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I

UNIVERSIDADES
PÚBLICAS COLOMBIANAS
EN CONTEXTO (2000-2019)

“[…] si el enemigo vence, ni los muertos estarán a salvo.


Y ese enemigo aún no dejó de vencer”
(Walter Benjamin).

Hace ya un siglo que las universidades del continente iniciaron, bajo los impulsos
del Movimiento Estudiantil de Córdoba (Argentina 1918)31, un proceso de reforma
en su interior que fue transformando los centros universitarios en espacios para el
ejercicio de la crítica frente al orden social y político vigente, siendo el cogobierno,
la gratuidad y la libertad de cátedra elementos constitutivos de su esencia, garantiza-
dos a través del reconocimiento de la autonomía universitaria, la cual –con algunas
variaciones– fue afianzándose, en los diferentes países del continente, durante la
primera mitad de la pasada centuria. Si bien Colombia no fue ajena a los influjos
del Movimiento Córdoba, dichos principios rectores de la universidad pública no
sólo no se han consagrado plenamente sino que la libertad de cátedra, y con ella la
vocación pluralista del Alma Mater se han visto limitadas por el Estado a través de
dos vías complementarias: por un lado, la políticas que pretenden su privatización,
sometiéndola a las lógicas del mercado; y, por el otro, recurriendo al uso sistemático
de la violencia para acallar las expresiones críticas provenientes de la comunidad
universitaria en su conjunto.

31 Así se denomina el Movimiento de Reforma Universitaria que se inició en la Universidad de


Córdoba (Argentina) y que se expandió a todo el continente. Sobre la relevancia de este movi-
miento puede consultarse: Dardo Cúneo (comp.), La Reforma Universitaria (1918-1930), Bib-
lioteca Ayacucho, Caracas, 1976; Juan Carlos Portantiero, Estudiantes y Política en América
Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 1978. Sobre la actualidad del movimiento cfr. Miguel Ángel
Beltrán, “A cien años de la Reforma Universitaria de Córdoba (1918-2018)”, Revista CEPA,
Bogotá: abril-agosto de 2018, pp. 6-15.

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Se trata de dos circunstancias que por su naturaleza estructural trascienden los go-
biernos de turno, y se inscriben en el contexto de un agudo conflicto armado que se
ha prolongado por más de medio siglo. La incapacidad del Estado para atender las
demandas económicas, políticas y sociales de la mayoría de la población; la creciente
criminalización de la protesta social y el ejercicio hegemónico de la política por parte
de las élites bipartidistas (liberales y conservadoras), así como la desigualdad y las
exclusiones económicas (en sus órdenes materiales, territoriales y políticos), son algu-
nos rasgos que han caracterizado dicho conflicto armado. La elección en el 2010 de
Juan Manuel Santos, como presidente de la República, abrió un camino de diálogo y
negociación con la guerrilla de las FARC. Santos, quien como ministro de Defensa
del gobierno de Álvaro Uribe Vélez había agenciado la confrontación militar contra la
insurgencia armada, adelantó –a partir del 2012– un proceso de paz que culminó con
la firma el 24 de noviembre de 2016, del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y
la Construcción de una Paz Estable y Duradera, el cual comprometió a los representantes
del gobierno Santos y los delegados de las FARC. Aunado a ello, y luego de suscrito
el Acuerdo Final, el ejecutivo trazó algunas rutas para avanzar en los diálogos con el
movimiento insurgente del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Un resultado tangible de estos acuerdos fue la significativa disminución de muertes


tanto en las Fuerzas Armadas del Estado como en las FARC, y la conversión de esta
última guerrilla en partido Político (Fuerza Alternativa del Común). No obstante,
en términos de Implementación, garantías para la transición y cumplimiento de lo
pactado por parte del Estado, el balance es altamente negativo, y pareciera que cada
vez nos alejamos más de un escenario en el “que impere la paz con democracia con
garantías plenas para quienes participen en política”32, como lo consagrara el Acuerdo.
Aunado a ello, se registran otras formas de violencia, de naturaleza simbólica, las cuales
cristalizan en un conjunto de acciones que, desde la cultura, la religión, la ideología o
los medios de comunicación justifican y legitiman la utilización de la violencia contra
movimientos políticos y sectores sociales de izquierda.

Y es que la violencia en sus múltiples expresiones ha sido en Colombia el mecanismo


privilegiado por las élites gobernantes para impedir la transformación de las desiguales
estructuras económicas y sociales, en favor de las clases subalternas. Se trata de un con-
flicto que se ha prolongado a través del tiempo, y en el cual se han operado importantes
transformaciones, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando cobran
protagonismo nuevos actores sociales, estimulados por la acción de agrupaciones po-
líticas alternativas. Nos referimos al avance de organizaciones populares, sindicales,
campesinas y estudiantiles que, al cuestionar el statu quo, son estigmatizadas y perse-
guidas por el Estado como expresión de un “enemigo interno”. Los asesinatos indi-
viduales, el desplazamiento forzado, las “ejecuciones extrajudiciales”, la desaparición
forzada, y los ataques indiscriminados a la población civil hacen parte de un conjunto
de prácticas que podemos conceptualizar como “terrorismo estatal”, y que buscan crear
32 Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera,
firmado el 24 de Noviembre de 2016. Material reproducido por la Corporación Construyendo
Poder, Democracia y Paz, –PODERPAZ– para apoyar los procesos de pedagogía de paz, di-
fusión y formación de: Constituyentes por la Paz con Justicia Social, p. 7

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una institucionalidad justificada bajo los intereses de los grandes grupos de poder,
desarticulando dinámicas organizativas y criminalizando procesos de construcción de
identidades políticas, étnicas, sociales, culturales y generacionales.

En ese sentido, el conflicto armado ha sido apenas un capítulo de construcción de


ese “enemigo interno”, el cual ha servido a las élites para justificar la persecución
contra el movimiento social (a través del discurso de la “infiltración” de la guerrilla en
la protesta social) y, a su vez, para exculpar las fuerzas represivas que han pretendido
justificar sus conductas criminales argumentando que se trata de “hechos adelanta-
dos en el marco del conflicto armado”. Pero lo que muestra el proceso histórico co-
lombiano es que el Estado no sólo persigue al actor armado sino a aquel que piensa
diferente. Así lo corrobora el creciente asesinato y la sistemática criminalización de
líderes sociales, defensores de derechos humanos y ex combatientes de las FARC
tras la firma de los recientes Acuerdos de Paz. En ese escenario, –y más allá de que
las élites gobernantes quieran proyectar hoy a la opinión pública internacional que
Colombia está viviendo una etapa de “posconflicto”– las garantías para la movili-
zación y el ejercicio de la protesta social en el país siguen siendo muy restringidas.

Manifestación de estudiantes colombianos en las inmediaciones de la Universidad Nacional, en Bo-


gotá. Fotografía: Archivo personal.

Este uso sistemático de la violencia por parte del Estado ha estado acompañado del
fortalecimiento de un gigantesco aparato militar (que ha desangrado el presupuesto
colombiano) y que históricamente ha buscado aniquilar cualquier expresión de movi-
lización popular incluyendo opciones que se han configurado en el seno mismo de la
clase dominante. Para ello ha contado, también, con el concurso del paramilitarismo
como una política de estado orientada a la represión y el exterminio de lo diferente. Las
desapariciones forzadas, las muertes selectivas, el desmembramiento de sus víctimas...
la destrucción de organizaciones sociales es muestra fehaciente de su accionar inhuma-

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no. Estos grupos además del ejercicio de la violencia física, han creado un imaginario
de guerra, cuyo objetivo fundamental es eliminar todo aquello sospechoso de ir en
contra de los lineamientos estatales. No se trata –como lo ha querido presentar el dis-
curso oficial– de bandas delincuenciales aisladas que participan en el conflicto armado
defendiendo intereses económicos específicos sino de una política contrainsurgente
de estado33 que ha resultado de una alianza criminal entre ganaderos, terratenientes,
gremios de la producción, sectores políticos nacionales y regionales y, en las últimas
cuatro décadas, de núcleos de narcotraficantes que mediante asesinatos selectivos han
segado la vida de centenares de líderes comunales, populares y de izquierda.

