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Educación y política
De la historia personal a la
comunión de libertades
,¡prometeo)
\
V l i b r o s
Ricoeur, Faul
E d u ca ción v política : de la historia personal a la c o m u n ió n de
libertades . - la ed. - Buenos Aires : Prom eteo Libros: U niversidad
C a tólica A rgentina, 20 09 .
114 p. ; 21x 15 cm .
ISBN 978-987-574-367-0
Capítulo 1 .......................................................................................................... 17
Poética y s im b ó lic a ...........................................................................................17
Introducción...................................................................................................... 17
El discurso religioso es mixto: preconceptual y conceptual. El aspecto
simbólico del discurso religioso. La poética, disciplina descriptiva.
I. El simbolismo inmanente a la cultura......................................................20
El gesto. La acción deliberada. Cinco características del simbolismo.
II. El simbolismo explícito y el m ito ............................................................. 23
La organización de lo simbólico en la escritura. Un sentido segundo
alcanzado a través de un sentido primero. Un simbolismo estructurado.
Un simbolismo de naturaleza narrativa. Mito y alegoría.
III. El “momento” de la innovación semántica: la metáfora...........................27
La metáfora, núcleo semántico del símbolo. Las tres condiciones
de la innovación semántica. El papel de la imaginación.
IV. Símbolo y metáfora......................................................................................30
El “momento” no semántico del símbolo. El psicoanálisis. La fenome
nología de la religión. La actividad poética. La vida de la metáfora y el
símbolo.
V. Símbolo y narración.....................................................................................35
La extensión de la función poética en el relato. El “poner en” intriga. La
intriga, equivalente narrativo de la innovación semántica. Imaginación y
tradición.
VI. El “momento” heurístico: símbolo y m odelo.............................................38
Conclusión..........................................................................................................40
Capítulo I I ........................................................................................................... 43
La vida: un relato en busca de n arrad o r..................................................... 43
I. El proceso estructurante de la in triga...........................................................44
II. Del relato a la vida................................................. ........................................ 48
Capítulo I I I ........................................................................................................ 57
La historia com ún de los hombres: La cuestión del sentido de la
historia ...............................................................................................................57
I. La historia de loshistoriadores.................................................................... 57
II. La historia que hacemos.............................................................................. 60
Capítulo I V .........................................................................................................69
El yo, el tú y la institución. Los fundamentos de la moral: la intención
ética................................................................................................ .................... 69
Primera parte: la intención ética.......................................................................69
I. El polo uyo” de la ética. II. El polo“tú” de la ética. III. El polo “él” de la
ética
Segunda parte: de la ética a la moral................................................................ 75
Capítulo V ...........................................................................................................81
La ideología y la utopía. Dos expresiones de lo imaginario social..............81
I. La ideología.............................................................................. ......................82
1) La ideología como distorsión - disimulo. 2) La ideología como
justificación o legitimación. 3) La ideología como integración
II. La u to p ía ........................................................................................................89
III. Lo imaginario social.....................................................................................92
Capítulo V I ..........................................................................................................95
Ética y p o lítica.................................................................................................. 95
Introducción....................................................................................................... 95
1. Lo político debe definirse, primero, en relación a lo económico y a lo
social antes de ser confrontado con la ética................................................. 96
2. Lo político y el Estado...................................................................................99
3. La interacción entre ética y política............................................................ 104
E pílogo...............................................................................................................109
Presentación
Marie-France Begué
Capítulo I
Poética y simbólica
Introducción
La presenie traducción ha sido realizada por el Dr. Ricardo Ferrara, investigador del
C O N IC E T .
divisiones internas de la com unidad creyente- ha sido obligado a precisar
se en doxologías y en confesiones de fe en las que se discierne ya el trabajo
del concepto. Además, confrontado con el lenguaje filosófico, el Credo de
la Iglesia cristiana ha debido desplegar recursos conceptuales, desapercibi
dos o inempleados, tanto por préstamo externo como por explicitación
interna, para ser conducido al mismo nivel que la filosofía. Así el lenguaje
religioso ha accedido al estatuto propiamente teológico. De este cambio de
estatuto y de la dialéctica entre el nivel preconceptual y el nivel conceptual
ha nacido un género mixto de lenguaje que podemos denominar desde
ahora discurso religioso.
El gesto
La acción deliberada
Un simbolismo estructurado
Mito y alegoría
Ahora bien, estos símbolos transmitidos por el mito no son más tradu
cibles a lenguaje directo y literal que los símbolos primarios. Eso es lo que
distingue al mito de la alegoría. En principio es posible reemplazar una
alegoría por un discurso directo que se entiende por sí mismo. Una vez
que ha sido compuesto este texto mejor, la alegoría se vuelve superflua: es
la escalera que empujamos con el pie luego de haber subido por ella. Por
su triple función de universalidad concreta, de orientación temporal, de
exploración existencial y ontológica, el mito pone de manifiesto rasgos de
la condición humana que ninguna tradición podría igualar o suplir. Según
la palabra de Schelling en su Filosofía de la mitología el mito significa lo que
dice: es tautológico y no alegórico.
