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En busca del kanafe

Mi primer encuentro con el kanafe fue en Gaza, en el pequeño


pueblito de Al Qarara. Había llegado allí por el cruce fronterizo
de Eretz y había caminado doscientos metros por tierra de nadie
hasta llegar a la parte de Gaza controlada por la Autoridad
Palestina.
Ametralladoras, francotiradores y torres de control a lo largo de
los doscientos metros eran claras señales de que entrábamos a
territorio ocupado y que había que caminar con prudencia atentos
a todos los ruidos. El menor movimiento brusco podía hacer que
los soldados armados a guerra reaccionaran.
El taxi con matrícula amarilla que indicaba que era israelí y que
podía circular por las poblaciones y asentamientos israelíes me
había dejado en el cruce. Al final de los doscientos metros me
esperaba un taxi palestino que me llevaría al convento en donde
me iba a quedar unos días.
En realidad el convento no era otra cosa que un apartamento de
varios dormitorios en donde la comunidad italiana Juan XXIII
tenía su sede. Eran cuatro muchachos italianos y una chica y eran
laicos consagrados, vivían como monjes y compartían la vida y la
economía, habían hecho votos de castidad y de pobreza. Querían
dar testimonio y practicaban la no violencia en los lugares más
violentos de la tierra. Su proyecto se llamaba Operazione
Colomba y tenían conventos en casas particulares en Kosovo, el
Congo y Palestina.
Me esperaban con impaciencia, nos íbamos a quedar a dormir
en la frontera entre los asentamientos israelíes y las casas
palestinas. Todas las noches los soldados disparaban al azar sobre
las casas para hacer que los palestinos se fueran de sus tierras.
Nuestra misión era dormir en diferentes casas todas las noches
para intentar disuadir a los soldados de disparar y de entrar
armados en las casas, pensábamos que nuestros pasaportes
extranjeros iban a protegernos a nosotros y a nuestros anfitriones
palestinos.
En realidad esto fue cierto hasta ese momento, en mi viaje a
Gaza la activista norteamericana Rachel Corrie fue asesinada por
un bulldozer israelí que le pasó por encima, convirtiéndose en la
primer extranjera víctima de la Intifada. Fue en Rafa, apenas a
una hora de donde estábamos. Y mi amiga la artista visual sueca
Cecilia Parsberg había compartido una cama con ella unos días
antes de que el bulldozer le pasara por arriba.
Empezamos a caminar hacia la frontera, íbamos en fila india
cargando mochilas con comida para compartir y juguetes y
lápices de colores para los niños. Oscureció y no se veía nada,
estábamos caminando a campo traviesa y yo pregunté si no
podíamos encender una linterna. Tenía miedo de caerme. Me
dijeron que no, que los soldados disparaban a todas las luces y
que consideraban toda la frontera como zona militar.
De tanto en tanto prendíamos un fósforo para ver por donde
íbamos, pero no nos animábamos a hacerlo con frecuencia.
Después de una hora de camino llegamos a la casa y golpeamos
en una puerta oscura, cuando se abrió fue como una explosión de
luz después del camino oscuro. Era una familia de trece o catorce
personas, los abuelos, una pareja joven y sus seis o siete hijos.
Tenían prendida una chimenea casera y una cocina a leña y
carbón.
Nos esperaban con hamburguesas caseras de carne de cordero,
humus y pan de pita casero y algo que yo no conocía, me
explicaron que se llamaba kanafe y que era la especialidad de la
ciudad de Nablus, al norte de Palestina, cerca de la ciudad israelí
de Haifa.
El kanafe era delicioso, una masa de cabellos de ángel rellena
de queso fundido, todo rociado con almíbar y agua de rosas. No
podíamos dejar de comer, me dijeron tenés que ir a Nablus para
comerlo, allí lo cocina todo el mundo.
Umm Zacarías, la abuela de la casa, estaba casi ciega, pero me
abrazó con ternura y se sacó un colgante que tenía en el cuello.