La presencia de grupos paramilitares en casi todo el país tuvo su punto más alto en el
2001, justamente antes de la contienda electoral del 2002, en la que dichas organizacio-
nes tuvieron una gran incidencia en la elección de candidatos a cargos de representación
popular, dando lugar al fenómeno que se conoció como “la parapolítica”, estableciendo
fuertes vínculos con los partidos políticos tradicionales en algunas regiones del país y, en
otras, creando nuevos partidos políticos34. La penetración paramilitar en la política fue
tal, que para principios del 2016, la Procuraduría General de la Nación informó que en
el lapso de 10 años (2006-2016) se registraron 516 procesos disciplinarios contra fun-
cionarios públicos por sus nexos con grupos paramilitares, configurando acusaciones por
delitos que incluyen desde financiación de campañas políticas hasta homicidios.

Con la ley 975 de 2005 más conocida como “Ley de Justicia y Paz”, promovida bajo
la presidencia de Álvaro Uribe Vélez se dio impulso al proceso de desmovilización de
los paramilitares y su reincorporación a la vida civil, política y económica del país, esta-
bleciendo condenas máximas de ocho años para sus integrantes, a cambio de cooperar
con la justicia, reparar a las víctimas y de asumir el compromiso de no reincidir. De esta
manera se tendió un manto de impunidad sobre el papel del Estado colombiano en la
conformación y apoyo a estos grupos paramilitares y su responsabilidad en crímenes de
lesa humanidad, lográndose establecer además que muchos de los paramilitares des-
movilizados no eran realmente tales, sino delincuentes sociales o jóvenes de sectores
populares reclutados antes de iniciarse el proceso, con el fin de captar las ayudas econó-
micas ofrecidas por el gobierno a los desmovilizados. Como contraparte de ello, muchas
estructuras paramilitares se conservaron intactas y continuaron desarrollando sus acti-
vidades delictivas, en estrecho vínculo con el narcotráfico, adoptando nuevos nombres,
entre otras, “Las Águilas Negras” o “Nueva Generación”. Mientras que oficialmente se
les viene dando el tratamiento de BACRIM (bandas criminales), o Bandas Criminales
Emergentes, o Grupos Armados Ilegales, ocultando así su verdadera naturaleza35.
33 Javier Giraldo “El Paramilitarismo: una criminal política de Estado que devora el país”, Boletín
Justicia y Paz, segundo trimestre, junio, 1995; Versión en inglés en “Colombia, The Genocidal De-
mocracy”, Common Courage Press, Monroe, Maine, 1996.
34 Sobre el fenómeno de la parapolítica cfr. Claudia López (editora), Y refundaron la patria… De
cómo mafiosos y políticos reconfiguraron el Estado colombiano, Random House Mondadori, Bo-
gotá, 2010; Mauricio Romero (editor), Parapolítica: la ruta de la expansión paramilitar y los acu-
erdos políticos, Corporación Nuevo Arco Iris Intermedio Editores, Bogotá, 2008.
35 Centro Nacional de Memoria Histórica/Teófilo Vásquez y Víctor Barrera, Paramilitarismo:
balance de la contribución del CNMH al esclarecimiento histórico, Centro Nacional de Memoria
Histórica, Bogotá, 2018, p. 113 y ss.

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El hecho concreto es que hoy día vienen copando antiguos territorios que hicieron parte
del control de la ex guerrilla de las FARC y han estableciendo nuevas alianzas estraté-
gicas con el fin de adelantar su labor contrainsurgente bajo la protección tácita o activa
de empresarios, funcionarios del Estado y en general representantes de las estructuras
de poder político y del Estado. Todo ello, pese a que el numeral 3 del Acuerdo de La
Habana (Fin del Conflicto) contempló la desarticulación de organizaciones y conduc-
tas criminales responsables de homicidios y masacres que atentan contra defensores de
derechos humanos, movimientos sociales, incluyendo las señaladas como sucesoras del
paramilitarismo y sus redes de apoyo. El que estas organizaciones persistan hace parte de
los “incumplimientos” y “traiciones” de las élites dirigentes y deja clara la responsabilidad
que éstas han tenido en la prolongación del conflicto armado por más de siete décadas.

LA UNIVERSIDAD COLOMBIANA BLANCO DE LA VIOLENCIA ESTATAL: ALGUNOS


ANTECEDENTES
En esta guerra de larga duración en la cual sigue viviendo la sociedad colombiana, la
Universidad Pública como institución, comunidad y estamento ha sido vulnerada, sitiada,
categorizada como “enemigo interno” y criminalizada como peligrosa. Desde la muerte
del estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, Gonzalo Bravo Pé-
rez, el 7 de junio de 1929, a manos de la Policía Nacional, son numerosos los universitarios
que hasta la fecha han sido víctimas de la represión estatal (en la que incluimos como un
componente fundamental la violencia paraestatal). Contamos con hitos fundamentales
para la memoria histórica de las luchas estudiantiles, como la masacre estudiantil del 8 y 9
de junio de 1954, bajo el gobierno militar del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957)
que cobró la vida de 10 estudiantes, y las llamadas “Jornadas de Mayo” (1957), que dieron
al traste con la dictadura militar, inaugurando una nueva etapa en las movilizaciones estu-
diantiles que se desarrollarán a partir del decenio de los sesenta36.

Cabe advertir que en esta última década, en medio de la creciente tensión social que se
agitaba en el mundo de la posguerra –luchas de liberación nacional, conflictos étnicos,
invasiones, revoluciones políticas, movimientos juveniles y estudiantiles, entre otros– y
la gestación en América Latina de significativos procesos políticos de cambio, que
encuentran su mejor expresión en la triunfante revolución cubana (1959), se conformó
una generación de académicos que desde sus concepciones teóricas y desde la partici-
pación política o gremial, hizo que la universidad pública –pero también algunas priva-
das– constituyese un espacio desde donde se luchó contra el pensamiento hegemónico
y las prácticas de las clases dominantes con el fervor y la radicalidad de una época que
36 A este respecto existe una amplia bibliografía, cfr. Carlos Medina Gallego, 8-9 de junio día del
estudiante: crónicas de violencia 1929 y 1954, Ediciones Alquimia, Bogotá, 1983; Medófilo Me-
dina, La Protesta Urbana en Colombia en el siglo XX, Ediciones Aurora, Bogotá, 1984; José Abe-
lardo, “El 8 de junio y las disputas por la memoria, 1929-1954”, Historia y Sociedad, No. 22,
Medellín, ene-jun. 2012; Sobre las luchas estudiantiles bajo la dictadura, puede consultarse: Mi-
guel Ángel Beltrán. “La Federación de Estudiantes Colombianos (FEC) y las luchas universitar-
ias bajo la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla”, Cardinalis, No. 10, Córdoba, Facultad
de Filosofía y Humanidades, Universidad de Córdoba, 2018. pp. 16-40.

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vio multiplicar la insurgencia en América Latina de levantamientos, insurrecciones,
revueltas y tomas del poder por sectores populares y revolucionarios.

Frente a este ambiente de agitación y radicalización del movimiento estudiantil y


profesoral, que caracterizó estos años, y al cual no fue ajeno Colombia, los diferentes
gobiernos de turno respondieron con la intervención de la fuerza pública en el cam-
pus universitario, la represión a las organizaciones estudiantiles, el encerramiento
del campus, la imposición de rectorías autoritarias y los cierres prolongados de las
universidades o facultades. Algunos programas académicos como el de Sociología
fueron clausurados y su planta docente desvinculada de la universidad. Así mismo,
prestigiosos docentes que habían ejercido su liderazgo académico e intelectual, par-
ticipando activamente en acciones de apoyo al movimiento estudiantil o asumiendo
posturas críticas frente a las políticas universitarias, fueron separados de su cargo.
Uno de los casos más resonados fue el del economista Antonio García (1912-1982),
a quien se le destituyó de su cargo como docente de la Universidad Nacional por
oponerse a la toma militar de la Facultad de Medicina. García fue desde mediados
del siglo pasado pionero en el análisis de problemas relacionados con las especifici-
dades del desarrollo latinoamericano, la cuestión agraria, la Democracia y el socialis-
mo humanista, las cuales habrían de constituirse en eje del debate teórico y político
en las décadas posteriores.

Bajo la presidencia de Alfonso López Michelsen (1974-1978) la agitación social


llegó a su punto máximo con la aplicación de lesivas políticas económicas, laborales
y educativas por parte del gobierno nacional. En este entorno conflictivo del país, las
organizaciones sociales y políticas de izquierda convocaron a un gran movimiento
nacional bajo la modalidad de “Paro Cívico”. Este evento, que se desarrolló el 14 de
septiembre de 1977, marcó un momento de inflexión tanto en la movilización de los
sectores populares en contra de las medidas gubernamentales, como en la dura reac-
ción del Estado que dejó un elevado saldo de muertos, heridos y detenidos debido a
los choques con la fuerza pública, entre ellos un buen número de estudiantes37. Los
altos mandos militares no vacilaron en calificar el paro de “subversivo”.

