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UNIVERSIDADES
PÚBLICAS COLOMBIANAS
EN CONTEXTO (2000-2019)
Hace ya un siglo que las universidades del continente iniciaron, bajo los impulsos
del Movimiento Estudiantil de Córdoba (Argentina 1918)31, un proceso de reforma
en su interior que fue transformando los centros universitarios en espacios para el
ejercicio de la crítica frente al orden social y político vigente, siendo el cogobierno,
la gratuidad y la libertad de cátedra elementos constitutivos de su esencia, garantiza-
dos a través del reconocimiento de la autonomía universitaria, la cual –con algunas
variaciones– fue afianzándose, en los diferentes países del continente, durante la
primera mitad de la pasada centuria. Si bien Colombia no fue ajena a los influjos
del Movimiento Córdoba, dichos principios rectores de la universidad pública no
sólo no se han consagrado plenamente sino que la libertad de cátedra, y con ella la
vocación pluralista del Alma Mater se han visto limitadas por el Estado a través de
dos vías complementarias: por un lado, la políticas que pretenden su privatización,
sometiéndola a las lógicas del mercado; y, por el otro, recurriendo al uso sistemático
de la violencia para acallar las expresiones críticas provenientes de la comunidad
universitaria en su conjunto.
Este uso sistemático de la violencia por parte del Estado ha estado acompañado del
fortalecimiento de un gigantesco aparato militar (que ha desangrado el presupuesto
colombiano) y que históricamente ha buscado aniquilar cualquier expresión de movi-
lización popular incluyendo opciones que se han configurado en el seno mismo de la
clase dominante. Para ello ha contado, también, con el concurso del paramilitarismo
como una política de estado orientada a la represión y el exterminio de lo diferente. Las
desapariciones forzadas, las muertes selectivas, el desmembramiento de sus víctimas...
la destrucción de organizaciones sociales es muestra fehaciente de su accionar inhuma-
La presencia de grupos paramilitares en casi todo el país tuvo su punto más alto en el
2001, justamente antes de la contienda electoral del 2002, en la que dichas organizacio-
nes tuvieron una gran incidencia en la elección de candidatos a cargos de representación
popular, dando lugar al fenómeno que se conoció como “la parapolítica”, estableciendo
fuertes vínculos con los partidos políticos tradicionales en algunas regiones del país y, en
otras, creando nuevos partidos políticos34. La penetración paramilitar en la política fue
tal, que para principios del 2016, la Procuraduría General de la Nación informó que en
el lapso de 10 años (2006-2016) se registraron 516 procesos disciplinarios contra fun-
cionarios públicos por sus nexos con grupos paramilitares, configurando acusaciones por
delitos que incluyen desde financiación de campañas políticas hasta homicidios.
Con la ley 975 de 2005 más conocida como “Ley de Justicia y Paz”, promovida bajo
la presidencia de Álvaro Uribe Vélez se dio impulso al proceso de desmovilización de
los paramilitares y su reincorporación a la vida civil, política y económica del país, esta-
bleciendo condenas máximas de ocho años para sus integrantes, a cambio de cooperar
con la justicia, reparar a las víctimas y de asumir el compromiso de no reincidir. De esta
manera se tendió un manto de impunidad sobre el papel del Estado colombiano en la
conformación y apoyo a estos grupos paramilitares y su responsabilidad en crímenes de
lesa humanidad, lográndose establecer además que muchos de los paramilitares des-
movilizados no eran realmente tales, sino delincuentes sociales o jóvenes de sectores
populares reclutados antes de iniciarse el proceso, con el fin de captar las ayudas econó-
micas ofrecidas por el gobierno a los desmovilizados. Como contraparte de ello, muchas
estructuras paramilitares se conservaron intactas y continuaron desarrollando sus acti-
vidades delictivas, en estrecho vínculo con el narcotráfico, adoptando nuevos nombres,
entre otras, “Las Águilas Negras” o “Nueva Generación”. Mientras que oficialmente se
les viene dando el tratamiento de BACRIM (bandas criminales), o Bandas Criminales
Emergentes, o Grupos Armados Ilegales, ocultando así su verdadera naturaleza35.
33 Javier Giraldo “El Paramilitarismo: una criminal política de Estado que devora el país”, Boletín
Justicia y Paz, segundo trimestre, junio, 1995; Versión en inglés en “Colombia, The Genocidal De-
mocracy”, Common Courage Press, Monroe, Maine, 1996.
