niega con la cabeza y mira a su alrededor—.
En…, en mi bolso.
Lo veo entre su ropa. Abro la cajita y vuelvo a sacar el anillo. Le cojo la
mano.
Derrama una lágrima. La miro a los ojos.
—A la tercera va la vencida, ¿no?
Ella asiente con la cabeza, se sorbe los mocos y se enjuga las lágrimas
mientras le coloco el anillo en el dedo.
—Sí, a la tercera va la vencida —coincide con voz ronca—. Sí, quiero,
Luke Cross. Siempre. Mañana quiero conseguirte a ti uno tan real como
este.
—Ya lo tengo. Puede que no lo veas porque es invisible. Pero un anillo
me rodea el corazón.
Beso la alianza y le doy un beso rápido en cada dedo.
Pone una mano a la altura de mi corazón como si sus latidos la
serenasen. Entonces, se inclina hacia mí para que la bese. Le doy un beso en
la frente y en la punta de la nariz. Luego me deleito con su tentadora boca.
Quiero tomármelo con calma. Quiero hacerle el amor. Pero al mismo
tiempo también quiero follármela.
Pero mi Penny tiene otros planes. Me tumba en la cama de un empujón.
Obedezco y veo que se sienta a horcajadas encima de mí. De pronto, estoy
sobrio. Se mueve hasta que encuentra la postura con la que se siente más
cómoda.
Le subo la mano por los costados.
—¿Es la primera vez que lo haces?
Sonríe con timidez.
—Creo que me gusta probar todo tipo de cosas nuevas contigo.
Mueve las caderas y contraigo los labios para reprimir un gemido.
—Me gusta. Te quiero. Lo estás haciendo genial.
Mejor que eso, Dios. Como siga girando así las caderas no voy a
aguantar mucho.
Cuando se echa hacia delante para besarme en los labios me embriaga
con su dulce aliento.
—Qué bueno estás y cómo me pones.
Apenas puedo hablar de lo cachondo que estoy.
—Es usted preciosa, señora Cross. Es imposible que estés más excitada
de lo que estoy yo ahora al verte.
Le cojo los pechos y jugueteo con sus pezones con los pulgares
mientras le lleno el cuello y la mandíbula de besos. Me cuesta creer que esté
aquí mientras se inclina encima de mí y me hundo en ella, duro y profundo,
tal y como a ella le gusta. Justo como yo lo necesito.
Aumentamos el ritmo y la dureza.
Mi cuerpo absorbe cada uno de sus gritos. Me deleito con cada sonido.
Con los lametones de su dulce lengua cuando se inclina y les da amor a mi
mandíbula, a mi cuello y a mis hombros.
—Joder, Penny, dime que lo echabas de menos, que me echabas de
menos.
—Te echaba de menos. Te quiero.
Se incorpora y me mira, cubierta de sudor y preciosa.
Gimo y le cojo las tetas mientras contemplo cómo me monta. Se me cae
la baba mientras me cabalga como una puta amazona. Parece que esté
soñando.
—Te quiero. —Mi voz suena áspera.
No me canso de repetírselo. Necesito grabárselo en la piel de cualquier
forma. Le acaricio los costados. No quiero que esto acabe nunca.
—Y… yo… a… ti…
Se queda sin aliento y parece que está a punto de estallar. Echa la
cabeza hacia atrás y mueve las caderas más rápido. La cojo de la cintura y
la ayudo a subir y bajar. Se me tensan los músculos mientras espero a que
se corra primero.
Cuando lo hace, la observo sobrecogido. Me asombra su belleza. Me
maravilla que pueda sentirme tan unido a otro ser humano; que pueda
experimentar todo esto a pesar de que estaba destrozado. La miro tan solo
dos segundos porque enseguida me corro con ella.
Nos dormimos abrazados.