Luego de esta importante jornada nacional de protesta y con el advenimiento del gobierno
del presidente Julio César Turbay Ayala (1978-1982), cobró vida –amparado en las medi-
das de excepcionalidad– el llamado “Estatuto de Seguridad”, a través del cual se trató de
limitar represivamente el accionar de las organizaciones sociales, sindicales y políticas. Con
esta legislación el manejo del orden público quedó prácticamente en manos de los milita-
res, generalizándose los consejos verbales de guerra (civiles juzgados por militares), el incre-
mento de las detenciones ilegales, la desaparición y tortura de líderes, activistas políticos y
militantes de izquierda, entre ellos un significativo número de miembros de la comunidad

37 Para una aproximación detallada de este periodo confróntese Mauricio Archila. Idas y venidas, vueltas
y revueltas. Protestas sociales en Colombia 1958-1990. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología
e Historia ICAH-CINEP, 2003. Del mismo autor y otros véase: 25 años de luchas sociales en Colom-
bia 1975-2000. Bogotá: CINEP, 2002. También: Gustavo Gallón (ed). Entre movimientos y caudillos.
Bogotá: CINEP-CEREC, 1989. Un excelente relato de lo acaecido en esta jornada puede leerse en
Arturo Alape. Un día de septiembre. Testimonio sobre el Paro Cívico. Bogotá: Armadillo, 1977.

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universitaria. De esta forma en la categoría de “enemigo interno” se incorporó no solo a los
combatientes armados sino a “cualquier nacional ideológicamente cercano a él”.

Algunos intelectuales caracterizados por sus posturas democráticas se vieron forzados a


tomar el camino del exilio, entre ellos el hoy premio nobel de literatura Gabriel García
Márquez (+) y la escultora Feliza Bursztyn (+). Por su parte, prestigiosos académicos
como el cofundador de la facultad de Sociología de la Universidad Nacional, Orlando
Fals Borda y la socióloga María Cristina Salazar reconocidos internacionalmente por sus
valiosas contribuciones a la Investigación Acción Participativa (IAP), fueron judicializa-
dos y privados de la libertad, acusados de tener vínculos con la subversión. En el caso de
la profesora María Cristina Salazar, ésta debió afrontar un consejo verbal de guerra, en
el que fueron juzgadas 219 personas por su presunta militancia en la guerrilla del M-19
(Movimiento 19 de abril)38. Luego de permanecer 14 meses en la cárcel del “Buen Pas-
tor”, la socióloga recuperó su libertad, siendo absuelta de los cargos que se le imputaban.

Al amparo del mencionado “Estatuto de Seguridad” también fueron privados de la libertad


en 1979, el abogado y defensor de presos políticos Alberto Alava Montenegro, catedrático
de la Universidad Nacional de Colombia; el médico y directivo de la Asociación de Profe-
sores de la Universidad de Antioquia (Asoprudea) Leonardo Betancur Taborda, docente
del Departamento de Medicina de dicho centro universitario y quien fuera recluido en
la cárcel Bellavista (Medellín), donde fue sometido a torturas; así mismo fue detenido el
sociólogo y sacerdote jesuita Luis Alberto Restrepo. En ese mismo año la fuerza pública
ocupó la universidad del Valle y detuvo a sesenta estudiantes. Otros universitarios como
Claudio Medina y Marco Hernando Rubio Alfonso fueron asesinados, después de haber
sido sometidos a crueles torturas.

LOS AÑOS OCHENTA: DE LA TORTURA Y JUDICIALIZACIÓN A LA DESAPARICIÓN


FORZADA Y EL ASESINATO
Bajo este clima de violencia el escenario sociopolítico de los años ochenta fue sumamente
adverso para la acción colectiva y para el ejercicio de la libertad de pensamiento, por las
duras condiciones de violencia que sectores de derecha impusieron sobre la ciudadanía, y
en especial sobre la intelectualidad y los líderes universitarios39. En este contexto –además
de los procesos de judicialización– los crímenes, las masacres y las desapariciones forzadas
se constituyeron en la constante que marcó esos sangrientos años signados por la espi-
ral de la violencia narco-paramilitar y sicarial40 cuyas ondas golpearon profundamente el
campus universitario y de manera particular al profesorado. Uno de los primeros crímenes
38 “Con cantos y vivas al M19, se inició consejo de guerra” en El Tiempo, noviembre 22 de 1979.
39 María Teresa Uribe. “La universidad en un contexto urbano turbulento”. En: María Teresa Uri-
be. Universidad de Antioquia. Historia y Presencia (1803-1999). Coord., Medellín: Universidad
de Antioquia, 1998, p. 660 y ss.
40 El término narcoparamilitarismo hace referencia al fenómeno asociado con la creación de gru-
pos armados al margen de la ley auspiciados por los carteles de la droga, terratenientes, políticos
nacionales y locales, para defender su negocio ilícito y eliminar la oposición política y social; el
sicario, por su parte, es un asesino a sueldo, que mata por encargo, a cambio de un salario.

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con que se inauguró la década fue el cometido contra el ya mencionado profesor de la
Universidad Nacional Alberto Alava Montenegro, el 20 de agosto de 1982, quien fuera
asesinado por miembros de los escuadrones del naciente MAS (Muerte a Secuestradores),
organización pionera de los grupos paramilitares, que contó en sus orígenes con el auspi-
cio de narcotraficantes y sectores ligados a las Fuerzas Militares.

Con el asesinato del profesor Alava se inicia un largo ciclo de agresiones a la co-
munidad universitaria que tendrá en 1987 uno de sus momentos más críticos: en la
madrugada del 14 de agosto, en su propia casa y a escasas cuadras de la IV Brigada
de Medellín, fue acribillado delante de su esposa y algunos de sus hijos, el médico y
docente de la Facultad Nacional de Salud Pública de la Universidad de Antioquia,
Pedro Luis Valencia. El catedrático que en ese momento se desempeñaba como par-
lamentario de la Unión Patriótica (una organización político-legal amplia con perfiles
de izquierda) se disponía a participar en una manifestación pacífica por el derecho a la
vida, organizada por los estudiantes de la Universidad de Antioquia. El 25 de agosto
del mismo año fue asesinado el dirigente magisterial de Antioquia y presidente de la
Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA), Luis Felipe Vélez. Ese mismo
día, once horas más tarde, muy cerca del lugar del crimen, fueron acribillados Héctor
Abad Gómez y Leonardo Betancur Taborda. El primero, un destacado investigador
en el campo científico de la medicina preventiva desarrollaba una importante labor en
defensa de los derechos humanos, mientras que el segundo ejercía la vicepresidencia
de la mencionada Asociación de Institutores.

En el último trimestre de 1987 la lista de profesores y estudiantes asesinados se am-


plió: en el mes de octubre fue asesinado el candidato presidencial de la Unión Patrió-
tica Jaime Pardo Leal quien era también un ilustre jurista y maestro de la Universidad
Nacional; a este crimen siguió el de Luz Marina Rodríguez, estudiante de Química
y Farmacia de la Universidad Nacional, sede Medellín; Rodrigo Guzmán Martínez,
vicepresidente de la Asociación Nacional de Médicos Internos y Residentes de la
seccional Antioquia; Orlando Castañeda Sánchez, estudiante de VIII semestre de la
Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia; Francisco Gaviria Jaramillo,
estudiante de último año de Comunicación Social de esta misma universidad y Luis
Fernando Vélez Vélez, docente e investigador de la Universidad de Antioquia41. En
la comisión de estos delitos estuvieron vinculados miembros activos y retirados de las
Fuerzas Militares colombianas, escuadrones paramilitares organizados y financiados
por hacendados, narcotraficantes así como políticos nacionales y regionales.