34 Sobre el fenómeno de la parapolítica cfr. Claudia López (editora), Y refundaron la patria… De
cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano, Random House Mondadori, Bo-
gotá, 2010; Mauricio Romero (editor), Parapolítica: la ruta de la expansión paramilitar y los acu-
erdos políticos, Corporación Nuevo Arco Iris Intermedio Editores, Bogotá, 2008.
35 Centro Nacional de Memoria Histórica/Teófilo Vásquez y Víctor Barrera, Paramilitarismo:
balance de la contribución del CNMH al esclarecimiento histórico, Centro Nacional de Memoria
Histórica, Bogotá, 2018, p. 113 y ss.
Cabe advertir que en esta última década, en medio de la creciente tensión social que se
agitaba en el mundo de la posguerra –luchas de liberación nacional, conflictos étnicos,
invasiones, revoluciones políticas, movimientos juveniles y estudiantiles, entre otros– y
la gestación en América Latina de significativos procesos políticos de cambio, que
encuentran su mejor expresión en la triunfante revolución cubana (1959), se conformó
una generación de académicos que desde sus concepciones teóricas y desde la partici-
pación política o gremial, hizo que la universidad pública –pero también algunas priva-
das– constituyese un espacio desde donde se luchó contra el pensamiento hegemónico
y las prácticas de las clases dominantes con el fervor y la radicalidad de una época que
36 A este respecto existe una amplia bibliografía, cfr. Carlos Medina Gallego, 8-9 de junio día del
estudiante: crónicas de violencia 1929 y 1954, Ediciones Alquimia, Bogotá, 1983; Medófilo Me-
dina, La Protesta Urbana en Colombia en el siglo XX, Ediciones Aurora, Bogotá, 1984; José Abe-
lardo, “El 8 de junio y las disputas por la memoria, 1929-1954”, Historia y Sociedad, No. 22,
Medellín, ene-jun. 2012; Sobre las luchas estudiantiles bajo la dictadura, puede consultarse: Mi-
guel Ángel Beltrán. “La Federación de Estudiantes Colombianos (FEC) y las luchas universitar-
ias bajo la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla”, Cardinalis, No. 10, Córdoba, Facultad
de Filosofía y Humanidades, Universidad de Córdoba, 2018. pp. 16-40.
Luego de esta importante jornada nacional de protesta y con el advenimiento del gobierno
del presidente Julio César Turbay Ayala (1978-1982), cobró vida –amparado en las medi-
das de excepcionalidad– el llamado “Estatuto de Seguridad”, a través del cual se trató de
limitar represivamente el accionar de las organizaciones sociales, sindicales y políticas. Con
esta legislación el manejo del orden público quedó prácticamente en manos de los milita-
res, generalizándose los consejos verbales de guerra (civiles juzgados por militares), el incre-
mento de las detenciones ilegales, la desaparición y tortura de líderes, activistas políticos y
militantes de izquierda, entre ellos un significativo número de miembros de la comunidad
37 Para una aproximación detallada de este periodo confróntese Mauricio Archila. Idas y venidas, vueltas
y revueltas. Protestas sociales en Colombia 1958-1990. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología
e Historia ICAH-CINEP, 2003. Del mismo autor y otros véase: 25 años de luchas sociales en Colom-
bia 1975-2000. Bogotá: CINEP, 2002. También: Gustavo Gallón (ed). Entre movimientos y caudillos.
Bogotá: CINEP-CEREC, 1989. Un excelente relato de lo acaecido en esta jornada puede leerse en
Arturo Alape. Un día de septiembre. Testimonio sobre el Paro Cívico. Bogotá: Armadillo, 1977.
Con el asesinato del profesor Alava se inicia un largo ciclo de agresiones a la co-
munidad universitaria que tendrá en 1987 uno de sus momentos más críticos: en la
madrugada del 14 de agosto, en su propia casa y a escasas cuadras de la IV Brigada
de Medellín, fue acribillado delante de su esposa y algunos de sus hijos, el médico y
docente de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia,
Pedro Luis Valencia. El catedrático que en ese momento se desempeñaba como par-
lamentario de la Unión Patriótica (una organización político-legal amplia con perfiles
de izquierda) se disponía a participar en una manifestación pacífica por el derecho a la
vida, organizada por los estudiantes de la Universidad de Antioquia. El 25 de agosto
del mismo año fue asesinado el dirigente magisterial de Antioquia y presidente de la
Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA), Luis Felipe Vélez. Ese mismo
día, once horas más tarde, muy cerca del lugar del crimen, fueron acribillados Héctor
Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. El primero, un destacado investigador
en el campo científico de la medicina preventiva desarrollaba una importante labor en
defensa de los derechos humanos, mientras que el segundo ejercía la vicepresidencia
de la mencionada Asociación de Institutores.