En mitad de la noche me despierto con una erección, cortesía del culo
de Penny, que sigue pegado a mi miembro. Sonrío cuando huelo su pelo
debajo de mi nariz. Ladeo la cabeza y le cojo la mano en la oscuridad.
Tanteo con la yema del pulgar en busca de sus dedos. Y sí. No la he soñado.
No la he evocado, desesperado. Madre mía, no habría imaginado una señora
Cross más perfecta que ella ni aunque me hubiesen pedido que describiese
mi mujer ideal.
Pero es real. Penny lleva el anillo que le mostrará al mundo entero que
es mía.
Nell
Nell
París.
Estamos en la ciudad más romántica del mundo, posando mientras nos
hacemos fotos con la Torre Eiffel, que brilla en el cielo nocturno detrás de
nosotros.
Yo voy de blanco y Luke lleva esmoquin.
Nos acompaña la gente que nos quiere de verdad. Courtney, mi dama de
honor, y Joe. Jimmy, el padrino de Luke, y Lizzy. Es una boda íntima con
vistas a la Torre Eiffel en la terraza del Shangri-La.
No, mis padres decidieron no venir hasta aquí, pero, cuando fuimos a
verlos a la casa donde me crie, me sorprendió que nos recibiesen con
cariño. Bueno, vale, a Luke también con curiosidad.
Cenamos bistec asado y les contamos nuestros planes. Nos felicitaron y
nos desearon lo mejor. Además, nos hicieron muchas preguntas sobre el
programa. Parecían interesados de verdad, casi como si fuesen fans. Y antes
de irnos me hicieron prometerles que volvería a visitarlos después de la
luna de miel.
Estuvo… bien.
Me siento optimista respecto a eso y respecto a atreverme a vivir mi
vida por fin en vez de planearla desde una distancia prudencial. He
encontrado un trabajo más estable como profesora particular, y además
tengo intención de ayudar a Luke con el bar. Todo parece muy…
emocionante.
Esta vez estamos haciendo las cosas bien. La boda… Todo. A nuestra
manera y sin dejar que nadie nos diga lo contrario.
El día de hoy es justo como siempre he soñado. Un sitio romántico, un
vestido precioso, una tarta nupcial enorme, un anillo de oro y otro de
diamantes, y el hombre más apuesto del mundo, que, además, está
enamorado de mí.
Cuando el fotógrafo acaba de hacer las fotos, los seis salimos a la
terraza para que Luke y yo pronunciemos nuestros votos. Esta vez no hay
gelatina de lima. Ni focos molestos, ni cámaras, ni una multitud que nos
anima, ni horteradas como esas. Solo estamos nosotros y nuestros mejores
amigos, una luna llena y mucho amor. Es la primera vez que llevo lentillas
y no dejo de secarme los ojos con el pañuelo que me regaló la adorable
abuela de Luke para que llevase algo viejo.
El juez de paz habla francés, así que le dije a Luke que no se
preocupase, que dijese sus votos en inglés. Me insistió para que le dijese los
míos en francés. ¿Por qué será? Cuando me coge de la mano le miro
fijamente a los ojos y digo:
Moi, Penelope, je te prend, Luke,
pour être mon mari
pour avoir et tenir de ce jour vers l’avant,
pour meilleur ou pour le pire
pour la prospérité et la pauvreté,
dans la maladie et dans la santé,
pour aimer et chérir;
jusqu’à la mort nous sépare.
Sin soltarme, Luke me mira con un brillo en los ojos.
—He preparado mis propios votos para ti.
Parpadeo, atónita. Hemos repasado el plan mil veces para que no
hubiese sorpresas, pero esto no me lo esperaba para nada.
—¿En serio?
Le observo a la espera de que se saque un papelito del bolsillo del
esmoquin, pero no lo hace. Al parecer los ha memorizado.