En este clima de violencia el gobierno del presidente Virgilio Barco expide el lla-
mado “Estatuto Antiterrorista o de Defensa de la Democracia” (Decreto legislativo
180, de 1988), el cual es presentado como puntal para la lucha contra el narcotrá-
fico, pero que en la práctica proporciona el piso legal para la criminalización de la
protesta social a través del aumento de penas por delitos tipificados como ‘conduc-
tas terroristas’, entre ellas las manifestaciones pacíficas. Con esta misma legislación
“antiterrorista” el gobierno de Barco busca desnaturalizar el delito político y poner a
41 Andrea Aldana. “Recuerdo de otras Crisis” en http://periodistasudea.com/quepasaudea/2010/
recuerdos-de-otras-crisis/

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tono el gobierno con la agenda de seguridad de los Estados Unidos que desde 1986
venía preconizando que el comercio internacional de estupefacientes era un asunto
de “seguridad nacional”42.

EL DECENIO DE LOS NOVENTA: DE LA CONSTITUCIÓN DEL 91 AL PROCESO DE


PAZ EN EL CAGUÁN
Con la formulación de la nueva constitución política de 1991, las Universidades Pú-
blicas, parecían encontrar un ambiente de trabajo formativo anclado en el optimismo
y la convicción de que esta especial coyuntura política y social que había concluido en
la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente y la proclamación de una nueva
carta política, era también una oportunidad histórica y política para transformar las cos-
tumbres y los ideales políticos de los colombianos y, principalmente, para buscar salidas
a la profunda crisis nacional anclada, por un lado en una larga confrontación armada
del Estado con la insurgencia que había puesto al país en un estado de guerra perma-
nente, y del otro, a un régimen político bipartidista y excluyente. No fue así: el acuerdo
político de la constituyente de 1991, al excluir importantes sectores de la población, y
al abrir las puertas para el afianzamiento del modelo neoliberal en el país, redundó en
un agudizamiento de la guerra como componente indisoluble y permanente en la trama
de la historia colombiana. La solución militar en la que se comprometió el Estado fue
utilizada otra vez como estrategia para debilitar y obligar a negociar a las guerrillas de las
FARC y el ELN que no habían aceptado someterse al esquema de paz impuesto por los
gobiernos de turno.

La política gubernamental de enfrentamiento militar al conflicto armado, además de


los costos presupuestales que suponía –en detrimento de la educación y la vivien-
da– estuvo acompañada de una estricta aplicación de medidas económicas de corte
neoliberal, en las que se otorgó al mercado la capacidad reguladora, y se recortaron los
derechos adquiridos por las luchas de los trabajadores, en el campo de la salud y las
garantías laborales. En el plano educativo la aplicación de este modelo buscó reformar
las universidades, despojándolas de su naturaleza pública para someterlas a la lógica
empresarial, desestructurando los lazos colectivos y de identidad gremial.

Por otra parte el incremento de la corrupción generalizada en las actividades políticas


partidistas condujo con este episodio a una desvalorización y crisis de representación,
que debilita la acción política y la confianza de los ciudadanos en sus representantes,
en las instituciones y finalmente en la misma política como instancia fundamental para
mediar, tramitar y regular las diferencias y conflictos entre sociedad y Estado. El siste-
ma político fue penetrado por el narcotráfico al punto de erosionarlo y desquiciarlo en
su funcionamiento43. En tanto las élites gobernantes y los partidos políticos actuaban

42 Rosa del Olmo. “Las Relaciones Internacionales de la Cocaína”,en Nueva Sociedad, 130, mar-
zo-abril de 1994, p. 130.
43 Jaime Rafael Nieto. “Narcopolítica en la actual coyuntura política colombiana”. En: Estudios
Políticos. N° 7y 8. UdeA. Diciembre 1995-Junio 1996. p. 109. Véase también: Alonso Sala-

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con ambigüedad, tolerancia y complacencia frente a este fenómeno y sus efectos en el
entorno social, político, económico y cultural de la nación. Paralelo a ello corrió el auge
del paramilitarismo como política de Estado, mientras se incrementaba la capacidad
militar de las guerrillas44. De modo tal que el conflicto armado colombiano en este pe-
riodo, lejos de resolverse mediante el diálogo sufrió una agudización y escalonamiento
de grandes proporciones, quedando el país con un balance de profundización de la
guerra y de crecimiento de las acciones armadas.

La prensa internacional recoge las marchas organizadas por la comunidad universitaria en Co-
lombia en 2018 en contra de la política de recortes y de privatización de la educación pública
universitaria puesta en marcha por el gobierno. Fotografía: Imagen extraída de la página web de
The Washington Post.

zar. La cola del lagarto. Drogas y narcotráfico en la sociedad colombiana. Medellín: Corporación
región-Proyecto ENLACE, 1998.
44 Sobre las acciones de la guerrilla hacia mediados de los noventa, cfr: Camilo Echandía. “El
conflicto armado colombiano en los noventa: cambios en las estrategias y efectos económicos”.
En: Colombia Internacional. N° 49-50. Universidad de los Andes. Febrero 2001. pp. 117-134.
Jaime Nieto y Luis Javier Robledo. Guerra y paz en Colombia 1998-2001. Medellín: Universi-
dad Autónoma Latinoamericana, 2002, p. 120.

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No obstante lo anterior, en la primera mitad del decenio de los noventa, la violencia
contra la comunidad universitaria pareció disminuir, para recrudecerse nuevamente,
cuando se incrementó la movilización estudiantil y sobre todo, cuando ésta última
se vinculó con las reivindicaciones populares. De este modo, la represión alcanzó un
punto crítico en 1999 con el asesinato de estudiantes en diferentes universidades
Públicas del país: Jimmy Cantillo y Alexander Acuña de la Universidad del Atlánti-
co; Diego Arcila y Gustavo Marulanda de la Universidad de Antioquia; Gloria Pa-
tricia Suárez de la Universidad Nacional de Medellín y Jovito Soto Hernández de
la Universidad Francisco de Paula Santander. La espiral de violencia también cobró
la vida de varios profesores universitarios vinculados con la actividad sindical, como
el caso de Hector Fabio Bejarano y Napoleón Hernández trabajadores de base de
la Asociación Sindical de Profesores Universitarios (ASPU), así como de tres reco-
nocidos investigadores del Conflicto armado y social colombiano: el antropólogo
Hernán Henao, docente-investigador de la universidad de Antioquia (Medellín);
el economista Jesús Antonio Bejarano, catedrático de la Universidad Nacional y el
historiador Darío Betancur profesor de la Universidad Pedagógica Nacional45.

Hernán Henao docente de la Universidad de Antioquia, y quien se había desempe-


ñado como director del Departamento de Antropología y decano de la Facultad de
Ciencias sociales de esta institución universitaria fue asesinado el 4 de mayo de 1999,
en el mismo campus universitario. En ese momento el profesor Henao ejercía la di-
rección del Instituto de Estudios Regionales (INER), del cual había sido uno de sus
fundadores. Antropólogo de formación y con una especialización en la Universidad
de California, Henao había desarrollado importantes investigaciones sobre el plan de
ordenamiento territorial de Urabá, y coordinaba el proyecto de impacto ambiental de
la línea eléctrica Sabanalarga-Fundación. En una de sus últimas publicaciones como
parte del trabajo colectivo que adelantaba con el grupo de estudio sobre el desplaza-
miento forzado del INER, describía así la situación de desplazamiento interno en el
país: “[…] al desplazado puede vérsele como un desarraigado física y mentalmente;
no tiene silla dónde reposar para reencontrarse con su vida, mientras la sociedad co-
lombiana que lo expulsó de su nicho no detenga la máquina de guerra que aceitó hace
180 años y que no ha parado de botar fuego por negar el derecho a que los hermanos
disputen, dialoguen y crezcan”46. Aunque en su momento las autodefensas armadas
negaron su responsabilidad en el asesinato del profesor, años después en su libro Mi
confesión, el jefe paramilitar Carlos Castaño declaró que ordenó asesinar al profesor
Henao porque, según creyó, tenía vínculos con la guerrilla y había escrito un libro
contra las autodefensas de mucha difusión en Europa.

45 El asesinato de estos tres académicos estuvo precedido por el de otros reconocidos investigadores
sociales y defensores de Derechos Humanos acaecidos en el año inmediatamente anterior; cabe
mencionar aquí los crímenes contra Elsa Alvarado, Mario Calderón, Eduardo Umaña Mendoza y
Jesús María Ovalle.
46 Hernán Henao. “Los desplazados: Nuevos Nómadas” en Revista Nómadas No. 10. Bogotá: Uni-
versidad Central, abril de 1999.

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 69


Marcha de estudiantes colombianos a favor de la educación pública ante un gran despliegue poli-
cial. Fotografía: Imagen cedida por manifestantes.