El rechazo de la interpretación alegórica no implica el rechazo de toda
interpretación. Así, el mito puede dar pie a nuevos desarrollos narrativos
que tienen valor de interpretación por sí mismos, como lo muestra F. Ker-
mode en su Génesis of Secrecy9. Un mito puede también suscitar una con
frontación con los mitos de otro ciclo, como entre el íelato bíblico de la
desobediencia y los relatos de caída de tipo órfico-platónico. El trabajo de
interpretación puede desarrolarse en un discurso de nivel cuasi concep
tual, como sucede con el dogma del pecado original en San Agustín. Por
último, la interpretación puede consistir en explorar el campo de expe
riencia abierto por el mito y ofrecer para este una verificación existencial
comparable con la deducción trascendental de las categorías del entendi
miento en Kant. Pero hay algo que no podemos esperar de la interpreta
ción: que restaure la plenitud de experiencia que el mito designa solamen
te en enigma. Puede decirse que el mito atestigua un acuerdo íntimo entre
el hombre y el todo del ser, entre lo natural y lo sobrenatural, en síntesis,
da testimonio de un ser anterior a la escisión. Pero precisamente, puesto
que esta indivisión no es dada en ninguna intuición, ella no puede ser sino
significada y narrada. Q uizá por la misma razón el mito mismo está escin-
elido en ciclos múltiples, en condensaciones narrativas distintas, de las
cuales ninguna agota el alcance del mito.
El papel de la imaginación
IV Símbolo y metáfora
El psicoanálisis
La fenomenología de la religión
La actividad poética
V. Símbolo y narración
Este es el caso, ante todo, de los relatos de todo género -desde el cuento
popular hasta el drama antiguo y moderno, la novela, la biografía, la cróni
ca, etc. Esta extensión del campo simbólico no puede sorprendernos, por
que en nuestro ejemplo inicial -la simbólica del mal-, hemos podido aislar
un estrato simbólico de forma típicamente narrativa: el estrato mítico. Aun
cuando el mito constituye una categoría muy particular de relato, en cuan
to relato de orígenes, queda en pie el hecho de que la narración mítica es la
que ejerce la función simbólica en cuanto que ella apunta a una región de
experiencia fundamental -por ejemplo, la discordancia entre el ser bueno
de la creatura y la existencia mala del hombre histórico- mediante el relato
de la historia de una caída acontecida in illo tempore. El mismo caso del
mito no es sino un ejemplo entre otros, aunque fundamental, en el vasto
dominio de la narración.
¿Bajo qué rasgos se oculta en el relato una producción de sentido com
parable a la innovación semántica que opera en la metáfora?
Imaginación y tradición
Aquello que en su momento fue señalado acerca del acto de “ver como”
en el proceso metafórico debe decirse ahora de la relación entre imagina
ción y tradición. Sin duda, dicha relación confiere a la historia narrada una
inteligibilidad comparable con la reorganización de la experiencia que pro
voca la asimilación predicativa en la metáfora. Pero esta inteligibilidad tie
ne más relación con el esquematismo -y, por consiguiente, con la imagina
ción productiva- que con la racionalidad lógica o legisladora. En este sen
tido se puede hablar de un esquematismo narrativo, o incluso de una tipo
logía de la posición de intriga. Pero esta no podría ser construida a priori, a
la manera de una combinatoria axiomática. Ella emerge de la familiaridad
que podemos mantener con las intrigas inventadas en el curso de los si
glos. Esta familiaridad presenta rasgos “históricos” propios en la medida en
que una tradición es siempre el medio en el que se transmiten paradigmas
de posición de intriga ofrecidos ya sea a la imitación servil, ya sea a su
impugnación cismática, pasando por todos los grados de la “deformación
regulada". En esta relación de tradicionalidad, continua o interrumpida, la
innovación aparece como la contrapartida dialéctica de la sedimentación.
Sedimentación e innovación, tomadas conjuntamente, constituyen así “la
historicidad” particular de la tradición narrativa y atestiguan la pertenencia
de la inteligencia narrativa a la esfera de la imaginación productora.