Entonces me promete que está enamorado de mí y que solo vivirá para
hacerme feliz. Me asegura que soy su mayor aventura. Que nunca ha
deseado nada con tantas fuerzas como casarse conmigo. Me dice que me
lleva tan dentro de su alma que ya soy parte de él. Y que se muere de ganas
de pasar el resto de su vida conmigo.
Y lo expresa todo… en perfecto francés.
Si hay algo más sexy que el francés, es mi atractivo marido hablando
francés mientras me mira con ojos penetrantes y húmedos.
Ahora mismo el pañuelo me viene de perlas porque he empezado a
sollozar. Me recompongo, me abanico la cara con la mano y aguanto lo que
queda de ceremonia.
Cuando nos declaran marido y mujer, Luke no espera a que le den
permiso para besarme. Me aparta el velo y me mira como si estuviésemos
en Navidad y yo fuese el mejor regalo que ha recibido nunca. Enmarca mi
rostro con las manos y me da un pequeño beso, dulce y ceremonioso, que
me parece muy bonito pero que claramente no es lo que imaginaba.
—Sabes hacerlo mejor —lo chincho. Después de todo ya somos
profesionales en esto de las bodas, y tenemos que compensar la ausencia de
besos de la primera—. Trece millones de desconocidos vieron nuestro
primer beso; no creo que tengamos que cortarnos con este.
—Claro que sé hacerlo mejor, pero estaba intentando ser respetuoso.
—A la mierda el respeto —suelto mientras lo rodeo con los brazos—.
Dámelo todo.
Y lo hace. Claro que lo hace. Me folla la boca con brusquedad durante
un buen rato y me coge del culo y me lo aprieta hasta que me falta el aire y
me flaquean las rodillas.
—Solo puedo decir una cosa: Mon dieu. ¿Cómo has hecho eso? —
chillo.
Sonríe.
—Vous n’avez encore rien vu.
«Aún no has visto nada».
Lo sé. Estoy impaciente. Me llevo la mano al corazón, que no va a
poder aguantar mucho más. Si es posible morir de felicidad, tengo un
problema.
—Me estás matando. Para.
Cuando la ceremonia termina, abrazamos a nuestros amigos. Ya casados
—y esta vez para siempre—, Luke me ofrece su brazo y nos vamos a la
parte de la terraza que está más al exterior. Allí nos espera un banquete. Nos
sentamos a la mesa y Jimmy propone un brindis.
—Por Penny y Luke. No os habéis llevado el millón de dólares de ese
programa de mierda, pero habéis conseguido algo muchísimo mejor.
Brindamos y bebemos champán. Courtney, Lizzy y yo nos reímos de la
emoción como colegialas. Se respira amor. No puedo dejar de mirar a mi
maravilloso marido.
Y luego empieza el baile. Bailamos mucho, aunque no es que se me dé
mejor que nadar. Sin embargo, hemos bailado delante de las cámaras, así
que esto no supone ningún problema. Luke me saca a bailar y me envuelve
en sus brazos.
—Hola, mujer —dice.
Estoy sonriendo como una tonta.
—Hola, marido.
Me hace girar y me toca el culo.
—Me parece recordar una pista de baile en Boston en la que se te fue un
poquito la olla.
—Esa persona era otra —digo, y agito las pestañas con aire inocente—.
Yo no hago esas cosas.
—Mierda. ¿Me estás diciendo que me he casado con la chica
equivocada? Porque tenía muchas ganas de que cogiera una borrachera. Es
más facilona así.
Me río.
—Eso he oído. Pero, borracha o no, no creo que te vaya a poner muchas
pegas esta noche.
Alza el puño.
—Síííí —exclama—. Pero vamos a ponerte una copa, por si acaso.
Se coloca detrás de la barra, mira los ingredientes y espolvorea con
azúcar los bordes de unas copas de cóctel. A continuación, llena una
coctelera con coñac y zumo de limón.
—¿Qué estás preparando? —pregunto.
—Una de las primeras bebidas que me enseñó a hacer mi abuelo fue un
sidecar. Es de París.