Por su parte, Jesús Antonio Bejarano Ávila docente y ex decano de la Facultad de Cien-
cias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia fue asesinado en Bogotá el
16 de septiembre de 1999. Experto en la resolución de conflictos, fue consejero presi-
dencial para la reconciliación, normalización y rehabilitación durante el gobierno del
presidente Virgilio Barco (1986-1990) y posteriormente Consejero de Paz durante la
presidencia de César Gaviria (1990-1994), cargo desde el cual participó en la firma de
los acuerdos de paz del Estado colombiano con el Partido Revolucionario de los Tra-
bajadores (PRT), una fracción del Ejército Popular de Liberación (EPL) y el “Quintín
Lame”. En la última etapa de su vida ejerció como presidente de la Sociedad de agri-
cultores de Colombia. El profesor Bejarano fue autor de numerosos ensayos y artículos
relacionados con temas de la teoría económica, la historia y el problema agrario del cual
era un amplio conocedor47. Por su crimen –acaecido en los predios universitarios cuan-
do se disponía a salir de las clases que impartía en el posgrado de economía– la Na-
ción fue condenada a pagar una indemnización a su familia. Inicialmente los mandos
militares atribuyeron su muerte a integrantes de las FARC, organización insurgente
con la cual estuvo participando en los diálogos de paz de 1992, en representación del

47 Los primeros estudios del Profesor Bejarano versaron sobre: “El capital monopolista y la in-
versión extranjera en Colombia” (Bogotá: Círculo Rojo, 1972); “El fin de la Economía Expor-
tadora y los orígenes del problema Agrario” (Publicado en tres entregas en la Revista Cuadernos
Colombianos, 6, 7, 8, Bogotá: 1975); posteriormente se adentró en los temas de la historiografía:
Cfr. Historia Económica y Desarrollo. La Historiografía Económica sobre los siglos XIX y XX en
Colombia. Bogotá: CEREC, 1994; y en el análisis, teórico y práctico, de los procesos de diálogo
y negociación: Cfr. Una agenda para la paz. Aproximaciones desde la Teoría de Resolución de Con-
flictos. Bogotá: Tercer Mundo, 1995.

70 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha


gobierno. Finalmente, en carta con fecha del 30 de septiembre del 2020 dirigida a
la Jurisdicción Especial de Paz ( JEP), las extintas FARC-EP reconocieron pública-
mente el homicidio del profesor Jesús Antonio Bejarano48.

En ese mismo año, el historiador Darío Betancourt fue desaparecido el 30 de abril


de 1999 y meses después fueron hallados sus restos en un alejado paraje de la capital.
El profesor de la Universidad Pedagógica Nacional Darío Betancourt había desarro-
llado importantes trabajos sobre el narcotráfico, aportando enfoques novedosos a la
comprensión de este fenómeno49. Sus estudios realizados a partir de una laboriosa
búsqueda de documentos escritos y orales en diferentes regiones del país, permitieron
visibilizar los estrechos vínculos de la mafia y el crimen organizado con diferentes
sectores de la sociedad colombiana. Las investigaciones sobre estos temas del conflicto
lo llevaron a estudiar la conformación mafiosa en el norte del Valle, arrojando luces
sobre los posibles responsables de la “masacre de Trujillo”, donde centenares de cam-
pesinos fueron víctimas de asesinatos selectivos, torturas y actos de terror efectuados
por narcotraficantes y miembros de la fuerza pública con el propósito de eliminar las
supuestas “bases de la guerrilla” y apropiarse ilegalmente de sus tierras.

Llama la atención como estos múltiples crímenes ocurrieron en medio del proceso
de paz que en ese momento adelantaba el gobierno del presidente Andrés Pastrana
(1998-2002) con los representantes de la guerrilla de las FARC-EP, en la llamada
“zona de despeje”, marcando una preocupante tendencia hacia el incremento del ase-
sinato de líderes sociales en contextos de búsqueda de salidas políticas al conflicto
armado y social.

LA UNIVERSIDAD PÚBLICA BAJO LOS LINEAMIENTOS DE LA MAL LLAMADA


“SEGURIDAD DEMOCRÁTICA”
Los ataques al Pentágono y a las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001 –más allá de
sus costos humanos y simbólicos– generaron un ambiente propicio para el afianzamiento
de la “lucha internacional contra el terrorismo”, en un contexto marcado por la crisis del
sistema financiero mundial y las dificultades para materializar el proyecto de Área de
Libre Comercio de las Américas (ALCA) impulsada por los Estados Unidos. Estas po-
líticas diseñadas por la administración Bush son asumidas en Colombia por el presidente
Álvaro Uribe Vélez, durante sus dos mandatos (2002-2006/2004-2010) a través de la mal
llamada “Seguridad Democrática” y la implementación del “Estado Comunitario”.
48 Farc asume responsabilidad en homicidio de Álvaro Gómez Hurtado y en otros cinco casos;
Jurisdicción Especial de Paz (JEP), 03 de octubre de 2020, Bogotá. https://www.jep.gov.co/
Sala-de-Prensa/Paginas/Farc-asume-responsabilidad-en-homicidio-de-%C3%81lvaro-G%-
C3%B3mez-Hurtado-y-en-otros-cinco-casos.aspx
49 Entre sus publicaciones cabe destacar: Matones y cuadrilleros, Bogotá, Tercer Mundo Edito-
res-Universidad Nacional, 1990. En colaboración con Martha García; Contrabandistas, marim-
beros y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana, 1965-1992. Bogotá: Tercer .Mundo; Me-
diadores, rebuscadores, traquetos y narcos (Las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre
la historia, la memoria y el relato, 1890-1997), Bogotá: Anthropos, 1998.

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 71


Estas políticas continuarán y llevarán a sus extremos las orientaciones que en ma-
teria de seguridad habían aplicado gobiernos como el del presidente Julio César
Turbay Ayala (1978-1982) con el llamado “Estatuto de Seguridad” y César Gaviria
(1990-1994) a través de la denominada “guerra integral”, legislaciones que, de ma-
nera similar a la política de “Seguridad Democrática” tuvieron como pilares funda-
mentales la militarización de la sociedad, la criminalización de la protesta social y los
montajes judiciales contra integrantes de la oposición política y social, amparados
en doctrinas foráneas como la de “Seguridad Nacional” y su combate al llamado
“enemigo interno”.

De manera tal que la “Política de Defensa y Seguridad Democrática” lleva a su máxima


expresión –bajo el pretexto de una supuesta lucha contra el terrorismo y el narco-
tráfico– los postulados de esta concepción que aplicaron las dictaduras militares en
el Cono Sur en el decenio de los setenta, definiendo seis amenazas para la nación:
terrorismo, drogas ilícitas, finanzas ilícitas, tráfico de armas y municiones, secuestro y
extorsión y homicidio, partiendo de un desconocimiento de la existencia del conflicto
armado y social y afirmando que la principal amenaza contra la estabilidad del Estado
y la democracia colombiana es el “terrorismo” el cual debe ser enfrentado a través de
varias estrategias que pueden ser agrupadas en cuatro grandes ejes: la recuperación del
territorio, la derrota militar de la insurgencia, la desmovilización de combatientes, y la
extraterritorialidad.

Pese a que el tema de los Derechos Humanos aparecía mencionado como una prio-
ridad por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez , en la práctica siempre fue considerado
un obstáculo para la profundización de la política de “Seguridad Democrática”. No
sorprende entonces que las denuncias por violaciones a los derechos humanos se hayan
incrementado en los dos períodos de Uribe, aumentando el número de detenciones ar-
bitrarias, homicidios extrajudiciales por parte de la fuerza pública, asesinatos de líderes
sociales en complicidad con los grupos paramilitares; afianzando así un esquema de
gobierno autoritario que no ahorró calificativos para descalificar a las organizaciones
Sociales y Defensoras de Derechos Humanos, a quienes describió como “Politiqueros
al servicio del terrorismo, que cobardemente se agitan en la bandera de los derechos
humanos, para tratar de devolverle en Colombia al terrorismo el espacio que la Fuerza
Pública y que la ciudadanía le ha quitado”50.