En las combinaciones variadas entre relato y metáfora, tenemos un in
dicio suplementario de que el relato literario muestra una gran función
simbólica junto a la poesía lírica, en la que predomina la innovación por
metáfora. Ya hemos considerado un caso, el del mito, en el que el relato
mismo ejerce la función simbólica y equivale a la metáfora. En este caso, el
relato es el que asume la fuerza metafórica de los símbolos primarios. Pero
está el caso inverso, el de la parábola, en el que la metáfora es la que asume
la fuerza simbólica adherida al relato de base. Una parábola, en efecto, es
un breve relato cuya estructura narrativa asemeja a la de los cuentos p o pu
lares pero que es desplazada metafóricamente en dirección de una expe
riencia diversa de la que es narrada, por la fuerza de atracción de expresio
nes-enigmas tales como “Reino de Dios”. El Reino de Dios -dicen las pará
bolas- es semejante a... (un rey que..., una mujer que..., un empleador
que...). Así, en la unidad de un género literario simple se encuentran con
jugados una estructura narrativa y un proceso metafórico cuya vinculación
' queda asegurada por la expresión-límite que polariza el relato hacia su
Otro. Así, mito y parábola se presentan como opuestos con respecto a la
relación entre relato y metáfora: en el primer caso el relato mediatiza a la
metáfora mientras que en el segundo caso la metáfora mediatiza al relato.
Conclusión
Notas
1 E. Cassircr, Philosophie cler symbolischer. Formen, 3 vol. 1924 (Filosofía de las formas simbó
licas, trad. A. Morones, ed. FCE, México, 1971).
2 Ch. S. Pierce, Collectecl Papéis, Harvard U.P., C am bridge (Mass.), 1931-1958, t. II: Ele-
menis o j Logic.
3 Para todo esto cf.: P Ricoeur et al., La Sémantique de V action, éd .d u CN RS, París 1979.
s M. Eliade, Traite d'histoire des rcligions, Payot, París, 1949 (Tratado de historia de las religio
nes, ed. Cristiandad, M adrid, 1981); Aspects du mythe, G allim ard, París, 1963 (M itoy reali
dad, trad. L. Gil, M adrid, 1968)
10 Aristóteles, Poética, 1957 b, 6-9: “la metáfora consiste en transferir a una cosa un nombre
que designa otra cosa".
11 VV Shakespeare, Troilus and Cressida, 111, 3, 11; citado en M.B. Hester, The Meaning oj
Poetic Metaphor, M o u to n , La Haye, 1967, p. 164.
12 G. Bachelard, La Poétique de I’ espace, PUF, París, 1957 (La poética del espacio, FCE, Méxi
co, 1965); La Poétique de la revene, PUF, París, 1960.
14 S. Freud, L interpretation des reves, trad fr. PUF París 1967, chap. 111.
17 M.B. Hesse, Models and Analogies in Science, University of Notrc Dam e Press, 1966, 1970
18 1. Ramsey, Models and Mystety, O .U .P , New York, 1964, Religious Language, 5.C.M . Press,
Londres, 1957
Capítulo II
La vida: un relato en busca de narrador
El hecho de que la vida tiene que ver con la narración siempre se supo
y se dijo: hablamos de la historia de una vida para caracterizar el período
que va desde el nacimiento hasta la muerte.
Sin embargo, esta asimilación de la vida a una historia no va de suyo:
inclusive es una idea banal que es menester someter a una duda crítica.
Esta duda es la obra de todo el saber adquirido a lo largo de algunos dece
nios acerca del relato y la actividad narrativa -saber que parece alejar el
relato de la vida vivida, y confinarlo a la región de la ficción-. Atravesare
mos ahora esa zona crítica con miras a repensar de otro modo esa relación
demasiado rudimentaria y demasiado directa entre historia y vida, de ma
nera tal que la ficción contribuya a hacer de la vida, en el sentido biológico
de la palabra, una vida humana. Quisiéramos aplicar a la relación entre
relato y vida la máxima de Sócrates según la cual una vida que no es exami
nada no es digna de ser vivida.
Tomaría como punto de partida para la travesía de esta zona crítica las
palabras de un comentarista: las historias se cuentan y no se viven; la vida
se vive y no se cuenta. A fin de esclarecer esta relación entre vivir y contar,
propongo que examinemos, en primer lugar, el acto mismo de relatar.
La teoría narrativa que evocaré ahora es muy reciente, ya que procede,
bajo su forma elaborada, de los formalistas rusos y checos de la década del
veinte y el treinta y de los estructuralistas franceses de los años sesenta y
setenta. Pero, al mismo tiempo, es m uy antigua, en la medida en que la
encuentro prefigurada en la Poética de Aristóteles. Es cierto que Aristóteles
solamente conocía tres géneros literarios: la epopeya, la tragedia y la come
dia, pero su análisis ya era lo suficientemente general y formal como para
dar lugar a las transposiciones modernas. Por mi parte, retengo de la Poética
de Aristóteles su concepto central de intiiga, que en griego se dice mythos, y
que significa a la vez fábula (en el sentido de historia imaginaria) e intriga
(en el sentido de historia bien construida). Tomo como guía este segundo
aspecto del mythos de Aristóteles y será de este concepto de intriga de donde
extraeré todos los elementos susceptibles de ayudarnos ulteriormente a re-
formular la relación entre vida y relato.