Me lo dio, yo no quería aceptarlo, pero ella insistió. Era un ojo
azul en una piedra negra, me dijo que era contra el mal de ojo. Le
pregunté por qué el diablo tenía ojos celestes. Y los hombres de la
casa y los amigos italianos se rieron y me dijeron no te acuerdas
de las Cruzadas? Los cruzados tenían los ojos celestes... Y aún
hoy asustamos a nuestros niños con los cruzados...
No pude llegar a Nablus en ese viaje, había estado de sitio y la
ciudad vivía en un toque de queda permanente. Hablé por teléfono
con la poeta palestina Fadwa Tuqan y con su familia, dueños de
una de las fábricas de jabón de oliva más antigua de la ciudad, del
siglo XV. Me dijeron si vas a Bagdad comé kanafe, es de allí que
viene realmente, nosotros en Nablus se lo copiamos a los
cocineros de Bagdad que se lo hacían a los sultanes.
Pero en Bagdad, adonde había sido invitada a una conferencia
para periodistas en la zona verde protegida por el ejército
norteamericano, no nos animamos a salir a la calle a comer
kanafe. Nos invitaron a un famoso restaurante en las orillas del río
Eufrates. Su especialidad era el pescado, las famosas carpas de
Bagdad.Pero nuestros intérpretes nos dijeron, de verdad quieren
comer pescado que ha estado comiendo carne humana desde hace
años? Cuando Saddam se quería deshacer de disidentes los picaba
en grandes máquinas en donde normalmente se mezcla cemento y
los tiraba al río. Y en la guerra las diferentes facciones han hecho
lo mismo. Nadie come carpa ahora.
Me contaron de un empresario norteamericano al que la guerra
lo había sorprendido alli, iba dos veces por año a Bagdad sólo a
comer kanafe. Vendía aspiradoras y se había hecho adicto, nunca
consiguió que su esposa, a la que le había llevaado la receta, lo
hiciera igual. "Es el queso, no hay queso como el de acá, y el agua
de rosas no es como la nuestra."
En Bagdad ya se notaba que el mapa de la región estaba por
trazarse de nuevo. Unos soldados peruanos que trabajaban para la
empresa paramilitar norteanericana Baywater nos contaron que
los habían reclutado para custodiar el perímetro de la zona verde,
la inmensa embajada de los Eatados Unidos, que tenía un personal
de cuarentamil personas, el parlamento iraquí y el hotel Al
Rashid, en donde nosotros nos hospedábamos.
Los peruanos, que no hablaban una palabra de inglés y que
recibían órdenes de sus jefes bolivianos y peruanos, nos contaban
que jamás habían estado fuera de la zona verde. Comían en Pizza
Hut y en McDonalds dentro de la embajada, iban al cine allí, a
misa los domingos y a hacer deporte y a nadar cuando estaban
libres.
Los intérpretes que eran cristianos iraquíes nos contaban de
como todos extrañaban a Saddam, sí, a veces nos metían en la
cárcel pero teníamos una vida, ahora nos matan por la calle solo
porque somos cristianos, nos decían.
A esos mismos cristianos los encontré en Damasco, como
minoría cristiana estaban protegidos por el régimen de Assad,
como lo habían estado por su padre. La iglesia siria cristiana es
una de las más antiguas del mundo y fue en Damasco que Pablo
de Tarso se convirtió al cristianismo. En una de las ciudades más
antiguas del mundo convergen los dioses de los romanos, el
cristianismo y el Islam. En la basílica de los Omeya, que antes fue
un templo pagano, hay un catafalco rodeado de una bandera
verde, según la leyenda allí está la cabeza de Juan el Bautista.
En una tumba un poco apartada está enterrado el gran sultán y
general Saladino, de origen curdo, que expulsó a los últimos
príncipes cristianos del Medio Oriente y que reconquistó
Jerusalén. A diferencia de los primeros cruzados que mataron a
miles de personas en la toma de la ciudad en 1099, Saladino
permitió a todos los cristianos dejar la ciudad sin ser perseguidos.