Lo contemplo, hipnotizada, mientras añade hielo y lo sacude con
pericia. Acto seguido coge un limón y un pelador y echa la cáscara en las
copas. Es evidente que lleva mucho tiempo haciéndolos.
—Estás muy guapo así —indico—. Sexy.
Llena las copas como si nada y me da una.
—¿Te pongo cachonda?
—Ya te digo, joder —digo mientras doy un sorbo y aparto la copa de
mis labios, sorprendida. Mi marido puede emborracharme cuando quiera—.
Mmm, qué rico.
Finge que está horrorizado mientras se dispone a servir a las chicas.
—No me gusta ese lenguaje, señora Cross. Me resulta ordinario. —Me
guiña un ojo.
—Eh. —Joe nos llama desde la mesa. Está viendo con Jimmy el último
video que ha subido a YouTube—. Se rumorea en el extranjero que cierto
libro encabeza las listas de ventas. Otra vez.
Courtney aplaude.
—¡Ya van dos semanas seguidas!
Miro a Luke. Nos encogemos de hombros. No he leído el libro. Ni
siquiera me lo he planteado. Vendimos nuestra historia en una subasta
pública, nos entrevistamos con el escritor, conseguimos el dinero para
devolver mis préstamos y pagar la hipoteca de Luke, y nos lavamos las
manos. En realidad, por una parte, esperábamos que fuese un fracaso,
porque ya nos habían dado el dinero, y si fracasaba tal vez dejaríamos de
interesarle a la gente y los medios por fin se olvidarían de nosotros. Cuando
nos fuimos por la boda, acamparon en el bar de Tim y en casa de Courtney
pese a que llevo meses viviendo con Luke.
Pero decimos lo mismo de siempre, que ya se ha convertido en el
mantra de la familia Cross. Lo voy a bordar y lo voy a poner en la repisa de
la chimenea de nuestra casa cuando volvamos a Estados Unidos:
«Que les den por culo».
He estado decorándola, y ya casi no parece un zulo como Luke creía. En
realidad, el bar es muy pintoresco y acogedor, y a la gente le encanta. Con
un poco de publicidad y unas estrategias de mercado ingeniosas en las que
hemos estado trabajando Lizzy y yo, el bar que lleva el nombre de su
abuelo no solo va a perdurar, sino que va a causar sensación. La noche antes
de irnos a París la cola daba la vuelta a la manzana. Jimmy bromeaba
cuando dijo que iba a tener que renunciar a su reservado.
—No quiero volver a casa —admito por encima de la barra mientras me
acabo mi cóctel y Luke me sirve otro—. Sabes que nos van a acosar cuando
volvamos de la luna de miel, ¿no?
Él sonríe y le da un sorbo a su cóctel. Se inclina hacia delante y me besa
en la oreja.
—¿Quién ha dicho que la luna de miel tenga que terminar pronto?
Me gusta cómo suena eso.
Al final, la fiesta termina. Me da un poco de pena, pero a la vez me
alegra porque sé qué viene después. La noche de bodas. Quiero mucho a
esta gente, pero me muero de ganas de estar a solas con mi marido.
Mi marido, mi marido, mi marido. Nunca me cansaré de repetirlo. Y yo
soy su mujer.
Lo sé, ha sido mi marido desde el concurso, pero ahora es real. Está
bien. Es perfecto. Y es para siempre.
Les deseamos buenas noches a nuestros amigos y les decimos que los
veremos mañana en el desayuno de despedida. Vamos al ascensor sin
soltarnos, pero antes de llegar Luke ya me está metiendo mano por debajo
de la falda. Entramos y, cuando las puertas se cierran, entierra su rostro en
mi cuello y me sube la tela del vestido.
—¡La hostia! ¡Cuántas capas! —murmura mientras subimos al ático—.
¿Y mi mujer? ¿Está aquí debajo?