Bajo estas políticas de seguridad, las universidades públicas fueron objeto de una
serie de estrategias orientadas a erradicar en ellas el pensamiento crítico. Un primer
paso en esa dirección fue la sistemática estigmatización y señalamiento –a través de
los medios oficiales de comunicación– de algunos centros universitarios como espa-
cios de reclutamiento de las organizaciones insurgentes. Así, a principios del 2003, el
periódico El Tiempo difundió la noticia de que las FARC estarían pagando matrícula
semestral y subsidio mensual a universitarios que trabajan con ella. Según dicho artí-
50 Palabras del presidente Uribe en posesión del nuevo Comandante de la FAC, Bogotá, CNE, 8
de septiembre de 2003, http://www.presidencia.gov.co/prensa_new/discursos/fac.htm

72 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha


culo “esta modalidad se estaría desarrollando en varios centros de educación superior
del país, en particular en la universidad de Medellín, en la de Antioquia, y en la del
Cauca, en Popayán”51.

Tomando como fuente de información las declaraciones del coronel José Edgar He-
rrera, comandante de la Policía Cauca y versiones de inteligencia militar adscrita a la
cuarta Brigada, la táctica utilizada por la guerrilla consistiría en el “encostalamiento”,
esto es, identificar a los estudiantes de primer semestre más inquietos que partici-
pan activamente de foros y asambleas, luego les piden sus contactos para enviarles
información, para luego llevarlos a “tintiar” y discutir con ellos textos del marxis-
mo-Leninismo. El señalamiento venía acompañado de una referencia a ciertas ca-
rreras “preferidas” por las organizaciones insurgentes para adelantar su trabajo, como
son: sociología, economía, ingeniería química, electrónica, carreras de medicina y
otras ciencias de salud, criminalizando de este modo la formación en determinados
campos del conocimiento, así como el ejercicio de ciertas prácticas profesionales,
asociándolas con actividades subversivas.

Señalamientos como éstos se repetirán una y otras veces, no sólo desde los medios
de comunicación sino desde altos funcionarios del gobierno, como el entonces vi-
cepresidente Francisco Santos quien en referencia explícita a actos de protesta ade-
lantados por estudiantes de la Universidad Nacional en el mes de octubre de 2006,
manifestó ante los medios de comunicación que “el gobierno sabe que las FARC está
reclutando gentes y buscando reiniciar milicias en el centro educativo” y agregó que
“bajo la protección del estatus de independencia de la Universidad no se puede co-
honestar una vagabundería como esa, y si nos tenemos que entrar a la Universidad a
requisar a todo el mundo, pues lo vamos a hacer”52. Dos años después el debate volvió
a colocarse sobre el tapete, cuando la parlamentaria (y futura Ministra de Educa-
ción) Gina Parody hizo público un video donde hombres encapuchados lanzaban
arengas a favor de las FARC en la Universidad Distrital.

Este clima de estigmatizaciones fue el preámbulo de medidas legislativas y de ope-


ratividad administrativa que se manifestaron entre muchas otras acciones, en la so-
licitud presidencial hecha en octubre de 2008 a la Fiscalía General para que le pi-
diera a las universidades Pedagógica Nacional, Distrital “Francisco José de Caldas” y
Nacional de Colombia, los listados de estudiantes y docentes desde 1992, con el fin
de investigar posible infiltrados de organizaciones guerrilleras en las Universidades
Públicas. Pocas semanas antes, la directora del extinto Departamento Administrati-
vo de Seguridad (DAS) María del Pilar Hurtado había denunciado un presunto plan
de las FARC para infiltrarse en universidades y colegios de secundaria, alertando
para la concreción de dicho plan se recurría a la propagación del discurso ideológico
a través de la Federación Estudiantil Universitaria y a la Federación Estudiantil
Secundaria, lo que a su juicio revelaría “una estrategia de largo aliento, compleja,
destinada a crear redes de apoyo y, posiblemente, focos de milicias bolivarianas que,
51 “El ICETEX de las FARC” en El Tiempo, marzo 26 de 2003.
52 “El gobierno, dispuesto a ingresar a la Universidad Nacional en la búsqueda de terroristas” en
Caracol Radio, octubre 13 de 2006.

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 73


como se ha demostrado en muchos casos, terminan siendo células utilizadas por los
mandos subversivos para cometer actos terroristas y alterar el orden público”53. Sobre
este trasfondo mediático se buscaría en los años siguientes la judicialización de nu-
merosos integrantes de la comunidad universitaria, apoyados en supuestos desmo-
vilizados de las FARC o en pruebas de dudosa legalidad, como equipos de cómputo
incautados en operativos desarrollados contra importantes jefes de la insurgencia.
No es casual entonces que a partir de estos años se hayan multiplicado los “montajes
judiciales” contra estudiantes, profesores y sindicalistas.

Pero la represión estatal contra las universidades públicas en este período no se li-
mita al silenciamiento de las voces críticas a través de los “montajes judiciales” o la
penetración violenta de la fuerza pública al campus universitario, sino que ésta irá
de la mano con la vieja estrategia paramilitar, la cual cobra una mayor notoriedad en
las Universidades a partir de la desmovilización de los llamados grupos de “Auto-
defensas” y su reconversión bajo nueva siglas (vb.gr. “Águilas Negras”, “Los Rastro-
jos”, “Los Paisas”, “Ejército Revolucionario Popular Antisubversivo de Colombia”).
Dichos grupos que algunos investigadores califican de “neoparalimitares”, pese a no
contar con un liderazgo o coordinación nacional conservan su vocación contrainsur-
gente a través de “una disposición ideológica a apoyar al statu quo local, a identificar
como amenaza la movilización social por derechos o cualquier asomo de oposición a
los poderes de facto regionales, que abundan en zonas rurales o en áreas marginales
de las ciudades”54.

Es así como estos grupos cumplirán una importante labor de persecución y elimi-
nación del pensamiento crítico en diferentes centros universitarios del país, al pun-
to de intervenir decisivamente en la designación de rectores y ordenar el asesinato
de estudiantes, profesores, trabajadores y funcionarios administrativos que resultaban
incómodos para sus planes de expansión. Esta connivencia entre las administracio-
nes rectorales y los grupos paramilitares quedó al descubierto, a partir de hechos tan
incontrovertibles como la grabación que salió a la luz pública en 2009, donde se dio
a conocer una conversación telefónica sostenida dos años atrás, entre el comandante
paramilitar alias “Félix” y el rector de la Universidad Industrial de Santander (UIS),
Jaime Alberto Camacho Pico, en la cual este último se comprometía a proporcionar un
listado con nombres de estudiantes vinculados al movimiento estudiantil55.

Los trazos de la “Política de Seguridad” del gobierno Uribe sin duda se constituyeron
en el marco propicio para el accionar de estos grupos criminales contra la comunidad
universitaria en diferentes regiones del país, los cuales expresaban de manera abierta
su propósito de “conseguir el mayor sueño de nuestro Presidente [Álvaro Uribe] que
es la consolidación del estado comunitario y seguridad democrática”, bajo adverten-

53 María del Pilar Hurtado. “Alerta Estudiantil” en El Nuevo Siglo, septiembre de 2018.
54 Mauricio Romero y Angélica Arias. “Sobre Paramilitares, neo-paramilitares y afines: crecen sus
acciones Criminales ¿Qué dice el Gobierno? En Observatorio del Conflicto Armado. Corporación
Nuevo Arco Iris, p. 3
55 Comisión Colombiana de Juristas. “Rector de la UIS y paramilitar conversan para asesinar estudi-
antes. ‘Plan Pistola’. Bogotá: Colectivo de Abogados “José Alvear Restrepo”. Julio 2 de 2009.

74 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha


cias de que iniciarían una campaña a escala nacional de exterminio de “guerrilleros de
las universidades […] limpiándola de toda clase de escoria social que dicen llamarse
representantes estudiantiles, sindicalistas de sintraunicol, defensores de derechos hu-
manos, guerrilleros politizados [...]56”. Comunicados como éste que fue difundido en
la Universidad Industrial de Santander (UIS), se repicarían en otros centros universi-
tarios del país, como lo analizaremos en el capítulo siguiente.