Y fue Saladino que se encargó de quedar como custodia de la
Iglesia del Santo Sepulcro y de otros lugares de culto cristiano.
Aún hoy es una familia árabe jerosolimitana que es la encargada
de las llaves de la inmensa iglesia construida en el siglo XII. Las
diferentes ramas del cristianismo que comparten el cuidado de la
iglesia no se han puesto de acuerdo en quién se puede encargar de
las llaves. Prefieren confiar en esta familia musulmana que hereda
el honor de custodiar la iglesia desde la Edad Media. Las llaves
van de hijo a hijo de generación en generación.
Fue frente a la tumba de Saladino que el general francés
Gouraud en julio de 1920, dijo "Despiértate Saladino, estamos de
vuelta." Los franceses comenzaban en ese momento su mandato
colonial, que resultaría en la creación de los estados de Siria y del
Líbano, nacidos de las cenizas del imperio otomano.
Los cristianos que encontré en Bagdad me habían dado
direcciones de cristianos en Damasco y con ellos viajé al norte, a
los monasterios de Maalula , la pequeña ciudad de 2000
habitantes que es el último lugar del mundo en donde todavía se
habla arameo, la lengua que hablaba Jesús. En Maalula se peleó
una terrible batalla entre el ejército leal a Assad y los rebeldes
sirios. Muchos cristianos han huído de allí, pero sus milicianos
lucharon casa por casa y gruta por gruta al lado de los soldados
sirios. prefieren a Assad que a los fundamentalistas musulmanes.
En el campamento de refugiados palestinos de Yarmouk, que
hoy se ha convertido en una trampa mortal para miles de
palestinos rehenes de diferentes grupos armados, comí de nuevo
kanafe, hecho por la mujer de Khaled Meshal, el portavoz de
Hamas en el exilio.
Khaled Meshal, que visitó Gaza por primera vez en el 2012, y
que sobrevivió a un intento de asesinato por parte del gobierno
israelí en 1997, me dijo que el kanafe que compartimos era para
todos los palestinos un recuerdo de infancia, como la magdalena
que el joven Swann moja en el té de tilo en el libro de Proust a la
Búsqueda del Tiempo Perdido.
Meshal fue envenenado por la Mossad y sólo sobrevivió porque
el rey Hussein de Jordania amenazó a Israel con romper la tregua
que Israel y Jordania firmaron luego de la guerra de 1967 si Israel
no enviaba el antídoto que salvaría a Meshal. El antídoto fue
enviado e inmediatamente Meshal y el estado mayor de Hamas se
mudaron a Damasco, en donde estaban más protegidos de nuevos
intentos de asesinato de Israel.
Un libro sobre ese intento de asesinato escrito por el periodista
Paul McGeough, "Kill Khalid" se puede leer como un libro de
James Bond, está lleno de conspiraciones, traición y agentes
dobles, pero es un libro basado en hechos reales, la Mossad
consideró ese asesinato trunco como un gran fracaso.
Hoy Meshal y sus consejeros se han ido a Qatar, no han querido
ponerse del lado del presidente Assad. Los palestinos del
campamento de Yarmouk no quieren otra cosa que dejar Siria y
unirse a las inmensas caravanas de refugiados que dejan Siria día
tras día.
Esas caravanas que están llegando hoy de a miles a Berlin,
Estocolmo y Oslo, no son distintas de los millones de desplazados
que produjo la Segunda Guerra Mundial. En la ciudad de Alta, en
Noruega, un público de cientos de personas me escuchó hablar del
Uruguay, de nuestras cárceles, de nuestros exilios. Lloraban todos
y me inquieté, es cierto que contaba cosas dramáticas pero no
esperaba esa reacción.
Los que me habían invitado se rieron y me dijeron: "Pero no
sabes en donde estás? Esto es Finmark, la parte norte de la
Noruega ocupada por los nazis, cuando empezaron a ver que la
guerra estaba perdida se fueron de acá pero quemaron todas las
ciudades, Alta, Kirkenes, la gente tuvo que huir de un día para el
otro cargando hijos y sartenes y algún album de familia.