En este clima de violencia el gobierno del presidente Virgilio Barco expide el lla-
mado “Estatuto Antiterrorista o de Defensa de la Democracia” (Decreto legislativo
180, de 1988), el cual es presentado como puntal para la lucha contra el narcotrá-
fico, pero que en la práctica proporciona el piso legal para la criminalización de la
protesta social a través del aumento de penas por delitos tipificados como ‘conduc-
tas terroristas’, entre ellas las manifestaciones pacíficas. Con esta misma legislación
“antiterrorista” el gobierno de Barco busca desnaturalizar el delito político y poner a
41 Andrea Aldana. “Recuerdo de otras Crisis” en http://periodistasudea.com/quepasaudea/2010/
recuerdos-de-otras-crisis/
42 Rosa del Olmo. “Las Relaciones Internacionales de la Cocaína”,en Nueva Sociedad, 130, mar-
zo-abril de 1994, p. 130.
43 Jaime Rafael Nieto. “Narcopolítica en la actual coyuntura política colombiana”. En: Estudios
Políticos. N° 7y 8. UdeA. Diciembre 1995-Junio 1996. p. 109. Véase también: Alonso Sala-
La prensa internacional recoge las marchas organizadas por la comunidad universitaria en Co-
lombia en 2018 en contra de la política de recortes y de privatización de la educación pública
universitaria puesta en marcha por el gobierno. Fotografía: Imagen extraída de la página web de
The Washington Post.
zar. La cola del lagarto. Drogas y narcotráfico en la sociedad colombiana. Medellín: Corporación
región-Proyecto ENLACE, 1998.
44 Sobre las acciones de la guerrilla hacia mediados de los noventa, cfr: Camilo Echandía. “El
conflicto armado colombiano en los noventa: cambios en las estrategias y efectos económicos”.
En: Colombia Internacional. N° 49-50. Universidad de los Andes. Febrero 2001. pp. 117-134.
Jaime Nieto y Luis Javier Robledo. Guerra y paz en Colombia 1998-2001. Medellín: Universi-
dad Autónoma Latinoamericana, 2002, p. 120.
45 El asesinato de estos tres académicos estuvo precedido por el de otros reconocidos investigadores
sociales y defensores de Derechos Humanos acaecidos en el año inmediatamente anterior; cabe
mencionar aquí los crímenes contra Elsa Alvarado, Mario Calderón, Eduardo Umaña Mendoza y
Jesús María Ovalle.
46 Hernán Henao. “Los desplazados: Nuevos Nómadas” en Revista Nómadas No. 10. Bogotá: Uni-
versidad Central, abril de 1999.
Por su parte, Jesús Antonio Bejarano Ávila docente y ex decano de la Facultad de Cien-
cias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia fue asesinado en Bogotá el
16 de septiembre de 1999. Experto en la resolución de conflictos, fue consejero presi-
dencial para la reconciliación, normalización y rehabilitación durante el gobierno del
presidente Virgilio Barco (1986-1990) y posteriormente Consejero de Paz durante la
presidencia de César Gaviria (1990-1994), cargo desde el cual participó en la firma de
los acuerdos de paz del Estado colombiano con el Partido Revolucionario de los Tra-
bajadores (PRT), una fracción del Ejército Popular de Liberación (EPL) y el “Quintín
Lame”. En la última etapa de su vida ejerció como presidente de la Sociedad de agri-
cultores de Colombia. El profesor Bejarano fue autor de numerosos ensayos y artículos
relacionados con temas de la teoría económica, la historia y el problema agrario del cual
era un amplio conocedor47. Por su crimen –acaecido en los predios universitarios cuan-
do se disponía a salir de las clases que impartía en el posgrado de economía– la Na-
ción fue condenada a pagar una indemnización a su familia. Inicialmente los mandos
militares atribuyeron su muerte a integrantes de las FARC, organización insurgente
con la cual estuvo participando en los diálogos de paz de 1992, en representación del
47 Los primeros estudios del Profesor Bejarano versaron sobre: “El capital monopolista y la in-
versión extranjera en Colombia” (Bogotá: Círculo Rojo, 1972); “El fin de la Economía Expor-
tadora y los orígenes del problema Agrario” (Publicado en tres entregas en la Revista Cuadernos
Colombianos, 6, 7, 8, Bogotá: 1975); posteriormente se adentró en los temas de la historiografía:
Cfr. Historia Económica y Desarrollo. La Historiografía Económica sobre los siglos XIX y XX en
Colombia. Bogotá: CEREC, 1994; y en el análisis, teórico y práctico, de los procesos de diálogo
y negociación: Cfr. Una agenda para la paz. Aproximaciones desde la Teoría de Resolución de Con-
flictos. Bogotá: Tercer Mundo, 1995.