Lo que Aristóteles denomina intriga no es una estructura estática sino
una operación, un proceso integrador, el cual -según espero mostrar de
inmediato- solamente se realiza en el lector o el espectador, es decir, en el
receptor vivo de la historia relatada. AI hablar de proceso integrador me
refiero al trabajo de composición que confiere a la historia relatada una
identidad que se puede llamar dinámica: lo que se relata es tal historia y tal
historia, una y completa. Este proceso estructurante de la “puesta en intri
ga7’* es el que quiero probar en la primera parte.
* Ricoeur habla siempre de "la mise en intrigue", por eso en algunos casos -donde el co n
texto no muestra claramente su aspecto d in ám ic o - hemos preferido la expresión “poner en
intriga”. N. de T.
pleja, guiada sin cesar por expectativas que conciernen a continuación de
la historia, expectativas que corregimos a medida que se desarrolla la his
toria, hasta que coincide con la conclusión. Señalo al pasar que volver a
contar una historia revela mejor esta actividad sintética que funciona en la
composición, en la medida en que nos sentimos menos cautivados por los
aspectos inesperados de la historia y prestamos mayor atención a la forma
según la cual ella se encamina hacia la conclusión.
Por último, la puesta en intriga es una síntesis de lo heterogéneo en un
sentido aún más profundo, que nos servirá más adelante para caracterizar
la temporalidad propia de toda composición narrativa. Se puede afirmar
que se encuentran dos clases de tiempo en toda historia relatada: por una
parte, una sucesión discreta, abierta y teóricamente indefinida de inciden
tes (uno siempre puede preguntarse: ¿y después qué?, ¿y después qué?).
Por otra parte, la historia relatada presenta otro aspecto temporal que se
caracteriza por la integración, la culminación y la conclusión gracias a lo
cual la historia recibe una configuración. Yo diría en este sentido que com
poner una historia es, desde el punto de vista temporal, extraer una confi
guración de una sucesión. Adivinamos ya la importancia de esta caracteri
zación de la historia desde el punto de vista temporal en la medida en que,
para nosotros, el tiempo es a la vez aquello que pasa y desaparece y, por
otro lado, aquello que dura y permanece. Volveremos sobre esto más ade
lante. Contentémonos por el momento con caracterizar la historia relatada
como una totalidad temporal y el acto poético como la creación de una
mediación entre el tiempo como paso y el tiempo como duración. Si se
puede hablar de la identidad temporal de una historia, es menester carac
terizarla como algo que dura y permanece a través de aquello que pasa y
desaparece.
De este análisis de la historia como síntesis de lo heterogéneo podemos
retener tres rasgos: la mediación que ejerce la intriga entre la multiplicidad
de incidentes y la historia única -la primacía de la concordancia sobre la
discordancia- y, por último, la competencia entre sucesión y configuración.
Quisiera brindar un corolario epistemológico a esta tesis de la puesta en
intriga considerada como una síntesis de lo heterogéneo. Este corolario
concierne al estatuto de inteligibilidad que conviene acordar al acto confi
gurante. Aristóteles no titubeaba en afirmar que toda historia bien contada
enseña algo; más aún, decía que la historia revela aspectos universales de la
condición humana y que, en vista de ello, la poesía era más filosófica que la
historia de los historiadores, que depende en gran medida de los aspectos
anecdóticos de la vida. Sea cual fuere esta relación entre la poesía y la
historiografía, no hay duda de que la tragedia, la epopeya, la comedia, para
no citar sino los géneros conocidos por Aristóteles, desarrollan un tipo de
inteligencia que se puede denominar inteligencia narrativa, que está m u
cho más cerca de la sabiduría práctica y del juicio moral que de la ciencia y,
en términos más generales, del uso teórico de la razón. Esto se puede mos
trar de manera sencilla. La ética, tal como la concebía Aristóteles y tal como
se la puede concebir inclusive ahora, como lo demostraré en las lecciones
posteriores, habla de forma abstracta de la relación entre las virtudes y la
búsqueda de la felicidad. Es función de la poesía, bajo su forma narrativa y
dramática, proponer a la imaginación y a la meditación casos imaginarios
que constituyen otras tantas experiencias de pensamiento mediante las cua
les aprendemos a unir los aspectos éticos de la conducta humana con la
felicidad y la desgracia, la fortuna y el infortunio. Aprendemos por medio
de la poesía de qué manera los cambios de fortuna resultan de tal o cual
conducta, tal como está construida por la intriga del relato. Gracias a la
familiaridad que hemos adquirido con los modos de la puesta en intriga
recibidos de nuestra cultura aprendemos a relacionar las virtudes o, mejor
dicho, las excelencias, con la felicidad y la infelicidad. Estas "lecciones” de
la poesía constituyen los universales de los cuales hablaba Aristóteles: pero
se trata de universales de un grado inferior a los de la lógica y el pensa
miento teórico. Debemos, no obstante, hablar de inteligencia, pero en el
sentido que Aristóteles daba a la phronesis (que los latinos tradujeron como
prudentia). En este sentido, yo hablaría de buen grado de inteligencia phro-
nética para oponerla a la inteligencia teorética. El relato pertenece a la
primera y no a la segunda.