Volvieron cuando Alemania capituló y hubo que construir todo de
nuevo. Acá no hay ninguna casa o iglesia que tenga más de
cincuenta años."
Los refugiados despiertan en Europa fantasmas recientes,
Kosovo, Belgrado y Sarajevo fueron escenarios de guerras
cruentas y los sobrevivientes de Srebrenica, con los que yo
marché en la ciudad bosnia de Tuzla, siguen buscando los restos
de sus parientes en tumbas anónimas.
Rigoberta Menchú me dijo en Guatemala que había dejado
pruebas de su DNA en una gran base de datos y que la llamaban
periódicamente a ver si encontraban los restos de su familia.
Buscando el elusivo kanafe llegué a Jerusalén y conmigo
viajaba Esther Freud, hija del pintor Lucien Freud y bisnieta de
Sigmund Freud. Esther vivió parte de su infancia con una madre
excéntrica en Marruecos y escribió un libro muy divertido sobre
esto, Hideous Kinky, que fue filmado en 1998.
Para Esther era extraño recorrer la Jerusalén árabe y sentirse
más en su casa que en la parte judía de la ciudad. Me hizo acordar
que ni Sigmund Freud ni Albert Einstein habían sido partidarios
de un estado judío en Palestina.
Comimos kanafe recién hecho sentadas en la azotea del
convento de Ecce Homo, parte de la fortaleza de Poncio Pilatos, y
apenas a diez metros de la mezquita Al Aqsa, uno de los lugares
más sacrosantos del Islam.
Esther y yo estuvimos por fin en Nablus y pudimos por fin
probar el postre que todos relacionaban con la ciudad. En los
souks de Nablus y de Damasco, dos de los más antiguos del
mundo, encontramos mates, yerba y bombillas, y nos contaron
que miles de palestinos y de sirios habían emigrado a Argentina,
Brasil y Uruguay, y llevado consigo la costumbre del mate
cuando volvían de visita.
Recorriendo las calles estrechas de la ciudad medieval de
Jerusalén nos acordamos del psiquiatra Heinz Herman que en
1930 descubrió que muchos de sus pacientes tenían una marcada
sensibilidad a la religión y a la fe. Había tenido que tratar a gente
que se creía una reencarnación del Mesías o creían que San Juan
Bautista o María Magdalena los habían elegido como mensajeros.
Llamó a esa enfermedad el síndrome de Jerusalén.
Los síntomas eran una urgente necesidad de lavarse y de
vestirse con ropa blanca. Muchos que habían venido en grupos o
con sus familias los dejaban, se sumergían en fuentes y en
arroyos. Tenían visiones y oían voces. En esa ciudad tan sagrada
para las tres religiones monoteístas era difícil para gente con
facilidad para sugestionarse no dejarse llevar por la atmósfera
solemne y severa de esa ciudad llena de milagros.
Herman tomó notas durante muchos años y descubrió que eran
casi todos hombres los aquejados de la enfermedad y de que eran
casi todos protestantes, alemanes, ingleses y norteamericanos
estaban sobrerepresentados en esa estadística que él empezó a
llevar cuidadosamente.
Pero los milagros que los refugiados de hoy esperan son más
terrenales, la mayoría quiere volverse a sus países de origen de
donde los ha expulsado la guerra. Arabia Saudita prometió en
estos días contribuir con dinero para construir doscientas
mezquitas en Alemania. Pero Angela Merkel probablemente no
acepte el ofrecimiento, los clérigos wahabistas predican un Islam
ortodoxo y radical que en Europa nadie quiere.
Un imán amigo me decía: "Es como en el catolicismo, los
wahabistas son como el Opus Dei, nosotros somos más como la
teología de la liberación."
Y yo le pregunto a la mamá de Mohammed, que estuvo preso en
Guantánamo y que lo visitó unos días, si me enseña a hacer
kanafe, luego de tanto buscarlo por los caminos polvorientos del
Medio Oriente, quizás acá empecemos a hacerlo y a disfrutarlo.

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