Llama la atención como estos múltiples crímenes ocurrieron en medio del proceso
de paz que en ese momento adelantaba el gobierno del presidente Andrés Pastrana
(1998-2002) con los representantes de la guerrilla de las FARC-EP, en la llamada
“zona de despeje”, marcando una preocupante tendencia hacia el incremento del ase-
sinato de líderes sociales en contextos de búsqueda de salidas políticas al conflicto
armado y social.
Pese a que el tema de los Derechos Humanos aparecía mencionado como una prio-
ridad por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez , en la práctica siempre fue considerado
un obstáculo para la profundización de la política de “Seguridad Democrática”. No
sorprende entonces que las denuncias por violaciones a los derechos humanos se hayan
incrementado en los dos períodos de Uribe, aumentando el número de detenciones ar-
bitrarias, homicidios extrajudiciales por parte de la fuerza pública, asesinatos de líderes
sociales en complicidad con los grupos paramilitares; afianzando así un esquema de
gobierno autoritario que no ahorró calificativos para descalificar a las organizaciones
Sociales y Defensoras de Derechos Humanos, a quienes describió como “Politiqueros
al servicio del terrorismo, que cobardemente se agitan en la bandera de los derechos
humanos, para tratar de devolverle en Colombia al terrorismo el espacio que la Fuerza
Pública y que la ciudadanía le ha quitado”50.
Bajo estas políticas de seguridad, las universidades públicas fueron objeto de una
serie de estrategias orientadas a erradicar en ellas el pensamiento crítico. Un primer
paso en esa dirección fue la sistemática estigmatización y señalamiento –a través de
los medios oficiales de comunicación– de algunos centros universitarios como espa-
cios de reclutamiento de las organizaciones insurgentes. Así, a principios del 2003, el
periódico El Tiempo difundió la noticia de que las FARC estarían pagando matrícula
semestral y subsidio mensual a universitarios que trabajan con ella. Según dicho artí-
50 Palabras del presidente Uribe en posesión del nuevo Comandante de la FAC, Bogotá, CNE, 8
de septiembre de 2003, http://www.presidencia.gov.co/prensa_new/discursos/fac.htm
Tomando como fuente de información las declaraciones del coronel José Edgar He-
rrera, comandante de la Policía Cauca y versiones de inteligencia militar adscrita a la
cuarta Brigada, la táctica utilizada por la guerrilla consistiría en el “encostalamiento”,
esto es, identificar a los estudiantes de primer semestre más inquietos que partici-
pan activamente de foros y asambleas, luego les piden sus contactos para enviarles
información, para luego llevarlos a “tintiar” y discutir con ellos textos del marxis-
mo-Leninismo. El señalamiento venía acompañado de una referencia a ciertas ca-
rreras “preferidas” por las organizaciones insurgentes para adelantar su trabajo, como
son: sociología, economía, ingeniería química, electrónica, carreras de medicina y
otras ciencias de salud, criminalizando de este modo la formación en determinados
campos del conocimiento, así como el ejercicio de ciertas prácticas profesionales,
asociándolas con actividades subversivas.
