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1. Región Espiritual.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación
del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su
voluntad,” (Efesios 1:3-5).
2. El misterio de su voluntad
“(…) Que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a
conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que
están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”
(Efesios 1:7-11)
Existe un propósito tan grande en la salvación que nos otorgó Jesucristo, que nos es difícil pensar
que la salvación es por gracia, porque nuestra naturaleza siempre nos lleva a pensar que debemos
merecer, y al ver el regalo tan preciado de la salvación, y que sea solamente por la obra de Cristo
Jesús, que no es en ninguna forma por obras de justicia nuestra, nos llevaría humanamente a pensar
que es demasiado maravilloso para ser real. Pero Cristo no nos dejó huérfanos; la huerfanidad trae
consigo carencias de imagen paterna: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor,
sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” (Romanos 8:14,15,16) por
esta razón Dios no nos dejó huérfanos; él dijo que vendría otra vez a nosotros por medio de su
Espíritu: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.” (Juan 14:18). Al hacernos hijos por medios de
Cristo, nos hace herederos también: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.” (Romanos 8:17). Hay una herencia celestial reservada para los que son hijos; y hay una
herencia que compartimos con Cristo –coherederos con Cristo- (Coheredero [Gr] sunkleronómos:
participantes en común). La venida del Espíritu Santo no solo nos transmite la imagen del Padre,
sino que también pone su sello sobre nosotros, y este sello es la garantía de aquella herencia que
recibiremos en la Gloria. Pero existe también, la herencia que el Padre le proporciona a Cristo: “Yo
publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por
herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra.” (Salmos 2:7,8). Existe una
herencia que compartimos con Cristo, y esa es la posesión de los confines de la tierra. El Espíritu
Santo es quien capacita y prepara a los hijos para tomar la herencia de Cristo, aquella herencia que
compartimos con el Primogénito.
Podemos observar que tanto la salvación, como la paternidad de la adopción, como el propósito
en la herencia con Cristo; es por medio del Espíritu Santo. No podemos pretender ser hijos de Dios
sin el Espíritu Santo. Es por esta razón que la comunión con el Espíritu es de vital importancia para
todo creyente. Y más aún si hablamos de entrar en una batalla espiritual.
“(…) la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos
y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y
señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y
sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es
su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Efesios 1:20-23)
Cristo, al resucitar de entre los muertos, se sienta a la diestra del Padre, sobre toda autoridad,
esto significa que no hay autoridad por sobre Cristo, todo le fue dado al vencer la muerte. No solo
recibe esta autoridad, sino que hace a la iglesia partícipe de su victoria y lo representa como un
cuerpo en el cual él es la cabeza; cuerpo cuyo propósito es ser la plenitud de Cristo, quien lo llena
todo. Pero ¿qué es “llenarlo todo”? Hace referencia a completar la obra descrita por los profetas
cuando anunciaban que la tierra será llena del Conocimiento de la gloria de Jehová como las aguas
cubren el mar. La iglesia en su plenitud, es conducida a llenar la tierra con su Palabra (esta es la
siembra), en la autoridad de aquel que está sentado a la diestra del Padre; de esta forma la tierra es
preparada para el día de la cosecha (Leer Apocalipsis 14:14-16). “El que descendió, es el mismo que
también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar
a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” (Efesios 4:10,11,12).
En el ejercicio de llenar la tierra, Dios no da toda autoridad para derribar las fuerzas del mal que
se encuentran en plena oposición a la Iglesia. Cuando Jesús se sienta a la diestra del Padre, satanás
es expulsado del cielo; si bien satanás fue expulsado una vez, cuando quiso tomar el lugar de Dios,
él seguía teniendo acceso a la presencia de Dios, principalmente para acusar a los siervos de Dios
(Zacarías 3:1-3; Job 1y2). Pero una vez que Cristo venció a la muerte, satanás fue expulsado del cielo
y ya no puede acusar a los escogidos de Dios (Leer Apocalipsis 12:7-12), porque ahora está Cristo
intercediendo por nosotros: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1). Satanás, al
ser expulsado del cielo, descendió con gran ira, para perseguir a la iglesia, por lo cual, es necesario
que, como cuerpo de Cristo, entendamos que existe una persecución, la cual nosotros como hijos
de Dios debemos padecer: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer
guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen
el testimonio de Jesucristo.” (Apocalipsis 12:17). Satanás puede perseguir a la iglesia, matar
cristianos, etc. Pero no puede quebrar nuestro espíritu, no nos puede vencer en el mundo espiritual,
porque Cristo está sentado en lugares celestiales y tiene autoridad sobre todo gobierno, autoridad,
poder y señorío. Y a nosotros que somos su iglesia nos dio esta autoridad. “Y yo también te digo,
que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán
contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado
en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.” (Mateo 16:18,19). De
manera que podemos con toda autoridad, liberar a las personas y los territorios, que están bajo la
influencia demoníaca, llevándoles la Palabra del evangelio de salvación.
CONCLUSION: