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Así, somos más rápidos en detectar caras y voces con expresión de enfado o de miedo, o
fotos de serpientes y arañas, que en detectar caras neutras o fotos de frutas y plantas, aunque
todos los estímulos estén manipulados para tener características físicas similares. Este
fenómeno se da no sólo con estímulos de contenido emocional negativo (p.ej. amenazante),
sino también en estímulos positivos (p.ej. apetitivos).
La emoción entra en la consciencia
Este efecto ocurre incluso cuando, en condiciones de laboratorio, se manipulan los estímulos
de manera que éstos no sean percibidos conscientemente. Por ejemplo, las palabras
subliminales accederán más fácilmente a nuestra consciencia si éstas son emocionales que si
no lo son. Esto también podemos verlo en pacientes que sufren de heminegligencia
espacial. Este trastorno de la atención, causado normalmente por lesiones en el lóbulo
parietal, se manifiesta en que los pacientes no pueden detectar objetos presentados en el
espacio contrario a la lesión. Sin embargo, cuando estos objetos son estímulos con una
carga emocional, los pacientes mejoran en la tasa de detección.
Algo similar ocurre en pacientes con ceguera cortical, cuya corteza visual primaria ha sido
destruida tras una lesión. Estos pacientes niegan haber visto cualquier estímulo presentado en
el área „ciega‟ de su campo visual afectado. Sin embargo, si los estímulos son emocionales,
los pacientes no sólo mejoran su detección (en este caso, afirman no ver los estímulos pero
responden a ellos por encima del nivel esperado por azar), sino que, además, modifican su
propia expresión facial o incluso emiten ciertas respuestas fisiológicas, a pesar de seguir sin
„verlos‟.
Los mecanismos neurales responsables de este efecto aún no están claros, pero parece que
la amígdala, un conjunto de núcleos localizado en el lóbulo temporal y con un rol central en la
emoción, podría ser decisiva. Por un lado, se ha propuesto que una parte rudimentaria de las
vías sensoriales enviaría información rápida, simple y ruda a la amígdala, antes de que esta
información reciba un procesamiento cortical completo. De esta forma, la amígdala
amplificaría rápidamente las respuestas sensoriales para una eficaz detección del estímulo.
Sin embargo, la amígdala podría no ser imprescindible en este rápido proceso. Estas vías
rudimentarias podrían amplificar las respuestas sensoriales en la corteza rápidamente sin
necesidad de recurrir a la mediación de ésta. Otras teorías proponen que las vías
responsables de esta „amplificación sensorial‟ son puramente corticales, pues es sabido que el
córtex es capaz de reconocer objetos en tiempos muy cortos. La amígdala en este caso
tendría un papel más secundario.
Hemos visto cómo la emoción mejora la detección y amplifica las respuestas sensoriales
en el cerebro. Sin embargo, que nuestros sistemas sensoriales respondan más a los
estímulos no es suficiente para que seamos conscientes de ellos. Nuestros sistemas
sensoriales han de responder más, pero esta amplificación tiene que ir acompañada de
respuestas en los lóbulos frontal y parietal, que a su vez mantendrán la información activa y la
distribuirán por todo el cerebro. En este mecanismo, la amígdala sí parece ser decisiva. Otra
de las grandes preguntas de la Neurociencia Afectiva es ‘qué’ ha de tener un estímulo
físicamente para ser emocional, pero es difícil encontrar una respuesta universal a ello.
Salvo algunos estímulos para los que nuestro cerebro está especialmente programado para
responder (caras, voces), existen demasiados factores determinantes, como la propia
experiencia del individuo.