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18/10/2016 “España es un invento.

Y Cataluña también” | Cultura | EL PAÍS

CULTURA

JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO | HISTORIADOR

“España es un invento. Y Cataluña también”


En 'Dioses útiles', que llega hoy a las librerías, el escritor aborda el
fenómeno de los nacionalismos desde la distancia académica y sin
ceder a ningún tipo de pasión
JOSÉ ANDRÉS ROJO

Madrid - 6 ABR 2016 - 23:42 CEST

José Álvarez Junco, escritor e historiador. /SANTI BURGOS

¿Por qué ha titulado Dioses útiles un libro sobre naciones y nacionalismo? “Se
explica en la cita que abre el libro”, responde José Álvarez Junco. “Es de Edward
Gibbon y dice que los dioses en la antigua Roma eran verdaderos para la plebe,
falsos para el filósofo y útiles para el político. ¿Y qué son las naciones sino dioses
útiles? ¿Existe España? La Real Academia de la Historia puede publicar El ser de
España, pero ¿qué es eso? España es un invento, solo existe en la medida en que
nos la creamos. Igual que Cataluña”.

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Catedrático emérito de Historia del Pensamiento y los Movimientos Políticos y


Sociales de la Complutense, Álvarez Junco (Viella, Lleida, 1942) fue entre 2004 y
2008 director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y consejero
nato del Estado. Con una ya antigua querencia cosmopolita (fue profesor en
Oxford, la Sorbona, Tufts, Harvard) resulta lógico que no sea demasiado amigo de
los nacionalismos. En Dioses útiles (Galaxia Gutenberg), que llega hoy a las
librerías, aborda el fenómeno desde la distancia académica y sin ceder a ningún
tipo de pasión. Primero, reconstruye las visiones críticas que desde hace ya
décadas están minando la salud de hierro del nacionalismo. Luego hace historia
comparada: cómo fueron surgiendo las grandes naciones europeas, qué pasó con
España y qué sucedió con las otras identidades en la península ibérica.

Junco ya había abordado la idea de España en el siglo XIX en


MÁS INFORMACIÓN
Mater dolorosa (2001) y el asunto de las identidades en Las
"Queríamos hacer la
contrahistoria" historias de España (2013), que elaboró con Gregorio de la
Fuente, Carolyn Boyd y Edward Baker.
Democracia, la crisis
de los cuarenta

El debate ‘España Pregunta. ¿Por qué relaciona la nación con la religión?


con Cataluña’ se abre
con una alerta de
riesgo insurreccional Respuesta. Porque la principal función de una religión es la
identitaria, y por eso es comparable con una nación. Te da una
identidad, te dice quién eres y te da autoestima.

P. Pero existen también otras identidades colectivas. ¿Por qué tiene tanta fuerza
la nación?

R. Tiene, a partir de las revoluciones democrático-liberales, una importante


peculiaridad y es que se convierte en el sujeto de la soberanía. Cuando Luis XVI,
muy asombrado por lo que le estaban haciendo sus súbditos, pregunta “¿quién
manda aquí? y afirma “yo soy el soberano”, le contestan: “No, perdone, el
soberano somos nosotros: la nación”.

P. ¿Cuál es la diferencia frente a lo que había antes?

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R. El ser humano ha tenido gran afición por matarse y lo hizo por las religiones
durante muchos años. Luego se impuso la nación, que fue una especie de
pensamiento único durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Nadie (ni Stuart
Mill, ni Tocqueville, ni Marx), dejó de creer en la nación. Y eso llevó a las
barbaridades de las dos guerras mundiales, de los fascismos. Es en 1945 cuando
surge la reflexión y la distancia: no está tan claro que las naciones existan. Es una
invención moderna.

P. ¿Qué diferencia hay entre Estado y nación?

R. El Estado es una estructura político administrativa que controla un territorio y a


sus habitantes y que da unas normas de convivencia y que tiene la capacidad
coercitiva para hacerlas cumplir. La nación, en cambio, es un sujeto etéreo que
justifica la existencia del Estado. Es algo imaginario que está en nuestras mentes,
al que se supone que pertenecemos porque somos una comunidad cultural
(compartimos una lengua común o lo que sea) y el hecho de pertenecer a ese
sujeto imaginario permite que se legitime la existencia del Estado.

P. ¿Se podría hablar hoy del ocaso del Estado nación?

R. En Europa estamos haciendo un experimento muy interesante, el de crear una


estructura supraestatal y supranacional. Y ya vemos las dificultades que
atraviesa. En cuanto hay una crisis grave, como la de los refugiados de ahora, la
gente vuelve a sus viejos nacionalismos. La fórmula de la Unión Europea está llena
de elementos liberadores: no hay fronteras, hay una moneda común. Pero vivir en
un espacio tan ajeno a los Estados nación puede tener problemas. Puede ser una
estructura de los burócratas de Bruselas a la que no controlemos. La solución
pasaría por reforzar el Parlamento Europeo, que sea de verdad la expresión de la
soberanía europea.

P. ¿Qué pasa con España?

R. Estamos en un momento muy complejo. El nacionalismo español tiene un


pecado original que lo lastra: su conexión con el franquismo, que monopolizó
todos sus símbolos. Mal asunto si eso no se revierte. Los otros nacionalismos les

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convienen mucho a las elites locales, especialmente a la catalana. El nacionalismo


catalán es muy potente, más que el vasco, y está vinculado con una carga muy
emotiva a la lengua. Pero ha hecho una apuesta demasiado potente y se la ha
creído. Y no tiene futuro, Europa no va a permitir que se independice.

P. ¿Y en el resto del mundo?

R. En la política democrática pueden ganar los demagogos. Y el mayor riesgo es


que surjan otro tipo de populismos. Ahí está Trump en Estados Unidos. Eso no es
fascismo ni es comunismo, pero en su discurso sigue siendo esencial la
afirmación identitaria.

AL MARGEN DE LOS PARENTESCOS, LA LENGUA Y LA


RELIGIÓN
Junto a los excesos de uniformización que reclamó el Estado nación a lo largo del
siglo XIX estuvieron los viejos imperios (como el austrohúngaro o el otomano) que
consiguieron tolerar en su interior la pluralidad, ya fuera étnica, religiosa o cultural.
“Ya no nos podemos agarrar a que formamos parte de una etnia”, comenta al
respecto José Álvarez Junco y apunta: “No vivimos en una época en la que un croata
no se puede casar con una serbia”. ¿Entonces? ¿Qué hacer ante el regreso de los
discursos que reclaman un peso mayor de los elementos identitarios? “La única
realidad hoy es que somos individuos”, explica. “Y tenemos que renunciar a las
identidades intermedias, como las naciones. No sirve decir que ‘como mujer’ o
‘como homosexual’ o ‘como católico’ tengo estos y aquellos derechos. No; los tengo
como ciudadano. Y por eso tenemos que partir de lo que se llama nacionalismo
cívico o de lo que [Jürgen] Habermas llamó patriotismo constitucional”. ¿Y no
surgirán nuevas distorsiones también en esta fórmula? “Quién sabe, pero lo
importante es que se trata de una identidad a la que cualquiera se puede incorporar
porque consiste tan solo en respetar las leyes: todos tenemos los mismos derechos
y da igual tu lengua, tus parentescos, tu religión”.

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