Un doloroso caso que no podemos dejar de mencionar aquí y en el cual se condensan


todas estas modalidades de represión que como parte de las políticas de “seguridad
democática” hemos venido reseñando hasta aquí, es la detención y posterior asesinato
del profesor de las Universidades del Norte y “Simón Bolívar” (Barranquilla), Alfre-
do Correa de Andreis, acaecido el 17 de septiembre de 2004. Correa, quien además
de sociólogo era ingeniero fue acusado de ser un importante ideólogo de las FARC
y judicializado por el supuesto delito de “rebelión”. Al no encontrarse pruebas en su
contra recuperó su libertad y pocas semanas después fue asesinado. A diferencia de
otros crímenes que han quedado en la impunidad, en este caso, gracias a la presión
internacional y el intenso compromiso de sus familiares pudo investigarse e identifi-
carse los responsables del mismo; dejando en claro que se trató de un montaje judicial
orquestado desde el mismo Departamento Administrativo de Seguridad, (DAS). A
Alfredo Correa lo asesinaron por su compromiso con los sectores populares y sus tra-
bajos socio-económicos en torno al desplazamiento forzado en la región del Atlántico,
a través de los cuales había puesto al descubierto desviaciones indebidas de fondos del
“Plan Colombia”, al mismo tiempo que denunciaba el despojo de tierras a cientos de
Campesinos en la población de Ciénaga. Además de ello, años atrás como rector de
la Universidad pública del Magdalena, se había opuesto a las reformas que apuntaban
hacia su privatización.

JUAN MANUEL SANTOS: ¿POSCONFLICTO O MÁS DE LO MISMO?


La elección de Juan Manuel Santos como presidente de la República para el pe-
ríodo 2010-2014 no supuso mayores sorpresas en relación a las políticas de seguri-
dad aplicadas por su predecesor. El nuevo mandatario se había desempeñado como
ministro de Defensa durante el segundo período Uribe, siendo uno de los artífices
de la cuestionada “Operación Fénix” adelantada en territorio ecuatoriano. Además,
como titular de esa cartera, se vio enfrentado a importantes debates en la Cámara y
el Senado como producto de las interceptaciones telefónicas ilegales a reconocidos
periodistas y políticos de la oposición, y por los mal llamados “falsos positivos” o
asesinatos a sangre fría. Sin embargo, desde un principio el nuevo gobierno buscó
deslindarse de la administración anterior que había concluido con una gran pérdida
de legitimidad particularmente ante la comunidad internacional, por sus vínculos
con los grupos paramilitares y la sistemática violación en materia de los derechos
humanos.

56 PCN. “Amenazas de las Águilas Negras en Bucaramanga” reproducido por Proceso de Comuni-
dades Indígenas, marzo 21 de 2009.

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 75


Es así que la nueva “Política Integral de Seguridad y defensa para la Prosperidad”, aun-
que mantuvo los postulados fundamentales en términos del tratamiento represivo a los
problemas de seguridad y el involucramiento de la población civil en el conflicto, intro-
dujo algunas modificaciones, argumentando cambios en el escenario nacional y en las
modalidades de acción de las organizaciones criminales. Se trata de una variación de
estilo más no de contenido. La Política Integral de Seguridad y Defensa sustentada en
seis pilares: mejoría sustancial de la inteligencia, fortalecimiento del mando y control,
aumento de la coordinación e integración entre las instituciones responsables de la
seguridad, protección estratégica de la población, aplicación estratégica de la fuerza,
respeto por los derechos humanos y el derecho internacional humanitario57, no cons-
tituyó una ruptura con la política de “Seguridad Democrática”, sino, por el contrario,
una profundización de la misma que se propuso reforzar aquellas áreas de seguridad
que no recibieron suficiente atención durante las dos administraciones anteriores del
presidente Álvaro Uribe.

Ahora bien, es cierto que el primer mandatario colombiano, Juan Manuel Santos
incorpora en su agenda temáticas que su predecesor había vedado. Para empezar, hay
que señalar aquí el reconocimiento del conflicto armado y social y, con él, la aper-
tura de una mesa de diálogo con la insurgencia de las FARC, que formalmente se
inició en agosto de 2012 y que culminaría en noviembre de 2016 con la firma de un
Acuerdo de Paz donde ésta última organización guerrillera haría su tránsito hacia la
conversión en un partido político legal. Cabe señalar que desde un principio en este
proceso estuvieron en juego dos visiones de paz: por un lado, la del Gobierno en su
pretensión de desarmar la guerrilla (reduciendo el problema a un asunto puramente
militar) y generar las condiciones para activar la inversión extranjera, potenciando el
modelo minero-extractivista y, por otro lado, la visión de los delegados de paz de las
FARC y de otros sectores de la sociedad, de lograr cambios efectivos para la sociedad
colombiana.

Finalmente la negociación logró focalizar su atención y acordar propuestas para la solución


de algunos problemas básicos que han estado en la raíz misma del conflicto colombia-
no: La Reforma Rural Integrada (Hacia un nuevo campo colombiano); la participación
política y la apertura democrática para construir la paz; el fin del conflicto, la solución al
problema de las Drogas Ilícitas, la construcción de un sistema integral de Verdad, Justicia,
Reparación y no Repetición. Después de 4 largos años de conversaciones, uno de los esco-
llos principales fue el referido a la refrendación, que terminó resolviéndose en un plebiscito
con resultados favorables al “no”, en buena parte por las manipulaciones que hubo alrede-
dor del mismo (campañas de mentiras, el activismo de organizaciones cristianas junto a
sectores de derecha).

57 Ministerio D. N. (2011). Política Integral de Seguridad y Defensa para la Prosperidad. Bogotá:


Imprenta Nacional de Colombia.

76 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha


Los estudiantes salen a las calles en noviembre de 2018. Fotografía: Imagen de Archivo del Movi-
miento Estudiantil Colombiano, Bogotá.

El resultado inmediato fue una modificación en los calendarios de implementación,


pero también claros retrocesos en sus contenidos que colocaron los acuerdos en situa-
ción crítica en medio de una reconfiguración de actores armados en los territorios que
dejó las FARC; la falta de garantías para la vida de líderes sociales y de los mismos ex
guerrilleros, la afectación a la participación de las comunidades en el proceso de imple-
mentación, el incumplimiento del Gobierno en relación con la libertad para los presos
políticos y las crecientes limitaciones y modificaciones impuestas a la Jurisdicción Es-
pecial de paz, que a la postre terminaron por beneficiar tanto a los militares como a los
civiles responsables de delitos en el marco del conflicto armado.

En lo que atañe a las políticas educativas, a comienzos de su mandato, el presidente


Juan Manuel Santos presentó ante el Congreso el proyecto de Ley 112 orientado a
reformar la educación superior y a transformar la universidad pública en un servicio
de la empresa y del capital privado. Frente a esto los estudiantes de las universidades
públicas y de algunas universidades privadas iniciaron un gran movimiento para que se
retirara el proyecto de ley del Congreso de la República, por ser inconsulto y por ahon-
dar en la lógica de la privatización. La autonomía, la financiación de la universidad y
la calidad de la educación fueron reivindicados como banderas de esta movilización
Nacional, que aglutinada en la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), logró
concitar la participación de otros sectores sociales, demostrando una gran creativa e

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 77


innovadora a la hora de proyectar su rechazo a la aplicación de las políticas neoliberales
en la educación superior, obligando al gobierno a retirar su propuesta.

Los procesos de criminalización, judicialización y estigmatización contra los inte-


grantes de la comunidad universitaria, por parte del gobierno, los medios masivos de
comunicación, las organizaciones al margen de la ley y, en algunos casos, las mismas
directivas universitarias, continuó siendo la respuesta del Establishment a quienes par-
ticiparon de las jornadas de rechazo a los procesos privatizadores, limitando de este
modo la actividad gremial y el derecho de movilización de estudiantes, profesores y
trabajadores en las Universidades. Así lo expresó el mismo presidente Santos en una
intervención hecha, a finales de septiembre del 2011, en la ciudad de Tumaco (Nariño),
donde señaló que las FARC estaría infiltrando las protestas sociales y, en particular,
las universidades públicas58. Pero las judicializaciones de integrantes de la comunidad
universitaria que siguieron a los meses siguientes, lejos de demostrar esta injerencia, lo
que puso de presente fue la infiltración de las movilizaciones estudiantiles por parte
de agentes del servicio de inteligencia. Así lo corrobora el testimonio del estudiante
Cristian David Leyva, quien estuvo más de tres años detenido acusado de los delitos
de rebelión y concierto para delinquir:

“Del 2011 al 2012 la MANE había logrado frenar la Reforma a la Ley 30, pero aún
no contaba con una propuesta clara que permitiera impulsar las banderas de la lucha
inicial, como el acceso a la Educación Superior, Educación gratuita y pública. Durante
ese tiempo empezamos a hablar con Cooper Diomedes Díaz quien era un Policía
infiltrado dentro del Movimiento Estudiantil. A esta persona (que se hacía pasar por
Esteban) la conocí dentro de una de las Asambleas de la MANE, en la Universidad
Nacional que fue una Asamblea de carácter distrital, donde se reunieron representan-
tes estudiantiles de las Universidades Nacional, Distrital y Pedagógica. Era en aparien-
cia un estudiante normal, hablamos de la movilización, de lo que se venía en el paro, de
la necesidad de una contrapropuesta, en ese momento yo era estudiante de Tecnología
Mecánica en la Universidad Distrital en la sede de Tecnológicas en Ciudad Bolívar
(Bogotá), él me tomó el número de teléfono y me invitó a varios eventos en la Univer-
sidad Pedagógica y en la Universidad Distrital en especial cuando eran asambleas de la
MANE” (Testimonio de Cristian David Leyva).