Este mismo corolario epistemológico de nuestro análisis de la intriga
tiene, a su vez, numerosas implicaciones relativas a los esfuerzos de la na-
rratología contemporánea por construir una verdadera ciencia del relato.
Mi opinión sobre estas empresas completamente legítimas es que solamen
te se justifican a título de simulación de una inteligencia narrativa siempre
previa, simulación que pone en juego estructuras profundas desconocidas
por aquellos que narran o que siguen las historias, pero que ubican a la
narratología en el mismo nivel de racionalidad que la lingüística y las otras
ciencias del lenguaje. El hecho de caracterizar a la racionalidad de la narra
tología contemporánea por su poder de simular en un segundo grado de
discurso aquello que hemos comprendido, cuando niños, como una histo
ria, no significa de ningún modo desacreditar estas empresas modernas,
sino simplemente ubicarlas con precisión en los grados del saber. También
hubiera podido buscar fuera de Aristóteles un modelo de pensamiento más
moderno; por ejemplo, la relación que establece Kant, en la Críticd cle la
Razón Pura, entre el esquematismo y las categorías. Así como en Kant el
esquematismo designa el ámbito creador de las categorías y las categorías
el principio de orden del entendimiento, del mismo modo la intriga cons
tituye el ámbito creador del relato y la narratología constituye la recons
trucción racional de las reglas subyacentes a la actividad poética. En este
sentido, se trata de una ciencia que incluye sus propias exigencias: trata de
reconstruir los límites lógicos y semióticos así como las leyes de transfor
mación que presiden la marcha del relato. En consecuencia, mi tesis no
expresa hostilidad alguna con respecto a la narratología. Se limita a decir
que la narratología es un discurso de segundo grado que siempre está pre
cedido por una inteligencia narrativa que emerge de la imaginación crea
dora. Todo m i análisis a partir de ahora se mantendrá en el nivel de esta
inteligencia narrativa de primer grado.
Antes de pasar al tema de la relación entre la historia y la vida, quisiera
detenerme en un segundo corolario que me ubicará justamente en el camino
de la reinterpretación de la relación entre relato y vida.
Yo diría que hay una vida de la actividad narrativa que se inscribe en el
carácter de tradicionalidad característica del esquematismo narrativo.
El hecho de afirmar que el esquematismo narrativo posee su propia
historia, y que esta historia tiene todos los caracteres de una tradición, no
significa, de ningún modo, hacer la apología de la tradición considerada
como una transmisión inerte de un depósito muerto. Por el contrario, im
plica designar a la tradición como la transmisión \iviente de una innova
ción que siempre puede ser reactivada mediante un retorno a los m omen
tos más creadores de la composición poética. Este fenómeno de tradicio
nalidad es la clave del funcionamiento de los modelos narrativos y, en con
secuencia, de su identificación. En efecto, la constitución de la tradición
reposa sobre la interacción entre los dos factores de innovación y de sedi
mentación. Es justamente a la sedimentación a la que atribuimos los mo
delos que luego conforman la tipología de la puesta en intñga que nos per
mite ordenar la historia de los géneros literarios; sin embargo, no se debe
perder de vista el hecho de que estos modelos no constituyen esencias
eternas sino que proceden de una historia sedimentada cuya génesis ha
sido obliterada. No obstante, si bien la sedimentación permite identificar
una obra como tragedia, por ejemplo, o novela de educación, drama so
cial, etc., la identificación de una obra no se agota en la identificación de
los modelos que allí se han sedimentado. Toma en cuenta, igualmente, el
fenómeno opuesto de la innovación. ¿Por qué? Porque los modelos, ha
biendo surgido de una innovación previa, proporcionan una guía en vista
de una experimentación ulterior en el dominio narrativo. Las reglas cam
bian bajo la presión de la innovación, pero cambian lentamente e inclusive
se resisten al cambio en virtud del proceso de sedimentación. De este modo,
la innovación permanece como el polo opuesto de la tradición. Siempre
hay lugar para la innovación en la medida en que aquello que fue produci
do, a título ulterior en la poiesis del poema, siempre es una obra singular,
esta obra, l.as reglas constituyen una especie de gramática que rige la com
posición de nuevas obras, nuevas antes de convertirse en típicas. Cada
obra es una producción original, un existente nuevo en el reino del discur
so. Pero lo contrario no es menos cierto: la innovación sigue siendo una
conducta regida por reglas; la obra de la imaginación no parte de la nada.
Está ligada de una u otra manera a los modelos recibidos por la tradición,
pero puede entrar en una relación variable con esos modelos. El abanico
de soluciones se despliega ampliamente entre los dos polos de la repetición
servil y la desviación calculada; pasando por todos los grados de la defor
mación regulada. Los cuentos populares, los mitos, los relatos tradiciona
les en general, se mantienen más cerca del polo de la repetición. Esa es la
razón por la cual conforman el campo privilegiado por el estructuralismo.
