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La lectura del modelo kantiano y la sentencia C-881 nos relaciona con una palabra, “dignidad”, un
principio, para otros un valor, pero jurídicamente es declarado un derecho fundamental, establecido
en la constitución política de Colombia, para Kant por ejemplo desde el siglo XVIII es el concepto
más exaltado por la tradición filosófica, al señalar que “lo digno es aquello que no tiene precio”, o
que “la humanidad es en sí misma una dignidad”.
El concepto de autonomía moral se convierte en un concepto central con que Kant caracteriza al ser
humano y constituye el fundamento de la dignidad humana: "La autonomía, es pues, el fundamento
de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional". Además de autonomía moral,
Kant propone una “humanidad dignamente feliz”, es decir, que, aunque exista tensión entre
felicidad y dignidad, es inherente la una de la otra, vivir con dignidad que intente plasmar el
equilibrio entre felicidad y dignidad tanto propias como ajenas, en búsqueda de las condiciones de
“una vida humana en paz social”.
Sin embargo, al estudiar los fallos relacionados en la sentencia T–881 del 2002, en los que se apoyó
el alto Tribunal para delimitar el alcance del enunciado normativo de la dignidad humana, formulado
bajo un triple carácter de valor, principio y derecho, y su estrecha relación con el tercer imperativo
kantiano, se advierte que no existe corrección en dicha interpretación.
Entonces, se demuestra que la interpretación que realiza la Corte Constitucional del tercer
imperativo kantiano, no se ajusta a la filosofía de Kant, que la dignidad, como valor, está enraizada
fuertemente en una teoría realista del derecho; que la dignidad, como principio, protege en últimas
los bienes que forman parte del concepto ontológico de dignidad y que la dignidad, como derecho
fundamental autónomo, carece de contenido propio; razón por la cual, los derechos fundamentales
obedecen más a los criterios de valoración de la dignidad humana, como valor, que al llamado
principio de dignidad.