En el contexto de estas protestas, sospechosamente se producen algunos sucesos don-


de mueren varios estudiantes, en circunstancias muy similares y donde existen serias
evidencias que permiten inferir que no se trataron de hechos aislados o accidentales:
uno de ellos fue la muerte del estudiante de Medicina de la Universidad Santiago de
Cali, Jean Farid Chang Lugo, de 19 años, tras la explosión de un artefacto, en octubre
de 2011, cuando participaba en una marcha de protesta en la ciudad de Cali. El uni-
versitario hacía parte de la Federación de Estudiantes Colombianos (FEU). Al año
siguiente, el 21 de marzo de 2012, murió el estudiante de sexto semestre de la Facultad
de Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja (UPTC),
Edwin Ricardo Molina Anzola, de 25 años de edad, luego de permanecer varios días
58 “Presidente Santos denunció la infiltración de las FARC en las protestas Sociales” en El País,
septiembre 28 de 2011.

78 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha


en estado crítico, como consecuencia de una extraña explosión que le dejó heridas
letales en todo su cuerpo. Otros tres estudiantes que se encontraban con él resultaron
heridos en la explosión. Pocos días después, en hechos que guardan características
comunes, murieron a consecuencia de una explosión los estudiantes de la Universidad
Pedagógica Nacional (UPN), Oscar Danilo Arcos, Daniel Andrés Garzón y Lizaida
María Ruíz Borja.

Estas muertes vinieron acompañadas de nuevos procesos de judicialización: en el mar-


co de la “Operación Alejandría”, adelantada por la Fiscalía, en la que fueron privados
de la libertad en octubre del 2013, Omar Alfonso Cómbita (Rector del centro educati-
vo de Santa Ramos y miembro de la Federación de Educadores de Colombia –FECO-
DE), Omar Marín (Integrante de la Federación de Estudiantes Universitarios –FEU),
Carlos Lugo (cantautor de música de protesta) y Jorge Eliécer Gaitán (miembro de la
Federación de Estudiantes Universitarios –FEU–) todos ellos reconocidos dirigentes
estudiantiles de la región suroccidental del país. Pocas semanas antes de su detención,
la FEU había concluido su III Congreso Nacional, reiterando su compromiso por el
derecho a la educación para todas y todos los colombianos, y en defensa de la Univer-
sidad Pública.

Al momento de la detención de los tres estudiantes el titular de la cartera de defensa en


ese momento, Juan Carlos Pinzón, refiriéndose a los alcances de esta captura señaló que
se había desarticulado “una estructura que básicamente ha estado infiltrando universi-
dades en el sur del país. Con ello se frustran las intenciones, que se han venido comen-
tando, de infiltrar las protestas sociales”; y a renglón seguido anotaba que los detenidos
integraban parte del anillo de seguridad de alias “Camilo El Argentino”, uno de los
hombres de confianza del comandante de la columna “Teófilo Forero” de las FARC59.
No obstante, tras permanecer más de tres años y medio recluidos en diferentes centros
penitenciarios del país los estudiantes recuperaron su libertad, luego de un prolongado
juicio rodeado de inconsistencias, dilaciones e irregularidades.

Para 2015, la represión estatal volvió a recrudecerse cuando 13 jóvenes entre ellos
varios estudiantes y egresados/as de la Universidad Nacional y la Universidad Peda-
gógica Nacional, fueron judicializados, tras ser señalados por la Fiscalía de hacer parte
de una supuesta célula urbana del ELN, que en el 2014 participó en una serie de ex-
plosiones en Bogotá; así mismo se les acusó de ingresar material explosivo al campus
universitario, durante un enfrentamiento con la fuerza pública. Pocas semanas después
estos jóvenes recuperaron su libertad, quedando al descubierto una serie de vulnera-
ciones al debido proceso y a la defensa, como por ejemplo el de no contar con hechos
fácticos que permitieran una inferencia razonable de la participación de cada uno de
los imputados en los hechos señalados.

Por esos mismos meses, en otros centros universitarios del país, concretamente en
la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja, se produjeron nuevas judiciali-
zaciones contra estudiantes universitarios. El 23 de septiembre de 2015 en horas de
la mañana fueron capturados Luis Felipe Blanco Ortega, estudiante de Derecho;
59 Diario El Lider.com.co., octubre 5 de 2011

Estudiantes, profesorado y sindicalistas.... 79


Cristian Camilo Tavera Cuervo, estudiante de la licenciatura en Ciencias Sociales;
Cristian Camilo Castañeda Niño, estudiante de Ingeniería Agronómica; Edward
Andrey Hernández Buitrago, estudiante de licenciatura en Ciencias Sociales; Wil-
mer Harvey Cely Acero, estudiante de economía; Miller Fabián Suárez Vargas, estu-
diante de ingeniería civil y Carlos Andrés Benítez Zapata, estudiante de Ingeniería,
quienes fueron detenidos en las ciudades de Tunja y Duitama, bajo los cargos de
concierto para delinquir y fabricación, tráfico y porte de armas municiones de uso
restringido, de uso privativo de las Fuerzas Armadas y explosivos. La gran mayo-
ría de los estudiantes detenidos hacían parte de organizaciones estudiantiles como
la Asociación Colombiana de Estudiantes Universitarios (ACEU) y la Federación
de Estudiantes Universitarios (FEU), así como de movimientos políticos y sociales
como el Congreso de los Pueblos y Marcha Patriótica.

A los hechos anteriores se suman otras situaciones relacionadas con la violación


de los derechos humanos en las universidades públicas que se han presentado en
el último lustro y que serán objeto de análisis en el presente informe. Estas son: el
asesinato de los universitarios Carlos Pedraza y Miguel Ángel Barbosa, y del diri-
gente sindical Mauricio Vélez; los montajes judiciales vinculados al “Caso Lebrija”;
la judicialización y encarcelamiento de Mateo Gutiérrez, la judicialización de los
estudiantes egresados de la Universidad Nacional que han sido vinculados con el
atentado en el Centro Comercial Andino de Bogotá; las amenazas y hostigamientos
contra estudiantes y profesores de la Universidad Nacional y la Universidad Pedagó-
gica Nacional en el 2015.

A partir del estudio de estos casos queda demostrado que el uso recurrente de la fuerza
tanto del Estado como del para-estado ha tenido un objetivo claro: el debilitamiento
de las conquistas logradas por la comunidad universitaria desde el movimiento es-
tudiantil y la organización sindical, permitiendo que poco a poco se implanten los
principios rectores del proyecto de reforma a la educación superior, a través de la im-
plementación de cambios graduales en diferentes centros universitarios y con el apoyo
de engañosas políticas de financiación como la de “Ser Pilo Paga” (2015), que supues-
tamente estimula “la excelencia académica”60, bajo el criterio de que la educación no es
un derecho sino un servicio público que puede ofrecerse tanto desde el sector público
como privado, favoreciendo por supuesto a este último.

Es así como en los últimos años las arremetidas violentas de la fuerza pública contra
la universidad pública, el cerco financiero a que las ha sometido las políticas estatales,
así como las permanentes amenazas contra sus integrantes ha hecho que los centros de
educación superior hayan desplazado el papel crítico, de transformación y subversión del
orden que durante décadas desempeñaron, haciendo prevalecer una formación, técnica y
tecnológica, desprovista de cualquier preocupación humanista y que pareciera responder
exclusivamente a las lógicas de demanda del mercado.
60 Según este programa, basado en el subsidio a la demanda, el estudiante recibe un crédito condonable,
para que estudie en una institución de Educación Superior acreditada en alta calidad o en proceso
de renovación. Así, con el cuento de la “libertad” de los jóvenes para estudiar en la universidad que
desee, se ha da paso a una mayor inversión de los recursos públicos en la educación privada.

80 Universidades públicas bajo S.O.S.pecha

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