Pero apenas superamos el ám bito de esos relatos tradicionales, la desvia
ción prevalere sobre la regla. La novela contemporánea, por ejemplo, pue
de definirse en gran medida como una anti-novela, en cuanto las reglas
mismas constituyen el objeto de una experimentación nueva. Suceda lo
que suceda en tal o cual obra, la posibilidad de la desviación está incluida
en la relación entre sedimentación e innovación que conforma la tradición.
Las variaciones entre esos dos polos confieren una historicidad propia a la
imaginación productiva y mantienen viva la tradición narrativa.
Les ruego ame todo que me disculpen por la pretensión del título de
m i exposición. No tengo para nada la ambición de encontrar una justifi
cación última a nuestras opciones morales, ni definir los primeros princi
pios en materia de bien y de mal. La cuestión consiste más bien en saber
qué es lo que constituye un problema ético, tsta cuestión es de impor
tancia cuando se discuten, como lo haré en otra oportunidad, las relacio
nes entre ética y política.
Para que la discusión sea clara es preciso decir lo que se entiende por
ética. En esta confrontación, mi planteo consistirá más bien en saber cuáles
son las cuestiones que surgen como primeras y cuáles otras son simple
mente derivadas, a partir del momento en que se plantea cualquier proble
ma ético. Es en este sentido que preferiría hablar de intención ética
He aquí la idea directriz de mi exposición: quisiera mostrar que la idea
de ley moral no es la idea más fundamental, ya se entienda por ella un
principio formal a la manera de Kant, o bien, por el contrario, contenidos
materiales como en una ética de las virtudes, o en la ética de Max Scheler:
No quiero decir con ello que la idea de ley moral no tenga su lugar en la
ética. Pero quisiera sostener la tesis que, si bien tiene una función especifi
ca, esta permanece, sin embargo, derivada. Por ello les propongo distin
guir entre ética y moral, reservar el término de ética para todo el cuestiona-
miento que precede a la introducción de la idea de ley moral, y designar
por moral todo aquello que, en el orden del bien.y del mal, se remite a
leyes, normas e imperativos.
Por último, hablaré del polo él, que calificaré por la mediación de la
regla. Al hacer este último tercio del camino, tomamos también el camino
del tercero. De la misma manera que, en el piano del lenguaje, toda relación
dialógica entre un locutor y otro locutor exige un referente común, algo
ubicado entre dos sujetos, así también la intención ética se precisa y toma
cuerpo con ese momento de la no persona, representado en nuestro len
guaje por términos neutros tales como los de causa a defender, ideal a rea
lizar, obra que hacer, valores a los que damos nombres abstractos: la justi
cia, la fraternidad, la igualdad. Ciertamente podemos encontrar detrás de
estos sustantivos abstractos, adjetivos muy concretos: justo, fraternal, igual,
etc. No deja de ser cierto que esos predicados éticos constituyen un polo
diferente del yo y del tú. De ahí la pregunta: ¿por qué en el entrecruzamien-
to de las pretensiones del querer ser, en el intercambio de las posiciones
afirmativas de libertad, es necesaria la mediación de un término neutro? La
respuesta a esta pregunta debe buscarse en la siguiente dirección: es preci
so preguntarse qué papel juega este término neutro en la relación intersub
jetiva entre posiciones de libertad. Este rol es el de la regla. La regla es esa
mediación entre dos libertades que ocupa, en el orden ético, la misma
posición que el objeto entre dos sujetos.
¿Por qué tiene que ser así? Es preciso observar aquí que cada proyecto
ético, el proyecto de libertad de cada uno de nosotios, surge en medio de
una situación que ya esta éticamente marcada; ya han tenido lugar eleccio
nes, preferencias y valorizaciones que se han cristalizado en valores que
cada uno encuentra al despertar a la vida consciente. Toda nueva praxis se
inser ta en una praxis colectiva marcada por las sedimentaciones de obras
anteriores depositadas por la acción de nuestros predecesores.
Lina vez más, esta situación tiene su paralelo en el lenguaje. Todo nuevo
acto de tomar la palabra supone la existencia de una lengua ya codificada y
la circulación de cosas ya dichas que han dejado sus huellas en el lenguaje,
en particular en el lenguaje escrito bajo forma de textos, libros, etc. De esta
manera yo entro en una conversación que me ha precedido, a la cual con
tribuyo a lo largo de una cierta duración y que continuará después de mí.
De la misma manera que ninguno de nosotros comienza el lenguaje, nadie
comienza la institución. Un índice notable de esta situación es el hecho
que en historia y en sociología nunca se asiste al comienzo de la regla; sólo
es posible remontar de institución en institución. Todo comienzo, como en
el Contrato Social de Rousseau, es una ficción literaria o filosófica, una suer
te de "como si”... Más aún, esta ficción descansa en un círculo 'vicioso, a
saber, que se supone que los hombres se ponen de acuerdo para poner una
regla de común acuerdo. Esta paradoja es muy instructiva; significa que
sólo podemos actuar a través de estructuras de interacciones que ya están
ahí y que tienden a desplegar una historia propia, hecha de innovaciones,
de inercias y de sedimentaciones.