Señalamientos como éstos se repetirán una y otras veces, no sólo desde los medios
de comunicación sino desde altos funcionarios del gobierno, como el entonces vi-
cepresidente Francisco Santos quien en referencia explícita a actos de protesta ade-
lantados por estudiantes de la Universidad Nacional en el mes de octubre de 2006,
manifestó ante los medios de comunicación que “el gobierno sabe que las FARC está
reclutando gentes y buscando reiniciar milicias en el centro educativo” y agregó que
“bajo la protección del estatus de independencia de la Universidad no se puede co-
honestar una vagabundería como esa, y si nos tenemos que entrar a la Universidad a
requisar a todo el mundo, pues lo vamos a hacer”52. Dos años después el debate volvió
a colocarse sobre el tapete, cuando la parlamentaria (y futura Ministra de Educa-
ción) Gina Parody hizo público un video donde hombres encapuchados lanzaban
arengas a favor de las FARC en la Universidad Distrital.
Pero la represión estatal contra las universidades públicas en este período no se li-
mita al silenciamiento de las voces críticas a través de los “montajes judiciales” o la
penetración violenta de la fuerza pública al campus universitario, sino que ésta irá
de la mano con la vieja estrategia paramilitar, la cual cobra una mayor notoriedad en
las Universidades a partir de la desmovilización de los llamados grupos de “Auto-
defensas” y su reconversión bajo nueva siglas (vb.gr. “Águilas Negras”, “Los Rastro-
jos”, “Los Paisas”, “Ejército Revolucionario Popular Antisubversivo de Colombia”).
Dichos grupos que algunos investigadores califican de “neoparalimitares”, pese a no
contar con un liderazgo o coordinación nacional conservan su vocación contrainsur-
gente a través de “una disposición ideológica a apoyar al statu quo local, a identificar
como amenaza la movilización social por derechos o cualquier asomo de oposición a
los poderes de facto regionales, que abundan en zonas rurales o en áreas marginales
de las ciudades”54.
Es así como estos grupos cumplirán una importante labor de persecución y elimi-
nación del pensamiento crítico en diferentes centros universitarios del país, al pun-
to de intervenir decisivamente en la designación de rectores y ordenar el asesinato
de estudiantes, profesores, trabajadores y funcionarios administrativos que resultaban
incómodos para sus planes de expansión. Esta connivencia entre las administracio-
nes rectorales y los grupos paramilitares quedó al descubierto, a partir de hechos tan
incontrovertibles como la grabación que salió a la luz pública en 2009, donde se dio
a conocer una conversación telefónica sostenida dos años atrás, entre el comandante
paramilitar alias “Félix” y el rector de la Universidad Industrial de Santander (UIS),
Jaime Alberto Camacho Pico, en la cual este último se comprometía a proporcionar un
listado con nombres de estudiantes vinculados al movimiento estudiantil55.
Los trazos de la “Política de Seguridad” del gobierno Uribe sin duda se constituyeron
en el marco propicio para el accionar de estos grupos criminales contra la comunidad
universitaria en diferentes regiones del país, los cuales expresaban de manera abierta
su propósito de “conseguir el mayor sueño de nuestro Presidente [Álvaro Uribe] que
es la consolidación del estado comunitario y seguridad democrática”, bajo adverten-
53 María del Pilar Hurtado. “Alerta Estudiantil” en El Nuevo Siglo, septiembre de 2018.
54 Mauricio Romero y Angélica Arias. “Sobre Paramilitares, neo-paramilitares y afines: crecen sus
acciones Criminales ¿Qué dice el Gobierno? En Observatorio del Conflicto Armado. Corporación
Nuevo Arco Iris, p. 3
55 Comisión Colombiana de Juristas. “Rector de la UIS y paramilitar conversan para asesinar estudi-
antes. ‘Plan Pistola’. Bogotá: Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo”. Julio 2 de 2009.
56 PCN. “Amenazas de las Águilas Negras en Bucaramanga” reproducido por Proceso de Comuni-
dades Indígenas, marzo 21 de 2009.
Ahora bien, es cierto que el primer mandatario colombiano, Juan Manuel Santos
incorpora en su agenda temáticas que su predecesor había vedado. Para empezar, hay
que señalar aquí el reconocimiento del conflicto armado y social y, con él, la aper-
tura de una mesa de diálogo con la insurgencia de las FARC, que formalmente se
inició en agosto de 2012 y que culminaría en noviembre de 2016 con la firma de un
Acuerdo de Paz donde ésta última organización guerrillera haría su tránsito hacia la
conversión en un partido político legal. Cabe señalar que desde un principio en este
proceso estuvieron en juego dos visiones de paz: por un lado, la del Gobierno en su
pretensión de desarmar la guerrilla (reduciendo el problema a un asunto puramente
militar) y generar las condiciones para activar la inversión extranjera, potenciando el
modelo minero-extractivista y, por otro lado, la visión de los delegados de paz de las
FARC y de otros sectores de la sociedad, de lograr cambios efectivos para la sociedad
colombiana.