No me estoy escondiendo de él, eso seguro. Sí, quería llevar este
vestido, pero ahora ya no. Ahora estoy harta y me muero de ganas de
quitarme esta cosa infernal y sentir su piel contra la mía.
Sus dedos consiguen atravesar el tul y se meten entre mis piernas.
Se le escapa un gemido. El deseo se apodera de mí cuando acaricia la
piel desnuda de mis muslos.
—Ahí está. Mmmm, me encanta lo caliente y húmeda que ya te has
puesto para mí.
Suena el pitido del ascensor que indica que hemos llegado y, sin previo
aviso, me coge en brazos y me lleva a nuestro cuarto.
—Luke, ¿qué…?
—Estoy llevando a mi esposa a la cama de la forma más rápida que sé.
No puedo rebatírselo. Me agarro más fuerte a su cuello.
Abre la puerta y la cierra de una patada. Me tumba en la cama y se le
oscurecen los ojos cuando me atraviesa con la mirada. Se quita la chaqueta
y la corbata.
—Está muy guapa con ese vestido, señora Cross, pero creo que ya ha
llegado el momento de que se lo quite.
Sonrío de oreja a oreja.
—Buena suerte. —Me tumbo bocabajo para que vea los ganchos y las
presillas que me recorren la espalda y que básicamente me tienen cosida al
vestido—. Y otra cosa. Llevo alrededor de cuatrocientas horquillas en el
pelo. Si decides embarcarte en esta misión…
Empieza quitándome los zapatos y luego se pone a desatarme el vestido.
—¿Cuándo he rechazado yo un desafío? Y la recompensa es mucho
mejor esta vez.
El proceso requiere su tiempo. Me pongo con las horquillas y me
deshago los tirabuzones mientras él se entretiene con el vestido. Cada vez
que descubre algo de piel me besa con ternura. Al cabo de unos cinco
minutos refunfuña, impaciente.
—Espero que esto no sea motivo de divorcio.
Al final coge la tela y desgarra la costura.
Me río mientras me quita el enorme vestido y me quedo en medias
blancas con volantes, tanga y corsé de encaje con liguero.
—La verdad es que no tenía ninguna intención de volver a ponérmelo.
Me mira con avidez desde el borde de la cama
—Esto ya me gusta más —gruñe. Me coge de los pies y me acerca a él.
Me clava los dedos en los muslos, en los broches que sujetan la liga a las
medias—. No sé qué coño es esto, pero es bastante elegante.
—Me la suda la elegancia. Hagamos guarradas —espeto. Le desabrocho
los botones de la camisa y su pecho liso queda al descubierto. Cuando
acabo le pongo la mano a la altura del corazón, que late desbocado—. Te
quiero, Luke. Por siempre y para siempre.
Se planta entre mis muslos separados y me mira, listo para reclamarme;
pero la verdad es que ya me ha reclamado. Lo hizo desde que me fijé en él
por primera vez.
Me acuna el rostro con la mano y me pasa el pulgar por el labio con
suavidad.
—Me voy a pasar todos los días de mi vida asegurándome de que es
usted feliz, señora Cross. Mi preciosa esposa. Ya verá. Voy a ser el marido
que usted siempre ha querido.
Le beso en la yema del pulgar y disfruto de su contacto.
—Ya lo es, señor Cross.
FIN
Agradecimientos
Katy
Lista de reproducción
«Trouble» — Pink
«Timebomb» — Tove Lo
«Say It Right» — Nelly Furtado
«Team» — Lorde
«Clarity» — Zedd (feat. Foxes)
«I Don’t Know How to Love Him» — Sinead O’Connor
«Goodbye» — Miley Cyrus
«Far Away» — Nickelback
«Dancin’ Away with My Heart» — Lady Antebellum
«Nothing Really Matters» — Mr. Probz
«I’m All Yours» — Jay Sean
«Never Gonna Leave This Bed» — Maroon 5
Sobre la autora