Acabo de dar un primer índice.del carácter no generable de la regla que
por esta razón he llamado institución. Este primer índice era puramente
histórico; a saber, que nunca estoy en el comienzo, es.siempre posterior
mente que tomo conciencia de la anterioridad de la regla con relación a
toda nueva elección.
Un segundo índice de este carácter no generable es el fracaso de todo
intento (fenomenológico u otro) para prescindir del térm ino neutro. Es
cierto que soñamos con un diálogo que fuera un perpetuo cara a cara.
Pero aun el informe más íntim o se destaca sobre un fondo de institucio
nes, sobre la paz del orden, la tranquilidad que protege la vida privada.
Podemos estar defraudados, pero no podemos hacer que el ellos iguale al
nosotros. Sólo una pequeña parte de las relaciones humanas puede ser per
sonalizada; el resto (ellos) queda anónimo y se reduce a un juego de roles
regulado (espero del cartero que traiga el correo, sin esperar que sea mi
amigo).
Este trayecto que acabamos de hacer fue el recorrido por Hegel en su
filosofía del espíritu objetivo, encarnada en objetos prácticos, en institucio
nes, en ei sentido corriente del término: relaciones familiares, económicas,
sociales, políticas, etc. Ciertamente podemos proponernos interiorizarlas e
intimar esas relaciones objetivas, pero no podemos engendrar su objetivi
dad a partir de ese proyecto de intimidad. Es preciso algo, como una “sus
tancia de las costumbres'-’ (Sittlichkeit, en el sentido de la Fenomenología del
Espíritu), o un “contrato”, mediante el cual una cosa mediatiza dos volunta
des y una voluntad mediatiza la relación entre una voluntad y una cosa, o,
más bien, lo que Hegel llamaba “ley exterior” en la cadena de las necesida
des; en fm, es necesario algo, como una constitución en el plano político.
La constitución para Hegel marcaría el punto donde la ley de coordinación
de la acción de todos sería interiorizada por cada uno en el reconocimiento
mutuo. El individuo se convierte entonces en un ciudadano: una vez que
la ley de todos se convierte en la ley de cada uno, se da la coincidencia
entre la conciencia de sí y el espíritu del pueblo. Esta coincidencia repre
senta la utopía de una existencia poética lograda. Sea como fuere, es siem
pre necesario partir de una relación exterior para luego interiorizarla.
Al término de este tercer análisis, haré algunas observaciones semejan
tes a las que propuse en el polo yo y en el polo tú. En primer lugar, se puede
muy bien partir de ese polo para definir la intención ética. Algunos soció
logos han definido la acción humana como una conducta sometida a re
glas. Entonces se identifica la ética con la socialización del individuo. Cier
tamente se puede proceder así, pero bajo dos condiciones: primera, pensar
esta socialización de tal manera que no suprima el mismo derecho de partir
del polo yo y del polo tú de la libertad; y, luego, que incluya en la noción de
regla social y en la asignación de roles que esta implica, la posibilidad de
interiorizar la regla. Esta segunda conclusión no difiere de la primera: ella
remite a la capacidad de cada un o de reconocer la superioridad de la regla,
el poder de asumirla o de rechazarla, lo que equivale a inscribir en la no
ción de regla la referencia a una posición de libertad en primera o en se
gunda persona.
I. La ideología
Comenzaré por el uso del término ideología popularizado por los escri
tos del joven Marx en la época de los Manuscritos económico-políticos, de
1843-44, y, sobre todo, de la Ideología alemana. (Señalo al pasar que la
palabra misma fue tomada de filósofos muy respetables, que se llamaban a
sí mismos ideólogos y que eran,- en Francia, los herederos de Condillac.