“Del 2011 al 2012 la MANE había logrado frenar la Reforma a la Ley 30, pero aún
no contaba con una propuesta clara que permitiera impulsar las banderas de la lucha
inicial, como el acceso a la Educación Superior, Educación gratuita y pública. Durante
ese tiempo empezamos a hablar con Cooper Diomedes Díaz quien era un Policía
infiltrado dentro del Movimiento Estudiantil. A esta persona (que se hacía pasar por
Esteban) la conocí dentro de una de las Asambleas de la MANE, en la Universidad
Nacional que fue una Asamblea de carácter distrital, donde se reunieron representan-
tes estudiantiles de las Universidades Nacional, Distrital y Pedagógica. Era en aparien-
cia un estudiante normal, hablamos de la movilización, de lo que se venía en el paro, de
la necesidad de una contrapropuesta, en ese momento yo era estudiante de Tecnología
Mecánica en la Universidad Distrital en la sede de Tecnológicas en Ciudad Bolívar
(Bogotá), él me tomó el número de teléfono y me invitó a varios eventos en la Univer-
sidad Pedagógica y en la Universidad Distrital en especial cuando eran asambleas de la
MANE” (Testimonio de Cristian David Leyva).
Para 2015, la represión estatal volvió a recrudecerse cuando 13 jóvenes entre ellos
varios estudiantes y egresados/as de la Universidad Nacional y la Universidad Peda-
gógica Nacional, fueron judicializados, tras ser señalados por la Fiscalía de hacer parte
de una supuesta célula urbana del ELN, que en el 2014 participó en una serie de ex-
plosiones en Bogotá; así mismo se les acusó de ingresar material explosivo al campus
universitario, durante un enfrentamiento con la fuerza pública. Pocas semanas después
estos jóvenes recuperaron su libertad, quedando al descubierto una serie de vulnera-
ciones al debido proceso y a la defensa, como por ejemplo el de no contar con hechos
fácticos que permitieran una inferencia razonable de la participación de cada uno de
los imputados en los hechos señalados.
Por esos mismos meses, en otros centros universitarios del país, concretamente en
la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, se produjeron nuevas judiciali-
zaciones contra estudiantes universitarios. El 23 de septiembre de 2015 en horas de
la mañana fueron capturados Luis Felipe Blanco Ortega, estudiante de Derecho;
59 Diario El Lider.com.co., octubre 5 de 2011
A partir del estudio de estos casos queda demostrado que el uso recurrente de la fuerza
tanto del Estado como del para-estado ha tenido un objetivo claro: el debilitamiento
de las conquistas logradas por la comunidad universitaria desde el movimiento es-
tudiantil y la organización sindical, permitiendo que poco a poco se implanten los
principios rectores del proyecto de reforma a la educación superior, a través de la im-
plementación de cambios graduales en diferentes centros universitarios y con el apoyo
de engañosas políticas de financiación como la de “Ser Pilo Paga” (2015), que supues-
tamente estimula “la excelencia académica”60, bajo el criterio de que la educación no es
un derecho sino un servicio público que puede ofrecerse tanto desde el sector público
como privado, favoreciendo por supuesto a este último.
Es así como en los últimos años las arremetidas violentas de la fuerza pública contra
la universidad pública, el cerco financiero a que las ha sometido las políticas estatales,
así como las permanentes amenazas contra sus integrantes ha hecho que los centros de
educación superior hayan desplazado el papel crítico, de transformación y subversión del
orden que durante décadas desempeñaron, haciendo prevalecer una formación, técnica y
tecnológica, desprovista de cualquier preocupación humanista y que pareciera responder
exclusivamente a las lógicas de demanda del mercado.
60 Según este programa, basado en el subsidio a la demanda, el estudiante recibe un crédito condonable,
para que estudie en una institución de Educación Superior acreditada en alta calidad o en proceso
de renovación. Así, con el cuento de la “libertad” de los jóvenes para estudiar en la universidad que
desee, se ha da paso a una mayor inversión de los recursos públicos en la educación privada.