Para ellos, la ideología era un análisis de las ideas formadas por el espíritu
humano. Napoleón acusó a esos ideólogos inofensivos de ser una amenaza
para el orden social e instauró el sentido peyorativo del término. Quizás
haya un Napoleón oculto en toda denuncia de la ideología, pero esta es
una cuestión sobre la cual volveremos más adelante). Es digno de destacar
el hecho de que el joven Marx haya intentado hacer comprender lo que
entendía por ideología por medio de una metáfora. Se sirvió de la metáfora
de la inversión de la imagen en un cuarto oscuro, punto de partida de la
fotografía. En consecuencia, la primera función atribuida a la ideología es
la de producir una imagen invertida de la realidad. ¿Qué designa esta me
táfora? Encontramos, en Marx, al mismo tiempo una aplicación precisa y
un uso generalizado. La aplicación precisa viene de Feuerbach: Es el trata
miento de la religión como distorsión-disimulo de la realidad. En su Esencia
del Cristianismo, Feuerbach había postulado que, en la religión, las propie
dades (que él llamaba los predicados) pertenecientes al sujeto humano eran
proyectadas en un sujeto divino imaginario, de manera tal que los predica
dos divinos del hombre sujeto se convertían en predicados humanos de un
sujeto divino. Marx vio en esta inversión el modelo de todas las inversiones
de carácter ideológico. En este sentido, la crítica de la religión de
Feuerbach constituye el ejemplo modelo, el paradigma, para la interpreta
ción de la metáfora de la imagen invertida en el cuarto oscuro. Lo que es
propiamente marxista, entonces, en esta recuperación de Feuerbach, es la
relación que establece Marx entre las representaciones y la realidad de la
vida, que él llama praxis. Se pasa así del sentido restringido al sentido gene
ral del término “ideología”. Según este sentido, hay, primero, una vida real
de los hombres: es su praxis. Después, hay un reflejo de esa vida en su
imaginación: es la ideología. La ideología se convierte así en el procedi
miento general mediante el cual el proceso de la vida real, la praxis, se
falsifica por medio de la representación imaginaria que los hombres se ha
cen de ella. Se percibe de inmediato de qué manera la tarea revolucionaria
se relaciona con la teoría de la ideología. Si la ideología es una imagen
deformada, una inversión, un disim ulo de la vida real, lo que hay que
hacer es volver a parar sobre sus pies al hombre que camina sobre su cabe
za -Hegel en primer lugar-, y hacer descender a las ideas desde el cielo de
lo imaginario hacia la tierra de la praxis. Tenemos allí, en términos muy
generales, la primera definición del materialismo histórico, que no tiene
ninguna pretensión de abarcar el conjunto de las cosas, sino exclusiva
mente la intención de relacionar el m undo de las representaciones con el
m undo de la vida real, la praxis. En este primer estadio del desarrollo del
marxismo, la ideología todavía no se opone a la ciencia, pues esta ciencia
mencionada recién existirá en El Capital. Más adelante, cuando el marxis
m o se constituye en cuerpo doctrinario, especialmente entre los sucesores
de Marx en la social-democracia alemana, la ideología se opondrá global
mente a la ciencia y ya no simplemente, como en el primer Marx, a la
praxis. Podemos comprender cómo pudo producirse el desplazamiento: si
se admite que el marxismo es la verdadera ciencia del proceso económico-
social, no hay duda de que la praxis humana recibe un estatuto científico con
el marxismo, en oposición a las representaciones imaginarias en las cuales
quedan enterradas todas las otras concepciones de la vida social y política.
Mi problema a partir de aquí no es el de refutar este primer concepto
marxista de la ideología, sino de ubicarlo en relación con una función más
fundamental y, sobre todo, más constitutiva de la realidad social y de la
m ism a praxis.
¿Por qué no se puede conservar ese primer concepto de ideología? La
metáfora de la inversión oculta, a su vez, una laguna grave en la explica
ción. Si se admite que la vida real, la praxis, precede de hecho y de derecho
a la concrencia y sus representaciones, no se puede entender cómo la vida
real puede producir una imagen de sí misma y, menos aún, una imagen
invertida. No se lo puede comprender a menos que uno discierna en la
estructura misma de la acción una mediación simbólica que puede perver
tirse. Dicho de otro modo, si la acción no está ya imbuida de imaginario,
no se ve como puede nacer una imagen falsa de la realidad. Ya sabemos
cóm o una imagen falsa podría nacer de la realidad. Ya sabemos cómo se
enredaron los marxistas ortodoxos en la noción de conciencia refleja, que
no es sino una repetición de la vieja metáfora de la imagen invertida. De
manera que es menester que comprendamos en qué sentido lo imaginario
es coextensivo al proceso mismo de la praxis.
1 N unca se debe perder de vista en la discusión que la utopía y la ideología son conceptos
polém icos y, en consecuencia, resulta difícil emplearlos de manera puram ente descriptiva.
Si se pud o afirmar con Karl M annheim que u n estado de espíritu es utópico cuando carece
de congruencia con el estado de cosas en cuyo seno se produce, hay que agregar de inm e
diato que el fenóm eno aparece con colores totalmente opuestos según dicha utopia sea
reivindicada por un grupo privado de poder o denunciada por el g ru po que se ve amenaza
d o por ella. En últim a instancia, es utópico todo aquello que los representantes de un orden
dado consideran co m o peligroso para el orden e irrealizable en cualquier orden.
Capítulo VI
Ética y política
Introducción
ÉTICA iPOLÍTICA
ECONOM ÍA
Las zonas de co nfro ntación y de intersección están designadas por las zonas sombreadas.
1. Lo político debe definirse, primero, en relación a lo
económico y a lo social antes de ser confrontado con la
ética.
2. Lo político y el Estado